Día 5 - Consagración A San José
Día 5 - Consagración A San José
Día 5 - Consagración A San José
E l Espíritu santo quiere que conozcas y ames a San José. Con excepción de la
de Nuestra Señora, el Espíritu Santo estuvo más activo en la vida de San
José que en la de cualquier otro santo. El padre terreno de Jesús jamás hizo nada
sin buscar la dirección del Espíritu Santo. La docilidad de San José al Espíritu
Santo hizo posible que se pudiera comunicar con Dios ¡incluso mientras dormía!
SAN JOSÉ ESPÍRITU SANTO PARA QUE PUEDAS SER
QUIERE QUE SEAS DÓCIL AL
CONDUCIDO POR LOS CAMINOS DE LA SANTIDAD. ¿Y qué es la santidad? ¿Es acaso
una cima espiritual inalcanzable para nosotros? No, de ninguna manera. La
santidad es una íntima y amorosa comunión con Dios. Más específicamente, la
santidad es observar los dos grandes mandamientos de amar a Dios y al prójimo
evitando el pecado, llevando una vida virtuosa, permaneciendo en estado de
gracia, pero nada de eso es posible sin la ayuda del Espíritu Santo.
Donde San José esté presente, allí estará el Espíritu Santo, y él mismo te diría
que si quieres estar lleno del Espíritu Santo, hay una sola cosa que es
absolutamente necesaria: la oración. Sin la oración jamás podrás tener intimidad
con Dios. Sin la oración, no podrás seguir la dirección del Espíritu Santo.
Para ser santo necesitas imitar a San José. Necesitas mantener un corazón
ardiente de amor por Dios y por el prójimo a través del compromiso de una vida
interior devota. No entres en pánico después de leer esto. No tienes que
convertirte en monje o monja ya que todos estamos llamados a la santidad. Sin
embargo, no importando cuál sea tu vocación en la vida, la santidad sólo la
adquieren los que oran, los que llevan una vida interior activa, enardecida de
amor, sostenida por los Sacramentos, y los que practican una vida de oración y
caridad.
SAN JOSÉ ES UN MODELO DE VIDA INTERIOR PARA TODOS SUS HIJOS. San José no
fue sacerdote y, sin embargo, es más santo que todos los sacerdotes, incluyendo
al santo Patrono de los sacerdotes parroquiales, San Juan María Vianney.
Después de Jesús y de María, San José es la persona más santa, devota y virtuosa
que jamás haya vivido. Evitó cualquier cosa que pudiese disgustar al Espíritu
Santo. ¿Cómo lo hizo? Con la oración. A través de la oración, San José ejercitó
perfectamente las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad, así como las
virtudes morales de la prudencia, la templanza, la justicia y la fortaleza.
Consideren que San José llevó una vida totalmente interior y escondida en Dios, tan poco conocida
por el mundo, que sólo unos cuantos escritores santos lo mencionan en algunos lugares, y de su
muerte no dan ninguna información. La suya fue una vida de oración, trabajo silencioso y constante
sacrificio, pero al mismo tiempo, una vida radiante con el esplendor de todas las virtudes.2
— San José Sebastián Pelczar
Jamás ha habido nadie que se parezca a San José, y jamás lo habrá. Sin
embargo, tú puedes ser “otro José” en el mundo. Puedes convertirte en una
“aparición” de José para los demás. Si imitas la dedicación de San José a la
oración y la vida interior, podrás asemejarte a tu padre espiritual.
LA CONSAGRACIÓN A SAN JOSÉ HARÁ QUE CREZCA LA PRESENCIA DEL ESPÍRITU
SANTO EN TU VIDA. A través de la consagración a San José, el Espíritu Santo
reconocerá a San José en ti y derramará gracias extraordinarias en tu corazón, tu
mente y tu alma. ¡Puedes alcanzar la santidad! Pídele al Espíritu Santo que te
convierta en “otro José.” Pídele al Espíritu Santo que te colme de gracias
semejantes a las que se le otorgaron al corazón paternal de San José.
Las almas más sensibles a los impulsos del amor divino han identificado con toda certeza en José
un brillante ejemplo de la vida interior.3
— San Juan Pablo II
San José no sólo fue elegido para ser el protector de María, sino también para
ser el protector de Jesús, ¡y de ti! Jesús y María están en el cielo, pero tú no. Eso
significa que la misión de José es continua. Desde el cielo él vigila a los que se
le han encomendado a su cuidado amoroso y le pide al Espíritu Santo que
derrame gracias sobre sus hijos.
Tienes una misión: santificarte amando verdaderamente a Dios, y a tu
prójimo con misericordia. Necesitas en tu vida los siete dones del Espíritu Santo
que te ayudarán a parecerte a tu padre espiritual y llegar al cielo.
¿Pero qué es lo que específicamente hacen en nosotros los siete dones del
Espíritu Santo? La Congregación de los Padres del Espíritu Santo nos dan la
respuesta. Los Padres del Espíritu Santo (también llamados espiritanos) es una
comunidad religiosa dedicada a difundir por todo el mundo una novena muy
poderosa al Espíritu Santo que contiene un excelente resumen de lo que son los
dones y lo que hacen en nosotros. Con la autorización de los Padres del Espíritu
Santo, transcribimos la descripción de los siete dones del Espíritu Santo que se
incluyen en la novena, así como una hermosa oración:
El don de ciencia permite al alma valorar las cosas creadas por lo que valen en su relación con Dios.
El conocimiento desenmascara la pretensión de las creaturas, revela su vacío y apunta a su único y
verdadero propósito como instrumento al servicio de Dios. Nos muestra el amoroso cuidado de
Dios incluso en la adversidad, y nos dirige a glorificarlo en todas las circunstancias de la vida.
Guiados por su luz, ponemos lo más importante en primer lugar y apreciamos la amistad de Dios
por encima de todo lo demás.
El don de entendimiento nos ayuda a comprender el significado de las verdades de nuestra santa
religión. Por la fe las conocemos, pero al comprenderlas aprendemos a apreciarlas y disfrutarlas.
Nos permite penetrar el significado profundo de las verdades reveladas y, a través de ellas,
apurarnos a renovar nuestra vida. Nuestra fe deja de ser estéril e inactiva, pero inspira una forma de
vida que da un testimonio elocuente de la fe que está en nosotros.
El don de consejo confiere al alma una prudencia sobrenatural permitiéndole discernir rápida y
correctamente lo que ha de hacerse, especialmente en circunstancias difíciles. El consejo aplica los
principios proporcionados por la ciencia y el entendimiento a los innumerables casos concretos que
nos confrontan a lo largo de nuestras tareas cotidianas como padres, maestros, servidores públicos y
ciudadanos cristianos. El consejo es un sentido común sobrenatural, un tesoro invaluable en la
búsqueda de la salvación.
El don de fortaleza sostiene al alma contra el miedo natural y nos impulsa a cumplir nuestras tareas.
La fortaleza le transmite a la voluntad perseverancia y firmeza para que realice, sin dilación, las
tareas más difíciles, enfrentar peligros, pasar por encima de los respetos humanos, y a soportar sin
queja el lento martirio de, incluso, toda una vida de tribulaciones.
El don de piedad engendra en nuestros corazones un afecto filial por Dios como Padre amoroso.
Nos inspira a amar y respetar, en su nombre, a personas y cosas consagradas a Él, así como aquellos
que están investidos con su autoridad, a su Madre, a San José, los santos, la Iglesia y su cabeza
visible, a nuestros padres y superiores, a nuestro país y sus gobernantes. El que está colmado con el
don de piedad, considera la práctica de su religión no como una carga pesada, sino como un servicio
muy preciado.
El don del temor nos llena de un soberano respeto por Dios y hace que nuestro mayor temor sea
ofenderlo por el pecado. Es un temor que surge no del pensamiento del infierno, sino de
sentimientos de reverencia y sumisión filial a nuestro Padre celestial. El temor es el comienzo de la
sabiduría que nos desprende de los placeres mundanos que pueden, de una u otra forma, separarnos
de Dios.
El don de la sabiduría abarca todos los demás dones, así como la caridad abarca todas las virtudes.
La sabiduría es el más perfecto de los dones. De la sabiduría está escrito: “todas las cosas buenas
me llegaron con ella, e innumerables riquezas a través de sus manos.” El don de la sabiduría es el
que fortalece nuestra fe, fortifica la esperanza, perfecciona la caridad y promueve la práctica de la
virtud en el grado más alto. La sabiduría ilumina la mente para discernir y saborear las cosas divinas
en cuya apreciación las alegrías terrenales pierden su sabor mientras la Cruz de Cristo produce una
dulzura divina.