LIBRO PDF Donde DEFINITIVO 2014 PDF
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ISBN: 978-84-9745-995-2
Depósito Legal: C-277-2014
Introducción........................................................................................................................... xv
Capítulo 1
De la etimología al significado. Dónde está la educación
1.1. Introducción ................................................................................................................... 3
1.2. La objetividad y el acuerdo intersubjetivo como reglas para el significado...................... 4
1.2.1. Entender el sistema conceptual como copia del sistema real
es una concepción simplista ...................................................................................... 4
1.2.2. Entender el sistema real como reproducción del sistema mental
es una concepción idealista y escéptica...................................................................... 6
1.2.3. Las reglas de correspondencia pública entre símbolos y acontecimientos
son necesarias para determinar los significados......................................................... 9
1.2.4. El papel de la carga teórica en las observaciones es incontestable.............................. 10
1.2.5. El acuerdo intersubjetivo “a priori” no es garantía de racionalidad............................ 13
1.2.6. Postulados básicos del acuerdo intersubjetivo ........................................................... 15
1.3. Necesidad general del análisis conceptual de los términos del discurso pedagógico....... 16
1.3.1. Funciones básicas del análisis teórico de los términos del discurso........................... 17
1.3.2. Generar conceptos propios y tomar prestados los de otras disciplinas....................... 18
1.3.3. Conceptos propios frente a opinionitis pedagógica..................................................... 21
1.3.4. Significado y “objeto significado” no son lo mismo:
rigor lógico, significatividad y homogeneidad de criterios.......................................... 22
1.4. Acercamiento etimológico al término ‘educación’............................................................ 25
1.4.1. Tradición y modernidad no concuerdan en la etimología........................................... 25
1.4.2. La etimología se vincula a educare y educationem........................................................ 26
1.5. Antinomias pedagógicas como forma de ceguera paradigmática
desde la contraposición del sentido etimológico.............................................................. 27
1.5.1. El pensamiento antinómico se postula como categoría real........................................ 28
1.5.2. El pensamiento antinómico es propicio a afirmaciones que contienen
lemas educacionales................................................................................................... 30
1.5.3. El pensamiento antinómico adolece de ceguera paradigmática.................................. 34
vi Contenido
Capítulo 2
Conocimiento de la educación y mentalidad pedagógica.
Realidad y normatividad frente a neutralidad
2.1. Introducción.................................................................................................................... 75
2.2. Principios de metodología de investigación y principios de investigación pedagógica..... 76
2.2.1. Metodología, métodos de enseñanza y métodos de investigación............................... 77
2.2.2. Principios de metodología de investigación................................................................ 80
2.2.3. Principios de investigación pedagógica....................................................................... 82
2.2.4. Ámbito de realidad, ámbito de conocimiento y
conocimiento disciplinar del ámbito.......................................................................... 86
2.3. Conocer, enseñar y educar son tareas diferentes.............................................................. 89
2.3.1. Conocer áreas culturales se distingue de enseñar áreas culturales
y de educar con áreas culturales................................................................................. 90
2.3.2. El conocimiento de áreas culturales no es el conocimiento de la educación............... 93
2.3.3. La no distinción y la confusión tiene consecuencias negativas
en la competencia profesional..................................................................................... 95
2.3.4. La distinción tiene efectos positivos en la identidad de los profesionales
de la educación, en la función pedagógica y en las finalidades................................... 96
2.4. Modelos de evolución del conocimiento de la educación: la vinculación
paradigmática de las corrientes . ..................................................................................... 99
2.4.1. Modelos Bibliométricos y Lingüísticos........................................................................ 103
2.4.2. Modelo Tradicional de Evolución del Conocimiento de la Educación........................ 105
2.4.3. Modelo de Crecimiento del Conocimiento de la Educación....................................... 107
2.4.4. Corrientes del conocimiento de la educación............................................................. 108
2.4.5. Derivación del conocimiento pedagógico y pluralidad de investigaciones
teóricas en las corrientes............................................................................................. 111
2.4.6. Relación teoría-práctica en las corrientes del conocimiento de la educación . ........... 114
2.4.7. Generación de mentalidades pedagógicas y corrientes del conocimiento
de la educación .......................................................................................................... 118
2.4.8. Los cuatro componentes estructurales de la mentalidad pedagógica.......................... 122
2.5. Realidad y normatividad frente a neutralidad. El conocimiento de la educación
y la no neutralidad del estudio científico de la educación ............................................... 124
2.5.1. El neutralismo ingenuo no existe .............................................................................. 125
2.5.2. El supuesto dogmático de la neutralidad no es el ciencismo...................................... 126
Contenido vii
Capítulo 3
La función pedagógica: Identidad, diversidad y especificidad.
Competencias adecuadas para educar
3.1. Introducción.................................................................................................................... 157
3.2. El significado de la función pedagógica........................................................................... 158
3.2.1. Identidad y especificidad de la función pedagógica.................................................... 160
3.2.2. Diversidad de la función pedagógica.......................................................................... 161
3.2.3. Complementariedad respecto del sistema educativo y
formación compartida en las funciones pedagógicas.................................................. 164
3.2.4. Necesidad de no confundir función pedagógica, habilitación profesional y
promoción de carrera profesional............................................................................... 170
3.3. Análisis del carácter específico de la función pedagógica................................................ 172
3.3.1. La función pedagógica entre la experiencia práctica,
la utilización de principios y la generación de principios........................................... 173
3.3.2. Objeciones, desde la perspectiva de la práctica, a la necesidad del
conocimiento especializado de la Pedagogía para la función pedagógica................... 178
3.3.3. Construcción de hechos y decisiones pedagógicas..................................................... 183
3.3.4. La condición de experto en los especialistas de la educación..................................... 187
3.3.5. Frente al modelo dual, relación teoría-práctica........................................................... 192
3.4. Función pedagógica y corrientes del conocimiento de la educación................................ 197
3.4.1. Consideración de la función pedagógica en la corriente marginal
del conocimiento de la educación............................................................................... 199
3.4.2. Consideración de la función pedagógica en la corriente subalternada
del conocimiento de la educación............................................................................... 203
3.4.3. Consideración de la función pedagógica en la corriente autónoma
del conocimiento de la educación............................................................................... 210
3.4.4. La función pedagógica exige generar principios de acción......................................... 213
3.5. Competencias para enseñar y competencias para educar,
un nuevo reto de la pedagogía.......................................................................................... 218
3.5.1. Competencias clave, competencias básicas y competencias profesionales:
la polisemia conceptual.............................................................................................. 219
3.5.2. Un nuevo concepto, un cambio normativo, una nueva mentalidad............................ 226
3.5.3. Para educar, competencias adecuadas a las actividades internas
del educando.............................................................................................................. 231
3.6. Consideraciones finales: especificidad, especialización y competencia
son principios de la intervención..................................................................................... 241
viii Contenido
Capítulo 4
Profesión y profesionales de la educación. Imagen social
de la pedagogía y formación universitaria
4.1. Introducción.................................................................................................................... 247
4.2. La imagen social de la pedagogía no es buena................................................................. 248
4.2.1. Estatus atribuidos y estatus adquiridos...................................................................... 250
4.2.2. Estimación social del conocimiento del ámbito, estimación social
del ámbito de conocimiento y estimación social de la ocupación .............................. 250
4.2.3. Especificidad, especialización y competencia como fundamento de la estimación.... 252
4.2.4. Hay que relacionar imagen social y respuesta a necesidad social............................... 255
4.2.5. Objeciones a la relación entre imagen social de la pedagogía y
necesidad social de calidad de educación................................................................... 256
4.3. Identificación conceptual del principio de profesionalización.
Hacia la Europa de las profesiones................................................................................... 259
4.3.1. Profesionalización y profesionalismo. Características definitorias de profesión............ 260
4.3.2. Agentes del proceso de profesionalización.................................................................. 263
4.3.3. Dimensiones de la profesionalización......................................................................... 264
4.3.4. La profesionalización como principio del sistema educativo...................................... 264
4.3.5. Profesionalización “en” y “del” sistema y empleabilidad............................................. 266
4.3.6. Profesionalización no es funcionarización, ni garantía de puesto de trabajo . ........... 269
4.4. Exigencias de la profesionalización como principio del sistema educativo...................... 270
4.4.1. La profesionalización se convierte en indicador de calidad del sistema educativo..... 271
4.4.2. La profesionalización se convierte en objetivo terminal del sistema........................... 271
4.4.3. La profesionalización exige no confundir sistema escolar y sistema educativo........... 272
4.4.4. La profesionalización exige aplicación coherente a todos los niveles del sistema........ 273
4.4.5. La profesionalización exige vincularse al logro de educación de calidad.................... 275
4.4.6. La profesionalización exige especificidad, especialización y
competencia en la función, no cuerpo único.............................................................. 276
4.5. Análisis de alternativas institucionales de formación de especialistas
en funciones pedagógicas................................................................................................. 279
4.5.1. El modelo de Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación para
la formación de especialistas en funciones pedagógicas............................................. 282
4.5.2. El modelo de Facultad de Educación para la formación de especialistas
en funciones pedagógicas .......................................................................................... 284
4.5.3. El modelo de Facultad de Pedagogía para la formación de especialistas
en funciones pedagógicas .......................................................................................... 287
4.5.4. La toma de posición respecto de la denominación de los centros
de formación de los especialistas en funciones pedagógicas....................................... 289
4.6. Racionalidad administrativa y racionalidad epistemológica: una convergencia
necesaria en la formación universitaria de hoy................................................................ 292
4.6.1. El sentido del “área de conocimiento”........................................................................ 293
4.6.2. Disfunciones del concepto de área de conocimiento ................................................. 294
4.6.3. Convergencia deseable de racionalidades desde la implantación
del concepto de área de conocimiento........................................................................ 297
4.6.4. El espacio europeo de la educación superior: una nueva oportunidad
o un cierre coherente de la incoherencia heredada..................................................... 301
4.6.5. Universidad, investigación e innovación: la ciencia como cuestión de estado............ 307
4.6.6. El énfasis en el desarrollo tecnológico no es dar la espalda
financieramente a la docencia ................................................................................... 311
4.6.7. Universidad y preparación profesional: cualificaciones, competencias y
atribuciones profesionales.......................................................................................... 314
4.7. Consideraciones finales: la autoridad institucionalizada es principio de intervención..... 318
Contenido ix
Capítulo 5
Relación educativa, complejidad objetual de educación,
carácter de la educación y compromiso responsable
5.1. Introducción.................................................................................................................... 327
5.2. La relación educativa es un concepto con significado propio y
es distinta por finalidad y significado.............................................................................. 328
5.2.1. La relación educativa es distinta porque asume los criterios de uso común y
de finalidad en su significado .................................................................................... 330
5.2.2. La relación educativa no solo es convivir.................................................................... 332
5.2.3. La relación educativa no solo es comunicar................................................................ 336
5.2.4. La relación educativa no solo es cuidar....................................................................... 340
5.2.5. La relación educativa es relación y no se resuelve en pares antinómicos
o con pensamiento metafórico . ................................................................................. 344
5.3. Complejidad objetual y carácter de la educación: la exigencia de la definición real
en la relación educativa . ................................................................................................. 348
5.3.1. La relación valor-elección (carácter axiológico de la educación)................................. 358
5.3.2. La relación valor-obligación (carácter personal de la educación).................................... 360
5.3.3. La relación valor-decisión (carácter patrimonial de la educación).................................. 364
5.3.4. La relación valor-sentimiento (carácter integral de la educación)....................................... 368
5.3.5. La relación valor-pensamiento, vinculando ideas-creencias
(carácter gnoseológico de la educación)...................................................................... 377
5.3.6. La relación valor-creación, vinculando lo físico y lo mental
(carácter espiritual de la educación)........................................................................... 385
5.4. La relación educativa se identifica con la interacción que establecemos
para realizar la actividad de educar.................................................................................. 393
5.4.1. La relación educativa es un ejercicio de libertad comprometida y
una actividad responsable.......................................................................................... 395
5.4.2. La relación educativa relaciona libertad y educación . ............................................... 398
5.4.3. Libertad y educación son extremos antagónicos implicados en la relación educativa.... 399
5.4.4. Educación ‘de’ la libertad exige educar ‘en’ y ‘para’ la libertad.................................... 400
5.5. Libertad y educación en valores frente a neutralidad de la tarea...................................... 403
5.5.1. Diferencia entre neutralidad de la tarea y neutralidad
del estudio científico de la educación......................................................................... 404
5.5.2. Improcedencia del neutralismo axiológico y técnico en la tarea educativa................. 405
5.5.3. Implicación ciencista de la neutralidad de la tarea..................................................... 406
5.5.4. Crítica de la neutralidad de la tarea derivada del ciencismo....................................... 407
5.5.5. La neutralidad de la tarea educativa siempre es externa............................................. 408
5.5.6. Argumentación teórica frente al neutralismo externo................................................. 410
5.5.7. Contradicciones del neutralismo externo en la práctica............................................. 411
5.5.8. El compromiso responsable marca la relación libertad-educación
frente a la neutralidad................................................................................................. 413
5.6. Consideraciones finales: la libertad y la compasión son principios de intervención........ 416
Capítulo 6
Agentes de la educación, complejidad estructural de la decisión,
explicación de la intervención pedagógica y sentido de la educación
6.1. Introducción.................................................................................................................... 423
6.2. Educadores y valores constitucionales como marco de garantía jurídica y social............. 426
6.2.1. La educación es un problema de responsabilidad compartida y derivada.................. 430
Contenido
Capítulo 7
Procesos formales, no formales e informales de educación,
escuela y orientación formativa temporal
7.1. Introducción.................................................................................................................... 519
7.2. Análisis conceptual de los procesos educativos ‘formales’, ‘no formales’
e ‘informales’ de la educación.......................................................................................... 520
7.2.1. Necesidad general del estudio teórico de estos términos............................................ 520
7.2.2. Los términos formal, no formal e informal se predican de los procesos
de heteroeducación..................................................................................................... 523
7.2.3. Definición originaria de los términos ‘formal’, ‘no formal’ e ‘informal’
en relación con educación ......................................................................................... 526
7.2.4. Carácter restivo de la definición originaria de los términos ...................................... 528
Contenido xi
7.2.5. Violación del uso lógico de la partícula ‘no’ y de la partícula ‘in’................................ 529
7.2.6. Redefinición de ‘informal’ en procesos de educación. Justificación de la diferencia
entre la especie “informal” y las dos subespecies “formal y no formal”...................... 532
7.2.7. Redefinición de ‘formal’ y ‘no formal’ en procesos de educación. Justificación de
la diferencia entre las dos subespecies ‘formal’ y ‘no formal’...................................... 537
7.3. La escuela entre la permanencia y el cambio. La orientación formativa temporal............ 541
7.3.1. La escuela tiene un lugar propio en la educación........................................................ 546
7.3.2. Educar, ni es escolarizar, ni se produce en un vacío socio-económico....................... 547
7.3.3. Preguntas permanentes y respuestas cambiantes....................................................... 548
7.3.4. El sistema educativo ya está definido en las leyes como un sistema para educar.
No es revolución, es reforma y orientación formativa temporal.................................. 553
7.3.5. Presupuestos pedagógicos de la descentralización..................................................... 555
7.4. Los procesos educativos son procesos culturales............................................................. 561
7.4.1. Cultura, civilización y educación. Aproximación a la interrelación
desde la polisemia...................................................................................................... 562
7.4.2. La propuesta glocal: ni localismo, ni globalismo; una convivencia
ciudadana planetaria.................................................................................................. 566
7.4.3. Criterios de racionalización de la oferta cultural........................................................ 576
7.5. La educación para el desarrollo de los pueblos es orientación formativa
de convivencia planetaria................................................................................................. 597
7.5.1. Una nueva dimensión del desarrollo cívico y un escalón en la formación
para la convivencia ciudadana planetaria................................................................... 598
7.5.2. Hablar de convivencia ciudadana planetaria es comprometerse con la suma,
no con la resta............................................................................................................. 600
7.5.3. La Educación para el desarrollo de los pueblos es un derecho de cuarta generación..... 602
7.5.4. La relación educación-desarrollo-innovación exige educar con la sostenibilidad,
el consumo y el emprendimiento................................................................................ 605
7.6. Consideraciones finales: direccionalidad y temporalidad son principios de intervención....... 612
Capítulo 8
El producto: finalidades, significado de educación y principios derivados;
la construcción de ámbitos de educación
8.1. Introducción.................................................................................................................... 619
8.2. Ambigüedades en el lenguaje de las finalidades............................................................... 621
8.2.1. Ambigüedad como ocultación.................................................................................... 621
8.2.2. Ambigüedad como polisemia..................................................................................... 622
8.2.3. Ambigüedad como subjetividad................................................................................. 623
8.2.4. Ambigüedad como diversidad de expectativas socio-culturales................................. 624
8.3. Significado del concepto de finalidades........................................................................... 627
8.3.1. Los fines son valores elegidos, vinculados al carácter axiológico de la educación...... 627
8.3.2. Los fines son constantes de las conductas propositivas intencionales........................ 628
8.3.3. Los fines no son criterios de decisión externos al sistema, sino engendrados
en el sistema mismo.................................................................................................... 637
8.4. Carácter, sentido, significado, concepto de educación, orientación formativa temporal
y principios de educación................................................................................................. 639
8.4.1. El carácter deriva de la complejidad objetual y determina
el significado real de ‘educación’................................................................................. 640
8.4.2. El sentido deriva de la vinculación entre el yo, el otro y lo otro
y cualifica el significado de ‘educación’...................................................................... 646
xii Contenido
Capítulo 9
Los medios. Sentido pedagógico de los medios.
Los nuevos medios no son solo medios, son ámbitos de educación
9.1. Introducción.................................................................................................................... 713
9.2. Medios y actividad. Sentido pedagógico de los medios.................................................... 716
9.2.1. La libertad, acción y medios: positivos, negativos, internos y externos...................... 716
9.2.2. Medios, recursos o instrumentos................................................................................ 719
9.2.3. Los medios educan, se ajustan a la finalidad y no son neutrales................................. 721
9.2.4. Los medios se ajustan a la actividad del sujeto y al concepto de educación................ 725
9.2.5. La tipología de los medios de la educación es compleja y no es unívoca,
pero se vincula a la actividad...................................................................................... 730
9.3. Premios, castigos y deberes como recursos pedagógicos.................................................. 734
9.3.1. Premios y castigos entre la costumbre y la ley en la educación................................... 735
9.3.2. Premios y castigos: entre la necesidad y la determinación personal,
la vinculación programada......................................................................................... 737
9.3.3. Los deberes: entrenamiento, fijación habitual y vinculación cuasicausal................... 742
9.4. Los nuevos medios no son solo un medio: la experiencia digital y mediática
como ámbito de educación............................................................................................... 746
9.4.1. La competencia digital y mediática es instrumento y meta de la educación
electrónica (e-Educación)............................................................................................ 749
9.4.2. Los nuevos medios: valorar y elegir con criterio de definición................................... 754
9.4.3. Tecnología digital y condicionantes del éxito: desmitificar la perspectiva TIC........... 761
9.4.4. Orientaciones de estrategia: tecnologías digitales y formación continua.................... 767
9.4.5. La educación electrónica como ámbito de educación
(e-Educación o educación de la competencia digital y mediática).............................. 774
9.5. Consideraciones finales: organización y oportunidad como principios de intervención..... 779
Contenido xiii
Capítulo 10
Del método al modelo, a través del programa y con mirada pedagógica:
principios de intervención y pedagogía mesoaxiológica
10.1. Introducción.................................................................................................................... 785
10.2. Método, metodología, modelo y programa: delimitación de conceptos............................ 787
10.3. Los principios de intervención pedagógica vinculan mentalidad pedagógica y acción.... 789
10.4. Los modelos de intervención se sistematizan con la mirada pedagógica.......................... 798
10.4.1. Hacia una pedagogía tecno-axiológica........................................................................ 800
10.4.2. Hacia una pedagogía mesoaxiológica......................................................................... 802
10.4.3. El conocimiento de la educación marca el sentido de la mirada pedagógica.............. 805
10.5. Consideraciones finales: vamos del método al modelo a través del programa
con mirada pedagógica.................................................................................................... 814
T odos nos hemos preguntado alguna vez, de un modo u otro, cómo se justifica que
un determinado acontecimiento o una determinada acción sean educación. Cada
uno responde a esa pregunta desde sus ideas, sus creencias, sus intereses, etc. No
importa cuál sea el nivel de elaboración de la respuesta, pero todos nos enfrentamos
y respondemos a esa pregunta en algún momento de nuestra vida. Para la Pedagogía,
como disciplina del conocimiento de la educación, esa es una pregunta que hay que
hacerse, no por mejorar nuestro modo de conocer, ni por mejorar nuestro modo de
actuar, sino porque la educación forma parte de nuestras vidas y queremos saber qué
significa y por qué hacemos lo que hacemos, cuando educamos.
Todas las personas, de una u otra manera, educan, incluso aunque no sepan por
qué, haciendo lo que hacen, educan y aunque no sean capaces de justificar su acción.
No es lo mismo razonar acerca del sentido de una acción como acción educativa que
razonar acerca del sentido de vida que una persona le atribuye a la acción de educar
a otro o a la acción de educarse a sí mismo. Algunos educan porque son padres, otros
porque son profesionales, otros porque se encuentran capacitados en la convivencia
diaria para orientar la vida y formación de otra persona, otros para servir de ejemplo
y así sucesivamente.
Esta pregunta me ha acompañado a lo largo de mi carrera profesional, desde mi
primer libro y desde mi primer artículo. La relación educativa, la educación como
objeto de conocimiento, la función pedagógica y la profesión pedagógica, junto con
la importancia de los valores en la educación fueron mis primeras preocupaciones y
lo han seguido siendo. En los años setenta del siglo XX publiqué trabajos sobre esos
temas y ahora, en el siglo XXI, en los últimos cinco años, he vuelto a publicar trabajos
sobre esas cuestiones. Ahora, después de más 250 trabajos en formato de artículos de
revistas profesionales y en formato de capítulos de libro y después de 30 libros, tengo
argumentos suficientes para afrontar la pregunta desde la perspectiva de la actividad y
desde la perspectiva de los elementos estructurales de la intervención.
Mi primer trabajo sobre el principio de actividad es del año 1981, mi primer trabajo
sobre procesos educativos es de 1983 y mi primer artículo sobre la neutralidad de la
xv
xvi Introducción
De la etimología al significado.
Dónde está la educación
ÍNDICE DEL CAPÍTULO
1.1. Introducción
1.2. La objetividad y el acuerdo intersubjetivo como reglas para el significado
1.2.1. E ntender el sistema conceptual como copia del sistema real es una
concepción simplista
1.2.2. Entender el sistema real como reproducción del sistema mental es
una concepción idealista y escéptica
1.2.3. L as reglas de correspondencia pública entre símbolos y
acontecimientos son necesarias para determinar los signif icados
1.2.4. El papel de la carga teórica en las observaciones es incontestable
1.2.5. El acuerdo intersubjetivo “a priori” no es garantía de racionalidad
1.2.6. Postulados básicos del acuerdo intersubjetivo
1.3. Necesidad general del análisis conceptual de los términos del discurso
pedagógico
1.3.1. F unciones básicas del análisis teórico de los términos del discurso
1.3.2. Generar conceptos propios y tomar prestados los de otras
disciplinas
1.3.3. Conceptos propios frente a opinionitis pedagógica
1.3.4. Signif icado y “objeto signif icado” no son lo mismo: rigor lógico,
signif icatividad y homogeneidad de criterios
1.4. Acercamiento etimológico al término ‘educación’
1.4.1. Tradición y modernidad no concuerdan en la etimología
1.4.2. La etimología se vincula a educare y educationem
1.5. A ntinomias pedagógicas como forma de ceguera paradigmática desde
la contraposición del sentido etimológico
1.5.1. El pensamiento antinómico se postula como categoría real
1.5.2. El pensamiento antinómico es propicio a af irmaciones que contienen
lemas educacionales
1.5.3. El pensamiento antinómico adolece de ceguera paradigmática
1.6. Definiciones, saber y conceptos debatibles
1.6.1. Tener idea de algo, discernir su aspecto, es saber en sentido débil
1.6.2. Saber es def inir, es clasif icar rasgos
1.6.3. Saber, en sentido pleno, es entender
1.6.4. Def iniciones denotativas, expositivas y científ icas operacionales
1.6.5. Conceptos debatibles y análisis del lenguaje
1.6.6. Def iniciones generales estipulativas, descriptivas y programáticas
1.7. A la búsqueda de criterios de definición de educación
1.7.1. Criterios vinculados al uso común del término educación
1.7.2. Criterios vinculados a las actividades que se realizan en educación
1.7.3. La función simbólica genera metáforas, no criterio de significado
1.8. Consideraciones finales: necesitamos saber dónde encontrar los criterios de
definición real de educación
1.1. INTRODUCCIÓN
El pensamiento pedagógico acude frecuentemente a la etimología como punto de
partida para establecer el significado del término ‘educación’. Pero lo cierto es que ese
recurso no se utiliza con rigor, o más bien se utilizada interesadamente para mante-
ner abierto en Pedagogía el sentido antinómico de la educación sin prestar atención
a nuevas aportaciones que permiten abordar la complejidad de la educación como
ámbito de realidad, conocimiento y acción que es cognoscible, enseñable, investigable
y realizable.
La clave en este capítulo estriba en entender que la etimología nos marca un cami-
no de tendencia desde educare (criar, nutrir e instruir) que fue complementado en la
pedagogía moderna con las connotaciones de educere (sacar de dentro). Esta licencia,
que no se justifica desde el análisis etimológico, ha sido el soporte en la pedagogía
idealista del camino antinómico de la educación, vinculando contraposiciones de con-
ceptos y significados respecto de la educación como estado y como acción. Atendiendo
a los avances de las investigaciones pedagógicas actuales, es posible y conveniente
hablar del significado de la educación desde otras perspectivas que van más allá de
la etimología y de la concepción antinómica de la educación. Los nuevos paradigmas
apuntan a la complejidad objetual de la educación, para entender las posibilidades
de la definición y del análisis del significado, atendiendo a los criterios de definición
extraídos del uso común del término, de finalidad vinculada a las actividades que se
realizan y de la búsqueda de rasgos que cualifican y determina el significado real del
término ‘educación’.
Es necesario el análisis teórico de los términos para delimitar su significado. En Peda-
gogía interesa saber cómo es el proceso de transformación de la información en conoci-
miento y de este en educación, que siempre implica, además de conocimientos actitudes
y hábitos, competencias relativas a las actividades internas y externas del educando.
Ese análisis no es un problema de Pedagogía cognitiva, porque no es un problema
de cómo explicar y comprender los procesos de pensar y conocer (Vázquez Gómez,
1991; Boavida y García del Dujo, 2007). Tampoco es un problema de Didáctica. En
Pedagogía, la transmisión misma de los saberes y la mejora de la capacidad de conocer
se convierten en objeto específico de la reflexión pedagógica en forma de Didáctica
y de Pedagogía cognitiva. Pero, además de responder a esas dos cuestiones, hay que
responder a cómo se justifica que un determinado acontecimiento o acción es educa-
tivo. Esa es la pregunta desde la Pedagogía, no por mejorar nuestro modo de conocer,
ni por mejorar nuestro modo de enseñar, sino la pregunta por la educación misma,
aproximándose a la significación real del término en conceptos propios. Esta cuestión
es fundamental, porque, desde el punto de vista del significado, conocer, enseñar y
educar no son lo mismo.
La pedagogía es conocimiento de la educación y transforma la información en co-
nocimiento y el conocimiento en educación. Por una parte, hay que saber en el sentido
más amplio del término (sé qué, sé cómo y sé hacer); por otra parte, hay que enseñar
Dónde está la educación J.M. Touriñán
(que implica otro tipo de saber distinto al de las áreas); y, por si eso fuera poco, además
hay que educar, que implica no sólo saber y enseñar, sino también dominar el carácter
y sentido propios del significado de ‘educación’ para aplicarlo a cada caso concreto de
experiencia cultural que se quiere convertir en objeto e instrumento de educación.
Es verdad que, desde el punto de vista antropológico, la educación es cultura y, por
tanto, tiene sentido afirmar que la función del profesional de la educación es trans-
mitir cultura. Pero, si además afirmamos que los términos educacionales carecen de
contenido propio, los conocimientos de las diversas áreas culturales se convierten en
el eje de toda actividad pedagógica hasta el extremo de que los mismos profesionales
de la educación tendrían que llegar a aceptar, por coherencia, que su formación es
simplemente el conocimiento de esas áreas culturales y que conocer, enseñar y educar
serían la misma cosa. Por principio de significado, conocer un área cultural no es
enseñar, porque el conocimiento puede estar separado de la acción y enseñar no es
educar, porque podemos afirmar que hay enseñanzas que no educan, con fundamento
en el significado propio de esos términos (Touriñán y Sáez, 2012).
En este capítulo abordaré el problema del significado y de los diversos modos
de definir, con objeto de sentar las bases desde las que explicitar los criterios de la
definición misma, que necesariamente van más allá del significado extraído del uso
común del término, de las actividades que se realizan y de la función simbólica que
se le atribuya al término ‘educación’, de los lemas, de las metáforas, de las definiciones
generales y de las antinomias pedagógicas.
real. Esta posición pone el énfasis en dos aspectos incuestionables: de una parte, que
todo conocimiento de la realidad exige imágenes de esa realidad y, de otra, que nuestro
conocimiento de la realidad se expresa en proposiciones del lenguaje. Pero da lugar a
una serie de errores que la crítica coincide en considerar como suficientes para descar-
tar esta posición (Touriñán, 2008b).
En primer lugar, la imagen que nos hacemos de las cosas no es en absoluto redu-
plicativa; toda imagen selecciona necesariamente ciertos aspectos del original. Los
estudios actuales de la percepción permiten afirmar que, si bien es verdad que lo que
vemos está relacionado con las imágenes de nuestras retinas, también es verdad que
otra parte muy importante de lo que vemos está relacionada con el estado interno de
nuestras mentes, nuestra educación, nuestro conocimiento y experiencias y nuestras
expectativas (Chalmers, 1982, pp. 40-46).
Es obvio que esto no quiere decir que no podamos ver distintas personas la misma
cosa; tan sólo sirve como prueba de que la imagen que nos hacemos de las cosas no es
reduplicativa.
En segundo lugar, si el sistema conceptual es una copia del sistema real, se sigue
que toda explicación del conocimiento es mecanicista, hasta el extremo de hacer invia-
bles los inventos —no los descubrimientos— que el hombre introduce en la realidad.
Procedencia e innovación son dos términos que reflejan aspectos incompatibles con
una teoría simplista de la ‘copia’ de la realidad. Nuestras imágenes proceden cierta-
mente de la realidad, pero nuestro sistema conceptual no es copia simplemente; hay
capacidad de innovación. Como dice Pinillos, los inventos humanos no se explican por
simple copia de la realidad: “son las propias ideas que concibe la mente las que han
transformado el mundo físico” (Pinillos, 1978, p. 19). La evidencia de transformación
de la realidad por medio de la intervención humana echa por tierra la creencia en la
reproducción mental reduplicadora de la realidad: ¿En qué medida la escritura es copia
de la realidad?
En tercer lugar, el lenguaje no representa directamente las cosas, sino lo que pen-
samos acerca de las cosas. El lenguaje representa directamente los conceptos y propo-
siciones. Esta observación es muy importante, y no tenerla en cuenta da lugar a graves
errores (Bochenski, 1976, p. 20).
En efecto, si no se hace esta distinción, el significado quedaría identificado erró-
neamente con el complejo simbólico-físico del lenguaje. Es preciso no olvidar esta
distinción, porque el significado no está en las palabras como algo físico. Desde el
punto de vista físico, las palabras son complejos simbólicos, representaciones físicas
de los significados ubicados en la mente del comunicante, pero no son el significado,
porque nada físico que pertenezca intrínsecamente al complejo simbólico-físico, como
la dimensión, configuración, longitud de onda, etc., proporciona información acerca
de la relación existente entre el complejo simbólico y el propósito para el que se utilizó
(Stewart, 1973, p. 46).
El complejo simbólico físico que constituyen las palabras no guarda en absoluto
una relación causal con el significado, pues, si la guardase, no sería posible explicar
cómo un inglés, un francés y un español, comparten la misma idea de lápiz con tres
complejos simbólico‑físicos diferentes ‘pencil’, ‘crayon’ ‘lápiz’ (Stewart, 1973, p. 125).
Dónde está la educación J.M. Touriñán
aunque no sea prueba de que esa realidad sea exactamente igual a nuestra percepción
(Russell, 1975, pp. 15‑56).
Tenemos experiencias de que las «impresiones» que recibimos de la realidad no
las creamos nosotros sin más. Más bien habría que decir que, en cierto sentido, su-
frimos esas impresiones (Gilson, 1974, p. 86), como ocurre, por ejemplo, cuando
padecemos el calor del sol que se hace agobiante y no tenemos ningún lugar para
protegernos de la acción directa de sus rayos y a pesar de que desearíamos no tener
que soportar ese efecto.
Hoy en día nadie defiende esta posición simplista a ultranza. Todo me es dado a
través del pensamiento, pero no todo se reduce al pensamiento, porque la evolución
confirma que lo inorgánico precedió a lo orgánico, cuya existencia es condición nece-
saria para la posibilidad de pensamiento humano (Charon, 1971).
Frente a esta reducción idealista de la realidad al pensamiento tenemos el hecho
patente del error. Nuestras construcciones mentales no siempre coinciden con la reali-
dad. Y esto no sería posible, si el pensamiento fuera el origen de la realidad. No se trata
simplemente de aplicar unos esquemas a la realidad, más precisamente, se trata de que
construimos esos esquemas en interacción con la realidad. Buscamos relaciones en las
cosas y esas relaciones no son puros pensamientos que les aplicamos, sino relaciones
que se refieren a las cosas:
“Así, el principio de contradicción, se refiere a las cosas y no meramente a pensa-
mientos; y aunque la creencia en el principio de contradicción sea un pensamiento, el
principio de contradicción mismo no es un pensamiento, sino un hecho que concierne
a las cosas del mundo. Si lo que creemos, cuando creemos en el principio de contradic-
ción, no fuera verdad de las cosas del mundo, el hecho de que nos viéramos compelidos
a pensarlo como verdadero no impediría que el principio de contradicción fuese falso.
No es, por ejemplo la creencia de que, si pensamos que un árbol es un haya, no pode-
mos pensar al mismo tiempo que no es un haya; es la creencia de que si el árbol es un
haya, no puede al mismo tiempo no ser un haya” (Russell, 1975, p. 80).
Por otra parte, si no se matiza la afirmación de que el sistema real es una reproduc-
ción del sistema mental, cabría la posibilidad de afirmar escépticamente que no hay
marcos de referencia comunes a la hora de aplicar las reglas. Por consiguiente cabría
afirmar la imposibilidad de distinguir las buenas teorías de las malas y los conceptos
más adecuados de los que lo son menos.
Con independencia de otras consideraciones, me parece necesario exponer las tesis
básicas que frente a la concepción escéptica ha sentado Husserl. Y nuestra elección de
Husserl obedece a dos razones fundamentales:
1) No existe ninguna crítica posterior del escepticismo o subjetivismo que no acuda a
las tesis de Husserl.
2) Su crítica se centra en los aspectos epistemológicos del escepticismo y no en sus
dimensiones metafísicas u ontológicas.
Teorías escépticas son, según Husserl, aquellas “cuyas tesis afirman expresamente,
o implican analíticamente, que las condiciones lógicas o noéticas de la .posibilidad de
una teoría en general son falsas” (Husserl, 1976, p. 110).
Dónde está la educación J.M. Touriñán
El signo natural es, pues, un estado de cosas, suceso o proceso que se refiere a
algún otro evento, porque nuestra experiencia nos ha enseñado que los dos están
asociados de alguna manera. Las nubes oscuras que pasan inadvertidas al observador
no son signo natural de lluvia; son un acontecimiento y se convierten en signo natural
cuando son usadas como elemento de un proceso inferencial, la predicción de lluvia.
Los signos convencionales llamados también símbolos, son los signos empleados
deliberadamente para trasmitir un significado. Los símbolos forman parte de un len-
guaje cuando, por vía de convención o reglas de uso, se admite que están “en lugar de”
determinados referentes.
Mientras que los signos naturales poseen significado para algún intérprete que los
ha usado —por ejemplo, las nubes grises o la mar rizada, para un marinero— y son
prueba de la existencia de lo que significan —que se va a producir lluvia—, los símbo-
los no constituyen elemento de prueba de la existencia de lo que significan; el hecho de
que yo diga las palabras “nubes grises en el horizonte”, no se sigue que existen allí las
nubes, ni que se avecina la tormenta, a menos que pueda garantizar su relación con el
signo natural de las nubes efectivamente presentes en el horizonte (Mosterín, 2009).
Desde las inferencias del sentido común a partir de signos naturales, hasta las
construcciones científicas, hay todo un proceso de elaboración de símbolos (su defi-
nición) que nos permite ir más allá de la experiencia inmediata y familiar. Estoy con-
vencido de que la superación del conocimiento del sentido común exige la creación de
símbolos —estructuras simbólicas— que establecen relaciones de dependencia entre
acontecimientos, de tal manera que puedan usarse como signos naturales fidedignos
(Russell, 1983).
Cuales sean las condiciones que deben cubrir esos símbolos para permitir identi-
ficar un acontecimiento no “familiar” como signo natural de otro, es la cuestión que,
bajo el tema de la objetividad, han tratado de responder las diversas corrientes episte-
mológicas del siglo XX que han superado las posturas simplistas e idealistas acerca de
las reglas de relación entre sistema real y sistema conceptual que hemos analizado en
otro trabajo (Touriñán y Sáez, 2012, cap. 5).
El dominio temporal de una posición sobre otra, es resultado por regla general del
camino abierto a continuación de un período de enfrentamiento con respecto a una
o algunas cuestiones que atañen a la objetividad. Lo que surge de este paso adelante
nunca se limita a la reposición de algo que se había defendido antes, sino que lleva
además la huella de las ideas a través de cuya crítica ha surgido.
Respecto de la primera tesis, nos dice Popper que hemos de rechazar como total-
mente infundada toda epistemología subjetivista que pretenda elegir como punto de
partida eso que a ella no le parece, en absoluto, problemático; es decir, “nuestras ex-
periencias observacionales ‘directas’ o ‘inmediatas’. Hay que admitir que, en general,
estas experiencias son perfectamente ‘buenas’ y ‘eficaces’, pero no son ni directas, ni
inmediatas, ni mucho menos fiables” (Popper, 1974, p. 75).
Respecto de la segunda tesis, Popper mantiene que las observaciones, es decir, lo
que nosotros referimos de los acontecimientos en los enunciados básicos —que son los
que constituyen la base de credibilidad de la ciencia—, no son hechos puros, es decir,
cosas sucedidas o acontecimientos, sino aspectos significativos y seleccionados de los
mismos. “Las observaciones son siempre interpretaciones de hechos observados, no
hechos puros; es decir, son interpretaciones a la luz de teorías” (Popper, 1977, p. 103).
Así las cosas, la imagen que nos hacemos de las cosas no es, en absoluto, redupli-
cativa; toda imagen selecciona necesariamente ciertos aspectos del original. Esto no
quiere decir que no podamos ver distintas personas la misma cosa. Por una parte, el
argumento nos sirve como prueba de que la imagen que nos hacemos de las cosas no
es reduplicativa, y, por otra, nos sirve para comprender que los hechos científicos están
elaborados, porque nuestras experiencias directas e inmediatas no son la garantía de
credibilidad del contenido de las proposiciones que hacemos acerca de los aconteci-
mientos (Touriñán, 1987a, pp. 91-127). Es en ese sentido, y no en otro, en el que me
parece que debe entenderse con Taylor que “el marco teórico restringe las posiciones
de valor que justificadamente puedan defenderse” (Taylor, 1976, p. 165).
F. Suppe, en 1979, aclara el sentido aceptable de la carga teórica de las observa-
ciones (Suppe, 1979, pp. 149-266). Hemos de decir que afirmar que la observación
posee una carga teórica es afirmar un enunciado que se ha corroborado en las páginas
precedentes. Ahora bien, si no se establece limitación alguna, resultaría que nuestro
trabajo en este capítulo es circular.
Comenzamos afirmando que el sistema conceptual no es copia del sistema real, sino
problema de reglas, porque no hay una reduplicación de la realidad en las imágenes,
hay innovación en la realidad incompatible con la mera duplicación y el conocimiento
exige la explicitación de unas reglas de correspondencia entre los enunciados y la
realidad a que se refiere.
Continuamos, después, analizando diversas posiciones acerca de las reglas, y, a
través del análisis, se concluye que el sistema real no es una reproducción del sistema
mental, porque existe el error, no todo se reduce al pensamiento y los subjetivismos
individuales y específicos incurren en contrasentido.
Seguidamente comprobamos que la búsqueda de una certeza absoluta excede las
posibilidades de la investigación científica; los hechos significativos del conocimiento
tienen carga teórica y no pueden interpretarse al margen de la teoría.
La circularidad se cierra en este razonamiento, si concluimos afirmando la incon-
mensurabilidad de los hechos; es decir, que hay distintos hechos para distintas teorías,
y por consiguiente, hay un subjetivismo ‘específico’ para cada teoría, de tal manera que
lo que una enuncia como verdadero, la otra lo rechaza como falso (Scheffler, 1967, p.
78 y pp. 79-89).
12 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Para evitar esa circularidad conviene recordar algunos argumentos que ya hemos
utilizado. Pues, si bien es verdad que el aparato conceptual de un lenguaje limita
los acontecimientos que uno puede observar, porque las diferencias de conocimiento
afectan a los acontecimientos que uno puede observar que suceden, también es verdad
que esos acontecimientos suceden en una realidad que nos ‘impresiona’. De ahí que,
por muy diferente que sean las teorías, o bien entienden la corroboración y la verdad
en el mismo sentido, discrepando por tanto de la ilación teorética, o bien las entienden
en distinto sentido y su discusión es puramente verbal. Justamente por eso sostiene
Suppe que nos referimos a los mismos acontecimientos, que nos ‘impresionan’, incluso
en aquellos casos en que la elaboración teórica de cada especie imposibilite a sus parti-
darios para determinar que estén hablando de lo mismo (Suppe, 1979, pp. 243-251).
Abundando en esta idea nos dice Hanson que no es correcto afirmar que dos per-
sonas distintas hacen la misma observación, puesto que parten de los mismos datos
visuales, pero interpretan lo que ven de forma diferente (Hanson, 1977, p. 78). Cuando
Tycho Brahe y Kepler miran el sol tienen fijada su atención en “un disco brillante de
color amarillo blanquecino (...) ese conjunto particular es el mismo para los dos observadores.
Esto es lo que ven ambos” (Hanson, 1977, p. 82. La cursiva es mía). Ahora bien, del
hecho de que esos elementos de experiencia sean iguales para ambos no se sigue que
observen lo mismo. Comienzan sus investigaciones con esos datos idénticos, pero la
organización intelectual de cada uno es muy diferente (Hanson, 1977, p. 98) precisamente
por eso uno observa un sol que se mueve (teoría geocéntrica) y el otro observa un sol
estático (teoría heliocéntrica): “si no hubiera ningún sentido en el que las observacio-
nes fueran diferentes, no podrían ser usados los datos de formas diferentes” (Hanson,
1977, p. 99). Así pues, debe entenderse que ver cosas diferentes implica la posesión
de conocimientos y teorías diferentes. Los datos no son las experiencias visuales (ob-
servaciones) (Hanson, 1977, p. 84). “El lenguaje o las notaciones usadas para expresar
lo que conocemos, y sin los cuales habría muy poco que pudiera reconocerse como
conocimiento, ejercen también influencia sobre las observaciones” (Hanson, 1977, p.
99). Si nuestra pregunta es ¿ven Tycho y Kepler la misma cosa?, habría que responder
negativamente. Pero si nuestra pregunta es ¿qué es lo que ven ambos?, habría que
reconocer que ambos fijan su atención en un conjunto particular que es idéntico para
los dos científicos que van a realizar sus observaciones (Hanson, 1977, pp. 82-83). “La
ciencia física no es solamente una sistemática exposición de los sentidos del mundo;
también es una manera de pensar acerca del mundo, una manera de formar concepcio-
nes. El paradigma del observador no es el hombre que ve y comunica lo que todos los
observadores normales ven y comunican, sino el hombre que ve en objetos familiares
lo que nadie ha observado anteriormente” (Hanson, 1977, p. 112).
Creo que en este mismo sentido debe interpretarse la posición de Lakatos (1974,
pp. 46-61) cuando afirma que “todas las metodologías, todas las reconstrucciones
racionales pueden ser ‘falsadas’ historiográficamente: la ciencia es racional, pero su
racionalidad no puede ser subsumida por las leyes generales de ninguna metodología”
(Lakatos, 1974, p. 59).
De la etimología al significado. Dónde está la educación 13
Los mismos datos dan lugar a hechos significativos diferentes para el conocimiento
científico y, si a pesar de todo defendemos que, oficialmente y por acuerdo intersubje-
tivo, sólo unos enunciados se aceptan como prueba, cabe la posibilidad de que otros
investigadores mantengan que es falso lo que oficialmente se reputa como verdadero,
porque observan otras cosas en los acontecimientos.
Este modo de actuación es, en palabras de Lakatos, de elitistas; mantienen que sólo
los iniciados están cualificados para juzgar los productos de la comunidad científica
(Lakatos, 1981, pp. 153 y 159). La realidad es que, cuando alguno de los iniciados
discrepa, el autoritarismo —dogmatismo— no puede evitarse:
“Dado que el acuerdo intersubjetivo no reina siempre en la comunidad científica, el
elitista se enfrenta a dos opciones. Puede afirmar que existe una estructura autoritaria
dentro de la élite científica. Se eligen jueces supremos que se sientan en la cámara y dan su
veredicto (...). Ningún código legal mitiga su poder. Pero ¿qué ocurre si los componentes
de la Corte Suprema discrepan entre sí? Puesto que (…/…) este problema parece insoluble,
la mayor parte de los elitistas prefieren la segunda solución: cualquier conflicto dentro
de la élite será resuelto por la supervivencia del más apto. Mientras el desacuerdo esté sin
resolver, el extraño tiene que observar, intimidado, la lucha de los gigantes y aceptar al
vencedor como representante del progreso” (Lakatos, 1981, pp. 159-160).
Si el problema es en qué medida encontramos interpretaciones mejor adaptadas a
la parcela de realidad que se explica, lo importante es el producto:
“Los inductivistas prohíben especular, los probabilistas, utilizar una hipótesis
sin haber especificado la probabilidad que le presta la evidencia disponible; para los
falsacionistas, la honestidad científica prohíbe especular sin especificar la evidencia
potencialmente refutadora o despreciar los resultados de contrastaciones severas. Mi
metodología de los programas de investigación no posee ningún código inflexible de
este tipo: permite que la gente haga su propia cosa, pero sólo mientras admita pública-
mente cuál es el saldo de cuentas entre ellos y sus rivales. Hay libertad (...) de creación
y de elección de programa en el que trabajar, pero los productos han de ser juzgados”
(Lakatos, 1981, pp. 151-152).
Así las cosas, la cuestión fundamental es cómo se hace posible el abandono del
acuerdo —que es un a priori— sin abandonar la racionalidad en la determinación
conceptual. Y esto implica, en primer lugar, asumir que el concepto de racionalidad
científica es más amplio de lo que normalmente se está dispuesto a aceptar:
“concebir la racionalidad como una característica de sistemas particulares de
proposiciones o conceptos y no en términos de los procedimientos por los cuales los
hombres pasan de un conjunto de conceptos y creencias a otro (...) lleva a confundir la
racionalidad de la misma teorización científica con la logicidad de las inferencias que se
efectúan dentro de las teorías científicas” (Toulmin, 1977, p. 479. La cursiva es mía).
Por consiguiente, el problema no es la racionalidad del contexto de justificación
que se postula como logicidad de las inferencias dentro de la teoría. El problema es
la racionalidad del contexto de descubrimiento, pues la decisión por acuerdo intersub-
jetivo no satisface. Como dice Toulmin, “el análisis de Popper formula los problemas
como cuestiones acerca de la aceptabilidad de proposiciones, no sobre la aplicabilidad
de conceptos” (Toulmin, 1977, p. 482). Y como observa Lakatos, si el acuerdo fuera
“a priori” la conversión masiva de los astrónomos en astrólogos daría a la astrología
una autoridad indiscutible, pero en lugar de representar una caída catastrófica en la
superstición —que sería lo objetivo— este cambio daría a la astrología una posición
racionalmente inatacable, porque es el acuerdo del grupo el que funciona como ‘a
priori’ de la racionalidad (Lakatos, 1981, p. 159).
Pero además y en segundo lugar, si la racionalidad tiene que llegar al contexto de
descubrimiento, es decir, justificar el establecimiento de nuevos conceptos, hemos de
convenir con Toulmin que “el problema esencial, es pues, mostrar cómo las conside-
raciones racionales se vinculan con esos cambios de opinión que suponen reemplazar
un conjunto de conceptos por otro mejor” (Toulmin, 1977, p. 487). Se trata de avanzar
siempre bajo el supuesto de mejor aplicación a la explicación y comprensión de los
acontecimientos y las cosas y esto hay que hacerlo inductiva, deductiva o abductiva-
mente (Toulmin, 1977, p. 486; Lakatos, 1974, p. 52; Pinto, 2007; Wirth, 1998; David-
son, 1984 y 1985; Aliseda, 2006).
Se entiende, por tanto, que, cuando el marco de actuación está establecido, las
preguntas suelen ser cuál es el camino correcto de A a B. Pero, cuando se trata de esta-
blecer el marco conceptual de actuación, la empresa racional no puede definirse como
una cuestión de hacer lo que los científicos hacen normalmente, sino de búsqueda de
las razones que garantizan que este cambio conceptual sería mejor o peor que aquel
otro. En palabras de Toulmin:
“La reorganización conceptual de nuestra comprensión científica nos obliga a pres-
tar atención a los hechos empíricos, sin duda; pero no meramente con la intención de
generalizar acerca de ellos (de mantener las exigencias del contexto de justificación).
Nuestra meta es, en cambio, construir una representación mejor, nomenclaturas mejo-
res y procedimientos explicativos mejores para ‘dar cuenta’ de los aspectos importantes
de la naturaleza y discernir con mayor precisión en qué condiciones y con qué grado de
exactitud la representación resultante puede aplicarse a la explicación de la naturaleza
del mundo tal como la encontramos” (Toulmin, 1977, p. 194).
De la etimología al significado. Dónde está la educación 15
En líneas generales, todo discurso se hace a través del lenguaje, cuya función signi-
ficativa se pone de manifiesto en la comunicación. La comunicación es un proceso
mental-físico cuya función es elicitar el significado a que se apunta (Stewart, 1973,
págs. 45-46 y cap. IX).
El significado no está en las meras palabras como algo físico. Desde el punto de
vista físico, las palabras son complejos simbólicos, representaciones físicas de los
significados ubicados en la mente del comunicante; pero no son el significado, por-
que nada físico que pertenezca intrínsecamente al complejo simbólico-físico, como
es la dimensión, configuración, longitud de onda, etc., proporciona información
acerca de la relación existente entre el complejo simbólico y el propósito para el que
se empleó. Desde Platón, sabemos que es un error creer que las palabras escritas
hablan, como si pensaran, porque, en primer lugar, si se les pregunta con el afán
de informarse sobre algo de lo dicho, expresan tan solo una cosa que es siempre
la misma; en segundo lugar, basta con que algo se escriba una sola vez para que
el escrito circule por todas partes sin que sepa decir a quién debe interesar; y, en
tercer lugar, cuando ese algo escrito es reprobado injustamente, necesita la ayuda
de su padre pues por sí solo no es capaz de defenderse (Platón, Fedro, 274 c., d., e.;
275a, 275d).
Parece obvio que un determinado complejo simbólico físico es siempre necesario
en la comunicación, pero no es suficiente garantía para la elicitación del signifi-
cado a que se apunta. Pero también es cierto que el significado está en función
de la relación que se establece entre las ideas de la mente y la realidad a que nos
referimos (Bochenski, 1976, pág. 20 y c. III). El complejo simbólico físico de toda
comunicación no guarda en absoluto una relación causal con el significado, pues,
si la guardase, no sería posible explicar cómo un inglés, un francés y un espa-
ñol, comparten la misma idea de “lápiz” con tres complejos simbólicos distintos
(Stewart, 1973, pág. 125).
El discurso pedagógico versa sobre una realidad eminentemente práctica —la
educación—, cuya interpretación exige no sólo medios para validar y contrastar
un efecto, sino también medios para justificar la conveniencia de lograr ese efecto
(Hirst, 1969, págs. 40-42). Consiguientemente, el significado del discurso pedagó-
gico se refiere, en ocasiones, a una realidad abstracta, expresada en conceptos que
no siempre guardan una relación directa con los acontecimientos. Y así las cosas,
si queremos establecer un discurso pedagógico significativo, es imprescindible la
evaluación de los términos teóricos que se utilicen (Esteve, 1979, págs. 37-40; 78-
81; 107-111).
Facilita el carácter del estudio pedagógico, pues, como dice Popper, sólo en la medi-
da en que nos ponemos de acuerdo en los términos básicos, estamos en condiciones
de constituir una colección de enunciados en una disciplina científica (Popper,
1977, pág. 101).
Facilita el control del discurso pedagógico ya que, cuando evaluamos los términos,
nos situamos en condiciones favorables para precisar su alcance, lo cual significa, en
unos casos, suprimirlos, si quedan inútiles para la comunicación, en otros, sustituirlos
por aquellos que no susciten asociaciones indeseables o falsas, y en otros, redefinirlos
de acuerdo con criterios más adecuados (Kneller, 1969, págs. 154-169, 202-215).
requiere una concepción teórica de otro tipo, porque aquella de la que disponemos no
nos sirve para resolver el problema.
Todo campo de estudio puede ser abordado desde otras áreas de investigación
consolidadas, siempre que el esquema conceptual de éstas permita la interpretación
en esos términos del nuevo campo de estudio. Esta es una situación normal de depen-
dencia entre investigaciones, pero no es legítimo sostener desde ella, que en el nuevo
campo no hay nada más que lo que se confirma y afianza desde los conceptos de la
disciplina interpretativa.
La autonomía funcional no equivale a la defensa de absoluta independencia, es
compatible con una fecunda relación interdisciplinar y con la defensa del principio
de dependencia disciplinar. Cada una de esas disciplinas es disciplina, porque usa
las formas de conocimiento adecuadas a la mejor explicación y comprensión de la
complejidad objetual de su ámbito de conocimiento; y es autónoma, porque crea su
propio campo conceptual y sus pruebas. Sus conceptos surgen del estudio específico
del ámbito que analizan y las relaciones que descubren establecen qué proposiciones
son significativas conceptualmente en cada disciplina:
“No se trata de adoptar (…) posturas xenófobas. La identidad de la Pedagogía es
perfectamente compatible con una fecunda relación interdisciplinar y aún cabe afirmar
que no se puede desarrollar suficientemente sin ella. A ninguno de nosotros se nos
escapa la maduración que nuestra ciencia puede experimentar en parte, gracias a la
interrelación técnica y metodológica con otras disciplinas, como pueden ser la Filosofía,
la Biología, la Psicología, la Sociología o la Historia, por señalar casos poco discutidos.
Mas una cosa sí debemos tener clara: que estos intercambios de técnicas de trabajo no
deben afectar a los límites conceptuales de una y otras disciplinas. La aspiración óptima
de la interdisciplinariedad —llegar a una integración formal en los más elevados niveles
teóricos— sólo puede conducir a una pérdida de las señales distintivas de la Pedagogía”
(Vázquez, 1980, p. 47.)
Existen hoy diversas investigaciones de los conceptos educacionales que ponen de
manifiesto la insuficiencia de las aproximaciones extrínsecas, para justificar la acción
pedagógica (Touriñán, 1987a). No es suficiente la interpretación del campo educativo
desde disciplinas interpretativas, porque los conceptos trasvasados de otros contextos,
no sólo conllevan algún cambio de significación, sino que oscurecen y confunden el
contexto al que son trasvasados. Si nosotros hacemos sinónimos absolutamente “alum-
no” y “aprendiz”, todo lo que probamos en la disciplina generadora para aprendiz
está automáticamente probado en la Pedagogía para el alumno. Sin embargo, desde el
punto de vista de la educación, “alumno” y “aprendiz” no son sinónimos. La diferencia
en el contexto pedagógico entre un alumno lento y un aprendiz lento es enormemente
significativa; el primero no siempre es una consecuencia del segundo. Las hipótesis de
trabajo e investigación son muy distintas, cuando aceptamos la significación intrínseca
y propia del término “alumno” y cuando simplificamos la explicación en términos de
“aprendiz lento” (Walton, 1971).
Sostengo que avanzar en este camino de la conceptualización propia contribuirá a
superar obstáculos que dificultan el éxito de la Pedagogía y de la tarea educativa desde
De la etimología al significado. Dónde está la educación 21
llamado cosa en bruto, la cosa sin significado para nosotros, es algo cuyas relaciones
no se han aprehendido” (Dewey, 1998, p. 125).
Desde el punto de vista de la conceptuación, conviene mantener que:
A cada concepto se le exige rigor lógico y significatividad. El rigor lógico (pertinence)
se define como existencia de unas características defendidas con exclusividad para
cada concepto y que, al mismo tiempo, determinan un modo distinto de entenderlo:
pertenecen a ese concepto y a ningún otro en su conjunto salvo a aquellos objetos
que se identifican en él. El rigor lógico quiere decir, por tanto, que la inclusión de
una acción u objeto en la categoría propia del concepto se hace siempre y cuando la
acción u objeto defiende y reproduce las características estipuladas para el concepto,
atendiendo a las propiedades de extensión (a cuántos objetos se aplica el concepto)
e intensidad (propiedades o características o rasgos definitorios del objeto u objetos
incluidos en la definición). Por su parte, la significatividad (significativity, relevance)
es una consecuencia del rigor lógico, y quiere decir, que, además de incluir un
objeto o acción en un concepto, tenemos que saber el valor o importancia de ese
concepto, por el hecho de incluirlo en esa categoría. La significatividad se define
como la capacidad que tiene el criterio definidor, de ordenar y cualificar la actividad
u objeto que se ha significado y que se identifica bajo el criterio definidor. El hecho
de aplicar a la educación un criterio definidor (por ejemplo, actividad moralmente
justificada y de carácter personal) exige que la educación quede cualificada por lo
que significa el criterio (sería una actividad más importante que la mera repetición
o el amaestramiento).
Cada criterio cualificador tiene un techo: su respuesta específica a la cualificación
discriminante. Precisamente por eso puede decirse que todo lo que afecta al tema
de estudio (la educación) y no contradice la respuesta al criterio calificador es
aplicable a la educación desde el criterio. Por consiguiente, cada criterio tiene un
techo demarcado por las respuestas que permite el calificativo, y, así las cosas, lo
que define la cualificación o categorización es la consideración de la educación
como objeto de conocimiento que se hace desde ese criterio. Es decir, si la educa-
ción es calificada como humanista, cabe en educación todo lo que corresponde al
humanismo y nada sería contradictorio con la acción de educar, si es humanista.
Ahora bien, por el modo de cualificar la educación desde el criterio definidor, cada
criterio tiene un modo distinto de configurar el objeto definido. El problema así
planteado obliga a distinguir, de acuerdo con el techo de cada criterio, la fecun-
didad de una hipótesis (en este caso, criterio), por una parte, y las vías de investi-
gación que se paralizan o dificultan desde el criterio, por otra. La crítica no es la
fecundidad, sino al supuesto mismo de cada modo de considerar el conocimiento
de la educación. La cuestión de base no es la productividad, sino la pertinencia de
limitar la significación de la educación a la cualificación que se le atribuye desde
el criterio definidor. Por seguir con el ejemplo anterior, la cuestión no es que la
educación sea susceptible de ser calificada como humanista, sino si solo cabe de-
fender que la educación sea humanismo. De manera que lo correcto sería mantener
24 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Como en las demás lenguas romance, también en castellano los términos “educar”
y ‘educación’ son relativamente tardíos. Se suele situar su aparición en 1640, en el
segundo tercio del siglo XVII en la obra de Saavedra Fajardo (Aretio, Corbella y García,
2009, p. 32, con referencia a García Carrasco y García del Dujo, 1996). Pero como dice
el profesor Doval:
“El verbo educar parece haber hecho su primera aparición documental en la pri-
mera mitad del siglo XVI. Si bien Corominas en su Diccionario de autoridades (parte
2, lit. 7.1.5) sitúa su aparición en el 1623, fecha en la que Minsheu lo incluye en su A
Dictionary in Spanish and English, lo cierto es que un siglo antes ya fue usado por Vicente
Valverde, colonizador español y obispo de Cuzco, en su Vida de Cristo (libro II, cap.
I): pues en otros treinta años le habían educado las montañas y soledades de Judea” (Doval,
1979, p. 120).
Así las cosas, podemos afirmar que la palabra educación es un neologismo apareci-
do en lengua castellana de manera documentada en el siglo XVII. Una voz que procede
de educationem y educare, voz más reciente que su hermana educere, con origen común
para ambos en la raíz ducere.
Educare significa etimológicamente origen de un proceso, dirección del mismo y
sentido de larga duración: conducir desde afuera, llevar de un estado a otro de nivel
superior y proceso de largo período que se distingue de otros procesos de corta dura-
ción como es el de extraer o hacer nacer de la partera, para cuya actividad el latín usará
siempre el verbo educere.
Si hacemos caso al análisis etimológico, la educación implica: 1) ser criado material
y espiritualmente (educando), 2) unos recursos con los que se cría al educando (medios
de cualquier tipo), 3) otro sujeto que cría y ayuda a crecer (educador), 4) un sentido de
la acción (método), 5) un propósito de conducir a un estado superior (finalidad), 6) un
sentido procesual de larga duración (proceso durable) y 7) sentido de espacio específico
en el que se establece la crianza, puesto que a los padres correspondería preservar y
propiciar su espacio de acción familiar educadora (espacio educativo).
vida. A estas condiciones se les puede atribuir naturaleza antinómica, es decir, intelec-
tualmente podemos hacer que se comporten con una aparente contradicción interna
entre dos principios necesarios en la educación, pues llevados a extremo se excluyen
mutuamente en la acción, aunque lo cierto es que, bien entendidos y en la realidad, son
necesarios ambos en cada caso de relación educativa.
El profesor Mantovani resume la educación como un mínimo de factores esencia-
les, que se contraponen y luchan, en busca de una recíproca absorción, como si de
antinomias reales se tratara:
“Las fuerzas antinómicas integran la íntima y compleja trama del proceso educativo.
Desde cualquier plano que se mire aparecen términos antitéticos (…/…) Se compren-
derá cómo ella (la educación) se mueve por un juego de antítesis: autoridad y libertad,
realidad e ideal, medios y fines, interés y esfuerzo, vida espontánea y vida reflexiva. Se
explica así la realidad de un proceso que se propone imponer la prevalencia de lo natural
y la prevalencia humana. (…) La honda realidad humana (…) es una unidad de vida y
espíritu donde fuerzas opuestas realizan un constante trabajo de superación o de equili-
brio, de predominio de una o de nivelación de ambas” (Mantovani, 1972, pp. 23-24).
uno sin palabra, porque no se pueden entender, no se pueden explicar. Mas hay que
aceptarlas, porque son parte de la realidad” (Quintana, 1988, p. 57).
Existen antinomias lógicas, que suponen una contradicción entre dos ideas del pen-
samiento, la afirmación de una supone la negación de la otra, por ejemplo las paradojas
o pensar un círculo cuadrado. Existen antinomias filosóficas que implican contradiccio-
nes en forma dialéctica de tesis y antítesis, por ejemplo el carácter del mundo para Kant
que es siempre y a la vez limitado e ilimitado, simple y compuesto, lleno de libertad
y determinismo. Existen, además antinomias reales que son las que existen en nuestra
experiencia del mundo exterior, como es el caso del bien del individuo y el bien del
grupo. Como dice Reboul, antinomia no significa solo contradicción, sino también
oposición entre dos leyes o dos reglas, cada una de las cuales puede fundamentar
nuestra adhesión. Superar la antinomia consiste para la filosofía en descubrir un punto
de vista superior que integre las dos tesis opuestas; que las integre o las rechace, pero
haciendo justicia a ambas (Reboul, 1972, p. 135).
La solución de la antinomia real no es de sentido dialéctico, es decir, encontrar la
síntesis que supera las diferencias, porque ese equilibrio supondría la negación del
movimiento y paralizaría la antinomia. En la solución de la concepción antinómica
de la educación, todas las soluciones unilaterales (respuesta singularizada solo en uno
de los elementos del par alternativo) son reduccionistas, arbitrarias, poco realistas
y dogmáticas, porque enfocan la solución desde una perspectiva unilateral. Para J.
Mª Quintana, la solución antinómica (ser/deber ser, individuo/sociedad, deberes/dere-
chos, esencia/existencia, autónomo/heterónomo, autoridad/libertad, formación/infor-
mación, pasividad/actividad, tradición/modernidad, fines ideales/necesidades reales,
etcétera) siempre busca la integración de los dos polos en una propuesta de término
medio y sentido común (Quintana, 1988, p. 254).
Según J. Mantovani, cada elemento antitético en la educación es un término del
problema y de la solución; son como el anverso y el reverso de una medalla. Las
antinomias pedagógicas son reales para Mantovani y se dan en términos de acción
educativa:
“No deben entenderse estas antinomias en sentido absoluto, como las de orden ló-
gico, donde la afirmación de una supone la negación de la otra, o como contradicciones
inevitables entre una tesis y sus antítesis (… /…) las antinomias pedagógicas son de otra
naturaleza. Tienen distinto alcance y más amplitud. No son lógicas, ni dialécticas; son
reales. Pertenecen a lo más concreto que tiene el ser humano, su vida plena. Significan
la presencia de dos elementos opuestos que no se excluyen, pero en donde uno quiere
preponderar. El predominio de uno implica la disminución del otro. Nunca se llega a la
anulación, como en las antinomias lógicas, ni a la nivelación, que siempre es precaria e
ilusoria. El desarrollo de un término se hace con merma del contrario. Ambos represen-
tan dos exigencias simultáneas, no paralelas, pero tampoco excluyentes” (Mantovani,
1972, pp. 24-25).
El profesor Quintana ha sistematizado y enumerado 20 antinomias en su obra Teo-
ría de la educación. Concepción antinómica de la educación, insistiendo en la perspectiva
30 Dónde está la educación J.M. Touriñán
En este caso el lema es una enunciación que se aparta de su origen y pierde su rigor. Si
lo usamos como una verdad, desligado del pensamiento que lo originó, se convierte en
un elemento sugeridor de posibles principios de acción altamente erróneos (Scheffler,
1970, p. 29).
Si yo expongo una teoría de la enseñanza y desde ella enuncio el lema “no hay
enseñanza sin aprendizaje”, el énfasis propagandístico de este lema busca centrar el
foco de atención en una teoría de la enseñanza descrita en términos de aprendizaje y,
además, resalta la idea de que el educando es el último contraste del valor de la ense-
ñanza. Ahora bien, si transformamos el contenido del lema en proposición verdadera,
este se convierte en fuente de graves errores. Frente al contenido del lema comentado,
debemos mantener que cualquier actividad puede ser exitosa o fracasada, incluso la
enseñanza; realizar una actividad, no equivale al éxito garantizado; nadie diría que un
médico no ha operado, porque se le muera el paciente en la operación. Puede haber
enseñanza fracasada, porque no se ha producido aprendizaje. En las actividades que
expresan tarea y rendimiento, es obvio que se puede realizar la tarea y que puede ha-
ber fracaso en el resultado, sin que ello exija mantener, desde el punto de vista lógico,
que no se realizó la tarea, porque se fracasó en el resultado.
Los lemas deben ser criticados, bien como afirmación directa con un valor propio
como tal, bien como símbolo de un movimiento concreto. En cuanto que el lema
se convierte en doctrinas operativas de una teoría, deben acompañarse de la crítica
adicional del movimiento concreto que los origina. Nada de eso impide reconocer que
el lema, dentro del contexto que lo crea, es útil y tiene valor para movilizar personas.
Pero, cuando el lema se tergiversa y se convierte en una afirmación directa fuera de
contexto, pierde su valor. Su crítica debe hacerse observando cómo respondería al
introducirlo en determinados contextos en los que no opera. De manera específica
Broudy analizó el lema “no hay enseñanza, si no se produce aprendizaje” y concluye
Broudy haciendo específico reconocimiento del profesor que puso lo mejor de su parte
para enseñar cierta lección sin que su alumno aprendiera (Broudy, 1954, p. 14; Hirst,
1977). En situaciones reales, el lema, fuera de contexto, se convierte en simples palabras
que no pueden soportar lo que afirma sin graves contradicciones. La enseñanza puede
fracasar y un profesor no tiene porqué sentirse deshonesto si un alumno no aprende,
o llegar a pensar que no debe cobrar su sueldo, porque, al no aprender el alumno, no
ha enseñado. Enseñar y aprender reflejan dos actividades relacionadas, pero distintas.
Igual que un cirujano ha operado, aunque no haya conseguido extirpar el mal, enseñar
es una actividad que puede fracasar y, a veces, se fracasa sin que el profesor tenga
responsabilidad sobre esos acontecimientos; una vez realizado el esfuerzo por enseñar,
ha habido enseñanza, se haya aprendido o no.
También es posible criticar los lemas estableciendo comparación con otro opuesto,
en nuestro caso comentado sería: “hay enseñanza sin aprendizaje”. Si hayamos un solo
caso en el que el lema afirmativo se cumple, debemos rechazar la doctrina que pro-
pugna el lema negativo. No vale decir la excepción confirma la regla del lema negativo,
porque el caso del lema afirmativo que incumple la regla del lema negativo no es una
excepción a la regla, sino algo ajeno a la regla marcada por el lema negativo.
De la etimología al significado. Dónde está la educación 33
“El ‘aspecto’ de las cosas a que antes aludíamos no es solo el contenido de los senti-
dos, sino sobre todo, ese elemental y simplicísimo fenómeno del acto mental que nos da
lo que una cosa es. Gracias a esa experiencia, decía, ‘sabemos’, en un sentido excelente,
las cosas; podemos, en efecto, discernir unívoca e indubitablemente lo que de veras
‘son’, de lo que no hace sino ‘parecer’ serlo: el que ‘es’ amigo, o un hombre justo, del que
solo tiene la apariencia de tal” (Zubiri, 1978, p. 37).
a diversos autores y buscar los usos más comunes entre ellos para generar la nueva
definición (Scheffler, 1970, pp. 7-8). Y entiéndase bien que solo se reflejan los usos
comunes, porque no es posible forjar un concepto descriptivo que, de una manera
material (es decir, atenta al contenido y la dirección propia de cada sistema de pen-
samiento), logre reunir todas las definiciones históricas dadas sobre educación; por
la obvia razón de que las direcciones y las concepciones de educación de los diversos
sistemas son, en cuanto tales, irreductibles a una doctrina común. Es un empeño
vano el de conciliar las doctrinas de las múltiples corrientes en torno al concepto de
educación, y tal empeño, más que profundidad, revela una superficial comprensión de
las cosas, que acaba en ocasiones en un despreocupado eclecticismo.
Parece obvio que las definiciones descriptivas nos obligan a no prescindir de las
aportaciones de significado previas y más comunes, pero no garantizan la veracidad,
pues los usos previos más comunes no son necesariamente comunes por los fundamen-
tos de verdad de sus afirmaciones. Por mucho que en la historia, el término educación
tenga un uso como sinónimo de cortesía, no vamos a aceptar que educar a un niño es
hacerlo cortés. Más bien parece que, en el campo de la educación, atenerse a los usos
previos ha dado lugar a un panorama confuso y desordenado, debido a la utilización
irreflexiva de términos y significados trasvasados de otros campos que oscurecen la
perspectiva pedagógica (Walton, 1974).
Las definiciones programáticas son las que se establecen para orientar una nueva
tendencia social en un campo. No se limita a aclarar significado desde los usos previos,
sino que dan razones para justificar la introducción de nuevas acciones y la posibilidad
de nuevos programas. Las definiciones programáticas sirven para: 1) atribuir un tér-
mino ya conocido a un nuevo objeto particular, de manera que si se consigue, el nuevo
objeto tendría la misma consideración y trato que los que ya estaban incluidos, por
ejemplo, fundamentar la inclusión de bebedor de café en el grupo de toxicómanos, o el
tabaco en el grupo de las drogas; 2) eliminar de una determinada definición, término
o conducta que estaba incluida hasta ese momento en el grupo o categoría definido,
por ejemplo, suprimir de la categoría de faltas graves determinada conducta escolar;
3) reafirmar la asignación de objetos a una determinada definición, de tal manera
que contribuiremos a consolidar la práctica establecida existente como adecuada, por
ejemplo, apoyar el modo de definir ‘profesor’ como profesional sin respaldo institucio-
nal en tanto que no se considera autoridad docente. Las definiciones programáticas
plantean dilemas de orden práctico y moral. Van más allá de la consistencia y cohe-
rencia. Siempre exigen responder a la pregunta ¿Debo hacer lo que sugiere el término?
(Scheffler, 1970, pp. 10-12).
De todo lo que hemos dicho en este epígrafe se sigue que las definiciones cientí-
ficas y generales cubren contextos distintos. Cada una de ellas sirve a un propósito
perfectamente legítimo y no hay necesidad de preferir la una a las otras o de ubicarlas
conforme a una escala de valores. La investigación de los significados no debe sustituir
a la evaluación de los programas que se proponen. Esto es común a todos los ámbitos
de realidad que son susceptibles de ser tratados como conocimiento y como acción:
44 Dónde está la educación J.M. Touriñán
“Así como la exactitud de una definición no constituye una garantía del valor que
pueda tener o no el programa asociado con ella, resulta imposible deducir la convenien-
cia de un programa a partir de la inexactitud de la definición que lo propone implícita-
mente (…) La adopción de una definición científica con fines pragmáticos no excluye la
necesidad de evaluar el programa propuesto. La adecuación científica de una definición
no constituye una señal que nos demuestre el valor práctico de un programa, como
tampoco ocurría con la exactitud acerca del uso previo” (Scheffler, 1970, p. 28).
porque la perfección que otorga la educación completa las posibilidades de ser de cada
persona; por medio de la educación adquiere nuevas formas y posibilidades para sus
disposiciones. En segundo lugar la perfección implica la idea de plenitud, se trata de
que el hombre que se perfecciona a través de la educación sea capaz de operar con
todas sus disposiciones. En tercer lugar la perfección se entiende como formación, no
en el sentido de dar forma a lo informe, sino en el sentido de dar nueva forma a lo que
ya tiene una condición humana individual, social, histórica y de especie. Al perfeccio-
narnos, estamos realizando el significado de “educación” como parte de la capacitación
y desarrollo de cada uno para construir y decidir su proyecto de vida que debe atender
a su condición humana individual, social, histórica y de especie (Touriñán, 2010b;
Morin, 2009; Zubiri, 2006; Arendt, 1974).
En la misma medida que la perfección es completar formación, la perfección indica
movimiento hacia un estado superior de manera intencional; la perfección implica fina-
lidad, proyección. En la misma medida en que la perfección es plenitud, la perfección
indica referencia hacia lo específicamente humano; se trata de educar las dimensiones de
la persona que hacen posible asumir con autonomía la propia condición de hombre.
Desde la perspectiva de perfección como modificación, la perfección tiene un sen-
tido procesual, va de un estado a otro en el sentido que corresponde a colocarse en un
nivel superior estable, pero no estático (Millán Puelles, 1973). La perfección como estado
es sinónimo de estable, no de estático. Y precisamente por ese sentido de estable y no
estático, la educación recoge dentro del uso común de perfección la idea de duración
que el sentido etimológico reclama para la educación. La perfección como proceso
estable, no estático, que dura, hace de la educación una tarea inacabada.
1.7.1.4. La educación es sinónimo de formación
Por el uso común la educación es sinónimo de formación. El término formación ha sido
objeto de muy diversos análisis y ha tenido gran variabilidad en su significado a lo largo
de la historia. Entre formación y educación existe una sinonimia en profundidad que
abarca los significados superiores de ambos términos y también las acepciones menos
excelsas. Hoy hablamos indistintamente de formación superior y educación superior. El
excelente libro del profesor Ibáñez-Martín mantiene la sinonimia de ambos términos:
“Desechar toda relación de género a especie entre ambos términos y admitir la
existencia entre ellos de una sinonimia en profundidad. Educación y formación tienen
análogos significados, tanto en aquellos sentidos que podríamos calificar de superiores
como en los inferiores, con la particularidad de que el tiempo se ha ido reservando para
cada término una zona más o menos concreta de significación” (Ibáñez-Martín, 1977,
p. 23).
Para algunos autores el concepto de formación hace referencia al orden intelectual,
mientras que el concepto de educación hace referencia al orden moral. En este sentido
se dice que una persona tiene una gran formación moral, porque conoce y sabe de
moral, pero solo se dirá que tiene educación moral cuando conduce moralmente su
propia vida. Esta diferencia es importante y el profesor Esteve mantiene que la única
diferencia de criterio entre educación y formación estriba en ese ajuste a criterio moral,
48 Dónde está la educación J.M. Touriñán
dado que podemos estar muy bien formados para hacer cosas reprobables. En este sen-
tido de distinción entre formación y educación, la formación siempre es una condición
necesaria para la educación (Esteve, 2010, p. 51).
El profesor Quintana, que es un gran conocedor de la pedagogía alemana, ha es-
crito sobre el concepto de formación (Bildung) en el pensamiento alemán (Quintana,
1988, pp. 33-45). Bildung se puede entender como el proceso de formación y como el
resultado de la misma. En el pensamiento alemán significa propiamente configuración.
Por su etimología, Bildung es la configuración de una materia según una forma preexis-
tente o una imagen y se convirtió en expresión técnica fundamental en la teoría de la
educación. Desde el neohumanismo alemán del siglo XVIII (Runge Peña, 2005), hasta
el pensamiento de O. Willmann (1942) en el siglo XX, pasando por el pensamiento
de Humbolt, de Herder, de Goethe y de Kerschensteiner (Hernández Díaz, 2009), que
tuvo especial influencia en la deriva de formación a formación profesional, se asume
que los rasgos que configuran un ideal de formación son los siguientes: 1) dimensión
intelectual, 2) profundización en los temas, 3) arraigo en lo fundamental tradicional
sin abandonar la innovación, 4) comprensión del mundo y de sí mismo, 5) punto de
equilibrio entre cultura liberal y labor técnica especializada, 6) sentido integral de la
formación que afecta a la vida entera del individuo y 7) presupuestos éticos vinculados
a la dignidad del hombre y a la grandeza de miras (Willmann, 1942, pp. 317-321).
Si hubiera que buscar la distinción entre formación y educación habría que volver a
lo que hemos dicho anteriormente respecto del criterio moral, bajo la idea de que la for-
mación es lo que da al hombre comprensión de sí mismo y del mundo y la educación es
la que configura el carácter de persona desde el punto de vista de la elección, de la deci-
sión y de los sentimientos en torno a sus propios proyectos, o también cabría enfatizar la
diferencia reservando para la formación la orientación hacia la vida cultural, mientras
que la educación apuntaría a la acción sobre la propia vida (Menze, 1981. pp. 269ss).
Otro matiz distintivo entre educación y formación vincularía el significado formación al
sentido humanístico, haciendo hincapié en la polémica entre las dos culturas respecto
del estatuto y las relaciones entre los distintos saberes humanos (Ibáñez-Martín, 1977,
caps. 5 y 6; Snow, 1969; Touriñán (Dir.), 2010). Pero cuando se mantiene la sinonimia
en el nivel superior, esa pretensión de distinción desaparece, porque el sentido superior
de formación es el que corresponde a formación humanística:
“Diríamos que formación en su superior sentido —y aunando las exigencias de
formación como tarea y como rendimiento— es aquella transmisión (o adquisición) de
conocimientos enlazados con las dimensiones de la vida propiamente humana y provis-
tos de una jerarquía interna, que se realiza con el esfuerzo que sea necesario, de (…/…)
modo tal que incite no a un conformismo automático, sino a una posición personal
libre, que pueda ser principio, sin violencia, de algo original, de modo que se consígala
plenitud humana. Ahora bien, como no siempre se utiliza la palabra formación en su
sentido superior, cuando se desea significar tal sentido se suele hacer uso de un adjetivo
y así se habla de formación humanística” (Ibáñez-Martín, 1977, pp. 32-33).
Para el profesor Esteve en los procesos de formación se tienen que cumplir dos
condiciones: 1) el aprendizaje ha desarrollado en la persona que aprende esquemas
De la etimología al significado. Dónde está la educación 49
conceptuales propios que se han interiorizado y que se aplican a la hora de actuar, uti-
lizando los razonamientos y los principios científicos o técnicos aplicables a esa acción;
2) el formado comprende la importancia de lo aprendido y ha desarrollado algún tipo
de esquema conceptual propio, de manera tal que organiza su información en torno a
dicho esquema para encontrar soluciones al afrontar situaciones nuevas porque aplica
en ellas los esquemas conceptuales que ha aprendido (Esteve, 2010, p. 48)
La formación es más que instrucción y que mera información. El alumno formado
ha adquirido una forma de investigar la realidad, una forma de valorar críticamente lo
aprendido o una forma de disfrutar con ello desarrollando en cada caso ideas propias
sobre la información que posee, sobre su valor objetivo para entender la realidad y sobre
las satisfacciones que se pueden esperar del aprendizaje realizado (Esteve, 2010, p. 51).
No es extraño pues que se postule la sinonimia entre formación y educación en sus
niveles superiores de expresión. Y de no ser ese el caso, la única diferencia, atendiendo
al uso común, estaría, como hemos dicho, en la vinculación de los valores morales a
la educación, pues siempre se da la posibilidad en el lenguaje común de afirmar que
ciertos modelos de formación pueden conducir a la persona que aprende a situaciones
o estados no deseables (pudiera ser que haya recibido la mejor formación para ser fal-
sificador de cuadros). Ahora bien, después de lo que llevamos dicho, es obvio que esa
objeción no anula la sinonimia en los niveles superiores, porque en el ejemplo estamos
hablando de “formación especializada para” (falsificar cuadros) y no de formación en
sentido pleno y general. Si se mantiene la sinonimia en los niveles superiores, debería-
mos corregir la frase sustituyendo la palabra formación por preparación o instrucción
o adiestramiento, para evitar la pérdida de significado del concepto formación en el
nivel superior, que implica valores morales. De este modo se entendería la frase sin
tener que mermar el significado superior de formación: “ha recibido la mejor prepara-
ción, entrenamiento, instrucción o enseñanza para ser falsificador de cuadros”. Y si no
se corrige la frase, habría que admitir que estamos usando la palabra formación en uno
de los sentidos particulares de su significado (como formación especializada, técnica)
“recibió la mejor formación (técnica, especializada) para ser falsificador de cuadros”, que no
anula la sinonimia en el nivel superior de formación en sentido pleno.
1.7.1.5. Criterios de contenido, forma, uso formativo y equilibrio
De manera sintética los criterios vinculados al uso del lenguaje común se agrupan en
cuatro apartados (Esteve, 2010, pp. 21-28):
a) Algo es educación, porque obedece a un criterio de contenido: no calificamos de
educativos a aquellos procesos en los que aprendemos algo que va en contra de los
valores morales, y esto quiere decir que solo calificamos de educativo el aprendizaje
de contenidos moralmente irreprochables. Defender algo como educativo, implica
un juicio moral sobre el contenido que se utiliza. Si no se logra esto, estamos sim-
plemente en proceso de comunicación, de enseñanza y de aprendizaje.
b) Algo es educación, porque obedece a un criterio de forma: no consideramos edu-
cativo actuar sobre un educando sin que se respete su libertad o su dignidad como
persona. El proceso educativo debe respetar la dignidad y la libertad del educando,
50 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Por consiguiente, cuando hablamos del cambio de estado que tiene lugar o acaece
a un sujeto o cosa en una ocasión, hablamos de sucesos, eventos o acontecimientos, y,
cuando hablamos del cambio de estado que un sujeto hace que tenga lugar o acaezca,
hablamos de acciones.
1.7.2.1 Intervención educativa y actividad común interna y externa
La intervención educativa es la acción intencional para la realización y el logro del
desarrollo integral del educando (Touriñán, 1997c). La intervención educativa tiene
carácter teleológico: existe un sujeto agente (educando-educador) existe el lenguaje
propositivo (se realiza una acción para lograr algo), se actúa en orden a lograr un
acontecimiento futuro (la meta) y los acontecimientos se vinculan intencionalmente,
contando con los medios que podamos disponer. La intervención educativa exige res-
petar la condición de agente en el educando. La acción (cambio de estado que un sujeto
hace que acaezca) del educador debe dar lugar a una acción del educando y no sólo a
un acontecimiento (cambios de estado que acaecen a un sujeto en una ocasión)
Si no dejamos de tener en mente las precisiones que son propias del conocimiento
especializado para la función pedagógica, podemos decir sin equivocarnos que no
todo tipo de intervención educativa requiere el mismo nivel de competencia técnica:
un padre educa; un sujeto puede autoeducarse; existen procesos de educación infor-
mal (Touriñán, 1996). En todos estos procesos se alcanzan resultados educativos, pero
es muy probable que la competencia técnica (pedagógica) no tenga en estos casos el
nivel necesario para controlar el proceso o decidir acerca de mejores formas de inter-
vención. Intención educativa e intención pedagógica no se identifican necesariamente
(Touriñán, 1987a).
De acuerdo con esa distinción, puede decirse que la realización de una acción edu-
cativa no exige más nivel especializado de competencia técnica que el requerido para
hacer efectiva la meta propuesta; esto quiere decir que existen muy diversas acciones
educativas que no pueden ser resueltas sin competencia técnica.
Acto, acción, actividad, evento, estado, son palabras que se encuentran relacionadas.
El Diccionario de la Lengua Española nos dice que actividad significa facultad de obrar
y producir un efecto; conjunto de operaciones o tareas propias de una persona o en-
tidad; estado de actuar, que se está en acción. Asimismo, nos dice que acto quiere
decir el hecho concreto de la acción. Y con respecto a la palabra acción nos dice que,
entre otras cosas, puede significar, ejercicio de una potencia, operación o impresión de
cualquier agente en el paciente, ejercicio de la facultad de hacer alguna cosa.
De la simple consulta al Diccionario (DRAE, 2013), se desprende que los tres térmi-
nos se relacionan con educación. En efecto, en toda obra u operación —y la educación
es una obra— se da una facultad de obrar (actividad), el ejercicio de la potencia (acción)
y el hecho concreto de hacer (acto). Dicho de otro modo: se desprende que los tres
términos se relacionan con educación porque la educación es un acto con resultado
específico; asimismo, la educación es actividad, un conjunto de operaciones o tareas
específicas —no por otra cosa sino por esto hablamos de actividades educativas—;
y, además, la educación es acción, es una determinada operación o impresión, una
influencia y efecto específico de un agente (educador) sobre otro (educando).
52 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Parecería, por tanto, que, de acuerdo con el lenguaje común, la razón de la prefe-
rencia por uno de los tres términos estribaría en la intención de resaltar uno u otro
aspecto —acto concreto, actividades específicas o influencia que se ejerce— del desa-
rrollo de la obra educativa. Ahora bien, frente a esa inferencia desde el lenguaje común
hemos de reconocer que, cuando hablamos de la actividad, no queremos destacar el
aspecto de las tareas específicas, ni el de resultados, ni el de función docente. Hablar
de la actividad en educación supone reconocerla como principio, es decir, que en la
actividad hay un carácter especial que debe estar presente del mismo modo en los
resultados, en las tareas específicas y en la función del educador. Para la pedagogía
activa, este carácter consiste en la necesidad de tener presente tanto en las tareas edu-
cativas, como en los resultados, como en la función docente, que el educando no es
un mero paciente de la acción del educador, sino también agente de los efectos que en
sí mismo se producen (Wright, 1979, p. 54; Mosterín, 1978, p. 143; Ferrater, 1979, p.
88; Ferrater, 1980, p. 2702).
La importancia de la actividad es un hecho innegable en la pedagogía contempo-
ránea. Si hubiera que resumir con una sola frase la pedagogía contemporánea, al me-
nos en su ideal más claro y universalmente formulado, posiblemente tendríamos que
considerar la nueva frontera educativa como la pedagogía de la actividad. Un somero
repaso de las obras de Rousseau (1762), Montessori (1937), Dewey (1929), Decroly
(1929), Freinet (1978), Ferrer (1912), Piaget (1977) y Luzuriaga (1968), y los demás
clásicos del activismo pedagógico y la Nueva educación, nos pone en situación de ob-
servar, desde una perspectiva diacrónica, las matizaciones que la palabra actividad ha
ido manifestando en su significación educativa (Marín Ibáñez, 1973, p. 94; Mialaret,
1979, p. 119; Chateau, 1956; Piaget e Inhelder, 1972; Palacios, 1979; Carbonell y otros,
2000; Trilla, 2001).
A poco que reflexionemos nos damos cuenta de dos usos básicos de ‘acción’: se dice
“acción del viento” y se dice “acción de Bruto”. La primera acción puede ser explicada
a través de relaciones causales, mientras que la segunda implica, además de relaciones
causales, relaciones motivacionales que requieren la justificación de razones e inten-
ciones. Es a este segundo tipo de acción y no a otro al que se refiere la Pedagogía activa,
es decir, a la acción humana voluntaria y consciente. En este sentido, ‘acción’ hace
referencia a su significado etimológico más puro. Como dice Mosterín,
“el latín distingue el agere y el facere. En castellano se ha perdido la diferencia,
desapareciendo el verbo agere y traspasando su contenido semántico al sucesor de fa-
cere, al verbo "hacer". Sin embargo, el sustantivo latino actio, derivado de agere, se ha
mantenido, dando lugar al sustantivo castellano ‘acción’. Así, incluso etimológicamente,
‘acción’ sólo arrastra la carga semántica de agere (...) Todo lo que hacemos forma parte
de nuestra conducta, pero no todo lo que hacemos constituye una acción” (Mosterín,
1978, pp. 141-42).
Por último, hemos de decir que la investigación actual distingue entre acciones
ejecutadas para obtener un resultado y acciones cuyo resultado es la propia acción.
Así, por ejemplo, la acción de resolver un problema tiene por resultado algo “externo”
a la acción: obtener una solución. Es decir, no puede ejecutar la acción de resolver el
De la etimología al significado. Dónde está la educación 53
problema y tenerlo resuelto. Sin embargo, no puedo sentir sin estar sintiendo, pensar
sin estar pensando, proyectar sin estar proyectando, etc. Las primeras son actividades
externas y las segundas son actividades internas.
Desde la perspectiva de la actividad interna podemos decir que la actividad es
principio de la educación, porque nadie se educa sin estar pensando, sintiendo,
queriendo, etc. Y desde el punto de vista de la actividad externa podemos decir que
hacemos muchas actividades cuya finalidad es ‘educar’.
En educación realizamos muchas acciones con el objeto de influir en el educan-
do y lograr el resultado educativo y todas esas acciones, que tienen que respetar la
condición de agente del educando, buscan provocar la actividad del educando. En su
uso más común, ‘actividad’ se entiende como estado de actividad, es actividad-estado:
la actividad es el estado en que se encuentra cualquier persona animal o cosa que se
mueve, trabaja o ejecuta una acción en el momento en que lo está haciendo (decimos:
este niño está pensando). Este uso hace referencia también a la capacidad que tenemos
de acción en esa actividad y por eso decimos este niño ha perdido actividad (ahora
piensa menos, ha dado un bajón). Por ser el uso más común del término ‘actividad’
como estado y capacidad, lo denominamos actividad común. Nosotros, desde ahora, ha-
blaremos respecto de la educación, de actividad común (actividad estado y capacidad)
interna y externa.
Hacer una taxonomía de las actividades es realmente arduo, pero, desde el punto
de vista del agente educando, todos convenimos en que cuando nos educamos, sea
auto o heteroeducación, nuestra condición humana nos permite realizar las siguientes
actividades comunes internas: pensar, sentir afectivamente (tener sentimientos), querer
objetos o sujetos de cualquier condición, operar (elegir-hacer cosas procesando medios
y fines), proyectar (decidir-actuar sobre la realidad interna y externa orientándose) y
crear (construir algo desde algo, no desde la nada, simbolizando la notación de signos:
darse cuenta de algo —notar— y darle significado —significar—, construyendo símbo-
los de nuestra cultura). También convenimos en que, cuando nos educamos, nuestra
condición humana nos permite realizar las siguientes actividades comunes externas:
juego, trabajo, estudio, profesión, investigación y relación (de amigo, familiar, de pareja,
social, etc.).
Cada una de estas categorías de actividad es, a su vez, susceptible de especifica-
ciones, pero en conjunto dan cuenta de la actividad humana con rigor lógico. Desde
la perspectiva del lenguaje común, de un padre no experto en educación, nos damos
cuenta de que influimos en el educando propiciando actividades comunes internas y
externas para educar. A la hora de estudiar, hacemos que lean (en ambos casos, traba-
jan), pero educar no es estudiar y leer. A la hora de jugar, buscamos la oportunidad de
adquirir hábitos y que se diviertan, pero jugar no es sin más educar y, por si eso fuera
poco, además, podemos divertirnos con cosas reprochables y podemos generar hábitos
indeseables; y así sucesivamente con cada actividad que hayamos seleccionado: las
actividades no son la educación, pero en la educación hacemos actividades comunes y
actividades especificadas.
54 Dónde está la educación J.M. Touriñán
2004b, 2001 y 2008; Touriñán (Dir.), 2010). Y si bien es bastante frecuente restrin-
gir el uso del adiestramiento al comportamiento animal, nada justifica con rigor
lógico esa demarcación.
Comunicar es un proceso simbólico físico, cuya finalidad es elicitar el significado a
que apunta el comunicador. Sea verbal o no verbal, la comunicación se define por
la relación en la que se transmite algo para que otro lo elicite (Stewart, 1973). Yo
puedo transmitir sin interacción con otro, pero no es posible la comunicación sin
tener en cuenta que va dirigida a otro (Berlo, 1979; Luft, 1976). Comunicar no es
solo transmitir.
Enseñar es un verbo que expresa tarea y rendimiento y que no supone necesaria-
mente éxito, como ya hemos visto. Enseñar es mostrar algo por medio de signo
y hacer conocer una cosa a alguien por medio de método, sea esa cosa de índole
teórica o práctica. Enseñar es ordenar los elementos que intervienen en el proce-
so de hacer conocer para un tiempo y espacio dados, de manera que profesor y
alumno sepan qué cambios se quieren conseguir, cómo se van consiguiendo y qué
habría que hacer en caso de no conseguirse. Aunque frecuentemente se vincula la
definición de enseñanza a la de aprendizaje, como ya hemos criticado en el epígrafe
5, enseñar es una tarea y un proceso con significación propia en el ámbito de la
educación y la frecuencia de uso conjunto entre enseñar y aprender, no justifica
la necesidad lógica de subalternar o subsumir un concepto en el otro (Touriñán,
1987a). Enseñar no es aprender y hacer conocer no es sólo aprender, si bien, en la
tarea de enseñar se integran la lógica del conocimiento y la lógica del aprendizaje
sin agotar con ambas su significado.
Como podemos comprobar, cada uno de estos conceptos tiene significado propio
y, atendiendo a los criterios de uso común del término ‘educación’ que hemos estable-
cido, unos tienen y otros no tienen cabida vinculados a procesos educativos, es decir
estamos legitimados para usarlos o no en educación, en la misma medida que cumplan los
criterios de uso común del término y preserven la finalidad de educar (por ejemplo, hay un
uso pedagógico del premio y hay un uso reprobable del premio, pero incluso puedo
hacer un uso educativo de esa influencia reprobable, poniéndola como ejemplo para
desenmascarar los efectos perversos del uso no pedagógico en el proceso de toma de
decisiones y en la capacidad de comprometerse de los educandos). Y esto que acabo
de decir, no es nada nuevo, es la manifestación elemental de la validez técnica: la
Pedagogía es conocimiento de la educación y este es válido si sirve para explicar y
comprender, interpretar y transformar, cualesquiera estados de cosas, acontecimientos
y acciones educativas; o lo que es lo mismo, que la Pedagogía es conocimiento de la
educación y este es válido, si sirve para educar (Touriñán, 2011a).
1.7.2.3. Redes nomológicas y mapas conceptuales
Podemos establecer redes nomológicas con los términos que corresponden a las tareas
que hacemos para educar (Esteve, 1979). Las redes nomológicas son el entramado de
criterios o normas lógicas que rigen los usos de los términos incluidos en el lenguaje
teórico de un ámbito, distinguiéndolos. De este modo se redefine el contenido de los
58 Dónde está la educación J.M. Touriñán
términos teóricos en función del lugar que ocupan como miembros del conjunto en el
que se aplican y usan.
Lo cierto es que los análisis lingüísticos no anulan la importancia de buscar el
significado real por medio de las definiciones que hemos establecido en el epígrafe
6. El propio análisis lingüístico, al relacionar los términos con otros en la red nos
exige entrar en definiciones reales, para saber qué rasgos pertenecen a cada cosa o
acción con rigor de concepto (pertinencia, relevancia, extensión, intensidad, que ya
hemos analizado).
Se trata de llegar al significado para saber que es una cosa en el sentido de discer-
nir, definir y entender. Se trata en definitiva de saber cuál es su alcance teórico y cuál
es su justificación en un programa de acción. Para conseguir esto, definimos y además
de hacer redes nomológicas que representan el campo semántico de una palabra, aten-
diendo a sus relaciones de uso, podemos generar mapas conceptuales:
“Los mapas conceptuales son herramientas de representación de los marcos con-
ceptuales-proposicionales y de significado que se poseen para un concepto o grupo de
conceptos. Si alguien pudiera dibujar todos los mapas conceptuales posibles en que un
concepto determinado se relaciona con otros en todos los contextos posibles, dispon-
dríamos de una buena representación del significado que dicho concepto posee para
esa persona. Evidentemente, esto es imposible. En realidad nadie conoce el significado
potencial completo de los conceptos que tenemos, porque un contexto nuevo o una
nueva proposición relacionada podrían producir significados que no se nos habían
ocurrido antes. Prácticamente, todo aquel que prepara un mapa conceptual sobre un
campo de conocimiento que posee descubre que conoce proposiciones en las que nunca
había pensado, así como que algunos conceptos son mucho más ambiguos de lo que
había imaginado. La construcción de mapas conceptuales es muy reveladora, tanto para
el profesor como para el alumno, de los marcos de conocimiento que poseen” (Novack,
1998, p.63).
Después de lo que llevamos dicho, es obligado que pensemos en la actividad edu-
cativa como una forma de interacción singular y distinta, cuyo significado no depende
de que la asociemos a términos avalados desde otros campos disciplinares. Hay ra-
zones para afirmar que educar no es aprender o enseñar, o convivir, o comunicar, o
cuidar, o instruir, o entrenar, aunque mediante cada una de esas actividades se puede
educar. Por descontado que manipular, adoctrinar y coaccionar tampoco es educar.
Los criterios de uso común dejan fuera del significado de educación esos conceptos,
por mucho que puedan ser usados por algunas personas en el contexto educativo con
fines espurios o con convicción maquiavélica de que el fin justifica los medios.
1.7.2.4. El concepto de Educación se vincula a criterio de finalidad en
las actividades
En el ámbito del conocimiento de la educación y desde la perspectiva de la actividad,
se puede mantener que las actividades que realizamos no son las que determinan el signifi-
cado real. Las mismas actividades que realizamos para educar se realizan para otras muchas
cosas, de manera que las actividades no identifican la acción educativa. En la educación se
De la etimología al significado. Dónde está la educación 59
enseña, se convive, se comunica y se cuida, pero educar no es cada una de esas cosas
por separado, ni todas juntas:
Cualquier tipo de influencia no es educación, porque, en caso contrario, influir
en una persona para que deje de hacer lo que tiene que hacer para educarse, sería
también educación.
El hecho de que cualquier tipo de influencia no sea educación, no anula ni in-
valida la posibilidad de transformar cualquier tipo de influencia en un proceso
educativo. Nada impide lógicamente que el educando, por sí mismo y a partir de
la experiencia que otros le comunican (proceso de autoeducación), o por medio
de las experiencias que otros le comunican (procesos de heteroeducación), pueda
analizar con criterio fundado en el conocimiento de la educación esa influencia
negativa y transformarla en un proceso de influencia educativa. No es educativa la
manipulación o transmitir como verdadero un conocimiento de un área cultural
que la investigación teórica del área prueba como falso. Sin embargo, sí es educati-
vo desenmascarar la manipulación y utilizar un conocimiento falso para probar su
error y ejercitar las destrezas de uso de los criterios teóricos de prueba.
El hecho de que cualquier tipo de influencia no sea educación, pero pueda transfor-
marse en un proceso de influencia educativa, no anula ni invalida la posibilidad de
obtener resultados educativos por medio de procesos de influencia no orientados
exclusivamente a finalidades educativas (procesos informales).
Distinguir cualquier otro tipo de influencia e influencias educativas; distinguir
procesos educativos de usos no educativos de los procesos; distinguir relación educa-
tiva de la interacción instrumentalizadora de los agentes que nos lleva a coaccionar,
manipular, adoctrinar, por hacer referencia a usos instrumentalizadores frecuentes,
exige la valoración pedagógica de diversos modos de conducta, atendiendo al criterio
de finalidad. Convivir no es educar, porque hay convivencias que no se especifican
y cualifican como educativas. Comunicar no es educar, porque la comunicación es
siempre un proceso simbólico-físico cuya finalidad es elicitar el mensaje a que apunta
el hablante y el hablante no apunta siempre a la educación. Conocer un área cultural
no es enseñar, porque el conocimiento puede estar separado de la acción y enseñar no
es educar, porque podemos afirmar que hay enseñanzas que no educan, etc.
Llegados a este punto, podemos decir que la actividad educativa es “educativa”,
porque tiene la finalidad de educar y ajusta el significado a los criterios de uso común
del término, igual que cualquier otro ente que se defina y sea comprensible. Atendien-
do a lo que hemos desarrollado en este capítulo se entiende que, desde una perspectiva
descriptiva o expositiva que tenga presente las actividades enunciadas anteriormente,
la finalidad de la educación, es que el educando adquiera conocimientos, actitudes y
destrezas-habilidades-hábitos que lo capacitan, desde cada actividad interna (pensar,
sentir, querer, operar, proyectar y crear) y externa (juego, trabajo, estudio, profesión,
investigación y relación), para decidir y realizar sus proyectos, dando respuesta de
acuerdo con las oportunidades a las exigencias que se plantean en cada situación.
Desde la perspectiva de la finalidad, la educación es valor, porque la finalidad es
un valor que se elige. Como valor, el objetivo fundamental de la educación, como tarea,
60 Dónde está la educación J.M. Touriñán
ambiente (…) Todo esfuerzo intelectual que lo sea en rigor —y la educación lo es— nos
aleja solitarios de la costa común, y por rutas recónditas que precisamente descubre
nuestro esfuerzo nos conducen a lugares repuestos, nos sitúa sobre pensamientos insó-
litos. Son estos el resultado de nuestra meditación. (…) El anuncio se reduce a anticipar
estos resultados, extirpándoles previamente la vía al cabo de la cual fueron descubiertos.
(…) Un pensamiento separado de la ruta mental que a él lleva, isleño y abrupto, es una
abstracción en el peor sentido de la palabra “(Ortega y Gasset, 1972, p.1).
La metáfora, desde su función simbólica de carácter analógico, no aporta ningún
avance al significado del término educación, tan solo superpone a la idea de finalidad,
la calificación del contenido de la metáfora, es decir, algo es educación, porque cumple
la finalidad y además siempre es guiadora, anticipadora, reproductora, etcétera, según
lo que diga la metáfora.
1.7.3.3. La función simbólica de la metáfora no es una conexión lógica,
de necesidad
Por el criterio de uso común del término y por el criterio de finalidad se identifican
como educación determinadas tareas y se distinguen de lo que no es educación. La
metáfora no añade nada que haga que el término educación sea más educación, es decir
que mejore sus rasgos o las propiedades que le dan el significado. Incluso en el supues-
to erróneo de que aceptemos el contenido de la metáfora y digamos, por ejemplo, “que
la educación es coacción”, estaríamos afirmando erróneamente que toda educación es
coacción, aunque puede haber otras acciones coactivas que no son educación.
Decir que educación es coacción, no es aceptable, incluso si usamos el término en
el sentido de la física “co-acción” (acción de uno sobre otro), porque existe también
la autoeducación. Y más aun, ni siquiera podemos decir que es correcto afirmar que
toda heteroeducación es coacción, porque, aunque esta es acción de uno sobre otro, la
heteroeducación, como acción educativa de uno sobre otro, no es matoneo, extorsión,
abuso, o sea, “coacción intimidatoria”, sentido pedagógica y moralmente reprobable
del término, que no se corresponde con el significado del término ‘educación’ y que,
ya, en algunos casos es, legalmente, constitutivo de delito.
La educación no es coacción intimidatoria y ni siquiera es coacción, como acción de
uno sobre otro, porque también hay autoeducación. El simbolismo metafórico se con-
vierte en esfera delimitadora del concepto, pero no le añade más significado, porque no
va más allá, ni puede anular el criterio de finalidad y los criterios establecidos desde el
uso del lenguaje común, si bien, dicho sea de paso, los contradice.
En efecto, si le damos el sentido relación lógica a la relación simbólica entre la
metáfora y la cosa definida, atribuimos condición de necesidad a esa relación, de ma-
nera que nada es educación, si no es reproductora, si no es moldeadora, iluminadora,
etcétera, según lo que diga la metáfora. Esta forma de razonamiento analógico que
convierte la relación simbólica en relación lógica ha sido usada frecuentemente en
los debates respecto de la relación lengua y nacionalismo. Se establece culturalmente
la relación entre lengua y nación y luego se eleva a la categoría lógica, de manera
que en el pensamiento no hay nación sin lengua y no hay lengua sin nación, cuando
en la realidad existen comunidades lingüísticas mucho más amplias que el territorio
De la etimología al significado. Dónde está la educación 65
nacional (inglés, por ejemplo) y comunidades nacionales que tienen varias lenguas
(por ejemplo Suiza). Se actúa convirtiendo una conexión empírica entre dos cosas en
relación conceptual de necesidad lógica.
Esto mismo se hace en relación con los conceptos de violencia y convivencia, de
manera tal que se establece entre ellos una relación inversa, como si tuvieran las mis-
mas causas pero en sentido inverso, de tal manera que siempre sea verdad que, más
violencia, es igual a menos convivencia y que, más convivencia, es igual a menos
violencia, cuando, por el contrario, la evidencia real confirma que se da gran violencia
en grupos de sólida convivencia. Todos tenemos experiencia de comportamientos
violentos entre dos grupos de amigos enfrentados en una discoteca, entre dos familias
enfrentadas por una herencia, en sucesos de enfrentamiento entre grupos fundamen-
talistas religiosos, étnicos, políticos, pandilleros, etcétera, o entre grupos de “hinchas”
enfrentados en eventos deportivos. En todos estos casos se detecta que hay convivencia
dentro del grupo y fuerte solidaridad entre los miembros del mismo, motivada por el
sentido de pertenencia al grupo o por las metas que comparten. Hay convivencia pero
hay, además, violencia. Efectivamente hay convivencia en el grupo que se manifiesta
violentamente y hay fuerte sentido de solidaridad entre los miembros del mismo. Pero
esa solidaridad no implica igualdad, ni valor compartido extragrupo, por eso hay fuer-
te convivencia y fuerte violencia en esos casos.
En todos estos casos transformamos una conexión empírica (la relación simbólica
entre la metáfora y la cosa definida) en una conexión conceptual (la cosa no es lo que
es sin la relación simbólica). Pero ni la existencia de casos concretos de una relación
entre la cosa definida y la metáfora, ni su frecuencia, hacen conceptual a una conexión
empírica (que haya casos en que los solteros son egoístas, no significa que ser soltero
signifique ser egoísta o que ser egoístas sea ser soltero, o que una vez casado dejará de
serlo). Todos tenemos pruebas de este tipo de conexión empírica y evidencias de la no
conexión conceptual entre términos y es absolutamente necesario no atribuir a una
relación simbólica, que nace de conexiones empíricas, el carácter de conexión concep-
tual (que haya casos en los que la educación pueda simbolizarse como reproducción,
no significa que reproducir sea educar y que educar sea reproducir).
El análisis de las actividades nos ayuda a precisar más: no sólo discernimos (co-
nocemos su aspecto y configuración), sino que avanzamos hacia la definición de los
rasgos propios de educación. Además de saber que algo es educación, hace falta poder
decir qué es educación. Hay que saber lo que es una cosa a diferencia de otra que ‘es’
también. Pero el análisis de las actividades nos permite afirmar que las actividades que
realizamos en educación no son las que determinan el significado real. Las mismas
actividades que realizamos para educar se realizan para otras muchas tareas. Tenemos
criterios de uso del término que nos permiten discernir, pero solo alcanzamos el es-
pacio de la definición real, si nos adentramos en los rasgos que caracterizan la cosa a
definir. El camino de la definición real se inicia en el análisis de las actividades que nos
permite preservar la finalidad.
Desde el punto de vista de la definición nominal y de la finalidad, vinculada a las
actividades, ‘educar’ es, básicamente, adquisición en el proceso de intervención de
un conjunto de conductas que capacitan al educando para decidir y realizar su pro-
yecto personal de vida y construirse a sí mismos, utilizando la experiencia axiológica
para dar respuesta, de acuerdo con la oportunidades, a las exigencias que se plantean
en cada situación; se trata de que el educando adquiera conocimientos, actitudes y
destrezas-habilidades-hábitos que lo capacitan, desde cada actividad interna (pensar,
sentir, querer, operar, proyectar y crear) y externa (juego, trabajo, estudio, profesión,
investigación y relación), para decidir y realizar sus proyectos, dando respuesta de
acuerdo con las oportunidades a las exigencias que se plantean en cada situación.
Distinguir cualquier otro tipo de influencia e influencias educativas; distinguir
procesos educativos de usos no educativos de los procesos; distinguir relación educa-
tiva de la interacción instrumentalizadora de los agentes que nos lleva a coaccionar,
manipular, adoctrinar, por hacer referencia a usos instrumentalizadores frecuentes,
exige la valoración pedagógica de diversos modos de conducta, atendiendo al criterio
de finalidad. Convivir no es educar, porque hay convivencias que no se especifican
y cualifican como educativas. Comunicar no es educar, porque la comunicación es
siempre un proceso simbólico-físico cuya finalidad es elicitar el mensaje a que apunta
el hablante y el hablante no apunta siempre a la educación. Conocer un área cultural
no es enseñar, porque el conocimiento puede estar separado de la acción y enseñar no
es educar, porque podemos afirmar que hay enseñanzas que no educan, etc.
Llegados a este punto, podemos decir que la actividad educativa es “educativa”,
porque tiene la finalidad de educar y ajusta el significado a los criterios de uso común
del término, igual que cualquier otro ente que se defina y sea comprensible. Los cri-
terios de uso común del término y los criterios vinculados a las actividades nos per-
miten discernir y vincular la definición a la finalidad: el concepto de educación queda
demarcado en la misma medida que se cumplan los criterios de uso común del término y se
preserve la finalidad de educar.
En el contexto de la educación, la práctica totalidad de las definiciones del término
se mueven entre la definición nominal, etimológica o sinonímica, y la vinculación a
la finalidad de los usos del término. Es una práctica frecuente definir partiendo de
las definiciones previas dadas por otros autores y extractar los rasgos que mejor se
De la etimología al significado. Dónde está la educación 67
ajustan a la posición particular del contexto que queremos defender, como si fueran
definiciones expositivas o descriptivas, en el sentido atribuido a esas definiciones en
epígrafes anteriores. En un reciente trabajo, el profesor R. Sáez ha recopilado diversas
definiciones de educación que se ajustan a esta forma de definir (Sáez, 2007).
Sin embargo, este modo de actuar, ha dado lugar, unas veces, a un excesivo forma-
lismo en el contexto de la definición, porque a fuerza de buscar los significados de uso
común, que sean aceptados de manera general, no se comprometen con las situaciones
concretas y se evita entrar en conflicto con los usos previos, en particular. En otras
ocasiones, dado que estas definiciones no tratan de conciliar o confrontar las doctrinas
de las múltiples corrientes en torno los diversos significados recopilados, sino que bus-
can destacar los rasgos que se consideran denotativos y configuradores del concepto, la
definición acaba con frecuencia en un despreocupado eclecticismo (Quintana, 1988, p.
51). Si educar es transformar la animalidad en humanidad, ¿cuántas maneras tenemos
de hacerlo?; si educar es dar al cuerpo y al alma toda la perfección de que son suscep-
tibles, ¿cómo las identificamos, discernimos, definimos, creamos o desarrollamos?;
si la educación es perfeccionamiento intencional de las capacidades específicamente
humanas, ¿son humanas todas las capacidades del hombre o hay algunas que son del
hombre y no son humanas y, por tanto no tienen que ver con la educación?
Tenemos que ir más allá de la definición nominal: además de discernir, conocer el
aspecto, hay que definir los rasgos propios de la educación y hay que llegar a entenderlos
en su funcionamiento. Y esto exige ir más allá del criterio de uso común del término y
del criterio de actividad como finalidad para entender los rasgos distintivos del carácter
de la educación y del sentido de la educación que cualifican y determinan en cada acto
educativo su significado realmente. Pero, lo cierto es que, una buena parte del pensa-
miento pedagógico, en lugar de seguir este camino, se ha inclinado, por costumbre, hacia
el pensamiento metafórico, compatible con el pensamiento pedagógico antinómico.
El paso de la definición nominal a la definición real exige descubrir los rasgos
propios de la educación y entenderlos en su funcionamiento. Hay que explicar cada
uno de los rasgos de la fisonomía de la cosa definida. Entonces, no solo discernimos
una cosa de su apariencia, lo que es de lo que no es, sino que, además, circunscribimos
con precisión los límites donde la educación empieza y termina, su perfil unitario,
porque saber qué es educación no es solo saber discernir, sino también saber definir y
entender el concepto.
Tenemos que llegar a la definición real, porque la verdad de cada cosa definible
se funda en el ser mismo de ella, en los rasgos que le son propios y la justifican como
tales, porque le confieren carácter y sentido, determinación y cualificación, frente a
cualquier otra cosa que es y tiene las propiedades que le pertenecen por necesidad
lógica. Entender no es solo ver el conjunto de rasgos que se ofrecen a quien contempla,
sino justificarlos como rasgos que previamente constituyen la cosa en cuestión; hay que
entender por qué esa cosa es así y no de otra manera. Al saber las cosas de esta suerte,
sabemos la necesidad de que sean como son, por tanto, por qué no son de otro modo.
Al definir rasgos y entenderlos, sabemos en sentido pleno: 1) demostramos la
necesidad lógica de unos caracteres o rasgos constitutivos, 2) razonamos teórica y
68 Dónde está la educación J.M. Touriñán
entramado conceptual con significado intrínseco a la educación: “Lo que debe hacer la
pedagogía es deliberar sobre sus propios conceptos y cultivar una reflexión independiente.
De esta forma llegaría a ser el centro de un círculo de investigaciones y no correría el
peligro de ser gobernada por un extranjero como lejana provincia conquistada” (Herbart,
1806, p. 8. La cursiva es mía).
En el debate pedagógico hablamos de educación con muy diversos adjetivos:
Desde la perspectiva de los agentes de la educación, hablamos de educación fami-
liar, privada, pública, concertada, cívica, masculina, femenina, etc.
Desde la perspectiva del proceso, hablamos de autoeducación, de heteroeducación
formal, no formal e informal, de acción educativa espontánea, de educación escolar
y para escolar, etc.
Desde la perspectiva del producto, hablamos de educación artística, física, religiosa,
ambiental, científico-técnica, físico-natural, literaria, socio-histórica, entre otras.
También hablamos, desde la perspectiva del producto, de educación socialista,
humanista, laica, anarquista, etcétera, según cuál sea el enfoque de pensamiento
que la sustenta. Y, además, también desde la perspectiva del producto, hablamos de
educación intelectual, afectiva, volitiva, operativa, moral, etc.
Desde la perspectiva de los medios, hablamos de educación plástica, rítmica y gestual,
lingüística, matemática, estética, audiovisual-virtual, gráfica, táctil, dinámica, etc.
Cada uno de estos cuatro modos de hablar, que no tienen carácter de exhausti-
vidad, reflejan, individualmente considerados, posibilidades distintas de abordar la
educación desde la perspectiva del conocimiento pedagógico. Pero, para poder afirmar
que son realmente educativas y educación, tenemos que preguntarnos:
Qué hacemos con todas las actividades para que se conviertan en educación.
Qué hacemos para que una actividad plástica y rítmica sea educativa.
Que hacemos para que un determinado contenido de área cultural sea transforma-
do de información en conocimiento y de conocimiento en educación.
Que hacemos para que, en unos casos, enseñemos un área cultural y, en otros
casos, eduquemos con el área cultural.
Que hacemos para transformar un área de experiencia cultural en un ámbito de
educación.
Qué hacemos para construir un ámbito educativo.
Tenemos que avanzar desde discernir, conocer el aspecto, a definir los rasgos pro-
pios de educación y a entenderlos en su funcionamiento, porque saber qué es educación
es discernir, definir y entender. Todas esas educaciones especificadas anteriormente, si
son algo, lo son porque, sustantivamente, son educación y eso quiere decir que tienen
en común los rasgos propios que determinan y cualifican una acción como educación
y se ejecuta como acción educativa concreta y programada de todos y cada uno de los
componentes estructurales de la intervención pedagógica.
Hay que darle a la pedagogía, el lugar que le corresponde en esta tarea. Y esto
significa que hay que entender los elementos estructurales de la intervención, la
construcción de ámbitos educativos y la educación de las dimensiones generales de
intervención, en tanto que manifestaciones de la acción educativa concreta.
70 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Competencia adecuada
de cada dimensión Capacidad específica de cada dimensión Disposición básica de cada
(talento, talante, tesón, (racionalidad, pasión-emocionalidad, dimensión (juicio-criterio,
temple, trayectoria volición-motivación, intencionalidad, templanza-compasión, fortaleza,
personal y tono vital moralidad, sensibilidad-espiritualidad) prudencia, justicia-conciencia,
creador) consciencia-notación)
EL LOGRO DE EDUCACIÓN:
Conocimientos, destrezas-habilidades, actitudes y hábitos adquiridos que
nos capacitan, desde el significado de la educación, para decidir y realizar
nuestros proyectos, dando respuesta de acuerdo con las oportunidades a las exigencias
que se plantean en cada situación
Conocimiento de la educación y
mentalidad pedagógica. Realidad y
normatividad frente a neutralidad
ÍNDICE DEL CAPÍTULO
2.1. Introducción
2.2. Principios de metodología de investigación y principios de
investigación pedagógica
2.2.1. Metodología, métodos de enseñanza y métodos de investigación
2.2.2. Principios de metodología de investigación
2.2.3. Principios de investigación pedagógica
2.2.4. Ámbito de realidad, ámbito de conocimiento y conocimiento
disciplinar del ámbito
2.3. Conocer, enseñar y educar son tareas diferentes
2.3.1. C onocer áreas culturales se distingue de enseñar áreas culturales y
de educar con áreas culturales
2.3.2. El conocimiento de áreas culturales no es el conocimiento de la educación
2.3.3. L a no distinción y la confusión tiene consecuencias negativas en la
competencia profesional
2.3.4. La distinción tiene efectos positivos en la identidad de los profesionales
de la educación, en la función pedagógica y en las finalidades
2.4. Modelos de evolución del conocimiento de la educación: la vinculación
paradigmática de las corrientes
2.4.1. Modelos Bibliométricos y Lingüísticos
2.4.2. Modelo Tradicional de Evolución del Conocimiento de la Educación
2.4.3. Modelo de Crecimiento del Conocimiento de la Educación
2.4.4. Corrientes del conocimiento de la educación
2.4.5. Derivación del conocimiento pedagógico y pluralidad de
investigaciones teóricas en las corrientes
2.4.6. Relación teoría-práctica en las corrientes del conocimiento de la educación
2.4.7. Generación de mentalidades pedagógicas y corrientes del
conocimiento de la educación
2.4.8. L os cuatro componentes estructurales de la mentalidad pedagógica
2.5. Realidad y normatividad frente a neutralidad. el conocimiento de la
educación y la no neutralidad del estudio científico de la educación
2.5.1. El neutralismo ingenuo no existe
2.5.2. El supuesto dogmático de la neutralidad no es el ciencismo
2.5.3. L a lógica interna de la neutralidad diferencia entre elección de la
actividad científ ica y neutralidad de la actividad científ ica
2.5.4. L a tesis de la neutralidad no es ciencismo, se postula como
neutralidad intrínseca del contenido de la ciencia
2.5.5. T ipos de neutralidad intrínseca en el estudio científ ico de la
educación y de neutralidad externa en la tarea educativa
2.5.6. Delimitación general de la tesis de la neutralidad
2.5.7. Tesis de la neutralidad intrínseca axiológica. Supuestos y crítica
2.5.8. Tesis de la neutralidad intrínseca técnica. Supuestos y crítica
2.5.9. Tesis de la neutralidad intrínseca moral de la investigación científ ica.
Supuestos, crítica y pérdida de signif icado
2.6. Consideraciones finales: realidad y normatividad son principios en la
intervención
2.1. INTRODUCCIÓN
En este capítulo, el objetivo es analizar diversas aportaciones que nos ayudan a com-
prender el papel de la metodología en la construcción del conocimiento de la educa-
ción. El objetivo, cuando se analiza el conocimiento de la educación, es establecer un
esquema de interpretación que nos permita, con criterio lógico, comprender la distinta
consideración que el conocimiento de la educación tiene o ha tenido, con fundamento
epistemológico. Lo que interesa especialmente es entender la propia transformación
de la metodología como instrumento de creación de conocimiento de la educación
y su progresiva adecuación al ámbito que estudia y cómo se justifica que ésa es la
investigación que debe hacerse del objeto de conocimiento ‘educación’, para que se
puedan generar principios de educación y de intervención pedagógica, que es a donde
se tiene que llegar con la investigación pedagógica.
El conocimiento de la educación ha crecido a través del tiempo. Se ha convertido
en un conocimiento especializado. Una parte de ese capítulo aborda la distinción entre
los conocimientos especializados de cada área cultural que se enseña y el conocimien-
to específico del estudio de la educación como objeto de conocimiento. Además, se
estudian diversos modelos de evolución del conocimiento de la educación, enfatizando
el interés y utilidad del modelo de crecimiento.
La educación es un ámbito de realidad susceptible de ser conocido de diversas
formas (racionalidad científico-tecnológica, racionalidad práxica —moral y política—,
racionalidad literaria y artística, etcétera), que tienen sus conceptos distintivos, sus
peculiares modos de prueba y su particular modo de respuesta a los niveles episte-
mológicos teoría, tecnología y práctica, dentro del marco de las corrientes de conoci-
miento de la educación. En el conocimiento de la educación se utilizan actualmente,
teorías filosóficas, teorías prácticas, investigaciones aplicadas, teorías sustantivas y
tecnologías específicas, pues se han generado ya términos propios con significación
intrínseca a educación. Cada corriente tiene una capacidad específica de resolver pro-
blemas de educación y de ajustarse al objeto ‘educación’, para obtener conocimiento
válido para explicar, comprender, transformar estados de cosas, acontecimientos y
acciones educativas.
Todos nos hacemos una representación mental de la acción desde la perspectiva
de la relación teoría-práctica, porque, en definitiva, lo que tratamos de obtener en
el conocimiento pedagógico es garantía de que tenemos capacidad de resolución de
problemas. Las corrientes del conocimiento de la educación consolidan disciplinas
a medida que sistematizan el conocimiento y focalizan la educación como ámbito de
realidad cognoscible, enseñable, investigable y realizable.
Conocer, enseñar y educar no son lo mismo y, desde la complejidad del objeto
‘educación’, la significación del conocimiento de la educación se postula como la con-
dición de referencia en la investigación pedagógica: si el conocimiento de la educación
no resuelve problemas de la acción educativa concreta, si lo que obtenemos no sirve
para educar, no es conocimiento pedagógico válido. Ese es el eje de la mentalidad
75
76 Dónde está la educación J.M. Touriñán
la de Fundamentos de Metodología, que tiene que ver directamente con el contenido del
libro que hemos publicado el año pasado (Touriñán y Sáez, 2012, cap. 8).
A lo largo de la historia del pensamiento existe una amplia gama de sistematiza-
ciones del saber y de las ciencias que proporcionan argumentos para considerar el
conocimiento de la educación como filosofía, como ciencia, como arte, como práctica,
como tecnología, como protociencia, como pseudociencia, como ideología, y un largo
etcétera de predicados. La preocupación que hoy tenemos por la educación como obje-
to de conocimiento no es una preocupación indirecta. Se ha dado un giro copernicano:
la cuestión no son los saberes que se transmiten en la educación, sino la educación
como objeto de conocimiento, tal como se puede comprobar en diversos libros de
profesores de nuestra universidad que marcaron el inicio de tendencia en los años
setenta del siglo pasado, bajo la idea de necesidad de una epistemología aplicada a la
educación que establezca la relación entre epistemología y Pedagogía (Touriñán y Sáez,
2012, cap. 6).
Lo paradójico del caso es que, a pesar de la multiplicidad de estudios, es una opi-
nión generalizada que carecemos, como pensadores de los fenómenos educativos, de
un conocimiento teórico apropiado para comprender y gobernar el campo de la edu-
cación. Sin negar nada de lo dicho, podemos decir que esa situación paradójica no es
prueba de la inutilidad de los esfuerzos por definir de modo preciso la educación como
objeto de conocimiento, sino efecto de la complejidad de esa tarea, por una parte, y
muestra de las dificultades intrínsecas y extrínsecas de la misma, por otra.
Elaborar una representación conceptual de la educación que explique los aconteci-
mientos educativos y elaborar las estrategias de intervención adecuadas para producir
cambios de estado educativos, exige actuar ateniéndose a unas condiciones especiales
que la metodología debe justificar en el ámbito disciplinar de competencia. La manera
de investigar se inscribe en el contorno específico de cada ciencia. La teoría dicta
en cada ciencia cómo debe realizarse la investigación. Y la investigación ha de estar
vinculada a una teoría, de manera que esta es una fase de aquella. A medida que las
ciencias avanzan y maduran, se interesan en general cada vez más por la teoría y, desde
determinado punto de vista, el grado de desarrollo de la mayoría de las ciencias puede
evaluarse por la medida en que se interesen por la teoría. Por eso es preciso avanzar
desde los fundamentos epistemológicos del conocimiento pedagógico para generar
una pedagogía de corte epistémico que va más allá de las epistemologías aplicadas.
He dedicado bastantes trabajos a esta cuestión (Touriñán, 1983a, 1987a, 1988, 1989,
2010 y 2012a; Touriñán y Rodríguez, 1993a; Touriñán y Sáez, 2006 y 2012).
“Si cada una de ellas (de las ciencias) es una ciencia no es porque imite a otra u
otras, sino porque su avance responde a las condiciones y a los presupuestos de la cien-
tificidad. Cada una de ellas es en sí misma su propio modelo, que define a medida que
desarrolla sus investigaciones, elabora sus conceptos y precisa su marcha. (...) Dicho
de otro modo, la constitución de cada ciencia depende de la solidez y validez de sus
resultados y no de las especulaciones apriorísticas de los epistemólogos. Cada ciencia
tiene su propio genio y progresa según las normas que le son propias en los límites
generales de la esencia de la ciencia” (Freund, 1975, pp. 154-155).
Cuando se intenta describir las propiedades que permiten caracterizar diferentes
modos de considerar la metodología de investigación. El objetivo no es la productivi-
dad en cada uno de esos modos; lo que preocupa, no es la cantidad de investigaciones
realizadas, sino, más bien, saber cómo es considerada la metodología en cada modo.
Interesa más el análisis del supuesto que permite entenderla, que la fecundidad de la
hipótesis, es decir, que los conceptos y precisiones terminológicas que se establecen
sucesivamente, una vez se ha aceptado la hipótesis. En definitiva, lo que interesa espe-
cialmente es entender la propia transformación de la metodología como instrumento
de creación de conocimiento de la educación y su progresiva adecuación al ámbito que
estudia y cómo se justifica que ésa es la investigación que debe hacerse del objeto de
conocimiento ‘educación’.
fundamentales: el objeto sobre el que versa y el sujeto que la elabora. Ello implica esta
verdad fundamental: el método de una disciplina debe ser congruente con la estructura
noética del objeto que investiga y adaptado a la contextura cognoscitiva del sujeto que
la recibe" (González Álvarez, 1947, p. 10). Esta afirmación nos confirma, por una parte,
que cualquier método no sirve para cualquier investigación y, por otra, la necesidad de
adaptarse a las condiciones bajo las cuales la verdad se nos ofrezca.
El principio de correspondencia objetual nos obliga a reparar en el hecho de que
la teoría dicta en cada ciencia cómo debe realizarse la investigación y, al mismo
tiempo, la investigación ha de estar vinculada a una teoría, donde esta es una fase
de aquella: "a medida que las ciencias avanzan y maduran, se interesan en general
cada vez más por la teoría y proporcionalmente (aunque no en forma absoluta)
menos por los acontecimientos manifiestos, directamente observables. En realidad,
el grado de desarrollo de la mayoría de las ciencias puede evaluarse por la medida
en que se interesen por la teoría" (Hayman, 1969, p. 19).
Principios de investigación
Principios de metodología pedagógica:
aplicada al conocimiento de la Objetividad del conocimiento de la
educación: educación
Apertura Complejidad objetual de ‘educación’
Prescriptividad Autonomía funcional
Pluralismo metodológico Complementariedad metodológica
Correspondencia objetual Significación del conocimiento de la
educación
Desde las últimas décadas del siglo XX, muy diversos autores han venido construyendo
un pensamiento que, sin dejar de dar al método y a la metodología la consideración que les
corresponde en la investigación, han ido apuntando las debilidades y fortalezas de las posi-
ciones encontradas en torno a lo cuantitativo y a lo cualitativo (sea experimental o no) en la
educación y estamos convencidos de que es posible encontrar en la polémica fundamentos
para la complementariedad metodológica desde la convergencia de la investigación en el
objeto ‘educación’ (Gowin, 1963; Touriñán, 2012a; Pérez Serrano, 2011).
Si pensamos en la educación y no en disciplinas hechas que estudien la educación
desde sus presupuestos disciplinares, la focalización metodológica en el propio objeto de
investigación (educación), que es complejo, nos lleva a la complementariedad metodoló-
gica como principio de investigación pedagógica; un principio que, no sólo es compatible
con la autonomía funcional y la dependencia disciplinar, sino también ajustado a la
complejidad del objeto de conocimiento ‘educación’ y relacionado directamente con la
significación del conocimiento de la educación, es decir, con la capacidad de resolución
de problemas que se le atribuye a ese desde la perspectiva de la relación teoría-práctica.
Hoy, cuando se habla de Metodología, ya se apunta específicamente a las caracte-
rísticas genéricas que la investigación tiene que cubrir o combinar en la creación de
métodos. En este camino, avanzar en el desarrollo teórico del objeto de investigación
‘educación’, nos exige desbrozar el problema de la educación como ámbito de reali-
dad cognoscible, enseñable, investigable y realizable. Se trata de construir ámbitos de
educación de manera comprensiva y relativa a un sujeto situado (educando) que elige,
se compromete, decide y siente las experiencias de valor que cualifican y determinan
sus proyectos de vida y la orientación formativa temporal de su condición humana
individual, social, histórica y de especie (Touriñán y Sáez, 2012, cap. 9). Así las cosas,
es mi opinión que el conocimiento de la educación, dentro de una visión integrada de
la Pedagogía como disciplina con autonomía funcional, está abocado, por desarrollo
de la metodología, hacia paradigmas críticos y de la complejidad, y, por evolución
del concepto de objetividad, hacia posturas comprensivas que integran los principios
generales de metodología de investigación y los principios básicos de investigación
pedagógica formulados.
triángulo, ni de la expresión literaria del carbono. Cada forma de conocimiento tiene sus
peculiares modos de prueba acerca de la verdad y validez de sus proposiciones.
La Teoría de la Educación, atendiendo a los diversos modos de entenderla en el
contexto de la investigación disciplinar, tiene un papel específico en la investigación
educativa y está fundamentada, epistemológicamente, por la forma de conocer y, onto-
lógicamente, por el ámbito o parcela del conocimiento de la educación que le incumbe.
La teoría fundamenta la intervención y hace a la educación susceptible, no sólo de
interpretación y transformación, sino también de estudio con sentido de autonomía
funcional, utilizando y desarrollando el ámbito de realidad que es la educación como
objeto y como meta de su quehacer (Touriñán, 2011a).
Es fundamental distinguir entre “ámbito de conocimiento” y “conocimiento del ámbito”,
entre Educación y Pedagogía, para saber de qué hablamos en cada caso, pues las Carre-
ras estudian el conocimiento del ámbito y las Facultades se definen por el conocimiento
del ámbito, no por el ámbito de conocimiento. Es posible parcelar el conocimiento de la
educación en disciplinas y es posible parcelar la educación en ámbitos. El crecimiento del
conocimiento de la educación puede generar nuevas disciplinas y nuevos ámbitos. En la
carrera de Pedagogía aprendemos a descubrir, inventar e innovar en educación como acti-
vidad, como ámbito de realidad y como ámbito de conocimiento, perfeccionando nuestro
conocimiento del ámbito. Las disciplinas tienen un lugar específico en este proceso.
Desde esta perspectiva de aproximación al problema, la investigación teórica del
campo de la educación tiene el reto de permanecer abierta, no sólo a las teorías inter-
pretativas y a las teorías prácticas, sino que, además, la investigación puede favorecer
el desarrollo de la teoría como nivel de análisis y como disciplina académica, bien sea
como investigación a cerca de la educación como ámbito de realidad, bien sea como inves-
tigación del conocimiento de la educación. Y esto afecta a la disciplina como disciplina a
enseñar, a investigar y de investigación; y por tanto, a los contenidos de los programas,
al concepto, a los modos de investigar y enseñar la disciplina y a los focos temáticos
de investigación que deben ser contemplados como retos epistemológicos desde las
directrices derivadas de las condiciones metodológicas (apertura, prescriptividad, co-
rrespondencia objetual y pluralidad metodológica) y de los principios de investigación
pedagógica (objetividad, complejidad objetual, autonomía funcional, complementarie-
dad metodológica y significación del conocimiento de la educación).
Desde mi punto de vista, el principio de complejidad objetual en la investigación
pedagógica, que hemos apuntado, nos obliga a no apartarnos de las condiciones que
marcan la complejidad. El objeto ‘educación’ requiere todos los tipos de estudios, con
las formas de conocimiento más adecuadas para ello, de manera tal que seamos capa-
ces de hacer frente, no sólo a la descripción, explicación, comprensión, interpretación
y transformación, de la educación, sino también a la generación de conceptos con
respeto a los principios de metodología y a los principios de investigación pedagógica,
para el uso, construcción y desarrollo del ámbito de realidad ‘educación’ que es el
objeto y la meta del quehacer pedagógico.
Los distintos modos de entender el conocimiento de la educación han generado
una diversidad necesaria de conocimientos teóricos de la educación, según el tipo
de problemas que se estén analizando. A veces necesitaremos teorías sustantivas de la
educación (para explicar y comprender la educación en conceptos propios); a veces
88 Dónde está la educación J.M. Touriñán
CONOCIMIENTO DE LA EDUCACIÓN
PLANES DE ESTUDIOS
Y CARRERAS
concreto, de manera tal que ese contenido cultural sea utilizado como instrumento
para desarrollar en cada educando el carácter y sentido propios del significado de
‘educación’. El conocimiento de la educación capacita al profesional de la educación,
por ejemplo, no sólo para establecer el valor educativo de un contenido cultural y
participar en el proceso de decidir su conversión en fin o meta de un determinado
nivel educativo, sino también para establecer programas de intervención ajustados
a hechos y decisiones pedagógicas que hagan efectiva la meta propuesta.
Cuando hablamos de la educación como objeto de conocimiento, es más apropiado
preguntarse por qué determinados conocimientos se constituyen en meta e instrumen-
to de la acción educativa, o por qué es educable la dimensión cognitiva del hombre. Y
así como de los conocimientos de cada área cultural podrían hablarnos según el caso
y con propiedad el historiador, el geógrafo, el matemático, el físico, etc., en tanto que
especialistas de cada una de esas áreas de conocimiento, no me cabe ninguna duda de
que responder adecuadamente a si tal o cual contenido histórico, matemático, físico,
etc., debe constituirse en el contenido de la acción educativa que realizamos con un
determinado sujeto, o a cómo cultivar su sentido crítico, exige interrogarse acerca de
la educación como objeto de conocimiento. En el primer supuesto, los conocimientos
‑la historia, la matemática, la física, etc.‑ son el objeto científico de estudio; en los
dos casos del segundo supuesto, la transmisión misma y la mejora de la capacidad
de conocer se convierten en objeto específico de la reflexión científica en forma de
Didáctica y de Pedagogía cognitiva, según el caso. Y así las cosas, el conocimiento
como objeto de educación exige la investigación de la educación, es decir, exige que
la educación se convierta en objeto de conocimiento, bien como Pedagogía cogniti-
va o bien como Didáctica, respectivamente, pero, además de responder a por qué se
produjo un determinado acontecimiento educativo y a cómo se puede lograr un de-
terminado acontecimiento educativo, hay que responder, también, a cómo se justifica
ese acontecimiento como acontecimiento educativo y esta es una cuestión que sólo se
responde desde el conocimiento que tenemos del fenómeno educativo, en tanto que se
construye como ámbito desde la Pedagogía. Esa es la pregunta desde la Pedagogía, no
por mejorar nuestro modo de conocer, ni por mejorar nuestro modo de enseñar, sino
la pregunta por la educación misma desde conceptos con significación intrínseca al
ámbito de conocimiento ‘educación’. Conocer un área cultural no es enseñar, porque,
como acabamos de ver, las competencias que se requieren en cada caso son distintas
y enseñar no es educar, porque podemos afirmar que hay enseñanzas que no educan,
con fundamento en el significado propio de esos términos.
Educar, es básicamente desarrollar en cada persona los valores derivados del ca-
rácter y sentido inherentes al significado del concepto ‘educación’ y utilizar las áreas
culturales para generar en los educandos destrezas, hábitos, actitudes, conocimientos
y competencias que los capacitan para decidir y realizar su proyecto de vida personal
y construirse a sí mismos, sin perjuicio de la posibilidad de abordar, además, el área
cultural como manifestación de nuestra creatividad cultural que la hace cognoscible,
enseñable, investigable y realizable. Educar con un área cultural no es lo mismo que
conocer un área cultural, enseñar un área cultural o mejorar nuestra capacidad cogni-
tiva aplicada a un área cultural.
Conocimiento de la educación y mentalidad pedagógica 93
Cómo se conoce ese campo; o dicho de otro modo, qué garantías de credibilidad
tiene el conocimiento que podamos obtener acerca del campo de la educación.
Si no confundimos conocimiento de áreas culturales y conocimiento de la educa-
ción, ni es verdad que el profesor es un aprendiz de las áreas culturales que enseña, ni
es verdad que necesariamente el que más Arte sabe es el que mejor lo enseña, ni es ver-
dad que el que mejor domine una destreza es el que mejor enseña a otro a dominarla,
a menos que, tautológicamente, digamos que la destreza que domina es la de enseñar,
ni es verdad que, cuando se enseña, estamos utilizando siempre el contenido cultural
como instrumento de logro del carácter y sentido propio del significado de educación,
porque enseñar no es educar.
Esto es así, porque cada una de esas actividades requiere distintas competencias y
destrezas para su dominio, y la práctica y perfección en una de ellas no genera automá-
ticamente el dominio de la otra. En rigor lógico, hay que aceptar que el conocimiento
de la educación es, pues, un conocimiento especializado que permite al pedagogo
explicar, interpretar, transformar y decidir la intervención pedagógica adecuada al
área cultural que es objeto de enseñanza y educación, según el caso. Educar con las
Artes, como ejemplo de área cultural, no es un problema de conocer las Artes, priorita-
riamente, ni de Didáctica de las Artes, ni de Pedagogía Cognitiva que permite mejorar
nuestro modo de conocer. Educar con las Artes, es básicamente utilizar las Artes para
desarrollar los valores derivados del carácter y sentido inherentes al significado del
concepto ‘educación’ y utilizar las Artes para generar en los educandos destrezas, hábi-
tos, actitudes, conocimientos y competencias que los capacitan para decidir y realizar
su proyecto de vida personal y construirse a sí mismos, sin perjuicio de la posibilidad
de abordar además las Artes (o cualquier área cultural) como manifestación de nuestra
creatividad cultural que las hace cognoscibles, enseñables, investigables y realizables-
practicables (Touriñán, 2011a y 2011c; Touriñán y Longueira, 2010).
Por lo que ya sabemos, y pensando en la enseñanza de un área cultural, podemos
decir que los conocimientos teóricos, tecnológicos y práxicos de las diversas áreas cul-
turales que se constituyen en objetivo de conocimiento en la enseñanza (la Literatura,
la Historia, la Filosofía, la experiencia de vida, la Moral, las costumbres, las Artes,
etc.,) no los crean los profesionales de la educación con su conocimiento especializado
(conocimiento de la educación); son los especialistas de cada una de esas áreas los que
los crean. Pero la validez de su uso como instrumento y meta de la acción educativa no
procede sin más de su validez fijada en el área cultural correspondiente, sino que está
condicionada por las pruebas específicas de la Pedagogía, es decir, condicionados en
su uso y significado educativo por el sistema conceptual elaborado con el conocimien-
to de la educación, que determina la mirada pedagógica.
La mirada pedagógica proporciona argumentos para no confundir “conocer un área
cultural” “enseñar un área cultural” y “educar con un área cultural”. El conocimiento
de la educación se distingue del conocimiento de áreas culturales, si bien pueden ser
usadas para educar. Cada área cultural tiene que ser valorada como educación y construida
como ámbito de educación desde la Pedagogía, que controla los elementos estructurales de la
intervención y nos capacita para vincular el área cultural al carácter y al sentido propios del
significado de la educación.
Conocimiento de la educación y mentalidad pedagógica 95
No hay una sola asignatura que prepare para todo lo que implica educar, salvo
que esa asignatura sea la educación en su conjunto. Por eso todas las asignaturas
están orientadas al dominio conceptual del área cultural que la identifica, al desarrollo
profesional del área en lo que le compete y en el desarrollo transversal de los valores
educativos generales que se vinculan al carácter y al sentido de educación.
Así las cosas, parece acertado defender que las áreas culturales forman parte de
la educación y el conocimiento de la educación es un área cultural específica cuyo
contenido permite imprimir el carácter y sentido propios del significado de la edu-
cación a cada contenido de área cultural que se cualifica como educativo. Tan cierto
es que hay conocimiento del área cultural “Historia”, por ejemplo, como que existe el
conocimiento de la educación y que, gracias a este conocimiento, podemos cualificar
con rigor el valor educativo de determinado conocimiento histórico.
que algo sea educación?, —criterios y rasgos de significado que determinan y cualifi-
can como educación) y “expectativas socio-culturales dirigidas al sistema educación”
que expresan lo que la sociedad espera de la educación. Necesidad lógica y expectativa
se integran en la “orientación formativa temporal” de la condición humana, individual,
social, histórica y de especie, en un momento concreto (¿cuál es el hombre educado de
cada época?). En ambos casos debemos fundamentar nuestra decisión de determina-
ción de finalidades, apelando al significado de la educación (Touriñán, 2012b).
Las finalidades intrínsecas se conocen frecuentemente como metas pedagógicas, son
finalidades vinculadas al proyecto educativo y nacen del conocimiento de la educación.
Las finalidades extrínsecas se conocen genéricamente —a falta de un nombre más espe-
cífico— como metas educativas. Las primeras se identifican con lo propio de los criterios
de significado que hacen posible que algo sea ‘educación’ y no otra cosa; las segundas
de identifican con la orientación socio-histórica de la educación, con lo que la sociedad
espera de la educación. Ambas finalidades se integran en la orientación de la respuesta
formativa temporal para la condición humana en cada época, sin contradicción con el
significado de educación (Touriñán (Dir.), 2008a y Touriñán, 2012c).
Así las cosas, se confirma una vez más en este discurso que los conocimientos teó-
ricos, tecnológicos y práxicos (de la Literatura, la Historia, la Filosofía, la experiencia
de vida, la Moral, las costumbres, etc.,) de las diversas áreas culturales que se consti-
tuyen en objetivo de conocimiento en la enseñanza, no los crean los profesionales de la
educación con su conocimiento especializado (conocimiento de la educación); son los
especialistas de cada una de esas áreas los que los crean y pueden convertirse en metas
social y moralmente legitimadas en esa sociedad. Justamente por eso, son candidato a
meta de la educación. Si además de estar legitimados social y moralmente, son elegidos
porque se justifican desde los criterios y rasgos propios del significado de ‘educación’,
pasan a ser, no candidato a meta educativa, sino efectiva finalidad extrínseca.
Las finalidades intrínsecas, por su parte, son las que se deciden en el sistema y
su contenido es conocimiento de la educación. La validez de sus enunciados no pro-
cede sin más de su carácter social y moralmente deseable, o de su validez en un área
cultural, sino de las pruebas específicas del ámbito, es decir, a partir del significado
que se les atribuye a los enunciados desde el sistema conceptual elaborado con el
conocimiento de la educación.
Este mismo discurso exige, por coherencia, reconocer que hay un determinado
tipo de metas (extrínsecas) que tienen un carácter histórico y variable, sometido a la
propia evolución de lo socialmente deseable y al crecimiento del área cultural concreta
a que pertenece (hoy no se enseñan las matemáticas de hace años, ni se les da el mismo
valor dentro del currículum escolar; hoy no se enseñan las mismas 'costumbres' que
hace años, etc.). Hablamos aquí de los conocimientos de las disciplinas de áreas culturales
que forman parte de la educación.
Además, hay otras finalidades, intrínsecas, que tienen un carácter histórico y variable
sometido a la propia evolución del conocimiento de la educación. Hablamos aquí de
conocimientos de la educación derivados de la educación como objeto de conocimiento.
Si nuestro discurso es correcto, tal como decíamos al principio de este apartado, no
sólo es posible hablar y distinguir conocimientos da áreas culturales y conocimiento
Conocimiento de la educación y mentalidad pedagógica 99
Los trabajos de Kuhn tienen por finalidad "trazar un bosquejo del concepto ab-
solutamente diferente de la ciencia que puede surgir de los registros históricos de la
actividad de la investigación misma" (Kuhn, 1982, p. 20). Introduce la dimensión
social para explicar las condiciones en las que se realizan los cambios de las teorías
científicas a la luz de la investigación histórica (Sáez Carreras, 1988, p. 27).
Para Kuhn, el desarrollo de la ciencia no es acumulativo, sino discontinuo. En cada
época no se mantiene todo lo que se ha descubierto a lo largo de la historia, sino que
periódicamente se producen las revoluciones científicas que son cambios bruscos del
marco teórico y de la concepción del mundo durante una época. La revolución produ-
ce una crisis que se resuelve con un cambio de paradigma. Se abandona un paradigma,
que es reemplazado por otro incompatible con aquel:
“Cada una de ellas [revoluciones científicas] necesitaba el rechazo, por parte de la
comunidad, de una teoría científica antes reconocida, para adoptar otra incompatible
con ella. Cada una de ellas producía un cambio consiguiente en los problemas dispo-
nibles para el análisis científico y en las normas por las que la profesión determinaba
qué debería considerarse como problema admisible o como solución legítima de un
problema. Y cada una de ellas transformaba la imaginación científica en modos que,
eventualmente, deberemos describir como una transformación del mundo en que se
llevaba a cabo el trabajo científico. Estos cambios, junto con las controversias que los
acompañaban casi siempre, son las características que definen las revoluciones cientí-
ficas” (Kuhn, 1982, p. 28).
La utilización del término "paradigma" es muy variada y depende del contexto en
el que se produce. En el ámbito pedagógico, aparte de las polémicas por este concepto
de Tuthill y Ashton (1983) o McNamara (1979), se utiliza la acepción de paradigmas
como "marcos de referencia”, "estructuras de orientación" en las que se inspiran diver-
sas tendencias u orientaciones pedagógicas. Son "plataformas conceptuales" relativas
a la realidad educativa y desde las cuales se mantienen, implícita o explícitamente,
determinados supuestos teóricos y determinadas metodologías de trabajo y de investi-
gación" (Sáez Carreras, 1988, p. 29).
Como "recursos conceptuales" que son, los paradigmas permiten escrutar, con re-
ferencia metodológica, el ámbito u objeto de estudio seleccionado en la investigación.
Es decir, un paradigma puede ayudar a la comprensión y determinación del objeto
de estudio: desde él se generan ciertos métodos, técnicas y procesos que permiten
determinar no sólo qué investigar y cómo hacerlo sino incluso cómo ir interpretando
y evaluando los resultados. Permite organizar los métodos, teorías y puntos de vista
múltiples con la finalidad de darles sistematización y explicación. Desde el paradigma
se puede organizar el conocimiento que producimos dándole sentido y significación.
Los paradigmas, a través de las implicaciones metodológicas y teóricas que comportan,
favorecen propuestas para la acción desde patrones más o menos explícitos. Le co-
rresponde a la metodología de investigación explicar en profundidad esta importante
herramienta de trabajo, que se define en sentido descriptivo como:
“un punto de vista o modo de ver, analizar e interpretar los procesos educativos
que tienen los miembros de una comunidad científica y que se caracteriza por el hecho
102 Dónde está la educación J.M. Touriñán
las ideas las que nos permiten concebir las carencias y los peligros de la idea. “Debe-
mos llevar una lucha crucial contra las ideas, pero no podemos hacerlo más que con
la ayuda de las ideas. Debemos impedir su identificación con lo real. Solo debemos
reconocer, como dignas de fe, las ideas que conllevan la idea de que lo real resiste a la
idea” (Morín, 2000, p. 34).
El concepto de paradigma nos proporciona un modo de analizar las diferencias
de concepciones, costumbres y tradiciones. Nos permite considerar que en la ciencia
existen distintos conjuntos de supuestos, compromisos, métodos y teorías (Popkewitz,
1988; Mosterín, 2000). Nos describe la interpretación que Kuhn hace de la naturaleza
del conocimiento y del cambio científico. En ella se halla implícita una interpretación
de las teorías:
"La ciencia se hace desde una matriz disciplinar o Weltanschauung. Es evidente
que esta consideración de las teorías, como cualquier otra, está estrechamente ligada a
una consideración del conocimiento científico y de la naturaleza de la empresa científi-
ca; y la consideración de las teorías no resulta más adecuada que aquella epistemología
a la que pertenece" (Suppe, 1979, p. 180).
De esta forma, se entiende que los desacuerdos científicos se relacionan con as-
pectos fundamentales relativos a los valores y a las concepciones de orden social. Los
conflictos, no se refieren tan sólo a las técnicas de investigación, sino a la esencia
de las instituciones sociales. De tal manera que, con este planteamiento, se puede
considerar más adecuadamente el significado de la ciencia, de la investigación y de
la educación como objeto de conocimiento.
La preocupación básica es establecer un marco de interpretación que permite com-
prender la distinta consideración que el conocimiento de la educación tiene o ha teni-
do. Este trabajo, en el punto de partida, mantiene la convicción de que la preocupación
pedagógica ha existido siempre aunque no fuese científica, la ocupación pedagógica,
también, aunque no fuese profesionalizada; lo que no ha existido siempre es la misma
consideración para la función pedagógica, porque el conocimiento de la educación no
ha tenido siempre la misma significación, entendida ésta como la capacidad que tiene
ese conocimiento de resolver problemas de la educación, desde la perspectiva de la
relación teoría-práctica. Así las cosas, los criterios establecidos para elaborar el marco
de interpretación de la evolución del conocimiento de la educación han de permitir,
según el tipo de respuesta a ellos, configurar una mentalidad pedagógica específica y,
por tanto, un modo peculiar de relacionar la teoría y la práctica.
Por otra parte, desde el punto de vista de la sociología del conocimiento, se están
prodigando las investigaciones bibliométricas. En nuestro entorno académico los pri-
meros estudios son de los años ochenta (Escolano, 1983; Pérez Alonso-Geta, 1985).
Hoy, vinculando el estudio bibliométrico a los análisis de contenido y a la producti-
vidad y los índices de impacto, hemos alcanzado un nivel de desarrollo consolidado
en la técnica y una noción bastante exacta de su utilidad (Pérez Serrano, 1994 y 2011;
Salgado y Páez, 2007; Dorta-González, 2010). Pero, si bien es verdad que este tipo de
estudios proporciona datos acerca de la evolución del conocimiento de la educación,
también lo es que son datos centrados en el incremento de la producción, en la pro-
ductividad de un ámbito; o dicho de otro modo, en la fecundidad de una hipótesis,
más que en la modificación, innovación y cambio de hipótesis, que, en rigor, son las
variaciones que determinan la evolución del conocimiento de un ámbito.
tal cosa. Existen estudios actuales que prueban que la Filosofía surgió desde el co-
mienzo como una disciplina diferenciada de las restantes (Palop, 1981, pp. 46-52);
los problemas que plantean los filósofos y los científicos son distintos (Rey, 1959,
pp. 37-38; Strong, 1937, pp. 7-8), lo cual quiere decir que el descenso del número de
personas dedicadas a los problemas filosóficos, no altera la pertinencia lógica de las
preocupaciones intelectuales en las que se ocupan.
Esta posición es francamente verosímil, porque la idea de especialización configura
modos distintos de entender el objeto de conocimiento. Sin embargo, el modelo tradicional
no cubre la función de evolución del conocimiento de la educación con precisión, porque
carece de rigor lógico (pertinence) y de significatividad (relevance, significativity).
El modelo tradicional no tienen rigor lógico, porque, si lo que define una etapa es la
preponderancia de un tipo de pensamiento (Filosofía, ciencia, o ciencias), deja abierta
la posibilidad de clasificar cada obra concreta de pensamiento en dos etapas distintas.
En efecto, cada obra puede incluirse en la etapa en la que predomina la forma de pen-
samiento utilizada en esa obra, y también puede incluirse en la etapa correspondiente
al momento en que se escribió la obra, aunque el pensamiento predominante en ese
momento no sea el mismo de la obra.
Si hoy escribimos sobre educación una obra con mentalidad de etapa de la Filosofía,
puede clasificarse en esa primera etapa y puede clasificarse dentro de la última etapa,
porque la hemos escrito en el momento de vigencia de esta tercera etapa. Esta ambi-
güedad reduce la significatividad de nuestra hipotética obra, porque su valor relativo
en la evolución del conocimiento de la educación es distinto según se incluya en una u
otra etapa, e, incluso, en algún caso, por efecto de la tendencia predominante, podría
pasar desapercibida o rechazada como no significativa por ir contra corriente o estar
fuera de la corriente dominante.
Rechazamos el modelo tradicional, porque el concepto de “etapa” no resuelve la
inclusión de una obra de manera suficiente como criterio temporal con referencia al
concepto de pensamiento predominante en una etapa, de manera tal que una determi-
nada obra es susceptible de inclusión en dos etapas distintas, generando problemas de
rigor lógico y de significatividad.
Pero, fundamentalmente, rechazamos el modelo tradicional, porque no discrimina
realmente respecto de la evolución del conocimiento de la educación. Es un hecho que
entre su etapa de la ciencia de la educación y su etapa de las ciencias se mantiene la
misma consideración general de la educación como objeto de conocimiento: en ambos
casos la educación se resuelve en términos de otra ciencia. Esas dos etapas no supo-
nen dos corrientes de pensamiento distinto acerca del conocimiento de la educación.
Ambas etapas coinciden en defender que la educación se resuelve en términos de las
teorías interpretativas. Ambas etapas niegan la posibilidad del estudio científico de
la educación con autonomía funcional. Ambas etapas se diferencian entre sí, porque,
en la etapa de la ciencia de la educación, la educación es un marco de referencia sin
significación intrínseca que se resuelve utilizando los principios de una sola disciplina
generadora; en la etapa de las ciencias de la educación se admiten diversas disciplinas
generadoras. El techo del modelo tradicional es la negación de la autonomía funcional
Conocimiento de la educación y mentalidad pedagógica 107
Crecimiento simple extensivo, que aplica la organización configurada a todos los pro-
blemas del campo a conocer
Crecimiento simple intensivo que aumenta la producción en los diversos aspectos que
pueden ser tratados por medio de la organización configurada
Crecimiento simple intrínseco que reorganiza la corriente de pensamiento, sistemati-
zando los problemas a tratar y/o mejorando (no sustituyendo) el modo de intervenir
en la realidad a conocer desde el modelo.
La mejora del conocimiento dentro del supuesto aceptado se entiende como pro-
greso; el cambio de supuesto supone siempre una innovación que afecta a la estructura
básica del conocimiento del que se parte. El cambio de supuesto o de paradigma suele
ser revolucionario, de ahí que sea en este modo de crecimiento en donde tenga sentido
hablar de ruptura epistemológica (Bachelard, 1973 y 1974; Kuhn, 1979).
A pesar de lo que acabamos de decir, debemos tener en cuenta que los cambios
de supuesto no se producen de modo inmediato, sino que, por el contrario, supo-
nen siempre un período de enfrentamiento entre lo que bajo el supuesto inicial era
“ciencia normal” y el nuevo paradigma que se va configurando como el modo más
adecuado para tratar los problemas que desde la 'ciencia normal' no encontraban
una explicación o resolución satisfactoria (por ejemplo la teoría de la evolución
de las especies de Darwin). Esto quiere decir que una parte de los conocimientos
producidos por el supuesto vigente hasta aquel momento van a ser rebatidos, otra
parte se va a explicar de otra forma más ajustada al nuevo supuesto, y otra parte de
ellos van a considerarse como obsoletos. Además, las investigaciones con cambio de
supuesto van a centrarse en problemas que en el anterior supuesto carecían de sig-
nificación o tenían escasa importancia. En nuestro caso concreto, el crecimiento del
conocimiento por innovación supone un cambio en la consideración de la educación
como objeto de conocimiento.
tratamiento científico. Por la misma razón podemos decir que diferentes concepciones
de vida no son diferentes concepciones de la educación como objeto de conocimiento.
Lo que varía en cada caso son los fines de la educación que hay que defender, según
cuál sea la concepción de la vida, humanista, personalista, católica, etc., pero todas
esas concepciones son asumibles desde una misma concepción pedagógica: podemos
concebir la función pedagógica como una mera práctica experiencial, aunque los fines
a lograr varíen según la concepción filosófica que defendamos. Por consiguiente, cada
corriente tiene un techo demarcado por las respuestas a cada uno de los criterios
discriminantes, y, así las cosas, lo que define la corriente es la consideración de la
educación como objeto de conocimiento que se hace desde la corriente.
Por el modo de responder a los criterios discriminantes cada corriente tiene un
modo distinto de entender el conocimiento de la educación. Cada modo de entender
el conocimiento de la educación ha generado un conjunto de conocimientos acerca de
la educación nada despreciables. Las tres corrientes son modos legítimos de abordar
la educación. Las aportaciones de cada corriente son la base de su fuerza dentro del
gremio de los profesionales de la educación. Según la mentalidad pedagógica confi-
gurada, se establece la sustantividad del discurso pedagógico y la intervención. En
este sentido, criticar una corriente no es sinónimo de absoluto abandono de lo que
consideraba valioso, como conocimiento de la educación, la corriente criticada. Se
trata, más bien, de reconocer que, al redefinir el marco de interpretación, se crean
nuevos valores o se reformulan los que ya existían. El problema así planteado obliga a
distinguir, de acuerdo con el techo de cada corriente, la fecundidad de una hipótesis
(en este caso, corriente), por una parte, y las vías de investigación que se paralizan o
dificultan desde la hipótesis, por otra. La crítica no es la fecundidad, sino al supuesto
mismo de cada modo de considerar el conocimiento de la educación. La cuestión de
base no es la productividad, sino la pertinencia de limitar la significación del conoci-
miento de la educación a la capacidad de resolución de problemas que se le atribuyen
al conocimiento de la educación en cada corriente.
Cada una de las corrientes ha aportado conocimientos valiosos acerca de la educa-
ción. Sus logros son la base de su fuerza dentro del gremio de los profesionales de la
educación. Cada corriente marca un techo de conocimiento, crea un patrón de justifi-
cación de la acción pedagógica y establece unos límites a la capacidad de resolución de
problemas del conocimiento de la educación.
En definitiva, estamos en condiciones de entender que la capacidad de resolución
de problemas que se atribuye al conocimiento de la educación es la clave de su signi-
ficación, que, como ya hemos visto en el epígrafe 2.3, se define como la capacidad de
resolución de problemas que se le atribuye al conocimiento de la educación en cada
corriente desde la perspectiva de la relación teoría-practica para la actividad educativa.
La significación así entendida, posibilita las siguientes cosas que redundan en la validez del
conocimiento de la educación (Touriñán 1987a):
Identificar la concepción del conocimiento de la educación en una obra. El hecho
de incluirla en una corriente exige que defienda una concepción de la educación
como objeto de conocimiento distinta a la que defendería, si estuviera incluida en
otra corriente.
Conocimiento de la educación y mentalidad pedagógica 111
entre condiciones y efectos que afectan a una intervención. Pero, a su vez, la práctica
rige a la teoría en el contexto de justificación, porque son los hechos ocurridos en cada
intervención los que sirven de elemento de referencia para comprobar en qué medida
la teoría da cuenta ajustada de los acontecimientos acaecidos. La validez de la regla
es la validez de las vinculaciones establecidas en las teorías sustantivas junto con la
eficacia probada de la regla para alcanzar la meta. Pero, dado que las vinculaciones y
la meta se establecen en los mismos términos, si una regla aplicada a una intervención
no es eficaz, puede verse afectada la validez de las vinculaciones establecidas en la
teoría sustantiva. En efecto, como las vinculaciones y las metas se establecen en los
mismos términos, si, una vez ajustadas las condiciones de aplicación de una regla de
acuerdo con el principio tecnológico de eficacia, la intervención no produce el efecto
previsto, hay que pensar que la teoría es incorrecta, porque no da cuenta ajustada de
la intervención. En este sentido, la práctica rige la teoría y la tecnología es el punto de
partida para cambiar la teoría. En este caso, a partir de la práctica, no sólo se cuestiona
la aplicabilidad de la teoría, sino su corrección.
Desde esa perspectiva, en unos casos, el neutralista trabaja para lograr cambios que
defiende como cambios de calidad. El uso que los demás hagan de esos cambios
de calidad no es problema del neutralista, según defienden los partidarios de la
postura neutral, pero, como mínimo, su investigación ‑so pena de ser inútil‑ debe
contribuir a la mejora de la calidad de la educación.
Ahora bien, desde esa misma perspectiva, cuando se le pide al neutralista que
trabaje para lograr cambios que él entiende que no son cambios de calidad, o exis-
ten oportunidades para que el neutralista no tenga que actuar en contra de su
código científico, con lo cual ya está valorando su código científico por encima de
cualquier otra cosa, o bien acepta que es un mero técnico que operativiza cambios,
sin competencia alguna respecto a la índole educativa de los cambios. Si esa es su
actuación como técnico, deja al margen de su competencia un aspecto sustancial de
la educación, pero no anula toda preocupación axiológica, porque a él le compete
contrastar y decidir el medio más idóneo de lograr el cambio.
c) En cualquier otro ámbito se acepta hablar de calidad del conocimiento del ámbito
y de los productos que se obtienen en el ámbito. Hablamos de la calidad de la
investigación en física, en historia, en sociología, etc. y hablamos de la calidad de
los productos obtenidos en esas investigaciones. Esto es tan obvio que a ningún
científico se le ocurriría aceptar cualquier trabajo en su ámbito como un traba-
jo científico de calidad. Por consiguiente, cuando el neutralista propone dejar al
margen los problemas del valor, está hablando de un modo especial, pues no toda
valoración queda al margen. No existe el neutralismo ingenuo incondicionado.
Resulta palmario que mi intención al exponer las tres argumentaciones anteriores
no es crear neutralistas ingenuos que no resisten la más mínima crítica, sino poner de
manifiesto en el punto de partida del análisis crítico del neutralismo que tampoco el
neutralista puede descartar absolutamente las cuestiones axiológicas. Como vamos
a ver en los epígrafes siguientes, unos dejan al margen las cuestiones morales, otros
las cuestiones técnicas, como si nada tuvieran que ver con la investigación científica,
y otros dejan al margen de la investigación los valores, postulando que los valores
no tienen que afectar al desarrollo lógico de la investigación y asumiendo al mismo
tiempo que, siempre que investigan valoran la investigación como la forma idónea de
afrontar el problema a resolver.
Neutralidad externa es la posible actitud neutral que mantiene una persona acerca
de las manifestaciones de su conducta, que inciden en la conducta de los demás.
Mi conclusión es que, si consideramos la investigación científica como forma de
conocimiento, hay que reconocer que el neutralista no mantiene en este tema ni neu-
tralidad interna ni externa. El neutralismo interno, llevado a sus últimas consecuencias,
significa que nadie podría defender ante sí mismo el camino que para sí ha elegido. En
otras palabras, equivaldría a identificar la decisión con la ausencia de compromiso. No
tiene sentido adoptar una posición para luego no asumirla. Si los neutralistas hicieran
esto, además de no entender la estructura del acto libre ‑que supone siempre asumir lo
decidido‑ podrían ser acusados de incoherencia lógica en su posición, porque negarían
la posibilidad de defender lo que afirman. No hay neutralidad interna en relación a la
elección de la investigación como forma de conocimiento, porque el neutralista asume
que el conocimiento científico explica la realidad; es falible, pero garantiza la certeza de
sus enunciados; verdad, contrastación, sinceridad y adecuación a los datos de los senti-
dos son los aspectos que valora el neutralista y le llevan a defender esas características
como propias de la investigación científica y, por consiguiente, a elegirla. Por la misma
razón, y a fin de lograr el crecimiento intensivo de su corriente, el neutralista no defiende
la neutralidad externa para su forma de conocimiento. Entiende que la investigación
valiosa es la que sigue la metodología que él propone y, consiguientemente, la justifica, la
contrasta, la expone y la transmite a los demás para que investiguen del mismo modo.
No hay ninguna duda de que el neutralista no es neutral con respecto a la elección
de la investigación científica como forma de conocimiento, ni respecto de su difusión
y propaganda. Y esto quiere decir que el neutralista se decide por la investigación
científica, como forma de conocimiento, porque la valora frente a otras formas de co-
nocimiento en tanto en cuanto la investigación científica es neutral, es decir, produce
unos contenidos libres de valoraciones (Radnitzky, 1982). Se entiende, de este modo,
que el neutralista no es neutral cuando se decide a favor de la investigación científica
como forma de conocimiento o cuando la difunde, pero defiende el carácter neutral de
la investigación científica, porque esta produce, según él, un contenido libre de valores
y se le llama neutralista por eso.
actividades sin más; antes bien, los reconoce y utiliza, pero no los identifica como
investigación científica. Más precisamente habría que afirmar que lo único que hace el
neutralista es demarcar la ciencia.
Por consiguiente, el punto fundamental de la tesis neutralista axiológica es que el
contenido de la ciencia es neutral porque la ciencia no valora; entre hechos y valores
hay un hiato insalvable científicamente, en el sentido de que los hechos no sirven para
fundamentar valores (Quintanilla, 1976, p. 70).
Debe quedar claro desde el principio, que el neutralismo intrínseco axiológico no
es una posición defendida actualmente por los partidarios de la tesis de la neutralidad
de la ciencia. A medida que la crítica va desmontando argumentaciones, los neutralis-
tas han ido replegando sus posiciones al neutralismo técnico, primero, y al neutralismo
moral, después.
Sin que las afirmaciones que vamos a hacer a continuación se tomen como crítica
de los otros modos de concebir el neutralismo, hay que reconocer que, a afirmaciones
dogmáticas, puede responderse también con afirmaciones dogmáticas.
En efecto, el único modo de defender que hay un hiato insalvable científicamente
entre hechos y valores es afirmando que (Quintanilla, 1976, p. 71):
a) La ciencia se ocupa de hechos,
b) Los hechos son independientes de las teorías, y
c) Los valores son subjetivos.
La respuesta contundente de la racionalidad científica al neutralismo axiológico es
que actualmente se sabe que:
Los hechos no son ajenos a la valoración, porque los hechos no se interpretan al
margen de las teorías.
No hay ciencia sin valoraciones.
En mi opinión, el neutralismo axiológico se puede descartar en la medida que po-
demos demostrar que no es verdad su afirmación. Las tesis a defender para demostrar
su error son las siguientes:
A) La concepción objetivista de los hechos científicos está descartada. No hay hechos
sin teoría, de lo que se desprende que los hechos están valorados. Hoy se asume el
carácter axiológico de los hechos en la investigación científica.
B) La concepción subjetivista del valor está descartada en la investigación actual; el
valor es susceptible de conocimiento, tiene carácter relacional, porque se asume la
condición fáctica del valor.
C) En la ciencia no sólo hay valores en el punto de partida, sino que durante la inves-
tigación hacemos valoraciones y, además, la ciencia crea valores. Hay una normati-
vidad intrínseca en la ciencia.
Todo lo que hemos analizado en el primer capítulo con respecto a la búsqueda del
significado nos permite afirmar que los hechos científicos no están “dados” sin más,
como si su sola presencia fuese evidente para deshacer toda controversia acerca de
nuestras observaciones. Todo hecho científico está afectado de una carga teórica con-
ceptual que lo convierte en significativo para la investigación: los hechos tienen carácter
axiológico.
Conocimiento de la educación y mentalidad pedagógica 135
que nos hacemos de las cosas no es, en absoluto, reduplicativa; toda imagen selecciona
necesariamente ciertos aspectos del original. Y esto quiere decir que podemos ver dis-
tintas personas la misma cosa, pero nuestras experiencias directas e inmediatas están
elaboradas; el marco teórico restringe las posiciones de valor que justificadamente
pueden defenderse (Taylor, 1976, p. 165).
Entre hechos científicos, valores y acontecimientos hay una relación. Y, si no olvi-
damos que la organización intelectual del ámbito condiciona los hechos científicos de
ese ámbito, es posible afirmar que el acontecimiento se convierte en hecho pedagógico
significativo a la luz de la teoría. Es el propio marco teórico el que nos dice qué es lo que
debe ser explicado, porque existe el carácter axiológico de los hechos. Cabe decir, por tanto,
que en la investigación científica, desde las tesis del racionalismo crítico, los hechos
científicos están afectados de carga teórica, es decir, están valorados como adecuados
para explicar los acontecimientos. Por consiguiente, si no hay una certeza absoluta en
la base empírica de la ciencia y nuestras observaciones son interpretaciones a la luz de
teorías, se sigue que los hechos no son 'aproblemáticos', sino afectados de carga teórica.
Esa afectación de carga teórica es el fundamento del carácter axiológico de los hechos.
El carácter axiológico de los hechos científicos permite entender sin dificultad que
cada científico en su ámbito establece objetivamente las relaciones de significado per-
tinentes. Un hecho biológico no es cualquier tipo de hecho científico, porque el biólogo
se ha ocupado en delimitar los enunciados que le permiten afirmar la pertinencia de
determinados hechos en su ámbito. En la misma medida que su conocimiento avanza,
no sólo puede determinar el valor biológico de más cosas, sino que, además, cabe la
posibilidad de que lo biológico se defina de otra manera más ajustada a la posible ex-
plicación de la realidad. El conocimiento no tiene, como hemos visto, garantía absoluta
de certeza. En este sentido, los valores cambian también. No se trata de que elijamos
cosas distintas en momentos históricos distintos (hoy no es frecuente elegir el carro
como transporte, aunque no negamos su valor), se trata más bien de reconocer que,
al redefinir el ámbito de pertenencia, los objetos que en un momento se valoraban
—se eligiesen o no— pueden perder su significación (Bollnow, 1960; Reboul, 1999;
Touriñán, 2005a y 2005b). Es en ese sentido y no en otro en el que me parece que debe
entenderse el carácter axiológico de los hechos, porque obviamente el marco teórico
restringe las posiciones de valor que justificadamente puedan defenderse y ya hemos
visto en el capítulo anterior cómo se establecen los significados.
Pero, además, los hechos tienen que contrastarse. Representamos el acontecimiento
en conceptos, pero no consideramos aceptable esa representación, si no supera las con-
diciones de prueba. Desde el punto de vista del descubrimiento, la teoría presupone el
conocimiento de ciertos acontecimientos. Desde el punto de vista de la justificación,
la teoría precede a los hechos y dirige su producción. Entre hechos y valores hay una
relación que nos permite hablar del carácter axiológico de los hechos y de la condición
fáctica del valor.
Hay una condición fáctica en lo valorado. La condición fáctica del valor tiene su fun-
damento en la afirmación verdadera de que los valores tienen carácter relacional y no
se identifican con las propiedades de las cosas, porque, si se identificaran con ellas,
Conocimiento de la educación y mentalidad pedagógica 137
la luz más valiosa sería la que más ilumina, aunque nos ciegue, y el calor más valioso
sería el más intenso, aunque nos queme. Las investigaciones actuales confirman que el
valor no es una esencia inmutable y "a priori", antes al contrario, hoy se reconoce que
los valores no son absolutamente independientes de los bienes. Los valores, ni son "a
priori", ni subjetivos; tienen carácter relacional (Frondizi, 1972, p. 194; Marín, 1972,
1976, 1984 y 1981; Touriñán, 1987a, pp.142-148).
No son "a priori", porque no existe la absoluta independencia respecto de los bie-
nes: si todo fuera indestructible e imperecedero, no cabría la posibilidad de hablar de
valor vital para las cosas; si todo fuera inmune a las enfermedades, no se hablaría de
valor curativo; si en cada circunstancia las cosas que usamos se nos dieran de modo
natural y sin limitación, no hablaríamos de su valor económico; si la respuesta huma-
na estuviera determinada unívocamente por la estructura del hombre, no hablaríamos
de valor educativo, y así sucesivamente, según el caso.
Frente a toda posición "a priori" hay que reconocer que, el hecho de que el valor
de la amistad no se merme, porque un amigo traicione la amistad, no es prueba de
"apriorismo"; lo que prueba no es la independencia absoluta de bienes y valores, sino
la existencia de una valoración incorrecta o el descubrimiento de que el presunto
amigo ha dejado de elegir la amistad. En efecto, cuando un amigo traiciona la relación
de amistad, es decir, no cumple lo que de la amistad se espera, se produce en primer
lugar un sentimiento negativo hacia el presunto amigo —que, como ya sabemos, no
altera el valor de la amistad— y, en segundo lugar, la traición de la relación de amistad
exige que el presunto amigo haya decidido otro tipo de meta distinta a la relación de
amistad y esto quiere decir que elige abandonar esa relación, que no la va a cultivar ya
con el que se siente traicionado. Las razones del abandono pueden ser muy diversas,
pero ninguna de ellas supone que no se valore ya la amistad, a menos que se confunda
valoración y elección.
Valorar la amistad, a pesar de la traición del amigo, no exige recurrir al "a priori"
del valor, sino más sencillamente a:
una falsa expectativa con respecto a una persona, que se comprueba al observar
que sus actos no responden a lo que esa relación de amistad exige;
un desacuerdo respecto de lo que la relación de amistad exige, que da pie a consi-
derar que el otro traiciona la relación;
una decisión de abandonar la relación de amistad que trae consigo la desaparición
de las conductas que permitían hablar de amistad en ese caso.
Si, a pesar de nuestras experiencias negativas respecto de la amistad, seguimos
valorando la amistad, ello no se debe a un "a priori" del valor, sino a que reconocemos,
o bien que habíamos hecho una estimación errónea de la amistad, exigiéndole más de
lo que da de sí, o bien que consideramos que es realizable esa relación de amistad, a
pesar de nuestras experiencias negativas. Lo que no tiene sentido es decir "apriorísti-
camente" que la amistad es como es y, por tanto, es valiosa aunque sea imposible de
realizar de ese modo entre los hombres.
Los valores no se identifican con las propiedades de las cosas, pero no son abso-
lutamente independientes de los bienes, porque las propiedades que valoramos están
138 Dónde está la educación J.M. Touriñán
ocupa de los valores del mismo modo que no se ocupa de sirenas ni de fantasmas
(Bunge, 1976, p. 28; Toulmin, 1974; Toulmin, Rieke y Janik, 1979). Pero dado el ca-
rácter axiológico de los hechos y la condición fáctica del valor, ni los valores quedan
fuera de la ciencia, ni la ciencia construye los hechos sin los valores y esto es así por
las siguientes razones:
a) Lo que caracteriza a la ciencia no es una esfera de objetos, sino un modo de conocer
que se identifica por su racionalidad.
b) Los hechos y los valores no responden a concepciones que podrían poner en duda
la objetividad del conocimiento.
c) La experiencia más simple del conocimiento científico permite afirmar que la cien-
cia y la investigación en cada ámbito que se aplica va creando valores y destruyén-
dolos. Las instituciones los custodian, los eligen o los rechazan. Verdad, novedad,
progreso, utilidad, tradición e innovación son valores, entre otros, que la ciencia
justifica y realiza.
Es mi opinión personal, basada en las reflexiones realizadas hasta el momento,
que la neutralidad axiológica no puede sostenerse. Aceptamos como los neutralistas
axiológicos, la existencia de un compromiso ético previo que exige fidelidad al método
científico. Aceptamos también que la decisión de hacer ciencia es personal; la ciencia
no decide en mi lugar. Pero negamos que, si decidimos hacer ciencia, el contenido de
la ciencia es libre de valores. La ciencia no es neutral axiológicamente, como acabamos
de exponer. Los valores existen en el punto de partida, durante y en las conclusiones
de la investigación.El neutralismo axiológico se rechaza desde el carácter axiológico de
los hechos y desde la condición fáctica del valor.
decide que no debe decir la verdad, porque eso es condición necesaria para curar
a un paciente (que es su ámbito de actividad), pero la ciencia no puede decirnos lo
que es bueno moralmente hablando. Preguntas tales como debemos ir a la escuela
hoy, debemos elegir la educación, no se responden desde la ciencia. Desde la ciencia
sabemos qué cosas son de valor educativo, cómo lograrlas, y qué debemos hacer una
vez que hemos decidido educar, pero la ciencia no nos da la respuesta al problema de
si debemos educar o hacer otra cosa, porque esa respuesta exige una comparación entre
valores de carácter relativo a las necesidades de cada persona para orientar su propia vida
(Ferrater, 1979, pp. 119-155; Dearden, Hirst, Peters, 1982).
No se trata simplemente de la existencia de un compromiso ético previo, ni de la
elección de la actividad científica. Lo cierto es que cuando actuamos científicamente,
creamos normas en el ámbito de conocimiento en el que trabajamos. Existe el ámbito de
decisión técnica en la ciencia y en la tecnología. La ciencia no es neutral técnicamente.
Cabe decir que la ciencia no es neutral, ni axiológica, ni técnicamente, porque valo-
ra y da normas en su ámbito de conocimiento. Es preciso reconocer, con fundamento en
el conocimiento del funcionamiento del sistema científico, un ámbito de decisión técnica
(no moral) que no es ajeno al científico de ningún modo.
Cuando yo elijo entre conocer y otra actividad, en relación con mi propia vida
adopto una decisión moral; decido la orientación de mi propia vida, y esto supone
valoración de las relaciones de dependencia que se producen entre la satisfacción de
la necesidad de un ámbito (por ejemplo, necesidad de saber) y la o las necesidades
a satisfacer de otros ámbitos (por ejemplo, necesidad de descansar, o necesidad de
ganar dinero). Pero una vez que decido satisfacer la necesidad de saber, el estímulo
que satisface esa necesidad (ciencia) y lo que hay que hacer para satisfacerla (seguir y
construir la metodología) son cuestiones que implican valoración y normas intrínsecas
al ámbito en cuestión. Es el ámbito de la elección técnica.
Entre hechos y decisiones morales hay un salto lógico. Pero, al mismo tiempo, man-
tenemos que la neutralidad técnica, confunde acontecimientos intencionales y aconte-
cimientos morales que no se identifican necesariamente. Frente a la tesis del neutralismo
técnico deben tenerse en cuenta los siguientes argumentos que permiten orientar la acción desde
los hechos y refuerzan el ámbito de la decisión técnica: (Touriñán, 1987a y 1987b):
Junto con el rigor sintáctico debe reconocerse que, a nivel semántico, las signi-
ficaciones de nuestros enunciados declarativos están afectadas por valoraciones
y nuestros valores están apoyados en el significado que damos a los enunciados
declarativos. Como hemos visto ya, hay un carácter axiológico de los hechos y una
condición fáctica en el valor. Justamente por eso, cuando afirmamos que un trabajo
tiene valor científico, estamos afirmando que ese trabajo cumple todo aquello que
cuidadosamente hemos podido significar como científico (Quintanilla, 1981).
El carácter orientador de la acción no viene dado siempre o sólo por frases que
contienen el término debe. Por una parte, existen comunidades primitivas que no
disponen del término debe y orientan su acción por medio de condicionales de la
forma 'si haces X, te ocurrirá Y'. Por otra parte, la diferencia entre 'no debes hacer X'
y 'si haces X te ocurrirá Y' es primordialmente lógica, no pragmática. Únicamente,
144 Dónde está la educación J.M. Touriñán
medios para fines dados. Nosotros ya hemos expuesto por qué la elección técnica
no se identifica con elección de medios. Por tanto queda claro que la crítica a esa
identificación supone comprender: 1) cómo la elección técnica no está separada de la
investigación científica; 2) cómo la ciencia y la tecnología no mantienen el alejamiento
que en principio se pensó; y 3) cómo el conocimiento del funcionamiento del ámbito
en que se trabaja funda elecciones de objetivos del ámbito. Damos por sentada esta
crítica y dedicamos las páginas siguientes a analizar el neutralismo moral intrínseco.
Estoy convencido que el neutralismo moral intrínseco es la posición más sólida del
neutralismo. Ahora bien, nuestras reflexiones anteriores permiten matizar sus tesis en
diversos aspectos. Si la neutralidad se identifica con ausencia de elecciones morales en
la ciencia, la tesis de neutralidad de la ciencia como contenido libre de valores debe
corregirse. Los valores no son inversiones más o menos intensas del valor moral. Los
valores son cualidades relacionales susceptibles de conocimiento. Como ha mostrado
Von Wright (1963 y 1979) cada valor vale en el ámbito de conocimiento en que es
descubierto o creado y, justamente, en la misma medida en que el valor moral supone
orientación de la propia vida personal y no simplemente orientación de la acción a
partir de un objetivo elegido, merece una consideración aparte.
Existe lo bueno en sentido moral y existe además lo bueno en sentido no moral, que es
una cualidad relacional propia de aquello de que se habla. Algo es de valor científico por-
que tiene las propiedades de ese ámbito y lo mismo se predica respectivamente para los
valores de cualquier otro ámbito. El valor moral surge en situaciones en las que tenemos
que elegir entre valores para orientar nuestra propia vida. Precisamente por eso ‘bueno’
en sentido moral es la ordenación que hace el hombre de sus exigencias de acuerdo con las
relaciones que se dan en el ámbito de cada exigencia y la moral es el contenido concreto
de la moralidad como capacidad que tiene el hombre de justificar su decisión, mientras
que la ética es el estudio de los principios que justifican la decisión moral.
Si no confundimos valor, elección técnica y elección moral, la tesis de la neutrali-
dad moral no puede mantenerse por más tiempo como tesis del contenido de la ciencia
libre de valores, tiene que formularse tan sólo como tesis del contenido de la ciencia
libre de valores morales. Pero, incluso así, también es posible afirmar que ni siquiera
es correcto mantener la tesis como libre de valores morales.
La existencia de elecciones técnicas en la ciencia, como elección de fines y medios
fundada en el conocimiento del funcionamiento de la actividad a realizar, hace que
elecciones que hasta el momento se consideraban genuinas elecciones morales (como
es el caso de la elección del médico entre decir una verdad y salvar la vida de un
paciente, cuando este está en estado crítico y la verdad que le comunica una noti-
cia desagradable va a provocar una reacción negativa en su estado de salud, o como
es el caso del profesor que tiene que elegir entre respetar la condición de agente en
el educando o inculcarle la fidelidad al código moral específico de un determinado
grupo) hayan pasado a tener un fundamento de tipo técnico, permite afirmar que
las elecciones técnicas crean valores morales. En la ciencia, no sólo hay valores de
su ámbito sino también normas técnicas que crean orientaciones de la acción. Técni-
camente hablando el médico no debe decir la verdad, si con ello destruye el sistema
Conocimiento de la educación y mentalidad pedagógica 149
dentro del sistema, es decir, una vez que uno ha elegido ya respetar la promesa. La
clave está en entender el sentido del compromiso con las exigencias racionalmente
captadas y libremente asumidas. Este es el campo del sentido de vida.
Los neutralistas morales mantienen que los juicios morales genuinos quedan fuera
de la ciencia porque no son susceptibles de solución por las vías de conocimiento
científico. La intuición, la creencia o la emoción son modos de conocimiento utiliza-
dos en la elección moral, y, por consiguiente, cuando hacemos ciencia y no otra cosa
estamos utilizando un tipo de racionalidad distinto. Racionalidad científico-técnica y
racionalidad práxica (política y moral) no deben confundirse.
En este punto de la argumentación o aceptamos que la ciencia no hace juicios
morales genuinos o mostramos, además, que eso no es obstáculo para mantener que
la ciencia tiene determinada competencia en el campo moral. Y, llegados a este punto,
mi posición personal es que la ciencia es necesaria, pero no suficiente para resolver
conflictos morales.
Han sido los prescriptivistas los que más han trabajado para restablecer la posibi-
lidad de relaciones lógicas en los juicios morales (Hare, 1952 y 1980; Hierro, 1970).
Hoy estamos en condiciones de afirmar que la ciencia no es suficiente para resolver
una opción moral, esta opción es personal y la ciencia no la realiza por nosotros. Ahora
bien, que no sea suficiente no quiere decir que no sea necesaria. Del hecho de que una
cosa exista no se sigue que sea bueno (moralmente) que exista, pero el que sea bueno
(moralmente) que exista depende de un claro conocimiento de lo que es (Kolhberg,
1971; Toulmin, 1979 y 1980; Turiel, 1984; Asch, 1968; Bunge, 1976, pp. 76-77). En
este mismo sentido se expresa Brandt cuando afirma que la argumentación racional no
está fuera de las elecciones morales: las actitudes, las reglas lógicas de razonamiento
y los principios apoyados en el conocimiento son componentes de la elección moral
(Brandt, 1982, páginas 288‑297).
Toda elección moral se hace en base al mejor conocimiento teórico de las situa-
ciones en las que debo elegir (Feinberg, 1979; Foot, 1974; Peters, 1979 y 1974). Si yo
digo que debemos destruir las razas inferiores, enuncio una proposición moral que es
incorrecta, porque carece de fundamento teórico, ya que está demostrado que no exis-
ten razas inferiores. En la misma medida que nuestro interés es descubrir y mantener
la verdad, diremos que ese enunciado moral es objetivamente inferior al enunciado “no
harás discriminaciones raciales” (Bunge, 1976, P. 55).
Es necesaria la ciencia para resolver los conflictos morales. No es suficiente, porque
la elección moral se hace con respecto a las necesidades que yo tengo en cada momen-
to, y decidir cuál de mis necesidades es más fundamental supone una referencia a mis
propios sentimientos, actitudes e intereses, que yo podré corregir y variar, si descubro
que su fundamento cognoscitivo no es correcto, pero que yo no puedo evitar tenerlos
en el momento de adoptar mi decisión, como veremos con más detalle en el capítulo 5,
epígrafe 3, al estudiar el paso del conocimiento a la acción.
Por consiguiente, la neutralidad moral intrínseca me parece una afirmación exa-
gerada y poco ajustada a la realidad de la acción. Es cierto que la ciencia no elige
moralmente por mí, pero un componente básico de la elección moral depende de la
Conocimiento de la educación y mentalidad pedagógica 151
ciencia. Que la ciencia no haga juicios morales genuinos por mí, no quiere decir que
yo los pueda hacer correctamente sin la ciencia, y si esto es así, hay competencia de
la ciencia en juicios morales genuinos, al menos para decir cuándo una norma moral
tiene fundamento teórico (Dunkel, 1972; Thomas, 1972; Feigl, 1952).
historia, hacer química, estudiar educación—. Pero, frente a los neutralistas morales
en sentido estricto, mantenemos que, si bien es verdad que la ciencia no hace juicios
morales genuinos, los juicios morales genuinos no se pueden hacer sin el conoci-
miento científico y, así las cosas, el científico es responsable de que no se convaliden
ni vindiquen decisiones morales con normas que carecen de fundamento teórico. La
ciencia como tal no es ajena a los problemas morales genuinos. Por consiguiente, la
elección moral que hace una persona a favor de la ciencia frente a otros tipos de acti-
vidad, no es una elección fundada sólo en la ciencia, pero no es ajena absolutamente
a la ciencia, como pretenden los neutralistas morales, porque esa elección depende
del conocimiento teórico que se tiene de los diversos objetos a elegir. Si esto es así,
el neutralismo moral intrínseco carece de sentido teórico.
Ahora bien, negamos el neutralismo y ello no equivale a incurrir en ciencismo
(Cencillo, 1973; Hayek, 1979; Ladriere, 1977; Seiden, 1980; Freund, 1975). La racio-
nalidad científica no es la única racionalidad que aporta conocimiento genuino. Hay
un sentido específico en la racionalidad técnica y el investigador no puede hacer que
toda la sociedad se organice desde los objetivos intrínsecos de la ciencia, porque para
la racionalidad práxica no es suficiente la ciencia.
Desde esta argumentación, tiene sentido afirmar que el investigador ni dicta los
fines de la vida (no es suficiente la racionalidad científica), ni está al margen de esas
orientaciones del objetivo directo de la acción (es necesaria la racionalidad científica),
ni tiene que estar sometido a cualquier propuesta de objetivo subsidiario para su ám-
bito de trabajo, porque es suficiente la racionalidad científico‑técnica para decidir fines
y medios subsidiarios.
Me parece un error subsumir la racionalidad práxica en la racionalidad cien
tífico‑tecnológica. No comprender ese error es abrir la legitimación de la destrucción de
pueblos enteros por el simple hecho de observar los efectos. Al científico se le plantean
problemas de elección técnica; con fundamento de elección técnica es perfectamente
legítimo que un médico decida mentir a su paciente para salvarle la vida, que un biólogo
descubra los efectos de una plaga y sepa controlarla, que un pedagogo no acepte como
objetivo educativo la destrucción de la condición de agente del educando. Pero al biólo-
go, al médico, al pedagogo se le plantean problemas de elecciones morales genuinas que
no pueden resolver con su competencia técnica sino humanamente con racionalidad
práxica: ¿Es lícito que se use el descubrimiento biológico acerca de los efectos de una
plaga en contra de los hombres?, ¿es lícito que se utilicen las personas como conejos de
indias para experimentos clínicos?, ¿es lícito mermar la eficacia de la educación escati-
mando las partidas del presupuesto? Estas cuestiones son ejemplo de las situaciones en
que la racionalidad práxica es imprescindible (Tiseltus y Nilsson, 1971; Koestler, et al.
1969; Polanyi, 1964; Scheuerl, 1984; Touriñán (Dir.), 2012 y 2008b).
Así las cosas, la cuestión fundamental en el tema de la responsabilidad cientí-
fico‑tecnológica no es el litigio acerca de la neutralidad de la investigación, sino la
pretensión de ciencismo, es decir, el intento atractivo de ir más allá de la decisión
técnica (propia de la indagación científico-tecnológica) sólo con la decisión técnica.
154 Dónde está la educación J.M. Touriñán
La función pedagógica:
identidad, diversidad y
especificidad. Competencias
adecuadas para educar
ÍNDICE DEL CAPÍTULO
3.1. Introducción
3.2. El significado de la función pedagógica
3.2.1. Identidad y especif icidad de la función pedagógica
3.2.2. Diversidad de la función pedagógica
3.2.3. Complementariedad respecto del sistema educativo y formación
compartida en las funciones pedagógicas
3.2.4. Necesidad de no confundir función pedagógica, habilitación
profesional y promoción de carrera profesional
3.3. Análisis del carácter específico de la función pedagógica
3.3.1. L a función pedagógica entre la experiencia práctica,
la utilización de principios y la generación de principios
3.3.2. Objeciones, desde la perspectiva de la práctica, a la necesidad
del conocimiento especializado de la Pedagogía para la función
pedagógica
3.3.3. Construcción de hechos y decisiones pedagógicas
3.3.4. La condición de experto en los especialistas de la educación
3.3.5. Frente al modelo dual, relación teoría-práctica
3.4. Función pedagógica y corrientes del conocimiento de la educación
3.4.1. C
onsideración de la función pedagógica en la corriente marginal del
conocimiento de la educación
3.4.2. Consideración de la función pedagógica en la corriente subalternada
del conocimiento de la educación
3.4.3. Consideración de la función pedagógica en la corriente autónoma del
conocimiento de la educación
3.4.4. La función pedagógica exige generar principios de acción
3.5. Competencias para enseñar y competencias para educar, un nuevo
reto de la pedagogía
3.5.1. C
ompetencias clave, competencias básicas y competencias
profesionales: la polisemia conceptual
3.5.2. Un nuevo concepto, un cambio normativo, una nueva mentalidad
3.5.3. Para educar, competencias adecuadas a las actividades internas del
educando
3.6. Consideraciones finales: especificidad, especialización y competencia
son principios de la intervención
3.1. INTRODUCCIÓN
Tomando como eje argumental el desarrollo del conocimiento de la educación, no los
conocimientos de las áreas culturales que se enseñan, ni el conocimiento como objeto
de educación, sino la educación como objeto de estudio y conocimiento, este capítulo se
centra en la defensa del carácter especializado del conocimiento de la educación, y, como
consecuencia, la necesidad de que ese conocimiento especializado se tenga en cuenta al
establecer la competencia profesional de los especialistas en funciones pedagógicas.
En el ámbito de la función pedagógica, estamos en condiciones de defender su
identidad, su diversidad y su especificidad. Las funciones se identifican, atendiendo
a las competencias adquiridas con el conocimiento de la educación. Las funciones se
diversifican, porque las tareas a realizar en cada caso tienen unas características ex-
clusivas y requieren competencias pedagógicas diferentes. Las funciones pedagógicas
tienen carácter específico que las distingue de otras funciones (artísticas, médicas, etc.);
lo específico de la función pedagógica es generar hechos y decisiones pedagógicas que
permiten justificar, descubrir y explicar qué y cómo se producen y/o deben producirse
cualesquiera estados de cosas, acontecimientos y acciones educativas. La función peda-
gógica queda vinculada necesariamente al conocimiento de la educación que se tiene y
la sustenta, tanto en su identidad, como en su diversidad y en su especificidad.
La preocupación por conocer la educación ha existido siempre, aunque no fuese
científica; la ocupación en la ciencia también ha existido históricamente, aunque, no
fuese profesionalizada; pero lo que no ha existido siempre es la misma consideración
para la función pedagógica, porque el conocimiento que la sustenta no ha tenido siem-
pre la misma significación, entendida esta como capacidad que tiene ese conocimiento
de explicar, interpretar y transformar, es decir, capacidad de resolver problemas.
Toda función se ejerce sobre un determinado ámbito y requiere conocimiento del
ámbito. Pero en tanto que ámbito y conocimiento del ámbito son distintos, puede
decirse que la estimación social del ámbito en el que revierte beneficios una discipli-
na de conocimiento, no implica necesariamente una estimación equivalente de ese
conocimiento. Podemos estimar la salud y no estimar del mismo modo la Medicina;
podemos estimar la educación y no estimar del mismo modo la Pedagogía, etcétera. El
conocimiento no es el ámbito y la estimación del conocimiento y del ámbito no depen-
den de los mismos signos o determinantes. Precisamente por eso se puede conseguir,
por medio de la propaganda y la publicidad, aumentar la estimación de un ámbito sin
aumentar la estimación del conocimiento que afecta a ese ámbito.
Conviene tener claro, por tanto, que la estimación social de un determinado cono-
cimiento no se logra de forma repentina, ni con absoluta independencia de la estima-
ción social del ámbito en el que revierte beneficios ese conocimiento. Pero, a su vez, la
estimación social del ámbito en que revierte beneficios ese conocimiento, no implica
necesariamente una estimación equivalente de ese conocimiento.
Es innegable que socialmente se estiman la salud y la educación. Pero también es
un hecho comprobable que un licenciado en medicina, por muy mal que haya hecho
157
158 Dónde está la educación J.M. Touriñán
sus estudios, goza de reconocimiento social por el hecho de acceder al cuerpo médico.
La eficacia, la credibilidad y la elaboración de los conocimientos y de la función mé-
dica le respaldan. Por el contrario, un pedagogo, incluso si ha realizado sus estudios
brillantemente, no adquiere reconocimiento social destacable por formar parte de su
gremio. Su espacio ocupacional es cuestionado desde otros ámbitos y la eficacia, la
credibilidad y la elaboración de sus conocimientos y de su función son cuestiones a
revalidar cada día.
La herencia social del pensamiento educativo da pie para afirmar, por ejemplo, que
la estimación positiva de la educación (ámbito) puede convertirse en reforzador de la
crítica a la Pedagogía (conocimiento del ámbito) en la misma medida que la pedagogía
no resuelva las tareas que la educación plantea. Si se trata de estimar el conocimiento
del ámbito (Pedagogía) y no el ámbito en sí, hay que comprender la vinculación entre
función pedagógica y conocimiento de la educación y analizar la consideración de la
función pedagógica en cada corriente del conocimiento de la educación, atendiendo
a su capacidad de resolución de problemas, porque, como ya sabemos, cada corriente
genera una mentalidad distinta.
Indagar en el significado de la función pedagógica, abundar en su carácter espe-
cífico y comprender la distinta consideración que se le atribuye a la función en cada
corriente, nos aboca necesariamente al problema de las competencias de experto y a
los retos epistemológicos de investigación que se plantean en relación con la función.
Para desarrollar estas ideas, he agrupado los contenidos de este capítulo en los
siguientes apartados:
Significado de la función pedagógica.
Especificidad de la función pedagógica.
Consideración de la función pedagógica en cada corriente.
El desarrollo de competencias y los retos epistemológicos de la investigación peda-
gógica.
3.2. EL SIGNIFICADO DE
LA FUNCIÓN PEDAGÓGICA
Herbart reclama para el educador la mirada pedagógica, bajo la idea de “círculo visual
propio” que aquel construye desde la Pedagogía, algo que, según sus propias palabras,
olvidan enteramente formarse la mayoría de los que educan antes de entregarse a ese
empeño. Nos dice Herbart que “la mayoría de los que educan olvidan enteramente
formarse un círculo visual propio antes de entregarse a ese empeño; les surge poco a
poco en su trabajo (...), si realmente se desarrolló así (el niño), hay que felicitarse por
ello” (Herbart, 1806, p. 1). Frente a este tipo de actuación, Herbart quiere construir
un saber que le proporcione razones para fundamentar por qué un educador debe
seguir actuando del modo en que lo hace, o por qué debe cambiarlo: “Un maestro de
escuela de aldea, de 90 años, tiene la experiencia de su rutina de 90 años; posee el
sentimiento de sus largas fatigas, pero ¿tiene también la crítica de su método y de sus
actos?” (Herbart, 1806, p. 5).
La función pedagógica : identidad, diversidad y especificidad… 159
pedagógicas de docencia, apoyo al sistema educativo e investigación, que son tres funciones
pedagógicas distintas entre sí.
Desde el punto de vista de la comprensión lógica, a cada tipo de función pedagó-
gica le corresponden unas características que no se le pueden quitar sin que pierda
su sentido la función y hay un núcleo pedagógico formativo propio de esa función
que le otorga la competencia para generar hechos y decisiones pedagógicas propias
de esa función. Las funciones pedagógicas de docencia, apoyo al sistema educativo
e investigación son funciones pedagógicas lógicamente distintas, porque las tareas a
realizar en cada caso tienen unas características exclusivas y requieren competencias
pedagógicas diferentes.
De acuerdo con las tareas a realizar en cada función, y pensando en la necesidad de
adquirir competencias diferentes para cada una de ellas, pueden inferirse las siguien-
tes consideraciones lógicas de diversificación y distinción entre ellas:
El núcleo pedagógico no tiene el mismo peso en todas las funciones pedagógicas.
Así, por ejemplo, mientras que en la docencia el núcleo pedagógico de formación
comparte el espacio formativo con el aprendizaje de los conocimientos del área
cultural en la que se va a impartir docencia, en otras funciones pedagógicas, todo el
núcleo de formación está constituido, prácticamente, por disciplinas que estudian
la educación. La carrera de Pedagogía está constituida hoy en día en su totalidad
por estudios autónomos e interdisciplinares de la educación.
El núcleo pedagógico formativo es distinto en las funciones de docencia, apoyo al
sistema e investigación, aun cuando el núcleo pedagógico tuviera el mismo peso
en las tres funciones. Por ser funciones distintas puede afirmarse que las tareas
de cada función son distintas (no son iguales las tareas propias de la organización
de un centro y las tareas propias de la enseñanza de historia en ese centro). Por la
misma razón se entiende que cada una de esas funciones reclama un núcleo pe-
dagógico de formación específico, centrado en el conjunto de conocimientos
especializados acerca de la educación que se han de dominar para ejecutar
las tareas correspondientes a la función ejercida.
Incluso pensando en la misma función pedagógica, cabe afirmar que el núcleo
pedagógico puede variar cuando la capacidad de diversificación del ámbito en el
que se ejerce la función justifica desde el punto de vista lógico la diferenciación
en el núcleo. Tal es el caso de la función de docencia cuyo núcleo pedagógico
de formación no es exactamente igual para profesores de Infantil, Secundaria y
Universidad. El núcleo pedagógico de formación puede variar dentro de la misma
función, pues, siendo verdad que los docentes han de dominar los conocimientos
teóricos, tecnológicos y prácticos que los capacitan para explicar, interpretar y
decidir la intervención propia de su función, también es verdad que hay conoci-
mientos pedagógicos específicos del profesor de infantil que no mejoran en nada la
capacitación profesional del profesor de Universidad. Por ejemplo, los conocimien-
tos pedagógicos necesarios para el desarrollo de las destrezas básicas de lectura,
escritura, cálculo y expresión verbal, que son imprescindibles en la capacitación
164 Dónde está la educación J.M. Touriñán
puro que establece y justifica los principios y estructuras del ámbito de realidad de la
educación.
Una concepción subalternada del conocimiento de la educación y una concepción
jerárquica de los niveles epistemológicos de análisis del conocimiento de la educación
(teoría, tecnología y práctica) son compatibles con una interpretación de este tipo. La
teoría es competencia de los especialistas en disciplinas generadoras; construyen y
validan los modelos de explicación de acontecimientos educativos en términos de las
disciplinas generadoras, y a ellos les corresponde fundamentalmente la investigación
básica. La prescripción de reglas correspondería al especialista de apoyo (el inspector,
el director de centro, el orientador, etcétera), que realizará investigación aplicada como
teoría práctica. Al docente le correspondería la actuación práctica y la investigación
activa, porque ajusta la secuencia de intervención al caso concreto.
literaria y artística, etc.), sino porque cada una de ellas aborda parcelas reales del
sistema educativo susceptibles de tratamiento epistemológico. De lo que se trata en
cada función es de poseer los conocimientos teóricos, tecnológicos y prácticos, de la
racionalidad que corresponda y que nos capacitan para ejercerla. No es que la teoría
de la docencia sea una función pedagógica, la tecnología otra y la investigación activa
otra. La docencia es, de por sí, una función pedagógica. Cada función pedagógica
implica problemas teóricos, tecnológicos y prácticos. Al técnico de cada función le
corresponde conocer los suyos. Hay técnicos en una función a los que les corresponde
estrictamente el calificativo de “practicones” y hay técnicos en esa misma función que
entienden los problemas teóricos y tecnológicos de su función y saben hacer investiga-
ción activa para ajustar la secuencia de intervención a cada caso concreto.
respecto de las funciones en sí: lo que se necesita para ser competente en una función
pedagógica, no es todo lo que se necesita para estar formado en otra, añadiendo o sus-
trayendo una parte del núcleo pedagógico según el nivel de la función de referencia.
En efecto, el rigor lógico permite afirmar que la formación para las tres funciones
no exige carácter complementario. Como ya hemos visto, el núcleo pedagógico, ni
tiene el mismo peso en todas las funciones pedagógicas, ni es el mismo en cada fun-
ción; y puede diversificarse dentro de cada función. Precisamente por eso, podemos
afirmar que, ni el especialista en funciones de apoyo tiene que ser docente antes, pues
no necesita para desempeñar su función algunos de los conocimientos pedagógicos
específicos del docente, pero necesita otros que no tiene el docente, ni el docente tiene
que ser previamente técnico en funciones de apoyo.
Así las cosas, lo correcto no es decir que el núcleo pedagógico que se necesita
para ser competente en una función es el que se necesita para estar formado en otra,
añadiendo o sustrayendo una parte del núcleo pedagógico formativo, según el nivel
de la función de referencia. Más bien hay que decir, manteniendo el mismo modo de
expresión, que lo correcto es afirmar que el núcleo pedagógico que se necesita para ser
competente en una función, es el que se necesita para estar formado en otra, añadién-
dole en una parte del núcleo y sustrayéndole en otra parte del núcleo. Esto quiere decir
que la formación no es, de forma genérica, complementaria respecto de las funciones
en sí, sino más bien coincidente o compartida en una parte del núcleo pedagógico.
Es más correcto afirmar de forma genérica el carácter coincidente o compartido
de la formación para funciones pedagógicas, porque en las diversas funciones peda-
gógicas hay aspectos formativos comunes, en la misma medida que hay problemas
teóricos y tecnológicos comunes a cualquier tipo de función pedagógica. Pero además
hay aspectos pedagógicos formativos diferenciadores, en la misma medida que las
actividades a realizar en cada función requieren competencias distintas.
Después de los argumentos anteriores, parece evidente que, según el tipo de pro-
blemas que estemos planteando, necesitaremos conocimiento adecuado al problema
a resolver. A veces necesitaremos ciencia de la educación (para reglas y normas deri-
vadas del proceso); a veces necesitaremos estudios aplicados de la educación, teorías
prácticas y teorías interpretativas (reglas para fines dados y orientaciones de la acción
hacia determinados efectos que justifica la teoría interpretativa); a veces, necesitare-
mos estudios filosóficos de la educación, cuando queramos hacer fenomenología de un
fin en sí, estudiar la lógica interna del fin dentro del sistema conceptual de Educación
o conocer las consecuencias que se derivan para la educación de una determinada
concepción de vida. En unos casos necesitaremos racionalidad científico-tecnológica;
en otros, racionalidad práxica; en otros, racionalidad literaria y artística, etcétera, tal
como corresponda para construir ámbitos de educación que nos permitan resolver
los problemas educativos que surjan, aplicando el nivel de análisis epistemológico
—teórico, tecnológico, práctico— que proceda.
Hay que insistir en que la educación es un ámbito de realidad susceptible de cono-
cimiento y una actividad que se desempeña mediante la relación educativa. Esta doble
condición, de conocimiento y acción, marca la complejidad de la acción educativa para
170 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Lo que identifica a las funciones pedagógicas entre sí como tales, su carácter espe-
cífico, es lo que las distingue de otras funciones (artísticas, médicas, etcétera). Y como
ya sabemos, ese carácter específico puede diversificarse. Por el conocimiento de la
educación se identifican entre sí, como pedagógicas y se diversifican las funciones.
Se trata de avanzar ahora respecto a cuán específica puede ser la función pedagógi-
ca, atendiendo al conocimiento de la educación que la sustenta. La defensa del carácter
especializado del conocimiento de la educación, permite afirmar que la función pedagó-
gica es, en nuestros días, una actividad reconocida socialmente para cubrir necesidades
sociales determinadas; una actividad específica con fundamento en el conocimiento
especializado de la educación, que permite establecer y generar hechos y decisiones
pedagógicas con la concurrencia de aquel. La competencia de los especialistas en fun-
ciones pedagógicas procede, por tanto, del conocimiento de la educación.
resultados en conceptos y pruebas específicas del propio ámbito disciplinar) pero tie-
nen dependencia disciplinar (la física usa pruebas y conceptos matemáticos que debe
respetar sin falsearlos, aunque ese uso correcto no garantiza la validez del resultado
obtenido en la física). Los partidarios de la concepción subalternada del conocimiento
de la educación, mantienen que la educación no es como la física; y, justamente, es esa
diferencia la que hace que la educación no constituya una disciplina autónoma y la
física sí. Para ellos, en la Pedagogía no sólo hay dependencia disciplinar, hay subalter-
nación, porque en los conceptos de la educación no hay significación intrínseca, más
allá de los contenidos que aportan las disciplinas generadoras (Hirst, 1974, caps. 3 y
4 y 1966, pp. 42-50).
Para ellos, la educación no constituye una disciplina autónoma, porque un principio
“A” de educación se valida en términos de “X, Y, Z” —que son propuestas de la Psicología,
Filosofía, Sociología u otra disciplina generadora—, porque no existen razones pedagó-
gicas “a, b, c”: “No hay nada lógicamente distinto en los conceptos educacionales tales
como aula, profesor, asignatura, (...). Estos conceptos son usados para resaltar el área de
interés en la que se ocupa el investigador, pero no suponen una significación distinta”
(Hirst, 1966, p. 49). En este caso, la dependencia disciplinar se convierte en subalterna-
ción. En nuestra opinión, la tesis de la subalternación necesita suplementación:
1. Entender la educación en cuanto objeto de conocimiento como absolutamente
equivalente a conocimiento subalternado, o sea, elaboración de la educación sólo
con las teorías significativas de las disciplinas generadoras, supone no distinguir o
despreciar la distinción que existe entre utilizar principios de otras disciplinas en
la educación y desarrollar principios de intervención pedagógica. Si no atendemos
a esa distinción, afirmamos implícitamente un error: que, por ejemplo, psicológica-
mente probado, equivale a pedagógicamente probado. Adviértase que nuestra tesis
no afirma que no existan casos en los que lo psicológicamente posible sea pedagó-
gicamente permitido. Tampoco se afirma que las disciplina generadoras mantengan
falsedades y la Pedagogía, al descubrirlas, las rechaza. Lo que afirmamos es que la
concepción subalternada del conocimiento de la educación es insuficiente, porque
no basta con que la disciplina generadora prueba algo para que quede probado
pedagógicamente. El desarrollo de principios pedagógicos de intervención requiere
una elaboración teórica y tecnológica de la educación en conceptos con significa-
ción intrínseca al ámbito educación.
2. Si la educación es sólo un conocimiento subalternado, se sigue que especializarse
en educación es especializarse en las profundas y consolidadas conclusiones que
se extraen de, por lo menos, cuatro disciplinas sumamente complicadas: biología,
psicología, sociología y antropología. Se entiende perfectamente que ante estas te-
sis las profesiones de la educación se vean afectadas de dos modos fundamentales.
De una parte, los conocedores de esas disciplinas generadoras consideran como
aficionados a los profesionales de la educación, en las tareas de la educación que
se resuelven desde las disciplinas generadoras. Es innegable que los psicólogos,
antropólogos o sociólogos se consideran más capacitados para investigar los proble-
mas psicológicos, antropológicos o sociológicos de la educación que los pedagogos.
Adviértase que lo grave no es que el profesional de la educación sea considerado
La función pedagógica : identidad, diversidad y especificidad… 175
identificar las destrezas que se están potenciando, etc., no son problemas morales,
pero son problemas pedagógicos que se resuelven con el conocimiento teórico o tec-
nológico de la educación.
En segundo lugar, si todo problema pedagógico es problema moral, se sigue que lo
moralmente probado está, de manera automática, probado pedagógicamente. Frente a
esta afirmación, tenemos la experiencia de determinadas respuestas morales correctas
que no se pueden convertir en metas pedagógicas, porque se sabe que no pueden ser
comprendidas y asumidas por los educandos mientras no superen un determinado
nivel de desarrollo.
Después de lo que llevamos dicho me parece obvio que existen conocimientos
teóricos desarrollados por los investigadores de Historia que permiten afirmar qué
cosas tienen valor histórico y forman parte de los conocimientos de esa área cultural.
También existen conocimientos morales, desarrollados por los investigadores de ese
ámbito, que permiten justificar moralmente nuestro deber de saber Historia. Pero
además existen conocimientos teóricos, tecnológicos y prácticos de la educación que
los investigadores de la Pedagogía han validado y que nos permiten afirmar cuando
esos conocimientos históricos se convierten en objetivo o instrumento de la interven-
ción pedagógica.
Si no confundimos conocimiento de áreas culturales, conocimientos morales, es-
tudios interdisciplinares y estudios autónomos de la educación, se entiende que es
posible desarrollar para la función pedagógica un conocimiento específico que es
estrictamente un conocimiento de hechos y decisiones técnicas, de tal manera que
pueda afirmarse con sentido, no sólo que cualquier medio no queda legitimado peda-
gógicamente para alcanzar una meta social deseable, sino también que cualquier meta
social deseable no se convierte automáticamente en una meta pedagógica legitimada.
todas en una misma persona, lo normal es que eso no ocurra y ello no merma el éxito
en cada caso.
El especialista en ciencias de la actividad educativa hace práctica en el ámbito
epistemológico (aplica su conocimiento al caso concreto y pone en acción la secuencia
de intervención). Pero, además, hace práctica o entrena o se ejercita en las destrezas
propias de un técnico en ciencias de la actividad educativa (hace prácticas como entre-
nador, como administrador o director de recintos educativos, etcétera).
No hay nada extraño en que una persona que prepara a otras para la actividad edu-
cativa, la conoce, la investiga y trabaja como técnico de esa actividad, la practique. Más
aún, tampoco hay nada extraño en aceptar que en determinados tipos de actividad,
tales como la docencia, la abogacía, la medicina, la educación, etc., la práctica de la
actividad ayuda al experto y forma parte de su formación. Eso que acabamos de decir
lo comprobamos en todas las áreas de experiencia que requieren ejercicio de destreza
práctica, como son el deporte, la educación, el arte o la cirugía. Pero de ahí no se sigue
que quien más educación sabe es quien mejor la enseña o que quien más salta es quien
mejor entrena. Si se me permite un símil con el médico-cirujano, puede decirse que
quien mejor logra el objetivo de hacer médicos-cirujanos no es necesariamente, a su
vez, el mejor cirujano. El mejor cirujano domina la teoría, la tecnología y la práctica
de la intervención clínica; además, "practica", es decir, ejercita la intervención clínica.
Pero por el hecho de ser buen cirujano, no es buen “entrenador” de cirujanos, porque
lo que necesita dominar el entrenador es la técnica de enseñar cirugía, aunque no sea
un experto de la intervención clínica (Wynen, 1985).
Esta distinción entre conocer, investigar, enseñar una actividad o intervención
(deportiva, médica, artística, etc.), ejercer como técnico especialista de una actividad o
intervención (médico, artista, deportista), practicar la actividad a nivel epistemológico
y practicar (entrenar la actividad como técnico especialista o como persona particular
aficionada) nos pone en el camino de comprender la peculiar situación de determinadas
carreras en relación con la práctica. Conviene no confundir esas peculiares relaciones,
porque la práctica de quien enseña un deporte o un arte es, prioritariamente, la prácti-
ca de la enseñanza, no la del deporte o arte en sí. Esta distinción es fundamental para
dilucidar cuestiones de profesionalismo y no anula de ningún modo la importancia del
entrenamiento y el aprendizaje vicario en el dominio de destrezas.
Desde el punto de vista de la educación, al que enseña se le requiere un determi-
nado nivel de aptitudes relativas al área en la que va a educar (experiencia y expresión
artística), pero de ahí no se sigue que no se puede ejercer como educador en ese área
de experiencia educativa sin que el profesor sea además experto practicante de ese
área de experiencia. Para nosotros es un hecho que no es lo mismo educar que actuar
educadamente; no es lo mismo sanar a alguien que vivir sanamente, no es lo mismo
enseñar un arte o un deporte que ser el deportista o el artista y así las cosas, sigue
siendo verdad que la eficacia en la enseñanza significa que no se requiere más nivel de
competencia técnica que el necesario para hacer efectiva la acción. Precisamente por
eso los profesores no requieren todos el mismo nivel de pericia en el área cultural de
experiencia que enseñan según cuál sea su nivel de ubicación en el sistema educativo,
190 Dónde está la educación J.M. Touriñán
ni todos deben tener el mismo conocimiento pedagógico, según cuál sea el nivel del
sistema educativo en el que trabaje, ni todos los alumnos se preparan para ser profe-
sionales de una determinada área educativa de experiencia.
Esta diferencia entre aptitudes para practicar y aptitudes para conocer, enseñar,
investigar y ejercer como técnico nos permite entender, además, por qué el especia-
lista en ciencias de la salud no es el que más salud tiene, aunque sea el que está más
preparado para controlar y optimizar los instrumentos y condiciones de salud. Por
la misma razón, el técnico en actividades físico-deportivas no es quien más y mejor
actividad físico-deportiva realiza, aunque es quien está en mejores condiciones para
controlar y optimizar las aptitudes para la actividad físico-deportiva. Y esto se aplica
a todas las áreas educativas de experiencia que suponen actividad práctica, incluidas
las Artes.
Es fundamental, en este tipo de carreras, distinguir entre ámbito de conocimiento
y conocimiento del ámbito. El ámbito de conocimiento es la realidad práctica de la
actividad, pero el conocimiento del ámbito es el dominio intelectual, no la práctica. El
graduado es experto en conocimiento científico, por ejemplo, del arte, de las artes y del
teatro. Conviene reparar en esto, porque no existen licenciados ni doctores en saltar
vallas o hacer obras artísticas; pero sí puede hacerse una licenciatura o un doctorado
del salto de vallas o de una obra de teatro o de un artista: su historia, su técnica, su
entrenamiento, etc.
Conocer, investigar, enseñar una actividad o intervención (deportiva, médica, ar-
tística, etc.), ejercer como técnico especialista de una actividad o intervención (médico,
artista, deportista), practicar la actividad a nivel epistemológico y practicar (entrenar la
actividad como técnico especialista o como persona particular aficionada) y, por últi-
mo, practicar como docente o practicar la actividad del área cultural que enseño, son
funciones distintas que se predican de un ámbito de conocimiento compartido. Pero,
además, son funciones distintas respecto de un ámbito de conocimiento compartido
que tiene diversos niveles de elaboración epistemológica comunes. Precisamente por
eso, podemos decir que teoría, tecnología y práctica son distintas en cada función,
como queda reflejado en el Cuadro 17.
Es posible diferenciar aptitudes para conocer la educación (relacionadas con dominio
de la teoría, la tecnología y la práctica propias de la educación como conocimiento y
acción), aptitudes para investigar (relacionadas más directamente con el dominio de la
metodología y la capacidad de verificación y prueba), aptitudes para la enseñanza (más
unidas al dominio del conocimiento de la educación específico de los métodos de
enseñanza y su aplicación, un conocimiento que requiere el dominio suficiente de los
contenidos del área en la que se va a enseñar) y aptitudes para intervenir educativamente
en un área de experiencia (que se identifica además con las competencias vinculadas a
la realización del carácter y del sentido de la educación y a la aplicación los principios
de intervención pedagógica en un área de experiencia concreta, transformándola en
ámbito de educación).
La función pedagógica : identidad, diversidad y especificidad… 191
ámbito del conocimiento de la educación, crea nuevos valores o reformula los que ya
existían, desde la mentalidad pedagógica derivada.
No se trata de insistir ahora, de nuevo, en la pluralidad de investigación posible
sobre el objeto de conocimiento ‘educación’ y su significación, sino de denunciar los
errores que se cometen al no defender la doble condición de conocimiento y acción
para el objeto ‘educación’ o de aislar y desvincular una condición de la otra. Y en este
sentido, mantengo que, en todos aquellos ámbitos de realidad que son una actividad
susceptible de ser considerada como conocimiento y acción, se han enfrentado en al-
gún momento al problema del modelo dual en el ámbito universitario. La contraposición
equivocada entre profesores y pedagogos, entre facultades de ciencias de la educación
y escuelas de magisterio, entre “teóricos” y “prácticos” son ejemplos de la asunción
del modelo dual que separa conocimiento y acción. Seguimos teniendo ejemplos muy
claros de modelo dual en las artes y en la mentalidad de muchos pedagogos sigue
existiendo el modelo dual para separar el estudio del conocimiento y la acción. En las
artes, y en cualquier otro campo que sea susceptible de ser visto como actividad hu-
mana realizable y conocimiento de la actividad, se da una relación entre la teoría y la
práctica que no debe soslayarse, pero que el modelo dual mantiene, interesadamente,
soslayada. El modelo dual defiende que la especialización (tomando como ejemplo la
música) en la rama musicológica se lleva a cabo, preferentemente, en las universidades
y la relacionada con la producción musical en los conservatorios de música (Touriñán
(Dir.), 2010; Touriñán, 2013a).
En este modelo, la universidad contemplaría la música como objeto cognoscible,
investigable y enseñable, respecto de la manera de conocer y de investigarla; pero no
entraría en el conocimiento e investigación de la parte que corresponde a la actividad
de producir y crear música (realización de la música como ejecución, interpretación
y expresión musical por medio del dominio técnico del instrumento). Para la Univer-
sidad, la música sería conocimiento teórico y ámbito de investigación y ambas cosas
podrían enseñarse.
Por su parte, el conservatorio superior contemplaría la música como una actividad
creativa cuyo dominio técnico y ejecución práctica pueden enseñarse y aprenderse.
El objetivo de la educación artística-musical en los conservatorios sería el logro de
competencia para saber crear objetos artísticos, utilizando las formas de expresión y
los instrumentos apropiados de manera que cada alumno pueda ejecutar, expresar e
interpretar música por medio del instrumento idóneo. En cada ámbito artístico puede
haber genios, pero el objetivo de la educación artística no es crear genios, sino preparar
buenos técnicos capaces de crear objetos artísticos. Las obras de arte son otra cosa. Y
aun admitiendo que tenemos que crear genios, no se invalida lo que hemos dicho en
relación al modelo dual.
En el modelo dual, conocimiento y acción respecto del mismo objeto, están se-
paradas. Se defiende que el conservatorio hace “artistas-músicos” y la universidad
hace técnicos de investigación y conocimiento del arte en cuestión. A la universidad
le corresponde la “musicología” y al conservatorio la “música”. En ese universo ideal
dicotomizado, de la universidad deberían salir los investigadores de la música creada y
196 Dónde está la educación J.M. Touriñán
las áreas culturales que enseña, porque los conocimientos de esas áreas culturales los
crean los investigadores de ellas.
Si aceptamos como mera hipótesis que la función pedagógica es un objeto de es-
tudio genuino, es decir, que tiene un propósito propio, distinto de los conocimientos
de las áreas culturales, la competencia de los profesionales de la docencia no sería
definida por ellos mismos al terminar su formación simplemente en función del mayor
o menor dominio del área cultural que van a enseñar. En este caso, el conocimiento
no sería un pretexto para la enseñanza (conocemos lo que enseñamos), sino que la
enseñanza se convertiría en sí misma en objeto de conocimiento (enseñamos, porque
dominamos pedagógicamente la función). El profesional de la docencia no definiría su
competencia al terminar la carrera especialmente por el dominio del área cultural que
enseña, sino también por el dominio del cuerpo de conocimiento científico-tecnológi-
co que lo capacita para hacer conocer a los alumnos, explicar y prescribir sus reglas de
actuación y desarrollar destrezas y actitudes en ellos.
En mi opinión, la función pedagógica depende directamente del conocimiento de
la educación, porque del conocimiento de la educación que se tiene depende:
a) De una parte, la credibilidad de las explicaciones, interpretaciones y prescripciones
acerca de cualesquiera estados de cosas, acontecimientos y acciones educativas.
Genéricamente la función pedagógica no es otra cosa que la puesta en acción del
conocimiento de educación. Si mi conocimiento de la educación se reduce a la
experiencia personal del efecto de una regla singular sobre el alumno, mi dominio
de la función pedagógica puede ser anulado con la experiencia personal de otro
respecto de su regla. Pero si están desarrollados esquemas de conocimiento de la
educación que proporcionan pautas intersubjetivables de análisis de las diferentes
reglas, implícitas o explícitas, que han utilizado distintos profesionales en su ac-
tuación, estamos en condiciones de decidir acerca de la corrección de la función
pedagógica realizada.
b) De otra parte, la estimación de la función pedagógica por misma. Una conside-
ración realista de la educación permite afirmar que la estimación positiva de los
ámbitos en los que revierte beneficios función pedagógica (la educación de las
personas), no va acompañada siempre de la misma consideración para el estudio
de la función pedagógica. La consideración positiva de la educación existió siem-
pre, la preocupación pedagógica también existe desde que el adulto se dirige al
niño para proporcionarle patrones de conducta que facilitarán su supervivencia
y socialización (García Carrasco, 1983, p. 48), pero lo que no existió siempre fue
la misma consideración para la función pedagógica, porque el conocimiento de la
educación no tuvo siempre la misma significación, entendida ésta como capacidad
de resolución de problemas.
Es innegable que la competencia de los especialistas en funciones pedagógicas pro-
cede, por tanto, del conocimiento de la educación. Esta relación sigue siendo uno de
los ejes directrices de las reformas de la formación de profesores y en un libro reciente,
I. Enkvist nos dice que, desde la perspectiva internacional comparada, la buena y la
mala educación se distingue atendiendo a cuatro pilares que establecen las diferencias
(Enkvist, 2011):
La función pedagógica : identidad, diversidad y especificidad… 199
para lograr la nueva meta o la secuencia de intervención más pertinente para el caso,
son cuestiones teóricas y tecnológicas del conocimiento de la educación, y por tanto,
tareas que la función pedagógica no puede desatender.
En la corriente marginal, no hay un carácter específico de la función pedagógica que la
distinga de otras funciones; es una experiencia práctica. La función pedagógica no, tiene
ninguna característica que la distinga lógicamente de una función moral y práctica. En
la corriente marginal, la función pedagógica es puramente práctica en un doble sentido. Es
la propia práctica de nuestra actuación la que corrige el modo de intervenir. Y además,
es práctica en el sentido moral del término, porque la decisión del modo de intervenir
se justifica moralmente. En la corriente marginal, lo hemos visto también, el cono-
cimiento de la educación, es experiencial y eso quiere decir que la teoría no es vista
como el conocimiento que explica el modo de intervenir, sino como la propuesta de
fines de vida, deseables. De este modo en la corriente marginal lo probado moralmente
se convierte automáticamente en pedagógicamente probado.
Es verdad que en cuestiones morales, lo que no está vindicado, moralmente, no se
convierte con legitimidad en objetivo o instrumento de la intervención pedagógica,
pero una meta moral no es sin más una meta de educación, porque como hemos visto
en el epígrafe 5.8 del capítulo 2, acontecimientos intencionales y acontecimientos mora-
les no son lo mismo, porque existe el ámbito de la decisión técnica. Existe, en efecto, un
ámbito de la educación que se identifica con el desarrollo de la dimensión moral. Pero
las opciones morales y el dominio de los conocimientos morales son conocimientos
de áreas culturales, que no invalidan el carácter contextual de esos conocimientos el
desarrollo de destrezas morales, ni anulan el carácter científico-tecnológico de la inves-
tigación pedagógica de fines y medios implicados en el proceso de la educación moral.
La identificación de problemas morales y problemas educativos equivale a identi-
ficar erróneamente fines del sujeto y fines del objeto. De manera magistral el profesor
González Álvarez afirma que esta identificación:
“no prueba nada porque confunde cosas que deben ser distinguidas y da por resuel-
tas numerosas aserciones cuestionables y hasta falsas. (...) Es cierto que la ética se ocupa
de los fines; pero, entiéndase bien, de los fines de su sujeto, no de los fines de los objetos que
pertenecen a otras ciencias. La ética se ocupa del fin de los actos humanos, y, para mejor
comprensión del fin del hombre, de quien los actos que estudia son. (...) La educación
es en el hombre; pero no por eso se identifica su fin con el fin del hombre. Ante confusión
semejante —demasiado frecuente, por desgracia—, anticipamos aquí que la educación
es para el hombre. (...) Sin embargo la educación no es el hombre. (...) Como la ética se ocupa
del ente moral, (...) y la educación no se sitúa en una realidad de este tipo, la disciplina
que trate de la educación no podrá quedar absorbida en la filosofía moral” (González
Álvarez, 1977, p. 19).
personal es que puede denominarse con propiedad corriente subalternada del cono
cimiento de la educación, porque esa es la condición que se le asigna al conocimiento
de la educación (Touriñán, 1987a). El supuesto básico de este planteamiento afirma
que la educación es un objeto de estudio genuino, es decir, tiene un propósito distinto
al de otras preocupaciones intelectuales. Su objetivo es guiar la acción (Durkheim,
1966; O'Connor, 1971; Hirst, 1966 y 1967). Ahora bien, como objeto de conocimiento
la educación se resuelve utilizando exclusivamente los principios elaborados por las
disciplinas científicas generadoras.
El conocimiento de la educación es científico subalternado, porque la estructura de
justificación e interpretación de las reglas que se construyen para intervenir se resuelve
exclusivamente con el soporte científico de las teorías de las disciplinas generadoras.
Es la validez de las vinculaciones establecidas en las disciplinas generadoras lo que
garantiza la validez de las reglas de intervención educativa.
A los efectos de este trabajo me parece suficiente destacar que en la corriente sub-
alternada, la formación para la función pedagógica requiere en este caso el dominio de
las teorías de las disciplinas generadoras y de las metodologías adecuadas para prescri-
bir reglas de acción que permitan alcanzar las metas educativas (Mounce, 1976).
Los partidarios de la subalternación mantienen un punto en común, como he-
mos visto en el epígrafe 3.1 de este capítulo: defender el carácter subalternado de la
investigación pedagógica supone colocarse en una posición incompatible con el re-
conocimiento de la educación como disciplina con autonomía funcional, compatible
con la posibilidad de conocer científicamente el fenómeno educativo e incompatible
también con toda posición que defienda la consideración puramente experiencial
del acto de intervención pedagógica. Afirman que la educación como disciplina de
conocimiento no es como la matemática, la física, la biología o la sociología, porque
su conocimiento es únicamente utilización de conocimientos de otras disciplinas.
El profesor O'Connor expresa del siguiente modo la consideración subalternada del
conocimiento de la educación:
“La mayoría de las personas convendrían en que la educación no es, de por sí, una
ciencia, sino más bien una serie de actividades prácticas relacionadas por un objetivo co-
mún. Pero a menudo esas actividades encuentran justificación teórica en alguna doctri-
na científica (p. 135) (.../...) En los escritos de los teóricos anteriores al establecimiento
de la psicología experimental, se trata de recomendaciones referentes a la práctica de
la educación que (...) se las ha adoptado, fundamentalmente debido a que su aplicación
permite obtener resultados satisfactorios (p. 156) (.../...) Las teorías educacionales que
preceden al nacimiento de una psicología científica (cuando no se daban las especulacio-
nes metafísicas o los juicios éticos) implicaban conjeturas más o menos agudas para
explicar una práctica exitosa. Pero, con el desarrollo de una Psicología científica es la
experimentación y no la práctica la que sugiere una teoría determinada” (O'Connor, 1971,
p. 158).
Por su parte el profesor Hirst, como hemos detallado en ese epígrafe 3.1 del capítulo
2, mantiene que el conocimiento de educación es subalternado de las teorías generado-
ras porque los términos educacionales no tienen significación propia; la educación es
La función pedagógica : identidad, diversidad y especificidad… 205
y ahora” para el educando, y los medios validados por las teorías interpretativas que se
adecuan a esas metas.
Como decíamos más arriba, las teorías prácticas son construcciones racionales que
dirigen la acción; son formas de construir el conocimiento de un ámbito que combinan
metas‑expectativas sociales y medios validados por teorías científicas. Las teorías prácti-
cas no son cuestión exclusiva de la educación, sino de cualquier campo en el que existan
expectativas sociales. En la educación existen expectativas sociales y parece innegable,
por tanto, que es un campo adecuado para el desarrollo de teorías prácticas.
La cuestión fundamental no es, si son justificables las teorías prácticas; la cuestión
básica es más bien, si las teorías tienen que hacerse sólo, bajo el patrón de tecnologías
subalternadas. Para clarificar esta cuestión, me parece oportuno seguir una estrategia
comparada. En efecto, la biología es una disciplina científica con estructura teórica
consolidada; dispone de teorías sustantivas y tecnologías específicas, elaboradas en
conceptos propios de la biología. Desde conceptos propios de la biología, sus teorías
sustantivas establecen vinculaciones entre condiciones y efectos y legitiman cambios
de estado, es decir, establecen metas u objetivos intrínsecos de la biología; por su
parte, sus tecnologías específicas prescriben reglas para alcanzar esos objetivos in-
trínsecos con las vinculaciones establecidas en sus teorías sustantivas. Pero, además,
si nos preguntamos cómo contribuir a la salud de la sociedad con la biología, estamos
planteando una cuestión de teoría práctica. La biología es un estudio disciplinar con
autonomía funcional que tiene sus objetivos intrínsecos; pero, también, contribuye
a solucionar objetivos extrínsecos desde teorías prácticas, en la misma medida que
aquellos puedan interpretarse en términos biológicos. Respecto de la educación po-
demos actuar analógicamente y entenderla como una meta social que se resuelve en
términos de la biología; construimos, así, la teoría práctica de la educación como
tecnología subalternada.
La cuestión que no se plantea en este caso es la posibilidad de que los términos
educacionales tengan significación propia y existan objetivos intrínsecos, además de
expectativas sociales dirigidas al sistema educación; es decir, que exista la educación
como disciplina autónoma y puedan plantearse las teorías prácticas en la educación,
no en términos de disciplinas interpretativas, sino en términos pedagógicos. En este
caso habría teorías sustantivas y tecnologías específicas de la educación, que podrían
interpretar las expectativas sociales en términos pedagógicos. Si esta hipótesis se
cumple, además de tecnologías subalternadas, en la educación habría teorías prácticas
en términos de disciplina autónoma de la educación, porque habría también teorías
sustantivas y tecnologías educacionales específicas. Cabría sostener racionalmente que
la educación es un ámbito adecuado para las teorías prácticas, pero, a su vez, también
tendría sentido afirmar que la Pedagogía, como estudio científico autónomo de la
educación, no es una teoría práctica, del mismo modo que la biología no es una teoría
práctica, aunque se utilice en ellas.
Desde una perspectiva global, me parece de estricta justicia reconocer que la men-
talidad pedagógica subalternada ha aportado un volumen de conocimientos acerca
La función pedagógica : identidad, diversidad y especificidad… 209
Todo campo de estudio puede ser abordado desde otras áreas de investigación
consolidadas, siempre que el esquema conceptual de estas permita la interpretación en
esos términos del nuevo campo de estudio. Esta es una situación normal de investiga-
ción. Pero no es legítimo sostener desde ella que en el nuevo campo no hay nada más
que lo que se confirma y afianza desde la disciplina generadora.
Las experiencias de extensión del significado de los términos educacionales confir-
ma que la tesis de subalternación no necesita revisión, lo que necesita es suplementa-
ción; sus argumentos son coherentes con una concepción de disciplina subalternada;
nuestras críticas son pertinentes en la misma medida que hay significación intrínseca
de los términos educacionales y no les prestamos la atención debida desde la concep-
ción subalternada del conocimiento de la educación. Si hay problemas de educación
que se resuelven en términos de las disciplinas generadoras, en esos problemas, ha-
blando con propiedad, sólo hay función psicológica, sociológica, etc., en la educación,
según cuál sea la disciplina generadora desde la que se resuelve el problema. Pero
los partidarios de la subalternación, desde el momento que niegan la significación
intrínseca a los términos educacionales, entienden que la función pedagógica es sólo
utilizadora de principios de las disciplinas generadoras. No identifican fines de vida y fines
de la educación, porque distinguen fines del objeto y fines del sujeto; sin embargo, no
están en condiciones de diferenciar fines de educación y metas legitimadas pedagógi-
camente, porque no distinguen entre metas de un sistema (pedagógicas) y expectativas
sociales dirigidas al sistema.
En la corriente de subalternación la función pedagógica no tiene característica
alguna que la distinga lógicamente de una función psicológica, sociológica, filosófica,
etc., según cuál sea la disciplina generadora, salvo la de aplicarse a un acontecimiento
que se define social o práxicamente como educativo.
En sus orígenes la corriente autónoma se sostiene desde dos tesis que la distinguen
de las otras dos corrientes analizadas. Frente a la corriente marginal, se mantiene la
crítica a las pedagogías que buscan la validez general en las finalidades de vida y, al
mismo tiempo, se defiende que el punto esencial del conocimiento pedagógico es el
tratamiento específico del acto pedagógico. Frente a la corriente de subalternación,
se defiende la necesidad de buscar la significación intrínseca de los conceptos edu-
cacionales y se postula la autonomía del conocimiento de la educación. La corriente
autónoma mantiene las siguientes tesis que ya hemos ido desarrollando al criticar las
otras corrientes:
El conocimiento de áreas culturales no es el conocimiento de la educación.
El objeto de conocimiento no son los fines de vida deseables, sino las metas peda-
gógicas y las reglas de intervención.
Se entiende el conocimiento de la educación, no como una justificación moral de
conductas singulares, sino como una explicación científico-tecnológica de aconte-
cimientos pedagógicos intencionales.
El conocimiento de la educación no es sólo conocimiento teórico de carácter filosófico.
Es posible el estudio científico subalternado de la educación.
Pero además, el hecho de que dependencia y subalternación no sean lo mismo, el
hecho de que lo probado por las disciplinas generadoras no quede probado pedagógi-
camente de manera automática y el hecho de que utilizar principios de las disciplinas
generadoras en educación no sea lo mismo que desarrollar principios de intervención
pedagógica permite afirmar que la educación es un ámbito de realidad cuyos concep-
tos son lógicamente distintos a los de otros ámbitos y reclaman, por tanto, elaboración
teórica y tecnológica propia.
En la consideración autónoma del conocimiento de la educación la teoría es sustanti-
va: porque propugna la explicación e interpretación de acontecimientos educativos en
conceptos con significación intrínseca al ámbito a explicar y la tecnología es específica
porque las reglas de intervención se construyen a partir de las vinculaciones nómicas
programadas o intencionales establecidas en las teorías sustantivas de la educación
(Castillejo, 1986, p. 56; Castillejo y otros, 1994).
En la corriente autónoma la Pedagogía se identifica con el conocimiento científi-
co‑tecnológico de la educación entendida ésta, no como un marco de referencia que se
resuelve en términos de las disciplinas generadoras, sino como un ámbito de realidad
con significación intrínseca en sus términos.
Del mismo modo que no todo estudio científico de la medicina es ciencia médica
(el estudio económico de un dispensario médico es estudio científico subalternado
de la medicina, pero no ciencia médica, o sea, estudio científico autónomo de la
medicina, como pueden serlo la patología o la clínica, por ejemplo), puede decirse por
analogía que no todo estudio científico de la educación es ciencia de la educación,
entendida como Pedagogía como disciplina del conocimiento de la educación con
autonomía funcional.
212 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Además del dominio adecuado de los conocimientos del área cultural en la que
se imparte docencia ‑tomando como referencia una de las funciones pedagógicas‑,
el control de proceso educativo, en este caso, supone, no sólo el conocimiento de
la estructura cognitiva del sujeto que aprende y del espacio sociocultural en el que
aprende —como los estudios interdisciplinares de la educación han probado—, sino
también el conocimiento de un cuerpo teórico sustantivo que justifique la formulación
de normas y reglas de intervención pedagógica en conceptos con significación intrín-
seca al ámbito educación.
La función pedagógica es en este caso generadora de principios y requiere el dominio
de las teorías interpretativas, no con la intención de que al pedagogo le corresponda
hacer esas investigaciones (son investigaciones subalternadas, validadas desde los estu-
dios científicos subalternados), sino con la intención de entenderlas en la misma medida
que hay problemas educacionales que se resuelven de ese modo y que hay problemas
educacionales cuya resolución exige la reducción metodológica.
Lo que se pretende explicar, interpretar y construir en el conocimiento de la
educación como disciplina con autonomía funcional es la intervención pedagógica.
Justamente por eso la intención del conocimiento de la educación es tecnológica: expli
camos e interpretamos intervenciones educativas; y partiendo de esas interpretaciones
construimos intervención pedagógica: acción intencional en orden a realizar los fines
y medios que se justifican con fundamento en el conocimiento del funcionamiento del
sistema educación. El hecho de que la intención del conocimiento de la educación sea
tecnológica permite afirmar que todo conocimiento teórico o tecnológico de la ciencia
de la educación es conocimiento que crea, de algún modo, intervención pedagógica.
Si esto es así, puede decirse que desde el punto de vista del conocimiento de la
educación, la intervención pedagógica es siempre tecnoaxiológica, porque:
La educación siempre es educación en valores que marcan el significado de la edu-
cación
La educación siempre se ejerce por medio de agentes en un área determinada de
intervención (áreas de experiencia)
La educación siempre implica intervención técnica de más o menos nivel; se toman
decisiones técnicas en procesos específicos en cada área educativa: educación inte-
lectual, social, afectiva, ciudadana, ambiental, etc.
Hablamos en este sentido de Pedagogía tecnoaxiológica. El conocimiento específico
para la función pedagógica es el conocimiento que hace posible la elección técnica, no
sólo porque es una elección dentro de un ámbito determinado de necesidades, sino
también porque el criterio de decisión se funda estrictamente en el conocimiento del fun-
cionamiento del ámbito en el que se actúa (en este caso, el conocimiento que proporciona
la Pedagogía sobre esa área de intervención).
Pero, además, tenemos que hablar, con mayor sentido de aproximación a las áreas
culturales que son objeto de educación, de Pedagogía mesoaxiológica, porque la inter-
vención educativa requiere, conocimiento pedagógico y dominio del medio o área
cultural en la que se interviene educativamente al nivel suficiente para hacer efectiva la
acción educativa. Y esto quiere decir, si distinguimos conocer un área de experiencia,
216 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Es un reto singular, sobre todo si tenemos en cuenta que por vez primera, bajo el
concepto de competencias, la tarea del profesor no se vincula directamente con los
saberes de las áreas culturales. Es un hecho que el conocimiento de áreas culturales
no es el conocimiento de la educación y es un hechos que tenemos que transformar
la información en conocimiento y este a su vez en educación, porque conocer no es
enseñar y enseñar no es educar. Pero en todas esas tareas hay un lugar específico para
el desarrollo y adquisición de competencias. Lo cierto es que,. si avanzamos en la sig-
nificación distinta para educar, también estamos obligados avanzar en la identificación
de competencias adecuadas para esa tarea.
sga_doc?smartapi!celexplus!prod!DocNumber&lg=es&type_doc=COMfinal&an_
doc=2003&nu_doc=685).
En el año 2003, el programa educativo de la Unión Europea Education and Training
2010 (http://ec.europa.eu/education/index_en.html), iniciado para los países miembros
con el objetivo primario de establecer un marco general de competencias para la vida en
la sociedad y la economía del conocimiento, señala ocho competencias clave (competen-
cias para poder aprender, trabajar y realizarse en la sociedad y la economía del conoci-
miento) que quedan definidas en el punto 1.2 del documento del siguiente modo:
“Todas las personas deben adquirir una base mínima de competencias para poder
aprender, trabajar y realizarse en la sociedad y la economía del conocimiento. Se trata de
las competencias básicas tradicionales (lectura, escritura y cálculo) y de las más recientes
(incluidas las lenguas extranjeras, el espíritu empresarial, las competencias personales y
cívicas y las competencias en nuevas tecnologías de la información y la comunicación)”.
(Education and Training 2010: COM (2003) 685-final, http://eurlex.europa.eu/smartapi/
cgi/sga_doc?smartapi!celexplus!prod!DocNumber&lg=es&type_doc=COMfinal&an_
doc=2003&nu_doc=685 (Fecha de consulta el 15 de abril de 2013).
Con anterioridad, en el año 2002, ya un informe de la Red Eurydice consensuaba
una aproximación al concepto de Competencia por parte de la mayoría de los expertos
y apuntaba que una competencia, para poder ser considerada ‘clave’, ‘nuclear’, ‘esencial’
o ‘básica’, debería ser necesaria y beneficiosa para todas las personas y para la sociedad
en su conjunto (Eurydice, 2002a). Más tarde Rychen y Salganik resaltaron la idea de
que las competencias clave son competencias individuales que contribuyen a una vida
exitosa y al buen funcionamiento de la sociedad, son relevantes en las diferentes esfe-
ras de la vida y son importantes para todos los individuos, distinguiendo éstas de las
competencias cognitivas generales, recursos mentales aplicables a diversos contextos, y de
las competencias cognitivas específicas, más vinculadas a la ejecución de tareas concretas
de complejidad técnica diversa (Rychen y Salganik, 2003).
Desde los informes de Euridyce de 2002, se considera que las competencias clave
incluyen competencias básicas de carácter curricular (lectura y escritura, matemáticas,
ciencias) y transversales (digitales, cívicas y empresariales). En la actualidad, la mayoría
de los países ha reformado sus currículos para integrar las competencias transversales,
aunque no lo han hecho en la misma medida. Por ejemplo, uno de cada tres países
europeos no reconoce explícitamente el espíritu de empresa en sus documentos estra-
tégicos nacionales de educación primaria, mientras que las competencias digitales se
abordan prácticamente en todos los países en esa etapa. Asimismo, en comparación
con las competencias básicas, las transversales se imparten con menos frecuencia como
materias independientes, (fecha de consulta, el 17 de marzo de 2013), http://eacea.
ec.europa.eu/education/eurydice/thematic_studies_en.php.
En el año 2005, el proyecto DeSeCo (Definition and Selection of Competencies),
proyecto de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE),
encargado de definir y seleccionar las competencias consideradas esenciales para la vida
de las personas y el buen funcionamiento de la sociedad, asume que las competencias
son algo más que conocimientos y destrezas. Implica también la habilidad para
La función pedagógica : identidad, diversidad y especificidad… 221
que está formada por recursos cognitivos, afectivos, sociales y “metacognitivos”, y que se
orienta a la acción y a la resolución de tareas. Una competencia es saber, saber hacer, saber
hacer con otros y saber cuándo y por qué hay que utilizarla (Marchesi, 2005, p. 20).
Eso no evita la polisemia, pues en la actualidad en la OIT (Organización inter-
nacional del trabajo), la base de datos de Hay/McBer dispone en la actualidad 650
diferentes tipos de competencias y alrededor de 1000 indicadores (http://www.ilo.org/
public/spanish/region/ampro/cinterfor/temas/complab/doc/otros/sel_efe/tab_i.htm,
consultado el 17 de marzo de 2013).
La adquisición de competencias, por tanto, permite manejar conocimientos aplica-
dos, versátiles y transferibles, que aseguran a los sujetos que las adquieren la capacidad
de desenvolverse, social y personalmente, integrando saberes, habilidades, destrezas,
actitudes, valores y motivaciones, de alta relevancia y funcionalidad. Se trata de “saber”,
“saber hacer” y “saber ser”. Ahora bien, todo lo que hemos dicho no fija con rigor lógico
el concepto, solo nos permite discernir su forma, como dice el profesor Sarramona:
“A menudo se habla de competencias de manera genérica, lo cual ayuda poco a cla-
rificar el concepto y a vincularlas con una etapa concreta del sistema educativo. Por ello,
el calificativo que las acompañe resulta decisivo para situar las competencias en un ni-
vel determinado y con una finalidad específica. No es lo mismo hablar de competencias
básicas que de competencias claves, o de competencias técnico-profesionales, laborales,
etc. (…) La generalización del término hace que las denominaciones se entremezclen y
los autores lleguen a presentar ejemplos de competencias de manera indistinta. Así no
es raro advertir cómo se refieren competencias claramente vinculadas al mundo laboral
o profesional en un contexto de educación básica, mientras que se muestran compe-
tencias claramente básicas —el típico ejemplo de saber leer y escribir— en contextos
profesionales universitarios. Todo queda englobado bajo el denominador mágico del
término competencias” (Sarramona, 2013, p.125)
Si nuestras reflexiones son correctas, estamos en condiciones de concluir que en
cada tarea que realicemos vamos a tener que desarrollar competencias. Y esto es válido,
tanto para el educando, como para el educador. Las funciones de docencia, apoyo al
sistema educativo e investigación requieren competencias específicas, atendiendo a lo
que hemos definido como identidad, especificidad, diversidad y complementariedad
de las funciones pedagógicas. Además, la condición de experto que hemos analizado
en el epígrafe 3.4 de este capítulo determina el marco en el que se le tiene que dar
contenido a las competencias. Y, por supuesto, si somos coherentes con la posición
manifestada en el epígrafe 3.5 y asumimos frente al modelo dual el sentido de la rela-
ción teoría-práctica con autonomía funcional, no es posible defender las competencias
en el ámbito de la educación sin asumir la doble condición de conocimiento y acción,
para el objeto ‘educación’.
El análisis descriptivo del término ‘competencias’ nos lleva a asumir con el profesor
Sarramona su propuesta de distinguir por su utilidad y finalidad cuatro clases de
competencias con denominación diferente (Sarramona, 2013, p.126):
Competencias básicas: se vinculan con el nivel básico de la educación (período esco-
lar obligatorio) y se refieren al conjunto de exigencias mínimas que debiera adquirir
226 Dónde está la educación J.M. Touriñán
entre ellos D. Kennedy (2007), han hecho revisiones adaptando y completando dicha
jerarquía añadiendo otras habilidades como es el caso de la creatividad. Hoy se habla
de Taxonomía de Bloom para la era digital (www.eduteka.org/TaxonomiaBloomDigital.
php) y está centrada en las herramientas y en las TIC, en el uso de todas ellas respecto
de las categorías de recordar, comprender, aplicar, analizar, evaluar y crear, atendiendo
a los nativos digitales (Prensky, 2001).
Los verbos de la taxonomía de Bloom describen, sin duda, muchas de las activida-
des, acciones, procesos y objetivos que se llevan a cabo en las prácticas diarias de aula
y han tenido que integrar adecuadamente los nuevos objetivos, acciones y procesos
que se derivan de asumir la competencia digital.
Asumir la competencia digital y mediática ha obligado a pensar en nuevas revi-
siones, teniendo en cuenta la evolución de las tecnologías de la información y las
comunicaciones (TIC) hacia tecnologías de aprendizaje y conocimiento (TAC) para
finalmente situarnos ante un modelo denominado de tecnologías de empoderamiento
y participación (TEP) basado en la idea de que es preciso no solo difundir la infor-
mación entre los ciudadanos si no que es necesario crearla participando activamente
desde lo ideológico y lo social (Reig, 2012a). Asimismo, los nuevos procesos de adqui-
sición de conocimiento en entornos virtuales (Touriñán, 2003b; Colom y Touriñán,
2009 y Touriñán (Dir.), 2012 caps. 2,4 y 5; López-Barajas, 2011) que se configuran
como entornos personales de aprendizaje (Reig, 2012b), compatibles con trayectorias
personales de aprendizaje que orientan nuevas teorías del enseñanza (Sztajn, Confrey,
Wilson y Edington, 2012) y que sirven para crear fondos de conocimiento personal
(González, Moll, y Amanti, 2005). Nos referimos nuevos elementos a tener en cuenta
en las competencias que exigen cambios y afectan a: la comunicación y la colaboración,
la Gestión de la información, el aprendizaje situado y la resolución de problemas, la
participación significativa. En el mismo sentido hay que asumir los cambios derivados
de la competencia mediática que nos obligan a tener en cuenta en la formación de com-
petencias elementos nuevos para identificar los componentes del lenguaje audiovisual
y para analizar el sentido y significado de todo tipo de mensajes y estructuras narra-
tivas que se difunden con los nuevos instrumentos comunicativos. Son aprendizajes
específicos que afectan a la capacidad cognitiva, el procesamiento de la información y
la competencia socio y afectivo-emocional.
La educación, tal como la veíamos en la taxonomía de Bloom, fomentaba las habi-
lidades del pensamiento vinculadas a las categorías de recordar y comprender, pasando
por la profundización del conocimiento a través de procesos de aplicación y análisis.
Esta taxonomía ha avanzado hacia estadios deseables de habilidades de pensamiento
difíciles de atomizar, tales como evaluar y crear. En la Taxonomía de Bloom encontramos
esas seis categorías de discriminación respecto de nuestros conocimientos, actitudes
y destrezas. Pero la escala, tal como la conocemos en la educación del siglo XXI, debe
de abordar la necesidad de compartir y colaborar con otros para innovar en la sociedad
de los ciudadanos y no sólo porque haya habido que incorporar la mentalidad digital
y mediática a la orientación formativa, sino por el propio sentido de esa competencia
en el mundo actual.
228 Dónde está la educación J.M. Touriñán
En el año 1994, Delors elabora el informe publicado con el título La educación en-
cierra un tesoro supo ver la potencialidad de la comunicación y del desarrollo personal
y social (Delors, 1996). Lo pone de manifiesto cuando dice Delors:
“El siglo XXI, que ofrecerá recursos sin precedentes tanto a la circulación y al al-
macenamiento de informaciones como a la comunicación, planteará a la educación una
doble exigencia que, a primera vista, puede parecer casi contradictoria: la educación
deberá transmitir, masiva y eficazmente, un volumen cada vez mayor de conocimientos
teóricos y técnicos evolutivos, adaptados a la civilización cognoscitiva, porque son las
bases de las competencias del futuro. Simultáneamente, deberá hallar y definir orien-
taciones que permitan no dejarse sumergir por la corriente de informaciones más o
menos efímeras que invaden los espacios públicos y privados y conservar el rumbo en
proyectos de desarrollo individuales y colectivos (Delors, 1996, p. 91).
Hablábamos de la “sociedad educativa” y Delors insistía en la idea de que el desa-
rrollo de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones debe dar pie
para la reflexión general sobre el acceso al conocimiento en el mundo de mañana. La
Comisión recomienda (Delors, 1996, p.38):
la diversificación y el mejoramiento de la enseñanza a distancia gracias al uso de
las nuevas tecnologías;
una mayor utilización de estas tecnologías en el marco de la educación de adultos,
especialmente para la formación continua del personal docente;
el fortalecimiento de las infraestructuras y las capacidades de cada país en lo tocan-
te al desarrollo en esta esfera, así como la difusión de las tecnologías en el conjunto
de la sociedad; se trata en todo caso de condiciones previas a su uso en el marco de
los sistemas educativos formales.
El informe Delors, Informe de la Comisión Internacional sobre la educación para el
siglo XXI, hace la declaración de los llamados “cuatro pilares de la educación” (Delors,
1996, pp. 96-106):
Aprender a conocer, es la identificación del placer de comprender, de conocer, de
descubrir, sin pensar en el especialismo, es un “tipo de aprendizaje, que tiende
menos a la adquisición de conocimientos clasificados y codificados que al dominio
de los instrumentos mismos del saber.
Aprender a hacer, no es el significado simple de preparar a alguien para una tarea
material bien definida, de participar en la fabricación de algo en una cadena indus-
trializada de montaje, sino la necesaria formación para adaptarse con la formación
a los cambios que van a exigir siempre, creatividad, iniciativa, innovación y em-
prendimiento.
Aprender a vivir juntos y con los demás: es el aprendizaje de la convivencia cualificada
y especificada que reclama la distinción entre el yo, el otro y lo otro, para poder
participar en proyectos comunes con comprensión, interdependencia y capacidad
de resolución de conflictos.
Aprender a ser alude al desarrollo integral de cada persona, lo físico y lo mental,
la inteligencia y la afectividad, la ética y la estética, lo individual y lo social; es el
desarrollo de las posibilidades con autonomía, juicio y responsabilidad.
La función pedagógica : identidad, diversidad y especificidad… 229
Lo cierto es que, bien desde la aplicación de las taxonomías de objetivos, bien desde
la necesidad de capacitar para nuevas retos, bien desde la propia exigencia de rendir
calidad cada vez de manera más efectiva, eficiente y con gestión y dirección estratégi-
ca, el concepto de competencias se ha integrado en el panorama normativo del sistema
educativo y debemos tener en cuenta que, si pensamos en los cambios que su inclusión
produce, es preciso reconocer que antes de su inclusión en el sistema se hablaba, igual
que ahora de persona, educada. Podemos afirmar que la persona educada ya lo era
antes de que se diseñaran las competencias; por medio de la educación se adquirían,
como ahora, destrezas, hábitos, actitudes y conocimientos vinculados a diversas áreas
de experiencia y era capaz de usar de modo integrado esas adquisiciones y logros para
resolver problemas que afectaban a su forma de vida y proyectos.
En España, la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de educación (LOE: BOE del 4
de mayo de 2006) es sensible a la importancia que juega la educación de los niños y
jóvenes en la conformación de una sociedad desarrollada y establece en el Preámbulo
de dicha Ley que la educación es el medio más adecuado para construir la personali-
dad, desarrollar al máximo las capacidades, conformar la propia identidad personal
y configurar la comprensión de la realidad, integrando la dimensión cognoscitiva, la
afectiva y la axiológica. Para la sociedad, la educación es el medio de transmitir y, al
mismo tiempo, de renovar la cultura y el acervo de conocimientos y valores que la
sustentan, de extraer las máximas posibilidades de sus fuentes de riqueza, de fomentar
la convivencia democrática y el respeto a las diferencias individuales, de promover
la solidaridad y evitar la discriminación, con el objetivo fundamental de lograr la
necesaria cohesión social.
Más adelante, al hablar de los fines que se pretenden alcanzar a través de dicha Ley,
se resaltan, entre los fines de la educación, el pleno desarrollo de la personalidad y de
las capacidades afectivas del alumnado, la formación en el respeto de los derechos y
libertades fundamentales y de la igualdad efectiva de oportunidades entre hombres
y mujeres, el reconocimiento de la diversidad afectivo-sexual, así como la valoración
crítica de las desigualdades, que permita superar los comportamientos sexista. Asi-
mismo, se propone el ejercicio de la tolerancia y de la libertad, dentro de los principios
democráticos de convivencia y la prevención de conflictos y la resolución pacífica de
los mismos. Igualmente se insiste en la importancia de la preparación del alumnado
para el ejercicio de la ciudadanía y para la participación en la vida económica, social y
cultural, con actitud crítica y responsable.
Es cierto que la inclusión de las competencias en el desarrollo normativo del siste-
ma educativo, no cambia el concepto educación, pero se busca mejorar la posibilidad de
su gestión pedagógica. De este modo, podemos afirmar que la aportación del cambio
normativo se basa en las posibilidades derivadas de conceptualizar dicha capacidades
como competencias, para gestionarlas mejor y en la necesidad de ajustar el sistema
educativo dentro de la racionalidad técnica de fines y medios implicados en la tarea
a desarrollar. Desde la perspectiva de la decisión técnica, la incorporación de la idea
de competencias establece una base de reflexión para hacernos más conscientes en
230 Dónde está la educación J.M. Touriñán
el proceso educativo de los medios que intervienen, cuando fijamos una meta. Ya sea
que pensemos en finalidades intrínsecas o extrínsecas de la orientación formativa
temporal, la idea de competencias ha consolidado una forma de ejercer las funciones
pedagógicas que reclama de manera explícita un espacio de formación distinto al del
dominio de las áreas culturales.
El profesor Sarramona, afirma que, con el planteamiento de las competencias, se
pretende (Sarramona, 2004): 1) desarrollar un modelo educativo más integrado, en el
que los conocimientos cada vez pierden protagonismo en favor del “saber hacer” y del
“ser”, 2) desarrollar un modelo que garantice la homologación y reconocimiento de las
titulaciones en la UE.
Cada competencia tiene unas metas, pero la cuestión principal es que cada uno sea
capaz de elegir sus propias metas dentro de su proyecto de vida personal. Cada una de
estas metas contará con varios bloques de destrezas, hábitos, actitudes, conocimientos
y, por último, competencias, que cada educando habrá de aprender a usar patrimo-
nialmente como parte de su formación, identificándose con ellas en los proyectos
decididos. Y los docentes, los investigadores y los especialistas en funciones de apoyo,
en sus propios entornos de trabajo y en su propia formación, habrán de hacer lo mismo
con las competencias que les son propias, de manera general y específica.
La inclusión del concepto de competencias tiene potencia teórica, incide en la di-
rección y la gestión de los elementos que intervienen en los procesos de enseñanza y
educación dirigidos a la adquisición de conocimientos, destrezas y actitudes. Por otro
lado, recupera lo anteriormente adquirido, haciendo posible vincular tradición e inno-
vación en el lenguaje y en la práctica educativa sin distorsionar. Además abre nuevas
vías de investigación vinculadas al desarrollo de las competencias. Podemos decir, en
definitiva, que la inclusión de las competencias genera cambios en la mentalidad de
los profesionales de la educación que están obligados a innovar su forma de actuar y
el modo de interrogarse sobre su intervención (Touriñán, (Dir.) 2010, cap. 7; Touriñán
y Longueira, 2010).
El profesor Sarramona mantiene que las competencias aportan algunas novedades
que permiten hablar de la introducción de un nuevo paradigma; suponen un avance
en el proceso de mejora de la tarea pedagógica y él resume la capacidad de integración
y de innovación de la inclusión de las competencias en la educación en un trabajo que
está en edición en estos días (Sarramona, 2013, 126-128):
Las competencias recogen aspectos que ya habían entrado con fuerza en el ámbito
pedagógico, tales como:
a) Énfasis en la actividad del alumno como elemento vertebrador de la tarea educativa.
b) Se trata de un saber hacer, de la comprensión de la actividad, de un saber hacer
razonado y con compromiso (aprendizaje situado) por parte de quien lo realiza.
c) Globalización de los aprendizajes en el sentido pedagógico del término.
d) Demandan aprendizajes significativos, integrados con los anteriores que el sujeto
ya posee, como garantía de firmeza y comprensión de los nuevos.
e) Fomentan la transferencia, para llegar a otras situaciones que cada uno tiene que
resolver en la vida.
La función pedagógica : identidad, diversidad y especificidad… 231
El profesor Perrenoud, ha afirmado hace poco tiempo, frente a sus críticos, que
construir competencias no es darle la espalda a los saberes, lejos de dar la espalda
a los saberes, el enfoque por competencias les da una fuerza nueva, vinculándolas a
las prácticas sociales, a las situaciones complejas, a los problemas, a los proyectos; la
competencia moviliza saberes; no hay competencias sin saberes:
“La oposición entre saberes y competencias es, a la vez, fundada e injustificada.
Es injustificada, porque la mayoría de las competencias movilizan ciertos saberes. Está
fundamentada, porque no se puede desarrollar las competencias en la escuela sin limitar
el tiempo consagrado a la asimilación de saberes, ni sin poner en cuestión su organi-
zación en disciplinas compartimentalizadas. El verdadero debate debería llevarnos a
detenernos sobre las finalidades principales de la escuela y la educación y sobre los
equilibrios a respetar en la redacción y la puesta en marcha de programas” (Perrenoud,
2008, p. 2).
La clave está en saber en cada caso qué debemos privilegiar, atendiendo a las fina-
lidades de la educación:
“se evoca la cultura general de la que nadie debe ser excluido y la necesidad de dar
a cada uno la posibilidad de llegar a ser ingeniero, médico, o historiador. En el nombre
de esta “apertura”, se condena al mayor número a adquirir sin límites saberes “por si
acaso”. En sí mismo, esto no sería dramático, aunque esta acumulación de saberes se
pague en años de vida pasados sobre los pupitres de una escuela. Lo verdaderamente
dramático es que no se pueda tener el tiempo de aprender a utilizarlos, incluso cuando
se tenga atroz necesidad de ellos más tarde, en la vida cotidiana, familiar, asociativa,
política. (…) Los que hayan estudiado geografía se afligirán ante la lectura de un mapa
o en situarse en Afganistán; los que hayan aprendido geometría no sabrán más por ello
dibujar un mejor plano de escala; los que hayan pasado horas aprendiendo lenguas serán
incapaces de indicar el camino a un turista extranjero. En la acumulación de saberes no
se aprovecha más que aquellos que hayan tenido el privilegio de profundizarlos durante
extensos estudios o una formación profesional, de contextualizar algunos de entre ellos
y de utilizarlos tanto en la resolución de problemas como en la toma de decisiones. Es
por esta fatalidad que el enfoque por competencias se pone en cuestión, en el nombre
de los intereses del número” (Perrenoud, 2008, p. 6).
La mirada pedagógica proporciona argumentos para no confundir “conocer un área
cultural”, “enseñar un área cultural” y “educar con un área cultural”. El conocimiento
de la educación se distingue del conocimiento de áreas culturales, si bien pueden ser
usadas para educar. Cada área cultural tiene que ser valorada como educación y construida
como ámbito de educación desde la Pedagogía, que controla los elementos estructurales de la
intervención y nos capacita para vincular el área cultural al carácter y al sentido, propios del
significado de la educación.
No hay una sola asignatura que prepare para todo lo que implica educar, salvo
que esa asignatura sea la educación en su conjunto. Por eso todas las asignaturas
están orientadas al dominio conceptual del área cultural que la identifica, al desarrollo
profesional del área en lo que le compete y en el desarrollo transversal de los valores
educativos generales que se vinculan al carácter y al sentido de educación
Así las cosas, parece acertado defender que las áreas culturales forman parte de
la educación y el conocimiento de la educación es un área cultural específica cuyo
234 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Profesión y profesionales de
la educación. Imagen social
de la pedagogía y formación
universitaria
ÍNDICE DEL CAPÍTULO
4.1. Introducción
4.2. La imagen social de la pedagogía no es buena
4.2.1. Estatus atribuidos y estatus adquiridos
4.2.2. E stimación social del conocimiento del ámbito, estimación social del
ámbito de conocimiento y estimación social de la ocupación
4.2.3. E specif icidad, especialización y competencia como fundamento de la
estimación
4.2.4. Hay que relacionar imagen social y respuesta a necesidad social
4.2.5. Objeciones a la relación entre imagen social de la pedagogía y necesidad
social de calidad de educación
4.3. Identificación conceptual del principio de profesionalización. Hacia la
Europa de las profesiones
4.3.1. P rofesionalización y profesionalismo. Características def initorias de
profesión
4.3.2. Agentes del proceso de profesionalización
4.3.3. Dimensiones de la profesionalización
4.3.4. La profesionalización como principio del sistema educativo
4.3.5. Profesionalización “en” y “del” sistema y empleabilidad
4.3.6. Profesionalización no es funcionarización, ni garantía de puesto de trabajo
4.4. Exigencias de la profesionalización como principio del sistema educativo
4.4.1. L a profesionalización se convierte en indicador de calidad del sistema
educativo
4.4.2. L a profesionalización se convierte en objetivo terminal del sistema
4.4.3. La profesionalización exige no confundir sistema escolar y sistema educativo
4.4.4. L a profesionalización exige aplicación coherente a todos los niveles del
sistema
4.4.5. L a profesionalización exige vincularse al logro de educación de calidad
4.4.6. L a profesionalización exige especif icidad, especialización y competencia
en la función, no cuerpo único
4.5. Análisis de alternativas institucionales de formación de especialistas en
funciones pedagógicas
4.5.1. E l modelo de Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación para la
formación de especialistas en funciones pedagógicas
4.5.2. El modelo de Facultad de Educación para la formación de especialistas
en funciones pedagógicas
4.5.3. El modelo de Facultad de Pedagogía para la formación de especialistas
en funciones pedagógicas
4.5.4. L a toma de posición respecto de la denominación de los centros de
formación de los especialistas en funciones pedagógicas
4.6. Racionalidad administrativa y racionalidad epistemológica: una
convergencianecesaria en la formación universitaria de hoy
4.6.1. El sentido del “área de conocimiento”
4.6.2. Disfunciones del concepto de área de conocimiento
4.6.3. Convergencia deseable de racionalidades desde la implantación del
concepto de área de conocimiento
4.6.4. El espacio europeo de la educación superior: una nueva oportunidad o un
cierre coherente de la incoherencia heredada
4.6.5. Universidad, investigación e innovación: la ciencia como cuestión de estado
4.6.6. El énfasis en el desarrollo tecnológico, no es dar la espalda
f inancieramente a la docencia
4.6.7. Universidad y preparación profesional: cualif icaciones, competencias y
atribuciones profesionales
4.7. Consideraciones finales: la autoridad institucionalizada es principio de
intervención
4.1.
INTRODUCCIÓN
Hoy los conceptos de función pedagógica, intervención pedagógica, pedagogos y
profesionales de la educación forman parte del lenguaje común del campo de la Edu-
cación; en todos los planes de estudios de Pedagogía en España se habla de la función
pedagógica y del núcleo de conocimiento pedagógico que forma parte del currículum
profesional de los especialistas en funciones pedagógicas. Pero este reconocimiento
social de la Pedagogía no fue siempre así: la preocupación pedagógica existió desde el
origen de nuestra cultura occidental, aunque no fuera científica, la ocupación pedagó-
gica también existió desde ese origen, aunque no fuera profesional; lo que no existió
siempre fue la misma consideración para la función pedagógica, porque no siempre
se le atribuyó al conocimiento de la educación la misma capacidad de resolución de
problemas (García Carrasco, 1983; Touriñán, 1984).
En la literatura pedagógica, a poco que profundicemos, encontraremos muchos
trabajos en el transcurso de la Historia que tratan de la formación y actualización
del profesorado, también de la vocación en el magisterio y también de los derechos
y deberes de los profesores en los centros a respecto de la relación educativa. Pero es
necesario destacar aquí que en el año 1987, cuando acabé mi trabajo sobre identidad
y diversidad 1ógica de la función pedagógica basada en la relación entre la función
pedagógica y el conocimiento de la educación (Touriñán, 1987b), las editoriales espe-
cializadas en los problemas profesionales de la educación entendían que los proble-
mas de reconocimiento social de las funciones y las razones comerciales aconsejaban
publicar el trabajo como Estatuto del Profesorado y no como Profesionalización de
las Funciones Pedagógicas (Touriñán, 1987b). Muchos años han pasado ya desde ese
momento y aquí y ahora tenemos que dedicar todavía nuestra atención a las cuestiones
básicas de la profesionalización de las funciones pedagógicas y de su estimación social
y reconocimiento.
Con todo, antes de continuar, establezco una limitación en el punto de partida de
este discurso, ya que quedan fuera del mismo, tanto el análisis particular de la legisla-
ción que en el ámbito de la educación se está haciendo para profesionalizar el medio,
como la organización de la propia Administración para mejor alcanzar ese objetivo.
Estoy convencido de que ambas cuestiones son de interés y merecen un tratamiento
individualizado que yo no podría hacer en este trabajo sin distorsionar el sentido y la
tesis especifica del mismo.
Pero, en todo caso, es necesario resaltar de modo general que los proyectos más
recientes de desarrollo de la legislación no avanzan de forma significativa respecto
del desarrollo de una visión integral de la función pedagógica. Apuntan hacia ella,
pensando en la carrera docente, mejor de lo que se hacía, pero no aciertan al resolver,
porque no hay una visión de conjunto de la profesionalización y el profesionalismo,
respecto de las funciones pedagógicas.
Mi tesis en el punto de partida es que la profesionalización es un principio del
sistema educativo con las limitaciones que le son propias pero con el mismo carácter
247
248 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Todas estas cuestiones que asume el profesionalismo, cuando se mezclan sin una
visión del conjunto, provocan la confusión entre la defensa de la condición profesional
y la defensa de la categoría profesional (Ariño y Souvirón, 1984).
Con objeto de mantener la distinción entre profesionalización y profesionalismo,
y desde la perspectiva de una definición descriptiva, lo que procede es establecer los
criterios internos mínimos de la condición genérica de rol profesional. De acuerdo
con este planteamiento, la profesión aparece como una actividad en la que se aplica
conocimiento por medio de personas expertas; y lo que parece estar asumido es que
un conocimiento auténticamente universalista y general, pero no especializado en
ningún contexto particular, es concebible, pero no es ciertamente el conocimiento que
proporciona la competencia del profesional, tal como hemos visto en el epígrafe 5 del
capítulo 3. Los criterios internos que definen genéricamente la condición de profesión
se identifican como (Cogan, 1953; Moore, 1970; Parsons, 1982; Tenorth, 1988; Evett,
2003; Hafferty, 2002 y 2006):
Formación técnica reglada mediante procedimiento institucionalizado que capacita
al profesional para explicar y decidir la intervención propia de su función.
Reconocimiento social de la actividad a realizar. Pues los estudios más recientes
muestran que el reconocimiento social es tan importante para la profesionalización
como la prestación de servicios. La profesionalización no se explica sólo por las
motivaciones de los profesionales y las expectativas sociales, como propondría
un análisis funcional, sino también por los intereses del estatus profesional; de la
categoría de la profesión.
Orientación a la prestación de un servicio público, es decir, a la satisfacción de una
necesidad social.
Conocimiento especializado, con nivel de competencia en una determinada activi-
dad específica, es decir, con un campo de acción en el que el profesional resuelve
problemas que otros conocimientos especializados no solucionarían.
Como dice Parsons, la cuestión es entender que el profesional es "un experto es-
pecializado en un campo específicamente definido, por amplio y complicado que sea"
(Parsons, 1982, p. 424). Por consiguiente, en esta línea de investigación la profesión
se entiende como una actividad específica, con fundamento en conocimiento especializado,
que esté reconocida socialmente para cubrir una determinada necesidad social (Touriñán,
1987b).
lización es un elemento estructural de nuestro sistema educativo con el que tiene que
contarse para hacer la planificación y la orientación del mismo.
Esta competencia constituye una diferencia básica respecto de otros países, espe-
cialmente los anglosajones. La universidad-institución, que es el modelo anglosajón,
otorga títulos académicos (no profesionales); una vez acabados los estudios académicos
el Estado, las corporaciones o las asociaciones profesionales realizan pruebas específi-
cas que otorgan la cualificación profesional. La universidad-servicio público, o modelo
napoleónico-administrativo, que tenemos en España, otorga títulos académicos que
facultan para el ejercicio de la profesión, con lo cual la competencia profesional deriva
directamente de la titulación académica (Touriñán, 1984; Abellán Honrubia, 1988).
Por supuesto, no podemos olvidar que la legislación española admite además de los
títulos profesionales, los títulos académicos, y el título de doctor, que no suponen habi-
litación para el ejercicio profesional. Pero eso no invalida la formulación del principio,
tan solo establece un límite a la extensión de la misma.
Por la misma competencia estatal en los títulos, también cabe suponer que la ten-
dencia legisladora en España podría modificarse en el sentido de no habilitar para el
ejercicio profesional desde los títulos. Pero debe entenderse que ese cambio jurídi-
co‑ administrativo no supone merma de la vigencia del principio de profesionalización
para el sistema educativo. El Estado en uso de sus competencias puede establecer unas
condiciones particulares para acceder a la habilitación profesional tal como se hace en
otros países; pero eso no modifica la validez del principio.
Si bien la actual situación jurídico-administrativa ayuda a entender la profesio-
nalización como un principio del sistema educativo, también es cierto que si se diera
alguna de las otras alternativas se podría seguir manteniendo dicho principio. Porque
el sistema educativo debe garantizar una formación polivalente y plurivalente, que
esté constituida por el desarrollo de actitudes, hábitos, destrezas y conocimientos ge-
nerales, y por el desarrollo de actitudes, hábitos, destrezas y conocimientos propios de
cada actividad profesional o como mínimo relacionados con una actividad o grupo de
actividades profesionales.
educativo se obtienen los títulos que da el Estado, y, por tanto, en el sistema educativo
los planes de estudios tienen como objetivo la capacitación de profesionales. La pregun-
ta acerca de la profesionalización en el sistema, es, ya que el sistema hace profesionales,
la pregunta acerca de la profesionalización de diversas actividades para las que prepara
el sistema; es decir, cómo queda recogida en el sistema la identificación de estas activi-
dades profesionales y cómo se lleva a cabo su formación profesional: una cuestión a la
que ya hemos dedicado páginas en el capítulo anterior, al hablar de las competencias.
Por su parte, la "profesionalización 'del' sistema", apunta a otro aspecto fundamen-
tal del principio. La pregunta acerca de la profesionalización del sistema es la pregunta
acerca de los profesionales del sistema educativo: cuántos y cuáles son los profesionales
que desempeñan su función en el sistema educativo, para su mantenimiento y operativi-
zación (hay médicos, hay administrativos, hay economistas, hay psicólogos, hay sociólo-
gos, informáticos, transportistas, sanitarios, archiveros, cocineros, limpiadores, etcétera);
pero en nuestro caso, profesionalización ‘del’ sistema es una expresión que se refiere a
una parte del problema con el nombre del todo, pues se refiere solo a los profesionales de
la educación, que son solo una parte de los profesionales del sistema educativo.
Como ya hemos visto en el epígrafe 3.4. del capítulo 2, “profesionales del sistema
educativo” y “profesionales de la educación” son dos expresiones distintas con signifi-
cado diferente; y tiene sentido afirmar que no todo profesional del sistema educativo
es profesional de la educación, en tanto en cuanto sólo el contenido de la formación
profesional de éste es siempre el conocimiento de la educación. Y así las cosas, el
sentido de la perspectiva del problema no puede hacernos olvidar que sólo entre los
profesionales de la educación se dan intereses y objetivos comunes respecto de su
formación. En cualquier caso, el espacio de los profesionales de la educación y su
formación es una cuestión ardua y pendiente todavía, en buena medida de legislación.
No olvidemos las polémicas actuales acerca de los planes de estudios de Pedagogía y
de la denominación de sus centros; o la polémica acerca del carácter profesional de
la función directiva o de la función inspectora, o la unificación de la carrera docente,
como profesión de profesor.
Cómo asume ocupacionalmente el sistema la identidad profesional de los especia-
listas en funciones pedagógicas y cómo se lleva a cabo la formación profesional de los
especialistas en estas funciones son las cuestiones centrales para los profesionales de
la educación: para qué forma el sistema profesionales de la educación, si después no se
les va a ofrecer oportunidad de colocación específica en el sistema.
El año 1996 fue declarado en Europa el año de la Educación y de la formación
permanente. El 20 de noviembre de 1995, Mdme. Cresson presentó el informe de la
Comisión núm. 12 de las Comunidades Europeas (Comisión de la Educación, For-
mación y Juventud) conocido, coloquialmente como Libro Blanco de la Educación
y la Formación y cuyo título es “Enseñar y aprender: hacia una sociedad cognitiva”
http://eur-lex.europa.eu/LexUriServ/LexUriServ.do?uri=COM:1995:0590:FIN:ES:PDF
(Comisión Europea, 1995).
Lo genuino de este libro no es el hecho de hablar de la sociedad cognitiva; muy
diversos autores, que ya son clásicos en la literatura pedagógica, han hablado de esta
268 Dónde está la educación J.M. Touriñán
cuestión en los últimos 40 años (Gusdorf, 1973; Reboul, 1972; T. Hussén, 1978 y 1985;
Faure, 1973; Botkin, 1979). Lo genuino del libro es plantear el valor educativo de la
inversión en capital humano y el valor económico de la educación en un momento de
crisis socio-económica.
Partiendo de tres acontecimientos que impactan en nuestro mundo de hoy: la
sociedad de la información, la mundialización y la civilización científico-técnica, el
Libro Blanco propone dos objetivos:
a) Revalorizar la cultura general para cualquier tipo de formación.
b) Desarrollar la aptitud para el empleo en todos los niveles de formación.
El término empleabilidad tiene gran uso y significado. De origen anglosajón, apunta
a la capacidad de una persona para ser empleada en un puesto que ofrece el mercado
laboral. Unas personas tienen más empleabilidad que otras; esto depende tanto del
propio individuo como de las empresas y las tendencias del mercado. El Libro Blanco
establece cinco puntos estratégicos para potenciar las políticas de empleabilidad (Ries-
co, 2008, p. 81):
Fomentar la adquisición de nuevos conocimientos (evitar la obsolescencia).
Acercar la escuela a la empresa (para conocer sus demandas).
Luchar contra la exclusión social (escuela como segunda oportunidad a los adultos
sin cualificación).
Hablar tres lenguas comunitarias (para abrir el horizonte del mercado laboral a
otros países).
Tratar en un plano de igualdad la inversión en equipamientos y la inversión en
formación (superar la idea de la formación como gasto).
El diseño comunitario en el ámbito de las profesiones ha estado orientado a la con-
secución de las profesiones europeas, de forma que, al profesional cuyo título y, más
recientemente, sus cualificaciones fuesen acreditadas en su país de origen, le serían
reconocidas y tendría habilitación en toda la U.E. El desarrollo de este concepto está
siendo limitado debido principalmente a la diferencia de formación en origen, respecto
a la requerida en destino. Sólo las profesiones que tienen directiva sectorial responden,
siquiera en términos básicos, a ese concepto de profesión europea. Otras no han alcan-
zado el deseado reconocimiento recíproco que la Directiva General de Reconocimiento
de Títulos, de 1989 y la Directiva de Reconocimiento de Cualificaciones Profesionales,
del 2005 propugnan. Pero lo cierto es que el EEEES junto con la movilidad profe-
sional nos colocan cada vez más en la Europa de las profesiones (Carnicer, 2011, p. 35
http://www.icog.es/_portal/uploads/serviciosdoc/EspecialEuropa_N132.pdf). Se trata
de respetar las competencias propias de los estados miembros respecto de la creación,
reconocimiento y otorgamiento de títulos que habilitan para el ejercicio profesional, y
al mismo tiempo hallar la equivalencia de reconocimiento en los países de la Unión a
los que podamos ir a trabajar:
“La presente Directiva establece las normas según las cuales un Estado miembro
que subordina el acceso a una profesión regulada o su ejercicio, en su territorio, a la
posesión de determinadas cualificaciones profesionales (en lo sucesivo denominado
‘Estado miembro de acogida’) reconocerá para el acceso a dicha profesión y su ejercicio
Profesión y profesionales de la educación… 269
puede prepararse en diversas funciones pedagógicas, sin que ello no anule la fuerza de la
distinción lógica entre ellas, sino también que, de acuerdo con criterios pragmáticos, una
sola habilitación profesional puede capacitar para diversas funciones pedagógicas.
La profesionalización como principio del sistema educativo implica la doble pers-
pectiva de profesionalización “del” y “en” el sistema y esto genera unas exigencias de
carácter lógico y no simplemente pragmático (Touriñán, 1995a).
confunden el significado de los términos. Planteamientos como éste olvidan que una
enseñanza profesional buena, completa y teóricamente fundada tiene su propia 1ógica
e imparte un tipo de conocimientos que pueden transferirse igual que se transfieren los
adquiridos en la educación general. La experiencia confirma que la formación profesio-
nal es para determinados alumnos la mejor educación general, no porque la sustituya,
sino porque es el modo de llegar a las destrezas generales. Los modelos de competencias
hacen compatibles el desarrollo de competencias generales y competencias profesiona-
les y nada de lo anterior es contrario a incluir en la competencia profesional el conoci-
miento teórico, tecnológico y practico del “saber hacer” específico.
La defensa de la profesionalización como principio del sistema educativo da lugar
a defender que, desde el punto de vista de la organización vertical del sistema, la
educación es profesional. El hecho de que la cualificación profesional sea terminal
no quiere decir simplemente que va después, sino más bien, que cada nivel terminal
del sistema educativo tratará de desarrollar determinadas destrezas técnicas, pues
cualquier otra posición es contradictoria con la defensa de la profesionalización como
elemento estructural del sistema.
La consecuencia directa de este planteamiento es que la educación general se “pro-
fesionaliza” en el sentido de garantizar una formación polivalente constituida por el
desarrollo de destrezas, hábitos, actitudes y conocimientos generales y habilidades y
destrezas comunes a conjuntos de actividades técnico-profesionales.
La profesionalización como principio del sistema educativo supone una visión
distinta e integrada de la formación profesional y de la educación común que hace
innecesaria la polémica de la dignificación de la formación profesional.
Es mi opinión que el sistema educativo ya está definido en las leyes como un sis-
tema para educar, que debe cumplir finalidades educativas, y la escuela es una insti-
tución educadora cuyo objetivo es el logro de las finalidades de la educación en cada
etapa. Por definición el sistema educativo y la institución escolar están concebidos para
educar y la legislación ampara y promueve la legítima acción educativa de los centros
escolares en el sistema educativo. Más que revolución, es reforma lo que se necesita
en los centros escolares y en el sistema educativo; hay que corregir abusos y generar
nuevos usos (Touriñán, 2008c y 2011a).
Se trata de entender que se ha modificado de tal manera el marco del desarro-
llo humano que el reto es hacer frente a la responsabilidad compartida individual y
corporativamente, sin renunciar a las competencias de cada una de las instituciones
implicadas. Ni los padres son los profesionales de la educación, ni la escuela tiene que
suplantar o sustituir la función de la familia, ni el educando debe dejar de ser agente de
su educación. Sociedad civil, familia, Estado y escuela afrontan el reto de la formación,
no sólo como una cuestión de hecho, sino como un compromiso de voluntades hacia
lo que es valioso en la educación: el desarrollo personal y la convivencia pacífica en la
sociedad abierta y pluralista (Touriñán (Dir.), 2012).
Lo que procede, en la sociedad abierta y pluralista, es que el Estado desarrolle el
sistema educativo y delimite su competencia en educación. Pero, al mismo tiempo,
es obligado que el Estado propicie y garantice el ejercicio de las funciones propias de
la sociedad civil, los padres y la escuela en la formación. La tesis clave es distinguir
claramente, a fin de salir bien parados de la polémica, los límites entre la prestación
de un servicio público y la pública intromisión en el derecho del individuo a marcarse
sus propios objetivos. La tesis es que la educación es, en primer lugar, una responsa-
bilidad compartida, porque es una tarea que no puede delegarse y es inseparable de la
participación en los asuntos que afectan a todos los miembros de la misma sociedad
y, en segundo lugar, es una responsabilidad derivada, porque es una tarea relativa
a los espacios que le son propios (el espacio cívico, ciudadano, el espacio escolar, el
espacio de los amigos, etc.). El espacio formativo, no es sólo un espacio del individuo
en su relación con el Estado, sino un espacio de formación e interacción del individuo
con los agentes de la educación; a veces, con y, a veces, frente al Estado, pero siempre
es espacio de formación “consigo mismo”, con “el otro” y “lo otro” en un marco legal
territorializado de derechos y libertades. Y este sentido de responsabilidad compartida
y derivada abunda en la diferencia entre sistema escolar y sistema educativo.
Se explica desde esta perspectiva que uno de los objetivos del profesionalismo sea,
en unos casos, el reconocimiento del título de doctor como título profesional (com-
petencia investigadora), y en otros, su reconocimiento como condición suficiente para
establecer otra categoría profesional en aquel grupo de profesiones que exigen el título
de doctor como prerrequisito de acceso o de promoción, igual que ya lo están haciendo
otros países, que reconocen que el título de doctor profesionaliza.
Esto quiere decir que la formación no es, de forma genérica, complementaria res-
pecto de las funciones en sí, sino más bien coincidente o compartida en una parte del
núcleo pedagógico. Esta diferencia es fundamental para el principio de profesionali-
zación, pues la utilización interesada de la confusión entre formación coincidente o
compartida frente a la formación complementaria es una causa segura de la identifica-
ción errónea entre carrera docente y cuerpo único. La primera es una exigencia de la
profesionalización, la segunda una estrategia del profesionalismo gremial.
Una profesión es una actividad específica con fundamento en conocimiento es-
pecializado que está reconocida socialmente para cubrir una necesidad social. Una
función pedagógica es prioritariamente una actividad que en su realización requiere
competencias adquiridas por medio del conocimiento de la educación.
Una persona puede prepararse en diversas funciones pedagógicas, sin que ello anule
la fuerza de la distinción lógica entre ellas y, de acuerdo con criterios pragmáticos,
una sola habilitación profesional puede capacitar para diversas funciones pedagógicas.
Precisamente por eso, como todos sabemos, la profesión de profesor no se identifica ex-
clusivamente con la función de docencia aunque ésta sea su función más significativa.
Un docente es un especialista en el área cultural en la que imparte docencia y en
el uso de las destrezas, hábitos, actitudes y conocimientos, sin los cuales es incapaz de
controlar pedagógicamente esa tarea. Un profesor realiza otras funciones además de la
docencia; educa, tutoriza, evalúa, supervisa, gestiona y administra, organiza y planifi-
ca, etc., y necesita los conocimientos que le permiten controlar pedagógicamente esas
tareas. Pero cuando ejerce la tutoría o la organización, su función no es la docencia de
áreas culturales. Está ejerciendo otras tareas distintas, que afectan directa o indirec-
tamente a su trabajo como docente en el aula y al logro de calidad de educación en el
sistema. No son funciones de docencia; pero son tareas de su profesi6n de profesor.
Función docente y profesión de profesor no son lo mismo. Y tampoco es cierto que
para ser profesor de universidad haya que ser antes profesor de primaria y secundaria.
Debe haber carrera docente y posibilidades de pasar de unos niveles a otros. Pero nada
de eso exige el cuerpo único, como tampoco exige la funcionarización del sistema.
La distinción entre función docente y profesión de profesor obliga a reparar en tres
cuestiones que la legislación actual no tiene asumidas adecuadamente y que procede-
mos solo a enunciar en este trabajo:
La distinción entre maestros y profesores en los cuerpos de enseñanza está atri-
buyendo cualificaciones que no se derivan de las funciones que ambos grupos
realizan como profesores. El concepto de maestro tiene una significación genérica
aceptada que no es justo limitar por deseo legal a un determinado tipo de profeso-
res o técnicos. El concepto de maestro está vinculado en educación al de experto y
al de discípulo, pero solo un uso débil del término ‘maestro’ se vincula a ‘aprendiz’
y reduce significativamente la imagen social.
"Función pública docente no universitaria" es un modo impreciso de hablar que
debe corregirse en los documentos oficiales de formación del profesorado, cuando
se utiliza como sinónimo de profesor. Contradice el principio defendido en la de-
finición de 'profesor' y da pie a pensar que lo único que se está regulando en las
278 Dónde está la educación J.M. Touriñán
normativas con ese nombre es la función docente del profesor y no el resto de sus
funciones. La realidad es que la legislación actual está regulando bajo la denomina-
ción de función pública docente las funciones del profesor.
Por la misma razón de identidad de las funciones pedagógicas y del concepto
de profesor, la condición de formación profesional del profesor tiene que cum-
plirse en todos los niveles, incluida la función docente en el nivel universitario.
La formación profesional pedagógica es una exigencia para el profesorado de la
universidad cuando se defiende la profesionalización como principio del sistema.
Esto es una meta del profesionalismo a la que los Institutos de Ciencias de la
Educación tendrían que responder en aplicación de la autonomía universitaria; los
conceptos de profesor y docente tienen un componente de formación profesional
basadla en la competencia pedagógica que no puede soslayarse so pena de mutilar
con la aplicación el propio concepto.
La especificidad, la especialización y la competencia nos ponen en el camino de la
condición de experto en los profesionales de la educación y de su espacio ocupacional.
En el sistema educativo trabajan sociólogos, médicos, psicólogos y otros profesionales
que reciben con propiedad la denominación de profesionales del sistema educativo.
Pero, además, existe un grupo de profesionales del sistema educativo que merecen
con propiedad la denominación e profesionales de la educación; su tarea es intervenir,
realizando las funciones pedagógicas para las que se han habilitado
"Profesionales del sistema educativo" y "profesionales de la educación" son dos expre-
siones distintas con significado diferente: y tiene sentido afirmar que, no todo profesional
del sistema educativo es profesional de la educación, en tanto en cuanto sólo el conte-
nido de la formación profesional de éste es siempre el conocimiento de la educación.
El sentido de la perspectiva del problema no debe hacernos olvidar que nuestro interés
profesionalista como gremio no puede ocultar el hecho de que la profesionalización de
los especialistas en funciones pedagógicas sea tan sólo una parte del problema de la
profesionalización del sistema educativo, que a su vez, es también solo una parte del
problema genérico de la profesionalización como principio del sistema educativo.
La cuestión así planteada abre perspectivas distintas a la profesionalización de los
especialistas en funciones pedagógicas. Por una parte, el hecho de que no sean los
únicos profesionales del sistema educativo, permite sostener que los especialistas en
funciones pedagógicas no son los únicos responsables de la estructura, el proceso o
el producto del sistema educativo. Por otra parte, el hecho de que el problema de los
profesionales de la educación sea una parte de la problemática general de la profesiona-
lización como principio del sistema educativo, permite entender que no hay ninguna
razón en principio para descartar la existencia de profesionales de la educación con
formación en otros niveles de la educación técnico-profesional, distintos al de grado
y postgrado.
La defensa de la profesionalización de las funciones pedagógicas en el sistema edu-
cativo no debe entenderse como una defensa del profesionalismo sin límite. El princi-
pio de profesionalización no quiere decir que toda persona que educa sea profesional
de la educación. Los profesionales de la educación ocupan un espacio educacional
Profesión y profesionales de la educación… 279
de profesorado y en 1987 otro que fue sometido a consulta de los diverso organismos
implicados en la formación de profesores, entre ellos la Sociedad Española de Peda-
gogía, para la que elaboré una ponencia, con motivo de esta consulta, bajo el título
de “Formación del profesorado, consideraciones de base para una modificación de la
propuesta del MEC” (Touriñán, 1988):
“Bajo esa denominación se pretendía un doble objetivo: por una parte, analizar
críticamente el contenido del capítulo XIX del libro que ha publicado recientemente el
Ministerio de Educación y Ciencia con el título genérico de Proyecto para la reforma de
la enseñanza y por otra parte, ofrecer una propuesta alternativa, fundamentada, para
aquellos aspectos del proyecto ministerial de formación del profesorado que hubiesen
sido considerados negativamente. (.../…) Desde un punto de vista comparado, el do-
cumento distribuido por el Ministerio en 1984 era mucho más completo que el que
ahora se nos ofrece, no sólo por la justificación que hace de su oferta, sino también por
la claridad con que relaciona, por una parte, la formación del profesorado con la de
otros especialistas en funciones pedagógicas, y, por otra parte, los distintos centros que
tendrían competencias en la formación de especialistas en funciones pedagógicas. (…)
Si, como dice el Ministro en la página 10 del libro, ‘el documento que se presenta al lector es
un documento de definición’, es innegable que hay cuestiones importantes de la formación
del profesorado que quedan sin definir en el capítulo en cuestión. Si el documento debe
considerarse como propone el Ministro, se sigue que, aquello de lo que no se habla en
el documento, no tiene por qué definirse, cuando se habla de la formación del profeso-
rado. Por tanto, mi opinión personal es que el marco de la formación del profesorado
no es completo en el documento” (Touriñán, 1988, pp. 467-468).
si bien es verdad que se define la facultad por el conocimiento del ámbito, también
lo es que la denominación ‘Ciencias de la Educación’ responde a una concepción del
conocimiento de la educación subalternada, que oculta la distinción entre estudios
científicos de un ámbito y ciencia de ese ámbito (en nuestro caso, la Pedagogía como
disciplina científica con autonomía funcional en su forma de conocer).
Adviértase que en esta polémica, el error más grave es tratar de obviarla, dicien-
do que es una disputa nominalista. Quien no se dé cuenta de que detrás de estas
denominaciones están cuestiones técnicas rigurosas y problemas de profesionalismo
irrefrenables por más tiempo, todavía no ha empezado a considerar seriamente el tema
y las circunstancias de sociología del conocimiento y de imagen social de la reforma de
los títulos de enseñanza superior.
En el caso de la denominación Facultad de Ciencias de la Educación, si bien se
asocia el nombre al conocimiento del ámbito, se está manteniendo en el mismo plano
de discusión dos cuestiones distintas, la identificación de un gremio académico y las
materias que debe estudiar el gremio para formarse. Ningún gremio académico estu-
dia sólo disciplinas académicas sustantivas de su ámbito (los filólogos no estudian solo
filologías, ni los psicólogos estudian sólo psicologías, ni los médicos sólo disciplinas
médicas); pero todos ellos definen su Centro por su disciplina científica: la filología, la
psicología, la medicina. No caer en la cuenta de esta confusión entre identificación de
gremio académico y materias de estudio nos llevaría al absurdo de defender en lugar
de Filología, la Facultad de Ciencias de la lengua y el habla; en lugar de Psicología,
Facultad de Ciencias del comportamiento, etc.
En el fondo, y hay que denunciarlo así, cuando se reduce la denominación del centro
a Facultad de Ciencias de la Educación, estamos apoyando una denominación que no
se defiende para otros casos semejantes y en igualdad de condiciones. La opción ‘Cien-
cias de la Educación’ es favorecer una tendencia subalternada del conocimiento de la
educación en el ámbito de la investigación pedagógica: aquella que reduce el saber de
educación a la teoría práctica y a la teoría interpretativa, negando a la Pedagogía el estatus
epistemológico de una estructura de conocimiento teórico consolidado, capaz de generar
explicaciones y principios de acción vinculados a hechos y decisiones pedagógicas.
La “Facultad de formación del profesorado” es una identificación circunstancial por
la actividad para la que se prepara al alumno; su equivalente sería en otras disciplinas,
facultad de formación de médicos, facultad de formación de historiadores, etcétera.
Puedo reconocer el valor romántico e histórico de recuperar a nivel de grado y postgra-
do la denominación e independencia de las antiguas escuelas de magisterio. Y también
reconozco el interés político y gremial de esta denominación, si se pretende aglutinar
en ese centro la formación pedagógica de todo el profesorado de cualquier nivel y crear
la profesión de profesor. Pero debe quedar bien claro que esta denominación separa la
formación para la función de docencia de las demás funciones pedagógicas. Y si se pre-
tende formar para las funciones pedagógicas bajo esa denominación, la denominación
“formación de profesorado” toma una parte por el todo, y no es representativa de la
identidad de las funciones pedagógicas. Es alternativa poco ajustada desde el punto de
la identidad lógica de las funciones pedagógicas y desde la defensa de la imagen social
292 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Si nuestros razonamientos son correctos, podemos decir que, en el caso del área de
Teoría e Historia de la Educación, se da la sorprendente paradoja de que la defini-
ción de área que se pone en marcha a partir del momento en que la LRU carece del
sentido conceptual que establece la norma legislativa: no es que Teoría e Historia
se incluyeran en el mismo área, porque cumplían las condiciones de la definición,
sino más bien al contrario; en contra de su propia historia, se unen por imposición
administrativa de un concepto de área que no cumplen. Esta imposición adminis-
trativa es tan artificial que la administración educativa se ha visto obligada a reco-
nocer, en un primer momento bajo razones de insuficiencia de personal, a la unión
de diversas áreas en un mismo departamento y en un momento más avanzado, ya
con grupos de investigación consolidados, a la transformación de la denominación
de Departamentos de Teoría e Historia de la educación (denominación de área) en
denominaciones más ajustadas a los grupos y subáreas (por ejemplo, Departamento
de Teoría de la educación, historia de la educación y pedagogía social). Y el caso de
esta área, no es único; no es la excepción que confirma la regla.
c) En tercer lugar y por otra parte, conviene insistir en que el incumplimiento de los
criterios de área en la determinación del área de Teoría e Historia de la Educación,
permite entender comportamientos y resultados que no tendrían que producirse en
un área con homogeneidad de objeto de conocimiento:
Se participa en Tribunales de oposiciones como especialista por el hecho de perte-
necer legalmente al área; sin embargo, la realidad es que la plaza a la que se concurre
como miembro del tribunal carece de homogeneidad de objeto de conocimiento
con aquella en la que se está especializado realmente. Por ejemplo, se concurre
como miembro de tribunal, según la legislación vigente, a plazas de Historia de la
Educación, siendo especialista de Teoría de la Educación, o viceversa.
Por el hecho de pertenecer legalmente al área y ser doctor, se tiene plena com-
petencia docente e investigadora en las disciplinas del área. Sin embargo, la
realidad es que la heterogeneidad del objeto de conocimiento en el área justifica
todo lo contrario; es decir, la restricción de la competencia docente. De no ha-
cerse así, el nivel de calidad de la docencia se deteriorará.
Los departamentos son vistos como unidades administrativas y no como uni-
dades básicas de investigación; y los presupuestos se reparten internamente por
criterios de subáreas reales de afinidad investigadora, o por grupos de investi-
gación, obviando lo que legalmente se considera unidad básica de investigación
en la Ley de Reforma universitaria que creó administrativamente el concepto de
área (el departamento).
Los programas del doctorado en el área, son constructos heterogéneos que
no ofrecen sólidas líneas de especialización, porque deben dar cabida en sus
denominaciones genéricas de programa a campos de saber que no tienen ho-
mogeneidad de objeto de conocimiento, pero que están administrativamente
unidos como área (Teoría, Historia, Pedagogía social). Es el trabajo individual
de profesores y de grupos el que salva esa laguna en la formación de investiga-
dores por medio de la adscripción de los alumnos en formación a las líneas de
investigación de cada profesor o grupo de investigación.
Profesión y profesionales de la educación… 297
El problema es tan real dentro del área que, de hecho, los profesionales que
trabajan en Historia de la educación, Educación Comparada, Política de la edu-
cación, Filosofía de la educación, Teoría de la educación y Pedagogía social, no
sólo realizan sus reuniones nacionales de subárea de manera independiente
para abordar sus propios objetos de conocimiento, sino que además suelen de-
nominarse entre sí como miembros de cuerpos docentes universitarios por la
disciplina concreta de plan de estudios a la que opositaron, a pesar de que la
Ley establece la denominación de área.
En la IX Legislatura se crea el ministerio de ciencia e innovación con el presidente Rodríguez Zapatero; este
ministerio asumió las competencias de universidades y ciencia y tecnología, tal como estaba definido (Universi-
dades —formación universitaria—, promoción de investigación universitaria y coordinación de recursos de in-
vestigación en un departamento específico fuera del Departamento de educación, respetando o no la competencia
de otros departamentos en investigación sectorial correspondiente: Ministerio de Ciencia e Innovación), pero en
abril de 2009 se traspasaron de nuevo las competencias de Educación universitaria al Ministerio de Educación,
tal como queda reflejado en los documentos oficiales del momento. De este modo el Ministerio de ciencia e
innovación de España mantenía la denominación, pero se identifica con el Ministerio de ciencia y tecnología
—Universidades (formación universitaria) en el Departamento de Educación y toda la investigación (universitaria,
sectorial de Departamentos y coordinación de recursos) en ministerio específico: Ministerio de Ciencia y Tecnolo-
gía)— asumiendo toda la investigación centralizada sin Departamentos con competencias sectoriales. Esta vuelta
atrás implica la unión entre educación y universidad, enseñanza superior y universitaria como nivel de educación,
aunque desgajada de la investigación universitaria. Las competencias quedaban definidas como Ministerio de
Ciencia e Innovación del siguiente modo: “es el departamento de la Administración General del Estado encargado
de la propuesta y ejecución de la política del Gobierno en materia de investigación científica, desarrollo tecnoló-
gico e innovación en todos los sectores, así como la coordinación de los organismos públicos de investigación de
titularidad estatal. En particular, corresponde al Ministerio la elaboración de la propuesta, gestión, seguimiento
y evaluación de los programas nacionales y acciones estratégicas del Plan Nacional de Investigación Científica,
Desarrollo e Innovación Tecnológica” (Touriñán, 2008b; Touriñán y Sáez, 2012, cap. 8; Touriñán, 2012d).
300 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Este rediseño no podrá llevarse a cabo sin que se introduzcan adaptaciones en los
sistemas educativos y, en concreto en los universitarios, que han de afrontar el reto que
supone para la institución la extensión de sus áreas de acción en este nuevo entorno.
El reto europeo desde el punto de vista institucional es hacer una opción política a
favor de la investigación y la formación sin olvidar que la educación universitaria y
la comunidad científica son instrumentos estratégicos de innovación y de desarrollo
productivo, pero que, al mismo tiempo, la educación universitaria es solo una parte
de la educación superior, que, a su vez, es también una, entre las diversas necesidades
sociales que hay que afrontar en el desarrollo de cada país (Touriñán, 1997a, 1997b;
Porta y Lladonosa, 1998).
Educación e Investigación constituyen los dos ejes desde los que se construyen en
la UE las directrices comunitarias para la Enseñanza Superior. Los contenidos concep-
tuales claves que aparecen en el texto articulado que define esos ejes son (Comisión de
las Comunidades Europeas, 1991, 1993a, 1994a):
Contribución al desarrollo de educación de calidad.
Fomento de la Cooperación entre Estados.
Pleno respeto a los sistemas educativos de los Estados y a la diversidad cultural y
lingüística.
Fomento de la movilidad y del intercambio.
Desarrollo de la dimensión Europea de la Educación.
Fomento y desarrollo de la Educación a distancia.
Incremento del intercambio de información y experiencias sobre cuestiones comu-
nes de los sistemas de formación de los Estados miembros.
Favorecer el desarrollo de la competitividad.
Estimular la IDT de alta calidad.
Difusión y explotación de resultados de investigación y transferencia de tecnología.
Orientación hacia la cooperación internacional.
Desde los últimos años del siglo XX se viene trabajando con decisión en las áreas
que el coloquio sobre la enseñanza superior que, con objeto de preparar el año 2000,
se celebró en 1990, puso de manifiesto en sus conclusiones como áreas decisivas para
la Educación Universitaria Europea (Comisión de las Comunidades Europeas, 1990):
Participación y acceso a la enseñanza superior.
Colaboración con el mundo empresarial.
Formación continua.
Educación a distancia.
Dimensión europea de la Enseñanza Superior caracterizada por:
Movilidad de los estudiantes.
Cooperación entre instituciones.
Europa en el programa de estudios.
Importancia capital de los idiomas.
Formación del profesorado.
Reconocimiento de calificaciones y períodos de estudios.
Dimensión internacional de la enseñanza superior.
304 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Todo esto se tiene que saber cuándo se postula la ciencia como cuestión de Estado,
pero no está claro que se mantenga la relación y la diferencia entre ciencia, educación,
función, profesión, ámbito de conocimiento y conocimiento del ámbito, cuando se
determina la política científica y educativa y sus respectivos desarrollos administra-
tivos. Y eso es lo que nos preocupa y de lo que venimos hablando en este capítulo y
también en los anteriores, porque en la universidad, los profesores hacen docencia, in-
vestigación, gestión y representación, para cumplir con las finalidades de la educación
universitaria: docencia, investigación, estudio, desarrollo social y productivo, cultura
y profesionalización.
310 Dónde está la educación J.M. Touriñán
A efectos de este capítulo, se debe entender que la IDT, como concepto, se corres-
ponde con los gastos generados en el fomento y apoyo de:
Investigación científica básica y aplicada.
Investigación tecnológica.
Desarrollo tecnológico.
Estas tres actividades se concretan presupuestariamente en gastos de muy diversa
naturaleza que no están homogeneizados en todas las partes y regiones del mismo
modo, lo que supone trabas, tanto para el cálculo, como para la interpretación de
los datos disponibles. En general, se está de acuerdo en que el cómputo del gasto en
I+D debe englobar la totalidad de los recursos necesarios para que el conjunto del
cuerpo investigador, que trabaja tanto en el sector público como en el privado, pueda
realizar su función. Esto implica la necesidad de considerar tanto los gastos corrientes
(personal, mantenimiento...) de los centros en donde se realiza la investigación, como
las inversiones en infraestructuras que, directa o indirectamente, son necesarios para
que las tareas se puedan realizar.
A menudo, en lo referente a organismos y centros públicos financiadores de IDT, el
gasto responde a los siguientes conceptos generales:
1. Transferencias para IDT con destino nacional:
Las empresas.
Las administraciones públicas.
Las universidades.
Las instituciones privadas sin finalidad de lucro.
Las becas de investigación.
2. Transferencias para IDT con destino en el extranjero:
Cuotas de participación en organismos internacionales.
Aportaciones financieras a programas internacionales de IDT.
3. Gastos de funcionamiento relacionados con la actividad financiadora de IDT.
Esta distribución nos hace entender que el concepto de IDT es un concepto pro-
gresivo y programático que obliga a pensar, no sólo en lo que se está invirtiendo, sino
en lo que, dentro de pocos años, tendría que contemplarse para mantener un ritmo de
progreso ajustado a las tendencias y exigencias del desarrollo (Guerra y otros, 2002;
Garrido y Rodríguez, 2002).
Cuando se trata de precisar el concepto de IDT, conviene recordar que, en un
primer momento, se habló de investigación y desarrollo: I+D (R+D en la terminología
anglosajona). Posteriormente, a la hora de determinar el gasto, se incorporó, tanto
la evaluación, como la difusión de programas (E+RD+D). En el momento actual, la
innovación ya está también incorporada al proceso de I+D y se acepta que el esquema
de evolución de la I+D es como sigue:
I+D (=R&D)—> E+RD+D—> IDT (IDTi)
Como decíamos, hoy el énfasis está en el concepto de innovación, pero conviene re-
cordar que en los últimos cincuenta años se han ido modificando las posiciones sobre
ese concepto. El instituto de gestión de la innovación y del conocimiento (INGENIO)
de la Universidad Politécnica de Valencia ha contribuido a comprender los pasos que
Profesión y profesionales de la educación… 313
se han dado en los últimos cincuenta años en relación con el concepto de innovación,
desde sus primeros pasos, que sólo ocupaban a un pequeño grupo de científicos hasta
nuestros días, que se ha convertido en un importante campo de conocimiento, ocu-
pando a miles de investigadores. (Martin, 2008; Isaksen y Tidd, 2006).
Se puede mantener, por consiguiente, que las políticas científicas que orientaron
el gasto en I+D se vienen transformando en políticas científicas que, respecto de la
innovación, orientan el gasto en IDTi, bajo una visión abierta, multicausal, multini-
veles y de liderazgo. Todas estas situaciones de avance confirman que el énfasis en
el desarrollo tecnológico supone defender tres cualidades especiales en el fomento
de la investigación y en la política científica: 1) El valor estratégico de esta actividad,
2) La modificación de la financiación y de la promoción de la investigación según su
relación con la innovación para el sector productivo y 3) La regionalización del IDT,
lo que implica un protagonismo especial de cada comunidad autónoma en su propio
desarrollo. Pero nada de esto es razón suficiente para discriminar financieramente la
docencia y la creación de cuadros de profesorado que, en el momento actual y desde
hace años, se está vinculando siempre a la metáfora “coste cero”.
La relación universidad, empresa, sociedad está generando en nuestros días una
tensión de demanda que obliga a afrontar las necesidades reales de la institución con la
mirada puesta en sus misiones y en el dimensionamiento del conjunto universidad-in-
vestigación-innovación. Pero nada de ello es incompatible con la defensa y el fomento
de la investigación disciplinar desde las carreras universitarias. La investigación es
disciplinar, pero la política de IDTi, no, porque empresa gobierno y universidad no
tienen los mismos objetivos; hay un salto cualitativo estructural entre ellos, por muy
emprendedora que sea la universidad:
La investigación es disciplinar, orientada desde la disciplina científica que genera
el enfoque de las preguntas y establece los conceptos y criterios de validación y
prueba, pero la política de IDTi no es disciplinar.
Las prioridades de IDTi no tienen que coincidir exactamente con las disciplinas
científicas o con las tecnologías concretas, ni con un sector de actuación, por muy
importante que sea, pero la existencia de instituciones con política propia hacia
el desarrollo, puede disminuir la importancia y las oportunidades reales de los
investigadores, si no trabajan en las líneas decididas en la institución.
Más financiación, no quiere decir necesariamente más innovación. Puede haber avances
de investigación que no son financiados y no necesariamente quien recibe financiación
genera innovación, desarrollo tecnológico o nuevas propuestas científicas.
Es importante no olvidar ese salto para mantener abierta siempre la línea de inves-
tigación disciplinar en la universidad. Se puede innovar en educación e implementar
la oferta innovada. Toda innovación educativa no tiene que ser IDTi; puede ser disci-
plinar y no responder a objetivos de gobierno y empresariales, sólo a objetivos univer-
sitarios de investigación disciplinar. La racionalidad administrativa puede condicionar
negativamente la racionalidad epistemológica, como hemos visto en este capítulo: se
orientan los recursos de investigación y los modelos de organización de la política
científica y educativa son condicionantes del desarrollo disciplinar. Pero nada de esto
se hace sin buenos profesores y eso no se consigue a coste cero.
314 Dónde está la educación J.M. Touriñán
5.1. Introducción
5.2. La relación educativa es un concepto con significado propio y es
distinta por finalidad y significado
5.2.1. L a relación educativa es distinta porque asume los criterios de uso
común y de f inalidad en su signif icado
5.2.2. La relación educativa no solo es convivir
5.2.3. La relación educativa no solo es comunicar
5.2.4. La relación educativa no solo es cuidar
5.2.5. L a relación educativa es relación y no se resuelve en pares
antinómicos o con pensamiento metafórico
5.3. Complejidad objetual y carácter de la educación: la exigencia de la
definición real en la relación educativa
5.3.1. La relación valor-elección (carácter axiológico de la educación)
5.3.2. La relación valor-obligación (carácter personal de la educación)
5.3.3. La relación valor-decisión (carácter patrimonial de la educación)
5.3.4. La relación valor-sentimiento (carácter integral de la educación)
5.3.5. L a relación ideas-creencias (carácter gnoseológico
de la educación)
5.3.6. La relación físico-mental (carácter espiritual de la educación)
5.4. La relación educativa se identifica con la interacción que
establecemos para realizar la actividad de educar
5.4.1. L a relación educativa es un ejercicio de libertad comprometida y una
actividad responsable
5.4.2. La relación educativa relaciona libertad y educación
5.4.3. L ibertad y educación son extremos antagónicos implicados en la
relación educativa
5.4.4. Educación ‘de’ la libertad exige educar ‘en’ y ‘para’ la libertad
5.5. Libertad y educación en valores frente a neutralidad de la tarea
5.5.1. D
iferencia entre neutralidad de la tarea y neutralidad del estudio
científ ico de la educación
5.5.2. Improcedencia del neutralismo axiológico y técnico en la tarea
educativa
5.5.3. Implicación ciencista de la neutralidad de la tarea
5.5.4. Crítica de la neutralidad de la tarea derivada del ciencismo
5.5.5. La neutralidad de la tarea educativa siempre se externa
5.5.6. Argumentación teórica frente al neutralismo externo
5.5.7. Contradicciones del neutralismo externo en la práctica
5.5.8. El compromiso responsable marca la relación libertad-educación
frente a la neutralidad
5.6. Consideraciones finales: la libertad y la compasión son principios de
intervención
5.1. INTRODUCCIÓN
Herbart reclama para el educador la mirada pedagógica especializada, bajo la idea
de “círculo visual propio” que él construye desde la Pedagogía, algo que, según sus
propias palabras, olvidan enteramente formarse la mayoría de los que educan antes de
entregarse a ese empeño. Nos dice Herbart que: “La mayoría de los que educan olvidan
enteramente formarse un círculo visual propio antes de entregarse a ese empeño; les
surge poco a poco en su trabajo (...), si realmente se desarrolló así (el niño), hay que fe-
licitarse por ello” (Herbart, 1806, p. 1). Frente a este tipo de actuación, Herbart quiere
construir un saber que le proporcione razones para fundamentar por qué un educador
debe seguir actuando del modo en que lo hace, o por qué debe cambiarlo: “Un maestro
de escuela de aldea, de 90 años, tiene la experiencia de su rutina de 90 años; posee el
sentimiento de sus largas fatigas, pero ¿tiene también la crítica de su método y de sus
actos?” (Herbart, 1806, p. 5).
La ciencia de la educación en Herbart supone la utilización de datos; pero la teoría
hay que construirla con autonomía funcional, porque los datos se interpretan desde
un entramado conceptual con significado intrínseco a la educación: “Lo que debe
hacer la pedagogía es deliberar sobre sus propios conceptos y cultivar una reflexión
independiente. De esta forma llegaría a ser el centro de un círculo de investigaciones
y no correría el peligro de ser gobernada por un extranjero como lejana provincia
conquistada” (Herbart, 1806, p. 8. La cursiva es mía).
Este capítulo no es una reflexión sobre lo que dicen todos esos especialistas res-
pecto de la relación educativa. Sus análisis son necesarios, pero, ni agotan contenido
del campo de la educación, ni yo quiero vivir como aprendiz de lo que ellos dicen
(Goodwin, 1994). Se recurre a una ciencia, cuando se tiene un problema específico
de ella, que será, según el caso, un problema médico, sociológico, psicológico u otro.
Toda disciplina con autonomía funcional focaliza la realidad que estudia, generan-
do la mentalidad específica de esa disciplina, que debe exteriorizarse en forma de la
mirada especializada de esa disciplina hacia su objeto de estudio e intervención. En
el capítulo 2, hemos avanzado en el desarrollo del continuo “corriente-disciplina-fo-
calización-mentalidad específica-mirada especializada”. Este continuo se da en todas
las disciplinas consolidadas. Y los capítulos 2, 3 y 4, junto con este capítulo 5, nos
sirven para construir el contenido de los componentes estructurales de la mentalidad
(conocimiento, función, profesión y relación).
Como ya hemos dicho en el capítulo 2, epígrafe 4.8, la representación mental de la
acción de educar desde la perspectiva de la relación teoría-práctica que es la mentali-
dad pedagógica funciona, bien como presupuesto de la investigación, bien como supuesto y
determina una significación y validez de un modo de pensamiento singular para la función
pedagógica, la profesión, la relación educativa y para el propio conocimiento de la educación.
La mentalidad pedagógica no se entiende sin hacer referencia a esos cuatro componen-
tes, porque la concretan en cada acción, ni ellos se pueden entender en el discurso y en
la intervención que generan sin hacer referencia a la mentalidad, porque dejarían de
especificarse con significación y validez. La mentalidad pedagógica, precisamente por
327
328 Dónde está la educación J.M. Touriñán
La relación educativa lo es, en la misma medida que se cumplan los criterios de uso
común del término ‘educación’ y se preserve la finalidad de educar. Si no, será cualquier otro
tipo de relación. A la relación educativa le conviene la definición sinonímica, pero debe
analizarse en sus propios rasgos como corresponde a la definición real de cualquier
término. Y esto exige ir más allá del criterio de uso común del término y del criterio de
actividad como finalidad para entender los rasgos distintivos que determinan en cada
acto educativo su significado real.
de respeto entre los interlocutores. No se trata tanto de negar que haya conflictos,
como de estar en condición de ser capaces de planteárselos, afrontarlos y resolverlos,
si es posible, sin limitar las alternativas de intervención a las formas clásicas de disci-
plinar a los alumnos.
La mediación no debe confundirse con una terapia, ni con una actuación jurídica
(no se puede ser mediador y abogado de una de las partes), ni con el acto de conciliación
ante magistrado. La mediación precisamente busca eludir el recurso a los tribunales
para resolver un litigio, como es el caso de la mediación entre consumidores y fabri-
cantes, entre vecinos de una comunidad, etcétera.
La persona que ejerce la mediación no tiene poder de decisión ni de persuasión. No
impone, sólo propicia y propone; desaparece cuando las relaciones se rehacen. Tiene
la función de retornar a las partes el control de su conflicto y de ayudarles a recuperar
la confianza necesaria para adoptar sus propias decisiones. Se trata de ayudar a cada
parte a salir de un único punto de vista parcial y a convertirse en protagonistas de la
decisión posible acerca del conflicto.
Si esto es así, tiene sentido afirmar que la educación debe formar para saber afron-
tar el conflicto y para lograr la convivencia cualificada y especificada; una forma de
educación que tratamos de reflejar de manera resumida en el siguiente cuadro:
sin comunicación, pero es posible comunicar sin educar. Los estudiosos de la comu-
nicación asumen que no hay neutralidad del medio de comunicación y aceptando que
el medio es el mensaje (Mcluhan y Powers, 1995), resulta más útil en la comunicación
hablar de propósito de la comunicación en términos de meta del creador o del receptor
del mensaje, antes que definirlo como la propiedad del mensaje en sí (Berlo, 1979, p. 9).
La comunicación humana tiene unos componentes definidos que se observan en
cada proceso concreto: la fuente de la comunicación o persona con objetivo de comu-
nicar (pude ser un director de centro escolar, por ejemplo); el encodificador o mediador
que expresa y traduce los propósitos de la fuente para los consumidores (puede ser el
profesor); el mensaje o contenido; el canal o medio utilizado para transmitir; el decodi-
ficador, que son los elementos internos y externos que tiene el receptor para descifrar
el mensaje (oído, vista, pensamiento, audífonos, etcétera, del receptor del mensaje) y
el receptor de la comunicación , que es la persona que recibe y actúa en consecuencia,
previsiblemente (Berlo, 1979, p. 25).
Esta descripción del proceso de comunicación se puede ir agrandando desde el
punto de vista de la Psicología bajo la forma de estímulo y respuesta y retroalimenta-
ción y también desde e punto de vista de aceptación o no del significado del mensaje
a que apunta el emisor. Pero en cualquier caso, siempre nos quedará en el discurso
un lugar para la pregunta acerca de qué es lo que hace que una comunicación sea
educativa y otra no.
A los efectos de la relación educativa, lo que más nos interesa destacar del concepto
de comunicación, no es el proceso en sí o el contenido, de cuyas condiciones se ocupa
la enseñanza con criterio propio. Cuando hablamos de educar, toda comunicación es
un proceso mediado de enseñanza. Enseñar es mostrar algo por medio de signo y hacer
conocer una cosa a alguien por medio de método, sea esa cosa de índole teórica o prác-
tica. Enseñar es ordenar los elementos que intervienen en el proceso de hacer conocer
para un tiempo y espacio dados, de manera que profesor y alumno sepan qué cambios
se quieren conseguir, cómo se van consiguiendo y qué habría que hacer en caso de no
conseguirse. De tal manera que el proceso de comunicar se integra en otro proceso que
tiene singularidad propia en el ámbito de la educación: el proceso de enseñar, que será
educativo, si cumple los criterios de uso y finalidad que hemos analizado.
A los efectos de la relación educativa, lo que más nos interesa destacar del concepto
de comunicación es la perspectiva de la comunicación personal, que es una de las
formas de comunicación. En contra de lo que piensan algunos, la comunicación no
es siempre comunicación entre dos personas o entre una persona y un grupo o entre
grupos. La comunicación es, en un sentido básico, comunicación consigo mismo. Y lo
mismo que la convivencia se cualifica y especifica, también la comunicación se cuali-
fica y especifica: desde la verbal a la no verbal, desde la auto a la heterocomunicación,
desde el proceso al resultado, dese el sujeto al objeto, desde el contenido a las técnicas
de comunicación, desde la comunicación existencial a la comunicación educativa, etc.
(Redondo, 1999, cap. 9).
La libre comunicación existencial, que es un concepto analizado por Jaspers, refleja
el sentido más básico de comunicación personal (Millán Puelles, 1951; Redondo, 1999,
cap. 7; Campillo, Esteve, Ibáñez-Martín y Touriñán, 1974; Gusdorf, 1973). La libre
338 Dónde está la educación J.M. Touriñán
más relación educativa. Es preciso seguir avanzando y entender los límites entre los
que se encuadra la relación de “cuidar y educar”, un tipo de relación que exige la
efectiva existencia de la relación directiva.
los cuidados que hacemos para sanar y los cuidados que hacemos para educar no son
los mismos, aunque en ambos casos usamos el concepto de cuidado como atención en
sentido moral. Cuidar, sanar y educar no significan lo mismo.
Incluso manteniendo que cuidar no es lo mismo que educar, es justo reconocer
también que hay cuestiones en el concepto de cuidado que nos obligan a afinar la
relación educativa, porque en la relación educativa se da la relación de cuidado como
atención en sentido moral.
La relación educativa no es sólo heteroeducaión; también es autoeducación, relación
de uno consigo mismo. El cuidado entre personas, como la educación, es una relación
de uno consigo mismo y es una interacción o encuentro entre dos seres humanos, en
la que los dos lados de la relación —quien cuida y quien es cuidado— desempeñan
un papel, uno da y el otro recibe, y estos dos roles se intercambian en diferentes
momentos de la relación (Noddings, 1992, p. 30).
Las relaciones de cuidado entre personas, se caracterizan por un interés genuino
en el bienestar del otro y de sí mismo, que se refleja en actitudes y acciones en las que
se vivencia y construye una búsqueda recíproca del bienestar. La relación intersub-
jetiva de cuidado se construye en interacciones respetuosas, de atención y escucha
de las necesidades mutuas. Cuando observo atentamente a alguien e identifico que
necesita algo y se lo doy —por ejemplo, un alumno que necesita entender mejor una
instrucción, a quien le permito preguntar y respondo a su inquietud—, la relación de
cuidado solamente se completa, cuando ese alguien manifiesta haber recibido lo que
yo le di (en nuestro ejemplo, el alumno recibe y acepta la aclaración). Es un hecho que
promover relaciones de cuidado implica necesariamente construir comunidad entre
todos y el reconocimiento y atención recíprocos crean vínculos que hacen posible
desarrollar interés por el bien común y crear conciencia acerca de cómo las acciones de
cada quien afectan a los demás (Daza, 2009; Noddings, 2002, pp. 18-28).
La puesta en marcha de la ética del cuidado conlleva un cambio de perspectiva
en cuanto al manejo de la disciplina en la escuela, pasando de ser negativa a positiva.
Justicia (justice) y cuidado (caring), que son dos conceptos que dan título a la obra
de Katz, Nodings y Strike (2002), dos conceptos que se mantienen en el título de la
edición española, pero que se traducen y utilizan a lo largo de todo el texto de la edición
castellana por “justicia” y “atención en tanto que orientación moral” (Noddings, 2002,
p. 25), es decir, ayuda vigilante, asistencial y atenta del que cuida, costituyen un par de
alternativas que forman parte de la relación de ayuda entre personas. Pero no se trata
de ofrecer en este capítulo un resumen de ética aplicada a la educación desde la ética
del cuidado que, dicho sea de paso, enriquece mucho más que el ajuste de la acción del
profesor a los códigos de ética profesional que no generan por el hecho de estar formu-
lados el compromiso moral del profesional: no basta con formular el código para que se
ejecute y se actúe de acuerdo con él (Altarejos, Ibáñez-Martín, Jordán y Jover, 1998).
La ética del cuidado nos lleva a una nueva perspectiva de la alteridad y de la defe-
rencia, de la relación afectiva, desde el punto de vista de la aceptación del otro y del
sufrimiento, porque es incuestionable que en educación, nuestros alumnos, a veces,
sufren con nuestra intervención y, a veces, los hacemos sufrir; pero también lo es que a
veces disfrutan con nuestro trabajo y con el suyo y se sienten satisfechos y felices:
342 Dónde está la educación J.M. Touriñán
con el añadido de autoridad como cargo público, tal como hemos especificado en el
capítulo anterior.
Cuidar y educar son dos formas de interacción que requieren relación directiva.
Y asumiendo que no toda relación directiva es relación de cuidado o educación, se
puede afirmar que en la relación de cuidado y educación se requiere autoridad como
reconocimiento y prestigio ganado. Se trata de actuar de un modo especial para con-
seguir que otro cambie y actúe, pero sin olvidar que relación directiva no es lo mismo
que relación de autoridad y que si bien la relación de autoridad se da en el cuidar y
en el educar, eso no las hace iguales. La relación de cuidado no es sin más relación
educativa, porque tiene sentido distinto decir cuidamos para sanar y cuidamos para
educar, pero la relación de cuidado hace que en la educación se preste atención a
varias condiciones:
La condición de sujeto de la persona con la que interaccionamos.
La finalidad de la interacción, que de alguna manera convierte al otro o a sí mismo
en objeto de la acción.
El concepto de atención y asistencia en tanto que exigencia moral respecto del sujeto
con el que interaccionamos.
El carácter directivo de la relación, porque se actúa siguiendo un plan establecido o
programado de cuidado o educación con un sujeto que no está en el mismo nivel,
está necesitado de ayuda, dirección y cuidados.
El sentido de la relación directiva como relación de autoridad.
El sentido de la responsabilidad consigo mismo y “para con el otro” en la interac-
ción, que es responsabilidad situada porque se trata de responder a la demanda del
otro que está situado (bien o mal, pero situado) y asimétrica, porque no es mi igual
en la relación y porque yo soy responsable del otro sin esperar la recíproca; el sujeto
educando y el sujeto cuidado responderán ante mí, que lo educo o lo cuido, según
el caso, pero ninguno de ellos es responsable de mí.
En el punto de partida, la educación, en tanto que responsabilidad situada aparece
como una responsabilidad compartida y derivada. Compartida, porque todos somos
objeto de formación y no todos tienen las mismas atribuciones en el tema. Derivada,
porque la responsabilidad y la obligación de educar nacen del reconocimiento de la
propia condición humana y de la sociedad como factor de desarrollo educativo, del
fundamento ético del Estado de derecho, del valor educativo de la legislación y de la
educación como factor de desarrollo social. Hemos dedicado otros trabajos a estas cues-
tiones (Touriñán (Dir.), 2008a, 2008b y 20012) y ahora, para este capítulo, es suficiente
afirmar que la responsabilidad situada quiere decir que es una responsabilidad com-
partida de educación por los diversos agentes de la educación (afecta a todos los agentes
de la educación desde uno mismo y la familia, a la escuela, la sociedad civil y el estado)
y una responsabilidad derivada de educación, que se inicia en la propia condición hu-
mana individual, social, histórica y de especie y se materializa en el reconocimiento del
derecho “a” y “de” la educación en cada marco territorial legalmente establecido.
En definitiva, el cuidado, como atención moral, igual que la justicia, forma parte de
la relación educativa y de la educación. Son condiciones necesarias, pero no suficientes
344 Dónde está la educación J.M. Touriñán
rasgos distintivos del carácter de la educación que determinan en cada acto educativo
su significado real.
Desde el punto de vista de la tradición pedagógica, de lo que se trata, es de tener
claro lo que hay que hacer y de cómo y por qué hacerlo. Dürr en su obra “Educación en
la libertad” nos dice, parafraseando lo que dice Fröbel en “La educación del hombre”, que
lo que hay que hacer en toda acción educativa completa es una acción seguidora, que
cuida y comprende al educando, y una acción anticipadora, determinante, prescripti-
va y exigente; mantiene que ambas acciones identifican de manera especial el “amor
materno” y “la autoridad paterna” (Dürr, 1971, p. 25). Su propio razonamiento lleva a
Dürr más allá, para poder decir que toda la acción educativa ha girado siempre entre
esos dos pilares que se han traducido de muy diversos modos en pares alternativos,
de sentido no siempre antinómico y que hoy identificamos del siguiente modo: auto-
ridad-libertad; coacción-libertad; autoritarismo-no intervencionismo; liberar-obligar;
dirigir-dejar crecer; libertad-ordenación; autoridad-obediencia; libertad-educación;
preparar para la vida-vivir la vida; tarea-resultado; encender el fuego-llenar el vaso;
imparcialidad del juez-ayuda atenta, vigilante, asistencial y de servicio del cuidador.
La existencia de esos pares alternativos, hace sostener a Dürr que la “realización
pedagógica” se manifiesta sin excepción como riesgo, porque “la unicidad irrepetible
del encuentro pedagógico, en ‘su concernir’ convoca al hombre entero, de modo que el
educador ha de aceptar y tomar sobre sí el riesgo y el fracaso” (Dürr, 1971, p. 30). Una
idea en la que profundizó el profesor Ibáñez-Martín en la lección inaugural del curso
académico 2010-2011, en su Facultad, hablando de viejos y nuevos riesgos en la acción
educativa con la esperanza de ver en cada alumno el arco “IRIS”: Interés por aprender;
Reflexión sobre lo percibido; Incorporación de lo que le aportan; Superación de los retos
(Ibáñez-Martín, 2010, pp. 24-25).
Sin lugar a dudas, la relación educativa es una relación esencialmente de libertad y
educación. Lo veremos en epígrafes posteriores, pero eso no quiere decir que sea una
relación antinómica. Si aceptamos el educando en su complejidad, valoraremos la rela-
ción educativa en su significado, más allá del recuso a estrategias mentales de carácter
idealista. Como hemos dicho en los epígrafes 5 y 7.3 del capítulo 1, el pensamiento
antinómico y el pensamiento metafórico no resuelven el problema de la definición y
nos desvían del significado real.
En primer lugar, como ya sabemos, el simbolismo metafórico se convierte en esfera
delimitadora del concepto, pero no le añade más significado. Efectivamente, si un
concepto como el de educación, que se resiste sin cesar y supera todas las definiciones
descriptivas, se refuerza con la idea de que, lo que cuenta para definir una actividad
como educación, es la función simbólica que confiere unidad a las diversas actividades
desde la finalidad, necesariamente habría que cerrar el proceso conceptual y de justi-
ficación con el pensamiento metafórico.
Ahora bien, debemos tener presente que la metáfora es un procedimiento sustitu-
torio de la definición, igual que los lemas. Y desgraciadamente, dada la profusión de
apelaciones al sentido simbólico, debemos reconocer que la construcción metafórica
se usa indiscriminadamente en educación. La metáfora no añade nada que haga que
Relación educativa, complejidad objetual de educación… 347
el término educación sea más educación, es decir que mejore sus rasgos o las pro-
piedades que le dan el significado. Incluso en el supuesto erróneo de que aceptemos
el contenido de la metáfora y digamos, por ejemplo, “que la educación es coacción”,
estaríamos afirmando erróneamente que toda educación es coacción, aunque puede
haber otras acciones coactivas que no son educación.
Decir que educación es coacción, no es aceptable, incluso si usamos el término en
el sentido de la física “co-acción” (acción de uno sobre otro), porque existe también
la autoeducación. Y más aun, ni siquiera podemos decir que es correcto afirmar que
toda heteroeducación es coacción, porque, aunque esta es acción de uno sobre otro, la
heteroeducación, como acción educativa de uno sobre otro, no es matoneo, extorsión,
abuso, o sea, “coacción intimidatoria”, sentido pedagógica y moralmente reprobable
del término, que no se corresponde con el significado del término ‘educación’ y que,
ya, en algunos casos es, legalmente, constitutivo de delito.
La educación no es coacción intimidatoria y ni siquiera es coacción, como acción de
uno sobre otro, porque también hay autoeducación. El simbolismo metafórico se con-
vierte en esfera delimitadora del concepto, pero no le añade más significado, porque no
va más allá, ni puede anular el criterio de finalidad y los criterios establecidos desde el
uso del lenguaje común, si bien, dicho sea de paso, los contradice.
En segundo lugar, como ya sabemos el pensamiento antinómico adolece de ceguera
paradigmática. Es cierto que este pensamiento ha proliferado como forma de explicar
y comprender la educación como proceso y acción y también es cierto que la antinomia
es la contraposición entre dos elementos, cuya relación en el pensamiento idealista es
interna, porque defienden idealistamente que las cosas relacionadas o relacionables no
son independientes de sus relaciones.
Nuestra cultura pedagógica y la dicotomía básica entre auto y heteroeducación,
entre educare y educere, entre sujeto y objeto, entre cultura y natura, entre interno
y externo, entre tesis y antítesis, nos hacen proclives a presentar intelectualmente
nuestro pensamiento con sentido antinómico respecto de la educación; y más aun, si
somos partidarios de una concepción idealista, justificamos ideológicamente la anti-
nomia, pues su postulado general es que el sistema real es de algún modo una copia
del sistema mental. Pero una cosa es que yo pueda intelectualmente dicotomizar la
educación y la realidad en pares antinómicos y otra muy distinta es que la realidad sea
así en tanto que educación y actividad real. Estos pares alternativos pueden tener un
efecto didáctico claro a primera vista y un efecto tranquilizador sobre nuestras ideas,
pero, sin lugar a dudas, la realidad no es, idealistamente, la representación intelectual
que nos hacemos de ella, ni la categoría mental que le aplicamos.
Como ya sabemos, el objeto, la cosa, no es el significado y aplicar unas categorías de
análisis a la realidad, no significa que ellas se den en la realidad o que la realidad tenga
y sea esas categorías. El recurso antinómico actúa desde dos condiciones: 1) la pro-
moción/selección de conceptos maestros de la inteligibilidad y 2) el marco teórico, sea
bueno o malo, ajustado o desajustado, que restringe las posiciones de valor que pueden
ser defendidas y, por tanto, determina las operaciones lógicas maestras. Se simplifica la
realidad y se prescribe la reducción o la disyunción frente a la compleja realidad de la
348 Dónde está la educación J.M. Touriñán
la actividad para lograr actividad educada: pasamos del conocimiento a la acción para
formar la condición humana individual, social, histórica y de especie, atendiendo a las
características propias del objeto ‘educación’, que hacen posible identificar sus rasgos
internos determinantes (de carácter).
En mi opinión, es posible sistematizar la complejidad del objeto educación desde tres
ejes que determinan rasgos de carácter de la educación (Touriñán y Sáez, 2012, cap. 5):
La condición fundamentante de los valores en la educación.
La doble condición de agente-autor y agente-actor de cada sujeto respecto de su
educación.
La doble condición para la educación de ámbito de conocimiento y de acción.
RELACIÓN
EDUCATIVA
VALORAL
infiere que cada uno sólo decidirá realizarse de un modo concreto, cuando le sea
posible desvelar el valor de esa forma específica de llevarse a cabo, con su capacidad y
con la ayuda de los demás. Pero, además, como el hombre no nace perfecto, ni alcanza
la perfección que le es propia de modo espontáneo, se sigue que no entenderá correcta-
mente el valor de tal forma concreta de realizarse, mientras que la educación no ponga
los medios adecuados para que él pueda forjarse una capacidad de elección lúcida. Y
esta relación entre educación y valores es la que hace de la educación en valores sea
una necesidad inexorable. La educación es siempre educación en valores y elección
de valores y cualquier tipo de influencia no es educación, aunque cualquier tipo de
influencia pueda ser transformada en un proceso de influencia educativo. Tenemos
que conocer, estimar, y elegir valores; la educación en sí misma es un valor, enseña
valores y, cuando educamos, estamos eligiendo valores, porque nos marcamos fines y
las finalidades son valores elegidos. Y les damos sentido de acción responsablemente
desde la resolución de la relación medio-fin. La relación educativa, desde la condición
fundamentante del valor, se hace de carácter axiológico y se entiende necesariamente
como educación en valores para la construcción de procesos y de hábitos operativos
de elección que se concretan en creación de sentido responsable de acción, desde la
perspectiva de vincular medios y fines
La condición fundamentante del valor hace que el objeto de conocimiento ‘educa-
ción’ sea como es: valores elegidos. Desde la perspectiva del valor, la educación implica
relación valor-elección, porque construimos finalidades y eso significa que tenemos
que desarrollar hábitos operativos que nos permiten relaciona las cosas que elegimos
y ordenarlas como fines y como medios. Hay que lograr en cada educando hábitos
operativos, que se vinculan al sentido de la acción responsable.
Respecto de la segunda condición, hemos de decir que el significado de agente
tiene un sentido específico en la educación que no puede soslayarse, so pena de re-
nunciar a educar. Se piensa siempre en la relación educativa como una relación entre
dos, pero lo cierto es que la relación educativa es, de manera inequívoca, relación de
uno consigo mismo. En la relación educativa somos cada uno de nosotros agentes-
actores que nos dejamos guiar y obedecemos a las personas que ejercen la condición
de educadores. Realizamos un montón de operaciones guiados para educarnos. Pero
además, en la relación educativa somos agentes-autores que nos guiamos a nosotros
mismos en procesos de educación, decidiendo nuestras metas e integrando nuestros
actos en nuestros proyectos.
Desde la perspectiva de agentes, la peculiaridad de la acción educativa no estriba
en el hecho de que sean uno o dos agentes, sino en la incuestionable verdad de que
cada persona es agente —actor y autor— de su propio desarrollo de alguna manera y
por consiguiente hay que lograr en cada educando hábitos volitivos, de querer las cosas
y comprometerse con ellas, obligándose, y hábitos proyectivos, que le permiten integrar
las cosas en sus proyectos, identificándose con ellos. Los hábitos volitivos se vinculan al
compromiso personal y los hábitos proyectivos se vinculan al sentido de vida. Es decir,
que yo educo para que el educando pueda educarse y decidir y desarrollar su proyecto
de vida y formación. No sólo operamos (elegimos hacer cosas, hacemos operaciones,
actuamos), también nos obligamos (compromiso voluntario) y proyectamos (hacemos
354 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Solo por este camino se llega a la realización de una acción como agente autor, de
acuerdo con las oportunidades y en cada circunstancia. La realización efectiva de la
acción exige ejecución, interpretación y expresión. Y para que esto sea posible, además de
hacer una integración afectiva, pues nos expresamos con los sentimientos que tenemos
en cada situación concreta y vinculamos afectivamente, mediante apego positivo, lo
que queremos lograr con valores específicos, necesitamos hacer integración cognitiva
relacionando ideas y creencias con nuestras expectativas y convicciones, para que
podamos articular valores pensados y creídos con la realidad, porque nuestra acción
se fundamenta de manera explícita desde la racionalidad con el conocimiento. Pero
necesitamos, además, hacer una integración simbolizante-creadora, es decir, debemos
dar significado a nuestros actos por medio de símbolos, porque cada acto que rea-
lizamos requiere una interpretación de la situación en su conjunto y en el conjunto
de nuestras acciones y proyectos dentro de nuestro contexto cultural. La integración
creativa articula valores y creaciones, vinculando lo físico y lo mental para construir
simbolizando. Necesitamos hábitos afectivos, pero la realización concreta de la acción
no es posible sin el hábito intelectual y sin el hábito simbolizante-creador.
Si nuestros razonamientos son correctos, la doble condición de conocimiento
y acción nos coloca en la visión integral de la complejidad de la acción. El hábito
operativo, el hábito volitivo y el hábito proyectivo exigen, para realizar la acción, el
hábito afectivo que se deriva de la relación valor-sentimiento y genera experiencia
sentida del valor. Pero la realización del valor no es posible en su concreta ejecución,
expresión e interpretación, si no hacemos, de acuerdo con las oportunidades y en
cada circunstancia, una integración afectiva, cognitiva y simbolizante-creadora en
cada acción. Además del hábito afectivo, se necesitan hábitos intelectuales y hábitos,
notativos-significantes, creadores.
Desde la perspectiva de esta tercera condición, el paso del conocimiento a la acción
es un camino de doble dirección que nos permite ir:
De la elección, la obligación y la decisión a la afectividad y viceversa.
De la afectividad a la cognición y a la creatividad y viceversa.
De la cognición y la afectividad y la creatividad a la estética y viceversa.
Desde la perspectiva de esta tercera condición, el paso del conocimiento a la ac-
ción es un camino que implica el valor pensado y creído, valor creado, simbolizado y
significado, valor elegido, valor comprometido, valor decidido y valor sentido. El paso
del conocimiento a la acción nos instala en la complejidad del valor realizado, del
valor realizable y de la realización del valor. La relación educativa se hace de carácter
integral, gnoseológico y espiritual.
Llegamos a la realización concreta de un valor, contando con las oportunidades,
pero siempre hemos de disponer de hábitos operativos, volitivos, proyectivos, afectivos
intelectuales y hábitos, notativos-significantes, creadores. Cada vez que realizamos
algo pensamos, sentimos, queremos, elegimos hacer, decidimos proyectos y creamos
con símbolos. Y solo de ese modo llegamos a la realización que siempre implica, elegir
procesos, obligarse (comprometerse voluntariamente), decidir metas y proyectos (de
acuerdo con las oportunidades y en cada circunstancia), sentir (integrar afectivamen-
te), pensar (integrar cognitivamente) y crear cultura (integrar creativamente, dando
356 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Cuadro 31. Relación compleja entre valores y actividad común interna del educando.
Dentro del marco que acabo de exponer, yo quiero hablar en este capítulo de la
relación educativa como acto concreto. No como una cuestión de educabilidad que nos
llevaría a enumerar las capacidades humanas que hacen posible recibir educación.
Tampoco como una cuestión de educatividad, que nos llevaría a enumerar las compe-
tencias que hacen viable que un sujeto pueda dar educación. Por supuesto, tampoco
como una cuestión de libertades formales y reales que garantizan la oportunidad de
educar en un territorio legalmente determinado y que constituye la forma institucional
de plantear la relación entre justicia y cuidado. Yo quiero deliberar sobre el propio
concepto “relación educativa” que aúna en un solo acto educabilidad, educatividad y
oportunidad de educar y quiero deliberar sobre ese concepto, cultivando una reflexión
independiente, como diría Herbart. El resultado de mi pensamiento sobre esa cuestión
es lo que pretendo ofrecer. Mi planteamiento es el siguiente:
Relación educativa, complejidad objetual de educación… 357
El valor no se identifica con la elección. Es obvio que elegimos lo que valoramos, pero
no es verdad que sólo tenga valor lo que yo elijo. Las cosas siguen conservando su
valor, aunque no las elija. Yo elijo pedagogía, pero eso no quiere decir que no sea
valiosa la carrera de arquitectura. Mi elección supone relacionar mis necesidades
actuales con las cosas valiosas. Pero el valor de algo sigue existiendo sin relacionar-
se lógicamente con mis necesidades actuales.
Valoración y elección no se identifican, porque realizamos valoraciones que no impli-
can decisión. Si identificamos valoración y elección, afirmamos que toda valoración
exige la elección de lo valorado y esto no es realista.
El valor es una cualidad relacional que captamos en la relación valoral, que es el en-
cuentro intencional del hombre con los objetos (las cosas y los propios hombres) para
descubrir qué propiedades tienen y en qué medida afectan a las propiedades de otros
objetos (Frondizi, 1972; Marín, 1976; Touriñán, 1987a). Hay una condición fáctica en lo
valorado. La condición fáctica del valor —lo hemos visto también en el epígrafe 5.7, del
capítulo 2— tiene su fundamento en la afirmación verdadera de que los valores tienen
carácter relacional y no se identifican con las propiedades de las cosas, porque, si se
identificaran con ellas, la luz más valiosa sería la que más ilumina, aunque nos ciegue,
y el calor más valioso sería el más intenso, aunque nos queme. La condición fáctica del
valor significa que el valor se asocia a las propiedades de las cosas relacionadas y ello
nos permite decir con propiedad qué rasgos determinan el significado de cada cosa
para llegar a entenderla.
La relación valoral puede establecerse entre dos objetos, y así decimos que el cianuro
tiene valor nutritivo para las plantas, porque con sus propiedades favorece el crecimien-
to de éstas. También puede ser el hombre uno de los elementos de la relación valoral, y
así se dice que el cianuro es un disvalor vital para el hombre, porque sus propiedades
destruyen en determinadas dosis la vida humana. O también puede establecerse la
relación valoral entre una cosa concreta y las propiedades del ámbito del que se habla
y, en este caso, se dice, por ejemplo, que determinadas acciones tienen valor científico,
porque mantienen las condiciones que se consideran propias de la investigación.
El valor es relacional, es decir, supone incidencia de las propiedades de un objeto
en las propiedades de otro objeto en un ámbito o dimensión que afecta al objeto.
Como hemos dicho ya, si las plantas no tuvieran que nutrirse, el cianuro no tendría
valor nutritivo para las plantas; si el hombre no pudiera y no tuviera que educarse, no
tendríamos valores educativos respecto del género humano (Peters, 1979 y 1977).
La relación educativa, como toda educación, es, sin lugar a dudas, un problema de
educación en valores, de uso y construcción de experiencia axiológica. Tenemos que
conocer el valor y además tenemos que llegar a saber estimarlo, es decir, tenemos que
estar en condiciones de incluir el valor concreto en una específica categoría, atribuyén-
dole una determinada jerarquía que refleje nuestra estimación fundada en el carácter
axiológico de los hechos y en la condición fáctica del valor, aunque no lo elijamos.
Posteriormente, yo podré elegir, atendiendo a criterio psicobiológico (mis deseos
y necesidades) a criterio técnico (importancia y selección de medios y fines dentro
de un determinado sistema sobre el que o dentro del cual, previamente, se ha
360 Dónde está la educación J.M. Touriñán
decidido actuar) o a criterio moral (ordenación que hace el hombre de sus exigencias,
de acuerdo con las relaciones que se dan en la realidad en el ámbito de cada exigencia)
para elegir responsablemente el sentido de acción.
La operatividad es una dimensión humana genérica que educamos en la relación
educativa. Las personas actúan-hacen-obran-operan, eligen hacer cosas en forma de rela-
ción medios y fines de acción, y educan esa forma de actividad bajo la denominación de
educación operativa, del carácter o del sentido de acción, que se orienta hacia la relación
entre valor y elección, para ser capaces de vincular responsablemente fines y medios
en el sentido de la acción. Las personas tienen la responsabilidad de elegir y reali-
zar acciones, manteniendo el sentido de la acción intencionalmente. Tenemos temple
como competencia para mantener el control de las situaciones, atendiendo al sentido de
la acción. La operatividad es la dimensión humana genérica de la actividad interna de
actuar, elegir hacer u obrar. La operatividad imprime carácter a nuestros actos. Impri-
mimos carácter a cada una de nuestras obras, cada vez que controlamos la relación
de medios y fines en cada acción. La capacidad específica vinculada al carácter es
la intencionalidad: saber implicar las conductas en la consecución de una meta con
eficiencia y eficacia, que es lo que determina el sentido de la acción y rige la construcción
de procesos. El temple apunta a la prudencia, como disposición básica definida por los
clásicos como la recta razón de las cosas agibles en lo general y en lo particular. El
temple busca la libertad como expresión del sentido de la acción responsable a la hora de
hacer cosas y de actuar para realizarlas. Necesitamos hábitos operativos para implicar
las conductas en la consecución de una meta con eficiencia y eficacia, que es lo que
determina el sentido de la acción y rige la construcción de procesos.
La relación valor-elección es un problema singular de la acción educativa que hay
que investigar, para aprender a dominarla y aplicar en cada caso y, por ende, es una
relación que hay que explicar y comprender, porque algo puede tener valor y no ne-
cesariamente lo elijo, aunque lo estime y por si eso fuera poco, también puedo elegir
cosas no valiosas y estimarlas erróneamente. La relación educativa, desde la condición
fundamentante del valor, se hace de carácter axiológico y se entiende necesariamente
como educación en valores para la construcción de procesos y de hábitos operativos de
elección que hacen se concretan en creación de sentido responsable de acción, desde
la perspectiva de vincular medios y fines.
algo es de necesidad, necesario, cuando sin ese algo no se produce el efecto buscado;
es de necesidad comer, para vivir, porque de no hacerlo, nos morimos. Moralmente
hablando, necesidad son las exigencias racionalmente captadas y libremente asumidas
y en este sentido se dice es necesario decir la verdad o necesito, debo, pagar mi deuda.
En sentido psicológico, el concepto de necesidad auténtica y humana no tiene como
condición suficiente la procedencia, interna o externa, de lo que la provoca. Existen,
en efecto, necesidades intrínsecas y extrínsecas, según surjan de nuestra realidad
interna o de nuestra relación con la realidad externa. Pero como prueba Millán, las
necesidades psicológicas son auténticas, con independencia de su origen, porque “nos
exigen algo sin marcarnos de forma incondicionalmente eficaz el modo en que han
de ser satisfechas” (Millán, 1974, p. 20). En tanto que exigen algo, las sentimos como
tales; y en la medida que somos conscientes de ellas, de sus síntomas y de los efectos
que se producirían según se satisficieran o no, decidiríamos nuestra acción. Precisa-
mente por eso es tan auténtica nuestra necesidad de comer (intrínseca), como nuestra
necesidad de saber (extrínseca) (Mosterín, 2008a; Gervilla, 2000; Pinker, 2007; Rojas
Montes, 2005).
En sentido psicológico, saber o resolver un problema es una necesidad psicológica
lo mismo que restablecer la salud o curarse. El estímulo o recurso que satisface la
necesidad es el libro, las disciplinas, en un caso, y la medicina recetada, en otro. Y lo
que hay que hacer para satisfacer la necesidad es, en un caso, estudiar, y en el otro,
inyectarse la medicina. La necesidad psicológica es la que nos exige algo (saber) sin
marcarnos de forma incondicionalmente eficaz el modo en que ha de ser satisfecha;
lo que hay que hacer para satisfacer la necesidad de saber (estudiar) no es una nece-
sidad psicológica, sino una condición necesaria (necesidad lógica) para solucionar la
necesidad de saber. El libro y las medicinas son recursos moduladores situados entre
la necesidad lógica y la necesidad psicológica de manera tal que ejecutando la función
correspondiente (pincharse, estudiar) se alcanza la meta usando la medicina o el libro.
Y así las cosas, al convencer a una persona de que debe estudiar es incitarla a una
gestión inteligente de su voluntad, la invitamos a que haga lo que tiene que hacer para
satisfacer su necesidad de saber que es auténtica. Si esto no fuera así, tendríamos que
decir que, cuando convencemos a una persona para que se ponga una inyección (para
curar la enfermedad), la estamos incitando a algo espurio y no a hacer lo que tiene que
hacer para satisfacer su necesidad de salud, que es auténtica (Punset, 2011; Damasio,
2010; Marina, 2009, p. 166 y 126-132).
La necesidad psicológica, el estímulo que la satisface y lo que hay que hacer para satis-
facer la necesidad, son tres cosas distintas integradas en el proceso de volición-motivación.
La volición es la capacidad específica de la voluntad, en el mismo sentido que decimos
que la racionalidad o la razón es la capacidad específica de la inteligencia. Voluntad es la
dimensión humana genérica de la actividad interna de querer, en el mismo sentido que
decimos que la inteligencia es la dimensión humana genérica de la actividad interna de
pensar. La motivación, la entiendo en este contexto como proceso de gestión inteligente
de la voluntad. El deseo es la primera respuesta a las necesidades en sentido psicológico.
El deseo se entiende como la tendencia hacia algo que se manifiesta como estímulo satis-
factorio de la necesidad; es el dinamismo básico de tendencia hacia las cosas interpretadas
Relación educativa, complejidad objetual de educación… 363
que el agente actor decide hacer lo que otro le dice, sin decidir sus propios proyectos,
o que decide que su proyecto sea lo que otros le dicen. Pero además, en la relación
con la realidad, somos agentes-autores que nos guiamos a nosotros mismos en procesos
de autorregulación, integrando cada elección en un proyecto de vida decidido. No
solo actuamos: actuamos queriendo y nos comprometemos y elegimos con sentido
de acción; pero, además, decidimos nuestros proyectos e integramos las elecciones
en esos proyectos propios, dándoles sentido de vida y de individualización. No sólo
operamos (hacemos operaciones y elegimos hacer con sentido de acción) con sentido
de acción, también proyectamos (hacemos proyectos, decidimos actuar con sentido de
vida). Somos agentes-actores y somos agentes-autores: elegimos fines y construimos
metas. En ambos casos nos comprometemos, nos obligamos.
El hecho es que hacemos operaciones elegidas y además decidimos nuestros pro-
yectos y nos obligamos a cumplirlos. La obligación es lo que permite confirmar el
carácter personal de la educación y de la relación educativa, que es en sí misma una
elección, una obligación y un proyecto. En la relación educativa valoramos lo que hace-
mos y nos obligamos a actuar como procede, bajo las consideraciones del deber simple,
el deber urgente y el deber fundamental, cualquiera que sea la forma de racionalidad
que hayamos utilizado para comprender la situación. Además de hábitos operativos,
necesitamos hábitos volitivos de compromiso y obligación personal a la acción. Esto
marca el sentido personal de la educación como compromiso propio y original, es
decir, nacido de uno mismo hacia su educación, que no debe ser vista alejada de la
existencia del otro y de lo otro en cada intervención. Estamos obligados a ser actores
y, además, como vamos a ver en el epígrafe siguiente, tenemos que ser agentes-autores
en la acción educativa respecto de uno mismo y del otro y de lo otro.
Carácter personal de la educación quiere decir que la acción educativa respeta la
condición de agente-actor del educando y lo prepara para comprometerse y obligarse
personalmente (es el origen genuino de su elección), de manera voluntaria, en sus
actuaciones y para inventar o crear modos originales-singulares (que nacen en él y de
él) de realización de la existencia, afrontando su condición humana individual, social,
histórica y de especie, con autonomía y responsabilidad, dentro del espacio participado
de una cultura, apartándose de la repetición o clonación de modelos preestablecidos.
invalida o anula en modo alguno la valiosidad educativa de lo que se decide como fin,
ni la condición de experto en el conocimiento de la educación para el profesional de
la educación, ni el carácter personal y autoformativo de la educación en valores, que,
como ya hemos dicho, siempre es uso y construcción de experiencia axiológica para
decidir y realizar su proyecto personal de vida.
De nuestras reflexiones anteriores se sigue que, además de estimar personalmente
el valor, tenemos que elegirlo y decidirlo, en tanto que “autores” y no sólo “actores”,
como parte integrante de nuestras finalidades y proyectos. Hay una diferencia esencial
entre elegir el sentido de acción de algo dentro de un esquema fines-medios y decidir
el sentido de vida de algo dentro del conjunto de proyectos que he decidido para reali-
zarme. No por otra cosa, sino por esta, podemos decir, por una parte, que la libertad es
la posibilidad de decidir y realizar un proyecto de vida, dando respuesta, de acuerdo
con las oportunidades, a las exigencias que se plantean en cada situación, y, por otra,
que la educación tiene carácter patrimonial, además de carácter axiológico y personal,
porque, cuando nos marcamos finalidades, no sólo hacemos una estimación del valor,
sino que también asumimos ese valor en la finalidad como una parte integrante de
nuestro proyecto de vida. En este caso, nos identificamos en la decisión, que es un acto
en el que respondo, de acuerdo con las oportunidades a una realidad interna y externa
que modifica la premiosidad de mis necesidades en cada circunstancia y situación.
La relación entre elección y realización de valores a través de las finalidades que
nos marcamos y las decisiones que adoptamos respecto nuestros proyectos nos pone
en la vía de resaltar la diferencia entre agente-actor y agente-autor y de reconocer el ca-
rácter patrimonial de la elección del valor que impregna el significado de la educación,
cuando enseñamos el valor y ayudamos a conocer, estimar, elegir, comprometerse con
el valor e integrarlo en nuestros proyectos en la relación educativa (Touriñán, 2006a).
Desde el punto de vista de la realización del valor, tan importante es el conocimien-
to, la estimación, el compromiso personal del valor, como el carácter patrimonial de la
elección del valor, porque, en ambos casos, se pone de manifiesto nuestra condición de
agentes de nuestra educación y de autores nuestro proyecto de vida (Touriñán, 2005).
Además de estimar personalmente el valor, tenemos que elegirlo en la relación me-
dio-fines y decidirlo como parte integrante de nuestras finalidades. No por otra cosa,
sino por esta, se puede decir que la educación tiene, además de carácter axiológico
y personal, carácter patrimonial, porque, cuando nos marcamos finalidades, no sólo
hacemos una estimación del valor, sino que también asumimos ese valor en la fina-
lidad como una parte integrante de nuestro proyecto de vida; hacemos, de nosotros,
nuestro propio patrimonio. Como hemos dicho, nos identificamos en la decisión, nos
individualizamos y determinamos nuestro sentido de vida.
Afirmar el carácter patrimonial de la educación no quiere decir simplemente que
existe un patrimonio cultural externo que hay que cuidar y que forma parte del acervo
educativo. Nosotros reclamamos para “patrimonial” un significado intrínsecamente
anclado en el concepto de educación como desarrollo y construcción de la persona en
su identidad e individualidad. Afirmar el carácter patrimonial de la educación quiere
decir que somos, cada uno de nosotros mismos, un patrimonio; que aprendemos a
Relación educativa, complejidad objetual de educación… 367
En la educación hay que lograr hábitos proyectivos que hacen del educando no
solo agente actor y sino, además, agente autor, un agente que actúa, se compromete
y proyecta; un agente dotado de hábitos operativos, volitivos y proyectivos. Desde el
punto de vista de la decisión, la relación educativa tiene carácter patrimonial y esto
nos identifica a mí y al otro en cada tipo de decisión que adoptamos para cumplir
y cuidar la relación con sentido de vida individualizado, porque decidimos valores,
integrándolos con sentido de vida en nuestros proyectos. Y esa condición de agente
autor es lo que corresponde a la relación valor-decisión.
El profesor Ibáñez-Martín, en un trabajo reciente dedicado a los criterios para
la acción en el ámbito de la educación moral, insistía en esta condición de agente,
aludiendo al pensamiento de Manjón, del siguiente modo:
“Nunca se animará bastante al educando a que se sienta sujeto y responsable de
su propia existencia (...) Quien educa no ha de pretender conseguir papagayos de sus
ideas, ni bueyes mansos que, uncidos al yugo de su educador, lleven a la práctica, can-
sinamente, lo que se les pide. (…) Unas palabras de Manjón deberían presidir siempre
el trabajo de cualquier educador (Manjón, 1948, pp. 53-54): el principal agente de la
educación es el educando, que no es tabla que se pinta, cera que se funde, barro que se
modela, ni fonógrafo que se graba, sino un ser activo, inteligente, moral, libre (…) con
destino propio que nada más que él puede cumplir (…) y la educación (que no es obra
de creación, sino de cooperación) debe ayudar, dirigir, suplir y corregir al educando,
pero no suplantarle, ni sustituirle, sino respetarle (…) que piense con su pensamiento,
que quiera con su voluntad, que sienta con su corazón, que hable con su estilo y que
obre en todo como quien es (…) un hombre más o menos perfecto, más o menos hecho”
(Ibáñez-Martín, 2008, p. 195).
hacia cosas valiosas —como pueden ser las medicinas amargas— y ese sentimiento
no altera su valor. Valores y sentimientos, si bien se relacionan, no se confunden. Por
tratarse de un estado de ánimo, el sentimiento modifica las condiciones fisiológicas y
psicológicas del sujeto, pero no afecta a las condiciones valiosas del objeto a estimar. Si
yo soy vegetariano, no elegiré la carne como alimento, me provocaría un sentimiento
negativo; pero ese sentimiento no invalida el valor nutritivo de la carne.
Pero en contra de los “apriorismos” hay que reconocer que los valores no son, como
propugna Scheler, esencias inmutables absolutamente independientes de los bienes. Es
verdad que los valores no se identifican con las propiedades de las cosas porque en ese
caso, la luz más valiosa sería la que más ilumina y nos cegaría, el calor más valioso se-
ría el más intenso y nos quemaría. Ahora bien, que el valor no esté identificado con las
propiedades de las cosas, ni lo confundamos con la valoración, no significa defender
el ‘apriorismo’ de los valores. Las investigaciones actuales confirman que los valores ni
son ‘a priori’, ni subjetivos; tienen carácter relacional (Frondizi, 1972, p. 194).
No son subjetivos, porque esta tesis supone defender los errores que hemos criti-
cado. No son “a priori”, porque no existe la absoluta independencia respecto de los
bienes: si todo fuera indestructible e imperecedero, no cabría la posibilidad de hablar
de valor vital para las cosas; si todo fuera inmune a las enfermedades no se hablaría de
valor curativo; si en cada circunstancia las cosas que usamos se nos dieran de modo
natural y sin limitación, no hablaríamos de su valor económico; si la respuesta humana
estuviera determinada unívocamente por la estructura del hombre, no hablaríamos de
valor educativo. El valor es relacional, es decir, supone incidencia de las propiedades
de un objeto en las propiedades de otro objeto en un ámbito o dimensión que afecta
al objeto. Como ya sabemos, si las plantas no tuvieran que nutrirse, el cianuro no ten-
dría valor nutritivo para las plantas; si el hombre no pudiera educarse, no tendríamos
valores educativos respecto del género humano. La condición fáctica del valor se vincula
al carácter relacional del mismo.
El valor es una cualidad relacional que captamos en la relación valoral, que es
el encuentro intencional del hombre con los objetos para descubrir qué propiedades
tienen y en qué medida afectan a las propiedades de otros objetos. El valor es relacio-
nal, es decir, supone incidencia de las propiedades de un objeto en las propiedades
de otro objeto en un ámbito o dimensión que afecta al objeto. Como hemos visto ya,
si las plantas no tuvieran que nutrirse, el cianuro no tendría valor nutritivo para las
plantas. Sí el hombre no pudiera educarse, no tendríamos valores educativos respecto
del género humano. Precisamente por eso podemos halar del carácter axiológico de los
hechos y de la condición fáctica del valor
El profesor Ortega nos manifiesta de forma singular la necesidad de focalizarnos
en el sentimiento, respecto de la educación, cuando reivindica una pedagogía de la al-
teridad que sitúe las actitudes de reconocimiento y aceptación y de acogida del otro en
el centro mismo de la acción educativa, como condición indispensable para que se dé
el acto de educar. Que no supone, por supuesto, un irracionalismo sentimental, ni una
amenaza a la racionalidad humana. Pero que sí reclama la “otra parte” del ser humano
tan frecuentemente olvidada en el discurso y la práctica educativas: la dimensión afectiva.
Relación educativa, complejidad objetual de educación… 373
Se trata de contemplar al ser humano concreto, real e histórico que teje su vida en la
incertidumbre e inseguridad, en la precariedad de “su” verdad; se trata de hacer que la
urdimbre de sentimientos que constituye la vida de un aula entre en la preocupación
educativa del profesor y se constituya en contenido educativo (Ortega, 2004).
Es necesaria otra educación. La pedagogía de la sensibilidad o deferencia como al-
ternativa a la pedagogía racional de corte intelectualista y tecnológico para abordar los
conflictos en las aulas (Ortega, 2005; Van Manen, 1998 y 2004). Reconocer la impor-
tancia de la dimensión afectiva del educando como parte fundamental en el proceso
de incorporación del niño al grupo social y su conversión en miembro partícipe del
sistema social. La manifestación afectiva es vital para un desarrollo psicosocial normal
del sujeto, siendo, al mismo tiempo, un signo armónico del bienestar emocional y
social de la persona. La afectividad es la experiencia sentida de la emoción y en la
consecución del bienestar emocional el vínculo afectivo de apego es una necesidad pri-
maria significativa de ligazón y dependencia sentida hacia algo o alguien que establece
en la interacción el nexo entre el individuo, los objetos y su grupo social de referencia
(Haidt, 2006; Hué, 2008, Bowlby, 1976 y 1998). El carácter patrimonial, derivado
de la relación valor-decisión, me permite identificarme en mis obras, porque, en la
misma medida que integro cada acto en mis proyectos, estoy haciendo posible mi
identidad entendida como individualización de mi sentido de vida. La afectividad, es
un paso más, me permite unir, por medio del apego positivo, lo que queremos lograr
con valores específicos.
La relación valor-sentimiento tiene un significado específico en la relación educativa
desde la perspectiva del hábito afectivo, pero además, tiene un significado específico
desde el punto de vista de la acción concreta, ya que la relación educativa es en sí
misma una herramienta de creación artística, porque en cada intervención, no sólo
hago un uso estético y artístico de mis destrezas de comunicación, sino que, además,
la interacción tiene un sentido singular y específico desde las cualidades personales
de sus agentes, que le imprimen carácter a la intervención, como concreta y singular
puesta en escena en cada caso de intervención. La creativa puesta en escena nos per-
mite contemplar cada caso concreto de relación educativa como un objeto artístico,
en el que la experiencia sentida de la acción concreta relaciona valores y sentimientos
de modo tal que la ejecución de la acción tiene que ir creando su sentido concreto en
el proceso mismo de realización desde las cualidades personales de los agentes que
no pueden dejar de tener los valores y los sentimientos que tienen en cada situación
concreta, en la que nos responsabilizamos, nos comprometemos, nos identificamos y
nos entregamos. Y esto hace que la acción educativa no pueda darse por comprendida
sin prestar la consideración adecuada a la relación valores-sentimientos.
Si lo importante es buscar la verdad y no simplemente el poseerla, las relaciones
hacia el aprendizaje educativo se transforman y el ambiente se vuelve más seguro, más
amable y favorece el fluir de las preguntas auténticas (Espot, 2006). Una pregunta au-
téntica surge del asombro, de la curiosidad, la sorpresa, el desconcierto, la fascinación
por saber, la previsión y, sin duda también, de un primer esbozo de certeza, pero, ante
todo, las preguntas auténticas están provistas de un elemento central: la honestidad.
No es una pregunta retórica, ni busca demostrarle al otro que su forma de pensar está
374 Dónde está la educación J.M. Touriñán
equivocada, sino que surge de querer entender de qué trata un problema, de cómo lo
está entendiendo el otro, de cómo nos afecta. La pregunta auténtica está basada en las
formas que han permitido que los seres humanos avancen (Jaramillo, 2009).
Y si esto es así, la creativa puesta en escena de la acción educativa, que siempre
es un acto de comunicación, cuidado y convivencia orientado por el significado de
la educación, nos permite abarcar en cada acto de relación la total especificidad de
la relación valor-elección-obligación-decisión-sentimiento como conjunto de libertad,
compromiso, decisión, pasión y compasión. Y esto significa que en cada caso concreto
se da la confluencia de operatividad, voluntad, proyectividad y afectividad (Touriñán,
2012c; Peters, 1982; Rokeach, 1968 y 1973; Hepburn, 1982; Ortega y Mínguez, 2007;
Buxarrais, 2006; Van Manen, 1998).
Por consiguiente, hemos de decir que, en la educación en general, cuando elegimos
finalidades, no sólo hacemos una estimación del valor, sino que también asumimos
ese valor en la finalidad como una parte integrante de nuestro proyecto de vida y lo
sentimos; hacemos, de nosotros, nuestro propio patrimonio y nos identificamos en las
decisiones que adoptamos, con sentimientos positivos hacia y desde esa identificación.
Es necesaria la concordancia de valores y sentimientos, porque en esa concordancia
se refleja el distinto grado de compromiso con nosotros y con el otro y lo otro. Nos
sentimos y tenemos sentimientos hacia nosotros mismos y los demás: tenemos que
compadecernos, sentir con nosotros y con el otro y lo otro.
El talante se identifica con la competencia para tener ánimo positivo o negativo en
cada momento. El talante es competencia que refleja el vínculo afectivo de positividad
o negatividad que se establece en cada caso entre valores y sentimientos. El talante ex-
presa la transigencia o intransigencia de cada uno consigo mismo, con el otro y con lo
otro. El talante es la competencia relativa a la afectividad, que es la dimensión humana
genérica de la actividad interna de sentir, de generar sentimientos. La relación valor-
sentimiento vincula afecto, valor y expectativas y es un paso necesario en el camino
del pensamiento a la acción. El talante es condición necesaria de la realización o no de
cualquier tarea. Estilos afectivos positivos, vinculados a sentimientos positivos favo-
recen y propician la confirmación de actuar y estilos afectivos negativos, vinculados a
sentimientos negativos paralizan la acción, la ralentizan, nos alejan del objetivo y nos
incitan a desistir. Como dice Marina, somos afectividades conscientes y pensantes; cada
hábito afectivo determina el conocimiento y se basa en el conocimiento, las creencias
determinan nuestros sentimientos y los sentimientos determinan nuestras creencias
(Marina, 2009, p. 121; Punset, 2011; Asensio y otros, 2006). El talante apunta, como
disposiciones básicas, a la templanza, que es moderación de afectos y sentimientos,
y a la compasión, que es compartir el sentimiento del otro, y busca la felicidad como
satisfacción de vida interior y exterior.
Cada caso de intervención, es un ejercicio de libertad, compromiso, decisión, pasión y
compasión; cada caso de acción pedagógica exige resolver la concordancia de valores y
sentimientos en cada situación como manifestación explícita de actitudes de recono-
cimiento, aceptación, acogida y entrega a la acción educativa. Y aun así, con esto no se
resuelve en su totalidad el paso del conocimiento a la acción porque requiere, además,
Relación educativa, complejidad objetual de educación… 375
razón y creación: cada caso de intervención es una puesta en escena cuya realización
implica, de acuerdo con las oportunidades y en cada circunstancia, ejecución, inter-
pretación y expresión, que exigen además de la integración afectiva, la integración
cognitiva y la integración simbolizante-creadora , tal como se ha expresado en el Cua-
dro 31 que refleja la relación compleja valor-actividad común interna del educando,
concordando valores y sentimientos en el paso del conocimiento a la acción.
Por medio del sentimiento manifestamos el estado de ánimo que se ha producido
por cumplir o no nuestras expectativas en la acción; manifestamos y esperamos re-
conocimiento de nuestra elección; manifestamos y esperamos aceptación de nuestro
compromiso voluntario; manifestamos y esperamos acogida nuestros proyectos y mani-
festamos entrega a ellos. Elegir, comprometerse, decidir y sentir positivamente un valor,
tiene su manifestación afectiva de vinculación y apego en actitudes de reconocimiento,
aceptación, acogida y entrega a la acción. Lo que caracteriza a la actitud es su condición
de experiencia significativa de aprendizaje nacida de la evaluación afectiva de los resul-
tados positivos o negativos de la realización de una determinada conducta.
Pasamos del pensamiento a la acción. Y para eso, vinculamos afecto, valor y expec-
tativas personales para que se produzca sentimiento en forma de vinculación positiva de
apego hacia el valor de lo logrado o de lo que queremos lograr. La relación valor-sentimiento
se hace experiencia sentida del valor por medio de la educación. Vinculamos lo que que-
remos hacer con lo que es valioso por medio de afectividad y educación.
Solo por este camino se llega a la realización de una acción como agente autor.
Pero la realización efectiva de la acción exige, de acuerdo con las oportunidades y en
cada circunstancia, ejecución, interpretación y expresión. Y para que esto sea posible,
además de hacer una integración afectiva (nos expresarnos con los sentimientos que
tenemos en cada situación concreta y vinculamos afectivamente, por medio de apego
positivo, lo que queremos lograr con valores específicos), necesitamos hacer integración
cognitiva relacionando ideas y creencias con nuestras expectativas y convicciones, para
que podamos articular valores pensados y creídos con la realidad, porque nuestra ac-
ción está sujeta a racionalidad y debe fundamentarse. Pero además necesitamos hacer
una integración simbolizante-creadora, es decir, debemos dar significado a nuestros actos
por medio de símbolos, porque cada acto que realizamos requiere una interpretación de
la situación en su conjunto y en el conjunto de nuestras acciones y proyectos dentro de
nuestro contexto cultural. Necesitamos hábitos afectivos, pero la realización concreta
de la acción no es posible sin el hábito intelectual y sin el hábito simbolizante-creador.
El reconocimiento de la importancia de la afectividad nos aboca necesariamente a la
defensa de la educación con carácter integral. La educación integral quiere decir desarrollo di-
mensional integrado de cada educando desde su actividad común interna (pensar, sentir
afectivamente-tener sentimientos, querer, elegir-hacer (operar), decidir-actuar (proyectar) y
crear (construir simbolizando la notación de signos), para desarrollar con posibilidades de
éxito la condición humana individual, social, histórica y de especie en las situaciones que
se nos plantean en todos los ámbitos de la vida: personal, familiar, local, escolar, profesio-
nal, etc. Carácter integral de la educación quiere decir educación de todo el educando como
un todo desde su actividad interna, no como una suma de partes.
376 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Desde la perspectiva del carácter integral de la educación, puede decirse que toda
educación es intelectual, pero no todo en la educación es educación de la inteligencia;
hay otras dimensiones de intervención educables, que pueden ser atendidas específi-
camente. Y lo mismo se puede decir de cada una de las otras dimensiones de inter-
vención: toda educación es afectiva, pero no todo en la educación es educación de la
afectividad; toda educación es volitiva, pero no todo en la educación es educación de
la voluntad; toda educación es operativa, pero no todo en la educación es educación de
la capacidad de obrar-hacer; toda educación es proyectiva, pero no todo en la educa-
ción es educación de la capacidad de decidir moralmente; toda educación es notativa,
simbolizadora, creadora y concienciadora, pero no todo en la educación es educación
de la espiritualidad, de la corporeidad mental, de la consciencia, de la aprehensión
significativa, de la creatividad.
Desde el punto de vista pedagógico, en la acción educativa integral se unen inteli-
gencia (cognición y razonamiento), afectividad y emociones (sentimiento dimensionado),
volición (querer con determinación y compromiso), operación y proyección (sentido de
acción y sentido de vida), creación (construcción simbolizada) de las personas en desa-
rrollo y variables contextuales que nos permiten configurar un “todo concordado” entre
valores, razonamientos, sentimientos, obligaciones, elecciones, decisiones y creacio-
nes. Todas las dimensiones intervienen en cada caso y no se resuelve la educación
atendiendo a una de ellas solamente.
En la concordancia valor-sentimiento, se contempla el carácter integral desde los
principios de positividad y desarrollo dimensional. Positividad, porque el vinculo de
apego entre valor y sentimiento hacia lo logrado y lo que queremos lograr tiene que
ser positivo, si pensamos en la realización de la acción. El talante afectivo de positivi-
dad fortalece y propicia la manifestación de actitudes de reconocimiento, aceptación,
acogida y entrega a la obra realizable, realizada o en vías de realización; el estilo de
afectividad positiva favorece y propicia la confirmación de actuar. El talante afectivo
de la negatividad paraliza la acción; la negatividad nos aleja de realizar el objetivo, nos
induce a abandonar los proyectos y hace que deseemos evitar el compromiso. El estilo
de afectividad negativa paraliza la acción (Seligman, 2011, Haidt, 2006). Desarrollo
dimensional, porque en cada manifestación de sentimiento se implica al ser huma-
no en su conjunto: el sentimiento une afecto, valor y expectativas en la articulación
de la acción y eso implica todo el ser humano en su actividad interna (inteligencia,
afectividad, voluntad, operatividad, proyectividad y creatividad). El sentimiento es la
manifestación compleja de la afectividad y es la vinculación positiva de apego hacia los
actos de conocimiento, estimación, elección, compromiso, decisión, la simbolización
creadora y realización del valor. Por todo eso, la afectividad educada reclama positivi-
dad y desarrollo dimensional.
El hábito afectivo, que se deriva de la relación valor-sentimiento, genera por medio
de la vinculación positiva de apego, la experiencia sentida del valor. Y esto último tiene
especial relevancia en el ámbito de la educación, porque en cada intervención tratamos
de hacer patente la experiencia sentida del valor, para que se llegue a establecer con
el educando una relación directiva basada en la confianza (sentimiento basado en
expectativa y convicción) que una persona deposita en otra para dirigir sus conductas
Relación educativa, complejidad objetual de educación… 377
importancia de una idea y proporcionar una interpretación con más aceptación. Una
noticia aparecida en un periódico no tiene igual significado para diferentes personas;
desde el punto de vista de un experto, la interpretación estará seguramente basada en
sus teorías, pero el significado y, por lo tanto, la comprensión de ese acontecimiento
pueden tener poco que ver con la teoría. Dar sentido de los relatos de otras personas
implica interpretación. Es con este tipo de comprensión que los profesores piden a
sus estudiantes que den sentido, muestren el significado, interpreten, decodifiquen; en
concreto, que hagan el relato significativo” (López, 2011, p. 421).
Comprender es algo que se inicia en la cuna. Como dice Bruner, con frecuencia los
padres describen el desarrollo temprano de sus niños según un proceso de dos fases;
la primera, cuando el bebé comienza a mantener un contacto ‘cara a cara’ y los padres
manifiestan estar en presencia de un ‘ser humano real’; la segunda, cuando los padres
descubren que se hallan ante un ‘ser humano real’ que se comunica (Bruner, 2010, p.
69 y contraportada del libro).
Hay que comprender y ese es un paso para establecer la relación de nuestras ideas
y creencias con nuestras expectativas y convicciones por medio de las formas de pen-
sar. Y esta relación no es una especie de gimnasia mental o un diletantismo cultural,
sino una exigencia de la condición humana para conocer y actuar, porque, como dice
Haidt, usamos el razonamiento, tanto para encontrar la verdad, como para inventar
argumentos que sustenten nuestras creencias intuitivas y profundas que nacen de
nuestras experiencias sentidas y responden a sustratos afectivos básicos, en muchos
casos, procedentes de emociones primarias que nos llevan a decir que no hacemos
algo, no porque no sea razonable, sino porque nos asusta afrontarlo, porque nos domi-
na —en palabras de Beck— la tríada cognitiva de la negatividad: “no soy bueno”, “mi
mundo es desolador”, “el futuro carece de esperanza” (Haidt, 2006, p. 57; Beck, 1993;
Russell, 1976, pp. 138-149).
En ese mismo sentido se expresa Marina, cuando dice que somos seres afectivos
conscientes y pensantes (Marina, 2009, pp. 121 y 144). El objetivo de la integración
cognitiva es actuar sabiamente. Precisamente por eso, un paso fundamental es huir
de las creencias “tóxicas”, porque el paso desde el deseo a la acción, a través de las
evaluaciones afectivas, está influido por el sistema de creencias y las creencias tóxicas
dentro del sistema (Marina, 2008, pp. 46-47):
Son arbitrarias (dan lugar a conclusiones muy firmes, sin evidencias concluyentes:
si soy bueno, todos me tienen que querer).
Son de estimación reductiva y generalizadora (valoran una experiencia por un de-
talle singular, despreciando el conjunto: hoy no he estudiado, soy un desastre).
Son exageradas y pesimistas (magnifican lo perjudicial y minimizan lo que nos engran-
dece: es imperdonable no haber llamado; este buen resultado lo logra cualquiera).
Son absolutistas y dicotomizantes (tienden al fundamentalismo y te colocan en un
extremo frente a los demás, adjudicándote el lado malo: soy un cobarde, todo lo
hago mal, nadie me entiende).
Cambiar estas creencias tóxicas no es tarea fácil, porque colocan a la persona en
un estado de pensamiento prejuicioso con actitud negativa. El método de desenmas-
caramiento siempre implica cuatro pasos: 1) identificar la creencia, 2) desmitificar la
Relación educativa, complejidad objetual de educación… 379
ha puntualizado Marina, no todos valemos para todo, pero el talento nos permite utili-
zar nuestras capacidades, destrezas y disposiciones básicas para dirigir nuestra acción
en un sentido u otro en relación con nuestros proyectos (Marina, 2010, p. 19). Más bien
parece que tenemos un cerebro holístico inteligente con posibilidad de predominancia
de ciertas aplicaciones en cada persona (Herrmann, 1990). Son precisamente esas pre-
dominancias las que nos permiten comprender la diferencia entre una mente analítica
con talento para el razonamiento lógico y el pensamiento científico, una mente secuen-
cial y estructuradora con talento para el pensamiento estratégico organizativo y plani-
ficador, una mente sensible y empática con talento para la expresión y la comunicación
y una mente holística y sintetizadora, con talento para el pensamiento prospectivo y
anticipador, la metáfora y la imaginación (Lumsdaine y Lumsdaine, 1995).
Por su parte, el profesor Altarejos ha realizado hace poco un trabajo en el que
comparaba la diferencia entre el pensamiento de Aristóteles y el de Goleman (Alta-
rejos, 2010). Por mi parte, atendiendo a los contenidos de los epígrafes anteriores,
resulta obvio que no solo se trata de hacer una gestión inteligente de los sentimientos,
también hay que hacerla de la voluntad, del sentido de vida, del sentido de acción, de
la simbolización creadora e incluso hemos de hacer una gestión inteligente de la propia
inteligencia. En sentido riguroso, atendiendo a las actividades internas y a su sentido
dimensional e integral hemos de hablar de inteligencia racional, ejecutiva o resolutiva
(pensamos para resolver), inteligencia afectiva —no solo emocional, ya que sentimien-
tos y emociones se diferencian— (gestionamos los sentimientos y somos afectividades
conscientes y pensantes), inteligencia volitiva (somos capaces de comprometernos y
determinarnos inteligentemente), inteligencia operativa (somos capaces de pensar
procesos en términos de relación medios-fines), inteligencia proyectiva (decidimos
proyectos inteligentemente para orientarnos) y de inteligencia creadora o creativa (so-
mos capaces de construir simbolizando, de notar, significar e interpretar innovando).
Pero además, atendiendo al papel de la inteligencia en el desarrollo del conocimiento y
de la acción, podemos hablar con propiedad de inteligencia ambiental, social, musical,
histórica, social, geográfica, espacial, económica, química, etc.
Esto es así y de lo anterior se sigue que la única manera de unir inteligencia y emo-
ción no es la que propone Goleman, porque lo humano no se resuelve en inteligencia
emocional. En la educación y respecto de la actividad interna del educando, tenemos
que hablar de inteligencia afectiva, de inteligencia ejecutiva, resolutiva, pensante o
razonadora, de inteligencia volitiva, que compromete personalmente y determina, de
inteligencia operativa, que relaciona medios y finalidades, de inteligencia proyectiva,
que integra acciones en proyectos, y de inteligencia simbolizante-creadora, que cons-
truye cultura y significados, pues tenemos que hacer una gestión inteligente de cada
dimensión y ámbito, y cada dimensión y ámbito tiene que ser gestionado atendiendo
al conjunto de relaciones que venimos analizando como relaciones de valor-elección-
obligación-decisión-sentimiento-pensamiento-creación. La totalidad del cerebro no es
solo inteligencia emocional y en educación tenemos que atender a la totalidad del
cerebro que permite pensar, sentir, querer, operar, proyectar y crear, simbolizando
notaciones y significados.
382 Dónde está la educación J.M. Touriñán
juicio, que es manera acertada de juzgar, valorar y proceder, y al criterio de certeza, que
es la regla, norma o pauta para conocer, distinguir y clasificar, y busca la sabiduría
como expresión de la coherencia y el sentido crítico.
Cada vez que pensamos hacemos un “pre-juicio”, siempre partimos de juicios
previos, de ideas que se tienen con mayor o menor fundamento “in re”; son puntos
de partida para avanzar en el conocimiento. Pero además podemos tener ‘prejuicios’
derivados de estereotipos que son elaborados por otros o por nosotros mismos desde
experiencias afectivas negativas, dando lugar a creencias tóxicas. En este sentido, el
prejuicio es una falta de respeto al otro, a lo otro y a nosotros mismos en cada acción y
una muestra de inseguridad respecto de nuestro propio conocimiento.
“De oscuras fuentes y por canales desconocidos se insinúan a la mente y de ma-
nera inconsciente se convierten en parte de nuestra estructura mental. De ellos son
responsables la tradición, la instrucción y la imitación, todas las cuales dependen de
alguna manera de la autoridad, o bien redundan en nuestro beneficio personal ovan
acompañadas de una intensa pasión. Esos pensamientos son prejuiciosos; es decir,
ideas preconcebidas, no conclusiones a las que haya llegado como resultado de la acti-
vidad mental personal, como el recuerdo, la observación y el examen de la evidencia.
Aun cuando sean correctos, su corrección es puramente casual, al menos en lo que
concierne a la persona que los sostiene” (Dewey, 1998, p. 24)
No podemos pretender en cada caso otra cosa que buscar la mejor aplicación de nues-
tro conocimiento a la explicación y comprensión de los acontecimientos, del tipo que
sean. La integración cognitiva exige asumir el hecho de que la elección real se hace con
respecto a las necesidades que yo tengo en cada momento, y decidir cuál de mis necesi-
dades es más fundamental supone una referencia a mis propios sentimientos, actitudes e
intereses, que yo podré corregir y variar, si descubro que su fundamento cognoscitivo no
es correcto, pero que yo no puedo evitar tenerlos en el momento de adoptar mi decisión
y realizar la acción. Para actuar en consecuencia, uso las formas de pensar para articular
valores pensados y creídos con la realidad por medio del conocimiento y la racionalidad.
Podemos mejorar nuestra valoración de los demás y nuestra relación con ellos, así como
nuestro conocimiento, si nos disciplinamos con el hábito intelectual hacia el pensamiento
reflexivo y buscamos siempre el mejor soporte contrastado para nuestras ideas, nuestras
creencias y nuestros juicios previos a la toma de decisiones:
“Cuando se presenta una situación que entraña una dificultad o una confusión, la
persona que se encuentra en ellas puede adoptar una de las actitudes siguientes: o bien
eludirla, abandonar la actividad que la produjera y dedicarse a otra cosa; o bien entregarse
al vuelo de la fantasía e imaginarse poderoso, rico o dueño —de alguna otra manera— de
los medios para dominar la dificultad; o bien finalmente, enfrentarse realmente a la situa-
ción. En este último caso, comienza por la reflexión” (Dewey, 1998, p. 99).
Hemos avanzado en las estrategias de pensamiento, pero seguimos convencidos de
que saber y creer son dos conceptos implicados desde la integración cognitiva en el
paso del conocimiento a la acción. El saber busca el conocimiento objetivo, contrastado
y compartido de acuerdo a criterios intersubjetivos de aproximación a la realidad. La
creencia es la verdad subjetiva (Scheffler, 1970, p. 27). Cuando uno sabe algo, lo cree;
384 Dónde está la educación J.M. Touriñán
pero también creemos cosas que no sabemos. “Sé que”, implica “creo que”, pero a la
inversa no es igualmente cierto; hay cosas que no sé y me las creo; justifico la credibi-
lidad en mis propias experiencias o en motivos razonados, pero lo cierto es que todas
las personas aseguran su acción desde su creencia. Avanzamos desde ‘conocer’ a ‘saber’
y del saber al creer; pero, a su vez, la creencia se convierte en la base de nuestro avance
en el proceso personal de conocer, bajo la idea de mejor aplicación a la explicación y
comprensión de los acontecimientos y acciones (Toulmin, 1977, p. 486; Lakatos, 1974,
p. 52; Pinto, 2007; Wirth, 1998; Davidson, 1984 y 1985; Aliseda, 2006; Maslow, 1982;
Marina, 2010; Goleman, 2013b). El creer, no es solo saber integrado cognitivamente;
en el creer hay una apropiación personal de carácter patrimonial: me identifico con
la creencia y esta se instala en mis expectativas y convicciones, dándome seguridad
subjetiva de que estoy acertado. Asumir la competencia de saber en sentido pleno,
manteniendo la diferencia entre saber y creer, ha obligado a pensar en nuevas formas
de afrontar la investigación de procesos y entornos de adquisición de conocimiento
desde la perspectiva de “entornos personales de aprendizaje” (Reig, 2012b), compatibles
con “trayectorias personales de aprendizaje” que orientan nuevas teorías del enseñanza
(Sztajn, Confrey, Wilson y Edington, 2012) y que sirven para crear “ fondos de conoci-
miento personal” (González, Moll, y Amanti, 2005). Son aprendizajes específicos que
afectan a la capacidad cognitiva, el procesamiento de la información y la competencia
socio y afectivo-emocional, en la perspectiva del aprendizaje situado y significativo
(Novak, 1998; Díaz barriga, 2005 y 2006; Polanyi, 1978):
“Las creencias no son ideas que tenemos, sino ideas que somos. Más aún: preci-
samente porque son creencias radicalísimas, se confunden para nosotros con la rea-
lidad misma —son nuestro mundo y nuestro ser—, pierden, por tanto el carácter de
ideas, de pensamientos nuestros que podían muy bien no habérsenos ocurrido (…)
Las ‘ideas-ocurrencias’ —y conste que incluyo en ellas las verdades más rigorosas de
la ciencia— podemos decir que las producimos, las sostenemos, las discutimos, las
propagamos, combatimos en su pro y hasta somos capaces de morir por ellas. Son obra
nuestra y, por lo mismo, suponen ya nuestra vida la cual se asienta en ‘ideas-creencia’
que no producimos nosotros. Que, en general, ni siquiera nos formulamos y que, claro
está no discutimos ni propagamos ni sostenemos. Con las creencias propiamente no
‘hacemos’ nada, sino que simplemente estamos en ellas” (Ortega y Gasset, 1976, p. 19).
La experiencia y lo que adquirimos se convierten en fuente de creencias para cons-
truir el propio mundo interior y el de nuestros proyectos de vida (Ortega y Gasset, 1976,
pp. 42-48). Y el paso a la acción no es posible si no conseguimos que esa creencia im-
plícita (idea-creencia), que no es una idea pensada (idea-ocurrencia), sino una creencia
a secas, se transforme en una creencia explícita o consciente, aunque sea solo ante mí
mismo y que podamos comprobar que lo que dice la creencia puede ser, y, consecuen-
temente, asentimos a ello y nos comprometemos (Mosterín, 2008b, pp. 164-173).
La relación ideas-creencias es un paso necesario para la acción, porque ambas
forman parte de nuestros esquemas -operativos, volitivos, afectivos y proyectivos- de
acción; lo que sabemos y lo que creemos, se vincula a nuestras expectativas y con-
vicciones, utilizando las formas de pensamiento; y dado que cada caso de actuación
Relación educativa, complejidad objetual de educación… 385
supone una referencia a mis propios sentimientos, actitudes e intereses, que yo podré
corregir y variar, si descubro que su fundamento cognoscitivo no es correcto, pero
que yo no puedo evitar tenerlos en el momento de adoptar mi decisión, se sigue que
debo articular los valores pensados y los valores creídos con la realidad por medio
del conocimiento y la racionalidad, haciéndome cada vez más consciente de que, lo
que dice mi creencia, tiene fundamento, pues, en caso contrario, el proyecto de vida
y de acción se queda sin fundamento (Mosterín, 2008, p. 167; Bernal, 2003; García
Carrasco, 2009; Gervilla, 2009; Quintana, 2009).
Desde el punto de vista de la relación ideas-creencias, la educación tiene carácter
gnoseológico y eso quiere decir que somos capaces de integración cognitiva, o sea, que
aprendemos a relacionar ideas y creencias utilizando las formas de pensar, de manera
que podamos articular valores pensados y valores creídos con la realidad por medio
del conocimiento y la racionalidad en cada uno de nuestros proyectos, quereres, sen-
timientos, elecciones, pensamientos e interpretaciones, es decir, sin dejar fuera de la
integración ninguna de las dimensiones humanas genéricas relativas a las actividades
comunes internas de cada educando: pensar, sentir afectivamente-tener sentimientos,
querer, elegir-hacer (operar), decidir-actuar (proyectar) crear (construir simbolizando).
Y todo esto es necesario porque asumimos que ‘real’ y ‘verdadero’ no son lo mismo;
valga como prueba la seguridad de que el oro falso es tan real como el oro de verdad; el
símil, es tan real como lo auténtico; la mentira, tan real como la veracidad. La relación
ideas-creencias alcanza el nivel exacto de su importancia, porque experimentamos la
ilusión, el error, la mentira, incluso en relación con la educación (Reboul, 1999, p. 43).
1979; Zubiri, 2006; Marina, 2009; Morin, 2009; Damasio, 2010; Wolpert, 2011; Bate-
son, 1979; Ausubel, 1982; Maslow, 1979; Robinson, 2006; Robinson y Aronica, 2009;
Dubinsky, Roehrig y Varma, 2013).
El tono vital creador está especialmente arraigado en educación y en la relación
educativa; cada acto concreto de educación, cada creativa puesta en escena resalta
la necesidad de poner en práctica la sensibilidad y el sentimiento, la consciencia del
acto y la significación, el sentido técnico y cognitivo de la acción y el sentido creador
y estético de la misma en su relación con el educando. Para Van Manen, acercarse al
educando, actuar con libertad y compasión, mostrarle afecto, estar pendiente de él,
conocerlo por su nombre, distinguirlo o identificarlo entre el grupo de la clase, saber
quién es, actuar con tacto y mantener el tono es el resumen de su Pedagogía. El tono
vital creador se aprecia en los símbolos y gestos, tanto de comunicación verbal, como
no verbal de una corporeidad mental:
“El profesor de verdad sabe cómo ver a los niños: se percata de la timidez, de un
determinado estado de ánimo, de un sentimiento o una expectativa. Para ver realmente
de este modo se necesita algo más que ojos. Cuando veo a un niño con el que tengo
alguna responsabilidad, lo veo con mi cuerpo. En la cualidad sensorial de mis gestos, la
forma en que ladeo la cabeza, en determinado movimiento de los pies, mi cuerpo ve la
forma en que el niño inicia el día y éste tiene la experiencia de ser visto. De modo que
ver de verdad a un niño al principio y al final de cada día es dar a ese niño su lugar en
un momento y un espacio específicos” (Van Manen, 2004, p. 39).
Resolver el problema de la relación físico-mental excede a lo que yo sería capaz de
hacer. Siempre tengo presente en este tema las palabras de Popper y Eccles, respecto a
la amplitud del problema de explicar la relación en cada persona del Mundo 1 (mundo
físico), Mundo 2 (mundo de los estados mentales, entre ellos el estado de conciencia
y los estados inconscientes) y Mundo 3 (el de los contenidos de pensamiento y sus
productos, las creaciones culturales científicas, artísticas, religiosas, etc.):
“No tenemos aquí la pretensión de que nuestra comprensión científica del cerebro
haya de resolver ninguno de los problemas filosóficos que constituyen el tema de este
libro. Pero pretendemos que nuestro conocimiento presente habrá de desacreditar las
formulaciones de teorías insostenibles, dando pie a nuevas intuiciones acerca de proble-
mas tan fundamentales como la percepción consciente, la acción voluntaria y la memoria
consciente. Hacer una presentación completa de nuestra comprensión científica actual
del cerebro sería una tarea inmensa. Técnicamente sería abrumadora, exigiendo una serie
larguísima de volúmenes. Además, aun cuando intentásemos llevarla a cabo, no lograría
satisfacer nuestros presentes propósitos, como es suministrar una explicación inteligible
de los principios de operación cerebrales en las diversas manifestaciones que hacen refe-
rencia a la autoconciencia y al yo” (Popper y Eccles, 1980, p. 254; Vid, también, p. 43).
La idea de que el hombre tiene su ubicación en los reinos de la vida, su puesto en
el cosmos como ser inacabado, como animal no fijado, como ser abierto al mundo y
a los reinos del significado por medio de la capacidad mental de notar y de significar,
ha generado dos vías de indagación fuertemente consolidadas desde la neurobiología
y desde la antropología. Pasamos de la sensibilidad (notación, consciencia y autocon-
ciencia de que nos ocurren cosas y hacemos que ocurran) al sentimiento (valoramos
388 Dónde está la educación J.M. Touriñán
integradoras), pero solo una pequeña parte de la población manifiesta la facultad y el impul-
so emocional para dar saltos creativos que hacen progresar la ciencia, la música, la literatura
y otros campos del esfuerzo humano” (Novak, 1998, p. 101).
Nuestras imágenes proceden ciertamente de la realidad, pero nuestro sistema
conceptual no es copia simplemente; hay capacidad de innovación. Procedencia e in-
novación no son lo mismo. Como dice Pinillos, los inventos humanos no se explican
por simple copia de la realidad, “son las propias ideas que concibe la mente las que han
transformado el mundo físico” (Pinillos, 1978, p. 19). La evidencia de transformación
de la realidad por medio de la intervención humana enfatiza el uso apropiado del
conocimiento hacia la creación, la innovación y la tecnología, que son en sí mismas
manifestaciones culturales.
En la cultura, los memes desempeñan un papel específico. Las unidades de infor-
mación genética son los genes y las unidades de información cultural son los memes.
Los contenidos culturales se transmiten, no genéticamente, sino por aprendizaje so-
cial. Los individuos portadores de memes y genes, pueden cambiar de memes, pero
no de genes. Precisamente por eso la cultura del grupo puede desaparecer o pasar de
moda sin que fallezcan sus portadores; pueden abandonar y sustituir sus unidades de
información cultural por otras. La lengua que hablamos es un código cultural que per-
mite simbolizar, pero no toda la cultura es lingüística; hay otras formas de expresión
y transmisión cultural.
Richard Dawkins acuño el neologismo ‘memes’ en paralelismo con los genes, y los
definió como unidades o trozos elementales de información cultural (Dawkins, 1976,
p. 206). Los memes, sean simples o complejos (memeplex), son unidades básicas de
información o rasgos culturales; una idea, una canción, son memes. Y no se confunde
el meme (la canción como infomación) y la canción cantada. Los memes están en el
cerebro y la canción cantada es un proceso acústico; la información de cómo hacer un
hacha es un meme, está en el cerebro y en el pensamiento, pero el hacha construida es
un objeto y producto cultural creado, está en el exterior, no en mi cerebro (Mosterín,
2009, caps. 9 y 10). Los memes “saltan” de cerebro en cerebro por medio de la imitación
y la educación. “Los memes actúan simultáneamente como un conjunto de instrucciones
para la transmisión cultural y como un unidad de significado cultural compartido; roles
complementarios que se concretan, cuando los individuos se comunican entre sí” (Lull
y Neiva, 2011, p. 28). El desarrollo está impregnado de lenguaje, de memes, de cultura y
de creación. Y este desarrollo está vinculado en el origen a la relación físico-mental y al
carácter creativo de la acción humana y a la educación de los humanos.
hacemos para educar o educarnos. La relación educativa es, en muchos casos, entre
dos, pero es singularmente relación de uno consigo mismo.
También decía que en la relación educativa reforzamos la capacidad de hacer com-
patible la acción de educar y nuestro conocimiento de tal actividad, con objeto de
responder en cada acción educativa concreta a la pregunta qué actividades cuentan para
educar y qué cuenta en las actividades educativas. Para ello hay que elegir y valorar en
relación con el conocimiento que tenemos de la acción educativa; ya que la educación
tiene carácter y sentido propios, es decir, inherentes a su significado. En concepto, la
educación es un proceso de maduración y aprendizaje que implica realizar el signi-
ficado de la educación en cualquier ámbito educativo, desarrollando las dimensiones
generales de intervención y las competencias adecuadas, los hábitos fundamentales de
desarrollo, las capacidades específicas y las disposiciones básicas de cada hábito para
el logro de las finalidades de la educación y los valores guía derivados de las mismas;
es una actividad, en definitiva, orientada a construirse a uno mismo y reconocerse con el
otro en un entorno cultural diverso de interacción, por medio de los valores que hay que elegir,
comprometerse, decidir y realizar, haciendo integración afectiva, cognitiva y simbolizante-
creadora, en cada caso.
Ahora, en el momento de concluir este discurso, puedo afirmar que, desde esos
presupuestos, la relación educativa, que es relación entre dos, pero siempre es relación
de uno consigo mismo, debe ser contemplada como el proceso de vinculación personal
que se establece para desarrollar el significado de la educación en cada acto concreto
y en cada ámbito de educación que construimos. La relación educativa es, en tanto
que educación, una vinculación que, no es ajena a la orientación formativa temporal
porque atiende a la condición humana individual, social, histórica y de especie en
cada época. La relación educativa se define como relación y desde los criterios de uso
del lenguaje y como educativa porque cumple con los criterios de contenido, forma,
uso y equilibrio. Se define como educativa porque cumple el criterio de finalidad. Se
identifica singularmente porque integra los criterios de las actividades especificadas
“cuidar”, “convivir” y “comunicar” y va más allá de ellos para encontrar rasgos de
definición real en la complejidad objetual de ‘educación’.
La relación educativa queda definida como relación valoral, que atiende a la com-
plejidad objetual de ‘educación’, que atiende a la vinculación establecida entre el yo, el
otro y lo otro en cada acto educativo y que respeta el significado de “educación” en la
orientación formativa temporal que se determina para la condición humana individual,
social, histórica y de especie, en cada acción y en las materias escolares de estudio. Y pre-
cisamente por eso en la relación educativa cuenta de manera inequívoca la competencia
para crear ámbitos de educación que constituyen el espacio de la relación educativa.
Si esto es así, se sigue que la relación educativa, más que un estado o una cosa concre-
ta, es una situación y también una puesta en escena desde las cualidades personales de
sus agentes, que le imprimen carácter a la intervención y la hace susceptible de ser vista
en cada caso de actuación concreta como un objeto artístico, además de construcción
científica y cuestión de racionalidad práxica (moral y política). En cada puesta en escena
de la relación hay que actuar aquí y ahora junto con el otro que está situado —bien o
mal, pero situado—, en un entorno en el que tiene que ser actor y autor.
Relación educativa, complejidad objetual de educación… 397
exige un ritmo peculiar que obliga al educador a dosificar su influjo sobre la incipiente
libertad del educando, según sea el grado de desarrollo de las disposiciones de éste
(Whitehead, 1965, p. 56). Como dice Bantock, “a las más altas libertades del ser hu-
mano implican, a fin de ejercitar la habilidad requerida por la libertad, la restricción y
la disciplina esenciales al proceso de hacerse libres” (Bantock, 1970, p. 67).
No se trata, por tanto, de apuntarse a los lemas “más libertad, menos educación” o
“menos libertad, más educación”, sino de que el máximo de libertad requiere en cada
caso el máximo de educación (Puig, 2003). Yo, como educando, tengo en cada mo-
mento la libertad que tengo y para mejorarla se requiere la mejor educación que pueda
recibir. Se trata, de dejar elegir al educando, que use se libertad, porque aprende,
ejercitándola en sus posibilidades, o sea, se trata de educar en la libertad. Pero se trata,
también, de educar para la libertad; de tal modo que el educador, partiendo en cada caso
de la capacidad que tiene el educando para organizarse de acuerdo con su condición
humana, le lleve a dominar los requisitos necesarios para elegir. En definitiva, hace
falta una educación de la libertad, porque solo en la medida que el educando conoce su
situación y condición y aprende a dominarlas, ejerciéndolas, adquiere competencia
para actuar y decidir. La relación libertad-educación es educación ‘de’ la libertad; es
educación ‘en’ y ‘para’ la libertad.
O sea, que el hombre, por ser como es, tiene la libertad del modo natural, al modo
humano, es decir, inacabado (no está determinado unívocamente por su estructura,
aunque no elige en ausencia de impulsos), limitado (no solo se produce el efecto que él
quiera) e incompleto (no nace capacitado para usar sus disposiciones, ni aprende por
sí solo sin ayuda de los demás). Y precisamente por tener la libertad así, incompleta, se
habla de la educación como principio de la libertad, pues sólo gracias a la educación
aprendemos a usar competentemente la libertad. Pero precisamente, también, por te-
nerla incluso de manera inacabada, podemos hablar de la libertad como principio de
la educación, ya que es evidente que ésta carecería de toda posibilidad si el hombre
fuera un mero conjunto de reflejos determinados unívocamente, es decir, si el hombre
estuviera determinado, sin posibilidad de asumir intencionalmente su vida y el tipo de
existencia que para sí desea. Y además, como la libertad la tiene de manera limitada,
para satisfacer sus necesidades tiene que aprender a marcarse fines y aprender a lograr-
los, porque cualquier objeto no satisface igualmente cada exigencia o necesidad, ya que
cada objeto tiene unas propiedades y, según ellas son, así afectan a las propiedades de
la exigencia que queremos satisfacer. De este modo, el conocimiento de esas relaciones
y la oportunidad real de lograrlas es el camino de la acción educativa concreta. Y en
esta cuestión no valen, ni los robinsones, ni los tarzanes.
A nadie se le ocurre, en nuestros días, defender un autodidactismo estricto, seme-
jante al que tenemos que imaginar en un personaje de ficción como Tarzán. La des-
afortunada historia de los “niños-lobo” es un ejemplo incontestable de la aberración
de esa opinión. Sin embargo, sí suele utilizarse a favor del autodidactismo la imagen,
por ejemplo, de un “Robinson” o de un “Self made man”. Uno y otro son ejemplos
que la sociedad nos proporciona con cierta frecuencia. Pero ninguno de ellos prueba
el autodidactismo puro, antes al contrario, ambos ejemplos son prueba patente del
valor que tiene la ayuda de los demás. Los robinsones serían hombres que actuarían
autónomamente, una vez que han recibido la ayuda necesaria para poder usar su
libertad. Y “el hombre que se hace a sí mismo” es solo una expresión metafórica, uti-
lizable únicamente para destacar que algunos hombres alcanzan grados de formación
encomiable sin asistir a una institución escolar. Ahora bien, cualquiera que alcance la
formación de este modo, no deja de reconocer que la educación informal en la socie-
dad desde niños, su propia experiencia en interacción con los demás en su entorno y
la lectura de pensamientos sistemáticos en las obras culturales han sido los elementos
perfeccionadores de su capacidad.
Las investigaciones en este campo coinciden en reconocer el papel que juega el me-
dio en el desarrollo de las capacidades y se centran en debatir cuál es concretamente
su valor. Todo indica que no hay un desarrollo humano inmutable y necesario, que el
niño no llega inevitablemente al estado adulto; en un ambiente animal, se convierte
en una especie de animal. Parece que, incluso la posición vertical y la marcha bípeda,
para las que el hombre está anatómicamente constituido, no se adquieren sino cuando
el niño está en contacto con seres que practican esa posición y ese modo de andar. La
condición humana es de un modo tal que carece de una inserción preestablecida. Y,
además, tenemos que decir también que necesita la influencia de los otros de tal forma
402 Dónde está la educación J.M. Touriñán
que, al menos en los primeros años, es condición sine qua non de toda ulterior forma de
vida humana (Gehlen, 1980; Touriñán, 1997c; Gimeno, 1998; García Aretio, Ruiz Cor-
bella y García Blanco, 2009; García Carrasco, 2007; Mosterín, 2008a; Pinker, 2003).
Todo parece indicar que al nacer nos convertimos en candidatos a la vida humana.
Pero no se piense que esta evidencia se presenta exclusivamente en las conductas infe-
riores; en los niveles superiores, la dependencia se encuentra de un modo igualmente
radical: el hombre no nace moral, sino que se convierte en ser moral; y la manera en
que se convierte en ser moral depende de la educación que ha recibido (Reboul, 1972,
p. 115; Kant, 1911, p. 98).
Se asume que la educación no es un proceso de causación física en el que, una vez
puesta la causa, se produce el efecto necesariamente. Entre los estímulos que propone
el educador y la respuesta que emite el educando, “se encuentra la actividad de éste,
que no se reduce a recibir el estímulo, sino que conlleva una selección, estimación y
utilización del mismo, para decidir una respuesta” (Yela, 1974, p.78). Y se rechaza la
visión de la educación como una comunicación sin otra finalidad que la de gozar o
pasar el tiempo y dejar que el educando satisfaga cualquier deseo, fomentando, en el
fondo de este modo, la decepción del alumno, porque, en cualquier momento com-
prenderá que, abandonándolo a sí mismo, la educación no le ha ayudado a ser todo lo
que puede ser:
“Un niño podría interesarse tanto por la buena literatura como por la literatura
barata, por la buena música como por la mala, por el deporte saludable como por las
exhibiciones atléticas comercializadas, pero son mayores las probabilidades de que no
lo haga. Sólo el niño excepcionalmente bien situado puede evitar ser arrastrado por el
rebaño hacia el interés por material de lectura, música y entretenimiento de segunda
clase. Pretender que ocurre lo contrario es simplemente ignorar las pruebas evidentes
que se tienen a mano en cada puesto de periódicos, en cada emisora de radio y televi-
sión, y en cada sala cinematográfica” (Binney, 1965, p. 53).
En la educación ‘de’ la libertad, hay que respetar al mismo tiempo la libertad actual
del educando y su libertad futura, es decir, que el educador estará pendiente del edu-
cando para hacerle comprender los motivos y la conveniencia de una u otra elección,
así como los errores que podría cometer, si se guía simplemente por el primer impulso
sin ponderar las consecuencias que cada elección puede tener en sus elecciones futu-
ras; pero, además, no privará al educando de su derecho a elegir, pues, en la misma
medida que cada educando tiene ocasión de decidir su conducta, le estamos dando la
posibilidad de convertirse en la persona que está eligiendo ser en cada uno de los actos
en los que se identifica como agente (Puig, 2012; Maslow, 1979).
Desde este punto de vista, la educación de la libertad nos exige el respeto a la per-
sona que es el educando y a la meta que se quiere lograr. La educación ‘de’ la libertad
reclama la libertad como medio y la libertad como meta de la actividad educadora.
Por una parte, la actividad educativa exige “estar instalado en la responsabilidad, y
precisamente en la responsabilidad frente al ser que debe ser conducido a decidir un
día por sí mismo de modo responsable” (Dürr, 1971, p. 43). Pero, por otra parte, la
actividad educativa también se presenta como un ámbito especial en el que el educando
Relación educativa, complejidad objetual de educación… 403
No hay ninguna razón que nos justifique con fundamento de elección técnica en
educación, para decir que debemos mentir en la enseñanza y ocultar, por prurito de
ser neutral axiológica o técnicamente, que la ciencia y la técnica crean valores y esta-
blecen orientaciones de acción. No tiene fundamento técnico en educación, porque lo
que exige la elección técnica es que no se debe aceptar como objetivo de conocimiento,
información falsa.
Por tanto, cuando se habla de neutralidad de la tarea, se está hablando siempre de
de neutralidad externa moral. La decisión de educar es una opción previa inneutral,
y, además, el neutralista está comprometido con defender y propagar que el mejor
conocimiento es el que él defiende, el neutral, y cuando ejerce su tarea, solo trasmite
contenido neutral.
De este modo, ante una situación determinada, como puede ser la elección de de-
legado de curso, yo sería:
Neutral, si intencionalmente evito perjudicar o favorecer a un candidato frente a los
demás con lo que digo o hago.
Inneutral (tomar postura), si intencionalmente decido perjudicar o favorecer a un
candidato frente a los demás con lo que digo o hago.
Aneutral, cuando la omisión de favorecer o perjudica a un candidato no fuese inten-
cionada. (Sería la conducta propia de aquellas situaciones en las que el maestro no
tiene ‘in mente’ la elección de delegado y, no habiendo surgido pregunta alguna que
se lo recordase, con lo que aquél dijo o hizo no resultó favorecido o perjudicado.)
Como veremos a continuación, parece conveniente que el análisis del neutralismo
quede reducido a las dos primeras conceptuaciones, pues, ‘aneutral’, igual que otras
dos situaciones aparentemente neutrales, deben ser consideradas, en buena lógica, fru-
to de la casualidad o de la negligencia del maestro más que de una intención neutral:
Cuando con intención de ‘no favorecer ni perjudicar’ a un candidato, favorezco o
perjudico a ese candidato, esta situación no es neutral, sino más bien de negligencia
por parte del maestro o de casualidad, pues implica, bien que los modos de decir o
hacer elegidos para no favorecer ni perjudicar no eran los adecuados, bien que han
aparecido otras circunstancias insospechables que han tergiversado el resultado de la
intención del maestro.
Lo mismo puede decirse de aquella otra situación en la que el maestro actúa con
intención de ‘favorecer o perjudicar’ a un candidato y éste no resulta favorecido o perju-
dicado, ya que la neutralidad de ese resultado no se debe a la intención del maestro, sino
más bien a que los modos elegidos de decir o hacer no eran adecuados o a que otras cir-
cunstancias insospechables han tervigersado el resultado de la intención del maestro.
Por último, también queda fuera del análisis, la conceptuación Aneutral, pues es una
pura elaboración teórica de muy escasa utilidad. Por una parte, con respecto a cuestiones
importantes, seria negligente el maestro que no las tuviese ‘in mente’; además, sería
ingenuo creer que nada de lo que se diga en el aula o en el pasillo evoque esos problemas;
y sería, por tanto, una casualidad que el maestro actuase sin intención o que sus modos
de decir o hacer no favoreciesen, ni perjudicasen. Por otra parte, si las cuestiones son
de tan escasa importancia que no tienen trascendencia alguna en la vida académica del
educando, no tiene sentido hablar de conductas aneutrales en la escuela.
Cuando se habla de neutralidad en la tarea educativa se apunta exclusivamente a la
neutralidad externa. Pues esa postura es la que podría ser adoptada por un profesor y
observada por sus alumnos en la clase. Se puede decir que neutral es el profesor que pre-
tende no ayudar a dirigir la intención del educando hacia una u otra solución frente a cualquier
problema, de modo que su lema es mantener un “absoluto” respeto a la libertad del educando de
dos posibles modos. La neutralidad interna carece de sentido en la tarea educativa, porque
el neutralismo interno, llevado a sus últimas consecuencias, significaría que nadie podría
defender ante sí mismo el camino que para sí había elegido. No tiene sentido realizar
el esfuerzo de tomar partido, para luego no defender esta opción ni ante sí mismo. La
neutralidad externa admite dos especificaciones básicas (Ennis, 1959, p. 132):
410 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Agentes de la educación,
complejidad estructural de
la decisión, explicación de la
intervención pedagógica y
sentido de la educación
ÍNDICE DEL CAPÍTULO
6.1. Introducción
6.2. Educadores y valores constitucionales como marco de garantía
jurídica y social
6.2.1. L a educación es un problema de responsabilidad compartida y derivada
6.2.2. L os valores constitucionales como marco de garantía jurídica y
social para la responsabilidad compartida
6.2.3. La distinción derecho “a” y “de” la educación
6.2.4. Responsabilidad jurídicamente compartida
6.2.5. Responsabilidad socialmente compartida
6.2.6. Prestación de servicio público no es pública intromisión en el
derecho de cada uno
6.2.7. La encrucijada pedagógica de la legislación
6.3. Complejidad estructural de la decisión en política educativa
6.3.1. L a racionalidad en la toma de decisiones: decisiones técnicas,
decisiones morales y decisiones políticas
6.3.2. Relación decisiones técnicas, políticas y morales
6.3.3. Metas sociales y responsabilidad profesional
6.4. Identificación de procesos de explicación en educación
6.4.1. Conexiones nómicas, conexiones programadas y conexiones intencionales
6.4.2. E xplicaciones causales, cuasi-causales, cuasi-teleológicas y
teleológicas
6.4.3. L a explicación de la acción no es completa en lenguaje de
acontecimientos
6.4.4. E xplicación causal y explicación intencional-teleológica de la
intervención pedagógica
6.5. Intervención pedagógica, acción del educador y del educando y
conformación de determinantes de conducta del alumno
6.5.1. Intervención pedagógica y determinantes de la conducta
6.5.2. Acción intencional y acontecimientos involuntarios y espontáneos
6.5.3. Utilidad pedagógica de acontecimientos específ icos de explicaciones
cuasi-causales y teleonómicas en el alumno
6.5.4. Incompatibilidad de intervención pedagógica y conducta coactiva-
intimidatoria del profesor sobre el alumno
6.5.5. Intencionalidad pedagógica y presencia de intencionalidad educativa
en el alumno
6.5.6. Agentes, intencionalidad educativa y procesos educativos
6.6. El sentido de la educación como vinculación entre el yo, el otro y lo
otro en cada acto educativo
6.6.1. El sentido de la educación está marcado en cada territorio
6.6.2. El sentido de la educación converge en la formación para la
convivencia como desarrollo cívico intercultural
6.6.3. El sentido de la educación se hace orientación formativa de
desarrollo cívico
6.7. Consideraciones finales: actividad y control son principios de intervención
6.1. INTRODUCCIÓN
En los capítulos 2, 3, 4 y 5 analizamos los componentes estructurales de la mentalidad
pedagógica específica. La mentalidad pedagógica queda definida como la representa-
ción mental de la acción de educar desde la perspectiva de la relación teoría-práctica.
El modo de entender la relación teoría-práctica en el conocimiento de la educación
determina la significación del mismo. La significación se vincula a la validez del cono-
cimiento de la educación (el conocimiento de la educación es válido si sirve para edu-
car). La significación es principio de investigación pedagógica que hemos identificado
en el epígrafe 2.3 del capítulo 2 como la capacidad de resolución de problemas que se
le atribuye al conocimiento de la educación en cada corriente, desde la perspectiva de
la relación teoría-práctica.
La representación de la acción de educar que corresponde a la mentalidad peda-
gógica funciona, bien como presupuesto de la investigación, bien como supuesto y
determina un modo de pensamiento singular para la función pedagógica, la profesión,
la relación educativa y para el propio conocimiento de la educación. Y precisamen-
te por funcionar como presupuesto y como supuesto de investigación y determinar
el modo de pensamiento singular para esos cuatro elementos, puede decirse que se
convierten en componentes estructurales de la mentalidad. El conocimiento de la
educación, la función pedagógica, la profesión y la relación educativa se vinculan a
la mentalidad pedagógica en cada acción concreta, porque la mentalidad pedagógica
orienta la resolución de problemas propios de cada uno de esos componentes en cada
intervención. Ni la mentalidad pedagógica se entiende sin hacer referencia a ellos,
porque la concretan en cada acción, ni ellos se pueden entender en el discurso y en
la intervención que generan sin hacer referencia a la mentalidad, porque dejarían de
especificarse con significación y validez. La mentalidad pedagógica, precisamente por
funcionar como presupuesto y como supuesto de investigación y determinar el modo
de pensamiento singular para esos cuatro elementos, puede decirse que los convierte
en componentes estructurales de la mentalidad.
La mirada pedagógica es el círculo visual que se hace de su actuación el pedagogo,
atendiendo a la corriente, disciplina, focalización de su trabajo y mentalidad específica;
es la expresión de la visión crítica que tiene el pedagogo de su método y de sus actos. Implica
toda la visión pedagógica ajustada a los elementos estructurales de la intervención,
que son los cuatro componentes estructurales de mentalidad (conocimiento, función,
profesión y relación) y los cuatro componentes estructurales de la acción en tanto que
acción (agentes, procesos, productos y medios).
Dentro del continuo “corriente-disciplina-focalización-mentalidad-mirada-dis-
curso-intervención”, toda disciplina con autonomía funcional focaliza la realidad
que estudia, generando la mentalidad específica de esa disciplina, que debe exte-
riorizarse en forma de la mirada especializada de esa disciplina hacia su objeto de
estudio e intervención.
Iniciamos en este capítulo el estudio de los componentes estructurales de la acción
en tanto que acción. Y como hemos dicho en el capítulo 1, epígrafe 7.2, la acción es
423
424 Dónde está la educación J.M. Touriñán
sólo un aspecto de la realidad. Entre otras cosas, en la realidad nos encontramos con
estados, es decir, las propiedades, relaciones y situaciones en que una cosa o sistema
está en un momento dado. Asimismo, nos encontramos con sucesos, acontecimientos o
eventos que son cambios de estado en los que se da un estado inicial (que puede ser el
final de otro acontecimiento) y un estado final (que puede ser el estado inicial de otro
acontecimiento). Pero, además, nos encontramos con procesos que pueden ser definidos
como la transición de un estado a otro.
Ahora bien, los cambios de estado no acaecen solos. En ocasiones, se interviene
en los cambios; es decir, hay un agente. Pues bien, todos los cambios producidos por
intervención de un agente se conocen como acciones. Cuando hablamos del cambio de
estado que tiene lugar o acaece a un sujeto o cosa en una ocasión, hablamos de sucesos,
eventos o acontecimientos, y, cuando hablamos del cambio de estado que un sujeto hace
que tenga lugar o acaezca, hablamos de acciones.
La realización de una acción educativa no exige más nivel especializado de com-
petencia técnica que el requerido para hacer efectiva la meta propuesta; esto quiere
decir que existen muy diversas acciones educativas que no pueden ser resueltas sin
competencia técnica y otras que forman parte de la experiencia común de las perso-
nas. Precisamente por eso la intervención educativa es la acción intencional para la
realización y el logro del desarrollo integral del educando: tiene carácter teleológico:
existe un sujeto agente (educando-educador) existe el lenguaje propositivo (se realiza
una acción para lograr algo), se actúa en orden a lograr un acontecimiento futuro (la
meta) y los acontecimientos se vinculan intencionalmente, contando con los medios
que podamos disponer.
En educación, desde la perspectiva de los agentes, se habla hoy de educación fami-
liar, escolar, privada, pública, concertada, cívica, masculina, femenina, etc. Se habla
también de responsabilidad compartida, de educación de la identidad y la diversidad,
de la interculturalidad, del sentido permanente, glocal, general, vocacional y profesional
que afecta a la acción educativa como forma de relación entre el yo, el otro y lo otro.
La condición de agente tiene que ser contemplada desde la complejidad objetual de
la educación, pues esa complejidad marca el significado. Los agentes son componente
estructural de la acción educativa, porque las personas, en su condición de agentes,
educan y son educados. El agente, como la educación, está marcado por la triple con-
dición de complejidad que hemos analizado en el capítulo anterior:
La condición fundamentante de los valores en la educación.
La doble condición de agente-autor y agente-actor de cada sujeto respecto de su
educación.
La doble condición para la acción educativa de ámbito de conocimiento y de acción.
La primera condición significa, respecto del agente que este se realizará de un modo
concreto en la educación, cuando le sea posible desvelar el valor de esa forma especí-
fica de llevarse a cabo, con su capacidad y con la ayuda de los demás. Pero, además, la
educación es siempre educación en valores y elección de valores y cualquier tipo de in-
fluencia no es educación, aunque cualquier tipo de influencia pueda ser transformada
en un proceso de influencia educativo. Cuando educamos, estamos eligiendo valores,
porque nos marcamos fines y las finalidades son valores elegidos; a los fines, les damos
Agentes de la educación, complejidad estructural de la decisión… 425
reduce simplemente a la vivencia diaria, sino que también se identifica con la relación,
voluntariamente educativa, de los padres y los hijos, con objeto de crear y mantener un
adecuado ambiente familiar que ayuda a construir la realidad y al desarrollo personal.
Nada más trivial a primera vista, pero acaso nada más profundo, que afirmar que
el hombre nace, crece, se hace en y con la familia; entra en la sociedad a través del
subgrupo cultural, económico e ideológico de la familia. Carecer de condiciones fami-
liares no es para el ser humano algo así como encontrarse desheredado de los bienes
adicionales de la fortuna, sino de manera radical, encontrarse privado de la urdimbre
constitutiva de su ser. Desde el punto de vista positivo, la familia, con su herencia
biológica y su ambiente íntimo, forma el ser del niño que se hará adulto. Precisamente
por eso, frivolizar sobre el sentido de la familia como unidad social en sus posibles
manifestaciones culturales es ignorar las leyes básicas de la existencia humana en la
historia de la convivencia de los hombres.
En términos clásicos del papel de la familia en el desarrollo, hay una urdimbre
afectiva que, desde la vida de familia, repercute en nuestro desarrollo y hay un diálogo
recuperable en la vida de familia que requiere nuevas respuestas y nuevas formas de
actuación para desarrollar nuestras destrezas de educación familiar, porque la urgencia
e importancia de su influencia condiciona nuestra vida futura.
Es de justicia en este apartado recuperar las palabras de Rof Carballo en su libro
“La familia, diálogo recuperable”, cuyo pensamiento central yo lo resumiría a los efectos
de este capítulo con el siguiente texto:
“Las tensiones de la vida moderna son mala preparación para el diálogo materno y
la vida laboral de la mujer no ha sido hasta ahora suficientemente protegida en lo que al
diálogo más importante para el hombre concierne, por falta de sensibilidad para estas
cuestiones en los gobernantes y legisladores. Y ¿por qué no decirlo también?, por una
colosal y hasta criminosa ignorancia en los que sobre estas cuestiones les asesoran. (...)
El mal ha de ser atajado en su raíz. Uno de los elementos imprescindibles es afrontar
con denuedo los estudios sobre estos temas, las investigaciones y las divulgaciones. (...)
La disminución de la tutela diatrófica, el raquitismo de la ternura, la asfixia del diálogo
constitutivo lanzará al mundo, en proporción creciente, millones de seres en apariencia
inteligentes, cultivados, diestros en admirables raciocinios. Pero profundamente tarados
en su núcleo espiritual, pre-esquizofrénicos o pre-psicóticos, delincuentes potenciales
o neuróticos graves, o liminares, como se dice ahora.” (Rof Carballo, 1976, p. 397).
Estas palabras del Profesor Rof Carballo, dichas hace casi cuarenta años, tienen el
valor de la predicción y la autoridad del experto que anticipaba, como consecuencia de
la merma del interés por la educación familiar, la aparición de perjuicios sociales muy
graves que han sido estudiados desde el punto de vista jurídico, laboral, psicológico y
socioeconómico por muy diversas personas en las dos últimas décadas. Las palabras
de nuestro clásico no han perdido vigencia y hoy por hoy asistimos a muy diversas
formas de desmembración y crisis en el entorno familiar que dan nuevo sentido a la
anticipación de ese insigne profesor.
La relación directa es el típico modo de influencia familiar. Y resulta de especial
interés enfatizar que, en el ámbito de la educación familiar, la imputabilidad absoluta
de las acciones y la responsabilidad compartida de las consecuencias establecen un
Agentes de la educación, complejidad estructural de la decisión… 429
Para nosotros queda claro que la escuela sigue manteniendo una estructura tradi-
cional, mientras que la familia se ha modificado muy significativamente en los últimos
treinta años y esa diferencia incrementa la patente evidencia de la oportunidad y nece-
sidad de reforzar la educación familiar (Touriñán, 2010; Vázquez, 2011).
cultura, y parece obvio que, si alguien, invocando cualquier idea ‘superior’, nos quiere
imponer directa o indirectamente a través de los mecanismos coactivos del Estado, un
nivel de sacrificio colectivo que no consideramos adecuado, ese alguien habría vuelto
al vulgar y recurrente “fundamentalismo” desde su ámbito de competencia (Otero
Novas, 2001). Los valores y las garantías constitucionales se convierten así en el so-
porte del valor educativo de la legislación y del fundamento ético del estado de derecho que
justifican, por una parte, la competencia del Estado para educar y proporcionar, en la
educación general, formación sobre los valores legalizados por el órgano competente
en un país y, por otra parte, la competencia del Estado para mejorar, desde el punto de
vista de lo que es justo, esas libertades en busca, no sólo de la legitimidad institucional
política, sino también de legitimidad ética y técnica del contenido de la ley y de las
libertades reconocidas.
El problema de la limitación legal afecta a la sociedad civil en su función de agente
moral, porque la legislación dictada para una sociedad tiene como función general
regular el comportamiento de las personas que integran la comunidad. En cuanto
miembros de la comunidad, como ciudadanos, tenemos cauces legales para apoyar u
oponerse a una posible legislación (Touriñán, (Dir.), 2008b). Al fin y al cabo, legalidad
significa, en el sentido más amplio y general, la existencia reconocida por el Estado
para regular la vida de la comunidad de las leyes que, se quiera o no, afectan a los
individuos en la misma medida que sus decisiones y actos quedan identificados en el
contenido de las mismas.
agente moral trabaja para la defensa de los derechos y la convivencia, cualquiera que
sea la cosmovisión social, religiosa, ideológica, o política en el territorio (Jover, 2001 y
2002; Touriñán, 2003b y 2007a).
Y si esto es así, parece razonable afirmar que en las sociedades abiertas, pluralistas
y constitucionalmente aconfesionales, se evidencia la necesidad de modelos de inter-
vención que propicien el desarrollo cívico desde una visión integral de la educación.
Vivimos en sociedad y en comunidad y, para que esto sea posible, necesitamos desa-
rrollar y mantener normas de convivencia; nos organizarnos políticamente y actuamos
con relación a un patrón cultural determinado, de manera tal que en nuestro entorno
social pluralista y abierto, la positivación de los derechos es una garantía de la or-
ganización de la sociedad para la vida en convivencia y de la realización personal
por medio de la educación, legal y legítimamente fundamentada, así como un claro
indicador del desarrollo cívico.
toda relación directiva, pues de ordinario los alumnos descubren esa forma de actua-
ción y retiran la confianza depositada en el profesor, ya que han encontrado razones
que anulan la superioridad de aquel para dirigirle sus conductas en un determinado
ámbito de sus vidas.
Lo específico del profesional de la educación es el ejercicio de la función pedagógica
para la que se ha habilitado. Domina los conocimientos teóricos, tecnológicos y práxi-
cos de la educación que le permiten explicar, interpretar y justificar la intervención
pedagógica propia de su función y domina los conocimientos teóricos, tecnológicos
y prácticos del área cultural que enseña, pero no crea los conocimientos de esa área
porque son la competencia de otros profesionales.
El conocimiento que justifica cada área cultural no lo crea el profesional de la edu-
cación, pero tiene que dominarlo para transmitirlo a los alumnos. Y es precisamente
este carácter instrumental de la función del profesor lo que le convierte en una pieza
de especial interés para los grupos políticos, porque puede ser utilizado como simple
reproductor de las consignas del grupo.
El hecho de que la ley regule la libertad personal del ciudadano, de modo que se
asuma por los ciudadanos la propuesta legal, exige del profesional de la educación
resaltar, por una parte, el fundamento ético de la meta legalizada y, por otra, el valor
educativo de la legislación. En la norma legal educativa se juntan legalidad y legitimi-
dad política, educación y ética; es necesaria formación respecto de las normas legales.
El profesor no agota su función, analizando críticamente con el educando las razones
que justifican una ley, además, debe procurar que el educando aprenda a deliberar
sobre aquellos casos en los que vaya a tomar decisiones y a realizar actos que estén
identificados en el contenido de la ley. Por medio de la ley modificamos la conducta de
los ciudadanos y tenemos que aprender a comprometernos con ella, bajo el supuesto
de que tiene también legitimidad técnica y ética.
En una sociedad pluralista la encrucijada del educador ante la legalidad supone
básicamente tres responsabilidades:
a) Resaltar el fundamento ético de todo Estado de Derecho, pues al educador le compete
enseñar que el progreso de la legalidad en un Estado de Derecho no excluye ni
impide, empero, otro necesario progreso en el ámbito de la moralidad. Esto es
así, porque el fundamento ético de un Estado de Derecho no rechaza la elección
personal; antes bien, sostiene que en muchos casos sólo a partir de esa elección
personal el educando se convierte en sujeto de la ley; y, en segundo lugar, porque la
legalidad y la moralidad no van necesariamente unidas, como ya sabemos.
Esto exige al profesor no sólo distinguir entre la tolerancia y el conformismo ante
la ley, sino también defender la libertad del ciudadano ante la ley, ya que, en una
sociedad en la que coexisten ideas no compartidas unánimemente, no todas las leyes
prefijan la conducta del mismo modo: existen unas leyes que prohíben, otras que
obligan a hacer determinadas cosas y otras que permiten hacer algo, es decir, regulan
una decisión que nosotros podemos adoptar, pero no obligan a decidir aquello que
la ley regula. Esta es la diferencia que existe, por ejemplo, entre la norma de tráfico
que prohíbe pisar la raya continua, la que obliga a circular por la derecha y la norma
446 Dónde está la educación J.M. Touriñán
caso la decisión técnica. Puede afirmarse que la decisión técnica se identifica con reglas
y normas derivadas del propio proceso, en función del conocimiento que se tiene del
ámbito específico y a partir de la elección primaria de trabajar en ese ámbito. A su vez,
la decisión moral no es elección dentro de un ámbito, sino confrontación de ámbitos
diversos respecto de la propia vida y proyecto personal; es la ordenación que hace el
hombre de sus exigencias de acuerdo con las relaciones que se dan en la realidad en
cada ámbito de su existencia, para decidir su propia vida cotidianamente.
La elección técnica no es una elección de medios para fines dados. Nos pueden
proponer fines, pero es una competencia definir qué objetivos pueden fundarse como
objetivos de un ámbito, basándose en el conocimiento científico de ese ámbito. La
elección técnica es una elección de fines y medios subsidiarios que están lógicamente
implicados en la tarea; es elección de fines y medios subsidiarios con fundamento en
el conocimiento de la actividad a realizar. El esquema de la elección técnica se expresa
del siguiente modo:
T (= C A)
A es el objetivo a conseguir, y está legitimado por el marco teórico.
Constrúyase C.
Este es el esquema de la decisión técnica; en primer lugar, porque es una elección
dentro de un ámbito determinado de necesidad y, en segundo lugar, porque el criterio
de decisión se basa estrictamente en el conocimiento del funcionamiento del ámbito
en el que se actúa, para alcanzar el objetivo, atendiendo al carácter axiológico de los
hechos, a la condición fáctica del valor y a la posibilidad de integrar fáctico y normativo
dentro de un ámbito desde conceptos con significación intrínseca al ámbito.
En las elecciones morales genuinas se nos plantean opciones para orientar nuestros
personales objetivos de acción. En este tipo de decisiones, la elección que orienta nues-
tra vida no tiene un objetivo previo, sino la simple y complicada afirmación de que, el
valor de cada una de las cosas a elegir, se elige como meta última, aquí y ahora, con
carácter de opción fundamental para orientar nuestro proyecto de personal de vida
(Touriñán, 1989b)
Por su parte, la decisión política es, con propiedad, ordenación y elección entre
metas y sus correspondientes alternativas de acción para lograrlas. El objetivo previo
a la decisión política en un ámbito específico (educación, cultura, ciencia, etc.) es
determinar cuáles son las necesidades que demanda la sociedad en esa materia y
cómo se pueden satisfacer, para establecer, de acuerdo con los recursos económicos
presupuestados, cuáles son las prioridades que se pueden alcanzar y cuales, por con-
siguiente, deben ser financiadas, atendiendo alas concretas circunstancias de cada
período de gobierno.
El objetivo general de la decisión política es determinar cuáles son las necesidades
que demanda la sociedad en una materia de gobierno y como se pueden satisfacer,
para establecer, de acuerdo con los presupuestos económicos, cuales son las priorida-
des que se pueden alcanzar y cuales, por consiguiente, deben ser financiadas. En este
sentido las decisiones de la política tienden a cubrir la demanda social o las necesidades
Agentes de la educación, complejidad estructural de la decisión… 449
Por su parte, la decisión política es, con propiedad, ordenación de metas y alternativas
de acción para lograrlas, pero no respecto de la propia vida personal, sino respecto
del bien común vinculante en la sociedad, bajo criterios de prioridad, oportunidad y
consenso institucional, tal como se recoge en el Cuadro 33.
Como podemos observar en el cuadro, la decisión es política y la resolución no se
puede alcanzar simplemente con el conocimiento técnico del ámbito sobre el que se
decide; hay que tener en cuenta diversas racionalidades en cada circunstancia para
decidir la condición de oportunidad, prioridad y consenso.
Pero además de lo anterior, hemos de tener en cuenta que las metas de cada deci-
sión política deben ser adaptadas a cada nivel de intervención; son variables del propio
nivel de toma de decisiones. Cada nivel de toma de decisiones, en política, constituye
en sí mismo un sistema coordinado como subsistema de la decisión política general
(administración central, autonómica, local, de centro y de aula, según proceda).Cada
nivel de toma de decisiones tiene sus propios fines y contempla la posibilidad de inte-
grar los de los otros niveles relacionados a modo de variables ambientales (Touriñán,
1989b y 1995b; Touriñán y otros, 1996c).
variables ambientales con respecto a otros niveles de toma de decisiones y cada nivel
las contempla, adaptadas convenientemente, desde su marco de competencias, que,
respecto de la educación, pueden visualizarse en el Cuadro 34.
la solución satisfactoria avalada por el conocimiento técnico del ámbito al que pertene-
ce el problema. Esto es así, porque en su decisión cuentan variables externas e internas
al ámbito que se convertirá en prioritario y hacen posible concretar la decisión en “la
oportunidad de hacer”. Estas alternativas o soluciones que presentan los técnicos o
especialistas se conocen genéricamente como decisiones técnicas y se fundamentan en
el conocimiento que se tiene del ámbito o sector de acción política sobre el que se está
decidiendo. Pero no resuelven la decisión política, cuya complejidad estructural es sin-
gular y relativa a su propio ámbito. Precisamente por eso ‘pedagógicamente probado’
no quiere decir sin más política y legalmente asumido, que está sometido a criterios de
oportunidad, prioridad y consenso parlamentario. (Touriñán, 1998b).
6.3.2.2. Relación decisión política-decisión moral
Hemos de ser conscientes de que vivimos una época en la que hablar de derechos y
libertades se ha convertido en un hecho necesario, hecho que, entre otras cosas, ha
contribuido a afianzar nuevas formas más completas de justicia social. Lo cierto es que,
si bien la sociedad actual es partidaria de la afirmación más positiva de los derechos y
libertades, el abuso que se ha hecho con el significado de estos términos hace que, por
contra, no estemos muy lejos de fomentar una actitud recelosa ante todo programa que
nos hable de ellos. A todos nos asombra —aunque se pueda explicar— que, hablando
de los mismos derechos y de las mismas libertades, se pueda llegar a soluciones tan
opuestas como las que se mantienen hoy en día en la práctica. La explicación de
estas disparidades se encuentra —querámoslo o no— en la utilización capciosa de los
términos y en el atractivo innegable de su significado, como hemos dicho en el epígrafe
2.1 de este capítulo.
Libertades y derechos reconocidos se identifican en el marco concreto de cualquier
Constitución y, por eso, a veces se confunden; pero, si no nos engañamos, tenemos
que comprender su diferente extensión. Los derechos, además de ser poderes de obrar,
libertades reconocidas en una constitución, hacen referencia a una exigencia ética
cuya raíz no es el Estado, sino la dignidad de la persona y, precisamente a ellos, a los
derechos en tanto que valores, nos remitimos cuando queremos que el Estado nos
reconozca un nuevo poder.
Parece claro, entonces, que los hechos nos presentan las relaciones de un modo
totalmente opuesto al que se seguiría, si confundiéramos derechos y libertades. Con-
fundir derechos y libertades es una manera hábil de anular la condición de persona
humana; como nada esencial justificaría la existencia de los derechos y la garantía de
las libertades, el hombre únicamente sería persona porque tiene los derechos que el
Estado le otorga. Pero, si realmente los derechos del hombre se reducen a las libertades
de hacer que concede el poder público, ¿con qué derecho se exigen más libertades de
las que nos quiere dar?
Precisamente por estas razones, los juristas comprometidos con la formulación
jurídica de los derechos y las libertades mantienen que el elemento que nos permite
juzgar el fundamento ético de un determinado Estado es, en el fondo, la amplitud con
454 Dónde está la educación J.M. Touriñán
que defiende los derechos del hombre; lo juzgamos justo y conveniente, si fomenta y
favorece el cumplimiento de las exigencias propias de la condición humana; lo juz-
gamos improcedente y despersonalizador en caso contrario. Legalmente probado no
quiere decir sin más moralmente probado.
Podemos decir, por tanto, que entre decisión política y decisión moral existe una relación
basada en el fundamento ético del estado de derecho. El político asume siempre el compromiso
de hacer bien su tarea (objetivo moral) y para ello buscará siempre tomar decisiones que
se transforman en libertades legitimadas moralmente en la sociedad como progreso en el
orden de la justicia, el bien común vinculante y el bien general de la mayoría.
6.3.2.3. Relación decisión técnica-decisión moral
Entre decisión técnica y decisión moral existe una relación derivada del sentido moral
de la acción humana que intentan recoger siempre los códigos deontológicos en cada
profesión. Entre decisión técnica y decisión moral se encuentra el sentido deontológico
y patrimonial de la decisión. El técnico decide hacer su trabajo lo mejor posible para
ser coherente consigo mismo y con las exigencias que se le plantean profesionalmen-
te en cada situación. Esto quiere decir que en la relación decisión técnica-decisión
moral hay un sentido ético perfectivo de acción que distingue fines del sujeto y fines
del objeto, en cada caso concreto. Siempre elijo moralmente mi acción dentro de mis
proyectos, con sentido de vida en la decisión. Pero una vez que he decidido actuar,
también decido hacerlo bien técnicamente. La relación decisión técnica-decisión moral
tiene sentido patrimonial derivado del código deontológico: decido hacer bien mi tarea,
pero, si bien soy un técnico que sabe comprometerse responsablemente con el sentido
propio de la acción pedagógica, yo soy el que decido y mi decisión es para mejorar
siempre mi propio proyecto. Me identifico con mis decisiones.
Como hemos dicho en el epígrafe 3.3 del capítulo 5, además de estimar personal-
mente el valor, tenemos que elegirlo en la relación medio-fines, ajustando el sentido de
la acción, y decidirlo como parte integrante de nuestros proyectos y metas, ajustando el
sentido de vida que atribuimos a esa acción. No por otra cosa, sino por esta, se puede
decir que la decisión técnica tiene carácter patrimonial, porque, cuando nos marcamos
finalidades, no sólo hacemos una estimación del valor, sino que también asumimos ese
valor en la finalidad como una parte integrante de nuestro proyecto de vida; hacemos,
de nosotros, nuestro propio patrimonio. Como hemos dicho, nos identificamos en la
decisión y determinamos nuestro sentido de vida.
A su vez, en el epígrafe 5.9 del capítulo 2, hemos argumentado acerca del error sub-
sumir la racionalidad práxica en la racionalidad científico-tecnológica. No comprender
ese error es abrir la legitimación de la destrucción de pueblos enteros por el simple he-
cho de observar los efectos. La cuestión fundamental en el debate "ciencia-moral " no es
el litigio acerca de la neutralidad de la investigación, sino la pretensión de ciencismo, es
decir, el intento atractivo de ir más allá de la decisión técnica —propia de la indagación
científica— sólo con la decisión técnica o el paternalismo derivado de una identificación
de las decisiones técnicas y de las decisiones políticas con las decisiones morales.
Desde esta perspectiva, decisiones morales y decisiones pedagógicas, no se confun-
den, porque ni los problemas morales se resuelven con el conocimiento pedagógico, ni
Agentes de la educación, complejidad estructural de la decisión… 455
Ahora bien, como especialistas del ámbito regulado, legalmente, no debemos aban-
donarnos sin más a ese marco legal. Los criterios en función de los que se puede
decir que un marco legal se atiene “a derecho” no se identifican sin más con los
criterios técnicos que fundamentan la materia regulada en esa ley. Cabe la posibi-
lidad de que se dicten leyes sobre educación que se atienen “a derecho”, pero cuyo
contenido no se atiene a criterios pedagógicos.
La responsabilidad profesional exige conjugar legalidad y legitimidad política con
la legitimidad técnica y ética, asumiendo el significado distinto y complementario
de las decisiones técnicas, políticas y morales en sus actuaciones. ‘Pedagógicamente
probado’ no quiere decir sin más política y legalmente asumido y legalmente pro-
bado no quiere decir sin más moralmente probado.
entre condiciones y efectos, cabe decir en principio que, en educación, existen más
procesos a explicar que procesos de explicación.
Hace X porque Y (que Hace X porque Y (que Hace X para Y (que es Hace X para Y (que es
es previo y vinculado es previo y vinculado posterior pero impre- posterior, y vinculado
nómicamente) intencionalmente) so en el programa) intencionalmente)
Estudia, porque no hay Estudia, porque tiene Estudia, para evitar Estudia, para saber
lesión cerebral hábito un castigo
Le pegó, porque no Estudia para recibir
estudió un premio
Fuente: Touriñán, 1987a. Elaboración propia.
activa la función lúdica (Y), por ejemplo; lo que ocurre es que, al jugar de la manera
(X) que ha sido preparada convenientemente por el profesor, está aprendiendo (Z)
que no es el objeto de intención del alumno. Hace (X) para jugar, no para alcanzar
(Z); pero se produce (Z) por medio del juego (X).
Con todo, debe quedar bien claro que la existencia de resultados explicables sin
intencionalidad no significa en este planteamiento que el mismo resultado educativo
obtenido intencionalmente se produciría sin intención. El tipo de acciones que se ex-
plican de ese modo son las acciones básicas, es decir, acciones que podemos ejecutar
directamente y no por medio de la realización de alguna otra cosa. Y, la educación, no
es una acción básica, porque la simple acción de apretar un botón para que se encienda
una luz ya no puede conceptuarse como acción básica (Wright, 1979, p. 100).
El hecho de que determinados cambios se expliquen sin intencionalidad, no anula
la necesidad de explicar esos mismos sucesos, teniendo en cuenta la intencionalidad,
cuando interviene el agente. Precisamente por eso Von Wright nos dice que, hablar
de las causas como si fueran agentes que actúan, siendo responsables de sus efectos,
es servirse de un lenguaje analógico o metafórico; el mismo lenguaje que se utiliza,
cuando decimos que los agentes son causas. Las causas operan, producen su efecto sin
hacer; basta con que estén presentes en las circunstancias propicias. Los agentes, no
basta que estén presentes en el momento oportuno para producir el resultado, tienen
que hacer algo:
“En la contienda entre la causalidad y la acción siempre llevará esta última las de
ganar. Es una contradicción en los propios términos decir que la acción podrá quedar
completamente atrapada en las redes de la causalidad. Ahora bien, pueden sobrevenir
al agente impotencias o inaptitudes de todo tipo en virtud del funcionamiento de la
causación (…). Un hombre es, en calidad de agente, libre en tanto en cuanto resulta un
hecho empírico el que puede hacer distintas cosas cuando decide, se propone, quiere
hacerlas (...); decir que el concepto de causalidad presupone el concepto de libertad
me parece correcto en el sentido de que únicamente a través de la idea de hacer cosas,
llegamos a comprender las ideas de causa y efecto” (Wright, 1979, p. 105).
agente tenga que hacer, estaríamos nuevamente en una posición óptima para que no
fuera necesaria la explicación de un estado interno en la acción.
Ahora bien, frente a esta posición mantenemos que, cuando un motivo, una nece-
sidad o un deseo se convierten en causas, adoptan esa condición en virtud de unos
mecanismos perturbadores que han analizado con rigor la psiquiatría, la educación
especial y la medicina. Es obvio que un drogadicto, con síndrome de abstinencia, da
pie para explicar sus acciones, más como un acontecimiento que le está ocurriendo a
él que como algo realizado por él mismo. Igualmente ocurre con la acción del demente
que puede explicarse, en el mejor de los casos, como la inferencia práctica de una
respuesta a partir de un estímulo que desencadena irremediablemente esa respuesta.
Tales hechos no muestran rigurosamente que las necesidades, los deseos y los motivos
anulen de forma general la condición de agente, antes bien, confirman que, cuando el
motivo, la necesidad o el deseo se convierten en patológicos, pueden llegar efectiva-
mente a operar como causas (Touriñán, 1981 y 1997c; Bárcena, 1993a y 1993b).
Tal como hemos visto en el epígrafe 3.2 del capítulo 5, el motivo, en condiciones
normales, no anula la condición de agente. Afirmar que el hombre elige por un motivo
no implica error alguno. El error surge al identificar el motivo con el impulso ciego. En
efecto, si el motivo fuera algo acabado y completo, como el impulso ciego, podría expli-
carse la relación motivacional en términos de relaciones causales; pero, en tal caso, nos
encontraríamos con que la realidad contradice la teoría, ya que varias personas con
los mismos motivos pueden actuar realmente de modos diversos. Esto es así, porque,
en rigor, el motivo no es una entidad acabada que actúa causando una decisión que
todavía no existe en absoluto, sino tan sólo un elemento de la decisión (Maslow, 1979;
Ausublel, 1982; Asch, 1968).
Donde hay un motivo, hay deseo, necesidad, querer comprometido y sentido de acción en
un marco de relación fines-medios; el motivo es lo que nos mueve a actuar en el proceso de
gestión inteligente de la voluntad en una acción concreta y en una determinada situa-
ción. El motivo se vincula a la volición, desde la perspectiva del querer comprometido y
se vincula a la intencionalidad desde la perspectiva del sentido de la acción: cada acción
tiene un motivo relacionado con los fines y los medios de la acción desde la intención
del agente (quiero coger el tren para visitar a mi hermana; pero también puede ser que
quiera coger el tren para ir a la playa y así sucesivamente) Pero como ya sabemos, nues-
tra decisión supone, además y entre otras cosas, la deliberación sobre las consecuencias
de esgrimir unos motivos u otros. El motivo no cierra el camino del sentido de vida, ni
el carácter patrimonial de la decisión, antes bien, se integra en la decisión.
Las necesidades tampoco anulan en condiciones normales la condición de agente.
Para que tal anulación se diera, tendría que producirse automáticamente una conexión
entre la necesidad y el querer y entre el querer y el deber.
La primera conexión no existe, porque, por definición, las necesidades son exigen-
cias que no apuntan de forma incondicionalmente eficaz al estímulo que las satisface.
La relación entre la necesidad y el estímulo que la satisface supone un aprendizaje, y
en todos aquellos casos en que ignoramos esa relación, no existe la oportunidad de
querer lo que satisface la necesidad. Es cierto que en la misma medida que somos
468 Dónde está la educación J.M. Touriñán
una cultura; es posible adquirir competencia técnica desde la propia práctica. Un padre
educa; un sujeto puede autoeducarse; existen procesos de educación informal; existe
acción espontánea que produce resultados que valoramos educativamente hablando.
En todos estos procesos, se alcanzan resultados educativos, pero es muy probable que
la competencia técnica no tenga en estos casos el nivel necesario para controlar el
proceso o decidir acerca de mejores formas de intervención, que es consubstancial a la
intervención pedagógica. Intención educativa e intención pedagógica no se identifican
necesariamente (Touriñán y Sáez, 2012, cap. 9).
En la intervención pedagógica se debe contar necesariamente en cada caso con sus
elementos estructurales, los que corresponden a la acción en tanto que acción y los
que corresponden a la acción en tanto que pedagógica. Nosotros lo hemos visto en el
capítulo 2. En la intervención pedagógica se integran los componentes estructurales
de la mentalidad pedagógica específica (conocimiento, función, profesión y relación)
y los componentes estructurales de la acciónen tanto que acción (agentes, procesos,
producto y medios), tal como se refleja en el Cuadro 36.
El ser humano educa y la deliberación sobre esa actividad práctica puede llegar a
convertirse en un estudio sistemático y hacerse Pedagogía. La intervención educativa
se identifica con la relación que establecemos para realizar la actividad de educar. La
intervención pedagógica es la intervención educativa fundada en el conocimiento que
la Pedagogía proporciona sobre la estructura, proceso y producto de la educación. La
diferencia entre intervención educativa e intervención pedagógica es la misma que
existe, salvando las diferencias de significado, entre la expresiones “sé hacer un hijo”
y “sé por qué haciendo de ese modo, se hace el hijo y sé qué otros modos hay de
lograrlo y sé qué habría que hacer para reconducir el proceso adecuadamente”. En
todos esos casos hay conocimiento de la educación, pero su capacidad de resolución
de problemas es distinta, tal como hemos visto en el capítulo 2, epígrafes 4.5 y 4.6, y
en el capítulo 3, epígrafe 3.
La diferencia entre intervención educativa e intervención pedagógica es una ela-
boración conceptual derivada del avance del conocimiento de la educación. A medida
que el conocimiento de la educación crece, tiene sentido decir que la educación es una
actividad y un ámbito de realidad que se convierte en materia de estudio u objeto de
conocimiento. Contribuyen al conocimiento de la educación como actividad y como
ámbito o parcela de realidad cognoscible, enseñable, elegible y realizable, diversas
disciplinas científicas y de manera singular, la Pedagogía. La Pedagogía es siempre
conocimiento de la educación, que no ha sido entendido en todo momento del mismo
modo, pero que en cualquier caso es válido, si sirve para educar.
Conviene mantener la distinción entre ambos tipos de intervención, porque con
ello reforzamos la capacidad de hacer compatible la acción de educar y nuestro co-
nocimiento de tal actividad, con objeto de responder desde el punto de vista de la
educación a la pregunta qué actividades cuentan para educar y qué cuenta en las activida-
des educativas. Para ello hay que elegir y valorar en relación con el conocimiento que
tenemos de la experiencia educativa.
Pero además, conviene mantener la distinción, porque con ello contribuimos, sin
el sentido antinómico y contradictorio que se ha querido ver de manera interesada
Agentes de la educación, complejidad estructural de la decisión… 479
De acuerdo con lo que hemos dicho hasta ahora, la acción del educador es teleo-
lógica, porque hay proposición de metas, agentes y vinculación intencional entre las
condiciones que afectan al acontecimiento.
La intencionalidad y el conocimiento de lo requerido para hacerla efectiva son
determinantes internos suficientes para actuar en consecuencia (Wright, 1980, p. 186).
Precisamente por eso tiene sentido decir que, si A tiene la intención de lograr B y cree
que para lograr B tiene que hacer C, A realiza intencionalmente C. Ahora bien, esto
no quiere decir que la intención y la decisión se confundan: si tengo decidido hacer
algo, es correcto afirmar que tengo intención de hacerlo; pero no necesariamente vale
la conversa: aquello que tengo intención de hacer, no por eso he decidido asimismo
hacerlo (Wright, 1980, p. 165).
Como dice Stoutland, no todos los actos intencionales responden a situaciones
voluntarias (Stoutland, 1980, p. 86). Existen situaciones coactivas intimidatorias en
las que un alumno realiza intencionalmente A (estudiar) y consigue C (saber un tema)
para evitar B (un severo castigo), aunque no quiere ni A ni C, ni B, pero procede así,
porque se ve forzado a ello, porque el profesor lo amenaza e intimida con B (castigo se-
vero). En este caso el profesor actúa intencionalmente: amenaza con B, para conseguir
C y esto quiere decir que sus actuaciones B están implicadas por lo que él cree en la
consecución de la meta C por parte del alumno, que hará A. Pero en este mismo caso,
el alumno intimidado, realiza A (estudiar), por medio de amenaza con un duro castigo
(B), para evitar el castigo, y de ese modo se consigue C (saber el tema), pero no quiere
ni A ni B ni C: su voluntad ha sido quebrada sin hacerle comprender el valor de saber
C y de conseguirlo por medio de A. El ejemplo ha sido puesto, no sólo para reforzar la
tesis anterior, sino para poner de manifiesto otras dos cosas más:
1. Por una parte, el ejemplo nos sirve como un caso más en los que se comprueba que
los sistemas abiertos, una vez que han incorporado la información adicional del
ambiente (convicción de que el profesor le infligirá un duro castigo si no estudia
y no sabe el tema), operan como sistemas cerrados. Y así las cosas, la respuesta a
la coacción intimidatoria puede explicarse como un proceso cuasi-teleológico: S
quiere evitar un severo castigo (B) y hace lo que le mandan A (estudia), porque,
evitar el castigo, forma parte de los programas de comportamiento impresos en las
personas; de manera que aunque no quiere, va a saber la lección, estudiando.
2. Por otra parte, el ejemplo nos sirve para aproximarnos a la verdad de que el profesor
actúa como determinante externo de la conducta del alumno, que también es agente.
Ahora bien, el hecho de que la conducta del profesor sea determinante externo de
la conducta del alumno, no significa que los determinantes internos de la conducta
del alumno sean los determinantes internos de la conducta del profesor. Es un
hecho de experiencia que los determinantes internos del profesor responden a la
intencionalidad pedagógica (se decide qué y cómo actuar con fundamento en el
conocimiento del funcionamiento del sistema) y que los determinantes internos de
la conducta del alumno no son de ese tipo. Afirmar lo contrario es defender el error
de que el alumno no se educa, si no tiene intencionalidad pedagógica. La realidad
es que, en muchos casos, el profesor hace X para lograr Z en el alumno (saber un
Agentes de la educación, complejidad estructural de la decisión… 481
tema, por ejemplo) y el alumno hace lo pertinente, no para lograr Z, sino porque
obedece y, obedeciendo, hace Y y se logra Z.
El conocimiento de los determinantes internos de la conducta del alumno, la crea-
ción de los determinantes de la conducta del profesor y la complejidad de la meta que
se pretende lograr son los condicionantes de la presencia del conocimiento pedagógico
en la intervención. El profesional de la educación actúa con intencionalidad pedagógica
que se entiende como el conjunto de conductas implicadas con fundamento de elec-
ción técnica en la consecución de la meta educativa.
Únicamente en los casos en que los determinantes internos del alumno son espe-
cíficos para realizar la conducta que se le propone y se produzca el resultado (tiene
necesidad de saber algo para resolver un problema y estudia para ello), es conveniente
establecer conductas con vinculación intencional en él (Estudia para saber, por ejem-
plo). Afirmar lo contrario equivale a defender, en contra de la experiencia, que sólo
hay resultado educativo, si se desarrollan en el alumno los determinantes internos
(intencionalidad pedagógica) del profesor o intencionalidad educativa en el alumno. Si
nuestras argumentaciones son correctas, es posible afirmar lo siguiente respecto de la
intervención pedagógica:
1. La intervención pedagógica es la acción intencional en orden a realizar los fines y
medios que se justifican con fundamento en el conocimiento del funcionamiento
del sistema educación.
2. La intervención pedagógica funciona como un determinante externo de la con-
ducta del alumno. Y teniendo en cuenta las conexiones posibles en los cambios
de estado, no es razonable afirmar que la acción del profesor deba estar orientada
en cualquier caso a desarrollar en el alumno determinantes internos de conductas
asimilables a explicaciones teleológicas. Afirmar lo contrario equivale a defender,
en contra de la experiencia, que sólo hay resultado educativo, si se desarrollan en
el alumno los determinantes internos (intencionalidad pedagógica) del profesor o
intencionalidad educativa en el alumno.
como los estudiosos de los procesos teleonómicos en organismos vivos han compro-
bado. En este sentido hablamos de acciones espontáneas en el niño, vinculadas a con-
ductas exploratorias y de vínculo afectivo básico. Y desde esta perspectiva, también se
acepta el uso de acciones espontáneas para designar aquellas acciones en las que el niño
desconoce el deseo, la necesidad o el motivo que las ha provocado.
Por otra parte, en educación, se habla también de “educación espontánea” en
otro sentido contrapuesto al de autoeducación y al de educación como resultado de
procesos formales, no formales e informales. En este sentido, la llamada “educación
espontánea” se identifica con el resultado de valor educativo obtenido en acciones
en las que el agente no ha ordenado intencionalmente su actuación para obtener el
resultado educativo. Es el caso de un aprendiz de carpintero que, al manejar la garlo-
pa para hacer un “ensayo” de mueble, adquiere destrezas psicomotoras de indudable
valor educativo sin que busque la finalidad educativa; o lo que le ocurre al niño
del rural que, trepando a los árboles, adquiere una mejora del equilibrio. En ambos
caso valoramos educativamente su destreza y las usamos en procesos orientados a
finalidades educativas; como ya hemos visto en el capítulo 1, epígrafe, 7.2.4; pero
una actividad no es educativa sin más: las mismas actividades que realizamos para
educar se realizan para otras muchas cosas, de manera que las actividades no iden-
tifican la acción educativa; el concepto de educación se vincula en las actividades al
criterio de uso, finalidad y significado.
actúa como programa impreso en el sujeto que lo tiene, de manera que en el alumno,
además de decir actúa así porque tiene hábito, también debe decirse que, en el caso de
la conducta habitual, el alumno hace las cosas que hace, porque el programa impreso
del hábito opera evitando lo que impide su efectividad y activando lo que la garantiza
dentro del esquema habitual de respuesta aprendido para ese hábito. En la actividad
práctica ordinaria, la cuestión fundamental no es el proceso de toma de decisiones,
sino el hábito que tenemos de actuar en esa situación reconociéndola como situación
habitual y en ese caso no pensamos, sino que es el hábito el que nos genera la segu-
ridad de la respuesta, en la convicción de que “puedo hacerlo y responder ajustado
a la situación”. Son rutinas del cerebro que hemos adquirido y que hacen posible la
toma de decisiones concentrada sobre cosas concretas que convertimos en el objeto de
nuestra atención e interés. El hábito ayuda a nuestro cerebro “inconsciente” para poder
focalizarnos sin distracciones hacia el objeto de nuestro interés y decidir.
El valor de la acción habitual es precisamente la posibilidad que nos brinda de
dar respuesta a algo sin tener que deliberar acerca de la respuesta, porque somos
conscientes de que la respuesta habitual es la conveniente, ya que la situación a la que
respondemos es como otras muchas en las que hemos utilizado el hábito adquirido. El
hábito adquirido nos dispensa de la discriminación intencional previa e inmediata de
la conducta a seguir en la situación habitual. Ahora bien, el proceso de adquisición del
hábito no nos dispensa de esa discriminación intencional. La adquisición del hábito
exige, entre otras cosas, la creación de una actitud favorable hacia esa conducta que
pretende ser habitual y la adquisición de una destreza tal que nos permita realizar la
acción sin pensar en ella, y tales cosas no se adquieren de forma automática (Haidt,
2006; Damasio, 2010; Dewey, 1998; Punset, 2010 y 2011; Pinker, 2011; Wolpert, 2011;
Ruiz-Vargas, 2000; Barrio, 2007 y 2013).
Las personas podemos encontrarnos en situaciones que anulan todo grado de liber-
tad. Esto ocurre cuando nos encontramos en una circunstancia en la que la elección de
una de las opciones de la alternativa supone la pérdida de las dos y la radical imposi-
bilidad de elección de la otra posteriormente. Tal situación se da por ejemplo, en una
circunstancia específica de coacción intimidante en la que una persona nos amenaza de
muerte, si no le entregamos nuestra billetera con dinero. En esta circunstancia, salvo que
advirtamos algún síntoma de flaqueza en el extorsionador, no existe ningún grado de
libertad, pues negarle la cartera supone, no sólo perder la vida y la cartera, sino también
anulación de toda posibilidad de elección de la otra opción posteriormente.
Otra situación, no de coacción, pero tan radicalmente limitadora de la libertad
como aquella, es el hipotético caso en el que, a consecuencia del naufragio de mi bar-
ca, me encuentro en la obligación de abandonar la mercancía que transportaba, pues
tratar de remolcarla a nado hasta la costa supondría, no sólo perder la vida (el peso de
la mercancía me hundiría irremisiblemente) y la mercancía, sino también la anulación
de la posibilidad de elección de la otra opción posteriormente.
En el epígrafe 7.2.2 del capítulo 1, hemos dicho que identificar educación y coac-
ción, no es aceptable, incluso si usamos el término en el sentido de la física “co-acción”
(acción de uno sobre otro), porque existe también la autoeducación. Y más aun, ni
siquiera podemos decir que es correcto afirmar que toda heteroeducación es coacción,
porque, aunque esta es acción de uno sobre otro, la heteroeducación, como acción
educativa de uno sobre otro, no es matoneo, extorsión, abuso, o sea, “coacción intimi-
datoria”, en el sentido moralmente reprobable del término, que no se corresponde con
el significado del término ‘educación’ y que, ya, en algunos casos es, legalmente, cons-
titutivo de delito. La educación no es coacción intimidatoria y ni siquiera es coacción,
como acción de uno sobre otro, porque también hay autoeducación.
Pero aun así, las personas podemos encontrarnos, por otra parte, en situaciones
en las que existe un falso grado de libertad determinado por la coacción intimidante.
Esta situación se da con bastante frecuencia en las escuelas. Hasta hace muy poco
tiempo, era usual que el profesor colocase a los alumnos en la situación de tener que
elegir entre el estudio y el castigo físico severo. En efecto “estudia o te castigo” es una
de esas alternativas en las que ninguna de las opciones a elegir supone la anulación
de la posibilidad de elegir la otra ulteriormente; yo podría, como alumno, estudiar
para no sufrir el castigo, pero, posteriormente, podría, por contra, elegir el castigo
y no estudiar, dependiendo del nivel de saturación de la función y de la convicción
que tenga de que el coaccionador hará lo que dice. Ambas opciones sólo se excluyen
mutuamente en cuanto al momento de realización.
Adviértase que incluso el profesor que obra con fundamento pedagógico y busca lo
mejor para su alumno, está tentado a justificar la intimidación coactiva bajo la convic-
ción de que el educando es un sujeto en desarrollo incapaz de organizar su mundo por
sí sólo con lucidez y, por consiguiente, debido a las dificultades que entraña el intento
de hacer comprender al alumno la conveniencia de una conducta que el educador sabe
que es valiosa educativamente hablando, pero que el alumno, o bien la capta errónea
y subjetivamente como no valiosa, o bien no la comprende de ningún modo, le fuerza
con intimidación y castigo a hacer lo que quiere el educador.
486 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Lo correcto sería decir que la función del educador es lograr que el alumno quiera
lo que hay que hacer para educarse, o lo que es lo mismo, quiera lo que debe querer el
educador para educar, que, en este caso concreto, se centraría en hacer que el alumno
quiera saber y comprenda esa necesidad, para actuar desde ella, en lugar de la coacción
intimidatoria.
Evidentemente, ante una coacción intimidatoria eficaz, el educando hará lo que
quiere el coaccionador. Basta con que el educador proponga al educando una alternativa
menos deseable para éste que aquella otra acción que aquél desea que el educando
cumpla, para que éste sea mero ejecutor de lo que el profesor quiere. Se comprende
que el educando haga lo que quiere el profesor —a pesar de que el educando no lo
quiere— porque, de no hacerlo, se encontraría inevitablemente ante otra situación que
todavía desea menos (la alternativa coactiva intimidatoria del castigo). Pero se compren-
de además que se le niega la condición de agente porque se le fuerza a escoger entre dos
situaciones que no quiere: la que el profesor quiere (que sepa la lección y estudie para
lograrlo) y la alternativa coactiva (recibirás un severo castigo, si no estudias). En esta
encrucijada, la voluntad del educando se anula; ni elige lo que quiere, ni hace lo que
quiere, sino que hace lo que no quiere, porque lo quiere el educador. Se ha quebrado la
voluntad del alumno.
Como ya hemos dicho, el alumno, forzado, realiza A (estudiar), bajo amenaza de
duro castigo (B), para evitar el castigo, y de ese modo se consigue C (saber el tema),
pero no quiere ni A ni B ni C: su voluntad ha sido quebrada sin hacerle comprender el
valor de saber C y cómo conseguirlo, por medio del sentido de acción adecuado (hacer
A, porque estudiar es una condición necesaria de saber la lección).
Por una parte, es conveniente reconocer que estudiar no es una necesidad en el
mismo sentido que saber o resolver un problema. Saber o resolver un problema es
una necesidad en sentido psicológico, lo mismo que restablecer la salud o curarse, y
en todos esos casos la necesidad psicológica se convierte en finalidad en el marco de
la acción humana, porque hay relación valor-obligación, tal como hemos visto en el
capítulo 5, epígrafe 3.2. El recurso que utilizamos para poder satisfacer la necesidad es
el libro, las disciplinas, en un caso, y la medicina recetada, en otro, y ambos son ordi-
nariamente recursos específicamente apropiados para esa necesidad. Lo que hay que
hacer para satisfacer la necesidad es, en un caso, estudiar, y en el otro, inyectarse la
medicina, y en ambos casos constituyen una necesidad lógica o condición necesaria.
La necesidad psicológica es la que nos exige algo (saber) sin marcarnos de forma
incondicionalmente eficaz el modo en que ha de ser satisfecha; lo que hay que hacer
para satisfacer la necesidad de saber (estudiar) no es una necesidad psicológica, sino
una condición necesaria (necesidad lógica) para solucionar la necesidad de saber. Y así
las cosas, al incitar a una persona a estudiar no la incitamos a una falsedad, antes bien,
la incitamos a que asuma lo que tiene que hacer (que ejecute una función específica,
vinculada de alguna manera a la finalidad y al recurso utilizado) para satisfacer su
necesidad de saber que es auténtica. Si esto no fuera así, tendríamos que decir que,
cuando incitamos a una persona a ponerse una inyección (para curar la enfermedad),
Agentes de la educación, complejidad estructural de la decisión… 487
la estamos incitando a una falsedad y no a hacer lo que tiene que hacer para satisfacer
su necesidad de salud que es auténtica (Touriñán y Sáez, 2012, cap. 6).
Cabe decir, por tanto, que entre necesidad psicológica, recurso a utilizar y función
que hay que ejecutar (necesidad lógica) se establece una vinculación específica que
hace posible su explicación y comprensión como acontecimiento y acción. Y cabe decir
también que unas veces usamos un recurso específico de la función a la que se vincula
para alcanzar la meta (libro-estudiar-saber) y en algunos casos, además, utilizamos
recursos moduladores (reforzadores o inhibidores) para que se ejecute la función nece-
saria para lograr la mejor la satisfacción de la necesidad).
que es específico para la función que hay que ejecutar para alcanzar la meta (estudia-
mos el libro para alcanzar la meta y valoramos ese saber). En estos casos se establecen
vinculaciones intencionales de relación conceptual entre meta, recurso y función,
atendiendo al nivel de saturación o no de la función (cuanto tiempo llevo estudiando
y si necesito saber más). Es decir, si me saturo de estudiar hoy, ya no continuo en la
función, aunque mantenga un sentimiento positivo hacia esa función específica del
logro de la meta (saber).
A veces nos vinculamos intencionalmente (estudia para ganar una beca u otro pre-
mio). A veces el premio es sólo un reconocimiento social no buscado (le han dado un
premio por su trabajo). En casos patológicos nos vinculamos causalmente a premios y
castigos (ludopatías y conductas psicopáticas de aversión o placer en el castigo).
Pero cuando usamos recursos moduladores (reforzadores o inhibidores) con objeto
de que se ejecute la función necesaria para lograr la mejor satisfacción de la necesidad
(estudiar, libro, premios y castigos, saber), estamos usando un recurso que no es especí-
fico de la función a la que se vincula para alcanzar dicha meta (no estudiamos el premio
para alcanzar la meta, sino que conseguimos que estudie el libro (recurso específico
de la función) modulando con premio o castigo. Esto cambia el patrón de conducta.
No es vinculación intencional de relación conceptual entre meta, recurso y función.
Es vinculación programada que responde, atendiendo no solo al nivel de saturación o
no de la función (estudiar), sino al nivel de saturación de las funciones que se vinculan
conceptualmente con el premio y castigo (recibir recompensa y evitar el dolor).
La necesidad psicológica-finalidad, el recurso que utilizamos para poder ejecutar
la función que permite satisfacer la necesidad y lo que hay que hacer (la función que
ejecutamos) para satisfacer la necesidad, son tres cosas distintas que no se distinguen
siempre bien en el ámbito de la intervención educativa, porque, a veces, los premios y
castigos dejan de ser vistos como recursos moduladores que ayudan a la ejecución de
una función para alcanzar la meta y se convierten en la meta específica del estudio.
El reto fundamental en educación, respecto del uso los premios y castigos como re-
cursos, estriba en entender que los premios y castigos no son una condición necesaria
para el logro de la respuesta educativa (necesidad lógica), sino un recurso modulador
para motivar la realización de la acción y de reforzamiento de la acción realizada.
Son un recurso viable entre la necesidad y la determinación personal (SI(e)TE, 2010).
Desde esta perspectiva, y dado que la acción educativa es siempre perfectiva, parece
obvio que el límite pedagógico de los premios y castigos es su posibilidad real de ser
vinculados a aprender a corregir y superar el error y a reforzar la conducta de logro de
los objetivos educativos, por medio del reconocimiento externo.
Si esto es así, está claro que el riesgo pedagógico más obvio de los premios y cas-
tigos es el uso no técnico, de manera tal que el alumno llegue a vincular premio y
castigo como condición necesaria para corregir sus errores o avanzar en el logro de
los objetivos educativos. De este modo premios y castigos se convierten en finalidades
en sí mismos, sustitutos del objetivo, estableciendo una vinculación de dependencia
(“habitual”, “programada,” “interesada”, etcétera) con la función a realizar: ya no se
trata de estudiar para saber, sino de estudiar para recibir premio o evitar castigo, es
Agentes de la educación, complejidad estructural de la decisión… 489
decir, “qué me das, si estudio” o “qué me haces, si no estudio”, de manera tal que los
premios y castigos son percibidos como formas genuinas de chantaje, amenaza, so-
borno, coacción y venganza y cualquier otra forma espuria de utilizar la conciencia de
culpa y el reconocimiento de la propia excelencia. De este modo el premio y el castigo
pierden su lugar como recursos pedagógicos para aprender a corregir los errores y
reconocer y potenciar la conducta de logro.
Ante un cambio educativamente valioso, que supone un esfuerzo que el educando
no está dispuesto a realizar, sólo le quedan dos opciones al educador: o reconocer que
no es capaz de establecer en el educando los determinantes internos de ese cambio, o
integrar la conducta a realizar de forma arbitraria en una respuesta programada del
educando y que no es específica para la realización de esa conducta. La primera opción
supone reconocer el fracaso educativo en ese caso concreto, pero respetar la condición
de agente en el educando. La segunda opción supone conseguir un determinado resul-
tado, pero negar, en la práctica, la condición de agente al educando. Evidentemente,
en los cambios específicos de explicaciones cuasi-causales y teleonómicas, las opor-
tunidades de que el educando no se determine hacia la conducta que se le impone
están reducidas; basta con que el educando identifique la conducta a realizar como
una actuación propia de la función a la que se la vincula y que no esté saturada esa
función en el alumno, para que se determine a realizar la conducta esperada. En estos
casos hace (X), y, al hacer (X), logra (Z), sin que pueda decirse que (Z) era el objeto de
su intención. Su intención era jugar o evitar el castigo severo u otra programada, pero
no aprender (Z).
La cuestión, tal como está planteada, es una cuestión de principio pedagógico y,
desde ese punto de vista, hay que reconocer con fundamento de elección técnica que
la coacción intimidatoria sólo aparentemente consigue el resultado educativo:
La coacción intimidatoria crea un clima de violencia no necesario en el aula, por-
que en los casos en que surte efecto, el coaccionado tiene la firma convicción de
que, si no hace lo que le dicen, se producirían para él unas consecuencias mucho
más perjudiciales.
La coacción intimidatoria produce un efecto de desplazamiento arbitrario de las
relaciones lógicas entre conductas a realizar y metas a conseguir. La conducta
coactiva que amenaza no es pedagógica, porque los determinantes internos de la
conducta a realizar por el educando no son específicos para la realización de esta
conducta, sino inhibidores de la misma y potenciadores arbitrarios de otra meta
programada (para evitar el sufrimiento, no para saber).
En los cambios de estado específicos de explicaciones teleonómicas, se trata de poner
en marcha una conducta (X), que es propia de una función programada (la función
lúdica, por ejemplo). En este caso, el alumno hace (X), que es un juego, para jugar (Y);
lo que ocurre es que, al jugar del modo (X) que ha sido convenientemente preparado
por el profesor, el alumno aprende (Z). En la situación coactiva-intimidante, la con-
ducta (X) no es específica de la función programada a la que se vincula (estudiar no
es específico de evitar severo castigo). Tanto en un caso, como en el otro, el alumno
hace (X) para mantener la función (Y), y, al hacer (X), se produce (Z) que es el
490 Dónde está la educación J.M. Touriñán
resultado que quería lograr el profesor. Sin embargo, mientras que, en el primer caso,
(Y) es un determinante interno del alumno, específico para hacer (X), en el segundo
caso, (Y) es un determinante interno del alumno que no está lógicamente implicado
con la conducta (X): (estudiar-saber, no implica salvar la vida-evitar sufrimiento). En
este caso, el profesor coacciona intimidando en lugar de esforzarse en despertar en el
educando la necesidad de saber y el valor de hacer lo que hay que hacer para saber.
Sustituye intervención pedagógica por coacción intimidatoria.
Con todo, permítaseme hacer una serie de precisiones en torno al concepto de
coacción intimidatoria:
a) Coacción intimidatoria no es hacer lo que quiere el coaccionador. Incluso hay coac-
ción, si no se hace lo que quiere el coaccionador; lo que ocurre es que la coacción
no siempre surte el efecto que el coaccionador espera.
b) Coacción intimidatoria no consiste en hacer una cosa que no se quiere. En muy
diversas situaciones de la vida, que no son coactivas, hacemos cosas que no que-
remos; no son poco frecuentes las situaciones no coactivas en las que se pone de
manifiesto que:
No elegimos todo lo que deseamos.
Aceptamos para un fin elegido y como condición necesaria cosas que no que-
remos, bien porque no son valiosas, bien porque no las deseamos. Por ejemplo,
mentir a un enfermo en grave estado, para evitarle un “shock” perjudicial, o
tomar una medicina fuertemente ingrata al paladar, para curarnos.
Podemos querer, sin que sean condición lógica, y, por tanto, elegir y desear
cosas que no son valiosas.
c) La coacción intimidatoria no es sólo encontrarse en una situación, sin que se nos
haya pedido nuestra libre aquiescencia para estar en ella. Si la coacción fuera eso,
no distinguiríamos entre una situación limitada y una situación coactiva. Una si-
tuación limitada es, por ejemplo, la que se produce cuando naufraga el barco en el
que me encuentro y tengo que elegir entre salvar mi vida y salvar el cargamento.
Nadie me coacciona, pero me encuentro en la situación, sin que se me haya pedido
mi libre aquiescencia para estar en ella.
d) La coacción intimidatoria sólo se da cuando, necesariamente, otro me impone la si-
tuación y me fuerza a responder a ella aunque no la acepte. La coacción intimidatoria
es la violencia física o psíquica de amenaza, acoso, abuso, chantaje, extorsión, que
una persona ejerce sobre otra, a fin de obtener algo de ella, que esa persona diga o
haga algo que voluntaria y deliberadamente no acepta (ni quiere A, ni quiere B, ni
quiere C).
Es precisamente ese carácter impositivo específico, el que hace que a la coacción
sólo se responda, bien con la sumisión, es decir, con el cumplimiento de un mandato
que procede de una voluntad ajena a la nuestra y con cuyo contenido no estamos de
acuerdo, bien con la sublevación. De ningún modo la coacción da lugar a la obediencia,
que es el cumplimiento intencional de un mandato en un ámbito, con independencia
del acuerdo o desacuerdo respecto de su contenido, por la confianza que nos merece
en ese ámbito la persona que nos manda.
Agentes de la educación, complejidad estructural de la decisión… 491
hagamos cosas que deseamos o queremos. Como ya hemos visto, ni elegimos todo lo
que deseamos, ni deseamos sólo cosas valiosas y, en determinadas ocasiones, la elec-
ción de un cambio nos impone como condición necesaria hacer algo que no se desea.
En la acción educativa se supone que el educando está en una situación aceptada,
pero no es suficiente que la situación sea aceptada para que la acción sea educativa,
pues bien pudiera ocurrir que propongamos en una situación aceptada por el edu-
cando cambios no deseables educativamente. Por el hecho de respetar la condición
de agente en el educando, la educación es acción del educando; pero, si proponemos
cambios que no son valiosos educativamente, la acción, por principio de significado,
no será acción educativa. Afirmar lo contrario equivale a identificar erróneamente ac-
ción educativa con acción voluntaria. Toda acción educativa es una acción voluntaria,
pero no toda acción voluntaria es acción educativa, porque, en ese caso, defenderíamos
contradictoriamente que, dejar de hacer lo que hay que hacer para educarse, que es
voluntario, es educativo.
En el proceso de intervención educativa el educador nos puede colocar, además,
en situación de aprendizaje como una situación externa y ajena a nuestra intención de
educarnos. En estos casos, el hábito adquirido para cambios educativos, la satisfacción
de un deseo, la obediencia o la confianza que nos merece el educador, u otros deter-
minantes internos de la conducta del alumno, como su deseo de jugar o su curiosidad
espontánea, pueden ser móviles que lleven al educando a responder al cambio edu-
cativo que se le presenta. En estos casos, en los que no hay intención educativa en el
alumno, la intencionalidad exclusiva o no de educar y el fundamento de justificación
moral y teleológica se encuentra en la conducta del agente educador. Podemos decir,
por tanto, que:
a) La acción del educador debe dar lugar a una acción del educando y no sólo a un
acontecimiento. Esto exige que la acción del educador que busca un cambio de
estado en el educando:
No anule las oportunidades de querer o no querer ese cambio por parte del
educando.
No anule las oportunidades de elegir no hacer el cambio por parte del educando.
Permita que el educando quiera el cambio sin confundirle en su proceso de
deliberación.
b) La intervención educativa debe hacerse para lograr cambios valiosos educativa-
mente hablando. Esto supone:
Que el técnico educador no es un especialista en operativizar cambios sin ningu-
na competencia respecto a la índole educativa de los cambios que persigue, sino
que, como técnico, sabe qué cambios son valiosos educativamente hablando y,
por tanto, no se le va a pedir que trabaje para conseguir que el educando quiera
y haga lo que tiene que hacer para que se produzca en él un cambio respecto del
que aquél está convencido que no es valioso educativamente hablando.
Que el técnico educador debe saber cuál de esos cambios valiosos es el aconseja-
ble para satisfacer la necesidad educativa del educando. Adviértase que esto no
supone, sin más, que el técnico en educación elija los fines del sistema educativo.
494 Dónde está la educación J.M. Touriñán
o lúdica son determinantes internos específicos para que se produzca el resultado edu-
cativo. El niño hace (X) para mantener activa la función lúdica (Y), por ejemplo; lo que
ocurre es que, al jugar de la manera (X) que ha sido preparada convenientemente por
el educador, está consiguiendo (Z) que no es el objeto de intención del alumno. Hace
(X) para jugar (Y), no para alcanzar (Z); pero se produce (Z) por medio del juego (X). El
hecho de que, en educación, existan conductas específicas de explicaciones cuasi-cau-
sales y teleonómicas permite afirmar que puede haber heteroeducación sin intencionalidad
educativa en el alumno, pero no sin intencionalidad educativa en el educador.
Pero además, el hecho de que existan en educación conductas específicas de expli-
caciones cuasi-causales y teleonómicas permite afirmar que puede haber heteroeducación
sin intencionalidad educativa en el alumno por medio de procesos informales de educación.
Es el caso en que una persona, que tiene hábito de leer, aprende a través de la lectura
de un libro un tipo de asociación nueva para ella y valiosa educativamente hablando,
sin que el objeto intencional de su lectura fuera descubrir y asimilar esa nueva asocia-
ción educativa, que fue incorporada al libro por el autor como recurso para imprimir
realismo a su obra, por ejemplo. Cabe la posibilidad de que el educando alcance “Z”
(resultado educativo) sin que sea “Z” el objeto de su intención y sin que el libro que leía
estuviese ordenado intencionalmente de forma exclusiva para lograr “Z”. Son situacio-
nes particulares de heteroeducación mediante procesos informales de educación, pero
no dejan de ser reales cuando se producen.
Los procesos de autoeducación son procesos en los que los cambios educativos que se
producen en un sujeto son resultado de acciones que ese sujeto realiza sobre sí mismo a
partir de procesos educativos formales, no formales e informales y a partir de cualquier
tipo de influencia. Son procesos de autoeducación, porque el sujeto que recibe la edu-
cación, no sólo es el agente del cambio que en sí mismo se produce, sino también el
que se propone a sí mismo el cambio educativo; es decir, es autoeducación, porque las
enseñanzas educativas se las da uno a sí mismo, no están expresas en las influencias
de otras personas: son cambios a partir de experiencias que otros nos comunican; el
educando es agente actor y agente autor.
Los procesos de heteroeducación son procesos en los que los cambios educativos que
se producen en un sujeto son resultado de acciones que ese sujeto realiza sobre sí mismo
por medio de procesos educativos formales, no formales e informales. Son procesos de
heteroeducación, porque el sujeto que recibe la educación es agente del cambio que en
sí mismo se produce, pero no es él solo agente de la propuesta de ese cambio, porque
las enseñanzas educativas en este caso no se las da uno a sí mismo, sino que es otro
agente (el educador) el que por medio de su comunicación nos manifiesta de modo
expreso las enseñanzas educativas: son cambios por medio de las experiencias educativas
que otros nos comunican; el educando es agente actor, pero no es autor de la propuesta
de cambio.
En la autoeducación el educando puede ser agente del cambio educativo, porque se
determina intencionalmente hacia la meta y, además, puede ser agente de la propuesta
de cambio y de los modos lograrlo.
En la heteroeducación el educando es agente del cambio, porque hace lo que le
proponen. Pero no es por sí solo el agente de la propuesta del cambio y de los modos de
496 Dónde está la educación J.M. Touriñán
lograrlo, porque hay otro agente, el educador, en cuya intervención está expresamente
manifestado el valor de ese cambio y la propuesta de actuación correspondiente.
En los casos de autoeducación, se da en el educando como agente una intencio-
nalidad educativa, es decir, ordena los contenidos y métodos para descubrir y lograr
un resultado educativo. En estos casos, es agente porque la propuesta, los modos de
lograrlo y el resultado educativo son cambios que él hace que acaezcan y ha decidido.
Las situaciones de autoeducación suelen producirse a partir procesos de heteroedu-
cación (según el caso, procesos formales, no formales o informales de educación), pero
ese no invalida la autoeducación. Un caso típico de autoeducación se produce cuando
una persona, a partir de una lectura encuadrada en procesos formales, no formales o
informales de educación, ordena sus aprendizajes para establecer nuevas asociaciones
y puede afirmarse que esas asociaciones no estaban en el texto leído. En este caso, la
intención es realizar esas asociaciones y se realizan a partir de las experiencias que
otros le habían comunicado. Puede haber autoeducación a partir de procesos formales,
no formales e informales y puede haber resultados de valor educativo en la llamada
educación espontanea (es el caso del aprendiz de carpintero que usa la garlopa para
hacer un mueble y, al usarla de modo eficiente, genera una mejora “espontáneamente”
de destrezas de valor educativo: la intención es alisar la madera para hacer le mueble,
pero se obtienen destrezas educativas, como resultado de esa actividad y de mejora de
esa actividad, aunque el carpintero no sea consciente de que está logrando una mejora
educativa; o es el caso del niño del rural que, trepando a los árboles, adquiere una
mejora del equilibrio).
En la heteroeducación, desde procesos informales, la finalidad educativa es, por
parte del educador, un medio para otra finalidad y el logro educativo en el educando es
consecuencia de una actividad cuya finalidad no era educarse (aprendizaje educativo
por medio de la lectura de un libro que incorpora una asociación educativa para impri-
mir realismo y que el educando asimila porque quiere leer el libro y divertirse con el
contenido realista de la obra, no porque quiera educarse). En la autoeducación el logro
educativo es la consecuencia de la actividad intencionalmente educativa.
En la llamada “educación espontánea” el resultado de valor educativo es una con-
secuencia de una actividad intencional de ejercicio de una destreza, de uno sobre sí
mismo, para una finalidad ajena a la educación (aprendiz de carpintero-garlopa: alisa
madera para hacer un mueble y mejora destreza psicomotora de valor educativo sin
pensar en educarse y, posteriormente, puede mejorar, incluso de manera intencional,
su destreza por sí mismo o con ayuda de los demás y valorar educativamente esa
mejora). Es decir, en la acción espontanea se cruzan condiciones propias de los proce-
sos de autoeducación (es uno mismo el que se mejora) y condiciones de los procesos
informales de educación (la mejora es una consecuencia de otra finalidad) dentro del
marco genérico de desconocimiento por parte del que actúa de que el proceso en el
que está inmerso sea el de educar. Pero eso no la convierte sin más en educación, como
ya hemos apuntado en el epígrafe 5.2 de este capítulo y como veremos con más detalle
en el capítulo siguiente, epígrafe 2.
Como ya hemos dicho, en los casos en que no hay intencionalidad educativa en el
alumno (procesos informales), juegan un papel específico las conductas vinculadas por
Agentes de la educación, complejidad estructural de la decisión… 497
medio de conexiones programadas: el educando hace X para Y, pero al actuar del modo
adecuado X para Y, se produce Z que es resultado educativo. En los casos de acción
espontánea, juega un papel específico el efecto de la propia acción: hace X para Y (alisar
la madera) y el efecto propio de alisar, es una destreza que valoramos educativamente.
En los casos de heteroeducación, el educador es agente, porque a él le corresponde
manifestar la intencionalidad educativa de forma exclusiva o no para lograr el resulta-
do de la educación. Pero, a su vez, el educando es agente, porque no basta con que el
educador disponga las cosas para que se produzca el cambio educativo en el educando;
es necesario que éste se determine hacia la conducta que le propone aquel. El educan-
do es agente de los cambios que propone el educador, porque, por alguna razón, hace
lo que le proponen: adviértase que decimos hace lo que le proponen por alguna razón.
Esto significa que el resultado educativo podría producirse en él sin el conocimiento o
la intención de lograr el cambio educativo propuesto. Precisamente por eso podemos
hablar incluso de educación en edades infantiles: el educando es agente porque hace lo
que le proponen y el educador es, a su vez, agente, porque dispone las cosas para que
el educando haga lo que tiene que hacer y se alcance la meta.
Con intención de precisar el lenguaje conviene recordar que hablar de las causas
como si fueran agentes que actúan, siendo responsables de sus efectos, es servirse de
un lenguaje analógico o metafórico; el mismo lenguaje que se utiliza, cuando decimos
que los agentes son causas. Las causas operan, producen su efecto sin hacer; basta con
que estén presentes en las circunstancias propicias. Los agentes no basta que estén
presentes en el momento oportuno para producir el resultado, tienen que hacer algo:
“Cuando decimos que la causa da lugar al efecto no queremos significar que la
causa lo provoque haciendo algo. Gracias al hecho de tener lugar la causa logra el efecto
(...). Pero al hacer (agente) que la causa ocurra logramos o damos lugar a lo mismo que
la causa produce por el hecho de tener lugar. Decir que nosotros causamos efectos no
es asegurar que los agentes sean causas. Significa que hacemos cosas que, a título de
causas, producen efectos” (Wright, 1979, p. 93).
Aunque de modo distinto, como acabamos de exponer, el educando es también agente
de los cambios educativos que en sí mismo se producen, porque, como dice Pinillos:
“La forma en que inicialmente se libera el hombre de la tiranía del estímulo es la
conversión de éste en un evento mental sin consecuencias ejecutivas necesarias (...).
Esa representación mental puede reanudar la causación interrumpida transitoriamente
y dirigir la actividad cerebral hacia una respuesta efectiva quizás adaptativa, pero no
directamente determinada por la estimulación” (Pinillos, 1978, p. 29)
Así las cosas, el educando es agente de los cambios educativos que en sí mismo se
producen, porque “por alguna razón” los quiere, si bien su intención no tiene por qué
ser la de educarse en cada caso. Podemos no ser libres de encontrarnos en una deter-
minada circunstancia; con frecuencia nos encontramos en una circunstancia sin que
se nos pida nuestra libre aquiescencia. No somos libres de estar o no en ella, pero esto
no supone sin más que no podamos determinarnos a actuar de un modo u otro. Lo
propio de las circunstancias es que nos colocan forzosamente en situación de actuar,
498 Dónde está la educación J.M. Touriñán
YO
Singularmente
personal
Sentido de la educación
Permanente (temporal),
Glocal (espacial),
Cultural (género),
Formativa (diferencia
específica)
democráticos. Se precisa, sobre todo, impulsar una ciudadanía activa que se sienta
parte en la permanente construcción de la sociedad democrática.
El reto de la educación derivado del sentido intercultural de la diversidad consiste en
pensar y creer en el individuo como ser capaz de combinar la cultura universalizada
y la circundante, realizando “desplazamientos” de una a otra sin problemas, porque
su yo multifacético está inevitablemente abierto a influencias procedentes de fuera de
su contorno. La cuestión no es el derecho a una cultura universal o local uniformi-
zadas, sino el derecho a combinar libremente la experiencia personal y colectiva bajo
la garantía de reservarse el derecho de entrar y salir en cada oportunidad cultural,
que siempre representa el otro y lo otro. El reto intercultural es pensar en el indi-
viduo como ser capaz de entrar y salir de las diversas creaciones culturales sin que
ello suponga un atentado a su dignidad y autonomía, y con la posibilidad de realizar
“desplazamientos” entre ellas porque su formación y su yo, multifacético, lo dotan de
competencias para ello.
De este modo, salimos al paso de propuestas interculturalistas “ingenuas” que, en
su afán de defender la penetración de culturas, entienden que lo intercultural supone
relativistamente aceptar que cualquier tradición es buena, porque se perpetra y perpe-
túa en un país, incluso si esa tradición va en contra del desarrollo científico-tecnológico
y el progreso moral de la sociedad. Sería contradictorio en los términos aceptar como
intercultural la perpetuación de la ablación de clítoris, porque es la tradición en un
país, o el mantenimiento de la desigualdad de derechos para la condición femenina o la
defensa de regímenes totalitarios fundamentalistas que, de un modo u otro, sojuzgan
la dignidad humana de los otros. La propuesta intercultural no es una propuesta en
el vacío, supone un compromiso moral con la dignidad de las personas, los derechos
humanos, el entorno, el desarrollo científico-tecnológico y el progreso moral de la
sociedad pluralista, abierta y democrática (Touriñán, (Dir.), 2012, cap. 1). Es una
propuesta que marca el sentido de la diversidad en la educación y la cualifica en un
determinado marco cultural territorial, pero no determina el significado de educación,
porque hay educación pluralista que no es intercultural (Touriñán, 2013c).
Para mí, y frente a los fundamentalismos, esta propuesta exige, entre otras cosas, el respeto
a la diversidad y la inclusión como derechos de tercera generación. Se comprende, desde
esta perspectiva, que la UNESCO, en su estudio detallado y programático acerca de
la diversidad creativa que fue realizado por la Comisión Mundial de Cultura y Desa-
rrollo, proponga las siguientes claves conceptuales para la formulación y orientación de las
misiones y metas de las instituciones que promuevan actividades culturales (UNESCO, 1997,
2002 y 2005):
Aceptar la diversidad creativa.
Favorecer el capital humano.
Fomentar la innovación productiva.
Impulsar la cooperación al desarrollo.
Respetar la identidad cultural y la multiculturalidad.
Promover la interculturalidad y la integración cultural.
Apoyar los canales tecnológicos de comunicación e información para el crecimiento
de la cultura.
Agentes de la educación, complejidad estructural de la decisión… 503
YO
Singularmente
personal
EL OTRO LO OTRO
Próximo Relación de género (cultural) Transnacional
ambiental Diversidad-diferencia Universal
(intercultural)
Convivencia cualificada y
especificada como ciudadana
Hoy en día se mantiene que el siglo XXI no será el siglo del poder ejecutivo, ni del
poder legislativo; será, preferentemente, el siglo del poder judicial. Si esto es así, es
legítimo preguntarse, frente a la inmigración o a la invasión cultural: ¿con qué derecho
506 Dónde está la educación J.M. Touriñán
se exige un derecho nuevo de una minoría cultural en un territorio de acogida que pue-
de conculcar derechos reconocidos constitucionalmente en ese territorio? (Touriñán,
2006a). Conviene recordar aquí, como dice el profesor Otero Novas, que, a la vista de
los textos internacionales, no es discriminación racial, la política que distingue entre
derechos de los ciudadanos y no ciudadanos, ni la que limita o regula la concesión
de ciudadanía; limitar los derechos de la inmigración no está proscrito por ninguna
norma internacional, ni viola los convenios que condenan la discriminación racial
(Otero Novas, 2001). Hay que asumir el compromiso de voluntades que representan
la diversidad y la diferencia con el otro y lo otro, para construirse a uno mismo y
reconocerse con el otro y lo otro en un entorno cultural diverso de interacción, por
medio de los valores que hay que elegir, decidir, comprometerse y realizar, haciendo
integración afectiva, cognitiva y creadora en cada caso.
Desde el sentido de la educación, cada acto educativo potencia el significado de la
formación para el desarrollo cívico como formación para la convivencia ciudadana,
porque el desarrollo cívico es capacidad de convivencia ciudadana y la convivencia
ciudadana es relación comprometida entre la identidad y la diversidad en un marco
territorial; un marco territorial legalizado en el que el reconocimiento del otro y de lo
otro no responde a patrones naturales, sino a ajustes, modelos y enfoques de penetra-
ción cultural, con el objetivo de hacer integración territorial de las diferencias en cuanto
ciudadanos y de propiciar la inclusión transnacional de la diversidad desde el concepto
desarrollo cívico planetario que trasciende las fronteras territoriales de la comunidad
particular de cada grupo. La decisión pedagógica en este caso es clara. La escuela debe
asumir su responsabilidad cívica. Ya no basta con promover la adhesión al sistema y
valores democráticos. Se precisa, sobre todo, impulsar una ciudadanía activa que parti-
cipa en la construcción de la sociedad democrática propiciando la convivencia ciudadana
como desarrollo cívico intercultural, tal como queda reflejado en el Cuadro 39.
Educación POR (Desarrollo cívico entendido como Educación PARA (Desarrollo cívico
ámbito general de educación y como ámbito de entendido como ámbito vocacional y
educación general) profesional)
Formas de
Dimensiones expresión
Generales de Ámbito de educación convenientes para
intervención derivado Área de educar con cada
(inteligencia, experiencia cultural área: expresión
afectividad, voluntad, “ciudadanía” o plástica, expresión
operatividad, desarrollo cívico dinámica (mímica,
proyectividad, no-verbal, gestual, y
creatividad), en cada rítmica), expresión
área, mediante Posibles ámbitos lingüística (verbal:
procesos de auto y de educación oral, escrita y de
heteroeducación construidos sobre signos), expresión
para el logro de las áreas de matemática,
hábitos experiencia expresión musical,
fundamentales de expresión audio-
desarrollo visual, expresión
digital, expresión
mediática (radio,
prensa, televisión),
expresión gráfica,
Valores guía derivados para la táctil, olfativa y
decisión técnica en la relación gustativa, expresión
educativa mixta o compleja, etc.
2002, Kuper, 2001). Estas dos tendencias han consolidado en el tiempo posiciones
antagónicas expresadas en distintas épocas bajo alternativas tales como movimiento
ilustrado-movimiento romántico, movimientos liberalistas-movimientos societaristas,
movimientos globalistas-movimientos ecologistas. En las posiciones comunitaristas
se defiende el sentido público respecto de los valores y creencias. En las posiciones
más próximas al individualismo se defiende el sentido privado respecto de los valores
y creencias. Para los primeros, la convivencia tiene mucho que ver con la idea de
compartir identidad y para los segundos, la convivencia se ajusta más a la idea de estar
juntos en la diversidad.
Bajo estos antagonismos siempre han estado latiendo la amenaza fundamentalista
del adoctrinamiento y la ilusión antipedagógica del neutralismo que ya hemos anali-
zado críticamente en los capítulos 2 y 5. Y como hemos fundamentado en el epígrafe
1 de este capítulo, desde una perspectiva pedagógica, es incuestionable que se trata de
entender que el reto es hacer frente a la responsabilidad compartida jurídica y social-
mente, sin renunciar a las competencias de cada una de las instituciones implicadas.
Ni los padres son los profesionales de la educación, ni la escuela tiene que suplantar
o sustituir la función de la familia. Ni el educando debe dejar de ser agente de su
educación. Sociedad civil, familia, Estado y escuela afrontan el reto de la formación,
no sólo como una cuestión de hecho, sino como un compromiso de voluntades hacia
lo que es valioso en la educación: el desarrollo personal y la convivencia pacífica en la
sociedad abierta y pluralista. De tal manera que, la solución en la educación no está en
elegir en lugar del educando su modo de vida, sino en elegir aquellos modos de inter-
vención pedagógica que garantizan la capacitación del educando para elegir y realizar
su proyecto de vida, aprendiendo a construir y usar experiencia para responder a las
exigencias del desarrollo cívico en cada situación, de acuerdo con las oportunidades.
La orientación formativa de desarrollo cívico aparece así como un ejercicio de edu-
cación en valores orientado al uso y construcción de experiencia axiológica relativa al
funcionamiento de la relación entre los principios de legalidad y legitimidad en cada
persona como agentes de convivencia en un espacio cualificado y especificado como
espacio ciudadano: el del desarrollo cívico, que se constituye en ámbito de formación
para la convivencia ciudadana.
Y esto quiere decir que la formación con el área cultural “ciudadanía” no busca
la confrontación, sino la sinergia y la convergencia de líneas de trabajo que identi-
fiquen la orientación formativa de desarrollo cívico como objetivo de educación y
a los sistemas educativos y a las comunidades como instrumentos de convergencia
de diversificación, identidad y territorialización por medio de la formación para la
convivencia ciudadana, o lo que es lo mismo, como instrumentos desarrollo cívico;
en definitiva, como instrumentos de convergencia de individualización y socializa-
ción en el marco legal territorializado. La relación entre el yo, el otro y lo otro se
decanta desde el sentido de la educación como sentido de diversidad intercultural,
permanente, glocal y de formación (general, profesional o vocacional) vinculado al
desarrollo cívico, se identifique o no con este una asignatura concreta de formación
para la convivencia ciudadana.
512 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Toda decisión se hace desde la realidad personal del sujeto que decide, y, por tanto,
la libertad del hombre depende en cada caso concreto del grado de presencia o ausen-
cia de los medios internos y externos que hacen posible la respuesta. No por otra cosa,
sino por esto, se dice que la libertad humana es siempre una libertad condicionada, y no
siempre se dispone de las oportunidades pertinentes para realizar lo que se decidiría,
o lo que nos proponen.
En toda decisión, la respuesta a las exigencias que se plantean en cada situación
puede hacerse respetando sólo las relaciones que en cada circunstancia se dan entre
una necesidad de un ámbito y lo que consideramos satisface esa necesidad o respetando
además las que se dan entre la satisfacción de esa necesidad y las necesidades de otros
ámbitos. Esa consideración marca la diferencia entre decisión técnica, moral y política.
Toda decisión se lleva a cabo en una determinada circunstancia. La circunstancia
no es una mera hipótesis mental, sino un conjunto de condiciones internas y externas
a nosotros mismos, en las que o con las que nos encontramos urgidos a reaccionar y
responder. Y la característica radical de la circunstancia es que, aunque nuestro deseo
no tenerlas en cuenta, influyen en nuestra decisión o en sus consecuencias.
Las circunstancias no siempre se pliegan con absoluta docilidad a nuestras acciones,
porque el esquema real no es una simple copia del esquema mental, ni la realidad in-
terna ni la externa nos permite hacer cualquier cosa de cualquier modo. Tenemos una
libertad condicionada; pero, además, tenemos una libertad limitada, porque nuestras
decisiones afectan a unas relaciones de diversos ámbitos que producen sus efectos con
independencia de que pensemos en ellos o los tengamos presentes. Y así las cosas, lo
que corresponde a una decisión fundada es no solo el sentido de acción, sino también
el sentido de vida que asumimos en nuestros proyectos.
Podemos no ser libres de encontrarnos en una determinada circunstancia; con
frecuencia nos encontramos en una circunstancia sin que se nos pida nuestra libre
aquiescencia. No somos libres de estar o no en ella, pero esto no supone sin más que
no podamos determinarnos a actuar de un modo u otro. Lo propio de las circuns-
tancias es que nos colocan forzosamente en situación de actuar, pero no son, cuando
hablamos de educación, ni situaciones de grado de libertad nulo, ni situaciones de
coacción, adoctrinamiento o manipulación.
Por último, como ya hemos dicho, podemos encontrarnos con procesos educativos
que no son resultado de una decisión intencional del educando. En los procesos de he-
teroeducación, como hemos visto, el otro agente de la educación —el educador— nos
puede colocar en situación de educación como una circunstancia externa y ajena a
nuestra intención de educarnos. En estos casos, el hábito adquirido para cambios edu-
cativos, la satisfacción de un deseo, la obediencia, o lo que es lo mismo, la confianza
que nos merece el educador y otros determinantes internos de la conducta del alumno,
como su deseo de jugar o su curiosidad espontánea pueden ser los móviles que lleven
al educando a responder al cambio educativo que se le presenta. En estos casos, la
intencionalidad exclusiva o no de educar y el fundamento de justificación teleológica
se encuentran, por supuesto, en el agente educador.
La intervención pedagógica tiene que respetar la condición de agente en el educan-
do. La acción del educador puede dar lugar a conductas en el educando explicables
Agentes de la educación, complejidad estructural de la decisión… 515
propias de la educación, porque esto es no decir nada. Pero tampoco quiere decir sim-
plemente pedagogía de la acción cuyo resultado es la propia acción. Lo que se defiende
con la actividad como principio de educación no es favorecer el sentir, pensar o elegir,
por el puro hecho de sentir, pensar o elegir, sino que interesan esas actividades como
principios de los que proceden los resultados educativos.
El activismo vendría a defender el carácter educativo de la acción por la acción, o
lo que es lo mismo, bastaría con que el alumno haga voluntariamente algo para que se
eduque. Pero esta postura es rechazable porque confunde la acción voluntaria con la
acción educativa y nos lleva a defender exclusivamente la acción del educando, cuando
lo que procede no es la negación de la actividad del educador, sino la conveniencia de
que, correlativa a la acción controlada del educador, se dé la acción en el educando.
Si reparamos en que el carácter inherente al significado de ‘educación’ proviene de
la complejidad objetual y que la complejidad objetual (lo hemos visto en el epígrafe
3, del capítulo 5), proviene de la actividad y que el sentido inherente al significado de
‘educación’ proviene de la vinculación entre el yo, el otro y lo otro en cada acto edu-
cativo (lo hemos visto en el epígrafe 6 de este capítulo), se sigue que la actividad está
presente en toda educación: desde una perspectiva, como principio de intervención y,
desde otra, como principio de educación. Y precisamente por ser esto así, se explica
que la actividad se convierta en el principio-eje vertebrador de la educación y represente el
sentido real de la educación como actividad dirigida al uso y construcción de experien-
cia valiosa para generar actividad educada. La actividad se convierte en el principio-eje
vertebrador de la educación y representa el sentido real de la educación como actividad
dirigida al uso y construcción de experiencia valiosa para generar actividad educada.
Usamos la actividad común para educar, educamos las competencias adecuadas de
la actividad común y esperamos obtener actividad educada. Usamos la actividad de
manera controlada para lograr actividad educada y educar la actividad por medio de las
competencias adecuadas.
El principio de actividad, ni es pasividad, ni es activismo; es uso de la actividad de ma-
nera controlada para actuar educadamente. Y de este modo, la actividad y el control son
principios de la intervención pedagógica, derivados de la condición de agente que tiene
que construirse a sí mismo y reconocerse con el otro y lo otro en un entorno cultural
diverso de interacción, por medio de los valores que ha de elegir, decidir, compro-
meterse, haciendo integración afectiva, cognitiva y creadora en cada caso, de acuerdo
con las oportunidades. Y en esta tarea, los sistemas educativos y las comunidades se
identifican como instrumentos de diversificación, identidad y territorialización o lo
que es lo mismo, como instrumentos de convivencia y desarrollo cívico; en definitiva,
como instrumentos de convergencia de individualización y socialización en el marco
legal territorializado. La vinculación entre el yo, el otro y lo otro en cada acto educativo
concreto se decanta, desde la cualificación territorial, espacial, de género y de diferencia
específica como el sentido de la educación, de diversidad intercultural, permanente,
glocal y de formación (general, profesional o vocacional) vinculado al desarrollo cívico,
se identifique o no este con una asignatura concreta de formación para la convivencia
ciudadana, dentro de la orientación formativa temporal de la condición humana.
Capítulo
7
7.1. Introducción
7.2. Análisis conceptual de los procesos educativos ‘formales’, ‘no
formales’ e ‘informales’ de la educación
7.2.1. Necesidad general del estudio teórico de estos términos
7.2.2. L os términos formal, no formal e informal se predican de los
procesos de heteroeducación
7.2.3. Def inición originaria de los términos ‘formal’, ‘no formal’ e ‘informal’
en relación con educación
7.2.4. Carácter restivo de la def inición originaria de los términos
7.2.5. Violación del uso lógico de la partícula ‘no’ y de la partícula ‘in’
7.2.6. Redef inición de ‘informal’ en procesos de educación. Justif icación
de la diferencia entre la especie “informal” y las dos subespecies
“formal y no formal”
7.2.7. Redef inición de ‘formal’ y ‘no formal’ en procesos de educación.
Justif icación de la diferencia entre las dos subespecies ‘formal’ y
‘no formal’
7.3. La escuela entre la permanencia y el cambio. la orientación formativa
temporal
7.3.1. La escuela tiene un lugar propio en la educación
7.3.2. Educar, ni es escolarizar, ni se produce en un vacío socio-económico
7.3.3. Preguntas permanentes y respuestas cambiantes
7.3.4. El sistema educativo ya está definido en las leyes como un sistema para
educar. No es revolución, es reforma y orientación formativa temporal
7.3.5. Presupuestos pedagógicos de la descentralización
7.4. Los procesos educativos son procesos culturales
7.4.1. C
ultura, civilización y educación. Aproximación a la interrelación
desde la polisemia
7.4.2. L a propuesta glocal: ni localismo, ni globalismo; una convivencia
ciudadana planetaria
7.4.3. Criterios de racionalización de la oferta cultural
7.5. La educación para el desarrollo de los pueblos es orientación
formativa de convivencia planetaria
7.5.1. U na nueva dimensión del desarrollo cívico y un escalón en la
formación para la convivencia ciudadana planetaria
7.5.2. Hablar de convivencia ciudadana planetaria es comprometerse con
la suma, no con la resta
7.5.3. L a Educación para el desarrollo de los pueblos es un derecho de
cuarta generación
7.5.4. L a relación educación-desarrollo-innovación exige educar con la
sostenibilidad, el consumo y el emprendimiento
7.6. Consideraciones finales: direccionalidad y temporalidad son principios
de intervención
7.1. INTRODUCCIÓN
En el capítulo anterior, hemos diferenciado conceptualmente “procesos de explicación”
en educación y “procesos a explicar” en educación. Cuando hablamos de las vincula-
ciones existentes entre condiciones presentes en la producción de un determinado
acontecimiento, hablamos de procesos de explicación. La explicación consiste en dar
respuesta al acaecimiento de un determinado acontecimiento. Por qué se ha producido
un determinado acontecimiento o cómo es posible que se haya producido ese acon-
tecimiento, son las preguntas que se intentan resolver en la explicación. Hablar de
cómo se explica un determinado cambio es hablar de procesos de explicación. Todos los
procesos de explicación en educación se resuelven en vinculaciones nómicas, progra-
madas, cuasicausales y telológicas. Posteriormente podremos utilizar procedimientos
inductivos, deductivos, analíticos y sintéticos; podremos utilizar técnicas estadísticas,
informáticas, de información de campo, etc., según que vayamos a ajustarnos a una
metodología cuantitativa o cualitativa. Pero el primer paso general de la explicación
es entender el tipo de conexión que se establece entre acontecimientos y si se resuelve
la explicación en lenguaje de acontecimientos o en lenguaje de acciones. El supuesto
básico de toda explicación es que entre las condiciones que afectan al acontecimiento
a explicar existe un determinado tipo de vinculación. Precisamente por eso decimos
que explicamos un acontecimiento, cuando encontramos el modo de vinculación entre
las condiciones que han dado lugar al acontecimiento a explicar. Esto es lo que hemos
visto en el capítulo anterior, desde la perspectiva de los agentes.
En educación, todos los procesos a explicar se ajustan a esos cuatro tipos de co-
nexiones entre acontecimientos. Precisamente por eso decimos que existen más procesos
a explicar que procesos de explicación. Desde la perspectiva del proceso, hablamos de au-
toeducación, de heteroeducación formal, no formal e informal, de acción espontánea
con resultados educativamente valiosos, de educación escolar y para escolar, de proce-
sos culturales educativos, de procesos de innovación, de organización, de planificación,
de evaluación, etc.
El proceso es el paso de un estado a otro. Y todo lo que hacemos en la intervención
pedagógica es actuar para conseguir que el agente educando pase de un estado actual a
otro posterior cuyo resultado es el logro de conocimientos, destrezas, actitudes y hábitos
fundamentales que cumplen los criterios de definición de educación. Hay que respetar
su condición de agente y ayudarle a que sea actor y autor de sus decisiones y proyectos.
La extensión de significado de procesos a explicar en relación con la educación es
muy amplio, pero, al igual que en todos los procesos a explicar se dan siempre uno
o varios de esos cuatro tipos conexiones —nómicas, programadas, cuasicausales y
telológicas—, también podemos decir que los procesos educativos son susceptibles de
ser analizados desde el punto de vista de los agentes como procesos de auto y hete-
roeducación, procesos formales, no formales e informales, como procesos culturales y
como procesos de innovación.
Espacio, tiempo y persona son ejes-fundamento de la intervención pedagógica.
La educación tiene que estar a la altura de los tiempos, realizando una intervención
de calidad, desde las dimensiones generales de intervención, en todas las áreas del
519
520 Dónde está la educación J.M. Touriñán
del uso de esos conceptos estaban alejados de las prácticas genéricamente asociadas
con la educación; es decir, han modificado el concepto de educación en sus realiza-
ciones; han introducido unos términos para identificar ámbitos de intervención; han
ampliado el campo de la educación. Sin embargo, no se han analizado suficientemente
las implicaciones teóricas de estos términos en el concepto de educación que son el
cometido de este estudio. Nuestra intención es avanzar en una vía de investigación
que ayude a precisar la respuesta al problema conceptual que se hace evidente en
preguntas como las siguientes:
Si se dice que la educación informal es la influencia no intencionalmente educativa:
¿Hay que relegar la condición intencional de la actividad educativa? ¿Debe recono-
cerse, sin más, como educativo cualquier tipo de influencia?
Si se dice que la educación formal es institucional, ¿pueden existir instituciones de
educación no formal?
Si se dice que la educación no formal es extraescolar, cuando la escuela realice
un programa educativo a tiempo parcial para adultos acerca de la convivencia
democrática, ¿se considerará esa actividad como educación formal o no formal?
Si se considera como no formal, resultaría que la educación no formal ya no sería
extraescolar. Si se considera como formal, resultaría que, aquella actividad que se
tipifica comúnmente como no formal, es también escolar.
En el año 1983 hice mi primer trabajo de análisis teórico de los procesos formales,
no formales e informales de educación. Posteriormente, en 1996 hice una adaptación
revisada y ampliada de mi primera propuesta (Touriñán, 1996a). Incluso hoy se sigue
confundiendo y usando sin delimitación la sinonimia entre educación informal y edu-
cación difusa y asistemática (Touriñán, 2007a).
El epígrafe 3 del capítulo 1 está dedicado íntegramente a justificar la importancia
del análisis teórico de los términos que usamos en el lenguaje de la educación, para
tener información acerca de la relación existente entre el complejo simbólico y el pro-
pósito para el que se empleó. Desde Platón, sabemos que es un error creer que las
palabras escritas hablan, como si pensaran, porque, en primer lugar, si se les pregunta
con el afán de informarse sobre algo de lo dicho, expresan tan solo una cosa que es
siempre la misma; en segundo lugar, basta con que algo se escriba una sola vez para
que el escrito circule por todas partes sin que sepa decir a quién debe interesar; y, en
tercer lugar, cuando ese algo escrito es reprobado injustamente, necesita la ayuda de
su padre pues por sí solo no es capaz de defenderse .
Me remito a lo que hemos avanzado en ese primer capítulo y ahora es suficiente re-
cordar que la evaluación de los términos del discurso cumple dos funciones básicas:
Facilita el carácter del estudio pedagógico, pues sólo en la medida en que nos pone-
mos de acuerdo en los términos básicos, estamos en condiciones de constituir una
colección de enunciados en una disciplina científica.
Facilita el control del discurso pedagógico ya que, cuando evaluamos los términos,
nos situamos en condiciones favorables para precisar su alcance, lo cual significa,
en unos casos, suprimirlos, si quedan inútiles para la comunicación, en otros, sus-
tituirlos por aquellos que no susciten asociaciones indeseables o falsas, y en otros,
redefinirlos de acuerdo con criterios más adecuados.
Procesos formales, no formales e informales de educación… 523
hablando siempre de procesos en los que se dan dos agentes que, no necesariamente ni
de manera simultánea, deben tener intencionalidad educativa (Touriñán, 2007a):
Los procesos de autoeducación son procesos en los que los cambios educativos que se
producen en un sujeto son resultado de acciones que ese sujeto realiza sobre sí mismo
a partir de procesos educativos formales, no formales e informales y a partir de
cualquier tipo de influencia. Son procesos de autoeducación, porque el sujeto que
recibe la educación, no sólo es el agente del cambio que en sí mismo se produce,
sino también el que se propone a sí mismo el cambio educativo; es decir, es au-
toeducación, porque las enseñanzas educativas se las da uno a sí mismo, no están
expresas en las influencias de otras personas: son cambios a partir de experiencias
que otros nos comunican; el educando es agente actor y agente autor. En los casos
de autoeducación, se da en el educando como agente una intencionalidad educati-
va, es decir, ordena los contenidos y métodos para descubrir y lograr un resultado
educativo. En estos casos, es agente porque la propuesta, los modos de lograrlo y
el resultado educativo son cambios que él hace que acaezcan y ha decidido. Puede
haber autoeducación a partir de procesos formales, no formales e informales. En la
autoeducación el resultado educativo es la consecuencia de la actividad intencio-
nalmente educativa del agente.
Los procesos de heteroeducación son procesos en los que los cambios educativos que
se producen en un sujeto son resultado de acciones que ese sujeto realiza sobre sí
mismo por medio de procesos educativos formales, no formales e informales. Son
procesos de heteroeducación, porque el sujeto que recibe la educación es agente
del cambio que en sí mismo se produce, pero no es él solo agente de la propuesta
de ese cambio, porque las enseñanzas educativas en este caso no se las da uno a sí
mismo, sino que es otro agente (el educador) el que por medio de su comunicación
nos manifiesta de modo expreso las enseñanzas educativas: son cambios por medio
de las experiencias educativas que otros nos comunican; el educando es agente
actor, pero no es autor de la propuesta de cambio. En los casos de heteroeducación,
el educando es agente del cambio, porque hace lo que le proponen. Pero no es por
sí solo el agente de la propuesta del cambio y de los modos de lograrlo, porque hay
otro agente, el educador, en cuya intervención está expresamente manifestado el
valor de ese cambio y la propuesta de actuación correspondiente.
El hecho de que existan en educación conductas específicas de explicaciones cuasi-
causales y teleonómicas permite afirmar que puede haber heteroeducación sin inten-
cionalidad educativa en el alumno, pero no sin intencionalidad educativa en el educador.
El mantenimiento de las funciones de exploración, simulación y juego, o el ejercicio
de las acciones conformadas por el hábito adquirido, pueden dar lugar a resultados
educativos que no eran el objeto de intención del niño. En estos casos el hábito o
la función programada de su conducta exploratoria o lúdica son determinantes
internos específicos para que se produzca el resultado educativo. El niño hace (X)
para mantener activa la función lúdica (Y), por ejemplo; lo que ocurre es que, al
jugar de la manera (X) que ha sido preparada convenientemente por el educador,
Procesos formales, no formales e informales de educación… 525
está consiguiendo (Z) que no es el objeto de intención del alumno. Hace (X) para
jugar (Y), no para alcanzar (Z); pero se produce (Z) por medio del juego (X).
El hecho de que existan en educación conductas específicas de explicaciones cuasi-
causales y teleonómicas permite afirmar, además, que puede haber heteroeducación
sin intencionalidad educativa en el alumno por medio de procesos informales de educación,
en los que la intencionalidad educativa del educador es un medio de otra finalidad. Es el
caso en que una persona, que tiene hábito de leer, asimila a través de la lectura de
un libro un tipo de asociación nueva para ella y valiosa educativamente hablando,
sin que el objeto intencional de su lectura fuera descubrir y asimilar esa nueva
asociación educativa, que fue incorporada al libro por el autor como recurso para
imprimir realismo a su obra, por ejemplo. En este caso, la finalidad educativa, por
parte del educador, es un medio de otra finalidad (imprimir realismo a la obra)
y el educando asimila esa asociación educativa como parte de la lectura realista,
atrayente y divertida, sin intención expresa de educarse. Cabe la posibilidad de que
el educando alcance “Z” (resultado educativo) sin que sea “Z” el objeto de su inten-
ción y sin que el libro que leía estuviese ordenado intencionalmente por el autor de
forma exclusiva para lograr “Z”. Son situaciones particulares de heteroeducación
mediante procesos informales de educación, pero no dejan de ser reales cuando se
producen. En los procesos informales de heteroeducación, la finalidad educativa
es, por parte del educador, un medio para otra finalidad y el logro educativo en el
educando es consecuencia de una actividad cuya finalidad no era educarse (apren-
dizaje educativo por medio de la lectura de un libro que incorpora una asociación
educativa para imprimir realismo y que el educando asimila porque quiere leer el
libro y divertirse con el contenido realista de la obra, no porque quiera educarse).
En la llamada “educación espontánea” el resultado de valor educativo es una conse-
cuencia de una actividad intencional de mejora de destrezas, de uno mismo sobre
sí mismo, para una finalidad ajena a la educación (carpintero-garlopa: alisa madera
para hacer mueble y mejora destreza psicomotora de valor educativo sin pensar en
educarse; posteriormente, puede mejorar, intencionalmente incluso, su destreza
por sí mismo o con ayuda de los demás, confiriéndole valor educativo a esa mejora)
Es decir, en la llamada “educación espontanea” se cruzan condiciones propias de
los procesos de autoeducación (es uno mismo el que se mejora) y condiciones de
los procesos informales de educación (la mejora es una consecuencia de otra fina-
lidad), dentro del marco genérico de desconocimiento, por parte del que actúa, de
que el proceso en el que está inmerso sea el de educar. Puede haber resultados de
valor educativo en la llamada educación espontanea (en el caso del carpintero que
usa la garlopa y, al usarla de modo eficiente, genera mejora “espontáneamente” de
destrezas de valor educativo: la intención es alisar la madera, para hacer el mueble,
pero se obtienen destrezas educativas, como resultado de esa actividad y de la me-
jora de esa actividad, aunque el carpintero no sea consciente de que está logrando
una mejora educativa; o es el caso del niño del rural que, trepando a los árboles,
adquiere una mejora del equilibrio). La cuestión es si solo porque hay resultados de
valor educativo, podemos hablar de “educación espontánea”.
526 Dónde está la educación J.M. Touriñán
formal y una nueva oportunidad para los que no tuvieron educación escolar; es el
conjunto de actividades educativas organizadas y sistematizadas que se realizan al
margen del sistema formal.
Educación informal es el proceso permanente, no organizado especialmente, de
adquisiciones de conocimientos, hábitos y actitudes por medio de la experiencia
adquirida en el contacto con los demás.
el riesgo de creer que, por el simple hecho de formular tres composiciones verbales,
gramaticalmente correctas y separadas, estamos dando fundamento a la existencia de
tres especies lógicamente separadas, cuando, en realidad, son dos.
No reparar en este dato puede hacernos olvidar que los términos que analizamos
se relacionan entre sí de modo distinto o, dicho con mayor precisión, que dos de los
términos se relacionan entre sí de un modo más directo que el otro.
Tres realidades distintas, gramaticalmente significadas, no reproducen necesaria-
mente la misma distinción lógica, como ocurre, por ejemplo, con las voces “perro”,
“ballena”, “golondrina”, que, desde el punto de vista lógico, sólo representan dos espe-
cies —mamíferos y aves—, una de las cuales a su vez representada por dos ejemplares
de dos subespecies distintas (Carroll, 1981, pp. 34-71).
Si leemos detenidamente las definiciones comúnmente aceptadas de educación for-
mal, no formal e informal nos damos cuenta de que dos de ellas, formal y no formal,
tienen entre sí un atributo común que no comparten con la educación informal: el de
la organización y sistematización y, por consiguiente; debe reconocerse que hay una
relación lógica distinta entre las tres definiciones. Son, como en el ejemplo anterior,
dos especies, de las cuales, una está representada, a su vez, por dos subespecies.
Así pues, cuando nosotros hacemos una taxonomía de los términos formal, no
formal e informal no debemos cometer el error de darles la misma representatividad en
el universo “educación”, como si fueran tres categorías o especies lógicamente distintas
y cuyo diagrama sería erróneamente el siguiente:
E (educación) // X-Y-Z (formal, no formal, informal)
Efectivamente, los tres términos pertenecen al universo “educación”, pero, en la
misma medida que forman dos especies, su diagrama debe ser de este modo:
E (educación) // X1-X2 (formal, no formal) / Y (informal)
La fidelidad al esquema lógico nos permite hablar efectivamente de tres tipos de
procesos de educación, pero, al mismo tiempo, nos da la pauta para rechazar todas
aquellas posiciones que pretenden distinguir los tres conceptos por un atributo común
poseído por cada uno de los conceptos en grado distinto, o por un atributo poseído con
exclusividad por cada uno de los conceptos.
Por otra parte, desde una óptica estrictamente lógica, el término “no formal” viola
el uso previo estipulado de la partícula “no”, que es mantenido en otros casos en la
investigación teórica de la educación. En efecto, en sentido formal “no” quiere decir lo
que se distingue absolutamente de todos los demás elementos del universo de referencia;
o dicho de otro modo, lo que se diferencia de todos los demás elementos por algo no ex-
cluyente. Así, por ejemplo, en el universo “colores”, lo “no blanco” se distingue del resto
de los elementos del universo “colores” por aquel atributo que sólo pertenece al blanco.
En estricta lógica de la partícula “no”, la educación “no formal” debería ocupar en
el diagrama el lugar correspondiente a “Y”:
X1/X2 (formal / informal), Y (no-formal)
Procesos formales, no formales e informales de educación… 531
Sin embargo, de acuerdo con el uso estipulado para los términos por la definición
restiva, es la educación informal la que ocupa el lugar “Y” del diagrama, porque no
tiene el atributo que en común comparten los otros dos tipos de educación:
X1/X2 (FORMAL / NO FORMAL), Y (INFORMAL)
Al contrario que en este caso, los términos “neutral”, “inneutral” y “no neutral”
(Touriñán, 1976 y 1987; Trilla, 1992), “moral”, “no moral” e “inmoral” (Dewey, 1969,
p. 1), igual que otros, mantienen la fidelidad del significado lógico y su diagrama es
el adecuado:
(MORAL / INMORAL) // NO MORAL
(NEUTRAL / INNEUTRAL) // NO NEUTRAL
Al analizar el uso lógico de la partícula “no” mantengo simplemente la intención
de poner de manifiesto la violación de su uso previo y lógico en el término “proceso
no formal de educación”. A partir de ese análisis no puede proponerse, sin más, la
corrección de la violación, haciendo que el contenido de “no formal” pase a “informal”,
y viceversa, de manera que la precisión lógica coincida con el contenido del término
(“informal” pasaría al lugar “X”, y significaría la educación organizada no integrada en
el sistema formal, y “no formal” pasaría al lugar “Y”, y significaría el proceso no orga-
nizado especialmente de adquisición de pautas mediante el contacto con los demás).
Como demuestra Scheffler, una estipulación no inventiva pretende atribuir un nuevo
uso a un término que ya tenía uso previo, y por consiguiente, el criterio para juzgarlo
no debe ser su fidelidad a los usos previos, ya que en ese caso nunca se le atribuirían
más usos al mismo término. (Scheffler, 1970, p. 5).
Salvando la lógica del lenguaje de la estipulación, mantengo, por lo que he expuesto
a lo largo de este trabajo, que el carácter restivo del modo de definir los términos “no
formal” e “informal” y la aceptación posterior del término “educación informal” en el
universo de la heteroeducación, explican razonablemente el porqué de esa violación
del uso previo y lógico de la partícula “no”.
Por último, debe tenerse en cuenta, además, que el término “informal” tiene un
sentido peculiar en el campo de la educación que lo distingue de otros términos del
campo de la educación que llevan también la partícula “in”. Es decir, “inmoral”, “inso-
cial”, —incluso el sentido moral del término “informal” cuando se aplica al comporta-
miento de la persona—, tienen la connotación común de “lo que no es recomendable”
o de lo que es “poco sujeto a cumplir la obligación”. De ningún modo, cuando se habla
de la “educación informal”, se debe pensar que ese tipo de educación —cuya expresión
puede suscitar asociación con el carácter reprobable de “inmoral” o de “insocial”— es
un tipo de educación indeseable, porque sería contradictorio llamar educación a algo
que no es recomendable moralmente.
Lo cierto es que esa asociación indeseable es la que da lugar a que algunos investi-
gadores consideren que la educación informal, como reflejo de la experiencia cotidiana
que transmite tanto lo bueno como lo malo es, en efecto, y de manera contradictoria,
una educación que transmite lo bueno y lo malo. Y, por tanto debe rechazarse en una
intervención educativa controlada. Mi opinión es que la educación informal tiene que
532 Dónde está la educación J.M. Touriñán
deberíamos defender erróneamente que, influir en una persona para que deje de hacer
lo que tiene que hacer para educarse, es educación.
En este mismo sentido hay que decir que adquirir un hábito no equivale, sin más,
a adquirir un hábito educativo. Tampoco, adquirir una actitud es adquirir, sin más,
una actitud educativa (Marín Ibáñez, 1976, p. 71). La influencia socio-ambiental es
un factor con el que tenemos que construir nuestra realidad personal; a través de
esa influencia tomamos conciencia de la realidad, pero eso no significa en absoluto
que cualquier toma de conciencia sea educativa. Lo hemos visto en el epígrafe 3 del
capítulo 5 con detalle.
En segundo lugar, el hecho de que cualquier resultado o influencia no sea educa-
ción, no anula la posibilidad de transformarlo en una influencia educativa. Nada im-
pide lógicamente que el educando, por sí mismo o con ayuda de otra persona, pueda
analizar críticamente el mensaje comunicado y discernir la valiosidad de la actitud,
hábito, conocimiento o cualquier otra cosa que se le comunicaba, y transformarlo en
un proceso de influencia educativa. Son dos cosas distintas afirmar que cualquier tipo
de influencia es educación y afirmar que cualquier tipo de influencia puede dar lugar
a un proceso de influencia educativa: no educa la influencia manipuladora, pero es
educativo el análisis crítico de una influencia manipuladora.
En tercer lugar, la posibilidad de transformar cualquier influencia en un proceso de
influencia educativa, no niega ni anula la posibilidad de obtener un resultado educati-
vo por medio de una influencia intencional con finalidad de otro tipo.
Como ha demostrado Hirst, no podemos hablar con rigor de actividades que per-
tenezcan a la enseñanza y educación y no pertenezcan a ningún otro concepto (Hirst,
1977, pp. 302-305). Las mismas actividades que se realizan en educación, se realizan
para obtener otro tipo de resultados (Reboul, 1977, pp. 32-36), y, únicamente, la orde-
nación intencional de contenidos y métodos para lograr un resultado educativo (que
el hombre aprenda a decidir y realizar su proyecto de vida) convierte a una actividad
en educativa desde el criterio de finalidad (Reboul, 1977, pp. 96; Wright, 1979, p. 113;
Anscombe, 1968, pp. 207-218). En este caso, hablamos de estímulos directamente
educativos, es decir, ordenados intencionalmente de forma exclusiva para ese fin.
Ahora bien, si las mismas actividades que se encadenan intencionalmente para
lograr resultados educativos, pueden encadenarse para otras finalidades, nada impide
lógicamente que en procesos no orientados a finalidades educativas se alcancen des-
trezas y competencias valiosas educativamente hablando. Esto puede suceder de dos
maneras: o bien por medio de las situaciones denominadas sin rigor como “educación
espontánea”, o bien mediante procesos que se conocen con propiedad como “procesos
informales de educación”.
Por una parte, los procesos informales de educación no niegan el carácter intencio-
nal de la educación. A este tipo de procesos se les llama “informal”, porque producen
resultados que tienen valor educativo y se obtienen esos resultados por medio de estí-
mulos no directamente educativos, es decir, no están ordenados intencionalmente de
forma exclusiva para educar. Así, por ejemplo, se produce educación informal, cuando
un padre quiere que su hijo le recoja la prensa todos los días en el kiosco con objeto
534 Dónde está la educación J.M. Touriñán
de repartir tareas domésticas, pero, para lograr su propósito, debe enseñar a su hijo a
dominar esquemas de orientación espacial que no poseía. En este caso, el padre educa,
pero la finalidad de la acción es repartir tareas y que le traigan el periódico a casa. El
proceso educativo aparece, en este caso, como un medio de otra finalidad.
En los procesos informales de heteroeducación, cabe la posibilidad de que el
educando alcance “Z” (resultado educativo) sin que sea “Z” el objeto de su intención
y sin que la actividad que realiza el educando estuviese ordenada intencionalmente
de forma exclusiva por el educador para lograr “Z”. Son situaciones particulares de
heteroeducación mediante procesos informales de educación, pero no dejan de ser rea-
les cuando se producen. En los procesos informales de heteroeducación, la finalidad
educativa es, por parte del educador, un medio para otra finalidad y el logro educativo
en el educando es consecuencia de una actividad suya, cuya finalidad no era educarse
(aprendizaje educativo por medio de la lectura de un libro que incorpora una asocia-
ción educativa para imprimir realismo y que el educando asimila porque quiere leer el
libro y divertirse con el contenido realista de la obra, no porque quiera educarse).
Consecuentemente, hemos de mantener que hay educación mediante procesos
informales, porque, en primer lugar, son educación, es decir, no niegan la relación
necesaria de la finalidad con lo educativo, ni anulan la intencionalidad específica en
el educador; pero, en segundo lugar, son informales, porque los hábitos, destrezas
y contenidos educativos están incluidos y se adquieren en este caso en procesos de
heteroeducación no orientados exclusivamente a finalidades educativas por aquel; por
parte del educador, la finalidad educativa es un medio para la finalidad de la acción
en ese tipo de procesos (heteroeducación con proceso informal: padre, periódicos y
aprendizaje de espacio topológico, o aprendizaje de geografía con libro orientado a otra
finalidad) y, por parte del educando, el logro educativo es consecuencia de una activi-
dad cuya finalidad no era educarse, era obedecer, divertirse, hacer un recado, etc.
Además, como ya hemos visto en el capítulo 6, epígrafes 5.6 y 5.2 y en el epígrafe
2.2 de este capítulo, podemos obtener resultados de valor educativo en procesos mal
llamados de “educación espontánea”; el resultado de estos procesos, que se valora ‘a
posteriori’ como resultado de valor educativo, es el efecto de una actividad intencional
de ejercicio de una destreza, de uno sobre sí mismo, para una finalidad ajena a la edu-
cación (aprendiz de carpintero-garlopa: alisa madera para hacer un mueble y mejora
destreza psicomotora de valor educativo sin pensar en educarse). Es decir, en la mal
llamada “educación espontanea” se cruzarían condiciones propias de los procesos de
autoeducación (es uno mismo el que se mejora) y condiciones de los procesos informa-
les de educación (la mejora es una consecuencia de otra finalidad) dentro del marco
genérico de desconocimiento por parte del que actúa de que el proceso en el que está
inmerso sea el de educar. La “educación espontánea”, si pudiera existir esa educación,
parecería tener el sentido de autoeducación informal, salvando las diferencias propias
de ambos procesos.
Puede haber resultados de valor educativo en la acción espontánea. En el caso del
aprendiz de carpintero que usa la garlopa y, al usarla de modo eficiente, genera mejora
“espontáneamente,” de destrezas de valor educativo, la intención es alisar la madera
Procesos formales, no formales e informales de educación… 535
la acción de un sujeto que da lugar a resultados de valor educativo sin que la haya
ordenado intencionalmente para obtener ese resultado.
Como ya hemos visto en el capítulo 6, epígrafes 5.6 y 5.2, en los casos en que no
hay intencionalidad educativa en el alumno (procesos informales), juegan un papel
específico las conductas vinculadas por medio de conexiones programadas: el edu-
cando hace X para Y, pero al actuar del modo adecuado X para Y, se produce Z que es
resultado educativo. En los casos de acción espontánea, juega un papel específico el
efecto de la propia acción: hace X para Y (alisar la madera) y el efecto propio de alisar,
es una destreza que valoramos educativamente.
Por lo que acabamos de exponer, el proceso informal de educación, ni es difuso,
ni es asistemático, ni es descontrolado, ni es espontáneo. La finalidad educativa es
un medio de otra finalidad, por parte del educador, y el resultado educativo en el
educando es consecuencia de una actividad del educando cuya finalidad no es, en ese
caso, educarse, si bien se logra el resultado educativo al hacer lo que hace.
La característica específica del proceso informal, en relación con la educación, es
el uso de estímulos no directamente educativos, por parte del educador; se definen, por
tanto, como estímulos que no están ordenados intencionalmente de forma exclusiva
por el educador para lograr una finalidad educativa; la finalidad educativa es un medio
de otra finalidad. Por supuesto, también queda dicho que en estos procesos no hay
intencionalidad educativa en el educando, pero como esa ausencia de intencionalidad,
se da también en las acciones espontáneas que dan lugar a resultados de valor educa-
tivo, es la intencionalidad del educador la que discrimina los procesos informales de
los demás procesos. De este modo, consecuentemente, la educación informal quedaría
definida como el proceso de adquisición y la adquisición conocimientos, destrezas,
actitudes y hábitos educativos, por medio de estímulos no directamente educativos.
Aunque los procesos formales, no formales e informales coinciden básicamente en que en
los tres está manifestada de forma expresa la enseñanza educativa, se diferencian en cuanto
a la condición de los estímulos que se utilizan en cada caso, porque en los procesos
formales y no formales se utilizan las enseñanzas educativas como estímulos directa-
mente educativos, es decir, ordenados intencionalmente de forma exclusiva por el agente
educador para lograr ese resultado educativo y, a su vez, en los procesos informales se
utilizan las enseñanzas educativas como estímulos no directamente educativos, es decir,
no ordenados intencionalmente de forma exclusiva por el agente educador para lograr
ese resultado educativo. Este es el caso, para nosotros, de la comprensión de la historia
y de la navegación y del comercio, por ejemplo, que se logra de la lectura del texto
novelado, cuando el autor de la novela de aventuras, describe las rutas, transacciones
y contextos fidedignos que sigue el protagonista de la misma. La intención del autor
es describir la acción del protagonista en lugar localizado y, para ello, identifica el
entorno geográfico; el lector sigue la aventura con su lectura y aprende por medio de
ella la geografía del lugar real y las costumbres y su conveniencia o no. La enseñanza
educativa (sentido de acción y de vida del protagonista) aparece como un medio de
otra finalidad (construir una buena novela, venderla, entusiasmar, etcétera), no hay
ordenación intencional exclusiva a educar.
Procesos formales, no formales e informales de educación… 537
Coombs sostuvo desde su trabajo acerca de la crisis mundial de la educación y que nos
permite comprender que la educación no formal no descarta a los niños, sino que los
considera parte importante de sus educandos.
Coombs denuncia el absurdo de la posición fatalista que supone que, si un país sólo
puede atender en instituciones escolares a la mitad de la población en edad de escola-
rización, la otra mitad está condenada a una vida de analfabetismo y de oportunidades
reducidas (Coombs, 1978, p. 250 y ss.).
Hay que aceptar sin reparos que la educación no formal constituye una “segunda
oportunidad” de aprendizaje a lo largo de toda la vida, tanto para aquellos que fueron
a la escuela como para aquellos que no fueron. Por consiguiente, el criterio que acaba-
mos de analizar debe rechazarse, porque tampoco permite categorizar adecuadamente
formal y no formal.
7.2.7.3. El criterio “institucionalizada no-institucionalizada”
Este criterio, si buscamos precisión, tampoco debe aceptarse. El sentido de este criterio
se apoya a su vez en un propósito declarado en el Informe Faure: la educación no formal
tenía como objetivo eliminar barreras artificiales del sentido institucionalizador (Faure,
1979, pp. 269-73). Rechazar el criterio no debe tomarse como muestra de una intención
poco rigurosa por nuestra parte y excesivamente simplificadora de la problemática que
encierra el criterio en cuestión: somos conscientes de que el concepto de institución es
una preocupación constante de las investigaciones sociales de la educación.
Sin embargo, para rechazar este criterio con rigor, no es necesario hacer un estudio
detallado del concepto de institución, ni distinguirlo de la educación institucionaliza-
da y de la pedagogía institucional, ya que la razón del rechazo no está en la mayor o
menor delimitación del concepto de institución —que sí exigiría ese estudio detallado,
si la razón del rechazo fuera esa—.
A pesar de las variaciones del término “institución” los estudiosos reconocen que,
al menos, la “institución social” tiene como referente a un grupo humano que trabaja,
con funciones distribuidas entre sus componentes según el “status” que ocupan, para
desarrollar una actividad que está reconocida socialmente para satisfacer unas necesi-
dades sociales (Stalcup, 1969; Quintana, 1970; Pastor, 2001).
Y precisamente en ese acuerdo se encuentra la razón que nos permite descartar ese
criterio para categorizar la educación formal y no formal, pues, si institución es, como
mínimo, lo que hemos dicho, es un hecho comprobado que diversas instituciones
—políticas, sociales y económicas, tales como dependencias de ministerios de Agri-
cultura y Sanidad, empresas privadas, sindicatos, partidos políticos, ejércitos, iglesia,
etc.— pueden realizan educación formal y no formal y, por consiguiente, el hecho
de que sea una institución la que imparta la educación, no permite distinguir entre
educación formal y no formal.
7.2.7.4. El criterio escolar-extraescolar
Este criterio es el que se define de forma más rigurosa y tiene dos versiones
Criterio escolar-extraescolar en sentido material.
Criterio escolar-extraescolar en sentido formal (estímulos directamente educativos
conformados o no por el sistema escolar).
Procesos formales, no formales e informales de educación… 539
anteriores sobre diferencias entre la especie “informal” y las otras dos subespecies
“formal y no formal” y, por otro, con la condición de agente en el educando y en el
educador y el carácter y el sentido propios el significado de ‘educación’, que hemos
analizado en los dos capítulos anteriores.
Sabemos también que, en los procesos formales y no formales, se utilizan las ense-
ñanzas educativas como estímulos directamente educativos, es decir, ordenados intencio-
nalmente de forma exclusiva por el agente educador para lograr ese resultado educativo
Si esto es así, parece necesario afirmar que la escuela, tiene que propiciar por ella
misma la posibilidad de preparar a los individuos, utilizando el pensamiento y la
experiencia personal enriquecida por la propia comunidad humana. Y eso lo hace bajo
una forma de actividad organizada sistemáticamente para alcanzar su finalidad educa-
tiva, en un marco de relaciones inter e intra personales que ayudan a la construcción
individual de cada sujeto mediante estímulos directamente educativos conformados
por el propio sistema escolar.
En la escuela se organiza sistemáticamente la actividad del educando a través de pro-
cesos de intervención orientados desde las dimensiones generales a desarrollar personas
con estímulos directamente educativos conformados por el propio sistema escolar.
En la escuela como espacio educador se organiza sistemáticamente la actividad y
se conforma la misma en y desde el currículo escolar de la educación tiene que dar
respuesta a los ámbitos de educación general que configuran al humano actual, propor-
cionando respuestas de contenido propio de las formas de expresión y de las áreas de
experiencia, atendiendo al significado de la educación que impregna la intervención,
las finalidades y la orientación formativa temporal referida a la condición humana
individual, social, histórica y de especie. En los estímulos directamente educativos
conformados por el sistema escolar, el tiempo y el espacio se distribuye dentro de la
actividad disciplinar y siempre hay un profesor que guía y orienta la actividad.
La efectiva conformación de la actividad por el sistema escolar diferencia la ac-
tividad educadora de procesos formales y no formales. No se trata de que una sea
más educación que otra, ni que una tenga mejores medios que otra. Ambas pueden
ser iguales, excepto en que la mejor educación formal se hace conformada al sistema
escolar, es decir, por su modo de organización y distribución de tiempos y espacios
de aprendizaje y la mejor educación no formal se hace exactamente igual que la otra,
pero sin las condiciones que establece en la actividad educativa el sistema escolar y la
conforman como actividad educativa escolar
La diferencia específica entre formal y no formal en los procesos educativos es la
realización de actividades conformadas o no por el sistema escolar.
Formal, en relación con los procesos de educación, significa que los conocimientos,
destrezas, actitudes y hábitos educativos son adquiridos con estímulos directamente
educativos mediante actividades conformadas por el sistema escolar.
No formal, en relación con los procesos de educación, significa que los conocimien-
tos, destrezas, actitudes y hábitos educativos son adquiridos con estímulos directa-
mente educativos mediante actividades no conformadas por el sistema escolar, aunque
estén realizadas utilizando los espacios propios de la escuela.
Procesos formales, no formales e informales de educación… 541
Según la adecuación de la actividad que realiza una institución a los criterios fija-
dos, esa institución realizará uno o varios de los tipos de educación que reflejamos en
el siguiente cuadro.
El tamaño de las escuelas está ajustado sólo en un determinado sentido a las posi-
bilidades de desarrollo educativo.
La escuela no ostenta el monopolio de la educación, aunque siguen siendo las ins-
tituciones autorizadas para ofrecer la formación de manera formal.
La educación derivada de procesos no formales e informales de intervención peda-
gógica es inequívocamente competitiva.
Debe entenderse que la mezcla de tradición y modernidad en las reformas de insti-
tuciones educativas obliga a pensar en la creación de cauces razonables para que los es-
fuerzos sinérgicos hagan compatibles la subsidiariedad, la responsabilidad compartida
y el rendimiento social de la institución. En el fondo, esto quiere decir que no es bueno
utilizar el marco legal para preservar el cuerpo de la institución escolar de modo tal que
sea prácticamente imposible encontrar fórmulas para que la institución rinda cuentas a
la sociedad de las funciones que tiene encomendadas y del modo de realizarlas.
La experiencia de las reformas educativas en estos años permite afirmar que se
generalizó una cultura en el gobierno de las instituciones educativas que no está muy
lejos de hacer sinónimo autonomía e impunidad, porque las responsabilidades en los
órganos de gobierno se pueden difuminar hasta extremos irracionales en el anónimo
colectivo de la comunidad educativa y no están garantizadas, ni la continuidad tempo-
ral de las metas planificadas, ni su consecución.
Insistiendo en esta idea, es fácil recordar que, una de las fórmulas apreciadas en el
pensamiento de la reforma educativa, era la firme convicción de que, con la autonomía,
el sistema seleccionaría lo bueno de los centros, diferenciándose por su actividad de los
malos. Es un principio que no ha funcionado ni en la economía y ha quedado probado
y los hechos de la crisis financiera mundial actual manifiestan tozudamente que la
creación autonomía liberalizada no conduce necesariamente a la calidad del sistema.
La coordinación de los recursos, la autonomía de la institución, el valor del capital
humano y el valor económico de la educación son incuestionables en este momen-
to. Hay una orientación para que, con responsabilidad compartida, se trabaje para
mejorar la definición y la construcción de estructuras organizativas y de gestión que
garanticen la realización de los valores formativos que se esperan de la escuela y que
en muchos lugares ha sido recogido como “vuelta a las bases”, “mejores escuelas para
todos” o “que ningún niño se quede atrás” (Paige, 2006; US. Government, 1973; House
of Commons, 2006).
Pensar que la escuela es el único lugar donde se eligen valores es irreal e implica
olvidar que desde muy diversos entornos se pueden promover condiciones para apren-
der a construir nuestros singulares sistemas de valores y crear condiciones que afectan
a los procesos educativos.
Con todo, debe quedar bien claro que cualquiera de estas situaciones son de corres-
ponsabilidad familia-escuela-sociedad civil-estado y apuntan a la presencia o ausencia
de oportunidades para ejercer la competencia propia, pero no invalidan el rigor lógico
de la diversidad de competencias en el logro de la finalidad educativa de formar ciuda-
danos capaces de convivir pacíficamente. Se sigue, por tanto, que el carácter participa-
tivo de la toma de decisiones respecto de la finalidad, no debe anular en modo alguno
544 Dónde está la educación J.M. Touriñán
ser”. Desde el punto de vista de nuestro objetivo, es suficiente decir ahora que en este
nuevo trabajo se mantienen dos tesis fundamentales con respecto a la educación:
1. Por una parte, se afirma que el interés dedicado a la educación es mayor que nunca
entre partidos, entre generaciones, entre grupos y es objeto de conflictos que han
revestido muchas veces la dimensión de verdaderas tempestades políticas e ideoló-
gicas. Se ha convertido en uno de los temas preferidos de la crítica social, empírica
y científica. En cualquier caso, se insiste en que todas estas formas de contestación
—tácitas o explícitas, pacíficas o violentas, reformadoras o radicales—, merecen en
un concepto y otro ser tenidas en consideración al elaborar las políticas y las estrate-
gias educaciones para los años y los decenios futuros (UNESCO, 1976, p. 83).
2. Por otra parte, se insiste en que, si se trata de generar visiones prospectivas, ya no
será posible abordar reformas educativas en forma fragmentaria, sin considerar el
conjunto de los objetivos y modalidades de la acción educativa. Las reformas deben
de ser holísticas y participativas. Esto es así, porque, para saber cómo modificar los
fragmentos, es preciso conocer el conjunto del campo. Y asimismo, todo sistema
que insista en facilitar servicios educativos a una población pasiva y toda reforma
que no tenga como efecto el suscitar en la masa de los enseñados un proceso endó-
geno de participación activa, no puede lograr, en el caso más favorable, sino éxitos
marginales (UNESCO, 1976, p. 223; Huberman, 1973).
además, un estudio crítico, normativo, de las razones que cada grupo da para defender
su postura, buscado como exigencia empírica de verificación el grado de adecuación
entre el efecto que queremos producir con la escuela defendida y el resultado peda-
gógico que se produce en el educando con esa forma de actuación escolar propuesta.
Algo que la investigación actual reconoce como investigación del valor añadido de la
escuela (Colom, 2000; Gaviria y otros, 2009; Connor, 2009; Gadsden, 2009).
La cuestión fundamental no es primariamente si la sociedad produce estudiantes
con una competencia formal justificativa del dinero gastado en las escuelas, sino si
el dinero ha sido gastado de un modo tal que promueve el alcance de los objetivos
educativos fundamentales. La tesis clave es distinguir claramente, a fin de salir bien
parado de la polémica, los límites entre la prestación de un servicio público y la públi-
ca intromisión en el derecho del individuo a marcarse sus propias metas educativas.
Y dicho esto, yo adelanto mi posición abierta en este discurso, que podría sintetizarse
del siguiente modo:
“La escuela será pública y/o privada, según el caso, por principio de libertad de
enseñanza, por derechos reconocidos en la legislación , y por libertad de trabajo; pero
la enseñanza, como organización, tiene que ser necesariamente pública, porque la for-
mación es una necesidad social, al lado de otras necesidades sociales fundamentales,
y, siendo los recursos económicos limitados, el objetivo de la educación permanente
y la garantía de igualdad de oportunidades, exigen un sutil juego de subsidiarie-
dad, responsabilidad social compartida y rendimiento efectivo de cada institución
escolar”(Touriñán, 1999b, p.15).
Damos por supuesto que todos estos cambios se plantean en el contex-
to de países desarrollados que han asumido el compromiso de respetar los derechos
humanos y mantienen un marco general de tendencia acentuada hacia la descentra-
lización administrativa, la desconcentración de funciones apoyada en el principio de
participación y gestión democrática y una cierta apertura hacia la desinstitucionali-
zación de la educación propiciada por el hecho de que la sociedad de la información
interacciona a través de las redes en las escuelas y en los hogares.
Desde el punto de vista de las condiciones de los agentes, familia, escuela, estado y
sociedad civil afrontan la tarea de la educación en valores con sentido cooperativo
ante una responsabilidad compartida en la que el voluntarismo es matizado por
el reconocimiento, de hecho, de las responsabilidades sociales en la educación en
valores, de manera que cada agente institucional asuma pública, privada y social-
mente la responsabilidad que le compete.
Desde el punto de vista de los procedimientos, parece razonable afirmar que las
condiciones de la sociedad actual, marcadas por la globalización, la identidad loca-
lizada, la transnacionalidad, las sociedades del conocimiento y las nuevas tecnolo-
gías que favorecen la sociedad-red y la comunicación virtual, apuntan al desarrollo
de estrategias de encuentro, principios de integración y propuestas de cooperación
que refuerzan el papel de los procesos no formales e informales de intervención
educativa, junto con los formales.
Las preguntas permanentes sobre el futuro de la escuela en relación con educación
se encuadran en cuestiones relativas a (Touriñán, 2008c):
Cómo diferenciar los propósitos educativos de la escuela de los propios de la familia
y otras organizaciones.
Cuál es la edad oportuna para una selección.
Cómo repartir las fuentes de financiación entre los diversos niveles.
Como preparar el sistema educacional para una autoevaluación y autorrenovación.
Cómo reformar gobierno y administración del sistema educativo en orden a mejo-
rar la adquisición de metas genuinamente educativas.
Cómo puede ser mantenido un pluralismo en educación que ofrezca reales opcio-
nes a los padres.
Hacia donde orientamos preferentemente la investigación en educación en el ám-
bito de los valores.
Cuáles son las prioridades en la escuela desde el punto de vista del sentido axiológico.
Qué responsabilidad tienen los profesionales de la educación en el marco de una
sociedad abierta, democrática y pluralista.
Cómo distinguir lo permanente y lo cambiante en la educación.
Qué valores pueden fundamentar la educación y la convivencia en la escuela en las
sociedades occidentales abiertas, democráticas y pluralistas.
¿Más educación para más personas quiere decir la misma para todos y al mismo
nivel?
¿Organizar democráticamente quiere decir que todos somos iguales y no hay líde-
res y todos tenemos la misma competencia?
¿Transmitir ideales democráticos quiere decir que lo haremos a cualquier precio?
¿Formar el sentido de lo social es compatible con el respeto a la diversidad? ¿Es pro-
blema de una asignatura, es una responsabilidad compartida, es una competencia
general de la educación?
Qué valores deben fundamentar una educación para la diversidad y la identidad.
Qué modelos de formación para la convivencia y el respeto al otro en la escuela.
Qué sentido educativo y pedagógico tiene la experiencia virtual.
Procesos formales, no formales e informales de educación… 551
Por su parte, el profesor Esteve, en dos de sus últimos libros, nos habla de la tercera
revolución educativa como la revolución que corresponde a la educación en la sociedad
del conocimiento (Esteve, 2010a y 2010b): una revolución que debe generar auténtica
educación inclusiva y exige reconvertir nuestros sistemas de enseñanza en sistemas
educativos (Esteve, 2010a, pp. 72, 134 y 150) y transformar nuestras instituciones
escolares en centros de educación (Esteve, 2010b, pp. 87 y 103).
Es mi opinión que el sistema educativo ya está definido en las leyes como un sis-
tema para educar, que debe cumplir finalidades educativas, y la escuela es una insti-
tución educadora cuyo objetivo es el logro de las finalidades de la educación en cada
etapa. Por definición el sistema educativo y la institución escolar están concebidos
para educar y la legislación ampara y promueve la legítima acción educativa de los
centros escolares en el sistema educativo. Por definición en el sistema y en la escuela
los profesores no son solo enseñantes, son educadores. Puede que haya profesores que
renuncien a su función y algunos hasta crean que lo mejor es ser enseñante y no edu-
cador. Pero no hay razón para pensar que el sistema y la escuela están necesitados de
una revolución. Lo cierto es que las condiciones educativas del sistema y de la escuela
ya están definidas y los incumplimientos de las mismas exigen asumir que más que
revolución, debe haber reforma; hay que corregir abusos y generar nuevos usos. No es
revolución, es reforma lo que se necesita (Touriñán, 2008c y 2010a).
Se trata de entender que se ha modificado de tal manera el marco del desarro-
llo humano que el reto es hacer frente a la responsabilidad compartida individual y
corporativamente, sin renunciar a las competencias de cada una de las instituciones
implicadas. Ni los padres son los profesionales de la educación, ni la escuela tiene que
suplantar o sustituir la función de la familia, ni el educando debe dejar de ser agente de
su educación. Sociedad civil, familia, Estado y escuela afrontan el reto de la formación,
no sólo como una cuestión de hecho, sino como un compromiso de voluntades hacia
lo que es valioso en la educación: el desarrollo personal y la convivencia pacífica en la
sociedad abierta y pluralista (Touriñán, 2009).
Lo que procede, en la sociedad abierta y pluralista, es que el Estado desarrolle el sistema
educativo y delimite su competencia en educación. Pero, al mismo tiempo, es obligado que
el Estado propicie y garantice el ejercicio de las funciones propias de la sociedad civil, los
padres y la escuela en la formación en valores, en general, y en los propios del desarrollo
convivencial, en particular (Vázquez, Sarramona, y Touriñán, 2009; Glenn, 2006).
La tesis clave es distinguir claramente, a fin de salir bien parados de la polémica,
los límites entre la prestación de un servicio público y la pública intromisión en el
derecho del individuo a marcarse sus propios objetivos. La tesis es que la educación es,
en primer lugar, una responsabilidad compartida, porque es una tarea que no puede
delegarse y es inseparable de la participación en los asuntos que afectan a todos los
miembros de la misma sociedad y, en segundo lugar, es una responsabilidad derivada,
porque es una tarea relativa a los espacios que le son propios (el espacio cívico, ciuda-
dano, el espacio escolar, el espacio de los amigos, etc.). El espacio formativo, no es sólo
un espacio del individuo en su relación con el Estado, sino un espacio de formación e
interacción del individuo con los agentes de la educación; a veces, con y, a veces, frente
al Estado, pero siempre es espacio de formación “consigo mismo”, con “el otro” y “lo
Procesos formales, no formales e informales de educación… 555
Educación y Cultura no son sólo dos ámbitos de realidad susceptibles de ser ad-
ministrados desde el mismo departamento ministerial; Educación y Cultura son dos
creaciones humanas interdependientes, con especial significación para la formación
de los especialistas, pues cuando la educación se convierte en tarea de todos, de lo
que estamos hablando es de un cambio cultural que tiene que ser gestionado con
acierto y profesionalidad. En mi opinión, cultura, educación, civilización y gestión
cultural son conceptos que en nuestra sociedad tienen una singular vinculación para
la Pedagogía.
La idea de Tercer Entorno (la sociedad-red) que, junto con el entorno rural y el
entorno ciudad, configura nuevas posibilidades para la sociedad (Echeverría,
1999). Estas posibilidades han sido analizadas ya desde muy diversos conceptos:
como Tercera Comunicación (la audiovisual-virtual, frente a la gestual y verbal),
como Tercera Revolución (la del lenguaje de hipertexto-multimedia-digital, frente a
la del lenguaje oral y escrito), como Tercer Espacio (el de la pantalla interactiva —la
interficie—, frente al del encerado de la escuela y al del libro). Este nuevo “Entor-
no” genera condiciones icónicas y simbólicas singulares que afectan al lenguaje, la
comunicación y la forma de vida (OCDE, 2003; Colom y Touriñán, 2007).
La idea de Mundialización que ha empezado a modificar el sentido de la transnacio-
nalidad, que tiene consecuencias generales para la vida en el planeta, especialmente
significativas en la brecha-diferencia entre alfabetizado y no alfabetizado (Castells,
2001; Stiglitz, 2002 y 2006; Touriñán, 2004b).
La idea de Tercera o Cuarta Vía que, bajo la propuesta de sociedad del conocimiento
y de respeto al desarrollo sostenido, propugnan hacer frente a la globalización y
a la transformación continua de la vida personal en el mundo moderno desde el
triple objetivo del bienestar económico, cohesión social y libertad (Giddens, 1999;
Dahrendorf, 1995; Druker, 1993; Colom, 2000; Colom y Rincón, 2007).
La idea de Globalización que, básicamente, es un proceso de interpenetración
cultural; un hecho inevitable que, en tanto que proceso histórico, se orienta hacia
el futuro; un fenómeno que se singulariza por su extensión, su ritmo acelerado
de crecimiento, la profundidad de su impacto y su carácter multidimensional; un
sistema complejo con dimensiones interconectadas en el que las redes de informa-
ción, los flujos migratorios y financieros y las corrientes culturales tienen un lugar
específico (Touriñán, 2002, 2004a y 2005c).
Las circunstancias actuales no son las del siglo pasado. En nuestros días se está
creando un espacio mundial en el que las fronteras se hacen transparentes para los
intercambios socio-económicos y científico-culturales y se crean las condiciones nece-
sarias para (Gómez Dacal, 2003, Touriñán, 2004b):
El resurgimiento de flujos migratorios atraídos por las posibilidades que ofrecen
mercados laborales más ricos y desarrollados.
La aparición de una nueva clase social marginal, constituida por el conjunto de
personas en situación migratoria que carecen de los recursos cognitivos necesarios
para el éxito en la sociedad del país de acogida.
La posibilidad de creación de un sistema jurídico transnacional que ampara dere-
chos que se establecen, haciendo abstracción del contexto histórico y cultural de
cada pueblo bajo la bandera de los derechos universales del hombre.
La posibilidad de establecer comunicación y transmisión de valores con la familia y
nuestros allegados en situación transnacional gracias al desarrollo tercer entorno, la
mundialización, la globalización y los avances de la civilización científico-técnica.
El sentido transnacional de los derechos de tercera generación nos ha permitido
salir de nuestro marco territorial ciudadano por medio de las redes de comunicación y
experimentar un cierto modo de convivencia ciudadana mundializada en el contexto
Procesos formales, no formales e informales de educación… 571
actual. En este mundo del siglo XXI la política local es la política de la etnicidad; la
política global es la política de las civilizaciones. El choque de civilizaciones reemplaza
a la rivalidad entre las superpotencias. La política global se ha vuelto multipolar y
multicivilizacional (Huntington, 2001, p. 30 y más ampliamente pp. 21-84).
Es un hecho innegable que los dispositivos de comunicación, en la misma medida
que han ampliado el ámbito de circulación de las personas, bienes materiales y sím-
bolos, han acelerado el proceso de desplazamiento de fronteras físicas, mentales y cul-
turales. Las geofinanzas y sus espacios abstractos desterritorializados constituyen un
ejemplo claro de la cibereconomia en un mundo globalizado; se trata, en este contexto,
de poner, por delante de la producción y la inversión industrial, la función financiera
y el movimiento especulativo de capitales en tiempo real en un marco territorial global
que desborda los límites territoriales sobre los que se asienta la soberanía de los esta-
dos. Se ratifica, como ya decíamos, que cualquier estrategia en el mercado global tiene
que ser glocal; es decir, a la vez global y local, porque lo local, lo regional, lo nacional
y lo internacional no son espacios desconectados (Mattelart, 1998; Heilbroner, 1998c;
Touriñán, 1998c).
Ese carácter plural sin unidad que se ejerce en cada lugar hace que cada acción
en la sociedad mundial tenga que ser pensada y actuada global y localmente, en cada
acción concreta: es una propuesta glocal (Touriñán, 2000).
El principio de las organizaciones no gubernamentales (think globally, act locally)
es una traducción para la intervención social del concepto del mundo empresarial
que une en cada actuación lo global y lo local, desde la perspectiva globalista. Ahora
bien, debe quedar claro que la unión de global y local no tiene que hacerse en un
sólo sentido, también podría darse una alternativa desde la visión nacionalista de la
relación y plantear la unión en sentido contrario (think locally, act globaly). Más bien
hemos de convenir coherentemente con el sentido cultural de la educación que lo glocal
es una dirección con doble sentido, pensamos globalmente y actuamos localmente,
pero también pensamos localmente y actuamos globalmente.
La realidad es que, en cada caso, el ideal de progreso tecnológico no ha podido evi-
tar la distorsión entre la tendencia a la homogeneidad tecno-económica internacional
y el deseo de afirmación de la identidad, incluso siendo ciudadanos del mundo en la
sociedad global. Esta distorsión marca el resultado del camino emprendido hacia la
integración (Mattelart, 1998; Heilbroner, 1998).
Parece claro, pues, que la sociedad mundial no es ninguna sociedad meganacional
que contenga y resuelva en sí las distintas sociedades nacionales; la sociedad mundial
es un horizonte mundial caracterizado por la pluralidad sin unidad que se perpetúa e
incrementa a través de actividades soportadas en la comunicación. Cualquier estrategia
en el mercado global tiene que ser a la vez global y local, porque lo local, lo regional,
lo nacional y lo internacional no son espacios desconectados.
Si nuestros argumentos son correctos, estamos en condiciones de concluir que no
es bueno pensar la formación en el mundo actual sin considerar la importancia y tras-
cendencia de convertir la educación para el desarrollo en una estrategia de glocalización
adecuada.
574 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Estamos obligados a plantear las viejas dificultades como nuevos retos con la firme
convicción de que la cuestión no es un problema de nuevos medios y más medios, sino
más acertadamente un problema de nueva organización y de respeto al significado de
‘educación’, porque también las organizaciones tienen que estar a la altura de los tiem-
pos. El sentido público de la acción cultural y la racionalidad de la toma de decisiones
exigen ajustar el modelo de decisión respecto de las metas, atendiendo a criterios de
Idoneidad socio-cultural, Oportunidad organizativa y Coherencia ideológica institu-
cional que recogemos en el siguiente cuadro:
PRINCIPIOS DE RACIONALIZACIÓN DE
LA OFERTA
Pertinencia Eficacia
Transparencia
Relevancia Eficiencia
Orientación
Estratégica
CALIDAD DE LA EDUCACIÓN
perfila desde las misiones y principios de acción y juega un papel decisivo en la aso-
ciación de la oferta cultural patrocinada con la imagen de marca y el estilo del patrocinador.
En el caso de la educación, esto quiere decir que se asocia la imagen y el estilo a las
exigencias del significado, a la idea de mentalidad pedagógica específica y a la idea de
intervención y a la idea de mirada pedagógica especializada. En el caso de la educación,
no cabe acción neutral, sino el ejercicio de libertad comprometida y de acción responsable,
dentro del marco de responsabilidad compartida que es propio de la actividad educativa que
hemos defendido en el epígrafe 2 del capítulo 6.
en el día a día hay discursos orientados a hacernos creer que los únicos factores que
influyen en la competitividad son los costes salariales y del capital, ignorándose que
los conocimientos tienen un papel tan importante como esos factores. La información
disponible sobre el límite a la competitividad producida por el déficit de conocimientos
es abundante. Sólo a modo de ejemplo, recordemos que un estudio ya clásico del IRDAC
dice que el resultado de los sistemas de enseñanza y formación (incluida especialmente
la enseñanza superior), en términos tanto de cantidad como de calidad de las calificacio-
nes a todos los niveles, es el primer determinante del nivel de productividad industrial y,
por lo tanto, de competitividad de un país (Telford-IRDAC, 1994).
En la sociedad del conocimiento, las ideas adquieren la condición de materia prima.
La tendencia clásica del desarrollo tiende a apoyar una Ciencia susceptible de aplicación
en el sistema productivo; las tendencias más avanzadas en el ámbito de la innovación
apuntan a lo contrario: atender al diseño de un sistema productivo capaz de incorporar,
en el corto plazo, los desarrollos de la investigación fundamental al ritmo que se produ-
cen en la actualidad. Y en este debate, es preciso tener muy claro que el conocimiento, la
Ciencia y el propio hombre, deben afrontar la disyuntiva de incorporarse o alejarse cada
vez más de los caminos que se abren al desarrollo. Obviamente, la solución, si la hay,
habrá que buscarla también desde la educación (Touriñán, 2008b).
Desde esta perspectiva, el factor de producción absolutamente decisivo ha dejado
de ser el capital o el suelo o la mano de obra; ahora es el saber. El valor en la nueva
sociedad se crea mediante la innovación y la productividad; ambas son aplicaciones
del saber al trabajo y esa relación con el conocimiento favorece el carácter abierto de las
sociedades del conocimiento. En este debate, es preciso tener muy claro que el cono-
cimiento, la ciencia y el propio hombre, deben afrontar la disyuntiva de incorporarse
o alejarse cada vez más de los caminos que se abren al desarrollo. Cultura y educación
son ejes que no están al margen de esta polémica.
La tecnología es la base del desarrollo y este no es un asunto de la empresa privada
simplemente o de la universidad, es una “cuestión de Estado” y esto quiere decir que la
ciencia se convierte en objeto de la política. La universidad, la investigación y la inno-
vación son ejes de determinación de decisiones en la política científica y en la política
educativa por la implicación de la universidad en la formación y en la investigación
(Touriñán y Sáez, 2012, cap. 8).
La diversidad creativa, la coordinación territorializada y el sentido de responsabili-
dad compartida son condiciones comunes a la racionalidad de la oferta cultural y son
condiciones aplicables a la oferta educativa en tanto que cultural. La oferta cultural
debe ser implementada desde el significado de la educación, porque educamos para
crear cultura y nos educamos con la cultura. Hay una exigencia de integrar la cultura
en la orientación formativa temporal de la condición humana. Pero, además, en la
misma medida que la política cultural se integra en la orientación formativa temporal,
focalizándose desde la perspectiva de las sociedades del conocimiento, la innovación
se convierte en eje de la educación desde la doble perspectiva de educación de la
creatividad y de educación para las sociedades del conocimiento. Estamos obligados
a la calidad de la educación y a asumir las exigencias del conjunto conocimiento-
innovación-educación.
590 Dónde está la educación J.M. Touriñán
todos los días en cada acto de relación educativa, porque la creatividad hay que verla
en relación con cada sujeto y no solo desde la perspectiva institucional referenciada en
saltos cualitativos de la civilización y la tecnología.
Creatividad, educación, innovación y espíritu emprendedor son conceptos que están ligados
en la sociedad del conocimiento a la escuela. En las sociedades del conocimiento, la relación
creatividad-educación-innovación es una necesidad estratégica y una cuestión de Estado,
pues, quien se educa, se compromete con su desarrollo y emprende la tarea de hacerse autor y no
sólo actor de sus propios proyectos (Touriñán, (Dir.), 2012, cap. 2; SI(e)TE, 2012).
Cada persona es agente —actor y autor— de su propio desarrollo de alguna manera
y, por consiguiente, hay que lograr en cada educando hábitos operativos, que se vinculan
al sentido de la acción, y proyectivos, que se vinculan al sentido de vida, para dar una
respuesta comprometida original (nacida de uno mismo), haciendo integración cognitiva,
afectiva y simbólica en cada cosa que vamos a realizar. Es decir, que educamos para que el
educando pueda educarse y decidir y desarrollar su proyecto de vida y formación. No sólo
operamos (construimos procesos), también proyectamos (construimos proyectos y metas)
y también construimos cultura como forma creativa personal ajustar nuestra condición
humana al mundo simbolizado y como forma personal de expresar nuestras convicciones
y creencias desde nuestro entorno personal de aprendizaje, desde nuestras trayectorias
personales de aprendizaje y desde nuestros fondos de conocimiento personal.
Cada vez cobra más fuerza la propuesta de defender la existencia de sociedades
del conocimiento en el mundo globalizado, frente a la existencia de la sociedad del
conocimiento en ese mundo, pues parece evidente que la implantación de un modelo
uniforme a escala planetaria no responde a la verdadera historia de nuestros tiempos,
ni al sentido de la diversidad creativa (SID, 2000; UNESCO, 1997 y 2005).
Hemos de aprender a descubrir, innovar e inventar para conocer y transformar la
realidad y nuestros contextos y eso debemos hacerlo con criterio formal de aprendizaje
y con impronta de huella personal creativa. Nada de eso se consigue sin actuar inten-
cionalmente en la educación para articular relaciones entre inteligencia, cognición,
afectividad y creatividad (Touriñán, 2010). La tecnología y la innovación tecnológica
identificada en procesos y productos que han producido una nueva impronta, una
huella duradera, en la creación de conocimiento son la base del desarrollo y esto quiere
decir que la ciencia y la educación se convierten en objeto de la política, tal como he-
mos visto en el capítulo 4, epígrafes 6.4 y 6.5 y, en este capítulo, en el epígrafe anterior:
el énfasis en el desarrollo tecnológico no es dar la espalda a la docencia y la relación
universidad, investigación e innovación hacen de la ciencia una cuestión de Estado.
Obviamente, la solución, si la hay, habrá que buscarla también desde la educación y
esto hace que el sistema conocimiento-educación-innovación adquiera un significado especí-
fico en la sociedad actual relacionado con el modo en que el sistema escolar transforma la
información en conocimiento y el conocimiento en educación e innovaciones. Pero ade-
más, dada la relación entre cultura y educación la cuestión de estado se vuelve cuestión de
política cultural, política educativa y política científica y debemos poner los medios para
ser capaces de avanzar desde la implementación educativa de la oferta cultural, a la imple-
mentación educativa de la oferta cultural innovada, porque entre educación e innovación
de la oferta hay un relación que ya hemos visto en el capítulo 4, epígrafe 6.5.
Procesos formales, no formales e informales de educación… 593
Humano
Fundamental Dignidad Autonomía
(locus General)
Individual
1ª Generación Libertad Responsabilidad
(Locus Personal)
Social (económico-educativo-
bienestar) 2ª Generación Igualdad Justicia
(Locus Público, Privado y Social)
Cultural (socio-identitario)
3ª Generación Identidad Diversidad y diferencia
(Locus Territorial Transnacional)
Científico-Tecnológico de Progreso
del hombre y de la biosfera
4ª Generación Desarrollo Cooperación
(Locus Internacional Bilateral-
Multilateral)
ver con el contenido específico de las tareas y resultados propios del desarrollo y, sin
lugar a dudas, hay un problema pedagógico que nace de la práctica de la educación
para el desarrollo y del conocimiento de la educación que hace posible el estudio del
ámbito “desarrollo” como objeto y como meta de educación. Y esto no es baladí, implica,
como hemos visto en el capítulo 1, atender a las tres acepciones que cada área cultural
mantiene con educación, cuando se construye el área como ámbito de educación: edu-
cación “con”, “por” y “para” que se corresponden en este caso con el desarrollo como
ámbito general de educación, ámbito de educación general y ámbito de educación
vocacional y profesional.
La relación educación-desarrollo configura, cada vez más, tres modos de abordaje:
uno hace referencia al concepto de educación “con” el desarrollo, otro se preocupa es-
pecialmente por el lugar del desarrollo en la enseñanza, es decir, el currículum escolar
educativo y un tercero se centra en la importancia del conocimiento de la educación
y su necesidad para determinar las prácticas más ajustadas al concepto de educación
en la cooperación al desarrollo. Ninguna de estas perspectivas está ausente en este
capítulo y por eso asumimos y reconocemos la tarea del desarrollo como tarea que
se sustenta en la educación como actividad y como conocimiento de la educación, de
manera tal que se asume el desarrollo como objeto y como meta de la educación, tal como
queda reflejado en el Cuadro 50 (Touriñán, (Dir.), 2012, cap. 9):
Es obvio que el sentido vocacional y profesional de la cooperación al desarrollo ha al-
canzado cotas de implantación muy grandes en nuestra sociedad (Colom, 1997 y 2000).
Existen carreras y tareas de sentido vocacional y profesional vinculadas al voluntariado,
a las organizaciones no gubernamentales y al desarrollo sostenible que implican a es-
pecialistas en temas de salud, educación, medioambiente, ingeniería civil y agrícola,
desarrollo industrial y tecnológico, etcétera, de manera tal que podría decirse que la
cooperación al desarrollo desde el punto de vista vocacional y profesional se vincula con
cualquier profesión y actividad de servicio, siempre que se asuma con la finalidad de co-
operación al desarrollo, sin que eso exija negar la posibilidad de expertos en desarrollo,
que los hay y cada vez de manera más cualificada y competente (SI(e)TE, 2011).
Precisamente por eso, lo que nos interesa destacar en este trabajo es el sentido
general de la relación educación-desarrollo. El problema no es la salida profesional y
vocacional en este capítulo, sino la necesidad de que se contemple la cooperación al
desarrollo, un derecho de cuarta generación, dentro de la educación general, como los
demás derechos.
Así las cosas, desde el punto de vista de este discurso, una preocupación básica es llegar
a comprender la extensión general (no profesional y vocacional) de la relación educación-
desarrollo. Y en este sentido, podemos identificar las dos acepciones que dan significado a
la relación educación-desarrollo como educación “por” el desarrollo (entendido como área
de experiencia cultural valiosa que se convierte en ámbito de educación):
La cooperación al desarrollo como ámbito general de educación que aporta valores
educativos igual que cualquier otra área educativa.
La cooperación al desarrollo como ámbito de educación general, es decir, como
ámbito que forma parte de la educación común de los escolares y desarrolla el sen-
tido conceptual de “desarrollo y cooperación” como derecho de cuarta generación.
Cuadro 50. Componentes del área cultural “desarrollo” como ámbito de educación.
Formas de
expresión
convenientes para
educar en cada
Dimensiones área:
Generales de Posibles ámbitos Expresión plástica,
intervención en derivados de las expresión dinámica
cada área, áreas de (gestual y rítmica),
mediante procesos experiencia expresión lingüística
de auto y cultural (oral, escrita y de
heteroeducación signos), expresión
para el logro de matemática,
hábitos expresión musical,
Ámbito educativo “convivencia
fundamentales de expresión audio-
ciudadana planetaria”,
desarrollo visual, expresión
“desarrollo de los pueblos”
digital, expresión
mediática, expresión
gráfica, expresión
Valores guía derivados para la mixta o compleja,
decisión técnica en la relación etc.
educativa
AR QUIT E C T UR A C U R R IC UL AR
Disciplina o disciplinas relativas al ámbito de educación, construidas sobre el Área de experiencia cultural
“desarrollo” con las Formas de expresión convenientes al área, que especifican tareas, problemas y bloques de
actividad curricular, articulada con las demás disciplinas, según los niveles escolares del sistema educativo
los demás entes e instituciones no públicos; son los gastos de las empresas privadas y
de los colectivos de la sociedad civil. Hemos aprendido que ambos conceptos tienen
consecuencias y efectos que inciden en la economía general de un país, por medio del
Producto Interior Bruto. Pero hemos aprendido, además, que el gasto de las adminis-
traciones y de las instituciones privadas tiene un sentido modélico y motivador en la
sociedad en general. Este valor educativo de las instituciones y colectivos, de sus usos y
de sus costumbres de gasto, no siempre es utilizado con sentido de modelo y constitu-
ye uno de los elementos a tener en cuenta, cuando se pretende influir en la ciudadanía
en general para modificar sus pautas de conducta con sentido educativo. Es verdad
que la educación es un factor de desarrollo social, pero también es innegable que la
sociedad y la administración son un factor incuestionable del desarrollo educativo que
se evidencia en el valor educativo de la legislación y en la influencia de las conductas
y hábitos de los “modelos” de todo tipo en el imaginario colectivo. Es preciso analizar
con sentido pedagógico la importancia de la influencia formal, no formal y/o informal
de la sociedad civil, la administración y la empresa en la difusión de los modelos de
conducta adoptados ante el gasto y el consumo.
7.5.4.3. Educación para el emprendimiento
En el eje conocimiento-educación innovación, el emprendimiento es la propiedad que
se une al principio de receptividad, porque el emprendimiento nos obliga a la recep-
tividad respecto de la creación de tecnología autóctona y de la posibilidad de asimilar
creativamente la tecnología existente para generar diferencial competitivo.
Educar para el desarrollo implica educar el espíritu empresarial, o lo que es lo
mismo, educar con el emprendimiento, porque el desarrollo es una acción de em-
prendimiento que implica rentabilidad, liderazgo y competitividad. Y no se entienda
el párrafo anterior en sentido material y económico, porque el emprendimiento exige
ir mucho más allá: el emprendimiento tiene un sentido personal y primario en el
desarrollo personal; quien se educa, se compromete con su desarrollo, emprende la
tarea de hacerse autor y no sólo actor de sus propios proyectos.
Para la Real Academia Española de la lengua, el término “emprendimiento”, que
se incorpora en la edición de 2013, tiene dos significados: 1) el de acción y efecto de
emprender (acometer una obra) y 2) el de cualidad de emprendedor. Tiene sentido de-
cir “el emprendimiento de esta obra era necesario” (acción y efecto) y también lo tiene
afirmar que “admiro a esta persona por su fortaleza y emprendimiento” (cualidad).
Se dice “Emprendimiento y espíritu emprendedor”, no “emprendurismo” ni “em-
prendedurismo”, que son malas traducciones de la palabra inglesa entrepreneurship; un
término que se usa para describir el espíritu emprendedor o el ímpetu por iniciar algo,
en sentido empresarial.
Desde esta perspectiva, la relación educación-desarrollo-cooperación, la educación
para el desarrollo de los pueblos es escalón necesario de la formación para la conviven-
cia ciudadana planetaria, porque no es posible la convivencia ciudadana planetaria,
si no hay desarrollo de los pueblos, salvo que hagamos de los derechos de cuarta
generación una propuesta en el vacío y no un compromiso personal e institucional de
libertades reales.
612 Dónde está la educación J.M. Touriñán
de manera singular, pero cada vez tiene más fuerza la propuesta de Novak de que
tiempo y dinero no resuelven el problema de la empresa educativa, sino que son las
teorías viables y el establecimiento de niveles de criterio los que contribuyen a utilizar
con más eficacia el tiempo y el dinero disponibles, así como a alcanzar elevados niveles
funcionales (Novak, 1998).
En nuestros días, como consecuencia de la perspectiva de la sociedad del cono-
cimiento y de las tecnologías de la información y las comunicaciones, "tiempo" y
"espacio" se han convertido en factores de especial relevancia para la investigación
pedagógica. Sin ánimo de exhaustividad, me parece adecuado traer a colación diversas
acepciones que en relación con la educación están asociadas a los conceptos de tiempo
y espacio en la experiencia social y educativa con clara intención de establecer criterio
(Touriñán, 2003a, 2004a y 2011a):
El tiempo y el espacio se asocian al programa escolar, porque, en la escuela, la
actividad del aprendizaje se organiza en torno a las variables tiempo y espacio a
través de los programas y ciclos.
El tiempo y el espacio se asocian al ocio, ya que la actividad fuera de la escuela y el
tiempo de recreo se convierten hoy en día en uno de los recursos pedagógicos más
importantes para fomentar la convivencia, los valores democráticos y el desarrollo
físico y afectivo de las personas.
El tiempo y el espacio se vinculan a la formación permanente, porque la actividad
de aprendizaje y educación, ya sea reglada o actividad en torno al tiempo libre, va
más allá del tiempo escolar y de los procesos formales de intervención escolar; el
perfeccionamiento progresivo es posible a lo largo de la vida de las personas.
El tiempo y el espacio se matizan con respecto al perfeccionamiento profesional,
pues la actividad profesional está sometida a constantes modificaciones que depen-
den de los procesos de transformación provocados por el avance del conocimiento.
La innovación y la puesta al día son retos de los profesionales que se asumen dentro
del concepto de educación continua como perfeccionamiento profesional y requie-
ren espacios y tiempos específicos
El tiempo y el espacio se unen a la eficiencia en la actividad organizada, porque, en
la organización, los conceptos de eficiencia y eficacia condicionan los procesos de
producción desde la política de gestión de calidad, hasta un punto tal que, al me-
nos, el tiempo se convierte en un elemento estructural del proceso de producción.
El tiempo y el espacio se simbolizan en relación con las vivencias, pues una de las
consecuencias más directas de la programación biológica temporal del organismo
humano como entidad psicofísica es la experiencia de vida; el tiempo adquiere un
significado y valoración distinta en cada etapa del desarrollo humano (infancia-
adolescencia-juventud-madurez-senectud); un significado distinto según la viven-
cia personal. Mantenemos recuerdos de vivencias pertenecientes a diversas etapas
de la vida. Y no se vive con la misma intensidad el tiempo en cada momento.
El tiempo y el espacio se personalizan en el acontecer histórico y en el quehacer
diario, porque tienen un sentido antropológico incuestionable. Y esta condición ha
sido objeto de tratamiento ejemplar desde el ámbito de la investigación pedagógica
614 Dónde está la educación J.M. Touriñán
El producto: finalidades,
significado de educación y
principios derivados;
la construcción de ámbitos
de educación
ÍNDICE DEL CAPÍTULO
8.1. Introducción
8.2. Ambigüedades en el lenguaje de las finalidades
8.2.1. Ambigüedad como ocultación
8.2.2. Ambigüedad como polisemia
8.2.3. Ambigüedad como subjetividad
8.2.4. Ambigüedad como diversidad de expectativas socio-culturales
8.3. Significado del concepto de finalidades
8.3.1. L os f ines son valores elegidos, vinculados al carácter axiológico de la
educación
8.3.2. L os f ines son constantes de las conductas propositivas intencionales
8.3.3. L os f ines no son criterios de decisión externos al sistema, sino
engendrados en el sistema mismo
8.4. Carácter, sentido, significado, concepto de educación, orientación
formativa temporal y principios de educación
8.4.1. E l carácter deriva de la complejidad objetual y determina el signif icado
real de ‘educación’
8.4.2. El sentido deriva de la vinculación entre el yo, el otro y lo otro y
cualif ica el signif icado de ‘educación’
8.4.3. El signif icado de ‘educación’ como conf luencia de criterios de def inición
8.4.4. El concepto de ‘educación’ como conf luencia de signif icado y
orientación formativa temporal
8.4.5. L os principios de educación derivados del carácter y el sentido de la
educación
8.5. Dimensiones generales de intervención, ámbitos de educación y
arquitectura curricular
8.5.1. L a triple acepción técnica del área cultural como ámbito
de educación
8.5.2. Transformar áreas culturales en ámbitos de educación es
una nueva encrucijada del sistema educativo
8.5.3. L as dimensiones generales de intervención se vinculan a la actividad del
sujeto, no son áreas de experiencia cultural ni ámbitos de educación
8.5.4. Educación de las dimensiones generales de intervención
8.5.5. El ejemplo de la Educación de la afectividad (de la sensibilidad al
sentimiento) como educación de una dimensión general
8.5.6. El reto de la arquitectura curricular es integrar el concepto de ámbito
de educación
8.6. Educar con valores: una competencia profesional insoslayable e
irrenunciable
8.6.1. Educar con valores: una necesidad inexorable
8.6.2. Posibilidad de educar con valores
8.6.3. ‘Educar CON valores’ exige construir el ámbito de educación
correspondiente y ‘educación en valores’ es una disciplina de la
arquitectura curricular
8.7. Consideraciones finales. significado y finalidad como principios de
intervención
8.1. INTRODUCCIÓN
619
620 Dónde está la educación J.M. Touriñán
o cosa sin alterar el valor del objeto; es suficiente que confundamos su proceso de
valoración para variar su sentimiento.
b) E1 valor no se identifica con la valoración. La valoración es el proceso de conoci-
miento del valor y sólo a través de la valoración los valores existen para nosotros,
pero del hecho de que yo no conozca un valor, no se sigue que no exista.
c) E1 valor no se identifica con la elección. Es obvio que elegimos lo que valoramos,
pero no es verdad que sólo tenga valor lo que yo elijo. Las cosas siguen conservando
su valor, aunque no las elija. Yo elijo pedagogía, pero eso no quiere decir que no sea
valiosa la carrera de arquitectura. Mi elección supone relacionar mis necesidades
actuales con las cosas valiosas. Pero el valor de algo sigue existiendo sin relacionar-
se lógicamente con mis necesidades actuales.
d) Valoración y elección no se identifican, porque realizamos valoraciones que no
implican decisión. Si identificamos valoración y elección, afirmamos que toda va-
loración exige la elección de lo valorado y esto no es realista.
Me ratifico en las tesis defendidas en el capítulo 5 y mantengo que los valores no
se identifican con las propiedades de las cosas porque en ese caso, la luz más valiosa
sería la que más ilumina y nos cegaría, el calor más valioso sería el más intenso y nos
quemaría. Las investigaciones actuales confirman además que los valores ni son “a
priori”, ni subjetivos; tienen carácter relacional (Frondizi, 1972, p. 194).
No son subjetivos, porque esta tesis supone defender los errores que hemos criti-
cado. No son “a priori”, porque no existe la absoluta independencia respecto de los
bienes: si todo fuera indestructible e imperecedero, no cabría la posibilidad de hablar
de valor vital para las cosas; si todo fuera inmune a las enfermedades no se hablaría de
valor curativo; si en cada circunstancia las cosas que usamos se nos dieran de modo
natural y sin limitación, no hablaríamos de su valor económico; si la respuesta huma-
na estuviera determinada unívocamente por la estructura del hombre, no hablaríamos
de valor educativo.
El valor es relacional, es decir, supone incidencia de las propiedades de un objeto
en las propiedades de otro objeto en un ámbito o dimensión que afecta al objeto. Por
eso se puede hablar del carácter axiológico de los hechos y de la condición fáctica del
valor y, precisamente por eso, tiene sentido decir que, si las plantas no tuvieran que
nutrirse, el cianuro no tendría valor nutritivo para las plantas; si el hombre no pudiera
educarse, no tendríamos valores educativos respecto del género humano. Ya hemos
asumido en capítulos anteriores que la condición fáctica del valor se vincula al carácter
relacional del mismo. La ambigüedad como subjetividad debe rechazarse, no resiste
ni anula el carácter relacional del valor y los fines siguen cumpliendo su función y
mantienen su estatus epistemológico frente a la tesis subjetivista.
Llegados a este punto del discurso, identificar sin más conductas intencionales
y conductas morales en educación, sólo puede hacerse afirmando una de las dos si-
guientes cosas que no pueden aceptarse por más tiempo sin crítica: o bien se dice
que problema moral y problema educativo son la misma cosa, o bien se dice que
decisiones morales y decisiones de educación son la misma cosa. Ambas posiciones
son refutables:
1. Problemas morales y problemas educativos no se confunden, porque no todo pro-
blema educativo se resuelve con el conocimiento moral. Moralmente probado no
quiere decir pedagógicamente probado. Es obvio que en cuestiones morales, lo que
no está vindicado moralmente, no se convierte con legitimidad en objetivo o ins-
trumento de la intervención pedagógica, porque existe una relación entre decisión
técnica y decisión moral que ya hemos analizado.
2. Decisiones morales y decisiones de educación, tampoco se identifican. Desde el
punto de vista de la investigación de la intervención existe la decisión-técnica.
E1 ámbito de la decisión técnica se restringe a la elaboración de reglas y normas
derivadas del propio proceso, en función del conocimiento que se tiene del ámbito
específico y a partir de la elección primaria de trabajar en ese ámbito. A su vez, la
decisión moral no es elección dentro de un ámbito, sino confrontación de ámbitos
diversos respecto de la propia vida y proyecto personal; es la ordenación que hace
el hombre de sus exigencias de acuerdo con las relaciones que se dan en la realidad
en cada ámbito de su existencia, para decidir su propia vida cotidianamente.
La investigación de la decisión técnica defiende la fundamentación de la elección
en el conocimiento que se tiene del propio sistema. Es una orientación de la acción, de
fines y medios derivados directamente de la propia actividad elegida previamente. E1
objetivo previo a la acción es el compromiso moral de elegir la tarea y hacerla bien; pero
las cuestiones propias de la tarea elegida (en nuestro caso, educación —qué se hace,
cómo y qué voy a descubrir— son invenciones conceptuales, valoraciones y elecciones
técnicas acerca de y sobre los datos de competencia propia del conocimiento de la
educación. En este sentido se dice que toda educación es moral, porque siempre se
actúa moralmente, con el compromiso de hacer bien la tarea, pero no toda educación es
educación de la dimensión moral; hay otras dimensiones educables, como ya sabemos.
Existe, en efecto, un ámbito de la educación que se identifica con el desarrollo de
la dimensión moral. Desarrollar la dimensión moral es educar la decisión del hombre,
respecto de su propia vida y de las justificaciones de las opciones de vida. Pero incluso
en esta dimensión ha de reconocerse que el conocimiento moral es un conocimiento
especializado, distinto del de la educación, que se utiliza en la intervención educativa
para el desarrollo de destrezas morales y que no anula el carácter científico‑tecnológico
de la investigación pedagógica de fines y medios implicados en el proceso de educa-
ci6n de la moralidad.
El ámbito de la finalidad no se reduce al ámbito de la moralidad. Existe la decisión
técnica. Y por medio de la decisión técnica ayudamos a las personas a adquirir com-
petencia para diferenciar sentido de vida y sentido de acción. Los educandos aprenden
a comprometerse desde el dominio de la relación valor-obligación, aprenden a elegir
responsablemente desde el dominio de la relación valor-elección, que es una relación
El producto: f inalidades, signif icado de educación… 633
hace años, etc.). Hablamos aquí de los conocimientos de las disciplinas de áreas culturales
que forman parte de la educación.
Además, hay otras finalidades, intrínsecas, que tienen un carácter histórico y variable
sometido a la propia evolución del conocimiento de la educación. Hablamos aquí de
conocimientos de la educación derivados de la educación como objeto de conocimiento.
En este contexto que acabamos de delimitar, cabe la posibilidad ciertamente, de
que un determinado gobierno pretenda que todas sus opciones se dirijan al sistema
educación como fines de la educación aunque no sean compatibles con el conocimien-
to de la educación. Cuando se fuerza al profesional a que trabaje para lograr un cambio
que el propio conocimiento de la educación no confirma como valioso, porque hay
contradicción con los criterios y rasgos de significado de ‘educación’, nos encontramos
con un problema práxico cuya solución excede la competencia técnica.
En estas situaciones, o existen oportunidades para que el profesional no tenga que
actuar en contra de su código técnico-profesional, o nos encontramos en un sistema
político de privación real de libertades, o se convence al profesional de que no tiene
competencia alguna respecto de la índole pedagógica de las metas a conseguir.
Con todo, debe quedar bien claro que cualquiera de estas situaciones apuntan a
la presencia o ausencia de oportunidades para ejercer la competencia profesional,
pero no invalidan el rigor 1ógico de la competencia del profesional en las finalidades
educativas y pedagógicas. Ya lo hemos visto al analizar críticamente las tesis de la
neutralidad y al exponer las exigencias derivadas de la condición de agentes en la
educación: lo que parece conveniente es que el carácter participativo de la toma de
decisiones respecto de las finalidades en la educación, no anule en modo alguno la
valiosidad educativa de lo que se decide como fin, ni la condición de experto en el
conocimiento de la educación para el profesional de la educación.
Carácter patrimonial, significa que, cuando nos marcamos finalidades, no sólo ha-
cemos una estimación del valor, sino que también asumimos ese valor en la finalidad
como una parte integrante de nuestro proyecto de vida; hacemos, de nosotros, nuestro
propio patrimonio. Como hemos dicho, nos identificamos en la decisión, nos individuali-
zamos y determinamos nuestro sentido de vida. La identidad, la individualización y el sentido
de vida son principios de la educación vinculados al carácter patrimonial. Reclamo para
“patrimonial” un significado intrínsecamente anclado en el concepto de educación
como desarrollo y construcción de la persona en su identidad e individualidad. Afir-
mar el carácter patrimonial de la educación quiere decir que somos, cada uno de
nosotros mismos, un patrimonio; que aprendemos a elegir, a decidir y a marcarnos
finalidades, para poder determinar nuestro proyecto de vida, dando respuesta a nues-
tras necesidades en cada circunstancia, construyéndonos a nosotros mismos como
nuestro patrimonio más propio. Decidir cuál de nuestras necesidades debe ser atendi-
da, aquí y ahora, en nuestro proyecto de vida, supone deliberar y asumir, atendiendo
a los conocimientos, valores, sentimientos, actitudes e intereses que tenemos en ese
momento; un patrimonio que nosotros podremos corregir y variar amparados en las
oportunidades, en las circunstancias y en la educación recibida, pero que no podemos
evitar tener en el momento de adoptar la decisión. El carácter patrimonial determina la
educación como construcción de metas y proyectos personales. La finalidad se convierte en
meta, porque se integra en nuestros proyectos.
Respecto de la tercera condición, mantenemos que yo puedo elegir hacer algo,
puedo comprometerme con ese algo y hasta incluso puedo decidir integrar ese algo
como parte de mis proyectos; pero a continuación tengo que realizarlo, debo pasar
del pensamiento a la acción, debo pasar del valor realizado y realizable a la efectiva
realización. Debo pasar del pensamiento y del conocimiento a la acción. Y para eso
no basta con conocer, elegir, comprometerse y decidir; hay que dar un paso más y
sentir, es decir, vincular afecto, valor y expectativas personales para que se produzca
sentimiento en forma de vinculación positiva de apego hacia el valor de lo logrado o de
lo que queremos lograr. El hábito operativo, el hábito volitivo y el hábito proyectivo
exigen, para realizar la acción, el hábito afectivo que se deriva de la relación valor-
sentimiento y genera experiencia sentida del valor. Nos desplazamos de la sensibilidad
al sentimiento y vinculamos lo que queremos hacer con lo que es valioso con apego
positivo.
Por medio del sentimiento manifestamos el estado de ánimo que se ha producido
por cumplir o no nuestras expectativas en la acción con actitudes de reconocimiento,
aceptación, acogida y entrega a la acción. Solo por este camino se llega a la realización de
una acción como agente autor.
La realización efectiva de la acción exige ejecución, interpretación y expresión. Y para que
esto sea posible, además de hacer una integración afectiva, pues nos expresamos con
los sentimientos que tenemos en cada situación concreta y vinculamos afectivamente,
mediante apego positivo, lo que queremos lograr con valores específicos, necesitamos
hacer integración cognitiva relacionando ideas y creencias con nuestras expectativas y
644 Dónde está la educación J.M. Touriñán
convicciones, para que podamos articular valores pensados y creídos con la realidad,
porque nuestra acción se fundamenta de manera explícita desde la racionalidad con el
conocimiento. Pero necesitamos, además, hacer una integración simbolizante-creadora,
es decir, debemos dar significado a nuestros actos por medio de símbolos, porque
cada acto que realizamos requiere una interpretación de la situación en su conjunto y
en el conjunto de nuestras acciones y proyectos dentro de nuestro contexto cultural.
Necesitamos hábitos afectivos, pero la realización concreta de la acción no es posible
sin el hábito intelectual y sin el hábito simbolizante-creador.
Llegamos a la realización concreta de un valor contando con las oportunidades,
pero siempre hemos de disponer de hábitos operativos, volitivos, proyectivos, afectivos
intelectuales y hábitos, notativos-significantes, creadores. Cada vez que realizamos algo
pensamos, sentimos, queremos, elegimos hacer, decidimos proyectos y creamos con
símbolos. Y solo de ese modo llegamos a la realización que siempre implica ejecución,
interpretación y expresión (integración cognitiva, simbolizante-creadora y afectiva), de
acuerdo con las oportunidades. Por medio de la tercera condición la educación adquiere
carácter integral, gnoseológico y espiritual, tal como queda recogido en el Cuadro 52.
Carácter integral quiere decir desarrollo dimensional integrado de cada educando
desde su actividad común interna (pensar, sentir afectivamente-tener sentimientos,
querer, elegir-hacer (operar), decidir-actuar (proyectar) y crear (construir simbolizan-
do), para desarrollar con posibilidades de éxito la condición humana individual, social,
histórica y de especie en las situaciones que se nos plantean en todos los ámbitos de la
vida: personal, familiar, local, escolar, profesional, etc. Carácter integral de la educación
quiere decir educación de todo el educando como un todo, desde su actividad interna,
no como una suma de partes.
En la concordancia valor-sentimiento, se contempla el carácter integral desde los
principios de positividad y desarrollo dimensional; ambos son principios de educación
derivados del carácter integral de la misma. Positividad, porque el vinculo de apego
entre valor y sentimiento hacia lo logrado y lo que queremos lograr tiene que ser
positivo, si pensamos en la realización de la acción. El talante afectivo de positivi-
dad fortalece y propicia la manifestación de actitudes de reconocimiento, aceptación,
acogida y entrega a la obra realizable, realizada o en vías de realización; el estilo de
afectividad positiva favorece y propicia la confirmación de actuar. El talante afectivo
de la negatividad paraliza la acción; la negatividad nos aleja de realizar el objetivo,
nos induce a abandonar los proyectos y hace que deseemos evitar el compromiso. El
estilo de afectividad negativa paraliza la acción. Desarrollo dimensional, porque en cada
manifestación de sentimiento se implica al ser humano en su conjunto: el sentimiento
une afecto, valor y expectativas en la articulación de la acción y eso implica todo el
ser humano en su actividad interna (inteligencia, afectividad, voluntad, operatividad,
proyectividad y creatividad). El sentimiento es la manifestación compleja de la afectivi-
dad y es la vinculación afectiva hacia los actos de conocimiento, estimación, elección,
compromiso, decisión, la simbolización creadora y realización del valor. Por todo eso,
la afectividad educada reclama positividad y desarrollo dimensional, como principios.
El producto: f inalidades, signif icado de educación… 645
RELACIÓN
EDUCATIVA
VALORAL
Carácter gnoseológico y eso quiere decir que somos capaces de integración cognitiva,
o sea, que aprendemos a relacionar ideas y creencias utilizando las formas de pensar,
de manera que podamos articular valores pensados y valores creídos con la realidad
por medio del conocimiento y la racionalidad en cada uno de nuestras elecciones,
voliciones, proyectos, sentimientos, pensamientos e interpretaciones creativas, es de-
cir, sin dejar fuera de la integración ninguna de las dimensiones humanas genéricas
relativas a las actividades comunes internas de cada educando: pensar, sentir afecti-
vamente-tener sentimientos, querer, elegir-hacer (operar), decidir-actuar (proyectar) y
crear (construir simbolizando). La integración cognitiva es principio de educación derivado
del carácter gnoseológico.
Carácter espiritual significa que generamos consciencia y creatividad que hace posi-
ble, desde la propia condición humana, crear símbolos para notar y significar el yo, el
otro y lo otro, en el mundo físico, en el mundo de los estados mentales y en el mundo de
los contenidos de pensamiento y sus productos. Carácter espiritual de la educación sig-
nifica que podemos mejorar mediante la enseñanza nuestras posibilidades de integración
simbolizante-creadora (integración creativa, que es forma de relación creadora entre el yo,
el otro y lo otro, que articula valores y creaciones, vinculando lo físico y lo mental para
construir simbolizando y que, en perspectiva antropológico-cultural, hace posible crear
cultura y símbolos para notar y significar la realidad desde la propia condición humana).
La humanidad de la condición humana depende de su capacidad de notar y significar,
de simbolizar, creando cultura personal. Carácter espiritual de la educación significa
asumir las consecuencias de la emergencia de consciencia y creatividad en el cerebro que
hace posible crear cultura y símbolos para notar y significar la realidad desde la propia
condición humana que no incluye crear de la nada. Carácter espiritual de la educación
significa que la educación se hace al modo humano y genera eventos mentales en los
educandos; mejoramos la toma de conciencia de nosotros mismos y de la realidad por
medio de símbolos, al modo humano, es decir, como corporeidad mental que integra de
manera emergente en el cerebro lo físico y lo mental y establece una forma de relación
creadora entre el yo, el otro y lo otro, por medio de símbolos. La integración simbolizante-
creadora es principio de educación vinculado al carácter espiritual.
YO
Singularmente
personal
EL OTRO LO OTRO
Próximo Transnacional
Relación de género (cultural)
ambiental Universal
Diversidad-diferencia
(intercultural)
Sentido de la educación:
Permanente (temporal),
Glocal (espacial),
De diversidad intercultural (género),
De formación general, vocacional y profesional (diferencia específica)
puede ser instrumento para desarrollar en los educandos los valores vinculados al
dominio teórico, tecnológico y práctico del área como manifestación creativa que
puede conocerse, enseñarse, investigarse y realizarse. Pero el área no es solo ins-
trumento de educación profesional. Podemos conocer un área cultural, podemos
enseñar un área y podemos educar “con” el área cultural, ya sea para desarrollar
en los educandos el carácter y sentido inherentes al significado de educación, ya
sea para desarrollar el sentido conceptual del área dentro de la formación general
de cada educando, ya sea para contribuir a formar especialistas en el área cultural
desde una perspectiva vocacional o profesional. Desde la perspectiva de la relación
entre el yo, el otro y lo otro, el sentido de la educación es de formación general,
vocacional y profesional. Es siempre sentido de formación interesada. Porque nadie
está obligado a ir en la formación más allá de su interés, pensando en la profesión y
en la vocación, y nadie está obligado a lograr todo en la formación general, porque
en cada educando hay un límite a su capacidad de interesarse en concreto por cual-
quier tema. Formación e interés son principios de educación vinculados al sentido
de esta. En la educación se da siempre un sentido de cualificación de la diferencia
específica (sentido de formación general, vocacional y profesional)
En cada acto educativo se establece vinculación entre el yo, el otro y lo otro de ma-
nera que se genera en la educación el sentido de diversidad intercultural, permanente,
glocal y de formación (general, vocacional o profesional). En cada acto educativo, desde
las relaciones entre el yo, el otro y lo otro, en sí mismas, se conjuga la identidad, lo
territorial y el horizonte interrogativo de la realidad y de la existencia y en cada acción,
desde las relaciones en sí mismas, se salvan los límites de lo singularmente personal,
lo próximo-ambiental y lo universal. En cada acto educativo se concreta un sentido
territorial, temporal, cultural y formativo, sin los cuales la educación no queda defi-
nida. Toda educación tiene sentido temporal, territorial, cultural y es específicamente
formativa. El sentido de diversidad intercultural, permanente, glocal y de formación
vocacional, general y profesional cualifica la educación en un concreto marco cultural
y territorial. El sentido no determina sin más el significado de la educación. Ni todo en
la educación de la diversidad es intercultural, por ejemplo, ni toda educación es educa-
ción, si es intercultural, porque no solo se respeta la diversidad de manera intercultural
(Touriñán, 2013c).
con las materias escolares de estudio derivadas de las áreas culturales consolidadas
en cada momento histórico.
El significado real de educación es confluencia de carácter y sentido. El carácter es
el rasgo distintivo o conjunto de características que determinan a algo como lo que
es. El carácter de la educación es su determinación, lo que la determina. El sentido
de la educación es lo que la cualifica; es la específica perspectiva de enfoque o cuali-
ficación, atendiendo a la vinculación que se establece entre el yo, el otro y lo otro en
cada acto educativo.
Desde esta perspectiva, la educación se configura como una tarea y un rendimiento
orientado a desarrollar experiencia valiosa y conseguir el uso de las formas de expresión
más adecuadas para ella, con objeto de imprimir en la educación, en cada intervención
pedagógica, el carácter que determina el significado de educación desde su compleji-
dad objetual (axiológico, integral, personal, patrimonial, gnoseológico y espiritual)
y el sentido que cualifica el significado de la educación, desde la vinculación que se
establece entre el yo, el otro y lo otro en cada acto educativo (permanente, glocal, de
diversidad intercultural y de formación general, profesional o vocacional). Al yo, en
tanto que singularidad individualizada, hay que formarlo en todos los rasgos de carác-
ter inherentes al significado de la educación. Al yo, en relación con el otro y lo otro,
hay que formarlo en los rasgos de sentido inherentes al significado de educación.
Desde la perspectiva de la definición real, cualquier acto de significado educativo
tiene que realizarse ajustándose a las determinaciones y cualificaciones que corres-
ponden al significado real de educación. Toda educación debe ajustarse al carácter
y al sentido. La educación matemática, la educación química, la educación física, la
educación literaria, la educación artística, la educación moral, la educación ciudadana,
etcétera, son educación porque, primariamente, cumplen las condiciones de carácter
y sentido propias del significado de “educación”. Pero no toda educación tiene que ser
matemática, para ser educación.
Tiene sentido decir que toda educación tiene que ser personal (que es rasgo de
carácter, determinante, y derivado de la complejidad objetual de ‘educación’), pero
no necesariamente es de matemáticas o de física o de literatura o de artes y, al mismo
tiempo, tiene sentido decir que toda educación matemática, física, artística o literaria,
atendiendo a la vinculación que se establece entre el yo, el otro y lo otro en cada
acto educativo, debe pensarse como educación con sentido permanente de diversidad
intercultural, glocal y de formación general, vocacional o profesional.
De este modo, en cada intervención, se manifiesta el significado de la educación,
como confluencia de carácter y sentido, en tanto que definición real. Pero además, en
cada intervención se manifiesta el conjunto de condiciones derivadas de los criterios
de uso y actividad finalista que completan la definición, desde el punto de vista no-
minal. Así las cosas, el significado de ‘educación’ exige la confluencia de definición
nominal y real, de manera que se ajuste cada actividad a criterios de uso, finalidad y
de rasgos de carácter y sentido propios del término ‘educación’, tal como reflejamos en
el Cuadro 54.
El producto: f inalidades, signif icado de educación… 651
Significado de educación
Criterios de Sentido de la
Criterios de Carácter educación (cualifica el
de la educación significado, atendiendo a
(determina el la vinculación que se
significado, Rasgos de establece entre el yo, el
atendiendo a la definición otro y lo otro en cada acto
complejidad objetual real educativo):
de ‘educación’): Permanente, glocal, de
axiológico, personal, diversidad intercultural, y de
patrimonial, integral, formación general, profesional
gnoseológico y espiritual o vocacional
EL LOGRO DE EDUCACIÓN:
Conocimientos, destrezas-habilidades, actitudes y hábitos adquiridos que
nos capacitan, desde el significado de la educación, para decidir y realizar
nuestros proyectos, dando respuesta de acuerdo con las oportunidades a las
exigencias que se plantean en cada situación
Atendiendo a la definición nominal y real, podemos decir que educar es, en tanto
que actividad, una actividad especificada; no es cualquier actividad, si bien cualquier
actividad puede ser transformada en una actividad educativa, si conseguimos que cum-
pla los criterios uso común, de finalidad y de significado real. La actividad educativa,
para serlo, requiere el cumplimiento de las condiciones de carácter de la educación
(axiológico, personal, patrimonial, integral, gnoseológico y espiritual) y las condicio-
nes de sentido de la educación (de diversidad intercultural, permanente, glocal y de
formación general, profesional y vocacional), así como los criterios de uso y finalidad.
652 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Criterios de Carácter de
la educación Criterios de Sentido de la
Significado educación)
Criterios de uso común de la
Educación Criterios de etimología y
Criterios de actividad sinonimia
orientada por finalidad
Orientación formativa
temporal
Ámbitos de educación
Niveles escolares
Arquitectura curricular para la orientación formativa temporal de la condición humana
individual, social, histórica y de especie
Recursos, técnicas y procedimientos aplicados a las estrategias de mejora de actividades internas
y externas
Acción educativa programada
acto educativo (lo hemos visto en el capítulo 6), se sigue que la actividad está presente
en toda educación: desde una perspectiva, como principio de intervención y, desde
otra, como principio de educación. Y precisamente por ser esto así, se explica que la
actividad se convierta en el principio-eje vertebrador de la educación y represente el sentido
real de la educación como actividad dirigida al uso y construcción de experiencia
valiosa para generar actividad educada.
Pero ahora, en este epígrafe, estamos hablando de principios de educación. Y, desde
esta perspectiva nos referimos a los principios derivados de los rasgos de carácter y
sentido que determinan y cualifican el significado en la definición real de ‘educación’ y
que resumimos en el Cuadro 56, atendiendo a lo que hemos expuesto en los epígrafes
precedentes, 4.1 y 4.2.
validez de su uso como instrumento y meta de la acción educativa no procede sin más
de su validez fijada en el área cultural correspondiente, sino que está condicionada por
las pruebas específicas de la Pedagogía, es decir, condicionados en su uso y significado
educativo por el sistema conceptual elaborado con el conocimiento de la educación,
que determina la mirada pedagógica.
La acción pedagógica tiene que estar a la altura de los tiempos y propiciar el tránsito
desde determinantes externos de conducta a determinantes internos con significado
y finalidad educativa, realizando una intervención de calidad, mediante procesos de
auto y heteroeducación en las dimensiones generales de intervención, para lograr hábi-
tos fundamentales de desarrollo intelectual, afectivo, volitivo, de construcción de uno
mismo y de creación de proyecto personal de vida desde las áreas de experiencia y las
formas de expresión correspondientes a las áreas culturales integradas en el currículo,
asumiendo la orientación formativa temporal.
El currículo escolar de la educación tiene que dar respuesta a las áreas culturales de
la educación que configuran al humano actual, proporcionando respuestas de conte-
nido propio de las formas de expresión (plástica, dinámica, matemática, lingüística..)
y de las áreas de experiencia (estético-artística, psico-social, físico-natural, históri-
ca, filosófico-trascendental, científico-tecnológica, geográfico-ambiental, literaria,
virtual, económica, ética, cívico-política, bio-sanitaria, antropológico-cultural, etc.),
atendiendo al significado del concepto “educación” que impregna la intervención, las
finalidades y la selección y organización de contenidos de la educación.
De este modo, las áreas de experiencia, las formas de expresión, las dimensiones
generales de intervención en procesos de auto y heteroeducación, junto con el carácter
y sentido inherente al significado de “educación”, posibilitan la diferenciación de ámbi-
tos de educación. Las áreas de experiencia cultural se convierten, desde el conocimiento
de la educación, en ámbitos de educación. Cada área de experiencia cultural puede
requerir diversas formas de expresión para dominar las competencias correspondien-
tes y, a su vez, las áreas de experiencia y las formas de expresión son susceptibles de
intervención pedagógica para el desarrollo de la competencia específica, que, en cada
caso, requiere intervención, atendiendo a las dimensiones generales mediante procesos
de auto y heteroeducación para realizar el significado de la educación y lograr hábitos
fundamentales de desarrollo. Y esto es lo que hace el conocimiento de la educación
con cada área cultural para hablar con propiedad conceptual de educar “con” un área
cultural como concepto distinto de enseñar un área cultural y conocer un área cultural
que forma parte del currículo (Touriñán, 2011a).
Desde esta perspectiva de investigación se identifican y definen técnicamente tres
acepciones posibles de las áreas culturales como instrumento de educación, en cual-
quiera de sus manifestaciones. Esa triple acepción nace del sentido de la educación por
derivación del principio de formación interesada. Las tres acepciones dan significado a
la relación áreas culturales-educación “como educación”, “como experiencia cultural”
y “como experiencia profesional y vocacional” (Touriñán y Longueira, 2010). Las tres
acepciones justifican la diferencia conceptual del área cultural como ámbito de educa-
ción, tal como queda reflejado en el siguiente cuadro:
El producto: f inalidades, signif icado de educación… 659
Cuadro 57. Triple acepción técnica de área cultural como ámbito de educación.
En las dos primeras acepciones, por medio del área cultural se realizan las finalida-
des de la educación en general y las finalidades de la educación general identificables
desde el sentido conceptual del área cultural. En la tercera acepción se cubre el sentido
propio de la educación desde el área cultural como orientación profesional y vocacio-
nal para un área determinada. En las dos primeras acepciones, damos contenido a la
expresión “educación POR el área cultural”. En la tercera acepción damos contenido a la
expresión “educación PARA un área cultural” (Touriñán, 2011c).
Si aceptamos la distinción educación ‘por’ y educación ‘para’, se admite implícita y
explícitamente que en la educación ‘por’, ni se trata de preparar a todos los alumnos de
la educación común y obligatoria, como si fueran a ser técnicos especialistas del área,
ni de presuponer erróneamente que todos los alumnos de la educación general son,
vocacionalmente, técnicos especialistas del área.
Hablar de un área cultural como ámbito general de educación no se confunde con
hacer técnicos especialistas en pequeño en la educación general. Se trata de asumir
que el área se transforma en un ámbito general de educación y, como tal, es susceptible
de ser tratado como un problema pedagógico general que permite realizar, desde los
contenidos y formas de expresión de esa área, los valores del carácter y el sentido
inherentes al significado real de educación.
Así las cosas, no se trata sólo de formar profesionales de un área (que podría hacer-
se como formación vocacional desde la educación primaria), ni de utilizar el área sólo
como ámbito general de educación, sino también de contribuir a la formación de todos
los educandos desde el área, entendida como ámbito de educación general, de manera
tal que, no sólo se logren desde el área valores educativos comunes a otras áreas de
660 Dónde está la educación J.M. Touriñán
experiencia, sino que, además, se logren los valores que le corresponden como área
cultural específica y singular.
El área, como ámbito de educación se presenta, así, como un ámbito general de
educación y como un ámbito de educación general. (Touriñán (Dir,), 2010; 1995;
Touriñán y Longueira, 2009 y 2010; Touriñán, 2011c). En este nuevo contexto, for-
mación general y profesional respecto de un área ya no se confunden, a menos que
digamos, erróneamente, que la educación general ‘por’ un área es una manifestación
desvirtuada de educación profesional ‘para’ el área, lo cual, dicho sea de paso, sería in-
completo, respecto de lo que llevamos dicho, y tendría sentido contradictorio, respecto
de lo legislado, pues nos obligaría a mantener, de manera reduccionista, que cualquier
presencia de ámbitos educativos de otras áreas de experiencia (contenidos de química,
historia, sociedad, economía, etc.) en la educación general son sólo manifestaciones
desvirtuadas de la educación profesional de sus respectivos ámbitos.
Podemos hablar, por tanto y con propiedad, de educación ‘para’ un área de ex-
periencia cultural (la de mi vocación o la de mi profesión), pero además, podemos
hablar de educación ‘por’ el área, como ámbito general de educación y como ámbito de
educación general (áreas consolidadas que forman parte de las finalidades de la educa-
ción y de la orientación formativa temporal). La “educación CON un área” es educación
profesional y vocacional, pero también es ámbito general de educación y ámbito de
educación general que puede impartirse a todos los alumnos en la educación común,
general y básica.
El objetivo de la educación con un área como ámbito vocacional y profesional de educación
(educación ‘para’) es, de manera específica, la competencia para crear objetos especí-
ficos de ese área: comprenderlos, ejecutarlos, expresarlos, interpretarlos y transfor-
marlos con los medios adecuados que proporciona el conocimiento del área, y esto es,
por principio de significado, un modo de uso y construcción de experiencia cultural,
aunque vinculado a los intereses personales o a las condiciones de profesionalización
y de adquisición de competencias profesionales en el ámbito de ese área. Desde esta
perspectiva, la educación ‘para’, se centra, por una parte, en el área como conocimiento
teórico y ámbito de investigación y, por otra, en la actividad propia del área como
manifestación creativa cuyo dominio técnico y ejecución práctica pueden enseñarse.
El objetivo de la educación con un área como ámbito general de educación y ámbito de edu-
cación general (educación ‘por’), nos enfrenta a un problema de orientación formativa,
atendiendo a lo que el conocimiento de la educación justifica, la necesidad de formar
personas con el área sin convertirlos en profesionales en pequeño. La formación ‘por’
el área aparece como ámbito de educación general, es decir, el área aparece como parte
del currículo general de la educación obligatoria y común para todos; aparece como
una finalidad de la educación general. No se trata ya de hablar sólo de la Educación
‘para’ en términos de pericia instrumental o técnica, sino que, al colocar el área como
ámbito formativo dentro de la educación general, estamos abriendo el camino para
comprender una nueva arquitectura disciplinar y curricular que centra la interven-
ción pedagógica en la obtención de competencias de la cultura del área para todos los
El producto: f inalidades, signif icado de educación… 661
alumnos, es decir, con carácter general y de utilizar el área como ámbito general de
educación que forma en los valores inherentes al significado de educación.
Si nuestras reflexiones son correctas, podemos afirmar que:
Desde el punto de vista de la tarea, la educación con un área, en tanto que ámbito
general de educación, es educación en valores (en los valores propios del signifi-
cado de educación). Y esto significa que la educación ‘por’ el área cultural es, por
una parte, una tarea consistente en el desarrollo de destrezas, hábitos, actitudes y
conocimientos que capacitan a las personas para estar, moverse, intervenir, actuar,
aprender e interrelacionarse con los valores del carácter y el sentido inherentes
al significado de educación desde la realidad cultural del área, es decir, desde los
contenidos y formas de expresión del área.
Desde el punto de vista del resultado, el objetivo fundamental de la educación con
un área, en tanto que ámbito general de educación, es la adquisición en el proceso
educativo de un conjunto de competencias que capacitan al educando para decidir
y realizar su proyecto de vida, utilizando la experiencia axiológica del área cultural,
porque, en definitiva, de lo que se trata, es de disponer de la experiencia del área
cultural como instrumento de la construcción de uno mismo y de su formación.
A su vez, el objetivo fundamental de la educación con un área, en tanto que ámbito
de educación general es doble. Por una parte, dominar los valores educativos singu-
lares, propios del sentido conceptual de esa área en la educación común y general
de todos los educandos, utilizando los contenidos de experiencia cultural de esa
área y las formas de expresión que le son propias. Por otra, lograr el desarrollo de
los educandos desde las finalidades propias del área cultural, proporcionándole
instrumentos culturales para decidir y realizar sus proyectos.
En la educación como ámbito general de educación se trata de alcanzar los valo-
res de la educación en tanto que educación (que tiene significado) Ahora bien, como
ámbito de educación general, la educación con el área es, conceptualmente hablando,
uso y construcción de “experiencia cultural valiosa”, es decir, experiencia concretada
desde la realidad cultural área y por eso es un área de experiencia específica en la
que nos enseñan su sentido conceptual, sus contenidos y las formas de expresión más
adecuadas al área. La educación ‘por’ el área, forma parte de la educación común de
las personas, en tanto que ámbito de educación general, porque es área de experien-
cia consolidada y un ámbito diferenciado de las demás áreas de experiencia por sus
contenidos culturales específicos (los propios del área, química, artes, matemáticas,
etc., respectivamente) y, al igual que podemos hablar de la educación física, química,
matemática, por ejemplo, como parte integrante de la educación general, también po-
demos hablar de la música, la danza, el teatro, la pintura, el cine —las artes— como
partes integrantes de la educación general para el logro de finalidades específicas del
contenido de las artes.
Podemos decir, por tanto, desde la perspectiva conceptual y con fundamento de
elección técnica derivada del conocimiento de la educación, que es posible mantener
un conjunto de propuestas programáticas en el contexto del significado del área como
ámbito de educación construido:
662 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Significado de la educación
permanente-cambiante
Dimensiones Ser-devenir
generales de Esencia-existencia Formas de expresión
intervención en Estructura-función que pueden ser
cada área mediante Fines intrínsecos-fines extrínsecos dominadas para
procesos de auto y educar con cada área
Orientación formativa temporal
heteroeducación de experiencia:
expresión plástica,
para el logro de Valores guía derivados: principios de expresión dinámica
hábitos educación y principios e intervención (mímica, no-verbal,
fundamentales de
gestual y rítmica),
desarrollo
expresión lingüística
(verbal: oral, escrita y
de signos), expresión
Inteligencia matemática, expresión
musical, expresión
audio-visual, expresión
Afectividad digital, expresión
mediática (prensa,
Voluntad radio, televisión),
expresión gráfica,
táctil, olfativa y
Operatividad gustativa, expresión
Posible ámbito de mixta o compleja, etc.
educación derivado
Proyectividad de área concreta de
experiencia
Creatividad
Áreas de experiencia cultural que delimitan los ámbitos de
educación: Estético-artística, psico-social, físico-natural, histórica,
filosófico-trascendental, científico- tecnológica, geográfico-
ambiental, literaria, virtual, económica, ética, cívico-política, bio-
sanitaria, antropológico-cultural, etc.
El área entendida con el El área entendida con el El área entendida con el sentido de
sentido de ámbito sentido de ámbito de ámbito vocacional y profesional, es
general de educación, educación general, es decir, decir, instrumento para desarrollar en
es decir, instrumento instrumento para desarrollar los educandos los valores vinculados
para desarrollar los en todos los educandos valores al dominio teórico, tecnológico y
valores vinculados al de contenido vinculados al práctico del área como manifestación
carácter y sentido sentido conceptual propio de creativa que puede conocerse,
propios del significado
cada área de experiencia enseñarse, investigarse y realizarse
de Educación
Dimensiones
generales de Formas de expresión
intervención en cada convenientes para
área mediante procesos Posible ámbito de
educación educar con cada área:
de auto y expresión plástica,
heteroeducación para el derivado de área
de experiencia expresión dinámica
logro de hábitos (mímica, no-verbal,
fundamentales de gestual y rítmica),
desarrollo expresión lingüística
(verbal: oral, escrita y de
signos), expresión
matemática, expresión
Superior y musical, expresión
Universitario audio-visual, expresión
digital, expresión
mediática (prensa, radio,
Secundaria televisión), expresión
gráfica, táctil, olfativa y
Infantil y gustativa, expresión
primaria mixta o compleja, etc.
Valores guía derivados:
Principios de educación
Principios de intervención
Niveles del sistema Carácter de la educación
educativo que determina el
significado:
Significado de la
axiológico, personal,
educación aplicable a
patrimonial, integral,
cada área
Permanente-cambiante gnoseológico y espiritual
Ser-devenir
Esencia-existencia
Estructura-función Sentido de la educación
Finalidades intrínsecas- que cualifica el
extrínsecas significado:
Orientación formativa Diversidad intercultural,
temporal glocal, permanente y de
formación general,
profesional o vocacional
Educación CON (el área entendida como ámbito general de educación, como ámbito de educación
general) y como ámbito vocacional y profesional para desarrollo formativo de la condición humana
individual, social, histórica y de especie, que se plasma en las materias escolares que integran la
arquitectura curricular en los distintos niveles del sistema educativo
de intervención para referirnos a aquello que está en el hombre y hace posible esas
diferentes actividades.
En el capítulo 3, epígrafe 5.3, cuando hablamos de las competencias adecua-
das, relacionamos cada dimensión general de intervención con la actividad interna
correspondiente (pensar-razonar / sentir-tener sentimientos / querer / elegir-hacer /
decidir-proyectar/ crear simbolizando). Las dimensiones generales de intervención son
inteligencia, afectividad, voluntad, operatividad, proyectividad y creatividad.
La extensión del criterio en cada dimensión es la actividad con la que se vincula.
En la dimensión general ‘inteligencia’, la extensión de criterio de decisión es la acti-
vidad de pensar; en la dimensión general de ‘afectividad’, la extensión de criterio es
sentir y tener sentimientos; en la dimensión general ‘voluntad’, la extensión de criterio
es querer; en la dimensión general ‘operatividad’, la extensión de criterios es obrar,
actuar libremente; en la dimensión general ‘proyectividad’, la extensión de criterio
es la decisión moral; en la dimensión general ‘creatividad’, la extensión de criterio es
crear simbolizando (no, crear de la nada, que está fuera de lo humano).
Todas las dimensiones son importantes e imprescindibles; no hay mayor o menor
importancia en lo humano, sin cualquiera de ellas se está incompleto como humano
y no es posible realizar la acción, tal como hemos visto en el capítulo 5, respecto de la
relación educativa y la complejidad de ‘educación’.
Dimensiones generales de intervención, actividades comunes internas, áreas de
experiencia cultural y ámbitos de educación son diferentes. Las áreas pueden llegar a
constituirse como ámbitos de educación, si cumplen las condiciones de ámbito. Las di-
mensiones se aplican y están presentes en la actividad en cada ámbito de intervención.
Los ámbitos, no son áreas ni dimensiones.
Un área de experiencia, por ejemplo, el área social, puede convertirse en un ámbito
de educación, porque se constituye en el contenido cultural del ámbito de educación so-
cial. En cada ámbito hay un área de experiencia que da contenido cultural al ámbito.
Para dominar un área de experiencia utilizo todas las dimensiones generales. Pero
las dimensiones generales de intervención siguen existiendo aunque suprimamos un
área de experiencia concreta. Si yo vivo en una isla no hay área social de experiencia,
pero hay las dimensiones generales. Las áreas de experiencia se construyen en interac-
ción con los conocimientos creados por los humanos para entender y transformar el
mundo y la vida; son parcelas de saber que se construyen, atendiendo al conocimiento
de la realidad que se va creando. Los ámbitos son construcciones complejas de la
mirada pedagógica para educar con un área. Las dimensiones son del sujeto que se
educa (son parte de la naturaleza humana, vinculadas a la actividad interna propia del
sujeto: pensar, sentir, querer, operar, proyectar y notar.
Cuando yo intervengo pedagógicamente en un ámbito de educación lo hago ac-
tuando sobre las dimensiones generales. Las dimensiones generales son comunes a
todas las áreas y ámbitos: en todos los ámbitos están las mismas dimensiones. Por eso
las dimensiones son transversales a las áreas. Todas las dimensiones se usan y están en
cada área cultural y ámbito de educación y cada dimensión puede ser estudiada desde
todas y cada una de las áreas.
670 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Competencia adecuada
de cada dimensión Capacidad específica de cada Disposición básica de cada
(talento, talante, tesón, dimensión (racionalidad, pasión- dimensión (juicio-criterio,
temple, trayectoria emocionalidad, volición-motivación, templanza-compasión, fortaleza,
personal y tono vital intencionalidad, moralidad, prudencia, justicia-conciencia,
creador) sensibilidad-espiritualidad) consciencia-notación)
Actividades comunes externas del educando (juego, trabajo, estudio, profesión, investigación y relación) en las que
utilizamos, dimensiones, competencias, capacidades, disposiciones y actividades internas
Proyectividad Moralidad
Decidir-Actuar (Justicia-Conciencia) AUTONOMÍA
Relacionar
(Construcción de Hábitos Proyectivos (Control patrimonial de
valor y decisión
metas personales) su condición humana
Carácter (Sentido de vida)
(Trayectoria individual, social,
patrimonial
personal) histórica y de especie)
Sensibilidad espiritual
Creatividad SALUD
Relacionar valor y creadora
Corporeidad mental (Mente dispuesta
creaciones (Consciencia-Notación)
simbolizante) para adaptación,
Carácter espiritual Hábitos, notativos-
Notar-significar- asimilación y
(Emergencia de significacionales,
crear acomodación de la
consciencia y creadores
(Tono vital creador) condición humana al
creatividad en el
Construcción de mundo simbolizado)
cerebro)
cultura
sentimos y tenemos sentimientos hacia nosotros mismos y los demás: tenemos que
compadecernos, sentir con nosotros y con el otro y lo otro.
El talante se identifica con la competencia para tener ánimo positivo o negativo en
cada momento. El talante es competencia que refleja el vínculo afectivo de positividad o
negatividad que se establece en cada caso entre valores y sentimientos. El talante expresa
la transigencia o intransigencia de cada uno consigo mismo, con el otro y con lo otro. El
talante es la competencia relativa a la afectividad, que es la dimensión humana genérica
de la actividad interna de sentir, de generar sentimientos. La capacidad específica de
la afectividad, podría identificarse, en ausencia de un nombre más integrador como
“pasión-emocionalidad”, como capacidad de producir sentimientos, en tanto que estados
de ánimo distintos de la emociones. La relación valor-sentimiento vincula afecto, valor
y expectativas y es un paso necesario en el camino del pensamiento a la acción. El
talante es condición necesaria de la realización o no de cualquier tarea. Estilos afectivos
positivos, vinculados a sentimientos positivos favorecen y propician la confirmación
de actuar y estilos afectivos negativos, vinculados a sentimientos negativos paralizan la
acción, la ralentizan, nos alejan del objetivo y nos incitan a desistir. Como ya sabemos,
somos afectividades (tenemos experiencia sentida de la emoción) conscientes y pen-
santes; cada hábito afectivo determina el conocimiento y se basa en el conocimiento,
las creencias determinan nuestros sentimientos y los sentimientos determinan nuestras
creencias. El talante apunta la templanza y a la compasión como disposiciones básicas y
busca la felicidad como satisfacción de vida interior y exterior.
Cada caso de intervención, es un ejercicio de libertad, compromiso, decisión, pasión y compasión;
cada caso de acción pedagógica exige resolver la concordancia de valores y sentimientos en
cada situación como manifestación explícita de actitudes de reconocimiento, aceptación,
acogida y entrega a la acción educativa. Y aun así, con esto no se resuelve en su totalidad
el paso del conocimiento a la acción porque requiere, además, razón y creación: cada caso
de intervención es una puesta en escena cuya realización implica ejecución, interpreta-
ción y expresión, que exigen además de la integración afectiva, la integración cognitiva
y la integración simbolizante-creadora, tal como se ha expresado en el Cuadro 31 que
refleja la relación compleja valor-actividad común interna del educando, concordando
valores y sentimientos en el paso del conocimiento a la acción.
Por medio del sentimiento manifestamos el estado de ánimo que se ha producido por
cumplir o no nuestras expectativas en la acción; manifestamos y esperamos reconoci-
miento de nuestra elección; manifestamos y esperamos aceptación de nuestro compro-
miso voluntario; manifestamos y esperamos acogida nuestros proyectos y manifestamos
entrega a ellos. Elegir, comprometerse, decidir y sentir positivamente un valor, tiene su
manifestación afectiva de vinculación y apego en actitudes de reconocimiento, acepta-
ción, acogida y entrega a la acción. Lo que caracteriza a la actitud es su condición de
experiencia significativa de aprendizaje nacida de la evaluación afectiva de los resultados
positivos o negativos de la realización de una determinada conducta.
Pasamos del pensamiento a la acción. Y para eso, vinculamos afecto, valor y expec-
tativas personales para que se produzca sentimiento en forma de vinculación positiva de
apego hacia el valor de lo logrado o de lo que queremos lograr. La relación valor-sentimiento
El producto: f inalidades, signif icado de educación… 683
Pedagogía Tecnoaxiológica
Pedagogía Mesoaxiológica
Mentalidad pedagógica
Mirada pedagógica
Intervención pedagógica
se hace experiencia sentida del valor por medio de la educación. Vinculamos lo que que-
remos hacer con lo que es valioso por medio de afectividad y educación, tal como se
recoge en el Cuadro 63.
En la educación de la afectividad tenemos que mantener las condiciones propias
de la complejidad objetual de educación. El paso del conocimiento a la acción es un
camino de doble dirección que nos permite ir:
De la elección, la obligación y la decisión a la afectividad y viceversa
De la afectividad a la cognición y a la creatividad y viceversa
De la cognición y la afectividad y la creatividad a la estética y viceversa.
Desde la perspectiva del paso del conocimiento a la acción el camino implica valor
elegido, valor comprometido, valor decidido y valor sentido, valor pensado y creído, y
valor significado. El paso del conocimiento a la acción nos instala en la complejidad
del valor realizado, del valor realizable y de la realización del valor.
Llegamos a la realización concreta de un valor contando con las oportunidades,
pero siempre hemos de disponer de hábitos operativos, volitivos, proyectivos, afectivos
intelectuales y hábitos, notativos-significantes, creadores. Cada vez que realizamos
algo, pensamos, sentimos, queremos, elegimos hacer, decidimos proyectos y creamos
con símbolos. Y solo de ese modo llegamos a la realización que siempre implica eje-
cución, interpretación y expresión (integración cognitiva, simbolizante-creadora y
afectiva), como se puede ver en el Modelo de concordancia entre valores y actividad común
interna del educando, que he diseñado en el epígrafe 3, del capítulo 5 (Cuadro 31).
El paso de la cognición y la afectividad a la creatividad está condicionado por el
modo de entender la creatividad. La creatividad la veo como dimensión general que
nos permite revisar nuestros patrones de interpretación y simbolización y cuestionar
nuestras formas de pensar o actuar, de romper con los itinerarios lógicos para valo-
rar la necesidad de cambio y de ampliación de nuestra experiencia. La creatividad
implica la posibilidad de salirse de la repetición y de la rutina para innovar. De esta
manera, se puede transformar la forma de enfrentarse con la realidad, cambiando el
tipo de respuesta que se da, y eso exige tener una actitud creativa. Lo que caracteriza
a la actitud es su condición de experiencia significativa de aprendizaje que nace de
la evaluación afectiva de los resultados positivos o negativos de la realización de una
determinada conducta. Por ello hay una diferencia esencial entre creencias y actitudes,
ya que mientras las primeras hacen referencia directa al ámbito cognitivo, las segundas
hacen referencia al ámbito de lo afectivo. Y por ello básicamente la creatividad implica
ideas y conocimientos nuevos, derivado de actitudes y creencias; la creatividad es el
impulso emocional de la actitud de cambiar e innovar junto con el logro de un nuevo
aprendizaje integrador y constructor, no una atribución exclusiva de la genialidad. La
creatividad y la afectividad se vinculan por medio de las actitudes hacia la innovación
y las experiencias sentidas de la emoción y el valor; la creatividad nos produce senti-
mientos singulares y los sentimientos impulsan o inhiben la creatividad. La cognición
y la creatividad se vinculan por la posibilidad de generar una integración cognitiva
superior; usamos la cognición para interpretar, significar e innovar. La cognición y
la afectividad se vinculan porque somos afectividades conscientes y pensantes: rela-
cionamos ideas y creencias y generamos convicciones sobre lo que elegimos, lo que
El producto: f inalidades, signif icado de educación… 685
personales de los agentes que no pueden dejar de tener los valores y los sentimientos
que tienen en cada situación concreta de puesta en escena. Precisamente por eso los
principios básicos de educación derivados de la relación educativa son el principio de
libertad y el principio de compasión.
La educación siempre es afectiva, porque siempre hay que integrar en toda educa-
ción la concordancia de valores y sentimientos. Pero NO TODO EN LA EDUCACIÓN
ES EDUCACIÓN DE LA AFECTIVIDAD, porque hay educación de otras dimensiones
generales de intervención. La Educación de la afectividad se identifica con educación
de la dimensión afectiva y de los sentimientos; está orientada al uso y construcción
de experiencia axiológica vinculada, desde las dimensiones generales de intervención
y las competencias adecuadas, las capacidades específicas y las disposiciones bási-
cas de cada educando, al desarrollo y logro de conocimientos, destrezas-habilidades,
actitudes y hábitos relativos a la actitud, la afectividad y el sentimiento, es decir, la
evaluación afectiva de la acción, la experiencia sentida de la emoción y la experiencia
sentida del valor. Lograr el hábito afectivo es lograr estables vinculaciones positivas de
apego que se manifiestan en actitudes de reconocimiento, aceptación, acogida, entrega
hacia el valor de lo logrado o de lo que queremos lograr.
objetivo de formación en todos los profesores. A menos que segreguemos del sistema
educativo la función educadora, en contra de lo argumentado en el epígrafe 3.4, del
capítulo 7, no es concebible un profesor que, no entienda de finalidades intrínsecas
y extrínsecas; no es concebible un profesor que no entienda de valores derivados del
carácter y sentido inherente al significado de educación; no es concebible un profesor
que no entienda y no se ciña a los elementos estructurales de la intervención en cada
caso concreto de actuación. Es responsabilidad profesional irrenunciable, pero tam-
bién es una responsabilidad compartida con la familia y la sociedad civil y el Estado,
cuya obligación, en la sociedad abierta y pluralista, es desarrollar el sistema educativo,
delimitando su competencia constitucional en educación, de manera tal que se propi-
cie y garantice el ejercicio de las funciones propias de la sociedad civil, los padres y la
escuela para educar, porque así está concebida en las leyes.
La descentralización es una propuesta ajustada al concepto teórico de finalidad y la
autonomía escolar, la libertad de enseñanza y la democratización son cuestiones que
plasman en cada caso concreto las posiciones sobre el derecho a y de la educación.
La solución no está en elegir en lugar del educando su modo de vida, sino en elegir aquellos
modos de intervención pedagógica que garantizan la capacitación del educando para elegir,
aprendiendo a construir y usar experiencia para responder a las exigencias en cada situación,
de acuerdo con las oportunidades”.
Y así las cosas tiene sentido formular cuestiones relativas a la arquitectura curricular
dese la perspectiva de la construcción de ámbitos de educación. Esta preocupación no se
resuelve con atender el problema de la extensión de la escolaridad obligatoria; tampoco
se resuelve reestructurando con criterio de tiempo la organización de etapas, niveles,
ciclos y modalidades; tampoco es un problema de cambiar los edificios y las estructuras
escolares. Es un problema que exige asumir la diferencia entre conocer un área cultural,
enseñar un área cultural y EDUCAR ‘CON’ un área cultural. Es una cuestión que exige
prestar atención a la transformación de un área cultural en ámbito general de educación,
ámbito de educación general y ámbito de educación profesional y vocacional.
Como ya sabemos, conocer un área cultural no es enseñar y enseñar no es educar, por-
que el conocimiento puede estar separado de la acción y porque podemos afirmar que hay
enseñanzas que no educan, con fundamento en el significado propio de esos términos.
Educar, es básicamente desarrollar en cada persona los valores derivados del ca-
rácter y sentido inherentes al significado del concepto “educación” y utilizar las áreas
culturales para generar en los educandos destrezas, hábitos, actitudes, conocimientos
y competencias que los capacitan para decidir y realizar su proyecto de vida personal
y construirse a sí mismos, sin perjuicio de la posibilidad de abordar además el área
cultural como manifestación de nuestra creatividad cultural que las hace cognoscibles,
enseñables, investigables y realizables. Educar con un área cultural no es lo mismo
que conocer un área cultural, enseñar un área cultural o mejorar nuestra capacidad
cognitiva aplicada a un área cultural.
Por lo que ya sabemos, y pensando en la enseñanza de un área cultural, podemos
decir que los conocimientos teóricos, tecnológicos y práxicos de las diversas áreas cul-
turales que se constituyen en objetivo de conocimiento en la enseñanza (la Literatura,
El producto: f inalidades, signif icado de educación… 689
ÁMBITOS DE EDUCACIÓN
(Áreas de experiencia, formas de expresión, procesos y
dimensiones generales de intervención educativa
orientadas al carácter y sentido propio del significado de
la educación).
Científico-tecnológico
Geográfico-ambiental
Infantil
Primaria
Secundaria Estético-Artístico
Antorpológico-cultural Universidad
y otros
concreta de realizarse, mientras que la educación no ponga los medios adecuados para
que él pueda forjarse una capacidad de elección lúcida (Touriñán, 2005b).
En consecuencia, desde el punto de vista de la lógica, los valores son fundamento
de la educación y puede decirse que es falsa toda proposición que pretenda negar la
necesidad de presuponer un modelo de persona al cual se orienta formativamente y en
el cual se realiza cada persona, si lo aprehende y estima como deseable y posible. Y es
esta relación entre educación y valores la que hace de los valores una necesidad inexo-
rable en la educación, cuya posibilidad debe ser fundamentada (Touriñán, 2006b).
de hacerlo, sino que llega al mundo en estado inmaduro, tiene necesidad de la ayuda
de los otros y cualquier tipo de influencia no produce el mismo resultado educativo
La educación carece de toda justificación inteligible cuando se rechaza el carácter fun-
damentante de los valores: si el hombre no tiene una inserción preestablecida en una
forma concreta de hacerse -hecho incontrovertible porque no todos tenemos que ser lo
mismo en la vida necesariamente-, se infiere que sólo decidirá realizarse de un modo
concreto, cuando le sea posible desvelar el valor de esa forma específica de llevarse a
cabo, con su capacidad y con la ayuda de los demás.
Lo valioso en sí tiene en educación un sentido relacional y gnoseológico. Es una
cualidad relacional de las cosas, aquello que las hace excelentes una vez que hemos
hecho abstracción de las necesidades y conveniencias del momento. Y es cognoscible,
porque cuando nosotros decirnos que algo es valioso, estamos afirmando que estima-
mos ese algo, porque hemos realizado un juicio sobre la naturaleza y cantidad de la
excelencia de sus cualidades, aunque no pueda elegirlo en mis circunstancias actuales,
teniendo en cuenta las oportunidades de obrar.
Para que el valor alcance realmente carácter pedagógico, debe cumplir unas con-
diciones que le permitan adaptarse al modo humano de perfeccionarse; de tal manera
que, si el hombre es movido a realizarse únicamente por aquello que conoce como
valioso, caso de que ese conocimiento sea erróneo, pueda aprehender de nuevo ese
valor y decidir modos más lúcidos de realizarse.
Aceptado el modo imperfecto que tiene el hombre de captar la verdad, podemos
afirmar que podemos hacer estimaciones incorrectas y, en consecuencia, la educación
deberá esforzarse para poner los medios pertinentes a fin de que nuestras estima-
ciones se adecuen al carácter propio del valor y sean siempre ese intento honesto
de conjugar elección, compromiso, decisión y realización en cada caso concreto de
búsqueda del valor.
En nuestra opinión, los valores tienen carácter pedagógico y la educación en va-
lores, se adecua al modo humano de perfeccionarse, permitiendo que la educación
se muestre siempre como esa ayuda que beneficia al hombre en cada situación de
elección y realización de valores. La educación es un valor y desarrolla valores. En
definitiva, es posible la educación con valores, porque los valores son cognoscibles y estimables
y elegibles, son enseñables, decidibles (integrables en nuestros proyectos) y objeto de compro-
miso y, por último, son realizables de acuerdo con las oportunidades (es posible la integración
afectiva, cognitiva y simbolizante-creadora). Hemos fundamentado esta posición al hacer
el estudio de la complejidad y las exigencias derivadas de la misma como relación va-
lor-elección-obligación-decisión-sentimiento-cognnición-creación. Vamos a resumir
el fundamento de la tesis en los epígrafes siguientes.
8.6.2.2.1. Posibilidad de conocer, estimar y elegir el valor
La posibilidad de conocer el valor es algo que está fuera de toda duda, porque es po-
sible conocer las cualidades concretas que hacen a un objeto estimable para un sujeto.
Los valores son cognoscibles y estimables, porque hay un carácter axiológico en los hechos y
hay una condición fáctica en el valor.
698 Dónde está la educación J.M. Touriñán
En la investigación científica, desde las tesis del racionalismo crítico, los hechos
científicos están afectados de carga teórica, es decir, están valorados como adecuados
para explicar los acontecimientos. Por consiguiente, si no hay una certeza absoluta en
la base empírica de la ciencia y nuestras observaciones son interpretaciones a la luz de
teorías, se sigue que los hechos no son 'aproblemáticos', sino afectados de carga teórica.
Esa afectación de carga teórica es el fundamento del carácter axiológico de los hechos.
El carácter axiológico de los hechos permite entender sin dificultad que cada es-
pecialista en su ámbito establece objetivamente las relaciones pertinentes. Un hecho
biológico no es cualquier tipo de hecho científico, porque el biólogo se ha ocupado en
delimitar y contrastar los enunciados que le permiten afirmar la pertinencia de deter-
minados hechos en su ámbito. En la misma medida que su conocimiento avanza, no
sólo puede atribuir valor biológico a más cosas, sino que, además, cabe la posibilidad
de que lo biológico se defina de otra manera más ajustada a la posible explicación de la
realidad. El conocimiento no tiene, como hemos visto, garantía absoluta de certeza. En
este sentido, el valor de los datos se mejora. No se trata de que elijamos cosas distintas
en momentos históricos distintos (hoy no es frecuente elegir el carro como transporte,
aunque no negamos su valor), se trata más bien de reconocer que, al redefinir el ámbito
de pertenencia, los objetos que en un momento se valoraban -se eligiesen o no- pueden
perder su significación.
Carácter axiológico —lo hemos visto en el epígrafe 5.7, del capítulo 2— quiere
decir que educación tiene un significado distinto al de otras actividades especifi-
cadas; es el propio marco teórico de educación el que nos dice qué es lo que debe
ser explicado y significado. El marco teórico restringe las posiciones de valor que
pueden defenderse como educación, porque existe el carácter axiológico de los hechos.
Los hechos no son 'aproblemáticos', sino afectados de carga teórica. Esa afectación
de carga teórica es el fundamento del carácter axiológico de los hechos. La educación es
siempre educación en valores y elección de valores y cualquier tipo de influencia no
es educación, aunque cualquier tipo de influencia pueda ser transformada en un
proceso de influencia educativo
La condición fáctica del valor tiene su fundamento en la afirmación verdadera de que los
valores tienen carácter relacional y no se identifican con las propiedades de las cosas. El valor
es una cualidad relacional que captamos en la relación valoral, que es el encuentro
intencional del hombre con los objetos (las cosas y los propios hombres) para descubrir
qué propiedades tienen y en qué medida afectan a las propiedades de otros objetos.
Hay una condición fáctica en lo valorado. La condición fáctica del valor —lo hemos visto
también en el epígrafe 5.7, del capítulo 2— tiene su fundamento en la afirmación
verdadera de que los valores tienen carácter relacional y no se identifican con las pro-
piedades de las cosas, porque, si se identificaran con ellas, la luz más valiosa sería
la que más ilumina, aunque nos ciegue, y el calor más valioso sería el más intenso,
aunque nos queme. La condición fáctica del valor significa que el valor se asocia a
las propiedades de las cosas relacionadas y ello nos permite decir con propiedad qué
rasgos determinan el significado de cada cosa para llegar a entenderla.
El producto: f inalidades, signif icado de educación… 699
El carácter axiológico de los hechos, junto con la condición fáctica del valor nos
permite mantener la posibilidad de conocimiento y de estimación del valor, porque
tiene carácter relacional. Podemos conocer el valor y además podemos estimar un
valor, es decir, estamos en condiciones de incluirlo en una específica categoría, atri-
buyéndole una determinada jerarquía que refleje nuestra estimación fundada en la
relación hecho-valor.
Los valores son elegibles, porque nos marcamos fines, que son valores elegidos. Podemos
conocer, podemos estimar y podemos elegir los valores, sabiendo que valor, elección y va-
loración no se identifican: la valoración no exige la elección de lo valorado y las cosas
siguen conservando su valor, aunque no las elija, elegimos lo que valoramos, pero no
es verdad que sólo tenga valor lo que yo elijo.
La experiencia confirma que la educación es siempre educación con valores y
elección de valores y cualquier tipo de influencia no es educación, aunque cualquier
tipo de influencia pueda ser transformada en un proceso de influencia educativo. Y
todo esto es así, porque es posible conocer, estimar y elegir valores educativos (en
nuestro caso).
Si esto es así y asumimos que la actividad se convierte en el principio-eje vertebra-
dor de la educación, es posible establecer una agrupación de valores, atendiendo a los
criterios de carácter y sentido inherentes al significado de educación, que actúan como
valores guía en la intervención, tal como se recoge en el Cuadro 66.
Educar CON el área de experiencia “valores”: área de experiencia del desarrollo que delimita un ámbito
cultural construido como ámbito educativo igual que puede hacerse con las áreas (Estético-artística, psico-
social, físico-natural, histórica, filosófico-trascendental, científico- tecnológica, geográfico-ambiental,
literaria, virtual, económica, ética, cívico-política, bio-sanitaria, antropológico-cultural, etc.
Formas de
expresión
convenientes para
educar en cada
Dimensiones área:
Generales de Posibles ámbitos Expresión plástica,
intervención en derivados de las expresión dinámica
cada área, áreas de (gestual y rítmica),
mediante procesos experiencia expresión lingüística
de auto y cultural (oral, escrita y de
heteroeducación signos), expresión
para el logro de matemática,
hábitos expresión musical,
Ámbito educativo “valores”,
fundamentales de expresión audio-
uso y construcción de
desarrollo visual, expresión
experiencia axiológica
digital, expresión
mediática, expresión
gráfica, expresión
Valores guía derivados para la mixta o compleja,
decisión técnica en la relación etc.
educativa
AR QUIT E C T UR A C U R R IC UL AR
Disciplinas relativas al ámbito de educación “Valores”, construidas sobre el Área de experiencia cultural
“valores” con las Formas de expresión convenientes al área, que especifican tareas, problemas y bloques de
actividad curricular, articulada con las demás disciplinas, según los niveles del sistema educativo
un área educativa. A menos que segreguemos del sistema educativo la función educa-
dora, en contra de lo argumentado en el epígrafe 3.4 del capítulo 7, no es concebible
un profesor que no entienda de finalidades intrínsecas y extrínsecas; no es concebible
un profesor que no entienda de valores derivados del carácter y sentido inherente al
significado de educación; no es concebible un profesor que no entienda y no se ciña a
los elementos estructurales de la intervención en cada caso concreto de actuación; no
es concebible un profesor que no sea capaz de desarrollar los valores de ámbito general
de educación que hemos agrupado sistemáticamente en el epígrafe 6.2.1.
La existencia de una asignatura del área cultural “valores” dentro de la educación
general (llámese ‘educación en valores’ o ‘formación ética y axiológica’ o educación
ética y cívica’, o de otro modo, en secundaria), no anula, ni suple, la responsabilidad
compartida en el logro de los valores de la educación, ni puede ocultar la importancia
de que todo profesor de educación general esté preparado para educar en los valores
vinculados al carácter y al sentido de la educación, con independencia de que haya
formación especializada de algunos profesores en un ámbito particular del área de
experiencia cultural “valores” o en otra área de experiencia cultural.
Desde la formación de competencias generales de profesores, la formación en la
construcción de la acepción ‘ámbito general de educación’ es insoslayable, porque
se interviene para lograr contenido axiológico de valor educativo y el primer valor
educativo es cumplir las exigencias del significado de educación. Y esta competencia,
además de ser una exigencia insoslayable, es irrenunciable, porque si se renuncia a
formar en los valores derivados del carácter y sentido inherentes al significado de
educación, se renuncia a educar.
La educación es actividad. La educación se ajusta al criterio de finalidad visto en
el capítulo 1: la actividad educativa es “educativa”, porque tiene la finalidad de educar
y ajusta el significado a los criterios de uso común del término, igual que cualquier
otro ente que se defina y sea comprensible. Atendiendo a lo que hemos desarrollado
en este capítulo se entiende que, desde una perspectiva descriptiva o expositiva que
tenga presente las actividades enunciadas anteriormente, la finalidad de la educación,
es que el educando adquiera conocimientos, actitudes y destrezas-habilidades-hábitos
que lo capacitan, desde cada actividad interna (pensar, sentir afectivamente-tener sen-
timientos, querer, elegir-hacer (operar), decidir-actuar (proyectar) y crear: construir
simbolizando) y externa (juego, trabajo, estudio, profesión, investigación y relación),
para decidir y realizar sus proyectos, dando respuesta de acuerdo con las oportunida-
des a las exigencias que se plantean en cada situación.
Educar es realizar el significado de la educación en cualquier ámbito educativo, de-
sarrollando las dimensiones generales de intervención y las competencias adecuadas,
las capacidades específicas y las disposiciones básicas de cada educando para el logro
de conocimientos, actitudes y destrezas-habilidades-hábitos relativos a las finalidades
de la educación y a los valores guía derivados de las mismas en cada actividad interna
y externa del educando, utilizando para ello los medios internos y externos convenien-
tes a cada actividad, de acuerdo con las oportunidades.
Desde la perspectiva de la finalidad, la educación es valor, porque la finalidad es un
valor que se elige y en educación enseñamos valores y construimos valores. Como valor,
el objetivo fundamental de la educación, como tarea, es el desarrollo de destrezas, hábitos,
El producto: f inalidades, signif icado de educación… 707
actitudes y conocimientos que capacitan a las personas para estar, moverse, intervenir,
actuar, aprender e interrelacionarse con los valores, porque de lo que se trata en la tarea
es de construir experiencia axiológica. Desde esa misma perspectiva, el objetivo funda-
mental de la educación, como resultado, es la adquisición en el proceso educativo de un
conjunto de competencias que capacitan al educando para decidir y realizar su proyecto
personal de vida, utilizando la experiencia axiológica para dar respuesta, de acuerdo con
la oportunidades, a las exigencias que se plantean en cada situación, porque, en defini-
tiva, de lo que se trata, respecto del rendimiento, es de utilizar la experiencia axiológica
como instrumento de la construcción de uno mismo y de formación: es una actividad,
en definitiva, orientada a construirse a uno mismo y reconocerse con el otro y lo otro en
un entorno cultural diverso de interacción, por medio de los valores.
La relación entre elección, compromiso, decisión y realización de valores a través
de las finalidades que nos marcamos nos pone en la vía de resaltar el compromiso de
construirse a uno mismo y reconocerse con el otro y lo otro en un entorno cultural
diverso de interacción, por medio de los valores que hay que elegir, decidir, compro-
meterse y realizar, haciendo integración afectiva, cognitiva y creadora en cada caso.
Estamos ante una alternativa que coloca en el primer plano a las finalidades
orientadas a optimizar el significado de educación, vinculada a criterios de definición
nominal y real, que atiende a las finalidades intrínsecas y extrínsecas y que asume la
orientación formativa temporal para la condición humana. Y esto resalta en la edu-
cación la evidente necesidad de educar CON valores y de formar a los profesores de
educación general —cualquiera que sea su área de especialización, porque todos son
educadores—, para adquirir la competencia de construir su área como ámbito general
de educación, tal como se recoge en el Cuadro 68.
La educación carece de toda justificación inteligible cuando se rechaza el carácter
fundamentante de los valores. Conocer, estimar, enseñar, elegir, y realizar los valores
son cuestiones de investigación pedagógica que deben ser abordadas desde la exigen-
cia lógica de los valores como fundamento de la educación y constituyen un pilar central de
la educación como objeto de conocimiento.
El sentido axiológico general en la educación permite afirmar que la existencia de
una asignatura de educación en valores dentro de la educación escolar, no anula, ni
suple, la responsabilidad compartida en el tema de educación en valores, ni puede
ocultar la importancia de que todo profesor de educación general esté preparado para
educar resolviendo con eficacia y eficiencia los valores como ámbito general de educa-
ción, con independencia de que haya formación especializada de algunos profesores
en un ámbito particular de la experiencia axiológica, sea este el ámbito del desarrollo
cívico, la ética, la convivencia pacífica u otra.
Debemos estar atentos para que la focalización disciplinar del problema no nos
lleve a minimizar, ni la importancia de la formación profesional de todo profesor como
especialista en valores derivados del significado de educación y vinculados a la acep-
ción de ámbito de educación como ámbito general (que es un problema de contenido
de la profesionalización del profesor), ni el compromiso con la educación en valores
como responsabilidad corporativa (que es un problema de profesionalismo), ni la im-
portancia de la responsabilidad compartida de los diversos agentes de la educación en
el tema de la formación en valores.
708 Dónde está la educación J.M. Touriñán
todos y cada uno de los profesores en la formación con los valores como ámbito general
de educación. Todas las asignaturas de la educación general están obligadas a defender
los valores como ámbito general de educación y todos estamos comprometidos con su
desarrollo transversal, aun cuando exista una asignatura especialmente orientada a la
formación para una experiencia axiológica singular y concreta.
El sentido de los valores en la educación, fundado en la naturaleza misma del valor,
justifica esta propuesta y reclama la formación del educador en los valores como ámbito
general de educación y, por tanto, como competencia de todos los profesores, en tanto
que la educación es responsabilidad profesional propia y, a la vez, compartida con
la familia, el Estado y la sociedad civil. El sentido axiológico nos faculta para hablar
de los valores en la educación como ámbito general de educación: en la acción educativa
se trata de usar y construir experiencia axiológica para realizar el carácter y sentido
de la educación en cada ámbito educativo, desarrollando las dimensiones generales
de intervención y las competencias adecuadas a ellas, los hábitos fundamentales de
desarrollo y capacidades específicas y las disposiciones básicas de cada hábito para el
logro de las finalidades de la educación y los valores guía derivados de las mismas.
9.1. Introducción
9.2. Medios y actividad. sentido pedagógico de los medios
9.2.1. L a libertad, acción y medios: positivos, negativos, internos y
externos
9.2.2. Medios, recursos o instrumentos
9.2.3. L os medios educan, se ajustan a la f inalidad y no son neutrales
9.2.4. L os medios se ajustan a la actividad del sujeto y al concepto de
educación
9.2.5. L a tipología de los medios de la educación es compleja y no es
unívoca, pero se vincula a la actividad
9.3. Premios, castigos y deberes como recursos pedagógicos
9.3.1. Premios y castigos entre la costumbre y la ley en la educación
9.3.2. Premios y castigos: entre la necesidad y la determinación personal,
la vinculación programada
9.3.3. L os deberes: entrenamiento, f ijación habitual y vinculación
cuasicausal
9.4. Los nuevos medios no son solo un medio: la experiencia digital y
mediática como ámbito de educación
9.4.1. L a competencia digital y mediática es instrumento y meta de la
educación electrónica (e-Educación)
9.4.2. Los nuevos medios: valorar y elegir con criterio de def inición
9.4.3. Tecnología digital y condicionantes del éxito: desmitif icar la
perspectiva TIC
9.4.4. Orientaciones de estrategia: tecnologías digitales y formación
continua
9.4.5. L a educación electrónica como ámbito de educación (e-Educación o
educación de la competencia digital y mediática)
9.5. Consideraciones finales: organización y oportunidad como principios
de intervención
9.1. INTRODUCCIÓN
En el capítulo 1, epígrafe 8, decíamos que, desde la perspectiva de los medios, hablamos
de educación plástica, rítmica y gestual, lingüística, matemática, estética, audiovisual-
virtual, gráfica, táctil, dinámica, etc.
Cada uno de estos modos de calificar la educación, que no tienen carácter ex-
haustivo reflejan, individualmente considerados, posibilidades distintas de abordar la
educación desde la perspectiva del conocimiento pedagógico. Pero, para poder afirmar
que son realmente educativas y educación, tenemos que preguntarnos:
Qué hacemos con todas las actividades para que se conviertan en educación
Qué hacemos para que una actividad plástica y rítmica sea educativa
Qué hacemos para que un determinado contenido de área cultural sea transforma-
do de información en conocimiento y de conocimiento en educación
Qué hacemos para que, en unos casos, enseñemos un área cultural y, en otros
casos, eduquemos con el área cultural
Qué hacemos para transformar un área de experiencia cultural en un ámbito de
educación
Qué hacemos para construir un ámbito educativo
Ahora, después de abordar en los capítulos precedentes los componentes estructura-
les de la mentalidad pedagógica (conocimiento, función, profesión y relación) y los com-
ponentes estructurales de la acción en tanto que acción (agentes, procesos, producto y
medios), ya sabemos que transformar la información en conocimiento y el conocimiento
en educación exige ajustarse a lo que el conocimiento de la educación ha ido consolidan-
do respecto de los elementos estructurales de la intervención. Tenemos que ser capaces
de construir ámbitos de educación y eso exige estar en condiciones de actuar con visión
crítica de nuestro método y de nuestros actos por medio del sistema conceptual elabora-
do con el conocimiento de la educación, que determina la mirada pedagógica.
La mirada pedagógica es el círculo visual que se hace de su actuación el pedagogo,
atendiendo a la corriente, disciplina, focalización de su trabajo y mentalidad específica;
es la expresión de la visión crítica que tiene el pedagogo de su método y de sus actos. Implica
toda la visión pedagógica ajustada a los elementos estructurales de la intervención,
que son los cuatro componentes estructurales de mentalidad y los cuatro componentes
estructurales de la acción en tanto que acción. Para mí, el conocimiento de la educación
marca el sentido de la mirada pedagógica y hace factible la comprensión de educar
como una tarea impregnada de la finalidad y el significado de ‘educación’ y de educar
como el resultado de establecer la relación entre contenido de área cultural y educación
con criterio pedagógico en cada ámbito de educación construido.
En cada caso concreto de intervención, tenemos que avanzar desde discernir,
conocer el aspecto, a definir los rasgos propios de educación y a entenderlos en su
funcionamiento, porque saber qué es educación es discernir, definir y entender. Todas
esas educaciones especificadas anteriormente, si son algo, lo son porque, sustantiva-
mente, son educación y eso quiere decir que tienen en común los rasgos propios que
713
714 Dónde está la educación J.M. Touriñán
determinan y cualifican una acción como educación y se ejecuta como acción educa-
tiva concreta y programada de todos y cada uno de los componentes estructurales de
la intervención pedagógica.
Hay que darle a la Pedagogía, el lugar que le corresponde en esta tarea. Y esto
significa que hay que entender los elementos estructurales de la intervención, la
construcción de ámbitos educativos y la educación de las dimensiones generales de
intervención, en tanto que manifestaciones de la acción educativa concreta.
En Pedagogía, tiene sentido afirmar que no es lo mismo “saber Historia”, “enseñar
Historia” y “educar con la Historia”; sólo en el último caso la Historia (que es una
materia de área cultural que forma parte del currículo junto con otras y se usa en este
texto como ejemplo) se convierte en ámbito de educación y, por tanto, en instrumento
y meta de la intervención pedagógica, en términos de definición real.
En Pedagogía, tiene sentido afirmar que tenemos que transformar la información
en conocimiento y el conocimiento en educación. Por una parte, hay que saber en el
sentido más amplio del término (sé qué, sé cómo y sé hacer); por otra parte, hay que
enseñar (que implica otro tipo de saber distinto al de las áreas); y, por si eso fuera poco,
además hay que educar, que implica no sólo saber y enseñar, sino también dominar el
carácter y sentido propios del significado de ‘educación’ para aplicarlo a cada área de
experiencia cultural. Y esto tiene sentido en términos de definición real.
En Pedagogía, tiene sentido afirmar que tenemos que construir ámbitos de educa-
ción, porque cada área cultural tiene que ser valorada como educación y construida
como ámbito de educación. La pedagogía transforma un contenido de área cultural
en ámbito de educación. Es importante mantener esta precisión e identificación como
ámbito de educación, porque su defensa y fundamentación contribuye a formar crite-
rio en los profesionales de la educación acerca del valor educativo de un área cultural
y su posibilidad como conocimiento pedagógico. Y esto tiene sentido en términos de
definición real.
En Pedagogía tiene sentido afirmar que creamos conocimiento de la educación en
cada ámbito, vinculando lo físico y lo mental, las ideas, las creencias, los hechos y las
decisiones, estableciendo una relación entre valor-elección-obligación-decisión-sen-
timiento-pensamiento-creaciones, de manera que se desarrollen mediante la acción
educativa concreta hábitos operativos, volitivos, proyectivos, afectivos, intelectuales,
y creativos, en cada persona, es decir, para educar bajo una acción controlada y siste-
matizada por la mirada pedagógica que, tomando como base el carácter y sentido de
la educación, diferencia entre conocer, enseñar y educar y genera conocimiento de la
educación y establece principios de educación y de intervención pedagógica para el
control de la acción. Y esto tiene sentido en términos de definición real.
Desde el punto de vista de la definición real, “educar” exige hablar de educación,
atendiendo a rasgos distintivos del carácter de la educación y del sentido de la educa-
ción que cualifican y determinan en cada acto educativo su significado real. Educar es
realizar el significado de la educación en cualquier ámbito educativo, desarrollando las
dimensiones generales de intervención y las competencias adecuadas, las capacidades
específicas y las disposiciones básicas de cada educando para el logro de conocimientos,
L os medios. Sentido pedagógico de los medios… 715
En principio, hemos de decir que nadie niega el valor de los medios de manera
absoluta. Incluso aquellos que reducen, erróneamente, la libertad a una posibilidad
mental o imaginaria respecto de nuestra situación real, reconocen que tienen que
contar con los medios necesarios para hacer posible esa imaginación libre.
En el punto de partida, los medios marcan las condiciones reales de posibilidad del
ejercicio de cualquier actividad. Si no hay medios no hay ejercicio de la actividad. Los
medios son componente estructural de la acción y por eso en cada acción según usemos
los medios podremos convertirnos o no en un obstáculo para nosotros mismos y nues-
tras acciones. Podemos utilizar los medios en nuestra contra o usarlos a favor de nuestra
acción. Algunos, basándose en el poder que tienen los medios para impedirnos obrar,
afirma un valor absoluto de éstos, hasta el extremo de confundirlos con la libertad.
Efectivamente, los medios tienen el poder de anular la posibilidad de obrar. Pero, en
contra de esta postura, mantenemos que son dos cosas distintas ser libre y poder hacer
lo que hemos decidido. Cuando una persona dice que no es libre para hacer una cosa,
quiere decir simplemente que en ese momento concreto y en esa situación no tiene los
medios para hacer lo que ha decidido, pero no quiere decir, ni se infiere de ello, que no
sea libre para buscar los medios que le permitan hacer efectiva su elección.
El que confunde la libertad con los medios está proclive a pensar que se es más libre
cuantos más medios se tengan, cuando el único problema que plantean los medios es
el de disponerlos de tal forma que nos dejen realizar lo decidido, atendiendo al sentido
de acción y la sentido de vida en cada circunstancia.
En la libertad existe una raíz de carácter interior que hace referencia, de un lado, a
la lucidez con que cada uno sabe enjuiciar su situación y, de otro, a la peculiar asun-
ción que cada uno hace de sí mismo en ella. A veces no podremos obrar libremente
porque nos faltan medios o porque otro nos lo impide, tal como hemos visto en los
capítulos 5 y 6. Sabemos, también, que no podemos hacer cualquier cosa porque nues-
tra realidad es limitada y no nos obedece de forma incondicional, tal como hemos visto
en el epígrafe 6 del capítulo 8. Pero sabemos, además, que podemos intentar hallar los
medios que nos permitan hacer lo que hemos decidido, atendiendo a las libertades
reales y formales que nos conceden el juego legítimo de derecho “a y de” en el marco
legal territorializado de convivencia.
En última instancia, frente a los que confunden la libertad con los medios, afir-
mamos que los medios sólo tienen un valor condicionado al sujeto libre. Los medios
carecen de valor para el sujeto que no se asume como agente actor y autor de sus
acciones, comprometiéndose voluntariamente para ordenar su realidad y disponer los
medios de acuerdo con ella.
En consecuencia, no se trata de despreciar los medios, ni de hacer de ellos una pa-
nacea. La libertad es una posibilidad humana que se ejerce en cada situación concreta
con unos medios específicos y determinados en virtud de las circunstancias que en
esa situación se dan. No importa en este momento cuáles sean esas circunstancias;
pero en ellas no nos reconocemos obrando libremente si no podemos hacer aquello
que habíamos decidido y a pesar de que en esa misma circunstancia podamos hacer
otras cosas.
718 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Y esto es así, siempre. En cada una de las situaciones en que nos encontramos, la
imposibilidad de obrar libremente para una cosa va unido a la posibilidad de actuar
libremente para otras, porque los medios por sí solos no pueden destruir nuestra con-
dición de seres libres, sino, solamente, la posibilidad de ejercer la libertad.
De manera genérica los medios son las cosas, de cualquier tipo que sean, que
utilizamos para realizar nuestra decisión en cada situación concreta. En el sentido
más riguroso de la tradición pedagógica, los medios se han vinculado siempre a la
acción y a la libertad de acción. Calificamos como medios a todas las realidades en la
medida que pueden ser utilizadas para lograr en la práctica la realización de aquello
que elegimos.
Desde la perspectiva de la libertad se distinguen medios positivos que son aquellos,
del tipo que sean, que facilitan la posibilidad de obrar con libertad. Respecto de los
medios positivos, hemos de contar con que no siempre están presentes y disponibles,
de manera que, en ese caso, hablamos de limitaciones al ejercicio de la libertad por
falta de medios.
Y precisamente por esa limitación, en la misma medida que esos medios son necesa-
rios para ejercer la libertad y no podemos contar con ellos, hablamos de medios negativos
y decimos que nuestra libertad está limitada, ya que no podemos hacer lo que habíamos
decidido libremente en esa ocasión. Se habla de medios negativos en estos casos porque
la ausencia de medios positivos crea una realidad distinta que influye desfavorablemente
en el ejercicio de la libertad. Así, se consideran como medios negativos, por ejemplo,
la ignorancia —que es ausencia del conocimiento debido—, la pobreza —que es la
carencia de recursos económicos necesarios—, la amnesia, la anarquía, etc.
De la exposición que estoy haciendo acerca de los medios se desprende que, además
de que la propia condición humana es de suyo limitada, el hombre tiene que contar
con situaciones en las que sus posibilidades de hacer lo que ha decidido estén anuladas
o limitadas por la ausencia de los medios requeridos para ello. En este último caso
nuestra condición de seres libres puede manifestarse en la capacidad que el hombre
tiene de, una vez asumida su situación, actuar con iniciativa personal para subsanar
esa carencia. A veces, el individuo no podrá lograrlo por sí solo. Pero en estos casos es
de desear que el ordenamiento jurídico de la sociedad cumpla con justicia las exigen-
cias del orden social y pueda superar las deficiencias de esas condiciones negativas.
Como ya hemos visto, lo social, como categoría distinta de lo público y lo privado, más
que un estado o una cosa concreta es una situación en la que se trata de favorecer el
bien privado con unos medios que no le pertenecen.
Asimismo, también se comprende que los medios negativos, que limitan el ejercicio
de la libertad, no siempre lo hacen con la misma radicalidad. Mientras que los uten-
silios de trabajo pueden ser sustituidos por otros para obrar libremente y, a lo sumo,
nos han demorado un tiempo relativamente breve la posibilidad de obrar, la carencia
de medios económicos en grado extremo puede anular totalmente la posibilidad de
realizar lo decidido. Sin embargo, salvo en situaciones de crisis profunda, los recursos
no son tan escasos como para que no sea posible arbitrar —por uno mismo o por
L os medios. Sentido pedagógico de los medios… 719
medio del orden social— las medidas oportunas a fin de que pueda subsanarse la
limitación que produce su ausencia.
Por último tenemos que darnos cuenta de que los medios, no sólo pueden ser
usados por un hombre para favorecer su libertad; además, los medios pueden ser usa-
dos intencionalmente por una persona en contra de la libertad de otra. Los medios
por sí solos no pueden destruir nuestra condición de seres libres, sino, solamente, la
posibilidad de ejercer la libertad. Pero algo distinto ocurre en otras situaciones en las
que nuestra circunstancia es estar frente a otro hombre que usa unos medios en contra
de nosotros. En estos casos, si la instrumentalización es efectiva, no sólo no podremos
hacer lo que habíamos decidido, sino que, además, nos podemos ver obligados a hacer
lo que no queremos, nos podemos ver obligados a no obrar, o, lo que es peor, pueden
anular nuestra libertad interior. Como ya sabemos, la manipulación y el adoctrina-
miento y la coacción intimidatoria son posibilidades inequívocas de anular la capaci-
dad de decisión, de obligar a un hombre a hacer lo que no quiere o de impedirle hacer
lo que quiere, o de actuar sin ser consciente de que está siendo instrumentalizado.
Desde el punto de vista de la acción, y aunque no todos los medios tienen el
mismo carácter de necesidad, en conjunto, pueden agruparse en medios internos (a
veces llamados intrínsecos y también directos si nacen de nuestra actividad), si esos medios
están dentro del educando en el momento de la acción, son los medios que actúan
desde el interior del educando, están en su estructura personal y medios externos (a
veces llamados extrínsecos y también indirectos) si esos medios provienen del exterior,
nacen fuera del educando y están fuera de su estructura personal; es decir, se aportan
desde fuera del educando en el momento de la acción. Así, por ejemplo, son medios
internos, nuestra propia experiencia, nuestros instintos, nuestras emociones, nuestras
extremidades, nuestros conocimientos, nuestras competencias, nuestras capacidades
específicas, hábitos, disposiciones básicas, nuestras actividades, nuestro cuerpo, nues-
tras ideas, etc. A su vez, son medios externos cualquier instrumento o cualquier fuente
de recursos, externa al educando, como, por ejemplo, los útiles de trabajo, el dinero,
una escuela, un gobierno, la película que nos proyectan, lo que dice el profesor, los
libros, las nuevas tecnologías, los premios y los castigos, los deberes, los juegos, los
trabajos, el estudio, las relaciones sociales, los cuidados médicos, el entrenamiento, las
estrategias de motivación, los entornos de aprendizaje, los reforzadores e inhibidores
(identificados tradicionalmente con los premios y castigos) , las nuevas tecnologías de
la información y las comunicaciones, los medios de comunicación de masas (radio,
televisión, prensa), los medios audiovisuales y otros recursos pedagógicos de uso edu-
cativo y didáctico.
intervención pedagógica, no tiene sentido hacer caso omiso de las condiciones de cambio
que sin lugar a dudas van a potenciar aspectos icónicos y simbólicos que la situación
ordinaria de aula no contemplaba con la misma intensidad, ni con la misma potencia for-
mativa, antes de los nuevos medios. Se trata en el fondo de tener capacidad de adaptación
al problema en el nuevo entorno, para responder desde el punto de vista de la educación
a la pregunta qué medios cuentan para educar y qué cuenta en los medios educativos.
Hay mucho de avance científico-tecnológico en la creación de plataformas infor-
máticas multimedia, en la creación de programas y de aplicaciones desde sistemas
operativos de entorno abierto o de entorno propietario. Pero hay mucho de experiencia
artística en la construcción de las mediaciones tecnológicas que desarrollamos con esos
programas en los entornos de aprendizaje. El hecho de crear una presentación en Power
Point, para desarrollar, por ejemplo, una lección de un curso de secundaria incorpora
desarrollo científico-tecnológico, orientación didáctica y construcción pedagógica de
la intervención. No se trata sólo de que los nuevos medios abran nuevas posibilidades
de creación artística, sino que la enseñanza en el área de experiencia artística además
puede usar la forma de expresión digital como herramienta de creación artística. No
sólo puedo combinar mi arte con la forma de expresión digital y generar arte con
contenido virtual, sino que, cuando yo enseño usando aplicaciones derivadas de las
nuevas tecnologías, puedo potenciar determinados aspectos del contenido artístico a
enseñar por medio de la expresión digitalizada que permite la mediación tecnológica.
De este modo, las nuevas tecnologías pueden integrarse en la creación artística, gene-
rando arte virtual, y en la educación, generando educación electrónica, en tanto que la
forma de expresión digital se adapta a la creación artística y a la creación pedagógica.
Estamos en un momento histórico en el que la escuela debe de asumir nuevos retos
y nuevas oportunidades. Asumir estas oportunidades supondrá, sin duda, el fortale-
cimiento de nuestro sistema educativo a través de la preparación de sus protagonistas:
tanto profesores como alumnos tienen que adquirir nuevas competencias convenientes
para integrar los nuevos medios.
Cuando elegimos un medio, el problema no es resolver una meta con el medio, sino
que al elegirlo apoyamos el desarrollo de esa tecnología específica con las connotacio-
nes que ello supone.
Es la misma situación que se produce cuando la racionalidad administrativa sus-
tituye a la racionalidad epistemológica en la implantación de una ley y que ya hemos
comentado en el capítulo 7: cuando hacemos una ley que no responde a la racionalidad
epistemológica (hacer la ley de “la” ciencia) el problema no es sólo organizar un sistema,
tal como dice la nueva ley, sino que de ese modo contribuimos a que la gente crea que
solo es ciencia la que está marcada por esa ley. Es la influencia del currículum oculto
en la escuela: el sistema es como es y favorece determinadas actitudes por el hecho de
actuar dentro del sistema. Todos los medios educativos deben ser limitados en relación
criterios de definición real y nominal de educación. Y en este sentido debemos tener
muy claro que, igual que no es posible hablar de la neutralidad de la tarea educativa,
tampoco es posible hablar de la neutralidad de los medios.
L os medios. Sentido pedagógico de los medios… 723
Los medios, no solo los nuevos, son versátiles (No hay singularidad), no existe un atri-
buto único de los medios que sirva para un efecto cognitivo único; un medio sirve
para varios fines, pero cualquier medio no es igual a cualquier otro, ni para la mis-
ma finalidad, ni para el mismo sujeto, ni para distinta finalidad o distinto sujeto.
Un medio sirve para diversas finalidades, pero cualquier medio no es igualmente
bueno para cualquier fin, ni para cualquier sujeto.
Los medios, todos, son reemplazables unos por otros hasta cierto punto, aunque
cualquier medio no sirve con la misma eficiencia para cualquier fin. En cada cir-
cunstancia, un determinado medio puede ser sustituido por otro en determinadas
condiciones. Los medios están sometidos en el esquema medios-fines a la condición
de aceptación provisional: el estándar de valor instrumental de un medio puede ser
suplido por otro mejor, cuando se descubra.
Los medios, cada uno de ellos, son reversibles, están vinculados a la relación medios-
fines y a la condición de dirección temporal. Un medio es un fin, mientras no se ha
conseguido y, una vez conseguido, es un medio para otro fin.
Los medios, tradicionales y nuevos, son recursivos (recursividad); los medios son li-
mitados pero su combinación da lugar soluciones muy diversas. La propuesta de
partida es que con medios finitos llegamos a soluciones infinitas. El primer ejemplo
de recursividad es el alfabeto: pocas letras y muchísimas combinaciones de sig-
nificado y poder simbolizante-creador. El segundo ejemplo es la posibilidad que
tiene el humano de descargarse de sus carencias, superándolas o supliéndolas, por
medio de la creación y uso de los medios como recurso de subsistencia (el vestido
suple el frío en el humano; el avión suple las alas en el humano; el vehículo suple
la capacidad de carga y transporte; y así sucesivamente).
En el epígrafe 3.2.4 del capítulo 8, afirmamos que distinguir fines, metas, sentido de
vida, sentido de acción, orientación formativa temporal y finalidades de la educación es
la manera de comprender que los fines son constantes de dirección temporal aceptados a
título provisional en los procesos de planificación y en la intervención. Algo es ahora fin
y una vez conseguido será medio para otra nueva finalidad. Elegimos un valor como fin,
porque se ajusta a nuestras expectativas de acción ahora y, posteriormente, podremos
convertirlo en meta referida a nuestros proyectos y mejorarlo como fin, de acuerdo con
las oportunidades. Desde la perspectiva temporal, todos los conocimientos, destrezas,
actitudes y hábitos de desarrollo que nos capacitan para decidir y realizar nuestro pro-
yecto de vida, son fines de la educación y, a medida que se van consiguiendo, son medios
para nuevas metas. Y así, con cualquier cosa que forme parte de la educación bajo el
esquema fin-medios, porque lo cierto es que los fines son constantes de dirección tem-
poral aceptadas provisionalmente en los procesos de planificación y en la intervención.
Los medios tienen un sentido pedagógico claro: son medios para finalidades educativas
y se caracterizan como medios, en relación con lo que le corresponde a una finalidad.
No hay medio sin finalidades. Los medios quedan vinculados por la relación medio-fin
y todo aquello que se predica del fin condiciona el medio:
Los fines son valores elegidos, vinculados al carácter axiológico de la educación y
los medios también quedan vinculados a ese carácter.
L os medios. Sentido pedagógico de los medios… 725
Los fines son constantes de las conductas propositivas intencionales y los medios
forman parte de esas conductas.
Las finalidades de la educación se distinguen de los meros resultados y los medios
se entienden en relación con los fines.
Toda intervención educativa tiene finalidad de educar y los medios se entienden
como medios para educar.
El ámbito de la finalidad en educación no se reduce al ámbito moral y los medios
de la educación no son solo medios morales.
Los fines son constantes de dirección temporal aceptadas provisionalmente en los
procesos de planificación y en la intervención y los medios se ajustan a esa condi-
ción y pueden convertirse en fines.
Los fines son variables ambientales del sistema de toma de decisiones y esto signi-
fica que un medio en un nivel del sistema puede ser un fin en otro nivel.
Los fines no son criterios de decisión externos al sistema, sino engendrados en el
sistema mismo y los medios se reconocen como tales en ese mismo contexto.
auto o heteroeducación, nuestra condición humana nos permite realizar las siguientes
actividades comunes internas: pensar, sentir afectivamente (tener sentimientos), querer
objetos o sujetos de cualquier condición, elegir-hacer cosas (operar), decidir-actuar sobre
la realidad interna y externa (proyectar) y crear (darse cuenta de las cosas, darles
significado para construir simbolizando por notación de signos). También convenimos
en que, cuando nos educamos, nuestra condición humana nos permite realizar las
siguientes actividades comunes externas: juego, trabajo, estudio, profesión, investigación y
relación (de amigo, familiar, de pareja, social, etcétera).
Cada una de estas categorías de actividad es, a su vez, susceptible de especifica-
ciones, pero en conjunto dan cuenta de la actividad humana con rigor lógico. Desde
la perspectiva del lenguaje común, influimos en el educando propiciando actividades
comunes internas y externas para educar. A la hora de estudiar, hacemos que lean (en
ambos casos, trabajan), pero educar no es estudiar y leer. A la hora de relacionarse,
hacemos que convivan, bailen, vean un partido de futbol, etcétera, pero ninguna de
esas cosas, por sí misma, es educar. A la hora de jugar, buscamos la oportunidad de
adquirir hábitos y que se diviertan, pero jugar no es sin más educar y, por si eso fuera
poco, además, podemos divertirnos con cosas reprochables y podemos generar hábitos
indeseables; y así sucesivamente con cada actividad que hayamos seleccionado: las
actividades no son la educación.
En el capítulo 1, epígrafe 7.2.1, hemos definido la actividad como el principio ge-
neral de la educación. Hablar de la actividad en educación supone reconocerla como
principio, es decir, que en la actividad hay un carácter especial que debe estar presente
del mismo modo en los resultados, en las tareas específicas y en la función del educa-
dor. Para la pedagogía activa, este carácter consiste en la necesidad de tener presente,
tanto en las tareas educativas, como en los resultados, como en la función docente, que
el educando no es un mero paciente de la acción del educador, sino también agente de
los efectos que en sí mismo se producen.
En el capítulo 6, hemos estudiado la actividad desde la condición de agente y se
ha definido la actividad como principio de educación. Las consideraciones finales
del capítulo 6 permiten mantener que hablar de la actividad como principio, en
Pedagogía, no significa atender sólo a la actividad, ni es una propuesta de reacción
pendular frente a la pasividad. El principio de actividad no quiere decir simplemente
que realizamos actividades, es decir, tareas propias de la educación, porque esto es
no decir nada. Pero tampoco quiere decir simplemente pedagogía de la acción cuyo
resultado es la propia acción. Lo que se defiende con la actividad como principio de
educación no es favorecer el sentir, pensar o elegir, por el puro hecho de sentir, pensar
o elegir, sino que interesan esas actividades como principios de los que proceden los
resultados educativos.
El principio de actividad no es la negación de la actividad del educador, sino la
conveniencia de que, correlativa a la acción controlada del educador, se dé la acción
en el educando. El principio de actividad, ni es pasividad, ni es activismo; es uso de la
actividad de manera controlada para educar.
L os medios. Sentido pedagógico de los medios… 727
En el epígrafe 4.5 del capítulo 8 hemos visto que, si reparamos en que el carácter
inherente al significado de ‘educación’ proviene de la complejidad objetual y que la
complejidad objetual proviene de la actividad y que el sentido inherente al significado
de ‘educación’ proviene de la vinculación entre el yo, el otro y lo otro en cada acto
educativo, atendiendo a cualidades de espacio, tiempo, género y diferencia específica,
se sigue que la actividad está presente en toda educación: desde una perspectiva, como
principio de intervención y, desde otra, como principio de educación. Hacemos acti-
vidad pedagógica, para generar actividad educada. Y precisamente por ser esto así, se
explica que la actividad se convierta en el principio-eje vertebrador de la educación y
represente el sentido real de la educación como actividad dirigida al uso y construcción
de experiencia valiosa para generar actividad educada. Usamos la actividad común
para educar, educamos las competencias adecuadas de la actividad común y espera-
mos obtener actividad educada. Usamos la actividad de manera controlada para lograr
actividad educada y educar la actividad por medio de las competencias adecuadas.
Es mi convicción fundada en lo que venimos exponiendo que las actividades in-
ternas comunes son el principio-eje vertebrador de la dinámica en la educación: si tenemos
actividad interna común (pensar, sentir, querer, operar, proyectar y crear-simbolizar)
y esa actividad es la que se activa para educarse, debemos intervenir sobre las dimen-
siones humanas genéricas de esas actividades. Y así las cosas, la actividad se convierte
en el primer medio.
En los epígrafes 3.2.4, 4.5 y 5.3 del capítulo 8 hemos insistido en el sentido de la
actividad como principio-eje vertebrador de la educación que representa el sentido real
de la educación porque, en forma de cierre categorial de significado, la educación es
actividad dirigida al uso y construcción de experiencia valiosa para generar actividad
educada. Las actividades internas comunes son el principio-eje vertebrador de la di-
námica en la educación y si tenemos actividad interna común (pensar, sentir, querer,
operar, proyectar y crear-simbolizar), se sigue que esa actividad es la que se activa
para educarse y se convierte en el primer bloque de valores en el que hay que educar.
Educar es, primariamente, uso construcción de experiencia valiosa, educativamente
hablando, desde y con la actividad.
La complejidad objetual de educación ampara esta afirmación y nos pone en situa-
ción de defender que la educación, en tanto que valor (usa valores, construye valores y
es ella misma un valor), es uso y construcción de experiencia valiosa, desde los rasgos
de carácter y sentido que nacen de la triple condición de la actividad educativa: la
condición fundamentante del valor, la condición de agente actor y autor y la condición
de conocimiento y acción.
Atendiendo a la definición nominal y real, podemos decir que educar es, en tanto
que actividad, una actividad especificada; no es cualquier actividad, si bien cualquier
actividad puede ser transformada en una actividad educativa, si conseguimos que cum-
pla los criterios uso común, de finalidad y de significado real. La actividad educativa,
para serlo, requiere el cumplimiento de las condiciones de carácter de la educación
(axiológico, personal, patrimonial, integral, gnoseológico y espiritual) y las condiciones
728 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Pero, además, el juego puede ser una relación y no sólo en el sentido de que yo me
relacione con los demás en el juego, sino que cuando soy espectador de un partido de
futbol establezco una relación de espectador (crítico, activo, pasota, forofo, etcétera),
aunque no juegue. Participo del juego, aunque no juegue y quien no se dé cuenta
de esta posibilidad no entiende el potencial que tienen los espectáculos populares y
de masas (del más alto nivel o del más bajo nivel) para atraer nuestra expectación,
propiciar nuestra capacidad de imitar, de idolatrar y de identificarnos con modelos
que encarnan patrones de conducta. Son un recurso pedagógico actual y cercano a los
alumnos que debe ser utilizado como medio para desarrollar relaciones de convivencia
y corregir el sentido social y de socialización y de sociabilidad.
Todo esto que decimos de una actividad, puede ser atribuida a cualquier otra. Si
hablamos de educación y de conocimiento para educar, hemos de hablar de los medios
como parte de la educación, no solo como parte de la enseñanza. El sentido pedagó-
gico del medio nos lo reclama. Atendiendo al principio de investigación ‘significación’
que hemos visto en el capítulo 2, un conocimiento de la educación es válido, si sirve
para educar, y en el caso de los medios ocurre lo mismo. Los medios son medios de
educación, si sirven para educar. Y esto quiere decir que se deben ajustar al principio
de actividad, al concepto de educación y a la finalidad.
intelectuales, volitivos, afectivos etc.). Los hay más vinculados a las cosas materiales
(lápices, libros, aulas, hardware, etc.) y los hay más vinculados a las cosas espirituales
y a las dimensiones generales de intervención (atención selectiva, memoria, resiliencia,
tolerancia, actitud polarizable, interés satisfactorio, resistencia, recursividad, discipli-
na, diligencia, etcétera). La tipología de medios no es una tipología unívoca, porque el
mismo medio puede ser catalogado en dos o más apartados en tanto en cuanto las pro-
piedades de los medios son, como hemos visto la reversibilidad, la reemplazabilidad,
la recursividad y la versatilidad.
En mi opinión, la distinción entre medios internos y externos es fundamental por-
que nos permite entender de qué dispone el agente para su actividad, atendiendo a
su actividad, a sus capacidades específicas, a sus competencias y a sus disposiciones
básicas en cada entorno. Yo vinculo la tipología de medios a la actividad, por coheren-
cia con todo lo que hemos venido desarrollando a lo largo de este libro. La actividad
es principio-eje de la dinámica de la educación y es origen de la complejidad objetual
de educación. La tipología de medios es una tipología compleja, tal como se recoge en el
Cuadro 69.
Los medios internos y los medios externos están vinculados a la actividad del sujeto,
en tanto que la actividad es el principio-eje vertebrador de la dinámica de la educación.
Los medios internos y externos se ajustan a la finalidad educativa y, por tanto al signi-
ficado de educación. No existen medios fuera del contexto de relación fin-medios. Las
propiedades de los medios que hemos analizado e identificado en epígrafes anteriores
nacen de esas condiciones. Y desde la perspectiva de la vinculación de los medios a la
actividad en el contexto fin- medios podemos afirmar que en educación:
Los medios internos se identifican en el contexto fin-medios con las competencias,
las capacidades, las disposiciones, los hábitos fundamentales, las dimensiones ge-
nerales de intervención y las actividades comunes internas (pensar, sentir, querer,
elegir-hacer, decidir-proyectar y crear simbolizando) y las actividades comunes
externas del agente (juego, trabajo, estudio, profesión, investigación y relación).
Todas ellas pueden ser usadas como medios para un fin educativo, cuando ya se
dispone de ellas en alguna medida en el sujeto educando
Además, en el contexto fin-medios, los fines alcanzados se convierten en medios
internos, en la misma medida que se integran patrimonialmente en el educando;
en este sentido son medios internos los fines logrados respecto de cada actividad
interna: la sabiduría lograda, la felicidad alcanzada, la determinación forjada, la
libertad ejercida y conquistada, la autonomía, la salud física y mental, etc. Todo fin
puede ser un medio para otra finalidad, una vez logrado.
Por último, en el contexto fines-medios, todos los valores conseguidos que contri-
buyen a y hacen posible la mejora de las actividades comunes, son medios internos;
y en este sentido se habla de:
medios relativos a la inteligencia y la actividad de pensar (por ejemplo, atención
selectiva, Memoria, Curiosidad, Observación, Fantasía, Imaginación, Com-
prensión, Integración, Argumentación),
Cuadro 69. Medios internos y externos vinculados a dimensiones, actividades inter-
nas, competencias, capacidades y disposiciones del educando.
esos aprendizajes. La acción habitual se explica como conexión cuasi-causal y exige de-
terminación intencional: hace X, porque tiene hábito y responde de esa manera, gracias
a su hábito. En la acción habitual, decidimos actuar, pero lo que hacemos es resultado de
la conducta habitual que funciona como un programa teleonómico impreso en nuestra
mente que selecciona las conductas sucesivas y pertinentes. Por ejemplo, podemos con-
ducir un coche sin tener que determinar intencionalmente cada movimiento a adoptar;
podemos escribir sin pensar en cada caso cómo hacer las letras.
Premios, castigos y deberes responden a este tipo de conexiones y su uso pedagógi-
co está condicionado a su comprensión como medios desde esta perspectiva
Los científicos quedaron, entonces, con un grupo de cinco monos que, aún cuando
nunca recibieron un baño de agua fría, continuaban golpeando a aquel que intentase
llegar a las bananas.
Si fuese posible preguntar a algunos de ellos por qué le pegaban a quien intentase subir
la escalera, con certeza la respuesta sería: “No sé, las cosas siempre se han hecho así, aquí...”
Si repetimos la búsqueda, con las palabras “bofetada David Jaén”, obtenemos al
instante 293.000 resultados de la búsqueda, todos ellos centrados en la sentencia de
diciembre de 2008 y los problemas que suscita, en referencia a la bofetada que hace
dos años, María, madre de David, le propinó a su hijo -que entonces tenía diez años-
http://www.arcadiespada.es/wp-content/uploads/2008/12/2560427_impresora.html
(consulta 26 de junio de 2013). Si la palabra consultada es el maltrato infantil, obtene-
mos 604.000 resultados en 0.14 segundos (fecha de consulta 26 de junio de 2013).
Este acontecimiento es especialmente significativo en nuestro entorno, porque, en
España, en 2007, se eliminó del Código Civil el artículo 154, que reconocía a los padres
el derecho a “corregir razonada y moderadamente” a los hijos. A su vez, el artículo 153
del Código Penal prevé que cualquier menoscabo, físico o psíquico, acometido contra
un menor que conviva en el domicilio familiar, llevará emparejado una sanción. De
este modo, el cachete se ha convertido en delito.
Costumbre y ley son dos elementos que están presentes en la mayor o menor acepta-
ción de premios y castigos. Hay experiencias que nos dicen que los premios y los casti-
gos contribuyen a mejorar la respuesta en sentido educativo; también hay experiencias
que nos dicen que los premios y castigos, tal como se usan, no generan educación, sino
dependencia, de manera tal que un niño incentivado con los “premios” va a responder
frecuentemente de manera programada con la frase “y qué me das, si hago eso” y, a
su vez, un niño motivado con los “castigos” va a responder frecuentemente diciendo
“y si no hago eso, qué me vas a hacer”; responde de manera programada para evitar
el castigo. Premios y castigos son recursos pedagógicos y tienen valor educativo, pero
dado que el uso de premios y castigos no garantizan una respuesta pedagógicamente
adecuada y en muchos casos pueden provocar la respuesta contraria, es decir, pueden
deseducar, conviene plantear su revisión respecto de su sentido pedagógico.
Costumbre y ley configuran la vida social de manera que legalidad y moralidad de-
terminan nuestro comportamiento. Premios y castigos no están libres de esos marcos y
bien pudiera ser que muchas veces premiamos y castigamos sólo por costumbre o para
sustituir nuestra responsabilidad directa de intervención para modificar una conducta
de manera apropiada. Traemos a colación este acontecimiento, porque el panorama se
está modificando radicalmente en nuestro entorno por un cambio de orientación en la
costumbre y ley. Tanto es así que la que era Ministra de Educación, Mercedes Cabrera,
en el mes de Noviembre de 2008 con motivo de la presentación de la “Campaña de
publicidad contra el castigo físico infantil” (262.000 resultados de búsqueda en Go-
ogle en 0.17 segundos), declaró que el cachete, el azote o el grito son formas ineficaces
de educar que manifiestan el fracaso de la inteligencia; son formas ante las que no hay
un mínimo aceptable, porque suponen una violación de los derechos del niño y de la
persistencia de conductas basadas en una doble moral inaceptable (R. Ortega, 2000).
L os medios. Sentido pedagógico de los medios… 737
Es obvio que la controversia derivada de esta situación es muy grande y para algunos
la propuesta legal obedece a un intento de invadir la vida privada (convivencia fami-
liar) con normas legales o de judicializar ante los tribunales toda la vida del ciudadano.
Ya hemos visto en el epígrafe 2 del capítulo 6 el sentido de la encrucijada pedagógica
de la legislación. El valor educativo de la legislación, el fundamento ético del estado de
derecho, ni anulan el reconocimiento de la libertad personal, ni la competencia técni-
ca. El problema de la limitación legal afecta a la sociedad civil y a cada ciudadano como
agente moral, porque la legislación dictada para una sociedad tiene como función
general regular el comportamiento de las personas que integran la comunidad. Como
miembros de la comunidad, como ciudadanos, tenemos cauces legales para apoyar u
oponerse a una posible legislación, sin confundir decisión técnica, decisión política y
decisión moral.
En las sociedades abiertas y pluralistas, hay un límite a la elasticidad de la tolerancia
que nos obliga a definir y a decidir con capacidad de distanciamiento desde y sobre los
condicionamientos culturales. Y así las cosas, desde el punto de vista de la educación,
es conveniente tener en cuenta que:
Corregir a los hijos y a los alumnos no está penado por la ley, aun cuando es verdad
que la ley prohíbe pegar de cualquier modo.
La ley permite la sanción y la penalización, pero se opone y preserva el derecho de
las personas y de los niños frente al maltrato.
Los comportamientos de padres, hijos, profesores y ciudadanos que se salen o sal-
tan la norma quedan sometidos a resolución judicial
La ley reconoce el derecho a la educación y la potestad de corregir a padres y
educadores, respetando la integridad física y psíquica del niño.
Frente a la permisividad y a la imposición intimidatoria, la educación se construye
sobre la base del respeto en la relación educativa, el reconocimiento y la aceptación
del otro y el logro de autodisciplina.
En el capítulo 5 hemos visto que hay una distancia conceptual entre cuidar, educar,
corregir y maltratar, de manera tal que es una conducta legal y moralmente desea-
ble levantar las manos contra el castigo físico, porque las manos están para proteger,
ayudar, cuidar y educar, tal como se desprende de la campaña que puso en marcha
el Consejo de Europa. El problema que sigue esperando respuesta es qué marca el
sentido pedagógico de los premios y los castigos.
situaciones que no quiere: la que el profesor quiere (que sepa la lección y estudie para
lograrlo) y la alternativa coactiva (recibirás un severo castigo, si no estudias). En esta
encrucijada, la voluntad del educando se anula; ni elige lo que quiere, ni hace lo que
quiere, sino que hace lo que no quiere, porque lo quiere el educador. Se ha quebrado
la voluntad del alumno.
Como ya hemos dicho, el alumno, forzado, realiza A (estudiar), bajo amenaza de
duro castigo (B), para evitar el castigo, y de ese modo se consigue C (saber el tema),
pero no quiere ni A ni B ni C: su voluntad ha sido quebrada sin hacerle comprender el
valor de saber C y cómo conseguirlo, por medio del sentido de acción adecuado (hacer
A, porque estudiar es una condición necesaria de saber la lección).
A la vista de lo anterior son igualmente reales pero cargadas de significado diferen-
te en el ámbito de la educación las siguientes frases:
Estudia para aprender
Estudia para ganar un premio
Estudia porque tiene miedo castigo
Estudia para evitar el castigo
Le pegó porque no estudió
Lo premia para que estudie
Le dio un premio porque estudió
Le puso un castigo para que mejore
Premios y castigos han ido siempre vinculados en educación con la función mo-
tivadora de la acción a realizar y como correspondencia por la acción realizada. De
este modo, se han ido consolidando formas de reconocimiento de premios y castigos
vinculadas a programas de:
Disciplina represiva (inflige castigos en forma de penas y atribuye premios a la
conducta ajustada y ejemplar)
Disciplina preventiva (impone castigos en forma de amonestaciones y distribuye
premios en forma de promesa de menciones de honor)
Disciplina retributiva (impone castigos bajo la forma de sanciones y asimila los
premios al reconocimiento por el logro de objetivos específicos)
Disciplina reformadora (identifica los castigos con la aplicación de correctivos y los
premios con el cambio de conducta)
Por supuesto, ninguna de estas formas de identificar premios y castigos mantiene
conexión conceptual con un determinado tipo de disciplina. La conexión entre pre-
mios, castigos y disciplina es empírica y puede haber disciplina sin premios y castigos,
pero ello no anula la mayor frecuencia de relación entre un tipo de castigos y premios y
un modo de establecer la disciplina. La disciplina, como hábito de obedecer y compromiso
personal con las normas y reglas asumidas como propias, tiene que ver con la fortaleza,
la voluntad y la relación valor-obligación que ya hemos fundamentado en el capítulo
5. La disciplina está vinculada con la acción por medio de la diligencia que es ajuste de la
actividad a lo que le corresponde en el contexto medio-fin. La diligencia se vincula al
sentido de la acción eficiente y eficaz en la relación valor-elección y por eso decimos
que la diligencia es la destreza de ajustarse a lo valioso de la acción. Es obvio que
742 Dónde está la educación J.M. Touriñán
dinámica del debate encendido, pero que no se corresponde con el sentido pedagógico
de los deberes. Es decir, en el debate respecto de los deberes suele aceptarse, según
convenga, que los deberes son cosa que se hace en el colegio o son cosa que se hace en
casa. Esta licencia del discurso es la causa más evidente de la polémica sin fin. Cuando
unos argumentan a favor de los deberes, otros esgrimen en contra los conflictos que los
deberes generan en casa con los padres y la diferencia de estudios de los padres para
ayudar hacer los deberes a los hijos, de manera que propugnan su rechazo porque res-
tan demasiado tiempo al ocio y la convivencia familiar, que también son necesarios.
Si el problema fuera simplemente de ajustar los tiempos de dedicación a los de-
beres, este medio cuyo sentido pedagógico es innegable, no causaría más problema
que cualquier otro. Lo radical de la situación es que unos están a favor de los deberes
y otros en contra y los deberes son necesarios, pedagógicamente hablando, porque
refuerzan los conocimientos y fomentan el aprendizaje (Sammons y Bakkum, 2012;
Creemers, Kyriakides y Sammons, 2010)
En mi opinión, el problema está en que, en los debates, mantenemos la licencia
de saltar conceptualmente de una categoría semántica de deberes a otra. El punto de
partida es definir los deberes como actividad escolar que el alumno hace fuera del
colegio (en casa y con los padres) o que los deberes son las actividades que el alumno
hace para fijar aprendizajes.
Si se mantiene el primer concepto de deberes, la polémica está servida, porque habrá
partidarios y detractores de los deberes en casa, con argumentaciones muy variadas:
carga psicológica negativa, diferente formación de padres, índices de fatiga, pequeño
beneficio respecto del tiempo utilizado, experiencia de países que no ponen deberes
para casa y cuyos alumnos obtienen grandes resultados, comprobación empírica de
que hay países que asumen un sistema educativo con muchos deberes y sus alumnos
no alcanzan mejores resultados que los que no los ponen (Japón y Finlandia).
Hay argumentos para cualquier posición, respecto de los deberes entendidos como
actividad escolar de refuerzo en casa (http://actualidadpedagogica.com/6/; http://www.
finanzas.com/xl-semanal/magazine/20130303/fundimos-deberes-4840.html; http://
www.crianzanatural.com/art/art112.html) Consultados el 26 de junio de 2013:
El modelo de sistema educativo que carga el currículo escolar con gran cantidad
de materias y no deja tiempo para el refuerzo del aprendizaje en clase, siempre
será partidario de los deberes en casa (Alemania, Rusia, España, por ejemplo). Pero
la experiencia demuestra que sistemas educativos con menos horas de clase y un
tiempo de refuerzo en el colegio, anulan prácticamente las actividades de deberes
en casa (Países escandinavos).
El modelo de sistema educativo excesivamente exigente, propicia los deberes fuera
del colegio, en casa y en academias profesionales, porque el alumno se ve obligado
a mantener un nivel de competencia que no logra en su casa (Modelo asiático, Hong
Kong, Corea del Sur, Pekín). Pero la experiencia demuestra que la correlación entre
cantidad de deberes y éxito escolar es muy pequeña en la primaria y sólo moderada
en la secundaria (Cooper, 2001).
744 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Al final, todos los debates deben encarar la pregunta radical respecto de los deberes
en casa: ¿Son una condena a trabajos forzosos o una manera de inculcar el sentido de
la responsabilidad?
La reforma francesa actual ha reavivado un debate muy enconado en los países
que heredaron un modelo de enseñanza basado en la tradición de currículum escolar
cargado, como España, Alemania o Rusia, en los que, al exceso de lecciones discur-
sivas y una gran carga de horas lectivas, hay que sumar, de propina, las tareas en el
hogar, conocidas como deberes. Total, para cosechar unos resultados muy mediocres.
En otros modelos, como el anglosajón, con clases mucho más ligeras y mayor autono-
mía de los estudiantes a la hora de elegir su itinerario académico, apenas ha calado la
controversia.
De hecho, los gobiernos suelen recomendar que no falten los deberes y la polémica
es qué tipo de deberes y cuánto tiempo. Pero la situación cambia pedagógicamente si
afirmamos que los deberes no son la actividad de refuerzo que el educando hace en
casa, sino toda actividad de refuerzo, entrenamiento y fijación que el educando debe
hacer para lograr el aprendizaje. Desde esta perspectiva, hay deberes en la propia clase
y hay colegios que tienen horas de estudio pedagógicamente programadas.
Si a los deberes se les impone la condición de que son hechos en casa o fuera de la
escuela, entonces los deberes pasan a una categoría de proceso educativo distinto en el
que nadie se ha atrevido a analizarlos con propiedad por el momento. Me refiero a que,
si los deberes son trabajo educativo fuera de la escuela, estamos hablando de procesos
formales de educación en casa, sin la ayuda del profesor. Como ya hemos visto en el
capítulo 7, los procesos formales usan estímulos directamente educativos conformados
por el sistema escolar y los no formales usan estímulos directamente educativos no
conformados por el sistema escolar. Los deberes en casa son propuesta reglada del
profesor, serán corregidos por el profesor en clase, pero se hacen en casa, a la hora que
el educando elige y sin profesor, es decir, sin el control del experto cuando se hace la
actividad. No son realmente actividad conformada por el sistema escolar en sentido
pleno y no pueden cargarse de las propiedades de los procesos formales de educación,
porque pierden su significado de refuerzo y no tienen el control del experto cuando se
hace la actividad.
Nadie puede negar, atendiendo al sentido de responsabilidad compartida en la
educación que los padres colaboren y busquen la mejor manera de potenciar a sus
hijos en casa y otras es pensar que debemos institucionalizar esa ayuda para que los
niños hagan el trabajo escolar y aprendan. Si el sistema educativo es eficiente, tiene que
permitir realizar a los alumnos actividades de refuerzo (deberes) dentro de la actividad
escolar y en procesos formales de intervención y además propiciar el estudio en el
colegio. Y eso no excluye que un alumno pueda repasar su trabajo en casa y estudiar en
casa, pero, pensar que su trabajo escolar es el que hace en casa, está fuera de lugar.
En el libro clásico de “La planificación de la enseñanza” de Gagné y Briggs, se asume
que la planificación de la enseñanza se hace pensando en los principios básicos del
aprendizaje: contigüidad, repetición y reforzamiento (Gagné y Briggs, 1979, pp. 17-18).
Todo lo que hace la escuela como parte del sistema educativo es planificarse para
L os medios. Sentido pedagógico de los medios… 745
de “virtualidad real”, pues eso es lo que perciben los usuarios del programa Second
Life (http://secondlife.com/) cuya previsión es superar los 50 millones de usuarios ac-
tualmente e imprimirá carácter en los educandos, como lo hizo en su momento la
tecnología Nintendo y como lo siguen haciendo determinados programas y series de
televisión y algunas películas que marcan modas, usos y costumbres.
Las relaciones on line forman parte del mundo virtual en el sentido de que lo
virtual reemplaza el criterio de verdad por el de similitud, postulando el principio de
que, más que explicar el mundo, es necesario hacerlo funcional y, por tanto, similar-
análogo y virtual. De este modo, se desplaza en la persona la experiencia del sentido de
contrastación de la verdad por el sentido digital, simulado, virtual, analógico, aparente
y situado, de que el modelo funciona. Esto es así y exige afrontar el reto del medio
y de los contenidos con sentido pedagógico. Reconociendo la no neutralidad de los
medios y fuerte poder vivencial de lo virtual, estamos en el camino razonablemente es-
bozado para pensar en el reto de la alfabetización de los medios de comunicación en un
mundo digital sin mitificarlo, dándole un lugar específico en el contexto más amplio de
comunicación personal y social, porque lo virtual es parte de nuestro mundo real y de
símbolos y puede ser un ámbito de educación construido, atendiendo a su tecnología y
a sus contenidos. Los medios no son solo un medio; son una experiencia cultural con-
solidada, susceptible de constituir un ámbito de educación: el ámbito de la educación
electrónica (Touriñán, 1999a, 2000, 2001, 2003c, 2004a, 2005d, 2007b, 2010b).
La misión del profesor implica comprometerse con los nuevos medios, como parte
de la educación general, dado su potencial como forma de expresión para cualquier
área de experiencia y el valor educativo de la experiencia virtual.
Ahora estamos en condiciones de decir que en no mucho tiempo la implantación
de las nuevas tecnologías será de tal magnitud que podremos hablar de un área de
experiencia virtual en el mismo sentido que hablamos de área de experiencia psico-
social o geográfico-ambiental, etcétera. Por el momento, ya es un nuevo medio que se
usa en todas las áreas. Y precisamente por eso, este epígrafe está dedicado a insistir
en los valores educativos de las nuevas tecnologías. Las nuevas tecnologías pueden ser
entendidas como educación electrónica en el sentido definido de uso y construcción
de experiencia virtual para educar, es decir, para mejorar nuestro modo de decidir y
realizar nuestro proyecto de vida en las diversas áreas de experiencia, con las mejores
formas de expresión a nuestro alcance.
Las nuevas tecnologías, en su relación con la educación, pueden ser vistas como
valor educativo (aportan valores vinculados al significado de educación, igual que
cualquier otra disciplina), como experiencia virtual (como ámbito formativo común
de los escolares de educación general para desarrollar el sentido de lo virtual) y como
desarrollo de experiencia profesional y vocacional. Y precisamente por eso podemos
hablar, como se ha establecido en el capítulo 8 para cualquier ámbito de educación
construido, de formación profesional y superior para el ámbito de las nuevas tecnologías,
de formación docente para el ámbito de las nuevas tecnologías, sea general o profesio-
nal-vocacional, y de las nuevas tecnologías como parte de la formación general.
L os medios. Sentido pedagógico de los medios… 749
presentes en el cine y en los medios. Pero sigue siendo verdad que una cosa es dominio
técnico del medio y otra el dominio del contenido afectado por el medio. El cine con
efectos digitales y virtuales ha generado una forma de ver distinta, y aunque pretenda
mantener el mismo contenido, el modo de ver las imágenes y la acción cambian y
el tipo de valores que transmite y de cuáles pueden ser recurso pedagógico no son
exactamente los mismos de antes.
Si se mantiene de manera radical la separación entre dominio técnico y contenido,
podremos separar totalmente competencia digital y competencia mediática, pero nada
impide que en la educación general trabajemos a favor de una competencia digital y
mediática que hace análisis del medio y del contenido, como educación electrónica,
que educa para que el educando sea capaz de moverse y decidir y construir su pro-
yecto de vida utilizando esas experiencias nacidas de los diversos entornos que usen
esas nuevas tecnologías. En este caso podemos dar a cada medio lo que le corresponde
en tanto que aportación singular: el cine, la televisión, las redes, la radio, la prensa o
los videojuegos como medios de educar con singularidades, en tanto que medio, en
tanto que contenido que usan y en tanto que actividades que propician en un ámbito
de educación construido.
A la vista de las consideraciones anteriores, no tiene sentido hacer caso omiso de
las condiciones de cambio que sin lugar a dudas van a potenciar aspectos icónicos y
simbólicos que la situación ordinaria de aula no contemplaba con la misma intensi-
dad, ni con la misma potencia formativa. Se trata en el fondo de tener capacidad de
adaptación al problema en el nuevo entorno, para responder desde el punto de vista
de la educación a la pregunta qué medios cuentan para educar y qué cuenta en los medios
educativos. Y como dice Sefton-Green, la naturaleza dialéctica del debate -entre codifi-
cación y decodificación en los media, entre consecuencias de los media en la audiencia
y potenciación de la misma, entre producción y recepción, entre texto y contexto
de recepción- ha llegado en los últimos 20 años a una posición de síntesis que tiene
como objetivo mostrar que la investigación en media y cultura popular está implícita
y explícitamente fundada en premisas de teorías y modelos de aprendizaje entendidos
como parte necesaria e intrínseca del compromiso con las formas propias de la cultura
de los media (Sefton-Green, 2006, p. 283).
Realmente han sido los organismos internacionales y académicos quienes se han
planteado que se trabajen las competencias mediáticas como parte fundamental de
la educación básica actual (MEC, 2006; Medrano, 2008; Parlamento Europeo, 2008;
UNESCO, 2008; Pérez y Delgado, 2012). En concreto, en el ámbito educativo español
la LOE (2006) insiste en entender la alfabetización mediática como la formación en la
participación activa, critica y responsable, recogida con claridad en los objetivos de la
educación secundaria como desarrollo de destrezas básicas en la utilización de fuentes
de información.
Yo creo que en nuestro país, y dentro de la educación general, la opción asumida es
la competencia conjunta digital y mediática, sin perjuicio de las enseñanzas educativas
que interesen particularmente según el tipo de medio que se utilice, dentro de un
ámbito de educación construido. En nuestro país, la legislación desarrollada a partir
L os medios. Sentido pedagógico de los medios… 751
múltiples instancias y con distintas metodologías desde hace más de veinte años. Al-
gunos de los más citados, entre otros, son los elaborados por Cuban, 2001; Grunberg y
Summers, 1992; Reeves, 1998; Mcmillan, K.; Hawkings, J.; Honey, M., 1999; Heinecke
y otros, 1999; Ringstaff y Kelley, 2002; Touriñán, 1999c y 2005d; CESGA, 1998).
Hoy estamos en condiciones de conocer, estimar, enseñar, elegir y realizar inter-
vención pedagógica en el ámbito de la educación electrónica, valorando la estructura,
el proceso y los productos de la intervención. Es decir, estamos en condiciones de
valorar y elegir en el ámbito de la educación electrónica, atendiendo a presupuestos
explícitos (Touriñán, 2003c).
En efecto, en el ámbito de la educación electrónica, podemos explicitar presupues-
tos, igual que en otros ámbitos de indagación, en el entendimiento de que presupuesto
es aquello a lo que se tiende con la investigación. “Presupuesto” es la orientación de la
investigación, constituye una buena parte de la visión de enfoque de la investigación y
no se confunde con supuestos de la investigación, que son aquellos principios que no
se explicitan, pero de los que depende la credibilidad de lo que se afirma. En nuestro
caso, y para este trabajo, los presupuestos son los siguientes:
1. En términos de metodología, toda innovación no implica exclusivamente innova-
ción de recursos técnicos. Es fácil asociar la innovación con ordenadores, sistemas
informáticos, telemáticos y a distancia, etc., tal como si la innovación consistiera
en disponer de mejores medios y recursos para realizar lo mismo que ahora se hace
pero de un modo más cómodo y funcional con la ayuda de la informática. Esto,
evidentemente, constituye un error de apreciación que no considera el concepto de
plus de aprendizaje, ni la importancia de los medios que hemos expuesto en apar-
tados anteriores, ni el concepto de capital humano, ni la amplitud del concepto de
calidad que ha recogido el Consejo Escolar del Estado (Pérez Juste, 2001; Consejo
Escolar del Estado, 2002). La innovación educativa cumple un papel fundamental
en el proceso de mejora de la calidad de las instituciones de educación y el proceso
de innovación educativa es aquel que se realiza con la participación de los sectores
implicados, se fundamenta en cambios planificados, se desarrolla de manera sis-
temática y está orientado a mejorar procesos de enseñanza y aprendizaje (Bolívar,
2000).
2. La educación electrónica, (digital y mediática, cibereducación, e-Educación), basada
en el uso de las nuevas tecnologías, no significa sólo un nuevo medio que se utiliza,
sino un nuevo espacio social que se crea y, por tanto, un nuevo tipo de espacio
educativo. Es, como ya se acepta hoy en día, un espacio electrónico que configura
una realidad virtual de múltiples consecuencias; es el Tercer Entorno, junto con el
campo y la ciudad; es la sociedad de las redes que genera el derecho a ser educado
en y para el espacio electrónico o ciberespacio (Echeverría, 2001; Romano, 2001;
Castells, 2001a y 2001b, Touriñán, 1999a, 2001 y 2002). El objetivo fundamental
de la educación electrónica, (digital y mediática, cibereducación, e-Educación), como
tarea, es el desarrollo de destrezas, hábitos, actitudes y conocimientos que capacitan
a las personas para estar, moverse, intervenir, actuar, aprender e interrelacionarse
en el espacio electrónico-digital. El objetivo fundamental de la educación electrónica
756 Dónde está la educación J.M. Touriñán
de tal manera que su centro de interés son los medios “audiovisuales”, cualquiera
que sea su soporte.
2. Investigaciones del Software (ciberprogramas), que entienden la tecnología educativa
como un proceso de indagación sobre los contenidos y mensajes transmitidos a
través de los medios.
El primer grupo de investigaciones ha sido identificado por algunos autores como
investigaciones de “Tecnologías en la educación”; el segundo grupo de investigaciones
ha sido englobado, a su vez, bajo la denominación general de investigaciones de
“Tecnologías de la educación”. Por supuesto, ambas categorías suelen formar parte del
conjunto de investigaciones que se conocen con el nombre genérico de investigaciones
de “Tecnología educativa”, orientadas básicamente al diseño de medios y de situaciones
mediadas de aprendizaje (Cabero, 2001 y 2007b; Touriñán, 2004a y 2005d).
Las investigaciones del orgware (ciberorganización) y del brainware (cibermentalidad);
se consolidan cada vez más como investigación orientada a la indagación de la gestión,
la evaluación de la cultura de la institución escolar respecto de la nueva tecnología y la
innovación estratégica, preferentemente. El núcleo fundamental es la indagación de las
medidas socioeconómicas, de organización y de gestión destinadas a asegurar la identi-
ficación y utilización eficaz de una técnica, así como la capacidad potencial del sistema
tecnológico y de sus agentes de adaptarse, desarrollarla y autoperfeccionarse (Álvarez y
Rodríguez, 1999; Cabero, 2001; Municio, 2003 y 2001). La sociedad que está en cambio
exige, no sólo organizaciones que se adapten y revisen sus formas de actuación, sino
también coherencia en relación con las necesidades del entorno. La innovación, que era
un propósito de las organizaciones creativas, se convierte en una necesidad estratégica
generalizada en las sociedades que están en cambio.
Desde el punto de vista de la organización del sistema y desde el punto de vista
de la mentalidad innovadora, en cada sistema tecnológico cobra especial significado,
por una parte, el análisis de la capacidad del sistema para abordar los cambios y, por
otra, el análisis de la cultura organizativa del centro; ambas perspectivas afectan a
educandos y educadores en su formación y profesionalización (Touriñán, 2004a):
1. Analizar la capacidad del sistema escolar para la educación electrónica supone abor-
dar el sistema escolar desde el punto de vista de:
La disponibilidad de los nuevos medios.
El incremento de la seguridad en el manejo de los mismos, que va acompañada
de la tendencia hacia la simplificación de su manejo.
El desarrollo profesional a favor de las Nuevas Tecnologías en la Sociedad de la
información para la educación electrónica.
La adaptación de los sistemas de educación a la sociedad del conocimiento y la
integración de la sociedad de la información en la escuela.
2. Analizar la cultura organizativa del centro escolar para la impartición de la educa-
ción electrónica supone analizar el sistema desde el punto de vista de:
La idoneidad socio cultural del sistema tecnológico de educación electrónica.
La oportunidad organizativa para el sistema tecnológico de educación electrónica.
760 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Para los analistas del cambio tecnológico es muy real el peligro que corremos en
la planificación del acceso a la sociedad de la información, hasta el extremo de que
mayoritariamente se reconoce que no será efectiva la implementación de la tecnología
basada en computadoras en la educación, si no se producen cambios fundamentales
en el paradigma instructivo predominante actualmente en las aulas. Y, para cambiar el
paradigma, al menos, deben producirse dos cosas (Touriñán, 2001):
La práctica común de la educación debe cambiar, incluyendo la tecnología basada
en computadoras en el aula.
Los profesores y el personal implicado en el proceso educativo deben adquirir el
conocimiento y las habilidades necesarias para participar plenamente del entorno
de la sociedad de la información.
Si nuestras reflexiones son correctas, es coherente admitir que las políticas de ex-
pansión educativa no pueden continuar vertebrando indefinidamente la mejora de la
escuela en el incremento lineal de inversión y tiempo escolar, no sólo por el desiderata
de que el crecimiento de la educación en una sociedad global deba atender necesaria-
mente a las demandas de asociaciones no formales de educación y a la creación de redes
de servicios comunitarios, sino también porque la necesidad de explotar y aprovechar
mejor los recursos pedagógicos exige tender puentes entre los procesos formales, no
formales e informales de educación por medio de diseños de infraestructuras digitales
de enseñanza-aprendizaje comunes o compartidas.
Llevar a cabo la integración de las TIC en la educación implicará necesariamente,
entre otras medidas, realizar importantes inversiones económicas en dotación de re-
cursos tecnológicos suficientes para los centros educativos y en la creación de redes
telemáticas educativas; desarrollar estrategias de formación del profesorado y de ase-
soramiento a los centros escolares con relación a la utilización de las tecnologías de la
información y comunicación con fines educativos; concebir a los centros educativos
como instancias culturales integradas en la zona o comunidad a la que pertenecen
poniendo a disposición de dicha comunidad los recursos tecnológicos disponibles;
planificar y desarrollar proyectos y experiencias de educación virtual apoyadas en
el uso de las redes telemáticas así como propiciar la creación de “comunidades vir-
tuales de aprendizaje”; creación de webs y materiales on line de modo que puedan
ser utilizados y compartidos por diferentes centros y aulas. Parece evidente que la
incorporación de las nuevas tecnologías, si no van acompañadas de innovaciones
pedagógicas en los proyectos educativos de los centros, en las estructuras y modos
de organización escolar, en los métodos de enseñanza, en el tipo de actividades y
demandas de aprendizaje requeridos al alumnado, en los sistemas y exigencias evalua-
tivos, en los modos de trabajo y relación del profesorado, en la utilización compartida
de los espacios y recursos como pueden ser las salas de informática, en las formas de
organización y agrupamiento de la clase con relación al trabajo apoyado en el uso de
ordenadores, etcétera, afectarán meramente a la epidermis de las prácticas educativas,
pero no representarán mejoras sustantivas de las mismas. Todavía sigue siendo un hecho
comprobable que en los centros escolares en general hablamos de “aula de informática” más
que de “aulas informatizadas” (Area, 2002; Touriñán, 2004). Pero nada de lo anterior
L os medios. Sentido pedagógico de los medios… 771
Muy posiblemente esta situación implicará, en un futuro muy cercano, un reto im-
portante para el sistema educativo reglado en el sentido de que tendrá que ofertar, no
L os medios. Sentido pedagógico de los medios… 773
1. Las nuevas tecnologías establecen una conexión con la realidad de algún modo
única y singular, según el tipo de tarea y resultado que se propicie desde una
intencionalidad educativa manifiesta.
2. Determinadas formas de virtualidad pueden ser catalogadas como mejores que otras
con criterios inteligibles, constituyen un área de experiencia cultural consolidada.
3. Las nuevas tecnologías pueden ser catalogados con criterio pedagógico y propor-
cionan un tipo de experiencia y expresión que no se consigue sin la educación.
4. La experiencia virtual y la expresión digital por medio de las nuevas tecnologías
pueden influir sobre las preferencias y, por tanto, sobre la concordancia de valores
y sentimientos de cada educando y ciudadano.
5. La educación electrónica es una forma de educación en valores que está implicada
pedagógicamente en los problemas de elegir, enseñar y realizar valores.
La situación desde el punto de vista de la investigación es tan novedosa que la
pregunta clave es qué cuenta para educar en la educación electrónica como ámbito,
porque en el ámbito de la relación entre nuevas tecnologías y educación se advierten
los siguientes indicios de cambio (Touriñán (Dir.), 2010, cap. 4; Gadsden, 2008):
Hay un cambio semántico en el ámbito de la educación electrónica que se mani-
fiesta en la focalización diferenciada hacia la experiencia virtual y la expresión
digitalizada.
Hay un cambio epistemológico en el fundamento de la relación nuevas tecnologías
y educación, de manera tal que la finalidad de la educación electrónica no es una
especialización, sino una propuesta general de educación para cualquier educando
centrada en el valor educativo de la experiencia virtual y de la expresión digitali-
zada.
Hay un compromiso social y general con el desarrollo virtual y la educación elec-
trónica que es superior al modo en que ese compromiso está reflejando su impor-
tancia en el currículo escolar, medida ésta en términos de porcentajes de tiempo
semanal y en orientación de la educación.
Hay un nuevo espacio social multicultural, multimedia y pluralista en el que la
manifestación de la virtualidad, alcanza un sentido reivindicativo y de justicia
social asociado a momentos generacionales que condicionan, prácticas, creencias
y formas de expresión.
Desde el punto de vista de este discurso, una preocupación básica es llegar a comprender
la extensión del concepto. Y en este sentido, podemos identificar y definir dos relaciones
que dan significado a la educación electrónica en cualquiera de sus manifestaciones:
La educación electrónica como ámbito general de educación que aporta valores edu-
cativos igual que cualquier otra área educativa, vinculados a los rasgos de carácter
y sentido inherentes al significado real de educación
La educación electrónica como ámbito de educación general, es decir, como ámbito
que forma parte de la educación común de los escolares y desarrolla el sentido de la
experiencia virtual con contenidos específicos y especializados en la competencia
digital y mediática
L os medios. Sentido pedagógico de los medios… 777
Esto quiere decir que por medio de la educación electrónica se cubren finalidades
de la educación en general y de la educación electrónica como ámbito de educación
general (Touriñán y Soto, 2012). Para nosotros, la educación electrónica cumple las
condiciones propias de los ámbitos generales de educación que se incluyen en la edu-
cación general y que podemos resumir del siguiente modo respecto a la experiencia
virtual y la expresión digitalizada y mediática como problemas de educación:
Constituye un área de experiencia con conocimiento consolidado
Son formas de expresión genuinas
Forma parte de las finalidades educativas reconocidas socialmente
Admite interacción en forma de intervención pedagógica
Se adquiere experiencia virtual y expresión digital y mediática en procesos de auto
y heteroeducación
Permite el logro de valores educativos comunes a otras áreas de experiencia, vincu-
lados al concepto de educación
Genera valores educativos singulares, en tanto que experiencia virtual y forma de
expresión que requiere específica competencia digital y mediática
Debe formar parte de la educación común y general de todos los educandos, porque
desde la experiencia virtual podemos mejorar nuestro desarrollo y es expectativa
social dirigida la sistema educativo dentro de la orientación formativa temporal
Esto significa que en la educación electrónica hay que lograr competencias que im-
plican destrezas, hábitos, actitudes y conocimientos, con el mismo carácter y sentido
que corresponde a toda educación. En tanto que ámbito general de educación, la educación
electrónica es educación en valores: la experiencia virtual y la expresión digital y me-
diática constituyen un valor, enseñan valores y permiten realizar valores propios del
concepto de educación. La educación electrónica es, por tanto, un valor, un ejercicio
de elección de valores y un campo propicio para el uso y construcción de experiencia
axiológica. En tanto que ámbito de educación general, es decir, como ámbito que forma
parte de la educación común de los escolares, la educación electrónica desarrolla con-
tenido vinculado al sentido conceptual del área de en forma de competencia digital
y mediática. En tanto que ámbito profesional y vocacional, la educación electrónica es
un área de experiencia cultural consolidada, que tiene desarrollo teórico, tecnológico
y práctico y es susceptible de conocer, enseñar e investigar, para realizar creaciones
culturales con ella de manera vocacional o bajo competencia profesional.
Podemos y debemos hablar, por tanto, de la educación electrónica igual que lo
hacemos de cualquier otro ámbito educativo; es decir, por una parte, como ámbito
general de educación y ámbito de educación general, o sea, como educación “por” las
nuevas tecnologías y, por otra parte, como educación y formación profesional y voca-
cional de ese ámbito, o sea, educación “para” las nuevas tecnologías. Y esto es lo que
corresponde hacer bajo el rótulo educación CON la experiencia digital y mediática,
que es el ámbito de educación construido como educación electrónica (e-Educación) o
educación de la competencia digital y mediática, tal como se recoge en el Cuadro 73.
Cuadro 73. El área de experiencia “digital y mediática” como ámbito de educación.
Educación POR (la experiencia digital y Educación PARA (la experiencia digital
mediática, entendida como ámbito general de y mediática, entendida como ámbito
educación y como ámbito de educación general) vocacional y profesional)
Formas de
expresión
convenientes para
Dimensiones educar en cada
Generales de área:
Posibles ámbitos Expresión plástica,
intervención en derivados de las
cada área, expresión dinámica
áreas de (gestual y rítmica),
mediante procesos experiencia
de auto y expresión lingüística
cultural (oral, escrita y de
heteroeducación
para el logro de signos), expresión
hábitos matemática,
Ámbito educativo expresión musical,
fundamentales de “experiencia digital y
desarrollo expresión audio-
mediática” visual, expresión
digital, expresión
mediática, expresión
gráfica, expresión
Valores guía derivados para la
mixta o compleja,
decisión técnica en la relación
etc.
educativa
AR QUIT E C T UR A C U R R IC UL AR
Disciplinas relativas al ámbito de educación, construidas sobre el Área de experiencia “digital y
mediática” con las Formas de expresión convenientes al área, que especifican tareas, problemas y
bloques de actividad curricular, articulada con las demás disciplinas, según los niveles escolares del sistema
educativo
sido puestos a su disposición. Y todos esos medios solo son medios educativos, si
sirven para educar a ese sujeto-educando. Los medios no son exactamente los mis-
mos, si quiero formar el sentido crítico, o si quiero educar la voluntad para producir
fortaleza de ánimo. Precisamente por eso se explica la tendencia a centrarse en los
medios específicos y particulares de una acción, olvidándose de los medios comunes
y compartidos con otras actividades educativas. Pero lo cierto es que los medios son
versátiles y no hay nada que sea solo medio para una sola cosa. Lo propio de los
medios ajustados al sujeto, a la finalidad y al agente es la versatilidad, la reversibilidad, la
recursividad y la reemplazabilidad: los medios son utilizables para soluciones distintas, y
en el peor de los supuestos, tanto sirven para educar como para hacer daño y anular a
la persona educando; un medio puede convertirse en fin; un medio sirve para diversas
finalidades, pero cualquier medio no es igualmente bueno para cualquier fin, ni para
cualquier sujeto; en cada circunstancia, un determinado medio puede ser sustituido
por otro en determinadas circunstancias y bajo condiciones concretas.
Hablar de los medios es, hablar del contexto medio-fin. Y desde la perspectiva
de la vinculación de los medios a la actividad en el contexto fin- medios o viceversa
podemos afirmar que en educación:
En el contexto fin-medios, los medios internos se identifican con las competencias,
las capacidades, las disposiciones, los hábitos fundamentales, las dimensiones
generales de intervención y las actividades comunes internas y las actividades
comunes externas del agente.
En el contexto fin-medios, los fines alcanzados se convierten en medios internos,
en la misma medida que se integran patrimonialmente en el educando; en este
sentido son medios internos los fines logrados respecto de cada actividad interna.
En el contexto fin-medios, todos los valores conseguidos que contribuyen a y ha-
cen posible la mejora de las actividades comunes, son medios internos; y en este
sentido se habla de:
medios relativos a la inteligencia y la actividad de pensar
medios relativos al sentimiento y a la afectividad
medios relativos a la voluntad y a la actividad de querer
medios relativos a la actividad de elegir hacer y operar
medios relativos a la actividad de decidir actuar y proyectar
medios relativos a la actividad de crear y simbolizar.
En el contexto fin-medios, los medios externos de la educación se identifican con
las actividades que se usan de forma instrumental para un fin.
En el contexto fin-medios, los recursos materiales y de cualquier tipo nacidos del
contenido de las áreas de experiencia cultural se convierten en medios externos de
educar en cada situación en la que transformamos información en conocimiento y
el conocimiento en educación.
En el contexto fin-medios, los recursos e instrumentos nacidos en relación con
las diversas formas de expresión que utilizamos para educar con cada área de
experiencia se convierten en medios externos. En este sentido, hablamos de los
medios audiovisuales, los medios virtuales y los medios de comunicación de masas
782 Dónde está la educación J.M. Touriñán
10.1. Introducción
10.2. Método, metodología, modelo y programa: delimitación de
conceptos
10.3. Los principios de intervención pedagógica vinculan mentalidad
pedagógica y acción
10.4. Los modelos de intervención se sistematizan con la mirada
pedagógica
10.4.1. Hacia una pedagogía tecno-axiológica
10.4.2. Hacia una pedagogía mesoaxiológica
10.4.3. El conocimiento de la educación marca el sentido de la mirada
pedagógica
10.5. Consideraciones finales: vamos del método al modelo a través del
programa con mirada pedagógica
10.1. INTRODUCCIÓN
Entre el capítulo 2 y el capítulo 9 he analizado los elementos estructurales de la inter-
vención. Son elementos estructurales de la intervención pedagógica, porque sin esos
elementos esta pierde su sentido. Si hay intervención pedagógica es porque existen
elementos que la caracterizan como intervención, en primer lugar, y como pedagógica,
en segundo lugar. La intervención pedagógica integra componentes estructurales de
acción (agentes, procesos, producto y medios) y componentes estructurales de menta-
lidad pedagógica (conocimiento, función, profesión y relación).
Como ya sabemos, intervención educativa y la intervención pedagógica no significan
exactamente lo mismo. En el epígrafe 5 del capítulo 6, queda dicho que la intervención
educativa es la acción intencional para la realización de acciones que conducen al logro
del desarrollo integral del educando. A su vez, la intervención pedagógica es la acción
intencional que desarrollamos en la tarea educativa en orden a realizar con, por y para
el educando los fines y medios que se justifican con fundamento en el conocimiento
de la educación y del funcionamiento del sistema educativo
La intervención educativa, igual que la intervención pedagógica, tiene carácter
teleológico: existe un sujeto agente (educando-educador) existe el lenguaje propositivo
(se realiza una acción para lograr algo), se actúa en orden a lograr un acontecimiento
futuro (la meta) y los acontecimientos se vinculan intencionalmente, contando con los
medios que podamos disponer. Ambas formas de intervención se realizan mediante
procesos de autoeducación y heteroeducación, ya sean estos formales, no formales o
informales. Y en ambos casos la intervención exige respetar la condición de agente en
el educando. La acción (cambio de estado que un sujeto hace que acaezca) del educa-
dor debe dar lugar a una acción del educando (que no tiene que ser intencionalmente
educativa) y no sólo a un acontecimiento (cambios de estado que acaecen a un sujeto
en una ocasión), tal como corresponde al análisis de procesos formales, no formales e
informales de intervención.
La diferencia entre intervención educativa e intervención pedagógica es una ela-
boración conceptual derivada del avance del conocimiento de la educación. A medida
que el conocimiento de la educación crece, tiene sentido decir que la educación es una
actividad y un ámbito de realidad que se convierte en materia de estudio u objeto de
conocimiento. Contribuyen al conocimiento de la educación como actividad y como
ámbito o parcela de realidad cognoscible, enseñable, elegible y realizable, diversas
disciplinas científicas y de manera singular, la Pedagogía. La Pedagogía es siempre
conocimiento de la educación, que no ha sido entendido en todo momento del mismo
modo, pero que en cualquier caso es válido, si sirve para educar.
Intervención educativa e intervención pedagógica no se identifican necesariamente,
aunque en toda intervención educativa haya un componente de intervención pedagó-
gica. Esto es así porque: ninguna acción educativa requiere más nivel de competencia
técnica (pedagógica) que la necesaria para hacer efectiva la meta de la acción; hay
acciones que requieren bajo nivel de competencia técnica y son efectivas; hay acciones
785
786 Dónde está la educación J.M. Touriñán
cuyo nivel de competencia técnica se ha divulgado y forman parte del acervo común de
una cultura; es posible adquirir competencia técnica desde la propia práctica. Un padre
educa; un sujeto puede autoeducarse; existen procesos de educación informal; existe
acción espontánea que produce resultados que valoramos educativamente hablando.
En todos estos procesos, se alcanzan resultados educativos, pero es muy probable que
la competencia técnica no tenga en estos casos el nivel necesario para controlar el
proceso o decidir acerca de mejores formas de intervención, que es consubstancial a la
intervención pedagógica. A la intervención pedagógica se le exige el grado de compo-
nente técnico necesario para controlar el proceso. La intervención pedagógica se funda
en el conocimiento de la educación que permite explicar, interpretar y transformar
cualesquiera estados de cosas, acontecimientos y acciones educativas.
En el capítulo 8 hemos visto que a la intervención pedagógica se le exige transfor-
mar la información en conocimiento y el conocimiento en educación, ajustándose a lo
que el conocimiento de la educación ha ido consolidando respecto de los elementos
estructurales de la intervención. Tenemos que ser capaces de construir ámbitos de
educación y eso exige estar en condiciones de actuar con visión crítica de nuestro
método y de nuestros actos por medio del sistema conceptual elaborado con el conoci-
miento de la educación, que determina la mirada pedagógica.
La mirada pedagógica es el círculo visual que se hace de su actuación el pedagogo,
atendiendo a la corriente, disciplina, focalización de su trabajo y mentalidad específica;
es la expresión de la visión crítica que tiene el pedagogo de su método y de sus actos. Implica
toda la visión pedagógica ajustada a los elementos estructurales de la intervención,
que son los cuatro componentes estructurales de mentalidad y los cuatro componentes
estructurales de la acción en tanto que acción. El conocimiento de la educación marca
el sentido de la mirada pedagógica y hace factible la comprensión de educar como
una tarea impregnada de la finalidad y el significado de ‘educación’ en cada ámbito de
educación construido.
Hay que darle a la Pedagogía, el lugar que le corresponde en esta tarea. Y esto
significa que hay que entender los elementos estructurales de la intervención, la
construcción de ámbitos educativos y la educación de las dimensiones generales de
intervención, en tanto que manifestaciones de la acción educativa concreta.
En Pedagogía, tiene sentido afirmar que no es lo mismo “saber Historia”, “enseñar
Historia” y “educar con la Historia”; sólo en el último caso la Historia (que es una
materia de área cultural que forma parte del currículo junto con otras y se usa en este
texto como ejemplo) se convierte en ámbito de educación y, por tanto, en instrumento
y meta de la intervención pedagógica, en términos de definición real.
En Pedagogía, tiene sentido afirmar que tenemos que transformar la información
en conocimiento y el conocimiento en educación. Por una parte, hay que saber en el
sentido más amplio del término (sé qué, sé cómo y sé hacer); por otra parte, hay que
enseñar (que implica otro tipo de saber distinto al de las áreas); y, por si eso fuera poco,
además hay que educar, que implica no sólo saber y enseñar, sino también dominar el
carácter y sentido propios del significado de ‘educación’ para aplicarlo a cada área de
Del método al modelo, a través del programa con mirada pedagógica … 787
El método vale si es útil y sirve para lograr el fin propuesto. El método se encamina
al logro de un fin. El fin es, pues, el límite (buscado) del método con el que no se
confunde. No obstante, puede ocurrir que el fin no se alcance nunca de un modo
absoluto, y entonces cabe hablar de sucesivos intentos, cada vez más depurados, para
conseguirlo. El método establece un proceso para alcanzar un fin. Es el procedimiento
de conjunto de etapas sucesivas a seguir para conseguir un fin previamente conocido
(González, 1988, p. 54). En este sentido el fin conoce realizaciones parciales. Y, desde
esta perspectiva, varios autores insisten en que el método es un procedimiento o un
conjunto de procedimientos, que sirve de instrumento para alcanzar los fines pro-
puestos de antemano, asumiendo como presupuesto que es el problema (el fin) el que
dicta el método y no al revés (Rábade Romeo, 1981, pp. 72-84; Touriñan y Sáez, 2012,
caps. 1 y 5).
El método, igual que los medios, alcanza su sentido sólo en relación con la finali-
dad. La finalidad de la investigación no es la finalidad de la enseñanza. Hay métodos
de enseñar y métodos de investigar. Hay principios de metodología y hay principios
de investigación pedagógica, porque el objeto de investigación es específico en cada
ciencia, tal como hemos visto en los epígrafes 2.2 y 2.3 del capítulo 2.
Puede decirse, por tanto, que el método es una ordenación de recursos, técnicas
y procedimientos para alcanzar los objetivos propuestos, de acuerdo con el modelo
previsto. El método usa los medios y se adecúa al objeto (en nuestro caso, la educación
como objeto de conocimiento y como acción). El modelo es una construcción racional
que interpreta, explica y dirige una realidad, ya sea esta la educación, ya su conoci-
miento, ya cualquier otra cosa susceptible de investigación (Touriñán, 1983). En este
sentido, la orientación formativa temporal es un modelo, igual que la idea de Pedagogía
que tenemos o la que corresponde a los elementos estructurales de la intervención, o a
la complejidad objetual de educación, etc.
No es nada extraño que Freund concluya su libro de epistemología fundamental de
las ciencias sociales, que sigue siendo válido desde el punto de vista de sus conclusio-
nes, afirmando que la idea de una ciencia perfecta y acabada es puramente imaginaria
e incluso contradictoria con la esencia de la ciencia:
“Si cada una de ellas (de las ciencias) es una ciencia no es porque imite a otra u
otras, sino porque su avance responde a las condiciones y a los presupuestos de la cien-
tificidad. Cada una de ellas es en sí misma su propio modelo, que define a medida que
desarrolla sus investigaciones, elabora sus conceptos y precisa su marcha. (...) Dicho
de otro modo, la constitución de cada ciencia depende de la solidez y validez de sus
resultados y no de las especulaciones apriorísticas de los epistemólogos. Cada ciencia
tiene su propio genio y progresa según las normas que le son propias en los límites
generales de la esencia de la ciencia” (Freund, 1975, pp. 154‑155).
Avanzamos con método y modelo; método y modelo hacen avanzar el conocimiento
desde el contexto de descubrimiento y desde el contexto de justificación, atendiendo
a principios de metodología y de investigación. Las corrientes del conocimiento de la
educación, por ejemplo, son modelos para comprender la evolución del conocimiento
de la educación. Como hemos visto en el epígrafe 4.7 del capítulo 2, cada corriente
Del método al modelo, a través del programa con mirada pedagógica … 789
“La mayoría de los que educan olvidan enteramente formarse un círculo visual pro-
pio antes de entregarse a ese empeño; les surge poco a poco en su trabajo (...), si tienen
inventiva se sirven de todo lo que encuentran para disponer lo que han de emplear
como estimulante en la educación (...), si son previsores alejan de él todo lo que pudiera
perjudicar su salud (...) Así se desarrolla un niño (...) (pero como dice Herbart al final
del párrafo), si realmente se desarrolló así, hay que felicitarse por ello” (Herbart, 1806,
p. 1).
Frente a este tipo de actuación, Herbart pretende construir una nueva ciencia. No se
limita a utilizar la experiencia del profesor en sus años de rutina educadora, sino construir
un saber que le proporcione razones para fundamentar por qué debe seguir actuando de
ese modo, o por qué debe cambiarlo: “un maestro de escuela de aldea, de 90 años, tiene la
experiencia de su rutina de 90 años; posee el sentimiento de sus largas fatigas, pero ¿tiene
también la crítica de su método y de sus actos?” (Herbart, 1806, p. 5).
La ciencia de la educación no puede hacerse, escribiendo un libro que enseñe suce-
sivamente lo que ha de hacerse sucesivamente; como Rousseau en “El Emilio”, hacer esto
es lo propio del retórico, pero lo peor para la Pedagogía, “pues se ha de someter como
hace Rousseau lo espiritual a lo corporal para poder imaginarse que la continuidad del
desarrollo progresivo del espíritu se puede graduar como una escala, con sólo establecer
como puntos fijos las épocas de la educación física” (Herbart, 1806, p. 267).
Tampoco puede hacerse descomponiendo el trabajo en sus elementos y presentan-
do simultáneamente lo que se ha de cuidar a la vez, pero continuamente. Porque lo
mismo que el método anterior separa de un modo arbitrario lo que en sí está unido
continuamente, así también este método “nos hace temer que no tendrá mayor éxito
en sus análisis, ya que en la educación apenas puede pensarse una cosa absolutamente
separada de las demás. Tratar primero de la educación intelectual, después la estética y
por fin la moral, y añadir después una didáctica, equivale a considerar las materias de
enseñanza yuxtapuestas en el espíritu como en los manuales de Psicología” (Herbart,
1806, p. 268.)
Tampoco puede hacerse deduciendo la educación entera como un problema de
principios filosóficos y hacer que esta educación se desarrolle conforme a sus leyes
internas sin atenerse a la sucesión y continuidad de los cuidados educativos (Herbart,
1806, p. 26), porque, “el individuo se encuentra, no se deduce. La construcción del
alumno a priori, es, pues, en sí, una expresión falsa y por ahora un concepto vacío que
la Pedagogía no puede admitir por más tiempo” (Herbart, 1806, p. 9):
“Nunca el escritor establecerá peor su relación con los lectores sino cuando decide
ese método. Pues ¿de qué sistema filosófico debe deducir la educación? Entregaría inú-
tilmente el suyo propio a la crítica incompetente, y sólo conseguiría atraer a la pedagogía
la desconfianza pública con la cual se enfrenta todo nuevo sistema. La pedagogía tendrá
derecho a regocijarse sí puede ganarse la mirada sana y recta de sus lectores y hacerles
olvidar todas las concesiones que ha hecho hasta entonces, de un lado, a la teoría de la
libertad y de otro, a la frenología” (Herbart, 1806, p. 268.)
La Pedagogía tiene que ser de otra manera: “la educación convencional trata de
prolongar los males actuales; formar hombres en estado natural equivale a repetir la
796 Dónde está la educación J.M. Touriñán
serie entera de los males padecidos. Limitar a lo próximo el círculo de las enseñanzas
y advertencias es consecuencia natural de la propia limitación, que ni conoce ni sabe
disponer lo restante” (Herbart, 1806, p. 5.)
Lo que tiene que poseer el educador es ciencia y reflexión. Por supuesto la ciencia
no es infalible en sus enseñanzas, pero precisamente por eso nos obliga a mostrarnos
cautos en los puntos controvertibles. Quien se tiene por sensato sin dominar la ciencia
guarda en sus miras errores iguales o aún mayores sin notarlos, o mejor dicho, sin
dejárselos notar, pues sus puntos de contacto con el mundo se hayan embotados. Así
pues, “la Pedagogía nos va a proporcionar un círculo visual de la educación al elevarnos
a lo general (…) y, en efecto, podremos cometer errores, sin embargo, los errores de las
ciencias son, originalmente, los errores de los hombres, pero sólo de los más inteligen-
tes” (Herbart, 1806, p. 9. La cursiva y el subrayado son míos).
De lo que se trata es de elaborar un círculo visual, de tal manera que se puedan
abarcar todas las consideraciones que han de ser tenidas en cuenta en cada caso. Con
su ciencia el educador genera principios que le permiten decidir la instrucción, es
decir, si algo debe incluirse o no en un proceso educativo. La Pedagogía de Herbart es
general en sentido lógico, distinta de ‘diferencial’: “Por esta causa el libro (de Herbart)
ofrece sólo conceptos generales y los enlaces también generales de ellos. No se trata ni
de la educación masculina, ni la femenina” (Herbart, 1806, p. 269). La ciencia de la
educación en Herbart supone la utilización de esos datos; pero la teoría no es subalter-
nada, porque los datos se interpretan desde un entramado conceptual con significado
intrínseco a la educación:
“Lo que debe hacer la pedagogía es deliberar sobre sus propios conceptos y cultivar
una reflexión independiente. De esta forma llegaría a ser el centro de un círculo de inves-
tigaciones y no correría el peligro de ser gobernada por un extranjero como lejana provincia
conquistada” (Herbart, 1806, p. 8. La cursiva es mía).
Para Nohl, la pedagogía no es un arte —que sería la contestación ingenua—, ni se
deriva de otras teorías. El gran problema de la pedagogía estriba en darse cuenta de
que “las grandes oposiciones que han recorrido la pedagogía en todos los tiempos no
son meramente consecuencias de falsas teorías, sino que las teorías son formulaciones
de actitudes pedagógicas básicas, que están fundadas en diferentes posiciones respecto
a la vida y el mundo” (Nohl, 1986, p. 10).
Frente a Herbart, Nohl mantiene que pretender fundar una Pedagogía de validez
general en el fin general de la educación con contenido cultural es abocar la pedagogía
al fracaso porque la unidad en estos intentos “no es la unidad del sistema, sino la
unidad del ideal que no es racionalmente necesaria ni derivable lógicamente de prin-
cipios” (Nohl, 1968, p. 13).
A su vez, frente a Dilthey (1884), mantiene que, ni siquiera el intento formal de
Dilthey es la solución, pues, al buscar la solución de la Pedagogía en la conexión teleo-
lógica prescindiendo de todo fin con contenido que esté sometido al cambio histórico,
o se limita la Pedagogía a una técnica al servicio de los compromisos de un pueblo
o nación concreto, o se queda en un puro formalismo que tanto sirve para formar
criminales perfectos como hombres morales (Nohl, 1968, p. 18).
Del método al modelo, a través del programa con mirada pedagógica … 797
INTERVENCIÓN
Ámbitos de educación
Niveles escolares
Arquitectura curricular para la orientación formativa temporal de la condición humana
individual, social, histórica y de especie
CONTROL DE LA ACCIÓN, para el logro de conocimientos, destrezas-habilidades, actitudes y hábitos relativos a las
finalidades de la educación y a los valores guía derivados de las mismas en cada actividad interna (pensar, sentir, querer,
operar, proyectar y crear) y externa (juego, trabajo, estudio, profesión, investigación y relación) del educando, aplicando
los principios en cada situación según corresponda
los hechos y dirige su producción. Así se crean las normas que tienen fundamento en
el conocimiento de la educación (Touriñán, 1987b).
Adviértase, además, que estas normas son y se hacen dentro del propio ámbito de
conocimiento que el conocimiento de la educación (la ciencia pedagógica) ha reservado
para desarrollar su actividad. Son normas que nacen del proceso. No me dice la ciencia
si yo debo pasear o hacer ciencia. Pero dentro del ámbito de conocimiento científico
que yo he elegido para trabajar —la economía, la biología, la medicina, la pedagogía,
etc.—, es la propia ciencia la que dicta normas de orientación de la acción.
Como ya sabemos, el paso de una proposición científica nomológica a un enuncia-
do pragmático, orientador de la acción, no constituye en modo alguno una inferencia
lógica, pero es un paso inevitable del ‘es’ al ‘debe’ en la consideración pragmática,
porque lo que fundamenta la relación de consecuencia es el conocimiento que se tiene
de las condiciones del funcionamiento del sistema en cuestión, junto con el compro-
miso racionalmente captado y libremente asumido, como hemos visto en el epígrafe
5.2 del capítulo 2 y en el epígrafe 3.2 del capítulo 5. El ámbito de la decisión técnica se
restringe a la elaboración de reglas y normas que se justifican desde el propio proceso
de intervención y se distingue de la decisión moral y política, como hemos visto en el
epígrafe3 del capítulo 6.
Bunge hace referencia a este tema bajo el concepto genérico de tecnoaxiología (Bun-
ge, 1981). Para él es un problema sin resolver y con repuestas diversas, que hace refe-
rencia al carácter de la intervención de las normas en materia de tecnología. Se trata
de avanzar sobre la relación de los valores con la tecnología en una determinada línea
de relación entre ética y ciencia que parte de la distinción entre problemas morales y
problemas técnicos que hemos abordado en el epígrafe 5 del capítulo 2, en el epígrafe
5 del capítulo 5, y en los capítulos 6, 7, 8 y 9, al crear contenido específico para la toma
de decisiones pedagógicas.
Lo que se pretende explicar, interpretar y construir con el conocimiento de la
educación es la intervención pedagógica: intervenir para educar. Justamente por eso
la intención del conocimiento de la educación es tecnológica: explicamos e interpretamos
intervenciones educativas; y partiendo de esas interpretaciones construimos interven-
ción pedagógica: acción intencional en orden a realizar los fines y medios que se justi-
fican con fundamento en el conocimiento del funcionamiento del sistema educación.
El hecho de que la intención del conocimiento de la educación sea tecnológica permite
afirmar que todo conocimiento teórico o tecnológico de la ciencia de la educación es
conocimiento que crea, de algún modo, intervención pedagógica. La intervención educati-
va es tecnoaxiológica, porque (Touriñán, 2013b):
La educación siempre es educación en valores que marcan el significado de la edu-
cación.
802 Dónde está la educación J.M. Touriñán
Por otra parte, en el epígrafe 2 del este capítulo 10, hemos visto que no es posible
hablar del método, con sentido, sin hacer referencia al fin. El método es una vía, un
medio que tiene relación y que expresa la referencia al fin. El método es necesario
para llegar al fin, pero carece de significado por sí solo. No se agota en sí mismo.
El método no tiene su razón de ser en sí mismo. Es un medio para dar cauce a
procesos de pensamiento y a procesos de acción. El método se encamina al logro
de un fin y puede ocurrir que el fin no se alcance nunca de un modo absoluto, y
entonces cabe hablar de sucesivos intentos, cada vez más depurados, para conse-
guirlo. Y, desde esta perspectiva, el método es un procedimiento o un conjunto de
procedimientos, que sirve de instrumento para alcanzar los fines propuestos de
antemano, asumiendo como presupuesto que es el problema (el fin) el que dicta el
método y no al revés.
Si esto es así, tenemos que concluir, tal como hemos iniciado el capítulo: vamos del
método al modelo a través del programa, con mirada pedagógica especializada:
1. La educación es un problema de todos en el que la responsabilidad compartida
no anula el lugar de la competencia técnica. Se trata de entender que se ha modi-
ficado de tal manera el marco del desarrollo humano que el reto es hacer frente
a la responsabilidad compartida individual y corporativamente, sin renunciar a
las competencias de cada una de las instituciones implicadas. Ni los padres son
los profesionales de la educación, ni la escuela tiene que suplantar o sustituir la
función de la familia, ni el educando debe dejar de ser agente de su educación.
2. Intervención educativa e intervención pedagógica no significan exactamente lo
mismo pero responden a vinculaciones nómicas, programadas e intencionales en
proceso de auto educación y de heteroeducaión formales, no formales e informales.
De tal manera que, la solución en la educación no está en elegir en lugar del edu-
cando su modo de vida, sino en elegir aquellos modos de intervención pedagógica
que garantizan la capacitación del educando para elegir y realizar su proyecto de
vida, aprendiendo a construir y usar experiencia para responder a las exigencias
que se plantean en cada situación, de acuerdo con las oportunidades.
3. Conocimiento de áreas culturales y conocimiento de la educación no son lo mismo,
porque el segundo determina el concepto de ámbito de educación sobre el primero.
El reto de la pedagogía es la construcción e ámbitos de educación. Hacemos Pe-
dagogía Mesoaxiológica, porque hacemos el medio o ámbito de educación con la
intervención pedagógica. Y eso quiere decir que intervenimos de manera que una
determinada influencia se convierte en influencia educativa. Y para ello cada área
de experiencia tiene que ser valorada como educación y construida como “ámbito
de educación” .El ámbito de educación convierte el área de experiencia en instru-
mento y meta de la educación, atendiendo a componentes de ámbito que determina
la Pedagogía, como conocimiento de la educación, que solo es válido, por principio
de significación, si sirve para educar.
4. La educación como concepto responde a rasgos de significado de definición real
y nominal que hacen posible la comprensión del concepto de educación como
integración de finalidades intrínsecas y extrínsecas en la orientación formativa
816 Dónde está la educación J.M. Touriñán
nados casos y bajo condiciones específicas, para educar, porque, cualquier tipo de
influencia no es educación, pero cualquier tipo de influencia puede ser transformado
en una influencia educativa. El reto de la Pedagogía es transformar la información en
conocimiento y el conocimiento en educación. Estamos obligados a definir los rasgos
que determinan y cualifican el significado de educación frente a cualquier otra forma
de interacción. Y tenemos que lograr avanzar desde el conocimiento a la acción, por-
que no basta con conocer para actuar.
Lo sepamos o no, toda la educación depende de nuestra actividad interna que debe
ser determinada hacia la finalidad educativa. Con esa intención construimos ámbitos
de educación e integramos las finalidades dentro de la orientación formativa temporal
para la condición humana individual, social, histórica y de especie. Toda la arquitectura
curricular está pensada para desarrollar, desde la actividad y con los elementos estructu-
rales de la intervención, competencias adecuadas, capacidades específicas, disposiciones
básicas, conocimientos, destrezas, actitudes y hábitos fundamentales que nos capacitan
para ser agentes —actores y autores— de nuestros propios proyectos. Estoy convencido
de que todo esto es así y se fundamenta desde la Pedagogía en este libro, avanzando del
método al modelo, a través del programa con mirada pedagógica.
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