1987 02.antropologia Del Pensamiento Mitico
1987 02.antropologia Del Pensamiento Mitico
1987 02.antropologia Del Pensamiento Mitico
Desde el alba de la humanidad, las mitologías han poblado todas las culturas, tanto
arcaicas como civilizadas, sin que sea una excepción nuestra era de la ciencia positiva.
Ya hace tiempo que la tesis de una «mentalidad primitiva» como mentalidad
«prelógica» (Lucien Lévy-Bruhl, 1910, 1923, 1927), supuestamente característica del
alma de los pueblos no europeos, fue descartada por los antropólogos (a partir de
Franz Boas, 1911; cfr. Sperber, 1974) y abandonada por el propio Lévy-Bruhl (1949) al
final de su vida. Las sociedades arcaicas no han estado desprovistas de su propia
racionalidad ni de un conocimiento empírico de la naturaleza que les ha asegurado su
adaptación durante milenios. Por otro lado, cabe mostrar la pervivencia innegable del
pensamiento mitológico en medio de la más conspicua modernidad y aun en los
momentos más radicales de la Ilustración (cuando se celebran los fastos de la diosa
Razón). No sólo son mitos el de la creación del mundo o el origen del hombre, el origen
del fuego, o el del reinado de Dios evangélico.
Sería un mito la ley de los tres estadios de Augusto Comte -el mito autolegitimador de
una ciencia positiva que pretende haber superado mitología y metafísica-. Sería un
mito el proyecto de sociedad sin clases preconizado por Karl Marx como paraíso
comunista. Sería un mito, lucubrado por Adam Smith, el de la abundancia para todos
producida por la industria capitalista; lo mismo que el «sueño americano» de la
libertad. Como resulta un mito la total objetividad de la ciencia, auspiciada por Karl
Popper, entre otros. Y es que la mitología no retrocede con el avance de los
conocimientos científicos, sino que, por el contrario, las civilizaciones han desarrollado
mitos y conceptos a la vez y en razón directa.
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El mito es inherente a la cultura, al pensamiento simbólico, y, por tanto, al hombre.
Pueden eliminarse determinados mitos, pero no es posible destruir el pensamiento
mítico mientras haya sociedad humana (cfr. M. Eliade, 1974). En nuestra condición
humana, a la vuelta de todo progreso de la razón y el conocimiento, reaparece siempre
universalmente el mito.
El dilema entre mythos y logos, si no es del todo falso, en cualquier caso resulta de una
diferenciación ulterior. En el fondo del cerebro/espíritu humano, de donde surge el
pensamiento y el lenguaje, se encuentran los mecanismos de la función simbólica o
capacidad semántica propia de nuestra especie homo sapiens, como un circuito único
a partir del cual se van a distinguir, como siameses, dos líneas divergentes de pensa-
miento, con sus dos lenguajes: el pensamiento «salvaje» (mito, magia) y el pensamien-
to «domesticado» (ciencia, técnica). Los análisis estructuralistas se nos presentan
como una amplia demostración de esa unidad radical del pensar humano, más acá y
más allá de sus despliegues divergentes: «En vez de oponer magia y ciencia -escribía
Lévi-Strauss, en El pensamiento salvaje- sería mejor colocarlas paralelamente, como
dos modos de conocimiento, desiguales en cuanto a los resultados teóricos y prácticos
(...), pero no por la clase de operaciones mentales que ambas suponen, y que difieren
menos en cuanto a la naturaleza que en función de las clases de fenómenos a las que
se aplican» (Lévi-Strauss, 1962: 30). «El pensamiento salvaje es lógico, en el mismo
sentido y de la misma manera que el nuestro (...) cuando se aplica al conocimiento de
un universo al cual se reconocen simultáneamente propiedades físicas y propiedades
semánticas» (Ibidem: 388). El sistema del conocimiento humano conduce, en efecto, a
dos saberes distintos, que contemplan el mundo con dos ópticas diametralmente
opuestas: una «supremamente concreta», es decir, «desde el punto de vista de las
cualidades sensibles»; otra «supremamente abstracta», es decir, desde el punto de
vista de las «propiedades formales» (Ibidem: 390). La diferencia entre el discurso
simbólico y el discurso racional no estriba tanto en el tipo de operaciones que efectúan
cuanto en el tipo de contenidos al que se aplica cada uno y en la clase de medios de los
que se sirve.
Llevar a cabo el análisis de los mitos constituye una ardua y minuciosa tarea en la que,
volviendo a citar a Lévi-Strauss:
El pensamiento mítico desdobla el mundo, produce un doble tanto del individuo como
del cosmos. Concibe que cada uno es a la vez «otro», espectro o alma, que se separa
del cuerpo durante el sueño o al morir. Y concibe también otro universo que, siendo el
mismo, se desdobla dando cabida a los espíritus y a otros seres míticos. De manera
que el espacio y el tiempo del mito desbordan y desdoblan nuestro espacio y tiempo
ordinarios, sin estar desligados de ellos.
«Los mitos colman las enormes brechas que descubre la interrogación humana y,
sobre todo, se precipitan en la brecha existencial de la muerte. Ahí, aportan no sólo la
información sobre el origen de la muerte, sino también la solución al problema de la
muerte, revelando la vida de más allá de la muerte. Es efectivamente más allá de la
muerte donde se constituye un gigantesco nudo gordiano mitológico en el que con-
vergen y se asocian el mito de la reencarnación y el de la supervivencia del doble. Este
más allá va a enriquecerse mitológicamente tanto más, en las civilizaciones históricas,
cuanto que en ellas la muerte se convierte en un agujero negro en que se engulle la
razón. Además, en el oriente mediterráneo, hace más de dos milenios, los dos grandes
mitos arcaicos de la muerte se transforman uno en otro, formando una síntesis que
supera la amortalidad del doble y la reencarnación siempre recomenzada; esta sínte-
sis, asegurada gracias a un Dios-que-muere-y-que-renace, es la resurrección de los
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muertos, en su carne ya incorruptible; así se forma la nueva mitología de la Salvación»
(Edgar Morin, 1986: 178).
Mito y razón no sólo tienen un origen común, sino que, ya diversificados, se oponen y
se complementan a un tiempo, y cada uno por su lado o en conjunción revierten sobre
la realidad antroposocial. Nuestro espíritu pasa del pensar simbólico-mítico al pensar
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empírico-racional, cuando no combina los dos en el mismo discurso. De hecho,
estamos constantemente poniéndolos en conexión, tendiendo un puente giratorio
entre esos dos campos representados por esos dos modos de pensamiento;
respectivamente: lo concreto y lo abstracto, lo subjetivo y lo objetivo, lo personal y lo
impersonal, lo singular y lo general, lo comunitario y lo societario.
Resultaría insensato hoy ignorar la interrelación entre ambas orientaciones, pese a las
divergencias, o peor aún pretender dar cuenta adecuadamente del simbolismo mítico
en términos «científicos». Es preciso reconocer la diferencia y a la vez el mutuo
cuestionamiento, e igualmente la necesaria cooperación. Ambos pensamientos
padecen excesos y carencias contrarios, lo que debe avalar la idea de hacerlos dialo-
gar, de manera que se controlen, se enriquezcan, se espoleen, se reflexionen crítica y
recíprocamente, tal vez en camino hacia un pensamiento complejo, que penetre más
hondamente la complejidad de lo real, su misterio. «Podemos y debemos hacer
dialogar nuestros mitos con nuestras dudas, nuestras dudas con nuestros mitos»
(Morin, 1986: 191). También el pensamiento racional tiene necesidad de su «doble», a
fin de que no destruya irreparablemente, a golpes de la imprescindible objetividad
controlada empírica y lógicamente, la subjetividad, la afectividad, la existencia
concreta, lo individual y lo comunitario, sin lo que nos sería imposible vivir.
Según la antropología estructuralista, los mitos no nos dicen nada sobre el origen del
mundo, ni sobre la naturaleza de lo real, ni sobre el origen o destino del hombre -por
más que su relato aluda con frecuencia a ello-. Nos hablan más bien, y elocuente-
mente, sobre otros mitos, sobre la sociedad de donde proceden y, ante todo, sobre el
funcionamiento del espíritu humano. Los mitos nos permiten «despejar ciertos modos
de operación del espíritu humano, tan constantes en el curso de los siglos y tan
generalmente expandidos por inmensos espacios que se los puede considerar
fundamentales» (Lévi-Strauss, 1971: 571). En su conjunto, el sentido de los mitos se
reduciría a: 1) «significar» otros mensajes del universo mítico; 2) «significar» aspectos
de la realidad etnográfica y ecológica; y 3) «significar» en último término estructuras
inconscientes del propio espíritu humano. Para esta interpretación, los mitos sólo se
refieren a significaciones indirectas, dejando en tela de juicio el significado directo de
lo que cuenta el relato. Elevando el planteamiento a su generalidad, Lévi-Strauss
sostiene que el hombre no está en la significación, sino que la significación está en el
hombre. En otras palabras: no hay una objetividad real que respalde al sentido
elaborado por el pensamiento mítico; este sentido no es objetivo; sólo está ligado a la
experiencia humana y no al universo exterior. Pero, aunque «el mito fracasa en su
objetivo de proporcionar al hombre un mayor poder material sobre el medio», en
cambio «le brinda la ilusión, extremadamente importante, de que él puede entender el
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universo» (Lévi-Strauss, 1978: 38). El pensamiento simbólico dota de sentido a la
totalidad, los hombres la perciben así, pero el sentido afirmado no pasaría de ser
ilusorio.
La interpretación estructuralista de la mitología hace ver que los rasgos que ésta
expresa no corresponden a propiedades objetivas, sino más bien a «valores filosóficos
y morales»; pues sólo «remiten a valores simbólicos» (Lévi-Strauss, 1985: 16); de
modo que son los grupos humanos los que reflejan, a través de las peripecias de sus
mitos, su particular manera de valorar y categorizar una realidad objetiva muy poco
condescendiente, por lo demás, con las pretensiones humanas. «Todo mito plantea un
problema y lo trata mostrando que es análogo a otros problemas; o bien el mito trata
simultáneamente varios problemas mostrando que son análogos entre sí. A este juego
de espejos, reflejos que se remiten uno a otro, no corresponde nunca un objeto real»
(Lévi-Strauss, 1985: 159). Al no haber referente objetivo último ni absoluto, la
mitología consiste sólo en códigos de significación que se traducen unos a otros, que
se reflejan y transforman unos en otros.
Por lo tanto, la originalidad del pensamiento mítico radica en «operar por medio de
varios códigos». Estos códigos, normalmente legados por la tradición cultural, extraen
de la experiencia propiedades latentes que sistematizan. El mito compara entre sí
diversos dominios, efectúa la traducción de unos a otros, aplicando su «sistema de
operaciones lógicas», su «sistema de ecuaciones», en función de los problemas sobre
los que se interroga y cuya solución cree alcanzar. La significación, el sentido, se
agotaría en la remisión de un código a otro; significar no es más que traducir a otra
clave, sin traspasar la inmanencia del universo de los símbolos. El empuje del
pensamiento simbólico-mitológico-mágico no se plasma sólo en el mito como género
específico, sino que, más allá de él, inerva todos los géneros producidos por la
simbólica popular. Incluso el propio mito, cuando acaba por desfallecer y muere, llega
a ser suplantado por otras formas de expresión, relevado por la obra de arte, por la
música, por la poesía, por la historia... Lévi-Strauss lo aventura así: «No estoy lejos de
pensar que en nuestras sociedades la historia sustituye a la mitología y desempeña la
misma función» (1978: 65). El juego de las traducciones en incansable búsqueda del
código que mejor desvele el sentido de lo real no se detiene jamás, por mucho que
cambie de un plano a otro, de un registro a otro. En fin, de alguna manera todo
sentido agota su mensaje en múltiples referencias relativas a la cultura que lo concibió
y a la sociedad en la que permanece todavía vivo.
Resulta, sin embargo, paradójico que las creaciones del pensamiento mítico, mediante
las que la humanidad da sentido a su existencia colectiva e individual, carezcan
totalmente de sentido objetivo, quedándose en mera proyección de la subjetividad
humana modelada por la cultura. ¿No será esto privilegiar de nuevo la reducción
positivista, invistiendo al pensamiento empírico-racional como juez supremo en última
instancia? No habría que soslayar el enigma del universo en que vivimos, puesto de
manifiesto por los mismos avances científicos en el conocimiento del megacosmos, del
microcosmos y de la biosfera, cuando descubren las fronteras de lo insondable. En
cierto modo, desde el punto de vista de la evolución cósmica y biológica como proceso
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de singularidades emergentes, la estructura de lo real ¿no se parece más a la estructu-
ra del mito que a la de una física de leyes necesarias e inmutables para la que cada
fenómeno particular se reduce a cumplimiento de lo previsto por la ley?
En suma, creo que debemos postular una racionalidad abierta y una dialógica
productiva entre pensar empírico y pensar simbólico, entre instrumentalidad y
sentido, y no como concesión a nuestra debilidad subjetiva, sino apostando por que la
tozuda y milenaria pretensión mitológica de hallar un sentido a la realidad remite,
siquiera oscuramente, a un sentido oculto, esquivo a nuestra captación, pero real. Por
citar una vez más a Edgar Morin: «Parece claro que el mito entreteje no sólo el tejido
social, sino también el tejido de eso que llamamos lo real» (1986: 190).
Correlativamente, algo real debe hallarse objetivamente presente en el simbolismo.
No toda la realidad -y menos su posible sentido- se entrega a las ciencias, constreñidas
por estrictos límites epistemológicos y metodológicos. Antes y después del conoci-
miento científico, las preguntas del ser humano levantan el vuelo, para perderse
aleteando en un horizonte brumoso, mientras el pensador mítico -que todos llevamos
dentro- tensa el arco de su relato y cree poder alcanzar respuestas con sus flechas.
Obras citadas
BOAS, Franz
1911 The mind of primitive man. New York, The Free Press, 1965.
ELIADE, Mircea
1967 Lo sagrado y lo profano. Madrid, Guadarrama, 1967.
1968 Mito y realidad. Madrid, Guadarrama, 1968.
1974 Imágenes y símbolos. Madrid, Taurus, 1974.
LÉVI-STRAUSS, Claude
1958 Antropología estructural [I]. Buenos Aires, EUDEBA, 1968.
1962 El pensamiento salvaje. México, FCE, 1964.
1971 Mitológicas IV: El hombre desnudo. México, Siglo XXI, 1976.
1973 Antropología estructural [II]. México, Siglo XXI, 1979.
1978 Mito y significado. Madrid, Alianza, 1987.
1984 La mirada distante. Barcelona, Argos Vergara, 1984.
1985 La alfarera celosa. Barcelona, Paidós, 1986.
LÉVY-BRUHL, Lucien
1910 Las funciones mentales en las sociedades inferiores. Buenos Aires, Lautaro,
1947.
1923 La mentalidad primitiva. Buenos Aires, Leviatán, 1957.
1927 El alma primitiva. Barcelona, Península, 1974.
1949 Carnets. Paris, Presses Universitaires de France.
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MORIN, Edgar
1986 El método, III: El conocimiento del conocimiento. Libro Primero. Madrid,
Cátedra, 1988.
SPERBER, Dan
1974 El simbolismo en general. Barcelona, Promoción Cultural, 1978.
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