Fabulas para Grado Segundo Obra de Teatro.

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FÁBULAS

Autor: Esopo

Colegio Eucarístico Mercedario


Danza teatro

Cuarto

David Steven González Herrera


2024.
PERSONAJES:

1- La leona: Isabella Araujo.


2- La Ratona: Isabella Amórtegui.
3- La cigarra: Gerónimo López.
4- La hormiga: Anderson Pedroza.
5- La tortuga: Laurent Rodríguez.
6- La liebre: Sara Rodríguez.
7- El pastorcito mentiroso: Camila González.
8- El lobo: Danna Flores.
9- La mosca: Daira Carrillo.
10- La polilla: Juan Esteban Parra.
11- El murciélago: Miguel Nemeguen.
12- La comadreja: María Paula Sanabria.
13- El león: Felipe Pineda.
14- El mosquito: Andrew Valdes.
15- El ratón de campo: Gerónimo Aldana.
16- El ratón de ciudad: Emanuel Loaiza.
17- Narración 1: Isabella Alarcón.
18- Narración 2: Nicolás Guayambuco.
19- Narración 4: Eileen Camargo.
20- Narración 5: María de los ángeles.
21- Narración 6: Luisa Serna.
22- Narración 7: Juliana Copete.
23- Narración 8: Alejandra Lemus.
24- Narradora 9: Isabella Salas.
El LEÓN Y EL RATÓN.

En un día muy soleado, dormía plácidamente un león


cuando un pequeño ratón pasó por su lado y lo
despertó. Iracundo, el león tomó al ratón con sus
enormes garras y cuando estaba a punto de
aplastarlo, escuchó al ratoncito decirle:
—Déjame ir, puede que algún día llegues a
necesitarme.
Fue tanta la risa que estas palabras le causaron,
que el león decidió soltarlo.
Al cabo de unas pocas horas, el león quedó atrapado
en las redes de unos cazadores. El ratón, fiel a su
promesa, acudió en su ayuda. Sin tiempo que perder,
comenzó a morder la red hasta dejar al león en
libertad.
El león agradeció al ratón por haberlo salvado y
desde ese día comprendió que todos los seres son
importantes.
LA CIGARRA Y LA HORMIGA.

Durante todo un verano, una cigarra se dedicó a


cantar y a jugar sin preocuparse por nada. Un día,
vio pasar a una hormiga con un enorme grano de trigo
para almacenarlo en su hormiguero.
La cigarra, no contenta con cantar y jugar, decidió
burlarse de la hormiga y le dijo:
—¡Qué aburrida eres!, deja de trabajar y dedícate a
disfrutar.
La hormiga, que siempre veía a la cigarra
descansando, respondió:
—Estoy guardando provisiones para cuando llegue el
invierno, te aconsejo que hagas lo mismo.
—Pues yo no voy a preocuparme por nada —dijo la
cigarra—, por ahora tengo todo lo que necesito.
Y continuó cantando y jugando.
El invierno no tardó en llegar y la cigarra no
encontraba comida por ningún lado. Desesperada, fue
a tocar la puerta de la hormiga y le pidió algo de
comer:
—¿Qué hiciste tú en el verano mientras yo trabajaba?
—preguntó la hormiga.
—Andaba cantando y jugando —contestó la cigarra.
—Pues si cantabas y jugabas en verano —repuso la
hormiga—, sigue cantando y jugando en el invierno.
Dicho esto, cerró la puerta.
La cigarra aprendió a no burlarse de los demás y a
trabajar con disciplina.
LA TORTUGA Y LA LIEBRE.

Había una vez una liebre muy vanidosa que se pasaba


todo el día presumiendo de lo rápido que podía
correr. Cansada de siempre escuchar sus alardes, la
tortuga la retó a competir en una carrera. —Qué
chistosa que eres tortuga, debes estar bromeando—
dijo la liebre mientras se reía a carcajadas.
—Ya veremos liebre, guarda tus palabras hasta
después de la carrera— respondió la tortuga. Al día
siguiente, los animales del bosque se reunieron para
presenciar la carrera. Todos querían ver si la
tortuga en realidad podía vencer a la liebre. El oso
comenzó la carrera gritando: —¡En sus marcas,
listos, ya!
La liebre se adelantó inmediatamente, corrió y
corrió más rápido que nunca. Luego, miró hacia atrás
y vio que la tortuga se encontraba a unos pocos
pasos de la línea de inicio. —Tortuga lenta e
ingenua—pensó la liebre—. ¿Por qué habrá querido
competir, si no tiene ninguna oportunidad de ganar?
Confiada en que iba a ganar la carrera, la liebre
decidió parar en medio del camino para descansar
debajo de un árbol. La fresca y agradable sombra del
árbol era muy relajante, tanto así que la liebre se
quedó dormida.
Mientras tanto, la tortuga siguió caminando lento,
pero sin pausa. Estaba decidida a no darse por
vencida. Pronto, se encontró con la liebre durmiendo
plácidamente. ¡La tortuga estaba ganando la carrera!
Cuando la tortuga se acercó a la meta, todos los
animales del bosque comenzaron a gritar de emoción.
Los gritos despertaron a la liebre, que no podía dar
crédito a sus ojos: la tortuga estaba cruzando la
meta y ella había perdido la carrera.
EL PASTORCITO MENTIROSO.

Había una vez un pastorcito que cuidaba su rebaño en la cima


de la colina. Él se encontraba muy aburrido y para divertirse
se le ocurrió hacerles una broma a los aldeanos. Luego de
respirar profundo, el pastorcito gritó:
—¡Lobo, lobo! Hay un lobo que persigue las ovejas. Los
aldeanos llegaron corriendo para ayudar al pastorcito y
ahuyentar al lobo. Pero al llegar a la cima de la colina no
encontraron ningún lobo. El pastorcito se echó a reír al ver
sus rostros enojados.
—No grites lobo, cuando no hay ningún lobo —dijeron los
aldeanos y se fueron enojados colina abajo. Luego de unas
pocas horas, el pastorcito gritó nuevamente:
—¡Lobo, lobo! El lobo está persiguiendo las ovejas.
Los aldeanos corrieron nuevamente a auxiliarlo, pero al ver
que no había ningún lobo le dijeron al pastorcito con
severidad:
—No grites lobo cuando no hay ningún lobo, hazlo cuando en
realidad un lobo esté persiguiendo las ovejas.
Pero el pastorcito seguía revolcándose de la risa mientras
veía a los aldeanos bajar la colina una vez más. Más tarde,
el pastorcito vio a un lobo cerca de su rebaño. Asustado,
gritó tan fuerte como pudo:
—¡Lobo, lobo! El lobo persigue las ovejas. Pero los aldeanos
pensaron que él estaba tratando de engañarlos de nuevo, y
esta vez no acudieron en su ayuda. El pastorcito lloró
inconsolablemente mientras veía al lobo huir con todas sus
ovejas.
Al atardecer, el pastorcito regresó a la aldea y les dijo a
todos:
—El lobo apareció en la colina y ha escapado con todas mis
ovejas. ¿Por qué no quisieron ayudarme?
Entonces los aldeanos respondieron:
—Te hubiéramos ayudado, así como lo hicimos antes; pero nadie
cree en un mentiroso incluso cuando dice la verdad.

LA MOSCA Y LA POLILLA.

Una noche cualquiera, una mosca se posó sobre un


frasco rebosante de miel y comenzó a comerla
alrededor del borde. Poco a poco, se alejó del borde
y entró desprevenida en el frasco, hasta quedar
atrapada en el fondo. Sus patas y alas se habían
pegado con la miel y no podía moverse.
Justo en ese momento, una polilla pasó volando y, al
ver la mosca forcejear para liberarse, dijo:
—¡Oh, mosca insensata! ¿Era tanto tu apetito que
terminaste así? Si no fueras tan glotona estarías en
mejores condiciones.
La pobre mosca no tenía cómo defenderse de las
certeras palabras de la polilla y siguió luchando.
Al cabo de unas horas, vio a la Polilla volando
alrededor de una fogata, atraída por las llamas; la
polilla volaba cada vez más cerca de estas, hasta
que se quemó las alas y no pudo volver a volar.
—¿Qué? —dijo la mosca—. ¿Eres insensata también? Me
criticaste por comer miel; sin embargo, toda tu
sabiduría no te impidió jugar con fuego.
EL MURCIELAGO Y LA COMADREJA.
Un murciélago cayó al suelo y de inmediato fue
atrapado por una comadreja que detestaba las aves.
Viéndose a punto de perecer, le suplicó a la
comadreja que lo dejara vivir. La comadreja se negó,
diciendo que era su naturaleza ser enemiga de todas
las aves. Resuelto a no darse por vencido, el
murciélago le aseguró que no era un ave sino un
ratón. Dudosa, la comadreja se acercó al murciélago
y al notar que este no tenía plumas, lo dejó en
libertad.
A los pocos días, el murciélago volvió a caer al
suelo y fue atrapado por otra comadreja. Sin
embargo, esta comadreja sentía una gran hostilidad
hacia los ratones. Nuevamente, el murciélago rogó
por su vida. La comadreja se negó, afirmando que
desde el día de su nacimiento es enemiga de todos
los ratones. El murciélago le aseguró que no era un
ratón sino un ave. La comadreja se acercó al
murciélago y al observar sus alas, lo dejó volar.
Fue así como el murciélago escapó dos veces.
EL LEÓN Y EL MOSQUITO.
Un león descansaba bajo la sombra de un frondoso
árbol cuando un mosquito pasó zumbando a su
alrededor. Enfurecido, el león le dijo al mosquito:
—¿Cómo te atreves a acercarte tanto? Vete, o te
destruiré con mis garras.
Sin embargo, el mosquito era muy jactancioso y
conocía bien sus propias habilidades y las ventajas
de su diminuto tamaño.
—¡No te tengo miedo! —exclamó el mosquito—. Puedes
ser mucho más fuerte que yo, pero tus afilados
dientes y garras no me harán el menor daño. Para
comprobarlo, te desafío a un combate.
En ese momento, el mosquito atacó al león picándolo
en la nariz, las orejas y la cola. El león, aún más
enfurecido a causa del dolor, intentó atrapar al
mosquito, pero terminó lastimándose gravemente con
sus garras.
Lleno de orgullo, el mosquito comenzó a volar sin
mirar hacia a donde iba. Fue de esta manera que
tropezó con una telaraña y quedó atrapado entre los
hilos de seda. Entonces, se dijo entre lamentos:
– Qué triste es mi final; vencer al rey de todas las
bestias y acabar devorado por una insignificante
araña.
EL RATÓN DE CAMPO Y EL RATÓN DE CIUDAD.
En un día soleado, Ratón de Campo recibió la visita
inesperada de su primo, Ratón de Ciudad. Feliz de
contar con la compañía de alguien, Ratón de Campo
sirvió la cena, la cual consistía en tres nueces y
unos pequeños restos de queso. Al llegar la noche,
preparó una cama con hojas secas en el sitio más
calientito y seguro de su humilde agujero. Ratón de
Ciudad sorprendido por la pobreza en la que vivía
Ratón de Campo dijo:
—Primo, no entiendo cómo puedes comer unas cuantas
nueces y dormir en una cama de hojas secas. Ven
conmigo a la ciudad y te mostraré cómo debes vivir.
Ratón de Campo estaba tan feliz que no pudo dormir
esa noche. A la mañana siguiente, los dos ratones
viajaron a la ciudad escondidos en el baúl de un
coche. Ya era de noche cuando llegaron a la lujosa
casa donde vivía Ratón de Ciudad.
—Mira dónde duermo —dijo Ratón de Ciudad señalando
una cómoda cama hecha de algodón—. Pero antes de
dormir, busquemos algo de comer. Ratón de Ciudad
llevó a Ratón de Campo hacia la cocina. Al poco
tiempo se encontraban comiendo restos de pasta,
pastel y helado de chocolate. De repente, escucharon
un alarmante maullido. —¡Es el gato de la casa! —
dijo Ratón de Ciudad. En un abrir y cerrar de ojos,
el gato se abalanzó sobre ellos. Los dos ratones
lograron escapar atravesando la enorme mesa hasta
llegar a un hueco en la pared. Ratón de Campo estaba
tan asustado que sentía sus patitas temblar: —Apenas
se vaya el gato, me devuelvo para mi casa —dijo sin
vacilar. —¿Por qué quieres irte tan pronto? —
preguntó Ratón de Ciudad. —Porque es mejor comer
nueces en un lugar seguro, que pastel con helado de
chocolate y estar siempre en peligro —respondió
Ratón de Campo, todavía muy tembloroso.

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