Neuro Tema 10

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Tema 10

Neuropsicología y Rehabilitación

Tema 10. Neuropsicología de


las emociones y la conducta
Índice
Esquema

Caso clínico

Planteamiento del caso

Material de estudio

10.1. Introducción y objetivos

10.2. Alteraciones que afectan a la conducta

10.3. Neuropsicología de las emociones

10.4. Neuropsicología de la cognición social

10.5. Bases neuropsicológicas de las alteraciones que


afectan a la conducta

10.6. Evaluación de la conducta, emociones y cognición


social

10.7. Intervención en las alteraciones que afectan a la


conducta

10.8. Referencias bibliográficas

Resolución del caso clínico

Resolución del caso clínico

A fondo

Rehabilitación de las alteraciones conductuales derivadas


del daño cerebral adquirido

Test
Esquema

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Tema 10. Esquema
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Caso clínico

Planteamiento del caso

Afectación emocional

Varón de 40 años de edad. Dominancia manual: diestra. Casado. Nivel de estudios:

secundarios. Ocupación: técnico de salud medioambiental.

Sufrió un traumatismo craneoencefálico (TCE) por caída de caballo, GCS (Glasgow

Coma Scale) inicial de 7 puntos. El TAC craneal inicial mostraba contusiones

frontobasales bilaterales asociado a pequeño hematoma subdural frontal derecho.

Por aumento de la presión intracraneal y de lesiones se decide intervención urgente:

craniectomía descompresiva bifrontal y evacuación de la contusión frontobasal

derecha (lobectomía parcial frontal).

Acude para valoración y tratamiento multidisciplinar 2 años después.

La valoración de la exploración es la siguiente: buen nivel de conciencia, con ritmo

sueño-vigilia bien estructurado. Colaborador durante toda la exploración. Buena

comprensión de órdenes verbales complejas. No se objetiva alteración del lenguaje.

Tendencia a la apatía. Anosognosia.

A nivel motor el paciente presenta torpeza motora comparativa izquierda secuelar a

hemiparesia izquierda bien recuperada. A nivel sensitivo no se objetiva déficit.


Realiza marcha normal. Doble continencia.

Valoración psicopatológica:

Durante la exploración el paciente se muestra participativo y colaborador. El contacto

ocular es adecuado. No presenta síntomas disfóricos, ansiosos ni depresivos. Como

alteraciones de la personalidad presenta irritabilidad, inestabilidad emocional, escasa

tolerancia a la frustración, infantilismo, apatía, indiferencia, embotamiento afectivo,

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Caso clínico

falta de espontaneidad. Todo ello compatible con cambio de personalidad debido a

TCE de tipo combinado y de intensidad moderada-severa.

Desde el punto de vista conductual, presenta falta de flexibilidad, pérdida de control

de impulsos, cambios de humor y conducta social inapropiada. Presenta frialdad

emocional. Todo ello repercute en sus habilidades sociales y comunicativas

afectado a las relaciones sociales. No presenta consciencia de su déficit,

reconoce algunos físicos, pero niega cambios psicológicos o cognitivos, niega o

minimiza las limitaciones que estos déficit le suponen. No tiene una percepción

realista de su situación y no pone en marcha estrategias de afrontamiento.

Valoración neuropsicológica:

Paciente orientado en todos los aspectos. No presenta heminegligencia. No presenta

déficit de atención. No presenta alteraciones en la velocidad de proceso. Presenta un

ligero déficit en los procesos de aprendizaje y memoria con déficit en los procesos de

almacenamiento, consolidación y evocación de la información no beneficiándose de

claves. Los déficits mnésicos se manifiestan tanto en la modalidad audioverbal como

en la visual, estando esta última menos afectada. Su lenguaje está conservado, sin

embargo su discurso es literal y, excesivamente, concreto, propio de alteraciones


frontales. Las praxias y gnosias se encuentran conservadas. Presenta déficit en

funciones ejecutivas donde no es capaz de planificar los pasos necesarios para

resolver problemas ni tampoco seguir planes previamente trazados, en este sentido

sus respuestas no son flexibles, no es capaz de generar alternativas ni

autocorregir sus respuestas adecuándolas al feedback que recibe. En definitiva,

presenta déficit leve en memoria y severo en funcionamiento ejecutivo.

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Tema 10. Caso clínico
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Caso clínico

Valoración logopédica:

No presenta alteraciones psicolingüísticas.

Valoración terapia ocupacional:

En la actualidad presenta mínima dependencia para la realización de las actividades

básicas de la vida diaria, necesitando solo supervisión en la realización de algunas

de ellas como son el baño y las escaleras. Obtiene una puntuación de 94/100 en el

índice de Barthel. En lo referente a las actividades instrumentales de la vida diaria

(AIVD) (obtiene 5/8 en el índice de Lawton y Brody) realiza actividades

instrumentales, siempre y cuando se le pidan de forma explícita, él no es capaz de

iniciarlas ni de planificar su realización de manera autónoma. Dependiente en

las actividades de la vida diaria (AAVD), no tienen ningún tipo de iniciativa para

llevarlas a cabo. En estos momentos no puede desempeñar ninguna actividad laboral

y sus actividades de ocio y tiempo libre se han visto muy reducidas.

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10.1. Introducción y objetivos

Tras una lesión cerebral pueden aparecer alteraciones cognitivas, pero es muy

frecuente además la aparición de trastornos emocionales y del comportamiento.

Mientras que las primeras son fácilmente evaluadas y tratadas, no ocurre lo mismo

con las alteraciones emocionales y de conducta, lo que constituye un reto en la

actualidad para los profesionales que atienden estas patologías.

En este tema se abordan las principales alteraciones de conducta tras daño cerebral,

la forma de evaluarlas, así como la intervención sobre los trastornos emocionales y

de conducta. Estudiaremos además qué son las emociones, cómo operan en el

cerebro y por qué tienen una influencia tan importante en nuestras vidas, también

haremos una incursión sobre la cognición social.

En este tema se pretenden conseguir los siguientes objetivos:

▸ Conocer cuáles son las principales alteraciones de conducta.

▸ Conocer los fundamentos neuropsicológicos de las emociones y la cognición social.

▸ Conocer las bases neuroanatómicas de las alteraciones de conducta.

▸ Conocer los fundamentos de la evaluación e intervención.

▸ Conocer la intervención con la familia

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Tema 10. Material de estudio
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10.2. Alteraciones que afectan a la conducta

Las alteraciones emocionales y de conducta son muy frecuentes tras una lesión

cerebral y en la mayoría de las ocasiones son el déficit más incapacitante para el

paciente. Los trastornos de conducta muy frecuentemente son fuente de queja, sobre

todo por parte de los familiares y constituyen un importante escollo para la

reincorporación del paciente a su entorno familiar, social o laboral, ya que estas

alteraciones además persisten en el tiempo.

A pesar de su importancia, en general estas secuelas y déficits han tenido un

reconocimiento muy escaso por parte de los diferentes profesionales.

Después de daño cerebral, las alteraciones de la conducta que manifiestan los

pacientes pueden dividirse desde un punto de vista funcional en conductas:

▸ Por defecto.

▸ Por exceso.

▸ Inadecuadas.

Entre las primeras, el síndrome más característico es la apatía, que se acompaña

de falta de iniciativa, impersistencia, aplanamiento afectivo, indiferencia, etc. Entre

las segundas, encontramos conductas o reacciones exageradas como la irritabilidad,

impaciencia, cambios de humor, obstinación, inquietud, llamadas de atención,

indiscreción, etc. Por último, entre las terceras encontramos la pérdida del control de

impulsos, comentarios socialmente inadecuados o agresividad, entre otras.

En relación a las alteraciones emocionales podemos encontrar dificultad para

interpretar o manifestar las emociones o falta de control de estas (labilidad), después

del daño cerebral.

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Tema 10. Material de estudio
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Mientras que en la fase aguda las alteraciones de conducta más frecuentes son la

agitación y la confusión, en las fases siguientes podemos encontrar un abanico más

amplio de alteraciones de personalidad y conducta.

Figura 1. Alteraciones de conducta después de daño cerebral.

En la fase aguda encontramos principalmente alteraciones de la actividad que son

l a fatiga física, mental o mixta, la tendencia a la inmovilidad y el

enlentecimiento psicomotor en cuanto a conductas por defecto, mientras que por

exceso, se encuentra la agitación psicomotora que el paciente no puede controlar,

es decir es involuntaria; y los signos de liberación frontal que consisten en falta de

inhibición conductual (principalmente motora) por una alteración de los circuitos

cerebrales que median en el control inhibitorio de la conducta. Los pacientes


manifiestan esto con movimientos repetidos y estereotipados que no pueden parar

de hacer y que no tienen ninguna finalidad.

Normalmente para hacer referencia a los cambios emocionales y de conducta

debidos a daño cerebral, el diagnóstico que se utilizaba hasta ahora era el trastorno

orgánico de la personalidad de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE

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Tema 10. Material de estudio
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10) y de forma equivalente en el Diagnostic and Statistical Manual of Mental

Disorders (DSM-IV) el cambio de personalidad debido a enfermedad médica (F07.0)

donde había de anotarse si se debía a trauma craneal, ictus, etc., especificando a su

vez el tipo: lábil, desinhibido, agresivo, apático, paranoide, otro tipo, tipo combinado y

no especificado.

En la clasificación actual DSM-5 (2013), dentro del epígrafe «Trastornos de la

personalidad», en Otros trastornos de la personalidad, se encuentra el Cambio de la

Personalidad debido a otra enfermedad médica 310.1 (F07.0), especificando la

enfermedad médica de que se trate.

Los criterios diagnósticos según la DSM-5 son:

▸ Alteración persistente de la personalidad que constituye un cambio respecto al

anterior patrón característico de la personalidad del individuo.

▸ Existen evidencias a partir de la historia clínica, la exploración física o el análisis de

laboratorio de que la alteración es la consecuencia fisiopatológica directa de otra

afectación médica.

▸ La alteración no se explica mejor por otro trastorno mental.

▸ La alteración no se produce exclusivamente en el curso de un síndrome confusional.

▸ La alteración causa malestar clínicamente significativo o deterioro en lo social,

laboral u otras áreas importantes del funcionamiento.

Debemos especificar el tipo:

▸ Tipo lábil: si la característica predominante es la labilidad afectiva.

▸ Tipo desinhibido: si la característica predominante es un control insuficiente de los

impulsos como se pone de manifiesto por las indiscreciones sexuales, etc.

▸ Tipo agresivo: si la característica predominante es el comportamiento agresivo.

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▸ Tipo apático: si la característica predominante es la apatía e indiferencia intensa.

▸ Tipo paranoide: si la característica predominante es la suspicacia o las ideas

paranoides.

▸ Otro tipo: si la presentación no se caracteriza por ninguno de los subtipos anteriores.

▸ Tipo combinado: si en el cuadro clínico predomina más de una de las características.

▸ Tipo no especificado: si no se cumplen los criterios anteriores.

Por último, ha de especificarse el nivel de deterioro: leve, moderado o grave.

La labilidad hace referencia a la inestabilidad emocional y se manifiesta por

irritabilidad, impaciencia y oposicionismo. La desinhibición hace referencia a la


incapacidad para controlar los impulsos, y se manifiesta por impulsividad,

infantilismo, comer o hablar en exceso o llevar a cabo conductas o comentarios

socialmente inadecuados. La agresividad puede ser verbal o física y puede dirigirse

contra los demás o contra uno mismo.

La apatía consiste en una reducción de conductas que suele acompañarse de

indiferencia emocional y aplanamiento afectivo. Se caracteriza por desmotivación y

falta de iniciativa o espontaneidad. La personalidad paranoide hace referencia a la

suspicacia, la duda, el resentimiento o la sospecha.

Los trastornos psicopatológicos que con mayor frecuencia aparecen tras daño

cerebral son la depresión y la ansiedad. A veces estas alteraciones responden a la

misma lesión o disfunción cerebral y, en otras ocasiones, se deben a una reacción

por parte del sujeto ante la dificultad que le supone asumir sus limitaciones o los

cambios que en su vida ha producido el daño cerebral. Entre los trastornos del

estado de ánimo los pacientes suelen mostrarse pesimistas, pueden tener trastornos

del sueño y la alimentación, sentimientos de tristeza, cansancio y pérdida de interés

por las actividades que antes les interesaban.

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Es importante distinguir los síntomas depresivos del síndrome apático más

prevalente en los estadios agudos, mientras que la depresión se da en fases más

tardías y en pacientes no severamente afectados. En ocasiones cuando un paciente

va ganando conciencia de sus déficits puede presentar sintomatología depresiva.

Respecto a los trastornos de ansiedad el paciente puede presentar alteraciones

fisiológicas (sudoración, taquicardia…) o miedos, temor, nerviosismo o malestar. Al


igual que ocurre con los trastornos del estado de ánimo, en las fases agudas del

trastorno no debemos confundir la ansiedad con la agitación.

Por último, vamos a hacer referencia a una alteración muy común tras daño cerebral

y que es muy incapacitante y llamativa, como es la falta de conciencia de

enfermedad a veces denominada anosognosia. La tratamos aquí debido a su

repercusión sobre la conducta del paciente y los familiares. En general, los pacientes

que presentan falta de conciencia de enfermedad, niegan o minimizan sus déficits.

Los pacientes con anosognosia pueden mostrar falta de conciencia con respecto a

sus déficits, en relación a las limitaciones que estos le producen y, por último,

en la repercusión a largo plazo o expectativas de recuperación.

Normalmente, en cuanto a la falta de percepción de los déficits, los pacientes

perciben mejor las limitaciones físicas que las cognitivas y las que peor perciben son

las conductuales. Ante la imposibilidad de percibir las limitaciones, los pacientes

frecuentemente piensan que pueden vivir o salir solos o pueden conducir, lo que

acarrea muchas dificultades a la familia, que ha de impedir estas conductas ante el

paciente que no comprende el impedimento.

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10.3. Neuropsicología de las emociones

La separación entre los procesos cognitivos y emocionales para facilitar su estudio,

ha producido consecuencias conceptualmente problemáticas. Es decir, hay una

tendencia histórica a separar la pasión de la razón, hay un área, la psicología

cognitiva, que estudia la cognición, pero el cognitivismo es una doctrina que estudia

únicamente un aspecto de la mente y no puede haber mente sin emociones. Este

lastre teórico mantiene a los procesos cognitivos como un componente frío y analítico

y contempla las emociones como procesos algo más caóticos o cálidos. Pero las

emociones y la cognición podrían entenderse como dos perspectivas de un

mismo proceso (Manzanero y Álvarez, 2015). El sistema emocional puede ser

entendido como un sistema de emergencia que puede irrumpir espontáneamente en

una conducta urgente para seleccionar rápidamente un comportamiento. El sistema

cognitivo, filogenéticamente posterior, es capaz de analizar exhaustivamente

situaciones complejas y planificar estrategias de respuestas (Gainotti, 2001).

Siguiendo a Ledoux (1996), partimos de una serie de premisas en el estudio de las

emociones: el enfoque adecuado de análisis de una función psicológica es el que la

estudia en relación con su localización en el cerebro, en el caso de las emociones no

existe un único mecanismo cerebral dedicado a las emociones. Por otro lado,

afirma el mismo autor, las respuestas emocionales se generan en su mayoría de

manera inconsciente, es decir, hay mucho más en una experiencia emocional de lo


que percibimos. Por último, la mayoría de los desórdenes mentales suelen ser

desórdenes emocionales, ya que las conexiones que comunican los mecanismos

emocionales con los cognitivos son más fuertes que las que comunican los

mecanismos cognitivos con los emocionales, lo que explica que tengamos

frecuentemente poco control sobre nuestras emociones.

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Las emociones deben ser entendidas como señales internas, estados fisiológicos

de acción rápida y adaptativa, que dirigen nuestra supervivencia, responden

rápidamente ante aquellas situaciones que atentan contra nuestra integridad e

influyen en otros aspectos como la motivación, aprendizaje, toma de decisiones,

cognición, conducta y adaptación. Las emociones «no son otra cosa que respuestas

fisiológicas y conductuales múltiples y coordinadas de un mismo organismo, algunas

de las cuales pueden resultar observables como las posturas o expresiones faciales,

y otras, como la liberación de hormonas o el aumento del ritmo cardiaco no lo son.

En cualquier caso, nos estamos refiriendo a cambios en el cuerpo que pueden ser

objetivables y estudiados científicamente».

Las teorías sobre las emociones, como las de Paul Ekman o Carrol Izard, han

propuesto la existencia de un grupo de emociones básicas. Estas emociones tienen

en común que forman parte de la expresión humana y son universales (compartidas

por todas las culturas). La investigación sobre estas emociones básicas se basa en

la noción de que las emociones son acompañadas de expresiones faciales

características. Ekman e Izard llegaron a la conclusión de que había seis tipos de

expresiones básicas: sorpresa, miedo, rabia, asco, alegría y tristeza. Ellos

creían que estas emociones habían quedado en el repertorio humano porque se

producían frecuentemente y cumplían una función biológica para la supervivencia,

aunque otros autores afirman que se hallan relacionadas con la socialización.

Las emociones cumplen una serie de propiedades que las hacen distintivas. Una

emoción (como la alegría o la tristeza) es el resultado de un patrón complejo de

respuestas químicas y neuronales que forman un patrón característico, estas

respuestas son automáticas y producidas por el cerebro cuando detecta un estímulo

determinado (un objeto y una imagen mental). El cerebro está determinado por la

evolución para responder ante ciertos estímulos, pero la experiencia personal hace

que estas respuestas se extiendan hacia otros estímulos. El resultado de estas

respuestas químico-neuronales es un cambio temporal en el estado del cuerpo y en

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las partes del cerebro que chequean esos estados corporales (la emoción se siente

en el cuerpo y el cuerpo informa al cerebro sobre los cambios que siente) y, por

último, la finalidad de las emociones es la supervivencia y la adaptación (Tirapu,

2008).

Dentro de estas emociones básicas se puede distinguir además entre emociones

positivas y negativas.

▸ La alegría destaca como la emoción positiva por excelencia ya que facilita la

interacción social y provoca sentimientos de seguridad y satisfacción.

▸ La sorpresa es un estado transitorio que se manifiesta ante sucesos repentinos e

inesperados. Su aparición detiene los procesos previos que nos tenían ocupados

para desplazar nuestra atención hacía el estímulo sorpresivo.

▸ Entre las emociones negativas la tristeza implica soledad, indefensión y desánimo y

suele relacionarse con las pérdidas en general y con el cambio de rol en nuestro
grupo social.

▸ La ira nos moviliza contra el estímulo molesto dando lugar a conductas de ataque.

▸ El asco conlleva el rechazo de un estímulo físico o psicológico.

▸ El miedo, por último, es la anticipación de una amenaza o peligro, originando

incertidumbre e inseguridad, además de un irrefrenable deseo de salir huyendo.

Una teoría muy popular actualmente es que las emociones son pensamientos sobre

la situación en la que se encuentra una persona, lo que vendría a decir que la

cognición precede a la emoción, sin embargo, desde William James (1884) y en base

a las investigaciones de otros autores los estados emocionales llegan primero y los

sentimientos después, por lo que la emoción precede a la cognición.

Durante años la psicología cognitiva nos ha hecho creer que lo importante es lo

que uno piensa y no tanto lo que uno siente. Durante años hemos intentado

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convencer a nuestros pacientes que sus emociones son secundarias a sus

pensamientos. Sin embargo, evitar que las emociones irrumpan en el cerebro

racional no es tan fácil como nos han intentado hacer creer. Es muy frecuente que

las emociones contaminen la cognición pues desde el punto de vista

neuroanatómico, las conexiones bilaterales entre los centros racionales y

emocionales no son simétricas, de tal forma que existe un mayor número de

conexiones que van desde los centros emocionales a los racionales que a la inversa,

lo que avala la superioridad de la emoción frente a la razón.

En 1994 Antonio Damasio publica El error de Descartes donde expone dos ideas

básicas: la unidad razón-emoción, y que la emoción se evoca por la percepción del

lenguaje del cuerpo, es decir, el escenario de las emociones es el cuerpo. Este es

el núcleo de la hipótesis del marcador somático que plantea que la respuesta

emocional es frecuentemente uno de los primeros componentes y que influiría

posteriormente en los aspectos del sentimiento y su valoración. Frecuentemente,

según este autor, la toma de decisiones no es tan racional como se cree, pues

Damasio en esta misma publicación esboza su teoría del marcador somático,

donde una emoción marca la opción más saliente que influye en la toma de
decisiones.

Hay un nivel más complejo de las emociones denominadas emociones secundarias

aprendidas por las experiencias con el mundo. Si en las emociones primarias las

relaciones entre estímulo y emoción son muy similares para todos los individuos no

ocurre lo mismo con las emociones secundarias que surgen de las experiencias

personales y únicas, son más íntimas y más variables de individuo a individuo.

Digamos que las emociones primarias (alegría, tristeza, ira, miedo, asco y sorpresa)

son como los colores básicos en la paleta de un pintor, de la mezcla de ellas en

cantidades determinadas y en contacto con el entorno surgen emociones de mayor

complejidad. Así la culpa surge del despropósito y de defraudarnos a nosotros

mismos, su base es el miedo y la tristeza y nos permite prevenir la reprimenda de los

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otros y restaurar nuestra relación con nosotros mismos y los otros. La indignación

surge cuando otros violan las normas sociales, su base es el asco y la ira y nos

permite reforzar nuestros valores y convicciones. La gratitud nos permite reconocer

la contribución que hace el otro al orden del grupo, se basa en la alegría y nos
permite reforzar los lazos de cooperación (Tirapu, 2008).

En relación a los sentimientos según Damasio, un sentimiento es una idea de cómo

se encuentra el cuerpo en un momento determinado, de qué sentimos en el cuerpo

reflejado en esa parte del cerebro encargada de representar ese estado del cuerpo.

¿Y cómo controlar las emociones? En el siglo XVII el filósofo Baruch de Spinoza ya

planteó que una emoción solo puede ser contrarrestada por otra emoción opuesta y

de mayor intensidad. Spinoza y otros filósofos como Hume, se percataron, pues, de

que la mejor manera de contrarrestar una emoción negativa concreta es tener una

emoción positiva muy intensa. Sin embargo, llevamos años en psicología intentando

convencer a nuestros pacientes que razonen sobre cómo se sienten o que

simplemente se distraigan. Es decir, les planteamos que la corteza frontal

dorsolateral fría y racional intente imponer su mandato a la amígdala pasional y

cálida, pero como hemos visto resulta una tarea harto complicada (Tirapu, 2008).

Para terminar este apartado y en relación con las emociones y la empatía trataremos

las denominadas neuronas espejo. Estas neuronas fueron descubiertas por el

equipo de Giacomo Rizzolatti de la Universidad de Parma (Italia) en 1996.

El psicólogo Vilayanaur S. Ramachandran llama a las neuronas espejo «neuronas de

la empatía» por ser las implicadas en la comprensión de las emociones. «El mensaje

más importante de las neuronas espejo es que demuestran que verdaderamente

somos seres sociales. Nos ponen en el lugar del otro, pero no de forma abstracta o
intelectual, sino sintiendo como él», asegura Rizzolatti. Tal vez, gracias a las

neuronas espejo tenemos empatía, las emociones y pensamientos de los demás se

reflejan en nosotros y los sentimos como propios, así podemos conocer las

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motivaciones, deseos o sentimientos de los demás y actuar en consecuencia. Si

vemos a alguien triste, nos sentiremos tristes como reflejo de su tristeza, si ríe, su

risa se tornará contagiosa; si alguien se nos acerca amenazante, las neuronas

espejo nos harán percibir su enfado y nos permitirá reaccionar para defendernos. Las

neuronas espejo son las que nos impregnan de las emociones de los demás

(Tirapu, 2008).

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10.4. Neuropsicología de la cognición social

Se entiende por cognición social el conjunto de procesos cognitivos que se

activan en situaciones de interacción social. Estos procesos nos permiten

percibir, evaluar y responder ante dicha situación, valorando no solo las propias

impresiones sino infiriendo además las opiniones, creencias o intenciones de los

demás y respondiendo, por tanto, en consecuencia. La cognición social permite al

individuo una interacción satisfactoria con su entorno, por lo que los déficits en la

misma supondrán percepciones sociales inadecuadas, respuestas inapropiadas y

aislamiento social. Como señala Adolphs (2001), la cognición social es un proceso

complejo en el que existen mecanismos para percibir, procesar y evaluar los

estímulos, lo que permite una representación del entorno social.

El origen del concepto de cognición social se halla en los trabajos pioneros sobre el

autismo donde se señalaba una afectación en este trastorno de lo que se

denominaba teoría de la mente (ToM). El inicio de este concepto se sitúa en 1978,

cuando fue acuñado por vez primera por Premack y Woodruff para referirse a la

capacidad de atribuir estados mentales y predecir el comportamiento de otro

organismo. De entre las diversas definiciones sobre la teoría de la mente quizás la

más completa y que mejor recoge la complejidad del término sería «la habilidad para

atribuir estados mentales independientes, como deseos, creencias y emociones,

tanto en uno mismo como en otros» (Frith, 1996).

Según Tirapu, Muñoz Céspedes y Pelegrín (2003) la atribución de estados mentales

no debería entenderse como procesos meramente cognitivos, sino como una

interacción entre estos y los procesos emocionales.

Una adecuada competencia social implicaría entender las situaciones sociales y la

información presente en tales situaciones. Para ello sería preciso un adecuado

funcionamiento de la capacidad de mentalización o teoría de la mente, que permita

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entender e interpretar los estados mentales propios y de los otros, y hacer así

predicciones y explicaciones de las conductas. Se podría concluir, por tanto, que una

capacidad de teorizar sobre estados mentales y emocionales de otros es un

componente necesario para un adecuado funcionamiento y adaptación social.

La cognición social incluiría, además de la teoría de la mente, otros aspectos como:

procesamiento emocional, percepción social, conocimiento social y sesgos de

atribución. Para Bar-On, Tranel, Denburg y Bechara (2003) incluiría la habilidad de

reconocer y expresar emociones faciales; la habilidad de reconocer en otros

sentimientos y establecer relaciones interpersonales; la habilidad de modular y

regular emociones; la habilidad de darse cuenta, de forma realista y flexible de la

situación y resolver problemas interpersonales y la habilidad de generar afectos

positivos y automotivadores para conseguir los objetivos personales.

Desde la perspectiva evolucionista, la teoría de la mente surge en la evolución

humana como respuesta a la complejidad cada vez mayor del entorno social. En esta

línea surge la hipótesis del cerebro social de Brother (1990), que afirma que una

buena capacidad metarrepresentacional puede relacionarse con un mayor éxito

social.

L a cognición social se compone de diferentes subprocesos (Green, Olivier,

Crawley, Penn y Silverstein, 2005; Green et al. 2008):

▸ Percepción social. Incluye las capacidades para valorar reglas y roles sociales, así

como para valorar el contexto social.

▸ Conocimiento social o conocimiento de los aspectos propios de cada situación

social, lo que permite a la persona saber cómo debe actuar, cuál es su rol y el de los
demás en esa situación o las reglas que rigen en ese momento.

▸ Estilo o sesgo atribucional. Forma en que cada persona interpreta y explica las

causas de un resultado determinado, ya sea positivo o negativo.

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▸ Teoría de la mente: hace referencia a la habilidad para comprender y predecir la

conducta de otras personas, sus conocimientos, sus intenciones y sus creencias.

▸ Procesamiento emocional. Este hace referencia a la capacidad para comprender,

expresar y manejar las emociones.

▸ Empatía. Existen múltiples definiciones de este término, aunque, actualmente, la

más aceptada es la de Davis (1996), quien la definió como el conjunto de

constructos que incluyen los procesos de ponerse en el lugar del otro.

Mediante pruebas de neuroimagen y estudios de comportamiento realizados en

humanos y otros animales se han descrito las bases neurobiológicas de la

empatía, que constan de dos grandes sistemas: el sistema emocional y el sistema

cognitivo.

La empatía cognitiva se describe como la habilidad para crear una teoría sobre el

estado mental y cognitivo de otra persona, teniendo en cuenta su perspectiva. Dentro

de la empatía cognitiva se han descrito dos formas de la ToM: la cognitiva y la

emocional. Aunque pueden parecer muy similares, la ToM cognitiva se refiere a


nuestra habilidad para hacer inferencias de las creencias de otras personas (saber lo

que otro sabe), mientras que la ToM emocional hace referencia a nuestra habilidad

para hacer inferencias de las emociones de los demás (saber lo que otro siente).

Por otro lado, la empatía emocional es la capacidad para experimentar una

respuesta empática únicamente observando y percibiendo una emoción

experimentada por otra persona, la cual engloba diferentes procesos como el

reconocimiento y el contagio de emociones, y la capacidad para compartir el dolor

(sentir lo que otro siente) (Tirapu et al).

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10.5. Bases neuropsicológicas de las alteraciones


que afectan a la conducta

Retomemos los circuitos de la corteza prefrontal que presentamos en el tema

anterior, estos son:

▸ Circuito dorsolateral que se relaciona principalmente con procesos cognitivos.

▸ Circuito ventrolateral.

▸ Circuito ventromedial también conocido como orbitofrontal.

En dicho tema hablamos del circuito dorsolateral como el responsable del

funcionamiento ejecutivo más de índole cognitiva, mientras que los otros dos

circuitos se encuentran relacionados con la regulación de las emociones y la

conducta.

En este sentido podemos hacer una distinción entre las funciones ejecutivas

conductuales o de autocontrol de los procesos emocionales y motivacionales, es

decir, la capacidad de satisfacer los impulsos y emociones siguiendo estrategias

socialmente aceptables y las funciones ejecutivas cognitivas que incluyen las

capacidades implicadas en la formulación de metas y las estrategias para lograr los

objetivos, y las aptitudes para llevar a cabo estas actividades de una forma eficaz

(Guallart et al., 2015).

Por otro lado, hemos de advertir que no es posible en realidad establecer una

disociación entre sus funciones, es decir, separar lo motivacional y emocional de lo

cognitivo. Así cuando establecemos la diferenciación entre cognitivo y emocionales

solo una diferencia artificial.

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Figura 2. Áreas cerebrales de la corteza prefrontal. Fuente:

http://www.adhdandyou.com/hcp/neurobehavioral-disorder.aspx

La corteza ventromedial u orbitofrontal es una región polimodal que recibe

aferencias de todas las áreas sensoriales a la vez que de la amígdala, la corteza

entorrinal y la circunvolución cingulada. Participa en la regulación de las emociones y

en las conductas afectivas y sociales, así como en la toma de decisiones,

determinando el valor o la relevancia de la conducta de cada una de las respuestas

disponibles para una situación dada (Damasio, 1994; Elliot, Dolan y Frith, 2000). La

corteza frontal ventromedial sería el lugar en el que se encuentran y se sientan a

negociar el razonamiento y las emociones para orientarnos en la toma de decisiones,

incluso algunos autores identifican esta región con el cerebro «moral» y la empatía.

Esta región está implicada en la respuesta emocional. Una importante función de la


corteza orbitofrontal es la de inhibir a otras áreas cerebrales. Las lesiones en

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esta área parecen desconectar el sistema de «vigilancia» frontal dorsolateral del

sistema límbico y, como consecuencia, las respuestas conductuales no están

controladas por la razón o la lógica y ocurre lo que se denomina síndrome

orbitofrontal (Tirapu et al., 2012). Las lesiones de la corteza orbitofrontal producen

una conducta desinhibida o social inadecuada e irregularidades emocionales.

El circuito ventrolateral está implicado en el procesamiento semántico, el

pensamiento emocional de expresiones faciales, la memoria y las emociones.

La corteza prefrontal medial o cingulada se localiza en las caras mediales de ambos

lóbulos frontales. Incluye áreas pertenecientes al córtex premotor, prefrontal y

límbico. Soporta procesos como la inhibición, detección y solución de conflictos, al

igual que la regulación y el esfuerzo atencional. También participa en la regulación

de la agresión y de los estados motivacionales (Manzanero y Álvarez, 2015). La

corteza cingulada anterior, contribuye operando como un dirimidor de conflictos entre

las respuestas emocionales que provienen de la amígdala y las respuestas

racionales que provienen del córtex prefrontal dorsolateral actuando en procesos en

los que se debe inhibir una respuesta. Es una región relacionada con la experiencia
y expresión emocional, por lo que es crítica para el procesamiento de emociones

asociadas a situaciones sociales y personales complejas (Tirapu, Ríos-Lago y

Maestú, 2008). El síndrome medial se caracteriza por apatía y por falta de respuesta

emocional.

En la siguiente imagen se observa la ubicación anatómica de estas áreas. El número

1 corresponde a la corteza ventrolateral y el 2 al córtex dorsolateral. El 3 es el córtex

ventromedial y el 4 el córtex cingulado.

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Figura 3. Áreas cerebrales de la corteza prefrontal. 1. Córtex ventrolateral, 2. Córtex dorsolateral, 3.

Córtex ventromedial u orbotoforntal, 4. Corteza cingulada. Fuente:

http://neuropsicologianet.blogspot.com.es/2010/03/papel-de-la-corteza-prefrontal.html

Además de estos circuitos prefrontales, el sistema límbico es el circuito neuronal

relacionado con el control de las emociones.

Figura 4. Sistema límbico. Fuente: https://www.emaze.com/@AZZRWTZ/Untitled

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Parte de los hemisferios cerebrales y el diencéfalo están agrupados bajo el nombre

de sistema límbico (figura 4) y se encuentra situado en las porciones más profundas

del cerebro por encima del tronco encefálico. El término fue acuñado en la década de

los años 40 por MacLean (1949). Estructuralmente el sistema límbico consiste en:

▸ Áreas corticales que incluyen el giro cingulado.

▸ Núcleos como el núcleo anterior del tálamo, el hipotálamo y los cuerpos

mamilares.

▸ La amígdala.

▸ La corteza olfatoria.

▸ Tractos que conectan varias áreas como el fórnix que conecta el hipocampo con el

tálamo y los cuerpos mamilares

E l sistema límbico es un modulador de las emociones y del control motivacional,

influye en los estados emotivos, las respuestas viscerales a las emociones, las

motivaciones, el sentido del humor y las sensaciones aversivas y de placer. Este

sistema está asociado con procesos básicos de supervivencia a través de la

generación de sentimientos de agrado o disgusto con respecto a determinadas

experiencias (Manzanero y Álvarez, 2015).

El giro cingulado es considerado el centro de satisfacción para el cerebro y también

responsable de aspectos motivacionales. Los núcleos anterior, medial y dorsal del

tálamo están involucrados en la regulación de las emociones.

L a amígdala se considera la principal estructura subcortical implicada en el

procesamiento y respuesta a estímulos emocionales. Recibe proyecciones de todas

las áreas corticales de asociación sensorial, del tálamo y del hipocampo, este último

implicado en la asignación del significado emocional y afectivo de los estímulos para

el aprendizaje emocional.

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L a s áreas somatosensoriales e ínsula, principalmente, son las regiones cuyo

cometido consiste en analizar y procesar la información que llega del cuerpo lo que

hace que sea posible fotografiar en el cerebro o «mapear» (crear un mapa del cuerpo

en el cerebro) el estado en el que nos encontramos en cada instante.

Experimentalmente se ha demostrado que la ínsula juega un importante papel en la

experiencia del dolor y la experiencia de un gran número de emociones básicas,

incluyendo odio, miedo, disgusto, felicidad y tristeza. La ínsula está bien situada para

la integración de información relacionando estados corporales con procesos

emocionales y cognitivos de orden superior, ya que recibe información del cuerpo a

través de vías sensoriales por la vía del tálamo y envía información o estímulos a

otro gran número de estructuras tales como la amígdala y al córtex órbitofrontal o

ventromediano.

Por último, en cuanto a la especialización hemisférica, el hemisferio derecho

presenta una superioridad frente al hemisferio izquierdo en el reconocimiento de la

información emocional y para la regulación del estado de ánimo y el afecto (Tirapu et

al, 2008).

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10.6. Evaluación de la conducta, emociones y


cognición social

Para la valoración del estado emocional y la conducta es muy importante realizar

u n a entrevista con la familia, ya que muchas de las conductas problema que

exhibe el paciente no se producen en la consulta, sino en el ambiente cotidiano de

este. Si bien, la observación es otra técnica importante y de gran utilidad.

Para valorar estos aspectos, utilizamos escalas de conducta. Presentamos aquí

algunos instrumentos ampliamente utilizados como la escala de depresión de

Hamilton, la escala de depresión de Beck, la escala de ansiedad de Hamilton y el


inventario neuropsiquiátrico.

La escala de depresión de Hamilton (1960) es una entrevista semiestructurada de

17 ítems y valora los síntomas de ansiedad fisiológica, por un lado, y de ansiedad

psíquica por otro.

L a escala de depresión de Beck valora el nivel general de depresión como

emociones negativas, nivel de actividad, problemas de interacción, sentimientos de

menosprecio y síntomas físicos. Consta de 21 ítems y cada uno de ellos consta de 4

afirmaciones que puntúan según su severidad entre 0 y 3, siendo el punto de corte 9

puntos. La desventaja del uso de estos cuestionarios reside en la capacidad del

paciente para autojuzgar y valorar sus alteraciones.

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Por ello, el inventario neuropsiquiátrico (NPI) (Cummings et al, 1994), se

administra al familiar. Contiene doce subescalas: delirios, alucinaciones,

agitación/agresión, depresión/disforia, ansiedad, euforia, apatía/indiferencia,

desinhibición, irritabilidad/labilidad, actividad motora aberrante, sueño y apetito.

Mediante la entrevista con el familiar se pregunta la existencia del síntoma y se anota

además la frecuencia, intensidad y la molestia que produce en el cuidador.

Algunas escalas para valorar la conducta y regulación de emociones son la Frontal

Systems Behavior Scale (FrSBe) (Grace et al., 2001) que mide disfunción

ejecutiva, apatía y desinhibición, el cuestionario DEX de la Behavioral of

dysexecutive Synfrome (BADS) (Wilson et al., 1996), la escala de apatía de Marin

(Marin et al., 1991), la escala de impulsividad que posee una adaptación española

realizada por Verdejo et al. (2010) y la escala de Iowa que posee validación

española (Guallart et al., 2015). La escala de Iowa pone el énfasis en la valoración

de funciones motivacionales y emocionales, repercusión de alteraciones de

funciones ejecutivas en la vida cotidiana y permite estimar la personalidad

premórbida por lo que resulta de utilidad para valorar el cambio de personalidad

debido a causas neurológicas.

No existe un protocolo establecido para valorar la cognición social, pero siguiendo

a Tirapu et al., (2007) podemos valorar los siguientes aspectos. En primer lugar, para
valorar cómo el sujeto dota de valor emocional y social los estímulos, se ha apostado

por la evaluación del reconocimiento facial de emociones o reconocimiento de

expresiones faciales mediante el test de las expresiones faciales que es de acceso

libre y se puede descargar en https://www.unige.ch/

En segundo lugar, se valora la comprensión de falsas creencias como forma de

valorar aspectos relacionados con la teoría de la mente (ToM) o capacidad para

mentalizar y ponerse en el lugar del otro, esto se realiza con tareas de creencias de

primer y segundo orden. Baron-Cohen et al., idearon la tarea de Sally y Ana

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(Tirapu et al., 2007), en esta tarea Sally esconde una canica en su cesta y se va, a

continuación Ana cambia la canica a otro lugar, al sujeto se le pregunta ¿dónde

buscará Sally la canica cuando vuelva? Otro tipo de tareas que entrañan mayor

dificultad son las denominadas creencias de segundo orden, entre las que resulta

paradigmática la historia del heladero:

En un día caluroso Juan y María están sentados en el parque cuando ven

llegar una furgoneta de helados. Como no llevan dinero encima, María

decide ir a buscar la cartera a su casa. El heladero le asegura que le

esperará en el parque, pero al cabo de unos minutos Juan ve como el

heladero arranca la furgoneta para irse. Al preguntarle donde va, el

heladero contesta que se marcha a la zona de la iglesia porque en el

parque apenas hay gente. Cuando el heladero va conduciendo camino de

la iglesia, María le ve desde la puerta de su casa y le pregunta dónde va.

Así María también se entera de que estará en la iglesia. Por su parte Juan,

que no sabe que María ha hablado con el heladero, va a buscarla a su

casa, pero no la encuentra. El padre de María le dice a Juan que se ha ido

a comprar un helado.

La pregunta es: ¿Dónde piensa Juan que María habrá ido a buscar al

heladero?

En tercer lugar, se valora la utilización social del lenguaje mediante las historias

de Happé que se crearon inicialmente para valorar la atribución de intenciones a los

demás en niños con autismo. Un ejemplo de estas historias son la captación de la

ironía, la mentira y la mentira piadosa. En cada una de estas historias el personaje

dice algo que no debe entenderse en sentido literal y se solicita al sujeto una

explicación de por qué el personaje afirma lo que dice. Happé plantea que este tipo

de historias nos sitúa en un tercer nivel de complejidad de la ToM ya que se centran

en la capacidad para extraer un significado en función de un contexto social

Neuropsicología y Rehabilitación 30
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particular que debe superar la literalidad.

A continuación de exponen tres ejemplos:

Ironía

Un niño está mirando a un grupo de niños que se cuentan cosas y se ríen.

Se acerca y les pregunta:

—¿Puedo jugar con vosotros?

Uno de los niños se gira y le dice:

—Sí, claro, cuando las vacas vuelen, jugarás.

Pregunta: ¿por qué dice eso?

Mentira

Aparecen dos niños, uno con un bote lleno de caramelos. El otro le

pregunta:

—¿Me das un caramelo?’ y el niño de los caramelos responde,

escondiéndolos tras la espalda:

—No, es que no me queda ninguno.

Pregunta: ¿por qué dice eso?

Mentira piadosa

Hoy tía Amelia ha venido a visitar a Pedro. Pedro quiere mucho a su tía,

pero hoy lleva un nuevo peinado que Pedro encuentra muy feo. Pedro

cree que su tía está horrorosa con este pelo y que le quedaba mucho

mejor el que llevaba antes. Pero cuando tía Amelia le pregunta a Pedro: —

¿Qué te parece mi nuevo peinado?

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Pedro dice:

—¡Oh, estás muy guapa!

Pregunta: ¿por qué le dice eso Pedro?

En cuarto lugar, se valora el comportamiento social mediante el test de faux pas o

meteduras de pata (Baron- Cohen et al., 1991). En esta prueba los sujetos deben

leer diez historias en las que el protagonista «mete la pata» en distintas situaciones

sociales junto con diez historias de control. Una de estas historias es:

Julia compró a su amiga Esther un jarrón de cristal como regalo de bodas.

Esther hizo una gran boda y había tal cantidad de regalos que le fue

imposible llevar la cuenta de qué le había regalado cada invitado. Un año

después, Julia estaba cenando en casa de Esther. A Julia se le cayó una

botella de vino sin querer sobre el jarrón de cristal y éste se hizo añicos.

Lo siento mucho. He roto el jarrón —dijo Julia—. No te preocupes —dijo

Esther–, nunca me gustó; alguien me lo regaló por mi boda.

¿Ha dicho alguien algo que no debería haber dicho o algo inoportuno? Si

dice sí, preguntar: ¿quién ha dicho algo que no debería haber dicho o algo

inoportuno? ¿Por qué no lo debería haber dicho o por qué ha sido

inoportuno? ¿Por qué crees que lo dijo? ¿Se acordaba Esther de que Julia

le había regalado el jarrón? ¿Cómo crees que se sintió Julia?

Estas historias resultan algo más complejas y se insiste en la capacidad del sujeto

para haber comprendido la situación y en su capacidad para ponerse en el lugar de

los diferentes protagonistas de la historia. Mientras que las historias de Happé

valoran la ToM cognitiva (saber lo que otro sabe), las historias de faux pas

valoran la ToM emocional (saber lo que otro siente).

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Otra tarea para valorar la ToM es el test de la mirada de Baron-Cohen (2001) y

valora la detección de la expresión emocional a través de la mirada. Esta prueba

consta de 28 fotografías para niños y 38 para adultos en las que se observan las

miradas de hombres y mujeres que expresan un sentimiento o un pensamiento.

Cada fotografía tiene cuatro respuestas posibles y el sujeto debe elegir la más

adecuada. Esta prueba valora aspectos emocionales complejos y que surgen en

la interacción social, así el sujeto debe conocer el significado de emociones y

sentimientos, basándose en la expresión de los ojos debe completar la expresión

facial acompañante a la mirada y debe identificar la emoción que le genera esa

expresión determinada (empatía).

Por último, en este modelo propuesto (Tirapu et al., 2007), se valora la empatía y

juicio moral mediante los dilemas morales. Un ejemplo sería el dilema del tren:

Un vagón de tren se dirige sin control hacia un grupo de cinco operarios

que realizan obras de mantenimiento en la vía. Todos ellos morirán

aplastados por la máquina si no encontramos una solución. Usted tiene la


posibilidad de apretar un botón que activará un cambio de agujas y

desviará el tren hacia otra vía donde se encuentra un trabajador realizando

obras de reparación. El vagón mataría a este hombre, pero los otros cinco

se salvarían. ¿Pulsaría el botón?

Ahora vamos a por otra versión del mismo dilema. Usted se halla sobre un

paso elevado que cruza sobre la vía y situado en un punto vertical entre la

vía y las cinco personas. Un señor con aspecto desaliñado y con pintas de

estar bebido se encuentra a su lado. Una manera de frenar el «vagón

asesino» consiste en empujar al señor para que caiga sobre la vía y

resulte atropellado, lo que provocará que el maquinista reaccione, frene el

tren y salve las cinco vidas. ¿Le daría un empujón?

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Lo más probable es que los sujetos contesten que «sí» al primer planteamiento y que

«no» al segundo, lo que pone en un primer plano el problema de la empatía ya que la

clave parece ser la idea de aplicar nuestra acción sobre un ser inanimado como un

botón o sobre un ser animado como un ser humano. Además, cuando los sujetos

responden que «no empujarían al señor» les planteamos qué harían si los cinco

sujetos que se hallan en la vía son sus seres más queridos, lo que logra, en la

mayoría de los casos, modificar la orientación de sus respuestas (Tirapu el tal. 2007).

Figura 5. Imagen del test de la mirada. Fuente: https://www.google.com/search?


q=test+de+la+mirada&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwj1id-
pqvfgAhXExYUKHdBSChgQ_AUIDigB&biw=1824&bih=915#imgrc=AmpPZ1KBSZpXFM:

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Por último, para la valoración de la conciencia de enfermedad se utiliza el

cuestionario de autoconciencia de los déficits o Self Awareness déficit inventory,

SADI (Fleming, Strong y ashton, 1996) que valora los tres aspectos jerárquicos de la

conciencia de enfermedad: el conocimiento de los propios déficits, la conciencia de

las limitaciones que estos provocan y el establecimiento de expectativas realistas de

recuperación. Consiste en una serie de preguntas relativas a estos tres dominios que

se realizan al paciente como, por ejemplo: «¿es usted distinto ahora a como era

antes del accidente? ¿en qué?; ¿cree que tiene dificultades para controlar su

conducta?; ¿puede conducir?; ¿considera que las consecuencias del accidente van a

afectar a su vida dentro de seis meses?».

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10.7. Intervención en las alteraciones que afectan


a la conducta

Existen varias aproximaciones para el abordaje de los trastornos de conducta que se

utilizan frecuentemente de forma combinada, estos son (Bruna, Roig, Puyuelo,

Junqué y Ruano, 2011):

▸ El tratamiento farmacológico.

▸ La modificación de conducta.

▸ La rehabilitación neuropsicológica.

▸ La psicoterapia.

▸ La intervención con la familia.

A veces es necesario el tratamiento farmacológico, a pesar de que los familiares

son en ocasiones reacios o los pacientes se niegan a tomar fármacos. A estos

inconvenientes se añade que hasta hace relativamente poco tiempo, el campo del

daño cerebral sobrevenido y, en concreto, las alteraciones de conducta asociadas,

no han sido tenidos muy en cuenta por las diferentes especialidades médicas como

la neurología o la psiquiatría.

Sin embargo, en los últimos años se ha producido un creciente (y afortunado) interés

por parte de los neurólogos por la neurología de la conducta y por parte de los

psiquiatras por la neuropsiquiatría. De esta forma, es cada vez más común encontrar

unidades de rehabilitación multidisciplinares que cuenten con neurólogo o

neuropsiquiatra que se encarguen, entre otras funciones médicas, de la

prescripción de neurofármacos y control farmacológico del paciente en relación a sus

alteraciones de conducta.

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En las fases agudas, después de daño cerebral, es muy común como se ha

comentado, encontrar alteraciones de la actividad como la agitación psicomotora. En

la agitación, el abordaje terapéutico principal es el farmacológico. El grado de

confusión en el que se encuentran los pacientes en fase aguda, agrava aún más los

síntomas. Este estado de agitación se suele resolver con rapidez, por lo que hay que

realizar revisiones farmacológicas frecuentes al paciente para no alargar el efecto

sedante de los fármacos utilizados, ya que pueden retrasar la recuperación cognitiva

cuando la fase aguda está dando paso a otras fases de recuperación.

El tratamiento farmacológico es muy útil y necesario es los siguientes

problemas de conducta y emocionales: depresión, irritabilidad, desinhibición,

insomnio y agresividad. En la depresión y la labilidad emocional se utilizan fármacos

antidepresivos como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina

(ISRS) como la fluoxetina, paroxetina, sertralina y citalopram, entre otros. La

irritabilidad y la desinhibición, responden bien a fármacos serotoninérgicos y

monoaminérgicos que restauran la neurotransmisión. En cuanto a los trastornos del

sueño los fármacos de elección son las benzodiacepinas como el lorazepam, la

trazodona o la mirtazapina.

En relación a las conductas por defecto como la apatía también los tratamientos

farmacológicos son útiles, aunque su efecto es menos exitoso que en el


tratamiento de las conductas por exceso o inapropiadas.

Es muy común que se utilicen fármacos y combinaciones de estos para trastornos de

conducta específicos más que para la etiología principal de los fármacos, así se

pueden utilizar antidepresivos para el tratamiento del insomnio, o antipsicóticos como

la quetiapina, para alteraciones de conducta por exceso o inapropiadas. En este

sentido, hay que explicar a la familia que la utilización del fármaco se basa en el

tratamiento de los síntomas, más que de los síndromes o de las enfermedades

(Bruna, Roig, Puyuelo, Junqué y Ruano, 2011).

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Aunque el tratamiento farmacológico es de gran utilidad para el abordaje de los

trastornos de conducta, debido a los efectos secundarios, es recomendable utilizar

las dosis mínimas y hacer una revisión frecuente para ir reduciendo dosis y

medicamentos.

La modificación de conducta consiste en la aplicación de las técnicas de modificación

de conducta clásicas a los pacientes con daño cerebral. Una premisa muy importante

para que las técnicas de modificación de conducta funcionen, es que tienen que ser

aplicadas y conocidas por todas las personas que interactúan frecuentemente con el

paciente.

Una técnica muy útil es la extinción de conducta, que consiste en no prestar

atención al comportamiento o ignorar la conducta, basándose en el principio de que


una conducta no reforzada tiende a su desaparición. Al inicio de la aplicación de

la extinción, la conducta puede incluso recrudecerse, ya que el paciente estaba

acostumbrado a captar la atención con ella, sin embargo, si se es constante, la

conducta tenderá a remitir y desaparecer. Esta técnica no está indicada en

conductas que supongan un peligro para la integridad física.

Las técnicas de modificación de conducta más utilizadas son las basadas en el

refuerzo y en el castigo. El refuerzo se aplica para aumentar la emisión de una

conducta adecuada, así seguirá una consecuencia agradable a dicha conducta.

Esta consecuencia puede ser un elogio o signo de aprobación o algo material que

previamente se constata que es de interés para el paciente.

En ocasiones se utiliza la economía de fichas, que consiste en planificar y concretar

un número determinado de conductas positivas para obtener un refuerzo. Así, el

paciente va consiguiendo puntos o fichas que al final puede canjear por un premio. Si

ocurren conductas negativas, puede perder algún punto o ficha, lo que se denomina

coste de respuestas.

E l castigo, por el contrario, se aplica para disminuir la emisión de una conducta

Neuropsicología y Rehabilitación 38
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inadecuada y consiste en proporcionar una consecuencia negativa después de la

conducta inapropiada, o bien privar al paciente de experiencias agradables.

En este sentido se puede utilizar el tiempo fuera, que consiste en retirar al paciente

de la situación durante un período corto de tiempo, inferior a 30 minutos; la privación

o retirada de privilegios, es decir, privar al paciente de algo que le gusta como ver

un programa de TV o recibir visitas; o la privación o reducción de su tiempo libre,

teniendo que realizar una serie de tareas en los momentos en los que podría disfrutar

de tiempo para sí mismo, de ocio o de descanso.

L a sobrecorrección consiste en restituir o compensar los daños o perjuicios

causados. Por ejemplo, si ha estropeado o ensuciado algo tendrá que limpiarlo.

L a rehabilitación neuropsicológica es útil para marcar por ejemplo técnicas de

modificación del entorno o pautas de interacción con el paciente.

En las fases agudas, donde hemos visto que predominan la agitación y la confusión
es muy importante seguir las siguientes pautas encaminadas sobre todo a reducir la

sobreestimulación que agravarían los síntomas.

▸ Reducción del ruido.

▸ Ambiente tranquilo.

▸ Dosificación de la estimulación.

▸ Reducción de las visitas.

▸ Respetar períodos de descanso.

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Algunos ejemplos de circunstancias que tenemos que evitar son tener la televisión

encendida mientras hablamos con el paciente, hablarle varias personas a la vez,

comunicarnos con frases demasiado largas, ambiguas o excesivamente complejas o

tratar de que esté continuamente alerta o estimulado.

En relación a la reducción del grado de confusión el objetivo será disminuir el

desconcierto y facilitar la capacidad de predicción. Para ello es muy importante


establecer unas rutinas con el paciente, de tal manera que pueda ir aprendiendo

que unas acciones preceden a otras. Debemos evitar los estímulos sorpresa o los

cambios en su rutina. Es conveniente planificar las actividades con antelación y

explicar al paciente cada una de las actividades que va a realizar.

La forma de interactuar con el paciente es proporcionándole información clara,

sencilla y concreta, evitar los distractores, dirigiéndonos al paciente cuando hemos

captado su atención, las órdenes han de ser claras y simples, utilizando frases cortas

y de poco contenido. Debemos además utilizar el aprendizaje sin error que consiste

en no formular preguntas a los pacientes en las que pueden cometer errores como

preguntarles ¿quién es este? o ¿te acuerdas de fulanito, o de tal? o ¿qué día es

hoy?, etc.

En relación a la apatía se recomienda estructurar bien las actividades y planificarlas

en una rutina, ya que resultará más fácil para el paciente realizar las actividades

programadas que las que no lo están y las que responden a una rutina a la que se ha

acostumbrado.

En resumen, en las primeras fases, la intervención se centrará en el control

ambiental, modificación del entorno y en el establecimiento de rutinas.

E n fases más avanzadas la rehabilitación cognitiva puede tener efectos muy

positivos sobre la conducta del paciente. Así, por ejemplo, conforme el paciente va

aumentando su capacidad atencional o va superando sus dificultades de memoria

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van disminuyendo sus sensaciones de fracaso, de dependencia o de impotencia.

Mejora la seguridad en sí mismo y se reducen las conductas de negatividad,

frustración, irritabilidad o de agresividad. Con el entrenamiento en funciones

ejecutivas mejora el control de los impulsos, la inhibición o la flexibilidad

cognitiva.

Otra habilidad muy importante que hay que trabajar con los pacientes en este sentido

es la capacidad para ser consciente de sus déficits o limitaciones, esto es, mejorar

la conciencia de la enfermedad o de los déficits, ya que en la medida en que el

paciente es consciente de sus alteraciones, podrá colaborar en las técnicas de

conducta e incluso poner él mismo los medios para mejorar sus déficits.

Para esto se informa y se forma a los pacientes en el funcionamiento del cerebro, en

los déficits que se producen tras una lesión y en determinar los déficits que presenta.

A menudo resulta útil confrontar a los pacientes ante sus déficits. Puede resultar de
utilidad también, grabar al paciente y luego analizar con él la conducta o el

comportamiento.

Frecuentemente la conciencia de déficit se suele trabajar en grupo para que los

pacientes vean las alteraciones en otros afectados, ya que a veces les resulta más

fácil detectar un comportamiento en otras personas que en ellos mismos. Existen

programas como autopista a la conciencia (Chittum et at., 1996) que se lleva a

cabo en grupo. Se trata de un programa en formato de juego de mesa donde los

pacientes según caigan en unas casillas de un tablero han de responder a preguntas

sobre el cerebro, su funcionamiento y afectación o bien realizar juegos de rol-playing

simulando situaciones de la vida cotidiana.

La psicoterapia no es un método normalmente de elección en casos de daño

cerebral puesto que frecuentemente el paciente presenta deterioro o déficits

cognitivos importantes, como dificultad para concentrarse o mantener la atención o

déficit de memoria, que interfieren con la terapia. Además de ello, los pacientes

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presentan problemas de introspección, de razonamiento, falta de control de impulsos

o dificultad para reconocer sus déficits. Por todo ello resulta inviable en la mayoría de

los casos realizar este tipo de intervención y solo será posible en casos de afectación

leve e indemnidad de las facultades cognitivas.

Por último, la comprensión y el manejo de la conducta constituyen uno de los

mayores retos para los familiares. En primer lugar, es muy importante formar e

informar a la familia y explicarles que las alteraciones de conducta son una

consecuencia de la lesión en el cerebro, igual que lo es la hemiplejía de un miembro.

Esto a menudo es difícil de entender y la familia tiende a culpabilizar al paciente por

su mal comportamiento. Es muy importante explicar a las familias los diferentes

trastornos de comportamiento que pueden darse después de daño cerebral y

centrarnos especialmente en aquellos que exhibe su familiar.

En segundo lugar, aunque es importante conocer las alteraciones de conducta y por

qué se producen, lo es aún más, saber qué hacer o cómo actuar ante ellas. Por eso,

es de suma importancia dar pautas de manejo conductual al familiar y entrenarle

en las técnicas de modificación de conducta, por ejemplo sobre cómo llevar a cabo la

extinción de conducta, o cómo dar refuerzos o realizar una economía de fichas, ya

que todas estas técnicas deben aplicarse no solo en consulta, sino sobre todo, en la

vida cotidiana del paciente, en su día a día.

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Figura 6 y 7. Pautas de manejo de la conducta dadas a familiares.

Por último, debemos ayudar a la familia a conseguir una adecuada adaptación a la

nueva situación que está viviendo, ya que además es previsible que continúe en el

tiempo. En este sentido, los familiares de los pacientes agradecen sentirse

escuchados y comprendidos, ya que habitualmente sienten vergüenza de explicar las

conductas inapropiadas que exhibe el familiar ante otras personas, sin embargo ante

los profesionales que tienen experiencia en estos trastornos el familiar puede

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expresarse de manera más confiada.

Neuropsicología de la conducta

En este tema se describen las alteraciones emocionales y de conducta y del estado

de ánimo consecuencia de daño cerebral, se hace referencia a las bases

neuroanatomías de estas alteraciones y se muestran técnicas de valoración y de

intervención.

Accede al vídeo:
https://unir.cloud.panopto.eu/Panopto/Pages/Embed.aspx?id=9de4cb25-d4ed-

4a70-9ebd-af7f00b24e5d

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Material de estudio

10.8. Referencias bibliográficas

Asociación Americana de Psiquiatría. (2013). Guía de consulta de los criterios

diagnósticos del DSM 5. Arlington VA: Asociación Americana de Psiquiatría

Bruna, O., Roig, T., Puyuelo, M., Junqué, C. y Ruano, A. (2011). Rehabilitación

neuropsicológica. Intervención y práctica clínica. Barcelona: Elsevier Masson.

Guallart, M., Jiménez, M., Tuquet, H., Pelegrín, C., Olivera, J., Benabarre, S., y

Tirapu, J. (2015). Validación española de la Iowa Rating Scale for Personality

Change (IRSPC) para la valoración de los cambios de personalidad en pacientes con

daño cerebral adquirido. Revista de Neurología, 60(1), 17-29.

Manzanero, A. y Álvarez, M. A. (2015). La memoria humana. Aportaciones desde la

neurociencia cognitiva. Madrid: Pirámide.

Mimentza, N., y Quemada, I. (2011). Tratamiento de los trastornos emocionales y de

la conducta. En O. Bruna, T. Roig, M. Puyuelo, C. Junqué, y A, Ruano. Rehabilitación

neuropsicológica. Intervención y práctica clínica (pp. 245-258). Barcelona: Elsevier

Masson.

Muñoz-Céspedes, J.M. y Tirapu, J. (2004). Rehabilitación neuropsicológica. Madrid:

Síntesis.

Peña-Casamova, J., Gramunt-Fombuena, N. y Gich-Fullá, J. (2004). Test

neuropsicológicos. Barcelona: Elsevier-Masson.

Tirapu, J., Pérez, G., Erekatxo, M. y Pelegrin, C. (2007). ¿Qué es la teoría de la

mente? Revista de Neurología, 44(8), 479-489.

Tirapu, J., Ríos-Lago, M. y Maestú-Unturbe, F. (2008). Manual de neuropsicología.

Barcelona: Viguera.

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Resolución del caso clínico

Resolución del caso clínico

Nos encontramos ante un caso muy representativo del tema que hemos estudiado.

Vamos a analizarlo.

Desde el punto de vista lesional o neuroanatómico, nos encontramos a un paciente

con una lesión frontobasal bilateral, hematoma frontal derecho y lobectomía frontal

parcial. En este sentido las lesiones de la corteza prefrontal basal (orbitofrontal o

ventromedial) cursan con alteraciones de las emociones y la conducta,

especialmente en lesiones del hemisferio derecho, lo que se corresponde con las

lesiones presentadas en este paciente.

En la exploración médica inicial nos debe llamar la atención que se trata de una

persona colaboradora y sin alteraciones del lenguaje, sin embargo presenta apatía y

anosognosia. La apatía como hemos visto en el tema se relaciona con lesiones

ventromediales y las alteraciones de conducta cursan frecuentemente con

anosognosia o falta de conciencia de enfermedad. Presenta una hemiparesia

residual izquierda recuperada en relación con la lesión frontal derecha.

En la exploración psicopatológica no encontramos trastornos del estado de ánimo (el

paciente no es consciente de sus déficits ni de la repercusión de estos, y se muestra

indiferente a ellos), tampoco presenta ansiedad. Presenta en cambio alteraciones en

su personalidad que muestra un patrón diferente a como era antes de la lesión, este
patrón está estabilizado (han pasado dos años desde el accidente). Los síntomas

son: irritabilidad, inestabilidad emocional (cambios en su estado emocional), escasa

tolerancia a la frustración, infantilismo, apatía, indiferencia, embotamiento afectivo

(falta de afectividad) y falta de espontaneidad. Todo ello nos lleva a diagnosticar

Cambio de personalidad debido a TCE de tipo combinado (pues presenta

alteraciones por defecto, por exceso e inadecuadas que comparten distintos subtipos

del trastorno de cambio de personalidad). La intensidad es moderada severa, lo que

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Resolución del caso clínico

conlleva una gran interferencia en su vida. Desde el punto de vista conductual

presenta falta de flexibilidad, pérdida del control de impulsos, cambios de humor y

conducta social inapropiada. Lo más llamativo se recoge a continuación: frialdad

emocional. Este dato caracteriza muy bien la incapacidad del paciente para

interpretar y mostrar emoción, por lo que a raíz del TCE se ha convertido en una

persona fría, robótica podríamos decir. Por último, la exploración corrobora la falta de

conciencia de enfermedad por parte del paciente que se muestra totalmente

despreocupado por su estado, que no puede valorar.

Desde el punto de vista cognitivo, conserva la mayoría de funciones cognitivas como

la atención, velocidad, lenguaje, si bien este es literal, otro dato que nos informa

sobre la incapacidad del paciente para detectar el lenguaje implícito, conserva

praxias, gnosias, tan solo se observa leve dificultad mnésica y eso sí, disfunción
ejecutiva, propia de lesiones frontales.

Desde el punto de vista funcional, podemos ver la repercusión de sus déficits, no

presenta afectación de actividades básicas, aunque debido a su falta de

espontaneidad hay que recordar y supervisar que el paciente pueda llevar a cabo

estas actividades, de igual forma esto repercute en las instrumentales, donde no es

capaz de iniciar una actividad y planificarla o llevarla a cabo de forma autónoma

hasta su finalización. Por último, el paciente presenta una gran repercusión en las

actividades avanzadas con imposibilidad de llevar a cabo una actividad remunerada

o implicarse en actividades de ocio y tiempo libre.

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Resolución del caso clínico

Aunque no queda recogido en el informe, a nivel familiar sus déficits conllevan

importantes problemas de pareja. Se da la circunstancia que el matrimonio tiene un

hijo de corta edad, de unos 7 u 8 años que siente rechazo a estar con su padre, pues

este es incapaz de mostrar emociones o afectividad además se frustra con rapidez

mostrando explosiones de ira o enfado.

En resumen, este paciente se ha convertido en un robot, frío, sin emocionalidad con

un discurso literal, sin espontaneidad, por lo que ejemplifica los aspectos tratados en

este tema en cuanto a alteraciones de conducta, emociones y cognición social.

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A fondo

Rehabilitación de las alteraciones conductuales


derivadas del daño cerebral adquirido

Accede a la web a través del aula virtual o desde la siguiente dirección:


http://fedace.org/wp-content/uploads/2013/09/10_alteraciones_conductuales.pdf

Página web donde puedes encontrar una publicación orientada a familiares de

pacientes con daño cerebral adquirido que contempla la alteración de la conducta.

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Test

1. Entre las alteraciones de conducta por defecto encontramos:

A. Pérdida del control de impulsos.

B. Apatía.

C. Irritabilidad.

D. Desinhibición.

2. Las alteraciones de la actividad:

A. Se dan en las fases crónicas tras daño cerebral.

B. Se dan en las fases agudas tras daño cerebral.

C. Son alteraciones de la personalidad.

D. Afectan a la expresión de las emociones.

3. En relación a los trastornos de la personalidad tras daño cerebral, señala la

opción correcta:

A. La labilidad hace referencia a la inestabilidad emocional.

B. La desinhibición se manifiesta por irritabilidad, impaciencia y

oposicionismo.

C. La apatía consiste en la incapacidad para controlar los impulsos.

D. Todas las opciones son incorrectas.

4. Las alteraciones psicopatológicas más frecuentes tras daño cerebral son:

A. Apatía.

B. Falta de conciencia de enfermedad.

C. Agresividad.

D. Depresión y ansiedad.

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Tema 10. Test
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Test

5. En relación a los circuitos prefrontales:

A. El circuito ventromedial se relaciona con habilidades cognitivas.

B. El circuito dorsolateral se conoce como corteza cingulada.

C. El circuito orbitofrontal se relaciona con las emociones y la conducta.

D. El circuito dorsolateral se relaciona con las emociones y la conducta.

6. El sistema subocortical relacionado principalmente con las emociones es:

A. El tálamo.

B. El cerebelo.

C. Los ganglios basales.

D. El sistema límbico.

7. En relación con la valoración de las emociones, la conducta y la cognición social:

A. Utilizamos escalas de conducta.

B. Valoramos la conciencia de los déficits.

C. Valoramos la cognición social.

D. Todas las respuestas son correctas.

8. El tratamiento farmacológico es el principal abordaje terapéutico en:

A. La mejora de la conciencia de déficits.

B. La agitación.

C. El tratamiento de las alteraciones emocionales.

D. La apatía.

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Tema 10. Test
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Test

9. La extinción de conducta:

A. Está indicada cuando la conducta entraña peligro para la integridad física

del paciente.

B. Se aplica para aumentar la frecuencia de aparición de una conducta.

C. Se aplica para instaurar conductas nuevas.

D. Consiste en ignorar la conducta del paciente.

10. En la intervención con la familia:

A. Es muy importante dar información sobre las alteraciones de conducta.

B. Es fundamental entrenar pautas de manejo conductual.

C. Es muy útil dar pautas sencillas por escrito

D. Todas las opciones son correctas.

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Tema 10. Test
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