Selección de Fragmentos

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SELECCIÓN DE FRAGMENTOS

El Cantar del Mio Cid

CANTAR PRIMERO. “Cantar del destierro”

Este cantar llega hasta el verso 1.085, y en él se narra cómo el Cid marcha al destierro.
Se supone que al volver a Castilla, después de haber ido a cobrar unos tributos a
Andalucía, es acusado de falta de honradez por unos envidiosos que le enemistan con
el rey. Sale de Vivar con unos cuantos hombres adeptos, y pasa por Burgos en donde
nadie lo alberga por temor a las represalias de Alfonso VI. Por medio de su sobrino
Martín Antolínez logra engañar a unos judíos, Raquel y Vidas, pidiéndoles dinero a
cambio de dos arcas de arena, que ellos creen llenas de oro y plata. Se dirige luego a
San Pedro de Cardeña para despedirse de doña Jimena, su esposa, y sus hijas doña
Elvira y doña Sol, y sale de Castilla hacia tierra de moros. El Cid realiza diversas
conquistas y manda un presente al rey Alfonso VI. Aliado con el rey moro de Zaragoza,
vence a los moros de Lérida, a quienes ayuda el conde de Barcelona. Este último es
vencido por el Cid y posteriormente puesto en libertad.

[1] El Cid deja sus casas y tierras


De los sus ojos tan fuertemente llorando,
Tornaba la cabeza y estábalos catando.
Vio puertas abiertas y postigos sin candados,
Alcándaras vacías, sin pieles y sin mantos,
Y sin halcones y sin azores mudados.
Suspiró mío Cid pues tenía muy grandes cuidados.
Habló mío Cid, bien y tan mesurado:
-¡Gracias a ti, señor padre, que estás en alto!
-¡Esto me han vuelto mis enemigos malos!

[19] El Cid da ánimos a Doña Jimena


¡Ay, doña Jimena, la mi mujer tan cumplida,
Como a la mi alma, yo tanto os quería!
Ya lo veis que a partir nos hemos en vida;
Yo iré y vos quedaréis retenida.
¡Plega a Dios y a santa María,
Que aun con mis manos case estas mis hijas,
O que dé ventura y algunos días vida
Y vos, mujer honrada, de mí seáis servida!

[23] Toma de Castejón


Vos con los doscientos id vos en algara;
Allá vaya Álvar Álvarez y Álvar Salvadórez sin falla,
Y Galín García una valiente lanza;
Caballeros buenos que acompañen a Minaya.
Osadamente corred, que por miedo no dejéis nada;
Hita abajo y por Guadalajara;
Hasta Alcalá lleguen las algaras;
Y bien cojan todas las ganancias,
Que por miedo de los moros no dejen nada;
Y yo con los cien aquí quedaré en la zaga;
Tendré yo Castejón donde tendremos gran guarda.
Si peligro os viniere alguno en la algara,
Mandadme aviso muy presto a la zaga;
De este socorro, hablará toda España.

CANTAR SEGUNDO. "Cantar de las bodas de las hijas del Cid"

En él, que abarca hasta el verso 2.277, el héroe se dirige a Valencia que conquista.
Envía a su amigo Alvar Fáñez a la Corte castellana, con grandes regalos para el rey y
con la súplica de que autorice a doña Jimena y sus hijas para que se reúnan con él en
dicha ciudad. El rey accede a esta petición, concediéndole su perdón, e interviene
para que el Cid acceda a las bodas de sus hijas con los infantes de Carrión, que las han
pedido en matrimonio. Rodrigo da su consentimiento con grandes recelos y el cantar
termina con los preparativos de las bodas en Valencia con solemnes fiestas.

[101 - 103] Las pretensiones de los infantes de Carrión


De los infantes de Carrión yo os quiero contar,
Hablando en consejo con todo secreto están:
La nuevas de mío Cid muy adelante van;
Demandemos sus hijas para con ellas casar;
Creceremos en nuestra honra e iremos adelante.
Venían al rey Alfonso con esta puridad

(Los infantes de Carrión proponen al Rey la solicitud de matrimonio con las hijas del Cid.
El Rey trata el asunto con Minaya y Pero Bermúdez, y pide vistas con el Cid, que comunica
por escrito la respuesta al Rey).

Merced os pedimos, como a Rey y a señor natural;


Con vuestro consejo lo queremos hacer nos,
Que nos demandéis las hijas del Campeador;
Casar queremos con ellas a su honra y a nuestra pro.
Una gran hora el Rey pensó y meditó
Yo eché de tierra al buen Campeador,
Y, haciéndo yo a él mal y él a mí gran pro,
Del casamiento no sé si tendrá sabor;
Mas, pues vos lo queréis, entremos en la razón.
A Minaya Álvar Fáñez y a Pero Bermúdez,
El rey don Alfonso entonces los llamó;
A una cuadra, él los apartó:
Oídme, Minaya, y Pero Bermúdez, vos:
Sírveme mío Cid, el Campeador,
El lo merece y de mí tendrá perdón;
Viniéseme a vistas si de ello hubiese sabor.
Otros mandados hay en esta mi corte:
Diego y Fernando, los infantes de Carrión,
Sabor han de casar con sus hijas ambas a dos;
Sed buenos mensajeros y ruégooslo yo
Que se lo digáis al buen Campeador.
CANTAR TERCERO. “Cantar de la afrenta de Corpes”

Centra su atención en la cobardía de los infantes, reflejada en el episodio que narra la


escapada de un león en el palacio del Cid, y cómo los infantes de Carrión huyen
amedrantados por lo que son objeto de burla por parte de las gentes del Cid. Piden
permiso, ofendidos, para llevarse a sus esposas a Carrión, y en su marcha, al pasar por
el robledal de Corpes las golpean cruelmente y las dejan abandonadas. El Cid pide
justicia al rey de la afrenta, y éste convoca cortes en Toledo a las que acuden el
Campeador y los infantes. Dos guerreros del Cid luchan con ellos y los vencen, y el
poema termina anunciando que los infantes reales de Aragón y Navarra solicitan
desposarse con doña Elvira y doña Sol.

[112] Episodio del león en la corte de Valencia. Miedo de los infantes y serenidad del
Cid
En Valencia estaba el Cid y los que con él son;
con él están sus yernos, los infantes de Carrión.
Echado en un escaño, dormía el Campeador,
cuando algo inesperado de pronto sucedió:
salió de la jaula y desatóse el león.
Por toda la corte un gran miedo corrió;
embrazan sus mantos los del Campeador
y cercan el escaño protegiendo a su señor.
Fernando González, infante de Carrión,
no halló dónde ocultarse, escondite no vio;
al fin, bajo el escaño, temblando, se metió.
Diego González por la puerta salió,
diciendo a grandes voces: «¡No veré Carrión!»
Tras la viga de un lagar se metió con gran pavor;
la túnica y el manto todo sucios los sacó.
En esto despertó el que en buen hora nació;
a sus buenos varones cercando el escaño vio:
«¿Qué es esto, caballeros? ¿ Qué es lo que queréis vos?»
«¡Ay, señor honrado, un susto nos dio el león».
Mío Cid se ha incorporado, en pie se levantó,
el manto trae al cuello, se fue para el león;
el león, al ver al Cid, tanto se atemorizó
que, bajando la cabeza, ante mío Cid se humilló.
Mío Cid don Rodrigo del cuello lo cogió,
lo lleva por la melena, en su jaula lo metió.
Maravillados están todos lo que con él son;
lleno de asombro, al palacio todo el mundo se tornó.
Mío Cid por sus yernos preguntó y no los halló;
aunque los está llamando, ninguno le respondió.
Cuando los encontraron pálidos venían los dos;
del miedo de los Infantes todo el mundo se burló.
Prohibió aquellas burlas mío Cid el Campeador.
Quedaron avergonzados los infantes de Carrión.
¡Grandemente les pesa esto que les sucedió!

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