La Conquista Islamica de La Peninsula Ib
La Conquista Islamica de La Peninsula Ib
La Conquista Islamica de La Peninsula Ib
ALBAHRI
e n t r e o r i e n t e
de estudios históricos
y o c c i d e n t e
número 2 - 2016
ISSn: 2444-0515
2
Albahri, entre Oriente y Occidente.
Revista independiente de estudios históricos
ISSN 2444-0515
Url: http://revistaalbahri.com
Fecha de la publicación: 25/05/2016
Edición: Instituto de Estudios de Ronda y la
Serranía (IERS). C/ Virgen de la Paz, 15.
CP: 29400. Ronda (Málaga).
Portada: Plato con un barco del s. XVII pro-
ducido en Nicea (Turquía) y conservado en
el Museo Nacional de las Antigüedades y de
Arte Islámico. Argel. Argelia.
40
D irector
Virgilio Martínez enaMoraDo
SubDirector
J uan antonio M artín ruiz
S ecretarioS
Ángel ignacio aguilar c ueSta
e Steban lópez garcía
c onSeJo De r eDacción
Miguel Á ngel borrego S oto - encarnación cano M ontoro
c het Van D uzer - Juan r aMón garcía c arretero
l uiS igleSiaS garcía - MilagroS león V egaS
r ubén l ot garcía lerga - a ntonio orDoñez FríaS
J oSé J ulio reyeS De la V ega - FranciSco S ileS guerrero
c onSeJo cientíFico
MaSSiMo botto (iStituto Di S tuDi Sul M eDiterraneo antico Del conSiglio nazionale Delle ricerche)
J uan antonio chaVarría VargaS (u niVerSiDaD c oMplutenSe De M aDriD)
anna chiara FariSelli (uniVerSità Di bologna)
M anuela c ortéS garcía (u niVerSiDaD De granaDa)
ana D elgaDo herVÁS (u niVerSitat poMpeu Fabra)
J ilalli el aDnani (u niVerSité M ohaMeD V)
eDuarDo garcía alFonSo (J unta De anDalucía )
J oSé M aría gutiérrez lópez (M uSeo De VillaMartín)
grigori lazareV (Funcionario De la Fao)
r oberto Marín guzMÁn (uniVerSiDaD De S an J oSé De c oSta rica)
gholaMhoSSein M eMariyan (iran u niVerSity oF S cience anD technology)
J oSé raMoS M uñoz (u niVerSiDaD De c ÁDiz)
J oSé Á ngel zaMora lópez (conSeJo S uperior De i nVeStigacioneS cientíFicaS)
Url: http://revistaalbahri.com
© Edición: Instituto de Estudios de Ronda y la Serranía (IERS)
© Maquetación: Ángel Ignacio Aguilar Cuesta
© Textos, dibujos y fotografías: Sus autores
© Logotipo de la revista: María Cristina Aguilar Maraver
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RECENSIONES
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Así deine la “Reconquista” A. García Sanjuán en la Introducción de su obra: “proceso de expansión
[sic] y conquista protagonizado por las entidades surgidas en el norte de la Península, en los espacios
ajenos a la soberanía islámica” (p. 23). En la p. 409 emplea la expresión “lucha de liberación nacional”
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por el complaciente medievalismo hispano, no parece “menor” que estas dos reseñadas.
Por supuesto, no se trata de establecer un criterio de valoración cuantitativa allí donde
no es posible (¿dónde ha existido “mayor” manipulación?), pero quisiera advertir que
el principio de al-Andalus sólo puede ser comprendido historiográicamente desde su
inal (o inales), siempre traumáticos. Sobre cualquier ejercicio historiográico que se
dedique a comprender el punto de partida en la formación de al-Andalus gravitará la
pesada losa de la descripción de su ulterior proceso de extirpación. Es en este último
acontecimiento que se desenvolvió a lo largo de varias centurias donde radica una buena
parte de la explicación de una historiografía tan viciada sobre la conquista del 711. Por
tanto, podría decirse que es el in de al-Andalus, ijado en unos términos cronológicos
muy amplios que van del siglo XI a la expulsión de los moriscos,2 el hecho que conduce
a la manipulación sobre el 711. Y no al revés. Todo esto es un asunto sobre el que
volveremos más adelante.
Ignacio Olagüe (1903-1974) es un producto intelectual típicamente español de
nuestro aciago siglo XX en el que convergen aquellos dos acontecimientos, a juicio
de Alejandro García, en los que la tergiversación sobre la “historia nacional” española
se ha cebado: la Guerra Civil, por el tiempo histórico que a él le tocó vivir y por el
compromiso político con el fascismo en su versión hispana del que él hizo gala, y la
“invasión musulmana” de la península ibérica, como objeto de su máximo interés y
asunto sobre el que versa la obra que le dio la fama. Su libro “La Revolución Islámica
de Occidente” no puede ser caliicado sino como una obra provocadora y aberrante al
mismo tiempo, pero sobre todo de un nulo valor académico y de un impacto, por lo que
sabemos y como reconoce reiteradamente García Sanjuán, mínimo entre los historiadores
que se dedican al período de formación de al-Andalus. No lo parece, sin embargo, por la
relevancia concedida por Alejandro García Sanjuán a autor y obra tan extravagantes.
Varios asuntos previos a toda consideración global sobre la obra de orden léxico
y conceptual. Esa cuestión terminológica ha de ser anterior al propio análisis del libro.
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Su utilización indiscriminada puede ocasionar diversos desvaríos, como considerar la obra de Ro-
dolfo Gil Benumeya parte integrante de un “protonegacionismo” [sic] (p. 76).
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Recordemos que algunos prestigiosos historiadores lo hacen; J. Torró, 2006.
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Es posible que lo sea también alguna alusión a la persecución a los judíos hispanos por los reyes vi-
sigodos tras el XVII Concilio como “solución inal” (p. 370); pero el entrecomillado salva la situación
embarazosa.
6
En ambos casos sin entrecomillado; el énfasis con negrita es nuestro (VME).
7
“Todo hecho de conquista genera la formación de dos sectores, vencedores y vencidos, cada uno de los
cuales posee su propia visión de los hechos y trata de transmitirla a la posteridad mediante la elabora-
ción de relatos y narraciones” (p. 28). Transmitir a la posteridad el hecho de conquista no signiica que
desde la historiografía se pueda aceptar ese discurso como hace nuestro autor. Por lo demás, cabría
preguntarse si este discurso se aplica a todos los vencedores y vencidos que ha habido, la historiogra-
fía no sería otra cosa que un imparable ajuste de cuentas. Por ejemplo, Roma y los indígenas.
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de los hechos, sin preguntarse apenas por las causas que han llevado semejantes
ofuscaciones historiográicas al escenario de la vieja Hispania devenida en al-Andalus.8
Inevitablemente ello nos conduce a valorar la hipótesis, no contemplada por García
Sanjuán, de que exista una situación homologable en la historiografía del extenso Dār
al-Islām sobre el hecho de las conquistas musulmanas de primera época. La respuesta a
tal interrogante puede pecar de simplista por entrar en liza una percepción, y como tal,
personal. En una reciente visita a la República Islámica de Irán (febrero de 2014) pude
comprobar por mí mismo el interés existente hacia la obra del ensayista Olagüe por
cierta intelectualidad del país. El libro ha sido, además, recientemente traducido al farsi.9
Ese interés movió a unos jóvenes periodistas, conocedores de que estaba en Teherán
un estudioso español especializado en al-Andalus, a encontrarse conmigo para departir
sobre su signiicación. Quedaron sorprendidos por mi visión plenamente negativa, sin
matices, de la obra de Olagüe. Ahora bien, no resulta difícil explicar las razones por las
que La Revolución de Occidente se ha convertido en una obra fundamental para tratar
de explicar la historia nacional iraní: la necesidad de entender la inmersión en el Islam
de la antigua Persia sasánida como un proceso en el que la ocupación militar estuviera
ausente, por un lado, pero también la oportunidad que se brinda a cierta historiografía,
desde una interpretación de la obra de Olagüe, para perilar un advenimiento de la
religión musulmana sin presencia de agentes foráneos, árabes en este caso, que con su
comparecencia adulterarían esa visión de un Islam pacíico y de amable acogida por
parte de la población persa local. A la postre, es fácil adivinar los mismos argumentos
para uno y otro caso, lo que ayuda a entender la torsión historiográica de Olagüe.
Pasemos, entonces, a la descripción de la obra. Entendemos que este libro
reseñado, de apretada lectura con un total de 496 páginas divididas entre el texto, fuentes
y bibliografía, una secuencia cronológica de la expansión islámica y la conquista de la
Península, un apartado de ilustraciones en blanco y negro y unos completos índices
8
La lectura de los cronistas de la conquista de un arabista como Joaquín Vallvé Bermejo es conside-
rada por Alejandro García “escéptica y heterodoxa” (p. 234), distinguiéndose claramente de la visión
de Olagüe y seguidores. Estos últimos leen e interpretan a Vallvé positivamente. Opinamos que en
el caso de González Ferrín, Vallvé ha podido servir como inspiración directa para escribir su libro
Historia General de al-Andalus.
9
I. Olagüe, 2013 (trad. Seyed Muhammad Husayni).
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negacionismo
y “amateur” es otro de los caballos de batalla del autor, patente de manera particular en
esa primera fase. Los límites en la profesión de “historiador” no son homologables a los
de otras disciplinas, como puedan ser la medicina, la arquitectura o la farmacia. Resulta
obvio que no todos los que escriben sobre “Historia” son historiadores académicos,
ni siquiera lo son tampoco todos aquellos que imparten la asignatura de Historia en
cualquiera de sus modalidades, en Universidades o fuera de ellas. El asunto se complica
aún más en el caso concreto de al-Andalus al comprobar que una buena parte de la mejor
y más amplia producción historiográica versada sobre él la han completado ilólogos
arabistas, a los que nadie, sin embargo, les demanda la acreditación de historiadores ni
se les podría descaliicar como profesionales ajenos a la historia o, simplemente, “no
historiadores”. Como quiera que la historia tiene una parte nada desdeñable de carácter
creativo y literario, los límites de lo que es y lo que no es historia son siempre difusos y
laxos; conviene actuar, por tanto, con prudencia a la hora de caliicar de manera en exceso
excluyente lo que es “académico” y lo que pertenece al mundo del amateurismo. No hay
duda, sin embargo, en considerar la singular obra de Olagüe como extra-académica y
propia de un palmario desvarío, absolutamente ajena a los entresijos de ese mundo al
que Alejandro García deiende a capa y espada.
Todo esto resulta pertinente explicarlo por el énfasis puesto en esta cuestión por el
autor, quien exageradamente concede a lo que él llama “negacionismo” una relevancia que
no logramos ver por ningún lado. Contradictoriamente, lo conirma el propio Alejandro
García: la única recensión abiertamente favorable a la obra Les arabes n’ont jamais
envahi l’Espagne es una breve nota bibliográica anónima (¡) publicada en Estudios de
Asia y África del Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México en 1975
(p. 114), además de la obra de Emilio González Ferrín, de la que García Sanjuán da buena
(y excesiva) cuenta a lo largo de su libro y sobre la que el profesor de la Universidad de
Huelva no se equivoca al airmar que es la “única apología del negacionismo realizada
desde el ámbito del Arabismo” (p. 116). Al resto de los historiadores “académicos” que
han podido en apariencia coquetear con algunos de los postulados de Olagüe, una larga
lista en la que García Sanjuán incluye, entre otros, a Bernard Vincent, Joseph Pérez,
Jean-François Kahn, Franco Cardini o Thomas Glick, como mucho podrá achacárseles
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cierta tibieza o, tal vez, cierta capacidad para la elusión de polémicas historiográicas,
pero como el propio García Sanjuán observa, poco más. ¿Dónde ve, entonces, esa
“notoriedad muy superior de la que probablemente Olagüe jamás habría logrado soñar”?
Sencillamente, concluimos que en el ámbito “profesional” no existe: véanse las distintas
reseñas sobre la obra de Olagüe (y González Ferrín) que recoge García Sanjuán, todas
ellas, como no podía ser de otra manera si se recurre al sentido común, extremadamente
críticas (pp. 128-144). Si se quiere buscar tal incidencia en algún espacio de debate
habremos de recurrir a Internet y a la inmensidad de información de toda naturaleza que
contiene. Los desvaríos en Internet adquieren, por su naturaleza vírica, una ampliicación
extraordinaria. Admitamos, aún con reservas, que esto haya podido suceder así en el caso
de los postulados de Olagüe y de su epígono González Ferrín. Admitamos, incluso, que el
andalucismo, otra de las bêtes noires de García Sanjuán, por más que en la actualidad no
deje de ser una pálida e inofensiva criatura, sea uno de los receptores intelectuales de las
disparatadas ideas de Olagüe y que, como ideología, ese andalucismo tenga capacidad
suiciente para moldear muchas de las conciencias políticas e históricas de los andaluces
del presente. En todo caso, esa admisión no elude el problema, que parece imposible de
sortear y los historiadores que nos consideramos rigurosos (aunque presumiblemente
en visiones sesgadas no suicientemente “académicos”) habremos de acostumbrarnos a
convivir con estas falacias aberrantes que circulan por la red. Todos aquellos que nos
dedicamos a la divulgación social de la historia sabemos lo que ello signiica: desmentir
tópicos, muchas veces revestidos de ingida novedad pero que funcionan de manera
cíclica, es uno de los ejercicios dialécticos que con más frecuencia se ha de realizar en
los turnos de preguntas tras conferencias pronunciadas en ámbitos muy diferentes (a
veces, incluso en los “académicos”). Lo hacen también los biólogos, médicos y otro tipo
de cientíicos ante determinadas patrañas como el creacionismo, por ejemplo, pero a casi
ninguno de ellos se le ocurriría malgastar su tiempo en escribir una obra densa y rigurosa
para desmentir, uno a uno, argumentos tan falsarios y ridículos como los expuestos
por los divulgadores del creacionismo. Tal vez esa sea la diferencia, lo que coloca a
García Sanjuán en la insorteable situación de tener que defender el hecho de escribir un
libro como este: “Me consta que algunos colegas consideran errónea mi actitud, ya que
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negacionismo
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En ese sentido, son absolutamente pertinentes las palabras de Joan Manel Rodríguez, “Mi blog de
libros” (27-03-2014) (consulta digital, 1 de mayo de 2014): “llegué a la conclusión que la obra negacio-
nista de Ignacio Olagüe no merecía que le dedicase ni medio minuto de mi atención, pues su lugar en las
bibliotecas debía estar junto a los libros sobre ufología, el Club Bilderberg y similares”.
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que le acertaba a encontrar con alguna diicultad (la referencia a Monroe en pp. 129-
130).
Finalmente, para cerrar este asunto llamamos la atención sobre la simpleza y
parvedad apabullantes de las conclusiones a las que García Sanjuán llega las más de las
veces. Son de este tenor: “En deinitiva, en consonancia con los testimonios arqueológicos,
los textos latinos del siglo VIII permiten acreditar la identidad árabe e islámica de los
conquistadores, así como la plena integración de la igura de Mahoma en el marco de
dichas creencias religiosas” (p. 308). También en lo metodológico: “Manzano [Moreno]
plantea una premisa metodológica insoslayable, la necesidad de un análisis crítico de
las fuentes” (p. 428). Es lógico: si se refutan fraudes de manual (sean historiográicos
o no), tales como el creacionismo o el negacionismo del Holocausto perpetrado por los
nazis, esas conclusiones carecerán con seguridad de la profundidad exigible a una obra
de investigación incluso en la metodología, por más que para llegar a ellas se hayan
desarrollado sesudos argumentos. Al inal, sirve aquel axioma de que todo se pega. Si
este es el resultado de decenas, de centenares de páginas sobre la conquista islámica de
al-Andalus, se convendrá que para ese viaje tan corto no se precisaban de alforjas tan
repletas.
Si los límites en el ejercicio de la profesión de historiador son difusos, Alejandro
García parece ignorarlo. O lo que es peor, parece erigirse en dispensador de la condición
de “historiador académico” en un procedimiento bien conocido: unos cuantos se ven como
“académicos” por ocupar determinadas situaciones laborales no obtenidas, por cierto,
casi siempre de una manera transparente, y el resto estamos obligados a certiicarlo,
rindiéndoles un reconocimiento social que los primeros consideran necesario y justo. Este
pasaje nos resulta particularmente ruborizante: “[…] No faltan en nuestro país ejemplos
muy conocidos de célebres investigadores que, siendo ajenos al mundo académico,
han gozado de un enorme prestigio. Baste mencionar aquí los de Julio Caro Baroja o
Antonio Domínguez Ortiz, quienes a lo largo de sus largas trayectorias no se integraron
de manera permanente en la Universidad. En ambos casos, la diferencia radica en la
abismal distancia que separa a historiadores rigurosos de un falsario indocumentado
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como Olagüe” (p. 119).11 Se extrae de la lectura de este párrafo la siguiente ilación: no
se pertenece al mundo universitario como profesor ergo no se es académico. Surgiría a
bote pronto una pregunta cuya respuesta puede ser demoledora y que no nos atrevemos
a contestar sino entre interrogaciones: Si Caro Baroja y Domínguez Ortiz son “ajenos
al mundo académico”, ¿qué son entonces? ¿diletantes? O, recurriendo al parangón, ¿se
nos quiere decir que ambos historiadores no son académicos por no haber pertenecido a
esa casa del conocimiento que es la Universidad española y sí lo son tantos profesores
universitarios que pululan –y pululaban entonces cuando Caro y Domínguez desarrollaban
su ímproba y escasamente reconocida labor investigadora- por sus departamentos con
más pena que gloria con raquíticos currículos?
En su solipsismo y en su severa ortodoxia a la hora de entender lo que es la Academia,
el profesor García Sanjuán deja fuera no solo a consagrados investigadores independientes,
sino también a aquellos otros que se han vinculado bajo distintas modalidades al CSIC
o a instituciones autonómicas, provinciales y municipales, confundiendo lo que no es
otra cosa que una relación laboral (normalmente de carácter funcionarial) en el seno de
la Universidad con una dedicación a la investigación de carácter a la vez profesional
y vocacional (y no son contradictorias ambas expresiones). El profesor García deja
fuera de la Academia a un buen número de profesores de bachillerato (ahora ESO) que,
casi siempre con un enorme esfuerzo, han leído tesis doctorales y que han desarrollado
curricula brillantes y bien nutridos de publicaciones y eventos cientíicos, pero también
a directores de conjuntos arqueológicos y monumentales, a arqueólogos e historiadores
del arte que dirigen museos locales y provinciales, a historiadores y documentalistas
que desarrollan su labor en archivos y bibliotecas, a profesionales diversos que, con
pasión, despliegan una encomiable labor de investigación y difusión del pasado, etc.
Nada sirve para el medievalista militante, ungido en la idea de quien se sabe parte
imprescindible en el grupo de los privilegiados, cuando en realidad todo esto no es más
que otra manifestación (triste manifestación) del ensimismamiento de la Universidad y
de muchos de sus profesores, situación que “si merece críticas crecientes en el ámbito
de las ciencias […], es directamente desastroso en el de las humanidades, puesto que
11
La negrita es nuestra (VME).
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erradica la igura creativa e intelectualmente abierta para imponer un peril del profesor
sometido a las servidumbres de un pequeño mundo que se presenta como ‘especializado’
pero que, en realidad, es puramente endogámico”12.
En esta confusión opera el prejuicio de alguien que da tanta importancia a lo
que él entiende por “Academia” que llega a expresar su nada contenida indignación,
“como historiador”, ante la circunstancia de que “por el mero hecho de pertenecer a
la academia” alguien (léase Emilio González Ferrín) “crea tener derecho a utilizar un
objeto de trabajo ajeno y transformarlo en una palanca de promoción” (p. 144). La
indignación se focaliza en aquel profesor de la Universidad de Sevilla, el “meramente
académico”, pero con ello se le convierte en cabeza de turco de una práctica que está muy
extendida en los ambientes universitarios. Y si no lo sabe el profesor de la Universidad
de Huelva, habríamos de concluir que incurre en una suerte de “negacionismo”, pues esa
práctica fraudulenta (entre otros males) de la Universidad española ha sido denunciada en
los principales medios de comunicación en los últimos años. Nos arriesgamos a airmar
que el autor de La conquista islámica lo conoce y muy bien, pues él mismo se permite
la licencia de criticar veladamente a su institución universitaria: “Las autoridades
educativas y académicas harían bien en tomar buena nota del considerable ‘tinglado’
que se está organizando en torno a la promoción del negacionismo. Es poco probable
que lo hagan, dadas las peculiares características del mundo universitario y académico
español” (p. 128). Por lo que sabemos, el “tinglado” está sostenido en exclusividad
sobre los hombros de González Ferrín, proterva encarnación de la pervivencia en la
Universidad española de los males “negacionistas”13 y beneiciario, por tanto, de esa
promoción cuyo alcance y términos ignoramos por completo, por lo que esta admonición
a las autoridades estaría dirigida a aplicarla ad hoc a este profesor de la Universidad de
Sevilla, el único “académico” que se ha aupado de forma ventajista al carro de Olagüe.
Cabría preguntarse si García Sanjuán es consciente de que él mismo está creando otro
“tinglado”, antítesis del anterior, el “tinglado del anti-negacionismo”, por mucho que
12
R. Argullol, “La cultura enclaustrada”, Diario El País, 5 de abril, 2014 (Opinión). http://elpais.com/
elpais/2014/03/25/opinion/1395742979_031566.html
13
Como bien es sabido, uno de los problemas, este del “negacionismo”, más preocupantes y endé-
micos, por su enquistamiento, entre los propios de las disciplinas humanísticas que se cursan en la
Universidad española. Sin comentarios.
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negacionismo
En relación con todo esto que hemos intentado explicar, queremos concluir con
una anotación que releja la desmesura, rayana en la grosería, a la que pueden llegar
planteamientos excluyentes sobre lo que signiica el “ser académico” en el discernimiento
de este medievalista andaluz. En ese tono general de liza descomedida y despliegue
de dicterios fatuos e innecesarios, García Sanjuán centra su atención en Antonio Brea
Balsera, autor de una breve reseña en la que se muestra partidario de la obra de Olagüe.
No deja de ser una pieza literaria más de las generadas a partir de la edición de la obra
La revolución islámica de Occidente, algo irrelevante por más que se quiera subrayar
su supuesta signiicación a partir de una lacerante crítica que ocupa varios párrafos en
su obra (pp. 104-105). García Sanjuán se lanza sobre la presa sin piedad y, sin reparar
en la posición de supremacía académica que le coniere el hecho de su Titularidad como
Profesor de Historia Medieval en la Universidad de Huelva sobre alguien ajeno a su
mundo, airma lo siguiente: “Debo confesar que ignoro por completo el peril profesional
del citado autor de la reseña [Antonio Brea Balsera], aunque, desde luego, en toda mi
trayectoria como investigador no he leído una sola publicación del mismo, lo que me
sugiere que debe ser caliicado como otro aicionado ajeno al gremio profesional” (p.
104). Más le hubiera valido a García Sanjuán haberse aplicado la sentencia de Johns
por la que parece tener predilección (por ejemplo, p. 279) que dice que la ausencia de
evidencia no constituye evidencia de ausencia porque yerra el medievalista andaluz al
juzgar irresponsablemente a Brea Balsera como otro amateur e intrusista. Habríamos
de conocer, claro está, cuáles son los criterios válidos para que alguien sea considerado
historiador por parte del profesor de la Universidad de Huelva, pero si recurrimos a
una convención que sirve para la medicina, la farmacia o la arquitectura es médico,
farmacéutico o arquitecto quien ha cursado y completado satisfactoriamente esos estudios
universitarios y ha obtenido su correspondiente licenciatura. Y Brea Balsera lo ha hecho
como licenciado, contando además con una plaza ganada por oposición pública (reñidas
oposiciones, normalmente) de Profesor de Enseñanza Secundaria del departamento de
Geografía e Historia en un Instituto de una localidad sevillana.14 Otra cosa es que un
14
Antonio Brea Balsera se licencia en la Facultad de Geografía e Historia de Sevilla, en la especialidad
de Moderna y Contemporánea, en el año 1989-1990. Curiosamente, esta es la misma Facultad en la
que se licencia García Sanjuán. Actualmente trabaja en el Sindicato Libre de Profesores-ANPE y es
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médico, un farmacéutico o un arquitecto realicen una mala praxis; entonces será un mal
médico, farmacéutico o arquitecto, pero jamás podrá ser considerado un “aicionado”,
aún comportándose como tal. Pudiera ser que Brea Balsera sea un mal historiado o
un historiador indocumentado e ignorante (supuestos ambos que desconozco), pero no
podemos caer en la tentación fácil (y sablista) de descaliicar a todo aquel cuyas ideas
no sean de nuestro agrado como “aicionado” si tiene los estudios que lo acreditan como
licenciado en la materia. Es una deriva peligrosa y sectaria que expresa una visión tan
escasamente matizada que termina siendo víctima de su propia generalización (p. 192).
Lamentamos, en cualquier caso, tener a estas alturas que explicar todo esto, tan tedioso
como resulta. Independientemente de lo que acabamos de aclarar y para inalizar con
este asunto, llamamos la atención sobre la desmesura que supone cargar las tintas de esa
manera, tan virulenta como prescindible, sobre una persona de la que, como coniesa el
propio académico medievalista, desconoce todo o casi todo.
Al abandonar el proceloso ámbito de la revisión historiográica, García Sanjuán
combina su actitud de belicosidad inmisericorde digna de un berserker con otra algo más
didascálica, pasando por in de las musas al teatro. Se agradece ese parcial cambio de
tono, leyéndose con cierto deleite algunos pasajes en los que García Sanjuán se limita a
desarrollar su acreditada condición de divulgador de la historia. Asuntos complejos son
desbrozados de manera didáctica. Con todo, eso no signiica que se renuncie del todo
al anterior estilo de refriega constante. Se repite, de hecho, la asociación automática
de los nombres de los dos cabezas pensantes del “negacionismo” con una panoplia de
invectivas en la búsqueda de una cierta originalidad en la descaliicación. Obviamente,
el autor abusa (y mucho) de este recurso, que termina por hacerse habitual cuando debía
ser excepcional. Y, sobre todo, porque una vez explicada la ridiculez de lo que llama
“negacionismo” sobra tanta cansina reiteración. Es lo que tiene centrar una obra sobre
la conquista islámica de al-Andalus no tanto en el acontecimiento en sí como en un
personaje como Olagüe y en seguidores del mismo como González Ferrín. Volveremos
sobre algunos asuntos formales al inal de esta reseña. Sin embargo, aún abundando
en ello, la que nosotros consideramos segunda parte de la obra (los capítulos II, III y
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RECENSIÓN DE: La conquista islámica de la península Ibérica y la tergiversación del pasado. Del catastrofismo al
negacionismo
15
Con estas leyendas sobre sus respectivos dinteles: “El tratamiento de los testimonios históricos en los
autores negacionistas” en el capítulo II y “El negacionismo frente a la identidad de los conquistadores”
en el III.
16
Una crítica a la expresión “cultura material” y sucedáneos en V. Martínez Enamorado, 2003, pp.
143-145.
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17
V. Martínez Enamorado y A. Torremocha Silva, 2001.
18
Es de justicia indicar que sí cita esta obra, una sola vez (no igura por ningún lado la otra de la que
es autor y consta en la bibliografía general), para referirse a los llamados “feluses de Mūsà” (p. 247, n
278).
19
M. Barceló, 1994, reproducido en 2010, pp. 75-92.
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negacionismo
expresión fī sabīl Allāh (II, 262), lo que puede signiicar que este sea uno de los primeros
léxicos iscales de la Umma. Por otro, la traducción propuesta para este último sintagma
por García Sanjuán, “por mor/amor de Dios”, entendemos que no se ajusta al sentido
que se le quiere dar a tal expresión, tampoco en el Corán donde comparece 44 veces en
un total de 42 aleyas. La raíz <s.b.l.> transmite la idea de camino, de recorrido (sabīl
en cualquier diccionario: camino, senda, vía…) y, por tanto, de un acto no estático, en
una indeinida construcción. En las traducciones al castellano que hemos consultado20 se
repite siempre esa idea de “en el camino/la senda de Dios” o simplemente “por Dios”.
También se podría matizar la airmación de que los únicos objetos procedentes
de la conquista sean las monedas y los sellos de plomo, “pertenecientes a los propios
conquistadores” y que “están datados en las mismas fechas en que se produjo la llega
[sic] de los musulmanes” (p. 153). Desde hace tiempo, se vienen produciendo hallazgos,
sin contexto arqueológico preciso, de distintas escápulas (29 eran las recogidas en el
año 2010, repartidas por casi todo el territorio andalusí, especialmente por las Marcas
Media y Superior) que contienen normalmente alifatos inscritos sobre las que se han
dado alguna interpretación discutible de acuerdo con el contexto arqueológico donde
se hallaron una parte de estos objetos (silos): amuletos destinados a la protección
del cereal y con una función proiláctica, casi cabalística.21 Tal funcionalidad ha sido
puesta en tela de juicio en los dos últimos trabajos de conjunto sobre estas piezas que
conozco.22 En ambos, con contundencia, se rechaza este uso y se deiende el tradicional,
ijado desde los años 80 de la pasada centuria por el arqueólogo Juan Zozaya, el de
tablillas inscritas, con cuyo alifato los niños aprendían a escribir el árabe.23 En nuestro
trabajo, añadíamos una matización de carácter social muy signiicativa: “en realidad
de lo que debemos hablar no es de ese proceso social sin más, sino de una auténtica
‘arabización lingüística’ y sabido es que los grupos clánicos beréberes, establecidos
en la Marca Media y Superior –lugares de donde proceden 23 de las 29 tablillas de las
que se conocen en el viejo al-Andalus- presentaban un grado de ‘inmersión’ lingüística
20
Tres han sido: J. Vernet, 1986; J. Cortés, 2005; R. González Bórnez, 2010.
21
A. Fernández Ugalde, 1977.
22
C. Doménech Belda y E. López Seguí, 2008; R. Carmona Ávila y V. Martínez Enamorado, 2010. En
los dos trabajos se puede encontrar una bibliografía exhaustiva sobre estas piezas.
23
J. Zozaya Stabel-Hansen, 1986.
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en el árabe maniiestamente mejorable, por más que pudieran llevar décadas siendo
musulmanes y, tal vez, buenos musulmanes”.24 Por tanto, servirían en el proceso de
islamización, pero sobre todo de arabización inicial, según propuso Zozaya, lo que
valdría para dar una explicación parcial para clariicar su distribución. Esto nos sitúa de
bruces ante la problemática cronológica de estas piezas. En ese sentido, es muy relevante
la tipología del cúico que se emplea en una buena parte de estos objetos que Zozaya
adscribió a la modalidad mudawwar wa-muqawwar, atribuido al Profeta Mahoma, lo
que contribuyó en algún caso a otorgarle una cronología bien temprana: la tablilla de
Osma es fechada por el arqueólogo madrileño en el siglo VIII.25 Extraña que alguien
que conoce tan exhaustivamente la bibliografía sobre al-Andalus como García Sanjuán
no haya reparado en la presencia de estas piezas cuya cronología puede remontarse, en
una parte signiicativa al menos, a la centuria de la conquista musulmana. Y si hasta
ahora tal aseveración no había manera de poder conirmarla, desde el hallazgo de una de
estas tablillas acaecido recientemente es bastante verosímil que algunas (o muchas) de
esas piezas se hubieran facturado en el siglo VIII. Sin embargo, aunque puede ayudar
a conirmar esa cronología tan temprana a la que aludimos, introduce dudas sobre la
funcionalidad general de estas escápulas por no ajustarse a lo que de ellas sabíamos
antes de este descubrimiento. En rigor, con este hallazgo encontramos dos modalidades
de tablillas sobre hueso. En El Pueyo, un sector del lugar arqueológico de Los Bañales
(término municipal de Uncastillo, Zaragoza), se localizó a inales del año 2013 otra
escápula de bóvido después de unas lluvias torrenciales que provocaron el colapso de
parte de un muro de una vivienda en cuyo interior estaba la pieza. La escápula ofrece
un texto árabe en 5 líneas en una modalidad cúica bastante arcaica que reproduce la
última azora del Corán (CXIV), presumiblemente el texto coránico más antiguo en
soporte no metálico de los hallados en la península ibérica. En proceso de estudio por un
equipo pluridisciplinar formado por los arqueólogos Ángel A. Jordán, Javier Muruzábal,
Joaquín Latorre, Rafael Carmona, Rafael Martínez y el que escribe,26 el contexto en el
24
R. Carmona Ávila y V. Martínez Enamorado, 2010, p. 203.
25
J. Zozaya Stabel-Hansen, 2000.
26
Véase una reseña periodística de M. García, “Hallado en Uncastillo el texto más largo de todo
al-Ándalus escrito en un hueso animal”, El Heraldo de Aragón, 27 de noviembre de 2013. http://
prensa.unizar.es/noticias/1311/131127_z0_5.pdf
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negacionismo
que se encontró nos transporta a una cronología ante quem del 775, pues en el lugar no
se han hallado cerámicas posteriores al tercer cuarto del siglo VIII d.C.
Por otro lado, resulta curioso comprobar cómo A. García Sanjuán, tan atento a
detectar omisiones y fraudes historiográicos, no ha reparado en la malversación que
se ha cernido sobre “el Conde” Julián, al que únicamente cita de manera tangencial-
en realidad, la cita corresponde a su hija- en una sola ocasión (p. 202). No es este
asunto irrelevante en una obra que lleva por título La conquista islámica de la península
Ibérica y la tergiversación del pasado.27 Salvedad hecha de ‘Umar ibn Ḥafṣūn, no hay
en la historiografía de al-Andalus un personaje manipulado hasta extremos tan obscenos
como el “conde” Don Julián.28 Nadie repara en las implicaciones que poseen pasajes
como los que le destina Ibn Jaldūn a Julián donde se le otorga la condición “emir”
(amīr) de los beréberes Gumāra originarios de esa área cercana al Estrecho de Gibraltar,
incluso como šarīf de ese qawm de los Gumāra.29 El Doctor Juan Antonio Martín Ruiz y
yo mismo hemos avanzado en la caracterización historiográica sobre Julián en un libro
que se publicará pronto por lo que remitimos a él.
Por el título del siguiente capítulo (III), “¿Cuál era la identidad de los
conquistadores?”, pudiera parecer que el autor se va a decantar inalmente por entrar
en el debate de si eran muchos o pocos los llegados o sobre la mayoritaria identidad
étnica de los mismos, árabe o beréber, tan cara aún actualmente a tantos estudiosos de
al-Andalus. Renuncia expresamente a ello, lo cual pudiera parecer que es de agradecer
para simpliicar el panorama. Sin embargo, esa simpliicación puede resultar excesiva
porque al inal la conclusión es que los que llegan a formar al-Andalus como nueva
realidad político-social forman parte de una “identidad árabe e islámica”. Algo que
ya sabíamos, si bien esta expresión vuelve a ser, por sesgada, poco afortunada. La
damnatio memoriae en relación con los beréberes que destila la obra es uno de los
aspectos que despiertan una mayor preocupación. Y que da como resultados párrafos
de vocación “culturalista” de este tenor, tan discutibles como equívocos por mezclar
27
Nuevamente, la negrita es nuestra (VME).
28
Así lo airmamos en: V. Martínez Enamorado, 2011, p. 63.
29
Citemos solamente el par de referencias de Ibn Jaldūn, al-‘Ibar, ed. Dār al-Kitāb al-‘Alamī, VI, pp.
127, 162 y 250; trad. francesa A. Chedadi, pp. 161, 219, 334 y 335; siempre como amīr Gumāra.
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conceptos de evidente raigambre cultural con otros de cariz geográico o étnico: “La
conquista de 711, además de dar origen a la islamización de la Península, supuso,
también, el comienzo de la arabización. Pese a la llegada inicial de los contingentes
beréberes comandados por Ṭāriq, los protagonistas de la conquista fueron los árabes y
como resultado de su preeminencia política y social, al-Andalus fue un país dominado
por el papel preponderante de la cultura árabe, que junto al Islam conforman los dos
componentes principales de la identidad andalusí” (p. 273).
No es únicamente que apenas se menciona el término beréber, que él coloca,
desdibujado, bajo el confuso sintagma amalgamador de “identidad islámica”, ni que se
le hurte el protagonismo histórico que tuvieron aquellos grupos clánicos norteafricanos
en la conquista, sino que tampoco comparecen en esta obra referencias bibliográicas
básicas sobre la cuestión de la radicación de aquellos qawm-s en el territorio andalusí.
Tampoco aparece por ningún lado uno de los primeros estudiosos que con rigor
afrontaron el tema, el arabista catalán Jacinto Bosch Vilá, ni los diferentes trabajos de
Miquel Barceló en los que ha centrado el asunto para Šarq al-Andalus, ni siquiera la obra
normativa sobre los beréberes desde la perspectiva cronística que siguió a la síntesis de
Pierre Guichard, Identidad y onomástica de los beréberes de al-Andalus de Helena de
Felipe, publicada en 1997.30 Tampoco lo que un servidor haya podido aportar o nuevas
contribuciones regionales publicadas31 merecen la atención del profesor García. Nada.
Y la bibliografía que se cita de Pierre Guichard tiene que ver con su refutación a Olagüe
y no con la estructura antropológica de al-Andalus tras la conquista musulmana.
En rigor, lo beréber queda reducido a tres episodios, sin que aparezcan perilados
en otros párrafos del libro más allá de referencias insulsas a la “conquista árabo-beréber”:
en la referencia que realiza González Ferrín de unos supuestos “guerreros rifeños” de
origen germano, auténtica memez que García Sanjuán critica con toda razón (p. 264);
en la conocida equiparación de los mauri que comparecen en la Crónica del año 754
con los beréberes (p. 305); o en la alusión a que las tumbas de la Plaza del Castillo de
Pamplona pudieran pertenecer a “grupos africanos” (sic) por la mutilación de algunas de
30
H. de Felipe, 1997.
31
Por ejemplo: B. Franco Moreno, 2005.
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las piezas dentarias, “por lo que parece probable que los restos analizados pertenezcan
a poblaciones beréberes llegadas a la Península tras la conquista musulmana” (p.
323). En este último asunto centraremos nuestra atención en el siguiente párrafo y más
adelante.
Es obvio que García Sanjuán no podía conocer la Tesis Doctoral de Lara Fontecha
Martínez, cuya lectura se produjo en la Universidad del País Vasco en 2013,32 después,
por tanto, de la aparición del libro reseñado. En este trabajo se extraen unas conclusiones
contundentes, que sí que permiten dibujar, con una mayor precisión, en qué consistió
la migración norteafricana a la península ibérica. Más tarde daremos una cumplida
referencia a las conclusiones extraídas por aquella genetista. Ahora queremos destacar
otra circunstancia en relación con esta problemática: García Sanjuán no debe conocer el
caso de la maqbara de Tauste (Zaragoza), presumiblemente la necrópolis islámica más
antigua de al-Andalus de las encontradas hasta ahora compitiendo por ostentar tal mérito
con la de Pamplona y de una formidable extensión (20.000 m2, con una capacidad para
unos 4500 individuos adultos), pues este dato se le escapa. En efecto, se han podido datar
con C-14 tres tumbas de las cuatro intervenciones llevada a cabo entre 2010 y verano
de 2013. Un primer enterramiento (tumba 2) se ha fechado entre la segunda mitad del
siglo VII y los tres primeros cuartos del siglo VIII (650-780), a un segundo (tumba 3)
se le da una cronología entre los siglos IX-X (860-990) y el tercero (tumba 1) se lleva a
pleno siglo X (890-1020).33 En la cuarta fase de excavaciones de la necrópolis de Tauste
realizada en julio de 2013, se han exhumado 24 individuos: 3 infantiles, 5 juveniles y
15 adultos.
Apropiado puede parecer que se nos recuerde que árabes y beréberes llegados a al-
Andalus no eran “pueblos idénticos con unas estructuras tribales similares”,34 siempre
y cuando se nos advierta asimismo que aquellos árabes que colonizaron el remoto
Occidente, entre ellos los banū Ru‘ayn analizados por Barceló,35 son los descendientes
en tercera generación de los que partieron del Mašriq y que, incluso admitiendo la
32
L. Fontecha Martínez, 2013.
33
F. J. Gutiérrez González y M. Pina Pardos, 2013. Debo el conocimiento de esta necrópolis y la
bibliografía sobre la misma a mi colega, el arquitecto taustano Jaime Carbonel Monguilán.
34
E. Manzano Moreno, 2012, p. 26.
35
M. Barceló, 2004, pp. 115-116.
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36
Extrañamente no cita en toda la obra al investigador encargado de crear ese neologismo, el arabista
Federico Corriente. Véase, por ejemplo, F. Corriente, 1997.
37
A. Vicente, 2007, pp. 23-43.
38
Ibn al-Qūṭiyya, Ititāḥ, ed. y trad. J. Ribera, p. 31; trad. p. 24.
39
M. Fierro, 1990, p. 51; H. de Felipe, 1997, pp. 230-231. Tal vinculación Nafza-Miknāsa se va a re-
producir en el poblamiento de las Marcas de al-Andalus lo que puede signiicar en algunos casos una
migración conjunta.
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Yūsuf al-Fihrī para que se pasaran al lado omeya. Que unos y otros se entendieran en
tamazigue se explica porque habrían de venir de lugares relativamente próximos, sabida
las diferencias dialectales del haz lingüístico beréber. De hecho, en los episodios relativos
a la instalación entre los Nafza y los Wansūs de ‘Abd al-Raḥmān (I) ibn Mu‘āwiya
llegado de Oriente se señala la cercanía de una cabila con respecto a la otra: con los banū
Wansūs estuvo en Bāra, entre los Nafza en Ṣabra, embarcándose en el fondeadero de
Mugīla o Magīla, en territorio de los zanāta.
Advertía Miquel Barceló de la manera sigilosa en que la cuestión de las lenguas
de al-Andalus se cuela en los entresijos de los escritos de medievalistas y arqueólogos
españoles, como si no fuera posible, con el formidable volumen de información
disponible, acometer de una manera más rigurosa esa cuestión, entregada cómodamente
a los ilólogos y, por ende, sin percibir en ella el más mínimo fundamento histórico.
Todo se resume en simplezas sobre la arabización y perduraciones no contrastadas de
los “latines” peninsulares. Mucho nos tememos que el alegato de Barceló a favor de
terminar “con el desinterés del medievalismo hacia la cuestión de la lenguas”40 a partir
de la propuesta de Federico Corriente sobre el vigor del haz lingüístico sudarábigo de
origen yemení en la propia conformación de la identidad política andalusí sea de nuevo
soslayado. Los párrafos que le dedica García Sanjuán a ello son evidencia de esa elusión
deliberada con la que se intenta dar una consideración de trámite a cuestión considerada
tan onerosa, indudablemente histórica también, como es la de las lenguas de al-Andalus
bajo frases hechas en las que siempre está presente su “arabización”, lo cual por general y
obvio no signiica nada. Contrasta, por ende, con la manera en que se están acometiendo
desde hace tiempo el estudio de las lenguas en el Magreb, con resultados, en el fondo,
similares a los propuestos por F. Corriente41 para al-Andalus: la creación de un árabe
estándar (andalusí y magrebí, interconectados también) a partir de los centros urbanos,
bien identiicados: el principal, sin duda, Qayrawān, y los secundarios Tremecén y Fez.42
El cuarto capítulo pretende responder a la interrogante “¿Por qué triunfaron los
40
M. Barceló, 2004, p. 145.
41
F. Corriente, 1997b.
42
Por ejemplo, D. Caubet, 2001-2002; D. Caubet, 2004. Confírmense lo destacado de esas conclu-
siones a través de la bibliografía recogida. Por otro lado, la bibliografía sobre las lenguas beréberes,
especialmente Marruecos y Argelia, es tan amplia que no entraremos en ella.
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43
E. Manzano Moreno, 2012, p. 25.
44
L. de Mármol Carvajal, 1573, fol. 109r.
45
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negacionismo
principal efecto del 711, no terminase antes de la década inal del siglo IX, poco antes de
la “conquista” de las Islas Baleares por ‘Isām al-Jawlānī.46
La cuestión de la “rapidez” de las conquistas musulmanas es asunto sobre el que
se han vertido opiniones de lo más diversas. Por supuesto, está en el fondo de la
explicación de Olagüe, perplejo ante la posibilidad de que gentes venidas de la remota
Arabia pudieran conquistar el solar ibérico en tan breve tiempo. Ese persistente asombro
con el que los investigadores se enfrentan a ese período formativo del Islam, por la
enorme capacidad expansiva que exhibe, nos permite insistir en la diicultad que entraña,
por lo visto, acercarse a ese acontecimiento del año 711 sin prejuicios de partida. Uno de
esos sobrentendidos los maneja García Sanjuán sin rubor al comparar la conquista del
“Imperio azteca” con la “invasión musulmana”, utilizando el siguiente argumento: “Las
circunstancias concretas de cada caso son muy distintas, pero ese episodio [la conquista
del territorio azteca por Hernán Cortés] permite comprobar que, a lo largo de la historia,
se han dado situaciones en las que pequeños contingentes armados han llegado a
controlar e incluso someter amplios dominios territoriales, cuando se han dado las
circunstancias favorables para ello”47 (pp. 361-362). No insistiremos en la imposibilidad
de partida de comparar uno y otro episodio, pero sí en otra circunstancia: García Sanjuán
se decanta por la idea de que eran “pocos” (“pequeños…”) y todos ellos, sin excepción,
militares (“…contingentes armados”) los que coniguraron ese primer al-Andalus,
proporcionando a lo castrense tal hegemonía en la explicación de los hechos que se
termina por desvirtuar gravemente el proceso histórico que se abre en esas fechas. Es
cierto que sin acto militar es incomprensible lo acontecido a continuación, que se puede
resumir en lo que en algún momento García Sanjuán llama la conformación de una
“mayoría sociológica musulmana” (p. 313). No obstante, en sí misma la conquista (fath)
no explica la formación de al-Andalus; es más, si únicamente recurrimos en ese período
inicial a la acción militar para tratar de comprender lo que sucedió, se termina por
desigurar de manera muy embarazosa los acontecimientos para convertir el proceso en
algo ininteligible, en un asunto clausurado en lo factual y en lo militar. En deinitiva, es
46
M. Barceló, 2004, pp. 26-27.
47
Todas las negritas son nuestras (VME).
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otro artiicio de ese suelo incierto de irmeza, de doble fondo insondable,48 en el que la
investigación española cae irremediablemente (y, por qué no decirlo, a sabiendas) una y
otra vez cuando de la formación de al-Andalus se trata. Volveremos más adelante sobre
ello. Ahora únicamente insistiremos en el afán de una siempre imprecisa contabilidad de
todos aquellos investigadores que se acercan a la “invasión” musulmana: es una incógnita,
por carecer de la más mínima escala, que son “pocos” o “muchos”, “pequeños” o
“grandes”, para el autor de La conquista islámica. Lo que sí parece certero señalar -y es,
por consiguiente, comprobable- es que con esas valoraciones se vuelve al guión, bien
establecido incluso desde los libros de la ESO y el Bachillerato, de la explicación del
711 como un hecho que no alteró la coniguración demográica de la vieja Hispania, en
la que esos “pocos extranjeros”49 si lograron alterar de manera casi deinitiva el trascurrir
de estas tierras de Occidente fue preservando en buena medida el medio social que los
acogió. Ni que decir tiene que sobre ese medio social (que no político) el conocimiento
que tenemos es de una parvedad aplastante, como se encargan de repetir cuantos se
dedican al estudio de la sociedad visigótica desde una perspectiva arqueológica.50 No
parece, por lo demás, que fueran tan pocos ni que (muchos o pocos) fueran todos
contingentes armados los que llegaron “a controlar e incluso someter” esos “amplios
dominios territoriales” que formaban Hispania. La relevancia concedida a esa minoría
árabe, “élite” u “oligarquía”51 para un investigador como Eduardo Manzano o
48
M. Barceló, 2004, p. 140.
49
Ese término de “extranjero” es familiar a Alejandro García; así, “intervención extranjera” (p. 86).
50
Por ejemplo, A. Vigil-Escalera Guirado y J. A. Quirós Castillo, 2013, quienes, tras lamentarse rei-
teradamente sobre la ausencia de proyectos arqueológicos especíicos sobre el campesinado para el
período visigodo, terminan su análisis en clave “netamente discontinuista” con unas relexiones que
no caminan precisamente en la idea no matizada de la existencia de esos grandes propietarios de
“amplios dominios territoriales”: “Las transformaciones que se observan en los patrones de ordenación
territorial, la distribución de los asentamientos, las formas de explotación de los espacios rurales y,
sobre todo, el protagonismo que adquieren las comunidades campesinas y los poderes de ámbito local,
nos han permitido teorizar las bases de una verdadera «revolución del campesinado». Frente a los plan-
teamientos más «primitivistas», el registro arqueológico permite excluir completamente la noción de
comunidades campesinas autónomas y completamente desvinculadas de los poderes territoriales. Pero,
por otro lado, también es cierto que estas comunidades mantuvieron amplios márgenes de capacidad or-
ganizativa como resultado de la descentralización de la gestión de las actividades productiva” (p. 398).
51
Este último término (“oligarquía guerrera”) es el que se emplea en fechas más recientes: E. Manza-
no Moreno, 2012, p. 26. Incluso se recurre a la expresión de “caudillos muy efímeros” (p. 27).
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“[…] y el establecimiento de una nueva entidad política en la Península [al-Andalus], gobernada por
la aristocracia árabe y radicada en la ciudad de Córdoba” (p. 379).
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conquista mediante pactos era a la aristocracia indígena que, merced a los pactos de
capitulación había podido mantener el control de las tierras” (p. 438). Tal aserto sobre
el control de las tierras por parte de las élites visigodas se repite, sin necesidad alguna
de explicación, en tantas otras obras sobre la conquista del 711. En todo caso, requeriría
de una cierta veriicación arqueológica o, como diría Alejandro García Sanjuán, de una
“base empírica” (p. 362) menos precaria que la exhibida hasta ahora. Otro párrafo, casi
terminando la obra, vuelve a ilustrarlo a la perfección: “El éxito de los conquistadores
se explica, por lo tanto, en función de las debilidades, estructurales y coyunturales, de
la monarquía visigoda, así como de la propia acción de los musulmanes, encaminada a
facilitar la sumisión de los territorios mediante el otorgamiento a las aristocracias
locales de pactos de capitulación que suponían condiciones ventajosas desde los puntos
de vista político, económico y religioso. No obstante […], la conquista no fue un proceso
exento de violencia, dado que, en deinitiva, consistió en la imposición de un nuevo
dominio destinado a perdurar durante varios siglos” (p. 446). De modo que ese nuevo
“dominio” político -se entiende que el Islam- que duró ocho centurias se gestó a base de
un gran acuerdo entre las aristocracias locales de un Estado extremadamente débil –el
visigodo- y unos conquistadores árabo-musulmanes, que habían acreditado un vigor
inconmensurable en ese proceso de expansión, lo que no es óbice para que la imagen
inal que se obtenga de todo esto es que son esas élites locales las que obtuvieron unas
“condiciones” más “ventajosas”. Demasiadas paradojas deicientemente resueltas en
este discurso, por cierto, tan similar en el fondo (menos en la forma) a tantos otros que
han tratado de comprender ese origen de al-Andalus, como para ser aceptado sin cierta
prevención.
Al supeditar todo a la explicación de la conquista, aloran controversias,
perfectamente evitables, con otros investigadores que, siguiendo en muchos casos el
testimonio cronístico, preieren hablar, por ejemplo, de una “sumisión de Hispania”. Es
el caso de Pedro Chalmeta, cuya conocida obra, Invasión e islamización. La sumisión de
Hispania y la formación de al-Andalus (1994), A. García Sanjuán, en un lapsus freudiano,
convierte en Invasión e islamización. La conquista [sic] de Hispania y la formación de
al-Andalus (p. 453), a pesar de que en el texto se explican en detalle los entresijos de este
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denomina la “cultura material”, en la que ahonda con pasajes como éste: “En el ámbito
de la ‘cultura material’ podemos hablar de la aparición de formas y estilos decorativos
ajenos a la tradición local, tales como el horno portátil para cocción de pan (tannūr), el
arcaduz de noria y el jarro que sustituye en las pautas de consumo de líquidos al cuenco
característico de la época visigoda. Este último, indica S. Gutiérrez Lloret, ‘constituye
uno de los mejores indicadores materiales y cronológicos del proceso de islamización
cultural’. Asimismo, otro indicador estudiado en la zona de Tudmīr es la decoración
pintada en óxido de hierro, ausente en la época visigoda y cuyo uso experimenta un
progresivo incremento durante el siglo VIII” (p. 320). Resulta cuanto menos chocante
que en una obra como esta, tan comprometida en el litigio historiográico frente a
fraudes como los que representan Olagüe y González Ferrín, entre otros, García Sanjuán
esquive, sin ni siquiera mencionarlo de pasada, uno de los debates más sugerentes del
medievalismo español en las últimas décadas, el protagonizado por Miquel Barceló y
Helena Kirchner, por un lado, y Sonia Gutiérrez Lloret, por otro, en torno a algunas de las
cuestiones que enuncia más arriba. Los títulos de las contribuciones de Helena Kirchner,
en las que iguran términos tan familiares a este asunto de la conquista (“indígenas” y
“extranjeros”),53 apuntan sin duda a lo conveniente que hubiera sido que el polemista
García Sanjuán no nos hurtara su opinión en relación con tan señalada controversia. O
si esto le pareciera excesivo, al menos que se hubiera indicado que ese debate existió.
Hubiera bastado una nota a pie de página.
Es matizable, asimismo, que el lugar de Ruscino, separado unos pocos kilómetros,
a su lado oriental, de la ciudad francesa de Perpiñán, sea “el primer sitio arqueológico
de cierta entidad que acredita la presencia musulmana en la Galia Narbonense” (p.
170) cuando García Sanjuán ha de conocer la existencia de la llamada “cuestión de
Fraxinetum”, con una dimensión arqueológica bien delimitada por el descubrimiento
desde los años 70 de la pasada centuria de cuatro pecios que sin duda pertenecían a los
marinos del enclave.54 Esos hallazgos son de tal entidad que a partir de ellos se puede
53
H. Kirchner, 1999; H. Kirchner, 2000. También, M. Barceló, 1996. Por el lado de S. Gutiérrez Lloret,
especialmente, 1995. Un buen resumen de la polémica en h. F. Glick, 2007, pp. 70-71.
54
La bibliografía básica se puede encontrar en: J. P. Joncheray y Ph. Sénac, 1995; Ph. Sénac, 2001a;
Ph. Sénac, 2001b; Ph. Sénac, 2007. Véase un breve estado de la cuestión en V. Martínez Enamorado
y F. Retamero, 2010, pp. 228-229.
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RECENSIÓN DE: La conquista islámica de la península Ibérica y la tergiversación del pasado. Del catastrofismo al
negacionismo
55
A la espera de la publicación del trabajo de X. Ballestín sobre los baḥriyyūn (en prensa), citamos la
obra imprescindible de M. Barceló, 2001; también, V. Martínez Enamorado, 2008a, reproducido, en
castellano, con aportaciones nuevas, en V. Martínez Enamorado, 2011, pp. 115-127.
56
Por ejemplo, E. Manzano Moreno, 2012: “Cuanto mejor se conoce esa expansión más evidente re-
sulta que su dirección correspondió a una oligarquía guerrera enmarcada en un proceso de etnogénesis
propiciado por un estado expansionista que fue capaz de dotarse tanto de una ideología salvacional
y cohesionadora, como de una centralización muy acusada” (p. 26). Las negritas nos pertenecen
(VME).
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deinido magistralmente por Barceló, que con una imposible centralización sobre la que,
por otro lado, ninguno de estos investigadores le da un contenido preciso y tangible más
allá de la presencia de la moneda.
La descripción de las modalidades de los pactos a través del territorio es capítulo
abordado previamente por cuantos han centrado su atención en la conquista islámica de
al-Andalus, particularmente Pedro Chalmeta y Eduardo Manzano. En realidad, no hay
apenas primicia en estos párrafos que dedica al asunto, habiendo perdido la oportunidad
de acompañar a las evidencias recogidas en las diversas crónicas árabes los testimonios
puramente arqueológicos, cada vez más numerosos, generados en torno a algunos de
esos escenarios primarios de la conquista. Señalamos con especial incidencia el caso
de Toledo, con la Vega Baja, que está arrojando unos resultados espectaculares, para
explicar, también, los primeros años de Ṭulayṭula,57 pero esta advertencia puede ser
ampliada a Córdoba o Mérida, con destacadas novedades arqueológicas que también
pueden conectarse con el discurso de los cronistas. Precisamente, en las excavaciones
de la Vega Baja toledana se anuncia, de manera indirecta, la que pudo ser una modalidad
de ocupación de esos “contingentes armados” (tan caros para García Sanjuán) en
las primeras ciudades de al-Andalus: los campamentos con tiendas (jiyām, plural de
jayma), cuya fragilidad en el registro arqueológico puede explicar parcialmente la
permanente oscuridad y precariedad en lo edilicio de los vestigios de esa conquista:
“Los indicios parecen apuntar hacia la existencia de ocupaciones al aire libre o, por
lo menos, de abundantes hogares en supericie que no han podido relacionarse con los
restos de ninguna estructura construida. Posiblemente, por la utilización de estructuras
perecederas o el uso de los espacios abiertos como lugares en los que se desarrollaban
actividades de carácter más o menos doméstico”.58 Lo describía, otra vez, Ibn Jaldūn:
“Y por eso las poblaciones de Ifrīqiya y del Magreb, todas o la mayor parte de ellas, son
rurales (badawiyyan): gentes que viven en tiendas (ahl jiyām), en literas transportables,
57
Sobre la cerámica y las estructuras de la Vega Baja descubiertas, A. J. Gómez Laguna y J. M. Rojas
Rodríguez-Malo, 2009a; A. J. Gómez Laguna y J. M. Rojas Rodríguez-Malo, 2009b; J. de Juan Ares y
Y. Cáceres Gutiérrez, 2010; sobre los hallazgos numismáticos, R. L. García Lerga, 2012. Sobre otros
hallazgos, M. A. Valero Tévar (coord.), 2011.
58
J. de Juan Ares y Y. Cáceres Gutiérrez, 2010, p. 97.
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RECENSIÓN DE: La conquista islámica de la península Ibérica y la tergiversación del pasado. Del catastrofismo al
negacionismo
59
Ibn Jaldūn, Muqaddima, ed. Dār al-Kitāb al-‘Alamī, p. 371; trad. española F. Ruiz Girela, p. 647.
60
Citemos exclusivamente algunas de las coras más meridionales: para Algeciras, véase la bibliografía
de A. Torremocha Silva; Para Sidonia, J. Abellán Pérez, 2004 y M. A. Borrego Soto, 2013; para Rayya/
Tākurunnā, V. Martínez Enamorado, 2003.
61
A. García Sanjuán, 2003.
62
Existen varios trabajos de síntesis de este autor donde se recogen algunas identiicaciones; A. Torre-
mocha Silva, 2002; A. Torremocha Silva, 2009, pp. 52, 53 (notas 129 y 130) y 55; A Torremocha Silva,
2012, pp. 41-46. Igualmente, A. J. Sáez Rodríguez, 2001.
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63
M. A. Borrego Soto, 2007, p. 6, nota 2.
64
Yo mismo: V. Martínez Enamorado, 2008b.
65
E. Lapiedra Gutiérrez, 1997, pp. 189-247.
66
Las negritas son nuestras (VME).
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RECENSIÓN DE: La conquista islámica de la península Ibérica y la tergiversación del pasado. Del catastrofismo al
negacionismo
(p. 241) - en este caso la errata no puede ser atribuida al profesor García toda vez que
pertenece a un pasaje de González Ferrín, si bien es asumida por aquel al no incluir el sic
de rigor, como hace en tantas ocasiones (especialmente con insistencia en el sintagma
“península ibérica”, cuando la expresión recogida por la Ortografía de la RAE es esta
que escribimos arriba y no la que da García Sanjuán de península Ibérica)-.67 Erratas son
asimismo la presentación gráica de Ibn, con un ‘ayn precedente (‘Ibn en Ibn ‘Iḏārī) (p.
208) o la fecha cristiana proporcionada para el 138 de la Hégira, el año 155 (p. 312).
También algunas de las páginas de los índices presentan errores y ausencias (no incluye,
por ejemplo, algunos nombres como, entre otros, Amancio Isla Frez), como puede ser la
entrada “Pamplona” en el Índice (p. 495) que remite a las páginas 454-455 y 466 cuando
estas pertenecen a la bibliografía, incorrección que volvemos a detectar en otros casos:
por ejemplo, en la entrada “península Ibérica” de la p. 495 (pp. 451-452, 456-458, 461-
464, 467). O remitir en esa misma entrada a la página 35 (sin constancia en ella de la
presencia de esta palabra) tras la 309 y antes de la 402.
De manera particular, no resulta en absoluto discreta la insistencia de Alejandro
García Sanjuán de referirse a Ignacio Olagüe como, entre otras muchas, “seudohistoriador
vasco” o “autor vasco”, repetido decenas de veces a lo largo de la obra. Esa perseverancia
debe de signiicar algo, si bien desconocemos las razones que llevan al autor de La
conquista islámica a repetir ese gentilicio asociado a Olagüe y la relevancia que pueda
tener, según su criterio, ese origen geográico en los hechos relatados y en la impostura
creada, pero contrasta con la ausencia del adjetivo en otros historiadores citados
con frecuencia. En ningún momento se dice nada de la procedencia, por ejemplo, de
Emilio González Ferrín. Si acaso, solo hemos podido detectar una recurrencia al origen
geográico de otro “historiador vasco”, Armando Besga Marroquín (p. 374).
Las conexiones de la península Ibérica con el Norte de África merecerían en la
cuestión de la conquista mucha más atención que le concedida por García Sanjuán. Es
bien conocido que el procedimiento que de manera grosera se empleó para la explicar las
67
Hasta en tres ocasiones adjunta un sic a modalidades escritas que entiende erróneas de península
ibérica: p. 67, 114 y 126, en los tres casos por emplear “Península Ibérica”. En p. 89 y en p. 109, las
expresiones “península arábiga” y “península” también llevan sus correspondientes sic. La referencia
a la manera correcta de escribir península ibérica en la Ortografía de la RAE, 2010, p. 477 (www.rae.
es).
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68
M. Pellicer, 1964, pp. 107 y 124, respectivamente.
69
M. Almagro, 1946, pp. 141 y 142.
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70
J. Ramos Muñoz, 2012.
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prolijos en todo caso, como estos: “Frente a la evidencia empírica de que la conquista
islámica supone una ruptura en la trayectoria histórica de la Península, debido a la
preponderancia de los elementos foráneos, árabes y beréberes […]” (p. 329); “Dada
su singularidad y su condición del ‘genio nativo’ resulta imprescindible negar que lo
andalusí proceda de una intervención extranjera” (p. 86). Algunos de los testimonios
coetáneos del siglo VIII manejados por el investigador son sumamente explícitos. El
del monje benedictino Pablo Diácono, por ejemplo: “Por aquella época el pueblo de
los sarracenos cruzó el mar desde África en el lugar llamado Ceuta e invadió toda
Hispania. Luego, diez años después, vinieron con sus esposas e hijos y penetraron en
la provincia gala de Aquitania con la idea de establecerse […]” (p. 184). Algunos otros
posteriores, no traídos por el investigador de la Universidad de Huelva, insisten en ese
proceso migratorio: “Sabidas estas victorias en África, fue tanto el número de Africanos
que creció en España que todas las ciudades y villas se hincheron dellos, porque ya
no pasaban como guerreros sino como pobladores con sus mugeres e hijos,71 en tanta
manera que la religión, costumbres y lenguas corrompieron y los nombres de los pueblos,
de los montes, de los ríos y de los campos se mudaron”.72 ¿A la luz de testimonios como
estos se puede seguir caliicando al 711 en exclusividad como una conquista militar?
Luis de Mármol ya lo explicaba con certera precisión, sin trucos ni argucias dialécticas:
los “africanos” que pasaban a la Península tras el 711 eran tantos que lo que se entendió
al principio como un acto militar terminó siendo un acontecimiento migratorio de una,
por ahora, imprecisa dimensión. La expresión utilizada por H. Djaït para referirse a
la primera migración de tribus yemeníes hacia Egipto y Siria al poco de la muerte de
Mahoma (en la década que va del año 14/635 al 19/640), “migration armée”,73 es tan
sugerente que abraza, para envolverla, la misma idea transmitida por Mármol.
Si como conclusión de unos especializados estudios genéticos sobre la maqbara
de la Plaza del Castillo de Pamplona, fechada con C-14 en el siglo VIII, se escribe
esto, “Los datos obtenidos en nuestro trabajo apoyarían la hipótesis propuesta por de
Miguel, según la cual los inhumados o al menos una parte de ellos , corresponderían
71
El empleo de la negrita en ambos casos es nuestro (VME).
72
L. de Mármol Carvajal, 1573, fol. 79v.
73
H. Djaït, 1976, pp. 150-152.
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negacionismo
a grupos beréberes localizados en alguna región del norte de África […] Podríamos
pensar que la población de la Maqbara de Pamplona la constituyeron tanto individuos
con origen europeo como africano, y que dentro de la población europea encontrada,
la mayor proporción correspondía a varones […] lo que apoyaría la hipótesis de que
estos destacamentos militares vinieron acompañados de mujeres”,74 forzosamente tales
argumentos habrán de tener consecuencias (y muy destacadas) en la historia que se
hace sobre los “orígenes de al-Andalus”. Como advirtiera M. Barceló,75 los elevados
precios que se han pagar por lo que respecta al conocimiento cientíico en la cuestión
de la “invasión” siguen estando bien presentes en este panorama de los estudios de al-
Andalus, y esta obra es un buen ejemplo de ese peaje. El nuevo (y penúltimo) ejercicio
de simulación que supone centrarse en lo que quiera que signiique para Alejandro
García y para tantos otros estudiosos una conquista militar (obviamente existió, frente a
la fabulación de Olagüe, aunque el concepto no sirva ni de lejos para deinir cabalmente
los acontecimientos), solo dilatará en el tiempo las respuestas a determinadas cuestiones
muy principales de la Península Ibérica en época medieval. Como tampoco servirá esa
apuesta “desde arriba” que quiere fundir, sin discernimiento en las obligadas jerarquías
que exige el conocimiento, lo “civilizatorio” con lo social, el campo con la ciudad, el
registro cronístico con el arqueológico.76
A Al-Andalus no lo hace específico su historia. Lo hacen específico los
historiadores que desde el presente han levantado una espesa tela de prejuicios para
ocultarlo o para exhibir, potenciándolos, determinados elementos en detrimento de
otros de similar o mayor significación histórica que los anteriores. Los prejuicios
son variados en lo formal y en el caso de su período inicial pueden ser denominados
bajo sintagmas muy diversos y poderosamente llamativos: “invasión”, “catástrofe”,
“llegada de la civilización” “no-invasión” o incluso “conquista militar”. Pero, con
las matizaciones exigibles a todas las manifestaciones solemnes, la historia de Al-
Andalus será historia del Magreb medieval o no será nada. Al-Andalus es parte del
Magreb, pero esta certeza geo-histórica es negada o camuflada mediante omisiones y
74
L. Fontecha, 2007, p. 326.
75
M. Barceló, 2004, p. 140.
76
E. Manzano Moreno, 2012, p. 31.
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artificios varios por una destacada parte del medievalismo español. Y esto nos lleva a
proponer una alternativa al estado de cosas al que hemos llegado.
Porque, en efecto, el panorama puede empezar a ser desbrozado. El libro de
Miquel Barceló77 es un ejercicio de una expresiva contundencia en el que se revelan
de manera nada tímida las posibilidades que ofrece la secuencia de la gran migración
árabo-beréber hacia al-Andalus y su ritual conformador de un país campesino. El
esclarecimiento de la secuenciación de las conexiones migratorias de un clan yemení
como los banū Ru‘ayn con al-Andalus impide la persistencia en el disimulo en el
que, de manera en apariencia despistada, incurre el medievalismo a la espera incierta
de proporcionar alguna cómoda salida a partir de refutaciones de lo obvio para
enmascarar un discurso similar en tantas cosas a otros denostados. Aquel ejercicio
intelectual sobre los banū Ru‘ayn puede (y debe) sin duda ser repetido para otros
clanes árabes y beréberes. Lo hemos intentado hacer hasta ahora con tres de esos
qawm-s, dos imaziguen, los Ṣaddīna y los Magīla,78 en una combinación geográfica
que se repite en los solares de donde parten (los contornos de Fez) y en la sierra
gaditana, y otro árabe, los Jawlān 79 que colonizan también desde el siglo VIII ese
país de Šiḏūna. La identificación de ḥisn Ṣaddīna, iqlīm Magīla y Qal‘at Jawlān,
respectivamente, como los primeros establecimientos en al-Andalus de esos clanes,
encabezados por cada uno de sus šuyūj (Jawlān ibn ‘Amr ibn Kahlān, Kusayr bn Waslās
bn Šamlāl de los Aṣṣāda e Ilyās al-Magīlī) y, al mismo tiempo, su conexión con los
emplazamientos de donde partieron esos contingentes permitirá por fin secuenciar
la migración, establecer itinerarios más fiables que los manejados y darle a todo el
proceso un concreto contenido histórico. Impedirá, en cualquier caso, construir una
historia en la que la llegada de esos grupos clánicos se convierta en un vagabundeo
azaroso (la expresión pertenece a Barceló) por tierras de al-Andalus, después de una
“salida” desde un oscuro Magreb, sin relieve geográfico y temporal preciso.
Uno, para terminar, estaría tentado a repetir aquello que, ocasionalmente con
77
M. Barceló, 2004.
78
Sobre unos y otros, distintas contribuciones en B. Akdim, G. Lazarev y V. Martínez Enamorado
(eds.), 2014. Igualmente, varios estudios en J. Mª Gutiérrez López y V. Martínez Enamorado (eds.),
2014.
79
Particularmente, V. Martínez Enamorado, J. Mª Gutiérrez López y L. Iglesias García, 2014.
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tanta ligereza, emplean algunos de los más conspicuos reseñadores: con esta obra se
ha perdido una magnífica oportunidad para… No lo haremos. Pero lo cierto es que
este libro no deja de ser en buena medida un ejercicio bastante previsible y vacuo en
la obtención de resultados nuevos sobre el acontecimiento de la conquista del año
711 que podría y debería haberse resuelto con un despliegue menor de esfuerzos y
erudición, puestos a trabajar unos y otra en mejores causas. Una reseña (por cierto,
como la escrita ya por A. García Sanjuán) hubiera bastado. Incluso podría defenderse
otra vuelta sobre determinados asuntos relacionados con el 711, como las fuentes
cronísticas o las arqueológicas, sobre las que García Sanjuán logra entresacar algunos
datos nuevos. Lo que es absolutamente contraproducente es centrar la atención sobre
el espantajo del “negacionismo”, empleando además para categorizarlo un constructo
semántico inaceptable. Recordemos cómo Pierre Guichard resolvió este asunto en
un artículo lo suficientemente contundente en fondo y forma para que hubiera sido
elegido como baluarte frente al desvarío de Olagüe. Ese es, tristemente, “o estado
a que chegámos”. Pues, irremediablemente, al finalizar la lectura de La conquista
islámica de la península Ibérica y la tergiversación del pasado. Del catastrofismo al
negacionismo de Alejandro García Sanjuán la pregunta que nos asalta es: ¿era necesario
todo esto para rebatir a Olagüe? Por tanto, ni “negacionismo” ni catastrofismo, pero,
por favor, tampoco más de lo mismo.
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En esta bibliografía únicamente se recogen los títulos no citados por Alejandro García Sanjuán en
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al negacionismo. De los restantes autores mencionados en esta reseña se da buena cuenta en esa
obra.
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