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Este documento describe la instauración y funcionamiento inicial del Registro Civil en el estado de Michoacán entre 1859 y 1861. La situación de guerra dificultó la implementación de la reforma, ya que escasearon los recursos y personal capacitado. Aun así, se logró establecer oficinas del Registro Civil en las principales poblaciones como Morelia, Zamora y Uruapan. Los primeros usuarios fueron actores sociales vinculados a la facción liberal, en medio de la polarización social generada por la Guerra de Reforma.

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Este documento describe la instauración y funcionamiento inicial del Registro Civil en el estado de Michoacán entre 1859 y 1861. La situación de guerra dificultó la implementación de la reforma, ya que escasearon los recursos y personal capacitado. Aun así, se logró establecer oficinas del Registro Civil en las principales poblaciones como Morelia, Zamora y Uruapan. Los primeros usuarios fueron actores sociales vinculados a la facción liberal, en medio de la polarización social generada por la Guerra de Reforma.

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DERECHO, GUERRA DE REFORMA, INTERVENCIÓN

FRANCESA Y SEGUNDO IMPERIO. A 160 AÑOS


DE LAS LEYES DE REFORMA
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS
Serie Doctrina Jurídica, núm. 887

COORDINACIÓN EDITORIAL

Lic. Raúl Márquez Romero


Secretario Técnico

Mtra. Wendy Vanesa Rocha Cacho


Jefa del Departamento de Publicaciones

Miguel López Ruiz


Cuidado de la edición

José Antonio Bautista Sánchez


Formación en computadora

Mauricio Ortega Garduño


Elaboración de portada
DERECHO, GUERRA
DE REFORMA, INTERVENCIÓN
FRANCESA Y SEGUNDO
IMPERIO. A 160 AÑOS
DE LAS LEYES DE REFORMA

José Luis Soberanes Fernández


Miguel Ángel García Olivo
Emmanuel Rodríguez Baca
Aníbal Peña
Sebastián Daniel Ojeda Bravo
Coordinadores

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO


INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS
México, 2020
Derecho, Guerra de Reforma, intervención francesa y segundo imperio. A 160 años de la Leyes de Reforma
se editó por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM a través del Programa de
Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica (PAPIIT), Proyecto IN303719
Derechos y Libertades entre Cartas Magnas y Océanos: Experiencias Constitucionales en
México y España (1808-2018).

Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad


Nacional Autónoma de México.

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio


sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Primera edición: 31 de enero de 2020

DR © 2020. Universidad Nacional Autónoma de México

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS


Circuito Maestro Mario de la Cueva s/n
Ciudad de la Investigación en Humanidades
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510 Ciudad de México

Impreso y hecho en México

ISBN 978-607-30-2781-6
CONTENIDO

DERECHO E HISTORIA. PREÁMBULOS


A LAS LEYES DE REFORMA

La instauración e inicial funcionamiento del Registro Civil en Michoa-


cán, 1859-1861. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3
Ramón Alonso Pérez Escutia
Historia para el derecho. Aportes para la investigación histórico-jurí-
dica durante el periodo de Reforma (1854-1874). . . . . . . . . . . . . . . 17
Miguel Ángel García Olivo
Juárez: exilio y revolución. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
Alejandro Morales Quintana
El Plan de Ayutla. Norma fundamental del Estado moderno. . . . . . . . 35
Marco Antonio García Pérez
La institucionalización de los derechos del hombre en la Constitución
de 1857: prolegómenos de la reforma. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
Moisés Israel Flores Pacheco

ATISBOS SOCIOCULTURALES EN LA REFORMA,


INTERVENCIÓN Y EL SEGUNDO IMPERIO

México en contexto: la lucha por la centralización de la beneficencia


(1861-1867). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
Ángela León Garduño
Las clases menesterosas: ¿asunto de Estado o filantropía?. . . . . . . . . . . 79
Yazmín Adriana Cruz Reyes

VII
VIII CONTENIDO

El impuesto a la producción de papel durante el Segundo Imperio me-


xicano, ¿problema fiscal, búsqueda de legitimidad o proyecto eco-
nómico?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
Marina Téllez González
Manifestaciones populares en Guadalajara contra la Intervención fran-
cesa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107
Rubén Rodríguez García
Primer exilio y viajes de Concepción Lombardo de Miramón. . . . . . . 117
Diana Asela Franco Becerra
La presentación de la Ildegonda de Melesio Morales, o sobre el inciden-
te que dio origen a la sociedad Filarmónica Mexicana, 1866. . . . . . 125
Sebastián Daniel Ojeda Bravo

EL IMPACTO DE LA GUERRA DURANTE


LA GRAN DÉCADA NACIONAL:
ACTORES Y ESPACIOS

Apuntes biográficos sobre José Justo Álvarez. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139


Edwin Alberto Álvarez Sánchez
Pedro Celis Villalba
Un ejército, una división. La Campaña de Oriente y los sitios de Vera-
cruz, 1858-1860 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155
Carlos Eduardo Arellano González
El desasosiego imperante: la ciudad de México en la antesala del triun-
fo liberal, agosto-diciembre de 1860. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169
Emmanuel Rodríguez Baca
La juventud de un patriota: integración de Bernardo Reyes a las fuer-
zas armadas durante la Intervención francesa . . . . . . . . . . . . . . . . . 183
Aníbal Peña
CONTENIDO IX

LA EDUCACIÓN EN LA REFORMA
Y EL SEGUNDO IMPERIO

La Universidad de México y las escuelas especiales durante la época


de la Reforma y el Segundo Imperio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201
Tomás Rivas Gómez
Rectores del Colegio Imperial de San Juan de Letrán, dos intelectuales
olvidados por la historia de la educación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209
Guillermina Peralta Santiago
Carlos Alberto Gutiérrez García
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DERECHO E HISTORIA. PREÁMBULOS


A LAS LEYES DE REFORMA

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LA INSTAURACIÓN E INICIAL FUNCIONAMIENTO


DEL REGISTRO CIVIL EN MICHOACÁN, 1859-1861

Ramón Alonso Pérez Escutia*

Sumario: I. Nota introductoria. II. La instauración e inicial funciona-


miento del Registro Civil en Michoacán, 1859-1861. III. Conclusiones.
IV. Fuentes de información.

I. Nota introductoria

El texto que se presenta tiene como propósito fundamental mostrar las condi-
ciones y circunstancias bajo las cuales se concretó en territorio del estado de
Michoacán la legislación de corte liberal contenida en el paquete de Leyes
de Reforma, sobre la institucionalización del registro civil. Las actividades
inherentes, que fueron responsabilidad del gobierno presidido por el gene-
ral Epitacio Huerta, no tuvieron la debida celeridad y cobertura geográfica
idónea, toda vez que la situación de guerra imperante inhibió la adecuada
selección del personal que manejaría las respectivas oficinas, al tiempo que
escasearon elementos necesarios, como los impresos que contenían la legisla-
ción en la materia, los libros, sellos, tintas y la papelería complementaria para
el correcto funcionamiento de las mismas.
Sin embargo, a pesar de esos factores en contra, la administración esta-
tal, en el contexto de su abierta confrontación con las diferentes instancias
de la Iglesia católica, logró generar las condiciones necesarias mínimas para
instalar y poner en funcionamiento algunas de las oficinas del Registro Ci-
vil, entre ellas las de las poblaciones más importantes, como fueron los casos
de Morelia, Zamora, Uruapan y Tacámbaro. Los primeros usuarios fueron
actores sociales que se encontraban vinculados a la facción liberal, en el
marco de la severa polarización social que había suscitado el desarrollo de
la Guerra de Reforma.
*
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

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4 RAMÓN ALONSO PÉREZ ESCUTIA

II. La instauración e inicial funcionamiento


del Registro Civil en Michoacán, 1859-1861

1. El escenario político y social

El paquete de decretos emitidos por el gobierno itinerante del presidente Be-


nito Juárez en el lapso 1859-1863, que se conocen genéricamente como Leyes
de Reforma, debieron materializarse en condiciones muy precarias por par-
te de las autoridades y los sectores de la sociedad que respaldaban al bando li-
beral, debido al estado de guerra cuasipermanente que persistió en ese lapso.
Dos de esas disposiciones enfrentaron problemas de logística y de aceptación
social, que fueron muy difíciles de superar, y que incluso dieron pie a que los
enconos y la polarización social se exacerbaran aún más en todas las regiones
del país. Me refiero a la Ley de Matrimonio Civil, del 23 de julio de 1859, y
la Ley Orgánica del Registro Civil, emitida cinco días más tarde.1
Al momento de promulgarse esta legislación y disponer el gobierno
juarista su inmediata difusión, observancia y aplicación, debido a la si-
tuación de guerra civil en el estado de Michoacán, se desempeñaba con
facultades omnímodas como gobernador del estado, desde el 15 de febrero
de 1858, el general Epitacio Huerta Solorio. No obstante las discrepancias
que mantenían ambos niveles de gobierno, por su diferente visión y expec-
tativas en torno al proyecto liberal en su conjunto, la administración huer-
tista se mostró dispuesta a concretar en la medida de lo posible las Leyes de
Reforma.2
Las autoridades liberales de Michoacán contaban en el verano de 1859
de cierto margen de maniobra para intentar implementar esa novedosa le-
gislación. Con las tropas que se mantuvieron leales al gobierno juarista y
con el apoyo de centenares de milicianos simpatizantes de éste, el goberna-
dor y general Epitacio Huerta logró contener en el transcurso de 1858 la
arremetida de las fuerzas conservadoras que intentaron tomar las principa-
les plazas de la entidad provenientes en su mayor parte de otras regiones del
territorio nacional. En el verano le propinaron en Zamora una contundente
derrota a la columna conservadora al mando de Ramón Vargas, que fue
una de las más numerosas en incursionar en suelo michoacano. Ello posibi-
litó a los liberales, además de mantener el control y gobierno del territorio
1
Tena Ramírez, Felipe, Leyes fundamentales de México, 1808-2005, dirección y efemérides
de..., vigésimo cuarta edición, México, Porrúa, 2005, pp. 642-646.
2
Arreola Cortes, Raúl, Epitacio Huerta, soldado y estadista liberal, Morelia, Gobierno del
Estado de Michoacán, 1979, pp. 58-60.

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LA INSTAURACIÓN E INICIAL FUNCIONAMIENTO DEL REGISTRO CIVIL... 5

estatal, pasar a la ofensiva en apoyo de sus correligionarios en los circunve-


cinos estados de Jalisco, Guanajuato, Querétaro y México.3
Al tiempo que atendía los asuntos propios de la Guerra de Reforma,
el gobernador Epitacio Huerta sacó a relucir sus tendencias radicales, y de
propia iniciativa concretó acciones extremas adelantándose a la legislación
juarista, y las que suscitaron una amplia controversia entre la opinión pú-
blica local y nacional. Tales fueron los casos de la decisión de expropiar y
tomar por la fuerza en septiembre de 1858, la platería y diversas joyas pro-
piedad de la catedral metropolitana de Morelia, bajo el argumento de que
el clero local con sus recursos económicos y capacidad de persuasión social
coadyuvaba al esfuerzo de guerra desplegado por la facción conservado-
ra. Posteriormente, durante el primer semestre del año siguiente, ordenó la
clausura de los principales planteles educativos de perfil clerical, entre ellos
el emblemático y prestigiado Seminario Tridentino de Morelia, cuya sede
fue ocupada por la soldadesca liberal la mañana del 12 de mayo de 1859,
lo que fue calificado por prominentes e influyentes actores sociales como un
auténtico acto de barbarie, el cual no se justificaba ni aun con la situación
de conflicto social existente.4
Por el tiempo en el que el presidente Benito Juárez promulgó en el puer-
to de Veracruz el grueso de las Leyes de Reforma, entre ellas la del Ma-
trimonio Civil y la Orgánica del Registro Civil, los liberales radicales de
Michoacán, liderados por el gobernador Epitacio Huerta, habían recru-
decido su postura beligerante y de sistemático acoso hacia sus antagonistas
conservadores, los que por el rumbo que tomó la Guerra de Reforma en
la entidad estuvieron en material situación de indefensión. Este panorama
se puede percibir en los contenidos de publicaciones como La Bandera Roja,
periódico semi oficial del estado de Michoacán, en los que de manera permanente
y sistemática se fustigaba a la opinión pública de perfil liberal, a hostigar
por cuando medio estuviera a su alcance a los grupos políticos e individuos
que se presumiera simpatizaran o colaboraran de alguna forma con lo que
coloquialmente se llamaba “partido retrógrada”.5
A manera de ilustración, el 7 de agosto de 1859 las autoridades esta-
tales y del ayuntamiento de Morelia convocaron al pueblo en general para

3
Barbosa, Manuel, Apuntes para la historia de Michoacán, Morelia, Imprenta de la Escuela
Industrial Militar “Porfirio Díaz”, 1906, pp. 143-148.
4
Huerta, Epitacio, Memoria en que el C. general... dio cuenta al Congreso del Estado del uso que
hizo de las facultades con que estuvo investido de su administración dictatorial que comenzó el 15 de febrero de
1858 y terminó el 1 de mayo de 1861, Morelia, Imprenta de Ignacio Arango, 1861, pp. 47 y 48.
5
La Bandera Roja. Periódico Semi-oficial del Estado de Michoacán, Morelia, enero-agosto de
1859.

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6 RAMÓN ALONSO PÉREZ ESCUTIA

atestiguar el acto protocolar de publicación del decreto juarista que conte-


nía la Ley de Nacionalización y Desincorporación de los Bienes de la Igle-
sia, emitida el 12 de julio, lo cual se llevó a cabo en un céntrico espacio de
la ciudad. Los funcionarios de la administración huertista, la oficialidad
de las tropas liberales y los publicistas de esa filiación político-ideológica
hicieron una amplia labor de azuzamiento de los sectores sociales pobres
de la ciudad en contra del clero y de los núcleos de la feligresía católica
abiertamente vinculados con éste. Ello coadyuvó a polarizar aún más a la
población michoacana, y la situación se tornó más grave cuando se publi-
citaron y concretaron el resto de las Leyes de Reforma, que afectaron el
patrimonio material de la Iglesia y el funcionamiento de varias de sus insti-
tuciones concurrentes.6
La Ley del Matrimonio Civil fue conocida en Michoacán a principios
agosto de 1859, y de inmediato fue objeto de una intensa polémica entre los
diversos sectores de la opinión pública local, en la visión de que, al igual que
la legislación en materia de nacionalización y desincorporación de los bie-
nes de la Iglesia, la administración huertista se esmeraría en su aplicación
y pleno cumplimiento. Desde la perspectiva de esta última, la citada ley se
constituía en un instrumento de modernización de la vida social del país,
que lo llevaría a estar a la altura de las naciones más civilizadas y cultas del
mundo. El editorial del 4 de agosto de La Bandera Roja fue dedicado a pon-
derar la utilidad que representaba en este sentido esta disposición, al tiempo
que se atacaban los prejuicios de carácter religioso en torno a su inminente
aplicación. Por lo tanto, se ponderaba que

hoy en casi toda Europa y en los Estados Unidos, los católicos celebran su
contrato matrimonial ante el magistrado civil y después reciben del sacerdo-
te la bendición nupcial y esto con consentimiento de la Santa Sede y de los
obispos y clérigos católicos de los diferentes países, que han obedecido la ley
como era de su obligación.7

En el mismo espacio periodístico, cuya autoría era del abogado Gabi-


no Ortiz, editor responsable de La Bandera Roja, se ponía un mayor énfasis
en diluir los prejuicios de corte religioso que en torno del matrimonio civil
se suscitaban y debatían de manera acalorada por esos días entre todos los
estratos sociales. De cara a la inminente implementación de esa ley en la
entidad, se consignaba que
6
La Bandera Roja. Periódico Semi-oficial del Estado de Michoacán, Morelia, 8 de agosto de
1859, núm. 38, p. 1.
7
La Bandera Roja. Periódico Semi-oficial del Estado de Michoacán, Morelia, 18 de agosto de
1859, núm. 41, p. 1.

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LA INSTAURACIÓN E INICIAL FUNCIONAMIENTO DEL REGISTRO CIVIL... 7

el afirmar que los que se casan civilmente están amancebados es declarar


amancebada a toda la Europa y a gran parte de la América, y sólo legíti-
mamente casados a los que en las Américas españolas lo están conforme al
Concilio de Trento. Esta es una insigne mala fe (y) tales renglones solo pueden
hacer impresión en la gente idiota e ignorante.8

2. El inicio de actividades de las oficinas del Registro Civil

Una vez cubiertos los requisitos básicos de la logística de rigor, como la


nominación y capacitación de jueces, así como la dotación a éstos de ofici-
nas, de la legislación en la materia y de los libros en los que habrían de con-
signar las partidas de matrimonios, nacimientos y defunciones, se iniciaron
formalmente las actividades del registro civil en el estado de Michoacán. La
primera oficina que se instaló fue la de Morelia, al frente de la cual figu-
ró como juez el abogado, publicista y prominente ideólogo liberal Gabino
Ortiz Villaseñor.9 Los usuarios iniciales fueron individuos identificados en
una buena proporción como integrantes de la clientela política y social del
partido liberal, cercanos al gobernador Epitacio Huerta. De manera más
específica todavía, se trató en muchos casos de integrantes de la oficialidad y
tropas al servicio de esa facción política y sus respectivos familiares consan-
guíneos y/o políticos, los que fueron conminados a participar bajo diversas
circunstancias, modalidades y mecanismos de sonsacamiento y coacción.
Bajo este escenario, el primer registro en ser asentado fue en el libro de
defunciones de esta capital, el 25 de noviembre de 1859, prácticamente cua-
tro meses después de promulgada la Ley Orgánica del Registro Civil, y la
partida correspondió al infante Bonifacio Valdivia Robles, de siete años de
edad, proveniente de los sectores populares de Morelia. Llama la atención
que entre los testigos figuró el mayor de caballería Juan de Dios Robles, tío
en primer grado del occiso, integrante de las fuerzas armadas liberales esta-
cionadas en esta ciudad.10 En tanto que el libro de nacimientos fue hasta el
16 de diciembre de ese año, y la primera partida en consignarse fue la del
niño que recibió por nombre José Benjamín, hijo del abogado José María
Méndez, quien acudió a efectuar el registro, y de Marina Pérez Gil. Fungie-
ron como testigos Gerónimo Páramo y Francisco Ambriz, los que junto con

8
Idem.
9
Torres, Mariano de Jesús, Diccionario histórico, biográfico, geográfico estadístico zoológico, botá-
nico y mineralógico de Michoacán, Morelia, imprenta particular del autor, 1915, t. III, pp. 40 y 41.
10
Archivo General del Registro Civil del Estado de Michoacán de Ocampo (en adelante
AGRCEMO), municipio de Morelia, libro de defunciones, años 1859-1860, f. 1.

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8 RAMÓN ALONSO PÉREZ ESCUTIA

el padre se desempeñaban como empleados de la administración estatal,


aunque se desconoce en qué área en específico se encontraban adscritos.11
Mientras que en el caso de las partidas de matrimonio, con base en lo
estipulado en la respectiva ley, el procedimiento de registro y validación re-
quería efectuar diversos trámites, que se prolongaban por alrededor de tres
semanas. En primera instancia se acudía ante el juez para expresar la libre
voluntad de la pareja o el permiso otorgado a alguno o los dos cónyuges, si
era el caso por su minoridad de edad, para contraer nupcias. En segundo
término se realizaban los pregones de rigor en parajes públicos durante
quince días continuos; y por último, en el domicilio social del Registro
Civil, en presencia de familiares y testigos, el juez, de manera solemne,
formalizaba la unión una vez cerciorado de que no existía impedimento
alguno.12
La primera pareja que acudió en Morelia ante el juez Gabino Ortiz
para cumplir con el matrimonio civil, la tarde del 9 de diciembre de 1859,
fue la formada por el capitán de caballería José María Vence Martínez, de
veintiséis años de edad, oriundo de Valle de Santiago, Guanajuato, y Fran-
cisca Muñoz Ledo Ponce, de dieciocho años de edad, hija de Victoriano
Muñoz Ledo, finado, y quien había sido teniente de caballería activa, y de
Pantaleona Ponce, los tres nativos de la ciudad de Guanajuato, y de tránsito
en esta capital. El contrayente solicitó de manera formal al juez, agilizar en
lo posible las diligencias, “pues por su estado militar está en la posibilidad
de salir en cualquier momento a campaña”. Entre los testigos presentados
por la pareja figuraron tanto empleados del Registro Civil como familiares
cercanos de ésta.13 En lo sucesivo sería habitual que los propios burócratas
de esta dependencia y/o de otras inmediatas hicieran las veces de testigos de
estos y otros actos del registro civil.
El segundo matrimonio civil efectuado en Morelia fue protagonizado
durante la segunda quincena de diciembre de 1859, por individuos con
relación de parentesco en diverso grado con la primera pareja que lo con-
cretó. El contrayente fue Nicolás Hurtado, de dieciocho años de edad, alfé-
rez de caballería, originario de Guanajuato, capital, al igual que su pareja,
Concepción Muñoz Ledo Ponce, hermana de Francisca, de quince años
edad. El juez Gabino Ortiz, en uso de sus atribuciones, le otorgó el permiso
de rigor a esta joven, ponderando la imposibilidad física de localizar a sus
padres para conseguir su anuencia. Entre los testigos de este enlace figura-

11
AGRCEMO, municipio de Morelia, libro de nacimientos, años 1859-1860, f. 1.
12
Tena Ramírez, Leyes fundamentales de México, pp. 642-647.
13
AGRCEMO, municipio de Morelia, libro de matrimonios, años 1859-1860, ff. 1-6v.

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LA INSTAURACIÓN E INICIAL FUNCIONAMIENTO DEL REGISTRO CIVIL... 9

ron los hermanos José María, Fernando y Lázaro Vence, los tres, miembros
del ejército liberal, y el primero, cuñado de la pretendiente.14
Fue tal la expectativa de la administración huertista para arraigar lo
más rápido posible entre la sociedad moreliana la cultura del registro civil,
no obstante el ambiente de crispación social que ella misma había genera-
do, que el octavo matrimonio efectuado en esta capital fue protagonizado
por el propio juez, Gabino Ortiz Villaseñor. Las diligencias de rigor se efec-
tuaron durante los meses de marzo y abril de 1860. El prominente liberal,
de 41 años de edad, eligió como esposa a la joven Juana Martínez, de esca-
sos dieciocho años de edad, quien fue hija del exfuncionario público Anto-
nio Primitivo Martínez y Rita Canto, ambos ya finados. Los testigos de este
enlace civil fueron destacadas figuras del partido liberal y de la masonería,
como el abogado Justo Mendoza, quien sería gobernador de Michoacán en
el lapso 1867-1871; Francisco Ortiz, Gabino Cortés y Esteban Figueroa, de
cuyo círculo político era miembro el contrayente.15
A pesar de las condiciones propiciadas por la Guerra de Reforma, la
enérgica postura asumida por la administración del general Epitacio Huer-
ta generó las condiciones para que el Registro Civil tuviera una sosteni-
da implantación sobre buena parte del territorio michoacano a lo largo de
1860, con la decidida colaboración de los sectores sociales que le eran afi-
nes. Fue entre los vecindarios de marcada filiación liberal donde las oficinas
lograron instalarse y funcionar de manera gradual, sorteando los diferentes
obstáculos suscitados tanto por la conflagración armada como por los gru-
pos sociales sistemáticamente opositores azuzados por lo regular por el clero
católico. Tal fue el caso de Uruapan, en donde los primeros matrimonios se
celebraron desde el mes de enero de ese año, siendo protagonistas de ellos,
individuos provenientes de los segmentos sociales populares y campesinos,
que mantenían redes de vínculos con los líderes liberales regionales.16
La implementación del Registro Civil en Uruapan trastocó los añejos
usos y costumbres sociales locales en materia de nupcialidad. Ilustrativo al
respecto fue el proceder de la primera pareja que contrajo matrimonio civil,
formada por el labrador Antonio Lemus, de veintidós años de edad, oriun-
do de Tarímbaro, y avecinado en la municipalidad de Uruapan, y María
Filomena Vargas, de diecisiete años de edad. Al comparecer el 14 de enero
ante el prefecto del distrito, Antonio Chapina, quien por ministerio de ley
hacía las veces de juez del Registro Civil, expresaron que

14
AGRCEMO, municipio de Morelia, libro de matrimonios, años 1859-1860, ff. 7-10v.
15
AGRCEMO, municipio de Morelia, libro de matrimonios, años 1859-1860, ff. 43-49.
16
AGRCEMO, municipio de Uruapan, libro de matrimonios, años 1860-1861, varias partidas.

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10 RAMÓN ALONSO PÉREZ ESCUTIA

habiendo contratado matrimonio hace cosa de un mes ante el cura párroco


de este lugar, don Francisco García, corrieron ante aquella autoridad todos
los trámites según costumbre, habiendo señalado el día de hoy para verificar-
lo, pero impuestos de haberse establecido el Registro Civil de esta municipali-
dad a cargo del presente juez, y deseando que este acto se registre para gozar
los derechos que las leyes conceden, suplican a mi autoridad que lo verificara
así, dando por validos los actos que han precedido, atentas las razones que
dejan manifiestas.17

Sin embargo, en municipalidades como Zamora, ampliamente permea-


da por la influencia clerical entre el grueso del vecindario, la instalación del
Registro Civil encontró fuertes y sistemáticas resistencias. Para empezar, la
oficina correspondiente a esta jurisdicción, la segunda en importancia de
la entidad, sólo fue posible ponerla en funciones a principios de septiembre
de 1860, cuando la Guerra de Reforma se había tornado favorable a los libe-
rales. En calidad de juez fungió Ramón Valente Cendejas, quien el cinco em-
prendió las diligencias para el primer matrimonio civil protagonizado por el
jornalero José Ramírez, de vienticinco años de edad, oriundo de Atotonilco
el Alto, Jalisco, y vecino de la comunidad indígena de Patamban, al igual que
su cónyuge, María Francisca Retis, de dieciocho años de edad. Como en este
caso, en la mayoría de los enlaces civiles efectuados en Zamora durante los
siguientes dos años figuraron individuos que no eran oriundos o radicados en
esa demarcación, pero que fueron persuadidos por los operadores políticos
liberales para formalizar sus matrimonios ante la autoridad civil, enfatizando
en los beneficios y las ventajas que ello implicaría en el futuro.18
Cabe abundar que algunos jueces del Registro Civil para hacer efectivas
las prácticas inherentes a la institución, echaron mano de diversas acciones
coactivas para hacer cumplir a los diversos sectores sociales de sus demarca-
ciones, sobre todo entre aquellos influenciados por el clero, el que de mane-
ra sistemática recomendaba no cumplir con la legislación en la materia. Un
caso representativo fue el de la municipalidad de Zinapécuaro, en donde el
juez Antonio Orejón, durante el último tercio de 1860, exigió a los jefes de
tenencia, identificar a los niños recién nacidos de sus respectivos pueblos,
reunirlos en grupos y de manera periódica acudir a la cabecera de Zinapé-
cuaro de Figueroa para efectuar los registros de nacimientos. Este proceder
fue secundado por personajes como el jefe de tenencia de Ucareo, Narciso
Pérez, quien se sobrepuso a la resistencia de muchos vecinos, y llevó ante el
juez Antonio Orejón al menos a tres docenas de infantes para ser registra-
17
AGRCEMO, municipio de Uruapan, libro de matrimonios, años 1860-1861, ff. 1-5v.
18
AGRCEMO, municipio de Zamora, libro de matrimonios, años 1860-1861, ff. 1-45.

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LA INSTAURACIÓN E INICIAL FUNCIONAMIENTO DEL REGISTRO CIVIL... 11

dos. Con menores resultados hicieron lo propio las autoridades locales de


los pueblos de Jeráhuaro y Bocaneo, de la propia municipalidad de Zinapé-
cuaro, los que pronto se desistieron de ello ante la abierta hostilidad que les
prodigaron el grueso de los habitantes de esos lugares.19
No menos enérgico se mostró Antonio Espinosa, prefecto del departa-
mento de Codallos, cuya cabecera era el pueblo de Tacámbaro, quien salió
en apoyo del juez del Registro Civil, Francisco Borbón, para que el vecin-
dario cumpliera con sus obligaciones en esta materia. El primer libro en ser
iniciado en esta oficina fue el de defunciones, con una partida que consignó
el deceso por gastroenteritis de la menor María Núñez, el 10 de enero de
1860.20 El juez debió esperar casi dos semanas para que se registraran las
primeras partidas de nacimiento, en torno de lo cual salió a relucir el proce-
der coactivo del prefecto Espinosa, el que se dio a la tarea de indagar sobre
los infantes venidos al mundo desde el inicio de ese año. En unos cuantos
días localizó tres casos, por lo que conminó a los padres y a otros familiares
a efectuar los respectivos registros. Uno de ellos fue el del hijo de Benito Vi-
llafaña y María Jesús Hurtado, integrantes de las familias acaudaladas, a los
que les fue impuesta una multa con base en lo estipulado en el decreto del
gobernador Huerta, del 21 de septiembre de 1859, por no haber concurrido
a efectuar ese trámite a los quince días del nacimiento, como lo estipulaba
el artículo 18 de la Ley Orgánica del Registro Civil.21
Mientras que en el caso de los matrimonios la labor del prefecto Espi-
nosa resultó más compleja, lo que se reflejó en el hecho de que los primeros
registros de este tipo se efectuaron a partir del 24 de enero. De nueva cuen-
ta salieron a relucir, como en el caso de Morelia, las relaciones clientelares
de los grupos liberales, en este caso en la comarca de Tacámbaro. Ello lo
corrobora el hecho de que las cinco primeras bodas que se consignaron en
el libro correspondiente fueron de parejas radicadas en los poblados de San
Juan de Viña y la Fundición de Viña, en donde se ubicaban instalaciones
del ejército liberal. Aunque en ninguno de los casos los contrayentes decla-
raron dedicarse a actividades relacionadas con la milicia, es probable que

19
Heredia Pacheco Tzutzuqui y Ramón Alonso Pérez Escutia, La evolución de la comarca
histórica en México. El caso de Ucareo, Michoacán. De la época prehispánica al ocaso del municipio, Mo-
relia, Universidad Michoacana San Nicolás de Hidalgo, 2018, pp. 236 y 237.
20
AGRCEMO, municipio de Codallos, libro de defunciones, años 1860-1861, f. 1.
21
AGRCEMO, municipio de Codallos, libro de defunciones, años 1860-1861, f. 1-1v. La criatu-
ra en cuestión había venido al mundo el 4 de enero, por lo que al efectuar el registro hasta el
20 de ese mes, los padres habían dejado pasar dieciséis días naturales, lo que fue motivo para
la rigorista infracción, que consistió en el pago de cincuenta centavos.

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12 RAMÓN ALONSO PÉREZ ESCUTIA

la vinculación con ésta se registrara en el ámbito del aprovisionamiento de


víveres, armamento y otros pertrechos.22
Para el adecuado funcionamiento de las oficinas del Registro Civil, los
jueces enfrentaron diversas dificultades, que trastocaron con diversa magni-
tud su desempeño. Por ejemplo, el de Angamacutiro, Albino Fuentes Acos-
ta, no recibió con la debida oportunidad de parte del gobierno el estado los
libros correspondientes, por lo que en agosto de 1860 hacía constar que “las
primeras actas no están con todos los requisitos necesarios por haber sido
tomadas de simples apuntes que recibí de mi antecesor”.23 En tanto que por
los vaivenes de la Guerra de Reforma la documentación de oficinas como
la de la heroica Zitácuaro, debió ser puesta a salvo por los sucesivos jueces,
Donaciano Ojeda, Juan Palomino y Esteban Galván, a grado tal que al ser
sacada de esa población se confundió con la propia de la jurisdicción de
Contepec.24
La estructura publicitaria al servicio de la facción liberal en Michoa-
cán, como fue el caso del periódico La Bandera Roja, desplegó un sostenido
esfuerzo para promocionar más allá de los actores sociales entre los que
aquella tenía convocatoria ascendiente la incipiente cultura cívica alrede-
dor del riguroso y puntual cumplimiento de lo estipulado en la legislación
sobre registro civil, bajo la expectativa de que no obstante las condiciones
y circunstancias propiciadas por la Guerra de Reforma, se generalizara en
un tiempo razonable la concurrencia de individuos de todos los segmentos
socioeconómicos a esas dependencias para la inscripción de nacimientos,
matrimonios y defunciones. Sin embargo, el ambiente de efervescencia y
crispación social persistentes dieron al traste con esta campaña desde muy
pronto.25
Al concluir la Guerra de Reforma, el clima de polarización y tensión
política y social persistió en el estado de Michoacán. Un reflejo de ello fue-
ron eventos de alto impacto, como el secuestro en su finca de campo en el
valle de Maravatío, de don Melchor Ocampo, y su posterior asesinato, el 3
de junio de 1861, en las inmediaciones de Tepejí del Río. El magnicidio se
atribuyó a los grupos conservadores, que señalaban a este personaje como
activo partícipe en la elaboración de las Leyes de Reforma por su cercanía
con el presidente Benito Juárez, y presunto autor material de las alusivas al
22
AGRCEMO, municipio de Codallos, libro de matrimonios, años 1860-1861, f. 1-9v
23
AGRCEMO, municipio de Angamacutiro, libro de matrimonios, años 1860-1861, f. 1.
24
AGRCEMO, municipio de Contepec, libros de matrimonios y nacimientos, años 1860-1861.
25
Pineda Soto, Adriana, Registro de la prensa política michoacana. Siglo XIX, Morelia, Univer-
sidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo-Universidad de Guadalajara-Consejo Nacio-
nal de Ciencia y Tecnología, 2004, pp. 114-119.

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LA INSTAURACIÓN E INICIAL FUNCIONAMIENTO DEL REGISTRO CIVIL... 13

registro y matrimonio civil.26 Bajo ese escenario, en al menos un tercio de


las municipalidades entonces existentes en la entidad no fue posible la ins-
tauración de las respectivas oficinas del registro civil.
Esta situación estuvo muy presente en el balance general y en el ánimo
del general Epitacio Huerta a la hora de rendir cuentas sobre su actuación
con facultades extraordinarias al frente de la administración estatal. En tér-
minos generales valoró como positiva la labor desplegada para concretar el
paquete de Leyes de Reforma, incluido el funcionamiento del registro civil,
que instituyó el gobierno juarista. Sin embargo, con respecto de esto último,
consignó que “en un solo punto he encontrado grandes resistencias y es el
relativo a matrimonios civiles, pues las falsas ideas con que se ha extravia-
do a la opinión pública sobre esta materia le da inmensas ventajas al clero
sobre la ley”.27

III. Conclusiones

El proceso de creación e implementación del registro civil en el estado de


Michoacán ocurrió bajo condiciones y circunstancias excepcionales, justo
cuando se libraba uno de los conflictos civiles más sangrientos de la historia
local y nacional. La creación de la legislación en la materia fue producto de
la decisión cupular del liderazgo del Partido Liberal, y se le identificó en el
conjunto del paquete de Leyes de Reforma implementado, como parte del es-
fuerzo tendiente a diluir tanto la omnipresencia de la Iglesia católica como de
la disponibilidad de recursos y de la capacidad operativa de sus antagonistas
conservadores en los escenarios políticos y los campos de batalla.
Bajo este escenario, y en congruencia con su postura ampliamente beli-
gerante en esta coyuntura, la administración estatal a cargo del general Epi-
tacio Huerta tuvo en la implementación del Registro Civil un instrumento
a modo para golpear desde el terreno legal a sus antagonistas clericales y
conservadores, que de manera abierta repudiaban a la nueva institución.
Ello explica la especial dedicación y canalización de recursos, en medio de
la precariedad material que se vivía, para priorizar la instalación y pronto
funcionamiento de las oficinas locales de rigor, a cargo de jueces que prove-
nían de la facción liberal.

26
Arreola Cortés, Cortés, Obras completas de don Melchor Ocampo, t. I. La obra científica y
literaria, selección de textos, prólogo y notas de..., Morelia, Comité Editorial del Gobierno de
Michoacán, 1985, t. I, pp. 79-87.
27
Huerta, Memoria, p. 61.

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14 RAMÓN ALONSO PÉREZ ESCUTIA

A pesar de las condiciones que generó el desarrollo de la Guerra de


Reforma en Michoacán, las autoridades estatales, con la colaboración de los
ayuntamientos de filiación liberal, lograron la instalación de un número
significativo de oficinas del Registro Civil. Por el contenido de la documen-
tación del periodo 1859-1860, se pude presumir que el exhorto a la ciu-
dadanía para cumplir con la legislación en la materia tuvo una respuesta
inicial endeble, propiciada en gran medida por la campaña de rumores y de
denuesto hacia la nueva institución que se le ha atribuido a la Iglesia cató-
lica y sus aliados sociales de aquel entonces, lo que inhibió el ánimo de los
individuos dispuestos a cumplir con estas obligaciones.
Bajo estas circunstancias, los funcionarios estatales, principalmente los
prefectos, debieron recurrir a diversas acciones de coacción individual y
colectiva para hacer cumplir la legislación sobre el Registro Civil, por lo
que además de amagar con imponer multas pecuniarias se echó mano de
la estructura clientelar creada al interior de las fuerzas armadas de filiación
liberal para concretar los primeros matrimonios civiles en Michoacán. Ello
lo corrobora el hecho de que una buena parte de los contrayentes declara-
ron en su momento dedicares a labores de tropa y/o de la oficialidad de esa
facción militar. Sin embargo, en una apreciación de conjunto, persistió la
resistencia del grueso de la población a atender las responsabilidades que
conllevaba la creación del Registro Civil, lo que sólo se diluiría hasta muy
avanzado el porfiriato.

IV. Fuentes de información

Documentales

Archivo General del Registro Civil del Estado de Michoacán de Ocampo


(AGRCEMO).

Hemerografía

La Bandera Roja. Periódico Semi-oficial del Estado de Michoacán, Morelia, enero-


agosto de 1859.

Bibliografía

Arreola Cortés, Raúl, Epitacio Huerta, soldado y estadista liberal, Morelia,


Gobierno del Estado de Michoacán, 1979.

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LA INSTAURACIÓN E INICIAL FUNCIONAMIENTO DEL REGISTRO CIVIL... 15

Arreola Cortés, Raúl, Obras completas de don Melchor Ocampo, tomo I. La


obra científica y literaria, selección de textos, prólogo y notas de..., Morelia,
Comité Editorial del Gobierno de Michoacán, 1985, t. I.
Barbosa, Manuel, Apuntes para la historia de Michoacán, Morelia, Imprenta de
la Escuela Industrial Militar “Porfirio Díaz”, 1906.
Heredia Pacheco, Tzutzuqui y Pérez Escutia, Ramón Alonso, La evo-
lución de la comarca histórica en México. El caso de Ucareo, Michoacán. De la época
prehispánica al ocaso del municipio, Morelia, Universidad Michoacana San Ni-
colás de Hidalgo, 2018.
Huerta, Epitacio, Memoria en que el C. general... dio cuenta al Congreso del Estado
del uso que hizo de las facultades con que estuvo investido de su administración dictato-
rial que comenzó el 15 de febrero de 1858 y terminó el 1 de mayo de 1861, Morelia,
Imprenta de Ignacio Arango, 1861.
Pineda Soto, Adriana, Registro de la prensa política michoacana. Siglo XIX, Mo-
relia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo-Universidad de
Guadalajara-Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, 2004.
Tena Ramírez, Felipe, Leyes fundamentales de México, 1808-2005, dirección y
efemérides de..., 24a., México, Porrúa, 2005.
Torres, Mariano de Jesús, Diccionario histórico, biográfico, geográfico estadístico
zoológico, botánico y mineralógico de Michoacán, Morelia, imprenta particular
del autor, 1915, t. III.

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HISTORIA PARA EL DERECHO


APORTES PARA LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICO-JURÍDICA
DURANTE EL PERIODO DE REFORMA (1854-1874)

Miguel Ángel García Olivo*

Sumario: I. Historia y derecho. II. El historiador del derecho. III. Méto-


dos para la interpretación de la historia del derecho. IV. Importancia históri-
co-jurídica del periodo de Reforma. V. Bibliografía.

I. Historia y derecho

Los hechos considerados como históricos trascienden hacia el presente y fu-


turo de las sociedades e influyen en su identidad, y reafirman o chocan al
mismo tiempo con el sistema de creencias y valores que definen sus rasgos.
Las interpretaciones a los hechos históricos construidas desde distintos enfo-
ques temporales, valores, percepciones, prejuicios e ideologías terminan por
deconstruir o reconstruir los propios hechos hacia una aprehensión desde el
contexto en que se interpretan, incluso añadiéndose a formar parte del hecho
histórico sin serlo, ya que la interpretación histórica se suma a la trascenden-
cia de los hechos.
Por su parte, los hechos jurídicos también forman parte del catálogo de
eventos de la historia en general, por lo que son susceptibles de estudiarse a
través de la disciplina de la historia, en este caso la historia del derecho. Por
ello, es de suma importancia conocer los eventos que definen la historia, y
en ella enmarcar la trascendencia del fenómeno jurídico, delimitado y com-
prendido en el devenir de la historia del hombre; de lo contrario, construir
una narrativa de la historia del derecho sin el apoyo de la historia general
sería un sinsentido que imposibilitaría verificar la trascendencia del fenóme-
no jurídico en el plano de la historia de las sociedades.
*
Técnico académico, Instituto de Investigaciones Jurídicas, Universidad Nacional Au-
tónoma de México.

17

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18 MIGUEL ÁNGEL GARCÍA OLIVO

Aislar al derecho hacia un análisis histórico permite agudizar los enfo-


ques y facilitar su estudio para visibilizar con mayor claridad la influencia
del fenómeno jurídico en la historia de las sociedades. Dicho esfuerzo se
realiza empleando fuentes históricas precisas y aplicando métodos que de-
limitan el quehacer de observación e interpretación. En la actualidad, al
utilizar metodologías particulares para el estudio de la historia del derecho,
el fenómeno jurídico se limpia de las cargas emotivas de la historia, que per-
miten interpretarlo con un mayor grado de objetividad, sin dejar de lado las
piezas emotivas (las piezas políticas, sociales y culturales) que conforman el
engranaje histórico.
Quien se dedica al estudio de la historia del derecho sabe lo relevante
de su oficio, por lo que busca darle sentido a su aportación, teniendo como
consideración principal que la médula de sus estudios son la transforma-
ción y evolución del fenómeno jurídico, que se manifiesta como un rasgo
muy característico de las sociedades, pues sus sistemas jurídicos son muy
genuinos e inherentes a la propia forma de organizarse, incluso aunque
aparezcan recepciones jurídicas de un sistema jurídico a otro transmiten sus
respuestas a las necesidades de justicia de una sociedad en particular.
Como apunta Coig,1 el fenómeno jurídico (el derecho) es expresión
de la cultura nacional; asimismo, tiene su propia evolución orgánica en
determinadas ideas, intrínsecas en el espíritu del pueblo, que encuentran
una vigencia en el tiempo, en el espacio y en sus propias necesidades so-
ciales y deja vestigios (fuentes de diversa índole) muy marcados para su
estudio.
Así, considerando lo mencionado por Coig, el estudio de la historia del
derecho debe mostrar a flor de piel las aportaciones históricas en materia
jurídica que han hecho las diversas sociedades y civilizaciones de acuerdo
con el espíritu de sus pueblos, con objeto de compararlos y aprender de ellos
en beneficio de mejores leyes, interpretaciones y comprensiones del propio
devenir histórico para el entendimiento del presente.
Por ello, se puede señalar que la historia del derecho es la disciplina que
estudia de manera sistemática, crítica e interpretativa los fenómenos jurídi-
cos del pasado que han tenido verdadera importancia y trascendencia en la
sociedad.2

1
Coig, Helmut, Las tareas del historiador del derecho (reflexiones metodológicas), Sevilla, Univer-
sidad de Sevilla, 1977, pp. 11 y 12.
2
Soberanes Fernández, José Luis, Historia del derecho mexicano, 16a. ed. México, Porrúa,
2017, p. 2.

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HISTORIA PARA EL DERECHO... 19

II. El historiador del derecho

El historiador del derecho, al realizar el ejercicio de observación, estudio y


narración de su objeto de estudio, se plantea hipótesis predeterminadas por
sus conocimientos, afectos y prejuicios desde la temporalidad y el contexto
en que analiza las fuentes y hechos históricos. Su quehacer es el de narrar,
relacionar y explicar los hechos a partir de las fuentes que tiene disponibles,
y el de rescatar de ellas el dato que sirva para su narración, haciendo incluso
un ejercicio de delimitación y discriminación de aquellos que no le sean útiles
o pertinentes para la comprobación de la hipótesis que se planteó en un prin-
cipio. Por esta razón, el historiador del derecho, antes de iniciar su estudio
debe plantearse hipótesis que encuentren un sustento en preguntas de inves-
tigación que faciliten la obtención de respuestas previas y que le permitan ve-
rificar o negar sus propios planteamientos hipotéticos. Para cumplir con sus
objetivos, es necesario que el historiador del derecho también se encuentre
abierto a auxiliarse de otras disciplinas y lenguajes que, aplicados al análisis
de sus fuentes, le permitan obtener resultados enriquecedores. En este ejer-
cicio, el historiador del derecho debe poner en práctica sus conocimientos
jurídicos y sus conocimientos sobre los grandes episodios de la historia en
general, no solo aplicados a un ámbito contextual, sino también explicativo.
Por otra parte, debe ser precavido en no apoyarse en falsas interpreta-
ciones o incurrir en juicios de valor que lo lleven a ensalzar personajes his-
tóricos o hechos en los que su narración tome un desvío y tienda a sesgarse.
Tampoco se trata de que eluda las valoraciones, ya que tiene que pronun-
ciarse sobre una situación técnica o evolutiva de los acontecimientos histó-
ricos y del derecho, pero previo a ello debió investigar y comparar fuentes
históricas, además de emplear el rigor metodológico que se haya propuesto
y que lo lleven a resultados esperados. Solo con ello podrá argumentar y
plantear juicios en los que se pronuncie con firmeza para determinar si el
fenómeno jurídico cumplió o trascendió en la sociedad.3 Retomando de
nuevo a Coig,

el historiador del derecho no debe exponer ningún juicio de valor sin formu-
lar claramente el criterio que lo apoya. Siempre que establezca valoraciones
de ningún modo puede quedar dispensado de la correspondiente prueba de
lo que afirma. Por lo que debe aducir una prueba auténtica para el juicio
de valor como para la verificación de los hechos.4

3
Coig, op. cit., nota 1, pp. 97-99.
4
Ibidem, p.100.

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20 MIGUEL ÁNGEL GARCÍA OLIVO

III. Métodos para la interpretación


de la historia del derecho

Si bien es cierto que para hacer historia del derecho los estudiosos de la dis-
ciplina no deben reunir atributos individuales especiales, más que aquellos
que los motiven por su propio interés en el conocimiento de los hechos del
pasado en los que el derecho se encuentre involucrado, también es cierto que
deben apoyarse y aplicar métodos de análisis que lleven a la reconstrucción
de los hechos jurídicos y a su interpretación de forma objetiva hacia el mayor
apego posible en la reconstrucción del evento. El ideal por acercarse a este
punto es casi imposible, pero el esfuerzo sí puede acercar al estudioso a engar-
zar diversos escenarios y eventos que, una vez unidos, den una explicación y
comprensión congruente de nuestro presente.
Para el quehacer histórico del derecho, el estudioso inicia, como ya se
apuntó, planteándose hipótesis y preguntas previas; aunado a ello, debe
aplicar un método empírico de simplificación y delimitación que, dentro
de toda la vasta historia, le permita decantar y extraer el fenómeno jurí-
dico que le interesa analizar a la luz de los hechos del pasado, seleccionar
las fuentes, discriminarlas y engarzarlas con una calificación de los hechos
trascendentes y relevantes para sus propósitos de investigación. Ello impli-
cará resaltar los rasgos esenciales del derecho hacia el pasado, como son: la
vigencia de las normas, el impacto y la coerción de la norma en determina-
da comunidad, y los efectos de la aplicación de la norma para una realidad
social en espacio y tiempo.5
El historiador se encarga de reunir la evidencia de los hechos ocurridos
en el pasado que se relacionen con el fenómeno jurídico a estudiar, hechos
que encontrarán un sustento en el planteamiento teórico propuesto desde un
inicio. Con la aplicación de técnicas y el manejo sistemático de su informa-
ción, el estudioso podrá analizar los datos históricos obtenidos que le permi-
tirán construir sus narraciones y explicaciones en torno a las interrogantes
planteadas. Al historiador del derecho no solo le bastará con describir los
hechos y los datos obtenidos de acuerdo con una secuencia cronológica, sino
que deberá realizar la interpretación histórica evolutiva de los hechos.
Para hallar la solución a sus planteamientos hipotéticos, el historiador
puede apoyarse de métodos que lo lleven a ordenar la información y datos
que vaya recabando; para esta tarea, el método de la heurística le permite

5
Ledesma Uribe, José de Jesús, “La importancia del derecho en la formación del juris-
ta”, en Soberanes Fernández, José Luis (coord.), Historia del derecho. X Congreso de Historia del
Derecho Mexicano, t. III, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2016, p. 28.

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HISTORIA PARA EL DERECHO... 21

agrupar y ordenar los documentos, así como las fuentes jurídicas que consi-
dere como primarias y secundarias.
Otro método que puede ser útil al historiador del derecho es del criti-
cismo, que mediante la calificación de sus fuentes puede ponderarlas para
situarlas en el lugar idóneo de su narración, al tiempo que cumple con dar
respuestas a sus interrogantes, en especial aquellas enfocadas en determinar
su confiabilidad, a través de su emisor, el periodo de tiempo en que fue pro-
ducido el evento, la razón por la que se produjo, el sentido que le puede dar
a su narración y el análisis del contexto en que se produce.
Para el historiador del derecho, desde luego, son de suma importancia
sus “fuentes jurídicas” para la aplicación de cualquiera de los métodos. Ma-
ría del Refugio González señala que tradicionalmente las fuentes histórico-
jurídicas son: las normas jurídicas, la costumbre, la doctrina jurídica, la
jurisprudencia, las sentencias de los jueces, los tratados, los contratos, las
resoluciones administrativas y los testamentos. Asimismo, destaca que de
todas las fuentes enunciadas, algunas —y no todas—– han tenido especial
relevancia para los historiadores en determinadas épocas de la historia, y en
determinados episodios de la historia, documentos como los tratados o las
resoluciones de los jueces han tenido especial importancia para sus narra-
ciones. Para ello, desde luego, ha sido importante conocer el funcionamien-
to y la dinámica del sistema jurídico de las diversas etapas históricas.6
En la actualidad, más allá del análisis de las fuentes jurídicas tradiciona-
les, el historiador del derecho debe considerar los vestigios que arrojen las
diversas prácticas jurídicas, que en términos otológicos pueden apoyar en la
verificación de la intencionalidad de la norma y los hechos. Estas prácticas
propuestas por filósofos del derecho como Scott Shapiro se han organizado
en tres categorías,7 como son: 1) las prácticas ejecutadas por funcionarios
del Estado que crean las normas; 2) las prácticas realizadas por jueces y
funcionarios del Estado que aplican las normas; 3) las prácticas llevadas a
cabo por los destinatarios de las normas en términos de su obediencia por
la ley. Estas prácticas analizadas de forma interconectada y con la aplica-
ción de técnicas cualitativas y cuantitativas pueden facilitar y enriquecer los
hallazgos para la historia del derecho, trayendo consigo profundidad en el
conocimiento histórico y una mejor contextualización.

6
González, María del Refugio (comp.), “Estudio introductorio”, en Historia del derecho
(historiografía y metodología). Antologías Universitarias, México, Instituto Mora-Universidad Autó-
noma Metropolitana, 1992, p. 20.
7
Bernal Pulido, Carlos, “Estudio introductorio”, en Alexy, Robert, El concepto y naturaleza
del Derecho, Madrid, Marcial Pons, 2008, p. 26.

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22 MIGUEL ÁNGEL GARCÍA OLIVO

IV. Importancia histórico-jurídica


del periodo de Reforma

En estas Jornadas, queremos destacar la importancia que tiene para el de-


recho el periodo de Reforma (1854-1874), que va más allá de su conmemo-
ración, pues la intención también se centra en reflexionar y hacer el recor-
datorio pertinente sobre la construcción y vinculación que tiene el derecho
con la historia, con el propósito de dar entendimiento a nuestro presente, y
reaprender de nuestras experiencias, como nación en el reconocimiento de
nuestras diferencias como sociedad.
Atraer el leitmotiv de la historia del derecho en este trabajo puede re-
sultar inútil para el estudioso del tema; sin embargo, puede servirle como
recordatorio, y le encontrará mayor utilidad aquel quien no es experto del
tema, pues de las reflexiones hechas al inicio de este trabajo el lector podrá
visualizar y articular tan solo una idea sobre la construcción de los textos
históricos, las narraciones, las biografías y los documentos provenientes del
oficio del historiador del derecho. En este sentido, es oportuno recordar y
reflexionar sobre la importancia que tiene el periodo de Reforma para el
derecho nacional.
El producto más tangible y apasionante para el historiador del derecho
durante el periodo de Reforma, desde luego, son sus leyes, que han trascen-
dido en nuestro constitucionalismo y han definido los valores que conforman
nuestra colectividad como nación. Muchos historiadores han calificado al
periodo como el punto de quiebre en el que el proceso de independencia
encontró su maduración, pues, reflejada en el constitucionalismo del siglo
XIX y sus leyes, se reconocieron principios y derechos que la propia inde-
pendencia no terminó por consumar. Su expresión sustentó el constitucio-
nalismo del siglo XX, y en la actualidad el del siglo XXI a través de los prin-
cipios de igualdad, protección a los grupos indígenas, la instrucción pública,
la separación entre el Estado y la Iglesia, el sentido republicano de gober-
nar, la educación universitaria y laica, y las múltiples instituciones de la par-
te dogmática y orgánica que conforman hoy en día nuestra Constitución.8
La leyes de reforma, expedidas bajo los siguientes decretos: Decreto
por el que se expide la Ley de Nacionalización de los bienes eclesiásticos y
de separación de la Iglesia y el Estado de 1859, Reglamento para el cum-
plimiento de la Ley de Nacionalización de 1859, Decreto que establece el

8
Benítez Treviño, Humberto, Benito Juárez y la trascendencia de las Leyes de Reforma, 2a. ed.,
México, Gobierno del Estado de México, Universidad Autónoma del Estado de México,
2008, p. 44.

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HISTORIA PARA EL DERECHO... 23

matrimonio civil de 1859, Decreto del Registro Civil de 1859, Decreto en


el que se declara el cese de toda intervención del clero en los cementerios
y camposantos de 1859, Decreto en el que se declaran los días que deben
tenerse como festivos y la prohibición de asistencia oficial a las funciones de
la Iglesia de 1859, Decreto sobre la libertad de cultos de 1860, Decreto del
gobierno por el que quedan secularizados los hospitales y establecimientos
de beneficencia de 1861, Decreto por el que se extinguen en toda la Re-
pública las comunidades religiosas de 1863, además de la conclusión de la
guerra de Reforma, la presidencia de Juárez y la influencia de los episodios
intervencionistas durante el periodo de Reforma, sirvieron en su conjunto
para que la historia del derecho en México tomara diversos derroteros en
sus objetos de investigación.
Como ejemplo de esta diversidad de enfoques de investigación se puede
señalar que gran parte de los estudios históricos sobre el periodo de Re-
forma han consistido preponderantemente en analizar los efectos políticos,
sociales, económicos y anecdóticos de dicha etapa.
En este sentido, siendo importante para la historia del derecho el aná-
lisis de las normas que tuvieron efectos en el pasado, las leyes de Reforma
son un ejemplo de dicha importancia, ya que tuvieron repercusiones pro-
fundas en diversos ámbitos de la vida nacional, que en esencia pueden con-
siderarse, como bien apunta Adriana Terán,9 como la culminación de un
proyecto reformista que se venía intentando desde la independencia, y que
tenía como propósito mermar el poderío de la Iglesia en aspectos como la
posesión de riquezas y tierras, así como en la influencia política, conductual
y religiosa de la población, situación que favorecía a la propia Iglesia, y no
al fortalecimiento del Estado y sus instituciones.
El alto impacto político que tuvieron las leyes de Reforma en el Estado
permite analizar y resaltar para la historia del derecho la finura legislati-
va de sus creadores, pues la eficacia y vigencia de ellas perviven de facto
hasta nuestros días. Los análisis objetivamente jurídicos permiten destacar
que las leyes de Reforma no buscaban una modificación en las costumbres
de los mexicanos, sino más bien quitarle el freno al desarrollo institucional
del Estado y no quedarse estancados en una involución legislativa. Las le-
yes marcaron un hito legislativo que influyó en el aspecto organizacional y
funcional del Estado, además de su desenvolvimiento cultural. En la actua-
lidad, los aspectos públicos y religiosos se encuentran perfectamente decan-

9
Terán Enríquez, Adriana, “El contenido moral de las Leyes de Reforma”, en Facultad
de Derecho, Leyes de Reforma. A 150 años de su expedición, México, UNAM, Facultad de Dere-
cho, 2010, p. 61.

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24 MIGUEL ÁNGEL GARCÍA OLIVO

tados en la Constitución y en sus leyes. Actores relevantes de la sociedad los


distinguen y los practican sin objeciones; aunque existan sus excepciones
en las prácticas mediáticas aplicadas por algunos gobernantes, no resultan
del todo trascendentes ante el fuerte legado legislativo de los próceres de la
reforma.
Basta con echar un vistazo y aun despertar sorpresas al revisar que los
aspectos religiosos pueden debatirse con toda libertad públicamente, sin
miedo a ser perseguidos por la forma de pensar o el culto que profesemos.
Al contrario, después de las leyes de Reforma se ha ido moldeando una cul-
tura de civilidad democrática labrada en valores como el respeto al ejercicio
de la libertad y sus límites en caso de transgredir derechos de terceros, el
ejercicio de la libertad religiosa, el respeto a las diferencias, la igualdad ante
la ley y las autoridades, el respeto a la ley, la tolerancia y participación en
los asuntos públicos, el reconocimiento a la pluralidad de la sociedad y el
fomento cooperativo entre los individuos.10
En momentos de crisis o ante las amenazas de los gobernantes con des-
truir el legado de los reformistas mediante el ejercicio de su gobierno, siem-
pre será oportuno destacar la importancia que tiene la historia del derecho,
pues acicatea con el recordatorio de revalorar los beneficios del periodo re-
formatorio, además de estimular a continuar investigando; por ello la guía
y reflexión general de este trabajo del cómo pretender hacer historia del
derecho.

V. Bibliografía

Alexy, Robert, El concepto y naturaleza del derecho, Madrid, Marcial Pons, 2008.
Benítez Treviño, Humberto, Benito Juárez y la trascendencia de las Leyes de
Reforma, 2a. ed., México, Gobierno del Estado de México, Universidad
Autónoma del Estado de México, 2008.
Coig, Helmut, Las tareas del historiador del derecho (reflexiones metodológicas), Sevi-
lla, Universidad de Sevilla, 1977.
Facultad de Derecho, Leyes de Reforma. A 150 años de su expedición, México,
UNAM, Facultad de Derecho, 2010.
González, María del Refugio (comp.), Historia del derecho (historiografía y meto-
dología). Antologías Universitarias, México, Instituto Mora-Universidad Autó-
noma Metropolitana, 1992.

10
Ibidem, pp. 73 y 74.

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HISTORIA PARA EL DERECHO... 25

Soberanes Fernández, José Luis, Historia del derecho mexicano, 16a. ed., Mé-
xico, Porrúa, 2017.
Soberanes Fernández, José Luis (coord.), Historia del derecho. X Congreso de
Historia del Derecho Mexicano, t. III, México, UNAM, Instituto de Investiga-
ciones Jurídicas, 2016.

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JUÁREZ: EXILIO Y REVOLUCIÓN

Alejandro Morales Quintana*

Sumario: I. Introducción. II. Actividad de Juárez. III. Exilio. IV. Retor-


no y revolución. V. Conclusiones. VI. Bibliografía.

I. Introducción

El presente artículo se presenta con propósito de las VI Jornadas de Estudios


sobre la Guerra de Reforma, Intervención Francesa y Segundo Imperio: a 160 años de la
promulgación de las Leyes de Reformas. En específico, este documento tratará so-
bre los años previos a la promulgación de dichas leyes, haciendo énfasis en lo
relativo a la persecución de Juárez como liberal, su tiempo en el exilio en
Nueva Orleáns y su regreso para apoyar la Revolución de Ayutla al lado de
Juan Álvarez, y la integración de un nuevo gabinete presidencial.

II. Actividad de Juárez

Para 1852, Benito Juárez había concluido su mandato como gobernador del
estado de Oaxaca, y fue sustituido por Ignacio Mejía; su separación obedecía
a que había sido designado director del Instituto de Ciencias y Artes, en el
que además fue nombrado profesor de derecho civil, y reanudó el ejercicio
privado de su profesión como abogado, de nuevo para dedicarse a la defensa
de los indígenas en contra de los despojos de que eran víctimas. En sus Apun-
tes para mis hijos, menciona que por estas fechas había estallado el motín de-
nominado “Revolución de Jalisco” contra el orden constitucional existente,1

*
Licenciado en derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México. Actual-
mente estudia la licenciatura en historia y la maestría en derecho por la misma casa de
estudios.
1
Juárez, Benito, Apuntes para mis hijos, México, Fondo de Cultura Económica, 2019, p. 28.

27

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28 ALEJANDRO MORALES QUINTANA

conocido también con el nombre de “Plan del Hospicio”, mediante el cual se


buscó quitar del poder al presidente Mariano Arista y facilitar el retorno de
Antonio López de Santa Anna al poder.
No fue sino hasta un año más tarde, en 1853, cuando Antonio López
de Santa Anna ocupó la presidencia; no obstante, instauró una dictadura
personal en el país, mediante la cual dio lugar a una persecución a aquellos
que considerara sus enemigos políticos,2 uno de ellos, Benito Juárez, a quien
se desterró del país en octubre de 1853. A una semana de haber tomado
Santa Anna posesión de la presidencia, se recrudecieron las persecuciones
contra Juárez en Oaxaca. Ya desde febrero la prensa capitalina anunciaba
que se había dispuesto desterrar a Chiapas a varias personas respetables,
entre las que se encontraban Benito Juárez y Luis Fernández del Campo,
ambos exgobernadores.3 Así, Juárez, en sus Apuntes, narra:4

El día 25 de mayo de 1853 volví al pueblo de Ixtlán, a donde fui a promover


una diligencia judicial en ejercicio de mi profesión. El día 27 del mismo mes
fui a la villa Etla, distante cuatro leguas de la ciudad, a producir una informa-
ción de testigos a favor del pueblo de Tecocuilco, y estando en esta operación,
como a las doce del día, llegó un “piquete” de tropa armada a aprehenderme
y a las dos horas se me entregó mi pasaporte con la orden en que se me con-
finaba a la villa de Jalapa del estado de Veracruz.

A partir de este momento, el político oaxaqueño inicia una travesía, que


culminará con su exilio fuera de la república.

III. Exilio

El 28 de mayo, Benito Juárez salió escoltado junto con Manuel Ruiz y Fran-
cisco Rincón, quienes serían enviados a otros puntos fuera del estado de Oa-
xaca. El 4 de junio llegó a Tehuacán, población en la que se le retiró la es-
colta; en este punto Juárez aprovechó para enviar una representación contra
la orden que se dictó en su contra, la que consideraba injusta. Finalmente, el
25 de junio llegó a Jalapa, ciudad en la cual habría de permanecer 75 días,

2
Al respecto, Carmen Vázquez narra que la persecución que Santa Anna orquestó con-
tra sus enemigos políticos no tuvo límite. Ya desde antes de tomar posesión de la presidencia
quiso limpiar el terreno: por ningún motivo permitiría nada que estuviera en contra del
orden establecido. Véase Vázquez Mantecón, Carmen, Santa Anna y la encrucijada del Estado.
La dictadura: 1853-1855, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 218.
3
Ibidem, p. 219.
4
Juárez, Benito, op. cit., p. 30.

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JUÁREZ: EXILIO Y REVOLUCIÓN 29

periodo en el que estuvo vigilado por el gobierno del general Santa Anna, tal
como él mismo lo asentó:
No me perdió de vista ni me dejó vivir en paz, pues a los pocos días de mi
llegada allí recibí una orden para ir a Jonacatepec del estado de México,
dándose por motivo de esta variación el que yo había ido a Jalapa desobede-
ciendo la orden del gobierno que me destinaba al citado Jonacatepec. Solo
era esto un pretexto para mortificarme porque el pasaporte y orden que se
me entregaron en Oaxaca decían terminantemente que Jalapa era el punto
de mi confinamiento.5

La incertidumbre, podemos afirmar, estaba presente en Juárez, pues


en el momento en que se disponía a salir hacia Jonacatepec recibió una
nueva orden: ir al castillo de Perote; sin embargo, antes de salir de Jalapa,
nuevamente le comunicaron que debía partir a Huamantla en el estado de
Puebla.
Preparando su viaje fue aprehendido por José Santa Anna, hijo del dic-
tador, y conducido al cuartel de San José, de donde se le trasladó al cuartel
de San Juan de Ulúa, a donde llegó el 29 de septiembre de 1853. Estando
en las mazmorras de esta prisión, el 9 de octubre6 se le hizo saber sobre su
orden de destierro a Europa. Juárez, que se encontraba enfermo, argumen-
tó que cumpliría el precepto una vez que estuviera aliviado; no obstante, se
le informó que tenían indicaciones superiores para que se embarcara ese
mismo día en el paquete inglés Avon. Cuatro días más tarde arribó a La Ha-
bana, Cuba, en donde, con el permiso del capitán general Cañedo, perma-
neció hasta el 18 de diciembre, día en que partió rumbo a Nueva Orleáns,
Estados Unidos, puerto al que llegó el 29 del mismo mes.
Esta salida de México causó gran desesperación en Benito Juárez debi-
do a que carecía de medios económicos, no solo para su subsistencia, sino
fundamentalmente para sostener a su esposa y sus hijos. En La Habana,
recibió algo de dinero, si bien no conocemos la cantidad, esta fue suficiente
para pagar su traslado a Nueva Orleáns. Por su parte, su esposa, Margarita
Maza, decidió abrir un tendajón en Etla, Oaxaca, de cuyos ingresos pudie-
ron mantenerse ella y sus hijos.
5
Idem.
6
Cabe destacar que Juárez, en sus Apuntes, expresa que el mismo 9 de octubre se embar-
có y llegó a La Habana, Cuba; sin embargo, Jorge L. Tamayo, en sus notas a los Documentos,
discursos y correspondencia de Benito Juárez, destaca que a pesar de embarcarse el 9 de octubre
de 1853, el barco hizo escala en Campeche el 11, pero las autoridades municipales vigila-
ron a los liberales locales para impedir se comunicaran con Juárez. Véase Juárez, Benito,
Documentos, discursos y correspondencia, selección de Jorge L. Tamayo, México, Secretaría del
Patrimonio Cultural, 1964, t. II, p. 7.

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30 ALEJANDRO MORALES QUINTANA

Nueva Orleáns representó una gran oportunidad para Juárez, ya que


no era el único mexicano exiliado en esa ciudad, sino que encontró una
colonia de proscritos mexicanos, y que el régimen santanista había arrojado
del suelo patrio; esto, debido a que la mayoría de los que ahí residían per-
tenecían al partido liberal, por lo que habían sido exiliados de México por
Antonio López de Santa Anna.
Fue en este lugar en donde conoció a connotados políticos, como Mel-
chor Ocampo, exgobernador de Michoacán, Ponciano Arriaga, José María
Mata y Pedro Santacilia. Como medio de subsistencia, tanto Juárez como sus
amigos trabajaron en la industria del tabaco torciendo puros; se dice que en
estos momentos Juárez y sus conocidos aprovechaban el tiempo para platicar
sobre México y las reformas que la nación necesitaba de manera urgente.7
Si hay algo cierto en esto, es que a todos estos personajes los unía el re-
sentimiento a la administración personalista de López de Santa Anna y la
conciencia de la necesidad de establecer un gobierno liberal. Por ello, una
vez que estalló la Revolución de Ayutla organizaron en Brownsville, Texas,
la Junta Revolucionaria de Brownsville.8
A este respecto, es posible consultar la carta que enviaron Benito Juárez,
José María Mata y José María Gómez dirigida a Melchor Ocampo y Pon-
ciano Arriaga,9 misiva fechada el 28 de febrero de 1855, en la que expresan
sus deseos de cooperar al triunfo de la guerra que habían emprendido sus
compatriotas para destruir la ominosa dominación del general Santa Anna.
Asimismo, expresaron sus intenciones de trasladarse al campo de la revolu-
ción y prestar los servicios que estuvieron a su alcance.
Ralph Roeder narra una anécdota de la estancia de Juárez en Nueva
Orleans, en la que nos permite saber que éste no sólo se dedicaba a la in-
dustria del tabaco, sino también a reforzar sus conocimientos en derecho,
así como a la planeación política para su retorno a México:

Fue invitado por un tribunal norteamericano a opinar sobre un pleito relativo


a la adjudicación de terrenos en California, tomó asiento con los magistrados
y prestó sus luces a la Corte: día fausto para sus amigos, ya que —según uno
de ellos— la Corte acogió su opinión con aprobación unánime y el consul-
tante fue fervorosamente elogiado y favorecido con mil atenciones, como lo
merecía en lo personal.10
7
Ibidem, pp. 30 y 31.
8
Galeana, Patricia, Juárez en la historia de México, México, Cámara de Diputados-Miguel
Ángel Porrúa, 2006, p. 29.
9
Juárez, Benito, Documento…, cit., p. 25.
10
Roeder, Ralph, Juárez y su México, 2a. ed., México, Secretaría de Educación Pública,
1958, t. I, p. 157.

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JUÁREZ: EXILIO Y REVOLUCIÓN 31

Mientras tanto, en marzo de 1854 en México dio inicio la Revolución


de Ayutla, que se declaraba en contra del gobierno de López de Santa
Anna; dicho movimiento era comandado por un antiguo militar veterano
de la guerra de independencia, el general Juan Álvarez, quien se encontraba
acompañado de Ignacio Comonfort como principal ideólogo y autor mate-
rial de dicho plan.
Para este momento, Ocampo se había mudado a Brownsville, y Juárez
permaneció en Nueva Orleáns, pasando a ocupar las habitaciones que ante-
riormente habían ocupado el antiguo gobernador de Michoacán y su hija, y
de lo cual queda testimonio a través de las cartas que ambos se enviaron, en
las cuales destacan, principalmente, las noticias que recibían sobre la revo-
lución. Charles Allen Smart resalta una comunicación del 28 de febrero de
1855, en la que Juárez insta a Ocampo a trasladarse al puerto de Acapulco;
le dice que los hombres capacitados y de reputación intachable deben dar el
ejemplo: “La presencia de usted y de nuestro amigo Arriaga en el teatro de
la revolución será suficiente para levantar el espíritu del público”.11
Las misivas continuaron, y Ocampo y Arriaga contestaron a Juárez, el
21 de marzo de 1855, que se trasladarían a Acapulco tan pronto como les
fuera posible, debido a que el primero se encontraba enfermo.

IV. Retorno y revolución

Mediante estas comunicaciones podemos ver la intención de Benito Juárez,


y el resto de los liberales exiliados, de incorporarse a la lucha, a la par que
planeaban su retorno al país por distintas rutas. Así, nuestro protagonista
buscó la forma de regresar a México en compañía de, entre otros, Melchor
Ocampo, Ponciano Arriaga y José María Mata; estos se dirigieron a la fron-
tera de Tamaulipas; no obstante, Juárez optó por ingresar a la República por
el puerto de Acapulco,12 pasando por La Habana y Panamá; tal y como él lo
dice en sus Apuntes:

Viví en esta ciudad (Nueva Orleáns) hasta el 20 de junio de 1855 en que salí
para Acapulco a prestar mis servicios en la campaña que los generales don
Juan Álvarez y don Ignacio Comonfort dirigían contra el poder tiránico de
don Antonio López de Santa Anna. Hice el viaje por La Habana y el Istmo

11
Allen Smart, Charles, Juárez, 4a. ed., México, Grijalbo, 1972, p. 132.
12
A este respecto, la Junta Revolucionaria de Brownsville, en comunicación del 13 de
junio de 1855, determinó expedirle a Benito Juárez una letra de cambio por valor de 250
pesos para facilitar su marcha a Acapulco. Véase Juárez, Benito, Documentos…, cit., p. 40.

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32 ALEJANDRO MORALES QUINTANA

de Panamá y llegué al puerto de Acapulco a finales del mes de julio. Lo que


me determinó a tomar esta resolución fue la orden que dio Santa Anna de
que los desterrados no podrían volver a la república sin prestar previamente
la protesta de sumisión y obediencia al poder tiránico que ejercía en el país.13

Una vez que atravesó el istmo de Panamá, se embarcó en el buque


chileno Flor de Santiago, que tenía como destino San Francisco, California,
no sin antes hacer escalas en Puntarenas, Costa Rica; Corinto, Nicaragua;
Amapala, Honduras; La Unión, El Salvador; San José, Guatemala y, por
último, Acapulco.
Cuando Juárez llegó al puerto, fue recibido por el coronel Diego Ál-
varez ante la ausencia del general, su padre, y a quien le manifestó que sa-
biendo que ahí se peleaba por la libertad, había venido a ver en qué podía
ser útil; el voluntario fue acogido sin otra investigación, y horas más tarde
fue llevado al campamento, donde el coronel lo presentó con su padre como
recluta casual.14
En Acapulco, Juárez mantuvo un perfil discreto, y llegó a vestir incluso
con el calzón blanco de manta y huaraches típicos de los soldados surianos,
tal como lo dice el coronel Diego Álvarez:

Ocioso es decir que estando nosotros desprovistos de ropa para el recién lle-
gado, no sabíamos qué hacer para remediar la ingente necesidad que sobre él
pesaba; hubo de usar el vestuario de nuestros pobres soldados, eso es, calzón
y cotón de manta, agregando un cobertor de la cama del señor mi padre y su
refacción de botines, con lo que, y una cajilla de buenos cigarros, se entonó
admirablemente.15

A Juárez se le encomendó la redacción de cartas de poca importancia,


las que contestaba y presentaba a firma con modestia. En una ocasión,
mientras se encontraba cumpliendo con sus deberes, llegó un correo al cam-
pamento dirigido al licenciado don Benito Juárez; inmediatamente Álvarez
reconoció que se trataba de quien había sido gobernador de Oaxaca, y lo
nombró su secretario.
No fue sino hasta agosto de 1855 cuando llegó la noticia a Acapulco de
que López de Santa Anna había abandonado el poder y salió fuera de la
República, y que la guarnición de la Ciudad de México había secundado al
Plan de Ayutla; como encargado de la presidencia quedó Martín Carrera.

13
Juárez, Benito, Apuntes…, cit., p. 31.
14
Roeder, Ralph, op. cit., p. 163.
15
Idem.

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JUÁREZ: EXILIO Y REVOLUCIÓN 33

En Iguala, Juan Álvarez expidió un manifiesto a la nación; en él comenzó


a poner en práctica las prevenciones del plan revolucionario y nombó un
consejo compuesto de un representante por cada uno de los estados de la
República; para tal efecto, Juárez lo fue por el estado de Oaxaca. Dicho
consejo se instaló en Cuernavaca, donde los revolucionarios proclamaron a
Juan Álvarez presidente de la República.
Álvarez aprovechó para formar su gabinete;, para ello nombró ministro
de Relaciones Interiores y Exteriores a Melchor Ocampo; de Guerra, a Ig-
nacio Comonfort; de Hacienda, a Guillermo Prieto, y de Justicia e Instruc-
ción Pública, a Benito Juárez; de manera inmediata se expidió la convoca-
toria al Congreso Constituyente.
Juárez menciona que por esos días recibió una comunicación de las
autoridades de Oaxaca, en la que se le informaba del nombramiento que
Martín Carrera había hecho de él como gobernador del estado, por lo mis-
mo, lo invitaban a recibir el mando; sin embargo, al considerar que Carrera
carecía de legitimidad para hacer una designación de tal envergadura, don
Benito contestó que no podía aceptarlo mientras no se realizara por una
autoridad competente.
Este gobierno triunfante se trasladó unos días a la ciudad de Tlalpan y
después a la Ciudad de México, donde se instaló definitivamente.
Para finalizar, Roeder dice que a estos cuatro hombres les tocó la res-
ponsabilidad de realizar la revolución. El Plan de Ayutla era un plan políti-
co-militar limitado al derrocamiento de Santa Anna, a la recuperación de
la libertad y a la convocación de un Congreso liberal para reorganizar al
país.16

V. Conclusiones

Como pudimos ver, Juárez representa un gran impulso para el pensamiento


liberal de su tiempo, que a pesar del exilio y estar alejado de su familia, no
dejó de pelear por sus ideales, ideales, que después podremos ver reflejados
en la promulgación de las Leyes de Reforma, en las cuales tuvo una activa
participación, como posiblemente veamos en el desarrollo de estas Jornadas.
A manera de opinión, considero que el exilio en Juárez representó una
gran oportunidad para sus ideales políticos, no solo por el impulso de re-
gresar al país, sino por la compañía que tuvo durante su estancia en el ex-
tranjero.

16
Ibidem, p. 166.

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34 ALEJANDRO MORALES QUINTANA

Estos personajes que lo acompañaron después tuvieron participaciones


importantes en la vida política del país,y llegaron a destacar en los gabinetes
de los gobiernos posteriores a la Revolución de Ayutla o por las tareas que
desempeñaron en favor del desarrollo de México en la segunda mitad del
siglo XIX, lo que nos permite aventurar que el exilio fungió como la semilla
para sus ideas revolucionarias en México.

VI. Bibliografía

Allen Smart, Charles, Juárez, 4a. ed., México, Grijalbo, 1972.


Galeana, Patricia, Juárez en la historia de México, México, Cámara de Diputa-
dos-Miguel Ángel Porrúa, 2006.
Hamnett, Brian, Juárez, Londres, Longman Group UK Limited, 1994.
Juárez, Benito, Apuntes para mis hijos, México, Fondo de Cultura Económica,
2019.
Juárez, Benito, Documentos, discursos y correspondencia, selección de Jorge L. Ta-
mayo, México, Secretaría del Patrimonio Cultural, 1964, t. II.
Roeder, Ralph, Juárez y su México, 2a. ed., México, Secretaría de Educación
Pública, 1958, t. I.
Vázquez Mantecón, Carmen, Santa Anna y la encrucijada del Estado. La dicta-
dura:1853-1855, México, Fondo de Cultura Económica, 1986.

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EL PLAN DE AYUTLA.
NORMA FUNDAMENTAL DEL ESTADO
MODERNO

Marco Antonio García Pérez*

Sumario: I. El Plan de Ayutla. II. La revolución liberal. III. El con-


cepto de norma fundamental. IV. La Ley Juárez. V. El Estatuto Orgánico
Provisional. VI. Las leyes de secularización del Estado. VII. La Constitución
liberal y la guerra de Reforma. VIII. Las Leyes de Reforma. IX. Conclusio-
nes. X. Bibliografía.

I. El Plan de Ayutla

Durante la última presidencia de Santa Anna, el descontento social por la


política dictatorial aumentó significativamente. La opresión gubernamental,
el cobro excesivo de impuestos,1 la venta de La Mesilla a los Estados Unidos,
la mala distribución de los bienes y la quiebra económica del país tenían
sumido a México en el caos y la tensión. La persecusión obstinada contra los
miembros de la oposición había obligado a personajes como Benito Juárez y
Melchor Ocampo a permanecer en el exilio.
Las fuerzas económicas, sociales y políticas empezaban a alinearse en
contra de la dictadura. Tal fue el ambiente nacional, que las propias fuerzas
armadas iniciaron la revuelta contra el último presidente abiertamente con-
servador de nuestra historia. El 1 de marzo de 1854, en Ayutla, Guerrero,

*
Investigador del Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República. Asesor
jurídico de Ethos, Laboratorio de Políticas Públicas. Miembro del Consejo General de la
Abogacía Mexicana, la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política, la Sociedad Mexi-
cana de Estudios Electorales, y el Ilustre y Nacional Colegio de Abogados de México. Correo
electrónico: [email protected].
1
El ejemplo más evidente era la tributación en función del número de puertas y venta-
nas en las construcciones domésticas.

35

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36 MARCO ANTONIO GARCÍA PÉREZ

un grupo de militares convocados por el general Florencio Villarreal,2 pro-


clamaron un Plan contra el gobierno dictatorial del presidente Santa Anna.
Esta proclama se estructuró en dos apartados: la exposición de motivos
y el programa de acción. En sus nueve declaraciones, el Plan de Ayutla en-
listaba amenazas a las libertades personales y de prensa, excesivas recauda-
ciones y gastos gubernamentales, atentados a la integridad del territorio y
al sistema republicano.3
Consecuentemente, el Plan estipulaba la destitución del presidente San-
ta Anna y sus funcionarios afines; la elección de un presidente interino a
través de un método indirecto; la redacción de un estatuto provisional para
cada estado, bajo el principio del federalismo; la convocatoria a un con-
greso constituyente para instituir una República representativa popular; la
demanda de garantías para el ejército y el comercio exterior, así como la in-
vitación a Nicolás Bravo, Juan Álvarez y Tomás Moreno, para encabezar la
arquitectura legal de la administración pública.4
Tan sólo diez días más tarde, el coronel Florencio Villarreal expuso su
programa a las tropas de la guardia nacional reunidas en San Diego, Aca-
pulco. Tras aprobarlo por unanimidad, se invitó a Ignacio Comonfort a
encargarse de la plaza en cuestión. Comonfort aceptó unirse al movimiento
liberal, siempre que se realizaran cambios al Plan de Ayutla, en el sentido
de que no debería condicionarse al Constituyente a instaurar un régimen
federal; los cambios se aprobarían el mismo día, también por unanimidad.5

II. La revolución liberal

El término revolución puede entenderse como “la modificación violenta de los


fundamentos jurídicos de un Estado”.6 Se trata de la destrucción del orden
establecido y la instauración de otro bajo el imperio de nuevas normas, que
adoptan el carácter de obligatorias a través del poder de la violencia.
Dentro de las fuentes reales del derecho, la doctrina reconoce a la revolu-
ción como una fuerza jurídica creadora. Bajo el principio de la legitimidad,

2
Fue un militar mexicano, que, aunque nació en Cuba, desde joven luchó por la liber-
tad de México. Fue uno de los principales promotores del Plan de Ayutla para quitar del
poder a Santa Anna.
3
Plan de Ayutla, México, Orden Jurídico Nacional, 2019. Disponible en: https://tinyurl.
com/yxsq4p3r.
4
Idem.
5
Plan de Acapulco, modificando el de Ayutla, México, Orden Jurídico Nacional, 2019.
6
Amparo en revisión 2644/26, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Quinta épo-
ca, t. XXXIX, septiembre de 1933, p. 334.

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EL PLAN DE AYUTLA. NORMA FUNDAMENTAL DEL ESTADO MODERNO 37

se considera que el hecho engrendra el derecho.7 Así, suponiendo que la re-


volución logra imponerse por medio de la fuerza, es porque trae consigo la
conciencia popular, de donde dimanó su poder para derrocar a los poderes
establecidos.
Así, para que una revolución sea tal no basta con que se trate de un
enfrentamiento entre la autoridad y un grupo armado de insurrectos. Debe
ser, en los hechos, la confrontación violenta de los representantes del orden
establecido con un movimiento organizado que tenga la fuerza suficiente
para imponer nuevas normas, que a su vez estén sustentatadas en nuevas
doctrinas.
¿Todos los movimientos armados están revestidos de una carga
ideológica? Desde luego que no. En muchas ocasiones, los conflictos
bélicos están motivados por ambiciones personales, intereses económicos
o presiones internacionales. En otras más, confluyen todos los factores, sin
que prevalezca detrás una filosofía definida. Sólo en el resto de los casos la
lucha militar encuentra armonía con una causa ideológica y se vuelve una
el sustento de la otra.
La revolución liberal es un claro ejemplo de lo que ocurrre cuando am-
bas fuerzas se encuentran en el momento adecuado y alcanzan su sinergia
natural. La Revolución de Ayutla se propuso extinguir para siempre el po-
der dictatorial, y reformar los abusos de las clases privilegiadas.8
Este movimiento planteó un relevo generacional para el liberalismo
mexicano. A través de este enfrentamiento se hicieron del poder aquellos
personajes conocidos como los “liberales puros”. Benito Juárez, Melchor
Ocampo, Guillermo Prieto, Juan Álvarez, por citar algunos, ya habían par-
ticipado en la vida pública del país, sobre todo en labores legislativas.
El Plan de Ayutla fue el punto de partida de la lucha entre liberales
y conservadores, que terminó en 1867. En la revolución, las dos posturas
antagónicas estaban claramente identificadas. Los liberales buscaban el es-
tablecimiento de un gobierno secular y democrático, a semejanza de las
naciones progresistas de la época. Los conservadores, por su cuenta, bus-
caban el establecimiento de un Estado que se apoyara en el corporativismo
tradicional y mantuviera sus privilegios.9
7
El derecho de la revolución (que no el derecho a la revolución) se distingue no sólo por la pre-
sencia de un proyecto jurídico distinto para el futuro, sino por su trascendencia y continuidad
en el tiempo.
8
González Navarro, Moisés, “La Ley Juárez”, Historia Mexicana, México, El Colegio de
México, vol. 55, núm. 3 (219), enero-marzo de 2006, pp. 96-99.
9
González, María del Refugio, El derecho civil en México, 1821-1871 (apuntes para su estu-
dio), México, Instituto de investigaciones Jurídicas, UNAM, 1988, p. 177.

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38 MARCO ANTONIO GARCÍA PÉREZ

Hasta ese momento, cada uno lo había hecho individualmente; a par-


tir de entonces, empezaron a actuar como grupo político, como partido
político; por ello, se pusieron manos a la obra y expidieron una serie de
disposiciones legales tendentes a hacer realidad el proyecto de nación, que
no era otro que el de la secularización de la sociedad, las llamadas Leyes de
Reforma.10
Así las cosas, el 24 de septiembre, el general Juan Álvarez expidió un
decreto, en el que convocaba a la junta de representantes en Cuernavaca, a
la cual denominó Consejo de Gobierno, con el propósito de nombrar pre-
sidente interino; de ese Consejo salió electo el propio Juan Álvarez, quien
escogió un gabinete integrado por liberales puros: Melchor Ocampo en Re-
laciones, Benito Juárez en Justicia, Guillermo Prieto en Hacienda e Ignacio
Comonfort en Guerra.
El Congreso se reuniría en Dolores Hidalgo, Guanajuato; la primera
junta preparatoria se debía celebrar el 14 de febrero de 1856, y la última, el
17, abriría sus sesiones al día siguiente, como en efecto así se llevó a cabo,
salvo lo de la sede. El Congreso no tendría más funciones que emitir la
Constitución, y las leyes orgánicas, esta última, así como la revisión de los
actos de la última dictadura de Santa Anna y los del gobierno provisional
surgido de Ayutla-Acapulco, para lo cual contarían con un año para llevar a
cabo su misión. Al entrar en funciones, los diputados constituyentes tenían
que jurar acatar el Plan de Ayutla, reformado en Acapulco.
El gobierno surgido del Plan de Ayutla, reformado en Acapulco, no se
limitó a las cuestiones de la ordinaria administración pública, sino que co-
menzó con una serie de medidas legislativas encaminadas a lograr la refor-
ma liberal en México: las Leyes de Reforma.
En estricto sentido técnico, una gran parte de estas leyes fueron decre-
tos-ley.11 En general, el decreto-ley es un acto de carácter legislativo que dic-
ta el Poder Ejecutivo fundado en el estado de necesidad, en circunstancias
excepcionales, ante el receso o caducidad del Poder Legislativo. Es decir,
que las Leyes de Reforma, realmente fueron normas administrativas que for-
malmente tenían el carácter de decretos, pero que en el plano material fueron
auténticas leyes expedidas por el Poder Ejecutivo.
En ese sentido, hay que sostener lo que ha dicho José Luis Soberanes:

10
O’Gorman, Edmundo, “Precedentes y sentido de la Revolución de Ayutla”, Plan de
Ayutla. Conmemoración de su primer centenario, México, UNAM, Facultad de Derecho, 1954, pp.
167-204.
11
Enciclopedia Jurídica Omeba, Buenos Aires, Driskill, t. V, p. 988.

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EL PLAN DE AYUTLA. NORMA FUNDAMENTAL DEL ESTADO MODERNO 39

El Plan de Ayutla no se trtata de un plan o pronunciamiento más de los mu-


chos, muchísimos, planes, proclamas y convenios sufridos por nuestra atri-
bulada patria en los anteriores veintitrés años; no. Ayutla-Acapulco fue el
parteaguas de nuestra historia en el siglo XIX; era el “acta de defunción” del
centralismo y al mismo tiempo el “acta de nacimiento” del liberalismo mexi-
cano y el Estado que a partir de ahí se forjó.12

III. El concepto de norma fundamental

En el fondo, el Plan de Ayutla entraña algo más trascendente que el descono-


cimiento de un gobierno centralista para reordenar el sistema constitucional.
Se trata, en términos kelsenianos, de la norma constitutiva del Estado mo-
derno.
Para Hans Kelsen, la norma fundamental es el criterio a partir del cual
se producen las demás normas del sistema jurídico. Es decir; al asumir que
la norma fundamental es válida, vale también todo el ordenamiento nor-
mativo construido bajo su imperio. Es la norma en que descansa el orden
jurídico, la norma considerada fuente y fundamento del derecho de una
comunidad. 13
En el nudo central de la construcción kelseniana, la norma fundamental
no es un instrumento fáctico, sino más bien una norma hipotética, que sirve
como fundamento a las normas que rigen el sistema jurídico. Sin embargo,
de acuerdo con el propio Kelsen, la norma fundamental queda en evidencia
cuando un orden jurídico sustituye a otro por la vía de la revolución. Ese
momento en que un derecho se encuentra amenazando es cuando su natu-
raleza se revela más claramente.
Kelsen sostiene que si la revolución triunfa, el orden antiguo (en este
caso el Acta de Reformas) deja de ser eficaz y pasa a serlo el nuevo sistema.
Este nuevo orden jurídico emanado de la revolución triunfante, entonces es
considerado como vigente y válido, y los actos que están conformes con él
son reconocidos como actos jurídicos. La una nueva norma fundamental
es aquella que delega el poder de crear el derecho ya no en las autoridades
derrocadas, sino en el gobierno revolucionario.
Si, por el contrario, la tentativa de revolución de Ayutla hubiera fraca-
sado, el nuevo orden no se hubiera vuelto efectivo, y estaríamos hablando

12
Soberanes Fernández, José Luis, Una aproximación al constitucionalismo liberal mexicano,
México, Porrúa, 2016, p. 86.
13
Tamayo y Salmorán, Rolando “Norma fundamental”, Diccionario jurídico mexicano, Mé-
xico, Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM-Porrúa, 1982, t. VI.

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40 MARCO ANTONIO GARCÍA PÉREZ

de crímenes de Estado y alta traición en contra del régimen constitucional


del Acta de Reformas. No habría existido un nuevo orden jurídico, sino la
violación sistemática de las normas centralistas, sobre la base del orden an-
tiguo.14
Antes del Plan de Ayutla, el movimiento iniciado por Florencio Villa-
rreal no podía ser llamado revolucionario. No buscaba la destrucción del régi-
men normativo, político ni económico. Tampoco planteaba la expedición
de un nuevo sistema que ocupara su lugar ni estaba sustentado en una ideo-
logía definida.
El Plan fue el documento que sirvió como fundamento a toda la norma-
tividad revolucionaria que le precedió, ya fueran disposiciones meramente
administrativas o materialmente legislativas. Las Leyes de Reforma son el
ejemplo más claro. Incluso la propia Constitución de 1857 invoca la au-
toridad Plan de Ayutla en su apartado declarativo. Así, al hablar de este
documento histórico no puede decirse menos que se trata de la norma fun-
damental de la liberal.
Así las cosas, el Plan de Ayutla no fue un instrumento meramente declara-
tivo, sino que implicaba un llamado a la acción que permitió congregar a las
fuerzas armadas sin condiciones y con un apoyo popular de gran magnitud.
Esto, a la postre, sería el fundamento para la expedición de las Leyes de Re-
forma, la Constitución de 1857 y, en síntesis, del éxito de la revolución liberal.

IV. La Ley Juárez

La primera de estas Leyes de Reforma fue la Ley sobre Administración de


Justicia y Orgánica de los Tribunales de la Nación, del Distrito y Territorios,
fechada el 23 de noviembre de 1855, conocida también como Ley Juárez,
pues aunque fue expedida por el presidente interiono, Juan Álvarez, con fun-
damento en el Plan de Ayutla, parece que fue redactada por el ministro de
Justicia y Negocios Eclesiásticos, Benito Juárez.
Se trataba de una norma provisional que se expedía “entretanto se arre-
gla definitivamente la administración de justicia en la nación”. Esta Ley
vino a reforzar la idea de que el Plan de Ayutla es la norma fundamental
del constitucionalismo, en el sentido de que por la potestad emanada de
este Plan se ordenó reemplazar el sistema normativo vigente por uno nuevo
emanado de la revolución triunfante; la Ley Juárez abrogaba toda la legisla-
ción en la materia expedida por el gobierno santannista.
14
Kelsen, Hans, Teoría pura del derecho. Introducción a la ciencia del derecho, Buenos Aires, Uni-
versidad de Buenos Aires, 1979, pp. 140-147.

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EL PLAN DE AYUTLA. NORMA FUNDAMENTAL DEL ESTADO MODERNO 41

Como sabemos, la reestructuración legal de un país es un fenómeno que


no ocurre de la noche a la mañana. Entre el momento de la destrucción del
régimen anterior y el establecimiento del nuevo queda un vacío en el or-
den normativo, pues el régimen constitucional entra en estado de suspenso.
Consecuentemente, los actos emanados del gobierno provisional nacido de
la revolución no se ajustan a norma jurídica alguna, sino que encuentran su
validez en la revolución misma.15
Adicionalmente, la Ley Juárez, en una clara afrenta al constituciona-
lismo centralista, planteó la integración de una nueva Suprema Corte de
Justicia, ahora con nueve ministros (en vez de los once que se previeron en
1824), cinco suplentes (que no se previeron en 1824), y se aumentaba de uno
a dos fiscales.16
Paralelamente, uno de los temas centrales del pensamiento liberal es el
de la igualdad de los ciudadanos frente a la ley, de tal suerte que en un régi-
men liberal no tiene sentido la existencia de tribunales especiales, también
llamados “de fuero”, los que tuvieron una fuerte presencia en nuestra patria
durante la época colonial.17
Con la Ley Juárez se acotaban los fueros militar y eclesiástico, al quitar-
les la jurisdicción civil y dejar únicamente la penal; asimismo, se extinguió el
Tribunal Mercantil. En síntesis, la expedición de esta norma afectaba a tres
sectores que habían sido detentadores del poder en el régimen santanista: la
Iglesia, el ejército y la Suprema Corte de Justicia.
En palabras de Linda Arnold, “el reto más grave que en una república
enfrentan los que ejercen la soberanía es la relación entre los poderes eje-
cutivo, legislativo y judicial”.18 Los nuevos ministros de la Suprema Corte

15
A esto se le conoce como el derecho de la revolución. Véase Salamca Serrano, Antonio, Fi-
losofía, política y derecho de la Revolución, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2008,
y Martínez Lambarry, Alejandra, El derecho a la revolución como un cambio violento, económico, social,
político-constitucional, México, UNAM, 2014.
16
El 15 de marzo de 1825 se instaló por vez primera la Suprema Corte de Justicia de la
Nación, y de una manera notable, a pesar de golpes de Estado, cambios de forma de gobierno
y de diversas Constituciones, permaneció —con sus bajas y sus altas— el mismo alto tribu-
nal, hasta la Ley que estamos comentando, en donde se dispuso la erección de una nueva
Corte.
17
Al advenimiento del Estado liberal y democrático de derecho, primeramente, con la
Constitución de Cádiz de 1812, se trató de suprimir todos esos tribunales especiales, y subsis-
tieron únicamente los relativos a los fueros militar y eclesiástico, y en ocasiones los de minería
y comercio.
18
Arnold, Linda, “La política de la justicia. Los vencedores de Ayutla y la Suprema Cor-
te Mexicana”, Historia Mexicana, México, El Colegio de México, vol. XXXIX, núm. 2, 1989,
p. 441.

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42 MARCO ANTONIO GARCÍA PÉREZ

rindieron protesta el 24 de noviembre, es decir, tan sólo un día después de


la expedición de la Ley Juárez.
La Ley Juárez subordinaba al Poder Judicial a la voluntad del Ejecutivo.
A través de esta norma se alteró la estructura, composición y funciones de
la Suprema Corte de Justicia.19 En la estructura, desaparecía las tres salas,
compuestas, respectivamente, de tres, tres y cinco ministros y un fiscal; en
su lugar establecía tres salas de uno, tres y cinco ministros, y dos fiscales. Por
lo que respecta a la composición, de acuerdo con el artículo 48 de la Ley, el
Ejecutivo asumía no sólo el dereho de designar unilateralmente a los minis-
tros de la Corte, sino a todos los funcionarios del Poder Judicial. En cuanto
a las funciones, la Ley Juárez restringía la jurisdicción de la Corte para las
apelaciones del distrito y territorios federales, y concedía al Ejecutivo el po-
der de nombramiento de los ministros unilateralmente.
Los ministros de la Corte vigente hasta el día previo a la promulgación
de la Ley Juárez reaccionaron. A pesar de que algunos de ellos, como el mi-
nistro Fernández Monjardín, habían mantenido vínculos con Benito Juárez
tras su paso por la Corte, ninguno de ellos fue informado del proyecto ni
recibieron un ejemplar de la nueva Ley, sino que tuvieron que enterarse a
través de la prensa.
A través de la expedición de este acto, Benito Juárez e Ignacio Comon-
fort estaban imponiendo la voluntad del Ejecutivo sobre la autoridad del Po-
der Judicial. Al subordinar a la Suprema Corte de Justicia y todo el sistema
jurisdiccional, el bando de liberales puros encabezado por Juárez aseguró
la ventaja del Ejecutivo en la lucha por el poder, sin menoscabo del control
que ya ejercía sobre el Legislativo constituyente y los estados y territorios. Al
respecto, vale retomar a Linda Arnold en el sentido de que

El hecho de que el vencedor de Ayutla, Benito Juárez, secretario de Justi-


cia, emprendiera un camino inconfundiblemente autoritario en 1855 plantea
también serias preguntas sobre los valores democráticos de los hombres a los
que se ha ensalzado como héroes nacionales, como portadores de la demo-
cracia. Vistos desde la perspectiva de la historia de la Suprema Corte mexica-
na, los vencedores de Ayutla fueron los portadores de un debate restringido,
un gobierno restringidor y un ejecutivo autoriario y dominante.20

19
La subordinación de la Suprema Corte mexicana al Ejecutivo y, en virtud de ello, la
subordinación del Poder Judical, tienen su origen en la Ley Juárez. Los gobiernos anteriores
habían alterado sus funciones y estructura, pero ningún otro gobierno antes había abolido y
reemplazado a su arbitrio a una Suprema Corte.
20
Arnold, Linda, op. cit., p. 470.

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EL PLAN DE AYUTLA. NORMA FUNDAMENTAL DEL ESTADO MODERNO 43

La expedición de este decreto-ley, así como los múltiples actos emana-


dos del gobierno liberal encabezado por Comonfort y seguido por Juárez,
nuevamente dan cuenta de que el derecho de la Revolución se impone en detri-
mento del orden previo; en este caso, por virtud del Plan de Ayutla, como la
norma fundamental del constitucionalismo liberal.

V. El Estatuto Orgánico Provisional

Para Ulises Schmill, el Plan de Guadalupe de 1913 debe ser consierado como
la Constitución del movimiento revolucionario,21 por la línea de legitimidad
que existe entre éste y la Constitución Política de 1917. Aunque no es lo mis-
mo, hay un paralelismo ente el camino trazado por el Plan de Guadalupe y
el Plan de Ayutla de 1854. 22
En principio, el Plan de Ayutla sirvió como fundamento para legiti-
mar el movimiento revolucionario;23 estableció las reglas para conseguir la
vigencia de un texto constitucional tras el movimiento armado, y otorgó
facultades muy amplias al Ejecutivo para “conformar a la nación” a través
de un constituyente, al que llamó Ignacio Comonfort el 17 de octubre de
1855.24
Así, el 15 de mayo de 1856, después del triunfo de la revolución liberal,
bajo la presidencia interina de Ignacio Comonfort, y trabajando a pleni-
tud el Congreso Constituyente, el gobierno emitió un Estatuto Orgánico
Provisional de la República Mexicana, de corte liberal moderado; llama la
atención porque ese gobierno no era el resultado de un proceso electoral,

21
Schmill, Ulises, “El concepto jurídico de la Revolución”, Doxa. Cuadernos de Filosofía del
Derecho, México, vol. 30, 2007, pp. 335-353.
22
López Noriega, Saúl, Las Constituciones políticas de 1857 y 1917. Un análisis comparativo,
México, Centro de Estudios y Docencia Económicas, 2016.
23
El artículo 5 del Plan de Ayutla refería: “A los quince días de haber entrado en funcio-
nes el Presidente Interino, convocará el Congreso Extraordinario, conforme a las bases de
la ley que fue expedida con igual objeto en el año de 1841, el cual se ocupe exclusivamente
de constituir a la Nación bajo la forma de República Representativa popular, y de revisar los
actos del ejecutivo provisional de que se habla en el artículo 2”.
24
La Constitución de 1857 invocó al Plan de Ayutla en los siguientes términos: “Los re-
presentantes de los diferentes Estados del Distrito y Territorios que componen la República
de México, llamados por el plan proclamado en Ayutla el 1 de Marzo de 1854, reformado
en Acapulco el día 11 del mismo mes y año, y por la convocatoria expedida el 17 de Octubre
de 1855 para constituir á la Nación bajo la forma de República democrática, representativa,
popular, poniendo en ejercicio los poderes con que están investidos, cumplen con su alto
encargo decretando la siguiente Constitución…”. Véase Tena Ramírez, Felipe, Leyes funda-
mentales de México, 1808-1975, 6a. ed., México, Porrúa, 1975, pp. 606-629.

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44 MARCO ANTONIO GARCÍA PÉREZ

sino producto de una revolución armada; sin embargo, después del desaseo
constitucional que representó la última dictadura de Santa Anna era evi-
dente que había que poner un principio de orden al respecto, más aún que
todavía tardarían varios meses en concluir la nueva Constitución.
El Estatuto Orgánico Provisional de la República Mexicana fue un tex-
to menos radical que la Constitución de 1857, pero que propuso un ré-
gimen presidencialista. Fue diseñado por el liberal moderado José María
Lafragua,25 y se integró por 125 numerales, que derogaron expresamente
las normas de los estados y territorios que se opusieran al Estatuto.
El Estatuto presenta las características de una carta constitucional, en
tanto se divide en secciones, y contiene una parte dogmática, que hace
referencia a los derechos humanos, entendidos entonces como garantías
individuales relacionadas con la libertad, la seguridad, la propiedad y la
igualdad.26
La parte orgánica del Estatuto se refiere al gobierno general, al ministe-
rio, a las secretarías de Estado, al Poder Judicial, a la Hacienda pública y a
los gobernadores de los estados, distritos y territorios. No estipulaba disposi-
ciones relacionadas con el Legislativo, por estar sujeta la integración de este
órgano a las elecciones convocadas por virtud del Plan de Ayutla.
El propio Lafragua, ministro de Gobernación de Comonfort, en su ex-
posición de motivos manifestó que el Estatuto de 1856 estaba inspirado en
la Constitución de 1824 y en las Bases Orgánicas de 1843. Ambos, según
Lafragua, textos que consagraban los principios democráticos postulados
por el constitucionalismo liberal.27 Adicionalmente

El Estatuto dejó abierta la puerta para establecer la federación o el centralis-


mo; porque ni aquella ni éste se oponen a con la declaración de que la repú-
blica es una sola indivisible e independiente, puesto que la independencia de
los estados en la forma federativa sólo debe ser en lo que corresponda a su
régimen interior.28

25
García García, Raymundo, “José María Lafragua. Aportación institucional”, en Cruz
Barney, Oscar et al. (coords.), Los abogados y la formación del Estado mexicano, México, UNAM,
Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2014, pp. 563-583.
26
García Pérez, Marco Antonio, “Los derechos humanos en la Constitución de Apa-
tzingán”, Revista de la Facultad de Derecho de México, México, UNAM, t. LXV, núm. 263, enero-
junio de 2015, pp. 439-471.
27
Zorrilla, Juan Fidel, “Contexto histórico constitucional del Estatuto Orgánico de
1856”, Plan de Ayutla. Conmemoración de su primer centenario, México, UNAM, Facultad de Dere-
cho, 1954.
28
Tena Ramírez, Felipe, Leyes fundamentales de México, 1808-1989, 17a. ed., México, Po-
rrúa, 2016, p. 204.

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EL PLAN DE AYUTLA. NORMA FUNDAMENTAL DEL ESTADO MODERNO 45

Desde luego, esta afirmación materializaba la inquietud de Comonfort


con las reformas al Plan de Ayutla en Acapulco, al suprimir el compromiso
de constituir a la República bajo un régimen federal. Esta preocupación se
manifestó, además, en el proyecto de Constitución discutido por el Cons-
tituyente, que establecía la desaparición del Senado de la República, pues
hasta entonces el sistema bicameral había sido uno de los pilares de la tra-
dición jurídica federalista.
No obstante su pretendido alejamiento del sistema federal, confirmó
el hilo histórico planteado por el liberalismo desde los inicios de la orga-
nización política de México, y materializó en una disposición de alcance
constitucional el contenido del Plan de Ayutla, que sirvió como fundamen-
to, además, de las primeras leyes de Reforma y de la Constitución de 1857.
A decir del mismo ministro de Gobernación, Lafragua,

la sección de garantías contenidas en el Estatuto Orgánico Provisional de la


República Mexicana hizo efectivos los principios de libertad, orden, progreso,
justicia y moralidad proclamados por el gobierno, o sea que se cumplieron
las promeras hechas a la república, en diciembre de 1855, por los dirigentes
de la Revolución.29

VI. Las leyes de secularización del Estado

Uno de los postulados fundamentales del liberalismo mexicano era el rela-


tivo a los bienes de manos muertas pertenecientes a las comunidades civiles
y eclesiásticas, que salían del comercio. Su existencia implicaba, de acuerdo
con el pensamiento liberal, un doble problema: un patrimonio inmobiliario
de grandes dimensiones que no podía ser enajenado —pasaba a manos muer-
tas—, y frenaba el desarrollo económico del país; el segundo: ante la quiebra
financiera del Estado durante los primeros años de vida independiente, los
bienes de la Iglesia eran un fruto muy apetecible para superar ese quebranto
económico, independientemente de que cualquier forma de enajenación de
propiedad raíz implicaba la generación de tributos al Estado.30
Así, el 25 de junio de 1856, el presidente sustituto, Ignacio Comonfort,
con fundamento en el Plan de Ayutla, promulgó el Decreto del Gobier-
no sobre Desamortización de Fincas Rústicas y Urbanas que Administren

29
Ibidem, p. 517.
30
Soberanes Fernández, José Luis, Una aproximación al constitucionalismo liberal mexicano,
México, Porrúa, 2016, p. 47.

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46 MARCO ANTONIO GARCÍA PÉREZ

como Propietarios las Corporaciones Civiles ó Eclesiásticas de República,


conocido también como Ley Lerdo, ya que al parecer fue de la autoría del
entonces ministro de Hacienda y Crédito Público, Miguel Lerdo de Tejada.
Como sostiene José Luis Soberanes, no se trataba de expropiación o na-
cionalización, sino de sacar los bienes raíces de manos muertas; por lo tanto,
quienes tenían derecho de adquirir tales bienes eran, en primer lugar, los
que los tenían arrendados u ocuparan a título de enfiteusis. Si para enton-
ces la finca no estuviera arrendada y no se hubiera vendido, se procedería a
subastarla en pública almoneda.
El objetivo de esta Ley era reactivar la economía y sanear las finanzas
públicas del Estado. No obstante, debido a su formulación, a su reglamenta-
ción, a su interpretación y a su ejecución, muchas de las fincas quedaron en
manos de extranjeros, y dieron origen a los latifundios y grandes extensiones
territoriales, que años más tarde volverían a ser fuente de conflicto.31
En el momento de su promulgación, la Ley Lerdo causó gran alboroto
en la sociedad mexicana, y posteriormente tuvo un impacto significativo en
todos los órdenes, pues afectó aspectos económicos y sociales, e incluso jugó
un papel importante en la traza urbana de las principales ciudadas mexi-
canas.32
Esta Ley prohibía que cualquier corporación civil o eclesiástica tuvie-
ra capacidad legal para adquirir en propiedad o administrar bienes raíces
en lo futuro, excepto aquellos directamente comprometidos con su objeto
social. Respecto a los bienes de comunidades indígenas, éstos también se
desamortizaron; en caso de no estar arrendados, debían repartirse entre los
miembros de una comunidad, lo mismo que tratándose de los excedentes de
los fundos legales de los municipios, los llamados propios.
La Ley de Desamortización no contempló limitaciones en la adquisi-
ción territorial, situación que ocasionó perjuicios irremediables, favoreció la
acumulación de múltiples propiedades bajo pocas manos, y dejó en estado
de desprotección a las clases menos favorecidas. No obstante todos sus erro-
res, la desamortización de los bienes de las comunidades significó un gran
paso en el camino de la secularización de la sociedad mexicana.
Este proyecto de secularización de la sociedad del liberalismo mexicano
tenía como eje central llevar a plenitud el derecho fundamental de libertad

31
Valente Cruz, Columba, “La Ley Lerdo”, La época de Juárez y sus reformas, México, Edi-
torial Académica, 2017, p. 68.
32
González Lezama, Raúl, La Ley Lerdo: un gran paso para la secularización de la sociedad
mexicana, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México,
2014, p. 64.

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EL PLAN DE AYUTLA. NORMA FUNDAMENTAL DEL ESTADO MODERNO 47

religiosa, y de ahí se desprendían una serie de postulados, que venían a


constituir el programa del Partido Liberal Mexicano.
El 27 de enero de 1857, el presidente sustituto, Ignacio Comonfort, con
fundamento en el Plan de Ayutla, decretó la Ley Orgánica del Registro del
Estado Civil, y tres días después, la Ley para el Establecimiento y Uso de
los Cementerios.
La Ley del Registro Civil expedida por Comonfort no es una típica nor-
ma del liberalismo puro, sino que va “a caballo” entre ese liberalismo y el
antiguo régimen. El registro civil, como lo concebía esta Ley, estaba relacio-
nado con las parroquias, o sea que se establecería un registro donde hubiera
parroquia, salvo en el Distrito Federal, que respondía al criterio de división
por cuarteles; el único matrimonio reconocido era el canónico.
En primer lugar, el registro civil serviría como un registro de todos los
habitantes de la República que estaban obligados a matricularse en él, e
independientemente de la multa de uno a quince pesos al que no lo hiciera,
el mismo ciudadano omiso estaría inhabilitado para ejercer sus derechos
civiles, para lo cual se requeriría del certificado correspondiente para que la
autoridad competente autorizara el acto jurídico en cuestión.
Por las circunstancias que vendrán en los siguientes meses y años, esta
Ley no se aplicó, más aún que el presidente Benito Juárez, en medio de la
Guerra de Reforma, promulgó el 28 de julio de 1859 la Ley Orgánica del
Registro Civil, esta sí, de carácter absolutamente liberal, como tendremos
oportunidad de analizar más adelante, lo cual no le resta importancia a la
Ley del 27 de enero de 1857, como un paso adelante en el proyecto secula-
rizador y antecedente de la Ley de 1859.
Relacionada con la anterior es la Ley de Cementerios. Hasta ese mo-
mento los cementerios, panteones o camposantos eran parte de los templos
—y los únicos existentes y legales eran los católicos—; por lo tanto, su ad-
ministración correspondía a los sacerdotes católicos que tuvieran a su cargo
los correspondientes templos. En este ordenamiento se destaca, en primer
lugar, el registro de defunciones, y, en segundo lugar, la propiedad de ce-
menterios, panteones y camposantos dejaba de ser exclusiva de las institu-
ciones eclesiásticas.

VII. La Constitución liberal y la guerra


de Reforma

El 5 de febrero de 1857 se promulgó solemnemente la Constitución Federal


de los Estados Unidos Mexicanos, y de inmediato se integraron los poderes

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48 MARCO ANTONIO GARCÍA PÉREZ

federales al tenor del nuevo dispositivo orgánico constitucional. Para enton-


ces, la nueva Suprema Corte de Justicia emanada de la Ley Juárez ya se había
constituido, el Congreso estaba integrado exclusivamente por la Cámara de
Diputados ante la desaparición del Senado de la República, y finalmente,
Ignacio Comonfort resultó electo presidente constitucional de México.
El 17 de diciembre del mismo año, el general Félix Zuloaga expidió el
Plan de Tacubaya, donde manifestaba el cese de la vigencia de la Consti-
tución recién promulgada, y la continuidad de Ignacio Comonfort como
presidente de la República, ahora dotado con facultades omnímodas. Me-
nos de un mes después, Zuloaga desconoció a Comonfort el 11 de enero de
1858, y dos días después se iniciaron las hostilidades en la ciudad de Méxi-
co, hasta el día 21 del mismo mes, en que se rindió el presidente.
Con estos eventos inició la Guerra de Tres Años o Guerra de Reforma,
que vino a concluir la reforma liberal iniciada en 1855 con la Revolución
de Ayutla, ya que entonces, particularmente en 1859, se logró implantar en
nuestro país todo el proyecto liberal y de secularización de la sociedad.
Atendiendo al artículo quinto del Plan de Tacubaya, el 25 de enero de
1858 se integró el Consejo de Gobierno, compuesto por representantes de los
diversos estados; no se conformó con base en lo prescrito en la Constitu-
ción Federal de 1857, y su integración se acercaba más a la Convocatoria al
Constituyente de 1856, aunque no era del todo similar.33
Inició invocando el espíritu del Plan de Iguala, del 24 de febrero de
1821, en lo que a las tres garantías se refería; señalaba algunos derechos fun-
damentales, inspirado en la Constitución liberal de 1857; establecía el go-
bierno interino de la República; refería la organización y atribuciones del
Consejo de Estado; intentaba reorganizar la administración de justicia con
un corte centralista; finalmente, configuraba interiormente al Estado a tra-
vés de departamentos.
Este proyecto, a través de sus 46 artículos, pretendía dar lineamientos
muy generales para el gobierno de la República, por parte de un gobierno
conservador y centralista, que rigió una parte de nuestra patria los tres años
que duró la Guerra de Reforma.
En medio de la Guerra de los Tres Años, finalmente se actualizó el
artículo 79 de la Constitución, que señalaba que en las faltas temporales
del presidente de la República y en la absoluta, mientras se presentaba el
33
No pretendía ser una Constitución, sino un estatuto al estilo de las Bases para la Ad-
ministración de la República, hasta la promulgación de la Constitución, promulgadas por
Santa Anna en 1853, o el Estatuto Orgánico Provisional, del presidente sustituto Ignacio
Comonfort, de 1856; es decir, que se trataba de la norma que regiría la vida política del país
en tanto se expedía la correspondiente Constitución.

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EL PLAN DE AYUTLA. NORMA FUNDAMENTAL DEL ESTADO MODERNO 49

nuevamente electo, entraría a ejercer el poder el presidente de la Suprema


Corte de Justicia, en este caso el licenciado Benito Juárez. Comonfort des-
conoció a la Constitución y, consecuentemente, dejó de ser presidente cons-
titucional. Como dictaba la norma, Juárez asumió interinamente el Poder
Ejecutivo federal.

VIII. Las Leyes de Reforma

En julio de 1859, en Veracruz, el presidente Juárez emitió una serie de actos


legislativos que representaron algunas de las más importantes decisiones de la
reforma liberal en México. El punto de partida fue el Manifiesto a la Nación,
que contenía el ambicioso programa legislativo liberal.
Como consecuencia de las ideas expresadas, hubo varias disposiciones
decretadas por el presidente Juárez, desde Veracruz, entre julio de 1859 y
diciembre de 1860, en las diversas materias; sin embargo, es posible desta-
car cuatro como las más importantes, tanto, que inclusive la historiografía
les ha denominado como Leyes de Reforma.
Tal como se dijo, las Leyes de Reforma en estricto sentido no pueden
ser calificadas como leyes, ya que la facultad legisltiva era exclusiva del Con-
greso; por ello, atendiendo a los principios de la técnica legislativa, hemos
preferido hablar de decretos.
El documento fundamental de este ordenamiento fue la Circular del
Ministerio de Justicia, que expresaba las razones que motivaron el Decreto
de Nacionalización de los Bienes del Clero, del mismo 12 de julio de 1859,
que hacía las veces de exposición de motivos de los decretos referidos.

1. Decreto de Nacionalización de Bienes del Clero, del 12 de julio de 1859

Iniciaba este decreto con una breve exposición de motivos, en la que


reiteraba “Que el motivo principal de la actual guerra promovida y soste-
nida por el clero es conseguir el sustraerse de la dependencia á la autoridad
civil”, y agregaba “Que dilapidando el clero los caudales que los fieles le
habian confiado para objetos piadosos, los invierte en la destruccion gene-
ral, sosteniendo y ensangrentando cada dia mas la lucha fratricida…”, para
disponer cuatro resoluciones:
a) Se expropiaban todos los bienes de ambos cleros (secular y regular),
sea cual fuere la forma jurídica de apropiación, incluyendo casas
episcopales y curales, exceptuándose únicamente los edificios —tem-

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50 MARCO ANTONIO GARCÍA PÉREZ

plos— destinados directamente al culto divino, como señalaba el ar-


tículo 27 constitucional.
b) Se disponía la “perfecta independencia” entre los asuntos del Estado
y los estrictamente eclesiásticos, o sea, se establecía el “Estado laico”.
c) Señalaba que los ministros de culto podrían recibir los recursos pe-
cuniarios —nunca inmobiliarios— que por sus servicios espirituales
fueran acordados libremente con los usuarios, o sea que el Estado
dejaba de tener cualquier injerencia en las llamadas obvenciones pa-
rroquiales y derechos de estola.
d) Se suprimían todas las órdenes y congregaciones religiosas regula-
res de varones, junto con las archicofradías, las congregaciones o las
hermandades de carácter seglar. Por lo que se refería a los conven-
tos femeninos, aunque subsistirían, quedaban reducidos a su mínima
expresión, y se establecieran las bases para su gradual extinción, al
prohibir la existencia de novicias.

2. Decreto que Establece el Matrimonio Civil, del 23 de julio


de 1859

Como decía en la breve exposición de motivos: “Que por la indepen-


dencia declarada de los negocios civiles del Estado respecto de los eclesiásti-
cos, ha cesado la delegacion que el soberano habia hecho al clero para que
con su sola intervencion en el Matrimonio, este contrato surtiera todos sus
efectos civiles”.
De esta suerte, se establecía:
a) El matrimonio es un contrato civil.
b) Establecido entre un hombre y una mujer; por lo tanto, continuarían
prohibidos la bigamia y la poligamia.
c) Se le daba carácter de indisoluble; solamente se permitía la sepa-
ración temporal y por alguna de las causas señaladas en el propio
decreto.
d) Ahí se establecían las formalidades y procedimientos para celebrar
el contrato.
En el artículo 15 del Decreto se señalaba la exhortación que tenía que
pronunciar el oficiante, que durante más de cien años se siguió llevando
a cabo en México, conocida popularmente como “Epístola de Melchor
Ocampo”, pues aunque él no firmara el decreto, parece que fue su autor.

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EL PLAN DE AYUTLA. NORMA FUNDAMENTAL DEL ESTADO MODERNO 51

3. Decreto sobre el Registro Civil, del 28 de julio de 1859

Como señalamos antes, el 27 de enero de 1857, el presidente sustituto,


Ignacio Comonfort, con fundamento en el Plan de Ayutla-Acapulco, decre-
tó la Ley Orgánica del Registro del Estado Civil; esta era una norma que
recogía postulados liberales, pero sobre todo continuaba con la mayoría de
los criterios jurídicos del Antiguo Régimen en esta materia, de ahí la ne-
cesidad de que cuando el gobierno de Benito Juárez decidió concluir la
reforma liberal en Veracruz, expidiera una nueva reglamentación sobre el
registro civil.
Así pues, se creaba una nueva función pública, denominada “jueces
del estado civil”, que tenían que llevar por duplicado tres libros anuales: el
primero contenía actas de nacimiento, adopción, reconocimiento y arro-
gación; el segundo, actas de matrimonio, y el tercero, las de fallecimiento.
Como se comprenderá, ya no tenía sentido registrar actos de naturaleza
eclesiástica, como ordenaciones sacerdotales o votos religiosos, que, como
mencionamos antes, se disponía su inscripción en la Ley del Registro Civil
del 27 de enero de 1857.

4. Decreto del 4 de diciembre de 1860 sobre Libertad de Cultos

Sin embozo, podemos calificar a este decreto como la “joya de la coro-


na” del liberalismo mexicano. Podemos señalar que con este decreto se da
inicio al derecho eclesiástico del Estado en México, puesto que, además de
reglamentar la libertad religiosa, normaba la vida de las instituciones reli-
giosas y la actividad de los ministros de culto.
El 11 de mayo, el Congreso dispuso que el día 9 habían cesado las facul-
tades legislativas del titular del Ejecutivo Federal. El 11 de junio siguiente,
el Congreso, por una votación de 61 votos contra 55, declaró presidente
constitucional al licenciado Benito Juárez, y 2 de julio, al general Jesús Gon-
zález Ortega como presidente de la Suprema Corte de Justicia. Parecería
que se volvía a la normalidad constitucional, pero como sabemos, el devenir
histórico hizo tomar otros derroteros muy diferentes; vino la intervención
francesa y con ella el II Imperio.
Los tiempos por venir fueron terribles, después de diez años de guerras
intestinas e invasiones extranjeras. Don Benito se presentó dos veces para la
reelección; en ambas salió ganador, hasta que lo sorprendió la muerte, en
ejercicio del cargo, el 18 de julio de 1872. Lo sucedió Sebastián Lerdo de

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52 MARCO ANTONIO GARCÍA PÉREZ

Tejada. Finalmente, el 25 de septiembre de 1873 se promulgó la Ley que


adicionaba la Constitución Federal para incorporar a la misma los decretos
de Benito Juárez de 1859 y 1860.

IX. Conclusiones

En el intento por comprender nuestra idiosincrasia republicana y sacar lec-


ciones valiosas de nuestra historia, el Plan de Ayutla juega un papel central
en la constitucionalización de los postulados liberales, que desterraron el cen-
tralismo de la vida republicana de México.
El Plan de Ayutla es la fuente del constitucionalismo moderno. Emana
del derecho de la revolución, y se vincula íntimamente con el concepto kel-
seniano de la norma fundamental. Por virtud del Plan de Ayutla, en México
se transformaron las instituciones jurídicas y políticas; los poderes emana-
dos de las Siete Leyes Centralistas fueron reemplazados por nuevas institu-
ciones de corte federalista y liberal. El poder se volvió a concentrar en torno
a la figura del Ejecutivo, se inauguró una nueva etapa en el reconocimiento
de los derechos humanos, se reorganizaron las estructuras sociales, y, gracias
a esta norma fundamental del constitucionalismo liberal, comenzó el dra-
mático, doloroso y largo proceso de integración nacional.
Ni Ignacio Comonfort como presidente sustituto ni Benito Juárez como
presidente interino y presidente constitucional, tenían facultades legislati-
vas, y mucho menos para expedir decretos inconstitucionales, como de he-
cho lo fue toda la normatividad que emitieron. Las Leyes de Reforma, real-
mente fueron normas administrativas que formalmente tenían el carácter
de decretos, pero que en el plano material fueron auténticas leyes expedidas
por el Poder Ejecutivo. No obstante, estábamos en esos momentos, tan fre-
cuentes en nuestra historia, en que las grandes decisiones jurídico-funda-
mentales no son producto de una legalidad, que una revolución echa abajo,
sino del acto revolucionario.
El Plan de Ayutla fue la norma fundamental para legitimar el movi-
miento revolucionario; estableció las reglas para conseguir la vigencia de
un texto constitucional tras el movimiento armado, y otorgó facultades muy
amplias al Ejecutivo para conformar a la nación a través de un constituyen-
te, al que llamó Comonfort en 1855.
Este Plan fue la base para toda la normatividad revolucionaria que le
precedió. Las Leyes de Reforma son el ejemplo más claro. Incluso, la propia
Constitución de 1857 invoca la autoridad Plan de Ayutla en su apartado
declarativo. Así, al hablar de este documento histórico, no puede decirse

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EL PLAN DE AYUTLA. NORMA FUNDAMENTAL DEL ESTADO MODERNO 53

menos que se trata de la norma fundamental de la Constitución liberal y, en


síntesis, del éxito de la Revolución de Ayutla.

X. Bibliografía

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LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LOS DERECHOS


DEL HOMBRE EN LA CONSTITUCIÓN DE 1857:
PROLEGÓMENOS DE LA REFORMA

Moisés Israel Flores Pacheco

Sumario: I. Planteamiento de la cuestión. II. La opinión de los críticos.


III. Reflexión final. IV. Fuentes consultadas.

I. Planteamiento de la cuestión

El estudio de los temas relativos a la conformación del Estado y del derecho


debe estar orientado no sólo por un enfoque histórico, sino también por un
estudio sociológico y político. Es decir, deben ser vistos no sólo como mera
narración de los hechos del pasado, sino que deben demostrarnos el valor
que tienen para la conformación de la realidad actual. Teniendo en cuanta
ello, en seguida se propone hacer un estudio de la institucionalización de los
derechos del hombre, no sólo como el marco histórico del reconocimiento de
los derechos humanos, sino que queremos destacar su valor en la consolida-
ción del Estado mexicano.
Sostenemos que la institucionalización de los derechos del hombre en
la Constitución de 1857 significa la conformación de uno de los principios
fundamentales del Estado, y que la lucha de reforma significó su defensa y
consolidación junto al gobierno democrático, republicano, representativo,
laico y federal.
Como un paso previo a argumentar dicha tesis, es importante aclarar
en qué sentido se usa el término “institucionalización”. Con este término
se quiere expresar que los derechos humanos no son sólo normas positivas
del orden jurídico, sino que representan una función especial del Estado,
que contribuye a entender el sistema político. En la sociología aparecen los
derechos fundamentales como institución, y este concepto designa un com-
plejo fáctico de expectativas de comportamiento, enlazadas a un rol social,

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56 MOISÉS ISRAEL FLORES PACHECO

que por lo general cuenta con consenso social.1 Es decir, que los derechos
fundamentales consagrados en la Constitución no son sólo normas, sino que
simbolizan expectativas de comportamiento institucionalizado, de acuerdo
con determinados roles sociales, bajo cierto consenso social.
Al indagar sobre la institucionalización de los derechos fundamentales
en el Código de 1857, queremos investigar más allá de su sentido norma-
tivo; nos mueve saber qué es los que estos derechos significaron para la
consolidación de la nación mexicana, cuál era la expectativa de constitucio-
nalizarlos y en qué grado trascendieron a nuestro orden social actual. Para
emprender el análisis haremos, como han hecho otros estudiosos, recurrir
a dos de los más destacados críticos de dicha Constitución: Justo Sierra y
Emilio Rabasa, y señalar algunas otras opiniones importantes.

II. La opinión de los críticos

La Constitución de 1857, a decir de Daniel Cossío Villegas, “nació sin que


nadie creyera en ella”.2 Sus críticos la han tachado de ineficaz, porque su vi-
gencia estuvo suspendida, en ocasiones, por una y otra causa, y aunque esto
en parte es cierto, no es del todo verdad. Esta norma es fruto de la más ardua
lucha política del siglo XIX, y era la síntesis de su tiempo. Su existencia se de-
fine por dos planes políticos. El primero, el de Ayutla, que le da origen, y que
pretendía la superación de los gobiernos personalistas por la de los gobiernos
constitucionales. El segundo, el de Tacubaya, que intentaba destruirla a fin
de conservar el statu quo.
Justo Sierra refiere que se pensó que esta Constitución era algo imprac-
ticable, pues no correspondía con la realidad imperante en ese momento;
tan era así, que por eso se desató la guerra como única solución para quitar
vigencia a dicho documento. Una guerra que era la religión y los fueros de
la realidad imperante, contra la Constitución y su reforma. Sin embargo,
el maestro reivindica su vigencia en al menos un punto, y esto es respecto
a los derechos. Aunque hace una crítica a que partían de una concepción
metafísica, bajo nociones como la naturaleza del hombre, y que postulaban
aspectos no ciertos, como declarar una libertad y una igualdad que no eran
conocidas por el hombre de ese entonces, que se encontraba sometido a

1
Esta nación está orientada por la sociología de Niklas Luhmann, quien define que en
el registro sociológico aparecen los derechos fundamentales como institución. Véase Luh-
mann, Niklas, Los derechos fundamentales como institución: aportación a la sociología política, México,
Universidad Iberoamericana, 2010, pp. 85 y 86.
2
Cossío Villegas, Daniel, La Constitución de 1857 y sus críticos, México, Clío, 1997, p. 39.

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LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE... 57

leyes fatales y a una desigualdad manifiesta, termina por expresar que la


libertad, la equidad y la democracia no son obras naturales, sino conquistas
del hombre, de la civilización, provenientes de nuestra facultad de interve-
nir por medio de la voluntad en la evolución de los fenómenos sociales; estos
derechos no son dogmas, sino principios, no son derechos naturales, sino
ideales que una parte selecta de la humidad va realizando a medida que
modifica el estado social. Interpela diciendo que en ningún pueblo se han
realizado plenamente estos derechos, pero sí se va avanzando plenamente
hacia ellos y se les va incorporando en su modo de ser.3 Al constitucionalizar
los derechos del hombre no se realizó un acto vano, a decir del mismo autor,
por las siguientes causas:
Primero. La declaración de estos derechos nos integraba al conjunto de
los pueblos civilizados.
Segundo. Aun cuando fueran meras ideas no correspondientes con el he-
cho social, las ideas son fuerzas que modifican los hechos y los informan; el
acierto de los constituyentes consiste en inculcarlos al pueblo para infundir-
les la conciencia de ese ideal como algo que es forzoso realizar. Estos ideales
forman el anhelo de alcanzarlos, elevando el espíritu por el esfuerzo que se
impone para conseguirlos.
Tercero. Los derechos nunca habían sido definidos con tanta precisión y
amplitud, y sobre todo con garantías como el juicio de amparo. Eran dos
los puntos que daban a esta ley algo práctico, más allá de lo puramente teó-
rico. El primero, la organización de un cuerpo que entre sus atribuciones
tenía la de vigilar que la Constitución fuera respetada, especialmente en las
garantías individuales; ese cuerpo era la Suprema Corte, y el segundo, la
organización de un medio cuya virtud consistía en proteger a cada indivi-
duo amenazado o herido en sus garantías; esto es, el juicio de amparo. Es la
existencia de este recurso lo que hace que la declaración de derechos pase
de lo teórico a la práctica para transformar la realidad. En el momento en
que se promulgó la Constitución no era posible cumplirla porque su sola
existencia provocó un severo espíritu antirreformista contra ésta, que no era
más que un ideal.4
El triunfo de la Reforma, lo atribuirá Justo Sierra a la clase media de los
estados, que tenían ambiciones, y que de alguna forma había cambiado
los dogmas de la fe por la creencia en la ley, y el espíritu religioso, por el

3
Sierra, Justo, Evolución política del pueblo mexicano, Caracas, Editorial Ayacucho, 1977, pp.
202-204.
4
Ibidem, pp. 205 y 206.

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58 MOISÉS ISRAEL FLORES PACHECO

fervor de la legalidad. En la clase popular el motivo de apoyo fue el anhelo


de mejorar, el anhelo de cambio.5
Para Justo Sierra, el valor de estos derechos es reflejar un ideal, nada
más, pero nada menos. Lo que los hombres de la Reforma salvaron con su
lucha eran los principios en los que se debía construir en el Estado mexica-
no, como elementos transformadores del modo de ser de la sociedad, que
permitieran evolucionar hasta que se realizaran. La guerra de Reforma era
una lucha de principios, pero en ocasiones los principios lo son todo. Era una
lucha sobre cómo debía ser y evolucionar México, sobre hacia dónde debía
dirigirse, y en esa ruta estaban los derechos del hombre.
Por otro lado, Emilio Rabasa, célebre crítico de la Constitución de
1857, señalaba que éstá tenía problemas internos, porque en ella no se
tomó en cuenta el pueblo al que había de dirigirse, de modo que sus auto-
res no atinaron una organización política adecuada, no así para el caso de
los derechos del hombre, pues señala que en la Constitución de 1857 las
garantías individuales y el juicio de amparo que les dio realidad jurídica
eran un verdadero avance.6 Apunta que una de las virtudes de esa Consti-
tución fue asegurarse la existencia mediante la adhesión de las voluntades
del pueblo a través de su título primero, que consagraba los derechos del
hombre como base y objeto de las instituciones sociales, haciendo que su
mensaje llegara “a los hombres menos ilustrados y más numerosos”, que
veían en ella derechos efectivos por medio del juicio de amparo, dando a
cada persona una prueba de la realidad y de la fuerza del derecho. Mien-
tras la cuestión del gobierno era una disputa de los privilegiados, de la clase
culta, los derechos del hombre fueron una salvación para los hombres más
vejados. Poco a poco la Constitución fue vista como una ley que protegía
contra la leva, contra el abuso de la autoridad, de la cárcel, del patíbulo,
y en el peor escenario, si no hallaban remedio efectivo a sus males, sabían
al menos que se causaban como violación de la ley, que junto con ellos era
víctima del atentado.7
Además, hay una evolución ideológica gigantesca: los derechos no son
una concesión del Estado, sino al contrario, el Estado tiene por origen ase-
gurar los derechos del hombre, pues éstos son la base de las instituciones
sociales. Era un cambio definitivo en la organización social. Por eso, Raba-
sa afirma: “de tal suerte que quizá no haya en la legislación constitucional
mexicana hecho más importante que la adopción de los derecho del hom-
5
Ibidem, p. 217.
6
Rabasa Estebanell, Emilio, La Constitución y la dictadura, 10a. ed., México, Porrúa, 2006,
p. 242.
7
Ibidem, pp. 74 y 75.

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LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE... 59

bre, ni evolución más completa, ni más necesaria que ella debía producir en
toda la obra legislativa”.8 La declaración de derechos junto con el juicio de
amparo hizo sentir que el hombre tenía derechos que ni la misma ley po-
dría desconocer, derechos dados en igualdad; así, poco a poco, junto con el
juicio de amparo, fueron convirtiéndose en un medio presente para corregir
los abusos de la autoridad; se fueron institucionalizando como una práctica
social.
Está visión de la Constitución como ideal legítimo por el que valía lu-
char es localizable también en Juárez, que reclamaba como verdad práctica
la legitimidad de la Constitución, que era la voluntad general de la nación,
pues fue expresada por medio de sus representantes, y en un manifiesto a la
nación del 15 de enero de 1858, dado en Guanajuato, expresó que su go-
bierno procuraría ser un protector imparcial de las garantáis individuales,
defensor de los derechos de la nación y de las libertades públicas.9 En otro
manifiesto de don Benito Juárez a la nación, en el que explica su progra-
ma de gobierno durante su permanencia en Veracruz, dado el 7 de julio
de 1859, declara como uno de sus proyectos, que el gobierno promoverá y
fomentará la publicación y circulación de manuales sencillos y claros, sobre
los derechos y obligaciones del hombre en sociedad, haciendo que esos ma-
nuales se estudien, aun por los niños, a fin de que desde su más tierna edad
vayan adquiriendo nociones útiles, y formando sus ideas en el sentido de
qué es conveniente para el bien general.
Esta Constitución permitió que los derechos humanos fueran colocados
por primera vez en firmes cimientos constitucionales, ya no dispersos en
leyes, planes o Constituciones provisionales, sino que fueran una decisión
fundamental del Estado. Así, los derechos eran garantizados por el gobier-
no, y eran defendibles por éste.
Para Alfonso Noriega Cantú, la Constitución de 1857 significó la rea-
lización de una estructura de gobierno, de una forma constitucional, de
acuerdo con la cual seguimos viviendo.10 Desde luego, no podemos per-
der de vista que las decisiones fundamentales que fueron defendidas en la
guerra de Reforma son la base del actual Estado mexicano, y más allá de
eso hoy son principios constitucionales. El mismo autor explica que si esta
Constitución no se cumplió fue porque en la realidad hay una especie de
dialéctica entre los hechos sociales y las normas jurídicas, de modo que hay
8
Ibidem, p. 75.
9
Villegas Revueltas, Silvestre, La Reforma y el Segundo Imperio, México, UNAM, 2016, pp.
109 y 110.
10
Noriega Cantú, Alfonso, Las ideas políticas en la declaraciones de derechos de las Constituciones
políticas de México (1814-1917), México, UNAM, 1984, p. 180.

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60 MOISÉS ISRAEL FLORES PACHECO

tensión entre la efectividad y la normatividad; lo normativo actúa sobre lo


social, y la realidad influye sobre el derecho positivo.11
Lo cierto es que hoy muchas de las innovaciones de aquella Constitu-
ción están institucionalizadas, y sin ellas no sería posible concebir al Estado,
particularmente los derechos del hombre y el juicio de amparo. Esta insti-
tucionalización de los derechos se traduce en un freno al poder, que tiene
límites como un elemento esencial.
Según Cossío Villegas, esta Constitución no tuvo éxito total, no por sus
errores y contradicciones, sino porque creía que las libertades políticas e
individuales eran la clave de todos los problemas, y viendo que no era así,
vino la desesperanza de la libertad, y se confió en la dictadura, con tal de
que hubiera paz y progreso.12
Por último, Mario de la Cueva señaló que si esta Constitución ha sido
tachada de ser un código teórico que poca o ninguna vigencia tuvo, esta
afirmación proviene de los “descendientes espirituales de los conservado-
res”, que no le han podido perdonar haber suprimido sus privilegios, y con-
signado las ideas de la soberanía del pueblo y de los derechos del hombre,
pues no se toma en cuenta que esta obra cumplió una misión más alta que
la de ser simple derecho positivo: fue el ideal de la vida política del hombre
mexicano, y no puede olvidarse que la primera revolución social del siglo
XX que condujo a la primera declaración de los derechos sociales de la his-
toria se hizo en nombre de ella y para restablecer su vigencia.13
Esto último es del todo cierto; las libertades consagradas en la Constitu-
ción de 1857 allanaron el camino para la justicia social. El Plan de San Luis
declaraba la vigencia de la Constitución y la reconocía como ley suprema,
junto al principio de no reelección. En tanto que el Plan de Guadalupe,
con sus adiciones del 12 de diciembre de 1914, justificaba el hecho de que
el gobernador constitucional de Coahuila había protestado de una manera
solemne cumplir y hacer cumplir la Constitución general, y que en cum-
plimiento de este deber estaba en la forzosa obligación de tomar las armas
para combatir la usurpación perpetrada por Huerta, y restablecer el orden
constitucional en la República mexicana.

III. Reflexión final

La Guerra de Reforma inicia con el Plan de Tacubaya, pronunciado el 17 de


diciembre de 1857. Este plan señala que la Constitución no satisfacía a la po-
11
Ibidem, pp. 181 y 182.
12
Cossío Villegas, Daniel, op. cit., p. 147.
13
Cueva, Mario de la, La Constitución de 5 de febrero de 1857, México, UNAM, 2007, p. 111.

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LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE... 61

blación, pues no era acorde a sus costumbres, y que necesitaba de institucio-


nes adecuadas, consideraba convocar a un congreso extraordinario sin más
objeto que el de formar una Constitución que fuera acorde con la voluntad
nacional y que garantizara los verdaderos intereses populares.14
En cambio, el gobierno constitucional reprochaba ante la nación a los
líderes de este plan, como de enemigos del progreso. Este gobierno se con-
sideraría emanado de aquella Constitución y de sus principios liberales, y
señalaba que sus aspiraciones se dirigían a que todos los ciudadanos sin
distinción de clases ni de condición disfrutaran de los derechos y garantías
consagrados en el texto fundamental.15
La Guerra de Reforma significó la defensa de los principios de la nueva
organización política, y esto permitiría a la postre la institucionalización de
los derechos humanos, porque principios como los del gobierno democráti-
co, republicano, representativo, y el Estado laico, son el ambiente germinal
propicio para el desarrollo de los derechos, sin los cuales no se pueden al-
canzar ni consolidar en ninguna parte. Pero además con esta lucha se ins-
taura un gobierno que es garantía de los derechos.
La Constitución de 1857 ha sido tachada de ineficaz o de no vigente,
pero aun así, en torno a ella se desató la Guerra de Reforma, por los prin-
cipios que defendía, y junto con ellos los derechos del hombre y sus garan-
tías, que hoy son instituciones fundamentales del Estado mexicano. Esto
nos hace ver que al final de cuentas la Constitución 1857, por lo que hace a
estos derechos, ha prevalecido.

IV. Fuentes consultadas

Cossío Villegas, Daniel, La Constitución de 1857 y sus críticos, México, Clío,


1997.
Cueva, Mario de la, La Constitución de 5 de febrero de 1857, México, UNAM,
2007.
Luhmann, Niklas, Los derechos fundamentales como institución: aportación a la socio-
logía política, México, Universidad Iberoamericana, 2010.
Noriega Cantú, Alfonso, Las ideas políticas en la declaraciones de derechos de las
Constituciones políticas de México (1814-1917), México, UNAM, 1984.
Rabasa, Emilio, La Constitución y la dictadura, 10a. ed., México, Porrúa, 2006.

14
Plan de Tacubaya, artículos 1o. y 3o.
15
Tamayo, Jorge L., Juárez. Antología, 3a. ed., México, UNAM, 2015, p. 87.

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62 MOISÉS ISRAEL FLORES PACHECO

Sierra, Justo, Evolución política del pueblo mexicano, Caracas, Editorial Ayacu-
cho, 1977.
Tamayo, Jorge L., Juárez. Antología, 3a. ed., México, UNAM, 2015.
Villegas Revueltas, Silvestre, La Reforma y el Segundo Imperio, México,
UNAM, 2016.

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ATISBOS SOCIOCULTURALES
EN LA REFORMA, INTERVENCIÓN
Y EL SEGUNDO IMPERIO

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MÉXICO EN CONTEXTO: LA LUCHA


POR LA CENTRALIZACIÓN DE LA BENEFICENCIA
(1861-1867)

Ángela León Garduño*

Sumario: I. Introducción. II. La lógica de la intervención pública. III. El


auxilio a los pobres. IV. De la república a la monarquía en México. V. Con-
clusiones. VI. Bibliografía.

I. Introducción

En México, los años de 1855 a 1861 marcaron el inicio de un proceso re-


formador, cuya misión consistió en desplazar el poder eclesiástico de la vida
social. Para tal fin, una serie de leyes entraron en vigor con miras a desamorti-
zar bienes pertenecientes a la Iglesia, lo mismo que a secularizar un conjunto
de prácticas regidas por ésta, con el objetivo de encauzar su control al ámbito
estatal. Dentro de este esquema se contempló la reestructuración del sistema
de ayuda social, que permanecía fuertemente vinculado a los principios de
caridad tradicional. Es decir, a la idea de brindar ayuda como deber religioso
asociado al perdón de los pecados y la salvación del alma.
Este momento tan importante para la historia del México decimonó-
nico no fue el primero en que las autoridades civiles intentaron tomar la
rienda de espacios como los hospitales y hospicios. Tampoco fue ni sería
la única ocasión en que una iniciativa de tal naturaleza generara encontro-
nazos entre los diferentes grupos dedicados a fungir como patrocinadores y
benefactores de las obras caritativas y de beneficencia. Las reformas hospi-
talarias aplicadas por los Borbones entre 1773 y 1810 generaron un fuerte
resquemor al interior de la Iglesia novohispana, que perdió margen de ac-
ción al expulsarse a un buen número de sus órdenes religiosas. Por su parte,

*
Instituto de Investigaciones “Dr. José María Luis Mora”.

65

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66 ÁNGELA LEÓN GARDUÑO

la adopción de la legislación gaditana en 1822 fue todavía más radical. Al


determinar que los ayuntamientos se encargaran de velar por el cuidado de
establecimientos de beneficencia, la Constitución de Cádiz de 1812 dio un
golpe duro a la Iglesia y a las juntas de caridad.1
No obstante, como han señalado varios autores, la aprobación y apli-
cación de la ley del 2 de febrero de 1861 superó con creces las disputas y
desacuerdos de antaño. La radicalidad de su contenido —que secularizaba
los establecimientos asistenciales gestionados por la Iglesia y absorbía los
fondos y la administración de aquellos dirigidos por el Ayuntamiento—,
provocó inconformidades ante lo que parecía ser una afrenta del Estado
contra las formas tradicionales de ejercer la caridad. De ahí que a esta ley se
le acusara de generar consecuencias funestas para la mayoría de los espacios
dedicados al cuidado de enfermos y desvalidos, pues independientemente
de la crisis que desde inicios del siglo XIX había desmantelado a un buen
número de ellos, muchos otros se aproximaron a su ruina o desaparecieron
definitivamente, luego de agravarse su situación en 1861.2
Sin embargo, al margen de las tensiones generadas por esta disputa, la
ley del 2 de febrero debe ser vista como la manifestación de un fenómeno
global, a saber: el de la necesidad de intervenir públicamente en toda prác-
tica que tuviera como objetivo asegurar la sobrevivencia y el control de la
población. En ese sentido, este trabajo propone que tanto la reforma secula-
rizadora como el proyecto de ayuda social desarrollado durante el Segundo
Imperio fueron ejemplos de dos programas distintos con que se buscó re-
gular la asistencia, a la par que en sus bases puede constatarse la influencia
que en ambos tuvieron las políticas de ayuda social más representativas de
Occidente.
Inmersas en debates suscitados en gran parte de Europa durante la
primera década del siglo XIX, ambas propuestas habrían reflejado el inte-
rés generalizado por hacer frente al fenómeno de pauperización, al tiempo
que buscaban absorber el control de las prácticas e instituciones de ayuda
regidas por la Iglesia, la caridad privada y las autoridades locales. No obs-
tante, cada una entretejió sus propias estrategias, algunas veces valiéndose
más de la asociación con distintos grupos que de su rivalidad. Todo ello a
la luz de un tema de mayor amplitud; esto es, la centralización de la vida
social.

1
Tena Ramírez, Felipe, Leyes constitucionales de México (1808-1971), México, Porrúa,
2008, pp. 95-97.
2
Arrom, Silvia Marina, Para contener al pueblo: el Hospicio de Pobres de la Ciudad de México
(1774-1871), trad. de Servando Ortoll, México, Ciesas, 2011, pp. 287-296.

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MÉXICO EN CONTEXTO: LA LUCHA POR LA CENTRALIZACIÓN... 67

II. La lógica de la intervención pública

A lo largo de los siglos XVI al XVIII los príncipes europeos negociaron y


lucharon contra los localismos para constituir monarquías más fuertes. La
prusiana, la francesa y la austrohúngara, por ejemplo, se caracterizaron por
llevar a su máximo esplendor principios administrativos y burocráticos que
les permitieran ejercer el poder de manera cada vez más concentrada, gra-
cias a la implementación de políticas y prácticas tendientes a la estandari-
zación. Las decisiones de la autoridad central se tomaban desde una visión
práctica, pero también desde su alcance geopolítico, con miras a minimizar
la autonomía provincial. Así, entre más aumentaban las necesidades del reino
y las tareas del monarca, mayor fue el apremio por imponer esquemas regu-
ladores, leyes y reglamentos que permitieran generar cierta homogeneidad
en sus dominios.
Desde luego, la tarea de intervenir en los asuntos locales y provinciales
no fue sencilla. Aun con su amenazante poder, los monarcas debieron en-
frentarse a privilegios inmemoriales de la nobleza, el clero, las comunidades
y las autoridades locales, quienes, lejos de aceptar pasivamente su sumisión
ante el rey, se opusieron, resistieron o negociaron la aplicación de una polí-
tica unificadora en sus territorios.
El ejemplo más claro de ello fue el gobierno de Luis XIV. Despertando
una gran polémica, Alexis de Tocqueville vio en el rey de los franceses al
artífice de la centralización. Como tal, el concepto no existía, pero la ins-
tauración de un sistema de división territorial diseñado para socavar la
autonomía de las provincias, a cargo de la figura de los intendentes, fue un
factor imprescindible para aumentar la capacidad de control del monarca
sobre los actores locales. A pesar de ello, con mucha razón la historiografía
ha advertido lo exagerado de la afirmación tocquevilliana. Ha indicado, por
ejemplo, que estos funcionarios, en la práctica, tuvieron poco margen de
acción entre las comunidades. Que las elites provinciales aseguraron acuer-
dos bastante favorecedores a sus intereses y, más importante todavía, que
la centralización no implicó que la autoridad central fuera omnipresente.3
Lo que sí puede afirmarse es que la monarquía de Luis XIV inició un
importante proceso de burocratización al integrar un aparato de funciona-
rios aptos para atender diferentes asuntos del Estado y, en especial, la tan
anhelada recaudación fiscal. Antes de que estas características se desarro-
llaran con más claridad, al finalizar la Revolución francesa, la Asamblea
3
Biard, Michel, Les lilliputiens de la centralisation: des intendants aux préfets: les hésitations d’un
‘modèle français’, Lille, Champ Vallon, 2007, pp. 46-58 y 70.

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68 ÁNGELA LEÓN GARDUÑO

Constituyente de 1789 creó una nueva división territorial que, pese a su


racionalidad administrativa y su intención de unificar a la nación, buscó
debilitar el poder del rey. No obstante, la instauración de la República jaco-
bina, entre 1793 y 1794, auspició un nuevo triunfo para la centralización.
Y fue en este periodo cuando finalmente se acuñó el término centralisation.4
Entendida como un sistema de organización del territorio cuyas tareas
administrativas deben regirse y aplicarse bajo la tutela del Estado y que, por
lo mismo, poseen una estructura unificadora y jerárquica, la centralización
se equiparó a una intervención pública, que de a poco buscó diseminar su
operación en todas las áreas de la vida social. Al menos esta era la visión
que de ella tuvieron algunos de los principales funcionarios y pensadores de
mediados del siglo XIX, momento en que la noción de intervención públi-
ca moderna se fortaleció gracias a las asambleas revolucionarias francesas,
pero también a la rapidez con que este modelo de gobierno se extendió
siguiendo la ola de influencia prusiana y austrohúngara, principalmente.
No es casual, entonces, que al momento de publicarse la obra de Toc-
queville —L’Ancien Régime et la Révolution—, en 1856, el intelectual afirmara que
la centralización conllevaba delegar “todos los asuntos de la administración
pública” al poder real, dando como resultado que las comunidades per-
dieran su libertad y autonomía, al enfrentarse a una homogeneización de
costumbres y hábitos.5 En ese mismo sentido, los ingleses, ávidos defensores
del self-government o autogobierno, asociaron la centralización a una inter-
vención del Estado drásticamente desvinculada de toda acción local. Y, por
lo mismo, promovieron cruentos debates acerca de los perjuicios que impli-
caría una interferencia estatal en las cuestiones administrativas, políticas y
sociales del reino.6
Estos dos casos revisten una importancia fundamental para compren-
der que el desarrollo de la centralización avanzó de manera my distinta
en cada región. Sin embargo, también permite visualizar que, en muchos
sentidos, las distintas interpretaciones acerca de la relación entre el poder
central y el poder local compartieron características en común. Una de ellas
fue que el debate sobre los límites que la autoridad estatal debía respetar se
dio en el marco de temas considerados de interés general.

4
Ibidem, p. 67; Mahon, Pascal, La décentralisation administrative: étude de droit public français,
allemand et suisse, Genève, Librairie Droz, 1985, p. 46.
5
Tocqueville, Alexis de, El antiguo régimen y la revolución, Madrid, Alianza, 1982, vol. 1, pp.
33-47.
6
Innes, Joanna, “Changing Perceptions of the State in the Late Eighteenth and Early
Nineteenth Centuries”, Journal of Historical Sociology, Londres, núm. 1, vol. 15, marzo de
2002, pp. 110-112.

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MÉXICO EN CONTEXTO: LA LUCHA POR LA CENTRALIZACIÓN... 69

III. El auxilio a los pobres

Como se ha señalado, la nación francesa desarrolló una organización de go-


bierno que pretendía fortalecer la figura real tradicional. Ello permitió al
Estado francés, crear un esquema administrativo tendiente a interferir en
muchas más áreas de interés general, ganándose así la oposición de autorida-
des eclesiásticas e instituciones locales. La vigilancia y el auxilio a los pobres
fueron tópicos que recibieron una gran atención ante el peligro de que su
propagación trastocara el orden establecido.
A mediados del siglo XVIII, la charité légale se constituyó en la forma a
través de la cual el Estado francés asumió una mayor participación como
supervisor de la caridad pública y regulador de sus recursos y de los que
eran donados por la filantropía privada. Pero, como expresa John Davis,
este fenómeno no sólo sucedió en Francia. Hacia la segunda mitad del siglo
XVIII, y sobre todo durante las primeras décadas del siglo XIX, los territo-
rios de naturaleza protestante y católica fueron asemejándose cada vez más
en su discurso sobre la pobreza. Coincidieron, así, en la necesidad de pro-
mover una vigilancia pública sobre la caridad y otras formas de auxilio a los
pobres, de tal manera que se lograra un equilibrio territorial.7
La era napoleónica se convirtió en un referente para Italia y España,
donde también se constituyeron sistemas de control central para dirigir la
ayuda local hacia los pobres, que continuaron durante el periodo de la Res-
tauración.8 En Inglaterra, pese a las inconformidades contra la centraliza-
ción —muchas veces justificadas a través de discursos históricos que invoca-
ban el respeto a las tradiciones locales—, hacia 1830 se comenzó a usar el
término “central”, al que se asoció con las tareas que el Estado debía asumir
en la búsqueda por regular y prevenir problemas de carácter público, como
la higiene. De a poco, un tema como el crecimiento de los pobres también
se vinculó con la necesidad de lograr cierta uniformidad administrativa en
su tratamiento. Por ello, en plena revuelta contra el principio de la centrali-
zación, diversos actores —entre ellos médicos, intelectuales y miembros del
Parlamento— debatieron e identificaron inconsistencias en la manera de
controlar el aumento desmedido de la pobreza.9
7
Davis, John, “Health Care and Poor Relief in Southern Europe in the 18th and 19th
Centuries”, en Grell, Ole et al., Health Care and Poor Relief in 18th and 19th Century Southern Eu-
rope, Nueva York, Routledge, 2017, edición original 2002, p. 12.
8
Davidson, Nicholas, “Poor Relief and Health Care in Southern Europe, 1700-1900:
The Ideological Context”, en Grell, Ole, op. cit., p. 39.
9
Crook, Tom, Governing Systems. Modernity and the Making of Public Health in England, 1830-
1910, Oakland, Universidad de California, 2016, p. 35; Innes, Joanna, “Central Government

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70 ÁNGELA LEÓN GARDUÑO

Para resolver las arbitrariedades, en Inglaterra se diseñaron una serie de


sistemas capaces de “monitorear y restringir el abuso” de ciertas prácticas
locales. En especial, se utilizaron mecanismos como la visita e inspección a
los diferentes establecimientos asistenciales y de control social. Entre ellos,
las workhouses, las cárceles, los talleres y las fábricas. Estos espacios fueron
oficialmente supervisados por los jueces de paz y por personajes con ma-
yor poder administrativo, que buscaron reestructurar el sistema de alivio
a los pobres y el funcionamiento de las corporaciones municipales. En ello
tuvo gran relación la promulgación de la Ley de Pobres inglesa de 1834, a
la cual siguió la creación de la Poor Law Commission, instituida como una
comisión administradora de estos espacios con poder superior al de las au-
toridades locales.10
Como es de suponerse, la manera en que los gobiernos centrales de
Occidente procedieron para dirigir el auxilio a los pobres no fue del agrado
de las elites y de las autoridades locales, y menos de la Iglesia. Pero aunque
existieron importantes pugnas contra el daño generado a la caridad priva-
da y a otras formas de ayuda provincial, como el sistema parroquial inglés,
puede afirmarse que el profundo interés de los Estados por dirigir la ayuda
a los pobres pocas veces logró alcanzarse en la práctica.
Como explican Matheww Ramsey y Olivier Faure, a pesar de la ola
centralizadora francesa y de los esfuerzos por crear organismos públicos
que controlaran el auxilio a los pobres, fue sólo hasta fines del siglo XIX
cuando ciudades como París combinaron la participación pública y priva-
da. Esto es, que para garantizar cierta tranquilidad y orden, las autorida-
des debieron hacer uso de recursos económicos y sociales de la Iglesia, del
Estado y de voluntarios laicos. Por lo demás, dado que todas las naciones
occidentales debieron hacer frente a la disyuntiva de clasificar a los pobres
conforme a ciertos estándares, y a partir de ello resolver qué tipo de ayuda
se les debía suministrar, los esfuerzos por elaborar leyes y sistemas de cen-
tralización no fueron suficientes, y tales dictámenes se tuvieron que delegar
a las comunidades locales.11

‘interference’: Changing Conceptions, Practices, and Concerns, c. 1700-1850”, en Harris,


Jose (ed.), Civil Society in British Hhistory. Ideas, Identities, Institutions, Nueva York, Universidad de
Oxford, 2003, p. 59.
10
Innes, Joanna, “Central Government...”, cit., pp. 47, 49 y 50.
11
Ramsey, Matthew “Poor Relief and Medical Assistance in 18th and 19th Century
Paris”, en Jütte, Robert et al. (eds.), Health Care and Poor Relief in 18th and 19th Century Northern
Europe, Nueva York, Routledge, 2017, edición original 2002, pp. 279-308; Faure, Olivier,
“Health Care Provision and Poor Relief in 19th Century Provincial France”, en Jütte, Rob-
ert, op. cit., pp. 309-324.

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MÉXICO EN CONTEXTO: LA LUCHA POR LA CENTRALIZACIÓN... 71

IV. De la república a la monarquía en México

Aunque la centralización administrativa del cuidado de los pobres en Méxi-


co se logró consumar entre 1877 y 1904, este proceso no se puede explicar
sin los proyectos desarrollados durante los años de 1861 a 1867, momento
en que tuvo lugar uno de los cambios más avasalladores en las prácticas de
ayuda social.12
Como contexto previo, uno de los intentos menos conocidos es el de-
creto firmado por Ignacio Comonfort en 1856. En este se estipularon dos
puntos principales: que los gobernadores de los estados debían crear fondos
para administrar los establecimientos de beneficencia, y que las autoridades
públicas se encargarían directamente de ingresar a los vagos y ociosos a las
diferentes casas de corrección y aquellos espacios destinados a su activación
económica, como las haciendas y los obrajes.13
Desde luego, antes de que el manejo de la beneficencia pasara a ma-
nos del gobierno federal, a fines del siglo XIX, no existían las condiciones
políticas y económicas para financiar una tarea dominada durante siglos
por la Iglesia católica. Sin embargo, más allá de eso, debe advertirse que si
antes de 1861 no existieron proyectos emanados del gobierno, como el de
Comonfort, es probable que se haya relacionado con la lectura dada a la
pobreza, pues esta sólo alcanzó cierta notoriedad o interés político ya bien
entrado el siglo XIX.
En esa época, algunos medios, como la prensa, fueron utilizados por
los editores para denunciar las carencias con que vivía la mayor parte de la
población y para lanzar la pregunta de quién debía encargarse de resolver
su situación. En 1841, por ejemplo, El Siglo XIX publicó una columna sobre
las casas de vecindad. En ella, presentaron a sus inquilinos como la “porción
de pueblo, que por su ignorancia, sus hábitos y abandono en que se ha te-
nido, es la más temible para la sociedad, y por lo común la que abastece de
huéspedes numerosos nuestras cárceles, [pues] pululan en [ellas] los vagos,
los ebrios, los ladrones y, sobre todo, los muchachos sin educación…”. Ante
ello, aconsejaban mejorar la vigilancia de estos espacios a través de una po-
licía que preservara el orden público.14
Sólo pocos años después, en 1855, La Espada de Don Simplicio dedicó el
encabezado “Es un deber del gobierno” a resaltar las comodidades de los
12
Lorenzo, María Dolores, “Ley y eficacia. La centralización administrativa de la be-
neficencia en la Ciudad de México, 1877-1904”, Signos Históricos, México, vol. 19, núm. 37,
enero-junio de 2017, pp. 66-68.
13
Tena Ramírez, Felipe, op. cit., pp. 491, 492, 514 y 516.
14
“Casas de vecindad”, El Siglo XIX, 14 de noviembre de 1841, p. 4.

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72 ÁNGELA LEÓN GARDUÑO

usureros y agiotistas que viajaban en sus carrozas por el paseo de Bucareli,


mientras un “infeliz retirado, macilento y flaco, con un sombrero más lleno
de contusiones que su cuerpo”, se acercaba a los transeúntes para suplicar
“le [socorriesen] con lo que [pudieran] porque tenía una numerosa familia
y el gobierno sólo le había dado en un mes dos duros”. Este último título
daba a entender la urgencia de que las autoridades civiles se hicieran cargo
de mantener a quienes habían servido a la patria y ya no podían sostenerse
por sí mismos.15
Notoriamente, la generación de intelectuales de la Reforma consolidó
más este último discurso, al aprovechar su poder e influencia para plasmar
su preocupación por el aumento de pobres y advertir la necesidad de que
el Estado se hiciera responsable de un problema que obstaculizaba el desa-
rrollo del país. Aunque con claras diferencias en su pensamiento, Francis-
co Zarco, Ignacio Ramírez, Ponciano Arriaga, Guillermo Prieto y Manuel
Payno fueron algunos de los principales denunciantes de esta realidad. Ade-
más de señalar lo que creían eran las causas del aumento de la pobreza,
hubo quienes incluso se comprometieron a promover la creación de orga-
nismos capaces de proteger a los más desvalidos. Este fue el caso de Ramírez
y su proyecto de una beneficencia pública, o de Arriaga, con el suyo sobre
una procuraduría de pobres. No obstante, todos se valieron de medios como
la prensa, los libros y sus propias disertaciones al interior del Congreso para
sugerir una mayor intervención estatal en este tema, lo cual demuestra que
la pobreza fue adquiriendo una importancia sin precedentes en el México
independiente.16
Visto como un fenómeno global, la pobreza se constituyó como uno de
los temas más debatidos en Occidente durante las décadas de 1830 a 1870.
Fueron años en que se discutió seriamente sobre la capacidad y la necesidad
de los Estados de involucrarse más en el cuidado de los pobres para mejo-
rar su situación, pero también para controlar su crecimiento desmedido.
Independientemente de las maneras con que cada país decidió actuar, la
mayoría compartió una sed por centralizar el manejo de las instituciones,
los establecimientos y las formas en que se ayudaba a los más necesitados.
Esto, por supuesto, causó problemas con las autoridades locales, los traba-
jadores de las casas asistenciales o los hospicios, las órdenes religiosas, y un
gran número de benefactores privados, para quienes, con tales formas, se
generarían graves consecuencias para los pobres y se dañarían las formas
tradicionales de caridad, que ya eran parte de un andamiaje social.
15
“Es un deber del gobierno”, La Espada de Don Simplicio, 10 de noviembre de 1855, p. 2.
16
León, Ángela, El proyecto de monarquía social durante el Segundo Imperio mexicano (1864-
1867), México, UNAM, 2017, pp. 28-37.

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MÉXICO EN CONTEXTO: LA LUCHA POR LA CENTRALIZACIÓN... 73

En el caso de México, la lucha del Estado por asumir la responsabilidad


y el control sobre los espacios asistenciales estuvo enmarcada por el proceso
de secularización de la vida social, a través del cual se buscó que muchos
temas referentes a la sociedad abandonaran su connotación religiosa para
pasar al ámbito de lo civil o público. En ese sentido, la creación de una be-
neficencia pública implicó un primer ejercicio conocido: el de la seculariza-
ción de establecimientos, como los hospitales y hospicios, principalmente.
Mediante esta disposición, toda institución de socorro en manos de la
Iglesia católica quedó a cargo del “Gobierno de la Unión”. Y si bien el go-
bierno juarista otorgó a las Hermanas de la Caridad un permiso especial
para que continuaran participando activamente en las labores de atención
a los pobres, este fue la excepción, y no la regla, pues la ley del 2 de febrero
significó un claro golpe al control y a las finanzas eclesiales.
Por todo ello, el fenómeno de la intervención estatal en México mantuvo
una estrecha relación con su lucha contra el poderío de la Iglesia, así como
ocurrió en Austria, pero al contrario de los casos de Inglaterra o Francia,
donde la principal preocupación recayó en hacer frente a los intereses loca-
les. En ello fue muy claro el discurso de Benito Juárez cuando al firmar la
Ley de Nacionalización de los Bienes Eclesiásticos, del 12 de julio de 1859,
declaró que la Iglesia había dilapidado los caudales que le habían otorgado
los fieles para obras de carácter piadoso, y por ello se volvía urgente asumir
su lugar como administrador.17
Como su nombre lo indica, al crear una Dirección General de Fondos
de Beneficencia Pública, el gobierno juarista buscó que el organismo se en-
cargara de las funciones administrativas básicas requeridas para velar por
los menesterosos. Es decir, la inspección, el cuidado y la promoción de los
establecimientos. Esto implicaba, desde luego, promover una vigilancia ex-
haustiva del personal, del espacio físico de las finanzas de cada lugar, pero
también de los mismos expósitos y desamparados.18
Desde el punto de vista práctico, es sabido que la ley no tuvo los alcan-
ces imaginados. La falta de recursos del gobierno federal fue un factor de
suma importancia en su fracaso. Al finalizar la guerra de independencia, los
establecimientos asistenciales se sumieron en una gran crisis ante la fuga de
capitales provenientes de la Corona y de manos privadas. Con la ley del 2
de febrero su deterioro se agilizó al confiscarse de manos de la Iglesia, pero
también del control que de algunos de ellos tenía el Ayuntamiento.
17
Patiño, Ruperto et al., Las Leyes de Reforma, a 150 años de su expedición, México, UNAM,
2010, p. 90.
18
Archivo Histórico de la Secretaría de Salud, fondo Beneficencia Pública, serie Direc-
ción General, leg. 1, exp. 2, fs. 3-15.

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74 ÁNGELA LEÓN GARDUÑO

La incautación de dichos espacios y la sustitución de su personal por


funcionarios públicos provocó grandes rencillas con los trabajadores mu-
nicipales y las juntas privadas, quienes, al perder funciones en el manejo
administrativo, normativo y moral de los hospitales y hospicios, criticaron
la nueva gestión ante lo que argumentaban era un agravio a las labores que
tradicionalmente les correspondían.19
Si bien la colaboración de tareas entre el Ayuntamiento y la Dirección
no fue del agrado de los integrantes del organismo municipal, el acatamien-
to a las órdenes federales no tuvo la trascendencia esperada, en especial ante
lo complicado que resultaba obtener recursos que parecían haberse adqui-
rido con cierta regularidad desde el ámbito local. Sin embargo, a pesar de
que la ley fue cancelada sólo dos meses después, con lo que el Ayuntamiento
recuperó su rol como administrador de las cuentas de los establecimientos,
el erario municipal se encontraba en una de sus peores crisis, y poco pudo
hacer para sufragar nuevamente sus gastos.20
Sólo unos pocos años después, durante el Segundo Imperio, Maximi-
liano y Carlota anunciaron la creación del Consejo General de la Benefi-
cencia, con el objetivo de remediar la miseria y el aumento considerable de
indigentes. Acerca de su instauración, el 10 de abril de 1865, el emperador
se refirió a la necesidad de fomentar una mayor participación del Estado
en la distribución de recursos destinados a los establecimientos asistencia-
les. Es de considerar que ambos emperadores otorgaron gran importancia
a las obras caritativas de carácter tradicional; es decir, a las acciones de los
particulares y grupos de religiosas, característica distintivamente opuesta al
discurso juarista.21
Comparativamente, a diferencia de la Dirección, el Consejo —a cargo
de Carlota— se integró a manera de una junta formada por diez integran-
tes, en su mayoría con el cargo de consejeros. En su estatuto se estipuló que
el organismo tendría facultades en todo el territorio imperial y no sólo al
interior de la capital, como la Dirección. Contémplese, por ejemplo, que
el decreto secularizador demandó una sujeción de los estados, pero otorgó
mayor libertad a sus gobernadores al momento de inspeccionar los estable-
cimientos a su cargo. En el caso de la administración imperial, se ordenó
la formación de consejos superiores, departamentales y particulares, que
debían acatar el reglamento general, obedecer las órdenes de la emperatriz

19
León, Ángela, op. cit., pp. 24-26 y 43-46.
20
Ibidem, p. 45.
21
Ibidem, pp. 120-122.

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MÉXICO EN CONTEXTO: LA LUCHA POR LA CENTRALIZACIÓN... 75

y brindar continuos informes sobre las mejoras o deficiencias en las dona-


ciones y en la conducción de los espacios asistenciales.22
En ese sentido, cabe la afirmación de que durante el régimen imperial
hubo una organización del personal más apegada a los principios centra-
lizadores de Occidente. Uno de ellos fue la llamada “burocratización de la
administración pública”, que durante estos años fue una característica dis-
tintiva reflejada en el notorio aumento de funcionarios dedicados a resolver
asuntos relacionados con las actividades benéficas o sanitarias. El mismo
fenómeno ocurrió años antes con el gobierno de Juárez, a quien se criticó
la amplia y costosa burocracia generada con su proyecto de secularización.
No obstante, hubo una gran diferencia entre ambos proyectos. Alrede-
dor del Consejo General se crearon un buen número de cargos para em-
pleados y miembros honorarios del Consejo, comisiones visitadoras y socie-
dades que trabajaron muy de cerca en diferentes ámbitos de la beneficencia.
Todos ellos, además, compartieron funciones con asociaciones religiosas,
como las Hermanas de la Caridad y las Señoras de la Caridad de San Vi-
cente de Paul, el Ayuntamiento de la ciudad y los diferentes poderes locales
del territorio.23

V. Conclusiones

La iniciativa de centralizar toda actividad relacionada con la vida social fue


una idea que comenzó a desarrollarse en gran parte de los nacientes Esta-
dos de Occidente a partir de la tercera década del siglo XIX. En México,
la misma discusión —que implicaba debatir hasta qué nivel el Estado debía
ampliar sus funciones y su control sobre temas que rebasaban el ámbito de lo
doméstico—, demoró sólo dos décadas, cuando los principales intelectuales
de la Reforma promovieron ávidas controversias sobre la importancia de for-
talecer al Estado ante el poder detentado por la Iglesia católica.
Críticos de la pobreza, los escritos de Arriaga, Ramírez, Zarco, Prieto y
Payno fueron un hecho decisivo para promover la responsabilidad del Esta-

22
Ibidem, p. 123; Patiño, Ruperto et al., op. cit., p. 90.
23
“Sobre nombramientos de empleados para la Secretaría de este Consejo General”,
16 de junio de 1865, en Archivo Histórico de la Ciudad de México, Ayuntamiento, Bene-
ficencia, vol. 418, exp. 2, fs. 1-15; “Sobre que los Consejos departamentales nombren una
comisión que visite los establecimientos de beneficencia y rinda un informe del estado que
guardan”, 11 de mayo de 1865, en AHCM, vol. 418, exp. 8, fs. 1-9; “Sobre que informe el
Ayuntamiento de esta capital del estado de los fondos de Beneficencia”, 20 de abril de 1865,
en AHCM, vol. 418, exp. 3, fs. 1-3.

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76 ÁNGELA LEÓN GARDUÑO

do sobre el destino de los pobres. Con mucha determinación, Benito Juárez,


entonces presidente interino, estipuló que los establecimientos de benefi-
cencia fueran absorbidos por el gobierno federal y sus respectivos gobiernos
estatales. Indirectamente, la medida aseguraba que el poder civil cuidaría
de los caudales donados por la sociedad a la Iglesia y coadyuvaría a mejo-
rar el estado y las cuentas de todos aquellos espacios destinados al cuidado
de los enfermos y pobres. Ahora se sabe que las condiciones económicas y
políticas, con la posterior invasión francesa, fueron causa importante de su
fracaso.
Sólo pocos años después, Maximiliano y Carlota hicieron lo suyo al
crear su propio Consejo General, buscando objetivos bastante parecidos a
los de la dirección juarista. Una de las tareas pendientes de los historiadores
es analizar hasta qué punto este último proyecto hizo visible o no la capaci-
dad de control real del poder central sobre las elites y las autoridades loca-
les y religiosas. ¿Fueron los emperadores conscientes de que lograrían en-
grandecer el poder del Estado imperial a través de medidas centralizadoras
que al mismo tiempo dieran cabida a los actores locales y privados, como
sucedió en Francia? ¿Utilizaron para ello la herramienta viejo conocida de
aumentar el poder central a partir de la resolución de temas tan problemá-
ticos para las naciones como la pobreza? Ésta es una pregunta pendiente en
la historiografía.

VI. Bibliografía

Arrom, Silvia Marina, Para contener al pueblo: el Hospicio de Pobres de la Ciudad de


México (1774-1871), trad. de Servando Ortoll, México, Ciesas, 2011.
Biard, Michel, Les lilliputiens de la centralisation: des intendants aux préfets: les hési-
tations d´un ‘modèle français’, Lille, Champ Vallon, 2007.
Crook, Tom, Governing Systems. Modernity and the Making of Public Health in
England, 1830-1910, Oakland, Universidad de California, 2016.
Davis, John, “Health Care and Poor Relief in Southern Europe in the 18th
and 19th Centuries”, en Grell, Ole et al. Health Care and Poor Relief in 18th
and 19th Century Southern Europe, Nueva York, Routledge, 2017, edición ori-
ginal 2002.
Davidson, Nicholas, “Poor Relief and Health Care in Southern Europe,
1700-1900: The Ideological Context”, en Grell, Ole et al. Health Care and
Poor Relief in 18th and 19th Century Southern Europe, Nueva York, Routledge,
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MÉXICO EN CONTEXTO: LA LUCHA POR LA CENTRALIZACIÓN... 77

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Provincial France”, en Jütte, Robert et al. (eds.), Health Care and Poor Relief
in 18th and 19th Century Northern Europe, Nueva York, Routledge, 2017, edi-
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Oxford, 2003.
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and Early Nineteenth Centuries”, Journal of Historical Sociology, Londres,
núm.1, vol. 15, marzo de 2002.
León, Ángela, El proyecto de monarquía social durante el segundo imperio mexicano
(1864-1867), México, UNAM, 2017.
Lorenzo, María Dolores, “Ley y eficacia. La centralización administrativa
de la beneficencia en la Ciudad de México, 1877-1904”, Signos Históricos,
México, vol. 19, núm. 37, enero-junio de 2017.
Mahon, Pascal, La décentralisation administrative: étude de droit public français, alle-
mand et suisse, Genève, Librairie Droz, 1985.
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Century Paris”, en Jütte, Robert et al. (eds.), Health Care and Poor Relief in
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Tena Ramírez, Felipe, Leyes constitucionales de México (1808-1971), México,
Porrúa, 2008.
Tocqueville, Alexis de, El antiguo régimen y la revolución, Madrid, Alianza,
1982, vol. 1.

1. Hemerografía

El Siglo XIX, Ciudad de México.


La Espada de Don Simplicio, Ciudad de México.

2. Fuentes de archivo

AHSS, Archivo Histórico de la Secretaría de Salud, México.


ACHM, Archivo Histórico de la Ciudad de México.

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LAS CLASES MENESTEROSAS:


¿ASUNTO DE ESTADO O FILANTROPÍA?

Yazmín Adriana Cruz Reyes*

Sumario: I. Introducción. II. Maximiliano y su política indigenista. III.


La Junta Protectora de las Clases Menesterosas. IV. Conclusiones. V. Biblio-
grafía.

I. Introducción

El siglo XIX es, sin duda, uno de los más complejos de la historia mexica-
na, ya que a lo largo de él las dos fuerzas políticas del momento: liberales
y conservadoras, lucharon por tener y preservar el poder. En ese tiempo se
ensayaron en México todas las formas de gobierno posibles, resultando cierta
estabilidad a través de una dictadura, que terminó con el siglo mismo al es-
tallar la Revolución.
Dentro de la ya mencionada lucha entre liberales y conservadores se
encuentra uno de los momentos históricos más interesantes: el Segundo Im-
perio mexicano, que nace tras una aparente victoria de la facción conser-
vadora.
El tema que ha de tratarse en este documento es justamente el Segundo
Imperio, y dentro de éste, la creación de una institución encaminada a la
clase más desprotegida: los pobres; todo esto dentro de una administración
imperial, con un gobernante austriaco, en un Imperio pensado, y bajo esa
idea traído, conservador, pero que resultó liberal.
El Imperio de Maximiliano abarcó tres años, desde 1864 hasta 1867, a
lo largo de los cuales se aplicaron una serie de medidas para cada uno de
los aspectos de su administración: recreó órdenes (Orden de Guadalupe),
condecoraciones, atendió asuntos de política, economía; pero también se
dedicó al aspecto social, y es en este último punto donde se encuentra uno
*
Facultad de Estudios Superiores-Acatlán, Universidad Nacional Autónoma de México.

79

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80 YAZMÍN ADRIANA CRUZ REYES

de los más sobresalientes de su administración: la creación de la Junta Pro-


tectora de las Clases Menesterosas en 1865.
¿Por qué Maximiliano instauró esta Junta?, ¿qué pretendía resolver con
ella y qué asuntos fueron resueltos? La respuesta a estas cuestiones ayudarán
al análisis y comprensión del carácter de esta institución.
El objeto de elaborar un trabajo sobre la Junta se debe a lo excepcional
de esta, y es que si bien en administraciones anteriores se buscó cuidar a
toda la población, la realidad es que los más descuidados siempre eran los
mismos, los pobres, y dentro de ellos unos en particular: los indios. Sin em-
bargo, es en el Segundo Imperio donde se crea una institución encaminada
a atender las quejas de esta población, llamada menesterosa; es a través de
ella como se les brinda un espacio dedicado exclusivamente a ellos y a la
atención de sus problemas.

II. Maximiliano y su política indigenista

Antes de hablar de la Junta y de sus acciones es necesario entender el contex-


to en el que fue creada; analizar brevemente la concepción que tenía el em-
perador de los indios, de su situación, ya que ellos eran los “más pobres entre
los pobres”; es importante, además, tener en cuenta que la creación de esta
Junta se inserta en un tema más amplio: la política indigenista del Imperio,
y que si bien no es el tema rector de esta investigación, sí es preciso tener en
cuenta que la Junta forma parte de dicha política.
Nacido en Austria, Maximiliano conoció y vio distintas formas de vida,
de ideas; se acostumbró, pues, a la diversidad. A su llegada a México, ésta
no lo deslumbró, puesto que vivió rodeado de ella a lo largo de su vida.
Los indios y sus costumbres, las distintas lenguas que hablaban, no eran
para Maximiliano un aspecto que le molestara o que le resultara exótico,
puesto que en Viena él observó esta misma diversidad de idiomas, de for-
mas de vivir, de tal modo que los indios no representaban lo exótico o mo-
lesto que podían resultar para no pocos mexicanos.
A lo largo de su estadía en México, Maximiliano siempre mostró afec-
to y un interés por los indios como no se había observado antes: se sintió
maravillado del pasado indígena; le interesaba todo lo que tuviera que ver
con la cultura prehispánica; sin embargo, al contrario de lo que les ocurría
a muchos mexicanos de la época, no sentía desprecio por los indios que se
encontraban vivos, allí, afuera, en la calle vendiendo comida o acarreando
agua; para él, los indios eran parte del Imperio.

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LAS CLASES MENESTEROSAS: ¿ASUNTO DE ESTADO O FILANTROPÍA? 81

Las comidas en las que compartía la mesa con ellos, las audiencias en
las que les dedicaba mayor tiempo que a “los personajes”1 eran sin duda
hechos que molestaban, o, en el mejor de los casos, sorprendía a la recién
formada “nobleza” mexicana. A Maximiliano esto no parecía importarle,
ya que para él los indios eran “la mejor gente del país”.2
Los indios, por su parte, mostraron adhesión al Imperio, pelearon por
él, y aunque hubo excepciones, la mayoría veía en Maximiliano una figura
protectora; llegaban de muy lejos para mostrarle el afecto y la confianza
que le tenían:

Señor.
Llego la fama de tu nombre hasta los bosques impenetrables de Yucatán,
en donde viviamos sin cuidarnos de lo que acontecia en esta tu ciudad y en
todo el grande pais que gobiernas. Si hemos vivido en esa clase de indolen-
cia y sin obedecer otra autoridad que nosotros mismos, es porque ningun
hombre nos inspiraba la desconfianza y el respeto que tú, cuyo nombre nos
ha llevado tan lejos el aire, envuelto en armonía y como mandándonos que
seámos tus fieles vasallos.
Para decirte esto en tu presencia, hemos venido atravesando los mares, con
el corazón contento, nosotros que jamás nos separamos lejos del techo en que
vemos la primera luz.
Recibe, pues, nuestros homenajes y nuestro profundo respeto, y también
nuestras esperanzas, y que el señor de los cielos y la tierra te bendiga.3

Maximiliano pudo percatarse de la situación de los indios a través de


sus “viajes al interior”; observó que éstos sufrían abusos, eran explotados
por medio de deudas contraídas con los “patrones” para los que trabajaban,
vivían en extrema pobreza, seguían, en algunos lugares, con prácticas paga-
nas y, para completar la escena, no tenían educación.
Ante este panorama, resolvió que lo más conveniente sería que ellos
explotaran las tierras; se dio cuenta de que las Leyes de Reforma eran nece-
sarias para que el progreso llegara a México. Las Leyes de Reforma estaban
creadas sobre un imaginario: en México no había equilibrio; la población
era profundamente dispar; unos muy ricos y otros terriblemente pobres. El

1
Romero de Terreros, Manuel, Maximiliano y el Imperio según correspondencias contemporá-
neas, México, Cultura, 1926, p. 576.
2
González y González, Luis, “El indigenismo de Maximiliano”, en Arnaiz y Freg, Ar-
turo (coord.), La intervención francesa y el Imperio de Maximiliano. Cien años después 1862-1962,
México, Asociación Mexicana de Historiadores-Instituto Francés de América Latina, 1965,
p. 103.
3
Diario del Imperio, México, Imprenta de J. M. Andrade y F. Escalante, 1865, p. 98.

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82 YAZMÍN ADRIANA CRUZ REYES

emperador se percató de esto y observó que mientras los indios no pudieran


integrarse en situación de igualdad a la sociedad mexicana y al sector pro-
ductivo, el progreso no llegaría, y las Leyes de Reforma no tendrían nunca,
como no lo tuvieron, el efecto esperado.
Tras lo anterior, Maximiliano realizó una serie de medidas encamina-
das a su propósito: integrar a la vida económica y social a los indios; era in-
dispensable resolver los problemas que había visto, y para eso se encuentra
en el Imperio una política encaminada a ellos.
Las acciones de Maximiliano en torno a los indios corresponden a lo
que ahora llamamos política. No fue demagogia ni populismo; el interés por
ellos era real y tangible. Era necesario incluirlos en el sector productivo, y
como tales tenían que integrarse en igualdad, según dictaba el liberalismo;
además, si se quería el progreso, las Leyes de Reforma tendrían que ade-
cuarse a las condiciones del país, y no el país adecuarse a ellas; así pues, lo
realizado por Maximiliano fue política, ya que respondía a la forma de go-
bierno que tenía en mente.
Lo primero en lo que decidió centrar su atención fue en la educación
de sus súbditos; para ello se decretó en el Ministerio de Instrucción Pública
y Cultos que la educación sería pública y gratuita. De ser pública, ¿cómo
sería impartida: en español o en náhuatl?, ¿el proceso de desindianización
era necesario?
La educación era en español; sin embargo, el proceso resulta complejo,
ya que, por un lado, el emperador pedía informes de las lenguas indígenas
que se hablaban en el país, y además, los decretos, todos, eran expedidos
en náhuatl, aspecto interesante, ya que siempre habían sido expedidos en
español, nunca traducidos al náhuatl; entonces, ¿qué proceso de desindiani-
zación quería? Considero que Maximiliano buscaba que la educación fue-
ra en español, porque en gran parte si eran explotados era precisamente
porque en una lengua distinta cualquiera puede ser presa de abusos y de
explotación; en el área laboral era necesario que los indios supieran hablar
español; por otra parte, sus costumbres y su pasado seguirían siendo res-
petados siempre y cuando no estuvieran en contra de la religión católica,
que Maximiliano practicaba, aunque muy a su manera, ya que veía en la
Iglesia mexicana un órgano corrompido. Así pues, la educación en español
era necesaria, pero las costumbres y seguir hablando en náhuatl eran parte
de su forma de vida, y no tendrían que ser eliminadas para integrarse a la
sociedad.
Siguiendo en este tema, hubo beneficiados de esta política, ya que el
Ministerio de Instrucción Pública colaboró para cumplir con lo que el Im-

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LAS CLASES MENESTEROSAS: ¿ASUNTO DE ESTADO O FILANTROPÍA? 83

perio deseaba; hubo becas para estudiantes; sin embargo, el emperador de-
cidió, en algunos casos, el orden de los favorecidos:

Palacio de México, á 21 de Julio de 1866


Secretaria Privada del Emperador.
El Ministerio de Ynstrucción pública hizo una propuesta á S.M. para la
concesión de becas de gracia en los Colegios de la Capital. —S.M. dispuso
que éstas se concediesen de preferencia a jóvenes indígenas, y que las restan-
tes se distribuyesen entre los jóvenes más necesitados de entre los mismos que
ya había propuesto—. Así lo hizo el ministro y S.M. acordó que se pidiese su
parecer sobre la última propuesta al Sr. D. Victor Perez, el cual en consecuen-
cia de él adjunto informe…4

Además de la falta de instrucción, la ausencia de lugares donde impar-


tirla era asunto de constantes quejas en distintas partes del Imperio. La pe-
tición constante de sitios donde instruir a los habitantes era un caso común
en los expedientes que conforman el fondo de la institución que nos ocupa.
Otros problemas que se presentaban ante el Imperio eran la explota-
ción, las condiciones laborales, la repartición de tierras y el despojo, produc-
to de las Leyes de Reforma; ante esto, el emperador pidió la formación de
un comité que le informara de la situación de los indios. El comité habría
de dar paso a una de las instituciones más representativas del Imperio: la
Junta Protectora de las Clases Menesterosas.

III. La Junta Protectora de las Clases Menesterosas

La Junta Protectora es sin duda la institución representativa por excelencia de


la política indigenista de Maximiliano; en ella se vertieron los casos no sólo
de indios, sino también de obreros y de mestizos que reclamaban tierras, que
aseguraban ser descendientes de Moctezuma, que tenían problemas con el
abasto de agua, que sufrían abusos laborales, maltratos; en fin, a pesar de su
corta vida esta institución fue emblemática de lo que buscaba el Imperio: la
igualdad, la “equidad en la justicia”.
El emperador era consciente de que esa equidad no llegaría si antes no
se atendían las quejas de la mayoría de la población, que vivía en la pobre-
za; si se buscaba la prosperidad, necesitaba resolver los problemas de ese
sector; la Junta fue el resultado que buscaría solucionar dicha problemática.
Esta institución era el medio a través del cual se atenderían las quejas; ne-

4
AGN, Segundo Imperio, vol. 32, exp. 5.

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84 YAZMÍN ADRIANA CRUZ REYES

cesitaba un filtro que enviara los asuntos a los correspondientes ministerios;


en ella colaboraron hombres que creían en el Imperio, que trabajaron para
lograr que la administración de Maximiliano tuviera los resultados espera-
dos; se encontraban personajes comprometidos no solo con el emperador,
sino también con su imagen del indio, con el plan de integración de éste a
la vida del Imperio.
Por decreto, se formó un comité que le informara al emperador de la
situación de los más pobres y de la manera en que podría resolverse. El 1o.
de marzo de 1865, el comité, presidido por Francisco Villanueva y com-
puesto por Evaristo Reyes, F. Hernández Carrasco, Faustino Chimalpopoca
y Víctor Pérez, le presentó a Maximiliano el informe que había pedido, que
se acompañó de un proyecto de ley donde se pedía la organización de un
consejo administrativo encargado de “promover la educación, instrucción y
mejora social de los pueblos de indígenas y conocer de sus quejas y litigios
sobre tierras”.5
La petición sin duda fue escuchada: el 10 de abril de 1865 se decretó en
el Diario del Imperio la instauración de la Junta Protectora de las Clases Me-
nesterosas. Los “viajes al interior”, en los que Maximiliano pudo “estudiar
por sí mismo y conocer personalmente las necesidades de cada localidad,
para remediar inmediatamente las más imperiosas, principalmente las de
las pequeñas poblaciones de indígenas”6 sirvieron también para que este
organismo fuera creado.
La Junta Protectora fue creada bajo el Ministerio de Gobernación, lo
que refleja que respondía a la política del Imperio. Se trataba de un acto
de gobierno y no de beneficencia. Estaría conformada por cinco vocales; el
presidente sería Faustino Chimalpopoca; el vicepresidente secretario, Fran-
cisco Villanueva; el subsecretario, Víctor Pérez, y los dos vocales restantes,
Evaristo Reyes y Mariano Degollado; pero estos dos últimos personajes fue-
ron remplazados después por Francisco Morales y Medina, José Raimundo
Nicolín y Francisco Saldaña, Isidro Díaz y Pedro Montes de Oca. Final-
mente, dos años después, en marzo de 1866, Juan N. Ortiz de Montellano
remplazó a J. R. Nicolín.7 El sueldo que percibían por su trabajo era de mil
quinientos pesos anuales.

5
Zavala, Silvio, “Victor Consideránt ante el problema social de México”, Historia Mexi-
cana, vol. 7, núm. 3, 1958, p. 321.
6
Diario del Imperio, México, Imprenta de J. M. Andrade y F. Escalante, 1865, p. 529.
7
Meyer, Jean, ”La Junta Protectora de las Clases Menesterosas. Indigenismo y agraris-
mo en el Segundo Imperio”, en Escobar, Antonio (coord.), Indio, nación y comunidad en México
del siglo XIX, México, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos-Centro de Investi-
gación y Estudios Superiores en Antropología Social, 1993, pp. 334 y 335.

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LAS CLASES MENESTEROSAS: ¿ASUNTO DE ESTADO O FILANTROPÍA? 85

Entre las funciones de la Junta se encontraban recibir las quejas de las


clases menesterosas y proponer las soluciones respectivas; entre los atribu-
tos que le eran concedidos estaba el de pedir informes y datos necesarios
a las prefecturas políticas, que tendrían que proporcionárselos lo más rápi-
damente posible. La Junta también tenía obligaciones, que reflejan en gran
medida las acciones y los casos que atendía; entre ellas se encontraban las
siguientes:
I. Dictaminar acerca de los negocios que se le sometan en consulta.
II. Proponer las medidas que estime convenientes para mejorar la si-
tuación moral y material de las clases menesterosas.
III. Procurar el que se multipliquen los establecimientos de enseñanza
primaria, para la instrucción de adultos y de niños de ambos sexos.
IV. Presentar proyectos para la erección de pueblos, siempre que el nú-
mero de habitantes sea suficiente y se tengan todos los elementos
necesarios de subsistencia.
V. Consultar el modo más acertado para distribuir los terrenos baldíos
de cualquiera clase, proponiendo reglamentos que ordenen el tra-
bajo, y fijen la cantidad y modo de retribuirlo.8
Cada caso y acuerdo de la Junta sería remitido al Ministerio de Gober-
nación con el extracto correspondiente, y si bien no tenía poder de decisión,
sí tenía un gran peso en cuanto a las decisiones tomadas, ya que no una sino
varias veces las conclusiones que proponía fueron tomadas en cuenta para
la resolución de los casos. A lo anterior se suma la cercanía de la Junta con
Maximiliano, y el apoyo que éste les brindaba eran sin duda determinantes
para que la labor de la Junta fuera eficaz: las respuestas eran expedidas rá-
pidamente (si se toman en cuenta los medios de comunicación de la época);
muchos de los asuntos eran seguidos y resueltos de manera satisfactoria;
además, la formación de juntas auxiliares habla del respaldo y eficiencia de
la misma.
De los personajes que laboraron en la Junta, quien destaca innegable-
mente es Faustino Chimalpopoca. Como acompañante de Maximiliano du-
rante sus “viajes al interior”, le servía, digámoslo así, de intérprete, le comu-
nicaba los problemas que eran expuestos por los indios en los pueblos que
visitaban, y en ocasiones, cuando el emperador se sentía indispuesto, Chi-
malpopoca se quedaba al frente. Las traducciones de los decretos al náhuatl
también eran realizados por él; por estas razones, no es de extrañarse que la
Junta Protectora fuera puesta en sus manos, ya que compartía las ideas de

8
Diario del Imperio, México, Imprenta de J. M. Andrade y F. Escalante, 1865, p. 338.

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86 YAZMÍN ADRIANA CRUZ REYES

Maximiliano respecto a los indios, y consideraba, al igual que el emperador,


que era necesario hacerlos dueños de la tierra, que sintieran suyo todo por
lo que trabajaban.
Francisco Villanueva también fue otro personaje relevante en el Impe-
rio, y si bien su cercanía con el emperador no se compara con la de Chi-
malpopoca, Villanueva era tomado en cuenta en otros aspectos, ya que for-
maba parte del Consejo General de Beneficencia, que era presidido por la
emperatriz; además, cabe recordar que el comité fue presidido inicialmente
por él, y se suma también su cargo como vicepresidente de la Junta.
Dos meses después de su instauración, el Imperio autorizó a la Junta
la formación de juntas auxiliares, lo cual fue de mucha ayuda en la aten-
ción de los problemas, ya que éstas reflejan y permiten observar la situación
que se vivía al interior del Imperio. Entre ellas destacan las de Guadalajara
y Veracruz, que también trabajaron arduamente en los casos que atendían y
eran manifiestamente la extensión de la política de Maximiliano a diversos
puntos del Imperio.
La junta auxiliar de Jalapa fue presidida por Mariano Reyes, quien
mostraba particular preocupación por la falta de instrucción pública; por
otro lado, la de Guadalajara tenía como presidente a Longinos Banda, per-
sonaje que manifestaba un mayor interés por la explotación laboral. Ambos,
por su parte, enviaron a la Junta Protectora, peticiones para la resolución
de los problemas que a cada uno le interesaba: Reyes pedía la autorización
para utilizar edificios deshabitados para la instrucción primaria, mientras
que Banda expuso una petición para frenar los abusos laborales de los que
eran víctimas los indios.
La documentación de la labor de la Junta Protectora, así como de las
juntas auxiliares, se encuentra en el Archivo General de la Nación resguar-
dada en el Fondo Junta Protectora de las Clases Menesterosas. Está com-
puesta por cinco volúmenes, y en la enorme cantidad de expedientes (apro-
ximadamente cuarenta por volumen) se encuentran las quejas que llegan
de distintas partes del Imperio, exceptuando el norte, que se encontraba en
manos de los liberales; hay casos de distintos pueblos de lo que actualmente
conocemos como Estado de México, Distrito Federal, Guadalajara, Vera-
cruz, Zacatecas, Puebla, San Luis Potosí, Guanajuato, Hidalgo, Michoacán
y Morelos.
Al revisar estos documentos, encontré alrededor de sesenta o setenta
expedientes, que tratan expresamente de indios; sin embargo, la revisión fue
hecha de manera rápida y un tanto discriminatoria, ya que de entre la canti-
dad de casos que se encontraban allí decidí incluir solo algunos que ayuden

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LAS CLASES MENESTEROSAS: ¿ASUNTO DE ESTADO O FILANTROPÍA? 87

a ejemplificar el interés de la Junta, así como el apoyo que el emperador


mostraba a la labor de este organismo.
Lo primero en lo que la Junta centró su atención fue en el aspecto edu-
cativo, problemática que era tratada con frecuencia en los expedientes res-
guardados por el AGN. A través del Diario del Imperio, pedía a los prefectos
políticos un informe donde se les notificara

[…] el número de escuelas de primeras letras de ambos sexos, que existen en


cada Departamento, lugares en que se hayan establecido, especificando los
que carezcan de ellas […] materias que se enseñan en dichos establecimientos
y número de alumnos que concuerden a ellas, con especificación de su sexo
y raza, acompañando las leyes y disposiciones particulares que rijan en dicho
ramo de enseñanza.
[…] Un estado de lenguas indígenas, que se hablen en cada Departamen-
to, espresando cuál sea la más generalizada, si hay establecimientos en que
se enseñen alguna de ellas, ó si en algunas se usa de dichas lenguas como
vehículo para generalizar los primeros conocimientos en la clase menesterosa
de la sociedad, obras que estén escrutasen los referidos idiomas y su objeto,
mandando si es posible, un ejemplar de cada una de ellas.9

La educación era un tema que preocupaba no solo a la Junta Protecto-


ra, sino también a las juntas auxiliares; a través de ellas observamos la situa-
ción en la que se encontraba la educación en el Imperio, y explica el porqué
del informe solicitado que se mencionaba con anterioridad:

[…] los socios que componen la Junta auciliar de este Municipio [Junta auxi-
liar del Municipio de Cocotitlán] encabesada esta reunión por su presidente,
para acordar el modo de proporcionarse los locales suficientes para los esta-
blecimientos de instrucción de que se carece absolutamente, al grado de ha-
berse pedido prestado una piesa aunque no muy capas para poner la escuela
de niños, ya que se tiene que desocupar á pedimento del dueño; en semejante
estado, no queda mas recurso que levantar la presente acta […] en que se
pide el terreno necesario para la fabricación de edificios y particularmente de
los de Ynstrucción primaria por lo que tanto anelamos […].10

La cuestión de la tierra casi siempre iba acompañada de quejas sobre


maltrato y despojo; los hacendados muchas veces pedían a los indios, docu-
mentos que los acreditaran como dueños de la porción de tierra que ocu-

9
Ibidem, p. 602.
10
AGN, Junta Protectora de las Clases Menesterosas (en adelante JPCM), vol. IV, exp. 5,
f. 34.

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88 YAZMÍN ADRIANA CRUZ REYES

paban; sin embargo, a pesar de presentarlos, simplemente eran ignorados,


y sus tierras les eran quitadas, o en el mejor de los casos se les dejaban bajo
el maltrato del que eran presa. Un ejemplo de lo anterior son los casos con-
tenidos en los primeros tres volúmenes del fondo documental que ya he-
mos mencionado, y hay uno en especial que quisiera comentar brevemen-
te. Consta de diez fojas, y en él se sigue el caso de un grupo de indios que
denuncian los maltratos físicos de los que fueron objeto por los hacendados
del lugar y del mismo presidente del Ayuntamiento. El expediente habla de
palabras altisonantes y de golpes. La Junta envió el caso al municipio para
obtener una respuesta; el presidente del Ayuntamiento, Merced Monroy,
por su parte, desmintió lo dicho por los indios, y en su versión afirmaba que
no hubo palabras altisonantes ni golpes, y que lo único que pidieron a los
indios fue respetar los límites entre sus propiedades comunales y la de las
tierras de los hacendados. La Junta termina el caso pidiendo que se respeten
los linderos y que esto se haga sin abusos de ninguna de las partes.11
Siguiendo con el tema de los abusos, hay varios expedientes que tratan
de la explotación que sufrían los indios:

Sr. Emperador.
Luis Salbador, J. de Jesús Trinidad, Nicolas Trinidad, Anastasio Sánchez,
J. María Benignito, Crus Catarino, Ausencia Trinidad, J. de la Crus, Carlos
Sandoval, Casimiro Sanches, Polinario el grande, Polinario Robles, Martin
Favian, Joaquin Machorro, Laureano Mora, Eleuterio Mora, Felipe de San-
tiago, Francisco Ricardo, vecinos y anexarios de la ciudad del pozo de la
comarca de San Salbador el Seco, emos venido a comparecer ante el aca-
tamiento de S.M. á esponerle que nuestro patron d. Francisco Ernandez no
quiere obedecer las ordenes que sean dado por el supremo gobierno del im-
perio pues al principio nos prometio en varias semanas que la entrante nos
pagaria toda la semana y desquitaríamos la quinta parte en cuenta de lo que
debemos, asta que en el pasado sabado nos dijo que aunque en otras hacien-
das ya pagavan como que esta mandado pero que el no lo hacia por no tener
orden espoecial. Nos encontramos deudora a la verdad injusta si por dejarnos
la ropa muy cara como son los rebozos de ocho y dies a dos y mas pesos, los
sarapes de once á doce á treinta y por este estilo lo demás, aun así desde el
día quince de otubre del año pasado nos nego ese abio diciendo que nos lo
daria en todos santos, este mes dijo que no daba nada porque abia orden que
lo proibia.
Es desgraciada nuestra condición pues nos vemos reducido á peor condi-
ción que la de los esclabos aciendonos travajar desde las cuatro de la mañana
asta las ocho de la noche, dandonos para comer un rato tan corto, que tene-

11
AGN, JPCM, vol I, exp. 13, fs. 293-303.

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LAS CLASES MENESTEROSAS: ¿ASUNTO DE ESTADO O FILANTROPÍA? 89

mos que pasarnos con la tortilla en la mano á las vos del arriador, aciendonos
trabajar en varios dias de fiesta muchos dias, si que se nos pague nada, y el
que no ba lo encierra en la Hapisquera de lo que encontrariamos resuelta que
nos tiene mi amo deudor, hambrientos y aniquilados con nuestras familias
y p. recompensa manda se nos den de palos, y el capitan pa. agradarlo nos
maltrata sin dar motivos, sin poder quejarnos con el amo pa. que ratifica la
orden que nos den de palos con palabras tan desornadas y cochezas que no
puede decir […]12

El expediente sigue con las quejas de los trabajadores, en las que se


menciona también que se les daban tierras para sembrarlas, pero que se les
cobraban diez reales de renta, además de descontarles de su sueldo lo relati-
vo al pago de bautizos, entierros, casamientos y curaciones. La respuesta de
la Junta fue el envío del expediente al municipio de Puebla, de donde era el
caso, para que se le diera revisión a dicha hacienda, y pedía también que se
le informara de la resolución tomada.
Otro aspecto del que la Junta se ocupó fue el correspondiente a la re-
ligión, tema en el que la preocupación era básicamente sobre las prácticas
en las que algunas veces incurrían los indios, las cuales no eran toleradas
por resultarles prácticas paganas. En este aspecto, la Junta y el Ministerio
tomaron resoluciones determinantes: no serían permitidas, y para ello se
dictaminaría la erradicación de las mismas:

Por la comunicación de V.S. del que rige quedo impuesto del dictamen que
aprobo esa Junta y remitió á S.M. el Emperador, prohibiendo las danzas
que ejecutan los indios para solemnizar sus funciones, y otras prevenciones que
sobre el particular se hacen, lo que digo a V. S. en respuesta.
El Ministro de Gobernación
Esteva.13

Muy probablemente, tras observar los casos enviados por la Junta y con
lo que el emperador veía en sus viajes, es que se decretan las leyes que han
de ser la muestra más obvia de la política indigenista del Imperio, mismas
en las que los casos manejados por la Junta tuvieron un gran peso para su
expedición, puesto que retratan bien las soluciones buscadas para los pro-
blemas manejados a través de ella:

Ley para dirimir las diferencias sobre tierras y aguas entre los pueblos (1º de
noviembre de 1865)
12
AGN, JPCM, vol. III, exp. 25, f. 374.
13
AGN, JPCM, vol. II, exp. 22, f 281.

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90 YAZMÍN ADRIANA CRUZ REYES

Ley sobre terrenos de comunidad y de repartimento (26 de junio de 1866)


Ley Agraria que concede fundo legal y ejido a los pueblos que carezcan de
èl (16 de septiembre de 1866)
Ley sobre trabajo libre (1º de noviembre de 1865).14

Para 1866, la institución rendía informes de su primer año de actividad;


la labor fue extensa y muy precisa, y las leyes expedidas respondían a los
diversos aspectos que trataba. El tema agrario era el que predominaba, se-
guido por el laboral, los cuales buscaban ser resueltos a través de estas leyes,
que respondían al proyecto de Maximiliano: la integración del indio a la
vida económica y social del país.
Las leyes eran innovadoras, pero hubo una en especial que molestó so-
bremanera a cierto sector de la población: la Ley sobre Trabajo Libre. Las
críticas no se hicieron esperar, desde los terratenientes de la época hasta
escritores como Vigil, Zamacois y Arrangoiz; todos dijeron que eran una
ilusión de Maximiliano, que eran irrealizables. Otros detractores fueron
Francisco Pimentel, Manuel Siliceo, Teodosio Lares, Hilario Elguero, todos
colaboradores del Imperio.
La visión de los hacendados sobre esta Ley era clara; el indio era flojo
por naturaleza:

¿Qué hemos de explotarle a un indio que no tiene nada? ¿Su trabajo? Pues
sépase que se lo pagamos todavía más de los que vale […] Se habla de la
emancipación de los siervos ¿Dónde están éstos? […] Todo trabajador está en
plena libertad de ir a establecerse donde le parezca. Trabaja cuando quiere,
lo que en verdad no sucede todo los días. Olvidáis que la llaga de nuestro país
es la pereza […] y en vez de querer el trabajo obligatorio, os venís condo-
liendo ahora de la suerte de unos miserables que prefieren robar a trabajar
honradamente […] Esos corderos saben muy bien negarse a trabajar, rebe-
larse y matar, a veces, a un administrador. En cuanto a los propietarios, esos
señores feudales, tan poderosos, pasan una parte de su vida luchando con la
pereza de los trabajadores, pagando impuestos, sufriendo el mal proceder de
los empleados inferiores de la administración pública […]
[…] ved a dónde os conduce vuestra ternura hacia esos pobres indios y
el bien que vais a procurarles si aumentáis la cantidad del salario […] sería
tomar un camino fatal […] Tan luego como el indio gane tres reales al día,
nunca trabajará más que tres días a la semana, a fin de sacar los mismos nue-
ve reales que hoy tiene[…].15

14
AGN, JPCM, vol. V, fs. 194-200.
15
Meyer, op. cit., p. 333.

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LAS CLASES MENESTEROSAS: ¿ASUNTO DE ESTADO O FILANTROPÍA? 91

Sin embargo, dicha ley era necesaria en un país donde las horas labora-
les simplemente no existían; la razón por la cual la rechazaban era debido a
que a ningún hacendado le convenía dejar de explotar a los indios.
Entre las nuevas condiciones que se decretaban, y que incomodaban a
los hacendados, se encontraba la jornada laboral de sol a sol con dos horas
de descanso al mediodía y el descanso dominical obligatorio, así como el
aseguramiento contra enfermedades, la prescripción de escuelas gratuitas
para los peones y los hijos, la prohibición de castigos corporales, y el que
los peones no estaban obligados a comprar en las tiendas de raya, el pago
en moneda y no en especie, la anulación de deudas “eternas”, y la apertura
a comerciantes externos para que los peones pudieran comprarles si así lo
querían. El motivo de molestia era más que obvio.

IV. Conclusiones

A lo largo de este trabajo se ha mostrado brevemente cómo la creación de la


Junta Protectora de las Clases Menestorasas tiene su origen y explicación en
la política indigenista de Maximiliano. La idea de éste de integrar al indio a
la vida del Imperio se tradujo en las medidas encaminadas a este fin, y dentro
de estas, la de un organismo que no sólo le informara de los problemas de la
clase menesterosa, sino que propusiera soluciones.
Esta Junta tuvo una labor intensa. Cada caso que atendieron fue revi-
sado y enviado a su respectivo ministerio. Los indios y, en general, la clase
menesterosa, encontraron en el Imperio y en esta institución el medio a
través del cual el gobierno se enteraría de su situación y donde les brindaría
soluciones.
Las leyes expedidas, en gran medida por la labor de la Junta, obtuvieron
por respuesta críticas, pero no porque fueran irrealizables, sino porque de
llevarse a cabo rompería el orden social que hasta entonces había impera-
do, y ése era un error que la elite mexicana no perdonó a ningún gobierno
anterior, ¿por qué habrían de hacerlo con Maximiliano?
Las medidas del Imperio no llegaron a practicarse. Este terminó en
1867 tras el fusilamiento del emperador. El tiempo no alcanzó ni a Maxi-
miliano ni a la Junta. Tres años de Imperio no bastaron para realizar sus
planes, y dos años tampoco alcanzaron a la Junta.
La visión de considerar a los indios como parte del gobierno, como
sector que necesitaba medidas pensadas para ellos, para sus necesidades, se
había acabado. El Imperio vio en los indios no el obstáculo, sino parte de
la solución.

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92 YAZMÍN ADRIANA CRUZ REYES

Es curioso que una Junta haya sobrevivido en la República restaurada,


la de Guadalajara: Junta Filantrópica Defensora de la Clase Indígena.16 La
inclusión de los indios en los asuntos de gobierno se había acabado con el
Imperio; la República restaurada pensó que los indios eran asunto de cari-
dad y no de gobierno.

V. Bibliografía

Fuentes documentales

Archivo General de la Nación (AGN).


Fondos:
Segundo Imperio
Junta Protectora de las Clases Menesterosas.
Diario del Imperio, México, Imprenta de J. M. Andrade y F. Escalante, 1865.

Fuentes bibliográficas

Arnaiz y Freg, Arturo, La intervención francesa y el Imperio de Maximiliano. Cien


años después 1862-1962, México, Asociación Mexicana de Historiadores-
Instituto Francés de América Latina, 1965.
Escobar, Antonio (coord.), Indio, nación y comunidad en México del siglo XIX,
México, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos-Centro de
Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social, 1993.
Historia Mexicana, vol. 7, núm. 3, 1958.
Historia Mexicana, vol. 47, núm. 3, 1998.
Romero de Terreros, Manuel, Maximiliano y el Imperio según correspondencias
contemporáneas, México, Cultura, 1926.

16
Pani, Erika, “¿Verdaderas figuras de Cooper o pobres inditos infelices? La política
indigenista de Maximiliano”, Historia Mexicana, vol. 47, núm. 3, 1998, p. 598.

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EL IMPUESTO A LA PRODUCCIÓN DE PAPEL


DURANTE EL SEGUNDO IMPERIO MEXICANO
¿PROBLEMA FISCAL, BÚSQUEDA DE LEGITIMIDAD
O PROYECTO ECONÓMICO?

Marina Téllez González*

Sumario: I. Introducción. II. La cuestión fiscal antes del emperador.


III. Decreto del 8 de mayo de 1865. IV. Conclusiones. V. Bibliografía.

I. Introducción

Hablar del desarrollo histórico de México durante el siglo XIX, específi-


camente entre 1822 y 1876, es hablar de inestabilidad política y crisis fi-
nanciera. Una especie de ensayo y error de la construcción de un país y de
una nación “moderna”. Muchas, variadas y efímeras propuestas (políticas y
económicas) pasaron sin pena ni gloria, pero otras, por su duración, persis-
tencia o excentricidad quedaron grabadas en la historiografía “nacionalista”
del siglo XX.
En este contexto de caos, la cuestión fiscal jugó un papel determinante,
puesto que poco a poco se descubrió como el instrumento más efectivo de
control social y territorial, y, por lo tanto, como la base, el sostén y la fuerza
del nuevo poder político.1
Dentro de todo modelo de recaudación, la figura del “tributo”, “im-
puesto” o “carga fiscal” fue uno de los principales temas, no sólo a debatir,
sino a definir y redefinir dentro del nuevo orden institucional que también
se estaba creando en el siglo XIX. En su más amplia acepción, podemos
decir que un impuesto es “una contribución” obligatoria impuesta por un

*
Estudiante del doctorado en historia, El Colegio de México.
1
Sánchez, Ernest, Las alcabalas mexicanas (1821-1857), México, Instituto Mora, 2009,
p. 11.

93

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94 MARINA TÉLLEZ GONZÁLEZ

poder político legítimo a individuos o sociedades, nacionales y extranjeras


sobre los cuales se ejerce algún tipo de coerción.2
El presente trabajo tiene por objetivo analizar el alcance de uno de los
decretos más citados por la historiografía fiscal del Segundo Imperio y en-
tender qué significó en el proyecto político de Maximiliano. Para conseguir
tal objetivo, primero se presentará un pequeño panorama de la cuestión fis-
cal en México antes de la llegada del emperador; después, se presentará el
contenido del decreto que gravó la circulación y producción de hilos, tejidos
y papel en 1865, y se hablará de la naturaleza de los dos impuestos. Lue-
go, se tratará de explicar el gravamen de tipo directo sobre la producción
de papel, y se abordará la oposición de los productores a la propuesta del
emperador. Finalmente, se concluirá con una reflexión acerca del objetivo
y significado del decreto dentro del proyecto político de Maximiliano y se
explicarán las consecuencias de la resistencia de los fabricantes de hilos, te-
jidos y papel a tributar para el Segundo Imperio.

II. La cuestión fiscal antes del emperador

La historiografía económica del siglo XIX mexicano, constantemente brinca,3


o no profundiza en este “trágico periodo de nuestra historia”,4 con toda
seguridad, debido al fracaso anunciado que representó el segundo ensayo
monárquico en el territorio.5 Sin embargo, creemos que para ser un “vago”
ejercicio, Maximiliano ejerció el poder más tiempo que cualquier presidente
o ministro de Hacienda de la primera mitad del siglo XIX. O, mejor aún, po-
demos decir que estuvo al frente del gobierno mexicano más tiempo que los
periodos efectivos de gobierno del general Antonio López de Santa Anna. No

2
Apuntes de clase: Graciela Márquez, Diseño fiscal, El Colegio de México, 20 de enero
de 2016. Véase también la entrada “Carga fiscal”, Gran Larousse Universal, Barcelona, Plaza y
Janés Editores, 1979, t. 4, pp. 2352-2362.
3
Rhi Sausi, María José, “¿Cómo aventurarse a perder lo que existe?: una reflexión so-
bre el voluntarismo del siglo XIX”, en Aboites, Luis y Jáuregui, Luis (coords.), Penuria sin fin.
Historia de los impuestos en México siglos XVIII-XX, México, Instituto Mora, 2005, pp. 115-140;
Becerril, Carlos, Hacienda pública y administración fiscal. La legislación del Segundo Imperio mexicano
(antecedentes y desarrollo), México, Instituto Mora, 2015, pp. 15-18.
4
Pi-Suñer, Antonia, “José González Echeverría, mediador ante las fuerzas interven-
cionistas”, en Ludlow, Leonor (coord.), Los secretarios de hacienda y sus proyectos (1821-1933),
México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, t. 2, 2002, p. 27.
5
Pani, Érika, “El ministro que no lo fue: José María Lacunza y la Hacienda imperial”,
en Ludlow, Leonor (coord.), Los secretarios de Hacienda y sus proyectos (1821-1933), México,
UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, t. 2, 2002, p. 29.

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EL IMPUESTO A LA PRODUCCIÓN DE PAPEL... 95

obstante, también es cierto que Maximiliano gobernaba sobre unos cuantos,


y su proyecto estaba condenado al fracaso por su dependencia del ejército
francés, sus conflictos con la Iglesia, con el grupo conservador, con la resis-
tencia liberal, y la falta de una fuente segura y próspera de ingresos,6 pero, y a
pesar de todo, habrá que decir que con todo aquello le dio tiempo proponer
un modelo de organización de la Hacienda pública.7
Un aspecto que comparte mucha de la historiografía fiscal decimonóni-
ca hispanoamericana es la narración de fracasos; intentos fallidos de incor-
porar nuevos impuestos8 o modernizar la maquinaria fiscal.9 Por tanto, lo
único que se propone aquí es ejemplificar uno de entre tantos. Coincidimos
con Carlos Becerril al afirmar que si de historiar fracasos se trata, habrá
que juzgarlos todos, sin excepción; sin sentir extranjero a Maximiliano y
considerándolo como uno más de los proyectos político-económicos fallidos
del siglo XIX.
Los años que corren de 1863 a 1867 frecuentemente se estudian como
un bloque; sin embargo, habrá que señalar que formaron parte de dos pro-
yectos diferentes, aunque consecutivos: la etapa provisional (que incluiría
la Regencia) y la imperial. Carlos Becerril propone una subperiodización en la
etapa provisional, en razón del tipo de legislación expedida. La primera
iría del 1 de mayo de 1863 al 24 de junio de 1863. Y la segunda, abarcaría
lo decretado por el Supremo Poder Ejecutivo Provisional (24 de junio al 11
de julio de 1863), la Regencia (11 de junio de 1863 al 19 de mayo de 1864),
y por el lugarteniente del Imperio (del 19 de mayo al 12 de junio).10
El Supremo Poder Ejecutivo Provisional decretó la organización que de-
bía tener (provisionalmente) el Ministerio de Hacienda (30 de junio 1863),11
que en esencia daba continuidad al proyecto centralista de la dictadura de

6
Pani, Érika, “El gobierno imperial de Maximiliano de Habsburgo”, en Fowler, Will
(coord.), Gobernantes mexicanos, México, Fondo de Cultura Económica, t. 1, 2008, p. 295.
7
Becerril, Carlos, Hacienda pública…, cit., p. 19.
8
Contreras, Carlos, “El impuesto de contribución personal en el Perú del siglo XIX”,
Histórica, Lima, vol. 29, núm. 2, 2005, pp. 67-106; Irigoin, María Alejandra, “Ilusoria equi-
dad. La reforma de las contribuciones personas directas en Buenos Aires, 1850”, en Jáure-
gui, Luis, De riqueza e inequidad. El problema de las contribuciones directas en América Latina, siglo XIX,
México, Instituto Mora, 2006, pp. 47-77.
9
Jáuregui, Luis, “Un experimento de modernización fiscal. Las contribuciones directas
en los primeros decenios del México independiente”, en Doblado, Rafael et al. (comps.), Mé-
xico y España ¿historias económicas paralelas?, México, Fondo de Cultura Económica, 2007, pp.
251-289; Sánchez, Ernest, Las alcabalas…, cit., p. 292.
10
Becerril, Carlos, Hacienda pública…, cit., p. 140.
11
Archivo General de la Nación [en adelante AGN], Segundo Imperio, caja 3, exp. 23,
fs. 3-4.

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96 MARINA TÉLLEZ GONZÁLEZ

Santa Anna.12 Pero antes de imponer cualquier otra cosa, primero debía eri-
girse como el poder legítimo y advertir de la “ilegalidad” de los actos fiscales
celebrados con otras fuerzas que no fueran las suyas. A saber:

Art. Único. No se reconocerán los contratos de anticipación de impuestos y


derechos de cualquiera clase y naturaleza que sean, que se celebren en los
puertos y puntos de la Nación sustraídos de la obediencia del Supremo Poder
Ejecutivo Provisional, después de que se tenga conocimiento de su instalación
es esta Capital.13

La continuidad tenía sentido entre uno y otro proyecto. Santa Anna


tenía pretensiones imperiales, y Maximiliano llegaba ya con el título y el
proyecto monárquico. Ambos requerían una centralización de la Hacienda
pública para funcionar, y hacia ese objetivo se dirigieron las modificaciones
fiscales de la Regencia.
En lo que respecta a los gravámenes alrededor de la producción de pa-
pel, cabe mencionar que la Regencia decretó el 29 de julio de 1863, dentro
de las leyes provisionales de contribuciones directas, la de giros mercantiles
y establecimientos industriales, e incluía en el artículo 27 la obligación de
las fábricas de papel, hilados y tejidos de algodón, lana y lino, de pagar el
impuesto de patente y de continuar pagando lo decretado para ellas el 4 de
agosto de 1857.14 Es decir, una “contribución anual de tres reales por cada
uso de hilar algodón, lana y lino y de 100 pesos por cada molinete para ela-
borar papel”.15
Aquí debemos hacer una aclaración. El decreto al que se hace alusión
no fue creado en 1857, es el restablecimiento del expedido el 4 de julio de
1853 durante la dictadura de Santa Anna.16
Carlos Becerril también cuenta entre las 68 disposiciones que en ma-
teria de impuestos y recaudación expidió la Regencia, una que deroga los
“Derechos municipales al papel, hilados y tejidos de algodón”.17 La Regen-

12
Becerril, Carlos, Hacienda pública…, cit., pp. 145-152.
13
AGN, Segundo Imperio, caja 3, exp. 23, f. 6 [14]. 6 de julio de 1863.
14
“Art. 29. Las fábricas de papel y las de hilados y tejidos de algodón, lana y lino, conti-
nuarán pagando la contribución que impuso el decreto de 4 de Agosto de 1857, haciendo el
entero en las respectivas recaudaciones de contribuciones directas”. AGN, Segundo Imperio,
caja 03, exp. 23, f. 24
15
Dublán, Manuel, Legislación mexicana ó colección completa de las disposiciones legislativas expe-
didas desde la independencia de la República, México, Imprenta de Comercio, de Dublán y Chávez
a cargo de M. Lara hijo, 1877, v. 7, p. 546.
16
Ibidem, v. 6, pp. 581 y 582.
17
Becerril, Carlos, Hacienda pública…, cit., pp. 154 y 155

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EL IMPUESTO A LA PRODUCCIÓN DE PAPEL... 97

cia no tenía necesidad de derogar los impuestos municipales aparte, ya que


el decreto de 1853 (4 de julio) los exceptuaba.

2. Por consecuencia de este impuesto quedan exceptuadas las fábricas de hila-


dos de las materias mencionadas, y las de papel, de las demás contribuciones
que directa ó indirectamente se hayan impuesto á los establecimientos indus-
triales y a las manufacturas de su clase.18

Esto quiere decir que el general Santa Anna convirtió en 1853 la con-
tribución de las fábricas en un impuesto directo y centralizado, cobrado,
redistribuido y vigilado por el Supremo Gobierno.
La llegada de Maximiliano de Habsburgo al gobierno representó para
algunos de sus defensores la última oportunidad de negociar privilegios de
Antiguo Régimen; para otros, “un nuevo comienzo”, que traería el orden
que tanto necesitaba el país19 y la paz que desde hacía ya medio siglo no
conocían.
El proyecto “conservador” transfigurado en la figura de Maximiliano
parecía uno de tantos mecanismos de la clase política mexicana “para re-
gresar” a un modelo político/económico, que de manera indirecta recono-
cían como funcional. La idea no carecía de precedentes. Ahí estaba, aunque
un poco lejano, el ejemplo de Iturbide; o más recientemente, las aspiracio-
nes imperiales de Santa Anna. Todos ellos reflejando la misma inquietud
por ver centralizado el poder y apacentada la República. El mismo empe-
rador así lo manifestaba:

Acepto el poder constituyente con que ha querido investirme la nación, […]


pero sólo lo conservaré el tiempo preciso para crear en México un orden re-
gular, y para establecer instituciones sabiamente liberales. Así que […] me
apresuraré a colocar la monarquía bajo la autoridad de leyes constitucionales,
tan luego como la pacificación del país se haya conseguido completamente.20

Pacificación, orden regular, instituciones, leyes constitucionales; Maxi-


miliano parecía conocer muy bien las necesidades del país. Los que no pa-
recían ser aquellos que habían hecho todo para traerlo con la intención de

18
Dublán, Manuel, Legislación mexicana…, cit., v. 6, p. 581.
19
Según analiza Erika Pani, el proyecto imperialista contó con dos caras. Por un lado,
la racionalización del poder público, y por otro, el desarrollo y modernización económicos.
Pani, Érika, Para mexicanizar el Segundo Imperio. El imaginario político de los imperialistas, México,
El Colegio de México-Instituto Mora, 2001, p. 241.
20
Discurso y acta de aceptación oficial del trono, 10 de abril de 1864, en Advenimiento,
1864, p. 120. Citado en Becerril, Carlos, Hacienda pública…, cit., p. 202.

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98 MARINA TÉLLEZ GONZÁLEZ

“regresar” un orden, pues no se dieron cuenta, o tal vez, no quisieron ver


que ellos mismos formaban parte de lo transformado.
El 28 de mayo de 1864, Juan Nepomuceno Almonte entregó el trono
a Maximiliano. A partir de entonces, él se haría cargo de la organización
formal del imperio. En materia de Hacienda, lo primero que mandó fue
formar una Comisión que debatiera y propusiera un plan general de orga-
nización fiscal para el Imperio. La Comisión se formó; luego, discutió, y,
por fin, después de algunas presiones por parte del emperador, entregó el
documento Bases Generales del Plan de Hacienda del Imperio Mexicano.
El emperador, mientras tanto, preparó y publicó el Estatuto Provisional
del Imperio Mexicano (10 de abril de 1865), documento de carácter jurí-
dico que marcó los “principios generales” de gobierno, que daba cohesión
y dirección a todo el corpus legal utilizado hasta el momento, y otorgaba
mayor legitimidad a las acciones y proceder de la monarquía en adelante.21
El Estatuto pretendió sustituir a la Constitución de 1857.
Tiene razón Carlos Becerril al decir que “más que un paréntesis en la
historia de la Hacienda pública mexicana, el Imperio fue una continuación
no sólo de los multicitados problemas endémicos del erario nacional, sino
que también las propuestas de solución fueron compartidas”.22 En este senti-
do, el Estatuto y la organización esbozada ahí por Maximiliano parecían ser
la síntesis de los proyectos conservador y liberal, que por sorprendente que
parezca, en materia fiscal iba funcionando con buenos resultados.23
Bajo este contexto de reorganización y de paz efímera, el 8 de mayo
de 1865 se expidió el polémico decreto sobre las fábricas de hilos, tejidos y
papel. Tan sólo un mes después de la declaración del Estatuto, y a decir de
Carlos Beccerril, haciendo caso a una de las propuestas de la Comisión que
debatió los problemas de la Hacienda pública mexicana.24

III. Decreto del 8 de mayo de 1865

El polémico decreto fue expedido en Jalapilla el 8 de mayo de 1865, y conte-


nía dos reglamentaciones complementarias; esto es, dos impuestos diferentes
dirigidos al mismo sector productivo. El primer decreto gravaba la circula-
ción de papel, hilados y tejidos con un 6% sobre su precio de venta. Mientras
tanto, el segundo imponía una contribución directa a la producción de las
21
Ibidem, p. 215.
22
Ibidem, pp. 139 y 226.
23
Ibidem, p. 227.
24
Ibidem, p. 235.

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EL IMPUESTO A LA PRODUCCIÓN DE PAPEL... 99

fábricas de hilados, tejidos y papel: tres reales por cada uso y 133 pesos por
cada molinete.25
El emperador y la Comisión de Hacienda argumentaban en el decreto,
que el impuesto sobre el tránsito de hilados, tejidos y papel buscaba la ho-
mologación en el cobro de la alcabala de todos los productos industriales
nacionales. Según su percepción de las cosas, estos productos que hasta ese
momentos estaban exentos del pago de alcabala podían y debían “contri-
buir á las cargas públicas” sin perjuicio alguno gracias a “los progresos rea-
lizados en la industria del país”.26
El segundo artículo aclara que además de la alcabala, los mismos pro-
ductos pagarán los pagos correspondientes a los impuestos municipales y a
los otros nacionales que se señalaran posteriormente.27
Se entiende muy bien la inmediata respuesta de los fabricantes ante ta-
les aumentos. Pues, como se explicó párrafos arriba, los productos estaban
exentos del pago de alcabala y de gravámenes municipales desde 1853, y
también, desde ese año contribuían de manera directa y anualmente con
una carga parecida a la decretada; los tres reales por huso se mantuvieron,
y sólo subió 33 pesos el molinete de papel.
El impuesto se debía pagar de forma trimestral (enero, mayo y septiem-
bre), llevando o mandando directamente la cuota a la recaudación respecti-
va. El decreto entraría en vigor el 5 de junio de 1865, por lo que se entiende
que el primer pago se debía realizar en septiembre.
La queja de los industriales fue casi inmediata, y al efecto escribieron
dos cartas dirigidas al emperador entre junio y julio de 1865.28 Las suscri-
bieron no a título personal, sino en nombre de la Junta General de Fabri-
cantes, creada, sin duda alguna, a partir del decreto de Santa Anna del 4
de agosto de 1853.29 En ellas pidieron que se derogara el decreto del 8 de
mayo, pero en caso de que esto no fuera posible, propusieron una variación
en los impuestos. Los fabricantes estaban negociando.
Siempre dispuestos a “contribuir gustosos á sostener las cargas del Ym-
perio” y muy conscientes de que el objetivo del gravamen era “proporcionar
recursos”, los fabricantes proponen para el cobro del impuesto indirecto:

25
AGN, Segundo Imperio, caja 03, exp. 24, f. 1. Existe, lo que creemos, un error de im-
presión en el decreto publicado en el Departamento de Puebla, pues el prefecto político José
María Esteve, firma “junio 4 de 1864”.
26
AGN, Segundo Imperio, caja 03, exp. 24, f. 1.
27
AGN, Segundo Imperio, caja 03, exp. 24, f. 1.
28
La primera carta no tiene fecha, y en el archivo está colocada como la segunda. Esta
última está firmada en julio de 1865.
29
Dublán, Manuel, Legislación mexicana…, v. 6, pp. 630-634.

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100 MARINA TÉLLEZ GONZÁLEZ

[…] que la alcabala de seis por ciento, se reduzca a tres imponiéndose el otro
tres a las manufacturas estrangeras de la misma clase que las nacionales que
se introduzcan y con calidad de que el cobro se comience a efectuar respecto
de las manufacturas nacionales en el mismo tiempo y plazo que se conceda
a las estrangeras y gozando de las mismas franquicias que estas tienen en su
circulación en el Ymperio.30

Como vemos, los fabricantes solicitan al emperador que la legislación


fiscal proteja a la industria interna, puesto que reconocen la desventaja de
competir con productos extranjeros que llegan más baratos al país por pro-
ducirse con mejores máquinas, a mayor escala y por trabajadores especia-
lizados.31
Respecto del impuesto directo, los industriales buscaban ganarse el fa-
vor del emperador proponiendo sumas más elevadas para la contribución
anual. Por cada malacate de huso de algodón darían doce reales; por cada
huso de lana los mismos tres pesos, pero por cada molinete de papel pasa-
rían de los 133 solicitados a quinientos pesos anuales. Los fabricantes pro-
ponían estas cargas de manera temporal, confiando en que “si en lo suce-
sivo” no pueden pagar, el emperador, justa y equitativamente, reducirá las
cargas.32
Llama la atención que los molinetes de papel fueran los más gravados
y a quienes los mismos fabricantes elevaban las contribuciones de manera
exorbitante. El número de fábricas en ese momento no llegaba ni a la de-
cena. La industria de la producción de papel había comenzado a formarse
apenas 30-35 años atrás. Se tiene el registro para 1843, de seis fábricas de
papel,33 y alrededor de cincuenta fábricas en general trabajando en el terri-
torio nacional.34 Cabe decir que varias fábricas de papel ya no funcionaban
para 1868, como la de Cocolapan en Veracruz.35
Falta estudiar con mayor profundidad la realidad de la industria nacio-
nal a mediados del siglo XIX en México, y especialmente la de las fábricas
productoras de papel. Sin embargo, si confiamos mientras tanto en el aná-

30
AGN, Segundo Imperio, caja 44.exp. 46, fs. 17-17v.
31
AGN, Segundo Imperio, caja 44.exp. 46, fs. 16v-17.
32
AGN, Segundo Imperio, caja 44.exp. 46, f. 17v.
33
La Constancia (Tapalpa, Jalisco), El Batán (Atemjac, Jalisco), Belén, Peña Pobre y
Santa Teresa (Distrito Federal), Cocolapan (Veracruz) y La Beneficencia (Puebla). Otra más
pequeñas como las de Chimalhuacán, Puente Sierra, Puerto Pinto interrumpieron su pro-
ducción desde 1850. Véase Lenz, Hans, Historia del papel…, cit., passim.
34
Lenz, Hans, Historia del papel en México y cosas relacionadas (1525-1950), México, Miguel
Ángel Porrúa, 1990, p. 425.
35
Ibidem, p. 431.

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EL IMPUESTO A LA PRODUCCIÓN DE PAPEL... 101

lisis que Mariano Otero hace en 1842 sobre la situación de la industria na-
cional, podemos imaginar que no parecía muy alentadora. Mariano Otero
afirma que

La industria, si bien no está en ruinas, tampoco hacía más que lentísimos


progresos, porque la falta de los primeros materiales que da la agricultura, y
la misma dificultad de los transportes, impide la realización de grandes esta-
blecimientos; a más, el consumo es limitado y los procedimientos torpes, con
lo que nuestra verdadera industria, aquella de que estamos en posesión y que
consiste en groseros artefactos, sólo cuenta con cortos capitales, y por la mise-
ria de sus especulaciones tampoco atrae nuevos emprendedores. En cuanto a
la verdadera industria europea, esto está por hacer, y a más de la dificultad de
las materias primeras y del inconveniente de los malos transportes, tiene que
vencer la lucha obstinada del comercio europeo. La historia de nuestras fábri-
cas de hilados y tejidos ordinarios de algodón lo comprueba perfectamente,
y su malestar actual y la desaparición del espíritu de empresa que brilló un
momento, prueban nuestra triste situación.36

Ahora bien, si el emperador no iba a percibir un aumento considerable


en los ingresos generales ¿por qué gravar a las fábricas de papel, hilado y
tejido?; y ¿por qué, habiendo tan pocas y nada prósperas fábricas de papel,
los industriales proponen la elevación de sus contribuciones? Todo apunta
que tanto el emperador como los fabricantes juegan en el plano de los pro-
yectos políticos.
Ante tal resistencia “organizada” de los fabricantes, Maximiliano rea-
lizó consultas tanto a nacionales como a extranjeros para dar solución al
asunto. La queja la mandó al “Señor Cesar” (Francisco de Padua César)
para su análisis. Sin embargo, uno de los que suscribe la carta parece que
también envía la queja y el resumen de la propuesta al comandante Charles
Loysel, jefe del gabinete militar de Maximiliano, que a su vez pide al “ins-
pector francés de finanzas”37 que le dé luces sobre el proceder en el asunto
de los fabricantes.38
Por las pocas referencias que ofrecen los documentos encontrados pare-
ce que son dos las respuestas que recibe el emperador respecto del asunto.
La primera, la da el Consejo de Hacienda del gobierno, quien afirma que

36
Otero, Mariano, “Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política
que se agita en la república mexicana, 1842”, Obras, recopilación, selección, comentarios, y
estudio preliminar de Jesús Reyes Heroles, México, Porrúa, 1967, t. 1, p. 26.
37
No he podido identificar el nombre de quien firma ni encontrarlo referido aun en el
historiografía consultada.
38
AGN, Segundo Imperio, caja 44, exp. 65, f. 6. Va fechada: junio 28 de 1865.

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102 MARINA TÉLLEZ GONZÁLEZ

no hay pruebas de que el impuesto sea perjudicial para la industria nacio-


nal, puesto que aún no se cobra ni se miden los resultados, y que en resumi-
das cuentas no hay por qué derogar el decreto del 8 de mayo.39 El informe
está firmado el 17 de julio de 1865, y se registra al margen la lectura y la
conformidad del emperador el 18 de julio de 1865, es decir, un día después.
El otro informe es más detallado, y lo conforman varios documentos.
Como la segunda consulta fue solicitada por Charles Loysel, y a él está
dirigida la respuesta (firmada el 8 de julio de 1865). En forma de carta, y
sucintamente se da a entender la utilidad del impuesto que se trata de im-
plementar. El remitente, en tres páginas, ofrece a Loysel el resumen de la
historia fiscal de Inglaterra y Francia; una apretada síntesis de política fiscal
que justifica ambos impuestos, explicando sus efectos benéficos a largo pla-
zo para el mercado internacional, y el desarrollo industrial de las naciones.40
Esta larga disquisición (redactada en francés) va acompañada de una
nota que sugiere la formación de una comisión de industriales nacionales
y expertos extranjeros que fijen precios y tasas a los impuestos. Sin embar-
go, concluye que no se apresure la derogación, pues la práctica mostrará el
error o el acierto.41 Está firmado el 12 de julio de 1865.
Los fabricantes “no habiendo alcanzado gracia alguna” con el envío
de la carta de la Junta General, vuelven a escribir a su Majestad, ahora in-
formando de las desastrosas consecuencias del decreto del 8 de mayo. Los
industriales informan de

la paralización de la venta de nuestras manufacturas, encontrándose estas


depositadas en nuestros almacenes sin demanda alguna porque los compra-

39
“Según las discusiones habidas en las muchas conferencias a que ha dado lugar este
asunto, quedó demostrado que los temores que dicen abrigan los fabricantes respecto de los
perjuicios que va a causarles ese decreto, son actualmente imaginarios, y como los graváme-
nes que debe respetar la industria están comprendidos en el nuevo plan de impuestos que se
está preparando y ha de tardar pero en publicarse soy de opinión, salvo la más acatada de
Vuestra Majestad, que no son por ahora de tomarse en consideración las instancias hechas por
los fabricantes para que sea derogado el decreto de mayo último”. AGN, Segundo Imperio,
caja 32, exp. 15, f. 3.
40
AGN, Segundo Imperio, caja 44, exp. 65, fs. 1-5v.
41
“Dans tous les cas, il ne faut rien précipiter. Le retrait d’une loi de finances dans les
circonstances au se trouve el pays, ne doit s’opérer que quand on a eccorma de la manière
la plus évidente qu’on s’était trompé. D’enquête que cette note propose permettra, d’établir
sur ce débat un jugement certain et définitif ”. AGN, Segundo Imperio, caja 44, exp. 65, f.
7. [“En cualquier caso, nada debe apresurarse. El retiro de una ley financiera en las circuns-
tancias del país solo debe tener lugar cuando, sea evidente que nos hemos equivocado. La
consulta que esta nota propone permitirá establecer sobre este debate un juicio certero y
definitivo”. La paleografía y la traducción son mías.]

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EL IMPUESTO A LA PRODUCCIÓN DE PAPEL... 103

dores viéndose obligados a pagar crecidos derechos en cada departamento


por donde transitan, temen tener grandes pérdidas, y se niegan a comprar.42

Lo anterior es una referencia al impuesto indirecto de alcabalas (6%),


que entraba en vigor el 5 de junio en la capital. Un mes después, los fabri-
cantes firmaron esta segunda carta en julio, pues ya estaban viviendo las
perjudiciales consecuencias que habían advertido, tanto para la industria
como para la agricultura nacional.
Al no ser atendida su primera solicitud, ahora piden “el establecimien-
to del decreto de 4 de agosto de 1857, ratificado en todas sus partes por el
Congreso general de la Nación, en 31 de julio de 1861”.43 El señalamiento
explícito al Congreso de 1861 parece no ser casual. Queda la impresión
de que los comerciantes hicieron uso de una amenaza de desobediencia
para presionar al emperador y conseguir sus demandas. La Regencia había
rescatado el decreto de agosto de 1857, pero olvidando, no desinteresada-
mente, la ratificación del gobierno legítimo de 1861. Los fabricantes no ne-
cesitaban nombrar ni al Congreso ni el año de 61, pero esto parece ser una
directa provocación por parte de los industriales, pues ese gobierno era el
liberal encabezado por Benito Juárez, la fuerza política militar republicana
que luchaba por la desaparición del Imperio.
Los comerciantes, sin embargo, y para suavizar un poco la aseveración
anterior y lo que se pudiera concluir de ella, vuelven a declarar su disposi-
ción para cooperar con el sostén del Imperio, y ratifican la propuesta de la
contribución directa de su primera solicitud: el pago anual de doce reales
por uso de algodón, tres pesos por el de lana y quinientos por cada molinete
de papel.
A final de su carta, los fabricantes exponen los beneficios mutuos que
traerá a ambas partes la aplicación de su propuesta. En primer lugar, el go-
bierno se proporcionará recursos seguros que avalen y faciliten préstamos
del Banco Nacional, y en segundo lugar, se evitaría la ruina “de los infelices
súbditos de Vuestra Majestad que se ocupan en pequeñas industrias” y otros
daños, no menores, asociados.44
El decreto, finalmente, fue derogado el 15 de septiembre de 1865. Se
intentó reestablecer sin éxito el 8 de abril de 1867, como medida desespera-
da, ya muy cerca de la captura de Maximiliano, y con la certeza de que el
gobierno monárquico había terminado.

42
AGN, Segundo Imperio, caja 44, exp. 46, f. 14v.
43
Idem.
44
AGN, Segundo Imperio, caja 44, exp. 46, f. 15.

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104 MARINA TÉLLEZ GONZÁLEZ

IV. Conclusiones

Queda esbozada, a través de la historia del impuesto directo sobre la produc-


ción de papel, una continuidad en materia fiscal entre el gobierno dictatorial
de Santa Anna (1853), la República (1857) y el Segundo Imperio. También
queda demostrada la existencia de un proyecto serio de organización fiscal
implementado por Maximiliano, proyecto que parece sintetizar las propues-
tas liberales y conservadoras bajo un gobierno monárquico.
Así pues, podemos concluir que el decreto del 8 de mayo de 1865 no
tenía un objetivo fiscal, pues no pretendía recaudar algo sustancialmente
mayor. Ni las fábricas eran muchas, ni su producción exorbitante como para
marcar una diferencia en los ingresos del erario imperial.
Tampoco puede decirse que abonó a los debates de legitimidad del Im-
perio, pues poco a poco, por medio de instrumentos jurídicos y claridad en
la administración, la voluntad de muchos fue cediendo. El ejército lo legiti-
maba por la fuerza, y parecía no encontrar demasiada resistencia entre los
contribuyentes de los territorios por él gobernados. Los problemas fueron
otros. A pesar de que se recaudaba cada vez más y mejor, los gastos eran
excesivos. La deuda externa y la presencia de intereses franceses reventaron
el sistema que supuestamente venían a rescatar. La intención “civilizatoria”
en materia política y económica que enarbolaba el discurso intervencionis-
ta la realizó Maximiliano. El saqueo y el desorden lo fraguaron intereses
europeos.
El decreto, por lo tanto, parece insertarse como parte del proyecto eco-
nómico del Imperio. En primer lugar, porque buscaba incrementar la base
de contribuyentes. Y en segundo, porque pretendía eliminar exenciones,
vestigios de privilegios corporativos de alguna manera. Y en este sentido,
la Junta General de Fabricantes formada desde 1853 funcionaba como un
órgano central que al mismo tiempo que les facilitaba la comunicación con
el poder político, los hacía fuertes al momento de defender sus intereses.
La presión de los fabricantes, aunque pocos, pero organizados, hizo dar
marcha atrás al decreto del 8 de mayo. Los fabricantes de papel, lana y te-
jidos habían conseguido que sus quejas fueran atendidas, y que se les diera
voz en la construcción de nuevas contribuciones. Esta capacidad de nego-
ciación, difícilmente la tendría un grupo poco identificado con una labor y
un cuerpo de representación.
Las fábricas no ofrecían grandes cantidades de ingresos al imperio;
sin embargo, el proyecto de Maximiliano tenía “por objeto esencial, más
que la percepción de grandes sumas, el desarrollo y aumento de materias

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EL IMPUESTO A LA PRODUCCIÓN DE PAPEL... 105

contribuyentes”.45 Es decir, tenían por objeto continuar el proceso de mo-


dernización de la Hacienda pública.

V. Bibliografía

1. Fuentes documentales

Archivo General de la Nación, México Independiente, Gobierno y Relacio-


nes Exteriores, Segundo Imperio, caja 3, 55031, 23, exp. 23, Secretaría de
Hacienda y Crédito Público. 30 de junio 1863-19 de abril 1864
Archivo General de la Nación, México Independiente, Gobierno y Relacio-
nes Exteriores, Segundo Imperio, caja 3, 55031, 24, exp. 24, Prefectura
política del Departamento de Puebla, Decreto.
Archivo General de la Nación, México Independiente, Gobierno y Relacio-
nes Exteriores, Segundo Imperio, caja 32, 55060, 15, exp. 15, “Al empera-
dor”, Solicitud de fabricantes de artículos de algodón, lana y papel. Carta.
Archivo General de la Nación, México Independiente, Gobierno y Relacio-
nes Exteriores, Segundo Imperio, caja 44, 55072, 47, exp. 46, Gabinete
Militar.
Archivo General de la Nación, México Independiente, Gobierno y Relacio-
nes Exteriores, Segundo Imperio, caja 44, 55072, 66, exp. 65, Gabinete
Militar.

2. Bibliografía general

Becerril Hernández, Carlos, Hacienda pública y administración fiscal. La legis-


lación del Segundo Imperio mexicano (antecedentes y desarrollo), México, Instituto
Mora, 2015.
Contreras, Carlos, “El impuesto de contribución personal en el Perú del
siglo XIX”, Histórica, Lima, vol. 29, núm. 2, 2005.
Dublán y Lozano, Manuel, Legislación mexicana ó colección completa de las dis-
posiciones legislativas expedidas desde la Independencia de la República, v. 6 y 7, Mé-
xico, Imprenta del Comercio, de Dublán y Chávez, a cargo de M. Lara,
hijo, 1877.
Gran Larousse Universal, vol. 4, Barcelona, Plaza y Janés Editores, 1979.

45
Citado en Pani, Erika, “El ministro…”, cit., p. 31.

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106 MARINA TÉLLEZ GONZÁLEZ

Jáuregui, Luis, “Un experimento de modernización fiscal. Las contribucio-


nes directas en los primeros decenios del México independiente”, en Do-
blado, Rafael et al. (comps.), México y España ¿historias económicas paralelas?,
México, Fondo de Cultura Económica, 2007.
Irigoin, María Alejandra, “Ilusoria equidad. La reforma de las contribu-
ciones personas directas en Buenos Aires, 1850”, en Jáuregui, Luis, De
riqueza e inequidad. El problema de las contribuciones directas en América Latina, siglo
XIX, México, Instituto Mora, 2006.
Lenz, Hans, Historia del papel en México y cosas relacionadas (1525 - 1950), Méxi-
co, Miguel Ángel Porrúa, 1990.
Ludlow, Leonor (coord.), Los secretarios de hacienda y sus proyectos (1821-1933),
México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, t. 1, 2002.
Otero, Mariano, Obras, recopilación, selección, comentarios y estudio preli-
minar de Jesús Reyes Heroles, México, Porrúa, t. 1, 1967.
Pani, Érika, Para mexicanizar el Segundo Imperio. El imaginario político de los imperia-
listas, México, El Colegio de México-Instituto Mora, 2001.
———, “El ministro que no lo fue: José María Lacunza y la Hacienda im-
perial”, en Los secretarios de hacienda y sus proyectos (1821-1933), México,
UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 2002, t. 2.
———, “El gobierno imperial de Maximiliano de Habsburgo”, en Fowler,
Will (coord.), Gobernantes mexicanos, México, Fondo de Cultura Económica,
t. 1, 2008.
Pi-Suñer, Antonia, “José González Echeverría. Mediador ante las fuerzas
intervencionistas”, en Ludlow, Leonor (coord.), Los secretarios de Hacienda
y sus proyectos (1821-1933), México, UNAM, Instituto de Investigaciones
Históricas, t. 2, 2002.
Rhi Sausi Gavarito, María José, Respuesta social a la obligación tributaria en la
ciudad de México 1857-1867, México, Instituto Mora, INAH, 2000.
———, “¿Cómo aventurarse a perder lo que existe?: una reflexión sobre
el voluntarismo del siglo XIX”, en Penuria sin fin. Historia de los impuestos en
México siglos XVIII-XX, 2005.
Sánchez Santiró, Ernest, Las alcabalas mexicanas (1821-1857), México, Ins-
tituto Mora, 2009.

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MANIFESTACIONES POPULARES
EN GUADALAJARA CONTRA
LA INTERVENCIÓN FRANCESA

Rubén Rodríguez García*

Sumario: I. Introducción. II. ¡A las armas! III. Vindicar a México ante


el mundo civilizado. IV. ¡Viva nuestra cara independencia! V. Conclusión.
VI. Bibliografía.

I. Introducción

Las historias locales que abordan los años de la Intervención y el Imperio


de Maximiliano son escasas, y rara vez abordan el aspecto de la resistencia
popular. En Guadalajara, en la historiografía local, aquellos años se reducen
a la personalidad de unos hombres inmaculados de ideas avanzadas, como
congénitas.1 Se descuida la participación de personajes populares que po-
drían explicar mejor estos hechos. Suele omitirse igualmente la dimensión
mundial de los acontecimientos, máxime tratándose del expansionismo del
imperio francés que con Napoleón III se extendía por Europa, Asia, África,
el Caribe, el archipiélago australiano y México. En la república entera hubo
una resistencia popular que está aún por conocerse con ayuda de la consulta
de fuentes primarias documentales y hemerográficas. Las siguientes son algu-
nas de esas manifestaciones que tuvieron lugar en la capital jalisciense.

*
Universidad Nacional Autónoma de México.
Gracias a la Hemeroteca Digital de la UNAM, Archivo Histórico de Jalisco, Biblioteca
del Congreso del Estado de Jalisco y Hemeroteca del Archivo Histórico de Aguascalientes
por las facilidades brindadas para la consulta de sus acervos.
1
Aldana Rendón, Mario, “Jalisco y la intervención francesa”, en Galeana, Patricia
(coord.), La resistencia republicana en las entidades federativas de México, México, Senado de la Re-
pública-Gobierno del Estado de Puebla-Siglo XXI, 2014.

107

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108 RUBÉN RODRÍGUEZ GARCÍA

II. ¡A las armas!

Hoy Jalisco se levantará como un solo hombre para defender sus derechos,
para disputar palmo a palmo el terreno al conquistador […] Conciudadanos
¡a las armas! Que este grito electrice los corazones; que haga temblar nuestros
valles y nuestras montañas; que en cada jalisciense se encuentre el soldado ex-
tranjero un enemigo implacable, un campeón invencible de la libertad […].2

Fue el general Pedro Ogazón, cuando era gobernador de la entidad,


quien llamó así a sus paisanos el 30 de marzo de 1862 a defender la sobe-
ranía y el honor frente a la Intervención francesa. Dos semanas después
salía de Jalisco un contingente rumbo a México para sumarse al Ejército de
Oriente del general Ignacio Zaragoza.3 En los meses siguientes se forma-
rían más cuerpos armados de voluntarios y se sucederían las colaboraciones
entusiastas en dinero, armas y vestuario. En unas semanas, José Guadalupe
Montenegro organizó el Batallón Independencia que, si no iría bien adiestrado
y equipado, suponemos que al menos iría medianamente armado gracias al
patriotismo de numerosos contribuyentes. Un caso particular fue el de la se-
ñora Soledad Arias, modesta instructora de una escuelita para niños, quien
hizo a Montenegro un “pequeño presente”:

[…] he resuelto hacer a dicho batallón el pequeño presente de un fusil, pero


grande por el placer y entusiasmo con que lo ofrezco a ud. Yo misma quiero
comprarlo, porque siendo su importe el fruto de mi trabajo tendré la satis-
facción de contemplar, al tomarlo en mis manos, que si no puedo dar muerte
con él a los esclavos degradados del pequeño Napoleón y a los miserables re-
accionarios que venden a su patria, a lo menos puedo armar un valiente que
la defienda con heroísmo.4

Autorizado por el gobierno, Francisco Eulogio Trejo creó un cuerpo


armado denominado “El terror de Napoleón III”, lo mismo que en Guada-
lajara D. J. M. Martínez una guerrilla, a la que sabemos que se alistaron al
menos 63 hombres montados y armados.5 Veintiocho jóvenes alumnos de
medicina y jurisprudencia del Instituto de Ciencias del estado, la antigua

2
El Siglo Diez y Nueve, 16 de abril de 1862, p. 3.
3
Ibidem, 26 de abril de 1862, p. 4.
4
Soledad Arias al coronel José Guadalupe Montenegro, 5 de mayo de 1862, El País.
Diario Oficial del Gobierno del Estado de Jalisco, 13 de mayo de 1862, p. 1.
5
El Siglo Diez y Nueve, 7 y 26 de mayo de 1862, pp. 4. “Guadalajara. El patriotismo se
desarrolla admirablemente en ese Estado [sic] para la guerra extranjera, y son innumerables
las solicitudes que diariamente se dirigen al gobierno del mismo para prestar los jaliscienses

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MANIFESTACIONES POPULARES EN GUADALAJARA... 109

Universidad de Guadalajara, pedían servir “cuanto antes” en campaña, y


es posible que partieran al campo de batalla.6 El Club Civilización del Pue-
blo, de liberales y patriotas, se reinstalaba para contribuir en los trabajos
en pro de la soberanía nacional.7 Un empleado del Ayuntamiento de Gua-
dalajara, de nombre Benito Ornelas, donaba diez pesos mensuales “para los
gastos de la guerra extranjera”.8 Fortino España renunció a su empleo en la
Secretaría de Gobierno para alistarse en la guerra con el extranjero y ofre-
ció de paso los servicios que su hijo, de sólo catorce años de edad, pudiera
prestar para la defensa de la patria.9
Fue iniciativa de un tal Guadalupe Medina el impreso suelto que circu-
ló en la ciudad, con el encabezado de “¡Jaliscienses, a las armas! ¡Mueran los
traidores!”, donde luego de un vivo análisis de la situación que atravesaba
nuestro país, y sus antecedentes, se llamaba a todos a defenderlo de la tira-
nía: “México odia a los reyes y a los que quieren establecerlos, y combatirá
siempre contra ellos, cualquiera que sea su número y el poder de las nacio-
nes con que hagan alianza. Jamás soportará tiranos de Europa o domésticos.
Fresca está la memoria de lo que pasó con la dictadura de Santa-Anna”. Era
el caso de un pensamiento renovador y de una lucha que se libraba asimis-
mo en toda Europa contra las autocracias. El pueblo era “invencible, espe-
cialmente hallándose animado de las ideas nuevas, que no sólo en América,
sino también en Europa, se difunden maravillosamente y minan los tronos
con su fuerza poderosa”. ¿Qué buscaba el invasor en México?

Nuestras montañas pintorescas, nuestros variados climas, nuestro sol ardiente


y nuestros riquísimos minerales, es lo que quiere verdaderamente Luis Na-
poleón, que nos trae la guerra, y no la seguridad de sus compatriotas, ni el
bienestar de los mexicanos.

Nadie debía permanecer pasivo frente a la agresión del extranjero, ni


ante la deslealtad de malos mexicanos:

Que todo el que pueda soportar el peso de un fusil, lo empuñe; que el rico
haga el sacrificio de sus bienes, como el pobre lo hace de su vida que vale
más; que abandone el padre a los hijos, el marido a la esposa, el hermano a

sus servicios en ella. Hombres sexagenarios y mutilados piden las armas para combatir con-
tra el invasor extranjero”, El Constitucional, 10 de enero de 1862, p. 21.
6
Archivo Histórico de Jalisco (AHJ), Ramo Gobernación, clasif. G-1-862, exp. 461;
también en El Siglo Diez y Nueve, 26 de junio de 1862, p. 2.
7
AHJ, Ramo Gobernación, clasif. G-1-862, exp. 423.
8
El Siglo Diez y Nueve, 16 de mayo de 1862, p. 4.
9
El Monitor Republicano, 15 de abril de 1862, p. 3.

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110 RUBÉN RODRÍGUEZ GARCÍA

la hermana, el artesano el taller, el labrador el terreno que cultiva; que todos


marchen a la guerra, y que los que se queden sostengan a las familias de los
que se van.10

No cesaban los exhortos a la población. En la oficina de correos de la


ciudad se había pegado un anuncio que decía: “¡Jalisciense! No pases ade-
lante sin inscribirte en las filas de los defensores de tu patria. Ella te llama,
no rechaces más que a los traidores, por ser indignos de tremolar la bandera
de la independencia. Los que venden a la nación no merecen llamarse sus
hijos”.11 De nuevo Ogazón, en una proclama, ahora como general en jefe
de los estados de Jalisco y Colima, a sus habitantes: “El mundo tiene en este
momento los ojos fijos sobre México; a nosotros toca hacernos dignos del
respeto y de la estimación universal. Demostremos con los hechos que los
mexicanos somos dignos de ser libres […] ¡Conciudadanos, ¡A las armas!…
¨¡Mueran los invasores!”.12

III. Vindicar a México ante el mundo


civilizado

En la capital, Margarita Maza de Juárez promovió importantes grupos de


señoras con la tarea de recabar donativos para los hospitales militares en la
campaña contra los franceses, como ya ocurría en las principales ciudades de
la república. En Guadalajara, a través del gobierno del estado, se conminó a
todas las tapatías a que secundaran la iniciativa:

Invitación. La hacemos en toda forma a las señoras de esta ciudad, para que
siguiendo el ejemplo de las señoras de la capital y de algunos estados, reúnan
donativos para los enfermos y heridos del ejército nacional. Actos de esta na-
turaleza, recomendados por la humanidad y sancionados por el cristianismo,
son dignos de ejercitar las virtudes de nuestro bello sexo, cuyo corazón se
encuentra inclinado siempre a las dulces inspiraciones de la caridad […].13

Se creó así la Junta Principal Proveedora de Recursos y Donativos en


Beneficio de los Hospitales de Sangre del Ejército de Oriente con comisio-
nes, mayoritariamente de mujeres, encargadas de colectar fondos entre la
10
El Siglo Diez y Nueve, 14 de mayo de 1862, pp. 1y 2.
11
Ibidem, 16 de mayo de 1862, p. 4.
12
Impreso suelto, 4 de mayo de 1862, en AHJ, Ramo Gobernación, clasif. G-2-862, exp.
4412.
13
El País. Diario Oficial del Gobierno del Estado de Jalisco, 4 de junio de 1862, p. 4.

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MANIFESTACIONES POPULARES EN GUADALAJARA... 111

población, y cuyos cortes de caja se publicaban en el periódico oficial. Entre


los donantes figuraban miembros de familias tradicionales, y tanto adinera-
das como no adineradas de la ciudad. Hubo una “comisión de almacenis-
tas” encabezada por el conocido capitalista y benefactor José Palomar, otra
“comisión de poesía” a cargo de figuras como Esther Tapia, Isabel Prieto,
Aurelio L. Gallardo e Ireneo Paz, etcétera. “Señoritas de esa ciudad” ofre-
cían conciertos y cooperaban para la causa: “Las jóvenes más hermosas de
nuestra sociedad harían una manifestación pública de sus talentos filarmó-
nicos, y el producto se habría de invertir en el alimento y curación de nues-
tros hermanos que están al frente del enemigo [sic]”.14 Pero no era sencillo.
A los problemas materiales se agregaban los problemas morales: “Un pro-
yecto tan nuevo y en una capital en que la suma timidez es una de las dotes
del bello sexo, habría de tener mil dificultades, mas todas las dificultades se
superan cuando hay patriotismo”.15

Patria, mi dulce amor, patria bendita,/cuánto, mirando tu dolor, te adoro;/


cómo de angustia el corazón palpita,/cuánto, al verte llorar ¡mi patria! llo-
ro.//Te veo con el pesar, con la amargura,/con que se ve a una madre en
agonía;/y en medio de tu horrible desventura/¡nada tengo que darte, patria
mía! […]

Así comenzaba la composición escrita por la entonces joven Esther Ta-


pia, de Guadalajara, y luego afamada Esther Tapia de Castellanos, que se
leyó en el Teatro Nacional de la capital el 2 de mayo de 1862, en la función
dedicada a los hospitales de campaña del ejército mexicano.16
Miembros reconocidos de la sociedad tapatía participaban de distintas
maneras, como en las colectas en beneficio del Ejército de Oriente. Con co-
rridas de toros, recitales o funciones de teatro; la más exitosa de éstas fue la
puesta en escena de La Intervención en México, en el Teatro Principal, en mayo
de 1863. Obra del jalisciense Juan José Castaños, la comedia se representó
los domingos 1 y 8, con mucho éxito. Como actores aficionados tomaron
parte en ella conocidos liberales, como Emeterio Robles Gil, Antonio Pé-
rez Verdía y Benito Gómez Farías, entre otros. No obstante lo mojigato del
público de Guadalajara en aquella tierra de Dios y de María Santísima,
que no veía con buenos ojos que se anunciara un espectáculo de teatro en
cuaresma, y menos aún protagonizada por una mujer de la rectitud de la
señora Pilar Sinosiain de Prieto, cuenta José María Vigil que aquello fue un

14
Ibidem, 1 de septiembre de 1863, pp. 2 y 3.
15
Ibidem, 11 de septiembre de 1862, p. 2.
16
El Siglo Diez y Nueve, 6 de mayo de 1862, p. 4.

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112 RUBÉN RODRÍGUEZ GARCÍA

verdadero éxito, que “la sociedad de Guadalajara en masa se ha agolpado


a contribuir con su dinero y sus aplausos a un fin patriótico y humanitario
[…] como es el alivio de nuestros valientes y sufridos hermanos que derra-
man su sangre en defensa de la patria”.17
El triunfo de la batalla del 5 de mayo se festejó en la capital jalisciense
con tres días de fiesta. Como las principales ciudades, después del triunfo
del 5 de mayo sobre los franceses, también Guadalajara se sumó a la campa-
ña nacional de un peso por contribuyente, para “la espada de honor que la
gratitud nacional obsequiara al benemérito general C. Ignacio Zaragoza”.
Apenas unos pocos días de conocida la feliz noticia de la victoria, ya habían
donado casi un centenar de personas, algunas de ellas bien conocidas por
su liberalismo: Vallarta, Ogazón, José María Vigil, los Robles Gil, Cañedo,
Prieto, Landero, más otras de ningún renombre, pero igualmente entusias-
tas, entre ellas, un número de mujeres.18
El Supremo Tribunal de Justicia estimuló más la conciencia cívica. Se
declaró primero, “ante el mundo entero, contra toda intervención de la Eu-
ropa en las cuestiones de las repúblicas de América, y muy especialmente
de la mexicana”, para enseguida pedir a todas las corporaciones —públicas
y privadas, diríamos hoy— que, libremente, manifestaran su postura con
respecto a sus sentimientos patrióticos. Así, se dirigió a ayuntamientos, fun-
cionarios, industriales, jueces, gremios, curatos y otros.19 La respuesta fue
unánime, hicieron todos público su parecer a favor de la defensa de Méxi-
co, desde el cabildo eclesiástico de Guadalajara hasta los ayuntamientos y
vecinos de un sinfín de localidades de todo Jalisco. Sumado al entusiasmo
general, el cura de Hostotipaquillo solicitó autorización para levantar una
guerrilla; no fue esto posible, pero al menos el gobierno del estado lo desig-
nó inspector de la guardia nacional en aquella población.20
Por su parte, el Supremo Tribunal estuvo en su papel cuando unos co-
misarios franceses pretendieron inculpar al gobierno de Juárez por supues-
tos daños sufridos por los franceses residentes en nuestro país. Presidido por
el licenciado Jesús Camarena, el Supremo Tribunal de Justicia del Estado
de Jalisco calificó aquello de infundios contra México, de “calumnias in-

17
Ibidem, 5 de marzo de 1863, pp. 1 y 2, y Luis Pérez Verdía, Historia particular del Estado de
Jalisco, vol. III, Guadalajara, Tip. de la Escuela de Artes y Oficios del Estado, 1911, pp. 202
y 203.
18
El País. Diario Oficial del Gobierno del Estado de Jalisco, 26 de mayo de 1862, p. 4.
19
El Siglo Diez y Nueve, 22 de mayo de 1862, p. 4.
20
Las respuestas de las poblaciones aparecen en varios números de El Siglo Diez y Nueve,
especialmente de junio y julio de 1862; la del Cabildo Eclesiástico, en la edición del 26 de
mayo, pp. 3-4, y la noticia del cura en la del 22 de junio, p. 4.

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MANIFESTACIONES POPULARES EN GUADALAJARA... 113

ventadas por la ambición para atacar su independencia”. Propuso que en


la capital y en todas las entidades de la República se citara a declarar a los
franceses en cada caso y, para dar imparcialidad a sus testimonios, que lo
hicieran ante los representantes mismos de aquel país (cónsules o vicecónsu-
les) y manifestaran si en algún momento habían sido víctimas de agresiones
o daños. Se pretendía con ello, como decía Camarena, dar un mentís al tira-
no Napoleón III y “vindicar a México ante el mundo civilizado”.21 Conoce-
mos los testimonios de los franceses de Guadalajara. Siempre expresaron no
haber sufrido agravio alguno por parte de las autoridades mexicanas. Todo
había sido una calumnia y parte de la campaña imperialista de agresión.22
De Guadalajara, de este mismo Tribunal Superior de Justicia del Estado
de Jalisco salió una de las más grandes iniciativas de esta época, digna de un
Simón Bolívar: el establecimiento de una confederación entre las repúblicas
del continente americano, con objeto de defender su soberanía, indepen-
dencia y forma de gobierno.23

IV. ¡Viva nuestra cara independencia!

Me referiré por último al caso de dos mujeres extraordinarias que, salidas de


las filas liberales de la Guerra de Reforma, tendrán una presencia importante
en la guerra contra la Intervención. Los libros de historia no las mencionan.
Ambas salieron de Guadalajara para seguir al Ejército de Oriente de Ignacio
Zaragoza.
La primera de ellas, Soledad Arias, apenas aparece en una antología
del siglo XIX de poetas zacatecanas. Autora quizá de los poemas patrióti-
cos más virulentos escritos en México por una mujer, como cuando ante el
amago de la ocupación de las fuerzas españolas en Veracruz en diciembre
de 1861, se dirige en una rima a las tropas enemigas:
¡Sed bienvenidos, viles extranjeros,/esclavos de una reina miserable;/raza
maldita, ingrata, despreciable;/os saluda entusiasta el corazón!//Bienveni-
dos ¡por Dios! El pueblo azteca/no teme a los bastardos de Pelayo;/el águila
ligera, como rayo,/a combatir se apresta con el león […].24
21
Ibidem, 26 y 27 de mayo de 1862, pp. 4 y 3, respectivamente.
22
El Monitor Republicano, 3 de julio de 1862, p. 2. Las declaraciones de los sesenta france-
ses de Guadalajara coinciden en que no han sufrido ningún agravio; únicamente uno declara
que alguna vez robaron en su tienda y otro que fue despojado de dos caballos, pero ambos
casos sin relación alguna con el gobierno del estado.
23
AHJ, Ramo Gobernación, clasif. G-1-861, exp. 461.
24
Poema A los piratas, El País. Diario Oficial del Gobierno del Estado de Jalisco, 20 de enero de
1862, pp. 1 y 2.

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114 RUBÉN RODRÍGUEZ GARCÍA

El 12 de julio de 1860 escribió el poema Improvisación, dedicado al pri-


mer aniversario de la Ley de Nacionalización de Bienes Eclesiásticos:

[…] Que el estandarte sagrado/de la augusta libertad/con sangre su árbol


regado/verá la posteridad,/el fruto ya sazonado.//Reforma, Constitución,/
sean nuestros gritos guerreros:/al comenzar una acción/gritad que mueran
los fueros/y acabe esa vil reacción […].25

En Aguascalientes elogiaban sus discursos cívicos. A propósito de Sole-


dad, como que se advertía: “Comienzan a surgir Demóstenes-hembras en las
filas de la libertad”.26 Lo que no saben en Zacatecas es que también partió
con sus hijas a la campaña de Oriente contra los franceses para asistir a los
soldados mexicanos en los hospitales de sangre de Veracruz. Cercana a su
paisano, el general Jesús González Ortega, dirigió una arenga a las tropas
en el sitio de Puebla, en la que afirmaba que Francia había traicionado los
principios de libertad para convertirse con Napoleón III en una potencia
opresora:

¡Miserables! —dice a los franceses— No saben que si han sido los vencedores
del mundo, era porque peleaban a nombre de la libertad, y que tras el humo
de los cañones se veía su radiante ráfaga, llevando de satélites sus ideas civi-
lizadoras, así como la emancipación de las razas y la autonomía internacio-
nal… Se eclipsó su estrella el día que ahogaron la libertad. ¡Dejaron de ser in-
vulnerables cuando se convirtieron en opresores! Y ahora de hombres libres,
por una metamorfosis incomprensible, se han transformado en esclavos del
más despreciable de los franceses [Napoleón III], de ese intruso sin política,
sin noble corazón que comenzara su elevación por medio de la más infame
de las traiciones, de una sombra de Napoleón el grande; tan rastrero, como
aquél sublime; tan impolítico, como aquél diplomático; tan cobarde, como
aquél guerrero. ¡Ridícula parodia que no puede cubrir los pies de barro de la
colosal estatua! […] Soldados —dice a los mexicanos— ¿permitiréis que os
arranquen vuestros derechos como ciudadanos? […] Pero no, el Nuevo Mun-
do no produce cobardes, es patria de guerreros, es madre de valientes y más
de una vez las Américas se han visto cara a cara con la Europa […] ¡Ejército
denodado de Oriente! ¡Vanguardia avanzada de la nación! Pronto oiréis tro-
nar el cañón extranjero y os veréis frente a frente con el injusto invasor. Os
felicito a nombre de mi sexo por tan plausible acontecimiento, el que por mi
boca os saluda tiernamente […] Soldados: ¡Viva nuestra cara independencia!

25
El Porvenir. Periódico Semi-Oficial del Gobierno del Estado de Aguascalientes, 15 de julio de
1860, p. 4.
26
La Sociedad, 23 de octubre de 1860, p. 3.

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MANIFESTACIONES POPULARES EN GUADALAJARA... 115

¡Viva el ciudadano presidente Benito Juárez! ¡Viva el denodado general en


jefe C. Jesús González Ortega! […] ¡Viva la libertad!27

Eran las palabras de aquella modesta maestra de escuela elemental que


el año anterior en Guadalajara había donado el pequeño presente de un
fusil para el Batallón Independencia de José Guadalupe Montenegro.
La segunda, Ignacia Riesch, era oriunda de Guadalajara. Ésta fue más
lejos. Pretendió formar ahí un batallón de mujeres para pelear contra esos
franceses que habían desembarcado en Veracruz, pero sólo ganó el escarnio
de sus paisanos y de sus paisanas. Fue la oveja negra de la familia y la oveja
negra de la sociedad tapatía. Se presentó al presidente Benito Juárez, quien
la recomendó con el general Zaragoza. Perteneció al Estado Mayor de Igna-
cio Zaragoza. Bajo las órdenes del general José María Arteaga, combatió en
la batalla de las Cumbres de Acultzingo en abril de 1862, donde fue hecha
prisionera. Maltratada y vejada por los franceses, fue recluida en los calabo-
zos de Orizaba. Lo mismo que Soledad Arias, asistió al sitio de Puebla. De
nuevo cautiva por el enemigo, en Topilejo, muy cerca de la capital, Ignacia
fue deportada a una de las prisiones de ultramar del imperio francés en La
Martinica, en el Caribe, pero nunca pudieron doblegar a esa mujer fuera
de serie, que al fin murió dramáticamente, no en la guerra, sino víctima de
la incomprensión cuando se suicidó con un tiro en el corazón. “Estoy muy
lejos de retroceder en el camino en que me han colocado mis opiniones y el
deseo de ser útil de alguna manera al gobierno y a la nación a que tengo
el orgullo de pertenecer”, había dicho. Para José María Vigil, era otra Jua-
na de Arco libertaria. En 1870, en la capital francesa se decía que en todo
México no había habido otra partidaria de la emancipación femenina como
Ignacia Riesch.28 Este año de 2019 se cumple el bicentenario de su natalicio,
y en Guadalajara ni los historiadores la conocen.

V. Conclusión

He querido sugerir con este pequeño trabajo no descuidar el enfoque popular


de la Intervención Francesa en México, si queremos hablar, como se habla-
ba entonces, de patriotismo. No se concibe éste si nos reducimos a las figuras
políticas o militares. Secundar en 1861-1863 el plan nacional de defensa,
cuando había plan, o aun cuando no lo hubiera, hermanó a los mexicanos,

27
Diario del Gobierno de la República Mexicana, 18 de marzo de 1863, p. 4.
28
Condenso aquí datos varios de mi trabajo “¿Quién era Ignacia Riesch, la Barragana?”
(en prensa).

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116 RUBÉN RODRÍGUEZ GARCÍA

lo mismo que sucedía, por iguales causas, en otras partes del mundo con el
expansionismo del imperio más poderoso de su tiempo. Inclusive los actos
espontáneos tienen por ello gran significación: los de los voluntarios que se
alistaban al combate, las mujeres que asistían a los heridos, los que propor-
cionaban armas, recursos, caballos, sin pensar en retribución ninguna, como
los que donaban sus sueldos y dejaban su hogar por la causa nacional. Como
aquel pequeño de ocho años de edad, Felipe Wenceslao Chacón, de Pinos,
Zacatecas, que solicitó alistarse como voluntario de la Guardia Nacional y
servir como clarín. No era ése cualquier niño ni la suya cualquier aventura.
Defendían todos, como decía Soledad Arias al gobernador Ignacio L. Vallar-
ta en diciembre de 1861, “la causa de la humanidad, las ideas regeneradoras
del siglo y la dignidad ultrajada del hombre”, es decir, la Constitución de
1857, las Leyes de Reforma y la República.

VI. Bibliografía

Archivos

Archivo Histórico de Jalisco (AHJ), Ramo Gobernación, años 1861-1862.

Periódicos

Diario del Gobierno de la República Mexicana, 1863.


El Monitor Republicano, México, 1862.
El País. Diario Oficial del Gobierno del Estado de Jalisco, Guadalajara, 1862-1863.
El Porvenir. Periódico Semi-Oficial del Gobierno del Estado de Aguascalientes, Aguasca-
lientes, 1860.
El Siglo Diez y Nueve, México, 1862-1863.
La Sociedad, México, 1860.

Libros y artículos

Galeana, Patricia (coord.), La resistencia republicana en las entidades federativas de


México, México, Senado de la República-Gobierno del Estado de Puebla-
Siglo XXI, 2014.
Pérez Verdía, Luis, Historia particular del Estado de Jalisco, vol. III, Guadalaja-
ra, Tip. de la Escuela de Artes y Oficios del Estado, 1911.
Rodríguez García, Rubén, “¿Quién era Ignacia Riesch, la Barragana?” (en
prensa).

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PRIMER EXILIO Y VIAJES DE CONCEPCIÓN


LOMBARDO DE MIRAMÓN

Diana Asela Franco Becerra*

El viaje en la juventud es parte de la educa-


ción, en el adulto, parte de la experiencia.

Francis Bacon

A Ricardo Orozco, por mostrarme que el


conocimiento no tiene fronteras.

Sumario: I. Nota introductoria. II. Género: memoria y literatura de viajes.


III. Primer exilio y viajes de Concepción Lombardo de Miramón. IV. Con-
clusión. V. Bibliografía.

I. Nota introductoria

Una línea de investigación que me cautivó durante la universidad fue la litera-


tura de viajes, particularmente la que trata de viajeros extranjeros en México.
No recuerdo el momento exacto en el que me pregunté ¿qué textos habrá de
mexicanos en el extranjero?, enseguida recordé el texto de Concha Lombar-
do. Pues bien, la presente ponencia tiene por objetivo indagar la faceta de
viajera que mostró Concepción Lombardo de Miramón en su primer exilio,
a partir de sus Memorias, por medio del itinerario tácito de la obra.

Autora y obra

Nació en la ciudad de México un 8 de noviembre de 1835. Fue la quinta


hija de sus padres, Francisco María Lombardo y Germana Gil de Partearro-
*
Facultad de Estudios Superiores-Acatlán, Universidad Nacional Autónoma de México.

117

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118 DIANA ASELA FRANCO BECERRA

llo; ellos le brindaron una educación muy estricta debido al comportamien-


to en su niñez; por ello, la metieron a un colegio de monjas, lugar donde
aprendió a tejer, bordar, catecismo y todos aquellos menesteres ligados a la
educación de una señorita de bien, para la época. Tuvo numerosos herma-
nos, de los cuales Merced Lombardo fue uno de sus motivos de viaje; pero
eso lo veremos más adelante. Se casó con Miguel Miramón, su gran amor,
y por quien pasaría muchas penas.

II. Género: memoria y literatura de viajes

Concepción, también conocida como Concha Lombardo de Miramón, tuvo


muchas facetas a lo largo de su vida: mujer, hermana, esposa, madre, expri-
mera dama. Desde estas perspectivas, narró sus Memorias.1 A decir de Patri-
cia Montoya2 “[…] el cultivo de las autobiografías, memorias o confesiones,
[son] escritas, generalmente con una idea apologética o de auto justificación.
[…] desde un lugar social […] [y tanto] La biografía, como la historia, [son]
una representación de la realidad”.3 Siguiendo a Montoya, aplicando su idea
al texto de Lombardo de Miramón, las memorias tienen un carácter auto-
biográfico, se componen desde la perspectiva de la madurez de una vida ya
hecha; en este caso, a su vez, “[…] los sucesos narrados proporcionan alguna
singularidad o han tenido cierta repercusión o incidencia en la colectividad
[…]”.4 Por tanto, la obra de Concha Lombardo tiene no sólo el propósito de
contar su vida, sino también narrar los hechos relevantes del contexto histó-
rico que le tocó vivir, y en su papel de esposa, explicar y justificar las acciones
de su marido.
Podemos entrever que las Memorias de Concepción Lombardo están íntima-
mente ligadas con los acontecimientos de la gran década nacional, como
llamó Miguel Galindo y Galindo al periodo de 1857 a 1867. Pues bien,
dentro de este relato, considero que entre las muchas formas que se puede
abordar, para el día de hoy elegí mostrar esta obra desde la literatura de
viajes. Entendida como un “[…] producto de la experiencia de un individuo
que realizó un desplazamiento, en términos generales, fuera de lo común a
su cotidianidad”. A estos textos se les considera un género hibrido [porque

1
Lombardo de Miramón, Concepción, Memorias, 3a. ed., México, Porrúa, 2011, 1008 pp.
2
Montoya Rivero Patricia, “Reflexiones en torno a la biografía y auto biografía”, en
Ordóñez, Manuel (coord.), Introducción al análisis historiográfico, México, FES Acatlán, UNAM,
2010, pp. 195-213.
3
Idem.
4
Idem.

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PRIMER EXILIO Y VIAJES DE CONCEPCIÓN LOMBARDO DE MIRAMÓN 119

abarcan varios géneros literarios]. Marina Martínez Andrade, en su tesis de


doctorado, menciona que “[…] exceden las fronteras de un género conven-
cional”; a esta idea añadiría a lo mencionado por Margarita Pierini “[…]
se le puede acusar de ser un género hibrido, peligrosamente vecino —a veces
indiferenciado— de otros géneros: memorias, diarios, crónicas. Otros enfo-
ques, en cambio, pondrán el acento en la riqueza de este género polifacético”.5
Considero que hay una relación constante entre el género memorístico
y la literatura de viajes; ambos son géneros híbridos que comprenden diver-
sas formas narrativas. Las memorias pueden contar un viaje, y el viaje suele
ser un recuerdo de una experiencia vivida. Ambos tienen una fuerte carga
de subjetividad, dependiendo del lugar de enunciación del autor; por ello es
necesario recurrir al análisis historiográfico para comprender las obras. De
ahí la importancia de mencionar quién es el autor y la intención de la obra.

III. Primer exilio y viajes de Concepción


Lombardo de Miramón

La obra está compuesta por once capítulos; los que abordé para la presente
ponencia es el VII, titulado Mi primer viaje Europa.
Si bien no se trata de un libro de viajes como los de sus contemporáneos
europeos que visitaron México en dicho periodo, concepción dejó entrever
en su texto el impacto y la importancia de los viajes que realizó. Por cues-
tiones de tiempo no hablaré detalladamente de cada uno de ellos, pero los
enunciaré. Por otro lado, cabe añadir que si bien se trata de un exilio por
cuestiones políticas, como lo explicaré en el siguiente apartado, hubo luga-
res donde más que exiliada pareció turista, entendiendo esta palabra por su
raíz inglesa turn o vuelta, ejercido como acción se entendería como dar la
vuelta, o en el caso de un viaje, ir de paseo. Es probable que, por ejemplo,
en el viaje a Italia hubiera un contexto político de la visita; ella ve este viaje
más como ir a conocer el lugar en calidad de turista.
Creo que sin un motivo de viaje no hay necesidad salir de casa. Distintas
razones tuvo la familia Miramón para viajar, como lo veremos a continua-
ción. La permanencia de la familia Miramón en México era peligrosa. Tras
la derrota de los conservadores en la Guerra de Reforma, Miramón, el 30

5
Martínez Andrade Marina, De orden Suprema. La literatura de viajes de Guillermo Prieto, Mé-
xico, tesis para obtener el grado de doctora en humanidades Línea: teoría literaria, UAM,
Unidad Iztapalapa, División de Ciencias Sociales y Humanidades, 2006, p. 45; Pierini Mar-
garita, Viajar para (des)conocer Isidore Löwenstern en el México de 1838, México, UAM, División de
Ciencias Sociales y Humanidades, 1990, p. 18.

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120 DIANA ASELA FRANCO BECERRA

de enero de 1861, salió de Veracruz, en calidad de exiliado político a La


Habana, Cuba. Concepción, que se encontraba en la ciudad de México,
anotó en sus memorias

La noticia de que mi esposo había salido del país,6 […] causó entre los jua-
ristas una cierta efervescencia viendo perdida su presa; por tal motivo, solían
pasar algunos grupos de exaltados por la calle de Choconautla,7 a horas avan-
zadas de la noche gritando mueras a mi esposo, y supe con gran pena, que el
hijo de una amiga mía, había propuesto en una reunión de juaristas que me
tomaran a mí y a mis hijos [como] rehenes, para hacer volver a mi esposo.
Los caminos no estaban seguros, la mayor parte de las fuerzas constitucio-
nalistas, así como sus guerrillas estaban en la capital y sus contornos, y un
encuentro con los asesinos Carbajal, Rojas o Pueblita, hubieran sido funestos.
¿Qué hacer?, ¿a quién recurrir para que me librase de tanto peligro?8

Tal era la motivación de Concepción para salir de México con sus hi-
jos y alcanzar a su esposo en Cuba. Una vez que se reencontró con marido
decidieron partir de la isla por el peligro del vómito negro. Su siguiente des-
tino fue Estados Unidos, lugar donde “[…] Poco o nada visitamos, y sólo
pudimos constar que aquel puerto era una ciudad exclusivamente comer-
cial y que las bellas artes no existían allí”.9 Sin embargo, fueron testigos del
ferviente nacionalismo mostrado por los lugareños, debido a que el 11 de
abril, tras el ataque al Fuerte de Sutter en el marco de la guerra civil esta-
dounidense, la sociedad estaba inquieta, Concepción observó “En los caba-
llos, en los coches y hasta en los sombreros de las señoras flotaban pequeñas
banderas con las estrellas del Norte y no se oía de otra cosa que de fusiles,
de cañones y de guerra […]”.10
El 13 de abril parten rumbo a Havre, Francia, lugar al que arribaron
el 24 del mismo mes. Sin contar nada más sobre este viaje, llegan el 26 a
6
Recibió la siguiente carta que le informaba sobre la salida de Miramón: “Veracruz,
enero 31 de 1861.
Muy señora mía:
El general salió ayer de este puerto en el barco español el Velasco. Al partir me encargó
diese a usted este aviso y le dijese que la espera en La Habana.
Rugo a usted me dé oportuno aviso de su llegada a Veracruz para ocuparme de su embar-
que; diríjame usted su carta a la casa de os señores Villa y Cosío de esta ciudad.
Soy de usted atento S. Q. S. P. B.
H. Ángel”.
7
Hoy es la calle de República de Colombia en la Ciudad de México.
8
Lombardo de Miramón, Concepción, Memorias, 3a. ed., México, Porrúa, 2011, p. 314.
9
Ibidem, p. 322.
10
Ibidem, p. 332.

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PRIMER EXILIO Y VIAJES DE CONCEPCIÓN LOMBARDO DE MIRAMÓN 121

la capital francesa, Concepción, emocionada, exclamó “¡París! ¡París!, mi


sueño dorado de hacía tanto tiempo, estaba yo allí, y podía admirar aquella
capital llena de maravillas y de encantos, de las cuales había oído hablar”.11
En dicha ciudad, en calidad de turistas, visitaron el bosque de Boulogne,
al arco del triunfo, los Campos Elíseos, la Plaza de la Concordia, la Isla de
la Ciudad; iglesias como Nuestra Señora de París, La Magdalena; la cárcel
de María Antonieta la Conciergerie; el museo del Louvre; el cementerio de
Pere Lachaise; el Palacio de Versalles… entre otros sitios. También mencio-
na diversos pasajes de la historia de aquel lugar.
En esta estancia, cabe añadir que pocas familias mexicanas que radica-
ban en París hablaron con la familia Miramón. Concepción argumentó que
era por no quedar mal con el gobierno de Juárez. Sin embargo, hubo una
familia que sí se acercó a ellos: los Almonte. Es en ese viaje donde hace si no
amistad, sí una relación cordial con Dolores Quesada de Almonte, persona
con la que tuvo encuentros y desencuentros.
El gusto de estar en París le duró dos meses a Concepción; al cabo de
ese tiempo la salud de la autora se vio notablemente desmejorada. Por las
noches despertaba angustiada; por ello, su esposo le preguntaba que qué le
pasaba. Ella respondía que lloraba por la alameda de México y por la incer-
tidumbre de no saber cuándo volvería a su país. Miramón, para calmarla, le
respondía “[…] duérmete y no pienses esas tonterías, ¿no ves que estamos
en París y que ahora no hay peligro de guerra ni de que me maten?”.12 Por
tales causas terminaron llamando al doctor Giurdanes

[…] que había estado varios años en México y que conocía perfectamente el
idioma español. Este Dr. declaró a mi esposo que mi enfermedad era la nos-
talgia y que el único remedio era el que dejase de criar a mi hija, y saliera por
algún tiempo de Francia […] Jamás pensé que mi amor a México fuese tan
intenso, y que ya libre de las angustias que mi corazón había sufrido durante
dos años, la ausencia de mi patria me causaría tanto dolor.13

Este fue el motivo del siguiente viaje: Italia. También en calidad de tu-
ristas, y sin niños, ya que los habían encargado a unas amigas, salió la pareja
a su nuevo tour el 24 de mayo, llegando a Marsella, y arribando a Civitavec-
chia el 26 de junio de 1861. Añadiré que de este tour, al igual que en París,
visitaron lugares icónicos de Roma; conocieron personajes sobresalientes,
que se vieron relacionados con el engranaje del mecanismo político que de-

11
Ibidem, p. 323.
12
Ibidem, p. 332.
13
Idem.

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122 DIANA ASELA FRANCO BECERRA

rivó en el Segundo Imperio mexicano. En este viaje tuvieron una audiencia


con Pío IX, quien condecoró a Miguel Miramón con la Gran Cruz de Pío
IX por la defensa que hizo de la Iglesia mexicana.
Las mencionadas Civitavecchia y Roma no fueron las únicas ciudades
visitadas; también lo fueron Nápoles, Sorrento, la isla de Capri, Pisa, Padua,
Venecia, Milán, Génova y Turín; de cada una, Concepción menciona bre-
ves pasajes de su historia.
En Turín los esperaba una copiosa correspondencia de México por la
cual se enteraron de la situación del país: Márquez, quien “comería con-
tinuas arbitrariedades y su crueldad no tenía límites”, hizo fusilar a don
Melchor Ocampo, lo cual “dio ocasión a los liberales para ejecutar villanas
venganzas fusilando inocentes víctimas”. El general Santos Degollado, que-
riendo vengar la muerte de Ocampo, buscó a Márquez para abatirlo, pero
pereció en la refriega. Leandro Valle cayó prisionero ante la derrota contra
Márquez en el Monte de las Cruces el 15 de julio [sic]. En medio de esos
tristes sucesos (como los calificó la autora) el 17 de julio de 1861 se decretó
la Ley de Suspensión de Pagos de la Deuda con las Naciones Extranjeras.
Concepción, este panorama lo denominó como el complemento de “la tris-
te situación en que se encontraba México”.14
De vuelta en Francia, vía Lyon, los esperaron dos grandes sorpresas; la
primera, por iniciativa de Juan Nepomuceno Almonte, quien junto a Gu-
tiérrez de Estrada y José Hidalgo ya elucubraban el advenimiento de un
príncipe imperial que gobernara México; fueron invitados a una recepción
ofrecida por la emperatriz Eugenia en las Tullerías. Fue esa invitación el
inicio de la vida social que tuvieron en ese viaje a París.
La segunda fue que a los pocos días de un baile al que asistieron, Drouyn
de Lhuys15 se presentó en la casa de su amigo don Martínez del Río. Su ob-
jetivo fue decirle a Miramón que el conde de Morny16 quería tener una en-
trevista con él. Al día siguiente, a las 8 de la noche, los señores Drouyn de
Lhuys y el conde Augusto de Morny17 se presentaron en la casa de Martínez
del Río. Su intención era manifestar los deseos de Napoleón III. En pala-
bras de nuestra autora, el conde de Morny fue el “personaje que escogió
Napoleón III para ofrecer a mi esposo la triste y deshonrosa misión de ir a
nuestro país con el ejército francés”.18 Miramón, al negarse a esa invitación,
que califico de humillante, quedó mal con el gobierno francés.
14
Ibidem, p. 387.
15
Político francés
16
Medio hermano de Napoleón II.
17
Ibidem, p. 406.
18
Ibidem, p. 406.

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PRIMER EXILIO Y VIAJES DE CONCEPCIÓN LOMBARDO DE MIRAMÓN 123

Ante la incómoda situación, decidieron salir de Francia con destino a


España; además de escapar de estos hechos, aprovecharían para visitar a unos
familiares y amigos que Concepción tenía allí. Hay una discrepancia en
las fechas que menciona nuestra autora19 en cuanto al viaje de Francia vía
Burdeos a Madrid. En España, luego de las visitas mencionadas, decidieron
partir de nueva cuenta a Francia vía marítima, con la intención de buscar
un lugar para el tercer parto de Concepción. Mientras ella aún se recupera-
ba, Miramón viajó con su amigo, el señor Schercof a Rusia.
Una vez más la familia reunida en París recibió noticas de Mercedes
Lombardo, quien recientemente se había casado con Isidro Díaz, y se ha-
bían trasladado a Estados Unidos. Los recién casados los invitaron a que los
visitaran, y así lo hicieron los Miramón en agosto de 1862, y partieron del
puerto de Havre. Una vez establecidos en Nueva York, y ahora sí pudien-
do visitar un poco más la ciudad, como el museo Barun;20 Concepción y
Miguel optaron por ir a conocer el río Niágara y sus famosas cascadas. Tal
decisión los hizo trasladarse por ferrocarril central vía Boston a la frontera
entre Estados Unidos y Canadá. Visitaron Montreal y Quebec; de dichas
ciudades, la autora mencionó “[…] Quebec, otra ciudad bastante monóto-
na, donde los pisos de las calles y las casas, son iguales a las de Montreal.
Nada extraordinario recuerdo haber visto en Canadá, y la impresión que
me causaron esas dos ciudades fue la melancolía que ahí reina”.21
A su regreso de este tour a Nueva York se encontraron con la noticia de
que su cuñado Isidro Díaz y sus niños estaban enfermos por el clima frío que
empezaba a hacer. El diagnóstico médico fue que debía trasladarse a una
región más cálida; por ello, los Miramón y el cuñado se fueron a Cuba. Por
otro parte, Concepción estaba en el sexto mes de su cuarto embarazo; en
esta ocasión, quería que su bebé naciera en México, por lo que Cuba era
una buena opción con vista al futuro.22
Llegaron a la mencionada isla aproximadamente en enero de 1863. En
La Habana, tras seis meses de una fuerte tosferina, falleció su hija Carmeli-
ta. Este hecho fue muy triste para la familia. Mientras tanto, Isidro recupe-
raba su salud a pasos agigantados.

19
Por ahora no me detendré a dilucidar en ello.
20
Famoso circo de la época por presentar en su espectáculo a personajes como: La
mujer barbuda, el comodoro Doulot, la familia de alvinos, los hombres mono, etc. “No
comprendo que las autoridades de un pueblo que se dice civilizado, permita semejantes
espectáculos”, p. 425.
21
Ibidem, p. 430.
22
Idem.

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124 DIANA ASELA FRANCO BECERRA

IV. Conclusión

En este primer exilio vientisiete ciudades y seis países fueron visitados por
Concepción. Salvaguardar la vida de los integrantes de la familia Miramón
fue el principal motivo del gran viaje, que duró de febrero de 1861 a inicios
de enero de 1863; el exilio fue su etiqueta. En México, Veracruz fue la puer-
ta de entrada y salida; en el extranjero fue Cuba. Estados Unidos fue la ante-
sala al mundo civilizado, a pesar de que se encontraba en guerra. Francia, en
mayor medida, y secundariamente España, fueron países amigos en donde
encontraron lo más cercano a un hogar, con sus respectivos inconvenientes,
ya fueran políticos o por intereses personales. Estos países recibieron a la
familia en calidad de exiliados políticos. En contraste, Canadá, y sobre todo
Italia, conocieron al matrimonio en calidad de turistas, avídos por conocer
los atractivos naturales del primero, e históricos, artísticos y, sobre todo, reli-
giosos, del segundo.
La pareja Miramón estuvo al pendiente de los acontecimientos políticos
de México. Hubo otros dos exilios: el primero, disfrazado de misión especial
que le encargó Maximiliano a Miramón; el segundo, un destierro que se
procuró Concepción tras la muerte de su esposo; pero ésa es otra historia.
Gracias por su atención.

V. Bibliografía

Lombardo de Miramón, Concepción, Memorias, 3a. ed., México, Porrúa,


2011.
Martínez Andrade, Marina, De orden suprema. La literatura de viajes de Guiller-
mo Prieto, México, tesis para obtener el grado de doctora en humanidades,
Línea: teoría literaria, UAM, Unidad Iztapalapa, División de Ciencias So-
ciales y Humanidades, 2006.
Montoya Rivero, Patricia, “Reflexiones en torno a la biografía y auto bio-
grafía”, en Ordóñez, Manuel (coord.), Introducción al análisis historiográfico,
México, FES Acatlán, UNAM, 2010.
Pierini, Margarita, Viajar para (des)conocer Isidore Löwenstern en el México de 1838,
México, UAM, División de Ciencias Sociales y Humanidades, 1990.

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LA PRESENTACIÓN DE LA ILDEGONDA DE MELESIO


MORALES, O SOBRE EL INCIDENTE QUE DIO ORIGEN
A LA SOCIEDAD FILARMÓNICA MEXICANA, 1866

Sebastián Daniel Ojeda Bravo*

Sumario: I. El fulgor de la música en el siglo XIX. A manera de intro-


ducción. II. Melesio Morales, breves nociones biográficas. III. El sufrimiento
de Ildegonda y la fundación de la Sociedad Filarmónica. IV. Y ¿qué pasó
después? A manera de conclusión. V. Bibliografía.

I. El fulgor de la música en el siglo XIX.


A manera de introducción

Hablar del desarrollo y evolución de las manifestaciones musicales en México


durante el siglo XIX es una labor un tanto complicada. Jorge Alberto Man-
rique, en su breve introducción a la obra La ópera en México de 1924 a 1984,
de Carlos Díaz Du-Pond, menciona que “Parece indudable que la ópera, ese
espectáculo peculiar donde se conjugan diversas actividades artísticas […]
ha sido uno de los troncos más recios de las artes del espectáculo”.1 Y sí, cier-
tamente, la ópera tiene una enorme importancia en nuestro país. Más aún,
tuvo un vertiginoso desarrollo durante el siglo XIX. Sabiendo esto, entonces,
¿por qué resulta tan difícil hablar de la música, y de la ópera, durante este
periodo?
Como es bien sabido, la segunda mitad del siglo XIX se caracterizó por
ser una época bastante compleja. El complicado entramado sociopolítico y
las constantes guerras que asolaron el país han sido temáticas ampliamente
trabajadas por las producciones historiográficas de los años recientes.

*
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México. Actual-
mente se desempeña como asistente de investigación en el Instituto de Investigaciones Jurí-
dicas de la misma casa de estudios.
1
Díaz Du-Pond, Carlos, La ópera en México de 1924 a 1984, México, UNAM, 1869, p. 15.

125

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126 SEBASTIÁN DANIEL OJEDA BRAVO

¿Qué hay de los estudios de las bellas artes? Resulta menester men-
cionar que a pesar del caos imperante, el siglo XIX fue un baluarte para
el florecimiento de las artes. Especial mención merece la literatura, que se
engalanó gracias a las plumas de Guillermo Prieto, Manuel Payno, Ignacio
Ramírez, Juan de Dios Peza, entre otros. Afortunadamente, el estudio de la
literatura decimonónica ha cobrado enorme popularidad, y es posible en-
contrar una amplia variedad de autores que hablan de las grandes plumas
que surgieron en el siglo XIX.
Lamentablemente, el estudio de la historia de la música no ha corrido
con la misma suerte. A pesar de que Euterpe inspiró a una amplia variedad
de personas que dieron su vida por el cuarto arte —como Cenobio Pania-
gua, Tomás León, Aniceto Ortega, Jesús Dueñas, entre otros—, el estudio
de esas personalidades palidece frente a la historiografía, que se centra en
los ámbitos político y militar de la segunda mitad del siglo XIX.2 Por ello,
he decidido hacer un somero análisis sobre el desarrollo de la música en
este periodo; me centraré en uno de los compositores más relevantes de la
época.
En el siglo XIX surgieron una enorme cantidad de personalidades que
dedicaron su quehacer profesional a la producción musical. El cartógrafo
Antonio García Cubas se refirió a este nutrido grupo de músicos y com-
positores de la siguiente forma: “La agrupación de que voy a tratar fue un
hermoso meteoro que, al extinguirse, nos dejó el recuerdo de sus vívidos
fulgores. Cayó súbitamente derribada, en la fuerza de su vigor, al rudo gol-
pe de las pasiones, como la potente encina por el irresistible poder de una
descarga eléctrica”.3
Tal y como lo menciona García Cubas, me enfocaré en el análisis de
un compositor, quien, al igual que una estrella fugaz, fulgió breve, pero in-
tensamente. Me refiero a Melesio Morales. ¿Por qué es importante analizar
la figura de este músico? La respuesta es sencilla: sus actividades fueron un
detonante para la fundación de la Sociedad Filarmónica Mexicana, agru-
pación que dio origen, a su vez, al Conservatorio Nacional de Música, una
de las instituciones de enseñanza musical con más relevancia en México.

2
Decir que no existen trabajos que aborden la historia de la música en México sería
una falacia. Ciertamente, hay pocos textos de esta temática, pero afortunadamente, en años
recientes se han publicado diversos libros que abordan esta materia. Destaco los dos tomos
del libro La profesionalización de la enseñanza musical en México, de Betty Zanolli, que fueron un
enorme apoyo para la realización de este trabajo.
3
García Cubas, Antonio, El libro de mis recuerdos: narraciones históricas, anecdóticas y de costum-
bre mexicanas anteriores al actual estado social, México, Imprenta de Arturo García Cubas, 1904,
p. 518.

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LA PRESENTACIÓN DE LA ILDEGONDA DE MELESIO MORALES... 127

Es menester mencionar que la figura de Melesio Morales ha sido res-


catada gracias al musicólogo Karl Bellinhausen. A pesar de esto, considero
que Melesio aún es ampliamente ignorado por los discípulos de Clío. Así
pues, esta ponencia es un primer acercamiento a este insigne músico.4
Antes de hablar de Melesio es importante mencionar brevemente la si-
tuación de las representaciones escénicas en México en este periodo. Como
bien menciona Luis Reyes de la Maza, durante los primeros años de la guerra
en contra de las tropas francesas el teatro se convirtió en un medio para cri-
ticar al ejército invasor. Así, en diversos teatros de la ciudad se destilaron una
gran cantidad de obras patrióticas cuyos ingresos se destinaban a la obten-
ción de pertrechos de guerra o a la manutención de los hospitales militares.5
Tras el triunfo de los franceses, los escenarios se transformaron radical-
mente. Las puestas en escena con tintes patrióticos se extinguieron de golpe
y fueron sustituidas por magnos conciertos musicales, por suntuosos bailes,
por representaciones de ópera y demás actividades lúdicas, que iban más
acorde a los gustos del recién llegado emperador austriaco. Incluso, es posi-
ble hablar de una segunda intervención: una intervención cultural.6 Diver-
sas compañías de ópera extranjeras arribaron al país, las cuales llevaron a
cabo diversas representaciones, siendo las composiciones de Giuseppe Verdi
(Rigolleto, La Traviatta y Un Baile de Máscaras) las más populares.7 Es precisa-
mente bajo este panorama que algunos compositores mexicanos vieron la
oportunidad de destacar dentro de los escenarios.

II. Melesio Morales, breves nociones biográficas

José Ignacio Melesio Amado Morales Cardoso nació el 4 de diciembre de


1838 en la Ciudad de México. Fue hijo de Trinidad Morales, un guitarrero
4
Llegado a este punto es justo admitir que este texto es un trabajo inacabado. Aún hay
mucho por hacer: una revisión a profundidad de la historiografía de la época, así como una
inmersión al ramo de Segundo Imperio, del Archivo General de la Nación. Quizá, con un
poco de suerte, y con un enorme esfuerzo, este pequeño trabajo se convertirá en un estudio
biográfico de Melesio Morales.
5
Reyes de la Maza, Luis. El teatro en México durante el segundo Imperio (1862-1867), México,
UNAM/IIE, 1959, pp. 11-13.
6
Es necesario acotar que desde años anteriores a la segunda intervención francesa era
común la llegada de diversas compañías extranjeras de música, teatro y ópera a México.
Bajo el gobierno del emperador austriaco, la participación de dichos grupos extranjeros
aumentó en gran medida.
7
Mención especial merece la compañía de ópera italiana manejada por los empresarios
y tenores Mazzoleni y Aníbal Biacchi, que arribaron al país en 1864. Más adelante haré
mención de esa compañía.

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128 SEBASTIÁN DANIEL OJEDA BRAVO

que heredó a su primogénito el gusto por la música. Trinidad intentó que


su vástago estudiara una carrera en arquitectura o ingeniería, por lo cual lo
inscribió a la Academia de San Carlos. Sin embargo, el joven Melesio pronto
abandonó el centro de enseñanza y dedicó sus estudios a la música.
Las primeras lecciones musicales que recibió el joven Melesio vinieron
de la mano de Jesús Rivera y de Agustín Caballero. Posteriormente, ingre-
só a la cátedra de acompañamiento impartida por Felipe Larios.8 En 1855,
Melesio ingresó a la academia de música del célebre compositor oriundo de
Tlalpujahua, Cenobio Paniagua.9 Sin temor a equivocarme puedo afirmar
que Morales halló en Paniagua toda la inspiración para continuar persi-
guiendo sus aspiraciones como músico y compositor.
Tras el estreno y éxito de la opera Catalina de Guiza, del compositor pro-
veniente de Michoacán, Melesio decidió dedicar su quehacer profesional a
la música; la docencia fue su principal fuente de ingresos. El 27 de enero de
1863, Melesio tuvo la oportunidad de presentar por primera vez una de sus
óperas. Su obra, bautizada con el nombre Romeo, fue puesta en escena en el
teatro Nacional. En palabras de Manuel Mañón, la representación de Romeo
fue desastrosa,10 pero le dio los bríos suficientes para que decidiera conti-
nuar con su carrera musical y para que comenzara a escribir la partitura de
la ópera que se convertiría en su obra magna.
Esta vez, Melesio optó por musicalizar un libreto del italiano Temístocle
Solera. Dicho libreto se intitulaba Ildegonda, y estaba basado en una novela
homónima de Tommas Grossi que data de 1820.11
8
Altamirano, Ignacio Manuel, Escritos de literatura y arte, t. 3, México, Conaculta/Tribu-
nal Superior de Justicia del DF, 2011, p. 92.
9
Morales, Melesio, Mi libro verde de apuntes e impresiones, México, Conaculta, 1999, p.
XVIII.
10
Mañon, Manuel, Historia del viejo teatro nacional de México, México, Conaculta/INBA,
2009, p. 149. Al respecto, Altamirano narra las diversas razones por las que Romeo no tuvo
el éxito esperado. Quizá el mayor problema que sufrió Morales para la representación de su
obra fue la enorme animadversión entre las sopranos principales, Elisa Tomassi y Mariana
Paniagua. Aunado a lo anterior, el día del estreno, Paniagua enfermó súbitamente, lo cual
ocasionó que diera un espectáculo por demás pobre. A pesar de estos inconvenientes, Mo-
rales logró montar su obra en dos ocasiones más, pero los resultados no fueron los deseados.
Vid. Altamirano, op. cit., pp. 100-115.
11
Con relación al uso del libreto de Solera, Karl Bellinhauser menciona que Melesio
utilizó un libreto de “segunda mano”, el cual ya había sido previamente musicalizado por el
español Emilio Arrierta. Esta situación me lleva a realizar una pregunta, ¿por qué Morales
optó por utilizar un libreto previamente musicalizado? Al respecto, tengo algunas hipótesis:
quizá debido a lo limitado de sus recursos económicos, Melesio optó por musicalizar libretos
previamente publicados y de fácil adquisición. Mi otra teoría es que Morales seleccionó este
libreto para intentar capitalizar, de alguna forma, el éxito que tuvo la puesta en escena de
Arrieta. Vid. Morales, Melesio, op. cit., p. XXIII.

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LA PRESENTACIÓN DE LA ILDEGONDA DE MELESIO MORALES... 129

A la par de la escritura de su Ildegonda, Melesio frecuentaba las tertulias


del pianista Tomás León, quien fue uno de los principales impulsores de la
convocatoria para la composición del Himno Nacional. León destacaba por
realizar pequeñas reuniones en su hogar, donde recibía gustoso a los jóve-
nes artistas que arribaban a la ciudad,12 y, en general, a todos aquellos que
tuvieran gusto por las charlas y la música. Dentro de las personas que acu-
dían a las tertulias destacaban Eduardo Liceaga, Francisco Ortega, Antonio
García Cubas, Jesús Dueñas, José Ignacio Durán, Ramón Terreros, Urbino
Fonseca, Julio Ituarte, entre otros.13
Es menester subrayar que, como bien menciona Karl Bellinhausen, el
grupo que frecuentaba la casa de Tomás León “adoptó la Ildegonda de Mo-
rales como bandera de lucha de la música mexicana”14 ante la creciente
presencia de músicos extranjeros.

III. El sufrimiento de Ildegonda y la fundación


de la Sociedad Filarmónica

Para 1864, Melesio, ahora fungía como director y maestro de coros de la


compañía de los italianos Biacchi y Mazzoleni, con quienes negoció para lle-
var a cabo su Ildegonda. Lamentablemente, los empresarios extranjeros aban-
donaron el país sin poder presentar el opus magnum de Morales.
En 1865, Biacchi volvió al país gracias a una subvención de cuatro mil
pesos ofrecida por Maximiliano.15 Por supuesto, Melesio intentó reanimar
las negociaciones para llevar a escena su Ildegonda, por lo que él y su amigo
Jesús Dueñas se entrevistaron con el italiano, quien sólo atinó a decir lo si-
guiente: “Conozco la obra de Morales y la juzgo buena, pero no decidiré a
ponerla en escena porque el nombre mexicano del autor perjudicaría mis
intereses […]”.16

12
García Cubas, Antonio, op. cit., p. 519.
13
Zanolli Fabila, Betty Luisa de María Auxiliadora, La profesionalización de la enseñanza
musical en México. El Conservatorio Nacional de Música (1866-1996). Su historia vinculación con el arte,
la ciencias, y la tecnología en el contexto nacional, México, Secretaría de Cultura/INBA, 2017, vol.
I, p. 70.
14
Morales, Melesio, op. cit., p. XXIV.
15
Maximiliano ofreció dicha suma a condición de que Biacchi estrenara la obra de un
mexicano y que contratara al “ruiseñor mexicano”, Ángela Peralta. Cabe mencionar que
ninguno de los dos cumplió con lo prometido. Véase Romero, Jesús, “Historia del Conserva-
torio”, Nuestra Música. Revista Bimestral editada en México, año I, núm. 3, julio 1946, p. 156.
16
García Cubas, Antonio, op. cit., p. 520.

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130 SEBASTIÁN DANIEL OJEDA BRAVO

Ante tal respuesta, el amplio grupo que asistía a las tertulias de la casa
de Tomás León decidió entrar en acción. Como el mismo Melesio narra:

[…] y propusimos a moción mía unirnos a varios amigos entusiastas que nos
ayudaran a conseguir la representación de mi obra, haciéndolos influenciar
a la futura empresa con sus relaciones […] Todos los señores se dispusieron
a la carga, resultando de las discusiones previas que, para formar un cuerpo
colegiado en contra de la empresa, algún nombre debía tomar. Tomó enton-
ces el de Club Filarmónico, y bajo este nombre se emprendió la guerra que todo
México sabe […].17

El recién formado club decidió apoyar a Melesio en toda forma posi-


ble, pero ante la imposibilidad de entablar una conversación con Biacchi,
optaron por declararle la guerra, golpeándolo directamente en una de sus
representaciones:

[…] La noche del 14 de Noviembre ejecutábase el Baile de Máscaras, y du-


rante el primer entreacto, el público de la galería […] secundado por el patio,
pidió a gritos acompañados de palmadas, y por medio de un cartel que decía
Ildegonda sostenido en la barandilla […] que la empresa se decidiese a poner
en escena la expresada obra mexicana. La bulla acrecía, más y más, impidien-
do la continuación de la hermosa partitura de Verdi, hasta que el empresario
mandó a levantar el telón y se presentó ante el público manifestando que esta-
ba dispuesto a complacerle, y con tal declaración los concurrentes prosiguie-
ron gozando, sin interrupción de la música del gran maestro italiano […].18

Con semejante escándalo, el empresario italiano aceptó llevar a cabo


la representación de Ildegonda bajo una condición: Melesio debía firmar un
contrato en el cual Biacchi se comprometía a ceder por tres noches todo el
personal de su compañía por la “módica” cantidad de siete mil pesos.19
Ante la imposibilidad de costear semejante suma, el joven compositor
solicitó auxilio, de nueva cuenta, al Club Filarmónico, obteniendo así el
apoyo de un discípulo suyo: Julio Ituarte. Gracias a Ituarte, Melesio con-
siguió entrevistarse con Maximiliano y Carlota, pero, como él mismo lo
menciona, no logró obtener nada: “[…] este hombre, a quien no podía
menos que amársele desde la primera entrevista, me ofreció muchas cosas
de las que obtuve la cuarta parte pues, a pesar de sus buenas intenciones y

17
Morales, Melesio, op. cit., pp. 91 y 92.
18
García Cubas, Antonio, op. cit., p. 521.
19
Morales, Melesio, op. cit., p. 45.

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LA PRESENTACIÓN DE LA ILDEGONDA DE MELESIO MORALES... 131

exigentes órdenes, no era obedecido. ¡Pobre Maximiliano!, ¡cómo no fuiste


mexicano!”.20
Afortunadamente para Melesio, Ituarte era familiar del ministro de Go-
bernación de aquel entonces, José Esteva. Tras entrevistarse con él, Morales
logró conseguir la suma de seis mil pesos. La cantidad restante la obtuvo
gracias a los esfuerzos de Jesús Dueñas y Manuel Payno: “Hasta aquí, los
héroes ¿Quiénes fueron? ¡Dueñas y Payno! Sin cuyos esfuerzos imposibles
de decirse ni ministro ni emperador me hubieran dado nada pues para dar
900 pesos, que fue lo que recibí, bien se resistieron”.21 Tras haber consegui-
do la suma de dinero, la fecha quedó establecida: 27 de enero de 1866. El
lugar: el Gran Teatro Imperial.
Dos días antes del estreno, un temeroso Morales escribió una misiva,
que fue publicada en diversos periódicos, en la cual se ponía bajo la protec-
ción del público melómano:

Todos los que conozcan el arte de la música, podrán comprender la inmensa


(sic) dificultas que cuesta dar cima a una larga y enlazada composición […]
Animado, sin embargo, con la (sic) estremada benevolencia de mis compa-
triotas […] me he decidido a que se ponga en escena la opera que he com-
puesto, denominada Ildegonda, aprovechando la oportunidad, que no siempre
se presenta, de una compañía lírica que cuenta en su seno notables y distin-
guidos artistas. Las dificultades y aun disgustos que al principio hubo entre el
Sr. Biacchi y varios de mis amigos, han cesado del todo […] ¿Qué mérito tie-
ne Ildegonda? El público, que además de benévolo es ilustrado e inteligente, la
calificará […] Cualquier, pues, que sea el éxito de Ildegonda, yo me anticipo a
dar las gracias a mis amigos […] y al público en general, bajo cuya protección
pongo mi obra, que con tanta (sic) dificultas va a ver la luz y a ser juzgada.22

Finalmente, y tras un enorme sufrimiento por parte de Melesio, Ilde-


gonda se llevó a cabo. La ópera fue bien recibida por la audiencia, y recogió
excelentes críticas por parte de la prensa, como se puede apreciar en este
pequeño artículo de La Orquesta del 31 de enero de 1866:

[…] Ildegonda, pues, sin que entremos en comparaciones imposibles […] es


una ópera buena, bastante buena, que ha de tener una larga vida y ha de ser
con el tiempo representada en más de un teatro. Fáltale para los mexicanos
una cosa muy importante, y sin la cual jamás la aceptaran como un producto
del genio y un esfuerzo del trabajo de su autor, y es que Morales abandone

20
Ibidem, p. 92.
21
Ibidem, p. 45.
22
“Ildegonda”, en El Pájaro Verde, t. IV, núm. 24, 27 de enero de 1866, p. 2.

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132 SEBASTIÁN DANIEL OJEDA BRAVO

su nombre y se llame Mellessi Morallini, y que así algún empresario de otro


teatro que no sea de América la ponga con buen éxito en la escena.23

Tras el éxito de Ildegonda, el Club Filarmónico realizó un brindis en


honor a Melesio en la casa de Tomás León. En ese mismo brindis surgió la
idea de parte de Rafael Martínez de la Torre, abogado de Maximiliano, de
crear una asociación legalmente establecida de compositores, intérpretes y
demás amantes de la música.24
Uno de los principales puntos para la formación de la asociación, como
lo da a entender el mismo Morales, era brindar protección y educación a los
músicos y compositores de la época, quienes veían todos sus esfuerzos mer-
mados a causa de las compañías extranjeras que eran invitadas por el em-
perador austriaco, y que acaparaban la mayoría de los escenarios del país.25
Así pues, los miembros del Club Filarmónico se reunieron el 24 de di-
ciembre de 1866 con el fin de redactar un oficio que reglamentara la nueva
asociación. La creación del reglamento corrió a cargo de Aniceto Ortega,
quien, una semana después de esta primera reunión, entregó el reglamento
orgánico de la recién formada Sociedad Filarmónica Mexicana.26

IV. Y ¿qué pasó después? A manera de conclusión

Tras el éxito logrado el 27 de enero de 1866, Morales logró poner en escena


su obra en dos ocasiones más: el 4 y el 11 de febrero del mismo año.27 Asi-
mismo, gracias al éxito de sus representaciones, el joven compositor obtuvo
una subvención por parte de los empresarios Rafael Martínez de la Torre y
23
“Ildegonda”, en La Orquesta. Periódico Omniscio, de buen humor y con caricaturas, segunda
época, t. II, núm. 9, 31 de enero de 1866, pp. 4 y 5.
24
Morales, Melesio, op. cit., p. 49.
25
Melesio, en un esfuerzo de memoria, intenta recrear una de las conversaciones que se
dieron dentro de la casa de Tomás León. Es en esta reminiscencia donde se coloca de mani-
fiesto que uno de los principales motivos de la creación de la Sociedad Filarmónica era la de
dar cabida al talento mexicano frente a los empresarios extranjeros que acaparaban más y
más los escenarios. Así mismo, es interesante ver la importancia que da Morales a su Ildegon-
da, ya que, de forma un tanto soberbia, se considera el principal fundador de la asociación.
Ibidem, pp. 92 y 93.
26
Zanolli Fabila, Betty Luisa de María Auxiliadora, El Conservatorio Nacional de Música,
vol. I, op. cit., p. 71.
27
“Diversiones Públicas. Teatro Nacional”, La Sombra. Periódico joco-serio ultra-liberal y re-
formista, segunda época, tomo II, núm. 10, 2 de febrero de 1866, p. 4; “Diversiones Publicas.
Teatro Nacional”, La Sombra. Periódico joco-serio ultra-liberal y reformista, segunda época, tomo II,
núm. 12, 10 de febrero de 1866, p. 5.

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LA PRESENTACIÓN DE LA ILDEGONDA DE MELESIO MORALES... 133

Antonio Escandón, para un viaje de estudios a Europa.28 Melesio arribó a


Francia y posteriormente se trasladó a Florencia, Italia, ciudad donde, tras
hacer frente a un sinnúmero de contrariedades, logró montar su Ildegonda en
el teatro Pagliano.29
Sin lugar a dudas, el triunfo de la Ildegonda de Morales generó un sen-
timiento de identidad y de nacionalismo, que tuvo como consecuencia la
unión de los distintos músicos y compositores del país, quienes, después de
1866, vislumbraron la posibilidad de franquear la aparentemente inque-
brantable pared que representaban las compañías de ópera foráneas.
El producto de dicha unión fue la Sociedad Filarmónica Mexicana, que
tuvo un éxito contundente, ya que durante su primera etapa llegó a tener
cerca de quinientos afiliados, quienes semana a semana se reunían en la que
fue su primera sede: el antiguo Palacio de Medicina.
A manera de colofón, considero necesario destacar dos capítulos del
reglamento orgánico de la Sociedad Filarmónica: el capítulo primero, inti-
tulado “De la organización de la Sociedad y del objeto con que se establece
[…]” y el capítulo octavo, nombrado “De la Escuela de Música”.
El capítulo primero, conformado por ocho artículos, establece los obje-
tivos de la sociedad y el perfil de los socios que integrarán la asociación. Es
importante enfatizar el artículo 2o, que dice lo siguiente:

Art. 2o. Son objetos de esta Sociedad:


I. Fomentar el cultivo de las ciencias y de la (sic) práctica musicales.
II. Procurar el progreso y adelantos de la música en México.
III. Atender al bienestar de los profesores de música proporcionándoles
recursos a los que los necesiten y se hayan hecho dignos de ellos por su habili-
dad y buena conducta; y prefiriendo a sus hijos en la enseñanza de la música,
que la Sociedad Filarmónica establece30.

Este artículo es quizá, a mi parecer, el más importante de todo el regla-


mento orgánico de la Sociedad, no sólo porque menciona puntualmente la
raison d’être de la asociación, sino porque es posible observar que una de las
preocupaciones que aquejaban a los compositores de la época era la impe-
riosa necesidad de procurar el progreso y la evolución de la de la música en
México.
28
Morales, Melesio, op. cit., p. XXV.
29
Ibidem, p. XXVI.
30
Zanolli Fabila, Betty Luisa de María Auxiliadora, La profesionalización de la enseñanza
musical en México. El Conservatorio Nacional de Música (1866-1996). Su historia vinculación con el arte,
la ciencias, y la tecnología en el contexto nacional, México, Secretaría de Cultura/INBA, 2017, vol.
II, p. 25.

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134 SEBASTIÁN DANIEL OJEDA BRAVO

Ahora bien, el capítulo octavo, conformado tan sólo por dos artículos,
definió, sin lugar a dudas, el futuro de la Sociedad Filarmónica:

Art. 53. La comisión de que habla uno de los artículos anteriores, que ha
de encargarse del fomento de los estudios músicos, presentará dentro de un
mes el reglamento de ellos, para la escuela, comprendiendo: 1o. La edad,
conocimientos y condiciones físicas y morales que deben tener los alumnos
que han de concurrir a estudiar y recibir las lecciones en el establecimiento
a diversas horas del día, según sus sexos; 2o. Los estudios propiamente músi-
cos, distribuidos por años, como el solfeo, lectura y escritura música, ejerci-
cios de vocalización, y práctica de los diferentes géneros dramático, religioso
y de salón; armonías y melodías, incluyendo tonalidad antigua y moderna;
acompañamiento bajo cifrado y sin cifras, contrapunto, instrumentación y
conocimientos analítico de las mejores particiones de las escuelas, alemana,
italiana y francesa: 3o. Los estudios auxiliares a los de la música, como son los
idiomas; y de las ciencias, como los principios generales de la Física, la Acús-
tica y la Fonografía; conocimiento de los aparatos de la voz y del oído; historia
de la música y de sus hombres célebres; filosofía de la música.
Art. 54. A los quince días de formado el reglamento de estudios para la
escuela, y antes de que termine el mes de febrero del año de 1866, se instala-
rá la escuela de música, aunque sólo sea en el ramo de solfeo, entre tanto se
ponen las otras enseñanzas31.

Como es posible observar, los artículos 53 y 54 dieron pie a la creación


de una escuela, que si bien tenía como objetivo principal la enseñanza de
la música, también busca un enfoque más integral que coadyuvara a la for-
mación de músicos, intérpretes y compositores. Asimismo, dichos artículos,
sin lugar a dudas, encaminaron a la Sociedad Filarmónica Mexicana a su
eventual transformación en el Conservatorio Nacional

V. Bibliografía

Fuentes bibliográficas

Altamirano, Ignacio Manuel, Escritos de literatura y arte, tomo 3, selección y


notas José Luis Martínez, México, Conaculta/Tribunal Superior de Justi-
cia del DF, 2011 (Obras completas, t. XIV).

31
Zanolli Fabila, Betty Luisa de María Auxiliadora, El Conservatorio Nacional de Música,
vol. II, op. cit., p. 35.

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LA PRESENTACIÓN DE LA ILDEGONDA DE MELESIO MORALES... 135

Díaz Du-Pond, Carlos, La Ópera en México de 1924 a 1984, 2a. ed., México,
UNAM, 1869.
García Cubas, Antonio, El libro de mis recuerdos: narraciones históricas, anecdóticas
y de costumbre mexicanas anteriores al actual estado social, México, Imprenta de
Arturo García Cubas, 1904.
Mañón, Manuel, Historia del viejo Teatro Nacional de México, México, Conacul-
ta/INBA, 2009.
Morales, Melesio, Mi libro verde de apuntes e impresiones, introducción de Karl
Bellinghausen, México, Conaculta, 1999.
Reyes de la Maza, Antonio, El teatro en México durante el segundo imperio (1862-
1867), México, UNAM/IIE, 1959.
Zanolli Fabila, Betty Luisa de María Auxiliadora, La profesionalización de la
enseñanza musical en México. El Conservatorio Nacional de Música (1866-1996).
Su historia vinculación con el arte, la ciencias, y la tecnología en el contexto nacional,
México, Secretaría de Cultura/INBA, 2017, vol. I.
———, La profesionalización de la enseñanza musical en México. El Conservatorio
Nacional de Música (1866-1996). Su historia vinculación con el arte, la ciencias, y la
tecnología en el contexto nacional, México, Secretaría de Cultura-INBA, 2017,
vol, II.

Periódicos consultados

El Pájaro Verde, 1866.


La Orquesta. Periódico Omniscio de buen humor y con caricaturas, 1866.
La Sombra. Periódico joco-serio ultra-liberal y reformista, 1866.

Revistas

Lozada León, Guadalupe, “Tomás León (1826-1893)”, Conservatorianos, vol.


2, núm. 8, marzo-abril de 2004.
Romero, Jesús. “Historia del Conservatorio”, Nuestra Historia. Revista Bimes-
tral editada en México, año I, núm. 3, julio de 1946.

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EL IMPACTO DE LA GUERRA DURANTE


LA GRAN DÉCADA NACIONAL:
ACTORES Y ESPACIOS

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APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE


JOSÉ JUSTO ÁLVAREZ

Edwin Alberto Álvarez Sánchez*


Pedro Celis Villalba**

Sumario: I. Introducción. II. Contexto familiar. III. Biografía militar de


Justo Álvarez. IV. Bibliografía.

I. Introducción

La vida de este personaje es muy interesante desde varios puntos de vista.


Como hijo de un general virreinal, perteneció a una elite que primero sostu-
vo al régimen colonial, pero que después se adaptó a la nueva realidad de un
México independiente. Por otra parte, a José Justo Álvarez le tocó ser parte
del primer ejército mexicano, experimentando y padeciendo en carne propia
los defectos de esta incipiente institución militar, entre ellos los educativos.
Posteriormente, participó en la prolongada guerra civil de la Gran Década
Nacional, y finalmente le fue encomendado un papel relevante en el proceso
de consolidación del ejército federal o nacional, bajo la dictadura porfirista.

II. Contexto familiar

Antes de hablar de nuestro personaje en cuestión, es importante dedicar un


pequeño espacio a su familia, a partir de la cual se puede explicar la trayecto-
ria vital de José Justo. Su abuelo fue el brigadier peninsular Antonio Álvarez,
quien seguramente fue destinado a servir en los dominios de ultramar, razón
por la cual su hijo, Melchor Álvarez Thomas, nació fuera de la península ibé-
rica. El origen geográfico de este último es enigmático, ya que la Enciclopedia
*
Museo Casa de Carranza.
**
Instituto cultural Helénico.

139

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140 ÁLVAREZ SÁNCHEZ / CELIS VILLALBA

de México indica que nació en el puerto de Santa María, Argentina; sus hojas
de servicio señalan que nació en el “Puerto de Santa María en España”; fi-
nalmente, su bisnieto, llamado también Melchor Álvarez, consignó que había
nacido en Perú, donde parece que no existe ningún puerto de Santa María.1
El hecho es que nació en 1769, procedente de España, Río de la Pla-
ta o El Perú; después, se dio de alta como cadete de infantería en los rea-
les ejércitos en 1785, y en 1797 fue destinado a servir en el navío “Santa
Ana”. Luego, residió en Cádiz y se libró de la epidemia que tuvo lugar allí
en 1800. En 1808 asistió a la célebre batalla de Bailén, en que el capitán
general Francisco Javier Castaños derrotó al general de división francés Pie-
rre Antoine Dupont. A partir de entonces, Álvarez continuó sirviendo en
la guerra contra la invasión napoleónica a España hasta 1813, en que, ya
con el empleo de coronel, fue enviado a Nueva España para luchar contra
los insurgentes. A su llegada, fue nombrado jefe político, gobernador inten-
dente y comandante general de Oaxaca. Un año más tarde fue ascendido
a brigadier graduado. En 1818 fue destinado a Querétaro, también con
el mando político y militar de esa provincia. En 1821 fue convocado a la
ciudad de México por el jefe político superior (antes virrey) Juan Ruiz de
Apodaca, para ser parte de su consejo de guerra, en vista del movimiento
trigarante dirigido por Agustín de Iturbide. Después de que el mariscal de
campo Francisco Novella depuso a Apodaca, Álvarez se presentó a Iturbide
en septiembre de 1821, para adherirse al Plan de Iguala y ser parte de las
fuerzas trigarantes que ya sitiaban a la ciudad de México, recibiendo el car-
go de cuartel maestre del Ejército de las Tres Garantías.2
Como recompensa por su apoyo a la causa independentista, el Consejo
de Regencia del Imperio mexicano concedió a Álvarez el ascenso a briga-
dier con letras, es decir, efectivo, y poco después a mariscal de campo, así
como la Gran Cruz de la Orden de Guadalupe y el nombramiento de jefe
del Estado Mayor del generalísimo Iturbide. Poco después fue nombrado
capitán general de Yucatán, desde donde se adhirió al Plan de Casa Mata,
que llevó al derrocamiento del emperador Agustín I. Ahora bajo un régi-

1
Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional, en adelante AHSDN, can-
celados 1-16, f. 276. Cfr. Álvarez, José Rogelio (coord.), Enciclopedia de México, 4a. ed., México,
Enciclopedia de México, 1978, t. I, p. 263; y Álvarez, Melchor, Historia documentada de la vida
pública del Gral. José Justo Álvarez. La verdad sobre algunos acontecimientos de importancia de la Guerra
de Reforma por Melchor Álvarez. Obra ilustrada con varios fotograbados y que contiene más de cincuenta
autógrafos de los principales caudillos de aquel periodo. Precedida de un prólogo, en el que se hace un breve
juicio crítico sobre los servicios de Juárez y de Degollado, México, Talleres tipográficos de El Tiempo,
1905, pp. 1 y 2.
2
AHSDN, cancelados 1-16, hoja de servicios de 1839. Álvarez, Melchor, op. cit., p. 2.

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APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE JOSÉ JUSTO ÁLVAREZ 141

men republicano, el general Álvarez fue revalidado como general de divi-


sión y llamado a la ciudad de México para fungir como vocal de la junta de
generales que debían formar el Plan de fortificación y defensa de la nación,
así como para presidir el Tribunal de Guerra y Marina.3
En 1827, en virtud de las leyes de expulsión de españoles promovidas
desde dos años antes y ejecutadas con saña por el secretario de Guerra Ma-
nuel Gómez Pedraza, se discutió la posibilidad de expeler al general Álvarez
fuera del territorio mexicano. Por lo pronto fue suspendido de sus cargos y
empleo militares, pero al igual que Pedro Orbegoso y Andrés Terrés, consi-
guió permanecer en territorio nacional, y solicitó licencia para viajar por las
“repúblicas del sur”, pero pidió después prórrogas para aplazar el cumpli-
miento de dicho periplo. En 1833 seguía en México, pero fue dado de baja
del ejército junto con los generales peninsulares Pedro Celestino Negrete y
José Antonio de Echavarri, quienes sí habían sido expulsados desde 1827.
Sin embargo, las cosas dieron un vuelco un año después, con la suspensión
de la persecución contra los españoles, y Álvarez recuperó su empleo de
general, así como el cargo de presidente del Tribunal de Guerra y Marina.
En 1835 fue nombrado inspector general de Milicia Permanente. Murió en
febrero de 1847, en plena guerra con los Estados Unidos.4

III. Biografía militar de Justo Álvarez

1. Años formativos

El general Melchor Álvarez estuvo casado con Guadalupe Miñón Valenzue-


la, con quien procreó a José Justo Álvarez Valenzuela, quien nació en el pue-
blo de Churubusco el 9 de agosto de 1821, pocas semanas después de que
México alcanzara la independencia bajo el Plan de Iguala y los Tratados
de Córdoba. El pequeño Justo recibió su instrucción elemental en un colegio
dirigido por frailes betlemitas, pero entre 1835 y 1836, con catorce años de
edad, fue dado de alta como cadete en el Primer Batallón Activo de Tlaxcala.5
En el mundo virreinal era costumbre que las personas se mantuvieran
dentro de su gremio, profesión o estamento social, siguiendo la misma ocupa-
ción que sus padres y contraían matrimonio con mujeres de su misma clase.
Así pues, era voluntad de la Corona que los hijos de jefes militares tuvieran

3
Idem.
4
AHSDN, cancelados 1-16, hoja de servicios de 1839.
5
AHSDN, cancelados 1-16, ff. 276 y 277. Álvarez, op. cit., p. 1.

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142 ÁLVAREZ SÁNCHEZ / CELIS VILLALBA

todas las facilidades para ingresar a los reales ejércitos, pudiendo sentar plaza
como cadetes menores de edad, cosa negada a personas sin origen noble y
sin precedentes marciales. Esta costumbre continuó durante varias décadas
bajo el México independiente, y generó casos como el de Justo Álvarez.6
Es importante señalar que de acuerdo con la biografía elaborada por su
hijo, Justo ingresó al Batallón de Tlaxcala como teniente. Esto habría impli-
cado que Álvarez fuera un miliciano; es decir, un civil que servía volunta-
riamente en la milicia activa por un plazo determinado, con la posibilidad
de “veterenizarse” después de varios años e ingresar al ejército permanente.
Esto, sin embargo, no podría haber sido el caso tratándose del hijo menor
de edad de un general de división. La ordenanza concedía a Justo la posibili-
dad de ingresar a sus catorce años como cadete en un batallón o regimiento,
tanto de línea como de milicia activa. Como cadete, habría estado adscrito
al ejército permanente y, tras dos años de instrucción, se convertiría en sub-
oficial (alférez o teniente), iniciando así su carrera militar.7
Pero también es posible que, en efecto, Justo fuera inicialmente un sim-
ple miliciano, lo que le habría permitido residir en su hogar, y no en un
cuartel, siendo instruido por los profesores de matemáticas, ordenanza, tác-
tica, documentación militar, dibujo y esgrima que le proporcionó su padre.
Esta condición también le habría permitido continuar cultivando la amistad
de su vecino Leonardo Márquez Araujo, un año mayor que él, y a quien
enfrentaría durante las guerras de Reforma e Intervención.8 La decisión del
general Álvarez, en el sentido de proporcionar profesores particulares a su
hijo para que lo formaran como militar, debió de obedecer a la conciencia
de que la instrucción que podía recibir como cadete en un batallón era muy
deficiente, y la que pudiera tener como miliciano aún peor.

2. Joven oficial

En los años subsecuentes, Álvarez fue destinado al batallón permanen-


te de Matamoros, bajo el mando del general de brigada graduado, coro-
6
Zárate Toscano, Verónica, Los nobles ante la muerte en México. Actitudes, ceremonias y memoria
(1750-1850), México, El Colegio de México-Instituto Mora, 2000, pp. 102-104; Gonzalbo,
Pilar y Rabell, Cecilia, “Estrategias matrimoniales de una familia noble: los marqueses de
Selva Nevada en la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX”, Familia y vida pri-
vada en la historia de Iberoamérica, México, El Colegio de México-UNAM, 1996, pp. 228-230,
232 y 238; Álvarez Sánchez, Edwin Alberto, “Pedro García Conde. Militar, ingeniero y car-
tógrafo por tradición familiar (1806-1851)”, tesis para optar por el grado de doctor, México,
El Colegio de México, 2015, pp. 78 y 79.
7
Álvarez Sánchez, Edwin Alberto, op. cit., pp. 79, 80, 99 y 126.
8
Álvarez, Melchor, op. cit., pp. 3 y 4.

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APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE JOSÉ JUSTO ÁLVAREZ 143

nel Antonio Gaona; al Regimiento de Caballería de Iguala, bajo el mando


del general de brigada graduado, coronel Benito Quijano, y al Ejército del
Norte, a las órdenes del general de división, Mariano Arista, esto último en
1839.9 Huelga decir que para entonces era claramente parte del ejército
permanente.
Por entonces había varios pronunciamientos federalistas contra el go-
bierno centralista del general de división Anastasio Bustamante, y al pare-
cer el bautismo de fuego de Justo consistió en participar en el combate a
dichos movimientos, específicamente contra el liderado por los generales
de brigada José Urrea y José Antonio Mejía en Tamaulipas, así como Pedro
Lemus en Nuevo León.
El presidente Bustamante solicitó licencia al Congreso para combatir
personalmente a los pronunciados, pero Urrea y Mejía lograron evadir el
contacto con el Ejército del Norte, y llegaron al departamento de Puebla
sin contratiempos, por lo que tocó al presidente sustituto Antonio López de
Santa Anna y a los generales José María Tornel, Gabriel Valencia, Ignacio
Inclán, Ciriaco Vázquez y Juan Vicente de Arriola poner un alto a los re-
beldes en Acajete y San Miguel la Blanca. Tras el combate, Mejía cayó pri-
sionero y fue fusilado sumariamente, en tanto que Urrea consiguió escapar
para ser detenido más tarde por las autoridades.10
Una vez terminada la campaña de 1839, el teniente Justo Álvarez fue
premiado por su desempeño con el nombramiento de ayudante de Plana
Mayor del Ejército, nombre con que se designaba en esa época al Estado
Mayor General. Dicha corporación estaba bajo la dirección de Gabriel Va-
lencia, ascendido ese año a general de división por sus méritos en campaña
contra los federalistas. Por su parte, Urrea fue conducido preso a la ciudad
de México, lo que le permitió conspirar con el líder moral de los federalis-
tas radicales, Valentín Gómez Farías, que también se hallaba en prisión. En
julio de 1840, con el apoyo de sus partidarios, ambos caudillos fueron libe-
rados, y tras dirigirse a Palacio Nacional tomaron presos al presidente Bus-
tamante y al comandante general Vicente Filisola. Esta circunstancia situó a
Valencia como el militar de mayor jerarquía en la capital, razón por la cual
fue él quien tomó la iniciativa para organizar en La Ciudadela a los milita-
res residentes en la ciudad y emprender ataques contra Palacio Nacional y

9
Ibidem, p. 4.
10
Andrews, Catherine, Entre la espada y la Constitución. El general Anastasio Bustamante 1780-
1853, México, Universidad Autónoma de Tamaulipas-H. Congreso del Estado de Tamauli-
pas LX Legislatura, 2008, pp. 268 y 269; Vázquez Mantecón, María del Carmen, La palabra
del poder. Vida pública de José María Tornel (1795-1853), México, UNAM Instituto de Investiga-
ciones Históricas, 1997, p. 112.

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144 ÁLVAREZ SÁNCHEZ / CELIS VILLALBA

las calles aledañas para poder liberar al primer mandatario. Justo Álvarez,
por ejemplo, operó en la calle de Monterilla. Tras doce días de combates,
Urrea y Gómez Farías depusieron las armas y se evadieron. Álvarez fue pre-
miado de nueva cuenta, esta vez con el ascenso a capitán.11
Debido a su subordinación para con Valencia, es muy probable que
Justo Álvarez se adhiriera al Plan de regeneración nacional o de La Ciu-
dadela, proclamado por dicho general el 31 de agosto de 1841, contra la
primera Constitución centralista y contra el gobierno de Bustamante. Este
movimiento convergió con los pronunciamientos del general Mariano Pa-
redes y Arrillaga (Plan de Jalisco, del 7 de agosto) y Santa Anna (segundo
Plan de Perote, del 9 de septiembre). Las fuerzas de ambos arribaron a las
inmediaciones de la capital en el curso de septiembre, y tras varias acciones
indecisas y negociaciones interrumpidas, finalmente se llegó a un acuerdo,
que llevó a Santa Anna a la presidencia bajo un esquema dictatorial provi-
sional. Valencia conservó la dirección de la Plana Mayor y eventualmente
presidió el Consejo de Gobierno.12
Durante los siguientes años, marcados por las Bases de Tacubaya y la
segunda Constitución centralista (Bases para la Organización de la Repúbli-
ca), el capitán Álvarez se dedicó a profundizar sus conocimientos, cumplir
sus funciones como secretario en la Plana Mayor y asistir a las academias
impartidas por el general de brigada graduado, coronel Manuel Rodríguez
de Cela. También procuró cultivar la vida social, acudiendo a recepciones
dadas por la elite capitalina, formada por familias, como la de los Iturriga-
ray, Gargoyo, Echeverría, Agüero, Buc, Gorostiza, Barrera, Poso, Bracho,
Lombardo, Couto, Miñón, Corral, Valenzuela, Escandón, Gómez de Cer-
vantes y Velasco (condes de Santiago de Calimaya, marqueses de Salinas
y de Salvatierra), Suárez de Peredo (conde del Valle de Orizaba), Rincón
Gallardo (marqueses de Guadalupe), marqueses de Aguayo, marqueses de
Guardiola, entre otros. Asimismo, ser hijo del general Melchor Álvarez le
permitió a Justo tener trato personal con los generales Pedro Orbegoso,
Vicente Filisola, Felipe Codallos y Juan José Morán, marqués de Vivanco.13
Este dato es significativo, pues ubica a Álvarez como parte de la elite
generada durante el virreinato, y que durante el siglo XIX constituyó el
núcleo de los llamados “hombres de bien”, identificados con poca exactitud
con el centralismo y con mucha mayor certeza con el conservadurismo de

11
Álvarez, Melchor, op. cit., pp. 5 y 6.
12
Sordo Sedeño, Reynaldo, El Congreso en la primera República centralista, México, El Cole-
gio de México-ITAM, 1993, pp. 411-415.
13
Álvarez, Melchor, op. cit., pp. 7-9.

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APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE JOSÉ JUSTO ÁLVAREZ 145

la segunda mitad del siglo. No obstante, pese a dicho origen social, Álvarez
optó por secundar al bando liberal.
La paz se interrumpió en 1844. Ese año, Mariano Paredes encabezó
otro pronunciamiento (Plan de Guadalajara), con miras a derrocar a Santa
Anna y a su testaferro, el general de división Valentín Canalizo, con quien
había decidido turnarse en la presidencia. Santa Anna, presidente consti-
tucional, salió a combatir a los pronunciados sin licencia del Congreso, y
ante las protestas de éste, Canalizo —presidente interino—, dio un golpe
de Estado y disolvió las cámaras. La guarnición de la ciudad de México se
sublevó en defensa del Legislativo, y Santa Anna y Canalizo terminaron en
prisión. El nuevo presidente, general de división José Joaquín de Herrera,
se propuso juzgar a Santa Anna y Canalizo, pero como sus partidarios en la
Suprema Corte alargaron el proceso, Herrera decidió conjurar el peligro de
que ambos fueran liberados por una asonada, por lo que optó por amnis-
tiarlos a condición de que sufrieran un exilio perpetuo.14
De acuerdo con su hijo, el capitán Justo Álvarez marchó para incor-
porarse al Ejército del Norte el 26 de agosto de 1844, como ayudante de
campo de Valentín Canalizo, quien había remplazado a Pedro Ampudia
como general en jefe de dicho contingente desde el 13 de junio del mismo
año. Sin embargo, el 21 de septiembre, Canalizo fue designado presidente
provisional por Santa Anna, como quedó dicho arriba.15
Álvarez fue ascendido en noviembre de 1844 a teniente coronel, y sirvió
como primer ayudante del Estado Mayor del Ejército del Norte, cuyos jefes
sucesivos fueron el general de brigada Adrián Woll, y los divisionarios Ma-
riano Arista y Pedro Ampudia.16 En septiembre de 1846, ya iniciada la gue-
rra con los Estados Unidos y restablecido el régimen federal, Álvarez mar-
chó a San Luis Potosí como ayudante del general José Vicente Miñón, para
servir en el “Ejército Libertador Republicano y de operaciones del Norte”,
que no era otra cosa que el maltrecho remanente del Ejército del Norte.17
Durante la estancia en San Luis, estas fuerzas fueron reorganizadas en la
División del Norte, que marchó hacia la ciudad de México bajo el mando
del general de división Ignacio de Mora y Villamíl. Éste, a su vez, entregó el

14
Álvarez Sánchez, Edwin Alberto, op. cit., pp. 217-234.
15
AHSDN, cancelados 1-36, f. 379.
16
Arista tuvo el dudoso honor de participar en el inicio de la guerra con los Estados Uni-
dos, al dirigir al Ejército del Norte durante las batallas de Palo Alto y la Resaca de Guerrero.
Tras su derrota fue sustituido por Pedro Ampudia, quien dirigió la defensa de Monterrey,
plaza que al final tuvo que rendir. Parece que Álvarez no participó en estas acciones, pues de
haber sido así, su hijo lo habría señalado.
17
Álvarez, Melchor, op. cit., p. 11.

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146 ÁLVAREZ SÁNCHEZ / CELIS VILLALBA

mando a Gabriel Valencia, quien quedó subordinado junto con el general


de división Manuel Rincón, a la autoridad suprema de Santa Anna.
Cuando las fuerzas del mayor general Winfield Scott se presentaron en
las inmediaciones de la capital, Santa Anna dispuso a Rincón en el excon-
vento y puente de Churubusco, mientras que Valencia se dirigió a Padierna;
por su parte, Santa Anna se situó en San Ángel. Como parte del Ejército
del Norte, Álvarez debió estar en Padierna, pero al parecer, después de la
muerte de su padre, fue enviado a la capital a formar parte de la Plana
Mayor. El hijo biógrafo no da detalles respecto a su actividad durante estos
días en la capital, pero en cualquier caso Álvarez experimentó el sabor de
la derrota. El 19 de agosto de 1847, Valencia enfrentó a los estadouniden-
ses en contra de las órdenes de Santa Anna, pero sin resultado decisivo. A
la mañana siguiente, la falta de refuerzos y la pólvora mojada por la lluvia
nocturna le impidieron reanudar el combate, por lo que sus hombres se
dispersaron o cayeron prisioneros ante los atacantes. Ese mismo día, 20 de
agosto, otro contingente estadounidense atacó Churubusco, y propinó una
derrota a Rincón y su lugarteniente Pedro María Anaya.
Ante un panorama tan alarmante, Santa Anna solicitó una tregua, que
permitió iniciar negociaciones de paz. Los tenientes coroneles Justo Álvarez
y Agustín Tornel fueron comisionados para escoltar al diplomático estadou-
nidense Nicholas P. Trist al lugar de las pláticas, situado en la casa de Alfaro,
en el camino entre Chapultepec y Tacubaya.18 El diálogo fue interrumpi-
do en septiembre, cuando el general Scott decidió atacar el punto de Moli-
no del Rey, siguiendo con la toma de Chapultepec y combates de la ciudad
de México en el Peñón, La Ciudadela y Ribera de San Cosme.
De nueva cuenta, el hijo de Álvarez guarda silencio sobre el papel de
su padre en las batallas que se libraron previo a la caída de la capital. Estos
silencios son bastante perniciosos, toda vez que casi todo el expediente mili-
tar de Justo Álvarez fue extraído del Archivo de la Secretaría de Guerra en
1922, y anexado al expediente de la señora Luisa Campardón (o Compar-
dón), viuda de Álvarez.19 De modo que la biografía elaborada por el hijo
es la fuente más importante con que contamos para reconstruir la vida de
don Justo.
Entre 1848 y 1854, el teniente coronel Álvarez continuó sirviendo en el
Estado Mayor como primer ayudante, encargado de las academias impar-
tidas a jefes y oficiales, de la cátedra de Historia Militar y de la sección de
Itinerarios. Como parte de esta última encomienda, publicó en 1856, junto

18
Idem.
19
AHSDN, cancelados 1-16, f. 43. Cfr. Álvarez, Melchor, op. cit., p. 271.

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APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE JOSÉ JUSTO ÁLVAREZ 147

con Víctor o Víctori Darán, la obra Itinerarios y derroteros de la República mexi-


cana. Asimismo, el 16 de mayo de 1854 fue ascendido a coronel.20

3. General liberal

En marzo de 1854 estalló la revolución de Ayutla, encabezada por el ge-


neral de división Juan Álvarez, el de brigada Tomás Moreno y los coroneles
Ignacio Comonfort y Florencio Villarreal. Como jefe del ejército mexica-
no, el coronel Álvarez fue enviado a combatir a los revolucionarios bajo el
mando del general de brigada Ramón Tavera, pero tras algunas victorias y
varios reveses poco importantes, el inconstante Santa Anna abandonó el po-
der y salió al exilio, dejando en vilo a sus partidarios. El general de división
Martín Carrera asumió la presidencia por designación de Santa Anna, pero
como no fue reconocido por los caudillos de Ayutla ni por el general José
López Uraga ni el gobernador de Nuevo León, Santiago Vidaurri —que
también se pronunciaron, pero sin acatar la autoridad de Álvarez y Comon-
fort—, dimitió y dejó el control de la capital al general de división Rómulo
Díaz de la Vega. Para entonces, el coronel Álvarez ya había regresado a la
ciudad de México, razón por la cual publicó, junto con el liberal moderado
José María Lafragua, un manifiesto a nombre de la guarnición, en el que se
adoptó el compromiso de sostener a las autoridades emanadas de la Revo-
lución y no hacer resistencia a sus fuerzas.21
En el curso de 1856, el coronel Álvarez fue electo diputado por Queré-
taro al Congreso Constituyente, y promovido a general de brigada gradua-
do. Ese mismo año estalló una rebelión militar bajo el Plan de Zacapoaxtla,
cuyos adeptos se concentraron en Puebla. El presidente Comofort —ahora
general de división— acudió en persona y convocó a todas las fuerzas a su al-
cance para combatir a los sublevados. El general Álvarez recibió en esa oca-
sión el cargo de primer ayudante en la sección de Estado Mayor, mandada
por el también general Miguel Bachiller. Más tarde, pasada la contingencia,
Álvarez regresó a fungir como diputado en el Congreso de la Unión, pero
antes de finalizar el año fue enviado a Tabasco en calidad de comandante
general. Al año siguiente fungió también como gobernador de la entidad.22

20
Álvarez, Melchor, op. cit., pp. 11 y 16.
21
Ibidem, pp. 22 y 23.
22
Diccionario Porrúa de historia, biografía y geografía de México, 5a. ed., México, Porrúa, 1986,
t. I, p. 116; Álvarez, Melchor, op. cit., pp. 28, 48 y 50.

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148 ÁLVAREZ SÁNCHEZ / CELIS VILLALBA

Álvarez no se limitó a respetar al gobierno emanado del Plan de Ayutla,


sino que abrazó de lleno la causa liberal. Por este motivo, cuando Comon-
fort dio el golpe de Estado contra la Constitución en diciembre de 1857,
Álvarez solicitó su retiro del ejército. Poco después, Félix Zuloaga traicionó
a Comonfort, y lo desconoció como presidente, por lo cual este último tra-
tó de enmendar lo hecho, y puso en libertad al presidente de la Suprema
Corte, Benito Juárez, y asumió personalmente el mando de las tropas que
estuvieran dispuestas a defender la ley contra los pronunciados bajo el Plan
de Tacubaya. Álvarez y el general Leandro Valle se pusieron a las órde-
nes de Comonfort, y Álvarez en concreto recibió el mando de la sección de
Ingenieros.23
Sin embargo, muy poco después Comonfort dimitió a la presidencia,
que recayó interinamente, por ley, en Benito Juárez. Éste nombró al gober-
nador de Jalisco y general de división Anastasio Parrodi general en jefe del
ejército constitucional, y secretario de guerra al licenciado Melchor Ocam-
po, quien destinó a Álvarez a servir en Tabasco.24
Desafortunadamente, Parrodi fue derrotado en las batallas de Salaman-
ca y San Pedro Tlaquepaque por Luis G. Osollo y Miguel Miramón, lo que
le hizo perder el mando. El presidente Juárez designó entonces secretario
de Guerra y general en jefe a Santos Degollado, quien envió a Álvarez a
Morelia. Posteriormente, en diciembre de 1858, nombró a Álvarez, cuartel
maestre general del ejército constitucionalista.25
El general Degollado se hizo famoso por sus continuas derrotas, de
las que se reponía rápidamente reuniendo nuevos ejércitos. Es poco pro-
bable que este personaje fuera el responsable de la organización de esos
contingentes. Es más probable que fuera Álvarez quien se hiciera cargo de
esa labor, echando mano de sus conocimientos teóricos. Sin embargo, estas
nociones no lo convirtieron en un buen estratega ni táctico, razón por la que
no fue de mucha ayuda al asesorar a Degollado durante las acciones bélicas.
Así pues, la formación de Álvarez como instruido oficial de Plana Mayor/
Estado Mayor lo convirtió en un hábil general “de escritorio”, poco apto
para la guerra real.
Justamente en enero de 1859, Degollado se reponía de una de esas de-
rrotas cuando tuvo noticia de que el general Miramón estaba asediando el
puerto de Veracruz, sede del gobierno constitucional. En consecuencia, De-
gollado ordenó la concentración de todas las fuerzas posibles en la ciudad

23
Álvarez, Melchor, op. cit., pp. 66 y 67.
24
Ibidem, p. 75.
25
Ibidem, pp. 92-94, 102 y 103.

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APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE JOSÉ JUSTO ÁLVAREZ 149

de México, sede del gobierno conservador, para tomarla. Los generales de


división Leonardo Márquez y Tomás Mejía llegaron a tiempo para defen-
der la ciudad y batir a Degollado, pero la acción distrajo la atención de Mi-
ramón, que tuvo que suspender el sitio de Veracruz. Gracias a su participa-
ción en esta acción, Álvarez fue promovido a general de brigada efectivo.26
A finales de 1859, Degollado y el general Manuel Doblado operaban
en las cercanías de Querétaro, siempre asesorados por Álvarez, quien su-
frió un terrible accidente el 11 de noviembre, después de salir de Celaya,
Guanajuato. Una pistola que alguien portaba cayó y se disparó, y le hirió
la pierna derecha, que le tuvo que ser amputada. Este accidente obligó a
Álvarez a permanecer fuera de acción, hasta septiembre de 1860, en que
recibió el nombramiento de general en jefe de las fuerzas constitucionales
de San Luis Potosí.27
Para noviembre de ese año, Jesús González Ortega, nuevo general
en jefe del Ejército de Operaciones, preparaba con Ignacio Zaragoza y
Leandro Valle la batalla final contra los conservadores. Enterado de esto,
Álvarez solicitó poder incorporárseles, cosa que se le autorizó. Una vez
incorporado, se le dio el mando del Cuerpo de Ingenieros, por sus cono-
cimientos facultativos de Plana o Estado Mayor. Con este cargo concurrió
a la batalla de Calpulalpan, el 22 de diciembre de 1860, donde los consti-
tucionales derrotaron definitivamente a los conservadores, mandados por el
general de división y presidente de facto Miguel Miramón. De acuerdo con
el hijo de Álvarez, éste fue responsable de aconsejar a González Ortega la
táctica que debía seguir para vencer al “joven macabeo”, pero viniendo de
quien viene, esta aseveración debe tomarse con reserva.28
El presidente Juárez entró triunfalmente a la ciudad de México el 25 de
diciembre de 1860, pero durante 1861, los generales conservadores Félix
Zuloaga y Leonardo Márquez, que no admitieron la derrota, encabeza-
ron una guerrilla que se dedicó a acosar al gobierno liberal. Por ejemplo,
secuestraron a Melchor Ocampo y lo fusilaron. El general Leandro Valle
fue enviado a batirlos, pero fue derrotado y fusilado. En compañía de este
último iba el coronel Luis Álvarez, hermano de Justo. Como Márquez ha-
bía sido vecino de ambos durante la infancia, le perdonó la vida y lo dejó
en libertad. A continuación, el general Degollado se ofreció a perseguir a
Márquez y Zuloaga, pero también fue vencido y cayó en acción. Este fu-
nesto año cerró con el envío por Francia, Gran Bretaña y España de una

26
Ibidem, pp. 108-138.
27
Ibidem, pp. 198-199 y 230.
28
Ibidem, pp. 239, 240, 242, 245 y 256.

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150 ÁLVAREZ SÁNCHEZ / CELIS VILLALBA

escuadra tripartita, a bloquear el puerto de Veracruz, para impedir que


Juárez insistiera en declarar la moratoria de pagos de la deuda externa.
Justo Álvarez formó parte de una junta reunida para determinar si se debía
tratar de defender el fuerte de San Juan de Ulúa y el puerto, o dejarlos a
merced del enemigo.29
Las negociaciones entre el general Manuel Doblado y los representan-
tes de España y Gran Bretaña permitieron que las escuadras de esos reinos
se retiraran, pero el Imperio francés insistió en la querella para justificar la
invasión que tenía proyectada. A fin de garantizar la defensa, el presidente
Juárez ordenó la formación del cuerpo de Ejército de Oriente, cuyo mando
se ofreció originalmente al general de división José López Uraga, pero que
terminó recayendo en el general de brigada y secretario de Guerra, Ignacio
Zaragoza. Este último dirigió la defensa de la ciudad de Puebla, lo que detu-
vo el avance francés hacia la ciudad de México. Sin embargo, los franceses
pusieron sitio a la ciudad. El nuevo general en jefe, Jesús González Ortega,
no pudo sostener la plaza y rindió todo su ejército.
Como consecuencia de este revés, el presidente Juárez trasladó su go-
bierno a San Luis Potosí, y ordenó la organización de dos nuevos cuerpos
de ejército, el del Centro, a las órdenes del indultado general de división
Ignacio Comonfort, y el de Reserva, bajo el mando de Manuel Doblado.
El coronel Álvarez fue destinado como cuartel maestre al Cuerpo de Ejér-
cito del Centro. Sin embargo, las cosas se vinieron abajo, porque mientras
Comonfort se desplazaba de San Luis a Querétaro, a fin de organizar sus
fuerzas, fue sorprendido por la gavilla del conservador Sebastián Aguirre,
y asesinado. En consecuencia, el general Álvarez se desplazó a San Luis,
donde el gobierno lo nombró segundo cabo de la comandancia militar de
morelia y vicegobernador de Michoacán.30
Debido a que cayó enfermo, Álvarez obtuvo permiso de su superior, el
general de división Felipe B. Berriozábal, para separarse de su cargo y re-
gresar a donde el gobierno, pero al llegar a San Luis encontró que Juárez
ya se había trasladado a Monterrey. Logró comunicarse con las autoridades
por vía escrita, pero no obtuvo la respuesta esperada. Terminó radicando en
Querétaro, donde se asoció con los hermanos Espino Barro para dirigir el
molino del Barreno. Los ingresos fueron exiguos, y eventualmente tuvo que
vender su casa en la ciudad de México para poder trasladarse al pueblo de
Tacubaya, donde residió hasta 1866.31

29
Ibidem, p. 273.
30
Ibidem, pp. 275 y 278.
31
Ibidem, pp. 282-286.

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APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE JOSÉ JUSTO ÁLVAREZ 151

En febrero de 1867 se trasladó a San Luis Potosí, para presentarse de


nuevo al presidente Juárez y al secretario de Guerra, Ignacio Mejía. Soli-
citó recuperar su empleo de general, lo que se le concedió, pero sin reco-
nocerle la antigüedad previa, por haber residido en territorio ocupado por
el enemigo. A continuación, se le ordenó presentarse al general de división
Mariano Escobedo, general en jefe del Cuerpo de Ejército del Norte, o al
de igual graduación Porfirio Díaz, jefe del Cuerpo de Ejército de Oriente,
para coadyuvar a sus respectivas campañas. Sin embargo, antes de partir se
le encomendó establecer una oficina dependiente del cuartel general, que
investigara el paradero de los fondos pertenecientes a la nación que hubiera
en Querétaro, plaza que en ese momento era sitiada por los generales Es-
cobedo y Ramón Corona —jefe del Cuerpo de Ejército de Occidente—, y
en la cual se encontraba el emperador Maximiliano con los generales Mi-
ramón y Mejía.32
El 6 de mayo, Álvarez volvió a recibir orden de presentarse al general
Díaz, cosa que cumplió el 22 de junio, cuando alcanzó al Cuerpo de Ejér-
cito de Oriente en Tacubaya, preparándose para sitiar a la ciudad de Mé-
xico, defendida por Leonardo Márquez. En evidente reconocimiento a las
aptitudes de Álvarez como oficial de Estado Mayor, Díaz lo designó cuartel
maestre (o jefe de Estado Mayor).33
Querétaro cayó entre la noche del 14 y la mañana del 15 de mayo de
1867, en tanto que la ciudad de México capituló el 20 de junio; las fuerzas
republicanas entraron al día siguiente. Luego de la rendición pacífica de la
capital, Álvarez fue destinado a dirigir el Estado Mayor General del Ejér-
cito. Desde esa posición, instó al gobierno a reformar los códigos de disci-
plina y régimen militar, y señaló que, para lograr un buen funcionamiento
del ejército debían hacerse modificaciones a la Constitución, con lo cual se
permitiría que los cambios subsiguientes fueran acordes con el “régimen
democrático y la ilustración del siglo por la notable diferencia que hay entre
los súbditos del pasado y los ciudadanos armados del presente”.34

4. Papel organizativo durante la República restaurada y el porfiriato

Durante los años que Álvarez pasó al frente del Estado Mayor del ejérci-
to, impulsó el desarrollo facultativo, tanto en el nivel de organización como

32
Ibidem, pp. 286-288 y 294.
33
Ibidem, p. 295.
34
Ibidem, pp. 296 y 297.

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152 ÁLVAREZ SÁNCHEZ / CELIS VILLALBA

en el educativo. Los trabajos del general Álvarez fueron interrumpidos en


1876. Ese año, el general Porfirio Díaz triunfó en su rebelión bajo el Plan
de Tuxtepec reformado en Palo Blanco, al derrocar al gobierno de Sebas-
tián Lerdo de Tejada. El nuevo presidente, y su secretario de Guerra, Pedro
Ogazón, decidieron nombrar a Álvarez, oficial mayor de guerra y marina,
lo que de hecho constituyó una promoción dentro de la estructura burocrá-
tica del ejército. Desde su nueva posición, Álvarez ya no se limitó a propo-
ner, sino que pudo emprender las medidas que consideraba oportunas para
avanzar en el proceso de institucionalización del ejército federal.
En 1880 se celebraron elecciones presidenciales. El general Díaz esta-
ba obligado a respetar el principio de “Sufragio Efectivo. No Reelección”
enarbolado por el Plan de Tuxtepec, razón por la cual dejó la presidencia
en manos de uno de sus lugartenientes. El elegido para “guardarle la silla”
fue el general Manuel González. El licenciado Justo Benítez, compañero de
Díaz en el Seminario Conciliar de Oaxaca, su secretario particular duran-
te las guerras de Reforma e Intervención, así como su primer ministro de
Hacienda, esperaba ser escogido como presidente sucedáneo. La decisión
de Díaz de favorecer a González redundó en la pérdida de la amistad con
Benítez, y en tirantez al interior del grupo de políticos y militares porfiristas.
Precisamente, Álvarez fue identificado como simpatizante de Benítez, razón
por la cual fue destituido de la Oficialía Mayor, y fue remplazado por el co-
ronel José Montesinos. No obstante, el gobierno no lo sacó del servicio acti-
vo, y le encomendó formar el Reglamento de la Biblioteca de la Secretaría
de Guerra y Marina. Pero lo cierto es que esto marcó el declive en la carrera
del general Álvarez, que ya no recibió responsabilidades importantes hasta
su fallecimiento, el 22 de enero de 1897.35
Este breve repaso de la vida de José Justo Álvarez busca mostrar que
a través de este caso en particular, que debe ser estudiado más a fondo, se
pueden conocer de cerca las dinámicas que marcaron a las fuerzas armadas
mexicanas durante el siglo XIX, como las relativas a la educación militar, la
relación entre la milicia activa y el ejército permanente, así como el papel
desempeñado por los militares del primer ejército mexicano (1821-1855)
en la organización del nuevo ejército nacional o federal, que cobró vida en
1856, bajo la bandera liberal y con tropa, oficiales y jefes emanados de la
Guardia Nacional, pero que se consolidó institucionalmente durante la Re-
pública restaurada y el porfiriato.

35
Ibidem, p. 304.

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APUNTES BIOGRÁFICOS SOBRE JOSÉ JUSTO ÁLVAREZ 153

IV. Bibliografía

Álvarez, José Rogelio (coord.), Enciclopedia de México, 4a. ed., México, Enci-
clopedia de México, 1978, t. I.
Álvarez, Melchor, Historia documentada de la vida pública del Gral. José Justo Ál-
varez. La verdad sobre algunos acontecimientos de importancia de la Guerra de Reforma
por Melchor Álvarez. Obra ilustrada con varios fotograbados y que contiene más de
cincuenta autógrafos de los principales caudillos de aquel periodo. Precedida de un pró-
logo, en el que se hace un breve juicio crítico sobre los servicios de Juárez y de Degollado,
México, Talleres tipográficos de El Tiempo, 1905.
Álvarez Sánchez, Edwin Alberto, “Pedro García Conde. Militar, ingenie-
ro y cartógrafo por tradición familiar (1806-1851)”, tesis para optar por el
grado de doctor, México, El Colegio de México, 2015.
Andrews, Catherine, Entre la espada y la Constitución. El general Anastasio Bus-
tamante 1780-1853, México, Universidad Autónoma de Tamaulipas-H.
Congreso del Estado de Tamaulipas LX Legislatura, 2008.
Diccionario Porrúa de historia, biografía y geografía de México, 5a. ed., México, Po-
rrúa, 1986, t. I.
Gonzalbo, Pilar y Rabell, Cecilia, “Estrategias matrimoniales de una fa-
milia noble: los marqueses de Selva Nevada en la segunda mitad del siglo
XVIII y la primera del XIX”, Familia y vida privada en la historia de Iberoamé-
rica, México, El Colegio de México-UNAM, 1996.
Sordo Sedeño, Reynaldo, El Congreso en la primera República centralista, Méxi-
co, El Colegio de México-ITAM, 1993.
Vázquez Mantecón, María del Carmen, La palabra del poder. Vida pública de
José María Tornel (1795-1853), México, UNAM Instituto de Investigaciones
Históricas, 1997.
Zárate Toscano, Verónica, Los nobles ante la muerte en México. Actitudes, ce-
remonias y memoria (1750-1850), México, El Colegio de México-Instituto
Mora, 2000.

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UN EJÉRCITO, UNA DIVISIÓN.


LA CAMPAÑA DE ORIENTE Y LOS SITIOS
DE VERACRUZ, 1858-1860

Carlos Eduardo Arellano González*

Sumario: I. Introducción. II. Veracruz, el teatro de la guerra. III. La cam-


paña de Oriente: operaciones iniciales de la División de Oriente sobre Veracruz,
1858. IV. El primer sitio a Veracruz en la campaña de Oriente, 1859. V. Un
último ataque sobre Veracruz, 1860. VI. Conclusiones. VII. Bibliografía.

I. Introducción

A través de la amplia historiografía de la guerra de Reforma, los asuntos


militares comienzan a abrirse camino al estudiar personajes, batallas y a la
sociedad involucrada en las acciones de guerra. Dentro de estos trabajos en-
contramos los que se relacionan con las campañas militares, que generalmen-
te hacían referencia en la primera mitad del siglo XIX a “un año de guerra”,
como lo describen tanto José Almirante como Henri de Jomini —este último
sin dar una definición precisa, pero deduciéndolo a lo largo de su Compendio
del arte de la guerra—. Una variante la señaló José Fernando Marcheno al ex-
plicar que una campaña consiste en “todo el tiempo que están los ejércitos en
guerra abierta”,1 aunque la definición resulta extensa y poco clarificadora de
los procesos que se ejecutan en una guerra.
Para el caso mexicano, una “campaña” se entendió a la manera de un
año de operaciones, lo cual se aprecia en la diversa documentación militar y,

*
Maestrante en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoaca-
na de San Nicolás de Hidalgo.
1
Almirante, José, Diccionario militar etimológico, histórico, tecnológico, con dos vocabularios francés
y alemán, Madrid, Imprenta y Litografía del Depósito de la Guerra, 1869, p. 243; Fernández
Mancheno, José, Diccionario militar portátil, Madrid, Imprenta de D. Miguel de Burgos, 1820,
p. 44.

155

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156 CARLOS EDUARDO ARELLANO GONZÁLEZ

en particular, con el caso de las operaciones sobre Veracruz en 1859 y 1860.


Sin embargo, para los fines de este trabajo, retomo una definición que no
está limitada exclusivamente a una unidad temporal, sino espacial; en este
sentido, Clausewitz entendió a una campaña como “los acontecimientos de
un teatro bélico”.2 Esta definición resulta práctica y fija sus límites a partir
de las diversas operaciones realizadas sobre un teatro de operaciones. Así,
este texto abordará lo que denomino “la Campaña de Oriente”, aquella
campaña militar emprendida entre 1858 y 1860 en el centro de Veracruz, y
cuyas operaciones principales las podemos identificar a partir de dos objeti-
vos totalmente claros, que tomaron matices de acuerdo con los intereses del
gobierno conservador: la pacificación de Veracruz y el control de las Tres
Villas (Orizaba, Córdoba, Xalapa), y la captura de su puerto. Para la obten-
ción de estos objetivos señalamos tres etapa identificadas por:3 1) las opera-
ciones del general Miguel María Echegaray en 1858; 2) el ataque sobre el
puerto en 1859 por Miguel Miramón, y 3) el segundo ataque al puerto de
1860. Los dos sitios emprendidos por Miramón no pueden comprenderse
sin considerar el amplio panorama operacional emprendido desde 1858.
De esta forma, debo agregar que el presente trabajo no pretende ser
una historia operacional exhaustiva que buscaría explicar las ideas de las
autoridades políticas y militares, así como los medios con los que se realizan
y su ejecución,4 dado que muchas fuentes quedan aún por investigar. Sin
embargo, a partir de cierta documentación del Archivo Histórico de la De-
fensa Nacional (AHSDN), en su ramo de Operaciones Militares, es posible
encontrar información sumamente útil sobre los puntos de interés de esta
campaña, y en su ramo de Cancelados, las hojas de servicio de diversos mili-
tares que participaron en esta campaña para construir un perfil que dista de
aquella generación de militares formados en la Guerra de Independencia.5
De la misma forma, los trabajos de Manuel Ramírez de Arellano, Apuntes

2
Por teatro de operaciones o de guerra se entenderá “una parte de todo el espacio de la
guerra que tiene los flancos cubiertos y por tanto cierta autonomía”. Clausewitz, Carl von,
De la guerra, trad. de Carlos Fortea, Madrid, La Esfera de los Libros, 2014, pp. 260 y 261.
3
Debo señalar que a pesar de que la periodización aparenta un sesgo anual, se parte del
cambio de objetivos de la División/Ejército de Oriente.
4
Howard, Michael, “The Use of Military History”, Shedden Papers, Canberra, Centre for
Defence and Strategic Studies, julio 2008, p. 5.
5
Hernández, Conrado, “Las fuerzas armadas durante la Guerra de Reforma (1856-
1857)”, Signos Históricos, México, núm. 19, enero-junio de 2008, p. 51. Un trabajo similar,
pero que se centró en la continuidad de un mando emanado de la Independencia, fue el de
Pedro Celis con la ponencia “De Iturbide a Maximiliano. Trayectorias militares del mando
mexicano”, presentado en la mesa 10 de la V Jornada de Estudios sobre la Reforma, Intervención
Francesa y Segundo Imperio, 11 octubre 2018.

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UN EJÉRCITO, UNA DIVISIÓN... 157

de la campaña de oriente, y el de Sebastián I. Campos, Recuerdos históricos de la


ciudad de Veracruz, identificarán aspectos de gran relevancia para los estudios
operacionales. Así, el presente trabajo pretende revelar indicios sobre los
temas siguientes: la construcción del teatro de operaciones del centro de Ve-
racruz durante la Reforma; evidenciar a las poblaciones como centros geo-
estratégicos para el sostenimiento de las líneas de comunicaciones y abasto;
presentar pistas sobre un perfil compartido por el mando de la Campaña
de Oriente, y no menos importante, la integración a la guerra de las nuevas
tecnologías que dieron paso a la llamada guerra moderna, lo que permite en-
marcar a México en el complejo y difuso proceso de modernización de la
guerra hacia la segunda mitad del siglo XIX.

II. Veracruz, el teatro de la guerra

Desde el virreinato, Veracruz se entendió como un posible escenario de gue-


rra debido a la posición de su puerto respecto al Caribe y a los mercados
europeos, así como su conexión con la ciudad de México, punto de contacto
de los diversos mercados regionales. Las costas permanecieron deshabitadas
debido a las enfermedades endémicas generadas por las condiciones climáti-
cas, por lo que las poblaciones de las zonas más elevadas de la Sierra Madre
Oriental se volvieron puntos importantes para las actividades económicas del
estado; además, fungieron como centros de acantonamiento regional para
defender el interior en caso de una invasión.6
El núcleo urbano más importante del estado fue el puerto, seguido por
las villas de Córdoba, Orizaba y Xalapa (las llamadas Tres Villas), que cen-
tralizaron el poder regional desde finales del siglo XVIII,7 lo que favoreció
el desarrollo de actividades comerciales y un mejor nivel de vida. Su posi-
ción geográfica y situación hicieron de éste un territorio significativo para la
vida económica y política del país. Esta zona central está limitada al norte
por el río Actopan, y al sur, por el río Jamapa; el Golfo por el este, y la sierra
de Zongolica al poniente. Para comunicar al puerto con la ciudad de Mé-
xico se construyeron los caminos de Xalapa-Perote y Orizaba-Córdoba; el
primero resultó de mayor dificultad de tránsito por los humedales antes de
subir por la sierra y los nortes que creaban médanos de arena en el camino.
El clima exigió también a los habitantes del interior del país hacer todos sus

6
Ortiz Escamilla, Juan, El teatro de la guerra. Veracruz, 1750-1825, Xalapa, Universidad
Veracruzana y Universidad Jaume I, 2010, p. 27.
7
Ibidem, pp. 42, 44 y 46.

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158 CARLOS EDUARDO ARELLANO GONZÁLEZ

compromisos antes de la temporada de lluvias, debido a que una persona no


aclimatada podía fallecer de cólera, fiebre amarilla o vómito negro.8
Debido a estos factores, la única opción para tener el control del puerto
sería asfixiar las comunicaciones y suministros por tierra y mar, así como
establecer guarniciones en la sierra de Zongolica, los llanos de Puebla y por
Tlaxcala, para mantener las líneas de operaciones, dado que esta región
estaba conectada a otras en Oaxaca y Puebla, desde las cuales podría verse
amenazada. Si bien la aproximación marítima resultaba más difícil de lo-
grar, por tierra sería más viable. Para 1858, Veracruz se volvió un objetivo
que los liberales y conservadores debían controlar inmediatamente.

III. La campaña de Oriente: operaciones iniciales


de la División de Oriente sobre Veracruz, 1858

Desde que Félix María Zuloaga asumió la presidencia a inicios de 1858, con-
sideró la pacificación de Veracruz, donde Ignacio de la Llave, José María
Mata, Miguel Negrete y Cástulo Alatriste dirigieron los ataques liberales.
Para combatirlos, se organizó una división al mando del general Miguel Ma-
ría de Echegaray, gobernador y comandante general de Puebla, quien salió
de esta ciudad el 5 de marzo con alrededor de dos mil efectivos distribuidos
en dos brigadas: la primera, al mando del general Carlos Oronoz, y la segun-
da, al mando del coronel Luciano Prieto.9
Echegaray continuó su marcha sobre Teziutlán y La Hoya (o La Joya)
para recoger cierto material de guerra, pero al acercarse a Perote consideró
imprudente atacar la fortaleza, por lo que la rodeó con el objetivo de aislar-
la. Sin embargo, su importante posición en las comunicaciones entre la sie-
rra de Zongolica y Puebla obligaron a Echegaray a ponerla bajo sitio. Esto
era sumamente necesario, ya que Puebla servía de eje en las comunicacio-
nes entre Veracruz y la ciudad de México, así como de guarnición en caso
de requerirse algún apoyo para enfrentar a los liberales. Las acciones más
inmediatas y urgentes tendrían que salir de ahí, por lo que las comunicacio-
nes entre el gobernador y comandante general de Puebla, Francisco Pérez,
y el comandante de la División de Oriente, serían fundamentales para el
desarrollo de la campaña. Finalmente, el 10 de marzo Echegaray llegó a

8
Aguilar Sánchez, Martín y Ortiz Escamilla, Juan (coords.), Historia general de Veracruz,
México, Gobierno del Estado de Veracruz, Secretaría de Educación del Estado de Veracruz,
Universidad Veracruzana, 2011, p. 26.
9
La Sociedad, México, 2a. época, t. I, núm. 66, 6 de marzo de 1858, p. 4.

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UN EJÉRCITO, UNA DIVISIÓN... 159

Xalapa, y cuatro días después nombró gobernador y comandante interino


del departamento al general Carlos Oronoz.10
La situación se tornó complicada con el paso de las semanas, aunque
la adhesión al Plan de Tacubaya de la brigada de Miguel Negrete el 21 de
abril trajo un apoyo inestimable a la causa conservadora.11 Además de las
maniobras liberales sobre Xalapa y Orizaba, el sitio de Perote impidió a
Echegaray extender sus operaciones más allá de la sierra. Esta fortaleza se
mantuvo por más de seis meses bajo ataques de las fuerzas de Echegaray; in-
cluso, su impacto en la opinión pública le valió la significativa comparación
con el sitio de Sebastopol. Finalmente, la guarnición intentó escapar en la
madrugada del 15 de noviembre, pero Echegaray ordenó lanzar un ataque
aprovechando la confusión, lo que condujo a la caída del punto.12 Hasta
entonces, la situación de la división se limitó a operar en las cercanías de
Orizaba, Xalapa, Perote, Naolinco y Huatusco, puntos clave para sostener
la línea y lejanos a las insalubres costas.13
Ante esta situación, no se puede afirmar que la campaña se prolongó
más de lo necesario o que fue infructuosa, como algunos críticos de la épo-
ca, ya que las principales poblaciones se lograron sostener.14 Sin embargo,
en el último tercio de 1858 la presión del gobierno de Zuloaga sobre Eche-
garay para capturar el puerto se volvió cada vez mayor, soslayando así la pa-
cificación. El 4 de mayo de 1858, el presidente Benito Juárez y su gabinete
desembarcaron en el puerto de Veracruz. Las fortificaciones portuarias y sus
bocas de fuego hicieron de Veracruz un punto inexpugnable y sumamente
fuerte para el gobierno liberal, ya que además de la muralla se establecieron
algunos fortines y un foso que rodeó la ciudad.15 Su captura sería necesaria,
ya no como un objetivo militar y económico, sino también político.

10
Vigil, José María, México a través de los siglos (la Reforma), tomo 5, México, Ballescá y
Compañía Editores, 1882, p. 290; Diario Oficial del Supremo Gobierno, México, vol. I, núm. 52,
15 marzo 1858, p. 1; Rivera Cambas, Manuel, Historia antigua y moderna de Jalapa y de las Revo-
luciones del estado de Veracruz, vol. 5, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1869, pp. 86-89.
11
La Sociedad, 2a. época, tomo I, núm. 118, 28 abril 1858, p. 3.
12
Rivera Cambas, Manuel, op. cit., pp. 40, 63 y 64; La Sociedad, 2a. época, t. I, núm. 81,
21 marzo 1858, p. 3.
13
El Siglo Diez y Nueve, 5a. época, año 10, t. 12, núm. 3,493, 8 de mayo de 1858, p. 2;
“Parte del general Luciano Prieto sobre ataque al cerro de San Cristóbal, Ori., 18 de abril
de 1858”, La Sociedad, 2a. época, t. I, núm. 118, 28 de abril de 1858, p. 1; La Sociedad, 2a.
época, t. II, núm. 239, 27 de agosto de 1858, p. 1; La Sociedad, 2a. época, t. II, núm. 253, 10
de septiembre de 1858, p. 2.
14
Así la interpretación dada por algunos sujetos. Vigil, José María, op. cit., p. 312.
15
Campos, Sebastián I., Recuerdos históricos de la ciudad de Veracruz y Costa de Sotavento del
Estado durante las campañas de “Tres Años”, “La Intervención” y el “Imperio”, México, Oficina Tipo-
gráfica de la Secretaría de Fomento, 1895, p. 40.

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160 CARLOS EDUARDO ARELLANO GONZÁLEZ

En septiembre de 1858, el gobierno de Zuloaga le ordenó a Echegaray


marchar sobre el puerto, a lo que el comandante de la división de Oriente
respondió que para atacar la plaza requería “de artillería de sitio, que no
tengo, y porque según se halla provista de esta arma la plaza y sus fortifica-
ciones anexas, haría que, si no fuere en lo absoluto imposible la operación,
al menos se correría un grandísimo riesgo al verificarlo y las trascenden-
cias serían terribles”. Para evadir la orden, Echegaray manifestó que “la
importancia de esta ciudad consiste en su puerto abierto para el comercio
extranjero y no de ninguna manera como plaza fuerte; pues bien, una vez
cerrado, como está por disposición del Supremo Gobierno, el expresado
puerto, ¿por qué no abrirlo en Alvarado?”.16 El hecho de que Echegaray
extendiera el sitio a Perote hasta noviembre y mantuviera una posición
defensiva impidió que organizara efectivamente una operación contra el
puerto y buscara alternativas.
En ese momento, Echegaray fue llamado a la ciudad de México, pero te-
miendo alguna represalia decidió actuar al mando de la división de Oriente,
y el 20 de diciembre proclamó el Plan de Ayotla.17 Esto trajo resultados de-
sastrosos para la campaña, debido a que los liberales, aprovechando la con-
fusión, obligaron a la división a concentrarse en Orizaba. Además, Eche-
garay fue despojado del mando y se le acusó de cobardía. En su defensa,
escribió que apenas contaba con “mil cuatrocientos hombres y nueve piezas
de artillería de batalla” para enfrentarse a un puerto que contaba con “dos
líneas de fortificaciones […], de tres mil fusiles, de setenta y cuatro piezas de
artillería de sitio y batalla, y componerse de cuatro mil hombres distribuidos
en diez puntos de las líneas ocupadas”. Por estas razones, indicó, no pudo
lanzar ninguna operación exitosa sobre el puerto.18
Finalmente, el Ejecutivo recayó en Miguel Miramón, un joven de 29
años, con un brillante historial militar. Caracterizado por sus contemporá-
neos como alguien impulsivo y audaz, Miramón observó su siguiente objeti-
vo en Veracruz. Para enero de 1859, el próximo regreso del clima malsano
a las costas persuadiría a muchos militares a esperar la próxima temporada
para atacar el puerto. No así Miramón.

16
“Manifestación de Miguel María de Echegaray al Ministerio de Guerra sobre imposi-
bilidad de atacar Veracruz”, Veracruz, 18 de septiembre de 1858, AHSDN, XI/481.3/6225.
17
“Plan de Ayotla proclamado por el Gral. Echeagaray”, Ayotla, Oax., 20 de diciembre
de 1858, The pronunciamiento in independent Mexico, 1821-1876. A research Project at the University of
St. Andrews, https://arts.st-andrews.ac.uk/pronunciamientos/getpdf.php?id=1340
18
“Defensa de Miguel María Echeagaray sobre su actuación en Veracruz”, México, 12
de enero de 1859, AHSDN, XI/481.3/7460, fojas 12-13v.

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UN EJÉRCITO, UNA DIVISIÓN... 161

IV. El primer sitio a Veracruz en la campaña


de Oriente, 1859

La campaña de Oriente tomó un giro con los nuevos objetivos que exigió la
captura de Veracruz. Si bien la pacificación del territorio y la conservación
de las Tres Villas fueron el propósito inicial, ahora se priorizó la operación
sobre la residencia provisional del gobierno liberal. El 14 de febrero de 1859
salieron las primeras fuerzas del ahora denominado Ejército de Oriente, el
cual se organizó en dos divisiones: la primera, al mando del general de bri-
gada Carlos Oronoz, y la segunda, a cargo del general de brigada efectivo,
Francisco García Casanova. Al mando de las cuatro brigadas quedaron los
coroneles Miguel Negrete y Francisco Tamariz, así como los generales Eligio
Ruelas y Manuel María Escobar. También se integró una brigada de caballe-
ría a cargo del general graduado José María Cobos.19
El mando de las divisiones recayó en dos generales que tuvieron perfiles
similares. Para empezar, ambos fueron veracruzanos, además de tener una
edad semejante: el primero nació en 1819, y el segundo, en 1812. Sus carre-
ras en las armas se desarrollaron en las décadas de 1830 y 1840, formando
parte de las milicias activas; en tanto Casanova ascendió como subteniente
miliciano en el batallón de Tres Villas en 1832, Oronoz se formó como ca-
dete en el de Puebla, en 1837, para continuar en los activos de Seguridad
Pública y de Celaya. Tras la guerra contra los Estados Unidos quedaron
sujetos al ejército permanente.20
Su experiencia estaba acreditada. Aunque Carlos Oronoz tuvo un his-
torial pequeño, donde sólo se le consignaron acciones contra los franceses
en 1838, movilizaciones sobre Papantla y su adherencia al movimiento de
Regeneración Nacional de 1841, podemos suponer que su capacidad ope-
rativa estaba comprobada por su servicio a lo largo de varios años en los
activos poblanos y de Celaya en operaciones menores sobre Veracruz y Pue-
bla.21 Casanova, por otra parte, fue un comandante ampliamente experi-
mentado que estuvo en momentos claves del ejército mexicano, como fue el
ataque del príncipe de Joinville el 5 de diciembre de 1838 sobre el puerto de

19
Ambas organizaciones se pueden apreciar en los apéndices de Ramírez de Arellano,
Manuel, Apuntes para la campaña de Oriente, 1859, febrero, marzo y abril, Puebla, Gobierno del
Estado de Puebla, Secretaría de Cultura, 1990.
20
“Hojas de Servicio del general Carlos Oronoz”, diciembre de 1840 y 15 de marzo de
1841, AHSDN, Cancelados, t. 1, XI/111/5-511, fojas 4, 27; “Hojas de servicio del general
Francisco García Casanova”, AHSDN, Cancelados, XI/111/2-143, foja 71.
21
Ibidem, fojas 7v;

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162 CARLOS EDUARDO ARELLANO GONZÁLEZ

Veracruz, la campaña de Yucatán y Campeche en 1843, su presencia en las


batallas de Palo Alto, Resaca de Guerrero y en la defensa de Veracruz du-
rante la guerra contra los Estados Unidos, así como su nombramiento como
comandante militar de Xalapa y el mando de una guerrilla durante la mis-
ma guerra.22 De esta forma, tanto Casanova como Oronoz representaron la
baraja más apta para combatir en Veracruz, sin olvidar que el segundo ya
estaba en operaciones desde 1858.
Un último comandante necesario de abordar fue el jefe de Estado Ma-
yor de Miramón: Manuel Robles Pezuela. Este cargo ubicaba a Robles
como consejero y facultativo de Miramón. Nació en 1817 en Guanajuato,
poniéndolo en rango de edad con Oronoz y Casanova. Su carrera inició
como ingeniero profesor en el Colegio Militar, aunque eso no le impidió
convertirse en uno de los militares más reconocidos por su ingenio, análisis
y pericia, al haber formado parte de diversas comisiones de estudio en Vera-
cruz, director del camino de hierro del puerto a San Juan; jefe de ingenieros
durante la invasión estadunidense en el mismo puerto y en el valle de Mé-
xico y comandante general de Veracruz en 1852.23 Su carrera y aptitudes
nos presentan a un hombre experimentado y conocedor de los puntos que
le permitirían a Miramón batir efectivamente a los liberales.
Sin ahondar en el resto de militares, podemos afirmar que este man-
do representó a una generación conformada en los años del México inde-
pendiente, del santanismo y del pronunciamiento, golpeada por la guerra
contra los Estados Unidos, y en cuya derrota no sólo se observó la amena-
za yanqui, sino también los peligros que el faccionalismo traía consigo. La
presente lucha expresó la culminación de esas disputas, pero también la
integración de un grupo de individuos con una experiencia compartida y
deseos similares por conformar a una institución y a una nación. Frente a
ellos, un joven general se alzaba ahora como presidente del país, y, aunque
cierta pericia y habilidad respaldó su lugar como Ejecutivo y general en jefe,
no podía sobreponerse a las observaciones y señalamientos de aquella gene-
ración de militares más experimentados que le acompañaban.
La tarea principal de Miramón al llegar a Veracruz fue establecer su
base de operaciones en Orizaba. Inmediatamente tuvo que remediar la si-
tuación del teatro de operaciones tras los acontecimientos de Ayotla, por lo
que dispuso el avance de la primera división sobre Omealco y la barranca de

22
“Hojas de servicio del general Francisco García Casanova”, diciembre de 1859,
AHSDN, Cancelados, XI/111/2-143, foja 71v.
23
“Hoja de servicios del general de brigada Manuel Robles Pezuela”, diciembre 1860,
AHSDN, Cancelados, XI/111/2-819, fojas 48-50.

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UN EJÉRCITO, UNA DIVISIÓN... 163

Jamapa, en tanto la segunda división se dirigió sobre el cerro del Chiquihui-


te. El 5 de marzo lanzó un ataque fallido sobre Jamapa, por lo que Miramón
ordenó a la segunda división abalanzarse sobre ella. Los liberales abandona-
ron el punto, y Casanova avanzó hacia Huatusco; nuevamente los liberales
retrocedieron, pero destruyeron los puentes de Atoyac y Chiquihuite e hicie-
ron tierra quemada hasta La Soledad. Esta acción frenó cualquier avance sobre
el camino mejor acondicionado de Córdoba a Veracruz, aunque el cuerpo
de ingenieros actuó rápidamente para resolver el inconveniente.24
El 12 de marzo comenzó una persecución desde el amanecer de Hua-
tusco hasta La Soledad, donde las fuerzas conservadoras quedaron dueñas
del terreno al anochecer.25 La rapidez de aquella operación expresa la im-
portancia de la velocidad en la ejecución de las maniobras. Muchas de sus
acciones se dieron gracias al telégrafo, donde se comunicaron instrucciones
de manera inmediata y rápida. En consecuencia, en menos de un mes Mi-
ramón tenía camino franco hacia el puerto de Veracruz.
El 24 de marzo, Miramón se encontró en Medellín, a unos cuantos
kilómetros del puerto. Ordenó un ataque sobre Alvarado y realizó un reco-
nocimiento sobre las murallas de Veracruz en compañía de Robles y otros
ayudantes, pero al recibir la noticia de que aún no salía desde la ciudad de
México un tren de suministros necesario para continuar la campaña emitió
una orden general de retirada y reorganizó al Ejército de Oriente nueva-
mente en división.
Las posteriores operaciones de la división recayeron en Manuel Robles,
quien debió mantener las posiciones de las Tres Villas para emprender la
campaña el próximo año, por lo que consideró que “no conviene ni dise-
minar nuestras fuerzas ni alejar de la línea una considerable”.26 Por orden
general del 3 de abril, se mantuvieron las primeras brigadas de ambas di-
visiones: la de Eligio Ruelas y la de Miguel Negrete, el primero oriundo
de Xalapa, formado en Colegio Militar entre 1843 y 1844 y en diversos
cuerpos de infantería permanente y ligera; mientras que Negrete fungió
como oficial durante la guerra contra Estados Unidos y luego se incorporó
a diversos movimientos guerrilleros.27 A pesar de lo disímiles de sus carreras,
eran militares operativos y conocedores de la zona.

24
Ramírez de Arellano, Manuel, op. cit., pp. 44, 52 y 78.
25
Ibidem, pp. 60-67.
26
“Instrucciones de Manuel Robles a Miguel Negrete para cubrir la línea de Orizaba-
Córdoba”, 15 de abril de 1859, AHSDN, XI/481.3/7460, fojas 46-47v.
27
“Hoja de servicios del general Eligio Ruelas”, abril de 1860, AHSDN, Cancelados,
XI/111/2-665, foja 24; Hart, John Mason, “Miguel Negrete: la epopeya de un revoluciona-
rio”, Historia Mexicana, vol. 24, núm. 1 (93), julio-septiembre de 1974, pp. 70-93.

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164 CARLOS EDUARDO ARELLANO GONZÁLEZ

Los meses siguientes vinieron acompañados de graves dificultades para


la división de Oriente. A finales de abril se informó que los liberales los cerca-
ron por Huamantla, La Hoya, Puente Nacional y Naolinco, con la amenaza
de cortar su línea con Puebla y Tlaxcala,28 lo que extendió el teatro de opera-
ciones de la zona centro de Veracruz hacia los llanos y serranías poblanos, y
mostró las dificultades para ampliar el campo de acción de la división, lo que
requirió de los esfuerzos de Puebla para sostener la posición en Veracruz.
Un teatro de operaciones forzosamente requiere del apoyo de otras regiones.
También hubo alarmas de grandes operaciones sobre las guarniciones
conservadoras. En septiembre, Negrete informó por telegrama que “el ene-
migo reforzado por Veracruz con fuerzas de calibre, se prepara para atacar
nuevamente”, y un mes después Robles expuso que Cobos tuvo informa-
ción de “que desde hace tiempo se tenía el plan de atacar simultáneamente
las líneas de Xalapa y Orizaba, Tehuacán y esta ciudad [Puebla]”. Final-
mente, en enero de 1860, tras un combate a las afueras de Xalapa, en Ban-
derilla, los prisioneros liberales afirmaron que sus jefes planeaban dar un
golpe “para evitar la campaña sobre Veracruz, que consideran próxima”.29
Estas alertas manifestaron la importancia que las Tres Villas significaban
tanto para conservadores como liberales, quienes entendían una próxima
operación sobre el puerto que no tardaría en llegar.

V. Un último ataque sobre Veracruz, 1860

El 8 de febrero de 1860, Miramón salió de la ciudad de México hacia Vera-


cruz, por segunda vez; una semana después llegó a Xalapa, donde reorganizó
al ejército de operaciones. Como el año anterior, Manuel Robles fue su jefe
de Estado Mayor, en tanto que las dos divisiones ahora serían comandadas
por los generales Gregorio del Callejo, al mando de las fuerzas de Ruelas y

28
“Oficio de Francisco Pérez al Ministerio de Guerra, informando comunicación de
Manuel Robles sobre amenaza liberal sobre camino Xalapa-Perote”, 1 mayo 1859, AHSDN,
XI/481.3/7460, fojas 56 y 57; “Oficio de Manuel Robles informando marcha del general
Francisco A. Velez hacia Huamantla”, 20 de abril de 1859; AHSDN, XI/481.3/7460, foja
58; “Telegrama del general Manuel María Escobar informando repliegue enemigo sobre la
Sierra Norte de Puebla”, 20 de abril de 1859, AHSDN, XI/481.3/7460, foja 62.
29
“Telegrama de Francisco Pérez al Ministerio de Guerra, informando comunicación
de Miguel Negrete exigiendo municiones ante un posible ataque liberal”, Puebla, 21 de
septiembre de 1859. AHSDN, XI/481.3/7460, foja 100; “Extraordinario de Manuel Robles
a Miguel Miramón sobre informes de José María Cobos sobre posible ataque a Tehuacán,
Oax.”, Puebla, 10 de octubre de 1859, AHSDN, XI/481.3/7460, foja 23; “Informe sobre
combate en Banderilla, Ver.”, Xalapa, 4 de enero de 1860, AHSDN, XI/481.3/7460, foja 7.

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UN EJÉRCITO, UNA DIVISIÓN... 165

Negrete, y del general Feliciano Liceaga, quien dirigió las tropas de Pedro
Vélez y Joaquín Ayestarán; la caballería la dirigiría Domingo Herrán.30 El
Ejército de Oriente llegó el 27 de febrero a Medellín, y el 4 de marzo se
encontró frente a las murallas de Veracruz, con varias semanas de ventaja
a diferencia del año anterior. La velocidad de la operación resultaba funda-
mental, así como extender el sitio hacia el mar. Por eso, en esta ocasión Mira-
món contó con el apoyo de los vapores Marqués de la Habana y General Miramón,
aunque a partir del conocido incidente de Antón Lizardo, el 6 de marzo, esta
oportunidad se perdió. Este golpe —le escribió Miramón a su esposa— “nos
privó de las raciones de boca”, aun cuando las operaciones continuaron un
tiempo más sobre el puerto,31 sirviendo así como una forma de excusar su
posterior retirada al no poderlo capturar.
Las dificultades no sólo respondieron al incidente, sino también a la
fuerza que Veracruz iba adquiriendo. Además de las fortificaciones comu-
nes, había otras interesantes que nos hacen reconsiderar el papel que Méxi-
co estaba teniendo como campo de experimentación. Alrededor de la mu-
ralla se extendió una tela de alambre, que tuvo la finalidad de “impedir que
las columnas de asalto pudieran conservar su formación y unidad, y que,
aún desorganizadas, los soldados pudieran franquearlas sino con grandísi-
ma dificultad”.32 Dicha referencia dada por Sebastián I. Campos expresa el
empleo realizado por los liberales del alambre de púas, innovación tecnoló-
gica estadunidense para delimitar las propiedades en las grandes planicies
y que se presume haber sido empleado como artefacto de guerra durante
la guerra civil estadunidense. Las negociaciones entre el gobierno liberal y
el norteamericano dieron a la defensa de Veracruz una serie de artefactos
que ayudarían a sostener este punto el último año de la guerra. También

30
Vigil, José María, op. cit., pp. 408, 409. Aunque me resultaría complicado dar una con-
clusión sobre la carrera militar de ambos generales en jefe, tuvieron muchas similitudes con
los perfiles de Oronoz y Casanova. A finales de 1852, Gregorio del Callejo dirigió la subleva-
ción de Ulúa a favor de la dictadura de Santa Anna y al año siguiente fue nombrado coronel
del 2/o batallón ligero permanente de Xalapa, además en 1858 fungió como comandante
general del departamento de México. Rivera Cambas, Manuel, op. cit., vol. 4, p. 324; Galván
Rivera, Mariano, Guía de Forasteros en la ciudad de Mégico, para el año de 1854, México, s.e., 1854,
p. 269. Feliciano Liceaga participó en algunos pronunciamientos y fue subteniente del activo
de Guanajuato, además de presenciar la batalla de La Angostura. En la Reforma, fungió
como gobernador y comandante militar de Guanajuato en 1858. Historia de lo ocurrido en el
Ejército de Operaciones desde la llegada del Escmo. Sr. General en Gefe Benemérito de la Patria, D: Antonio
López de Santa-Anna, al pueblo de Ayotla hasta su Cuartel General en Tacubaya, México, Imprenta de
I. Cumplido, 1841, p. 15.
31
Ibidem, p. 410; Lombardo, Concepción, Memorias, p. 266.
32
Campos, Sebastián I., op. cit., p. 47; Melgarejo Vivanco, José Luis, Juárez en Veracruz,
Veracruz, Gobierno del Estado de Veracruz, 1972, p. 68.

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166 CARLOS EDUARDO ARELLANO GONZÁLEZ

se colocaron dieciséis minas que se activaban, de acuerdo con Campos, a


través de conductores eléctricos; aunque este no sería el único empleo de la
electricidad, ya que también se menciona que hubo un artefacto capaz de
iluminar el campo en la oscuridad, cuya dirección quedó a cargo del gene-
ral Francisco Zérega.33
Esa tecnología, junto al telégrafo y a un conjunto de fusiles de repeti-
ción Enfield otorgados al Fijo de Veracruz,34 indican un probable interés del
gobierno estadunidense por probar dichos ingenios en aplicación militar.
También hay que indicar que si estos ingenios no fueron empleados de for-
ma extensiva, eso no reduce su trascendencia histórica. Al ser un periodo
de cambios y adaptaciones a los avances científicos, los campos de batalla
representaron un caldo de cultivo para su utilización, y México, enmedio
de una guerra civil que ya se había extendido por dos años, representaba el
campo ideal para probar algunos elementos.35
Los resultados del sitio son ya conocidos. Miramón bombardeó el puer-
to veracruzano entre el 14 y el 18 de marzo, posiblemente pensando en el
bombardeo estadunidense de 1847, que permitió a los invasores apoderarse
de la ciudad tras unos cuantos días. Sin embargo, las municiones mexicanas
resultaban menores en cantidad y potencia que las norteamericanas, por
lo que el 19 de marzo se decidió emprender un ataque nocturno sobre la
puerta de La Merced, al sur del puerto. Fue un fracaso. Finalmente, el 21 de
marzo, Juárez celebró aquel día no sólo un año más de edad, sino la retirada
que emprendió nuevamente al Ejército de Oriente.36

VI. Conclusiones

Desde sus inicios, la Campaña de Oriente buscó la pacificación territorial


de Veracruz, pero la llegada de Juárez y su gabinete en mayo de ese año al
puerto llevaron al gobierno conservador a buscar su captura. El estudio y
revisión de esta larga campaña (1858-1860) permite observar las acciones
que repercutieron a las operaciones que ejecutó Miramón en 1859 y 1860
sobre Veracruz, lo que resulta necesario de considerar si se busca entender el
desarrollo y resultado de los sitios. La responsabilidad final no radicó en él,

33
Idem.
34
Ibidem, p. 56.
35
Si bien, esta hipótesis necesita mayor sustento, el planteamiento de este problema
insiste en la necesidad de estudiar los aspectos militares de las guerras para poder ampliar
nuestro conocimiento histórico y comprender a sus participantes.
36
Campos, Sebastián I., op. cit., pp. 57, 61 y 66.

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UN EJÉRCITO, UNA DIVISIÓN... 167

sino también en el mando que le acompañó, fallando no por un asunto de


inexperiencia o incapacidad militar, sino por la falta de recursos para sostener
una operación de tales magnitudes, como la esperada.
Un asunto interesante es la presencia de un grupo de militares en el
ejército mexicano distinto al gestado durante los años de la Independencia.
Estos nuevos militares formaron parte de los procesos más significativos de
la primera mitad del siglo XIX, donde la guerra contra Estados Unidos jugó
un papel importante, al ser el conflicto en común de todos ellos, gestando así
una experiencia compartida al combatir a un enemigo afín, más allá de los
faccionalismos manifiestos en los pronunciamientos.
Por otro lado, el empleo de nuevos artefactos tecnológicos para resol-
ver problemas militares no fue extraño a la guerra civil de 1858-1860. En
aquel momento, el desarrollo científico permitió a las sociedades, ingeniár-
selas para defenderse ante la agresión de cualquier enemigo. Además del
empleo de nueva tecnología, como el telégrafo, fusiles de repetición y pro-
yectores de luz, la presencia del alambre de púas como defensa hace consi-
derar a México un primer lugar de experimentación armamentista. Sin em-
bargo, aunque su introducción fue tardía, ya que un año después se definiría
al ganador del conflicto, la presencia de estos artefactos nos permite reparar
en el papel que el país estaba jugando en el proceso de modernización mi-
litar y bélica que sucedía en Occidente en la segunda mitad del siglo XIX.

VII. Bibliografía

Archivo

Archivo Histórico de la Defensa Nacional (AHSDN)

Hemeroteca

Diario Oficial del Supremo Gobierno


El Siglo Diez y Nueve
La Sociedad

Libros y artículos

Aguilar Sánchez, Martín y Ortiz Escamilla, Juan (coords.), Historia ge-


neral de Veracruz, México, Gobierno del Estado de Veracruz, Secretaría de
Educación del Estado de Veracruz, Universidad Veracruzana, 2011.

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168 CARLOS EDUARDO ARELLANO GONZÁLEZ

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bularios francés y alemán, Madrid, Imprenta y Litografía del Depósito de la
Guerra, 1869.
Campos, Sebastián I., Recuerdos históricos de la ciudad de Veracruz y Costa de Sota-
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Clausewitz, Carl von, De la guerra, trad. de Carlos Fortea, Madrid, La Esfe-
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Fernández Mancheno, José, Diccionario militar portátil, Madrid, Imprenta
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Hart, John Mason, “Miguel Negrete: la epopeya de un revolucionario”, His-
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Hernández, Conrado, “Las fuerzas armadas durante la Guerra de Refor-
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Historia de lo ocurrido en el Ejército de Operaciones desde la llegada del Escmo. Sr. General
en Gefe Benemérito de la Patria, D: Antonio López de Santa-Anna, al pueblo de Ayotla
hasta su Cuartel General en Tacubaya, México, Imprenta de I. Cumplido, 1841.
Howard, Michael, “The Use of Military History”, Shedden Papers, Canberra,
Centre for Defence and Strategic Studies, julio de 2008.
Melgarejo Vivanco, José Luis, Juárez en Veracruz, Veracruz, Gobierno del
Estado de Veracruz, 1972.
Ortiz Escamilla, Juan, El teatro de la guerra. Veracruz, 1750-1825, Xalapa,
Universidad Veracruzana y Universidad Jaume I, 2010.
Ramírez de Arellano, Manuel, Apuntes de la Campaña de Oriente. 1859. Fe-
brero, marzo y abril, México, Imprenta de J. M. Lara, 1859.
Rivera Cambas, Manuel, Historia antigua y moderna de Jalapa y de las Revolu-
ciones del estado de Veracruz, vol. 5, México, Imprenta de Ignacio Cumplido,
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Vigil, José María, México a través de los siglos (la Reforma), tomo 5, México,
Ballesca y Compañía Editores, 1882.

Recursos digitales

———, The Pronunciamiento in Independent Mexico, 1821-1876. A Research Project


at the University of St. Andrews, disponible en: https://arts.st-andrews.ac.uk/pro-
nunciamientos/getpdf.php?id=1340.

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EL DESASOSIEGO IMPERANTE: LA CIUDAD


DE MÉXICO EN LA ANTESALA DEL TRIUNFO LIBERAL,
AGOSTO-DICIEMBRE DE 1860

Emmanuel Rodríguez Baca*

Sumario: I. Introducción. II. La batalla de Silao y sus repercusiones en


la ciudad de México. III. La capital tacubayista y el estado de defensa. IV. La
capital amenazada. V. La guerra civil y su impacto en la ciudad. VI. El
“asedio” final. VII. Fuentes.

I. Introducción

La historiografía de la guerra de Reforma ha destacado que desde el inicio


de la conflagración civil en enero de 1858, tanto el ejército que formaron los
estados que defendieron la Constitución de 1857 como aquel que enarboló
el Plan de Tacubaya procuraron alejar las operaciones militares de la ciudad
de México, mismas que principalmente se desarrollaron en los estados del
centro-norte y occidente de país. Esta situación ocasionó que la capital no
sufriera los estragos de la contienda con la misma magnitud que otras enti-
dades, villas, pueblos o ciudades, lo que no significó que se disociara de ésta,
pues hizo frente a una muy particular, aquella que se vivió en su interior al
ser asiento de uno de los gobiernos que se asumieron como legítimos, y que
se reflejó de distintas maneras.
Si bien desde enero de 1858 la ciudad de México se convirtió en un ba-
luarte del gobierno conservador gracias al predominio militar que éste tuvo
durante los dos primeros años de la guerra, esto no representó que fuera del
todo ajena a ella; así quedó de patente en los ataques que sufrió en los meses
de octubre de 1858 y marzo-abril de 1859, los seis sitios que se declararon
y las conspiraciones que en su interior realizaron los agentes de la adminis-
tración constitucional establecida en el puerto de Veracruz.
*
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México.

169

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170 EMMANUEL RODRÍGUEZ BACA

Dicho lo anterior, el presente artículo se centra en analizar el impacto


del último semestre de la guerra de Tres Años en la ciudad de México, y
responder las siguientes preguntas: ¿cuál fue la respuesta de las autoridades
ahí establecidas ante el avance del ejército liberal?, ¿qué cambios trajo dicha
amenaza en la vida cotidiana de la capital y de su población?, y, por último,
¿qué medidas dictó el gobierno de Miguel Miramón para hacer frente a las
fuerzas vencedoras de Jesús González Ortega?

II. La batalla de Silao y sus repercusiones


en la ciudad de México

Después de su fracaso en la segunda expedición sobre el puerto de Veracruz


en marzo de 1860, Miguel Miramón retornó a la ciudad de México. Su es-
tancia en ésta fue breve; las derrotas que sus fuerzas sufrieron en San Luis Po-
tosí y Zacatecas lo obligaron a emprender una nueva campaña militar, la que
inició el 10 de mayo, al abandonar la sede de su gobierno; mas la suerte no
acompañaría a Miramón en esta ocasión.1 Después de tres meses de esperar
y perseguir a Jesús González Ortega, el 10 de agosto lo enfrentó en el pueblo
de Silao; el resultado es conocido: el primero sufrió, en palabras de Conrado
Hernández, “una derrota completa e irreparable”.2
Fue tal la trascendencia de aquella batalla, que aseguró a los liberales
no sólo el control de varias ciudades del interior, pues también les permitió
proyectar un avance sobre la capital de país; así lo manifestó González Or-
tega en una proclama que dictó aquel 10 de agosto: “Cayó el Macabeo, y su
estrepitosa caída nos abre de par en par las puertas de la ciudad maldita”.3

1
Miramón salió de la ciudad de México la madrugada del 10 de mayo. Como medida
de caución se llevó consigo a Félix Zuloaga y a todos los generales de quienes desconfiaba, en
calidad de prisioneros. Esta acción no era desmesurada, debido a que la capital, en palabras
de Darán, era “un foco de intrigas”, promovidas por aquellos que habían alentado a don Fé-
lix a recuperar la presidencia, pero también por “numerosos generales” del antiguo ejército
santannista y distintos círculos constitucionalistas. “El Exmo. Sr. Presidente”, Diario Oficial
del Supremo Gobierno, 11 may. 1860, p. 1. Este proceder produjo disímiles opiniones entre los
conservadores de la capital, mientras que unos lo censuraron, otros lo “aplaudieron”; no
obstante, tuvo repercusiones políticas, una de ellas fue que el cuerpo diplomático extranjero
declarara que en México no existía un gobierno constituido. Lombardo, p. 271, Vigil, p. 420,
p. 405, Roeder, p. 338 y García Ugarte, Poder…, vol. I, p. 890.
2
Conrado Hernández López, Militares…, p. 266. Para Galindo, en Silao “quedó […]
batido completamente el ejército […] en el que los conservadores cifraban sus más halagüe-
ñas esperanzas”. Galindo y Galindo, vol. I, p. 424.
3
“Proclama”, Diario de Avisos, 16 de agoto de 1860, p. 3. La historiografía inmediata a la
guerra de Reforma apunta que el triunfo en Silao hizo creer que el jefe victorioso marcharía

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EL DESASOSIEGO IMPERANTE: LA CIUDAD DE MÉXICO... 171

El arribo una semana más tarde de este general a Querétaro al frente de


cinco mil hombres inquietó a las autoridades y a los habitantes de la ciudad
de México. El temor se incrementó cuando la prensa reprodujo una carta
en la que el propio González había anunciado que no era su intención sitiar
la sede del gobierno tacubayista, la que advirtió era preciso tomar “de un
solo empuje, por medio de una carga brusca”.4 La amenaza, pues, era laten-
te, y la inquietud no se desvanecería hasta el final de la guerra.

III. La capital tacubayista y el estado de defensa

Lo acontecido en Silao se conoció en la ciudad de México horas más tarde;


no obstante, lo que en los informes se mencionaba sobre aquel hecho de ar-
mas era incierto: mientras unos aseguraban que Miramón había vencido a
las fuerzas liberales, otros decían había sido derrotado. No fue sino hasta el 11
de agosto cuando el gobierno rompió el silencio e hizo público que sus tropas
habían sufrido un “desastre de cuya magnitud no puede juzgarse todavía”,
al tiempo que apuntó: “Las noticias que en adelante se reciban nos darán a
conocer el verdadero valor del suceso que lamentamos”.5 La dimensión del
desastre se confirmó con la llegada del general presidente esa misma noche.
Miramón se ocupó entonces de atender y resolver los asuntos perento-
rios. Tres atrajeron su atención: el primero, formar un ejército para salir a
campaña a fin de evitar que la ciudad de México fuera atacada; el segundo,
poner ésta en situación de defensa y proveerla de alimentos. Ahora bien,
aunque sus prioridades eran precisas, no disponía de recursos para ejecutar-
las, por lo que se vio obligado a requerir un préstamo de los vecinos acauda-
lados. Para ello, como había hecho en abril del propio año de 1860, elaboró
una lista con los nombres de los vecinos, o mejor dicho, de los empresarios,
de la capital que debían contribuir y con qué cantidades. El 17 de agosto,

de inmediato a la capital “para dar término allí a la lucha”. Así lo iba a hacer González
cuando Juárez le mandó hacer alto en Querétaro. Cambre, p. 485; Scholes, p. 67; Melchor
Álvarez, Historia militar…, p. 225; y Basilio Pérez Gallardo, Breve reseña de los sucesos de Guada-
lajara y de las Lomas de Calderón…, México, I. Cumplido, 1861, pp. 8-11.
4
“Proclama”, Diario de Avisos, 16 ago. 1860, p. 3. La historiografía inmediata a la guerra
de Reforma apunta que el triunfo en Silao hizo creer que el jefe victorioso marcharía de
inmediato a la capital “para dar término allí a la lucha”. Así lo iba a hacer González cuando
Juárez le mandó hacer alto en Querétaro. Cambre, p. 485; Scholes, p. 67; Álvarez, Historia
militar…, p. 225; y Basilio Pérez Gallardo, Breve reseña de los sucesos de Guadalajara y de las Lomas
de Calderón…, México, I. Cumplido, 1861, pp. 8-11.
5
Galindo y Galindo, vol. I, p. 425, “El Exmo. Sr. Presidente”, Diario Oficial del Supremo
Gobierno, 12 ago. 1860, p. 2, y “Rumor de una victoria”, La Sociedad, 13 de agosto de 1860, p. 3.

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172 EMMANUEL RODRÍGUEZ BACA

inclusive, se reunió con Manuel Escandón, Gregorio Mier y Terán, José


Miguel Pacheco, Francisco Iturbe, Manuel Rosas y Juan Goríbar, a quienes
solicitó sesenta mil pesos, asegurándoles que se los reembolsaría en tres o
cuatro días.6
En los primeros días de septiembre, con los ingresos recaudados, Miguel
Miramón pudo organizar un cuerpo de ejército, mas su número era insig-
nificante frente a los catorce mil hombres que en Querétaro tenía el ejército
constitucionalista.
Con relación a las medidas defensivas para la ciudad de México, el go-
bierno ordenó a los jefes del ejército, y a los que dirigían guerrillas, de las
poblaciones inmediatas, concentrarse en aquélla a la brevedad. Con base en
esta disposición, entre los meses de agosto y septiembre arribaron las fuerzas
de Cuernavaca, Tulancingo, Texcoco y Tlalnepantla, así como las comanda-
das por los generales Antonio Taboada, Tomás Mejía, Alfaro con la división
del Centro, Abraham Ortiz de la Peña, José María Cobos, procedente de
Oaxaca, y Manuel Roble Pezuela, al frente de la división de Oriente.
Miramón no cesó de dar indicaciones para poner en estado de defensa
a la capital. Ordenó que se hicieran obras para reforzar las garitas, faenas
las que él mismo supervisó, cuyo resguardo encomendó a las fuerzas que
recién habían llegado, mientras que a las guerrillas se les dio instrucciones
para que recorrieran las poblaciones del valle de México. Autorizó la for-
mación de dos compañías de oficiales que se denominaron “Legión de Ho-
nor”, para que resguardaran de manera exclusiva la ciudad. Los jefes que
la integraran debían presentarse con su respectiva arma de fuego, requisito
obligatorio, pues en ese momento las autoridades no podrían proporcionar-
la por la “suma escasez de armas”. Por otra parte, el gobierno mandó que
desde el 14 de septiembre las compañías de cadetes del Colegio Militar, así
como los batallones permanentes, hicieran ejercicios de fuego. Miramón

6
Los personajes aludidos se excusaron de suministrar la cantidad requerida arguyendo
que no disponían de recursos debido a “las dificultades que tenían nacidas de las circuns-
tancias del país”; no obstante, la mayoría accedió a colaborar, aunque las sumas que pro-
porcionaron fueron “insignificantes”, como registró el representante francés. En el caso de
Rosas y Goríbar, “insistieron absolutamente en su negativa”, por lo que Miramón ordenó su
detención. No fueron los únicos, Germán Landa y Carlos Sánchez Navarro, “desconociendo
sus deberes como ciudadanos”, rehusaron también satisfacer las cuotas que les habían sido
asignadas, por lo que se apresó a ambos. “Los Sres. Goríbar y Rosas”, Diario Oficial del Supre-
mo Gobierno, 19 de agosto de 1860, p. 2, “Los Sres. Landa y Sánchez Navarro”, La Sociedad y
Diario de Avisos, 12 de septiembre de 1860, p. 3 y 2, “Informe de A. de la Londe. Méx., 28 de
agosto de 1860”, en Díaz, vol. II, p. 185; Islas García, p. 102; Zamacois, vol. XV, p. 458, y
Hernández López, Militares…, p. 235.

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EL DESASOSIEGO IMPERANTE: LA CIUDAD DE MÉXICO... 173

acudió inclusive a los llanos de San Lázaro para ver los adelantos de las pie-
zas de artillería que acababan de ser fundidas.7
Por las disposiciones que hemos mencionado, era evidente que el gobier-
no que emanó del Plan de Tacubaya no entregaría la sede de su administra-
ción sin combatir. Es más, el combativo Vicente Segura Argüelles, editor del
Diario de Avisos, excitó a sus habitantes a apoyar al Supremo Gobierno con
las siguientes palabras “¿en qué se fundó el tinterillo del Teúl para creerse
ya dueño de esta preciosa margarita que jamás se dará a los puercos? No es
la miel para la boca del asno: persuádanse de ello Jesús González Ortega.
La capital de la República ha de vencer a todos los bandidos”.8
Podemos afirmar entonces que las medidas dictadas por el gobierno no
fueron excesivas, todo ello por la presencia de las diversas partidas constitu-
cionalistas que desde meses atrás rondaban en los caminos y pueblos de las
inmediaciones de la ciudad de México. Éstas se habían incrementado des-
pués del triunfo de Silao por las órdenes que González Ortega había dado
a Aureliano Rivera y a Rafael Cuéllar para que “visitaran” los ranchos y
haciendas del valle y extrajeran de ellas caballos y mulas, y aseguraran en
depósito la paja y maíz que hallaran en sus trojes,9 suministros que se des-
tinarían al sostenimiento del ejército que, le señaló, en breve arribaría a la
capital.

IV. La capital amenazada

Es importante mencionar que una vez que las autoridades conservadoras se


enteraron de las intenciones de González Ortega de dirigirse a la capital, y
consciente de que ésta podría sufrir un sitio de proporciones que no había
experimentado en el transcurso de la guerra, dispuso que se remitieran a ella
los granos y semillas de las haciendas del valle de México. Esta situación de

7
“Prueba de fuego” y “Ejercicios de fuego”, La Sociedad, 9, 14 y 19 de sepiembre de
1860, pp. 2 y 3.
8
“La ciudad maldita”, Diario de Avisos, 7 de septiembre de 1860, p. 3. Por el representan-
te francés sabemos que la ciudad quedó “mal que bien fortificada”. “A. de la Londe. Méx.,
28 de agosto de 1860”, en Díaz, vol. II, p 185
9
“Proyectos de los bandidos”, Diario de Avisos, 21 ago. 1860, p. 3. Las indicaciones de
González Ortega fueron dirigidas a Aureliano Rivera, quien a su vez debía transmitirlas a
Cuéllar y Leiva. Se les mencionó que, al llegar la vanguardia del ejército, debían tener lo
incautado disponible. Para que sus acciones no fueran consideradas un robo, a cambio de lo
requisitado darían vales a los dueños de las haciendas. Desde el inicio de la guerra, Rivera
se había mantenido activo en la sierra del Ajusco, Tlalpan y el camino a Cuernavaca, labor
que se complementó con la que en el norte y el poniente realizó Rafael Cuéllar.

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174 EMMANUEL RODRÍGUEZ BACA

alerta, como era de esperarse, afectó a la población, debido a que los comer-
ciantes comenzaron a especular con los precios de los productos de primera
necesidad, lo que llevó al vecindario a solicitar al gobernador, vigilar a los
dueños de almacenes, que, “sin otro motivo que su voluntad”, aumentaban
el precio de los alimentos. Éste les respondió que expediría un bando con los
importes de los víveres, como en efecto lo hizo, lo que no significó que termi-
naran los abusos por parte de los comerciantes.10
Ahora bien, Rivera y los principales jefes de guerrilla11 se apresuraron
a cumplir con las órdenes que recibieron del jefe del ejército liberal y reco-
rrieron los ranchos, haciendas y poblaciones del departamento de México,
de las que obtuvieron un cúmulo de granos, pero no sólo eso, pues también
cortaron “las aguas del Desierto y de los Leones”, lo que provocó que su
suministro disminuyera de manera considerable en la capital, y, por con-
siguiente, que los vecinos demandaran a las autoridades, en particular al
Ayuntamiento, remedir la escasez.
La labor de las guerrillas constitucionalistas fue por demás eficiente;
evidencia de ello es que para el mes de septiembre controlaban los cami-
nos que confluían a la capital, por lo que las comunicaciones de ésta con
las ciudades del interior se cortaran al tiempo que se interrumpió el abasto
de alimentos.12 Así, se puede afirmar que fueron las fuerzas de Rivera y
Cuéllar las que, desde el mes de septiembre, cercaron la sede del gobierno
tacubayista.
En un intento por contrarrestar a las partidas liberales referidas, Mi-
ramón destacó a generales de la talla de Miguel Negrete, Manuel Robles y
10
“Una súplica al gobernador” y “Precios de víveres”, Diario de Avisos, 24 y 27 de agosto
de 1860, p. 3.
11
Entre los meses de junio y noviembre de 1860, las partidas constitucionalistas coman-
dadas por Aureliano Rivera, Rafael Cuéllar, Antonio Carbajal, Laureano España, Juan Ríos,
Francisco Villa, Román López, Nicolás Romero, Juan Díaz, N. Orihuela, Leiva, Arellano y
Fandiño se mantuvieron activas en las inmediaciones del valle de México. La ocupación de
Tlalpan, Tacubaya y San Ángel privó a las familias acaudaladas de la capital asistir a aque-
llas para disfrutar del clima veraniego, al tiempo que obligó al gobierno suspender las ferias
anuales que en ellas se realizaban. La ocupación liberal de las villas, ranchos, haciendas, y el
control de los caminos que confluían a la capital provocó que ésta quedara incomunicada y
sin noticias de ciudades importantes como Puebla, Veracruz, Oaxaca, Jalapa, Cuernavaca
y Querétaro.
12
Entre junio y octubre de 1860, Rivera, Cuéllar, Leiva, Díaz, Nicolás Romero, in-
cursionaron en Coyoacán, Tlalpan, Ajusco, Tacubaya, Padierna, Milpa Alta, Huipulco, los
ranchos de Carrasco y Taxqueña, llanos de Salazar, San Ángel, Azcapotzalco, Nonoalco,
Contreras, San Nicolás, fábrica de la Fama, pueblo de los Reyes, La Candelaria, Churubus-
co, Texcoco, Xochimilco, Iztacalco, Cuautitlán, Coacalco, villa de Guadalupe, Tlalnepantla,
las haciendas de la Escalera, San Javier, San Mateo, la Blanca, la Corregidora, Jaltipa, la
Lechería, Cumatla, pueblo de Barrientos, Tultitlán, Huehuetoca y Zumpango.

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EL DESASOSIEGO IMPERANTE: LA CIUDAD DE MÉXICO... 175

Francisco Vélez; sin embargo, poco pudieron hacer, ya no para acabar con
ellas, sino para controlarlas.13 La proliferación de las guerrillas y la incapaci-
dad de las autoridades civiles y militares para erradicarlas dio pie para que el
vecindario urgiera la formación de un cuerpo de exploradores para que reco-
rriera las poblaciones de las inmediaciones y expeliera a las gavillas.
Sin duda, el asunto era más complejo, ya que su creación se hacía in-
dispensable para que la capital pudiera abastecerse de semillas y otros ali-
mentos, los que habían dejado de entrar debido a los gravámenes que los
hombres de Cuéllar y Rivera cobraban a los arrieros, procedentes de Cuer-
navaca, Texcoco y otros rumbos, los que ascendían hasta veinte mil pesos
mensuales. Si bien el gobierno se comprometió a satisfacer esta petición, la
formación del cuerpo de “Exploradores” nunca se concretó.14

V. La guerra civil y su impacto en la ciudad

El impacto de la guerra en la capital se hizo más patente con el arribo, entre


los meses de agosto y octubre, de un sinfín de personas, a quienes la ocu-
pación, los saqueos, los incendios de las villas del departamento del Valle
y el cerco que de manera paulatina se iba estableciendo a la capital por los
constitucionalistas las había obligado a migrar a la ciudad de México en bus-
ca de “un hogar y un pedazo de pan”. Así, llegaron vecinos de Los Reyes,
Tulancingo, Villa de Guadalupe, Cuernavaca, La Candelaria, San Lucas,
Churubusco, Texcoco y Xochimilco, inclusive lo hicieron de Morelia y de
Guadalajara. Lo anterior es importante resaltarlo, pues nos permite observar
que la sede del gobierno conservador era considerada un bastión, si no inex-
pugnable, sí uno del que el ejército liberal no podría asirse fácilmente, de aquí
que personas de diferentes entidades buscaron refugio en ella.15

13
La persecución contra Rivera se extendió a Tacubaya, Magdalena, Padierna, Tiza-
pán, hacienda de Arenal, la fábrica de Santa Teresa, Ajusco, los cerros de Zacatepec y Peña
Pobre, Ansaldo, San Jerónimo y el Pedregal.
14
“El Valle de México, Diario de Avisos, 4 de agosto de 1860, p. 3. Se sugirió que debía
mandar el cuerpo de exploradores un jefe “activo, enérgico y reaccionario intransigible”.
Evidencia de que el gobierno no cumplió con lo que se había comprometido, es que en los
primeros días de noviembre el vecindario seguía insistiendo en la creación del cuerpo de
exploradores; mas nada consiguieron.
15
“A propósito de Xochimilco”, “Editorial”, “Texcoco” y “Morelia”, en La Sociedad, 10
de junio, 13, 17, 19 y 28 de julio de 1860, pp. 1, 2, 3 y 3 y Cambre, p. 461. Se mencionó que
los vecinos de Morelia emigraron a la capital “a gran escala”, mientras que “las personas más
acaudaladas y las más comprometidas” de Guadalajara lo hicieron en el mes de junio, una
vez que Miramón la abandonó.

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176 EMMANUEL RODRÍGUEZ BACA

En este punto debemos mencionar que los jefes militares que en la ciu-
dad de México se reconcentraron lo hicieron no sólo con sus guarniciones,
pues con ellos también llegaron parte de los vecindarios de las poblaciones
en las que servían, que marcharon con ellos por el temor que les inspiraban
las partidas liberales. Así, para mediados de octubre, multitud de familias,
provenientes de poblaciones como Cuernavaca, Texcoco y la villa de Gua-
dalupe, habían traspasado las garitas de la ciudad.16
Este arribo masivo de personas trajo un cambio en las dinámicas y prác-
ticas en la vida cotidiana de la capital y sus habitantes, así como complica-
ciones para las autoridades, en particular para el Ayuntamiento, que tuvo
que satisfacer las necesidades de los cerca de sesenta mil emigrados que, se
calcularon, arribaron a la capital. El problema no era menor, más si atende-
mos que las partidas liberales, como ya se mencionó, mantenían bloqueados
los caminos, y no permitieron con ello la entrada de suministros de primera
necesidad, sin olvidar el desabasto que había de agua. Una de las preocu-
paciones más apremiantes giró en torno a dónde alojar a un número tan
grande de individuos, en el entendido de que no todos tenían parientes en
la ciudad que les dieran hospedaje.17
Para resolver lo anterior, el 6 de septiembre, el gobierno general dispu-
so que se crearan juntas de beneficencia para socorrer a las familias pobres
que a consecuencia de la guerra habían emigrado. Éstas estarían a cargo del
cuerpo municipal, y debían establecer una por cada cuartel mayor, es decir,
ocho. La respuesta de los capitulares fue expedida, y en el acto comenzaron
a trabajar en la tarea que se les había delegado; así, entre el 6 y 17 de sep-
tiembre quedaron establecidas las juntas. En las relaciones que los capitula-
res enviaron al gobierno mencionaron qué individuos integraban cada una
de ellas, así como las direcciones particulares de éstos, para que los vecinos
supieran en dónde entregar los donativos. Sobra decir que las juntas se con-
formaron por connotados propietarios y comerciantes.18
16
El 29 de agosto, procedente de Cuernavaca, entró el general Felipe Chacón al frente
de la guarnición de aquella ciudad; con él venían “las principales personas, los comerciantes
y los ricos hacendados”, que la prensa calculó en 1,500. Dos días después, lo hizo el general
Ignacio Gutiérrez con las fuerzas de Tulancingo, a quienes seguían 4,000 vecinos —otras
fuentes apuntan 6,000— y en la primera semana de octubre llegaron los de la villa de Gua-
dalupe. “Sigue la migración”, “Tulancingo” y “Cuernavaca”, La Sociedad, 1 de septiembre y
29 de octubre de 1860, p. 3, “Emigrados de Cuernavaca”, Diario de Avisos, 4 de setiembre de
1860, p. 3 y Lombardo, p. 285.
17
“La ciudad maldita”, Diario de Avisos, 7 de septiembre de 1860, p. 3. La prensa mencio-
nó que muchos de estos emigrantes murieron en las calles.
18
AHDF, AC, vol. 180A, sesión del 5 de septiembre de 1860 y “Juntas de beneficencia”,
Diario Oficial del Supremo Gobierno, 7 de septiembre de 1860, p. 3.

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EL DESASOSIEGO IMPERANTE: LA CIUDAD DE MÉXICO... 177

A través de un decreto, el Ayuntamiento apeló a “los generosos y hospi-


talarios moradores de la hermosa México” a contribuir en esta causa dadas
las circunstancias que atravesaba la ciudad y los inmigrantes. Así, señaló
que aquellos que desearan y estuvieran en las posibilidades de “aliviar la
desgraciada suerte de esas familias” podían hacer sus donativos, económi-
cos o en efectos, al jefe superior de la oficina recaudadora del ayuntamiento
o entregarlos de manera directa en la sede de cada una de las juntas.
No se equivocó la corporación, pues la respuesta de los vecinos no se
hizo esperar. Mientras que algunos propusieron que se abrieran “suscrip-
ciones voluntarias” para ayudar a las familias desplazadas, otros pusieron a
su disposición piezas de sus casas.19 Su participación fue más allá. La joven
artista Ángela Peralta, por ejemplo, recorrió de puerta en puerta las casas de
los particulares en busca de auxilios para los refugiados, gesto que le ganó
el reconocimiento de la población. De ella, La Sociedad expresó: “Hace bien
la Srita. Peralta en utilizar en favor de los menesterosos las simpatías y el
ascendiente que ha sabido conquistarse por medio de su talento artístico”.20
Mas el número de emigrantes fue tal, que los regidores preguntaron al di-
rector del Hospicio Pobres si podía proporcionarles asilo en ese inmueble.
No disponemos de fuentes que nos permitan saber qué tan eficientes
fueron las juntas y hasta qué fecha funcionaron; no obstante, podemos des-
tacar algunos elementos. En primer lugar, que los habitantes de la capital
no permanecieron indiferentes a la desgracia de los desplazados, a pesar de
que su situación no era mejor que la de aquellos que huían de la guerra;
en segundo, es que en esta tarea se involucraron los distintos sectores de la
ciudad, que apoyaron al Ayuntamiento para que las juntas funcionaran y
cumplieran el cometido para el que fueron creadas.
A pesar del estado de defensa, la inquietud aumentaba día a día con
base en los informes que a ella llegaban del interior. El 4 de septiembre se
esparció el rumor de que el ejército liberal había salido de Querétaro y que
se dirigía a la capital, lo que fue desmentido a las pocas horas. Este éxodo se
confirmó cuatro días más tarde; no obstante, su objetivo no era la capital,
sino la ciudad de Guadalajara, lo que fue celebrado por la población y las
autoridades, pues ésta les daba una tregua para continuar con los preparati-

19
AHDF, AC, vol. 180A, sesión del 6 de septiembre de 1860, “Los emigrados y la cari-
dad de los mexicanos”, “Rasgo de beneficencia”, “Remitido”, Diario de Avisos, 3, 4 y 26 de
septiembre de 1860, p. 2, 3 y 2. El Sr. M. Silve fue de los que puso a disposición su casa; otro
vecino, cuyo nombre no se dio conocer, ofreció quince cuartos para aquellos emigrados que
procedieran de Taxco, población de la que él era originario.
20
“Rasgo digno de elogio” y “Rasgo de beneficencia”, La Sociedad, 8 y 12 de septiembre
de 1860, pp. 2 y 3.

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178 EMMANUEL RODRÍGUEZ BACA

vos de defensa y de abasto, conscientes que de ocupar los liberales la capital


del departamento de Jalisco nada se interpondría entre ellos y la sede del
gobierno tacubayista.21
De lo anterior, que la tranquilidad referida sería efímera. A principios
de noviembre llegó la noticia de que la ciudad de Guadalajara había caído.22
Como se había vaticinado, este triunfo le permitiría al ejército liberal diri-
girse a la capital sin encontrar en su tránsito fuerzas que pudieran interrum-
pir su marcha, lo que aumentó el temor entre sus habitantes y autoridades;
no obstante, el gobierno general se ocupó con “la actividad necesaria”, de
reunir y combinar todos los elementos necesarios para afrontar la situación.
Así, se repitió lo que se había hecho semanas atrás: en la ciudad de Mé-
xico se reconcentraron los principales generales del ejército conservador, se
procuró el abasto de alimentos, se reforzó la vigilancia en las garitas y, final-
mente, el 13 de noviembre Miramón se vio obligado a declarar a la ciudad
en estado de sitio; no era la primera vez que se imponía durante la guerra,
pero, a diferencia de los anteriores, las condiciones eran otras.

VI. El “asedio” final

A pesar de las medidas, las horas del gobierno al que el Plan de Tacubaya
había encumbrado en el poder estaban contadas. El 22 de diciembre, Miguel
Miramón fue derrotado en Calpulalpan, acción que marcó el fin de la guerra
de Reforma.23 Si bien se creyó que éste entraría a sangre y fuego a la capital,

21
“El enemigo”, La Sociedad, 4 de septiembre de 1860, p. 3 y “El enemigo sobre Guadala-
jara”, en Diario Oficial del Supremo Gobierno, 25 de septiembre de 1860, pp. 1 y 2. El mando del
ejército federal consideró oportuno asirse primero de Guadalajara pues ahí, apunta Cambre,
“se hallaba el ejército reaccionario más considerable”. La medida fue prudente, pues no
convenía que atacara la capital con fuerzas enemigas a sus espaldas. Cambre, p. 486, Roeder,
p. 369, Domingo Ibarra. Episodios históricos mexicanos que ocurrieron en la República Mexicana…,
México, Imp. de Reyes Valasco, 1890, p. 283.
22
“Desastre” y “Guadalajara”, Diario Oficial del Supremo Gobierno, 7 y 16 de noviembre de
1860, p. 3 y 1, “Más sobre Guadalajara” y “La situación”, Diario de Avisos, 6 y 12 de noviem-
bre de 1860, pp. 3 y 2, y “Editorial”, La Sociedad, 8 de noviembre de 1860, p. 1. Para Vigil, la
caída de Guadalajara aseguró “el triunfo definitivo de la causa liberal, pues no quedaban a los
conservadores más ciudades que México y Puebla”. Vigil, p. 438, “Informe de Alphonse D.
de Saligny. Ver., 26 de noviembre de 1860”, en Díaz, vol. III, p. 194, Darán, p. 239. Sobre el
impacto del sitio en la ciudad de Guadalajara; véase Pérez Gallardo, pp. 16-42 y Sierra, p. 203.
23
Melchor Álvarez. La batalla de Calpulalpam, la conferencia de Tepeji y la intervención del ge-
neral José Justó Álvarez en ambos hechos, México, El Tiempo, 1905, p. 20. La historiografía ha
destacado que la derrota de Miramón fue definitiva, pues puso fin a su presidencia y a las
hostilidades bélicas que habían iniciado en enero de 1858. Gaspar Rangel, Eliseo, Jesús Gon-

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EL DESASOSIEGO IMPERANTE: LA CIUDAD DE MÉXICO... 179

esto no ocurrió, debido a que el todavía presidente conservador no consideró


oportuno exponerla a una guerra o sitio como el que había experimentado
Guadalajara, y se retiró de ella la noche del día 24, lo que permitió a las par-
tidas constitucionalistas ocupar la ciudad de México esa misma noche; no es
de extrañar que los primeros en hacerlo fueran precisamente Rafael Cuéllar
y Aureliano Rivera, aquellos jefes que desde el inicio de la guerra habían
azolado el valle de México, y al que habían rodeado con sus partidas desde
el mes de octubre.
La ciudad de México, “La ciudad maldita” y “afeminada”, como la lla-
maron los “fronterizos”, que durante la guerra de Reforma fue la columna
vertebral del ejército liberal, nunca fue tomada por asalto. Su ocupación,
a diferencia de lo que la prensa y la administración que emanó de Plan de
Tacubaya del 17 de diciembre de 1857 vaticinaba, se dio de manera pacífica
la madrugada del 25 de diciembre de 1860, una vez que la guerra llegó a
su fin. Con ello desapareció el sosiego e incertidumbre que había imperado
en la ciudad de México desde el mes de agosto. La victoria se consumaría
días más tarde, con la instalación de la administración constitucionalista y
la llegada del presidente Benito Juárez en enero de 1861.

VII. Fuentes

Archivo Histórico del Distrito Federal

Fondo: Ayuntamiento y Gobierno del Distrito Federal


Series:
Actas de Cabildo
Actas de Cabildo. Sesiones Secretas
Bandos, leyes y decretos

Hemerografía

Boletín de Noticias
Boletín de Noticias del Supremo Gobierno
Diario de Avisos
Diario Oficial del Supremo Gobierno de la República
La Sociedad

zález Ortega. Caudillo de la Reforma, Zacatecas, Gobierno del Estado de Zacatecas, 1960, p. 71;
Galindo y Galindo, vol. I, p. 505, y Hernández López, Militares…, p. 268.

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180 EMMANUEL RODRÍGUEZ BACA

Bibliografía

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ción del general José Justó Álvarez en ambos hechos, México, Talleres Tipográficos
de El Tiempo, 1905.
———, Historia documentada de la vida pública del Gral. José Justo Álvarez o la ver-
dad sobre algunos acontecimientos de importancia de la Guerra de Reforma, México,
Talleres Tipográficos de “El Tiempo”, 1905.
Berriozábal, Felipe, Causa mandada a instruir de orden por el Supremo Gobierno al
ciudadano General Felipe B. Berriozábal, a pedimento suyo, para depurar su conducta
militar, con el motivo del descalabro que sufrieron las fuerzas que estaban en Toluca
a sus órdenes, el día 9 de Diciembre del año anterior, México, Imprenta de Juan
Abadiano, 1861.
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Guadalajara, José Cabrera, 1904.
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Galindo y Galindo, Miguel, La gran década nacional, 1857-1867, México,
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EL DESASOSIEGO IMPERANTE: LA CIUDAD DE MÉXICO... 181

Lombardo, Concepción, Memorias, prel. y algunas notas de Felipe Teixtor,


México, Porrúa, 1980.
Márquez, Leonardo, Manifiestos: el imperio y los imperiales, rectificaciones de
Ángel Pola, México, F. Vázquez, 1904.
Pérez Gallardo, Basilio, Breve reseña de los sucesos de Guadalajara y de las Lo-
mas de Calderón o Diario de las operaciones y movimientos del ejército federal, después
de la batalla de Silao, y principalmente desde que emprendió su marcha retrospectiva de
Querétaro a la ciudad de Guadalajara: con un apéndice que se refieren los sucesos de las
Lomas de San Miguelito y ocupación de la capital de la República, México, Ignacio
Cumplido, 1861, 70 pp.
Ramírez Fentanés, Luis, Zaragoza, México, Secretaría de la Defensa Na-
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Rangél Gaspar, Eliseo, Jesús González Ortega. Caudillo de la Reforma, prólogo
de Agustín Cue Cánovas, México, Gobierno del Estado de Zacatecas, Ins-
tituto de Ciencias de Zacatecas, Talleres Gráficos Galeza, 1960.
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José Gómez Ugarte, 1897.
Rodríguez Baca, Emmanuel, “Liberal de corazón y por convicciones. La
vida política y militar del general Felipe B. Berriozábal”, tesis de licencia-
tura en historia, México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, 2007.
Silberman Ayala, Leopoldo, “El general Miguel Miramón Tarelo”, tesis de
licenciatura en historia, México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras,
2005.

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LA JUVENTUD DE UN PATRIOTA: INTEGRACIÓN


DE BERNARDO REYES A LAS FUERZAS ARMADAS
DURANTE LA INTERVENCIÓN FRANCESA

Aníbal Peña*

Sumario: I. Nota introductoria. II. La tradición liberal y don Domingo.


III. Primeras acciones patrióticas. IV. Con las fuerzas republicanas. V. Las
batallas decisivas. VI. Epílogo: consolidación de la carrera militar del joven
Reyes. VII. Conclusiones. VIII. Bibliografía.

I. Nota introductoria

La figura de Bernardo Reyes, padre del renombrado escritor, el “regiomon-


tano universal”, Alfonso Reyes, se recuerda principalmente por su partici-
pación en el inicio de la Decena Trágica, el intento de golpe de Estado que
comenzó la madrugada del domingo 9 de febrero de 1913, y que culminó,
paradójicamente, con la muerte de los rivales implicados: Francisco I. Ma-
dero, presidente de la República, el 22 del mismo mes, y Bernardo Reyes,
exgeneral porfirista,1 la mañana misma del cuartelazo.2

*
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México.
1
Generalmente, cuando se aborda el tema del Cuartelazo, se menciona que el “gene-
ral” Reyes se levantó en armas contra el gobierno revolucionario de Francisco I. Madero. Sin
embargo, dicha afirmación no es del todo precisa, dado que, a pesar de que Reyes sí enca-
bezó la rebelión (de hecho la segunda; la primera fue a fines de noviembre y prácticamente
todo diciembre de 1911 desde la frontera norte, pero fracasó de manera rotunda y vergonzo-
sa), en ninguna de las ocasiones lo hizo como militar y, mucho menos, con mando de tropa.
Esto se debe a que Reyes obtuvo su licencia definitiva del ejército federal en septiembre de
1911 antes de exiliarse en Texas. Véanse Reyes, Bernardo, Defensa que por sí mismo produce el C.
general de División Bernardo Reyes, acusado del delito de rebelión, México, Tipografía G. A. Serralde,
1912. Véanse también sus biógrafos Niemeyer, Víctor E. Jr., El general Bernardo Reyes, Monte-
rrey, Centro de Estudios Humanísticos de la Universidad de Nuevo León, 1966, pp. 311-313;
Benavides Hinojosa, Artemio, Bernardo Reyes: un liberal porfirista, México, Tusquets, 2009, p.
334; “Patente de retiro que se concede al general de División Bernardo Reyes por más de

183

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184 ANÍBAL PEÑA

Más allá de la infamia de la traición, el general Reyes tuvo una hoja de


2

servicios3 impecable, que alcanzó su cúspide durante la última década del


porfiriato, cuando fue nombrado secretario de Guerra y Marina, en 1900,
para ocupar el cargo tras el fallecimiento del general Felipe Berriozábal. A
partir de esas fechas se le consideró una figura política prominente en el ré-
gimen, y posible sucesor del presidente Díaz.
Hasta 1900, Reyes había participado en la pacificación del noroeste de
México en campañas militares contra rebeldes como Manuel Lozada o las
tribus indígenas, yaquis y mayos, en Sinaloa y Sonora; combatió asonadas
militares en contra del gobierno de Porfirio Díaz, y había desempeñado el
cargo de gobernador de Nuevo León desde 1885, donde impulsó la indus-
trialización de su capital y propició el progreso económico del estado.4
Posteriormente, las intrigas políticas entre el grupo de los “Científicos”
y los partidarios del general Reyes, quienes deseaban que fuera el sucesor
del presidente Díaz, provocaron el desgaste del divisionario y su “exilio do-
rado” en Europa, donde estudió los sistemas de reclutamiento militar en
Francia y Alemania, entre 1909 y 1911. Cuando Reyes volvió a México, la

35 años de servicio militar, 2 de septiembre de 1911”, en Herrera, Octavio, “El general Ber-
nardo Reyes”, en Mientras otros siguen su camino, Bernardo Reyes, cuéntame a mi tu historia, México,
Museo de Historia Mexicana/Museo Nacional de Historia Castillo de Chapultepec, 2008,
p. 63; y Reyna Hinojosa, Ramiro, General Bernardo Reyes ¡Presente!, Monterrey, Universidad
Autónoma de Nuevo León, 2011, p. 363.
2
Sobre la “Decena Trágica” existen una infinidad de testimonios y textos clásicos sobre
el tema, algunos de ellos son: Márquez Sterling, Manuel, Los últimos días del presidente Madero;
Guzmán, Martín Luis, Febrero de 1913; Torrea, Juan Manuel, La Decena Trágica; y Arenas
Guzmán, Diego, Radiografía del Cuartelazo, entre muchos otros. Por último, debo destacar dos
eventos académicos celebrados en el centenario de este episodio nacional: el primero fue el
ciclo de conferencias titulado “Crónica de un cuartelazo anunciado: a cien años de la Dece-
na Trágica”, organizado en 2013 por El Colegio de México, donde especialistas presentaron
visiones novedosas sobre el tema; el segundo se tituló “La imagen cruenta. Centenario de la
Decena Trágica”, realizado el mismo año por el Instituto Nacional de Antropología e Histo-
ria. El primero se encuentra en prensa; el segundo fue publicado en 2017.
3
Aunque el documento fue elaborado durante la gestión del general Reyes como se-
cretario de Guerra y Marina, entre 1900 y 1902, es posible rastrear y dar fe de los actos ahí
mencionados. Sin embargo, existe una pequeña confusión sobre la fecha de una batalla en
específico (San Lorenzo, 10 de abril de 1867) que se comentará, como todas las batallas en las
que participó el joven Reyes, más adelante.
4
Véanse Cavazos Garza, Israel, “Semblanza de Bernardo Reyes”, en Piñera Ramírez,
David (comp.), El gobernador Bernardo Reyes y sus homólogos de la frontera norte, México, Fondo
Editorial de Nuevo León, 1991, pp. 47-53; y Herrera, Octavio, El lindero que definió a la nación.
La frontera Norte de lo marginal a la globalización, México, Secretaría de Relaciones Exteriores,
2007.

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LA JUVENTUD DE UN PATRIOTA: INTEGRACIÓN DE BERNARDO REYES... 185

Revolución encabezada por Madero ya había concluido, y su oposición po-


lítica contra el nuevo régimen no rindió frutos.5
Sin embargo, poco se sabe del origen de la carrera militar del general
Reyes. Ésta se remonta al año de 1866 en su estado natal, Jalisco, cuando se
unió a la Guardia Nacional para combatir al invasor francés y a sus aliados
los conservadores. El presente trabajo es una breve noticia sobre la partici-
pación del joven Bernardo Reyes en la guerra contra la intervención fran-
cesa y el Imperio de Maximiliano desde la fecha mencionada hasta la caída
de dicho príncipe europeo, el 15 de mayo de 1867 y las posteriores batallas,
que acabaron con el partido conservador y dieron paso a la República res-
taurada, gobernada por Benito Juárez.

II. La tradición liberal y don Domingo

1. Guadalajara y los “panameños”

La capital de la antigua Nueva Galicia, históricamente ha mantenido una


rivalidad con la capital nacional. Ésta se ha manifestado no sólo en lo econó-
mico y cultural, sino, principalmente, en el ámbito político. Dos situaciones
que derivaron de esta política de gobierno desde inicios hasta mediados del
siglo XIX fueron: primero, no expulsar a los españoles tras el intento de re-
conquista de 1829, y, segundo, permitir la llegada a la “Perla de Occidente”
de más españoles “con experiencia empresarial y dispuestos a hacer vida y
fortuna”. Estos hombres fueron conocidos con el sobrenombre de “los pa-
nameños” a pesar de venir de distintas naciones, como Guatemala, Perú y
Nicaragua, entre otras.6
La decisión de no expulsar a los españoles y el posterior fenómeno mi-
gratorio no sólo impidieron que Guadalajara se descapitalizara económica-
mente, sino que implicó la llegada de personas afines al liberalismo econó-
5
Para conocer la carrera política del general de división Reyes se pueden consultar sus
biografías ya mencionadas: Niemeyer, Victor E. Jr., El general Bernardo Reyes, cit.; y Benavides
Hinojosa, Artemio, Bernardo Reyes, un liberal…, cit. Véanse también Lartigue, Aurelio, Biografía
del general de división Bernardo Reyes. Secretario de Guerra y Marina, Monterrey, Tipografía del Go-
bierno, en Palacio, 1901; Templeton, Bryan Anthony, Mexican Politics in Transition, 1900-1913:
the Role of General Bernardo Reyes, Lincoln, Nebraska, University of Nebraska, 1969; Soto,
Miguel, “Precisiones sobre el reyismo. La oportunidad de Porfirio Díaz para dejar el poder”,
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, vol. 7, núm. 07, 1979, pp. 105-133; y
González de Arellano, Josefina, Bernardo Reyes y el movimiento reyista en México, México, Instituto
Nacional de Antropología e Historia, 1982.
6
Benavides Hinojosa, Artemio, Bernardo Reyes, un liberal…, cit., p. 30.

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186 ANÍBAL PEÑA

mico, que a la postre serían garantes de los gobiernos liberales tras la derrota
contra Estados Unidos y después de la proclamación de la Constitución de
1857. Entre los nuevos migrantes destacó la entrada de otros liberales eu-
ropeos. Los grupos más importantes fueron ingleses, alemanes y franceses.

2. Patriotismo en el seno familiar: breve noticia


de don Domingo Reyes

Entre los personajes que dejaron huella en la historia de Jalisco pro-


venientes del llamado grupo de “los panameños” se encuentra Domingo
Reyes. Originario de Nicaragua, arribó a Jalisco siguiendo los pasos de su
padre, Doroteo, entre 1823 y 1829.7 Al poco tiempo de llegar, Domingo
decidió naturalizarse e ingresar a la guardia nacional en Jalisco, donde al-
canzó el grado de capitán en 1834.8 En abril de 1840 contrajo nupcias con
Guadalupe Ogazón, hermana del Pedro Ogazón.9 De ese matrimonio na-
cieron sólo tres hijos, pues Guadalupe murió a los pocos años de casada, en
enero de 1845. Conforme a la costumbre de la época, el entonces capitán
Domingo Reyes se casó con la hermana de su finada esposa, Juana, en mayo
de 1847. De ese matrimonio Bernardo fue el primogénito.10
La carrera de las armas y su tendencia liberal le dieron a Domingo la
oportunidad de colaborar en el gobierno. En 1846 secundó la rebelión del
coronel José María Yáñez, que se sublevó contra el general Mariano Pa-
redes, quien, en lugar de dirigirse al norte a combatir la invasión nortea-
mericana, dio un golpe de Estado al gobierno del presidente José Joaquín
Herrera. Durante este episodio Domingo se distinguió en combate y fue

7
Don Doroteo Reyes se dedicó al comercio (incluso contrabando) y estuvo vinculado a
la política local. Véase Niemeyer, Víctor, El general Bernardo Reyes, cit., p. 21.
8
Reyna Hinojosa, Ramiro, General Bernardo Reyes ¡Presente!, cit., p. 2.
9
Pedro Ogazón fue una prominente figura militar que participó en la defensa de la
patria en contra de las fuerzas francesas y austriacas de Maximiliano, junto con sus aliadas
conservadoras. Su carrera alcanzó la cúspide cuando fue nombrado secretario de Guerra
y Marina durante el primer gobierno de Porfirio Díaz. Algunas fuentes indican que el pa-
rentesco entre Guadalupe y Juana Ogazón con Pedro es de hermanos, mientras otras dicen
que fueron primos. Otro pariente destacado del joven Bernardo fue Ignacio Luis Vallarta,
también figura prominente del liberalismo en Jalisco quien alcanzaría, al igual que Pedro,
grandes puestos en la política pública nacional logrando el clímax en su carrera cuando fue
ministro de la Suprema Corte de Justicia y cuando negoció el reconocimiento de la presiden-
cia de Díaz ante el gobierno estadounidense.
10
Reyna Hinojosa, Ramiro, General Bernardo Reyes ¡Presente!, cit., p. 7.

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LA JUVENTUD DE UN PATRIOTA: INTEGRACIÓN DE BERNARDO REYES... 187

ascendido a teniente coronel. También se le nombró “Jefe de caballería de


Jalisco”, pero se ignora si llegó a combatir contra los estadounidenses.11
Pocos años después, en 1852, cuando Jesús López Portillo alcanzó la
gubernatura de Jalisco, Domingo defendió con su vida la del gobernador. Se
dice que al amotinarse sus tropas, Reyes los enfrentó, y tras la balacera fue
dado por muerto. El pasaje se recuerda de la siguiente manera:

Traicionado por la fuerza pública, tuvo que refugiarse mi padre [Jesús López
Portillo] en San Pedro Tlaquepaque, cerca de Guadalajara, y allá, iba a reu-
nirse con él su fiel amigo Reyes, al frente de un destacamento de guardias na-
cionales de a caballo. En el camino se sublevaron aquellos hombres, y Reyes
con un valor y una abnegación superiores a todo elogio, pretendió detenerlos
echando mano a la pistola; pero los infidentes cargaron sobre él a balazos, le
infirieron mortales heridas, y le dejaron por muerto en el campo.12

Poco después llegaron las tropas del general Miñón a Guadalajara, en-
viadas por el presidente Mariano Arista, ante la noticia de que aquella re-
belión era de carácter santanista. Reyes quedó a las órdenes del general,
quien lo consideraba inútil, al verlo “un tanto encorvado… a consecuencia
de un antiguo reumatismo”, lo despreció y envió con cincuenta hombres de
su elección en misión peligrosa —una muerte segura, afirmaron algunos—.
Ante la resolución del coronel y al ver que estaba decidido a cumplir las
órdenes, el general Miñón cambió de parecer y juntos derrotaron a los su-
blevados.
Evidentemente, estos hechos le granjearon la gratitud y amistad del
gobernador López Portillo quien le demostró su confianza y lo nombró,
ese mismo año de 1852, “jefe supremo de todas la guardias nacionales del
Estado”.13
Tres años después, en 1855, Domingo volvió de un retiro para arreglar
asuntos privados, y de nuevo luchó en el bando liberal contra los santanis-
tas. Estos méritos ayudaron a que en 1857 ocupara el cargo de “jefe político
del segundo cantón de Jalisco, con cabeza en Lagos de Moreno”.14
Pocos meses después de su nombramiento, Domingo huyó de una turba
que intentó lincharlo por jurar la Constitución de 1857. Sobre este hecho,
una versión afirma que tuvo que refugiarse en la cárcel de mujeres, y que

11
Niemeyer, Victor, El general Bernardo Reyes, cit., p. 22.
12
López Portillo y Rojas, José, Elevación y caída de Porfirio Díaz, México, Librería Española,
1921, p. 301.
13
Reyna Hinojosa, Ramiro, General Bernardo Reyes ¡presente!, cit., p. 2.
14
Benavides Hinojosa, Artemio, Bernardo Reyes, un liberal…, cit., pp. 37 y 38

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188 ANÍBAL PEÑA

sólo pudo escapar hacia San Juan de los Lagos, con la ayuda de un médi-
co y un cura.15 Otra versión sostiene que fue tras un enfrentamiento entre
conservadores y liberales como Reyes logró huir hacia Sayula, y que desde
allí apoyó al régimen liberal, de tal manera que combatió junto a Pedro
Ogazón, Santos Degollado y González Ortega en Jalisco durante la Guerra
de Tres Años.16
Sin embargo, al volver a Guadalajara antes que una reprimenda o san-
ción, fue nombrado jefe político del cuarto cantón del estado: La Barca.
Desde ese cargo lograría la pacificación de la región. A pesar de que no
tenía una edad muy avanzada —tan sólo 53 años—, y para desgracia de la
familia Reyes Ogazón, el patriarca falleció en 1862.17

III. Primeras acciones patrióticas

1. La rebeldía del joven Reyes contra las fuerzas de ocupación francesas

Bernardo, cuya infancia transcurrió durante las luchas entre liberales y con-
servadores, estudió las primeras letras en la capital de su estado natal. Se dice
que “apenas concluida su instrucción primaria”18 ya intentaba incorporarse
a la resistencia contra los franceses, pero que a pesar de ello siempre cultivó
las letras de manera autodidacta. El mayor de sus hijos más destacados, Ro-
dolfo, llegó a asegurar que “estudiaba preparándose para seguir la carrera de
abogado”.19 El menor, pero superior en méritos y reconocimiento, Alfonso,
afirma que llevaba libros en campaña y los leía “a la luz del día o a la de ve-
lones de cebo en los jacales o en las tiendas de campaña”.20
Sobre su rebeldía y patriotismo se cuentan un par de anécdotas, en las
que desafió, aunque de manera muy imprudente, a las fuerzas de ocupación

15
Consúltese Niemeyer, Victor, El general Bernardo Reyes, cit., p. 23.
16
Benavides Hinojosa, Artemio, Bernardo Reyes, un liberal…, cit., p. 38
17
Reyna Hinojosa, Ramiro, General Bernardo Reyes ¡presente!, cit., p. 3.
18
López Portillo y Rojas, José, Elevación y caída…, cit., p. 301.
19
Reyes, Rodolfo, Memorias mexicanas (1899-1914), estudio introductorio Fernando Cu-
riel Defossé, México, Colofón, 2015, p. 57.
20
Reyes, Alfonso, Parentalia: primer libro de recuerdos, México, Fondo de Cultura Económica,
1958 (Tezontle), p. 67. Es innegable que con el tiempo Bernardo llegó a destacarse por sus
capacidades literarias, principalmente en cuanto a temas militares se refiere, recuérdese que
a él se encargó, siendo secretario de Guerra y Marina, el capítulo sobre las fuerzas armadas
(“El Ejército Nacional”), en la obra oficialista cumbre del porfiriato: México, su evolución social,
dirigida por Justo Sierra.

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LA JUVENTUD DE UN PATRIOTA: INTEGRACIÓN DE BERNARDO REYES... 189

francesas. La primera ocurrió cuando, tras la toma de Guadalajara, arrancó


un bando del emperador Maximiliano. Ante el peligro del encarcelamiento
del joven Reyes, Jesús López Portillo, quien en esa fecha colaboraba con el
gobierno usurpador, logró evitarle la prisión.21 La segunda fue cuando se
lanzó una roca en la cabeza a un soldado extranjero, y de nuevo, el amigo
de su padre, López Portillo, le procuró los medios para huir. Dicho episodio
dice lo siguiente:

Estuvo a punto de matar a un zuavo, a quien arrojó una enorme piedra en la


cabeza. Perseguido por la policía, vióse en peligro de ser entregado a la corte
marcial francesa, que no hubiera tenido piedad para él; pero mi padre que
era comisionado Imperial de la cuarta división, le escudó con su autoridad, le
dio seguro refugio, y le proporcionó la manera de huir.22

2. Intento de ingreso a la guerrilla en las cercanías de Michoacán

En 1865 la ocupación de gran parte del territorio nacional por parte de


las fuerzas francesas era una cruel realidad. Bernardo, con tan sólo quince
años, abandonó su casa y buscó enrolarse en las tropas republicanas para
defender su patria. Algunos biógrafos afirman que este primer intento lo
realizó con José Corona, hermano menor del general Ramón Corona.23
Pronto logró ingresar en las filas de la resistencia en las cercanías de Mi-
choacán, donde se encontraban algunas fuerzas del general liberal Nicolás
Régules, jefe del Ejército del Centro. Sin embargo, y para mala fortuna de
los jóvenes jaliscienses, fueron capturados por un destacamento imperial y
devueltos a casa debido a su corta edad.24

IV. Con las fuerzas republicanas

1. Alférez de caballería en los “Guías de Jalisco”

A pesar de este primer fracaso, el joven Reyes decidió mantener sus ideales,
y volvió a buscar lugar entre las fuerzas republicanas. En esta ocasión tuvo
mayor fortuna, pues encontró en el norte de su estado a las tropas del general
21
Reyna Hinojosa, Ramiro General Bernardo Reyes ¡presente!, cit., p. 20
22
López Portillo y Rojas, José, Elevación y caída…, cit., pp. 301 y 302.
23
Reyna Hinojosa, Ramiro, General Bernardo Reyes ¡presente!, cit., p. 20.
24
Herrera, Octavio, “El general Bernardo Reyes”, cit., p. 24.

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190 ANÍBAL PEÑA

Leocadio Solís, quien era parte de la resistencia en la zona limítrofe entre Mi-
choacán y Jalisco. De esta manera, Bernardo se enroló el 5 de abril de 1866,
con el cargo de alférez,25 en las fuerzas de los patriotas mexicanos. El 28 del
mismo mes, las tropas de Solís y las del general zacatecano Trinidad García
de la Cadena marcharon juntas.26
En este grupo, llamado Cuerpo de “Guías de Jalisco”, el joven Ber-
nardo logró un ascenso a teniente de caballería tras la toma de Calvillo en
Aguascalientes el 8 de octubre de 1866, ascenso confirmado por el presiden-
te Juárez el día 28 del mismo mes.27
La retirada de las tropas francesas del territorio nacional debilitó al
imperio, y la racha victoriosa de las fuerzas republicanas se incrementó. En
este contexto, Reyes participó en la toma de Zacatecas del 29 de noviembre
de 1866 y en la acción de Agua de Obispo, casi un mes después, el 25 de
diciembre.28 Sin embargo, las batallas decisivas para la renaciente república
juarista se librarían en los primeros meses del año siguiente, donde Bernar-
do participaría activamente y lograría grandes aprendizajes por experien-
cias gloriosas y amargas.

2. Unificación de las fuerzas del Ejército de Occidente: toma de Zamora,


febrero de 1867

El primer hecho que condujo a Reyes a estar cerca de los grandes acon-
tecimientos nacionales fue la creación del Cuerpo de Lanceros de Jalisco,
que formaría parte de la cuarta Brigada de Caballería bajo el mando del
general Francisco Tolentino. Dicha brigada, junto con la quinta, formarían
la primera División de Caballería del Ejército de Occidente, a las órdenes
del general Félix Vega.29
Por este motivo, el joven teniente Reyes participó en la toma de Zamora
el 5 de febrero, donde las fuerzas republicanas se batieron con “denuedo
25
Lartigue, Aureliano, Biografía…, cit., p. 6. El puesto de alférez es el de menor rango en-
tre los oficiales y se encargaba de llevar la bandera, en el arma de infantería, o el estandarte,
en el arma de caballería.
26
Franco, Teresa, “Semblanza”, Guía del Archivo del General Bernardo Reyes, 1881-1913, 2
vols., México, Centro de Estudios de Historia de México/Condumex, 1984-1987, vol. 1, p. 29.
Véase también Reyna Hinojosa, Ramiro, General Bernardo Reyes ¡presente!, cit., pp. 20 y 22.
27
Reyes, Alfonso, Parentalia, cit., p. 175. Véanse también Niemeyer, Victor, El general Ber-
nardo Reyes, cit., p. 27; y Templeton, Bryan Anthony, Mexican politics…, cit., p. 13.
28
Benavides Hinojosa, Artemio, Bernardo Reyes, un liberal…, cit., p. 38.
29
Vigil, José María, Ensayo histórico del Ejército de Occidente, México, Imprenta de Ignacio
Cumplido, 1874, p. 498.

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LA JUVENTUD DE UN PATRIOTA: INTEGRACIÓN DE BERNARDO REYES... 191

y bizarría”. Sobre esta acción, los comandantes en jefe, generales Nicolás


Régules, del Ejército del Centro, y Ramón Corona, del de Occidente, des-
tacarían que se trató de una empresa sumamente complicada. El general
Régules afirmó que

Esta plausible jornada, tan fecunda en resultados favorables a la causa de la


Independencia nacional ha causado pérdidas muy lamentables de jefes y ofi-
ciales y soldados que fueron muertos o heridos en el ataque y asalto y las es-
caramuzas que a ellas precedieron. Aquél duró todo el día de ayer en la línea
exterior de la defensa, casi inaccesible por haber inundado el enemigo todas
las avenidas, y sólo a fuerza del buen éxito obtenido en los tiroteos durante los
dos días anteriores, se consiguió colocar muchos puentes, en salvar atarjeas y
acequias y efectuar otras obras que permitieron a las fuerzas asaltantes tomar
una posición en que fuese eficaz la ofensiva.30

Por su parte, el general Corona expresó en su informe al Ministerio de


Guerra pocos días después de la batalla, que

El croquis adjunto da una idea de la que es esta plaza la más fuerte sin duda
en todo el país; tanto que si el Supremo Gobierno hubiera tenido un conoci-
miento exacto de ella, en poco tiempo y con gasto no muy crecido, la habría
puesto en estado de no haber sido ocupada por los invasores.31

Tras esta batalla, que ocurrió en sincronía con la toma de Colima, se


ordenó la unificación de fuerzas como paso previo a un enfrentamiento de-
cisivo, pues las fuerzas imperialistas, es decir, tanto conservadores como los
pocos franceses y austriacos que restaban en el territorio, estaban sumando
fuerzas en el centro del país con miras a batirse con el Ejército del Norte,
comandado por el general Mariano Escobedo, que descendía hacia la capi-
tal del Imperio.32
Posteriormente, desde el 20 de febrero, el grueso del Ejército de Occi-
dente y el Ejército del Centro, ambos bajo la dirección de Corona, ante un
episodio de enfermedad que acechaba a Régules, se acercaron al centro del
país, y llegaron a Guanajuato. Ahí Escobedo y Corona se entrevistaron para

30
Nicolás Régules, Comunicación sobre la Toma de Zamora, el 5 de febrero de 1867, en
León Toral, Jesús, de Historia documental militar de la Intervención Francesa en México y el denominado
Segundo Imperio, México, Secretaría de la Defensa Nacional, 1967, p. 712.
31
León Toral, Jesús de, ibidem, p. 713. Véase también Mendoza Vallejo, Guillermo y
Garfias Magaña, Luis, “El ejército mexicano de 1863 a 1867”, El ejército mexicano, Secretaría
de la Defensa Nacional, 1979, p. 259.
32
Mendoza Vallejo, Guillermo y Garfias Magaña, Luis, ibidem, p. 260.

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192 ANÍBAL PEÑA

organizar el posterior sitio a la ciudad de Querétaro, donde cerca de diez


mil hombres, lo último, de las fuerzas de Maximiliano, se preparaban para
este encuentro decisivo.

Entretanto, a principios de febrero (de 1867) el ejército del Norte derrotaba


a los imperialistas en San Jacinto; el ejército de Occidente se apoderaba, casi
simultáneamente de las plazas de Colima y Zamora; Méndez se retiraba de
Morelia con un efectivo de 3,000 hombres para replegarse a Querétaro, lo
mismo que el general D. Severo del Castillo; el archiduque acompañado del
general D. Leonardo Márquez, salía de México con más de 4,000 hombres
hacia el futuro teatro de la guerra, para unirse al general D. Tomás Mejía,
que de antemano había emprendido algunas obras de fortificación.33

V. Las batallas decisivas

1. Heridas de guerra: inicio del sitio en Querétaro, marzo de 1867

Los ejércitos de Occidente y del Centro marcharon hacia Querétaro y arri-


baron entre el 7 y el 8 de marzo a las posiciones donde establecerían su
cuartel general.34 Se dice que el mismo día en que llegaron los republicanos
el general conservador Tomás Mejía realizó una incursión para hostilizar a
la vanguardia de esas fuerzas. En esa ocasión el teniente Reyes combatió y
recibió una herida. En palabras de su hijo, Alfonso, el incidente ocurrió así:

El teniente se encontró rodeado por un piquete de húngaros que usaban sa-


bles cortos y anchos [… y a pesar de que rompió su lanza…] se mantuvo
repartiendo varazos, mientras los húngaros se encarnizaban con él. Cayó del
caballo. Le dispararon al pasar, desde arriba, y allí lo dejaron por muerto.35

Al anochecer, sus compañeros, los tenientes Juan Hernández y Clemen-


te Villaseñor, logaron encontrarlo cerca de un riachuelo. Según Alfonso, su
padre tuvo tres heridas: una en la frente, un balazo en el cuello, que sor-
prendentemente no resultó mortal, y un bayonetazo en la pierna. Contra
todo pronóstico, el teniente Reyes se recuperó para tomar parte del inicio
formal de las hostilidades hacia la plaza queretana una semana después.

33
Vigil, José María, Ensayo histórico del Ejército de Occidente, cit., p. 498.
34
Vigil, José María, ibidem, p. 534; véase también Mendoza Vallejo, Guillermo y Garfias
Magaña, Luis, “El ejército mexicano de 1863 a 1867”, cit., p. 263.
35
Reyes, Alfonso, Parentalia, cit., pp. 90 y 91.

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LA JUVENTUD DE UN PATRIOTA: INTEGRACIÓN DE BERNARDO REYES... 193

Pocos días después, el último expedicionario francés abandonó el puer-


to de Veracruz, y dejó solo a Maximiliano con las fuerzas de los conservado-
res en Querétaro; todavía contaba con las plazas de Puebla, ciudad de Mé-
xico y el puerto jarocho. El 14 de marzo inició el ataque general, y en días
posteriores se dieron enfrentamientos de reconocimiento y de intercepción
para evitar que los sitiados recibieran aliados de otras plazas; en palabras
del futuro secretario de Guerra y Marina:

El día 11 se dio inicio a las operaciones de sitio bajo el fuego de la artillería


enemiga, que fue correspondido por los cañones de los sitiadores. El día 14
se hizo un reconocimiento sobre la plaza fortificada; el día 16, el general D.
Aureliano Rivera impedía que la columna de Olvera se incorporase a los im-
perialistas, haciéndola retroceder hacia la sierra de Xichú.36

Mientras los republicanos mantenían el cerco y reorganizaban sus tro-


pas para un próximo ataque, los generales conservadores Miramón y Mejía
recomendaban a Maximiliano romper el sitio u obtener refuerzos. Por esa
razón, enviaron al general Leonardo Márquez, acompañado del caudillo
norteño Santiago Vidaurri, hacia la capital para obtener refuerzos, movi-
miento que se realizó el 22 de marzo, y que logró dirigirse a la capital pese
a la persecución emprendida por la caballería del general Antonio Guada-
rrama.37
Al día posterior a este enfrentamiento, las fuerzas republicanas se en-
grosaron con la llegada de las tropas lideradas por los generales “Vicente
Riva Palacio, Juan N. Méndez, Joaquín Martínez, Bernabé N. de la Barrera
y los coroneles Ignacio Manuel Altamirano y E. Núñez, con cerca de 4,000
hombres de las tres armas”.38
Aunque estos hombres aumentaron la solidez del cerco a la ciudad
de Querétaro, fue necesario enviar divisiones de caballería en apoyo de
otros jefes republicanos con el fin de batir los pocos focos de resistencia
conservadora en el territorio nacional, pues era imperante evitar la sobre-
vivencia y reorganización de esas fuerzas para concluir de una buena vez
la guerra.

36
Reyes, Bernardo, “El ejército nacional”, en Sierra, Justo, México, su evolución social,
1900, vol. I, p. 402.
37
Mendoza Vallejo, Guillermo y Garfias Magaña, Luis, “El ejército mexicano de 1863 a
1867”, cit., p. 267.
38
Vigil, José María, Ensayo histórico del Ejército de Occidente, cit., p. 545.

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194 ANÍBAL PEÑA

2. Apoyo a las fuerzas de Porfirio Díaz: la caballería


del general Guadarrama, abril de 1867

Mientras tanto, el general Porfirio Díaz logró la victoria que puso fin al
sitio de Puebla el 2 de abril, y solicitó refuerzos al general Escobedo para
batir a las fuerzas del general Leonardo Márquez, en la hacienda de San
Lorenzo. Efectivamente, se enviaron cuatro mil jinetes, que llegaron el 9 de
abril para apoyar a Díaz. El joven Bernardo Reyes fue parte de dicha co-
lumna a las órdenes del general Guadarrama.39

Amaneció el día 10 y Márquez, tras un reconocimiento que mandó ejecutar


en la madrugada, y que lo hizo reconocer su difícil situación, se retiró, pre-
tendiendo engañar con un movimiento falso; pero la caballería lo persigue, y
le da alcance en San Cristóbal, de donde el jefe imperial, dejando el mando a
su segundo, se adelanta con unos cuantos soldados hacia México. Sus fuerzas
se defienden en desorden, la caballería austriaca ejecutó bravamente vueltas
ofensivas, y así la derrota fue consumándose, huyendo los imperiales, avan-
zando los republicanos.40

Efectivamente, aunque Márquez fue derrotado el día 10,41 logró esca-


par con pocos elementos, y se dirigió a la ciudad de México. El general
Porfirio Díaz, dispuesto a derrotarlo e impedir que volviera a Querétaro,
le dio persecución y puso sitio a la capital del país. Dado que aún contaba
con las fuerzas de Guadarrama a su disposición, el general oaxaqueño las
empleó para el inicio del sitio el 12 de abril. Las tropas de Guadarrama se
posicionaron en la Villa de Guadalupe. Pocos días después, Díaz permitió
que volvieran a Querétaro para estar a disposición de los generales Escobe-
do y Corona:42

39
León Toral, Jesús de, Historia documental militar…, cit., p. 747.
40
Reyes, Bernardo, “El ejército nacional”, cit., p. 404.
41
Sobre el asunto existe cierta polémica, pues la “Hoja de servicios” de Reyes declara
que participó en la batalla de San Lorenzo el “1o. de Abril de 1867”, pero que no participó
en la rendición de Puebla. El hecho es que la batalla de San Lorenzo ocurrió el 10 de ese mes,
tras las acciones en la capital de dicho estado. Personalmente atribuyo el error a que la “Hoja
de servicios” de Reyes fue elaborada durante su administración como secretario de Guerra
y Marina, en 1901, por lo que se puede especular que dictó a su subalterno los hechos en
los que participó, de tal manera que la memoria le jugó una broma dado que sí es posible
rastrear las acciones de la división de la que Reyes era miembro, aunque se haya registrado
incorrectamente la fecha en su hoja de servicios.
42
Vigil, José María, Ensayo histórico del Ejército de Occidente, cit., pp. 554-557.

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LA JUVENTUD DE UN PATRIOTA: INTEGRACIÓN DE BERNARDO REYES... 195

El citado día 12, parte de la caballería de Guadarrama llegó a la villa de Gua-


dalupe; el 13 lo hizo el resto al mismo lugar, en tanto que las fuerzas del gene-
ral Díaz, se posicionaban en Tacubaya, extendiendo sus líneas a los flancos,
para avanzar sobre la ciudad. El 14, tropas Lalanne y Carvajal se incorporan
al general Díaz, y los 4,000 caballos mandados por Guadarrama al urgente
llamado de Escobedo, marchan para Querétaro.43

3. Rendición de Querétaro: consumación de la segunda independencia


de México, mayo de 1867

A pesar de la fiereza con la que las fuerzas de Miramón llegaron a hosti-


lizar a los republicanos, causándoles no pocas angustias,44 la situación den-
tro de Querétaro se volvió penosa, de tal manera que el mantener la defensa
resultó imposible. En palabras del futuro secretario de Guerra y Marina, la
derrota de las fuerzas imperiales aconteció de la siguiente manera:

El día 14, a virtud de mandato del emperador, Ramírez Arellano y Miramón


le propusieron un plan de salvación, por medio de una desesperada salida
nocturna, hecha por todas las fuerzas, sin artillería pesada ni bagajes. Mén-
dez solicitó que la medida se aplazara para la noche del 15, y se accedió a
ello; pero en la madrugada de ese día el convento de la Cruz, llave de la plaza,
había quedado en poder de los republicanos. Las tropas de éstos se pusieron
sobre las armas desde las primeras horas de la noche del 14, la caballería
montó y se colocó en puntos apropiados, jugó la artillería de una y otra parte;
los batallones de la primera línea estaban sobre las paralelas y los demás for-
mados en columnas. La fuerte división de caballería del general Guadarrama
se veía desplegada frente al Cerro de las Campanas.45

Con respecto a la rendición del emperador Maximiliano, Reyes expone


que éste intentó llegar a un acuerdo de rendición, a través de un subordina-
do, con el general Escobedo, quien se negó a negociar, y narra el episodio
con las siguientes palabras:

Tras la toma de posesión del convento, se movieron las tropas sobre los puntos
fortificados del enemigo, y aún se defendió éste flojamente en algún aislado

43
Reyes, Bernardo, “El ejército nacional”, cit., p. 404.
44
Nos referimos a la acción del cerro del Cimatario de la madrugada del 27 de abril,
donde Miramón derrotó a y sólo fue repelido gracias a un contraataque de las fuerzas del
coronel Doria, y las de los generales Rocha, Corona y Guadarrama, respectivamente.
45
Reyes, Bernardo, “El ejército nacional”, cit., p. 405.

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196 ANÍBAL PEÑA

lugar; 4,000 caballos se acercaron al cerro de las Campanas, en la cima de


cuya colina se aglomeraban en desorden baterías, batallones y cuerpos de
caballería, en derredor de Maximiliano, Mejía y los principales jefes; la línea
de defensa quedó abandonada, y a eso de las seis de la mañana bajaba el Em-
perador, con dirección al campo republicano; se presentó al general Corona,
y éste le condujo ante el general en jefe del ejército de operaciones, a quien le
entregó su espada, dándose por prisionero.46

Aunque no llega a manifestarlo en este pasaje, el joven teniente de ca-


ballería Bernardo Reyes estuvo presente durante la rendición del sitio de
Querétaro, acción militar por la que años después, ya como figura militar
en ascenso durante el porfiriato, recibió un diploma en reconocimiento por
sus servicios a la patria.47

VI. Epílogo: consolidación de la carrera militar


del joven Reyes

Tras la derrota del Imperio y durante los gobiernos de Juárez y Lerdo de


Tejada, conocidos como República Restaurada, Bernardo Reyes se mantuvo
en la carrera de las armas y participó en la pacificación de zonas rebeldes.
Más aún, cooperó de manera estrecha con algunas de las principales figuras
veteranas del Ejército de Occidente, el general Ramón Corona en primerísi-
mo lugar, y ascendió en la jerarquía militar por medio de lealtad, campañas
exitosas y sobresalientes hechos de armas, que le valieron la confianza de los
gobiernos en turno y brindaron al país un sólido garante de los valores libe-
rales que su padre, Domingo, tanto defendió tras la Revolución de Ayutla.48

VII. Conclusiones

Dado el vasto número de operaciones militares en 1867, se ha llegado a du-


dar si el joven teniente Reyes pudo haber participado en todas esas batallas
46
Reyes, Bernardo, ibidem, p. 406.
47
Diploma a Bernardo Reyes por su participación en el sitio y toma de Querétaro el 15 de mayo de 1867,
firmado por Porfirio Díaz, Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, el 30
de agosto de 1894; véase también Documento que expide la Junta Calificadora para condecorar a los
vencedores del sitio de Querétaro firmado por los generales Mariano Escobedo y Sóstenes Rocha,
entre otros, el 14 de agosto de 1894, en Herrera,Octavio, “El general Bernardo Reyes”, cit.,
pp. 21 y 26, respectivamente.
48
Niemeyer, Victor, El general Bernardo Reyes, cit., pp. 27-35; y Benavides Hinojosa, Arte-
mio, Bernardo Reyes, un liberal…, cit., pp. 43-68.

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LA JUVENTUD DE UN PATRIOTA: INTEGRACIÓN DE BERNARDO REYES... 197

que menciona su “Hoja de servicios”. Sin embargo, uno de sus biógrafos ha


resuelto esta polémica explicando que la clave está en los movimientos reali-
zados por la caballería del Ejército de Occidente, a la que pertenecía Reyes.49
Sería absurdo afirmar que el joven Bernardo haya tenido un lugar pro-
tagónico en la historia de las fuerzas republicanas contra la Intervención
francesa y el Segundo Imperio; sin embargo, es preciso decir que gracias
a diversos factores político-militares la carrera militar del jalisciense sentó
profundas raíces y obtuvo un gran cúmulo de experiencias y conocimientos
que le permitieron un ascenso sólido en la jerarquía militar y político-admi-
nistrativa durante el porfiriato.
El primero de esos factores fue, como bien señalan sus biógrafos, sus
relaciones de parentesco. No sólo la gallarda biografía de don Domingo
le sirvió de ejemplo a seguir, sino que los nexos con sus parientes liberales
permitieron su afianzamiento en los gobiernos posteriores a la intervención.
El segundo de esos factores fue, precisamente, su integración a las fuer-
zas republicanas desde los grados inferiores. Aunque nunca fue un simple
soldado de tropa, el joven Reyes ascendió gracias avirtudes propias, esca-
lando grados con acciones de armas y campañas militares victoriosas. Esta
circunstancia le permitió estudiar las realidades del ejército republicano a
través de las décadas, conocimiento que a la postre le llevaría a elaborar, ya
como oficial de alto rango y vasta experiencia, propuestas y reformas a la
estructura y leyes del ejército federal durante el porfiriato. Todo ello para
contribuir a la modernización tanto del ejército como de la nación.

VIII. Bibliografía

Benavides Hinojosa, Artemio, Bernardo Reyes, un liberal porfirista, México,


Tusquets, 2009.
Bryan, Anthony Templeton, Mexican Politics in Transition, 1900-1913: the Role
of General Bernardo Reyes, Lincoln, Nebraska, University of Nebraska, 1969.
León Toral, Jesús de, Historia documental de la Intervención francesa, México,
Secretaría de la Defensa Nacional, 1962.
León Toral, Jesús de et al., El ejército mexicano, Secretaría de la Defensa Na-
cional, 1979.
Franco, María Teresa, “Semblanza”, Guía del Archivo del General Bernardo Re-
yes, 1881-1913, 2 vols., México, Centro de Estudios de Historia de Méxi-
co/Condumex, 1984-1987.
49
Reyna Hinojosa, Ramiro, General Bernardo Reyes ¡presente!, cit., pp. 26 y 27, y 487-491.

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198 ANÍBAL PEÑA

González de Arellano, Josefina, Bernardo Reyes y el movimiento reyista en Mé-


xico, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1982.
Herrera, Octavio, El lindero que definió a la nación. La frontera Norte de lo marginal
a la globalización, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 2007.
Herrera, Octavio, “El general Bernardo Reyes”, en Mientras otros siguen su
camino, Bernardo Reyes, cuéntame a mi tu historia, México, Museo de Historia
Mexicana-Museo Nacional de Historia Castillo de Chapultepec, 2008.
Lartigue, Aurelio, Biografía del general de división Bernardo Reyes. Ministro de Gue-
rra y Marina, Monterrey, Tipografía del Gobierno, en Palacio, 1901.
López Portillo y Rojas, José, Elevación y caída de Porfirio Díaz, México, Li-
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Mendoza Vallejo, Guillermo y Garfias Magaña, Luis, “El ejército
mexicano de 1863 a 1867”, en El ejército mexicano, Secretaría de la Defensa
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Niemeyer Jr., Víctor E., El general Bernardo Reyes, trad. Juan Antonio Ayala,
Monterrey, Centro de Estudios Humanísticos de la Universidad de Nuevo
León, 1966.
Piñera Ramírez, David (comp.), El gobernador Bernardo Reyes y sus homólogos de
la frontera norte, México, Fondo Editorial de Nuevo León, 1991.
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Reyes, acusado del delito de rebelión, México, Tipografía G. A. Serralde, 1912.
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(edición y estudio introductorio), México, Colofón, 2015.
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LA EDUCACIÓN EN LA REFORMA
Y EL SEGUNDO IMPERIO

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LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO Y LAS ESCUELAS


ESPECIALES DURANTE LA ÉPOCA DE LA REFORMA
Y EL SEGUNDO IMPERIO

Tomás Rivas Gómez*

Sumario: I. Introducción. II. Antecedentes. III. Hacia el medio siglo.


IV. La Universidad, las escuelas especiales, la Reforma y el Imperio. V. Con-
sideraciones finales. VI. Bibliografía.

I. Introducción

La educación en México ha sido una preocupación constante para los go-


biernos, de las diversas tendencias y en las diversas épocas de nuestra historia.
La Universidad, en un primer momento Real y Pontificia, y después como
Universidad Nacional, tuvo diferentes niveles de importancia para estos gru-
pos; fue cerrada por los liberales, reabierta por los conservadores cuando
llegaron al poder, vuelta a cerrar por los liberales y confirmado su cierre por
el emperador Maximiliano de Habsburgo. Ante esta situación, se buscó crear
centros de enseñanza que vinieran a sustituirla; a éstos se les denominó “es-
cuelas especiales”. La presente ponencia busca presentar estas escuelas y su
desarrollo, particularmente en la época de la Reforma y el Segundo Imperio,
la importancia que tuvieron, que se vio reflejada en las diversas leyes de edu-
cación publicadas durante este periodo.

II. Antecedentes

La Real y Pontificia Universidad de México dominó el terreno educativo


en la Nueva España desde su fundación en 1553; en ella se estudiaba latín,
retórica, filosofía y teología; después de terminados los estudios preparato-
*
Presidencia del Decanato, Instituto Politécnico Nacional (IPN).

201

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202 TOMÁS RIVAS GÓMEZ

rios se elegia una facultad, ya sea la de Humanidades, Teología, Derecho o


Medicina, para obtener el grado de licenciado o doctor.1 El clero católico, a
lo largo del periodo colonial, estableció diversos colegios, la mayoría encami-
nados a la enseñanza de los niños; a nivel superior solo predominaba la Real
y Pontificia Universidad. A finales del siglo XVIII se crearon dos colegios de
nivel superior equiparables con ésta; uno fue la Universidad de Guadalajara
en 1791, y el otro fue el Real Seminario de Minería en 1792.
Al iniciar el siglo xix, la Nueva España, posteriormente México, contaba
con pocas instituciones educativas, pues esta labor se encontraba en disputa
entre le poder civil y el eclesiástico, quien lo había controlado.2 Un momen-
to importante lo representó el año de 1833: la llegada al poder de Valentín
Gómez Farías, tras la salida temporal de la presidencia de Antonio López de
Santa Anna, trajo consigo las primeras reformas liberales, las cuales en par-
ticular afectaron a la Universidad al suprimirla. José María Luis Mora, como
ideólogo de las reformas, justificó la medida, por considerar a la universidad
como “inútil, irreformable y perniciosa”.3 Estas medidas tenían como meta,
limitar el accionar del clero en la enseñanza. Señala Francisco de Paula de
Arrangoiz que esa era la función de la ley del 19 de octubre de 1833;4 para
algunos autores, significó la implementación de la educación laica.5
Para suplir la ausencia de la Universidad, el gobierno tomó varias dis-
posiciones; la primera fue el establecimiento de la Dirección General de Ins-
trucción Pública, para administrar los establecimientos públicos de enseñan-
za.6 También se crearon seis establecimientos o escuelas para diferentes áreas
del conocimiento; el primero fue el destinado para los estudios preparatorios,
que se ubicó en el antiguo Hospital de Jesús; otro fue el destinado a los “es-
tudios ideológicos y humanidades”, situado en el convento de San Camilo; el

1
Instituto Politécnico Nacional, La educación técnica en México desde la Independencia 1810-
2010, t. I: De la enseñanza de artes y oficios a la educación técnica 1810-1909, México, Instituto
Politécnico Nacional, Presidencia del Decanato, 2011, pp. 43-44.
2
Ibidem, p. 57.
3
Alvarado, María de Lourdes, La polémica en torno a la idea de la Universidad en el siglo xix,
México, UNAM, 1994, p. 92.
4
Arrangoiz, Francisco de Paula de, México desde 1808 hasta 1867, México, Porrúa, 1985,
p. 366.
5
Tanck Estrada, Dorothy, La educación ilustrada 1786-1836: educación primaria en la Ciudad
de México, 2a. ed., México, El Colegio de México-Centro de Estudios Históricos, 2005, p. 81.
6
“Bando. Contiene la circular de la primera Secretaría de Estado del día 19 que inserta
el decreto del mismo día, 21 de octubre de 1833”, en Dublán, Manuel y Lozano, José María,
Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la Independencia
de la República, ordenada por los licenciados Manuel Dublán y José María Lozano, México, Imprenta
del Comercio, 1876, t. II, pp. 564-566.

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LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO Y LAS ESCUELAS ESPECIALES... 203

tercer establecimiento era el de las ciencias físicas y matemáticas, y se instaló


en el Seminario de Minería; el cuarto sería el de Ciencias Médicas, con
sede en el convento de Belén; el destinado para los estudios de Jurispruden-
cia se ubicó en el Colegio de San Ildefonso; el sexto y último fue el dedicado
a las ciencias eclesiásticas, que tuvo por sede el Colegio de Letrán.7
Sin embargo, las críticas y la oposición a las reformas emprendidas por
el vicepresidente Gómez Farías fueron atendidas por el general López de
Santa Anna, quien al reasumir la presidencia suspendió las reformas efec-
tuadas por aquél.8 De esta manera, también se dibujó el destino de la Uni-
versidad, que fue condenada en múltiples ocasiones por sus oponentes y re-
habilitada otras tantas por los conservadores.9 A pesar de ello, el destino de
la Universidad y de las escuelas especiales quedaron definidos justo en el pe-
riodo de la Reforma y el Segundo Imperio, como veremos a continuación.

III. Hacia el medio siglo

Antes de llegar a la época de la Reforma, aun en la década de los cuarenta,


se estableció una escuela, que a la postre resultó también importante en lo
que sería la posterior supresión de la Universidad. En 1843, por decreto del
presidente López de Santa Anna, se estableció la Escuela de Agricultura y
Artes,10 por influencia de Lucas Alamán; esta escuela es el antecedente de la
Universidad Autónoma de Chapingo; se ubicó muy cerca de la Ciudad de
México. Otra escuela importante que se estableció en este periodo fue el Ins-
tituto Comercial y la Escuela Especial de Comercio; el primero se estableció
en octubre de 1845, y fue sostenido por el Tribunal de Comercio de la Ciu-
dad de México.11 Esta escuela fue cerrada por la guerra contra los Estados
Unidos (1846-1848), No fue hasta 1854, con la Ley del 28 de enero, cuando

7
“Bando. Contiene la circular de la primera Secretaría de Estado, del día 23, que se
inserta le decreto de la misma fecha. Erección de establecimientos de instrucción pública en
el Distrito Federal y prevenciones relativas, 26 de octubre de 1833”, en Dublán, Manuel y
Lozano, José María, op. cit., t. II, p. 571.
8
“Circular de la Secretaría de Relaciones. Suspensión de unos establecimientos de ins-
trucción pública y reposición de otros, 31 de julio de 1834”, en Dublán, Manuel y Lozano,
José María, op. cit., t. II, pp. 713-715.
9
Alvarado, María de Lourdes, op. cit., pp. 94 y 95.
10
“Decreto del gobierno. Establecimiento de las escuelas de agricultura y artes, 2 de
octubre de 1843”, en Dublán, Manuel y Lozano, José María, op. cit., t. IV, pp. 610-614.
11
Carreño, Alberto María, “La Escuela Nacional de Comercio y la Escuela Superior de
Comercio y Administración”, Divulgación Histórica, México, vol. IV, año 4, febrero de 1943,
p. 184.

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204 TOMÁS RIVAS GÓMEZ

reabrió sus puertas con el nombre de Escuela Especial de Comercio.12 En ese


mismo periodo se decretó la creación de una escuela de Veterinaria, que se
agregaría a la Escuela de Agricultura; así, se creó así el Colegio Nacional de
Agricultura en 1853.13
La Revolución de Ayutla, que puso fin a la dictadura del presidente
Santa Anna, marcó el inicio de una nueva etapa en la historia del país y de
la educación también; fue trascendente en cuanto a que significó el cierre
definitivo de la Universidad de México. Uno de los clavos del ataúd de la
universidad fue colocado en abril de 1856, cuando se dio a conocer el de-
creto del presidente Ignacio Comonfort, que estableció la Escuela Industrial
de Artes y Oficios.14 El otro clavo lo puso también el presidente Comonfort.
Hablaré de ello a continuación.

IV. La Universidad, las escuelas especiales,


la Reforma y el Imperio

Este clavo fue el decreto dado por el presidente Comonfort el 14 de septiem-


bre de 1857, con el cual se suprimió la Universidad;15 Patricia Galeana consi-
dera que este cierre se debió a que la universidad representaba un foco de la
reacción, además de alimentar a los cuadros de conservadores opositores de
la política del gobierno liberal.16 Esta medida es importante, porque marcó
el cierre definitivo de esta casa de estudios, y por tanto se centró el gobierno
en apoyar a las escuelas especiales. La universidad recibió el tiro de gracia
durante el Imperio de Maximiliano. Los conservadores apostaban a su resti-
tución, pero el emperador tomó otra determinación; suscribió una carta a su
ministro, Manuel Siliceo, donde le propuso hacer una reforma educativa; en
la misiva le señala que “Lo que en la edad media se llamó Universidad a lle-
gado a ser hoy una palabra sin sentido”.17 Por lo tanto, se deben fomentar los

12
“Decreto del gobierno. Se establece la Escuela Especial de Comercio, 28 de enero de
1854”, en Dublán, Manuel y Lozano, José María, op. cit., t. VII, pp. 23-25.
13
“Decreto del gobierno. Se establece el Colegio Nacional de Agricultura, 17 de agosto
de 1853”, en Dublán, Manuel y Lozano, José María, op. cit., t. VI, p. 642.
14
“Decreto del gobierno. Se establece una escuela de artes y oficios, 18 de abril de
1856”, en Dublán, Manuel y Lozano, José María, op. cit., t. VIII, pp. 149-151.
15
“Decreto del gobierno. Se suprime la Universidad de México, 14 de septiembre de
1857”, en Dublán, Manuel y Lozano, José María, op. cit., t. VIII, p. 625.
16
Galeana, Patricia, Las relaciones Iglesia-Estado durante el Segundo Imperio, México, UNAM,
1991, p. 149.
17
El Diario del Imperio, t. I, núm. 136, México, 14 de junio de 1865, p. 557.

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LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO Y LAS ESCUELAS ESPECIALES... 205

estudios superiores y profesionales, y para culminar su obra dio un decreto el


30 de noviembre de 1865, donde ratificó el decreto del presidente Comonfort
de septiembre de 1857,18 pero clausuró definitivamente la universidad.
En este sentido, serán tres las leyes de educación que se publicaron en
este periodo, donde se les dará importancia a las escuelas especiales y, por
consiguiente, la universidad no será ni mencionada; dos de ellas serán pro-
clamadas por el gobierno del presidente Benito Juárez en los años de 1861
y 1867; al otra es la elaborada durante el Segundo Imperio en 1865. En la
primera ley, la de 1861, tuvo un papel relevante Ignacio Ramírez, “El Ni-
gromante”, quien puso en marcha las propuestas del presidente Juárez. En
ésta se contempló la creación y/o adecuación de las siguientes escuelas: la
de Jurisprudencia, de Medicina, de Minas, la de Agricultura, la de Comer-
cio y la de estudios preparatorios como antecedente para ingresar a estas
escuelas que remplazaban a la universidad.19 La Escuela de Artes y Oficios
fue propuesta para seguir funcionando; sin embargo, ante el inminente ini-
cio de las hostilidades de la intervención francesa quedó de nueva cuenta
cerrada.20
Con la llegada de Maximiliano de Habsburgo se inició un periodo dife-
rente para el país, que sólo duró cuatro años; pero en este breve espacio el
monarca intentó hacer varias reformas que mejorarían las condiciones de
vida de los mexicanos. El terreno educativo no fue la excepción (ya señala-
mos lo que hizo respecto a la universidad); en lo concerniente a la educa-
ción superior, su propuesta se plasmó en la Ley de Educación elaborada en
diciembre de 1865 y publicada en El Diario del Imperio en enero de 1866. En
ésta, redactada por el ministro Francisco Artigas, la educación superior fue
contemplada en dos ramas, la de “estudios de facultad mayor que conduce a
una carrera literaria y el de estudios profesionales que conducen a una carre-
ra práctica”. En la primera se encontraban las escuelas de Derecho, de Me-
dicina y de Filosofía; para los estudios prácticos, también se contemplaban
tres escuelas: la Militar, la de Minas y la Politécnica.21 La misma ley apunta:
“Subsistirán, mientras se organizan debidamente, la Escuela de Agricultura

18
Mendoza Ávila, Eusebio, El Politécnico, las leyes y los hombres: reseña histórica de la educación
tecnológica, y recopilación de la legislación educativa en México, México, Secretaría de Educación
Pública, 1975, t. IV, p. 37.
19
“Decreto del gobierno. Sobre arreglo de la Instrucción Pública, 15 de abril de 1861”,
en Dublán, Manuel y Lozano, José María, op. cit., t. IX, pp. 151 y 152.
20
Rivas Gómez, Tomás, “La Escuela de Artes y Oficios. Entre la República y el Impe-
rio”, El Cronista Politécnico, nueva época, año 17, núm. 66, julio-septiembre de 2015, pp. 3-5.
21
El Diario del Imperio, t. III, núm. 313, México, 15 de enero de 1866, p. 63.

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206 TOMÁS RIVAS GÓMEZ

y la de Comercio”.22 Es importante recalcar este punto, porque deja ver que


durante el Segundo Imperio no se cerraron escuelas, como lo ha señalado la
llamada historia oficial, incluso algunas de éstas cambiaron su nombre, como
Escuela Imperial de Minas o Escuela Imperial de Comercio.
El triunfo de la República sobre el Imperio marcó, no la restitución de
las cosas previas a la intervención, sino más bien una nueva etapa en donde
parte de los proyectos del Imperio fueron retomados por el gobierno del
presidente Juárez. Él encargó a su ministro Antonio Martínez de Castro la
elaboración de una ley de educación; éste formó una comisión para tal fin;
la encabezó Gabino Barreda, y contó con la presencia de José Díaz Co-
varrubias, Pedro Contreras Elizalde, Ignacio Alvarado, entre otros; de sus
trabajos resultó la Ley Orgánica de Instrucción Pública, publicada el dos de
diciembre de 1867.23 Ésta representó un gran avance para su tiempo; en ella
se retoman varias de las propuestas de los reformadores de 1833, así como
de la ley de 1861, de la misma manera, algunas ideas expuestas en la Ley de
Educación del Imperio.
Las escuelas especiales serán contempladas a partir del artículo décimo
de la misma; éstas serían la de Ingenieros, de reciente creación, al modifi-
carse la de Minas; otras fueron la de Medicina, Cirugía y Farmacia; la de
Agricultura y Veterinaria; la de Comercio; la de Artes y Oficios.24 Es rele-
vante destacar que estas escuelas se establecieron con las que ya existían;
por ejemplo, de Agricultura y Veterinaria se apoyaba en la creada en 1853,
ya referida, y se ubicó en los terrenos de San Jacinto; la de Ingenieros surgió
al ser modificada la de Minas; las carreras que se impartían fueron las de
ingeniero de minas, ingeniero mecánico, ingeniero civil, ingeniero topógra-
fo, entre otras ingenierías.25 La Escuela de Comercio continuó sus labores,
ahora con el nombre de Escuela de Comercio y Administración; la Escuela
de Artes y Oficios retomaba la propuesta del presidente Comonfort; para
lograr sus objetivos se le concedió, años después, el antiguo convento de San
Lorenzo. Para reforzar esta ley y darle el debido cumplimento, en enero de
1868 se promulgó el reglamento correspondiente.26 Básicamente en éste se

22
Idem.
23
La educación técnica en México…, cit., pp. 225 y 226.
24
“Ministerio de Justicia. Ley Orgánica de Instrucción Pública en el Distrito Federal, 2
de diciembre de 1867”, en Dublán, Manuel y Lozano, José María, op. cit., t. X, p. 194.
25
“Ministerio de Justicia. Ley Orgánica de Instrucción Pública en el Distrito Federal, 2
de diciembre de 1867”, en Dublán, Manuel y Lozano, José María, op. cit., t. X, p. 195.
26
“Reglamento de la Ley Orgánica de Instrucción Pública, 24 de enero de 1868”, “Mi-
nisterio de Justicia. Ley Orgánica de Instrucción Pública en el Distrito Federal, 2 de diciem-
bre de 1867”, en Dublán, Manuel y Lozano, José María, op. cit., t. X, pp. 242-254.

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LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO Y LAS ESCUELAS ESPECIALES... 207

hace alusión a los estudios preparatorios para las distintas escuelas, así como
la duración de los cursos, como los puntos más relevantes del mismo, lo que
reforzó la Ley de Instrucción Pública.27

V. Consideraciones finales

La Universidad de México vivió momentos conflictivos a lo largo del siglo


XIX; fue cerrada y reabierta de acuerdo con el grupo político en el poder,
liberales o conservadores. Su cierre definitivo ocurrió precisamente en el
periodo de la Reforma y el Segundo Imperio; primero el presiente Ignacio
Comonfort la cerró, y, posteriormente el emperador Maximiliano ratificó el
decreto liberal, para sellar el ataúd de la Universidad, que no abriría sus
puertas hasta 1910, con un proyecto completamente diferente presentado
por el ministro Justo Sierra.
Por otro lado, las escuelas especiales o de estudios superiores se fueron
fortaleciendo y consolidando hacia finales del siglo xix; algunas trascen-
dieron el tiempo y llegaron a formar parte de las dos instituciones más im-
portantes del país; es decir, la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM) y el Instituto Politécnico Nacional (IPN). Estos cambios en el tiem-
po, y su incorporación a estas dos instituciones bien merecen un estudio
aparte para comprender su importancia y los aportes que han tenido en el
tiempo, así como comprender a qué escuelas corresponden en la actualidad
y cuáles se asumen como herederas de éstas.

VI. Bibliografía

Alvarado, María de Lourdes, La polémica en torno a la idea de la Universidad en


el siglo xix, México, UNAM, 1994.
Arrangoiz, Francisco de Paula de, México desde 1808 hasta 1867, México,
Porrúa, 1985.
Carreño, Alberto María, “La Escuela Nacional de Comercio y la Escue-
la Superior de Comercio y Administración”, Divulgación Histórica, México,
vol. IV, año 4, febrero de 1943.
Dublán, Manuel y Lozano, José María, Legislación mexicana o colección comple-
ta de las disposiciones legislativas expedidas desde la Independencia de la República, or-

27
Idem.

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208 TOMÁS RIVAS GÓMEZ

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del Comercio, 1876-1877, ts. II, IV, VI, VII, VIII, IX y X.
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Instituto Politécnico Nacional, La educación técnica en México desde la
Independencia 1810-2010, t. I, De la enseñanza de artes y oficios a la educación
técnica, 1810-1909, México, Instituto Politécnico Nacional, Presidencia del
Decanato, 2011.
Mendoza Ávila, Eusebio, El Politécnico, las leyes y los hombres: reseña histórica de
la educación tecnológica, y recopilación de la legislación educativa en México, México,
Secretaría de Educación Pública, 1975, t. IV.
Rivas Gómez, Tomás, “La Escuela de Artes y Oficios. Entre la República
y el Imperio”, El Cronista Politécnico, nueva época, año 17, núm. 66, julio-
septiembre de 2015.
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en la Ciudad de México, 2a. ed., México, El Colegio de México, Centro de
Estudios Históricos, 2005.

Periódico consultado

El Diario del Imperio, México, años 1865 y 1866.

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RECTORES DEL COLEGIO IMPERIAL DE SAN JUAN


DE LETRÁN, DOS INTELECTUALES OLVIDADOS
POR LA HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

Guillermina Peralta Santiago*


Carlos Alberto Gutiérrez García**

Sumario: I. Nota introductoria. II. Rectorado de Luis G. Pastor. III. Rec-


torado de Próspero María Alarcón. IV. Consideraciones finales. V. Fuentes
y bibliografía.

I. Nota introductoria

El Colegio de San Juan de Letrán fue creado en 1548 mediante la aproba-


ción del virrey Antonio de Mendoza, siendo la primera escuela de “primeras
letras” que se fundó en la Nueva España, a cargo de fray Pedro de Gante. Al
inicio recibió el nombre de Colegio de Mestizos, ya que su labor estaba orien-
tada hacia la educación de los niños de dicha clase social, aunque después se
inscribieron también criollos e indios. En 1557 se le añadió el Colegio de Es-
tudios Mayores. En los subsiguientes años siguió sus funciones fundamentales
desde su creación, a la atención de estudiantes de escasos recursos. Tras la
invasión francesa en 1862 y la renuncia de José María de Lacunza al recto-
rado en 1863 al aceptar una invitación para ser parte del nuevo gobierno de
Maximiliano, la institución sería denominada Colegio Imperial de San Juan
de Letrán; tuvo dos destacadas personalidades en el ámbito educativo como
rectores: Luis G. Pastor (junio de 1863) y Próspero María Alarcón (julio de
1863 a agosto de 1867).1

*
Escuela Nacional Preparatoria, UNAM.
**
Facultad de Estudios Superiores FES Acatlán, UNAM.
1
Es probable que Luis G. Pastor, siendo catedrático del Colegio, ocupara el cargo in-
terinamente tras la salida de Lacunza. Posteriormente, en julio de 1863, nombraron rector
a Francisco Javier Miranda y Morfi, pero al estar ausente por ser parte de la comisión que

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210 PERALTA SANTIAGO / GUTIÉRREZ GARCÍA

Tras poner en marcha Maximiliano su plan educativo, el Colegio se


organizaría con base en los propósitos planteados, que consideraban a la
educación como un elemento fundamental para el progreso de la nación,
por lo cual tendría que estar a la vanguardia, y habría de reorganizarse
como las escuelas francesas y alemanas, erradicando la tradición hispánica.
Tendría que ser gratuita y obligatoria, y enfatizaba como una necesidad
en la instrucción la enseñanza de las lenguas prehispánicas y la filosofía,
esencial para ejercitar la inteligencia e indispensable para “conocerse a uno
mismo”.2
Maximiliano formó su equipo de trabajo con los personajes que mi-
litaban en el partido liberal moderado. Para 1864, el Imperio organizó la
educación preparatoria, que sería la base de una educación profesional me-
diante una preparación universal. Se determinó que la Escuela Prepara-
toria para los Estudios Especiales de las Escuelas Imperiales de Minería,
Agricultura, Comercio y Academia de San Carlos. Educación Primaria,
Idiomas y Bellas Artes se dividirían en seis departamentos. Tal medida ga-
rantizaba que los niños y adolescentes se prepararan en grupos acordes a su
edad, para evitar el dominio y superioridad de los mayores, garantizando
su educación de una forma metódica y precisa.3 Bajo este contexto, Luis G.
Pastor asumió el rectorado del Colegio Imperial de San Juan de Letrán.4

II. Rectorado de Luis G. Pastor

Es un personaje muy interesante, que requiere de un estudio amplio y deta-


llado, por sus aportes a la educación. Fausto Ramírez, al hacer un análisis de
la obra de Luis G. Pastor: Iconología ó tratado de alegorías y emblemas, menciona
las dificultades que tuvo para encontrar datos acerca del personaje. Sin em-
bargo, con los pocos datos que él aporta y las indagaciones hechas de manera
personal en el Archivo General de la Nación, en la Hemeroteca Nacional y

ofrecería el trono de México a Maximiliano, ocupó interinamente su lugar Próspero María


Alarcón, lo cual sería hasta el final del Imperio tras la muerte del padre Miranda el 7 de
mayo de 1864. Eulalio Ortega sustituiría al rector Alarcón una vez que Juárez retomaba el
control del gobierno (de agosto a noviembre de 1867).
2
Galeana, Patricia, “Juárez y la educación en México”, en Bertussi, G. T. (coord.), Anua-
rio educativo mexicano. Visión retrospectiva, México, Cámara de Diputados, UPN, Miguel Ángel
Porrúa, 2009, p. 316.
3
El Pájaro Verde, México, 14 de septiembre de 1864.
4
Su sueldo como rector del Colegio Imperial de San Juan de Letrán era de 116.5 ½
mensuales (junio de 1863). Archivo General de la Nación, México, Instrucción Pública y
Bellas Artes, caja 359, exp. 30 (10).

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RECTORES DEL COLEGIO IMPERIAL DE SAN JUAN DE LETRÁN.. 211

en publicaciones del siglo XIX, es posible conocer más sobre su vida y labor.
En su misma obra, Luis G. Pastor indica que fue catedrático de Letrán, don-
de impartió las cátedras de literatura y filosofía, según se anota en la Nómina
de los empleados.5
Gracias a la Guía de forasteros de Mariano Galván, se sabe que también
impartió la clase extraordinaria de latinidad en el mismo Colegio Impe-
rial.6 En 1865 dirigió un prospecto de una “Biblioteca Popular Mexicana,
ó colección de las mejores obras dramáticas, líricas, filosóficas y forenses,
de autores mexicanos”. Tal publicación destinada a conocer lo mejor de la
literatura nacional sería dirigida por Luis G. Pastor, que en su momento era
catedrático de procedimientos judiciales y literatura en Letrán.
En una nota publicitaria del 14 de septiembre de1867, indica que por
dieciséis años se había dedicado al ejercicio del profesorado científico en
dicho Colegio.7 Lo dice en razón de promover una academia de educación
primaria, secundaria y profesional, ubicada en la calle del Puente de Jesús
Nazareno número 7, de la cual era responsable. Menciona que con base en
su labor tuvo ocasión de adquirir, no sólo una larga experiencia de la mane-
ra más propia y eficaz para enseñar provechosamente a la juventud, sino un
conocimiento perfecto de los vacíos de que han adolecido en lo general los
diversos planes de estudio que se han adoptado y de lo que hay que hacer
para corregirlos a favor de los jóvenes educandos
Si bien su propósito era promover su Academia, Luis G. Pastor planteó
una problemática que aún hoy día tiene vigencia, como lo es una enseñan-
za amplia y global de contenidos en los colegios particulares y una serie de
actividades que se orientan a la promoción de conocimientos superficiales y
poco útiles para la formación de los educandos. Y, por otro lado, en el sec-
tor público, señaló la carencia de cátedras, que generaban conocimientos
incompletos y poco propicios para el desempeño profesional, situación que
el mismo habría de haber corroborado en el Colegio de San Juan de Letrán,
sobre todo en los últimos años.

5
Archivo General de la Nación, México, Justicia, Imperio, vol. 58, exp. 10.
6
Galván Rivera, Mariano, Guía de forasteros en la Ciudad de Mégico, para el año de 1854.
Contiene las partes Política, Judicial, Eclesiástica, Militar y Comercial, con autorización del Supremo Go-
bierno y revisada por la Cancillería, Mégico, 1854, p. 159. Registra su domicilio en la calle de San
Camilo núm. 11. En la Colección Lafragua. Corona Cívica 1859-1870, se resguarda un “Discurso
fúnebre en memoria de las víctimas de la independencia, hecho por Luis G. Pastor.28 de septiembre de 1859”.
Fue publicado por la Imprenta de Andrés Baix, a cargo de Miguel Zarnoza, 1859, pp. 8, 9, 15
y 16.
7
El Siglo XIX, México, 16 de septiembre de 1867.

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En 1866 presentó la obra traducida al castellano y anotada por él: Ico-


nología ó tratado de alegorías y emblemas, donde anota ser catedrático de litera-
tura en Letrán. Y 1867 fue el año en el cual dio apertura a su Academia.8
La Iconología de Pastor, indica Fausto Ramírez en su texto “Una Iconología
publicada en México en el siglo XIX” (1866), se ha convertido en una verdadera
rareza bibliográfica. Menciona que sólo conoce un ejemplar, llegado por un
curioso azar a la biblioteca del Instituto de Investigaciones Estéticas, donde
se conserva en el acervo de libros raros.9
En 1868, en La Sociedad Filarmónica Mexicana, Luis G. Pastor era el res-
ponsable de la cátedra de pantomima y declamación: trajes y costumbres.10
También fue maestro de declamación, practicó la poesía de circunstancias,
colaboró en El Renacimiento (1869), dirigido por Ignacio Manuel Altamirano,
donde publicó dos poemas: “En la muerte de la niña Carmen Arellano” y
“¡Fue mentira!”.11
Como partidario del Imperio de Maximiliano fue secretario del Ayun-
tamiento de la Ciudad de México. Su labor en el rectorado de Letrán fue
por muy poco tiempo; no obstante, impulsó de manera notable el proceso
educativo nacional y coadyuvó a mantener el prestigio de la institución.12

III. Rectorado de Próspero María Alarcón

El doctor Próspero María Alarcón y Sánchez de la Barquera nació en la


ciudad de Lerma, Estado de México, en 1825. Inició sus estudios en el Se-
minario Conciliar de México en 1844; fue alumno del bachiller Agustín de
Jesús Torres y Hernández. Estuvo bajo la tutela de su tío materno, el bachiller
Guillermo Sánchez de la Barquera; en ese entonces cura de la parroquia de

8
La obra se realizó en la Imprenta Económica, calle del Puente de Jesús Nazareno
núm. 7, es decir, en su casa y sede de su Academia.
9
Ramírez, Fausto, “Una iconología publicada en México en el siglo XIX”, Anales del
Instituto de Investigaciones Estéticas, México, UNAM, núm. 53, p. 95. La Universidad Autóno-
ma de Nuevo León ofrece el texto completo en su colección digital: Pastor, L. G., Iconología
ó tratado de alegorías y emblemas, t. I, México, Imprenta Económica, calle del Puente de Jesús
Nazareno número 7, 1866, http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080013688/1080013688.PDF.
10
El Monitor Republicano, México, 2 de febrero de 1868.
11
Ramírez, Fausto, op. cit., p. 117.
12
Al concluir su interinato asumió la dirección de la Academia de Literatura en el Co-
legio Imperial de San Juan de Letrán. En años posteriores ocuparía diversos cargos político-
administrativos, laborando como catedrático, fuertemente criticado y acusado por el grupo
liberal en el régimen porfirista, por ser un reaccionario y autor detestable del poema titulado:
Querétaro y Miramar (El Monitor Republicano, 6 de febrero de 1877).

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RECTORES DEL COLEGIO IMPERIAL DE SAN JUAN DE LETRÁN.. 213

San Sebastián en Querétaro. En 1839, al ser trasladado su tío a la parroquia


de Tulancingo, Alarcón concluyó su educación primaria en la escuela del
profesor Marciano Lezama.13
Posteriormente, realizó sus estudios en el Seminario Conciliar en 1844,
donde estudió teología dogmática, escritura sagrada y patrología (estudio de
los autores de la antigüedad que escribieron sobre temas de teología: vida,
obra y doctrina de los padres de la Iglesia) en la cátedra del doctor Ignacio
Vera. Obtuvo el grado de licenciado en filosofía en 1846, con lo cual ya era
catedrático del Seminario Conciliar en 1854. En 1855 fue ordenado sacer-
dote; su primera misa se celebró en la parroquia de San José de la Ciudad
de México, y en 1856 obtuvo el grado de doctor en teología.
Más allá de su carrera eclesiástica, que lo llevó hasta el Arzobispado de
México el 17 de diciembre de 1891, es de destacar su labor en la educación;
tuvo varios establecimientos bajo su manutención, dotados de todos los apa-
ratos y sustancias indispensables para la física y la química, así como de
cartas geográfica, esferas, y cuanto es necesario para la instrucción elemen-
tal. Las materias que se enseñan, además de las prescritas por el programa
oficial, son: moral cristiana, religión e historia sagrada, solfeo y música sa-
grada.14 Reformó el plan de estudios del Seminario y edificó para el mismo
un monumental edificio, al que dotó un observatorio astronómico y de ga-
binetes para el estudio de la física, la historia natural y la química. Fundó y
sostuvo muchas escuelas primarias en la capital y en parroquias foráneas,
y para ellas nombró una junta técnica de vigilancia escolar.15
También fue prefecto de estudios en el Seminario Conciliar, y en enero
de 1864 fue elegido rector del Colegio de San Juan de Letrán, cargo que
ocupó hasta agosto de 1867. Durante el inicio de su gestión solicitó a la Re-
gencia del Imperio que hubiera exámenes cada mes de las materias que se
cursan en él; decía que se tenía erróneamente todos los sábados una función
literaria turnándose por semana todas las cátedras. El curso se desempeña
por un solo alumno elegido por su respectivo catedrático, tal vez con algu-

13
González Fernández, Fidel (coord.), “Alarcón y Sánchez de la Barquera. Próspero Ma-
ría”, Diccionario de Historia Cultural de la Iglesia en América Latina, Consejo Pontificio de Cultura,
2018, https://www.dhial.org/diccionario/index.php/ALARCÓN_Y_SÁNCHEZ_DE_LA_BAR-
QUERA,_Próspero_María.
14
Sánchez Santos, Mariano, Biografía del Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. Arzobispo de Méxi-
co Dr. D. Próspero María Alarcón y Sánchez de la Barquera, México, Talleres de Imprenta y Es-
tereotipía de E. Rivera, Correo Mayor núm. 7, 1902, p. 40, http://cdigital.dgb.uanl.mx/
la/1080024820/1080024820.html.
15
González Fernández, Fidel, op. cit.

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nos meses de anterioridad, sirviendo de muy poco estímulo para las aplica-
ciones de los estudiantes.
En vez de esas funciones literarias llamadas “sabatinas”, a su parecer
debía haber exámenes cada dos meses en todas las cátedras presididos por
el rector, y dirigiendo éste a tres alumnos para que por el espacio de una
hora repartidas entre los mismos fueran “preguntados” sobre las materias
estudiadas en los dos meses transcurridos. Así se conseguiría que los cur-
santes se aplicaran desde el principio del año y que no estudiaran con esa
superficialidad que “se hecha de ver cuando el estudio se ha dejado para los
últimos meses”.
Además, para el mayor estímulo de los discípulos, decía Alarcón, con-
venía que los sinodales que el rector designara para estos exámenes fueran
pasantes de cualquier colegio, prefiriendo a los más aprovechados y gratifi-
cándoseles con un peso en cada examen. Al final del examen, el rector y los
dos sinodales calificarían a los dos examinados, y el resultado se escribiría
en el libro de calificaciones.16
Por otro lado, propuso en enero de 1865 al ministro de Justicia e Instruc-
ción Pública, las personas que desempeñarían las cátedras de dicho colegio.
Para iniciar el año escolar de 1865, Alarcón propuso en noviembre de
1864, reformas en cuanto al orden y aumento de las cátedras que se cur-
saban en el Colegio Imperial de San Juan de Letrán. Tales reformas se
contemplaban en las ramas existentes de jurisprudencia y filosofía. Alarcón
decía que, según el Plan de Estudios de 1844, los alumnos debían aprender
elementos de historia universal y la historia del país, “no habiéndose esta-
blecido jamás estas cátedras”, por lo cual pedía “(…) su establecimiento,
por ser del todo necesaria á los jovenes que se dedican á la carrera de las
letras, y debiendo el profesor de esta cátedra enseñar tambien geografia y
cronología”.17
La respuesta del gobierno sería que se tendrían presentes para el nuevo
plan de estudios que debía establecerse en el Imperio, las indicaciones de
Alarcón, respecto a las cátedras de latinidad e historia. El ramo de filosofía
se quedaría como estaba. De esta manera, Alarcón lograba el restableci-
miento de la cátedra de historia, que si bien había dicho que nunca se ins-
taló, habrá que recordar que ya se había hecho con la loable labor de José
María de Lacunza.
Durante el rectorado de Alarcón, se dice que hubo una anécdota “pa-
triótica”, que fue dada a conocer por el periódico El Tiempo Ilustrado, escrita
16
Archivo General de la Nación, Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 362, exp. 26, 21
de enero de 1864.
17
Archivo General de la Nación, Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 362, exp. 27.

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por Juan de Dios Peza, quien dice que cuando por las calles de la ciudad
sólo se veían soldados franceses, argelinos, austriacos, egipcios y belgas, era
prebendado de la catedral y rector del Nacional Colegio de San Juan de Le-
trán el extinto arzobispo de México. Los lateranenses sentían orgullo de
haber tenido en tiempos anteriores camaradas como Altamirano, Chavero,
Manuel M. Flores, Juan y Manuel Mateos, Juan Díaz Covarrubias, Marcos
Arróniz, Florencio M. del Castillo, y otros muchos que, bajo el rectorado de
Lacunza, se habían distinguido por liberales, y para no desmentir esos an-
tecedentes, se dirigieron al rector, Próspero María Alarcón, a fin de que les
permitiera celebrar el “glorioso aniversario del 5 de Mayo”. El señor Alar-
cón les hizo ver que en el mismo Colegio estaba alojado un destacamento
de gendarmes franceses, del cuerpo que mandaba el barón Thindall; pero
después de admirar su sincero patriotismo, les concedió que conmemoraran
dicho aniversario en un salón interior, a fin de no dar escándalo.
Los colegiales probablemente sabían que el señor Alarcón había decla-
rado, cuando se le pidió firmar un acta de adhesión al Imperio, que él re-
conocía como soberano al sumo pontífice; pero que para su patria deseaba
un gobernante mexicano, y que por esto no firmaría aquella acta. La fiesta
fue memorable, presidida por el propio Alarcón, y dicen que ante el ruido,
fueron unos soldados a verificar, y que no les prmitieron el ingreso hasta que
concluyó la fiesta, y contaban que por este motivo se suprimió el internado,
y a poco se cerró el Colegio.
Alarcón ejerció una labor fundamental para la educación en México,
y demuestra cómo Maximiliano se rodeó de la gente más capaz para su
gobierno, desde una tendencia liberal moderada, como lo demuestran las
acciones de los rectores del Colegio, especialmente de Alarcón: “No extra-
ñe á nadie que al triunfar Don Benito Juárez, en 1867, le enviara a su hijo
Benito para que le enseñara latín y filosofía”.18 Las actividades del Colegio
se mantenían a pesar de las dificultades del país y los ajustes a los planes
educativos. El rectorado de Próspero María Alarcón culminó con la derrota
del Imperio. El 21 de agosto de 1867 se le notificaba a Eulalio Ortega su
nombramiento como nuevo rector, ahora denominado Colegio Nacional de
San Juan de Letrán.
A pesar de este nombramiento, ya había indicios de la próxima desa-
parición del Colegio ante la inminente creación de la Escuela Preparatoria.
Aun así, se solicitaba la apertura de las cátedras.19 El 4 de diciembre apare-

18
El Tiempo Ilustrado, México, 5 de abril de 1908.
19
El Monitor Republicano, México, 14 de septiembre de 1867.

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216 PERALTA SANTIAGO / GUTIÉRREZ GARCÍA

ció una nota en El Correo de México titulada “Mas ruinas”; en ella se mencio-
naba que se estaba derribando el colegio de San Juan de Letrán.

Este monumento nacional fue el primer edifico levantado en la América para


instruir á sus naturales en las artes y en las ciencias; y creemos que debía
conservarse alguna parte de él, dedicada á algun uso público que recordara
su origen.
“La Sociedad Filarmónica quedaría allí muy bien situada, y llenaría el
objeto de nuestro deseo”.20

Lo cual no se consolidó, y su desenlace fue una pérdida irreparable y


lamentable en la historia de la educación en México y para la literatura na-
cional, por su trascendencia en el ámbito pedagógico, y muy especialmente
en el campo de la enseñanza de la historia, además de ser el lugar donde
dio inicio el romanticismo mexicano con los grandes aportes de la Tertulia
“Literaria y Amistosa” o Academia de Letrán, en la que brillaron diversas
personalidades, que si bien no coincidían en sus posturas políticas, tenían en
común su amor por las letras.

IV. Consideraciones finales

El Colegio de San Juan de Letrán fue determinante para la historia de la


educación en México, especialmente en el propósito de atender a los estu-
diantes de bajos recursos y buscar en todo momento, a través de sus rectores
y profesores, una enseñanza acorde con las ideas innovadoras y propositivas
que coadyuvaran a un mejor desempeño de los estudiantes. En ese sentido,
resalta la labor de Luis G. Pastor y Próspero María Alarcón, quienes a través
de su vasta experiencia en el ámbito de la enseñanza pugnaron por mantener
vigente la vida escolar de los lateranos, a pesar de las circunstancias políticas y
los escasos recursos para su manutención, hecho que fue cotidiano a lo largo
de toda la vida del colegio.
Ambas personalidades buscaron consolidar el proyecto educativo impe-
rial y orientar su funcionamiento hacia una mejor organización dentro del
Colegio Imperial de San Juan de Letrán, tanto en lo administrativo como
en lo pedagógico; con base en su amplia experiencia sugirieron formas de
abordar de manera más adecuada las cátedras, así como acciones para re-
organizar y/o reabrir asignaturas que se habían dejado de impartir, pre-

20
El Correo de México, México, 4 de diciembre de 1867.

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RECTORES DEL COLEGIO IMPERIAL DE SAN JUAN DE LETRÁN.. 217

tendiendo que los estudios fueran de beneficio para el futuro desempeño


profesional de los educandos.
Deseamos que esta semblanza de su accionar como rectores propicie
futuras investigaciones, que permitan contribuir a un mejor conocimiento
de sus aportes a la educación en México, y particularmente sobre su labor
en el Colegio de Letrán, que dejaría de existir a finales de 1867, pero que
continuaría en la memoria de sus egresados a través de la creación de la
Asociación Laterana, instalada el 12 de julio de 1868 (fecha en que fue in-
augurado el Colegio de Letrán por fray Pedro de Gante en 1529).
Se requiere mantener viva esa memoria, por haber sido un espacio fun-
damental en la promoción de las artes, la filosofía, la historia, la literatura
y la enseñanza de las primeras letras, entre otras notables aportaciones, de
las cuales fueron partícipes Luis G. Pastor y Próspero María Alarcón en el
gobierno imperial de Maximiliano de Habsburgo.

V. Fuentes y bibliografía

Fuentes

Galván Rivera, Mariano, Guía de forasteros en la Ciudad de Mégico, para el año


de 1854. Contiene las partes Política, Judicial, Eclesiástica, Militar y Comercial, con
autorización del Supremo Gobierno y revisada por la Cancillería, Mégico, 1854.
Pastor, L. G., Iconología ó tratado de alegorías y emblemas, t. I, México, Imprenta
económica calle del Puente de Jesús Nazareno número 7, 1866, disponible
en: http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080013688/1080013688.PDF.
Sánchez Santos, Mariano, Biografía del Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. Arzobispo
de México Dr. D. Próspero María Alarcón y Sánchez de la Barquera, México, Talle-
res de Imprenta y Estereotipía de E. Rivera, Correo Mayor núm. 7, 1902,
disponible en: http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080024820/1080024820.html.

Hemerografía

El Correo de México, México, 4 de diciembre de 1867.


El Monitor Republicano, México, 14 de septiembre de 1867, 2 de febrero de
1868 y 6 de febrero de 1877.
El Pájaro Verde, México, 14 de septiembre de 1864.
El Siglo XIX, México, 16 de septiembre de 1867.

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218 PERALTA SANTIAGO / GUTIÉRREZ GARCÍA

El Tiempo Ilustrado, México, 5 de abril de 190.


La Sociedad. México, 1o. de agosto de 1863.
Archivo General de la Nación (AGN).
Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 362, exp. 26. 21 de enero de 1864.
Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 362, exp. 27.
Instrucción Pública y Bellas Artes, caja 359, exp. 30.
Justicia. Imperio, vol. 58, exp. 10.

Bibliografía

Galeana, Patricia, “Juárez y la educación en México”, en Bertussi, G. T.


(coord.), Anuario educativo mexicano, Visión retrospectiva, México, Cámara de
Diputados-UPN-Miguel Ángel Porrúa, 2009.
González Fernández, Fidel (coord.), “Alarcón y Sánchez de la Barquera.
Próspero María”, Diccionario de Historia Cultural de la Iglesia en América Latina,
Consejo Pontificio de Cultura, 2018, disponible en: https://www.dhial.org/
diccionario/index.php/ALARCÓN_Y_SÁNCHEZ_DE_LA_BARQUERA,_Prós
pero_María
Gutiérrez García, Carlos Alberto, La historia como conocimiento fundamental
en los estudios preparatorianos y superiores de humanidades en el siglo XIX mexicano:
sujetos, didáctica, difusión, política e instituciones (1821-1869), tesis de doctorado
en pedagogía, México, UNAM, 2016.
Ramírez, Fausto, “Una iconología publicada en México en el siglo XIX”,
Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, México, UNAM, núm. 53, 1983.

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Derecho, guerra de reforma, intervención francesa y segundo imperio.
A 160 años de las Leyes de Reforma, editado por el Instituto de
Investigaciones Jurídicas de la UNAM, se terminó de im-
primir el 31 de enero de 2020 en los talleres de Lito Roda,
S. A. de C. V., Escondida núm. 2, Volcanes, Tlalpan, 14640
Ciudad de México, tels. 55 5655 2013. Se utilizó tipo Bas-
kerville en 9, 10 y 11 puntos. En esta edición se empleó papel
book cream 70 x 95 de 60 gramos para los interiores y cartu-
lina couché de 250 gramos para los forros. Consta de 300
ejemplares (impresión digital).

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