A 500 Anos de La Fundacion de La Ciudad de Mexico
A 500 Anos de La Fundacion de La Ciudad de Mexico
A 500 Anos de La Fundacion de La Ciudad de Mexico
DE LA CIUDAD DE MÉXICO
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS
Serie Estudios Jurídicos, Núm. 361
COORDINACIÓN EDITORIAL
VII
VIII CONTENIDO
A MANERA DE INTRODUCCIÓN.
CONMEMORACIÓN DE VERACRUZ
A MANERA DE INTRODUCCIÓN 3
A MANERA DE INTRODUCCIÓN 5
I. Introducción
3
Díaz del Castillo, op. cit., pp. 8 y 9.
4
Ibidem, p. 9. Michel Antochiw ha rebatido la idea de que éste haya sido el
principal objetivo de la expedición; para él, “La magnitud de la empresa dirigi-
da por Francisco Hernández de Córdoba en 1517, no representaba una simple
partida para capturar esclavos y explorar, sino más bien una expedición formal
de conquista que se apoyaba en el conocimiento previo de la existencia de estas
tierras”. Véase Antochiw, Michel, Historia cartográfica de la península de Yucatán,
ta de que una de las naves había sido fiada por Velázquez, éste
pretendía que los indígenas que se lograran capturar servirían
para pagarla. La necesidad de asirse de esclavos era imperiosa,
debido a que en Cuba no había población nativa suficiente para
satisfacer la mano de obra en las minas, como bien apuntaron los
cronistas fray Diego de Landa y Francisco López de Gómara.5
Con la autorización del gobernador Diego de Velázquez, y
después de comprar tres navíos, de conseguir a los pilotos que ha-
brían de guiar cada uno de ellos, de abastecer los barcos con los
insumos y alimentos necesarios, todo quedó listo para emprender
el tan esperado viaje hacia aquellas tierras desconocidas que an-
helaban descubrir; mas todo era incierto, no había seguridad de
que las encontrarían.
Fue así como el 8 de febrero de 1517 la flota al mando de
Hernández de Córdoba zarpó del puerto de Araujo, al parecer
cercano al de Santiago de Cuba.6 No se habían alejado mucho de
esta isla cuando el clima jugó una mala pasada a la expedición:
una tormenta que se postergó por un par de días ocasionó que
ésta perdiera el rumbo, por lo que se vio obligada a cambiar la
ruta que previamente habían trazado; esto no quiere decir que
la suerte le fuera adversa; por el contrario, ya que este incidente
llevó a los peninsulares a encontrar las deseadas tierras. ¡Los aza-
res de la navegación!
Fue así como después de veintiún días de singladura, la tripu-
lación distinguió en el horizonte tierra firme, tierra que en pala-
Pres. Jorge Salomón Azar García, México, Gobierno del Estado de Campeche,
Grupo Tribasa, 1994, p. 89.
5 Landa, Diego de, Relación de las cosas de Yucatán, Intro. Ángel María Ga-
ribay, México, Porrúa, 1986, p. 7, y López de Gómara, Francisco, Historia de la
conquista de México, pról. Jorge Gurría Lacroix, República Bolivariana de Vene-
zuela, Fundación Biblioteca Ayacucho, 2007, p. 13. La primera de estas obras
fue escrita originalmente en 1566, mientras que la segunda, en 1522; debemos
resaltar que sólo de estos dos cronistas, sólo el fraile Landa, estuvo en el conti-
nente americano.
6 Landa, op. cit., p. 7
bras del soldado Díaz del Castillo “jamás había sido descubierta
no se había tenido noticia de ella hasta entonces”.7 No se equivo-
có en su apreciación este personaje, ya que junto con este avista-
miento distinguieron “un gran pueblo”, por el número de perso-
nas que vieron en aquél. Es evidente que la impresión no sólo se
dio entre los españoles, sino que también debió de generarse en
los habitantes de ese pueblo, al que la tripulación llamó el “Gran
Cairo”.8 El contacto entre europeos y los habitantes de aquellas
tierras tardó en ocurrir; los indígenas se acercaron a los recién
llegados en sus “piraguas”, es decir, en canoas; inclusive se tienen
referencias de que algunos de ellos subieron a la nao capitana.
Ahora bien, varias fueron los elementos que llamaron la
atención de los españoles de los pueblos que habitaban las tierras
recientemente descubiertas. En primer lugar, que sus moradores
cubrían sus cuerpos, es decir, que iban vestidos, situación que
no ocurría con los nativos de las islas caribeñas, que tenían por
costumbre el estar desnudos. Fue tal el asombro que esto causó
en Bernal Díaz de Castillo, que años más tarde lo registró en su
Historia verdadera de la siguiente manera:
10
Ibidem, p. 14.
11
Actualmente Champotón, Campeche.
había venido, sino que lo hizo por Florida, punto en donde es-
peraba conseguir el vital líquido, el que, en efecto, obtuvo no sin
algunos incidentes; así, todo estaba listo para regresar a Santiago.
Lo anterior no significó que el viaje se verificara con tranquili-
dad; por el contrario, fue accidentado, pues casi para llegar a la
isla caribeña se averió la nave capitana.
Una vez en Cuba, Francisco Hernández de Córdoba infor-
mó a Diego Velázquez del descubrimiento de las tierras de lo que
hoy conocemos como la península de Yucatán, de las que le in-
dicó tenían grandes poblaciones, así como “tanto oro y labranza
de maizales”.12 En este punto es pertinente mencionar que a los
pocos días de haber llegado a Cuba y rendir su informe referido,
Hernández de Córdoba falleció como consecuencia de las heri-
das de guerra que había sufrido durante la expedición.13
rían parte de la empresa de Grijalva, sino que años más tarde tendrían un papel
destacado en la conquista de Tenochtitlan y otros pueblos del norte y sur del
área mesoamericana, como Pedro de Alvarado, Francisco de Montejo y Alonso
Dávila.
15 Landa, op. cit., p. 8, y Díaz del Castillo, op. cit., p. 31.
16 Díaz del Castillo, op. cit., p. 32.
17 Para tal efecto véase Yáñez, Agustín, “Itinerario de Juan de Grijalva”, en
Crónicas de la conquista, México, UNAM, Dirección General de Publicaciones,
1993, p. 1.
18 “Itinerario de la Armada del Rey Católico a la Isla de Yucatán, en la
India, el año de 1518, en la que fue por Comandante y Capitán Genera Juan
de Grijalva. Escrito para su Alteza por el Capellán Mayor de dicha armada”,
en Crónicas de la conquista, op. cit., p. 4.
19
Díaz del Castillo, op. cit., pp. 35 y 36.
20
“Itinerario de la Armada del Rey Católico…”, op. cit., p. 18.
21
Díaz del Castillo, op. cit., p.
22
Ibidem, pp. 45-48.
Cuba con el oro, ropa y dolientes, y con entera relación de lo que habíamos
descubierto. El gobernador vio el oro que llevaba Alvarado, que como estaba
en joyas parecía mucho más de lo que era”.
V. Bibliografía
NATURALEZA Y MARCO
HISTÓRICO-JURÍDICO DE LA CIUDAD DE MÉXICO
EN LOS INICIOS DEL SIGLO XVI
I. Consideración introductoria
21
Hace casi setecientos años, para ser precisa 696 años, en el siglo
XIV, se dio origen a Tenochtitlan en medio del lago de Texco-
co, considerada como una de las ciudades más importantes en
el mundo: México-Tenochtitlan, capital de imperio mexica, que
llegó a tener una mayor cantidad de habitantes que una ciudad
europea, incluso, que las de hoy en día, ya que la población de
México-Tenochtitlan era superior a los quinientos mil habitantes.
A ese respecto, la fundación de Tenochtitlán principia espe-
cíficamente en 1325, producto de una profecía, en donde los az-
tecas, conforme a su dios Huitzilopochtli, debían encontrar una
hermosa águila sobre un nopal, con las alas extendidas, y alre-
dedor tendrían que existir muchas plumas de los colores verde,
azul, rojo, amarillo y blanco provenientes de pájaros, y sobre di-
chas plumas estaría posada una hermosa águila; así, ello sería o
se trataría del lugar donde tendrían que construir una ciudad con
el nombre de Tenochtitlan.
Asimismo, y de acuerdo con la citada profecía, el águila
encontrada ahí tenía como origen el corazón del hijo de una
hechicera llamada Copil, que fue aventado en una piedra, y
en esa piedra nació el nopal en donde se posó la espectacular
águila. Con relación a lo anterior, nadie hubiera podido ima-
ginar que este símbolo perduraría por más de 696 años como
el escudo nacional de una patria con millones y millones de
habitantes como es México o Estados Unidos Mexicanos o Re-
pública mexicana.
Los primeros habitantes (mujeres y hombres) pertenecían a
siete tribus que salieron de cuevas, y que provenían de Aztlán
(“Lugar de las Garzas”); éste era un lugar en el norte, pero hasta
nuestros días se desconoce su ubicación exacta.
De acuerdo con la leyenda, las siete tribus caminaron años y
años hasta encontrar el lugar que señaló la profecía de Huitzilo-
pochtli; esto es, a los límites del lago de Texcoco, justo en medio
de un islote al centro de dicho lago.
La elección de dicho sitio fue excepcional, porque su aisla-
miento natural tenía ventajas militares y económicas. Esta región
era dominada por el señorío de Azcapotzalco. Los últimos pobla-
dores en arribar fueron los mexicas, fundándose la más grande
metrópoli, junto con sus aliados de Tlacopan y Texcoco, los cua-
les dominaron cerca de 300,000 km cuadrados.
Como marco jurídico en esa época se encuentra el Códice
Mendocino, que muestra la escena en la que empieza a cimen-
tarse la capital del imperio más poderoso de Mesoamérica, con
una extensión de casi 15 kilómetros cuadrados; con 300 mil habi-
tantes, aunque este número aumentaba hasta 700 mil, contando
a las poblaciones que la iban rodeando; su traza estaba formada
por una red geométrica de canales en un cuadrilátero de tres ki-
lómetros por lado con superficie de casi mil hectáreas.
A ese respecto, Tenochtitlan no era la única ciudad en el valle
de México, sino que existía el Imperio de las Tres Cabezas: Tex-
6
HistoriaCDMX ~ Caminando por la Ciudad (shernandezg.blogspot.com),
consultada el 10 de febrero de 2021.
7 WikiMexico - México y el mundo en el siglo XVI, consultada el 14 de
febrero de 2021.
13
“La Plaza Mayor de la ciudad de México en los siglos XVI y XVII”,
Arqueología Mexicana (arqueologiamexicana.mx), consultada el 15 de febrero de 2021.
14 #CULTURA “Epidemias en el siglo XVI, una «catástrofe demográfica»
en México”, IBERO, consultada el 15 de febrero de 2021.
15
“La Plaza Mayor de la ciudad de México en los siglos XVI y XVII”,
Arqueología Mexicana (arqueologiamexicana.mx), consultada el 15 de febrero de
2021.
16
#CULTURA “Epidemias en el siglo XVI, una «catástrofe demográfica»
en México”, IBERO, consultada el 15 de febrero de 2021.
17
Disponible en: 5.pdf (unam.mx), consultada el 12 de febrero de 2021.
18
Disponible en: https://t.co/drhobdS8jB, consultada el 3 de febrero de 2021.
19
Saber y poder en México. Siglo XVI al XX (unam.mx), consultada el 14
de febrero de 2021.
I. Síntesis
*
Facultad de Derecho, Universidad Nacional Autónoma de México.
35
El que hace las leyes debe amar a Dios, y temerle y tenerlo ante
sus ojos mientras las hace, para que sean derechas y cumplidas,
debe amar la justicia y el procomunal de todos y entender del de-
recho del tuerto y no debe tener vergüenza en mudar o enmendar
sus leyes, cuando otros le mostraran la razón para hacerlo pues
gran derecho es el de enderezar cuando erraren los demás, que lo
sepa hacer consigo mismo.4
Viendo que la gente que yo traje de España y otra mucha que por
acá había ociosa no se ocupaban en servir a vuestra majestad, y
que yo gastaba el tiempo mal gastado, comuniqué con los Oido-
res, que sería bien emplearlos en algo (...) y así fue acordado que
se debía de enviar a poblar unas provincias que había muchos
días que yo las tenía descubiertas y pacíficas, y que llevasen ins-
trucción suya de lo que había de hacer, y así fueron y yo envié por
capitán con ellos a don Luis de Castilla (...) y cuando llegaron a
aquellas provincias hallaron que Nuño de Guzmán, que había ido
huyendo de esta ciudad, por no dar cuenta del tiempo que tuvo
por cargo de presidente, no había podido hallar paso para pasar
adelante, y volvióse (...).11
sea con aquella riguridad y aspereza que suelen tratar los otros esclavos si no
con amor e blandura lo más que ser pueda para mejor inclinados a las cosas de
nuestra santa fe católica”. Ordenanzas Reales para el buen regimiento y tratamiento de
los Indios (Leyes de Burgos), concedidas el 27 de enero de 1512 para la isla Española; el 23
de enero 1513 para las islas de Puerto Rico. Ordenanzas reales sobre los indios (las leyes de
1512-13), estudio y edición por Antonio Muro Orejón, Sevilla, Consejo Supe-
rior de Investigaciones Científicas, Escuela de Estudios Hispano-Americanos,
1957, pp. 417-471.
11 Hernán Cortés, de la Carta al Emperador Carlos, 20 de abril de 1532.
Cfr. Martínez, José Luis, Hernán Cortés, México, Fondo de Cultura Económica,
2013, p. 474.
Para empezar, Vitoria atacó la teoría de que los indios eran es-
clavos por naturaleza, al observar que los informes empíricos
enviados desde Perú y México, atestiguaban que los naturales
de aquellos países eran racionales, poseían propiedades y leyes
y eran gobernados por monarcas debidamente constituidos. El
hecho de que los reyes fueran idólatras no ofrecía ningún motivo
para despojarlos de su autoridad.18
16 Vitoria O. P., Francisco de, Doctrina sobre los indios, ed. facsimilar, trans-
cripción y traducción de Ramón Hernández. (Los Dominicos y América), Sala-
manca, Editorial San Esteban, 1989, p. 62.
17 Brading, David, Orbe indiano: de la monarquía católica a la Republica criolla,
1492-1867, México, Fondo de Cultura Económica, 1992, p. 102.
18 Ibidem, p. 103.
19 “Escritor y reformador probablemente nacido en Hipswell cerca de Ri-
chmond, en Yorkshire, 1324, fallecido en Lutterworth, Leicestershire, 31 dic.,
1384. (…). Sus primeros escritos son principalmente lógicos y metafísicos.
20
Vitoria, op. cit., p. 74.
21
Ibidem, pp. 74 y 75.
22
Brading, op. cit., p. 103.
23
Vitoria, op. cit., p. 74.
24
Ibidem, p. 84.
25
Verdross, op. cit., pp. 146-148.
aquel que los ocupa (...) Ahora bien, los bienes de los indios no
carecen de dueño; por tanto, no caen bajo este título (...) Es igual
que si ellos nos hubieran descubierto a nosotros.30
30
Vitoria, op. cit., p. 84.
31
Gómez Robledo, op. cit.
15. Otro título puede ser por la tiranía, o de los mismos se-
ñores de los bárbaros, o también por las leyes tiránicas que inju-
rian a los inocentes, sea porque sacrifican a hombres inocentes
32
Vitoria, op. cit., p. 105.
o porque matan a otros sin culpa para comer sus carnes. Digo
también que sin autoridad del Pontífice pueden los españoles pro-
hibir a los bárbaros toda costumbre y rito nefasto, porque pueden
defender a los inocentes de una muerte injusta. Esto se prueba,
porque Dios mandó a todos cuidar de su prójimo, y todos ellos
son prójimos; luego cualquiera puede defenderles de tal tiranía y
opresión, y esto corresponde sobre todo a los príncipes. También
se prueba por Prov. 24, 11: «Salva a los que lleven a la muerte, y a
los que son llevados al degolladero no dejes de librarlos.» Esto no
solo se entiende del acto de ser conducidos a la muerte, sino que
también pueden obligar a los bárbaros a que cesen en tal rito; y si
no quieren, por esta razón pueden hacerles guerra y perseguirles
con los derechos de guerra. Y si de otra manera no puede quitar-
se el sacrílego rito, pueden cambiar a los señores e introducir un
nuevo principado... Y no obsta que todos los bárbaros consientan
en estas leyes y sacrificios, y no quieran ser librados de ello por los
españoles; pues en esto no son de tal modo sui iuris que puedan
entregarse a si mismos o a sus hijos a la muerte. Y este puede ser
el quinto título legítimo.
16. Otro título puede ser, por verdadera elección voluntaria
como si estos bárbaros, comprendiendo la prudente administra-
ción y la humanidad de los españoles, quisieran en adelante tomar
como príncipe al rey de España, tanto los señores como los otros.
Pues esto puede hacerse y sería titulo legítimo y de ley natural. Pues
cada República puede constituir para sí a su señor, sin que para
ello sea necesario el consentimiento de todos, ya que parece bastar
el consentimiento de la mayor parte; pues como en otra parte se
discutió, en lo que afecta al bien de la República se observa lo que
se establece por la mayor parte, aunque otros lo contradigan, pues
en otro caso nada podría hacerse en utilidad de la República, por
ser difícil que todos convengan en una opinión. De donde, si en
alguna ciudad o provincia la mayor parte fueren cristianos y ellos,
en favor de la Fe y por el bien común, quieren tener un príncipe
cristiano, creo que pueden elegirlo, aun con la oposición de otros,
dejando a los otros señores infieles. Y digo, que pueden elegir prín-
cipe no sólo para ellos, sino para toda la República...33
33
Ibidem, pp. 102 y 103.
35
“Carta de Fray Toribio de Motolinía al Emperador Carlos V, 2 de enero
de 1555”, en Colección de documentos para la historia de México, t. I, Publicada por
Joaquín García Icazbalceta. Edición digital a partir de la edición de Joaquín
García Icazbalceta, México, Librería de J. M. Andrade, 1858. Edición facsímil:
México, Porrúa, 1980. Digitalizado por Cervantes Virtual en: http://www.cer-
vantesvirtual.com/servlet/SirveObras/68048408217915506322202/index.htm.
V. Conclusiones
VI. Bibliografía
I. Introducción
*
Instituto de Investigaciones Filológicas, Universidad Nacional Autónoma
de México.
59
1 Para más información sobre la materia véase Martínez Torres, José An-
tonio, Prisioneros de los infieles. Vida y rescate de los cautivos cristianos en el Mediterráneo
musulmán (siglos XVI-XVII), Barcelona, Bellaterra, 2004, 224 p.
2 No se conoce con certeza el número de náufragos españoles que vivían
en la península de Yucatán a inicios de 1519. Procedían del Darién, en el istmo
panameño, y habían naufragado en el litoral de Jamaica a inicios de 1512. Los
mayas de la costa oriental de Yucatán los repartieron entre sí y probablemente
sacrificaron a algunos. Tampoco se sabe con certeza cual fue la categoría social
en la cual vivieron dentro de la sociedad maya yucateca del posclásico terminal.
Jerónimo de Aguilar, el único que pudo incorporarse a la hueste muy proba-
blemente fue un h-k’os, es decir, una especie de sirviente. Mientras que Gonzalo
Guerrero, el otro náufrago que pasó a la historia, fue un hombre libre y un
guerrero. Por tanto, no debe entenderse el “cautiverio” como la realidad de sus
vivencias entre los mayas, sino como la interpretación que hicieron sus con-
temporáneos sobre ellas bajo la luz de la categoría del derecho castellano del
“cautivo”. Para más información véase Conover Blancas, Carlos, Del buen cautivo
y del mal salvaje: naufragios y cautiverios de Jerónimo de Aguilar, México, UNAM/CE-
PHCIS, 2013, pp. 83-94, 117-123.
los mayas salvaron sus vidas Los naturales repartieron a los infortunados entre
las diferentes unidades políticas de la región, por lo que Jerónimo de Aguilar
se transformó en sirviente de un sacerdote pagano del macroasentamiento Tu-
lum-Tancah. Siete años después, Jerónimo de Aguilar logró incorporarse a la
expedición de Hernán Cortés cuando su armada estaba en la isla de Cozumel.
El náufrago se desempeñó como intérprete durante la conquista del imperio
mexica al lado de la famosa Malintzin. Tras el triunfo sobre los mexicas, se casó
con Elvira Toznenitzin, una mujer noble del señorío tlaxcalteca de Tepeyanco,
y gozó de varias encomiendas. No se conoce con certeza la fecha de su muerte,
pero ocurrió entre 1530 y 1535. Para todos los detalles sobre el rescate de Agui-
lar, véase Conover, cit., pp. 95-103.
6 Este tipo de juicio tuvo sus orígenes en el derecho romano, y fue definido
en las Siete Partidas del rey Alfonso X. De manera más específica, fue abordado
en la partida 3, título 4, ley 6. Las Siete Partidas de Alfonso El Sabio, Guadala-
jara, Colegio de Notarios del Estado de Jalisco, 2009, p. 103, versión digital
disponible en: https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/8/3588/2.pdf. El
juicio de residencia fue regulado posteriormente por otras leyes, entre las cuales
destacan el Ordenamiento de Alcalá de 1348, las Cortes de Toledo de 1480 y
dos (1485-1547)”, Péndulo: Revista de Ingeniería y Humanidades, núm. 29, 2018, p. 70.
10 Miralles Ostos, Juan, Hernán Cortes: inventor de México, México, Tusquets,
2001, publicación en formato electrónico disponible en línea.
11 El mismo conquistador se embarcó en 1535 rumbo al Septentrión, y fun-
dó un establecimiento en la bahía de La Paz (Baja California Sur). Para todos
los detalles sobre los viajes cortesianos al Pacífico véase León-Portilla, Miguel,
Hernán Cortés y la Mar del Sur, 2a. ed., Madrid, Algaba Ediciones, 2005, 214 p.
45. Ítem: si saben que los naturales desta isla dijeron e avisaron al
dicho don Hernando Cortés, quen la tierra que se llama Yucatán,
estaban dos cristianos que había mucho tiempo que habían apor-
tado allí en una barca, e que un señor de aquella tierra los ternía
e se servía dellos como cabtivos.
46. Ítem: si saben quel dicho don Hernando Cortés rogó a los
dichos indios de la dicha isla de Cozumel, que inviasen algunos
dellos en canoas a la otra tierra de Yucatán, e llevasen una ca-
sulla a aquellos cristianos que decían que allí estaban; los cuales
dijeron, que no osarían ir, porquel señor en cuyo poder estaban,
los mandaría matar si lo sopiese. E si saben quel dicho don Her-
nando Cortés les dio ciertas cosas de resgate, porque fuesen, e invió
con ellos un bergantín e dos barcas, los cuales estovieron en la
51. Ítem: si saben que los dichos españoles e indios que fueron en
la canoa, llegaron a tierra e vieron que vernían en ella los mensa-
jeros que dicho don Hernando Cortés había inviado con la carta
a los españoles questaban captivos entre los indios, e con ellos el
uno de los dichos españoles, que se llamaba Gerónimo de Aguilar,
el cual vernía desnudo, con un arco e unas flechas en la mano, e
no les acertaba a hablar en nuestra lengua; e ansí le trujeron antel
dicho don Hernando Cortés; e deste español se sopo, como él e
otros se habían perdido atravesando dende la Tierra Firme a las
islas, en unos bajos que se llamaban las Víboras, cerca a la isla
de Jamaica, en un navío de un Francisco Niño, piloto, natural de
Moguer; e que en la barca se habían metido los quen ella copie-
ron, y el tiempo les había traído a la punta de Yucatán; e cuando
llegaron se habían muerto más de la mitad por la mar, e de sed e
de hambre, en la barca; e los que llegaron vivos, que serían hasta
ocho o nueve, llegaron tales, que si los indios no los remediaran,
Javier, “La normativa sobre los prisioneros y los cautivos en la España cristiana
medieval”, Revista de Estudios Histórico-Jurídicos, XXXII, pp. 298-306.
la unión del amor pasa y vence el linaje y todas las otras cosas,
así es mayor la aflicción y el pesar cuando se separan. Donde por
todas estas aflicciones por otras muchas que sufren son llamados
con derecho: cautivos, porque esta es la mayor desgracia que los
hombres pueden tener en este mundo.21
21
Partida segunda, título XXIX, ley I. Las Siete Partidas de Alfonso El Sabio,
pp. 338 y 339, versión digital disponible en: https://biblio.juridicas.unam.mx/bjv.
22 Cabe mencionar que las definiciones dadas en las Siete Partidas de “pre-
sos” y “cautivos” tuvieron un impacto en la historia de la lengua castellana.
La palabra “cautivo” se generalizó para nombrar al cristiano apresado por los
practicantes de otra religión. Chaulet, Rudy, “Figuras del cautivo: evolución del
uso de la palabra desde la Antigua Roma hasta la España moderna”, en Cam-
pagno, Marcelo et al. (eds.), Rapports de subordination personnelle et pouvoir politique
dans la Méditerranée antique et au-delà. Buenos Aires, du 31 août au 2 septembre 2011.
Actes du XXXIVe Colloque International du GIREA. III Coloquio Internacional del PEFS-
CEA, Besançon, Presses Universitaires de Franche-Comté, 2013, pp. 253-269.
23 Calderón Ortega, José Manuel y Díaz González, Francisco Javier, op. cit.,
p. 11.
24 Partida segunda, título XXIX, ley II. Las Siete Partidas de Alfonso El Sabio,
pp. 339-340, versión digital disponible en: https://biblio.juridicas.unam.mx/bjv.
título XXX. Las Siete Partidas de Alfonso El Sabio, pp. 348-351, versión digital
disponible en: https://biblio.juridicas.unam.mx/bjv.
28 Calderón Ortega, José Manuel y Díaz González, Francisco Javier, “La
intervención de alfaqueques y exeas en el rescate de cautivos durante la Edad
Media”, Anales de la Facultad de Derecho, núm. 28, 2011, p. 151.
29 Porras Arboledas, Pedro Andrés, “La obligación de rescatar cautivos y
la orden de Santiago (1517-1535)”, Hispania Sacra, vol. LXIX, núm. 139, 2017,
pp. 195-219.
30 León Cázares, María del Carmen, Reforma o extinción: un siglo de adaptacio-
nes de la Orden de Nuestra Señora de la Merced en Nueva España, México, UNAM/IIF/
CEM-IIH, 2004, pp. 17-22.
31 Ríos Saloma, Martín, “La frontera entre cristiandad e islam: un modelo
para el estudio de las realidades medievales en la península ibérica”, en Kume,
Junko (ed.), Beyond the Seas: A Medievalists’ Meeting in Tokyo, Tokyo, Tokyo Uni-
versity of Foreing Studies-Institute for Global Area Studies, 2019, p. 53. El
pago del rescate por un cautivo era una práctica que remonta sus raíces a la
antigüedad. Los romanos establecieron el pago de un rescate como una de las
principales maneras de liberar a los soldados hechos cautivos por los enemigos.
El Senado era el responsable de decidir sobre el rescate de los soldados, y de
gestionar los recursos públicos necesarios para el pago, durante la época de la
Republica. El emperador fue el encargado de realizar el rescate de los cautivos
durante la época del Imperio. Hernández Tejero, Manuel, “Aproximación his-
tórica al origen del ius postliminii”, Gerión, núm. 7,1989, p. 58.
32 Cabrera Muñoz, Emilio, “Cautivos cristianos en el reino de Granada du-
rante la segunda mitad del siglo XV”, en Segura Graíñ, Cristina (ed.), Relaciones
exteriores del Reino de Granada: IV del Coloquio de Historia Medieval Andaluza, Madrid,
Instituto de Estudios Almerienses, 1988, p. 231.
general sus bienes raíces. De igual modo, era usual que pidieran
préstamos, cuyos intereses anuales solían ser superiores al 30%.33
Cuando esto no era suficiente, se recurría a mandas testamenta-
rias, se pedía ayuda económica a las cofradías religiosas y al con-
sejo municipal, y se tramitaba un permiso para pedir limosna.34
Conforme a todo lo anterior, Hernán Cortés incluyó las pre-
guntas sobre el rescate de Jerónimo de Aguilar en su juicio de re-
sidencia para demostrar que había procurado cumplir esta obli-
gación establecida en las Siete Partidas, de modo específico con
las tres primeras leyes del título XXIX de la partida segunda. De-
finió a los náufragos españoles que vivían en Yucatán como cau-
tivos en la pregunta 45, conforme a la ley primera. Expresó que
emprendió acciones para su rescate en la pregunta 46, conforme
a las leyes segunda y tercera. Incluso, en la misma pregunta men-
cionó los auxiliares para realizar el rescate: los dos comerciantes
cozumeleños que conocían la ubicación de los infortunados; un
rescate, es decir, un pago para lograr la libertad de los españoles;
y un destacamento de soldados que atravesó el canal de Cozumel
a bordo de una embarcación menor para esperar a los mayas.
De todos estos auxiliares, los más importantes fueron los comer-
ciantes mayas. No es casualidad que se aluda a ellos de nuevo en
la pregunta 51. Por el contrario, la mención intenta demostrar
que gracias a su intermediación el capitán general culminó la
redención.
IV. Conclusiones
V. Bibliografía
Documentos editados
Artículos y libros
I. Introducción
81
1 Casas, Bartolomé de las, fray, Historia de las Indias, México, Fondo de Cul-
tura Económica, 1986, vol. 2, pp. 594-600.
2 Gerbi, Antonello, De la naturaleza de las Indias nuevas. De Cristóbal Colón
a Gonzalo Fernández de Oviedo, trad. de Antonio Alatorre, México, FCE, 1992,
562 p.
3 Barandica Martínez, Luis Abraham, Los oficiales de las Coronas castellana y
lusitana en los enclaves ibéricos en el sureste asiático desde las primeras expediciones hasta la
década de 1620, tesis de doctorado en historia, México, UNAM, 2008, pp. 15-27.
4 Elcano, Juan Sebastián, Maximiliano Transilvano y otros, La primera vuelta
al mundo, Madrid, Mirtaguano-Polifemo, 1989, 187 p.
5 Barandica Martínez, Luis Abraham, De la Nueva España hacia las Islas del
Poniente: la organización y viaje de los participantes en la expedición marítima al man-
do de Ruy López de Villalobos, 1542-1549, tesis de maestría en historia, México,
UNAM, 2004, p. 84.
6 “Orden a Audiencia México para que pague los gastos del apresto de la
armada a Cortés”, Archivo General de Indias (AGI), Patronato, 43, N.2, R.7.
7 “El Estado y Marquesado del Valle sobre la satisfacción de lo que erogó
Palacios Rubios realizó algunos pagos y tomó los recibos de los ma-
rineros y soldados de la armada, mientras que García de Llerena
recibió varias ordenes de pago de Cortés para satisfacer los co-
bros de marineros y otras compras. Por último, Alonso Valiente,
mayordomo y gran amigo de Cortés, también estuvo inmiscuido
en el pago a marineros.
La armada se preparó en la provincia y villa de Zacatula o
Zacatollan. En ese lugar se fundó una villa en 1522, por el ca-
pitán Juan Rodríguez de Villafuerte, que se pobló rápidamente,
alentada por las noticias de extracción de oro del río Zacatula.34
Cortés mandó construir en ese lugar un astillero; aseguraba en
1524: “ (...) a la mar del Sur, adonde yo tenia y tengo poblada una
villa que se dice Zacatula (...), y allí tengo en un astillero cuatro
navíos para descubrir por la mar del Sur todo lo que a mi fuere
posible(...)”.35 Al regreso de Cortés de las Hibueras en mayo de
1526 y el despacho de la expedición en noviembre de 1527, se
ubican los roces con los funcionarios reales, primero con Marcos
de Aguilar, y posteriormente con el tesorero Alonso de Estrada.
En este tiempo se dedicó a la organización de la expedición y en-
vío recursos a Zacatula. La villa estaba en la rivera sur del tramo
del río Balsas, que en su última etapa antes de desembocar tomó el
nombre de río de Zacatula. En la “Relación de la villa de Zaca-
tula” elaborada en 1580 se describe como una región “...muy
caliente y húmeda, de pocas aguas. Son las aguas en los meses de
Junio y Julio, agosto y septiembre, el viento con que generalmen-
te llueve es el viento sureste... toda esta provincia por la mayor
parte es serranía y tierra muy doblada, de pocos llanos y mon-
toso (...)”.36 En ese entonces existían sólo dos rutas para llegar a
la provincia y villa de Zacatula. La primera de ellas era pasando
por Michoacán: de la Ciudad de México a Tzintzuntzan y de allí
34
Acuña, René (ed.), Relaciones geográficas del siglo XVI: Michoacán, vol. 9, Mé-
xico, UNAM-IIA, 1987, pp. 437-462.
35 Cortés, Hernán, “Cuarta carta relación 15 octubre 1524”, Cartas y docu-
mentos, p. 204.
36 Relaciones geográficas del siglo XVI: Michoacán..., cit., pp. 437-462.
54
Carande Thobar, Ramón, Carlos V y sus banqueros, Madrid, Sociedad de
Estudios y Publicaciones, 1967, vol. 3, p. 507.
55 Actas de Cabildo de la Ciudad de México. Primer libro de actas, México, Edición
del Municipio Libre, 1889, p. 70.
62
Idem.
63
“Poder de Álvaro de Saavedra Cerón vecino de la Villa Rica de la Ve-
racruz a su criado Francisco Márquez, 3 de febrero de 1527”, Escribano Juan
Fernández del Castillo, vol. 53, fol. 116-116v, disponible: http://cpagncmxvi.histo-
ricas.unam.mx/catalogo.jsp.
64 “Francisco Terrazas, vecino de Tenuxtitan como apoderado de Alvaro
de Saavedra Cerón, en virtud del poder a su favor y al de Alonso Dávila que
se traslada íntegro, sustituye en Francisco Márquez el poder, 28 de marzo de
1528”, Escribano Juan Fernández del Castillo, vol. 54, fol. 511-514, disponible
en http://cpagncmxvi.historicas.unam.mx/catalogo.jsp.
65 Gerhard, Peter, Geografía histórica de la Nueva España 1519-1821, trad. de
Stella Mastrangelo, México, UNAM, 2000, pp. 372 y 373.
66 “Real cédula al presidente y oidores de la [Primera] Audiencia de Mé-
xico, para que no quiten ni remuevan a Álvaro de Sayavedra Cerón, a Luis
de Cárdenas, Esteban de Guzmán y otros, por haber estado ausentes cuando
fueron a descubrir la Especiería, los pueblos de indios que tenían encomendados
en Nueva España, 13 de diciembre de 1529”. AGI, México, 1088, L.1, f. 130-
131. No obstante, la Audiencia reasignó la encomienda de Saavedra Cerón en
el contador Rodrigo de Albornoz, para posteriormente estar bajo la Corona
después de 1544.
á las islas del Maluco. Está sacada del libro que trajo Francisco
Granado, escribano de la armada. (Copia de aquel tiempo, pero
defectuosa y de mala letra...)”. En la redacción no es clara la au-
toría, por lo que en la historiografía se ha supuesto obra del mis-
mo escribano, no obstante la inconsistencia de estar redactada en
primera persona como la cabeza de la expedición; por ejemplo:
“zarpé”, “salí”, “surgí”, “llegué”, “me hurtaron un ancla”, etcé-
tera. Por otra parte, una segunda copia basándose en la primera,
pero cotejándola con el manuscrito resguardado en El Escorial,
cubre el hueco dejado en la primera, y se encuentra en el Museo
Naval. Está titulada más certeramente como “Relación del viaje
por Álvaro de Saavedra desde Nueva España hasta las Islas Mo-
lucas para el descubrimiento de la Especería”. Es decir, la autoría
está reconocida, y es accidental que se encuentre en los papeles
del escribano Granados. La primera copia incompleta es la que
se ha empleado en la historiografía; la segunda puede consultarse
en su copia digital.70 Como corolario en este texto se asignará la
autoría a Álvaro Saavedra Cerón.
Los navíos estaban listos para zarpar en mayo de 1527, y tras una
expedición costera71 se dispusieron para emprender la navegación
transpacífica. El 31 de octubre de 1527,72 la pequeña flota salió de
la cercanía del río, villa y provincia de Zacatula. Costeó el litoral
70 “Relación del viaje por Álvaro de Saavedra desde Nueva España hasta
las Islas Molucas para el descubrimiento de la Especería”.
71 Núñez Maldonado registró los datos geográficos relevantes del viaje del ber-
gantín Espíritu Santo. “Relación de Pedro Nuñez Maldonado del viaje del bergantín
capitaneado por Saavedra Cerón”, AGN, Hospital de Jesús, legajo 438, exp. 1.
72 “Copia de la relación de los buques que componían la armada al mando
de Saavedra Cerón, su cabida, bastimentos, nombres y apellidos y empleos de
los que iban al Maluco”, AGI, Patronato,43, N.2, R.8.
76
“Derrotero de viaje y navegación de la armada de Loaisa desde su salida
de la Coruña hasta el 1 de junio de 1526; sucesos de la nao Victoria después de
separada de la armada y descripción de las costas y mares por donde anduvo”,
Colección de viajes, cit., p. 161 (BAE, 77).
77 “Relación Sumaria del viaje del Comendador Loaisa que dieron An-
drés de Urdaneta y Macias del Poyo y de sus propios sucesos desde el 24 de
julio de 1525 hasta el 4 de septiembre de 1536”, Colección de viajes, pp. 204 y
205 (BAE, 77).
78 “Carta de Pedro de Montemayor escrita desde Cochin al rey de Portugal
refiriéndole los sucesos ocurridos en el Maluco hasta el año 1533”, Colección de
viajes, p. 193 (BAE, 77).
79 “Declaraciones dadas por Andrés de Urdaneta y Macías del Poyo, en el
interrogatorio que se les hizo por el consejo de Indias sobre el viaje de Loaisa”,
Colección de viajes, cit., p. 221 (BAE, 77).
80 “Relación escrita y presentada al Emperador por Andrés de Urdaneta
de los sucesos de la Armada del comendador Loaisa, desde 24 de julio de 1525
hasta el año 1535”, Colección de viajes, cit., p.236
VII. Conclusiones
al marqués del Valle para que averigüen con los oficiales reales lo que Francisco
Granado hubo de haber por el viaje que hizo desde esa Nueva España a las islas
de los Malucos y le paguen los dichos oficiales lo que se le debiere por 16 meses
que se pudo ocupar en la dicha armada en la ida y la vuelta, descontando 26
ducados que acá se le han mandado pagar 19 de julio de 1538”, AGI, Méxi-
co,1088, L.3, f.109r-109v.
VIII. Fuentes
Referencias en web
I. Introducción
111
1
Lucerna Salmoral, Manuel, Vasco Núñez de Balboa, descubridor de la Mar del
Sur, México, Red Editorial Iberoamericana, 1991, pp. 27 y 28. Este autor men-
ciona que no fue sino hasta noviembre de 1510 cuando “se procedió a elegir
un cabildo o regimiento de la ciudad de Santa María, mediante la asamblea o
reunión de todos los pobladores”.
2 Díaz-Trechuelo López-Spínola, María de Lourdes, Francisco Pizarro el con-
quistador del fabuloso Perú, México, Red Editorial Iberoamericana, 1989, p. 106.
6
Cienfuegos Salgado, David, “Acerca de la fundación de la Villa Rica de
la Vera Cruz”, en Cienfuegos Salgado, David (coord.), La fundación del primer
Ayuntamiento de México. La Villa Rica de la Vera Cruz. Quinto Centenario, 1519-2019,
México, Altres Costa-Amic-El Colegio de Veracruz-El Colegio de Guerrero,
2020, pp. 15-27.
7 Cortés, Hernán, Cartas y relaciones de Hernán Cortés al emperador Carlos V,
corregidas e ilustradas por don Pascual de Gayangos, París, Imprenta Central de los
Ferro-Carriles Achaix y Cía., 1866, pp. 3-37.
8 Díaz del Castillo, Bernal, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España,
México, Editorial del Valle de México, 1991, pp.143-145.
9 Idem.
parte del imperio mexica o cuyos pueblos habían sido sus tribu-
tarios, los españoles se dieron a la tarea de explorar y de fundar
varias ciudades a lo largo y ancho de los vastos territorios que
descubrían. La empresa no fue sencilla; por el contrario, la re-
beldía de los grupos indígenas para someterse y adaptarse a las
dinámicas que implantaron los españoles complicó la tarea. A
pesar de estas peripecias, en el siglo XVI los españoles fundaron
algunos de los centros poblacionales más importantes del que se-
ría llamado virreinato de Nueva España.
Las fundaciones aludidas respondieron a disímiles motivos,
de ahí que algunas se erigieron con fines defensivos para con-
trarrestar incursiones indígenas, como puntos de frontera, como
protección de los caminos, por el descubrimiento de vetas de pla-
ta, e incluso para celebrar acuerdos de paz.10 Es significativo alu-
dir, que más de una de estas ciudades sería punto de partida de
futuras expediciones en la segunda mitad del siglo XVI, y tam-
bién la primera del XVII, que permitieron el reconocimiento y
la ocupación de nuevas tierras, sobre todo en el septentrión no-
vohispano, como apuntó Atanasio G. Saravia.11
Si duda, una de las fundaciones más significativas fue la de
la ciudad de México, aquella que se convirtió en la capital de la
Nueva España —sin olvidar que sería la capital de la nación una
vez consumada la independencia—, y que fue recocida por cédu-
la real de julio de 1523 como ciudad “tan insigne y noble” por el
monarca Carlos I, quien además le concedió a su ayuntamiento
imperio mexica, no sólo por el apoyo militar que brindó a los espa-
ñoles, sino porque fue en esa provincia en donde, en 1520, se con-
feccionó el plan de asedio y sitio para la ciudad de Tenochtitlan, que
como, sabemos, finalmente cayó el 13 de agosto de 1521. Estos
servicios, así como la alianza que desde 1519 habían establecido
con Cortés, serían expuestos por los representantes de la provincia
de Tlaxcala ante el emperador Carlos I para solicitarle, años más
tarde, que les diera el privilegio de fundar una ciudad.
De lo anterior, que en este punto es necesario preguntarnos
cómo se consiguió esto. La respuesta la podemos encontrar en
las gestiones que llevó a cabo una embajada tlaxcalteca que para
tal fin viajó a España en 1534. Ésta fue encabezada por Diego
Maxixcatzin, entonces gobernador de la provincia de Tlaxca-
la e indio principal de Ocotelulco, en compañía de Sebastián y
Martín,17 como registró el cronista Juan de Buenaventura Za-
pata y Mendoza en su obra Historia cronológica de la noble ciudad de
Tlaxcala.18 La comitiva llegó a la península a finales del mismo
año. Podemos imaginar que el choque o impacto cultural para
los integrantes del séquito debió de ser grande, pues las costum-
bres distintas, la lengua, las construcciones, etcétera, debieron de
impactarlos. Un primer inconveniente al que se debieron enfren-
tar fue el clima, si consideramos que arribaron a la península en
pleno invierno.
Ya en la sede del imperio español, Madrid, la embajada tuvo
audiencia con el monarca Carlos I, a quien presentaron su peti-
ción para que erigiera a Tlaxcala a rango de ciudad. La audien-
cia de los representantes tlaxcaltecas con el emperador, en pala-
bras del historiador Fernando Herrera Valdez, fue exitosa. No se
equivoca este autor en su observación, debido a que Maxixcatzin
22
Herrera Valdez, Luis Fernando, Heráldica cívica novohispana: el escudo de ar-
mas de Tlaxcala, tesis de maestría en historia del arte, México, UNAM, Facultad
de Filosofía y Letras, 2014, p. 4.
23 Díaz Serrano, op. cit., p. 1056.
24 Herrera Valdez, op. cit., p. 21.
Hago saber a todos mis virreyes, los que ahora son, y en adelante
fueren, cómo por informe de lealtad y firmeza con que anduvie-
ron mis primos los tlaxcaltecas cuando mi capitán Hernán Cortés
llegó a dicha ciudad de Tlaxcala (…) por lo que expido esta real
cédula (…) pues los hago señores de montes y aguas y que en sus
cabildos, que si acaso tuviera voz la justicia eclesiástica, no sean
repugnados; que no paguen pecho, cohecho, ni derecho: que pue-
dan ser gobernadores de la dicha insigne y siempre leal ciudad de
Tlaxcala; que les den sus terrazgos y señoríos.26
V. Importancia de la erección
de Tlaxcala
VII. Fuentes
AVENTUREROS Y CONQUISTADORES:
PEDRO DE ALVARADO, BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO
Y CRISTÓBAL DE OLID Y SU PARTICIPACIÓN
EN LA CAMPAÑA DE HERNÁN CORTÉS
I. Introducción
127
2
Castrillo Mazeres, Francisco, El soldado de la conquista, Madrid, Mapfre,
1992, 316 p.
3 Lummis, Charles Flecher, Los conquistadores españoles del siglo XVI: vindica-
ción de la acción colonizadora española en América, México, Latino Americana, 1956,
270 p.
4 Pons Fabregues, M., Los conquistadores de América. Vasco Núñez de Balboa,
Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Cristóbal de Olid, Fernando de Magallanes, Juan Ponce
de León, Sebastián Cabot, etc., etc., Barcelona, Imprenta de Henrich y Cía., 1912,
118 p.
5 Sallmann, Jean-Michel, Indios y conquistadores españoles en América del Norte.
6
Ésta fue fundada el 25 de julio de 1515 por Diego de Velázquez.
7
Vallejo García-Hevia, José María, Juicio a un conquistador: Pedro de Alvarado.
Su proceso de residencia en Guatemala (1536-1538), Madrid, Marcial Pons Historia,
2008, t. I, p. 125.
Cultura Económica, 1998, p. 3. No obstante que en esta obra Valle menciona que
Olid nació en 1487, en otra obra apunta que fue un año antes, es decir, en 1488.
9 Móbil, José A., 100 personajes históricos de Guatemala, Guatemala, Servipren-
José Luis, “La persona de Hernán Cortés”, Arqueología Mexicana, México, Raí-
ces, núm. 49, mayo-junio 2001, pp. 36-40, y Prien, Hans-Jüergen, “La justifica-
ción de Hernán Cortes de su conquista de México y de la conquista española de
América”, Revista Complutense de Historia de América, Madrid, Universidad Com-
plutense de Madrid, Servicio de Publicaciones, núm. 22, 1996, p. 17.
13
Valle, Rafael Heliodoro, Cristóbal de Olid, conquistador de México y Honduras,
México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, tesis de doctorado en ciencias
históricas, 1948, 149 p.
14 Tapia, op. cit., p. 28.
do, mientras que Olid era el único de los tres que no había pisado
suelo de lo que hoy se conoce como el área mesoamericana.
Sobre el aspecto físico de estos personajes, Bernal Díaz, coe-
táneo a ellos, dice lo siguiente:
17
Valle, Semblanza…, op. cit., p. 42.
18
Díaz del Castillo, op. cit., pp. 264-267.
22
Gutiérrez Escudero, op. cit., pp. 56-82.
23
Heliodoro Valle, “Cristóbal de Olid”, op. cit., pp. 102-105.
24
Díaz del Castillo, op. cit., p. 609.
25
Gutiérrez Escudero, op. cit., p. 115.