Discurso 80 Anios Noche de Los Cristales Rotos

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LA LABOR DE LOS DIPLOMÁTICOS ECUATORIANOS

EN EL CONTEXTO DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Discurso pronunciado por Daniel Kersffeld el 9 de noviembre de 2018 en el Ministerio de


Relaciones Exteriores y Movilidad Humana (Quito, Ecuador) en el homenaje al cónsul
Manuel Antonio Muñoz Borrero y en recordación por los 80 años de la Noche de los Cristales
Rotos.

Julius Zanders nació en la ciudad Dünkers el 20 de julio de 1879. Hijo de un humilde granjero
dedicado a la crianza de ganado, en su biografía se expresó el ascenso social de aquellos judíos
que habían optado por una vida mundana, cosmopolita, plenamente integrada a la sociedad
alemana y con una pertenencia religiosa acotada a su vida privada. En 1902 se tituló como
veterinario en la Universidad de Berlín y poco después se instaló en Colonia. Una vez producido
el estallido de la Primera Guerra Mundial, su vocación nacionalista lo llevó a combatir en el frente:
allí fue designado como uno de los jefes de la unidad de veterinarios, condición que le posibilitó
perfeccionarse en el cuidado de los caballos de la oficialidad y de los altos mandos. Por sus
servicios en la guerra fue recompensado nada menos con la Cruz de Hierro.

Una vez que retornó a la vida civil en Colonia contrajo matrimonio y tuvo dos hijos. Su nombre
cobraría una notoriedad cada vez más amplia, sobre todo en los círculos sociales más elevados,
por su capacidad como veterinario y, especialmente, por el tratamiento de caballos de carrera y la
cría de pura sangre.

Pese al frontal odio antijudío evidenciado por el gobierno de Adolf Hitler desde su llegada al poder,
el 30 de enero de 1933, Zanders pudo mantener sus actividades debido a sus contactos políticos,
pero sobre todo, gracias a su enorme talento y reconocimiento profesional. Según quienes lo habían
tratado por aquellos años, Zanders suponía que el nazismo era apenas un fenómeno pasajero
producto de la crisis alemana de finales de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, el 9 de
noviembre de 1938 fue arrestado: para él, como para muchos otros judíos, la “Noche de los
Cristales Rotos” se prologaría en una estancia de tres meses en aquel infierno conocido como
Dachau, el primer campo de concentración instalado por el nazismo. Algunos contactos políticos
permitieron la liberación del reconocido veterinario con la condición del abandono, casi que
inmediato, de su amada patria alemana.

En abril de 1939, Julius Zanders y su familia finalmente llegaron al Ecuador, país donde pese a las
diferencias culturales e idiomáticas, lograría una rápida inserción profesional y académica.
Seriamente afectado por la reclusión y las torturas propinadas en Dachau, su muerte tuvo lugar
pocos años más tarde, el 20 de marzo de 1945, en Quito y lamentablemente, sin haber podido
alegrarse por la humillante derrota del nazismo y de los totalitarismos europeos.

La Noche de los Cristales Rotos, o la Kristallnacht, se convirtió en el prolegómeno de la barbarie.


Consistió en la reacción planificada por parte del gobierno del Tercer Reich frente al asesinato en

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Francia del diplomático alemán Ernst Vom Roth a manos del joven judío polaco Herschel
Grynszpan. Fue ésta la excusa perfecta para que la dictadura nazi asestara una planificada
venganza en contra de la población judía.

Así, en el lapso de 24 horas, al menos 91 ciudadanos judíos fueron asesinados en tanto que otros
30 mil fueron detenidos y posteriormente deportados en masa a los campos de concentración de
Sachsenhausen, Buchenwald y Dachau. Más de mil sinagogas fueron quemadas y más de 7 mil
tiendas y negocios de propiedad de judíos fueron destruidas o seriamente dañadas. El gobierno
alemán tomó las medidas oportunas para compensar los daños causados: los seis millones de
marcos que los judíos podían reclamar a las compañías de seguros por los daños sufridos se
abonarían al Estado en concepto de “daños a la nación alemana”. Asimismo, se impuso una multa
colectiva de un billón de marcos por la muerte de vom Rath, suma que fue pagada mayormente
mediante la confiscación de propiedades de judíos. Por último, a los población judía afectada se la
obligó a limpiar las calles, sembrada de “cristales rotos”, luego de los destrozos causados por el
nazismo. Las consecuencias de la represión y el vandalismo dejarían una dolorosa marca: en las
siguientes semanas, se producirían alrededor de 700 suicidios dentro de la comunidad israelita de
Viena.

Podemos aprecias que, a través de un acontecimiento tan nefasto como éste, el gobierno de Hitler
pretendió cumplir con al menos 4 objetivos:

En primer lugar, tuvo como una finalidad central asestar un golpe demoledor en contra de las
comunidad judía: si bien la legislación antisemita se comenzó a concretar desde 1933 con la
llegada del nazismo al poder, y fue profundizada en 1935 con las tristemente célebres Leyes de
Nüremberg, la Kristallnacht implicaría finalmente un castigo brutal en contra de la población judía.
No en vano, varios historiadores se refirieron a este acontecimiento como el inicio de la Shoá y
como el punto de no retorno frente al pasado. Por primera, la represión contra los judíos no ocurría
en un lugar recóndito o poco visible de Europa Oriental sino en ciudades modernas, con una
población judía masiva y plenamente integrada y asimilada.

En segundo lugar, mediante la Kristallnacht Hitler logró con éxito la organización de un ataque
masivo a través de los varios brazos institucionales del poder. El partido nazi, las SS, las SA, las
juventudes hitlerianas, el ministerio del interior, el ministerio de propaganda, etc. vivieron así su
primera experiencia concreta de represión y vandalismo, para lo cual debieron trabajar de manera
coordinada y planificada, como un preanuncio de lo que ocurriría poco tiempo después, una vez
instalada la maquinaria de muerte del Holocausto.

En tercer lugar, Hitler ejerció el control directo sobre la sociedad, la que oscilo alternativamente
entre la colaboración espontánea, la parálisis provocada por el miedo y la franca indiferencia. Fue
también para la sociedad en general una demostración efectiva de hasta dónde podía llegar el
nazismo y el poder totalitario, y la comprobación de que todas las amenazas proferidas hasta
entonces podían ser corroboradas e incluso superadas en sadismo y barbarie.

Finalmente, al régimen nazi le interesaba averiguar qué tipo de reacción internacional podía
suscitar un ataque de estas características. Previsiblemente, y salvo la encendida reacción de
organizaciones internacionales judías, de referentes de la izquierda y de distintos voceros de la

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Iglesia católica, la respuesta emanada desde los gobiernos de todo el mundo fue entre tibia y fría.
El canciller británico Neville Chamberlain, conocido por su política acuerdista frente al
expansionismo del Tercer Reich, apenas mostró su solidaridad con las víctimas judías. Un poco
más enérgico, el presidente estadounidense F. D. Roosevelt retiró a su embajador en Alemania
como señal de protesta, pero rechazó la propuesta de aumentar el cupo migratorio frente a la crisis
que se estaba viviendo en Europa en aquel momento.

Mientras tanto, los países latinoamericanos veían a este conflicto como algo lejano, vinculado a la
población judía local, por lo que no estaban interesados en inmiscuirse en problemas ajenos, con
el agravante además de perder ventajas económicas frente a la potencia alemana a la que, más allá
de las ocasionales afinidades ideológicas, varios gobiernos aceptaban como un necesario
contrapeso ante el creciente poder de los Estados Unidos en la región. En este contexto y de manera
previsible, el gobierno ecuatoriano, ejercido en el momento de la Kristallnacht por el presidente
José María Borrero, tampoco emitió una declaración condenatoria: seguramente pesó en esta
ausencia la delicada situación fronteriza con el Perú ante una guerra que se temía como inminente,
y las fuertes inversiones realizadas desde la Alemania nazi en emprendimientos como la compañía
aérea SEDTA.

Por lo tanto, el silencio frente a la atrocidad resultaba más que evidente. Pero lo cierto es que esta
actitud no resultaba novedosa. Al fin y al cabo, y junto a la complacencia y a la indiferencia, el
silencio se había hecho presente a todo lo largo de 1938, cuando bajo las supuestas necesidades de
un mayor “espacio vital” las potencias occidentales permitieron el avance alemán y la anexión de
Austria y de parte de Checoslovaquia, posibilitando así una renovada persecución hacia las
poblaciones judías habitantes de estos países. Lo mismo ocurrió cuando el régimen de Mussolini
en Italia llevó adelante las “Leyes Raciales”, por la que se expulsó a la colectividad israelita del
sector público, se limitó severamente su actuación en el campo privado y se disolvieron los
matrimonios entre judíos y no judíos. De igual modo, imperó el silencio cuando en Francia miles
de judíos que escapaban de Alemania y de Austria fueron ingresados a severos campos de
internamiento por considerarlos como “indeseables” y como potenciales agentes enemigos.

Hasta en Ecuador hubo acciones de odio antisemita cuando en enero de 1938 el dictador Alberto
Enríquez Gallo dictó un decreto de expulsión de la población judía que, sin embargo, pudo ser
revocada antes de su aplicación concreta. En consecuencia, una reforma de la ley migratoria
ocurrida en el mes de febrero favoreció a aquellos judíos que desearan dedicarse a la agricultura,
por sobre otros que quisieran desarrollar actividades comerciales e intelectuales. Es cierto que la
ley ecuatoriana imponía restricciones, pero como afirmaron referentes de organizaciones
internacionales como HIAS, resultaba mucho más abierta y liberal que en la mayoría de los países
latinoamericanos.

En sentido, y más allá del silencio atronador y de las complicidades veladas, se prendieron tenues
luces de esperanza. Sabemos que la tristemente célebre Conferencia de Evian, celebrada en esta
ciudad francesa en julio de 1938 por pedido de expreso del Presidente Roosevelt culminó en un
enorme fracaso frente a la debilidad de la convocatoria y a la ausencia de soluciones concretas por
parte de los principales países allí representados frente al problema migratorio de la población
judía.

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Sin embargo, poco se ha comentado sobre la actitud abierta y humanitaria del pequeño país
ecuatoriano cuando su representante en este encuentro, Alejandro Gastelú, Secretario de la
Delegación Permanente en la Liga de las Naciones y cónsul general en Ginebra, afirmó que más
allá de las restricciones, Ecuador “siempre estará preparado para ayudar en la medida en que lo
permitan sus posibilidades y su legislación sobre inmigración y el asentamiento de extranjeros”.
Ciertamente, este país constituyó una voz que, casi en soledad, consiguió establecer un resquicio
de creciente importancia para la inmigración de los judíos europeos.

En este contexto de restricciones legales pero también de voluntades solidarias no podemos


desconocer el papel desempeñado por los diplomáticos ecuatorianos en Europa. Ciertamente, no
me voy a referir aquí al caso de Manuel Antonio Muñoz Borrero, ya que otras voces, más
autorizadas que la mía, se ocuparán de describir a esta gran figura y a su fundamental labor
humanitaria. Pero en cambio sí me interesa reseñar el papel cumplido por quienes tuvieron la
enorme responsabilidad nada menos que de decidir el destino de aquellas personas judías que, en
medio de la desesperación, recorrían las representaciones diplomáticas en busca de los ansiados
documentos que les permitieran abandonar la guerra y el antisemitismo.

En este sentido, los embajadores, pero sobre todo los cónsules ecuatorianos, desempeñaron un
papel de primer orden en el marco europeo de la Segunda Guerra Mundial. Tal como lo describió
el periodista austríaco Benno Weiser, el mismo inmigrante en Ecuador, en su obra Professions of
a Lucky Jew:

“Para un judío de mi generación, un cónsul era diez veces más importante que un embajador. ¿Qué
utilidad podía tener un embajador para un judío promedio? El cónsul era el hombre que podía
emitir visas. Durante el período de Hitler, era como el Señor en Yom Kippur, el Día del Perdón,
decidiendo quién viviría y quién moriría. Un sello de tres por dos pulgadas en su pasaporte podría
significar la diferencia entre la vida y la muerte. Además un cónsul tenía derecho a ignorar una
autorización emanada desde la Cancillería si él, en su contacto personal con el candidato, tenía la
impresión de que este último no fuera indicado para su país. No es de extrañar que los cónsules,
cuya actividad principal ha sido la de cobrar una tarifa por facturas consulares, de repente se
sintieron como dioses” (1992, 86).

En efecto, podemos apreciar que cierto número de cónsules ecuatorianos cumplieron un papel de
gran trascendencia en la inmigración de personas judías al país. Creo pertinente, por tanto,
mencionar quienes fueron algunos de estos benefactores que frente a la angustia actuaron de
manera ética, renunciando a beneficios personales, condenando el enriquecimiento de aquellos
otros que en cambio lucraban con la desesperación ajena hasta límites verdaderamente
insospechados, e incluso siendo amonestados por su firme labor humanitaria.

Por ello, en este listado de hombres probos y fundamentalmente solidarios deberíamos contemplar
a personalidades como:

-José Ignacio Burbano, designado en 1937 como cónsul ecuatoriano en Bremen y quien como en
el caso de Muñoz Borrero, también habría emitido unas cuarenta visas a futuros miembros de la
comunidad judía ecuatoriana como a varios miembros de la familia Baier y al abogado Hans
Steinitz, futuro esposo de Trude Sojka. Su campo de acción habría incluido también a las ciudades

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de Hamburgo y Berlín. En 1940 fue removido de su cargo y enviado como cónsul a Houston,
Texas.

-Manuel Utreras Gómez, quien ocupó el consulado general en Ámsterdam desde 1936. El recién
citado Benno Weiser se refirió en términos elogiosos hacia este diplomático que “no le pidió
absolutamente nada” para proporcionar su permiso de llegada al Ecuador en 1939. Habría
constancia, incluso, de que Utreras Gómez ayudó a determinadas personas directamente
perjudicadas por el cónsul en Hamburgo, Enrique Andrade, antisemita declarado que no dudaba
en marcar con una “J” a aquellos pasaportes presentados por solicitantes de origen judío.

-Fernando Chaves Reyes, que en 1938 fue designado para cumplir labores diplomáticas en Francia:
primero como cónsul en El Havre, y entre 1940 y 1941, como cónsul en el estratégico puerto
francés de Marsella. Los registros de quienes tramitaban sus visas, confeccionados “a mano” por
el propio cónsul, da cuenta de la urgencia por embarcar a aquellos que querían huir de la guerra,
no sólo judíos, sino también refugiados españoles e italianos y perseguidos políticos provenientes
de toda Europa. El caso de Fritz Goldbaum, conocido en Ecuador como Federico Goldbaum,
resulta elocuente sobre la labor de este diplomático que colaboró con organizaciones humanitarias
y que también fue removido en 1941 y de inmediato trasladado a Quito.

Además resulta particularmente interesante la labor desplegada por algunos cónsules ad-honorem
de origen judío, podríamos afirmar una particularidad notable en el caso de Ecuador ya que al
menos desde principios del siglo XX se contó con la colaboración de un importante número de
extranjeros y hebreos que cumplieron labores diplomáticas para el país. Citaré, por ende, dos casos
notables.

En primer lugar, el del cónsul ad honorem en Praga Ernst Fuchs, designado en este cargo en 1929,
a quien en 1936 se le sumaría Josef Vondracek y dos años más tarde Karel Linhart. Juntos
conformarían una especie de consulado paralelo que, una vez concretada la anexión de parte de
Checoslovaquia a Alemania, trabajaría de manera febril para posibilitar una salida hacia Ecuador
a buena parte de la población judía local. Ya sin ningún tipo de protección diplomática, Ernst
Fuchs vendría él mismo a Ecuador en 1939. En su registro migratorio consta la siguiente anotación:
“la Oficina de Inmigración se halla realizando investigaciones acerca de las condiciones en que,
en ocho días, concedió cuando aún desempeñaba el cargo de cónsul más de doscientas visas de
inmigración”.

En segundo lugar, me interesa rescatar del olvido a José F. Morpurgho, quien desde 1924 fue
Vicecónsul ad honorem en la ciudad de Trieste, Italia. La expedición de 21 visas a refugiados
judíos provenientes de los más diversos rincones europeos fue causa de enfrentamientos con los
diplomáticos ecuatorianos acreditados en ese país. Uno de ellos incluso llegó a afirmar que el
problema era que Morpurgho “había concedido pasaportes ecuatorianos a judíos italianos y
extranjeros, que no cumplía con ninguna de las disposiciones ecuatorianas en lo concerniente a la
visa de los pasaportes de los judíos y que no atendía a los deberes de su cargo”. Apartado de su
puesto por recomendación del embajador Luis Peñaherrera, el cuerpo sin vida de José Morpurgho
fue encontrado en su domicilio a fines de 1938.

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Por último, la tercera categoría de diplomáticos a la que me interesaría brindar un reconocimiento
está conformado por aquellos residentes judíos en Ecuador que decidieron abandonar un refugio
seguro para retornar a Europa con la intención humanitaria de salvar a sus hermanos de las garras
del nazismo. En algunos casos resultaron piezas clave en la articulación entre el gobierno
ecuatoriano, organizaciones humanitarias como la Cruz Roja Internacional, y entidades judías
internacionales de diversa índole como HIAS-HICEM, el American Jewish Committee y el War
Refugee Board, entre muchas otras.

Concretamente, fue el caso de Julius Rosenstock, creador en 1938 de la inicial comunidad judía
ecuatoriana, y quien ejerció como cónsul ad honorem en Viena entre fines de los años ’20 y
primeros años de la década del treinta, en un contexto de claro ascenso de las organizaciones de
ultraderecha. Así como también resultó el caso de Oscar Rocca, inmigrante judeoalemán que
retornaría a Europa en 1934 para cumplir diversas funciones en La Haya, Budapest y, por último,
en París La labor internacional de Oscar Rocca como diplomático fue reconocida por el Institute
for the Study of Rescue and Altruism in the Holocaust como el único representante ecuatoriano en
más de 500 casos de diplomáticos y organizaciones internacionales de origen judío. Por otra parte,
este cuadro no estaría completo sin señalar la labor de otras personalidades del mundo judío de la
época como el periodista Adolfo H. Simmonds, con profunda labor para la radicación en el país
de judíos europeos, y de Max Wasserman, inmigrante húngaro de amplios contactos
internacionales y primer referente político de la colonia judía guayaquileña.

Un párrafo aparte merece la gestión presidencial de José María Velasco Ibarra, desarrollada a partir
del 31 de mayo de 1944 así como también la de su canciller, Camilo Ponce Enríquez, y su
embajador en los Estados Unidos, Galo Plaza Lasso. Durante la etapa final de la guerra, el gobierno
ecuatoriano se pronunció abiertamente en contra del antisemitismo, y abrió las fronteras para la
llegada de todos los judíos que quisieran vivir en este país. De igual modo, y a partir de tratativas
realizadas con los Estados Unidos y con el War Refugee Board, se planteó la posibilidad de
radicación de unos 300 niños judíos huérfanos provenientes de Francia y de Hungría.

En función de su enorme obra humanitaria, hoy celebramos a Manuel Antonio Muñoz Borrero,
declarado como Justo entre las Naciones por Yad Vashem, en Israel, y valoramos su importante
legado para la posterioridad. Sin duda, se trata de una de las personalidades más destacadas de la
historia ecuatoriana y con una importancia que trasciende las fronteras nacionales. Sin embargo, y
en este contexto, propongo también celebrar el compromiso con la vida evidenciado por estos otros
diplomáticos que también contribuyeron al rescate de personas judías en el contexto de la Segunda
Guerra Mundial.

Por este motivo, y más allá del reconocimiento que pudieran realizar otros países, propongo que
sea aquí, en Ecuador, y desde este Ministerio, que comencemos por recordar y rendir un merecido
homenaje a todas estas personas, con el compromiso adquirido de profundizar en el estudio y en
el conocimiento de sus acciones, basadas en la responsabilidad ineludible frente al otro y en la
solidaridad más allá de las circunstancias de peligro.

Sr. Canciller, autoridades nacionales, cuerpo diplomático acreditado en el país, público presente:
por todo lo expuesto en mi extensa intervención (y desde ya pido disculpas por ello) asumo la
obligación moral de recordar a todas estas personalidades, más aun, en el contexto en el que hoy

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vivimos, de creciente oscuridad y amenazas, en donde parecen retornar los fantasmas del pasado
con discursos basados en el odio, en la intolerancia y en la xenofobia, y en el que recrudece el
rechazo hacia los judíos, ya sea de manera directa, como ocurrió en Pittsburgh hace dos semanas,
o de manera velada, con un discurso en el que el “antisionismo” se presenta como forma
“políticamente correcta” del antisemitismo.

Concluyo, entonces, haciendo mías las palabras con las que en Argentina, mi país de origen, es
recordado, ya desde hace más de treinta años, el célebre juicio a las juntas militares: “¡Nunca
Más!”.

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