1as-Paginas-Historias-Increibles-De-Un-Abogado-De-Oficio-Alta - Hasta La Página 37 - Domingo 26-11-2023

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José Muelas

Historias increíbles
de un abogado de oficio
30 años entre delincuentes,
jueces y falsos culpables

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Índice

Prólogo................................................................... 11
El alegre Mustafá................................................... 13
Qué sería de un mundo sin abogados…............ 19
Acusado por la cara............................................... 23
¿Quién se fía de los reconocimientos en rueda?... 39
El acusado no era la autora.................................. 47
El mercado de las conformidades....................... 55
El abuelo y el puticlub........................................... 65
Trabajos forzados................................................... 71
Navidad de turno, belén de oficio....................... 81
Algo más que la solución legal............................ 89
La muerte intravenosa........................................... 93
Política criminal...................................................... 101
Ginés, el Luchacos................................................. 105
Así funciona la justicia gratuita............................. 111
La competencia del bar Legis.............................. 121

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8 HISTORIAS INCREÍBLES DE UN ABOGADO DE OFICIO

Una arquitectura lamentable................................ 125


El mostrador como interfaz.................................. 133
Oficio de héroes.................................................... 141
Ser abogado no es negocio................................. 147
Honorarios viene de honor................................... 153
Abogacía y cambio tecnológico.......................... 159
El caso de la aceleración espontánea................. 163
Rebeldes con causa............................................... 171
En defensa del software abierto.......................... 181
El piloto de ovnis................................................... 195
Ay, el Gobierno….................................................. 203
Dinero y dignidad.................................................. 207
La lenta Justicia española..................................... 215
Orgullo y castigo................................................... 221
Ser pobre no es ninguna vergüenza.................... 229
«Vaya nochecica…»............................................... 239
Extranjería.............................................................. 249
Años de cambios................................................... 259
Lofoscopia, Schweppes de limón y heroína........ 269
La era de la cocaína y el ladrillo........................... 275
Una llamada a medianoche.................................. 279
El santo oficio......................................................... 287
Epílogo................................................................... 291

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Prólogo

S upongo que cuando alguien lleva más de treinta y cin-


co años dedicado a una labor es legítimo echar la vista
atrás y preguntarse si ha merecido la pena. La pregunta es
lícita pero difícil; treinta y cinco años son casi una vida, y
sería amargo que resultase, como en el poema, que des-
pués de todo, todo ha sido nada, a pesar de que un día lo
fue todo. Después de nada —o después de todo— yo me
he hecho la pregunta y no he encontrado en mí respuesta.
Apesadumbrado, acudí a una buena amiga abogada
a pedirle ayuda
—¿Tú crees que ha merecido la pena?
—No sé, Pepe, pregúntate a cuánta gente has ayu-
dado, trata de recordarlo y quizá tengas la respuesta.
Y es por eso que hace tres meses comencé a re-
cordar, no todos los casos, claro, sino solo los de oficio.

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12 HISTORIAS INCREÍBLES DE UN ABOGADO DE OFICIO

Aquellos casos en los que los clientes, bien o mal, pa-


garon mis servicios, no me atrevo a computarlos como
ayuda; pero esos otros en que mis servicios no fueron
retribuidos o solo recibieron del Estado un precio vil, sí
creo que legítimamente puedo contarlos como asuntos
en los que, mejor o peor, he servido a un semejante y a
la sociedad en la que vivo.
Y ahora que he estado tres meses recordando asun-
tos, permítame que le cuente algunos de esos casos, le
hable de algunas de esas cosas que nos interesan a los
abogados de oficio y trate de ajustar cuentas con la vida.

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El alegre Mustafá

C orrería el año 2005 cuando cayó sobre mi mesa de


despacho un procedimiento que llegó a alcanzar
cierta notoriedad en los medios de comunicación y en
el que se vio envuelto un pobre inmigrante al que lla-
maremos Mustafá.
Mustafá, el día que fue detenido, había ganado al-
gún dinerillo trabajando y, muy en contra de sus corá-
nicas convicciones, se dirigió a un bar del extrarradio
de Cartagena donde llevó a cabo todas las operaciones
precisas para agarrarse una cogorza notable. Comoquie-
ra que Mustafá era de natural alegre y las cogorzas le
daban divertidas más que melancólicas, decidió alternar
con todos los clientes del establecimiento de tal suerte
que, en muy poco tiempo, acabó molestando a la tota-
lidad de la parroquia.

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14 HISTORIAS INCREÍBLES DE UN ABOGADO DE OFICIO

El dueño del bar, dispuesto a deshacerse de Mus-


tafá, llamó a la Guardia Civil, cuerpo que no tardó en
personarse en el establecimiento, optando, como pri-
mera providencia, por pedirle «los papeles» al magrebí.
Ahí se empezó a gestar el drama para Mustafá porque,
según él, con la alegría de lo ganado, se había dejado sus
papeles en la chabola donde vivía, de forma que les dijo
a los guardias que podría enseñárselos si lo acompaña-
ban hasta ella a recogerlos.
La operación de desplazamiento se realizaría de
acuerdo con las más estrictas normas de la lógica mili-
tar: Mustafá cogería la bicicleta en la que había llegado
al local y los guardias civiles lo seguirían dentro del ve-
hículo reglamentario, si bien, dado que la bicicleta de
Mustafá carecía de ningún dispositivo luminoso, ellos
alumbrarían la marcha del ciclista con los faros de su
vehículo en prevención de que —ya fuese por efecto de
la falta de luz, ya por efecto de la cogorza agarena o ya
por ambas causas al mismo tiempo— Mustafá acabase
colisionando contra algo, partiéndose la cabeza y entre-
gando su pecadora alma a Alá sin haber antes enseñado
sus papeles a la fuerza actuante, circunstancia esta última
que debía evitarse a toda costa.
Fue así como se puso en marcha, en medio de la
noche, una procesión tan curiosa como delirante, al
frente de la cual marchaba en bicicleta un árabe borra-

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El alegre Mustafá 15

cho mientras, detrás y a su misma velocidad, le seguía en


coche una pareja de la guardia civil española iluminan-
do su camino. Cuando llegaron al núcleo de chabolas,
Mustafá condujo a los guardias hasta la que dijo ser la
suya, y allí abrió la puerta para entrar y buscar los pape-
les que le habían requerido. Pero no fue preciso.
No fue preciso porque, una vez se abrió la puerta,
a la luz de los faros se vio en el fondo de la chabola el
cadáver de un hombre, tendido sobre una especie de ca-
mastro hecho a base de cajas de cerveza Estrella de Le-
vante. El cadáver tenía manos y pies atados mediante
cables que habían penetrado en la carne, de forma que,
en las heridas, ya se apreciaban signos de putrefacción.
Los guardias civiles no pudieron sino decirle a
Mustafá que aquellas eran unas credenciales estupendas
y que, sin duda, le iban a venir bien para pasar una larga
estancia en España por cuenta de la Administración Pe-
nitenciaria. Mustafá comenzó a jurar en árabe, bereber,
francés y español que no sabía nada de aquello, pero la
«fuerza actuante» le dijo que esos juramentos y lloros
mejor se los echase al juez, que ellos ya habían visto
suficiente.
A la mañana siguiente, cuando Mustafá pasó a dis-
posición judicial, el juez de instrucción tampoco pare-
ció mostrar mucha piedad hacia los llantos, lamentos y
súplicas del agareno. El fiscal, implacable, pidió su pri-

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16 HISTORIAS INCREÍBLES DE UN ABOGADO DE OFICIO

sión provisional, el letrado de oficio pidió su libertad y,


sin muchos más trámites, Mustafá fue trasladado en un
furgón celular a la prisión de Sangonera donde quedó
internado en calidad de preso preventivo.
Yo andaba por el juzgado esa mañana —luego me
tocaría hacerme cargo del asunto— y les aseguro que
nadie, ni la Guardia Civil, ni el juez, ni el fiscal, sintió
que le hiciesen mella las protestas de inocencia de Mus-
tafá; aquello era grave y nadie le creía.
Afortunadamente, aquella noche el dios de Mustafá
estaba de su parte, porque el muerto que yacía sobre las
cajas de cerveza atado de pies y manos, resultó no ser tal.
Aquel desgraciado, víctima de una brutal agresión, aún
conservaba un hálito de vida, y fue trasladado al Hospi-
tal Clínico Universitario Virgen de la Arrixaca, donde
ingresó gravísimo y en estado de coma, estado del que
tardaría en salir varios meses, durante los cuales se temió
fundadamente por su vida.
Pero, como digo, el dios de Mustafá sin duda estaba
de su lado porque, cuando la víctima salió del coma y
la Guardia Civil acudió rauda al hospital a exhibirle la
foto de Mustafá a fin de que lo reconociese, la sorpresa
fue mayúscula: la víctima manifestó con toda claridad
que a él no le había agredido ese señor de origen be-
reber por las apariencias, sino dos personas de raza bien
distinta, y que él a Mustafá no lo conocía de nada.

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El alegre Mustafá 17

La realidad era que Mustafá, borracho como estaba


el día de los hechos y ayudado por la oscuridad de un
núcleo chabolista sin alumbrado público, se equivocó
de chabola y, en lugar de llevar a los guardias civiles
hasta la suya, los llevó hasta otra, donde, para su desgra-
cia, hacía varios días que yacía la víctima de un delito
horrible.
Cómo y por qué estaba aquel hombre allí sería ma-
teria de otro libro; ahora lo que me gustaría que pensase
es qué habría podido pasarle a Mustafá si la víctima hu-
biese muerto o si nunca hubiese recobrado el sentido.
¿Cree usted que Mustafá habría sido declarado culpable
o inocente? Y otra cosa: ¿quién era ese abogado «de ofi-
cio» que defendía a Mustafá, un pobre inmigrante sin
recursos?
A responder estas y otras preguntas se dirige este
libro. Aunque, por el momento, déjeme informarle de
que, tras lo ocurrido, Mustafá abjuró para siempre de la
cerveza y nunca más se le volvió a ver probar el alcohol.
Lo comprendo.

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Qué sería de un mundo
sin abogados…

S er pobre como Mustafá no es precisamente lo más


favorable para el ciudadano y, por supuesto, tampo-
co lo es en sus relaciones con la Justicia. Piensa a menu-
do el ciudadano que las leyes podrían ser simples y estar
redactadas en un lenguaje claro que permitiera a todos
entenderlas sin necesidad de abogados, y no negaré que
tal pensamiento es en buena parte acertado. Ocurre, sin
embargo, que la ciencia jurídica es compleja y no es
fácil elaborar leyes que todos puedan entender y apli-
car sin conocimientos jurídicos previos. Más tarde —y
en eso tiene razón el administrado— esta inicial dosis
de inevitable complejidad se verá incrementada hasta lo
inimaginable por la nunca bien ponderada torpeza de
nuestros legisladores. Los asuntos legales son, pues, te-

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20 HISTORIAS INCREÍBLES DE UN ABOGADO DE OFICIO

mas complejos que demandan conocimientos profesio-


nales especializados, razón por la cual la Ley suele exigir
al ciudadano que, si ha de ser parte en un juicio, lo haga
asistido de un abogado.
Ir corto de numerario, obviamente, no es una bue-
na noticia para nadie, pero si, además, ha de hacer usted
frente a los gastos de un juicio y abonar los honorarios
de abogados, procuradores y peritos, el problema puede
ser muy grave. Afortunadamente, en los países civiliza-
dos, además del derecho a ser asistido por un defensor
de su elección, existe, en caso de que el ciudadano no
tenga medios para pagarlo, el de poder ser defendido
gratuitamente por un abogado de oficio. Es por esto por
lo que Mustafá, cuando fue detenido, tenía a su lado un
letrado trabajando para él, aunque no tuviera dinero con
qué pagarle.
Ya, ya sé que usted puede pensar que todo esto es
absurdamente complicado y que muchos problemas se
evitarían en un mundo sin Derecho donde, sin duda,
no harían falta abogados. Y tiene usted razón en que,
seguramente, en un mundo así no harían falta letrados;
pero de lo que también puede usted estar absolutamen-
te seguro es de que lo primero que desaparecería son
los derechos de usted y de los ciudadanos como usted.
Hemos creado una sociedad donde todos, absoluta-
mente todos, gozamos de unos pocos pero inalienables

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Qué sería de un mundo sin abogados… 21

derechos fundamentales. Estos son amenazados diaria-


mente por la acción del poder, ya sea este político o
económico, y los encargados de impedir que esas ame-
nazas triunfen son los abogados, en especial los que se
ocupan de defender a las personas más vulnerables, esas
para las que la Ley prevé la existencia de un tipo espe-
cial de abogados a los que llama «de oficio».
Por eso interiorice esto que le digo: en un mundo
sin Derecho no hacen falta abogados; pero, en un mun-
do sin letrados, lo primero que perecerá son sus dere-
chos. Dicho de otro modo, si quiere que sus derechos
y de los ciudadanos como usted sean respetados, cuide
que nunca desaparezca esa rara estirpe de profesionales
a los que se conoce como los «abogados de oficio».
Es posible que usted piense que jamás los necesi-
tará, que nunca ha tenido un problema con la Justicia
y que no entra en sus planes tenerlos en el futuro; pero
ya ha visto como al alegre Mustafá los excesos de unas
cervezas le condujeron a prisión sin que de nada le sir-
vieran sus llantos y juramentos. Tenga en cuenta que
la vida es complicada y que las posibilidades de acabar
detenido delante de un juez no son pocas.
Y si no me cree, permítame que le cuente otra his-
toria.

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Acusado por la cara

E n la tibia noche otoñal de una población costera, Ca-


ridad esperaba a un amigo en una plaza solitaria. Ya
empezaba a impacientarse por la espera cuando, de re-
pente, dos muchachos llegaron velozmente en un ciclo-
motor, se dirigieron hacia donde ella estaba y la intimaron
a que les entregase todo cuanto de valor llevase encima.
La extrema violencia con la que actuaban, gritándole y
empujándola mientras la amenazaban con un cuchillo
de grandes proporciones, convenció a Caridad de que lo
más sensato sería no oponer resistencia y entregar lo que
le pedían. Instantes después, los dos muchachos se mar-
chaban de la plaza a toda velocidad, llevándose con ellos
el bolso, la cartera, el dinero y la tranquilidad de Caridad.
Recobrada del susto, Caridad marchó a denunciar
los hechos al cuartel de la Guardia Civil, lugar de don-

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24 HISTORIAS INCREÍBLES DE UN ABOGADO DE OFICIO

de salió poco después sin demasiadas esperanzas de que


pudiesen detener a los autores o siquiera recuperar lo
robado; los guardias le habían exhibido álbumes de fo-
tos de delincuentes habituales, pero ella no había reco-
nocido en ninguna de aquellas caras a los autores del
robo. Sin más datos que los pocos que ella misma pudo
ofrecer, encontrar a los autores o lo robado más parecía
una improbable cuestión de suerte que de otra cosa.
Pero la vida te da sorpresas y a Caridad le iba a pro-
porcionar una pocos meses después de ocurridos estos
hechos, pues, durante una celebración con banquete,
reconoció en uno de los camareros que cortaban jamón
al autor del robo que había sufrido meses atrás.
Caridad acudió rápidamente al cuartel de la Guar-
dia Civil a dar la novedad, de forma que los guardias
localizaron y detuvieron al camarero de inmediato y lo
pusieron a disposición judicial. A la mañana siguiente,
en el juzgado se practicó el correspondiente reconoci-
miento en rueda durante el cual, Caridad, reconoció al
camarero «sin ningún género de dudas» como uno de
los dos autores del robo.
Interrogado, el acusado no pudo ofrecer ninguna
coartada sólida que lo exculpase; según él, a la hora del
robo se encontraba a solas con su novia en la casa de los
padres de ella, sin que ningún otro testigo salvo su propia
pareja pudiese corroborar su versión. El acusado quedó

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Acusado por la cara 25

en libertad provisional a la espera de juicio, y este no


tardó en señalarse previo escrito de acusación del Mi-
nisterio Fiscal en el que se le pedía una fuerte condena.
Leandro y Jenny (Jennifer) eran una pareja simpáti-
ca; era evidente que la inteligencia la ponía ella, y él el
resto de las virtudes, porque, aun siendo un hombre tar-
do de reacciones, bastaba con conocerlo unos minutos
para saber que se trataba de un muchacho bueno a carta
cabal. Lo malo era que una persona lo había reconocido
como el autor de un atraco y esta no solo había persisti-
do posteriormente en su acusación, sino que, además, lo
había reconocido «sin ningún género de dudas». Siendo
Leandro un absoluto desconocido para la denunciante,
era evidente que no podía existir ningún móvil espurio
o de venganza, de forma que su testimonio reunía todos
los requisitos necesarios para producir prueba de cargo
en juicio. Y así lo entendió el representante del Minis-
terio Fiscal quien, en su escrito de acusación, pedía para
Leandro un duro castigo.
Yo no asistí a Leandro durante la instrucción del
proceso. Por esas ridículas tensiones políticas que tanto
se dejan sentir en las comunidades sin generosidad, los
juzgados que instruyeron la causa, aun remitiendo sus
asuntos para ser enjuiciados a mi ciudad, dependían y
aún dependen de un colegio de abogados distinto del
mío, de forma que durante la instrucción actúa el letrado

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26 HISTORIAS INCREÍBLES DE UN ABOGADO DE OFICIO

de un colegio, mientras que para el enjuiciamiento ha de


actuar el de otro. Gracias a eso el acusado es asistido por
dos letrados en vez de por uno, lo que da lugar a que el
que ha de defender en juicio al acusado no sea el que ha
redactado el escrito de defensa ni el que ha intervenido
durante la instrucción. Todo esto, como pueden imagi-
nar, es insensato y no contribuye en absoluto a la bue-
na defensa de los ciudadanos. Pero, como en casi todo,
la Justicia cede siempre ante cualquier otra cuestión de
índole política, por ridícula que esta sea. Fuera como
fuese, el caso es que ahora, mientras leía en mi despacho
el duro escrito de acusación del fiscal, tenía a Leandro y
a Jenny sentados frente a mí al otro lado de la mesa.
Creo que he dicho ya un par de veces que el escrito
del fiscal era «duro» o que solicitaba penas «fuertes», y
supongo que está usted legitimado para preguntarme
qué quiero decir con eso. No hay nada jurídico en ello:
cuando hablo de «duro» o «fuerte» quiero decir que es
un escrito en el que se piden penas que muy difícilmen-
te podrán ser rebajadas a condenas de dos años o me-
nos; es decir a unas penas que permitan, eventualmente,
suspender su ejecución. En el caso de Leandro el fiscal
calificaba los hechos de forma tal que era casi imposible
que rebajase su petición a los dos años. Leí el escrito,
tomé conciencia de la situación y miré a Leandro, pero
habló Jenny.

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Acusado por la cara 27

—Señor abogado, él no sabe explicarse bien, pero


no ha hecho eso de lo que lo acusan. Él esa noche es-
taba conmigo y además no hay ningún testigo; es la pa-
labra de ella contra la de él, no pueden condenarlo solo
con el testimonio de ella.
Jenny era lista y, por cómo miraba a Leandro, se
notaba que lo quería. Leandro, por su parte, no tenía
un rostro agraciado, pero ya se sabe que el amor escribe
derecho incluso con facciones torcidas.
—Te equivocas, Jenny —le dije—. Sí puede con-
denarse a un acusado aunque solo haya un testigo y,
lamentablemente, estamos precisamente en ese caso. La
víctima es de una ciudad distinta a la vuestra, no cono-
ce de nada a Leandro y no tiene motivo alguno para
denunciarlo falsamente; lo ha reconocido plenamente
dos veces, una durante el banquete y otra en un reco-
nocimiento en rueda. ¿Por qué iba a acusar la víctima a
Leandro si no es porque fue él quien la atracó?
—Pero ¿y si ella se está equivocando?
Los dramas judiciales, las películas y las novelas sue-
len elaborar truculentas tramas destinadas a provocar
­resoluciones erróneas del juez o del jurado, pero, en gene-
ral, no tratan del simple error, un detalle tan vulgar como
consustancial a las percepciones del género humano.
—Si se equivoca es tan peligrosa como si dice la ver-
dad; si ella está convencida, aunque sea erróneamente, de

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28 HISTORIAS INCREÍBLES DE UN ABOGADO DE OFICIO

que Leandro es el autor del crimen, lo sostendrá así ante


el juez y tendremos problemas. Necesitamos encontrar
una coartada que demuestre su error y, por lo que he
leído, Leandro ha manifestado que el día de los hechos
estabais solos tú y él y no salisteis de casa de tus padres.
—Sí.
La verdad, la mentira y el error son personajes que
suelen pasearse diariamente por los palacios de Justicia
y, sin embargo, a los juristas nadie nos ha entrenado para
reconocerlos al cruzarnos con ellos. Ninguna asignatura
en la carrera nos enseña a distinguir al hombre veraz del
mendaz, al acertado del errado, al actor que interpreta
un papel aprendido de la persona que trata de transmi-
tirnos la realidad.
Es cierto que corren por las salas máximas de la
experiencia y prácticas forenses destinadas a tratar de
aquilatar la veracidad de una declaración, pero no re-
cuerdo que ningún jurista me haya ilustrado jamás so-
bre ningún criterio científico que ayude a distinguir y
reconocer la verdad. De entre las técnicas habituales que
usan los abogados para tratar de averiguar si un testimo-
nio es real, la más habitual es esa de pedir al testigo que
nos facilite detalles que, de ser cierto su relato, debería
conocer; y a ello me dispuse.
—Bien Jenny, eres nuestra única testigo, pero tam-
bién eres la pareja de Leandro y eso hará que tu testi-

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Acusado por la cara 29

monio sea escuchado con prevención por el juez. Tú


no vas a poder escuchar lo que cuente Leandro y si,
cuando tú declares, vuestros testimonios son contradic-
torios, antes estarás condenando que salvando a Lean-
dro. ¿Has entendido todo esto que estamos hablando,
Leandro?
—Sí, sí...
—Hombre, como te veo callado...
—Estoy escuchando.
—Vale, pues cuéntame que pasó ese día.
—Pos na, que los padres de la Jenny estaban de via-
je y aprovechamos para quedarnos en casa de ella por-
que estábamos solos.
—¿Y qué hacíais a la hora del supuesto robo?
—Estábamos en la cama viendo la tele.
—¿Y qué programa estabais viendo?
—No me acuerdo...
—A ver, Leandro: quiero que entiendas que esto
puede ser un problema. Recuerda que Jenny declara-
rá después y si dice que estabais cenando o haciendo
cualquier cosa distinta de estar en la cama viendo la tele
causará muy mal efecto; por otro lado, un exceso de
olvidos o falta de recuerdos puede causar también mala
impresión. ¿Estás seguro de que estabas viendo la tele?
—No.
—¿Entonces que hacías?

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30 HISTORIAS INCREÍBLES DE UN ABOGADO DE OFICIO

Leandro bajó la cabeza, y quien respondió por él


fue Jenny.
—Es que no estábamos viendo la tele, estábamos
en otras cosas.
—Vale, eso ya me cuadra más. Leandro no contestes
cosas por responder o porque te da pudor; si contamos
la verdad es difícil que nos equivoquemos, pero si, por
vergüenza o por cualquier otra circunstancia, nos pillan
en una mentira, nos caeremos con todo el equipo.Y ten
cuidado, sobre todo, si te preguntan por los detalles. Por
ejemplo, si es verdad que estabais en «otros asuntos», el
fiscal puede suponer que has visto la ropa interior que
llevaba Jenny y preguntarte por ello, y ahí, en ese detalle,
también podéis contradeciros.Venga, por ejemplo, ¿qué
ropa interior llevaba Jenny?
—No me acuerdo...
En ese momento Jenny rompió a reír y le dijo
—¿Cómo que no te acuerdas? ¡Si me la puse por ti!
—Es que no me acuerdo.
Leandro bajó la cabeza y miró al suelo, Jenny le
pasó una mano, cariñosa, por la cara y me sentí en la
obligación de decir:
—Bueno, por hoy ha sido suficiente, pero creo que
aún tenemos mucho trabajo por delante.
Los meses que pueden pasar entre el señalamiento
de un juicio y su celebración se hacen eternos; la po-

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Acusado por la cara 31

sibilidad de ingresar en prisión lastra cualquier plan de


futuro que el acusado o su entorno puedan hacer. No
hay ilusión, proyecto o sueño que no choque contra la
posibilidad real de tener que ir a la cárcel, cuanto me-
nos si el plan es el de casarte, fundar una familia y tener
hijos. Todas las noches, cuando el acusado se acuesta, la
posibilidad de ir a prisión acude a su mente, impidiendo
el sueño, y es habitual que el último esfuerzo del día
sea siempre el mismo: tratar de apartar de su mente esa
amenaza.
Para el abogado, la situación es parecida; de entre
los varios casos que defiende al mismo tiempo siempre
hay algunos que le roban el sueño: son esos en que sabe
perfectamente inocente a su cliente, pero en los que la
experiencia le dice que el riesgo de que acaben conde-
nándolo es alto. Los jueces sentencian a personas a las
que no han tratado estrechamente, y eso es bueno para
su imparcialidad; pero los abogados sabemos muchas
cosas que los jueces no conocen, y eso es muy malo
para nuestra tranquilidad. Cuando los abogados nos va-
mos a dormir son muchas las personas que se vienen a
la cama con nosotros, y le aseguro que es difícil dormir
con tanta gente alrededor.
Aquellos meses Leandro vino a dormir conmigo
más de lo que yo habría deseado. Para cuando llegó el
día del juicio —aunque lo habíamos preparado hasta

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32 HISTORIAS INCREÍBLES DE UN ABOGADO DE OFICIO

la extenuación e incluso habíamos conseguido algunas


pruebas periféricas que apuntaban a su inocencia—
nuestra posición procesal era tan débil y todo el castillo
de naipes podía caerse con tanta facilidad, que hube de
conversar un rato con el miedo para pedirle que se ale-
jase de mí y poder así transmitir serenidad a Leandro.
La espera antes de entrar en sala se hizo eterna. Ca-
ridad y un muchacho joven estaban allí (¿por qué de-
monios se hace esperar horas a víctimas y victimarios, a
testigos de cargo y descargo juntos en el mismo lugar?);
Leandro y Jenny se sentaron lo más lejos que pudieron
de donde estaban Caridad y su amigo.Y así permaneci-
mos hasta que se abrió la puerta y nos llamaron.
Cuando entré en sala reconocí inmediatamente a
la juez y a la fiscal, y supe que Leandro tendría un jui-
cio justo, lo que no quiere decir acertado. Los jueces
dedican años a estudiar las leyes y la jurisprudencia y,
sin embargo, que se equivoquen a la hora de aplicar la
ley nunca es tan peligroso como que se equivoquen a la
hora de apreciar la prueba. Cualquier error en la aplica-
ción de la ley lo corregirá fácilmente un tribunal supe-
rior en vía de recurso, pero una apreciación de la prue-
ba no demasiado acertada tiende a ser santificada por los
tribunales superiores aduciendo una serie de sortilegios
legales de entre los cuales la llamada «inmediación» no
es el menos importante.

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Acusado por la cara 33

El juicio comenzó con la declaración de Leandro


quien, a pesar de su congénita parquedad de palabras,
no lo hizo del todo mal y proclamó su inocencia con
la sencillez propia de un hombre honrado. Acabada
su declaración, fue el turno de Caridad. La impresión
que me había causado esta mientras esperábamos en la
puerta de la sala de vistas era la de ser la antinomia de
Jenny: bien vestida y maquillada, parecía una estudiante
de Derecho que acudiese a su primer juicio. Ahora la
suerte de Leandro estaba en sus manos y comenzó su
declaración contestando a las preguntas del Ministerio
Fiscal.
Caridad respondió lo que de ella se esperaba, pero
no con la contundencia y solidez que he visto en otras
víctimas; en este caso no titubeaba, pero parecía dudar
íntimamente de forma que, cuando me tocó interro-
garla a mí, me dirigí directamente a ponerla a prueba.
Según su declaración, los atracadores no se habían qui-
tado el casco durante el asalto; ¿podía haber influido
esta circunstancia en un posible error de su parte?
Caridad titubeó un poco mientras yo la interro-
gaba, y si no lo hizo más fue porque la juez, tajante,
decidió intervenir.
—A ver, este hombre tiene un rasgo verdaderamen-
te llamativo en su cara. ¿No le llamó a usted la atención
esa noche?

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Me quedé estupefacto, yo había visto decenas de


veces la cara de Leandro, pero nunca había observado
ese «rasgo llamativo» que tanto llamaba la atención de la
jueza. Mientras yo miraba la cara del acusado, la testigo
respondió.
—La verdad que yo esa noche no lo vi o no me
fijé; quizá influyó que llevase el casco puesto, pero no, el
casco era pequeño...
Yo seguía escrutando la cara de Leandro sin saber
de qué hablaban juez y testigo cuando terció la fiscal:
—La verdad es que es bastante llamativo...
Mientras las tres mujeres lo observaban cual si de
un espécimen exótico se tratase, Leandro se mantenía
erguido con cierta dignidad y la mirada perdida.
—Es que se nota...
—Sí, la verdad que sí...
—Es que salta a la vista...
La juez se impacientó.
—¿Está usted segura de que es él? Porque usted lo
reconoció en un reconocimiento en rueda...
—Mire, señoría, he leído bastante después de aque-
llo sobre los reconocimientos en rueda, y ahora pienso
que no estuvo del todo bien hecho...
Yo a esas alturas notaba que las cosas iban bien para
Leandro, él seguía impávido y con la mirada perdida;
mientras, juez, denunciante y fiscal seguían a lo suyo.

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Acusado por la cara 35

La curiosidad me picaba infinito, pero no me atrevía a


preguntar por no estropear el momento. Por fin la juez
dijo:
—Una única ceja como esa no puede pasar desa-
percibida, es que es absolutamente llamativa.
Me quedé de piedra, resulta que el análisis facial
realizado por las intervinientes había arrojado el resul-
tado indubitado de que mi cliente, a juicio de las aca-
démicas, pertenecía al género homo subespecie de los
monocéjalos, una extraña rama del homo sapiens, caracte-
rizada por poseer no dos sino una sola ceja inconsútil
que recorre de extremo a extremo su frente y que, en
épocas pretéritas, ejerció de cimiento, basa o soporte
de la boina.
Volví a mirar a Leandro y preferí no hablar; a mí
no me parecía nada clara la unicejalidad de mi represen-
tado, pero si el sanedrín lo decía... A todo esto Caridad
añadió:
—Bueno, y la nariz... —e hizo un mohín como
denunciando su deformidad.
A esas alturas del debate pensé en Jenny: si ella hu-
biera estado dentro de la sala estoy seguro de que, en un
abrir y cerrar de ojos, les hubiese sentado los pespuntes
a esas tres etnólogas que estaban colocando a su Lean-
dro en la base de la pirámide evolutiva cejálica y nasal.
Afortunadamente, Jenny estaba fuera y no se enteró.

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Y Leandro, aunque sí estaba dentro, tampoco. La juez


decidió poner punto final al asunto:
—A ver, se lo preguntaré una vez más: ¿Es este el
hombre que la asaltó?
—No lo sé.
—Vale. ¿Desea la defensa que pase su testigo a la
vista de esta declaración?
—No, no...
Y, mientras decía que no, veinte malas noches se
licuaban en mi mente en una especie de tranquilidad
satisfecha, espesa y dulce como la melaza.
¿Ayudé yo a Leandro? Es dudoso. Si aquella ma-
ñana Leandro resultó absuelto, desde luego no fue
gracias a mi trabajo, sino a una apreciación del todo
subjetiva de la juez que encontró la adhesión incondi-
cional del resto de las intervinientes.Yo sigo pensando
que Leandro tiene dos cejas y no una sola y que no
le ocurre nada en la nariz. Pero, como decía el litera-
to «así es si así os parece» y no seré yo quien diga lo
contrario.
La juez, independientemente de sus apreciaciones
capilares, era una magistrada soberbia, de esas que no
solo saben Derecho sino que saben llevarlo a la prácti-
ca; sus funcionarios la adoraban y hasta el final de sus
días mantuvo con ellos un contacto tan humano como
tierno. Ella ya no está entre nosotros, aunque, afortu-

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Acusado por la cara 37

nadamente, Leandro y Jenny ya se han ocupado de que


nuevas vidas reemplacen su falta. Quién sabe si, algún
día, quizá una hija de Jenny no acaba observando las
cejas de un hombre como magistrada en una sala de
vistas.
Quién sabe...

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