La Dama Del Dragón

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La Dama del Dragón

Por Amy Fernández.


Para Rory, el verdadero Simba.

Para mis Merodeadoras; Belén, Laura y Mar que llenaron de magia mis días.

Para José Ramón y Raquel, que confiaron en la escritora en prácticas que ha escrito

esto.

A Felipe, María José y especialmente Tony, el mago que me enseñó que por

complicado que sea el camino, hay que luchar siempre por tus sueños.

«La gente que lee no tiene una vida: tiene miles» Amy Fernández.

«Si un libro es especial para alguien, vale la pena que lo hayan escrito» Laura Gallego
Prefacio: La trampa.

Un hombre caminaba por entre el follaje del bosque, admirando los vivos colores de

las flores, que parecían competir entre sí por su belleza. Los alegres cantos de los

pájaros, que iban a descansar a su nido después de un largo vuelo. Aunque admiraba la

belleza del bosque, se dirigía a paso rápido hacia el lago de Ávalon, donde su cita le

esperaba. Mientras se acercaba, escuchó una bella canción.

Merlín sonrió al escuchar la preciosa canción que su amada Viviane cantaba desde su

hogar, el lago de Ávalon. Porque ella era la Dama del Lago, la que había dado a

Arturo, su buen amigo la espada Excalibur, y de la que estaba profundamente

enamorado.

No tardó en llegar siguiendo la canción que solía cantar su adorada Viviane , y allí la

vio, danzando con gracia sobre la superficie del lago, cuando lo vio no puedo evitar

sonreír e ir a su encuentro.

—Merlín—saludó la mujer con una graciosa reverencia.

—Viviane.

Viviane era la mujer más hermosa que sus ojos habían contemplado; tenía la piel

blanca como la espuma del mar, los ojos azules y brillantes como el lago donde vivía,

el cabello negro como la profundidad del lago del que había salido, le caía por la

espalda ondulado.

Merlín la amaba, se había enamorado de ella desde hacía ya mucho tiempo, pero la

seguía queriendo como el primer día. Viviane también lo amaba. Cada vez que tenía
un rato libre, le gustaba ir a verla. O bien para pasar el tiempo, o bien para seguir

enseñándole magia.

Viviane, como La Dama del Lago, tenía la magia, pero Merlín le enseñaba a usarla de

una forma mas compleja y profesional, y ella aprendía muy deprisa. Últimamente

había querido mejorar de una forma sorprendente y no había día que no le pedía una

nueva lección. Y él se la daba gustoso.

—Señor, hay algo mas que me gustaría saber ¿Cómo puedo aprisionar a un hombre sin

necesidad de cadenas o muros?

Merlín la miró perplejo y se negó a acceder a ese deseo en particular, pero Viviane

insistió y volvió a insistir, como Merlín no era capaz de negarle nada a su amada, la

Dama del Lago consiguió persuadirlo y obtuvo el conocimiento necesario. Entonces

Viviane se inclinó en su oído y comenzó a cantarle una dulce melodía mientras Merlín

se acurrucaba a los pies de un roble, seguidamente, Merlín se durmió.

Sin perder ni un segundo, la mujer estableció sobre él nueve círculos de

encantamiento, creando una prisión de la que nunca podría salir.

Según la leyenda, Merlín reside aún allí; sin envejecer, sin vivir, y sin morir. Y solo

será liberado cuando el rey Arturo regrese o cuando otro mago de corazón puro

destruya el encantamiento.
Capitulo 1: Un sueño extraño.

Un lago de aguas cristalinas. El lago estaba rodeado por un anillo de robles, en algunas

zonas, el agua llegaba hasta las mismas raíces de los árboles, pero también había

pequeños márgenes de tierra entre el bosque y el agua. En medio del lago había una

pequeña isla, pero no se podía distinguir muy bien que había en ella desde su posición.

El lago estaba cubierto de brumas que parecía que una nube se había desprendido del

cielo y flotaba sobre las aguas, dándole un aire bastante misterioso.

De las aguas emergió una mano. De pronto sintió que debía coger la mano y encontrar

al dueño de esta…

El despertador hacía un ruido estridente, Melinda despertó de nuevo en su cama, con

aquella extraña sensación. Otra vez tenía aquel extraño sueño. Últimamente se repetía

mucho, pero ¿por qué?

Alargó la mano perezosamente para parar la alarma del despertador y se estiró como

un gatito. No lo sabía. ¿Importaba acaso? Bostezó y salió de la cama. Le encantaría

poder remolonear, pero era lunes, lo cual significaba que tendría que volver al

instituto. Consideró la posibilidad de fingir estar enferma, no le apetecía en absoluto ir,

pero tendría que hacerlo.

Suspiró mientras iba al cuarto de baño. No sería tan horrible, su única y mejor amiga

Diana estaría allí.


Ni ella ni Diana eran populares, a ninguna le importaba demasiado, pero a las dos las

consideraban raras. Melinda se había cansado de explicar que no entendía por qué

sucedían esas cosas extrañas a su alrededor.

En el primer trimestre, unos compañeros comenzaron a meterse con ella por llevar

libros que ellos consideraban “de frikis” y cuando le rompieron su querido ejemplar de

“Las ventajas de ser un marginado” la ventana que estaba más próxima a ellos estalló

en una lluvia de cristales. Melinda no guardaba recuerdos de aquel momento exacto.

Recordaba las risas de los chicos que la rodeaban, con su libro entre las manos del

chico que lo sujetaba “Las ventajas de ser un marginado… ¡Cómo tu!” y las risas se

redoblaron, entonces el chico abrió el libro y rasgó algunas páginas al azar.

Melinda solo recordó una oleada de rabia y adrenalina recorriendo sus venas antes de

que la lluvia de cristales estallase. Ella no recordaba haber hecho nada, de hecho ni

siquiera sufrió cortes, a diferencia del chico que dañó el libro, que se llevó un corte en

la mejilla (hecho del cual Melinda se alegró), pero los chicos y la chica que la habían

molestado insistieron (de hecho seguían haciéndolo), y aunque dejaron de meterse con

sus libros, seguían metiéndose con ella.

El director llamó a la señora Pond, que más que enfadada parecía horrorizada,

asustada. En casa le hizo prometer que jamás volvería a hacerlo. Melinda siguió

insistiendo en que no había sido culpa suya, pero su madre pegó las hojas del libro

como pudo, sin escucharla.

Con el tiempo, Melinda estaba acostumbrada a que esas cosas pasasen, y a dejar de

intentar explicar que ella no tenía nada que ver con ellas. Porque nadie la creería

nunca.

Salvo quizá Diana. Aun no sabía por qué Diana era amiga suya. Y no es que Diana la

desagradase, todo lo contrario: a veces pensaba que Diana era un regalo, pero no
entendía por qué pudiendo haber sido popular, decidió hacerse amiga de “la

marginada” “la bruja” y “la rarita” entre otros motes similares.

Resopló cansada. Odiaba los malditos lunes. Los lunes eran posiblemente un invento

de una mente similar a la de Hitler por lo menos. Diseñados como una especie de

aspirador que absorbía toda tu felicidad y energía. Bah, lunes. En las películas todo el

mundo gritaba cuando había un apocalipsis zombie, pero no escuchó a nadie gritar a

las ocho de la mañana de un lunes corriente. Un lunes era como un apocalipsis salvo

por el pequeño detalle de que la gente no se iba comiendo los sesos de sus semejantes

por ahí.

Dejó de divagar sobre los lunes y empezó a vestirse: camiseta blanca, vaqueros largos

y unas zapatillas a juego con sus ojos azules. Después fue al cuarto de baño para

lavarse la cara y pasarse el cepillo por su cabello negro, largo y ondulado. Se lo dejó

suelto. No le gustaba llevar el pelo recogido, si podía evitarlo.

Después de tomar un desayuno compuesto por zumo de frutos rojos y unas cuantas

tortitas con sirope de chocolate. Volvió al piso de arriba y se metió en el cuarto de

baño para lavarse los dientes.

Se topó con una imagen suya reflejada en la superficie de cristal del espejo, su reflejo

le devolvió la mirada. Melinda tenía la piel pálida. Era delgaducha un poco bajita, los

ojos eran de color azul y el cabello negro le caía por la espalda en forma de ondas.

Se terminó de lavar los dientes y bajó las escaleras precipitadamente, con la mochila

en la mano, se echó por encima su chaquetita de punto de color azul celeste y se echó

la mochila en la espalda.

—¡Me voy, mamá!—avisó la muchacha abriendo la puerta.


—¡Adiós, Mel! ¡No vuelvas tarde!—se despidió su madre desde la cocina.

Melinda sacudió la cabeza mientras cerraba la puerta y echaba a andar. “No vuelvas

tarde” parecía la frase favorita de su madre. Que en seguida se preocupaba por todo.

Caminó por las calles casi desiertas, era temprano y había amanecido un día de color

gris, parecía que iba a llover en cualquier momento, el viento movía las hojas secas de

un color dorado marchito que había por la calle, la calle estaba casi desierta, a

excepción de un par de coches que había circulando por la carretera.

La parada del autobús quedaba una calle mas arriba de su casa, y a ella le gustaba el

momento de ir, porque era cuando mas tranquila estaba.

Aunque no le gustaba exactamente el paisaje tan gris. Prefería el parque, donde había

una especie de bosque muy agradable.

El viento fresco de otoño ondeó su pelo y se abrigó más con su chaquetita de punto

azul celeste.

De pronto sintió que alguien la observaba, se dio la vuelta pero no vio a nadie, aun

recelosa, siguió caminando pensando en las asignaturas que daría aquella mañana.

Sintió de nuevo una mirada puesta en ella y se paró de nuevo.

—Ah, eres tu—saludó un poco mas tranquila.

Descubrió a una gata que la observaba con detenimiento con sus ojos verdes, y tenía el

pelaje atigrado, la gata le maulló como saludo. Melinda suspiró más tranquila; una

cosa era que te siguiese un gato y una cosa muy distinta que lo hiciese un sinvergüenza

cualquiera. La gata siempre rondaba por ahí, y Melinda siempre la acariciaba. Suponía

que tenía dueño, porque presentaba un aspecto muy cuidado.

Melinda le sonrió y la gata ronroneó cuando pasó entre sus piernas, Melinda se agachó

junto a la gata y le rascó detrás de las orejas, después se volvió a poner en pie y echó a

andar, no quería llegar de nuevo tarde, sintió como la gata la seguía, como cada
mañana hasta la parada del autobús, aceleró un poco el paso para no perder el autobús,

la gata la imitó y al final la acompañó a la parada, donde el autobús estaba esperando,

corrió hasta el y no lo perdió por los pelos.

Se sentó en un asiento libre junto a la ventana y miró al frente mientras el autobús

arrancaba.

—¡Mel!—exclamó una voz conocida, Melinda se giró a tiempo para ver sentándose a

su lado a su mejor amiga: Diana Wolf.

Diana era una chica de cabello largo y color miel, sus ojos eran del mismo color, era

un poco baja para su edad, delgaducha y piel pálida.

—Hola, Din—saludó con una sonrisa.

—¿Qué pasa, Mel?—preguntó Diana sonriente, con sus ojos color miel muy abiertos y

soñadores.

—Eso me gustaría saber a mi—replicó ella frunciendo ligeramente el ceño, con

extrañeza al ver a su amiga más contenta y despierta que de costumbre a aquellas horas

— ¿Por qué estas tan contenta?

—¿No puede una estar contenta sin motivo?—inquirió con una pequeña risita.

—No si tu nombre es Diana Wolf y es un lunes a primera hora.

Diana rodó los ojos, pero después suspiró dibujando una sonrisa.

—Esta bien, me has pillado—su sonrisa se expandió iluminándole sus ojos—¡Mis

padres van a llevarme a España!

—¿A España?—repitió Melinda, extrañada—¿Hoy?

—Si, esta tarde—explica emocionada—Mi madre quiere llevarnos a ver a mi familia.

—¿Y cuanto tiempo te vas?—preguntó algo más triste.

—Pues… un par de días—responde, ha perdido el entusiasmo y su sonrisa se borra con

rapidez—pero se pasarán pronto, ya lo verás.


Enrolló lentamente un mechón de pelo en su dedo índice. No estaba tan segura de ello.

—Además te llamaré, te escribiré,… Estaremos totalmente en contacto—le aseguró

Diana.

—Tampoco hace falta que estés muy pendiente de mi—dijo Melinda, curvando las

comisuras de los labios hacia arriba, en un intento de tranquilizar a su amiga— ¡Que te

vas a España! Pero más te vale traerme un recuerdo ¿Eh?

Diana sonrió y la abrazó.

—Lo haré.

Cuando llegaron al instituto, Melinda pasó gran parte de la mañana pensando en lo

sola que iba a sentirse cuando Diana se marchase a España. En clase de matemáticas,

Melinda estuvo dibujando en la última página de su cuaderno el lago con el que había

estado soñando. Dibujaba bien, pero Diana dibujaba infinitamente mejor, su amiga le

enseñó su dibujo de un lobo aullando a la luna, cuando casi había finalizado la clase.

El lobo era tan real que Melinda casi podía escucharle aullar.

A Diana le encantaban los lobos, era una de las cosas que más dibujaba. En su

habitación había varios colgados en la pared. En el bosque, en lo alto de una montaña,

solitarios o en manada,… Curiosamente, en sus dibujos no solía pintar la luna llena. La

pintaba menguante o directamente no la pintaba. Melinda no sabía por qué, ella nunca

se lo aclaró. Claro que Melinda tampoco preguntó.

—¿Otra vez el lago?—inquirió en un susurro, para que el profesor de matemáticas no

las escuchase desde sus pupitres en la tercera fila.

—¿Otra vez el lobo?—preguntó imitándola.

Diana puso los ojos en blanco.


—Me refería si has vuelto a soñar con el—aclaró mientras fingía copiar las

operaciones de la pizarra.

—Pues si—respondió haciendo como que lo más interesante del mundo eran las

ecuaciones—tampoco es algo raro.

—No, por supuesto.

Melinda dejó por un momento de fingir que era una alumna aplicada. Las matemáticas

se le daban de pena y no tenía ganas de fingir que le interesaban. Le parecía mucho

más interesante la expresión de su amiga al responder.

—¿Qué?

—Nada—respondió Diana.

—Señorita Pond, señorita Wolf ¿Hay algún problema?—inquirió el profesor, molesto.

—No, profesor—respondió Melinda, mirándole fingiendo culpabilidad.

—En ese caso, no tendrán ningún problema en el examen del miércoles—repuso con

una pequeña nota de burla en su voz.

Diana formó una media sonrisa socarrona. Como queriendo decir que no tendría

ningún problema. En parte porque ella el miércoles no estaría presente, pero no lo dijo.

Melinda sin embargo, sabía que el examen estaba más que suspenso, aunque aun así

tendría que pedir ayuda para estudiar… ¿A Diana? No. No iba a estar molestándola en

España. Pero entonces ¿a quien? Su madre era veterinaria, pero por lo que sabía era

casi tan mediocre como ella en cuanto a matemáticas se refería. Y su padre había

muerto cuando ella aun era un bebé.

Aunque decidió no preocuparse por el examen de matemáticas, no pudo evitar sentirse

por un momento pequeña. Muy pequeña y solitaria.

Cuando sonó el timbre que finalizaban las clases, Melinda suspiró tranquila, aunque

eso significaba que tendría que despedirse de Diana.


En el autobús, Diana estuvo asegurándole durante todo el camino que estarían en

contacto todos los días, Melinda se estuvo preparando para echarla de menos y leer en

lugar de quedar con Diana por las tardes.

Cuando el autobús llegó a su parada, Diana, Melinda, y otros estudiantes bajaron.

Diana y Melinda se abrazaron.

—Pásatelo muy bien—dijo Melinda, aun sin soltarse, aspirando la colonia de vainilla

que solía usar su amiga.

—Te voy a echar de menos.

—Y yo a ti, Caperucita.

Diana rió por el mote. Melinda la llamaba así desde que descubrió la pequeña obsesión

de su amiga por los lobos.

Finalmente se separaron y Diana fue calle arriba, mientras que Melinda fue arrastrando

los pies calle abajo.

Una lata de refresco salió volando de una patada que Melinda le propinó, mientras

caminaba con las manos en los bolsillos de su chaquetita y la cabeza baja.

Un maullido llamó su atención, Melinda se dio la vuelta y vio a la gata que había visto

aquella mañana, se relajó un poco.

—Ah, hola, otra vez—saludó acariciándole la cabeza, de pronto la gata se puso tensa.

—Así que tu eres Lady Merein—dijo una voz escalofriante a sus espaldas.

Melinda se dio la vuelta rápidamente y se encontró con un hombre apuesto, de cabello

moreno y ondulado, una sonrisa que daba muy mal rollo y vestía con una ropa extraña,

capa incluida, totalmente de negro.

—No se de que me habla—respondió con la voz ligeramente temblorosa.

Seguramente ese hombre estaba loco, y tuvo la sensación de que resultaría peligroso,

porque se había tensado de golpe.


—No me hagáis reír, milady, ahora dejadme invitaros a… vuestro fin.

Definitivamente aquel era un loco peligroso, de pronto, de su mano surgió un rayo de

luz verde azulado bastante siniestro, Melinda estaba tan conmocionada que solo podía

dar un par de pasos hacia atrás mientras aquel loco avanzaba hacia ella con una sonrisa

de lo más siniestra. Hizo el brazo hacia atrás, e iba a lanzarle el rayo cuando de pronto

le impactó en pleno pecho una especie de esfera echa de luz dorada.

Melinda observó con los ojos como platos como el hombre cayó al suelo con un

quejido, se giró y casi se quedó sin respiración cuando vio quien estaba detrás de ella

con otra esfera de luz en su mano.

Era un chico de su edad, un poco más alto que ella, tenía los ojos de color castaño

claro y el cabello por los hombros, de color castaño.

—¿¡TU!? —gritó confundida, tenía la garganta seca y los ojos dilatados al máximo.

Aquello no podía estar pasando

—¡Corre!—ordenó él, miraba serio al hombre que se levantó del suelo y le miró con el

rostro crispado de odio.

Melinda se puso a su lado aun mas confundida.

—¿Qué está pasando?—preguntó muy confusa.

—¡No creáis que esto ha acabado!—gritó el hombre, y ante los ojos atónitos de

Melinda, se desvaneció en el aire, en medio de una niebla negra como la noche.

Las piernas le temblaron y se le doblaron, pero el chico la sujetó para que no cayese.

—¿Estas bien?—le preguntó.

—¿¡Que narices…!?—Empezó, luego se levantó bruscamente y se apartó para

señalarlo con un dedo acusador— ¡Tu! ¿¡Como demonios has hecho eso!? ¿Quién era

ese loco? ¡Se ha desvanecido en el aire! ¡Como… magia!


—Es que es magia—respondió el chico como si tal cosa, luego se puso a mirar a todos

lados, como si esperase una emboscada—mira, te prometo que te lo voy a contar todo.

Pero no aquí. No estamos seguros.

Melinda no se movió.

—Tienes que confiar en mi, Melinda. —Insistió ofreciéndole la mano.

Melinda le miró ceñuda. Conocía a ese chico. Iba con ella en clase. Su nombre era

Leon Copperfield.

—¿Y como se que tu no vas a atacarme como él?—dijo mirándole, recelosa.

—Ah, no se, déjame pensar… ¿Quizá por que te he salvado la vida?—preguntó

irónicamente—Vamos. Este no es un lugar seguro.

Melinda le miró fijamente a los ojos, después de un momento de reflexión, decidió

confiar en él y se dejó llevar, apenas era consciente de a donde iban, estaba demasiado

impresionada por lo que acababa de presenciar y estaba barajando opciones para

explicar lo que había pasado.

1) Estaba loca.

2) Estaba soñando.

3) Era víctima de una broma en directo

4) Acababa de presenciar magia de verdad.

La segunda opción fue descartada rápidamente cuando se pellizcó la mano, el pequeño

dolor punzante le avisó de que estaba despierta.

—Ya hemos llegado—anunció el chico.

Melinda volvió a la realidad para encontrarse una casa que estaba alejada de las demás,

sin saber por donde habían ido, sabía que estaban cerca del parque. La casa estaba

protegida con una verja de hierro negro, al atravesarla sintió algo extraño.
—La verja no es lo que parece—explicó Leon—tiene un encantamiento protector, aquí

estamos completamente a salvo.

Melinda no entendió mucho, pero aun así no dijo nada, solo se dejó conducir hasta

dentro de la verja, las paredes de la casa eran de color blanco, había un camino de

piedra que atravesaba el bonito y cuidado jardín hasta la puerta principal.

Leon abrió la puerta y la invitó a pasar, después de atravesar el pasillo, al que no le

prestó especial atención, se encontraba en una sala de estar fresca, alegre y de lo más

moderna. Había mucha luz que provenía de los ventanales que daban al jardín. Leon la

invitó a sentarse en el sofá de color blanco inmaculado.

—¿Quieres algo de beber o…?

—No, estoy bien—cortó Melinda, suponiendo que “estar bien” significase ser atacada

por un loco y salvada con magia.

Leon suspiró y se sentó a su lado.

—Lo primero que debes saber, es que la magia existe—empezó a explicar el chico—

¿conoces la leyenda del rey Arturo y del mago Merlín?—Melinda asintió—pues…

todo esto esta directamente relacionado con eso.

—La época del rey Arturo ocurrió hace mucho tiempo—hizo notar ella— ¿Merlín

existió realmente?—preguntó después.

—Exacto, y tu eres su elegida.

Melinda lo miró con los ojos como platos, esperando que todo fuese una broma, pero

Leon estaba hablando seriamente.

—Ya, y… ¿Cuando dices que me va a llegar la carta de Hogwarts?—preguntó con el

sarcasmo impregnando sus palabras.

—¡Esto es real y muy serio!—explotó el chico—¡No tienes ni idea de lo que me ha

costado encontrarte! Podrías desatar un gran mal y tú te lo tomas a broma.


—Disculpa pero ¿Cómo te tomarías tu tener una vida completamente normal y que de

pronto venga un desconocido y te empiece a hablar de magia y de Merlín?—preguntó

exasperada—¡Y por si fuera poco me ha atacado un perturbado! ¡Y tú… tú tenías…

luz… en las manos!

—Mira, se que es difícil de creer—respondió el chico tranquilándose—y créeme

cuando te digo que entiendo como te sientes. Pero es de vital importancia que me

escuches lo que tengo que decirte.

Melinda descartó la opción de que fuese una broma, esos efectos no podían ser otra

cosa que reales. O estaba loca o… respiró hondo.

—Mira, si me dices toda la verdad, te prometo que haré todo lo posible para intentar

creerte.

—Está bien—Leon llegó a sonreírle un poco—comenzaré desde el principio. Lo

primero que tienes que saber es que la magia existe—repitió—de la misma forma que

lo hizo Merlín, Arturo y su corte. Hace mucho tiempo, Merlín se enamoró de La

Dama del Lago, también llamada Lady Viviane , ella fue discípula de Merlín y

Viviane le pidió el encantamiento para poder encerrar a un hombre sin necesidad de

cadenas o muros, Merlín en un principio se negó, pero después terminó diciéndole el

hechizo, Viviane lo durmió e hizo el encantamiento que lo encerró.

—Algo así había leído—asintió Melinda—pero no se llamaba Viviane, se llamaba

Nimue.

—Entonces si sabes algo—replicó el chico.

—Si, pero pensaba que solo era fantasía—se justificó ella—siempre me gustaron las

historias de Merlín, y mi madre me las contaba cuando era pequeña y leí mucho sobre

él. Siempre pensé que la que acabó con él fue Morgana—confesó.


—Morgana se arrepintió al final, pero no fue ella la que acabó con Merlín—explicó

Leon—Déjame hablar y lo entenderás todo mucho mejor. Cuenta la leyenda, que

Merlín sigue encerrado en esa prisión mágica, y que solo podrá liberarse cuando el rey

Arturo regrese o cuando otro mago de corazón puro deshaga el hechizo.

Dejó que las palabras calasen sobre Melinda, que estuvo unos segundos reflexionando

sobre sus palabras.

—Ese hombre… me llamó Lady Merein—dijo después de unos minutos de silencio—

¿Qué quería de mí? ¿Y por que me llamó así?

—Bueno… Probablemente sepas, que toda leyenda tiene parte de verdad—Melinda

asintió sin saber a donde quería llegar con exactitud—La última parte de la leyenda,

dice que Merlín solo será liberado cuando Arturo regrese o por otro mago de corazón

puro.

—Pero Arturo… está muerto—hizo notar Melinda—lo mató Mordred.

—No es del todo correcto. Según la leyenda, Morgana y otras nueve le llevaron a la

isla de Ávalon, donde velaría el sueño de su hermanastro.

—¿Arturo está dormido en una isla llamada Ávalon?

—No me digas que has leído tanto sobre Merlín y no sabes que es Ávalon—dijo Leon

en un tono mordaz—Ávalon es la isla mágica, que está en algún lugar entre las islas

británicas. La Dama del Lago, sin ir más lejos es del lago de Ávalon.

—Sé lo que es Ávalon—asintió Melinda—pero aun no me has dicho que tiene que ver

conmigo.

—Ah, claro. Bueno, como decía, las únicas formas de liberar a Merlín según la

leyenda son que Arturo vuelva o que un mago poderoso rompa el hechizo. Existe una

profecía en la que anunciaba que llegarían al mundo las elegidas. Una de ellas, Lady

Ariella, sería la que liberaría de su sueño al rey Arturo, mientras que Lady Merein, es
la elegida para romper el hechizo y liberar a Merlín. Mi misión, es buscaros a ti y a

Ariella para protegeros y ayudaros.

—Todo está muy bien excepto por un pequeño detalle—hizo notar ella—en primer

lugar, no me llamo Merein. Soy Melinda.

Para su sorpresa, Leon se echó a reír.

—Pues claro ¿Crees acaso que te iban a dejar tu nombre real mientras que te están

buscando los secuaces de La Dama del Lago?

—Vale—dijo no muy convencida—detalle número dos. No soy maga, ni tengo

poderes.

—Pues claro que tienes poderes—replicó el—tu eres Merein.

— ¿Y tu como sabes que soy yo y no otra chica?

—Porque puedo notar tu magia en tu interior, esperando salir. Y por la marca de tu

hombro derecho.

Melinda le miró arqueando las cejas.

—Creo que te has confundido, mi hombro no tiene ninguna marca, te habrás dado

cuenta en clase, me he quitado la chaqueta y en mi hombro no había nada. Cero.

¿Comprendes?

—Quizá deberías echarle un vistazo—propuso Leon, con las comisuras de la boca

curvadas en una sonrisa.

Melinda se desabrochó los botones de la chaquetita de punto azul que su madre le

había tejido, para demostrar que no tenía nada en el hombro, los ojos de Leon se

iluminaron.

Melinda observó su hombro y se quedó asombrada.


Nunca se había dado cuenta de que los lunares de su hombro derecho formaban una

estrella de cinco puntas si se unían. Ahora no tenía mas remedio porque las líneas que

dibujarían la estrella, se estaban definiendo.

—¿¡Como ha aparecido eso!? ¡Yo no he visto esa marca en mi hombro nunca!

—Porque al igual que tu magia, llevaba dormida mucho tiempo, pero ahora esta

despertando. En clase sueles dibujar lagos, no cualquier lago, es el lago de Ávalon. Tú

eres Lady Merein, la elegida, y la que liberará a Merlín de su prisión. Y yo soy Sir

Leon de Ávalon, y he viajado hasta aquí para encontrarte, protegerte y guiarte. Nuestra

próxima misión será encontrar a Ariella.

Melinda se quedó sin habla.

—Y si quieres alguna prueba más de que eres Lady Merein, la has tenido hace un

momento; el hombre que te atacó, no es un hombre cualquiera.

—No tienes que jurarlo.

—Es un mago oscuro, también llamado Caballero de las Tinieblas, trabaja para La

Dama del Lago. Nadie sabía que eras tu, debí suponer que me seguirían, maldita sea—

parecía hablar consigo mismo—debí tener mas precaución.

—Pero… ¿Cómo voy a tener yo magia?—siguió preguntando Melinda.

Leon la miró con fastidio.

¿Me estás diciendo que en toda tu vida nunca te ha pasado algo inexplicable, sobre

todo cuando no tenías control sobre tus emociones?—inquirió Leon con una ceja

alzada—No me hagas recordar el incidente con las ventanas del instituto el año

pasado.
Melinda se calló y recordó como desde su infancia ocurrían cosas que no sabía como

ocurrieron, pero que no tenía otra explicación que no fuese por arte de magia. Aquellos

sucesos le hicieron ser una niña solitaria, hasta que conoció a Diana.

Como aquella vez que estuvo soñando con algo, no recordaba el que, pero cuando

abrió los ojos su habitación estaba envuelta en llamas. Recordó que en aquel momento,

deseó con todas sus fuerzas que el fuego se extinguiese y así lo hizo, no dejando

ningún rastro de haber estado allí. Nunca se lo contó a nadie.

En aquel y otros casos, la niña no fue castigada por su madre, pero si que recordaba

perfectamente que su madre parecía preocupada y le exigía que se tranquilizase y no lo

volviese a hacer. ¿Y si…?

—¡Mi madre lo sabe!—exclamó anonada.

—¿Quién es tu madre?—preguntó Leon.

—Se llama Elena Pond.

—Elena Pond…—murmuró Leon, pensativo—Deberíamos ir a verla. Ella puede

contarnos cosas incluso más interesantes. Pero ahora no. Puede que Sephordes haya

vuelto con una patrulla de Caballeros de las Tinieblas.

— ¿Qué es lo que quieren de mi?—preguntó Melinda con voz queda.

—O bien matarte, o bien que te unas a ellos—respondió, después se le iluminó la

mirada— ¿eso quiere decir que me crees?

—Creo que no tengo elección—respondió ella con el estómago encogido ante la

perspectiva de que quisieran matarla—todo esto… es muy raro. Pero no tiene otra

explicación. O quizá me esté volviendo loca.

—La gente loca es, en ocasiones, más inteligente que las personas que están cuerdas—

dijo Leon, mirándola fijamente—aunque no estás loca. Esto es real.

—Sigo teniendo mis dudas de ser… una elegida.


—Es normal sentirse agobiado—Leon se permitió ser comprensivo—ahora escúchame

con atención, si quieres seguir con vida, no tienes mas remedio que hacerme caso. No

hables con nadie que no conozcas. A partir de ahora nada ni nadie es lo que parece.

Prohibido irte sola sin vigilancia, y a partir de ahora, vendrás conmigo para entrenar.

—Pero si me atacan por la calle tampoco podré hacer nada—señaló ella.

—He pensado en todo—sonrió él.

De pronto, un cuerpo peludo y atigrado entró por la puerta tan campante, Melinda

observó incrédula a la gata que solía andar por su calle, la misma que había visto antes

y después de ir a la parada del autobús.

—Te dije que no todo era lo que parecía ¿verdad? Pues esta es Bella—presentó el

chico—antes de ser un gato era mi prima.

—¿¡TU PRIMA!?—gritó Melinda descolocada.

Leon asintió.

—La Dama del Lago la transformó en gata cuando ella se negó a jurarle lealtad.

La gata atigrada se subió al sofá junto a ella y la miró.

—Trata de decirte “hola”—dijo el chico.

—¿Cómo lo sabes?—preguntó ella.

—Ella puede proyectar su voz mentalmente a quien quiera, pero no te quería dar un

susto. Ya aprenderás a comunicarte con ella.

Bella se acercó a Melinda y ella le acarició su suave pelaje, pensando que un día ella

fue una chica como ella.

—Quizá debería irme a casa—dijo mirando el reloj de la pared.

—Oh, por supuesto. Y si quieres te dibujamos una diana en la espalda además de

colgarte un cartel luminoso que diga “Soy Lady Merein y no se defenderme”—soltó

Leon, sarcástico.
Melinda frunció los labios, molesta.

—Para tu información, se defenderme.

—¿De un escuadrón de Caballeros de las Tinieblas?—arqueó las cejas—permíteme

que lo dude. Por lo que veo, tu madre sabía de tus poderes pero no se ha molestado en

enseñarte a usarlos. Es un trabajo que va a recaer sobre mí. Y será mejor que nos

demos prisa.

—Oye, tengo que ir a casa. Mi madre se estará preocupando.

—Entonces será mejor que empecemos ya ¿no?—Melinda le fulminó—no te

preocupes. Tan solo voy a enseñarte lo básico para defenderte. Por si lo llegas a

necesitar.
Capitulo 2: Lecciones de magia.

Leon la condujo por el pasillo. Antes no le había prestado atención, no era nada

especial y un poco estrecho, el suelo era de parquet bien cuidado, aunque no había

mucha luz. Junto a la entrada había un espejo y debajo una mesa de madera muy

bonita que tenía una lámpara y una figura de un gnomo con su barba y su sombrero

puntiagudo, había un cuadro en que estaba representado el rey Arturo junto a sus

caballeros en la tabla redonda.

—La mesa redonda simbolizaba que ningún hombre era más importante que el otro. El

rey Arturo creía en la igualdad.

Melinda se fijó en la mesa redonda.

—No me había fijado antes en ellos—confesó.

—Normal, en ese momento no creo que estuvieses admirando la decoración—la

compadeció el chico, pero se puso mas serio para decir—bueno, ahora tampoco es

momento de ello. Tenemos mucho que hacer ¿Preparada?

—Eso creo—sonrió ella débilmente.

—Eso no es suficiente—dijo el chico con suavidad pero firme—tienes que creer de

verdad. La gente dice que hay que ver para creer ¿verdad? Pues entonces te voy a traer

un espejo para que empieces a creer en ti. Voy a repetir la pregunta y quiero que estés

totalmente segura. ¿De acuerdo?—Melinda asintió— ¿Estás preparada para cambiar tu

vida para siempre?

—Si—respondió con seguridad.

Leon sonrió.

—Mucho mejor—aceptó y le hizo un gesto invitándola a pasar a la habitación—

adelante.
Melinda pasó a la habitación y se quedó impactada, era una sala con tan solo una

ventana que daba al bosquecillo que había junto al parque, estaba mas o menos

iluminada, había una mesa de trabajo con dos sillas, varias estanterías llenas de libros,

tarros y objetos raros, había un bonito un armario de madera tallado mas allá, cerca de

este había un maniquí de paja, también había una chimenea apagada, junto a ella había

un caldero. Las paredes eran de un color rojo oscuro que hacían que la habitación

pareciese más oscura de lo que era en un principio.

—Vuelvo enseguida. Procura no hacer que explote la ventana—se despidió

burlonamente Leon mientras salía de allí.

Melinda curvó una comisura de los labios hacia arriba, recordando aquel día. Entonces

un maullido captó la atención de Melinda hacia el suelo, a sus pies.

—Hola, Bella—saludó la chica— ¿Qué tal?

“Teniendo en cuenta que estoy atrapada en un cuerpo gatuno, bien” Melinda la miró

asombrada, había escuchado la voz claramente en su cabeza.

“Es la única forma de comunicarme contigo, no estas loca” siguió la gata.

—¿Hay alguna posibilidad de ayudarte a recuperar tu cuerpo?—preguntó Melinda,

compadeciéndose de Bella.

“No, aunque me duela” admitió tristemente, luego saltó del suelo y subió de un salto a

la mesa “espero que derrotes a La Dama del Lago, se lo merece la muy arpía”

—Nadie me dijo nada sobre derrotar a nadie—dijo Melinda comenzando a

preocuparse.

“¿No creerías que todo iba a ser tan fácil?” preguntó mentalmente la gata “No te

preocupes, estoy segura de que lo conseguirás”

Pero Melinda no tenía la misma impresión.


—Pero… yo no tengo ni idea de magia, no es lo mismo. No puedo derrotar a una bruja

tan poderosa.

“Si te lo propones, puedes lograrlo”

—Yo quiero aprender magia, pero no estoy segura de querer hacer algo tan… drástico.

“¿De que te sirven los dones y talentos si no tienes un propósito para ellos?”

Melinda pensó que era un buen argumento.

“La pregunta es ¿Estás dispuesta a intentarlo?”

Melinda miró a la gata que en un momento de su pasado fue una chica, sabía que

deseaba volver a su forma más que otra cosa en el mundo.

Ya no era solo ella, ahora además estaban Bella, el rey Arturo, Merlín,…

—Lo haré—prometió la chica—prometo que me esforzaré al máximo.

Bella hizo un signo de aprobación y Melinda sonrió.

“Puedo sentir tu poder, Melinda, es muy fuerte. Yo sé que puedes, todo Ávalon confía

en ti.”

Melinda se sintió cohibida, se remangó la chaqueta para ver su marca.

Leon entró de nuevo con un libro de tapas duras y de cuero marrón y se lo puso en las

manos a Melinda.

—Hechizos básicos—leyó la chica—¿solo esto?

—Oh, se me olvidaban los otros—respondió de forma tranquila y sonrió de una forma

extraña y murmuró unas palabras incomprensibles para ella.

De pronto cayó una gran pila de libros en los brazos de la chica, haciendo que perdiese

el equilibrio y cayese encima de ellos. Se levantó con toda la dignidad posible.

—Esto es por no haberte creído al principio ¿verdad?

Leon asintió.

—Pensaba que no eras vengativo.


—¿Tu piensas?

—¡Eh!—se quejó Melinda.

—Está bien, solo era una broma—sonrió Leon.

Él hizo un gesto con las manos mientras murmuraba unas palabras que no pudo

escuchar bien y los libros se apilaron en la mesa en orden, después desaparecieron para

dejar un libro mucho mas gordo y de aspecto viejo, con tapas duras y gruesas de cuero

color marrón oscuro, las páginas eran de pergamino que olía a libro viejo (uno de los

mejores olores del mundo), tenía dos cierres hechos con una especie de correa, en la

portada estaba representado un signo extraño en plateado que había visto antes en

alguna parte.

—Este es tu libro de magia, deberás estudiarlo a fondo, en él encontraras desde los

mas sencillos hechizos a los mas complicados encantamientos, algunas pociones,

información sobre ciertas criaturas, algo de historia mágica, incluso recoge varios tipos

de hierbas que puedes usar para pociones u otros usos.

Melinda pasó un dedo por encima del signo que estaba en relieve.

—Ese es un símbolo druida—explicó Leon—es un triskel. No está totalmente claro su

significado, pero los druidas lo usaban mucho. Debes mantener el libro y tus poderes

en secreto—le ordenó mas que le aconsejó—tienes que ser muy discreta. La magia no

puede ser descubierta al mundo, sino las cosas se complicarían.

—¿Por qué?—preguntó Melinda, curiosa.

—Porque todo el mundo querría soluciones a sus problemas, y los magos seríamos

expuestos en ferias, programas de televisión,… Hay algunos magos que ganan dinero

haciendo trucos, pero esos son casos a parte… Además, se me ocurre que tu madre no

te dijo nada de tus poderes para no llamar la atención. Para protegerte. Tienes que

prometer que esto será total y absoluto secreto.


—Lo prometo.

Melinda había abierto el libro por la parte de hechizos y leía algunos al azar, estaban

en un idioma antiguo, probablemente latín.

—Bien, ahora vamos a empezar de verdad. Deja el libro que la primera lección la

vamos a hacer totalmente práctica.

Melinda obedeció impaciente y dejó el volumen sobre la mesa.

—Tenemos mucho que aprender, pero ahora mismo nuestra prioridad es que aprendas

a defenderte—la morena hizo un gesto de asentimiento, recordando lo ocurrido apenas

unos minutos antes—bien, para los principiantes, una de las formas mas sencillas de

hacerlo, es usando tu propia energía, que puedes usar como arma lanzándola o usarla

de forma defensiva creando un escudo. Para crear una Psiball…

—¿Qué es una Psiball?—preguntó Melinda.

—Si me dejas continuar lo sabrás—respondió Leon ligeramente contrariado—las

Psiball son conocidas vulgarmente como bolas de energía—Melinda hizo un gesto de

entendimiento—las Psiball pueden ser realizadas de distintos tipos de fuentes de

energías, colores, densidad,… normalmente todo depende de la función y la persona.

Para crear una, empieza colocando las manos juntas, como si fueses a aplaudir, bien,

ahora sepáralas un poco, como si fueses a coger una pelota.

La chica hizo exactamente lo que le pedía, con impaciencia por hacer magia.

—Ahora viene lo más difícil. Tienes que sentir la energía que fluye por tu cuerpo—

calló unos instantes mientras la chica cerraba los ojos y ponía empeño en hacer lo que

le había dicho—después visualiza como tu energía se empieza a juntar en tus manos…

¿Sientes calor o algún cosquilleo?—la morena asintió sin abrir los ojos y Leon sonrió

—¡Estupendo! Ahora dale la forma que quieras, aunque es mejor la esférica.


Leon observó a Melinda, concentrarse, podía sentir como su magia despertaba después

de tanto tiempo sin ser usada, entonces apareció una pequeña luz dorada entre sus

manos, Melinda abrió los ojos y la miró con asombro, pero entonces esta parpadeó y

desapareció. Melinda puso una expresión decepcionada.

—Lo has hecho bastante bien—la animó Leon—no sale todo a la primera. Es cuestión

de práctica. Inténtalo otra vez.

“Vamos, tu puedes hacerlo” la animó Bella, que subida en la mesa, lo observaba todo

cómodamente desde allí.

Melinda respiró hondo, cerró los ojos y volvió a intentarlo, los tres pudieron notar la

energía de Melinda, ahora mas despierta que antes, de pronto, la morena sintió un

cosquilleo en sus palmas pero no se atrevió a abrir los ojos, lo que hizo fue fruncir el

ceño un poco y concentrar aun mas su energía, notó una suave brisa revolverle el

cabello y una especie de sensación estática en sus manos, escuchó un pequeño

murmuro de asentimiento de Leon y entonces se atrevió a abrir los ojos.

Casi suelta un grito de alegría y asombro. En sus manos había una bola de energía de

color dorado.

—Lo has conseguido—sonrió Leon—ahora lánzala contra el maniquí.

Melinda no estaba segura de cómo lanzarla, se dejó guiar por su instinto y la tiró como

si fuera una pelota, para su sorpresa, el monigote explotó dejando rastros de paja por la

habitación, ella dio un pequeño salto, sobresaltada.

—Muy bien, aprendes rápido—la felicitó Leon—ahora vamos a ver los escudos.

Melinda estaba eufórica y deseando de aprender, los escudos fueron más difíciles que

las bolas de energía, los primeros se desquebrajaron apenas unos segundos después de

crearlos.

—¿Lo tienes?—preguntó Leon con una bola de energía entre sus manos.
Melinda respiró hondo y alzó sus manos otra vez, concentró su energía y de sus manos

salió una especie de humo plateado que se transformó en una sólida barrera aunque

invisible frente a ella, asintió cuando creyó que estaba bastante reformada y Leon creó

una Psiball bastante mas rápido de lo que Melinda lo había echo y la lanzó, el escudo

se rompió y Melinda se echó a un lado rápidamente, la bola de energía se estampó en

la pared haciendo un agujero.

—Lo siento—se disculpó de nuevo.

—No pasa nada—le aseguró—la parte positiva es que al menos tienes buenos reflejos.

Melinda bajó la cabeza avergonzada.

—No te preocupes, nadie nace aprendiendo magia, ni siquiera Merlín—la consoló el

chico—es cuestión de practicar—Melinda no lo creía así—bueno, vamos a descansar

un poco ¿vale?

La euforia y alegría de Melinda por haber conseguido hacer las Psiball, se había

desvanecido ante el fracaso de los escudos.

—¿Y si practicamos alguno de los hechizos del libro?—preguntó Melinda.

—Si es lo que mylady desea…—bromeó Leon con una reverencia exagerada.

Melinda rodó los ojos y cogió el viejo libro de hechizos. Buscó entre las hojas hasta

que encontró uno que consideró fácil.

—¡Igniculum!

Una llama salió disparada de las manos de la chica, con el objetivo de impactar en otro

maniquí, la bola de fuego impactó, Leon la observaba con los ojos muy abiertos, a

Bella se le había bufado el pelo.

—Eso… ha sido…

“¡Genial!” escuchó la voz telepática de la chica gata en su mente “¡Bien hecho!”


—¿Bien hecho? ¿A quien se le ocurre jugar con fuego recién iniciada?—Preguntó

Leon, algo conmocionado—si hubiese salido mal, podrías haber quemado la casa, o a

nosotros.

—Lo siento—se disculpó Melinda.

—¿Qué lo sientes?—la mirada de Leon no era de enfado, más bien algo de admiración

—la mayoría tarda mucho tiempo en usar los hechizos del fuego tan pronto.

—¿Y por qué no puedo hacer los escudos bien?—preguntó la chica.

—No te lo tomes tan mal, ya te he dicho que nadie nace sabiendo magia.

—Pero… es que esto es importante, como mínimo tendría que saber hacer el escudo

bien y se deshace al mínimo ataque—expresó frustrada.

—Bueno, no te alteres—miró el reloj de la pared—tu madre va a terminar matándote.

Será mejor que te acompañe a tu casa. ¿Qué te parece si quedamos esta tarde para

empezar a entrenar?

Melinda se quedó en silencio pensándolo.

—Creo que no tengo opción, además… creo que todo esto de la magia es bastante

interesante—sonrió.

Leon sonrió ampliamente y se levantó del sofá, Melinda le siguió y salieron a la calle

en compañía de Bella, Melinda se abrochó la chaquetita de punto al salir a la calle.

—¿Dónde veías el lago de tus dibujos?—preguntó Leon de pronto.

—Sueño con el desde que era pequeña—respondió recordando—anoche volví a soñar

con el.

Leon asintió satisfecho.

—Ahí lo tienes, Merein, Merlín estaba tratando de ponerse en contacto contigo desde

donde quiera que estuviese. Dicen que desapareció en el lago de Ávalon. Tus poderes
comienzan a despertar, pero tendremos que trabajar duro para que te conviertas en una

experta.

Melinda reflexionó sobre aquello. Ella era la elegida de Merlín. ¡Merlín! El mago mas

famoso y poderoso del mundo trataba de ponerse en contacto con ella, una simple

chica de doce años de Londres que no había tenido ni idea de magia (y seguía sin

tenerla) y que tenía una marca extraña en el hombro.

—Oye ¿la estrella de cinco puntas no era un signo satánico?—preguntó de pronto

asustada.

Para su sorpresa, Leon se echó a reír.

—Estos religiosos…—murmuró divertido, meneando la cabeza, después miró a

Melinda sin dejar de sonreír—la estrella de cinco puntas a sido desde siempre el signo

de la magia, pero en la Edad Media, como se pensaba que la magia era obra del diablo

y como muchos brujos tenían este símbolo en amuletos y cosas por el estilo,

terminaron creyendo que el símbolo era algo demoníaco y los satánicos, los muy

crédulos adoptaron el símbolo. La gente debería aprender a tener todos los datos antes

de crear conclusiones precipitadas ¿no crees?

Melinda consideró usar sus poderes. Por primera vez en su vida. Lo haría

voluntariamente y podría usarlos como quisiera en lugar de que estos se

descontrolasen. Su madre tenía mucho que explicarle cuando llegase a casa.

Leon paró de pronto, Melinda también se detuvo, extrañada, cuando vio que a Bella se

le bufó el pelaje de pronto, como si se hubiese encontrado con un perro dispuesto a

atacar.

—Bella ¿Qué…?

“No hay tiempo, Leon, debemos ir a casa de Melinda. Ahora” cortó la muchacha,

hablaba muy rápida y nerviosa.


— ¿Qué está pasando?—preguntó Melinda mientras empezaba a sentir miedo, sin

saber exactamente por qué.

“Melinda, no quiero mentirte, pero ojala me equivoque... creo que los Caballeros de

las Tinieblas están en tu casa.”


Capitulo 3: Acontecimientos precipitados.

Melinda abrió los ojos cuando la sensación de mareo se desvaneció, corrió hacia la

casa sin esperar a Bella o a Leon y atravesó el camino hasta la puerta como un rayo.

Sacó las llaves del bolsillo de su pantalón y comenzó a buscar con desesperación la

llave de aquella puerta, pero con los nervios y las prisas no pudo meter la correcta en

la cerradura. Cuando por fin fue capaz, abrió la puerta de par en par, esperando que

solo fuese una falsa alarma.

Habían llegado tele transportados con un colgante mágico, mientras Leon la buscaba,

Bella le había explicado, con la cabeza baja, que ella había sido la encargada de crear

el encantamiento protector y por eso se había dado cuenta de que habían intrusos.

Estaba a punto de entrar, cuando Leon llegó a su lado sin aliento por la carrera.

—Espera—la detuvo poniendo el brazo delante, a modo de muro—déjame a mí

primero, tú eres la salvación de Ávalon.

En otro momento, le hubiese llamado dramático, pero en aquel momento no estaba

para discusiones.

Leon pasó por delante de ella y caminó hacia delante con una esfera de energía entre

sus manos, Bella se le adelantó pasando por entre sus piernas, con el pelaje

ligeramente bufado, Melinda cerró la marcha con los músculos en tensión y

preparando mentalmente todos los hechizos que había aprendido ojeando el libro unos

minutos antes, mientras acumulaba energía dentro de ella, preparada para atacar de un

momento a otro.
Caminaban lentamente y en total silencio por el pasillo de entrada, de momento era

estrecho, pero había un punto en el que se ensanchaba al llegar a las escaleras, se hacía

mucho más amplio y conectaba con otras salas.

La tensión se podía cortar con un cuchillo, en la casa no había ruido alguno, lo que

ocasionaba que Melinda estuviese cada vez más y más nerviosa.

Entonces se escuchó la voz de uno de ellos, que resonaba por toda la casa como si

estuviese a su lado, haciendo que los tres se sobresaltasen.

—Milady, seré muy breve: tengo algo que os pertenece, una persona a la que queréis

mucho. Si os entregáis ahora mismo, la dejaremos ir y nos le haremos daño alguno.

Pero si huís, la condenareis a la muerte.

Melinda sintió crecer la ira en su interior con una rapidez asombrosa, Leon la sujetó

para que no saliese corriendo a por los Caballeros de las Tinieblas.

“¿Qué hacemos ahora?” preguntó Bella telepáticamente.

—Me entregaré—decidió Melinda con voz decaída—esto es culpa mía, marchaos

ahora que aun podéis.

—¡Ni pensarlo!—exclamó Leon en un susurro—tu eres el futuro de Ávalon,…

—Eso es todo lo que importa ¿verdad?—preguntó dolida—solo importa que soy la

elegida de Merlín.

—No; me importas porque eres mi amiga—corrigió Leon mirándola a los ojos

penetrantemente, una mirada intensa, que hasta le dio un vuelco el corazón—no solo

por Ávalon.

—Pero mi madre…—trató de decir ella con un nudo en la garganta.

“No les hará nada” le aseguró Bella “lo importante ahora, es que sigamos el plan”
Melinda apareció por la puerta de la sala de estar, en su rostro había ira tratando de

disimular el miedo. Se le encogió el corazón cuando vio a su madre, atada de pies y

manos con unas cuerdas. Al verla, su madre intentó gritar, pero estaba amordazada,

Melinda supuso que trataba de que se fuera. Pero estaba todo decidido.

Junto a ella, había seis Caballeros de las Tinieblas, tres de ellos vestían con armaduras

medievales del color del carbón, tenían cascos del mismo color que les cubrían el

rostro, pero no sus sonrisas maliciosas. Otro de ellos, vestía una túnica negra cuya

capucha le tapaba el rostro, cosa que le hacía más misterioso. Un poco más apartado de

todos ellos, con una expresión más macabra que la de sus compañeros, era un hombre

alto y fornido, vestía con pieles de animales que no supo identificar, llevaba una

ballesta apoyada en su hombro y en su cinturón habían varios cuchillos y dagas. Sin

saber exactamente el por qué, a Melinda le daba escalofríos.

Y al frente de todos ellos,…El hombre con el que se había topado hacía unos minutos.

Aquel del que Leon la salvó. ¿Cómo había dicho que se llamaba Leon? No lo

recordaba.

—Volvemos a vernos, milady—sonrió maliciosamente.

—Libérala—ordenó luchando para que no le temblase la voz, señalando a su madre.

—Primero vos, Lady Merein. Muy inteligente los señuelos de las demás casas, pero ya

hemos jugado demasiado. ¿No os parece?

Melinda no sabía de qué estaba hablando. Su tono de voz, era divertido sin dejar de ser

siniestro, Melinda luchaba internamente por no salir corriendo.

—Quiero que la sueltes ahora mismo—insistió—yo ya estoy aquí. Me entrego

voluntariamente. Ahora déjala ir.

—Mas os vale que no sea un truco—le amenazó.

—Deberíais comprobarlo, Lord Sephordes—dijo uno de los caballeros.


—¡Silencio!—bramó el hombre, Melinda recordó entonces su nombre: Sephordes.

Se acercó a la joven, que mantenía su expresión impasible, entonces alzó la mano

hacia ella.

—Revelat te occultis tuis.

Ante los ojos asombrados de todos los presentes, la chica se desvaneció en el aire, en

medio de una nube de humo, antes de que los caballeros pudiesen reaccionar, de detrás

del humo ya habían salido Leon y Bella. La gata creó una onda energética que dirigió

contra los tres Caballeros de Las Tinieblas, Leon, por su parte, había conjurado una

bola de hielo y la había lanzado hacia Sephordes, este la esquivó y lanzó una mirada de

odio a Leon.

—Volvemos a encontrarnos—le dijo.

—Eso parece—respondió el chico antes de levantar un escudo, para que el ataque del

chico encapuchado no le impactase.

Melinda aprovechó que no le prestaban atención para entrar en la sala de estar, el plan

de Bella estaba saliendo a la perfección. Se acercó a su madre con disimulo, mientras

esquivó un par de ataques que a alguien de la pelea se le habían escapado.

Su madre la miraba con los ojos muy abiertos, se debatía y trataba de hablar, quizá

para disculparse por no haberle contado nada, quizá para insistir en que huyera. No lo

sabía. Melinda se llevó un dedo a los labios para indicar silencio y que más tarde

hablarían.

Se agachó junto a ella para esconderse y para liberarla de sus ataduras.

Las cuerdas eran demasiado fuertes, de modo que levantó su dedo índice y murmuró:

—Igniculum.
En la yema de su dedo, apareció una pequeña llama de fuego, sonriendo porque le

hubiese salido bien el hechizo, la acercó a las cuerdas, estas se fueron soltando poco a

poco.

Ya casi estaba, cuando de pronto, Leon soltó un grito de dolor.

Melinda paró y se levantó asustada, para ver a su mejor amigo retorciéndose en el

suelo de dolor.

—¡Leon!—gritó con miedo.

En ese momento se dio cuenta del error que había cometido, todos habían parado de

luchar para mirarla, Leon y Bella con una expresión de horror, el grupo de Sephordes

la miraba triunfante.

—Parece que la presa ha venido a nosotros—sonrió el hombre de las pieles, con una

sonrisa macabra. Como la sonrisa del lobo antes de saltar sobre la oveja.
Capitulo 4: Una pequeña ayuda lobuzna.

“¿Qué has hecho?” preguntó Bella con horror.

—Ya basta de juegos estúpidos—ordenó Sephordes serio—entregadnos a Lady

Merein, y os dejaremos con vida. Es un trato muy generoso para dos traidores como

vosotros.

“¡Jamás!” gritó Bella para todos esta vez, después miró a Leon “cambio de plan, ya

sabes que hacer.”

Leon suspiró con pesar.

—Confiaba en no tener que hacerlo—se lamentó Leon en un murmullo que solo

Melinda, la que mas cerca estaba, pudo escuchar—¡Caligo frangit!

Delante del chico apareció una esfera de luz, que se dirigió hacia sus enemigos, antes

incluso de que llegase a su destino, Leon se había puesto en pie y cogió el colgante que

llevaba al cuello, el cual representaba un triskel druida.

Melinda sabía lo que era en realidad, lo habían usado para aparecer delante de su casa:

un colgante de tele transporte.

—¡Vamos!—exclamó el chico cogiendo su brazo.

—¡Espera!—gritó ella angustiada, no entendía nada— ¿Y mi madre? ¿Y Bella?

—¡No hay tiempo!—gritó Leon mientras Bella lanzaba varias ondas energéticas, que

impedía a sus enemigos avanzar, Leon cogió el brazo de Melinda y cogió el medallón,

pero antes de que Leon pudiese pronunciar la fórmula de tele transporte, una onda

mágica les tiró hacia atrás, Melinda se levantó y vio más allá a Sephordes con los

brazos alzados, y delante de ellos, al hombre que vestía con pieles, sonriendo de una

forma macabra.

—Ninguna presa se ha escapado de mi nunca—le dijo—y tu no vas a ser la primera.


El hombre escogió un cuchillo de su cinturón, Melinda se tiró al suelo, esquivándolo y

rodó para estar lejos de su alcance, el hombre lanzó otro cuchillo y Melinda se puso de

pie de un salto, esquivándolo por los pelos.

Entonces Melinda creó una bola de energía y se la lanzó, su enemigo la esquivó con

facilidad.

—¿Es todo lo que sabes hacer?—preguntó arrastrando las palabras con su voz grave,

como si las saborease.

—Tan solo calentaba—respondió ella—¡Igniculum!

Una llama salió disparada de las manos de la chica, con el objetivo de impactar en el

cuerpo corpulento de aquel hombre, la bola de fuego estalló en cuanto estuvo cerca de

su objetivo, y aunque su atacante se apartó, varias llamas se prendieron en sus pieles,

rodó por el suelo mientras observaba a Melinda con un brillo distinto en los ojos, esta

vez la miraba con un poco de respeto, sin dejar de ver una presa.

—Nada mal para ser tu primera pelea—aprobó el hombre poniéndose en pie con una

media sonrisa que daba malas vibraciones—pero necesitas algo más que un poco de

fuego para ganar.

Esta vez no tuvo tiempo para apartarse, el cuchillo le dio en la ceja, partiéndosela,

mientras la sangre amenazó con cegarla.

De pronto sintió un dolor muy agudo donde el rayo la había impactado, el dolor se fue

extendiendo por todo el cuerpo, haciéndola gritar de dolor mientras se retorcía en el

suelo.

Era como si un millón de puñales se clavasen a la vez en su carne, produciéndole un

dolor indescriptible.

Sephordes rió a su lado. El Cazador la observaba por el rabillo del ojo mientras elegía

otro cuchillo de su cinturón. Uno con la hoja curva y afilada.


Pero no llegó a acercárselo si quiera, porque una honda energética lo empujó hasta la

pared.

“¿Estás bien?” preguntó la voz telepática de Bella, había sido ella quien la había

librado de su atacante, en una pequeña pausa que tuvo en su lucha contra los tres

caballeros de las Tinieblas.

—Si, gracias—respondió totalmente agradecida y aliviada.

Melinda se llevó una mano a la cabeza mientras se ponía de pie y observó el caos que

se había desatado:

El hombre de los cuchillos estaba inconsciente junto a la pared, su salón estaba casi

destruido a causa de los ataques que no llegaban a impactar a su contrincante, Leon

luchaba contra Sephordes y el chico encapuchado, mientras que Bella luchaba

ágilmente contra los tres Caballeros de las Tinieblas, su madre seguía atada, intentando

soltarse.

Melinda se dirigió hacia ella tan rápido como pudo, aunque seguía aturdida por lo que

quiera que le hubiese hecho Sephordes.

“Por mi culpa.” pensó mientras esquivaba un hechizo perdido de alguien que estaba

peleando.

—Mamá… lo siento—se disculpó mientras la culpa la quemaba por dentro, incluso

más que lo sufrido segundos antes.

Justo cuando iba a agacharse de nuevo junto a ella para soltarla, hubo una explosión

que la lanzó hacia atrás con fuerza, junto a Leon y Bella. Los tres chocaron contra la

pared de la sala de estar, levantaron la cabeza doloridos y se toparon con la fría mirada

de Sephordes.

—Ya hemos jugado demasiado—dijo, su expresión había vuelto a ser seria—

entregaos, Lady Merein, o ella sufrirá las consecuencias.—Señaló a su madre— Vos


elegís.

Melinda le miró horrorizada, después giro la cabeza hacia su madre. Le había fallado,

seguían atada, tratando de decirle algo.

“Leon, usa el colgante” dijo de pronto la voz telepática de Bella, esta vez solo Leon y

Melinda podían escucharla “llévate a Melinda lejos de aquí. Yo les entretendré.”

—Ni pensarlo—murmuró Melinda.

“Melinda, te quieren a ti, no a mi o a tu madre. Te juro que no le harán nada.” Le

prometió la chica.

—Estamos esperando, milady—la apremió Sephordes—no tenemos todo el día. O vos,

o Elaine. ¿O debería decir Elena?—preguntó burlón, girándose para mirar a la madre

de Melinda.

Melinda también la miró, extrañada. ¿Elaine?

La mujer le devolvió una mirada fulminante.

Leon aprovechó que todas las miradas estaban puestas en la madre de Melinda, y

deslizó su mano con cuidado al colgante que llevaba al cuello, dudó un instante antes

de darle un toquecillo a Bella, con mucho pesar.

La gata que antes había sido humana, al notar la señal de su primo, se lanzó hacia

delante, atacando la cara de Sephordes con sus garras, Leon agarró del brazo a

Melinda con rapidez.

—Zorne transportus…—empezó la fórmula mágica que activaba el colgante, pero el

chico encapuchado alzó la mano hacia ellos y con una onda mágica les envió a la

pared continua de la izquierda, interrumpiendo la fórmula de transporte.


Melinda aterrizó sobre su muñeca izquierda, Leon se puso delante de ella y creó un

escudo, el cual segundos más tarde, les salvó de unos dardos de hielo muy afilados.

Melinda se levantó con dificultad, un dolor intenso y agudo le recorrió el brazo cuando

movió la muñeca, Leon agarró de nuevo su brazo y volvió a repetir la fórmula, pero

cuando estaba a punto de terminar, los tres Caballeros a la orden de Sephordes se les

echaron encima, Melinda no tuvo tiempo a darse cuenta de lo que sucedía, porque de

pronto tuvo una gran sensación de mareo y cerró los ojos, mientras sentía que todo

daba vueltas.

Cuando la sensación de mareo paró casi de inmediato, abrió los ojos para encontrarse

en medio de un paisaje nevado.

—¿Dónde estamos?—preguntó con la voz temblorosa y aturdida por lo que había

ocurrido.

—¡Tenemos compañía!—gritó Leon.

Melinda se giró y descubrió con horror que los tres Caballeros de las Tinieblas,

subordinados de Sephordes, les habían seguido, Melinda dedujo que se habían

agarrado a ellos también y por eso los podían haber seguido.

—¡Igneris impetum!—gritó Leon, y una gran bola de fuego apareció entre sus manos,

el chico la lanzó sin ninguna vacilación hacia los Caballeros Tenebrosos.

Uno de los caballeros sacó su espada de la vaina, la espada era de color negro, al igual

que la armadura de su portador, y cuando la bola de fuego llegó hasta él, alzó la espada

y la detuvo con su filo.

Melinda alzó la mano para ayudar a Leon:

—¡Scandere hedera!
Cerca de los pies de los caballeros, empezó a crecer con rapidez una hiedra que se

enredó en los pies de estos y siguieron creciendo por sus piernas con rapidez.

Los caballeros cogieron sus espadas y comenzaron a cortar la hiedra, no sin dificultad.

—¿Cuándo has aprendido ese hechizo?—preguntó Leon.

—Antes de irnos, mientras estabas recogiendo los destrozos—respondió—ojeé un

poco el libro de magia.

—Bien hecho.

Ambos aprovecharon para lanzar otro ataque.

Uno de los ataques se perdieron cuando el objetivo de este lo esquivó, pero el otro

consiguió impactar en un enemigo y le lanzó varios metros hacia atrás, golpeándose en

un árbol y quedándose sin sentido bajo este, de las ramas calló nieve que lo cubrió un

poco.

—Buen lanzamiento—le felicitó Leon mientras creaba un pequeño tornado.

Melinda no respondió, se limitó a esquivar una esfera oscura y resopló con cansancio.

El cansancio estaba empezando a afectarle tanto a ella como a Leon. Y sin embargo,

los dos caballeros que quedaban en pie seguían luchando, impasibles.

De pronto, el caballero contra el que luchaba, alzó la espada con intención de

atravesarla con ella, Melinda levantó ambas manos, creando un escudo que detuvo el

filo a escasos centímetros de su pecho, pero en vez de sentirse aliviada o contenta

porque el escudo le hubiese salido, soltó un grito de dolor cuando un dolor agudo,

procedente de su muñeca derecha, le recorrió todo el brazo.

Leon se giró como un resorte al escuchar el grito, y al ver al caballero con la espada y

a Melinda detrás del escudo, con un gesto de dolor y sujetándose la muñeca, montó en

cólera y le lanzó al caballero una honda de energía con toda la fuerza de la que fue

capaz.
El caballero no tuvo tiempo de apartarse y calló al suelo, inmóvil. El caballero que aun

quedaba en pie, aprovechó la distracción del chico, pero cuando fue a lanzarle una

estocada mortal, una sombra saltó desde las sombras de los árboles, haciendo que su

espada resbalase de su mano y que cayese al suelo.

Los dos amigos miraron hacia allí, y se quedaron sorprendidos.

Lo que estaba atacando a su enemigo, era una criatura que Melinda no había visto

jamás:

Parecía un lobo, pero era algo mas pequeño, tenía un pelaje espeso de color blanco

grisáceo, pero lo que más llamaba la atención, eran las grandes alas como las de una

cigüeña pero el doble de grandes: blancas desde el nacimiento de las alas, en el lomo,

hasta el comienzo de la última fila de plumas, que eran de color negro como la noche.

Aquella especie de lobo alado, estaba atacando al Caballero de las Tinieblas con

garras, dientes y aletazos, entonces el guerrero se lo quitó de encima con una esfera

oscura como la misma noche, el lobo alado salió disparado unos cuantos metros hacia

atrás, aterrizando con un gemido lastimero.

Cuando el único caballero en pie se dio cuenta de que estaba en desventaja, ya que sus

dos compañeros estaban fuera de combate, se alejó un par de pasos y les miró con

odio.

—No creáis que esto termina aquí—les advirtió antes de desaparecer en el aire, en

medio de un humo negro, segundos mas tarde, el humo se llevó a los otros caballeros.

—¿Estás bien?—preguntó Leon acercándose para examinarla.

Melinda tardó un poco en responder, cuando lo hizo, de su boca salió un torrente de

preguntas, en un tono muy preocupado.

—¿Dónde estamos? ¿Qué vamos a hacer? ¿Dónde están Bella y mi madre? ¿Por qué

Sephordes la llamó Elaine?


Leon bajó un poco la cabeza con pena.

—Sephordes las ha capturado—respondió con voz queda—en cuanto a tus otras dos

preguntas… no se donde estamos, pero sé lo que tenemos que hacer.

—Volver para ayudar a Bella y mi madre.

—¿Estas loca?—preguntó el chico.

—¡Necesitan ayuda!—gritó ella indignada— ¡No podemos quedarnos de brazos

cruzados mientras ellas están con Sephordes! ¡Tenemos que ir a ayudarlas! ¿Quién

sabe lo que les puede hacer ese perturbado?

Leon suspiró con resignación.

—No te creas que a mi me hace gracia, Bella es como mi hermana ¿sabes?

—Entonces tenemos que ayudarlas—repuso ella en un tono mas bajo y calmado.

—Es demasiado arriesgado. —Negó el chico. —Lo mejor que podemos hacer es

ocultarnos.

—¿Vamos a escondernos como unos cobardes?—preguntó Melinda incrédula.

—Escúchame—pidió Leon exasperado—estoy tan preocupado por ellas como tu, pero

si tratamos de liberarlas, no conseguiremos nada, excepto la muerte. Y tú no puedes

morir, Merein. Si te mueres, La Dama del Lago habrá ganado, entonces matará a tu

madre y a Bella.

—Pero las van a…

—No les va a pasar nada—cortó él—La Dama del Lago los encontrará demasiado

importantes como para matarlas, ya que son personas muy cercanas a nosotros.

Además, si lo que yo creo es verdad… Tu madre está a salvo—dijo con un brillo en la

mirada—lo único que podemos hacer ahora, es curarte, buscar un lugar para pasar la

noche y poner en orden nuestras ideas.

—Ni siquiera sabemos donde estamos—repuso Melinda, mordaz.


—Yo si—dijo una voz desconocida detrás de ellos.

Ambos se giraron con rapidez, dispuestos a defenderse de cualquier amenaza, pero no

había nadie tras ellos.

—Aquí abajo—indicó la voz con amabilidad.


Capitulo 5: El gnomo y la simargl

Al bajar la mirada, Melinda olvidó de pronto sus preocupaciones.

Delante de ellos, había un pequeño hombrecillo, que les llegaba a ambos por la cadera.

Tenía aspecto de anciano barbudo y bonachón, vestía con unos pantalones marrones

sujetos con un cinturón a su ancha cintura, llevaba una camisa de tela de color azul

oscuro y un gorro rojo muy largo acabado en punta, además de calzar unas botas

marrones de cuero. Sus brazos eran demasiado largos, y las piernas cortas, estaban

dobladas en las articulaciones, como si hubiesen endurecido con la edad. Su tez era

tosca y áspera, y los examinaba con sus ojillos negros.

A pesar de no ser una experta en el mundo feérico, sabía que lo que tenían delante era

un gnomo, parecía recién sacado de un cuento, tan irreal, que por un momento pensó

que estaba soñando.

—Esto… hola—saludó Melinda, intentando disimular su estupefacción. Había leído

que los seres feéricos podían llegar a ofenderse con rapidez—¿sería tan amable de

decirnos donde estamos?

El hombrecillo la observó con el ceño fruncido mientras cruzaba sus brazos sobre el

pecho.

—Jovencita, ¿no te han dicho nunca que no se habla con desconocidos?

—Lo siento—se disculpó ella, un poco confusa.

—Mi nombre es Onoreok—se presentó el gnomo sonriendo con amabilidad—ahora ya

me conoces.

—Onoreok—intervino Leon con seriedad—tenemos problemas.


—¡Leon, muchacho! —Exclamó el gnomo reconociéndolo de pronto—¿Qué ha

pasado?

—La he encontrado—dijo el chico señalando a Melinda con la mirada—pero ellos

también.

El gnomo observó a Melinda con sus pequeños ojos negros abiertos de par en par.

—¿Lady Merein? ¿Sois vos en persona?—preguntó con un incrédulo—me honra estar

en vuestra presencia, milady.

Y antes de que Melinda pudiese ponerse aún más roja, Onoreok hizo una reverencia,

Leon miró divertido la de su amiga.

—Tendrás que irte acostumbrando a las reverencias—le sonrió divertido.

Onoreok se levantó entonces.

—Ya era hora de que aparecieseis, Lady Merein, os hemos estado esperando con

impaciencia.

—¿A mi?—preguntó la chica incrédula.

Onoreok asintió.

—Si hay algo que pueda hacer por vos…

—Onoreok—lo interrumpió Leon con impaciencia—tenemos problemas. Han

capturado a Bella y a la madre de Melinda.

—¿Por qué la llamas Melinda?—preguntó Onoreok con curiosidad.

—Su madre le puso Melinda por alguna razón. Para protegerla, seguramente.

—¿Su madre? —el gnomo puso una expresión de entendimiento—¿Te refieres a

Elaine?

—¡Elena!—casi gritó Melinda, furiosa sin saber exactamente por qué—¡Se llama

Elena! ¿Por qué todos la llaman Elaine?


—Porque es su nombre verdadero—respondió Onoreok suavemente—igual que tu

nombre es Merein en lugar de Melinda.

Melinda abrió la boca para replicar, pero Onoreok alzó un diminuto índice para

silenciarla.

—Déjame que te lo explique todo, Merein. Pero no aquí—miró con desconfianza a su

alrededor—no es seguro. Podrían volver con refuerzos.

—Tengo que volver a por algunas cosas—respondió Leon, tanteó en su cuello hasta

encontrar el grueso hilo que sujetaba el colgante, tiró de el hasta que este apareció.

—¿No decías que era peligroso?—preguntó Melinda— ¿y si te cogen?

—Lo peligroso sería volver a tu casa—puntualizó Leon—y a donde yo voy es a la mía,

necesito llevarme de ahí cosas que nos harán falta, además esta el hecho de que no

saben donde vivo, pero si llegan a descubrirlo y van a mi casa, tendrán una larga serie

de pistas que les proporcionará una información preciosa sobre ti y sobre lo que

estábamos haciendo. Cosa que les puede ayudar a encontrarnos otra vez.

Melinda no supo que responder a eso; tenía razón en todo.

—¿Y si ya están allí y te atrapan?—preguntó entonces.

Leon se quedó en silencio unos segundos.

—Pasará lo que tenga que pasar—respondió al fin—si me apresan, me encargaré de

que no les hagan nada a tu madre y a Bella. Tú tendrías que continuar la búsqueda de

Ariella—se volvió hacia Onoreok, que había estado en silencio y sin intervenir durante

la conversación—¿puedes cuidármela?

—Sería un honor acogerla en mi casa—respondió el gnomo con sencillez—cuando

vuelvas, ya sabes donde estamos.

—Muchas gracias, Onoreok—entonces puso el colgante en la palma de su mano y

murmuró la fórmula tele transportadora.


Leon se desvaneció en el aire, dejando a Melinda inquieta por lo que pudiese ocurrirle

a su amigo.

—Estará bien, milady, dejad que os acompañe a mi casa. Estamos demasiado

descubiertos—Dijo Onoreok—y deja que te cure esa ceja.

—Gracias—le sonrió fingiendo no estar preocupada—por favor: tutéeme, no estoy

acostumbrada a tratos tan formales.

—Como deseéis—asintió el gnomo—entonces será mejor que me sigas, Merein, mi

casa está aquí mismo—el gnomo buscó en su bolsillo y le tendió un pañuelo—póntelo

sobre la herida.

Melinda asintió, se puso el pañuelo sobre la ceja para parar la sangre y se dio la vuelta

para seguir a Onoreok, pero de pronto vio en el suelo al extraño lobo alado que los

había ayudado en la pelea. Ella ahogó una exclamación ahogada y echó a correr en su

dirección, el gnomo vio también la criatura y también corrió hacia ella.

Melinda se detuvo a penas a un par de pasos de la criatura, aunque hubiese atacado al

Caballero de las Tinieblas, no significaba que automáticamente no la fuese a atacar a

ella, Onoreok no se detuvo y se agachó junto a la criatura.

Melinda y Onoreok se dieron cuenta, aliviados, que el lobo respiraba, y que solo se

había hecho daño en una pata.

—¿Qué es?—preguntó Melinda con curiosidad.

—Una fractura de pata delantera—respondió el duende—nada grave, nos lo

llevaremos y lo curaré en mi casa.

—Me refería a… su especie.

—Oh, ignoraba que no habías visto nunca un simargl—dijo Onoreok.

—¿Un simargl?—preguntó Melinda con extrañeza.


—Llamado vulgarmente como lobo alado—asintió Onoreok—no son muy comunes, y

van siempre en pequeñas manadas suelen actuar como lo haría un lobo normal, solo

que estos son mas inteligentes.

—¿No es peligroso?—preguntó Melinda.

—Todavía no es un adulto—respondió Onoreok—pero si quiera hacernos daño, lo

habría hecho ya.

—Pobrecillo—murmuró Melinda con lástima, adelantó la mano libre y acarició el

pelaje suave y grisáceo del lobo con cuidado, porque le dolía casi cualquier

movimiento, este levantó la cabeza y la miró con sus ojos negros—Hola, bonito.

—Es una hembra—le corrigió Onoreok—mejor nos la llevamos de aquí: nunca se sabe

quien anda por estos bosques.

La simargl pareció comprender, se puso de pie con cuidado y echó a andar con ellos,

con una pata delantera cojeando.

—Vivo aquí mismo—dijo Onoreok, mientras comenzaban a internarse en la primera

hilera de árboles del bosque—mi casa solo es detectable por mi y a quien yo invite a

venir.

Melinda se quedó decepcionada, ella había esperado algo parecido a una cabaña

pequeña, pero de pronto Onoreok se paró en frente de un roble cualquiera.

—Toma, échate esto por encima, también a la simargl—indicó Onoreok, entregándole

un saquito de cuero.

Melinda observó con curiosidad su interior y se dio cuenta de que era un fino polvo

dorado, cambió de mano para sujetarse el pañuelo y metió su mano izquierda cogió un

poco con extrañeza y se lo tiró por encima, aunque por si acaso cerró los ojos.
De pronto sintió como si de pronto encogiese, cuando abrió los ojos, tuvo la impresión

de que los árboles del bosque habían crecido y bastante, cuando miró a Onoreok para

decírselo, se dio cuenta con asombro, de que eran del mismo tamaño.

—Deprisa, échale los polvos escogedores a la simargl—la apresuró el gnomo.

Melinda cogió más polvos y con un poco de dificultad, la loba alada se hizo de su

tamaño.

—¿Dónde vives?—preguntó Melinda devolviéndole el saco.

—Aquí mismo, Merein—respondió Onoreok sonriente, señalando el árbol—seguidme.

Onoreok empezó a andar hacia el tronco, Melinda le siguió con paso vacilante,

mientras que la loba trotaba a su lado, aun cojeando.

Justo en el momento en el que el gnomo debía toparse con el tronco, desapareció.

Melinda ahogó una exclamación de asombro y miró con los ojos como platos por

donde había desaparecido el amable hombrecillo.

Su acompañante lobuna, no se detuvo y siguió andando sin apoyar la pata, esta

también desapareció cuando iba a chocarse contra el tronco.

Recelosa y sorprendida, se acercó despacio al tronco, cuando estuvo a escasos

centímetros, adelantó una mano, esperando tocar el tronco… pero no tocó nada mas

sólido que el aire, aun mas sorprendida, dio un paso hacia delante, y de pronto todo lo

que veía delante cambió, como si se hubiese colado por una ventana a otro mundo:

Ahora se encontraba en la entrada de una casa, con los muebles de madera, junto a la

puerta había un perchero del que habían colgados algunos abrigos, en el fondo a la

derecha, habían unas escaleras de madera que subían al piso superior, y ambos lados

habían varias puertas, también de madera. Confusa, se limpió sus botas negras en la
alfombrilla que tenía bajo sus pies. Onoreok la miraba desde la mitad del pasillo con

una expresión divertida, Melinda no pudo hacer nada más que sonreír.

—Bienvenida a mi humilde hogar—dijo Onoreok con sencillez.

Parecía el interior de una casita de muñecas. Melinda lo miraba todo, curiosa.

—¿Quieres tomar algo?—preguntó amablemente—tengo la tetera en el fuego, y he

horneado unos pastelillos, galletas…

La pura verdad es que Melinda estaba confusa, cansada y muy preocupada. Y que

comer en aquel momento era algo fuera de lugar. Sin embargo, en lugar de gritar y

mandar al hombrecillo a paseo, tan solo dijo:

—No tengo mucha hambre.

Onoreok la miró con una expresión preocupada y suspiró.

—Todo irá bien, Merein. Confía en mí.

—Todo esto es muy extraño. Esta mañana solo… Solo era yo. Todo era normal. Y

ahora…

—Ahora es momento de luchar, no de lamentarse—dijo Onoreok—ven, vamos a curar

a ti y a nuestra amiga y charlemos. Tengo mucho que contarte.

La simargl siguió al gnomo cojeando, movía las alas para equilibrarse mejor.

Melinda les siguió a Onoreok hasta una puerta que estaba junto a las escaleras, la loba

alada entró y ella lo hizo detrás.

Aquella sala, invitaba a la tranquilidad y el sosiego, había dos sillones de tela morada

bastante mullidos, Onoreok le indicó que se sentase en uno de ellos, había una pequeña

mesa junto a los sillones, y varias estanterías llenas de libros, tarros, amuletos,…

Onoreok cogió sin vacilar un tarro que contenía varias hojas de aloe vera, otro tarro

con un líquido transparente, un cuchillo de plata, y una venda de gasa.


—Ven aquí, pequeña—llamó el gnomo, la loba alada llegó cojeando hasta la pequeña

mesa, y el gnomo la subió en ella.

Lo primero que hizo, fue examinar la herida de su pata, que tenía varias gotas de

sangre fresca, Melinda lo observó con lástima y acarició a la simargl por detrás de las

orejas, la loba alada cerró los ojos para disfrutar de la caricia.

Onoreok cogió una hoja de aloe vera y la cortó por la mitad con el cuchillo de plata,

dejando la sabia transparente de la hoja al descubierto, pasó la hoja por encima de la

pata, mojando la herida con la sabia de la hoja, la simargl gimió un poco, pero Melinda

la tranquilizó. Después, cogió la venda y se la pasó por debajo de la pata del animal,

Melinda creyó que iba a vendarla, pero antes de eso, cogió el tarro con el líquido

transparente y le echó unas gotas por encima, antes de que el gnomo terminase el

vendaje, Melinda había visto que la herida estaba empezando a cicatrizar, recordó que

algún profesor había dicho que el aloe vera tenía propiedades cicatrizantes entre otras,

pero juraría que aquello no era por la planta.

—Esto ya esta—sonrió el gnomo bajándola con cuidado—tendrá que llevarlo un par

de horas.

El gnomo buscó una pequeña gasa y la mojó con algunas gotitas del líquido

transparente, después se la puso a Melinda sobre la herida de la ceja. Escogió una tirita

y se la puso con cuidado de no pillar ningún pelo de la ceja.

—Llévalo y en una hora te lo podrás quitar.

Onoreok palmeó el lomo de la loba alada.

—¿Qué vamos a hacer con ella?—preguntó Melinda acariciando el nacimiento de las

alas de la simargl—no me gustaría dejarla sola en el bosque. Le debo una.

La loba le recordaba mucho a Diana. Al menos ella estaba a salvo.


—Bueno, podrías quedártela—sugirió el gnomo—son animales magníficos, muy fieles

e inteligentes.

Melinda consideró la idea mientras le acariciaba las suaves plumas.

—Por mi estupendo—sonrió la chica al fin, de pronto se puso triste para añadir—de

todos modos, mi madre no puede prohibírmelo.

—Deberías buscarle un nombre—dijo Onoreok.

Melinda lo pensó un rato.

—Luper—decidió.

El gnomo asintió.

—Es un buen nombre.

La sala se quedó un momento en silencio.

—Bueno, Leon tardará aun un rato en regresar, y apostaría mi brazo derecho a que

tienes preguntas—dijo el gnomo.

—¿De qué conoces a Leon?—preguntó con curiosidad.

—¿Leon? Ah, es un gran muchacho ¿no crees?—opinó Onoreok—su familia es amiga

mía desde hace mucho tiempo, y cuando el chico nació, me pidieron que le educase un

poco. Le enseñé todo lo que sabe de magia. También a su prima, a la buena de Bella.

Antes de que la convirtiesen en gata—añadió tristemente—yo les hablé de los

Caballeros del Dragón.

—¿Caballeros del Dragón?—repitió Melinda con el ceño fruncido por la extrañeza.

—Es una organización secreta, creada por Merlín—explicó Onoreok—él sabía que

algo así sucedería. Que alguien con poderes oscuros tomaría el poder, que los dragones

desaparecerían,… Y que solo las Elegidas podrían fin a todo. Merein y Ariella. Las

Herederas de Ávalon y Camelot. Nuestra es encontrarlas y asegurarnos de que lo

hacen.
Melinda reflexionó unos segundos.

—¿Dónde cree que podría encontrar a Ariella?—preguntó al fin, con interés.

—Si lo supiese, Merein, yo mismo habría ido en su búsqueda—respondió Onoreok,

Melinda bajó la cabeza apenada—¿Sabes? Me recuerdas a Merlín cuando era joven.

Melinda levantó de nuevo la cabeza, con curiosidad.

—¿Conociste a Merlín en persona? —preguntó con curiosidad.

Onoreok asintió con orgullo.

—Y… ¿Cómo era?—preguntó ella, se le hacía difícil imaginar a Merlín como un

adolescente, cuando siempre se le había descrito como un anciano sabio. Entonces se

le ocurrió algo más sorprendente, si cabía

—Un momento, Merlín vivió hace muchos siglos. ¿Cómo puede haberle conocido?

Para su sorpresa, el gnomo se echó a reír.

—Los gnomos somos casi tan ancianos como las estrellas mismas—respondió

Onoreok—y yo tuve la suerte de conocer a Merlín. Cuando él nació en aquella aldea,

nadie hubiese dicho que se convertiría en el mago más grande de todos. La vida da

muchísimas vueltas, impulsadas por el destino, el cual siempre tiene una gran sorpresa.

Merlín siempre fue alguien especial, tenía la capacidad de hablar con los dragones y

tenía de su parte la simpatía de los seres feéricos. Entre todas las personas y seres que

conoció, yo estaba entre ellos, Merlín nos pedía consejo a veces,…

—¿Merlín pidiendo consejo?—preguntó Melinda extrañada.

—Pues claro—respondió Onoreok como si acabase de decir una tontería—Merlín era

muy sabio, pero hasta las personas más sabias pueden sentirse perdidas y buscar

ayuda. Sobre todo se lo pedía a Kilarth. Supongo que habrás oído hablar de él.

Melinda negó la cabeza.


—Me sorprende que Leon no te haya hablado de él—dijo Onoreok—Para que te hagas

una idea, te contaré una historia.

≪Es posible que te hayas fijado en la bandera de Gales, donde aparece un dragón. El

origen de este dragón, se remonta a una época anterior al Rey Arturo. ≫

≪La leyenda habla de dos dragones: el dragón rojo y el dragón blanco, este último era

el malvado de la historia, y ambos estaban siempre en guerra, intentando destruirse el

uno al otro. Pero sus peleas provocaban desgracias entre los habitantes, y el rey Llud,

que por ese tiempo era el rey de Gran Bretaña, quiso ponerle remedio. Buscó consejo y

lo encontró en su hermano Llefelys. ≫

≪La solución que encontró Llefelys fue construir un hueco en el centro de Gran

Bretaña y llenarlo de un líquido embriagante, que atrajo a ambos dragones. Y así

cayeron en la trampa en Snowdonia, al norte del país. O al menos, es lo que cuenta la

historia de los mundaries, porque en realidad, lo que hicieron fue convencer a un Señor

del Dragón para que atrajese a los dragones al lugar. Los tres cayeron en la trampa,

después de aprisionar y dormir a los dragones, al Señor del Dragón lo mandaron

ejecutar, pero escapó y se ocultó para siempre. Nadie supo nunca más de él≫

—¿Qué es un Señor del Dragón?—preguntó Melinda.

—Eran una especie de magos muy poderosos, que podían comunicarse con los

dragones. Merlín era uno de ellos, por eso podía comunicarse con Kilarth. Pero

desaparecieron hace mucho tiempo.

Onoreok jugueteó con un mechón de su barba, con aire distraído.

—El dragón rojo…


—En realidad era dorado—explicó Onoreok—los mundaries siempre enredan las

historias ¿sabes? Y su nombre es Kilarth.

≪Con el tiempo, la gente olvidó la presencia de los dragones. Pero ellos

permanecieron durante mucho tiempo en cautiverio. Cuando el nuevo rey Vortigen

construyó un gran castillo sobre aquel lugar, los temblores de debajo de la tierra

hicieron que el rey descubriese la presencia de ambos dragones. ≫

≪Merlín llegó al castillo y aconsejó liberar a los dragones. Después de tanto tiempo

en cautiverio, los dragones prosiguieron su lucha decisivamente y el vencedor fue el

dragón rojo, que peleaba por defender las tierras. A partir de entonces, el dragón se

convirtió en el símbolo de Gales≫

Onoreok sonrió nostálgicamente.

—Kilarth era un dragón joven por entonces, y siempre se sintió orgulloso de estar en la

bandera. Aunque le molestó que en lugar de dorado, lo pusiesen rojo. A veces Merlín

bromeaba con ello. Eran buenos amigos.

Los ojos del gnomo parecían estar viendo algo a miles de kilómetros, pero con un

suspiro volvió al presente.

—¿Y que pasó con Kilarth?—preguntó Melinda.

—Después de la desaparición de Merlín, La Dama del Lago ordenó buscar y aniquilar

todos los dragones. Pero dicen que capturó a Kilarth como muestra de su poder, capaz

de dominar unas criaturas tan poderosas como los dragones—Onoreok escupía las

palabras con rabia—pero nadie sabe donde está. Algunos dicen que está en su antigua

prisión. Otros sostienen que está en el palacio de Viviane bajo las aguas del lago donde

Merlín le construyó un palacio. Otros dicen que también fue ejecutado—soltó una
carcajada burlona—la mayoría cree eso, pero los que sabemos lo grande y poderoso

que fue Kilarth, sabemos que no pudo ser derrotado por ella. Debe estar en alguna

parte, debilitado quizás, o encerrado, como todos los demás. Esperando el momento de

volver a alzar el vuelo.

—¿Cómo todos los demás? —Repitió Melinda—¿Eso quiere decir que hay más

dragones que tampoco murieron?

La cabeza de Onoreok bajó con tristeza.

—Todos los demás murieron, debilitados. Los que escaparon están ocultos o murieron

por la caza o contaminación de los humanos, pero nunca nadie ha visto la ejecución de

Kilarth.

Melinda estaba horrorizada.

—¿Entonces que has querido decir con “como todos los demás”?

—Todos los demás—repitió Onoreok mientras tanteaba en la mesa, entonces cogió

una pipa de madera de color marrón y negra, muy elegante—como hizo con Merlín,

Arturo, Morgana,…

—¿Morgana a también está encerrada?—preguntó Melinda incrédula.

—Quizá debería contaros la historia desde el principio—encendió la pipa y añadió,

mas para sí que para la chica—quizá os ayude en la misión, después de todo. La

pregunta es ¿estáis dispuesta a escucharme?

Melinda asintió, expectante, y se acomodó más en el mullido sillón, acariciando a

Luper.
Capitulo 6: El colgante del dragón.

Onoreok dio una larga calada a su pipa, y soltó el humo hacia un lado, después se

quedó mirando hacia delante, pero sus ojos no parecían mirar a Melinda, sino al

pasado.

—Todo comenzó cuando Mordred regresó a Camelot—empezó Onoreok.

—¿Mordred?—preguntó Melinda—¿El hijo de Morgana? ¿Es verdad que también fue

hijo de Arturo?

Onoreok la miró como si hubiese dicho una barbaridad.

—¿Mordred hijo de Morgana y Arturo?—preguntó con el ceño fruncido— ¿Quién

diablos dijo eso?

—Los… libros de historia—respondió Melinda algo avergonzada, sentía que había

dicho una soberana tontería.

—En esta época están todos enfermos. La madre de Mordred es Morgana, y su padre

dicen que fue un caballero de Camelot, o incluso un hechicero, nadie lo sabe a ciencia

cierta, pero te aseguro que Arturo no es—parecía muy indignado con esa idea—La

verdadera trama de esta historia, comienza cuando Mordred creció, y fue a Camelot,

para reclamar sus derechos como heredero. Arturo y Ginebra habían tenido una niña…

—¿¡En serio!?—interrumpió Melinda sin poderlo evitar—Eso jamás se supo.

—Claro que no se supo, las historias de los mundaries cambian mucho a lo largo de los

años. Además la niña murió días después de su nacimiento, debido a causas

desconocidas, la gente pensó que no eran nada más que habladurías. Arturo y Ginebra

estaban rotos de dolor. Como Arturo ya no tenía heredera al trono, y Mordred era su

medio sobrino, Morgana y Mordred pensaron que podría reclamar el trono. —Dio otra

calada y soltó el aire por la comisura de la boca. —Arturo se negó en rotundo y


terminaron enfrentándose, Arturo con sus caballeros y Mordred con los suyos en la

famosa batalla de Camlann—Onoreok dio otra calada un poco mas larga y después

soltó el humo con lentitud y con aire ausente—Arturo mató a Mordred, pero este le

afligió una herida mortal antes de caer. Antes de morir, Merlín lo llevó al lago de

Ávalon, allí Arturo tiró su espada y estaba casi muerto cuando de pronto, apareció en

el lago una barca, donde iban Morgana, arrepentida por todo, Morgause, Lady Elaine y

algunas doncellas más… También Lady Viviane, la Dama del Lago. Subieron a Arturo

a la barca y lo llevaron a la isla de Ávalon, allí Lady Viviane y la propia Morgana le

curaron con su magia sumiéndolo en un sueño eterno.

—Pero si Viviane quería poder… ¿Por qué no le dejó morir directamente? —preguntó

ella.

—Para esa pregunta, no tengo respuesta, Merein—respondió el gnomo con pesadez—

quizá por aquel entonces, el poder no le interesaba, o solo trataba de guardar las

apariencias ¿quién sabe lo que pasa por esa mente retorcida?—dio otra calada—lo que

si sé, es que días más tarde, Merlín fue al lago, para visitar a Viviane, de la cual estaba

profundamente enamorado, se suponía que Viviane también lo estaba, pero lo que hizo

aquel día, fue sonsacarle el hechizo para encerrar a un hombre, sin cadenas, sin muros,

pero sin escapatoria. Merlín no se lo quiso enseñar al principio, pero Viviane le

convenció finalmente y se lo enseñó. La Dama del Lago lo durmió bajo un árbol y lo

encerró para siempre. Nadie ha sabio nunca donde con exactitud. Yo mismo quise

ayudarle, pero a parte de Merlín y Viviane, la bruja más poderosa que conocíamos era

Lady Morgana, pero cuando mis compañeros y yo nos aproximamos en la barca, hacia

la isla de Ávalon donde llevaron a Arturo, algo no nos dejó continuar. Un hechizo muy

potente. Fue cuando nos dimos cuenta de que incluso Morgana estaba encerrada, por lo

tanto, La Dama del Lago se proclamó reina absoluta de Ávalon.—Dio otra calada a la
pipa—Camelot cayó y sus ruinas nunca fueron encontradas. Nunca más se supo de

Arturo, Merlín, Morgana u otro de ellos. Ni siquiera se sabe que ocurrió con la reina

Ginebra, con Lancelot o La Mesa Redonda. La Dama del Lago buscó caballeros y

aliados para servirla. Entre algunas familias nobles, encontró varios aliados, pero no

todas las familias se doblegaron a su voluntad, como fue el caso de la pobre Bella—

añadió con pesar. Melinda se mordió el labio inferior con angustia, recordando a Bella.

Hubo un rato de silencio en el que Melinda reflexionaba sobre todo lo que Onoreok le

había contado.

—¿Y como se supone que voy a liberar a Merlín?—preguntó la chica de pronto,

angustiada—solo soy una aprendiz y no tengo ni idea de cómo hacerlo. Y ni siquiera

sé donde está Merlín encerrado, y por lo que me ha dicho, nadie lo sabe.

Onoreok la miró largamente a los ojos.

—Pero hay alguien que si—respondió por fin en un tono bajo, como si temiese que

alguien le escuchase—te he estado esperando, Merein, no sabía cuanto tardarías, pero

esperaba tu llegada.

Melinda lo miró con el ceño levemente fruncido, pero no se atrevió a preguntar el por

qué.

—Merlín me dio su colgante, días antes de la traición de Lady Viviane, para que lo

protegiese y se lo dase a su elegida. En su día no terminé de entender lo que quiso

decir, pero cuando La Dama del Lago lo encerró, comprendí muchas cosas, Merein.—

Onoreok dio otra calada—Comprendí que Merlín se intuía lo que iba a pasar, y que

había elegido a alguien para que lo sucediese y lo liberase. Y esa persona tendría que

tener esto.

Se levantó del sillón y se dirigió con paso lento a la estantería que estaba más alejada

de la puerta, el gnomo sacó de detrás de unos libros una vieja caja de madera y la llevó
casi con adoración y con mucho cuidado hasta la mesa. Melinda lo observó sin saber

que esperar, casi asustada por la importancia de su papel en todo aquello.

Onoreok puso la mano sobre la caja y esta brilló un momento antes de abrirse.

—Tiene un hechizo que impide a cualquier otra persona abrirlo—explicó el gnomo—

Es algo muy parecido al hechizo que protege mi casa de indeseables.

Melinda comprendió que aquello era demasiado importante.

Entonces, Onoreok retiró el paño viejo y lleno de polvo, y ante sus ojos, apareció un

precioso colgante con un dragón dorado, cuyas alas estaban extendidas, volando.

Melinda sintió de pronto una extraña atracción hacia el colgante, Onoreok sonrió al

darse cuenta de que la chica no apartaba sus ojos.

—Merlín me pidió que cuando te encontrase, te lo diera—dijo en tono solemne—aquí

lo tienes. Es tuyo, Merein.

Onoreok se lo puso en la mano, y Melinda sintió un calorcillo agradable en la mano,

pero también se sintió un poco agobiada.

—No, no me lo puedo quedar—negó y alargó la mano para devolvérselo, pero el

gnomo detuvo su mano a mitad del camino.

—No seas tonta, Merlín quiso que este colgante fuese para ti—señaló—dijo que en su

momento, os ayudaría. Nadie puede escapar de su destino, Merein. Tenlo presente.

Melinda se sintió cohibida, ella no quería ser tan importante, ni que la tratasen de un

modo especial. Pero sabía que no tenía remedio: todos confiaban en que derrotaría a

La Dama del Lago. Se remangó la chaqueta por el hombro para descubrir su marca. Le

quedaban unas pocas rayas para que la estrella estuviese completa.

Onoreok pareció impresionado con la marca.

—Sabía que vos la tendríais. Pero no sabía que sería tan perfecta—comentó—¿Puedo?
Melinda asintió, y el gnomo pasó un dedo por encima de su marca, como si la quisiera

leer en lenguaje braille.

—Esta estrella es la marca de la magia—le dijo en tono solemne—que la tengas,

significa que Merlín te ha elegido. No hay vuelta atrás.

“Pues a mi nadie me pidió permiso” pensó un poco mal humorada.

—Ahora, ponte el colgante—pidió el gnomo.

Melinda sabía que sería una pérdida de tiempo negárselo. Estaba convencido de que

solo ella podría llevarlo y se lo puso con cuidado en la mano izquierda para poder

ponérselo.

—¿Eres zurda? —preguntó Onoreok con curiosidad.

—No, pero me hice daño en la derecha mientras luchaba—se sinceró.

—¿Y por qué no lo habías dicho antes? —preguntó Onoreok un poco gruñón—anda,

deja que te la cure.

Onoreok buscó el líquido que había usado para curar a Luper, y una venda por la mesa,

después puso la venda bajo la mano, después echó una gotita con cuidado. Mientras le

vendaba la mano derecha con cuidado, Melinda sintió como el dolor iba

desapareciendo poco a poco.

—En una hora te la podrás quitar. Las lágrimas de fénix tienen un resultado inmediato,

pero mucho me temo que las lágrimas que yo conservo han estado mucho tiempo aquí

—dijo Onoreok, después cogió el colgante y se lo colocó por detrás, el dragón quedó

colgando en su pecho.—Merlín dijo que este colgante sería para su elegida, y que este

le ayudaría en su camino. Debes cuidarlo mucho—le aconsejó mientras volvía a

sentarse.

Melinda asintió, se sintió muy especial y sostuvo el dragón dorado entre sus manos un

momento. Entonces escucharon unos golpes en la puerta.


—Ah, ya ha vuelto Leon. Será mejor no hacerle esperar—opinó Onoreok y se levantó

del asiento.

Melinda también se levantó, y siguió al gnomo con Luper trotando alegremente a su

lado. Cuando estaban en la entrada de la casa, Onoreok pasó por la puerta como si tal

cosa, Melinda se preguntó de pronto lo que pasaría, pero no tuvo tiempo de sacar

conclusiones, porque Luper, en un intento de salir, empujó a Melinda a fuera.

De pronto se encontró fuera de la casa, un viento frío la recibió y ella se abrigó aun

más en su chaqueta. Entonces se dio cuenta de que tanto ella como Luper habían

recuperado su tamaño natural.

Leon estaba a fuera, sin ningún signo de violencia o de haber sido atacado, y sujetaba

las riendas de dos briosos caballos, uno de ellos era castaño rojizo con las crines

negras y largas. A su lado, piafó un caballo negro azabache, con una mancha blanca

que le ascendía por el aterciopelado hocico.

La angustia que había sentido por si le pasaba algo, se esfumó en cuestión de

segundos, dando paso a un gran alivio. Pero en vez de expresar su preocupación en voz

alta, lo primero que preguntó fue:

—¿De donde han salido los caballos?

—De mi casa—respondió Leon como si tal cosa—además podría hacerte la misma

pregunta con ese simargl.

—Para empezar se llama Luper y no es un chico—puntualizó ella cruzándose los

brazos frente al pecho—Y… ¿Tenías caballos en tu casa? No los ví.

—El establo estaba en la parte de atrás—respondió el chico palmeando el cuello del

caballo negro—además, los vamos a necesitar. Mis padres me los regalaron cuando

salí en tu búsqueda… ¿Qué te ha pasado en la mano? —preguntó fijándose entonces

en el vendaje.
—Nada serio—respondió—Muchas gracias por todo—dijo Melinda girándose hacia

Onoreok.

—No hay de que. Supongo que ahora iréis en busca de Ariella—respondió el gnomo—

os deseo mucha suerte, y que el gran dragón os guíe en el camino—añadió Onoreok en

un tono solemne. Melinda supuso que era alguna especie de fórmula para desearles

suerte.

El gnomo dio media vuelta y al rato desapareció de la vista, dejando a Melinda y Leon

con los caballos y una loba alada.

—Ten—Leon le tendió las riendas del caballo negro—¿Sabes montar?

—Un poco—Respondió cogiendo las riendas con algo de duda y cuidado de no

hacerse daño en la mano herida, a pesar de que ya no sentía dolor—Hace un par de

años tomé clases—¿es necesario ir a caballo?

—No podemos arriesgarnos a ir por lugares poblados de gente, e ir a pie nos va a

llevar más tiempo—respondió el chico.

—¿Y a donde vamos?

—Lo primero, debemos encontrar algún lugar para acampar y pasar la noche—

respondió mientras subía a la silla del caballo y deslizaba los pies por los estribos—

deberíamos ir hacia el norte.

Melinda subió al caballo con cuidado de su mano, y algo insegura, era evidente que

hacía tiempo que no montaba, pero aun así se esforzó por acordarse de cómo coger las

riendas, cosa que le fue un poco difícil con la venda en la mano, se fijó atentamente en

como lo hacía Leon, y deslizó sus botas en los estribos.

—¿Lista?—preguntó Leon.

Ella asintió, entonces ambos espolearon a los caballos y comenzaron a andar a un trote

ligero.
A Melinda le quemaban algunas preguntas en la garganta, inquietudes y dudas que la

hacían sentir una presión incómoda en el estómago.

—¿Había alguien en tu casa? —preguntó.

—No, por suerte mi casa sigue oculta. Aunque no sé por cuanto tiempo.

—Entonces ¿por qué no nos quedamos en Londres o con Onoreok?—preguntó

Melinda.

—Porque ya tienen localizada la ciudad, no tardarán demasiado en localizar la casa y

comprobar si estamos allí. Y no creo que sean muy amables. Y si nos quedamos con

Onoreok, le pondremos en más peligro del que ya está.

—Entonces… ¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó.

—Seguir buscando a Ariella—respondió Leon—pero ahora lo tenemos un poquito más

difícil.

Melinda no lo dijo en voz alta, pero le pareció que aquel plan era absurdo, no podían

seguir buscando a una persona de la que no sabían ni siquiera que aspecto tenía.

Entonces Leon paró de pronto a su caballo, obligando a Melinda a detener el suyo, sin

comprender.

Miró a Leon, esperando con temor que dijese que les seguían, pero al seguir su mirada,

tan solo se encontró con Luper, que les seguía cojeando desde el suelo. Se sintió

culpable por haberse olvidado de ella.

—Por favor…—pidió a su amigo.

—No veo en que nos beneficia un simargl.

—Tampoco veo en que nos perjudica. Y ya te he dicho que es una no uno. Además te

salvó la vida—le recordó cruzándose de brazos.

—Pero los simargl son animales salvajes.


—Pues Luper no lo es—replicó ella—no tiene manada, ni familia, ni nada. Por

favor… deja que venga con nosotros y no tendrás que ocuparte de ella, te juro que la

cuidaré yo.

Leon la miró a los ojos un momento, aquellos ojos de color azul que lo miraban

suplicantes, suspiró cansadamente.

—Muy bien, pero déjala subir a tu caballo por lo menos, cojeando no va a llegar a

ninguna parte.

—¡Gracias, gracias, gracias!—exclamó Melinda muy feliz.

—Haz el favor de subirla al caballo de una vez, no tenemos todo el día—le cortó Leon,

aunque no podía evitar sonreír un poco.

Melinda le sonrió y se giró hacia Luper.

—Ven, Luper—la llamó palmeando con suavidad la grupa del caballo azabache, con la

mano buena.

La simargl pareció entender las indicaciones de Melinda, porque replegó las alas

grisáceas y las batió hasta que se elevó en el aire. Melinda observó el prodigio con

verdadero asombro, mientras la loba alada se situaba detrás y replegaba las alas. Leon,

que había observado a otros simargl, no se impresionó tanto como ella, pero admiró la

belleza de la loba alada.

El caballo dio una pequeña sacudida y Melinda se agarró a la silla fuertemente,

sobresaltada, entonces cayó en la cuenta de que el caballo podría asustarse. Pero para

su sorpresa, solo giró la cabeza, y tras comprobar que no ocurría nada malo, el caballo

se quedó tranquilo. Melinda suspiró de alivio imperceptiblemente.

—Hay que ponerse en marcha—le indicó Leon volviendo a espolear a su caballo.

Melinda lo imitó, y su caballo se movió, llevando a ella y Luper, que iba acomodada

en la grupa.
Capitulo 7: Un refugio más grande en el interior.

Estuvieron cabalgando horas, ninguno supo cuantas exactamente llevaban trotando

sobre la nieve, en medio de aquel bosquecillo cubierto totalmente de blanco. Aunque

Melinda seguía algo conmocionada por todo lo que había pasado tan de repente, tuvo

que admitir que el paisaje era uno de los más bellos que había visto en su vida, aunque

tenía la impresión de que realmente había visto uno muchísimo mejor, o puede que dos

incluso.

En seguida pensó que allí en medio faltaba un castillo, podía visualizar uno grande y

majestuoso, desde cuyas almenas se pudiese ver la ciudad, los campos, y los bosques

de alrededor.

Sacudió la cabeza para vaciar su cabeza de aquellos pensamientos, pero a su mente

llegó de pronto el lago de Ávalon, aquel lugar tan maravilloso y mágico.

Evocó en su mente aquella misma mañana, cuando que toda su aventura había

empezado, descubriendo que era diferente.

Siendo justa consigo misma, en el fondo siempre supo que ella no pertenecía del todo

al mundo “normal”, pero jamás se habría imaginado que tendría que ver con todo

aquello.

Cuando era pequeña, solía soñar con una mujer que jugaba con ella, que le cantaba,

reía y bailaba para ella. Se sintió sorprendida un momento de pensar en aquello. Había

echo tanto tiempo desde que había tenido aquellos sueños, que no se había acordado de

ellos,… Hasta aquel momento, mientras cabalgaba detrás de Leon, en busca de una

chica con su misma situación.


Decidió hurgar más hondo en sus recuerdos, animada por el recuerdo de aquellos

sueños.

Se esforzó en buscar en su mente. Ahora que por fin había encontrado aquellos

recuerdos, su mente se empeñaba en recordar a aquella mujer inconscientemente.

Casi sin darse cuenta comenzó a tararear una canción, que estaba segura no haber

escuchado nunca.

—Creo que este es un buen lugar para descansar por hoy—la sobresaltó de pronto la

voz de Leon.

Detuvo a su caballo de pronto, al ver que el chico había detenido el suyo y miraba al

paisaje que se extendía delante.

No encontró nada en especial, al haber nevado, todo el bosque estaba cubierto de una

capa de blanco, que le impedía fijarse en los detalles, por lo que aquel pequeño claro le

parecía exactamente igual a los demás.

Era un pequeño claro, suficiente para una tienda de campaña grande, pero no

demasiado, o chocaría contra las ramas de los árboles.

—Está bien—accedió la chica sin ningún tipo de queja. Estaba deseando bajar a estirar

las piernas.

Leon le sonrió y pasó una pierna por encima de la silla de montar, entonces saltó al

suelo ágilmente y comenzó a descolgar de la silla algunos bultos de equipaje.

Luper no se quedó atrás, y se puso de pie en la grupa, entonces saltó al suelo con las

alas extendidas para detener la caída, luego se estiró un poco y fue cojeando para

ponerse junto a Leon, observando atentamente lo que hacía el chico.

Melinda, algo más insegura, se bajó del caballo despacio y sin saltar como había echo

Leon, sintió un hormigueo en las piernas y supo que iba a tener unas buenas agujetas.

Le dio unas palmaditas amistosas a su caballo y este resopló suavemente.


—Le gustas—dijo Leon mientras cogía uno de los bultos de tela, sin descolgar los

demás, fue con paso decidido y el bulto bajo el brazo hacia el pequeño claro, antes de

que Melinda pudiese preguntar que estaba haciendo, Leon tiró la tela grande sobre la

nieve.

Al principio, Melinda no lo comprendió, pero de pronto, la tela comenzó a ascender

hacia arriba sola, hinchándose como si se tratase de un globo.

No fue capaz de articular palabra, hasta que en el pequeño claro solo quedaba una

pequeña tienda de campaña.

—¿Te gusta? —preguntó burlón mirando su cara boquiabierta.

La chica cerró la boca y lo miró mordaz.

—Un poco pequeña para los dos.

—¿Por qué no te asomas a dentro?—preguntó el chico con un brillo divertido en la

mirada.

—Si al entrar me va a caer algo raro encima, prefiero no hacerlo—dijo mordaz al

detectar el brillo en su mirada.

—No te va a atacar nada, puedes llevarte a Luper si quieres—la invitó.

—No creo que vaya a caber ahí—señaló Melinda.

—Repíteme eso cuando entres—replicó el chico, sin poder evitar una sonrisa burlona.

Al final, la morena decidió entrar en la pequeña tienda, acompañada por la loba alada,

retiró la puerta de tela de color grisácea y entonces volvió a quedarse boquiabierta.

Era como entrar en una cabaña de madera, muy parecida a la casa de Onoreok.

No parecía que tuviese el aspecto de una pequeña tienda desde el exterior. Nada más

entrar, se encontraba en una sala de estar pequeña, donde había dos butacas junto a la
chimenea, que por el momento permanecía apagada. Detrás de las butacas, había una

gran mesa de madera, con un par de sillas y pocos muebles más.

—¿Qué era lo que habías dicho?—preguntó Leon burlonamente nada más entrar,

cargado con un par de mochilas que dejó sobre la mesa con cuidado—¿Algo de que no

creías que fuésemos a caber?

—¿Cómo…?—empezó Melinda, aunque no fue capaz de terminar la frase.

—Magia—fue lo único que dijo sonriendo burlón.

Melinda se quedó un momento allí plantada, asimilando aquel prodigio, luego se

acercó a la mesa donde Leon estaba vaciando una de las mochilas.

—¡Eh! Esto es el libro—exclamó incrédula señalando el gran tomo que Leon le había

dado.

A pesar de que solo habían transcurrido unas horas desde aquel suceso, parecía que

había ocurrido hacía días.

Recordó con una molesta presión en el pecho a su madre, atada y aterrorizada, junto a

Bella, la cual la había acompañado durante mucho tiempo a la parada del autobús, en

manos de los Caballeros de las Tinieblas, y ahora de La Dama del Lago, la cual no

quería ni imaginarse lo que les estaría haciendo en aquel momento.

—Si, consideré que podría hacerte falta—respondió el chico mientras sacaba de su

mochila algunos frascos de pociones.

Leon debió darse cuenta de lo que estaba pensando su amiga, de modo que trató de

hacerle pensar en otra cosa:

—Hace un poco de frío—comentó sonriéndole un poco, en parte para darle ánimos—

¿Encenderías la chimenea?

Ella asintió y buscó en el libro hasta que encontró el hechizo que consideró que

funcionaría. Alzó la mano que no estaba vendada hacia la chimenea, vacilante:


—Gimme ignis—murmuró.

Los troncos que estaban en la chimenea se incendiaron de pronto, como si alguien

invisible acabase de prender el fuego. La pequeña cabaña se llenó de un poco más de

luz, haciéndola más cálida.

Luper se acomodó en la alfombra en medio de las butacas, extendiendo sus alas de

forma que le cubrían el cuerpo.

—¿Qué hacemos con los caballos?—preguntó Melinda entonces.

—Tráelos—le dijo el chico con total naturalidad.

—¿Aquí? —preguntó ella incrédula.

—Claro—respondió como si tal cosa.

—¿Cómo vamos a meterlos aquí?

—Hazme caso—insistió Leon.

Melinda lo miró extrañada, pero después salió a fuera mientras observaba como

buscaba algo en su mochila por el rabillo del ojo.

Al salir, la recibió un soplo de viento, especialmente frío, lo que le hizo abrigarse aun

más en su chaqueta y echar de menos un buen y grueso abrigo.

Los caballos estaban atados a una rama baja, no llevaban más equipaje pero seguían

cargados con las sillas, que tenían pinta de caras.

Melinda se acercó a los caballos y los desató, al reconocerla el caballo negro, relinchó

suavemente, ella sonrió sin poderlo evitar y le dio una palmadita amistosa en el cuello,

y después al otro caballo.

Los guió por las riendas hasta su nuevo refugio, cuyo aspecto por fuera era una tienda

de campaña pequeña y simple, con las paredes de tela eran de un verde militar.
Llegó con los caballos hasta la puerta y se asomó a ella sin dejar de sujetar las riendas,

vio a Leon con un libro, al parecer de hechizos, lo leía y murmuraba algunas palabras

de vez en cuando, al notar su presencia, levantó la vista de las páginas y le indicó con

la mano un lugar a la derecha del chico.

Melinda miró en su dirección y se quedó sorprendida al ver que había un pequeño

establo, con su comedero y bebedero correspondiente, acoplado en un lugar del salón.

Casi parecía estar construido así.

Ella meneó la cabeza incrédula y sonrió levemente, entonces entró llevando al caballo

de Leon delante y después al suyo.

La cuadra plegable estaba cerca de la puerta, por lo que casi no tuvo problemas a la

hora de maniobrar los caballos para meterlos en la cuadra, que tenía suficiente espacio

para ambos caballos, e incluso se podría haber metido otro más.

Leon entró para ayudarla a desensillarlos, entonces Melinda se dio cuenta de que no

sabía si los caballos tenían nombre.

—Esta de aquí es Strawberry—dijo palmeando la grupa de la yegua de color castaño

rojiza, cuando Melinda se lo preguntó—y ese de ahí es un regalo de mis padres.

Puedes ponerle el nombre que te apetezca. Ambos son una adquisición reciente, están

muy bien entrenados…

—Pero no puedo aceptar un caballo—dijo Melinda asombrada.

—Claro que puedes—dijo Leon saliendo del establo como si tal cosa—Míralo de esta

forma; en tu mundo es habitual regalar anillos, pulseras, perfumes,… En Ávalon es

igual, pero también se regalan caballos, palomas mensajeras,… En fin, que los regalos

para la elegida de Merlín no se van a quedar en unas simples flores. Además sería de

mala educación no aceptarlo.


Melinda consideró durante un par de segundos sus opciones, no creía que a su madre

le hiciera mucha gracia que apareciese con un caballo, si es que se volvían a ver, pero

como Leon había dicho, sería una falta de educación, además le había empezado a

coger cariño.

—Thor—dijo de pronto mientras acariciaba al caballo negro su hocico aterciopelado.

—¿Qué?—preguntó Leon volviéndose para mirarla confundido.

—Le voy a llamar Thor—repitió ella sonriendo.

Leon también sonrió.

—No te olvides de darles agua y comida—dijo el chico—yo voy a poner hechizos de

protección alrededor de la tienda. Toda protección es poca ahora.

Capitulo 8: La visión.
El chico salió de la tienda, y Melinda decidió que debería hacerle caso, pero a pesar de

que el libro contenía hechizos que le servirían para rellenar el bebedero, no tenía ni

idea de donde conseguir comida para caballos. Pensó en ello mientras llenaba el

bebedero de los caballos con magia, entonces reparó en las puertas que había al fondo

de aquella pequeña sala de estar. Había tres puertas, Melinda llegó hasta ellas

observándolas con curiosidad. No creía que Leon se fuese a enfadar por echar un

vistazo.

Abrió la primera puerta y se encontró un pequeño cuarto de baño, sorprendida por su

descubrimiento, cerró la puerta y abrió la siguiente, que daba a una pequeña cocina.

Se dirigió a la última que le quedaba, pensó en lo que habría detrás de aquella, y no se

equivocó, porque aquella última puerta daba a un dormitorio, con una litera para tres y

poco más.

Cerró la puerta y se dirigió a fuera en busca de su amigo, para que le indicase de donde

sacar la comida.

Al salir lo vio de espaldas a ella, pero se dio cuenta de que estaba muy concentrado,

tenía los brazos extendidos a sus lados, con las palmas abiertas.

Murmuraba palabras que Melinda no llegó a escuchar bien, entonces, apareció una

especie de campana transparente que rodeaba la tienda y el claro del bosque.

La chica no quería interrumpirlo, de modo que se quedó allí callada mientras su amigo

culminaba los hechizos de protección y ocultadores.

Al cabo de un rato, Leon se giró hacia ella, en su rostro había determinación y una

pequeña sonrisa.
—Ya está—informó satisfecho—ahora mismo podrían pasar La Dama del Lago,

Sephordes, y El Cazador, con todo el Ejército de las Tinieblas, y ni se enterarían de

que estamos aquí.

—Vaya—se maravilló la chica—¿Cuánto tiempo vamos a pasar aquí?

—Solo el imprescindible—respondió Leon empezando a caminar hacia dentro de la

tienda—no quiero abusar de nuestra suerte, quizá no sean capaces de vernos a

nosotros, pero si toda la energía que he invertido en la protección.

—¿Cuánto tiempo es “el imprescindible”?—volvió a preguntar Melinda caminando a

su lado.

—Me gustaría pensar que mañana por la tarde podríamos irnos, como muy tarde. Pero

nunca se sabe.

—¿Y hacia donde tenemos que ir?—preguntó ella empezando a sentir una extraña

rabia, proveniente de todo el cansancio por lo ocurrido aquel día—¡No sabemos a

donde vamos, ni donde está Ariella, ni nada! ¡No tenemos ninguna pista! ¡Estamos

buscando a alguien que no sabemos como es, mientras que Bella y mi madre están

ahora mismo en manos de esa bruja!

Leon se paró y la miró, pero en vez de enfado o réplica, en su mirada había cansancio,

Melinda se calló de pronto.

—Yo llevo buscándote a ti y a Ariella casi desde los doce años—respondió sin

levantar el tono de voz—y nunca me he rendido. Deberías descansar, cuando estés de

mejor humor hablaremos.

En otro momento, Melinda habría replicado, pero la revelación del chico la había

impresionado, y se sentía pequeña e impertinente a su lado.

—El dormitorio está en una puerta, al fondo de la sala de estar. Ve a descansar un rato

—le indicó.
Melinda no se molestó en decirle que ya lo sabía, y se metió en la tienda reflexionando

sobre todo lo sucedido.

Se acostó sobre la litera baja sin quitarse la ropa, se tapó con la sábana y la manta y al

poco se quedó dormida.

Escuchó un rugido a lo lejos. No parecía ser de ningún animal como el león, la pantera

o algo así. Era un rugido más grave y profundo.

Guiándose por el sonido, el animal que rugía debía estar en aquel lugar.

¿Dónde estaba? Se encontraba al pie de una montaña caliza, árida y rocosa, hasta la

mitad de su altura, tenía una forma cónica regular, en la superficie plana, en el centro,

enclavado caprichosamente de pie, se hallaban numerosos prismas de roca, teñida de

rojo. Esforzó la vista en la superficie planta de la montaña, allí le pareció descubrir un

resquicio, quizá fuese la entrada a una cueva. El colgante de su cuello se iluminó y

entonces escuchó una voz grave, pero teñida de sabiduría:

—Merein… Merein…

No había duda, en aquella cueva había algo o alguien esperándola.

Tenía que llegar hasta allí fuese como fuese.

Despertó de pronto en la cama, tan agotada como si hubiese estado corriendo por todo

el bosque.

Parpadeó un par de veces hasta que consiguió convencerse a si misma de que seguía en

la tienda de campaña y no al pie de una montaña.


Se levantó de la cama un tanto confundida ¿Qué era ese sueño? Por puro instinto, se

llevó la mano hacia el colgante, pero no estaba iluminado como en su sueño, tan solo

estaba un poco caliente, causa de haber estado por dentro de la chaqueta.

Abrió la puerta lo justo para que se colase dentro de la habitación un pequeño

resquicio de luz, observó a Leon sentado junto a la chimenea, de espaldas a ella. Tenía

algo en las manos, pero al estar de espaldas, no supo que era.

Se sentía culpable por haberle gritado de aquel modo, Leon no tenía la culpa de nada,

y tan solo quería luchar contra La Dama del Lago.

Abrió un poco más la puerta y salió a la sala de estar, se acercó hacia el chico con un

poco de timidez, por si Leon se había enfadado y no quisiese hablar con ella.

Le escuchó maldecir por lo bajo y por un momento, pensó que se había dado cuenta de

que había salido de la habitación, pero luego se dio cuenta de que su disgusto era por

algo que sujetaba entre sus manos.

Se acercó un poco más, la curiosidad había desplazado a la timidez y llegó a su lado.

Leon sujetaba un cuenco de agua, algo le decía que no era agua corriente. Le recordaba

al líquido que Onoreok había usado para curar a Luper y a ella misma.

—¿Qué haces?—preguntó la chica.

Para su sorpresa, no parecía enfadado, movió su mano una vez más por encima de la

superficie del agua y esta se ondeó, creando pequeños remolinos de colores morados y

verdes.

Melinda observó atentamente el agua, con curiosidad, pero al cabo de unos segundos,

volvió a quedarse tranquila, provocando un pequeño gruñido de exasperación por parte

de Leon.
—Trato de localizar a Ariella con las aguas del lago de Ávalon. Tienen propiedades de

clarividencia y curativas—respondió por fin—pero el agua no me ha dado ni una

mísera pista. Solo ha mostrado una imagen.

—¿Cuál?—preguntó Melinda abriendo los ojos con interés.

—La tuya mientras dormías—respondió contrariado—tenías razón: esto no lleva a

ninguna parte, es absurdo.

—No digas eso—pidió Melinda—sigo pensando que es una idiotez buscar a alguien

que no sabemos quien es. Pero tú has estado años buscando y tu esfuerzo ha

conseguido encontrarme a mí, ahora solo falta una más.

Leon levantó la mirada para mirarla, curvó la comisura del labio, formando una media

sonrisa divertida.

—¿Te das cuenta de que hemos intercambiado los papeles? —preguntó con diversión.

Melinda sonrió y se sentó en la butaca de al lado, puso su mano vendada sobre su

regazo y la otra la usó para acariciar la cabeza de Luper.

—¿No podías dormir?—preguntó Leon entonces.

—Si… pero he tenido un sueño raro y después me he despertado—respondió.

—¿Qué has soñado?—preguntó el chico acomodándose en la butaca, observándola con

interés.

—Era algo raro…—Melinda hizo una pausa para recordar el sueño—estaba en un

lugar extraño.

—¿El lago de nuevo?—preguntó Leon.

—No.

Clavó su mirada en las llamas de la chimenea, internándose en su recuerdo, después

procedió a contarle el sueño con pelos y señales. Leon la escuchó pensativo, sin

interrumpirla, sacando sus propias conclusiones, cuando terminó, Leon seguía con aire
pensativo, Melinda no quiso interrumpirlo, y se quedó esperando con expectación a

que le dijese algo.

—Es una tontería—añadió después de un rato de silencio.

—No, no lo es—la contradijo él, después se la quedó mirando—¿Cuándo fue la última

vez que viste el lago en tu visión?

—Esta mañana—dijo después de un rato pensándolo—pero no sé que tiene que ver la

montaña con el lago de Ávalon o con Ariella.

—Yo tampoco, pero ata cabos: Las aguas me enseñan que estás soñando, y tú tienes

visiones sobre lugares donde nunca has estado. Quizá la clave no esté en el agua, sino

en tus sueños—dedujo—la primera vez que tuviste una visión de Ávalon ha sido hoy,

el día que nos conocimos ¿no?

Melinda asintió, sin querer creerse mucho esa versión.

—Hoy ha empezado tu… llamémoslo “despertar mágico”. Todo en el mismo día.

—Pero lo que yo tenía eran sueños, no visiones—le recordó ella.

—Si, pero tu has tenido una visión en sueños, que es lo mismo pero dormida—se

quedó mirándola un momento en silencio, poniéndose un poco serio.—Creo que

puedes ver el futuro en sueños. Y solo sé de dos personas con ese don.

Melinda lo miró subiendo un poco las cejas. ¿Ella vidente? Era una tontería; si tuviese

poderes para ver el futuro, habría conseguido hace mucho tiempo los números de la

lotería, las preguntas de los exámenes o habría evitado lo que había sucedido apenas

unas horas en su casa, pero no lo dijo en voz alta para no molestar a su amigo.

—¿Quiénes? —preguntó la chica.

—Morgana y Viviane.

Esos dos nombres rebotaron en la mente de Melinda como un eco.


Se puso seria y miró a su amigo con una mezcla de incomprensión, y sin saber por qué,

miedo.

—Pero… yo no soy vidente. No he adivinado ningún futuro, solo he visto dos sitios en

mi mente.

—Puede ser que lo tuyo sea una rama de videncia más desconocida. Algo parecido a la

clarividencia.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Es el don de poder ver algo que esté a mucha distancia, pero en el presente. Puede

que tu extraño don venga de ahí.

—No creo que tenga videncia, ni clarividencia, ni nada de eso—insistió ella.

—¿Y como explicas tus visiones?

—No puedo explicarlas—respondió al cabo de un rato.

—¿Y si te dijese que son la única pista que tenemos?—preguntó entonces el chico—

¿Qué nuestra única guía de momento son tus visiones?

—No lo sé, puede que sean una pista o puede que no. Pero no he visto a ninguna chica

en ellas, solo veía una mujer en el lago, pero eso fue solo las primeras visiones. No

creo que lleven a alguna pista que nos ayuden a descubrir el paradero de Ariella.

—Pero podrían llevarnos hacia alguna pista de su posición—razonó Leon—¿Podrías

decir donde se encuentra esa montaña?

—No—respondió rotundamente—sé que había como un desierto—frunció el ceño—

era extraño.

Leon comenzó a reflexionar mentalmente, después elevó el cuenco de agua con el

hechizo de levitación (subvolo), y con cuidado de no derramar el agua lo puso encima

de la mesa grande, situada por detrás de ellos.

Entonces el chico se inclinó a un lado y puso en su propio regazo una mochila.


—Sabía que haría bien trayéndomela—sonrió, hablando más para si mismo que para

Melinda, que lo miraba expectante.

Leon sacó una bola de cristal de la mochila y dejó esta última en el suelo.

—¿Una bola de cristal?—preguntó Melinda algo decepcionada—¿Cómo las adivinas

de la tele?

—¿Te refieres a esos programas que se echan por la tele donde aparecen mujeres

mundaries a las tantas de la mañana, ganando dinero haciéndose pasar por brujas de

verdad, y las cuales casi todas se hacen llamar “Morgana”? —preguntó el chico

mordaz, realmente molesto por aquellas tonterías.

—¿Qué son “mundaries”? —preguntó Melinda con interés, ya había escuchado a

Onoreok decir la palabra, pero no sabía a que se refería exactamente.

—Mudarie o mundi es como llamamos a los humanos sin magia—respondió Leon.

—Ah, ¿y para que necesitas una bola de cristal?—preguntó Melinda con curiosidad.

—No es una bola de cristal: es un revelador de sueños—respondió el chico con orgullo

—fue un regalo de mi tía, por mi cumpleaños.

—Vaya…—murmuró la chica observando la bola de cristal con más interés—¿Y

como funciona?

—Es fácil, tan solo tienes que apoyar las manos encima y pensar en el sueño.

Ella sabía perfectamente para que lo había sacado Leon, y también sabía que sueño

quería ver su amigo, de modo que cogió con cuidado el revelador de sueños y colocó

las palmas de sus manos sobre la superficie de cristal, teniendo especial cuidado con su

mano vendada, aunque no le molestaba en absoluto. Cerró los ojos y se concentró en el

sueño.
Escuchó de nuevo un rugido a lo lejos. No parecía ser de ningún animal como el león,

la pantera o algo así. Era un rugido más grave y profundo.

Guiándose por el sonido, el animal que rugía debía estar en aquel lugar.

Se encontraba de nuevo al pie de una montaña caliza, árida y rocosa, hasta la mitad de

su altura, tenía una forma cónica regular, en la superficie plana, en el centro, enclavado

caprichosamente de pie, se hallaban numerosos prismas de roca, teñida de rojo.

Esforzó la vista en la superficie planta de la montaña, allí le pareció descubrir un

resquicio, quizá fuese la entrada a una cueva. El colgante de su cuello se iluminó y

entonces escuchó una voz grave, pero teñida de sabiduría:

—Merein… Merein…

No había duda, en aquella cueva había algo o alguien esperándola.

Tenía que llegar hasta allí fuese como fuese.

Abrió en los ojos, cuando lo hizo, vio sin dar crédito la imagen de la montaña en la

superficie de cristal, como si estuviese viendo su sueño en formato película.

Leon estaba sentado en la butaca de al lado, tenía una expresión que no supo describir,

aunque sobretodo había sorpresa.

Se quedó un rato en silencio, esperando a que su amigo se decidiese a decirle algo.

Pero Leon siguió callado un buen rato, justo cuando se cansó y estaba a punto de

levantarse, el chico separó los labios por fin.

—Conozco ese lugar.

Melinda se giró para mirarlo, asombrada, él la enfocó con los ojos y continuó

hablando.

—Ese lugar se llama Aremi Vuur.


—¿Y donde está? —preguntó Melinda mientras curvaba sus labios en una gran

sonrisa.

—En Australia.

La sonrisa de Melinda se congeló para dar paso a una expresión incrédula.

—Será una broma—fue lo único que llegó a decir.

—Lo siento pero no—negó con la cabeza, haciendo que su pelo castaño se moviese de

un lado a otro—estuve allí en una vez, la montaña de Aremi Vuur es famosa entre los

nuestros. Pero jamás pensé que... bueno, no estamos seguros de lo que hay allí,...

—¿De que estás hablando? —preguntó Melinda frunciendo el ceño, sabiendo que se

estaba perdiendo algo.

Leon la miró, poco a poco se fue formando una sonrisa en su rostro.

—Piensa un poco, aunque te cueste: Las aguas me muestran a ti durmiendo, tú tienes

un sueño en el que tú colgante…—se quedó mirando de pronto el dragón dorado que

prendía de su cuello— ¿De donde lo has sacado?—Melinda abrió la boca para

responder, pero Leon la cortó—cuéntamelo después. El caso, es que ese colgante te

guía hacia Aremi Vuur—la miró a los ojos intensamente—¿Qué sacas en claro de todo

esto?

—¿Qué nuestra Ariella, la que va a despertar al mismísimo rey Arturo, vive en una

montaña en lo más profundo de Australia?—preguntó Melinda burlona.

Leon pareció dudar un segundo.

—No, no creo que Ariella viva ahí. Aremi Vuur es en realidad un volcán que lleva

siglos inactivo—dijo finalmente unos segundos después, luego su rostro volvió a

iluminarse—pero quizá allí encontremos algo útil, muy útil en realidad—la miró un

momento a los ojos antes de decir—puede incluso que encontremos al mismísimo

Merlín.
Capitulo 9: De leyendas y profecías

Melinda abrió los ojos todo lo que fue capaz.

—¿A Merlín?—preguntó incrédula.

—No puedo estar seguro, Merein, pero si las leyendas son ciertas…

—¿Leyendas? ¿No hay suficientes con las que ya se?—preguntó sarcástica.

Leon suspiró.

—Aun no sabes ni la mitad de ellas.

—¿Y por que no me las cuentas, para variar?—preguntó—estoy harta de que todos

esperen cosas de mi, que ni siquiera sé que son realmente.

—Yo también me agobiaría—dijo Leon.

—¿Y vas a contármelo?

—¿Vas a decirme tú de donde has sacado ese colgante?—preguntó Leon mientras

volvía a guardar el revelador de sueños en la mochila.

—Me lo dio Onoreok—respondió impaciente—dijo que Merlín se lo dio para que lo

guardase, y un día lo entregase a su sucesora. Dijo que fue un par de días antes de que

Viviane lo encerase. Te toca.

Pero Leon no respondió inmediatamente, se quedó reflexionando un par de segundos.

—¿Puedo?—preguntó estirando los dedos hacia el colgante.

Melinda asintió y el chico cogió el dragón entre sus manos, y lo observó atentamente,

con una mezcla entre respeto y asombro.

—Merlín tenía un colgante de dragón—murmuró el joven—Onoreok debió ser una de

las últimas personas que habló con Merlín antes de la traición de Viviane. Merlín debía

suponer que pasaría algo. Quizá él ya conociese las profecías.

—¿Qué profecías?—preguntó Melinda—dijiste que eran leyendas.


—Profecías y leyendas se mezclaron hace ya tantos años que la gente ya no sabe que

creerse de ellas. Algunos ya perdieron la esperanza y viven bajo el mandato de Viviane

—respondió mientras sus ojos se volvían hacia las llamas de la chimenea, perdido en

sus pensamientos—las leyendas se formaron a partir de las profecías, pero lo

importante no son las leyendas. La profecía habla de dos chicas: Lady Ariella y Lady

Merein. Ambas son diferentes, pero se complementan mutuamente. Lady Ariella es la

muchacha que, según la profecía, despertará al rey Arturo, empuñará Excalibur, y hará

resurgir Camelot. Lady Merein, liberará a Merlín y derrotará a La Dama del Lago, para

que este vuelva a la paz a Ávalon.

¿Excalibur? ¿Camelot? Aquella información era nueva y confusa.

—¿Cómo va a resurgir Camelot? Ni siquiera los historiadores están seguros de que

existiese realmente. ¿Y como va a volver Camelot en pleno siglo veintiuno?

—Camelot no ha estado nunca entre los reinos mundaries—respondió Leon.

—¿Cómo no iba a estar aquí?—preguntó la chica.

—Porque Camelot, Ávalon, y tantos otros reinos, son leyendas en este mundo, pero en

nuestra dimensión, es la pura realidad.

—¿Nuestra dimensión?—repitió Melinda—nunca me comentaste nada acerca de otra

dimensión.

—Es complicado de explicar—dijo él—Ávalon, por decir uno, está en una dimensión

distinta a esta, en este mundo, hay entradas al nuestro, pero ninguna localización

exacta. Por eso los mundaries han oído hablar tanto de nuestros mundos… pero nunca

han sido capaces de encontrarlos.

—Tiene sentido—murmuró Melinda aferrando el colgante del dragón— ¿Y que pasó

con Excalibur?
—La espada reposa en el fondo del lago de Ávalon, donde La Dama del Lago la

custodia. Sinceramente, no se como vamos a recuperarla.

A Melinda se le ocurrió una cosa.

—¿Por qué a Viviane siempre se le ha llamado Viviana o Minué?—preguntó

interesada.

—Se dice que el nombre druida de Viviane es Viviana o Minué—respondió

pacientemente Leon—ahora centrémonos en tu visión. No creo que en Aremi Vuur

encontremos a Ariella, pero si has tenido esa visión, no se me ocurre otra cosa que no

sea o bien encontrar una pista importante, o al mismo Merlín.

—¿Cómo iba a estar Merlín en Australia?—preguntó Melinda incrédula—según lo que

me contaste, La Dama del Lago lo dejó durmiendo junto al lago de Ávalon y lo atrapó

en esa especie de prisión. No dijo nada de Australia.

—Precisamente porque no lo dijo, no sabemos si fue así o no—repuso él—además

¿Qué otra cosa podría provocar al colgante? Aunque esté quien esté, o encontremos lo

que encontremos, lo que está claro es que no va a ser fácil llegar. Va a ser muy difícil

llegar, nadie ha entrado nunca en Aremi Vuur.

—¿Y eso por qué?—preguntó ella.

—La historia de Aremi Vuur, se remonta a tiempos muy antiguos, de cuando Merlín

aun estaba por aprender a hablar. Cuentan que esa montaña es nada más y nada menos

que El Templo del Fuego. Los aborígenes rendían culto a la diosa del fuego allí,

dejándole en los pies de la montaña flores y ofendas. Pero nadie se atrevía a escalar la

montaña, pues todos los que lo intentaban, no regresaron jamás.

Melinda abrió los ojos al máximo, pero trató de disimular delante de Leon.

—¿El Templo del Fuego?—preguntó como si la última parte no le hubiese puesto los

pelos de punta.
—Dicen que su interior está lleno de tesoros y criaturas extraordinarias. Pero que

nadie, salvo quizá el propio Merlín y algunos afortunados, han entrado nunca. Dicen

que hay guardianes y trampas dentro de ellos.

—¿Y quieres que entremos en El Tempo del Fuego, lleno de trampas y guardianes?—

preguntó con una ceja levantada.

—Exacto—dijo Leon como si fuese algo totalmente dentro de lo normal.

—¿Y como quieres que entremos entonces, listillo?

—Eres la elegida de Merlín, no creo que tengas demasiados problemas—respondió el

joven.

—¿Te olvidas de que no soy nada más que una aprendiza?

—Tenemos tiempo para adiestrarte antes de hacer el viaje.

—Eso no me tranquiliza—dijo ella.

—A mi tampoco, pero es nuestra única esperanza—Leon la miró a los ojos, con la

expresión seria y decidida—dices que estas harta de ir dando palos de ciego. Bien,

pues ya tenemos una pista ¿vamos a seguirla?

—Es muy peligroso—respondió al cabo de unos segundos, que parecieron eternidades.

—Nadie dijo que esto sería fácil—Leon se encogió ligeramente de hombros.

Melinda respiró hondo. Lo quisiera o no, no podía dar marcha atrás, ahora todos,

incluyendo a Bella y a su madre, dependían de ella.

—¿Cuándo empezamos?
Capitulo 10: La Sala de las Ilusiones

Empezaron a trabajar de inmediato. Leon guardó el revelador de sueños y Melinda

sacó el libro de magia.

—Guárdalo, no te va a hacer falta ahora—dijo el chico—acompáñame, quiero

enseñarte algo.

Melinda asintió y le siguió. Leon la guió hasta una puerta que antes no estaba ahí.

Melinda supuso que la habría añadido a parte, como los establos de los caballos.

Cuando pasaron, Melinda esperaba ver una habitación como donde había estado

charlando con Onoreok, lleno de plantas, pociones y cosas así, pero se llevó un chasco

porque la habitación estaba totalmente vacía.

—Siéntate, por favor—pidió con una mano señalando el suelo de madera.

Melinda obedeció sin decir una palabra y se quedó mirándole, esperando instrucciones.

—Hoy vamos a hacer muchas cosas—empezó Leon—para empezar, quiero que cierres

los ojos y solo me escuches a mi. ¿Crees que podrás?

—No parece muy difícil.

—Teniendo en cuenta lo cabezota que eres y lo que me ha costado que creyeses en lo

que te decía, no sabría que decirte.

—¡Eh!

—Tú cierra los ojos.

Melinda lo fulminó con la mirada antes de cerrar los ojos y se centró solo en las

palabras de su amigo, porque intuía que iba a ser importante.

—Tu mente va a hacer un largo viaje, hacia una época antigua, donde los dragones

volaban libremente, los caballeros engendraban grandes leyendas con sus aventuras, y

donde la magia era algo tan real como el aire que respiramos. Imagina ese lugar.
Melinda imaginó inconscientemente el lago con el que aquella mañana había estado

soñando, las aguas del lago que centelleaban con el brillo del sol, el viento se colaba

por entre las hojas de los majestuosos robles creando música natural. Rodeándolo,

había un bosque de majestuosos robles y coloridas flores, imaginó pájaros surcando el

cielo, e incluso algún ciervo entre los árboles.

Se sentía como si estuviese allí, respiraba aquel aire tan puro y limpio de

contaminación, los aromas de las flores llegaban hasta ella envolviéndola, sentía la

energía de la magia, latiendo en cada rincón del bosque, aquel lugar le hacía sentirse

libre, como si una parte de ella hubiese estado añorando aquel lugar durante mucho

tiempo.

—No dejes de pensar en ello—advirtió Leon.

“Que realismo” pensó maravillada cuando las sensaciones se hicieron mas intensas.

—¿Sigues pensando en ello?—preguntó Leon

Melinda asintió.

—¿Sientes el lugar?

Ella volvió a asentir.

—Pues ya puedes abrir los ojos—dijo Leon en un tono de voz suave y un poco mas

bajo.

Melinda abrió los ojos y casi se cayó hacia atrás al observar la sala.

Lo que antes había sido una sala totalmente vacía, ahora era un bosque, exactamente

como el que había estado imaginando, tenía la mandíbula desencajada al ver incluso

los pájaros sobre las ramas, el olor de las flores ahora era mas real que nunca, las aguas

del lago centelleaban por el brillo del sol un poco mas allá. Melinda miró hacia arriba

y se quedó con la boca totalmente abierta al descubrir que ya no había techo, cuando
miró hacia el suelo, descubrió sorprendida que ya no era de madera, sino tierra

cubierta de césped verde y real.

—¿Dónde estamos? ¿Qué ha pasado con la sala? ¿Cómo hemos llegado aquí?—el

torrente de preguntas que salían de la muy asombrada Melinda, salió de su boca con

rapidez e incredulidad.

—No nos hemos movido de la tienda—respondió Leon, estaba a su lado, de pie y con

una sonrisa divertida pintada en el rostro—este lugar, es el que tu estabas imaginando,

y sospecho que no es la primera vez ¿me equivoco?

Melinda evocó las visiones que había tenido aquella mañana en la que se conocieron y

fue atacada por un Caballero de las Tinieblas.

—Es el lugar de mi visión—murmuró sobrecogida.

—El Lago de Ávalon—asintió su compañero, sin perder la sonrisa—también fue el

último lugar donde se vio a Merlín.

Melinda paseó su mirada de nuevo por el paisaje tan maravilloso, ni siquiera se había

atrevido a soñar nunca con una maravilla así, todo parecía tan perfecto,… Entonces

una lucecita se encendió en la mente de la chica.

—¡Espera un momento!—exclamó haciendo que un pájaro que estaba cerca de allí

saliese volando, espantado— ¿Me estás diciendo que no nos hemos movido de la

tienda, pero de pronto estamos en el Lago de Ávalon? ¿Qué pasa, lo has empaquetado

y traído en la mochila?—preguntó, irónica.

—No es el verdadero lago—respondió como si Melinda acabase de decir que tenía un

perro verde—es solo una ilusión proyectada de tu mente.

—¿Qué?—preguntó bastante pérdida.

Leon sonrió con diversión.


—En la sala en la que estábamos hace unos segundos—empezó a explicar con

paciencia—no era una sala vacía por capricho, es una sala especial llamada Sala de las

Ilusiones, esta sala se puede transformar en el lugar que tu desees. Pero no es un lugar

real, es tan solo una ilusión.

—Pues es muy real—comentó ella fijándose de nuevo en las altas copas de los árboles.

—Claro, porque ha sido creada para entrenamiento, sobre todo.

—Y para hacer turismo gratis—añadió ella con una sonrisa.

Leon suspiró fingiendo paciencia forzada, detrás de la cual se escondía otra sonrisa.

—Lo que trato de explicar, es que podremos simular ataques o situaciones en las que

te podrías enfrentar en adelante—dijo el chico.

—Ah, guay…—murmuró encantada con la idea.

—Creo que será mejor que empecemos con el entrenamiento ¿No crees?—preguntó el

chico.

Melinda asintió, aunque le gustaba el lago, tendría que entrenar.

De pronto, sin previo aviso, escucharon pasos cerca de ellos.

—¡Escóndete!—murmuró Leon y tiró de ella hasta detrás de un árbol bastante grueso.

—¿Qué pasa?—preguntó Melinda confundida, pero en el mismo tono de voz.

—Ahí tienes tu primera prueba—susurró Leon asomándose.

Melinda se asomó un poco para ver a que se refería.

Había un hombre alto y fornido, vestía con pieles de animales que no supo identificar,

llevaba una ballesta apoyada en su hombro y en la cadera llevaba una espada

envainada. Sin saber exactamente el por qué, a Melinda le daba escalofríos. El hombre

debió detectar su mirada, porque miró hacia donde ella estaba, aunque Melinda se

escondió rápidamente.

—¡Es el hombre que estaba en mi casa!—exclamó Melinda, pasmada.


—Se le conoce como El Cazador. —Respondió en el mismo tono de voz—Lo he

traído yo. Igual que el lago, es solo una ilusión creada por mi mente, no es real, pero

tienes que luchar contra él, no te puede hacer daño de verdad.

—¿Qué luche contra él?—repitió alarmada—oye, no es por nada, pero… ¿¡Estás mal

de la cabeza o que!?—espetó en susurros.

—Confía en mí, no puede hacerte daño de verdad. —Repitió el chico.

—Pero…

—¿Quién anda ahí?—preguntó la voz grave del hombre, escucharon sus pasos

cautelosos acercarse a su escondite.

—Es la ocasión perfecta para que me demuestres lo que has aprendido en el libro de

hechizos.

—¡Pero si no he practicado ninguno!

—Pues ya puedes empezar—indicó el chico y dicho esto, la empujó de detrás del árbol

y Melinda se vio cara a cara con El Cazador.

—Vaya, vaya,… ¿Qué tenemos aquí?—preguntó en un tono escalofriante.

—¡Ahora!—gritó Leon.

Melinda estaba muy nerviosa, aquel tipo daba miedo. Sus ojos, oscuros como la más

profunda de las tinieblas, se quedaban grabados en el alma para emerger en las

pesadillas más terroríficas.

El Cazador gritó unas palabras incomprensibles y de su mano surgió un rayo de color

verde azulado, que tenía como objetivo el cuerpo de la chica.

Melinda consiguió apartarse a tiempo, trató de recordar los hechizos que había estado

leyendo aquella mañana.

El Cazador sacó un cuchillo de su cinturón y se lo lanzó. Melinda volvió a apartarse,

con el corazón latiendo con fuerza, casi amenazando con salirse del pecho.
—¡Usa la magia!—gritó Leon.—¡De todos modos, recuerda que nada de esto es real!

Melinda asintió casi imperceptiblemente y se ocultó detrás de otro árbol para apartarse

de la trayectoria de otro cuchillo de aspecto terrible que le lanzó de nuevo El Cazador,

y respiró hondo para concentrarse.

Bien, Melinda, esto es solo una ilusión. No puedes causar verdaderos desastres, ni le

puedes hacer daño a nadie… pensó ¿Pero y si le doy a Leon?

Melinda respiró hondo una vez más para serenarse.

Sintió de nuevo la energía fluir y notó aquella sensación estática tan familiar de nuevo

entre sus manos. La bola de energía se materializó en sus manos, parpadeó un

momento, pero no desapareció, como ella temía.

—¿Dónde estás?—preguntó El Cazador con un tono siniestro que no le gustó nada.

Melinda respiró hondo de nuevo para salir de su escondite, al ver al cazador, tiró la

bola de energía y observó como esta impactaba en su enemigo, El Cazador fue

expulsado un par de metros hacia atrás, la miró con odio pero después sonrió burlón:

Melinda se limitó a volver a hacer que la energía fluyese hasta sus manos, estaba

creando la forma definitiva, cuando otro cuchillo salió disparado de las manos de aquel

hombre que parecía sacado de una película de miedo, Melinda lo vio venir como a

cámara lenta, no había terminado la bola de energía y el cuchillo estaba demasiado

cerca, solo pudo poner los brazos por delante, en un intento desesperado de que el

cuchillo no le impactase, y cerró los ojos con fuerza.

Sin embargo el golpe no llegó.

En un principió pensó que era debido a que estaba en La Sala de las Ilusiones, pero

después abrió los ojos y descubrió con una creciente euforia que no era por eso.

Por fin había aprendido a crear un escudo en condiciones.


La energía que había acumulado en sus manos, se había transformado en una pared

sólida que impidió que el rayo la dañase, miró a Leon llena de entusiasmo.

—¡Lo he conseguido!—exclamó olvidándose por un momento de El Cazador.

Momento que aprovechó este para coger la ballesta que llevaba y lanzarle una flecha

que le dio de lleno en el pecho y la hizo caer al suelo.

De pronto se encontró tirada en el suelo de madera en una sala totalmente vacía, con

Leon, que tenía el semblante serio.

Melinda se llevó la mano al pecho, en realidad no se había hecho daño, pero sentía una

pequeña molestia donde el ataque de El Cazador le había impactado. Miró a Leon con

una gran sonrisa en su cara, aun muy contenta porque estuviese avanzando.

—¿Qué te pasa?—preguntó al chico.

—¿En algún momento te he dicho que te desconcentres?—preguntó Leon escondiendo

el enfado detrás de la suavidad.

Melinda lo comprendió de pronto y se le borró la sonrisa poco a poco.

—¿En que demonios estabas pensando?—preguntó Leon enfadado—Norma número

uno en una pelea: Nunca bajes la guardia.

—Es mi primera pelea—se defendió la chica—además nunca me habías dicho esa

regla. Ni ninguna.

—¡Porque era obvio!—resopló él con los ojos en blanco—si he organizado lo de La

Sala de las Ilusiones, era para que practiques para una pelea real. El tiempo se acaba,

Melinda, de un momento a otro te atacarán y será de verdad.

—Lo siento—se disculpó la chica bajando la mirada, después la subió con una tímida

sonrisa para decir—al menos he conseguido que me salgan los escudos ¿no?

Leon no pudo evitar sonreír.


—La verdad es que no me puedo quejar por eso. Pero no lo olvides: nunca se baja la

guardia—dijo en un tono más suave.

—La verdad es que esta sala es genial—comentó Melinda con una sonrisa— ¿podré

probarla otra vez?

—De hecho, debes usarla otra vez—apuntó Leon.


Capitulo 11: Batalla en el desierto.

El sonido de los cascos de los caballos golpeando la tierra era lo único que se

escuchaba, y el polvo que levantaban al pasar parecía dorado bajo el ardiente sol.

Melinda cerró los ojos un momento para sentir la escasa brisa que removía sus

cabellos azabaches.

Hacía dos semanas que había tenido aquella extraña visión, y sabía que tenían que

haberse puesto en camino mucho antes, pero aquellas dos semanas, Leon las había

empleado en entrenar duro a Melinda, mientras preparaba el viaje y todo lo que

pudiesen necesitar, además de analizar todos los peligros a los que probablemente se

enfrentarían. La visión de la montaña se había repetido todas las noches, y cuando

despertaba, sentía un extraño anhelo que le hacía tener unas terribles ganas de partir de

una vez hacia Aremi Vuur. En aquellas dos semanas, Melinda había aprendido a

defenderse, contrarrestar e incluso doblegar a su voluntad el fuego. Eso último, lo

descubrieron durante una sesión de entrenamiento especialmente dura, ambos lo

recordaban bien.

Melinda estaba en la Sala de las Ilusiones, pero en lugar del lago, estaban en un campo

abierto, sin árboles a la vista, solo había tierra.

Leon creaba proyecciones de nuevos enemigos, y Melinda se defendía como podía.

Llevaban horas entrenando y Melinda había derrotado a El Cazador, y a varios

Caballeros de las Tinieblas entre otros.

Esta vez, luchaba contra tres de ellos a la vez. Leon le había dado clases de lucha

porque «La magia no lo es todo y deberías aprender a defenderte por tu cuenta» y

sentía que el brazo se le iba a salir de su sitio.


Se había llevado varios golpes, y si hubiese sido una situación de verdad, Melinda

tendría tantos cortes y moratones que no sería capaz de contarlos todos.

En vez de dolor, sentía cierta molestia donde le habían dado y se estaba cansando.

Leon lo observaba todo apartado, cuando lo consideraba oportuno, le daba

instrucciones y consejos a Melinda.

—Flexiona un poco más los codos, tienes los brazos muy rígidos. Un golpe y te los

lesionarás. Baja un poco más la espada. Busca un hueco en la armadura. Normalmente

suele estar en la zona baja del costado o cerca de la axila.

Melinda obedeció y después de parar una estocada que iba directa a su cabeza, intentó

buscar dicho hueco, pero otro de los Caballeros le asestó un golpe con la espada en la

nuca, que aunque no le hacía mucho daño, la tiró al suelo. Tuvo que rodar para

esquivar la espada que se clavó en el suelo, rápida y, de haber sido real, letal.

Otro Caballero la esperaba sonriendo burlonamente. Melinda resopló, estaba cubierta

de sudor y muy cansada. Llevaba seis días luchando con la espada, y aunque Leon le

aseguraba de que estaba mejorando, Melinda solo sentía gran cansancio al terminar.

Melinda alzó el arma y decidió tomar la iniciativa, pero el Caballero la rechazó con

facilidad y con un golpe fuerte desvió la espada.

—¡Apartarte!—gritó Leon.

Melinda obedeció y tan solo un segundo más tarde, una espada se clavó en el

Caballero que la estaba atacando, y cayó al suelo. Melinda se giró y vio a otro

Caballero de las Tinieblas que sacaba la espada del cuerpo de su compañero, tan solo

estaba contrariado por no haberle dado a Melinda.

Bueno, uno menos pensó.

Pero esa pequeña ventaja no le sirvió de nada. Unos instantes más tarde, los dos

Caballeros apuntaban con el filo de sus espadas al cuello de la chica.


Leon resopló desde su posición y enterró la cara entre las manos, la chica escuchó que

murmuraba algo como “muerta otra vez”.

Melinda sintió que la rabia le ascendía por la garganta y salía en forma de grito.

De sus dedos surgieron llamas de fuego que tuvieron como objetivo los cuerpos de los

Caballeros que la rodeaban, chamuscándolos de inmediato.

Melinda se miró las manos pasmada. No había conjurado el fuego y aquello había sido

asombroso.

Leon la miró con los ojos abiertos al máximo, las llamas se extendieron alrededor de la

chica, que observó como el fuego se alzaba rodeándola, pero no llegaba a chamuscar la

armadura de cuero que Leon le había dado.

Una lengua de fuego avanzó hacia ella y Melinda alzó las manos instintivamente, para

protegerse. Entonces el fuego se retiró tan pronto como se había alzado.

Leon la observaba atónito.

Leon había estado vigilando de cerca sus entrenamientos, atento a cualquier habilidad

que pudiese presentar la chica. Le hubiese gustado entrenarla en circunstancias

normales, en vez de tener que entrenarla para algo como derrotar a La Dama del Lago.

Leon sacudió la cabeza para concentrarse en su actual situación.

Aunque hubiesen querido, no se hubiesen podido aparecer directamente en Aremi

Vuur, pues había muchos hechizos protectores que volvían los colgantes de tele

transporte inútiles.

Su única manera de llegar, había sido tele transportarse cerca de la montaña, lo más

cerca que habían podido llegar, había sido a unas cuantas horas a caballo. Habían

salido un par de horas antes del amanecer, y el sol había bajado un poco desde el punto
más alto, pero a ninguno les había molestado demasiado, ni siquiera a los caballos o a

Luper, el hechizo térmico les permitía mantener su cuerpo a una temperatura normal.

Llevaban poco más de medio día cabalgando a medio galope, apenas habían cruzado

un par de palabras, ambos estaban sumidos en sus pensamientos. Probablemente,

Melinda estuviese tratando de recordar como hacer los hechizos desilusionadores, que

la permitían mimetizarse como si fuese un camaleón. También la había entrenado para

hechizos de pelea, defensa y habían intentado que le saliesen los de invisibilidad, pero

Melinda, aunque se había esforzado mucho nunca conseguía desaparecer por

completo. La última vez, su cabeza y un brazo flotaban en el aire con expresión de

fastidio.

Ambos esperaban que con los de mimetismo fuese suficiente, en caso de que tuviesen

que usarlos.

Pero no todo iban a ser los hechizos, Leon había vaciado la casa de Londres a

conciencia.

En la mochila llevaba cuerdas, una ganzúa especial para abrir todo tipo de cerraduras,

guantes trepadores, lumificadores, brotes de oscuridad, gafas de visión nocturna con

función extrasensorial, y tantos otros artefactos que Bella había guardado en la casa.

Bella… su prima, su amiga, volvía a estar en las garras de esa arpía de mujer. Sintió

sus manos crisparse de ira sobre las riendas, las cuales sujetaba con firmeza.

Miró a Melinda, la aprendiza cabalgaba a su lado, sobre el caballo azabache, sumida

en sus pensamientos, Leon suspiró imperceptiblemente. A veces sentía que por culpa

de la profecía la estaba explotando. Pero no se podía luchar contra el destino, y él lo

sabía muy bien.

Volvió a mirar a Melinda, la chica seguía pensativa, y la simargl volvía a viajar sobre

la grupa de Thor. El caballo no parecía alterado por su presencia.


Casi inconscientemente, sus ojos se posaron de nuevo sobre su amiga. Desde que se

habían despertado aquella mañana, había estado muy silenciosa y decidida ¿en qué

estaría pensando?

—Deberíamos parar a descansar un poco—sugirió Leon despegando los labios por

primera vez desde hacía mucho tiempo.

—No podemos perder el tiempo—opinó Melinda con suavidad.

—Lo que no podemos es tener éxito sin un buen descanso—insistió—paremos a

comer algo.

—Hemos comido hace tres horas. —Le recordó ella.

—Podemos tomarnos una merienda, nos ayudará.

Melinda y Leon detuvieron sus monturas poco a poco y desmontaron, Luper se puso

en pie sobre la grupa con cuidado, con las patas tambaleando ligeramente. Leon la

observó atentamente, a pesar de haberse negado en un principio a quedarse con ella, le

había terminado cogiendo cariño a la simargl, incluso jugaba con ella mientras

Melinda practicaba la invisibilidad, también estaba tratando de enseñarle a traerle los

objetos que le tiraba, pero de momento no habían muchos resultados. Luper saltó al

suelo extendiendo las alas y aterrizando en el suelo de arcilla rojiza con suavidad. A

veces se maravillaba de lo inteligente que podía llegar a ser, además, podía entender lo

que le decía.

Se sentaron a la sombra de un viejo árbol, mientras los caballos descansaban y

reponían fuerzas pastando de la escasa hierba que se encontraba en aquello momentos,

pero Leon les dejó un recipiente con avena, para que recuperasen fuerzas.

Una vez terminada su labor de servir la comida a los caballos y aflojarles la cincha de

la silla para que estuviesen más a gusto. Se volvió hacia Melinda, que lo esperaba

sentada junto a Luper.


Leon se restregó las manos mientras se sentaba junto a la mochila.

—Vamos a ver que tenemos para merendar…—metió la mano en la mochila y

Melinda se permitió sonreír; sabía que ahí dentro no había nada de comida, pero el

chico la haría aparecer—¡Aquí hay algo! Y parece una… ¡si! Es una rica manzana.

Leon sacó la mano con una manzana de un color rojo muy apetitosa, sonriente y se la

ofreció haciendo una reverencia.

—Milady—dijo mirándola desde su reverencia.

Melinda terminó por reírse y aceptar la manzana, Leon se irguió aun más sonriente.

—Menos mal que te has reído, empezaba a pensar que había dejado de ser gracioso—

dijo sacando de la mochila un trozo de carne crudo que le tiró a Luper al aire, la loba

alada saltó y atrapó la comida con los dientes.

—¿Me estás llamando gruñona?—inquirió levantando una ceja.

—No podría ni soñar con llamaros así, milady—siguió bromeando.

Melinda bufó, divertida.

—Que idiota que eres. No pertenezco a ninguna familia de la nobleza—le recordó—

pero tu eres un caballero, se supone que puedes hacer lo que te de la gana ¿no?

Leon dejó de sonreír y se puso serio de pronto en sus ojos apareció una sombra de

tristeza que hizo que Melinda se arrepintiese de haber abierto la boca.

—No soy caballero—le reveló, avergonzado, desviando la mirada—pero lo soy casi—

añadió después rápidamente.

Melinda lo miró sin dar crédito a lo que escuchaba.

—Pero… pero tu…—balbuceó—¿Cómo no vas a serlo?

Leon suspiró con cansancio, aunque Melinda no sabía si era por el hecho de que para

hacer aparecer comida era necesaria mucha energía, o porque no le hacía ninguna

gracia tocar ese tema.


—Te lo explicaré—suspiró apoyando la espalda contra una gran piedra—no se si

sabrás que Bella y yo procedemos de una de las familias nobles más importantes de

Ávalon. Como cualquier hijo de nobles, con apenas ocho años, comenzó mi

instrucción para ser caballero. Pese a que todo apuntaba a que terminaríamos siendo

todos Caballeros de las Tinieblas, muchas familias, incluyendo la mía, nos sacarían de

la academia al terminar la instrucción. Entonces seríamos nombrados caballeros, pero

no por La Dama del Lago. Nosotros seríamos nombrados en secreto por los

legendarios Caballeros de la Tabla Redonda.

—¿Siguen vivos?—preguntó ella, pasmada.

—Los que sobrevivieron a la batalla contra Mordred y los suyos—asintió Leon—

fueron en busca de Merlín y el cuerpo de Arturo. Encontraron a Merlín al cabo de unos

días, puede que una semana, no se sabe con exactitud. El caso es que Merlín estaba

muy cambiado: ahora tenía el aspecto de un hombre joven, de edad similar a la suya

propia, y aunque estaba prácticamente destrozado por la muerte de su amigo Arturo,

volvía a estar con su amada Viviane. Merlín les reunió a todos, incluyendo a Viviane

para hablar de algo que nunca contaron. Después, Merlín se llevó a los caballeros a la

Fuente de la Juventud…

—Espera, espera…—lo detuvo Melinda, mareada por tanta información, bastante le

costaba imaginarse a Merlín como un hombre joven—vallamos por partes. ¿Dices que

la Fuente de la Juventud existe?

—Es curioso—suspiró Leon—cada vez que cuento algo, tengo que contarte una

historia más enrevesada y luego otra historia más, y otra, y otra…—le dio un mordisco

a la manzana, y después de tragar, prosiguió—la Fuente de la Juventud, es como tu

dices: un mito. Pero, es un mito para la mayoría de las personas. Muy pocos conocen

el secreto de la Fuente de la Juventud. Viviane amaba tanto a Merlín, que


aprovechando los conocimientos que él le enseñó. Hechizó una fuente por lo que, al

beber Merlín de sus aguas, rejuveneció de una manera extraordinaria. Resolviendo así

el problema de diferencia de edad entre los dos. Claro que eso es un cuento chino, no

se quien lo empezó, pero seguramente no podía aceptar que La Dama del Lago

estuviese actuando con maldad, luego La Dama del Lago, aprovechó para decir que le

amaba tanto, que lo había encerrado para que su enfermedad no empeorase.

—¿Qué enfermedad?—preguntó Melinda, perdida.

—Ninguna. Es todo un cuento para que en Ávalon no se vuelvan contra ella: algunos

se lo tragaron, y piensan que ella sigue siendo la Viviane que ama a Merlín—le

explicó Leon—aunque no se para que se molestó con historias: nadie se atreve a

revelarse a ella por miedo.

Melinda le dio un mordisco a su manzana, pensativa.

—Y siguiendo con la historia de los caballeros…—recapituló Leon—Merlín los llevó

a la fuente para que no envejeciesen, y por tanto, ellos pudieran seguir en Camelot,

ayudando a Ginebra. Claro que no tuvieron ocasión: cuando Merlín fue encerrado,

Ginebra había desaparecido, y con ella Camelot. Los caballeros solo pudieron

esconderse, y ayudar a la rebelión contra La Dama del Lago desde las sombras,

nombrando nuevos caballeros para formar un ejército que ayude a Las Elegidas en su

batalla.

—¿Su batalla? —Repitió la morena, atragantándose con un mordisco de la manzana,

Leon le dio unas palmaditas en la espalda y la chica pudo terminar de tragar el trozo de

fruta—Es decir… ¿nuestra batalla?

—Exactamente—le confirmó.

Melinda se angustió de pronto.


—No te preocupes: aunque no sea un caballero, lucharé a tu lado—le aseguró el chico

con una sonrisa.

—¡Ah!—recordó la chica de pronto, tratando de apartar los pensamientos sobre la

batalla— ¿Qué pasó al final?

—¿A que te refieres?

—Dijiste que ibas a ser nombrado caballero por los Caballeros de la Tabla Redonda.

¿Qué pasó para que no te nombrasen?—preguntó con curiosidad, aunque también para

no seguir hablando de batallas.

—Ah, eso…—en el rostro del chico, había una expresión apenada—la mañana del

nombramiento, caminaba por la orilla de Ávalon—recordó el chico, sus ojos habían

dejado de enfocar a Melinda, parecía que miraba más allá, metido en sus recuerdos—

estaba a punto de tirar la toalla, después de tanto tiempo intentando descubrir donde

estabais Ariella y tu. Pero entonces, las aguas del lago empezaron a ondular mucho.

Apareció una calle en Londres. Tú estabas en ella. Reconocí la ciudad gracias a un

viaje que hice con mi padre hace mucho tiempo, pero esa es otra historia. El caso, es

que volví a casa, hice el equipaje, sabiendo que mi destino era encontrarte y protegerte.

Por la tarde, fui con algunos de mis compañeros de la academia, que se graduaban

conmigo e iban a ser investidos caballeros, como yo. Pero ninguno nos llegamos a

graduar. Porque cuando llegamos a la ceremonia, los caballeros estaban siendo

apresados, no tuvimos la menor oportunidad. Algunos conseguimos escapar, pero otros

fueron apresados, junto a los caballeros por traición. Cuando volví a casa para recoger

mi equipaje, mis tíos estaban allí, muy alterados. Me había extrañado no ver a Bella en

la academia para graduarse, pero entonces me enteré por qué. Al parecer, Bella no

había querido jurarle lealtad a La Dama del Lago, y la había convertido en una gata.
El chico hizo una pausa, en la que Melinda cerró los ojos un momento, recordando a la

valiente Bella, que ahora estaría atrapada junto a los Caballeros de la Tabla Redonda,

los compañeros de Leon,… y su madre.

—Bella y yo nos tele transportamos a Londres sin perder tiempo, mi padre tenía una

casa allí, de cuando viajaba allí por asuntos de negocios. Nos la prestó para que nos

escondiésemos allí. Las últimas noticias que recibí de Ávalon, fueron que La Dama del

Lago había dado órdenes de busca y captura de todos aquellos que aún no le habíamos

jurado lealtad, de Bella, de ti, de Ariella y de mí entre otros.

El silencio cayó sobre ellos como si fuese una manta, cubriéndolos y sumiéndolos en

profundos pensamientos.

—Seas caballero, criado, noble o incluso un idiota. Creo que no podría haber conocido

a alguien como tu—expresó Melinda.

Leon levantó la mirada y le sonrió.

Melinda le sonrió también y después cerró los ojos, pensó detenidamente en un par de

donuts de chocolate, como Leon le había enseñado en cierta ocasión.

Cuando abrió los ojos, había dos donuts de chocolate encima de una servilleta, ambos

donuts estaban un poco contrahechos, pero parecían comestibles.

—Vas mejorando—le felicitó Leon cogiendo uno de ellos y se lo llevó a la boca—

incluso se puede comer—bromeó.

—Idiota.

Melinda, que era una chica muy madura, le sacó la lengua y también cogió su donut

correspondiente.

Luper los miró con carita de pena: ya se había terminado su filete crudo y se había

quedado con ganas de más, gimió un poquito con tristeza.


—No…—empezó Leon, Luper gimió un poquito más alto, como si llorase—anda, está

bien—suspiró al final, cortando con la mano un trozo de su donut y ofreciéndoselo.

Luper hizo desaparecer aquel trozo en apenas un par de segundos, sin masticarlo casi,

meneando su peluda cola con alegría.

—Malditos sean los lobos alados y manipuladores como tú—le dijo a Luper.

—¿Queda mucho para llegar a Aremi Vuur?—preguntó Melinda.

—Pues será mejor que te acostumbres, en Ávalon, el caballo sigue uno de los medios

de transporte más importantes.

—¿En Ávalon no hay tecnología?—preguntó curiosa.

—Allí no es necesaria—se limitó a responder Leon, encogiéndose de hombros—la

magia nos sobra y nos basta. Aunque a quien le parece fascinante y a veces la

emplean. Y en cuanto a tu pregunta—Leon se puso de pie para buscar en sus bolsillos,

entonces sacó de uno de ellos una brújula dorada, la consultó un momento en total

silencio colocándosela en la palma de la mano, y después sonrió—tan solo falta una

hora, quizá menos, si vamos deprisa.

—¿Cómo puedes saber lo que queda consultando una brújula?—inquirió Melinda.

—Ah, se me olvidaba que tu solo conoces las brújulas mundaries—asintió el chico,

entonces se la enseñó.

Parecía una brújula normal, a pesar de ser de oro, incluso tenía los cuatro puntos

cardinales: Norte (N) Sur (S) Este (E), y Oeste (W), con su correspondiente aguja.

Pero en medio había una especie de pantalla pequeñita, que en aquel momento, estaba

en blanco. Encima de la pequeña pantalla, estaban dibujados un sol y algunas nubes,

mientras que en la parte de abajo, estaba representada una luna en cuarto creciente y

varias estrellitas. En aquel momento, el sol y las nubes estaban levemente iluminadas,

Leon señaló aquel dibujo.


—Eso quiere decir que es de día—explicó—esa pantalla de en medio, te dice la

distancia que estás del lugar al que quieres ir, o cuando estas perdido, te dice a donde

ir. Es una brújula mágica, como ya habrás visto, son las habituales en Ávalon.

Melinda la observó maravillada, estaba reluciente y parecía nueva, la aguja indicaba el

norte. Se colocó la brújula sobre la palma de su mano, completamente abierta, como lo

había hecho Leon apenas unos segundos antes. Entonces en la pantalla, como si una

mano invisible lo escribiese a través del cristal, apareció:

Aremi Vuur

Una hora. Norte.

— ¿Y como sabe la brújula que queremos ir a Aremi Vuur?—preguntó, maravillada.

—Porque la programé antes de salir—respondió el chico—cuando lleguemos allí, haré

que simplemente nos marque a donde ir en caso de que lo necesitemos.

Melinda le devolvió la brújula a Leon, y este se la guardó en el bolsillo, se sacudió los

pantalones de tierra y le tendió una mano a Melinda para ayudarla a levantarse.

—Será mejor que nos pongamos en marcha, nos queda una hora antes de llegar—dijo

Leon colgándose la mochila a la espalda.

Melinda asintió, mostrándose de acuerdo y se puso en pie, sacudiendo sus propios

pantalones, Luper estiró las alas lo máximo posible y después las batió levemente en el

aire, después siguió a los jóvenes hasta los caballos, trotando alegremente tras ellos.

Los dos apretaron de nuevo la cincha alrededor de los vientres de los caballos.

—¿Qué tipo de trampas crees que nos encontraremos?—preguntó la morena después

de apretar la cincha y subiendo de nuevo al caballo.

—No lo se, nadie ha entrado nunca allí. Pero creo que habrán guardianes, elementales

del fuego—aseguró subiendo a lomos de Strawberry.


Luper batió las alas con energía, su cuerpo peludo se elevó en el aire para posarse unos

segundos más tarde sobre la grupa de Thor, que soltó un pequeño relincho antes de

ponerse en marcha, siguiendo a la yegua castaña rojiza.

—Sea lo que sea a lo que nos vallamos a enfrentar. Tengo la sensación de que nada va a ser lo mismo—

le confesó Leon.
Capitulo 12: Otra ayuda lobuzna.

Llevaban galopando durante casi una hora cuando la vieron de lejos. Aremi Vuur

estaba ubicado en medio de unas colinas calizas, áridas y onduladas, se alzaba

majestuosa una montaña de unos veintidós metros de altura, de forma algo extraña y

singular.

Clavaron los talones en los flancos de los caballos y se aproximaron a todo galope

hacia la montaña, las colinas apenas eran elevaciones onduladas y arenosas en la tierra.

Era imposible confundir el inactivo volcán, no solo era la única montaña visible, sino

que además, ambos sintieron una energía poderosa procedente de la montaña, que nada

tenía que ver con cualquier otra montaña normal.

Ya no quedaba mucho, los poderosos cascos de los caballos se hundían en la arena,

pero no habían tardado mucho en dejar atrás las primeras ondulaciones arenosas. Ya

solo quedaba una más.

—¡Ahora es cuando tienes que tener los ojos muy abiertos!—avisó Leon galopando un

poco por delante, con su yegua castaña rojiza— ¡Las leyendas dicen que los

guardianes del Templo no eran muy amables con los que trataban de entrar!

—¿Cuándo crees que nos los encontraremos?—preguntó Melinda.

La única respuesta que obtuvo, fue la de varias gargantas soltando un grito de guerra

mientras algo más de una veintena de hombres con armaduras oscuras iban hacia ellos,

enarbolando sus armas.

Leon la miró, sorprendido.

—Nos esperaban—dijo antes de desenvainar su espada.

—¿Qué hacemos?—preguntó Melinda, aterrada.


—Lo que se suele hacer en estos casos es luchar—dijo Leon—¡vamos, podemos con

ellos!

—¿¡Estás loco!? ¡Solo somos dos!

Pero los Caballeros de las Tinieblas se les echaron encima. Leon espoleó a su caballo

mientras que lanzaba un grito de guerra, coreado por el relincho de Calíope y un

aullido de Luper.

Melinda sabía que no tenía opción y sujetó las riendas con una mano, mientras que con

la otra empezaba a invocar una esfera de fuego.

Antes de que catorce Caballeros de las Tinieblas tuviesen tiempo de lanzar una

estocada, una enorme pantalla de fuego les salió encuentro a los caballeros oscuros,

haciendo que algunos de los caballos se encabritasen y huyesen asustados, tirando al

suelo a sus jinetes.

Luper saltó al suelo al tiempo en el que Melinda comenzaba a pelear contra uno de los

caballeros, enviándole ondas energéticas para que lo aturdiesen, la loba alada batió las

alas con fuerza y se elevó por encima de los soldados, localizó a un soldado que iba a

atacar por detrás a Leon y sin pensarlo, se tiró en picado hacia él, con las fauces

abiertas.

El Caballero de las Tinieblas gritó un segundo antes de que Luper se abalanzase

encima, tirándolo al suelo.

Leon dio una patada a su atacante, cuyo caballo había huido espantado, y este cayó al

suelo, al darse la vuelta, descubrió a Luper atacando a uno de sus enemigos, sonrió con

aprobación y estiró la mano, apuntando a la espada del caballero caído.

—¡Subvolo!

El arma se elevó y Leon la mandó tan lejos como pudo, pero no tuvo tiempo de

felicitarse.
Con su acero detuvo un filo que brilló a unos centímetros de su pecho, de una

estocada, su atacante cayó al suelo, derrotado, pero no le dio tiempo para apreciar su

pérdida, porque vinieron más. Luper atacó al caballero de armadura negra que estaba

más próximo a él, le agradeció interiormente aquello.

Melinda notó como el cansancio comenzaba a hacer mella en ella unos minutos

después de que comenzase la pelea. No había parado de conjurar fuego, hielo,

pequeños huracanes, y raíces que trepaban por los tobillos de sus atacantes. Pero las

armaduras les protegían de la mayoría de los ataques y volvían a la carga.

—¡Luminosa!—gritó, y una bola de luz apareció en su mano, la arrojó sin miramientos

contra el caballero más cerca, que cayó del caballo—¡Ignis fragor!

Una bola de fuego estalló en medio del grupo de Caballeros de las Tinieblas, dos de

los cinco que habían caído en aquel último ataque se pusieron en pie y volvieron,

Melinda hizo crecer unas cuantas raíces trepadoras, que no tardaron en envolver casi

por completo a sus atacantes. Sabía que aquello no duraría mucho, pero le daba unos

segundos para recuperarse.

Leon también comenzaba a sentir el cansancio, apenas tenía un segundo para respirar.

—Scandere hedera—murmuró con la mano extendida hacia los caballeros que estaban

más cerca de su amigo.

Estos casi quedaron cubiertos por las fuertes enredaderas que crecieron a una

velocidad de vértigo. Luper gruñó y atacó a uno de los soldados que se acercó,

reemplazando a uno de sus compañeros atrapados en la enredadera.

Luper lo tiró al suelo, pero este le dio un fuerte empujón, quitándosela de encima, sin

embargo, la loba alada no parecía dispuesta a rendirse, de modo que se lanzó de nuevo

a su presa, este la esperaba con la espada en la mano, Luper cayó sobre él, pero el

soldado rodó unos centímetros e interpuso el acero de su espada.


Luper gimió de dolor cuando el filo le abrió la carne en el costado y de un salto se

retiró rápidamente, antes de que la espada se clavase del todo en su cuerpo, el

caballero oscuro se puso en pie, satisfecho. Observó como la loba alada sacudió la

cabeza un poco, confusa, llevó el hocico hasta su costado herido, del cual comenzaba a

fluir sangre y dejó escapar un gemido lastimero.

Melinda resopló con cansancio, aquello no era tan sencillo como en las películas, Leon

estaba teniendo más problemas para rechazar a los hombres de La Dama del Lago, con

tantos hombres y tanta lucha de espadas, a penas podía defenderse con ataque mágicos,

Melinda aprovechó para ayudarle ahora que sus contrincantes estaban bloqueados.

Por supuesto, no había matado a ninguno, no tenía la suficiente sangre fría como para

así, lanzó una bola de luz sobre algunos de los soldados que estaban comenzando a

librarse de las enredaderas.

Entonces su mirada se posó en Luper, la loba alada se llevaba su aterciopelado hocico

a uno de sus costados,… que estaba sangrando.

Horrorizada, se dio cuenta de que el soldado que estaba junto a Luper, alzó su espada,

la cual llevaba un poco de sangre, dispuesto a acabar con la simarlg.

—¡Ignei impetum!—gritó Melinda, cegada por la ira.

De sus manos surgió una masa ígnea que disparó contra aquel hombre, no tuvo tiempo

para apartarse y el ataque le impactó en la armadura negra como un abismo.

El metal comenzó a arder y el hombre soltó la espada, mientras gritaba de dolor.

Melinda levantó un escudo alrededor de Luper, justo en aquel momento, el primero de

los Caballeros de las Tinieblas liberado de sus enredaderas, llegó hasta ella, con la

espada alzada.

La chica trató de evitar el impacto, pero no pudo evitar que la hoja le hiciera una

herida en su hombro izquierdo, que comenzó a teñirse de rojo, Melinda dejó escapar
un quejido de dolor y le asestó una patada, cogiendo desprevenido al caballero, aunque

este no llegó a caer al suelo, tan solo dio un paso atrás, pero en seguida volvió a la

carga, dispuesto a terminar lo empezado, aunque Melinda ya estaba preparada.

Un segundo más tarde, el Caballero de las Tinieblas era expulsado hacia atrás,

llevándose por el camino a otro de sus compañeros, impulsado por la fuerza de una

bola de energía.

Leon lanzó un ataque que desencadenaba varias estocadas seguidas, consiguió

sorprender a su oponente, que le doblaba en edad, consiguió hallar un hueco entre la

armadura y hundió su espada cerca del hombro del Caballero de las Tinieblas, que dejó

escapar un grito de dolor, pero sin embargo no se rindió, volvió a enarbolar su arma

con maestría; aquel niñato no era rival para sus años de experiencia. Admitía que era

bueno, le había sorprendido su manejo de la espada, e incluso lo hubiese admitido

como pupilo si no fuese un rebelde. Pero las órdenes de La Dama del Lago y de

Sephordes eran muy claras: encontrar a la chica y llevársela a su presencia. En cuanto

a la suerte del rebelde, les era indiferente.

Pero necesitaban a la chica con vida, y desde luego, aun no había fallado en ninguno

de los encargos que sus señores les habían hecho.

Y ningún niñato rebelde iba a impedirle incumplir su tarea.

Aprovechando que otro de sus compañeros había entretenido al chico, se acercó por

detrás y lo tiró de su montura, sin darle tiempo a reaccionar, el otro caballero se quedó

un segundo paralizado, pero cuando se dio cuenta de que el chico estaba en el suelo,

sonrió con malicia y se aproximó a él junto a su compañero.

El Caballero de las Tinieblas tenía al muchacho inmovilizado en el suelo, su espada

estaba a tan solo un par de centímetros de su mano, sin embargo, el chico no podía

alcanzarla, aquel hombre tenía su pie hundido sin piedad en el estómago, mientras un
reguero de sangre, manaba de un punto por debajo de su hombro, consecuencia de la

herida que él mismo le había afligido.

Su compañero le propinó un puñetazo que le partió el labio, no tardó en notar el sabor

de su propia sangre, dejó escapar un suave quejido.

Vio brillar el filo de una espada, pero entonces escuchó el relincho de su fiel yegua,

Calíope se alzó de manos, y agitando los cascos en el aire, golpeó con ellos a ambos

soldados, cayendo al suelo con un sonido metálico.

—Glacies trabes—consiguió murmurar, mientras seguía emanando sangre de su labio

inferior.

Un rayo de color azul brilló en su mano un segundo antes de que lo dirigiese contra los

hombres, que quedaron transformados en unos bloques de hielo.

Suspiró aliviado de poder habérselos quitado de encima un momento, Calíope relinchó

mientras su aterciopelado hocico se posó en el hombro del chico, Leon sonrió.

—Buena chica—la halagó dándole unas palmaditas en el hocico.

Se agachó para recoger la espada y miró a su alrededor, aprovechando su momento de

descanso.

El suelo estaba lleno de cuerpos enemigos, inconscientes, inmovilizados y heridos

leves o graves, entre pequeñas salpicaduras de sangre, plantas cortadas, llamas de

fuego y algún que otro bloque de hielo. Apenas quedaban hombres en pie, que se

estaban ensañando con su compañera, se apoyó en Strawberry, agotado, arrepentido de

haberla arrastrado a aquella pelea. Debió suponer que no era tan sencillo, pero

tampoco no podían haber hecho otra cosa.

En sus manos brillaron dos rayos de hielo, que congelaron a los soldados más cercanos

a Melinda.
Quiso seguir ayudándola, pero algunos soldados que se enfrentaban a ella se giraron a

por él, y otros soldados se levantaron del suelo.

Se secó el sudor de la frente y trató de reunir las fuerzas que le restaban, miró a

Melinda antes de enfrascarse en una nueva pelea a pie. Su amiga estaba tan agotada

como o quizá más que él.

Apenas les atacaban seis hombres, pero estaban al límite de sus fuerzas, Leon

comprendió que había sido una estupidez enfrentándose a ellos, y que debieron haber

buscado otra alternativa antes que luchar ellos solos, como la invisibilidad. Jamás

debió…

El silbido de una flecha detuvo el curso de sus pensamientos de golpe, el soldado

contra el que peleaba cayó al suelo, y después otro y otro, y otro. Leon levantó la vista,

junto a todos los que quedaban de pie, abrió los ojos como platos cuando vio a su

salvadora: Era una chica de su edad, cabello rubio ceniza, largo y plagado de un

montón de pequeñas trenzas, aunque desde allí no podría distinguir el color de sus

ojos, adivinó que serían de color miel. Llevaba un arco plateado y un carcaj de flechas

a su espalda.

Melinda se quedó sin respiración, sabía perfectamente quien era esa chica:

Diana Wolf.

Diana lanzó más flechas que impactaron en los tres hombres restantes, estos cayeron al

suelo.

Melinda apenas fue consciente de aquel hecho, ni se acordó de que Luper estaba

herida, no se fijó en las heridas de Leon ni en las suyas propias.

Ella solo tenía ojos para la chica del arco, que descendió a tierra, Diana le devolvió la

mirada a su mejor amiga, que seguía congelada en la silla de su caballo.


—Mel…—empezó.

—Diana…—la interrumpió ella, aun sin creerse lo que estaba viendo—Tu me has

mentido.

—Melinda, yo no quería…

—¡Me has mentido!—gritó incrédula, sintió un nudo en el estómago, no se podía creer

que Diana le hubiese ocultado aquello, y bajó de la silla de su caballo—Creí que

éramos amigas.

—Y lo somos—dijo Diana con timidez.

—Las amigas de verdad no le ocultan a la otra que son de Ávalon—replicó Melinda,

enfadada.

—Bueno… No soy de Ávalon. Además tú no me has dicho nunca que eras Merein—

contraatacó Diana, un poco más animada.

—¿Cómo iba a decírtelo si tuve que huir?—preguntó Melinda, iba a añadir algo, pero

Leon, se le adelantó.

—Tampoco te hizo falta que te lo dijese ¿verdad?—preguntó con una mirada

calculadora, parecía que estaba resolviendo un rompe cabezas. —No, claro que no, eso

es algo que tú sabías, pero al igual que tu verdadera naturaleza, nunca abriste la boca

sobre ello.

Melinda miró a Diana y después a Leon, confusa.

—¿A que te refieres?—preguntó Melinda.

Leon miraba duramente a Diana.

—Me refiero a que el olfato nunca falla ¿verdad? ¿Dónde está tu manada?

¿Olfato? ¿Manada? ¿De que demonios estaba hablando Leon? Entonces en su mente

estalló un recuerdo como una burbuja de jabón: Todos los dibujos de lobos de Diana.

Melinda miró a su amiga con los ojos muy abiertos.


—Eres una loba—dijo casi en un susurro.

—Licántropa es el término general—replicó Diana bajando la mirada.

—Por eso no querías salir por la noche…

—Las noches de luna llena—señaló.

—Apuesto a que tu olfato te llevó a Merein ¿Verdad?—dijo Leon—¿Por qué iba una

licántropa a hacerse amiga de una mundarie?

—Porque también podemos tener amigos, pedazo de racista—le espetó Diana,

indignada.

—¿Eso… es verdad?—preguntó Melinda a la que había sido su mejor amiga— ¿fuiste

mi amiga porque yo soy Merein?

Diana se mordió el labio inferior, incómoda.

—Mel, yo…

—Quiero la verdad, Diana—exigió la elegida de Merlín, mirando a la licántropa

fijamente a los ojos.

La joven tragó saliva, y miró a sus pies, avergonzada.

—Si—respondió al fin, aquellas palabras se clavaron en el corazón de Melinda como

un puñal—Pero eso solo fue al principio, descubrí quien eras y quise conocerte, me

caíste bien y te convertiste en mi mejor amiga por como eras, no por quien eras.—Se

apresuró a añadir.

Melinda no daba crédito a lo que estaba escuchando.

—¿¡Por qué nunca me dijiste quien era!?—Gritó— ¡Por lo menos podrías haberme

dicho quien era yo!

—¡Yo no podía abrir la boca, Melinda!—se defendió—¡No era mi deber y mucho

menos mi obligación! ¡Tan solo tenía que cuidar de ti, no revelarte tu identidad!
—¿Cuidar de mí?—preguntó Melinda, extrañada—¿No habías dicho que te acercaste

por curiosidad?

—Y así fue. —Confirmó Diana, bajando la voz, miró a su alrededor, a los soldados

inconscientes del suelo y luego al cielo, que comenzaba a oscurecerse. —Montemos

un campamento, es tarde.

—No hay tiempo—negó Melinda, recordando por qué habían ido allí—tenemos que

entrar en Aremi Vuur.

—Tiene razón, Melinda—coincidió Leon, aunque no parecía contento—tenemos que

estar descansados para cuando entremos, lo mejor será que descansemos.

—¿Y que hacemos con esto?—preguntó Diana, señalando a los Caballeros de las

Tinieblas.

—Tendremos que retenerlos, si los dejamos aquí y recuperan la consciencia, o nos

volverán a atacar, o irán a hablar con la Dama del Lago, y entonces tendremos un gran

problema—dijo Leon—deberíamos crear una especie de prisión donde no puedan

comunicarse con nadie, hasta que mañana decidamos que hacer con ellos. Eso puedo

hacerlo yo, Melinda, ve montando el campamento, y busca algo para curar esas

heridas.

Fue entonces cuando Melinda se dio cuenta del horrible aspecto que tenía su amigo:

tenía un labio partido que seguía sangrando, además de su ceja.

—¡Leon!—exclamó la chica, que se acercó a él, preocupada.

—Estoy bien—le aseguró.

—No te hagas el fuerte—le riñó ella—vamos a que te cures eso.

—¿Y Luper?—preguntó el chico de pronto, mirando a su alrededor.


Melinda dejó de preocuparse por Leon durante un momento, en el que comenzó a

buscar por alrededor a la loba alada, que había sido atacada y no había tenido ocasión

de ayudar.

—¡¡LUPER!!—chilló angustiada.

Como respuesta recibió un ladrido corto y débil, seguido de un gemido de dolor.

—¡Luper!—gritó Melinda corriendo hacia la loba alada, que estaba tumbada en el

suelo, se agachó junto a ella y vio horrorizada la herida de su costado, la loba alada

gimió por lo bajo, Melinda acarició su cabeza y su cuello mientras se le aguaban los

ojos—Perdóname, Luper,… Yo no…

—Déjame verla—pidió Diana agachándose junto a ella, Melinda no discutió y la chica

examinó la herida de Luper—es una herida superficial, nada grave, nada que no se

pueda arreglar ¿tenéis agua de Ávalon, o algo por el estilo?

—Aquí—dijo Leon buscando en un bolsillo pequeño de la mochila.

—¿Qué?—preguntó Melinda extrañada.

Leon sacó un pequeño frasco con un líquido transparente y se lo pasó a Diana.

—Ya te dije que las aguas de Ávalon tienen varias propiedades mágicas—le recordó

Leon.

Diana destapó con cuidado el frasquito y se lo acercó a la loba alada, echó un par de

gotas en su costado, y la herida comenzó a cerrarse por si sola, hasta que tan solo

quedó un pequeño reguero de sangre y una pequeña cicatriz.

—Muy bien, buena chica—sonrió la licántropa acariciándole la cabeza, la loba cerró

los ojos para disfrutar de la caricia, Diana se giró para mirar a Melinda y Leon—Ya

está, lo mejor sería dejarla descansar un poco.

Diana le devolvió el frasco a Leon, pero permaneció junto a Luper. Le puso una mano

sobre el pelaje gris y cerró los ojos.


—¿Qué haces?—preguntó Melinda sin poder evitarlo.

—Los licántropos podemos comunicarnos con lobos—respondió—me estoy

presentando y tranquilizándola.

Leon sacó por fin unas varas de de madera enrolladas en una tela de color verde

oscuro, sin ningún miramiento, lo tiró hacia arriba y este se desenvolvió solo a gran

velocidad. Antes de que tocase el suelo, la tienda estaba montada y se sostenía por si

sola.

—Vamos, metamos a Luper y a los caballos dentro—dijo Leon echando una mirada

dubitativa al cielo, la temperatura comenzaba a bajar considerablemente—va a

empezar a oscurecer.

Melinda no replicó, aunque quería terminar con aquello cuanto antes, sabía que

discutir no le serviría de nada. Además no le apetecía por el momento, estaba muy

cansada. Agarró a Thor de las riendas con el brazo intacto y se presionó la herida del

hombro izquierdo para detener la sangre. Metió el caballo en la cuadra que estaba

instalada dentro de la tienda, en seguida llegó también Leon llevando a su yegua

castaña rojiza, el chico empezó a revisar que los caballos no hubiesen sido heridos.

Luper no parecía débil, pero Melinda insistió en llevarla dentro haciendo levitar la

manta sobre la que había tumbado a la simargl, más tarde, Leon y ella curaron sus

heridas gracias al agua de Ávalon.

Mientras Melinda buscaba algo con lo que preparar la cena, sentía que desde fuera de

la tienda había una gran actividad mágica, que no tenía nada que ver con que Leon

estuviese a fuera, poniendo toda clase de hechizos protectores.

Sentía la magia de Aremi Vuur, y como algo dentro de la propia montaña, la llamaba

en silencio.
Más tarde, Melinda estaba poniendo la mesa para cenar, cuando la noche cayó sobre

ellos y las primeras estrellas comenzaban a aparecer, Leon entró en la tienda, parecía

cansado pero satisfecho.

—¿Qué hiciste con los guardias?—quiso saber Melinda, aun recelosa.

—He levantado una barrera a su alrededor, por si acaso, llené el sitio con Plantas del

Sueño…

—¿Con qué?—preguntó Melinda.

Leon la miró con desaprobación.

—Salen en tu libro, en la sección de herbología.

Melinda puso cara de culpabilidad, aunque no lo sintiese.

—Ups.

Leon suspiró con cansancio.

—Son unas plantas mágicas que se defienden soltando un gas somnífero, no les

causará ningún daño a los secuaces de La Dama del Lago, pero no podrán despertar

hasta que yo los libere.

—¿Cómo nos encontraste?—preguntó Leon entonces con recelo a Diana, que estaba

junto a la chimenea, con Luper, habían estado charlando mentalmente hasta entonces,

Melinda se había esforzado por ignorarlas.

—Es una larga historia—avisó Diana.

—¿Cómo la de quien eres?—inquirió Melinda con rencor.

Diana bajó la mirada hacia sus pies, con culpabilidad. Parecía un cachorrillo al que

habían regañado por morder una zapatilla.

Melinda chasqueó la lengua con disgusto: estaba enfadada con su amiga, pero odiaba

verla triste.

—Anda, ven aquí—la invitó Melinda, separando una silla junto a ella en la mesa.
Diana le sonrió con timidez y fue a sentarse rápidamente.

—Perdóname, Mel, no quería tener que ocultártelo, pero no tenía elección.

—No hay nada que perdonar. Me costará un poco acostumbrarme, eso es todo.

Diana sonrió ampliamente, Leon se sentó al otro lado de Melinda.

—Si ya habéis terminado el momento emocional, me gustaría que nos contases todo.

Melinda le dirigió una mirada envenenada al principio, pero cuando terminó la frase,

miró a su amiga, intrigada.

—¿Qué queréis saber?—preguntó Diana poniéndose un mechón de color miel detrás

de la oreja.

—Todo—dijo Melinda, con decisión—Quiero saberlo todo.


Capitulo 13: La historia de Diana.

—Los licántropos solemos estar agrupados en manadas—empezó—la mía está en un

pueblecito de montaña, protegida de tal forma que no sale en los mapas. Nosotros lo

llamamos El Valle.

Leon sirvió agua en tres vasos y los repartió, Diana tomó agua para poder seguir

hablando, y Melinda para tranquilizarse.

—Entonces tus padres, tus hermanos,…—murmuró Melinda, que recordaba

perfectamente a la familia de su amiga, parecían totalmente normales.

—Son licántropos, si. Como el resto de la manada.

—¿Cuántos hermanos tienes? —preguntó Leon.

—Están el mayor; Nau, después va Thana, después yo, luego los trillizos: Nico, Odd y

Rigel, luego va Kayra, y por último la pequeña Luna—respondió.

—Menuda camada—murmuró Leon arqueando las cejas.

—No todos a la vez, bruto—replicó Diana, sonrojándose un poco—Nau tiene

diecinueve, Thana diecisiete, yo tengo quince, los trillizos tienen doce, Kayra diez y

Luna tiene ocho.

—Un momento ¿Tu no ibas a España?—preguntó Melinda entonces.

—Iba. Mi padre es el segundo al mando de la manada y teníamos que ir a España para

hablar con una manada española. Pero detectamos la presencia de El Cazador y la

manada se está organizando. Han mandado a gente para contactar con Onoreok, yo
llegué antes y me indicó por donde habíais ido. Se supone que yo debería estar con mis

hermanos pequeños, pero les despisté en la estación de tren.

«Cuando detectamos a El Cazador, sembró el pánico. Ese hombre lleva cazando

licántropos desde hace siglos. Así que evacuaron a los jóvenes mientras que los

adultos están tratando de contactar con las manadas más cercanas, como la de

Cardiff.»

«Cuando me enteré de que le habían detectado en tu casa, corrí allí para ver que había

pasado y si estabas bien, pero cuando llegué no había nadie, solo signos de pelea.

Rastreé tu olor, pero se perdía en medio de ninguna parte, también detecté el olor de

Leon, así que supuse que te habría llevado con Onoreok.»

—¿Cómo sabías que yo la habría llevado a algún lugar seguro?—preguntó Leon.

—No hueles como el resto de los mundaries. Te calé desde primer curso—sonrió

burlona—¿Cómo sabías tu sobre mi licantropía?

—No estuve seguro hasta que te he visto peleando con nosotros. Estuve a punto de

pensar que eras una mundarie. Aunque el apellido Wolf es revelador. Y también está el

hecho de que tu oído es más delicado y siempre parece que vas a explotar cuando

suena el timbre o hay mucho revuelo en clase.

Melinda se giró para mirar a Leon, que estaba cenando tranquilamente unas patatas

asadas que Diana había traído, mientras escuchaba la historia de la licántropa, sin

sorprenderse demasiado

—¿Y tu no piensas decir nada?

—Si; deberías cenar, no has tocado tu plato—observó.

—Lo que Simba quiere decir…—empezó Diana.

— ¿Cómo me has llamado?—preguntó Leon dejando su cena a parte.


—Simba, como en la película del Rey León—dijo Diana muy tranquila—¿No la has

visto?

Consiguió que Melinda se relajase un poco, e incluso que se riera.

—¿Sabes lo que es una película? —preguntó Diana.

—Si que lo sé, Pulgosa—contraatacó.

—¿Pulgosa? ¿Es lo mejor que se te ha ocurrido, Mufasa?

Melinda no pudo resistirlo más y comenzó a reírse.

—Sabes que no puedes ganar esta batalla, hay más nombres para leoncitos como tú

que para lobitas como yo.

—No estés tan segura, Chucho—se burló Leon.

—Lo que Simba quiere decir—continuó Diana ignorándole—es que deberías reponer

fuerzas. Mañana vas a necesitar toda la energía posible, y si os he traído la cena es para

que te la comas mientras te lo explico todo ¿vale?

Por toda respuesta, Melinda comenzó a cenar mirando a la licántropa, aun sonriente

por los motes de sus amigos, y le indicó que siguiera.

—Después de conocerte, volví a casa, le conté a mi madre que me había echo amiga

de una maga, pero que era como si no fueses consciente de ello. Mi madre me prohibió

que te contase nada, por si acaso no eras Merein, y porque pensó que sería arriesgado.

«Con el tiempo, fui confirmando de que no eras una mundarie más. Tú no eras

consciente del todo, pero hacías cosas, que no podían ser obra de una niña mundarie.»

—Ojala me lo hubieses dicho—se lamentó la chica.

—Si de mi hubiese dependido, te lo habría contado todo.

—Y habrías tardado dos semanas que te creyera—dijo Leon.

—¡Eh! —exclamó la susodicha, dándole un pequeño golpe en el hombro.

—¿Acaso es mentira?—preguntó el chico, tratando de protegerse de la chica.


Permanecieron un momento en silencio. Melinda pidió a Diana que siguiera.

—Sin pensármelo dos veces, cogí una mochila y metí en ella lo esencial, y me fui a

casa de Onoreok, pero habían pasado ya un día, y tuve que seguiros, no fue fácil, sobre

todo al principio, porque como habían pasado varias horas, no pude rastrearos con mi

olfato. De modo que no me quedó más remedio que buscar una manada de lobos.

Tardé varios días en encontrar a los lobos alados.

—¿La manada de Luper? —preguntó Melinda mirando a la loba que descansaba junto

a la chimenea.

—O lo que queda de ella—Diana bajó la cabeza con tristeza—El Cazador los masacró

y apenas quedaban cuatro lobos.

Luper gimió desde su sitio.

—Me costó un poco, porque hacía tiempo que no hablaba con ninguno—siguió Diana

acariciando a Luper consoladoramente—cuando conseguí hablar con ellos con total

fluidez, me indicaron por donde os habíais ido, os habían visto ir a caballo en

compañía con un cachorro, pero empezó a llover y perdí el rastro. Después de que

hubiesen pasado casi una semana y media, volví a encontrarlo, y para cuando conseguí

alcanzar el lugar donde habíais estado de campamento unas dos semanas—Melinda se

asombró de que Diana hubiese sabido con exactitud cuando tiempo habían quedado en

un mismo lugar—Os habíais tele transportado a otro lugar.

«Personalmente, tenía mis dudas acerca de vuestro destino, Onoreok no es un chaval y

vosotros no habíais dado ninguna pista sobre vuestro destino. Me parecía disparatado.

¿Qué tendríais que hacer vosotros en el mismísimo Templo del Fuego? No tenía una

respuesta clara. Pero era mi única pista fiable.»

Diana hizo una pausa para beber un trago de agua.


—No hay mucho más que contar, al llegar a Aremi Vuur os encontré en medio de una

lucha muy desigual.

Calló un pesado silencio en la tienda, tan solo interrumpido por el crepitar del fuego y

de Luper comiendo en su alfombra un trozo de comida que Leon le había dado

mientras Diana contaba su historia.

—¿Es todo?—preguntó Melinda entonces.

—Solo me falta preguntar por qué habéis venido aquí—respondió la chica con

sencillez.

A Melinda se le escapó un bostezo.

—Será mejor que vallas a dormir—dijo Leon, que había permanecido en silencio casi

toda la historia—mañana necesitarás todas tus energías. Yo me quedaré un rato, ya que

Diana ha tenido la amabilidad de contarnos su historia, le contaré yo la nuestra.

Melinda no discutió, aunque el tono de Leon había intentado ser amable, la verdad es

que no le había faltado cierto desagrado, les dio las buenas noches y se dirigió a la

puerta que conducían a la habitación de las literas.


Capitulo 14: Aremi Vuur

Diana despertó a Melinda cuando los primeros rayos del sol comenzaron a salir

tímidamente por el horizonte.

Tuvo que hacer cuatro intentos para poder despertarla, la joven se había pasado la

noche sin poder pegar ojo. Las visiones la habían visitado al menos tres veces aquella

noche, incluso despierta, había escuchado aquella voz grave, llamándola.

—Vamos, Mel—dijo Diana con una pequeña sonrisa, tendiéndole un cuenco con leche

—tenemos que desayunar y estar despiertos para entrar.

Melinda gruñó algo que sonó como un “gracias” y se sentó en la mesa que había en la

estancia principal, Luper, que parecía totalmente recuperada, gemía lastimeramente

junto a Leon, este terminó dándole una magdalena murmurando algo sobre lobos

manipuladores. La loba alada se alejó hasta la alfombra que había junto a la chimenea,

ya apagada, y se comió allí la magdalena.

—¿Has dormido bien?—preguntó Diana a su amiga.

—No—respondió, cogió una cuchara y la llenó en un cuenco con trocitos de cereales y

se la llevó a la boca.

—No habrá sido por el frío—comentó Leon—instalé un hechizo térmico en la tienda.

Por mucho que baje la temperatura por la noche, esto tuvo una temperatura agradable.
—No fue por eso.

—¿La visión?—preguntó Diana, interesada.

—¿Como lo sabes?—inquirió ella con un bostezo.

—Leon me lo contó todo anoche—le recordó.—¿Creéis de verdad que Merlín estará

ahí dentro?

—No estoy seguro, pero el dragón siempre ha sido el símbolo de Merlín, Arturo y

Camelot—respondió Leon.

—¿Y si es una trampa?—siguió diciendo Diana.

—Bueno, ahí dentro habrán trampas, eso es seguro—murmuró Melinda.

—¿Crees en serio, que La Dama del Lago puede colocar visiones a una persona con la

que ni siquiera ha tenido un contacto visual?

—No tengo ningún master en encantamientos ni nada por el estilo—replicó Diana.

—Voy a entrar—dijo Melinda, seria.

—Pero ¿Y si es una trampa?—repitió su amiga, dejando a un lado una galleta de

chocolate.

—Algo me dice que no lo es—respondió Melinda, aferrando el colgante del dragón—

de una forma o de otra, sé que no podré continuar mi viaje sin entrar en Aremi Vuur.

—Pues yo no he estado siguiéndoos el rastro dos semanas enteras para irme ahora—les

sonrió Diana.

—¿Vas a entrar con nosotros?—preguntó Melinda, pasmada.

—Eso he dicho.

—Pero va a ser peligroso—replicó Melinda.

—Lo sé.

Ambas sonrieron.
—¿Y por mi no te preocupas?—preguntó Leon con cierto tono de fastidio—pues

menuda amiga.

—Eres tu el que ha decidido seguirme desde el principio—le recordó la chica—Se

supone que eres tú el que dice esas cosas.

—Cierto—Melinda pareció sentirse culpable un momento, entonces Leon añadió—

además, todo esto lo inicié yo.

—Entonces ¿vendrás con nosotras?—preguntó Melinda.

—Creía que estaba bastante claro—respondió, llevándose una taza de café con leche a

los labios.

Melinda sonrió un poco, sin poderlo evitar. Aunque no le gustaba la idea de que sus

amigos se pusieran en peligro de aquella forma. Admitía que le daba miedo estar sola

en aquella extraña aventura, y que sus amigos se arriesgasen tanto por ella, no podía

evitar sentirse bien por una parte.

Luper, Diana, Melinda y Leon miraron la gran Aremi Vuur, y escalaron con la mirada

hasta la cima del viejo volcán inactivo.

Solo su sombra infundía respeto, aquel lugar tenía algo mágico que despertaba algo en

el interior de Melinda. Algo que no tenía que ver con su inquietud.

El aura de aquel lugar era misterioso, aunque sin dejar de despertar cierto temor.

—¿Lleváis todo?—preguntó Leon.

Melinda y Diana asintieron poniendo una mano sobre una de las asas de sus mochilas,

sin despegar la mirada del volcán.


El día anterior, no se habían percatado, pero ahora que podían ver Aremi Vuur de

cerca, se dieron cuenta de que unos metros antes de la cima, había una superficie

plana, como un balcón, que sobresalía un poco de la montaña.

—¿Estáis listas?—preguntó de nuevo Leon.

Esta vez, solo asintió Diana, que colocó una mano sobre el cuello de Luper.

—Pues ya sabes lo que tienes que hacer—dijo el chico a la licántropa.

Diana asintió y se agachó junto a Luper. La loba bajó un poco la cabeza en señal de

respeto hacia ella. Diana le sonrió y le acarició la cabeza. Entonces expandió su mente

hasta la de la loba alada.

Luper, necesitamos que nos ayudes. Luper ladeó la cabeza y alzó las orejas peludas,

poniendo atención.

Después de un momento, la loba alada ladró y agitó las alas, elevándose en el aire.

—¡Muy bien, Luper!—exclamó Diana, entonces cogió la cuerda que le pasó Melinda y

la tendió a la loba—Cógelo. Vamos, Luper.

Luper obedeció y cogió la cuerda en la boca.

—¡Bien! ¡Buena chica, Luper!—le felicitó—Ahora ¡Arriba!

Luper batió las alas con energía y ascendió con la cuerda recogida en un lazo.

Los tres se quedaron en tierra, observando a Luper hasta que el sol, que había salido

hacía un par de horas, les impedía mirar, y bajaron la mirada hasta el pie de la

montaña.

Melinda aun no se podía creer que su mejor amiga le hubiese ocultado aquello durante

tanto tiempo. Era algo que se le atragantaba en la garganta.

Diana parecía ausente, aun concentrada en el lazo que tenía con Luper. Dándole

instrucciones desde allí.

—¿Aun de morros?—preguntó Leon.


—Si ¿Algún problema?—inquirió Melinda de mala manera.

—Perdone usted, milady—dijo el chico, ofendido.

—Lo siento—suspiró la chica—no debería pagarla así contigo.

—Disculpas aceptadas. Creía que habías perdonado a tu amiga.

—Y la he perdonado—dijo la chica—pero me costará un tiempo asimilarlo.

—No tardaste tanto en asimilar lo de tu magia—señaló Leon.

—Es diferente.

—¿En qué?—inquirió el chico.

—No me esperaba esto, y mucho menos de Diana—se explicó Melinda—cuando me

contaste quien era yo, al principio me pareció una autentica locura, pero luego

recordé…

Paró y miró a Leon.

—¿Qué?

—Verás… Cuando era pequeña, me costaba mucho hacer amigos, porque siempre

pasaban cosas raras cuando estaban conmigo. Yo tenía olvidada toda esa época, pero

aquella tarde recordé como nadie quería jugar conmigo, incluso me llamaban

“bruja”—recordó—y entonces apareció Diana. Con ella, dejaron de pasar tantas cosas

raras a mí alrededor, ¡que ni siquiera se como pasaban! Terminé olvidando el tema,

por fin me sentía alguien normal… Lo último que esperaba es que ella también

estuviese involucrada en esto.

—Pues la verdad es que era algo casi obvio.

En seguida se arrepintió de haberlo dicho, Melinda calló un momento.

—Tiene sentido—admitió con voz queda—ahora resulta que todo el mundo sabía que

Diana no era normal menos yo.

—A lo mejor tu subconsciente lo sabía pero lo ignoraste.


Melinda no se quedó muy convencida, sin embargo, no dijo nada más.

Leon estaba guardando la brújula en su bolsillo.

—Ya está programada normalmente, en caso de que nos perdamos, nos dirá como

continuar.

Melinda solo asintió, tragó saliva y miró a la montaña que se erguía ante ellos. Diana

aun no había dado señales de ningún tipo.

—¿Qué se cuenta sobre este lugar?—preguntó Melinda.

—Dicen que en su interior, se esconde la llave de la sabiduría, pero que el camino está

plagado de trampas y criaturas que guardan el tesoro. Cuentan que la mismísima Dama

del Lago entró.

Melinda reflexionó sobre ello. ¿La llave de la sabiduría? ¡No podía ser otro que

Merlín! Merlín era el hombre más sabio de su época, todos lo sabían, y sus sueños

indicaban que el colgante del mago la conducía hacia allí. Quizá la Dama del Lago

había conseguido entrar y había encerrado allí a Merlín.

Cuanto más lo pensaba, más sentido tenía. Se ajustó la mochila a su espalda. Si Merlín

estaba dentro, su misión era rescatarlo, y eso haría. Merlín derrotaría a La Dama del

Lago y entonces…

¿Entonces qué? ¿Volvería a Londres? ¿O se quedaría en Ávalon?

Melinda no lo sabía, pero no pudo seguir pensando en ello, porque de pronto cayó una

cuerda desde lo alto de la montaña, a unos pasos de ellos.

Diana, Melinda y Leon miraron hacia arriba; Luper había puesto la cuerda, que era

auto enrollable y se ató sola en un saliente que sobresalía del techo de la cueva.

Cuando estuvo listo, Luper se elevó en el aire e hizo una pirueta que les hizo sonreír

un poco, Diana se adelantó y les dedicó un saludo militar antes de coger la cuerda con
la mano libre y esta empezó a subirla arriba, de una forma que no era muy rápida pero

que hizo que enseguida alcanzase el saliente.

La vieron como hacía que la cuerda que había subido se enrollase y se atase en un

saliente al lado de la primera cuerda. Cuando comprobó que estaba bien asegurada,

mandó a Luper que hiciese otra voltereta. Era la señal.

Leon se colocó junto a una de las cuerdas y Melinda lo imitó.

—Ahora empieza lo verdaderamente peligroso—dijo Leon, serio.

—Lo sé—asintió casi en un susurro, aferrando el colgante del dragón.

Ambos respiraron hondo y agarraron con ambas manos una cuerda cada uno. De

pronto, las cuerdas comenzaron a subir a una velocidad que no era muy rápida, pero

igualmente a Melinda le dio vértigo, miró a Leon con los ojos azules abiertos al

máximo, Leon sonreía divertido.

—Son cuerdas trepadoras, llevamos una cada uno en nuestra mochila—le recordó.

Melinda se aferró con fuerza a la cuerda, los nudillos se habían vueltos blancos, y no

quería pensar en lo que ocurriría si se caía.

—No mires abajo—le recomendó Leon.

—Tengo miedo—le confesó Melinda.

—Todos tenemos un poco de miedo.

—Pero yo debería ser valiente ahora mismo, no una cobarde.

Leon buscó sus ojos con la mirada, cuando los encontró le dijo:

—La valentía no significa no tener miedo. Significa seguir adelante a pesar de tenerlo.

La boca de Melinda se abrió un poco, sorprendida por aquellas palabras.

—¿Quién dijo eso?—preguntó.

—Yo—respondió Leon con una sonrisa, ladeó un poco la cabeza y añadió—¿Sabes?

Una vez, hace varios años, Calíope se encabritó y escapó al bosque. Me habían avisado
muchas veces que no fuese al bosque solo, porque habían monstruos sueltos. Pero

tenía que recuperar a mi yegua, así que fui y volví a casa con ella.

—¿Por qué me cuentas eso?—preguntó Melinda.

—Para que dejes de pensar en la caída—le reveló.

Melinda se puso un poco pálida.

—Vale, sigue contándome cosas—dijo apremiante.

—Pues… El mundo de los mundaries es bastante machista ¿sabías? En Ávalon y

Camelot, las mujeres y los hombres son considerados iguales. Aquí, por lo visto,

cambiaron ciertas historias y por eso no sale ninguna historia de mujeres entre los

caballeros de Arturo. Recuerdo una de ellas, se llamaba Belladonna, como mi prima.

—¿Belladona?

—Todos la llamamos Bella—asintió Leon, en sus ojos había tristeza—no soporta que

la llamemos por su nombre completo. Aunque Belladonna fue una guerrera muy

valiente y es un honor que la hayan llamado como ella. Murió en la batalla contra

Mordred.

En ese momento, llegaron al nivel del suelo del llano de la montaña y soltaron el trozo

de cuerda al que se habían aferrado, Melinda se quitó los guantes que se habían puesto

todos por la mañana y Leon se echó una de las cuerdas a la mochila mientras Diana se

guardaba la otra y Luper aterrizaba al lado. Melinda observó el lugar donde se

encontraban. Se acercó a la pared de piedra que tenían enfrente, Luper trotó hasta su

lado. Leon estudió la pared mientras las dos chicas estaban junto al borde, sin moverse,

mirando con atención los movimientos de su amigo. La pared rocosa era casi lisa, echo

que desconcertaba a Leon.

—Una pregunta tonta ¿cómo entramos?—preguntó Diana, impaciente.


—Por si no te habías dado cuenta, es lo que trato de averiguar, Pulgosa—respondió

Leon, chasqueando la lengua mientras empezaba a palpar la pared.

Diana iba a contestar, pero Melinda la acalló con una mirada.

Entonces la mano de Leon dio con algo. Pasó la mano de nuevo por la piedra y se dio

cuenta que debajo del polvo había un mensaje grabado.

—¡He encontrado algo!—anunció.

Diana y Melinda se acercaron con curiosidad mientras Leon pasaba la mano por la

pared, quitando más polvo y descubriendo el mensaje entero. Estaba en una lengua que

Melinda no conocía.

—Es arcaico antiguo—tradujo Leon— “Bienvenido, visitante. Estas ante la puerta de

Aremi Vuur, pero si aprecias tu vida, darás media vuelta. Si te atreves a continuar, aquí

comienza el viaje. Piénsalo bien antes de cruzar el umbral, puede que no encuentres la

salida.”

Permanecieron un momento en un silencio casi solemne.

—¿Y como se entra?—preguntó Melinda.

Diana se adelantó y empezó a palpar los símbolos de la pared.

—Pues no se como se puede entrar aquí,… —De pronto el símbolo de la pared que

representaba unas llamas, se hundió en la pared.

La licántropa iba a decir algo, pero nunca salió de sus labios.

La tierra comenzó a temblar, y la montaña entera parecía quejarse con estruendo,

Melinda gritó tratando de agarrarse a algo, entonces se abrió una trampilla justo debajo

de Diana, la licántropa cayó por ella con un grito.

—¡Diana!—la llamó Melinda, asustada.

Pero no obtuvo respuesta, todo volvía a estar tranquilo, aunque el agujero por donde

había desaparecido Diana seguía en el suelo.


Sin pensárselo dos veces, Melinda saltó por la trampilla que se había tragado su amiga.

Pensaba que caería en el suelo, sin embargo comprobó mientras un grito se escapaba

de su garganta, que descendía velozmente por una especie de tobogán.

No tardó demasiado en llegar al final, calló bruscamente en el suelo de piedra.

—¡Mel! ¿Estás bien?—preguntó Diana ayudándola a levantarse.

—Creo que si—contestó sacudiéndose el polvo de la ropa— ¿Dónde estamos?

Melinda miró a su alrededor, estaban en algún lugar dentro de la montaña, todo estaba

sumido en una semioscuridad.

Diana iba a contestar algo, pero otro cuerpo calló al suelo con un quejido.

—¡Leon!—exclamaron a la vez las dos amigas.

—Así me llaman—dijo el chico desde el suelo.

Las chicas iban a ayudarlo a levantarse, pero el cuerpo peludo de Luper aterrizó

encima del chico.

Melinda y Diana comenzaron a reírse, a su pesar, Leon resopló desde el suelo y Luper

dio un pequeño ladrido antes de levantarse de encima de Leon.

El chico se levantó rápidamente del suelo, sacudiéndose la ropa tratando de recuperar

algo de dignidad mientras Melinda y Diana dejaban de reírse.

—Buen aterrizaje, Simba—bromeó Diana.

—Cállate—casi gruñó él, después, como había echo Melinda miró alrededor—Bueno,

al parecer hemos conseguido entrar.

Leon se acercó a la pared rocosa que más cerca tenía y comenzó a examinarla.

Las dos chicas estaban totalmente calladas, Luper se colocó junto a Leon y comenzó a

husmear la pared junto a él, Leon chasqueó la lengua con disgusto y se descolgó la

mochila de su espalda, buscando algo que no tardó en encontrar.

Sacó una piedra muy redonda de color azulado blanquecino.


—¿Qué haces?—preguntó Melinda con curiosidad.

—Esta es una piedra de luna. Mira—apretó la piedra en su mano—Lux.

La piedra se iluminó en la palma de la mano del chico, iluminando un poco su rostro.

—También lo llamamos iluminador, cada una tenéis uno en vuestra mochila, si queréis

algo de luz, solo tenéis que encenderlo.

Acercó el iluminador a la pared y la inspeccionó.

—Magnesio—asintió para si.

—¿Qué?—preguntaron las chicas.

—En serio, deberíais atender más en clase—dijo el chico sin apartar la mirada,

tocando la pared con la yema de los dedos—porque si en vez de dibujar, os pusierais a

atender, ahora no tendría que explicar que el magnesio es un elemento de la Tabla

Periódica altamente inflamable, si hubieseis conjurado un fuego para iluminar esto o

lanzado algún hechizo de este tipo, esto habría explotado con nosotros dentro.

Diana y Melinda pusieron cara de culpabilidad.

—Menos mal que Simba es un poco empollón ¿verdad?—sonrió Leon de medio lado.

—Y… ¿ahora que?—preguntó Melinda, mirando alrededor.

—Pues tenemos que encontrar la manera de salir de este sitio, y buscar lo que se

supone que estamos buscando—dijo Leon.

Melinda sacó de su mochila un iluminador y lo encendió como había visto hacerlo a

Leon, y se acercó a la pared, Diana no hizo nada por buscar el iluminador de su

mochila y comenzaron a buscar la salida.

—Me parece que la única entrada es por la que hemos llegado—dijo Diana al no

encontrar ninguna puerta o inscripción. —Estamos atrapados.

—Tiene que haber una manera—murmuró Melinda.


Luper comenzó a ladrar de pronto, los tres amigos se giraron a mirarla. La simargl

movía la cola como un ventilador mientras olisqueaba algo, Leon se apresuró a

acercarse. Luper estaba olfateando unos huesos que eran demasiado grandes como

para ser de un animal.

—¿Es… Era humano?—preguntó Melinda con un hilillo de voz.

—Eso parece—asintió Leon, no mucho más contento que ella con el descubrimiento.

Diana olfateó el aire.

—No hemos sido los únicos que han estado aquí.

—¡Oh, no me digas!—exclamó Leon fingiendo sorpresa—muy bien, lobita, pero eso

ya nos lo ha confirmado el señor Huesitos.

—Me refería a muy recientemente—Diana descolgó su arco plateado del hombro y

colocó una flecha—y no huele a humano.

Como respuesta, escucharon como algo se acercaba. Además se escuchaba un horrible

chasquido que era cada vez más fuerte.

Luper gruñó con las orejas pegadas al cuello a alguna parte de la oscuridad, cuando

Melinda alzó la piedra de luna, soltó un grito.

Era un enorme escorpión grande como un camión. Sus pinzas chasqueaban cuando el

escorpión las cerraba, su aguijón estaba en alto y cargado de veneno letal.

—¡Apartaos de el!—gritó Leon—¡No uséis el fuego!

Diana miró a Luper, y la smilarg retrocedió con ellos hacia la pared más cercana,

mientras el escorpión se acercaba chasqueando sus pinzas.

Melinda probó a lanzar una bola de energía, no hizo ningún efecto.

—¿Cómo derrotamos a esa cosa?—preguntó Diana mientras soltaba una flecha que

impactó cerca de la cara, pero el escorpión no pareció darse cuenta siquiera.

—¡Tenemos que conseguir que se clave su aguijón!—dijo Leon.


—Ah, bueno, si solo es eso…—dijo sarcásticamente Diana disparando otra flecha.

—¡Frigidus!—gritó Melinda. Las pinzas del escorpión se congelaron en bloques de

hielo.

Leon sacó la espada que le había quitado a uno de los Caballeros de las Tinieblas, cuyo

acero estaba muy afilado y el mango de la espada era negro como el carbón.

Lanzó una estocada hacia un costado de la criatura y esquivó por los pelos el aguijón.

—¡No os quedéis ahí paradas! ¡Ayudadme!

Luper fue la primera en intervenir. Batió sus alas y atacó la cara del monstruo. El

aguijón cayó sobre ella. O eso habría hecho si Melinda no hubiese alzado un escudo

que paró el aguijón a centímetros de la loba alada.

Diana se acercó con su arco y trató de herir a la criatura, mientras que Melinda hacía

crecer unas enredaderas que inmovilizaron sus patas e hicieron tropezar a la criatura.

Leon aprovechó el tropiezo de la criatura para lanzar una nueva estocada en las tripas

del escorpión, que chilló de dolor mientras le brotaba una sangre verdosa amarillenta y

viscosa. Una de las patas hizo que el chico saliese disparado y se estampase contra la

pared rocosa antes de caer al suelo.

—¡Leon!—gritó Melinda.

El escorpión lanzó un nuevo chillido y lanzó el aguijón donde estaba Melinda. Diana

gritó y la apartó de la trayectoria, salvándose ambas por los pelos.

—Asegúrate de que Simba está bien—dijo Diana.

Se apartó de ella y aulló echando hacia atrás la cabeza, sonaba exactamente igual que

el aullido de un lobo, a Melinda se le heló la sangre en las venas, pero su amiga le

guiñó un ojo antes de que su cara se alargase en un hocico. Antes de que Melinda se

diese cuenta, en el lugar donde había estado su amiga había una loba de pelaje del

color de la miel, cuyos ojos del mismo color le sonrieron divertidos antes de echar a
correr hacia el gran escorpión. Luper se encaminó tras ella, Diana aulló de nuevo y la

simargl la coreó.

El escorpión las estaba esperando y lanzó contra ellas su aguijón, pero las dos lobas se

dispersaron y el aguijón se clavó en el suelo. Melinda conjuró de nuevo las

enredaderas alrededor de las patas del escorpión y se aseguró de que las pinzas de la

criatura seguían congeladas.

Luper batió las alas y se posó en la espalda del escorpión, bajo las órdenes de la loba

de color miel, que trepó también a la espalda y hundió las zarpas en ella.

El escorpión intentó moverse, pero Melinda estaba concentrada en que las enredaderas

siguiesen inmovilizando las patas, y parte del cuerpo, para que no pudiese dar la vuelta

o algo por el estilo. Entonces el escorpión levantó el aguijón y las lobas se reunieron

en el punto donde debía estar el corazón, esperaron hasta el último momento para

apartarse de su trayectoria y el aguijón venenoso se hundió en el cuerpo de la criatura.

Diana y Luper saltaron de su espalda y corrieron hacia donde estaba Melinda, mientras

el escorpión se desplomaba muerto.

—¡Genial!—exclamó contenta—¡Bien hecho!

Luper ladró y sacó la lengua. Diana volvió a su forma humana.

—¿Y Simba?

Melinda se acordó entonces de su amigo y corrió junto a él.

—¡Leon! ¿Estas bien?—preguntó agachándose a su lado.

Leon levantó la cabeza, de la sien bajaba un hilo de sangre.

—Dame… Un momento… Estoy bien.

Melinda le ayudó a ponerse en pie.

—No me des las gracias, Simba—dijo Diana mientras buscaba en su mochila y sacó

un pañuelo y se lo tendió.
Leon gruñó por lo bajo mientras aceptaba el pañuelo y se secaba la sangre.

—Ya, ya, no está mal para estar llena de pulgas—replicó.

—Bueno, ahí estaba la primera prueba—dijo Melinda, que cogió su piedra de luna,

que se había caído mientras luchaban, y la iluminó otra vez.

Pasaron junto al cuerpo del escorpión con recelo, pero no se movió y pasaron al otro

lado, del lugar de donde había venido. Había un hueco en la pared, Melinda alzó su

piedra de luna y la luz dejó al descubierto unas escaleras talladas en la piedra.

—He encontrado la salida—anunció.

Leon se acercó con su propia piedra de luna.

—Yo iré delante—decidió Leon—no sabemos si hay más escorpiones por aquí.

Diana estaba recuperando las flechas del cuerpo del escorpión, se acercó con Luper

rápidamente.

Leon empezó a subir primero, con la espada de nuevo en la vaina que tenía ajustada a

la espalda, en una mano llevaba su piedra iluminada. Le seguían Melinda, Diana y

Luper, que subían detrás del chico, con sus propias piedras en la mano.

—Creía que solo podías transformarte en lobo cuando era luna llena—dijo Melinda.

—En realidad, puedo hacerlo si me concentro. Nos entrenan desde cachorros para

transformarnos a voluntad, aunque aún me cuesta.

—¿Y que pasa en luna llena?—preguntó Melinda.

—Hay adultos que pueden controlarse en luna llena. No es mi caso—dijo algo

avergonzada—pero si Nau y Thana pueden, yo también. Sé que puedo conseguirlo.

Los cachorros que no podemos controlarnos, estamos bajo la tutela de Fenrick.

—¿Quién es Fenrick?—preguntó Melinda.

—Es el tercero al mando. Nos enseña a los cachorros cosas como la transformación,

lucha,…
—Ah, bueno—dijo Melinda, intentando pasar por alto que no eran las típicas cosas

que enseñaban a unos niños—¿Y cuando aprendéis a controlaros?

Diana suspiró.

—Controlar tu lado lobuzno en luna llena es complicado. Hay algunos adultos que aun

no pueden controlarse. Normalmente aprendemos de catorce a dieciséis años.

—¿Y no hay ninguna otra cosa que podáis hacer para controlaros? ¿Os quedáis todos

al cuidado de Fenrick? ¿No es mucho trabajo para uno solo?

—Un hombre lobo inestable es peligroso—Diana se encogió de hombros—y Fenrick

no puede estar pendiente de tranquilizar y cuidar de todos. Le ayudan algunos adultos

que controlan las transformaciones. Un lobo adulto es demasiado fuerte para unas

simples cadenas. Y ni hablar de una puerta de nada. Así que normalmente tenemos

otros métodos.

—¿Cuáles?

—Normalmente, cada casa cuenta con una sala especial para las transformaciones.

Aunque en casa somos muchos. También usamos pociones para que no se duerma

nuestra parte racional y estar conscientes en el cuerpo del lobo. Aunque es muy difícil

contactar con un mago que haga una poción en condiciones. Y no es barata. Además

los magos no suelen ayudar a los licántropos, ni a los vampiros, ni nada por el estilo.

Dicen que somos monstruos y no somos de fiar.

Miró a Leon significativamente.

—A Simba no le he caído muy bien—dijo en tono confidencial, aunque el eco hizo

que llegase a oídos de Leon, pero no dijo nada.

—Eso es como discriminación—dijo Melinda—además, vosotros no podéis elegir lo

que sois ¿no?


—La mayoría no, desde luego—respondió Diana—a mi padre lo atacaron cuando era

un niño. Mi madre cuando era una adolescente. La manada les encontró y los acogió,

se enamoraron y tuvieron a mis hermanos y a mí.

—¿La licantropía se transmite por los genes?—preguntó Melinda con curiosidad.

—Los niños de dos padres licántropos pueden heredar ciertas características como el

gusto por la carne poco hecha, cierta afinidad con los lobos,… aunque algunos se

libran. Pero si no eres licántropo. No puedes pertenecer a la manada. Y cuando naces

tus padres tienen dos opciones: o te dan en adopción para que alguien lo críe, o Peter te

muerde. El mordisco puede matarte o convertirte.

Melinda la miró horrorizada. Diana se subió un poco la camiseta por el costado para

que Melinda apreciase las marcas de dientes.

—Mi padre es el segundo al mando y no tiene elección. Así que un par de años

después de nacer, cuando tus defensas son más fuertes…

—¡Eso es horrible!—se horrorizó Melinda.

—Peter es un líder férreo—Diana se encogió de hombros, aunque Melinda apreció

como le temblaban ligeramente las manos, posiblemente, por el recuerdo del mordisco

—por eso no nacen muchos en la manada. Y la mayoría de los que nacen son

adoptados o… No sobreviven al mordisco—se estremeció y bajó la voz—nosotros

perdimos a Oliver. ¿Recuerdas que te dije que tenía un hermano que lo había atacado

un perro salvaje?—Melinda asintió escandalizada—Pues ya sabes la verdad.

Melinda cerró los ojos un momento, tratando de asimilarlo. Ella había conocido a la

familia de Diana, y se llevaba bien con sus hermanos. Sabía que a sus padres aun les

dolía la muerte de Oliver, que había muerto con apenas cinco años de edad, era el

menor después de Kayra. Diana le había dicho que cuando su padre estaba paseando
con el pequeño, un perro enorme y salvaje les atacó y Oliver había muerto. Ahora que

sabía la verdad, sintió un gran odio hacia el tal Peter.

—Y tus padres… ¿No pudieron hacer nada?—preguntó Melinda, enfurecida.

—Peter es el alfa, el líder, si mi padre se hubiese revelado contra él, hubiesen venido a

por nosotros. No es la primera vez que ocurre.

Melinda continuó subiendo en silencio. Los pensamientos de Diana estaban muy lejos

de allí.

—Algún día, algún licántropo querrá ser el alfa. Y recibirá su merecido—murmuró

más para si que para su amiga.

No hablaron más durante mucho tiempo, no sabían si había pasado una hora o quizá

menos, mientras subían, cada uno en sus propios pensamientos. Cuando Melinda creía

que no podía subir más, Leon se detuvo.

—¿Qué pasa?—preguntó Melinda.

—Mirad. Ahí delante—señaló Leon.

Melinda y Diana se pusieron a ambos lados. Las escaleras se habían acabado, lo cual

los viajeros agradecieron. La galería se extendía ligeramente hacia arriba, en lugar de

la subida tan brusca y vertical que acababan de realizar. Melinda se dio cuenta de que

ese lugar estaba ligeramente iluminado por una luz dorada.

—¿Hemos llegado?—preguntó Diana.

—Demasiado fácil—dijo Leon deteniéndolas por el brazo.

—No te preocupes, Simba, si algo va mal te protegeremos—le aseguró Diana

avanzando, aunque se había descolgado el arco y había colocado una flecha, Luper

trotaba a su lado con sus alas replegadas en el lomo.

—O yo a ti, Katniss Everdeen—replicó él, que apagó la piedra y se la guardó en el

bolsillo y se giró hacia Melinda—Vamos.


Melinda apagó también su piedra lunar y les siguió.

Capitulo 15: La pradera del Olvido

Caminaron por el túnel un largo rato, a medida que avanzaban, la luz se hacía más

intensa.

—Pero ¿Que…?—empezó Diana.

La luz provenía de una pradera llena de verde y mullida hierba verde. Había un cielo

azul sobre sus cabezas, y un río de aguas cristalinas donde se reflejaba el color dorado

del sol. Aunque era extraño, porque no veían el sol, pero la pradera estaba tan

iluminada como un día con el cielo despejado.

—En nombre de la Excalibur ¿Qué demonios significa esto?—Leon observaba el

prado descolocado—¿Por qué hay una pradera y un cielo en el interior de un antiguo

volcán?

—A lo mejor es como en Viaje al centro de la tierra o algo así—dijo Melinda—

tampoco es muy normal que te ataque un escorpión enorme.

—Pero dentro de lo que cabe, esto no es normal—seguía diciendo Leon—debe haber

alguna especie de trampa.

—No hay otro camino—dijo Melinda—enfrentémonos a lo que quiera que hay que

enfrentarse y sigamos adelante.

—No se, Mel, igual Simba tiene razón…—dijo Diana, tensando la cuerda del arco un

poco.
—No podemos dar media vuelta, solo seguir adelante—dijo Melinda—es el único

camino.

—¿Por qué no olfateas un poco el aire, Pulgosa? A lo mejor detectas algo.

Diana le fulminó con la mirada, le dio la espalda, mirando hacia la pradera y cerró los

ojos. Se concentró en los olores que percibía en el aire… Pero no detectó nada que

delatase un peligro.

—Nada.

Los tres sentían la necesidad de acercarse a echar un vistazo.

—Bueno… Quizá no sea nada malo. A lo mejor es un lugar donde descansan algunos

monstruos como el escorpión—murmuró Leon mientras se encaminaba hacia el valle.

Diana y Melinda le siguieron, Luper sujetó a Leon por la pernera de su pantalón y

tiraba hacia atrás, mientras que estiraba las alas, impidiendo pasar a Diana y Melinda.

—¿Qué te pasa?—preguntó Leon sacudiendo la pierna para sacarse de encima a Luper.

—Vamos, Luper, déjanos pasar, tenemos que seguir adelante—dijo Diana.

Pero Luper no parecía por la labor. Leon consiguió soltarse y avanzó hacia la pradera,

Diana y Melinda pasaron entre las plumas de la loba alada y alcanzaron a Leon. Luper

soltó un potente ladrido y trató de detenerles, pero cuando el pie de Leon, Diana y

Melinda tocó la línea donde empezaba la hierba, se detuvieron de golpe.

La chica del pelo de color miel se giró hacia ellos.

—¿Quiénes sois?—inquirió.

—¿Cómo que quienes somos?—preguntó la morena—yo soy…

Se detuvo en medio de la frase. ¿Quién era? Sabía que debía tener un nombre… Puede

que hasta dos… Pero por alguna extraña razón no conseguía recordar su vida antes de

entrar en la pradera.
—Yo… Tenía algo que hacer—dijo el chico de pelo castaño, tenía una expresión

confundida, como la de las chicas en el rostro—pero no lo recuerdo.

Se quedaron un momento callados, observándose los unos a los otros.

—Ya sé a que hemos venido—dijo la chica del arco después de un rato en silencio.

Miraba la pradera con expresión anhelante—hemos venido a quedarnos aquí.

Los otros dos miraron el lugar. Había un árbol lleno de apetitosas manzanas rojas, el

suelo estaba cubierto de hierba y flores, y todo invitaba a la tranquilidad.

—Si, estoy seguro de que si—asintió el chico, y se encaminó hacia el árbol.

Los tres llevaban un rato descansando bajo la sombra del árbol. Las chicas se

entretenían recogiendo flores y haciendo una cadena con ellas. El chico había cogido

el arco y las flechas de la chica y disparaba a las manzanas más altas, a veces le daba a

alguna, pero no conseguía bajarlas del árbol.

Habían encontrado un extraño lobo con alas, que parecía querer algo, pero ninguno de

ellos tenía ganas de hacerle caso.

La morena dejó una de las cadenas de flores en un momento dado.

—Voy a beber agua—dijo a su compañera.

Esta asintió y empezó a tararear mientras seguía añadiendo flores a su cadena. La chica

morena caminó hacia las aguas, que parecían doradas. El lobo alado empezó a ladrar

nerviosamente a su alrededor.

—¿Qué te pasa amigo?—preguntó.

El lobo agitó sus extrañas alas mientras seguía ladrando.

—Piérdete ¿Quieres?—dijo pasando a su lado, sin paciencia.

Se agachó junto a las aguas. Cuanto más las miraba, más sed tenía. Posiblemente le

pasaba lo mismo al chico que seguía disparando flechas hacia las manzanas. Se agachó
un poco más para recoger el agua con las manos, pero algo se deslizó hacia delante de

pronto.

La chica se dio cuenta de que llevaba un colgante. Lo observó mejor. Era un dragón.

Un dragón… Era el colgante de Merlín. Se lo había dado Onoreok.

Abrió mucho los ojos al darse cuenta de que había recordado algo. A partir del hilo del

colgante y el tal Onoreok, siguió tirando hasta que recordó que ella era Melinda Pond,

también conocida como Merein, la elegida de Merlín. Estaba en Aremi Vuur, que

según Leon era una montaña en Australia oculta para los mundaries gracias a antiguos

y poderosos hechizos. Había viajado allí con Luper, Leon y Diana, en busca del

secreto del Templo del Fuego. La llave de la sabiduría.

—¡Diana! ¡Leon! ¡Luper! —gritó poniéndose de pie y dejando el río a un lado.

Luper ladró mientras movía su cola como un ventilador. Sin embargo sus amigos la

miraban con extrañeza.

—¿Cómo me has llamado? ¿Luper?—preguntó Diana, confundida.

—¡No! ¡Te llamas Diana, y eres mi mejor amiga!—exclamó Melinda, se giró hacia el

chico—Y tu te llamas Leon, y me enseñas magia y a luchar. Yo soy Melinda. Vuestra

amiga. Merein.

Leon y Diana la miraban como si les estuviese explicando que su abuela hacía skate.

Entonces sus expresiones cambiaron a concentradas, como si tratasen recordar algo, un

momento más tarde, Diana la miró con reconocimiento.

—¡Mel! ¿Qué ha pasado?

—¡Este lugar tiene hechizos desmemorizantes, además tiene un efecto de atracción,

para que los que llegan aquí no quieren irse!—exclamó entendiéndolo de golpe—

¡Pensadlo! ¿Dónde está el sol? ¿Por qué el agua tiene ese color? ¡Es su color natural,

no el reflejo del sol!


Diana y Melinda comprendieron lo que quería decir Leon. Luper ladraba junto a un

punto bastante alejado del río, con impaciencia, y los tres llegaron junto a ella.

Melinda soltó un grito de espanto y se apartó del agua, pero en sus retinas seguía la

visión de los esqueletos apilados en el fondo.

—Por eso no salen de aquí—completó Diana apartándose, asqueada—las manzanas

están demasiado lejos para que las alcancen, y como los magos que llegan aquí no

recuerdan que tienen magia, nadie puede bajarlas. Y como les entra hambre, van al río

a llenar el estómago. Pero el agua debe tener alguna especie de veneno. Por eso no

vuelven.

Leon arrancó unas briznas de hierba y las lanzó al agua dorada. En cuanto entraron en

contacto con el agua, se incendiaron hasta consumirse rápidamente. Los cuatro

retrocedieron instintivamente.

—Vámonos de aquí—decidió Diana, recuperando su arco y sus flechas de donde Leon

las había dejado.

Melinda señaló con la palma de la mano las flechas que se habían clavado en las

manzanas.

—Subvolo.

Las manzanas, con las flechas clavadas en ellas, se elevaron hasta que se

desprendieron de las ramas, Melinda detuvo el hechizo y las manzanas cayeron al

suelo de golpe, Diana arrancó las flechas y las devolvió a su carcaj rápidamente, Leon

y Melinda la ayudaron.

Leon observó una de las manzanas.

—No parecen venenosas… Quizá deberíamos llevarlas con nosotros, por si nos hacen

falta.
Las chicas estuvieron de acuerdo siempre y cuando saliesen rápidamente de allí. Leon

se las guardó y se encaminaron a paso rápido de la pradera, y no pararon hasta dejar

atrás la hierba.

—Gracias, Luper—dijo Melinda acariciándole la cabeza—nos has salvado.

La simargl movió la cola y lamió su mano, después siguieron caminando.

Capitulo 16: El laberinto de cristal.

Después de la experiencia en la pradera del Olvido (así la había llamado Leon), habían

seguido caminando por el túnel que seguía ascendiendo lentamente. Habían recobrado

fuerzas descansando en la pradera, pero al cabo de un rato, sentían otra vez cierto

cansancio, pero no se detuvieron. Cuando quedó atrás el resplandor de las aguas de

fuego, Melinda y Leon sacaron otra vez sus piedras de luna que iluminaban el camino.

—¿Tu no tienes?—preguntó Melinda a Diana.

—Eso son cosas de mago—dijo Diana—además, ser licántropa tiene ciertas ventajas.

Te desenvuelves mejor a oscuras.

No insistió y siguieron caminando en silencio. Melinda estaba empezando a preguntar

cuál sería la siguiente prueba cuando el camino que tenían delante se iluminó otra vez

con una luz rojiza.

Los tres se miraron y después fijaron la vista en Luper, pero la simargl no parecía

especialmente preocupada y después de un momento de vacilación, apagaron las

piedras de luna y siguieron adelante.

Estuvieron unos minutos caminando cuando de pronto vieron unas criaturas que

Melinda había visto en su libro de magia.

Eran cinco. Tenían una belleza violenta y majestuosa, eran lagartos grandes de torso

erguido de color negro como el carbón y manchas amarillas, de sus cuerpos salía cierto
resplandor rojizo, con cuatro patas terminadas en cuatro garras, alas cortas, cola

alargada afinándose hacia el extremo y la cabeza dragontina, una de ellas sacó una

lengua que terminaba en forma de flecha.

—Salamandras—murmuró Melinda.

—Las guardianas del fuego—asintió Leon a su lado, sobrecogido.

—¿Qué hacemos?—preguntó Diana en un susurro.

Ah, viajeros habló la voz de una de ellas en sus mentes.

Hacía siglos que no recibíamos visitas dijo otra.

Basta de charla. Han derrotado al escorpión y pasado La Pradera del Olvido-Así que

Leon tenía razón sobre el nombre pensó Melinda-pero no pasarán de aquí.

Las cinco abrieron sus fauces y sisearon como serpientes, Diana se estremeció y agarró

la muñeca de Melinda. Recordó que su amiga tenía fobia a las serpientes.

—No lo entienden—dijo Melinda, adelantándose un poco, aunque Diana tiraba hacia

atrás, asustada. Y la licántropa era fuerte—venimos por Merlín.

¿Merlín? Preguntó una de las salamandras ¿De que diablos hablas, niña?

—Yo… Su colgante…—balbuceó mientras enseñaba el colgante del dragón.

Las salamandras se aproximaron con interés, Diana seguía estirando hacia atrás, pero

Melinda tenía la certeza de que solo iban a echar un vistazo y pese a los tirones de su

amiga, no se movió.

Las salamandras miraron el colgante que Melinda se había sacado del cuello y lo

tendió delante.

Tiene el colgante dijo una de ellas.

¿Y como sabes que es el colgante verdadero y no una imitación? Replicó otra.

¿Acaso no sientes el poder de la chica y el colgante, hermana? Preguntó.

Si lleva el colgante, entonces él la está esperando dijo una de ellas, sabiamente.


Dejaron de escucharlas un momento, pero parecían comunicarse con silbidos similares

al crepitar del fuego y siseos que hicieron que Diana apretase con más fuerza la

muñeca de su amiga.

—No son serpientes, Caperucita, no te preocupes—susurró Melinda a su amiga.

—¿Caperucita?—repitió Leon en voz baja—ese si que es un buen apodo.

—No es el momento, Simba.

Valientes viajeros escucharon de nuevo la voz de las salamandras en sus mentes

hemos decidido que antes de que os llevemos a vuestro destino, vais a pasar por la

última prueba.

—¿Otra prueba?—gimió Diana—¿Es que no han sido ya bastantes?

Esta prueba no es física, Niña de la Luna replicó la salamandra de voz sabia es una

prueba necesaria. Si tu y tus amigos sois puros de corazón y vuestras intenciones son

buenas, entonces nosotras mismas os escoltaremos hacia vuestro destino.

—¿Y como demostramos eso?—preguntó Melinda.

Vais a internaros en el Laberinto de Cristal. Está tras la puerta que guardamos.

Justo cuando lo dijo, el muro detrás de ellas se abrió hacia ambos lados, al otro lado

había una profunda oscuridad.

Adelante, valientes viajeros.

Melinda avanzó la primera y después de un momento de vacilación, se internó en la

oscuridad. La siguió Diana, mirando a las salamandras con recelo, y después pasó

Leon, seguido de Luper, que trotaba a sus pies.

Melinda miró a su alrededor, pero no conseguía ver nada.

—¿Leon?—llamó—¿Diana? ¿Luper?
Pero nadie respondió. De pronto unas chispas bailaron a sus pies, y se expandieron

como lenguas de fuego escarlata formando un sendero que la conducía hacia delante,

el lugar se iluminó de pronto, como si hubiesen antorchas a su alrededor, aunque solo

era el sendero de fuego.

Delante de ella el fuego se estrechaba cuando apareció una entrada flanqueada por

grandes superficies de cristal. Melinda vaciló un momento, miró atrás y llamó de

nuevo a sus amigos, pero el silencio fue la única respuesta que obtuvo, de modo que se

encaminó hacia el laberinto.

Diana se había internado en el laberinto extrañada. Si era un laberinto ¿Dónde estaban

las difulcaciones? ¿Por qué solo había un camino? Y lo más importante… ¿Dónde

estaban sus amigos?

Sacudió la cabeza y olfateó el aire en busca de algún olor que le revelase algún posible

peligro o el olor de Melinda, Leon o Luper, pero no encontró nada.

Con un gruñido de disgusto, siguió caminando.

—¿Hola?—gritó Leon, su voz rebotó en las paredes de cristal, pero nadie respondió—

¿Chicas? ¿Estáis ahí?

Luper olfateó a su lado. Leon miró hacia arriba, pero el techo estaba justo donde

acababa el cristal, y aunque Luper se elevase por encima, no vería nada.

—¿Puedes olerlas, Luper?—preguntó.

La loba alada cerró los ojos, después de un momento le devolvió la mirada a Leon y

trotó delante de él, Leon la siguió.


Melinda recorrió en silencio un buen tramo hasta que se dio cuenta de algo: En lugar

de reflejarse a si misma, el cristal le devolvía el reflejo de una niña pequeña… No,…

Era ella misma de pequeña.

Se quedó mirándose a si misma, movió el brazo y la niña la imitó. Sacó la lengua y la

descarada de la niña volvió a imitarla. Era ella. ¿Por qué su reflejo tenía tres años?

Estaba perdiendo el tiempo. Lo que tenía que hacer era llegar al final del laberinto y

encontrar a sus amigos, además de demostrar de alguna manera que tenía un corazón

puro. No tenía ni idea de cómo iba a hacerlo, pero debía hacerlo.

Caminó aunque miraba de reojo a su reflejo. A medida que iba avanzando, se dio

cuenta de que iba creciendo mientras iba viviendo su vida. Era como una película de

su vida. Se vio a si misma moviendo objetos sin tocarlos siquiera, incendiando las

cortinas de la cocina, montando en bici sin las rueditas de atrás por primera vez,

leyendo su primer libro,…

Y con ella, había una mujer. La mujer tenía el cabello castaño, ondulado y largo. Sus

ojos verdes brillaban con cariño. Abrazaba a Melinda, le contaba un cuento antes de

dormir, le curaba las heridas que se hacía, se asustaba cuando Melinda hacía algo fuera

de lo común en una niña… Elena Pond le sonreía desde el espejo, envejeciendo

también poco a poco.

Melinda miró a su alrededor, pero su madre no estaba allí con ella. Sintió el deseo de

volver atrás para ver si podría ver a su padre, su nacimiento… Pero de pronto escuchó

un ladrido.

—¡Luper!—exclamó.
Y después de una última mirada a su madre, echó a correr siguiendo el sonido de su

voz.

Diana paró en seco cuando escuchó el ladrido de Luper.

Se había quedado mirando su vida a través del cristal. Se había visto dando sus

primeros pasos, transformándose por primera vez, jugando con sus hermanos…

Se había quedado mirando al niño pequeño que estaba con ella, Thana y Nau.

Era un niño de pelo castaño y rizado, sus grandes ojos grises miraban con curiosidad el

peluche de lobo que Thana movía para él. Sus pequeñas manitas agarraron un mechón

de pelo de Diana. Nau le revolvió el pelo a Diana con cariño y le dijo algo, Diana

sonrió con orgullo y besó la frente del pequeño Oliver.

Alzó la cabeza de pronto, las lágrimas brotaban de sus ojos desde hacía un rato, al

escuchar a Luper echó la cabeza atrás y aulló.

Un aullido respondió al suyo y bajó la cabeza. Miró al cristal, cuyo reflejo se había

congelado en ese momento.

Una lágrima más resbaló por su rostro, se dio la vuelta y echó a correr buscando a

Luper, mientras se limpiaba las lágrimas con el antebrazo, dejando tras de sí una

profunda tristeza.

Leon se había maravillado viéndose a si mismo de pequeño en una lucha de espadas de

madera con Bella. Luper ladró, se dio la vuelta y la vio echar a correr delante de él.

—¡Espera!—gritó siguiéndola.
Echó a correr todo lo rápido que le permitían sus piernas, Luper había echado a correr

y no parecía tener intención de parar. Leon estaba considerando comprarle una correa,

cuando llegó a una difulcación y alguien se chocó con él, casi tirándolo al suelo.

—¡Leon!—exclamó la voz, contenta.

—¡Melinda!—Leon sonrió aliviado—¿Dónde…?

Alguien se chocó contra ellos y esta vez cayeron al suelo.

—¡Din!—exclamó Melinda.

—¡Caperucita!—dijo Leon—ya era hora.

—Oye, que Caperucita solo me lo llama Mel—replicó la licántropa, que estaba encima

de ellos—o le pagas a Melinda derechos de autor o…

Se calló porque Luper había saltado encima y empezó a lamerle la cara.

—¡Luper!—rió contenta.

—¿Estáis cómodas?—preguntó Melinda irónicamente, con la voz un poco ahogada.

—Pues si, la verdad, a ver si te estiras y nos traes unas patatas fritas o…

—¡DIANA!—se quejaron Melinda y Leon a la vez.

—Vale, vale…

Diana se levantó con Luper y ayudó a Melinda y Leon a levantarse.

—No os vais a creer lo que he visto—empezó Melinda—en el cristal… Era como una

película de mi vida. Me he visto de pequeña…

—¡Yo también!—exclamó Diana, sorprendida.

—Y yo—coincidió Leon

—¿Y viste a Mufasa?—inquirió Diana con mucho interés.

—Mirad—dijo Melinda señalando hacia delante, antes de que Leon contestase.

Delante de ellos, había un camino que en lugar de tener un gran cristal, estaba lleno de

espejos, separados unos de otros.


Avanzaron seguidos por Luper, Leon se miró en el primer espejo, frunció el ceño,

pensativo.

—¿Qué? ¿Qué pasa?—preguntó Melinda.

—Es… No es nada—dijo Leon evitando mirarla, sus mejillas se habían teñido de rojo.

Melinda miró el espejo. Estaba de pie delante de un lago. Su madre le sonreía desde el

reflejo, también estaban ahí Diana, Leon, Luper,… Estaba también la misteriosa mujer

con la que soñaba cuando era pequeña. Y junto a ella, había un hombre. Su pelo era de

color negro azabache, y sus ojos claros le sonreían. Supuso que era su padre y se

quedó embelesada.

—Melinda… ¿Qué ves? —preguntó Leon.

—Creo… Que es mi padre—murmuró.

Diana se puso a su lado, pero ella no vio al padre de Melinda, ni lo que quiera que

Leon estuviese viendo.

Delante de ella había un niño de cabello castaño y rizado, que le sonreía con cariño.

Diana lo vio borroso un momento antes de que las lágrimas cayesen de nuevo por su

rostro.

—Oliver…—murmuró con la voz temblorosa.

Apoyó la palma de la mano sobre la superficie de cristal, el niño pequeño apoyó la

suya en el mismo sitio, pero Diana no llegó a tocarle.

Alguien le puso la mano en el hombro, Leon la miraba con sus ojos castaños. Pero no

era una mirada de odio, como las primeras veces, o de fastidio como cuando le llamaba

Simba. Era una mirada amable. La primera que recibía del chico.

—Tenemos que seguir—dijo con suavidad.

Diana asintió. Besó su otra mano y la apoyó en la mejilla del niño, que le sonrió y le

hizo adiós con la mano.


—Adiós, Oliver—murmuró antes de seguir a sus compañeros. El niño la observó

alejarse.

Leon le tendió un pañuelo, Diana lo aceptó y se secó las lágrimas.

—Gracias.

Melinda le pasó un brazo por los hombros y siguieron hacia delante.

—¿Qué es lo que hemos visto?—preguntó Diana—Yo he visto a mi hermano, Melinda

a su padre… ¿Es un espejo que enseña seres queridos muertos?

Melinda negó con la cabeza.

—No puede ser, vosotros también estabais en mi reflejo y estáis vivos.

—Creo…—Leon suspiró imperceptiblemente—que muestra los deseos más profundos

de la persona que se mira en el.

—¿Y tu que has visto en el?—preguntó Diana.

—A… La Dama del Lago derrotada, y Ávalon libre.

Melinda y Diana se miraron. Leon lo había dicho convencido, pero había vacilado un

poco. Diana abrió la boca, pero Melinda negó con la cabeza y siguieron caminando.

Pasaron por delante de más espejos: uno les mostraba un lugar. Melinda vio el lago,

Diana veía el bosque y Leon veía Ávalon. Otro espejo les mostraba su imagen de

adultos, otra de jóvenes, en otro espejo, Melinda vio un dragón, Diana se vio a si

misma con su forma de lobo y Leon vio un caballo.

—¿Eso que quiere decir? —preguntó Melinda.

Leon se encogió de hombros.

—Quizá se refiera al animal que nos representa.

—¿Y por qué tu eres un caballo, leoncito? —preguntó Diana, que se había animado un

poco.

—Te voy a regalar un bozal, Caperucita.


Melinda soltó una risita, entonces Luper ladró y vieron que delante de ellos solo había

un espejo. Pero ninguna salida.

Los tres se miraron entre si.

—Quizá la clave está en ese reflejo—dijo Diana encogiéndose de hombros y

adelantándose.

Soltó un grito que hizo dar un bote a Melinda, Leon y Luper.

—¿Qué? ¿Qué has visto? —preguntó Melinda.

—Se… Serpientes—gimió Diana retirándose asustada.

—¿Te dan miedo las serpientes? —inquirió Leon.

—Soy ofidiofóbica ¿vale?

—Entonces este espejo muestra los miedos—dijo Leon, dudó un momento y

finalmente se adelantó.

Al cabo de un rato se puso pálido.

—¿Qué ves? —preguntó Melinda, con curiosidad.

—He… fallado. Todo esta perdido, hay destrucción y muertos… Mis padres…

Bella… Vosotras…—murmuró lo último.

Se retiró del espejo respirando entrecortadamente. Melinda le puso una mano en el

hombro.

—Tranquilo, no has fallado—sonrió intentando tranquilizarle—y estamos vivas.

Leon suspiró y la miró.

—Te toca—murmuró el chico, serenándose.

—Prefiero no mirar—dijo—no se que puede darme tanto miedo, pero no me apetece

averiguarlo.

Las llamas que iluminaban el sendero se volvieron de un color verde.


—Me parece que si queremos salir de aquí, vas a tener que hacerlo—dijo Diana

poniéndole una mano en el hombro—tranquila, recuerda que solo es un reflejo, no es

real.

Melinda suspiró y les miró vacilante antes de colocarse frente al espejo.

Era ella, pero al mismo tiempo no lo era. Su cabello negro contrastaba terriblemente

con su piel, que estaba más pálida que nunca. Sus ojos ya no eran azules, sino rojos

como la sangre. Llevaba un vestido de color negro algo provocativo, pero lo que de

verdad llamaba la atención era su sonrisa torcida, llena de maldad.

A su espalda había ruinas humeantes, el humo y las llamas se adivinaban tras ella.

Melinda no podía apartar los ojos de su reflejo.

—Melinda—la llamó Leon—Melinda, es solo un reflejo.

Melinda negó con la mirada, le temblaba la mano.

—Soy yo… Soy yo…

—No, no eres tu—dijo el chico—tan solo el reflejo de tu miedo.

Melinda tuvo que poner toda su fuerza de voluntad para retirar la mirada. Lo que

acababa de ver la horrorizaba… Y por otra parte le atraía. Iba a decir algo cuando la

pared se abrió hacia los lados, Luper ladró y pasó al otro lado, donde las salamandras

esperaban. Leon la siguió, Diana se agarró a la muñeca de Melinda y la arrastró con

ella, saliendo del laberinto.


Capitulo 17: El prisionero.

Enhorabuena, habéis superado la prueba la voz de la salamandra mostraba

satisfacción.

—Pero…—empezó Melinda, indecisa.

Lo que has visto, Merein, es tu mayor miedo, el de convertirte en una tirana como La

Dama del Lago. Lo que demuestra que no quieres convertirte en eso, por lo tanto, has

superado la prueba.

—Pero…—miró a sus amigos y a las salamandras, vacilante—yo…

Vamos la cortó otra de las salamandras será mejor que os llevemos a lo que estáis

buscando.

Melinda decidió cerrar la boca. Buscarían a Merlín y ya le contaría lo que le

preocupaba. Estaba segura de que él podría saber que era lo que le había pasado con el

espejo del miedo.

Sobre sus cabezas, se escuchó la roca crujir y moverse, al alzar la cabeza, vieron como

bajaba una plataforma de piedra redonda, por los bordes estaba rodeado con llamas de

fuego de un color azulado. Las salamandras pasaron por el fuego sin ningún

miramiento, pero el fuego se hizo a un lado para dejar pasar a Luper, Leon, Melinda y

Diana. Subieron a la plataforma y el fuego volvió a rodearlos.

La plataforma ascendió hasta el techo, cuya estructura era la de una chimenea, y

llegaron al nivel superior.


Al principio, estaban sumidos en la oscuridad y Melinda temió que apareciesen de

nuevo por separado.

Escucharon un chasquido y la sala se iluminó con las llamas que flotaban en el aire a

ambos lados de las paredes.

Las salamandras salieron entre las llamas, en cuanto la última de ellas pasó, el fuego se

extinguió y Luper, Diana, Leon y Melinda las siguieron por el túnel.

Aunque las paredes fuesen rocosas, estaban decoradas con símbolos de fuego,

imágenes de salamandras, dragones, y otros elementales del fuego. El suelo era de

mármol y sus pisadas resonaban casi al ritmo del crepitar del fuego.

Cuando llegaron al final del túnel, las salamandras se detuvieron junto al dibujo de la

pared, que era un dragón dorado en pleno vuelo.

Tras esta puerta está lo que buscas, Merein resonó la voz de una de las salamandras.

Pero solo tú puedes pasar.

No dudamos de la pureza de corazón de tus compañeros aclaró otra pero solo tu tienes

la llave, y solo a ti te está destinado entrar hoy y ver al prisionero.

Melinda se giró para mirar a Leon y Diana, que estaban junto a Luper.

—Adelante, nosotros esperaremos aquí—sonrió Leon.

Melinda asintió y les sonrió débilmente.

Melinda se adelantó hacia el dibujo del dragón, iba a preguntar como iba a pasar

cuando de pronto sintió un tirón del colgante; el dragón se había elevado hacia el

dibujo, se había iluminado como una chispa candente. Parecía que el dibujó estalló en

llamas doradas, que recorrieron la pared y se hicieron a los lados para dejarla pasar.

Melinda miró vacilante a sus amigos.

—Vamos, ve—la animó Diana.

Melinda respiró hondo y se adelantó hacia la oscuridad.


Tuvo la sensación de atravesar una cascada. Estaba en una especie de caverna sumida

en la penumbra, sacó la piedra de luna de su bolsillo y la apretó en su mano.

—Lux.

De su mano surgió la luz que le iluminó mejor unas escaleras que tenía delante,

talladas en la piedra. Empezó a subirlas, con el corazón latiéndole con violencia.

Las palabras de las salamandras resonaban en su mente a medida que iba subiendo los

escalones.

“Tras esta puerta está lo que buscas, Merein” “… solo tu tienes la llave, y solo a ti te

está destinado entrar hoy y ver al prisionero”

Yo soy Merein, y estoy destinada a entrar a ver al prisionero. Pensó Melinda mientras

sentía que el corazón le daba un vuelco El prisionero. Ese solo puede ser Merlín.

Cuando llegó a lo alto de las escaleras, se dio cuenta de que se hallaba en una cueva

volcánica. La luz se filtraba por un agujero en algún punto que se perdía en la altura

del techo. Aremi Vuur era un volcán inactivo, y adivinó que había encontrado la

chimenea del volcán.

Aquella cueva debió ser creada durante su época de erupciones volcánicas. La lava

expulsada por el volcán había fluido hacia abajo y cuando la superficie fría se hubo

endurecido, dejó un hueco vacío.

Un hueco bastante espacioso. Estaba en lo alto de un acantilado, a unos diez metros de

altura del suelo, había unas escaleras que bajaban hasta el suelo de la caverna, un

riachuelo surcaba una parte del suelo cavernoso, aunque el agua no era dorada como

en la Pradera del Olvido, sino cristalina y pura. Aunque si que había algo dorado en el

fondo. Parecía un gran montón de oro.

Entonces escuchó de nuevo aquella llamada, la voz de sus visiones, que parecía

contener una sabiduría infinita.


Merein… Merein…

—¿Dónde estás?—gritó, y su voz se extendió por la caverna, en forma de eco.

Justo aquí.

La masa dorada se movió y se alzó hasta quedar cara a cara con Melinda.

Entonces lo vio. No era Merlín, y desde luego, no era Ariella.

—Pero… —Melinda tenía los ojos muy abiertos y lo miraba con confusión—tu… Eres

un dragón.

Gran descubrimiento, el tuyo dijo con sarcasmo ¿Alguna otra observación aguda?

—Yo…

Al principio solo había distinguido un borrón dorado, pero cuando sus grandes ojos de

color dorado la miraron con un brillo especial, era una mezcla entre curiosidad y

alegría. La poca luz que se filtraba desde la chimenea hacía que las escamas de color

dorado brillasen como si fuesen una armadura de luz, su cuerpo era musculoso y

esbelto, sin olvidar su enorme tamaño. Tenía una cabeza ancha en la parte posterior

que se hacía más estrecha a medida que se acercaba al hocico, de una forma

ligeramente triangular. Replegó unas enormes alas anchas y cubiertas de piel fina.

Tenía un cuello largo y fuerte, unas potentes patas traseras que le ayudaban a tomar

impulso para volar. Contaba con una cola extensa y fina. No presentaba muchas

protuberancias óseas por su cuerpo, a excepción de unos cuernos en la nuca. A pesar

de que su cuerpo se había posado a varios metros por debajo de Melinda, la cabeza

sobresalía ligeramente por encima, haciéndola sentirse como una pequeña mosca en

comparación.

Yo soy el dragón Kilarth dijo confirmando sus pensamientos.


Capitulo 18: La Dama del Dragón.

—Yo creía que…

¿Qué el prisionero de Aremi Vuur era Merlín? Bueno, pues es evidente que no

Melinda detectó la amargura en su voz creí que te había dicho quien era. El camino

estaba lleno de pistas.

—Espera… ¿Tú me mandaste las visiones?—preguntó incrédula.

Era necesario atraerte hasta aquí.

—¿Y por qué yo? ¿Por qué entre todos los magos que podrían ayudarte me llamaste a

mí?—preguntó comenzando a frustrarse—solo soy una aprendiza.

¿Solo una aprendiza tu, Merein? No me hagas reír. Tienes un poder que se perdió

hace siglos, un poder que el mismo Merlín poseía, pero después de su desaparición,

ese poder desapareció con él.

—¿Qué poder?—preguntó Melinda.

El dragón sonrió (si es que podían sonreír los dragones)

El poder del Señor del Dragón.

—¿Qué es un Señor del Dragón exactamente?—preguntó Melinda con curiosidad.

Eran personas que nacían con este don. No lo aprendían en ninguna parte. Los

Señores del Dragón tenían un lazo con los dragones, que les permitía comunicarse

con nosotros, entre otras cosas. Pero ya solo quedo yo de toda mi especie.

—¿Y dices que yo… tengo ese poder?—preguntó, cohibida.


Eres la última Señora o Dama del Dragón. ¿Cómo sino puedo hablar contigo?

preguntó el dragón, con un tonillo de burla.

Melinda cayó y estuvo a punto de replicar cuando recordó lo que vio en el laberinto, en

el espejo que le mostraba su “yo” animal.

Un majestuoso dragón, cuyos ojos azules le devolvieron la mirada desde el espejo.

—Prefiero “dama” en vez de “señora”, eso suena a vieja—fue capaz de decir.

Como última Dama del Dragón, puedes recurrir a mí en caso de ayuda, igual que yo

he recurrido a ti.

Movida por el instinto, alzó la mano hacia el dragón, Kilarth adelantó su hocico y

Melinda sintió una corriente energética que le recorrió la mano y después todo el

cuerpo, deteniéndose en su hombro. Se remangó y observó como la estrella de cinco

puntas de su hombro parecía arder en llamas y después se quedó totalmente definida,

como un tatuaje.

Los ojos del dragón brillaron, Melinda le devolvió una mirada asombrada.

Tu poder ha despertado por completo.

Melinda sintió una especie de lazo que la unía con Kilarth, sintió una profunda alegría

y a la vez su sufrimiento.

Melinda levantó la mirada y clavó sus ojos en los del dragón.

—¿Cómo te saco de aquí?—preguntó con decisión.

Aunque poseas grandes poderes, no puedes romper mis cadenas, Merein alzó sus

patas superiores con un tintineo de metal y Melinda pudo apreciar los enormes grilletes

que aprisionaban al dragón.

No podrás liberarme sola.

—¿Y que hago? No voy a dejarte aquí.

Solo la Excalibur puede romper mis cadenas y poner fin a mi cautiverio.


—Pero Arturo devolvió la espada al lago, la tendrá Viviane —razonó.

Esa espada reposa en lo más profundo del fondo del lago de Ávalon. Pero no es

propiedad de Viviane . Debes encontrar a Ariella. Solo ella puede reclamar la espada.

—¡Pero es que ya lo hemos intentado!—exclamó apretando los puños con frustración

—Leon la buscó en las aguas de Ávalon, que le enseñaron mi imagen durmiendo,

digo… teniendo la visión que me mandaste de este sitio.

Para su sorpresa, el dragón estrechó los ojos y se convulsionó ligeramente, mientras en

su mente escuchaba un sonido grave y repetitivo.

Tardó un momento en descubrir que se estaba riendo de ella.

Se cruzó de brazos con indignación y miró cabreada al dragón.

—¿Qué es tan gracioso?

Que no te das cuenta, pequeña Dama del Dragón respondió dejando de reírse ¿No lo

ves? Para llegar a Ariella, tenías que llegar hasta mí.

—Pues no, no lo veo. ¿Qué tiene que ver?—preguntó frunciendo el ceño.

Que yo si se donde está.


Capitulo 19: La elegida de Arturo

—¿Segura de que es aquí?—preguntó Leon, que caminaba a su lado.

—Kilarth me dijo que era aquí.

—Pero si le encerraron hace miles de siglos ¿Cómo va a saber donde vive una chica

del siglo veintiuno?—preguntó Diana, jugueteando nerviosamente con un mechón de

pelo.

—No nos habrá mandado a una dirección falsa; necesita que Ariella consiga a

Excalibur—asintió Leon, guardando el colgante tele transportador—si no seguirá

cautivo más tiempo. Además, no le puede mentir a la Señora del Dragón, aquí presente

—le revolvió un poco el pelo a Melinda.

Melinda se quejó y se apartó un poco.

—Y tendremos que volver para liberarle—concluyó Leon.

—¿Hay que volver a Aremi Vuur de verdad?—resopló.

—Las salamandras nos prometieron que nos llevarían directamente a ver a Kilarth—le

recordó Melinda—además, hay que volver a por Luper.

—No deberíamos haberla dejado ahí—refunfuñó Diana.

—No deberíamos ir por la calle con una loba con alas—replicó Melinda—y las

salamandras prometieron cuidar bien de ella.

—No me gustan—se quejó cruzándose de brazos.

—Oh, vamos, pero si son como gatitos—bromeó Leon.

—Peor todavía.
—¿No te gustan los gatos?—preguntó Leon en tonillo burlón—¿Por qué no me

sorprende?

—Son unos estirados—alzó la cabeza orgullosa y apretó el paso para ponerse al otro

lado de Melinda.

—Chicos… Es aquí—anunció Melinda deteniéndose frente a la verja alta y de color

negro de una mansión.

Detrás de la verja, se apreciaba la mansión cuya fachada estaba revestida de piedra

gris. Había una torre no muy alta donde estaba la entrada a la mansión, con un

ventanal en la parte de arriba. Su tejado terminaba en una aguja.

El techo de la mansión era de un color azulado, y aunque había sido restaurada,

conservaba un aire antiguo.

Diana soltó un silbido de admiración.

—Ariella está forrada—observó admirando la casa.

—Los chuchos sin correa como tu no deberían acercarse demasiado, o llamarán a la

perrera.

—Cierra el pico, Simba.

—Cerrad los dos el pico—intervino Melinda—voy a llamar.

El corazón le latía alocadamente cuando llamó al timbre. A Leon se le olvidó como

respirar y Diana se mordió las uñas con nerviosismo.

La puerta se abrió y salió una mujer con uniforme de asistenta.

—¿Si? ¿Qué desean?—preguntó.

Melinda se quedó congelada, tenía la garganta seca y no era capaz de hablar.

—Disculpe—se adelantó Leon al ver que su amiga no reaccionaba, le sudaban las

manos—estábamos buscando a…
—El señor y la señorita Pendrake no se encuentran en casa—informó la asistenta

mirándoles suspicaz—¿Desean dejarles un mensaje? ¿Son amigos de la señorita

Pendrake?

—Eh… Preferimos verles en persona. ¿Sería tan amable de decirnos a donde han ido?

Tenemos que darles un mensaje importante—dijo Leon.

—Fueron a ver la exhibición de esgrima—respondió—en Cold Bath Road.

Leon le agradeció la información y la asistenta volvió dentro, los tres se miraron entre

si.

—¿A quién le apetece ver un duelo de esgrima?—preguntó Leon sacando de nuevo su

colgante de tele transporte.

Las gradas estaban a rebosar de gente, Leon, Diana y Melinda encontraron un sitio en

la cuarta fila.

—Bueno, Ariella sabe esgrima—comentó Leon—eso facilitará su entrenamiento.

—¿Sabrá el señor Pendrake lo mismo que mi madre?—preguntó Melinda.

—Es curioso, vuestros apellidos, quiero decir—dijo Leon—Pendrake; derivado de

Pendragon. Wolf; lobo. Y Pond, que significa lago.

—¿Y tu apellido?—preguntó Diana.

Leon se encogió de hombros.

—Ni idea.

Justo en ese momento, los uno de los chicos tocó con el sable el pecho de su oponente,

ganando el asalto.

La gente aplaudió, incluida Diana que empezó a vitorear.

—¿Desde cuando te gusta a ti el esgrima?—preguntó Melinda.


—Desde ahora—dijo encogiéndose de hombros.

En ese momento, una voz anunció por los altavoces:

—Después del primer asalto de cinco tocados de la categoría masculina, vamos con la

categoría femenina.

Los dos chicos se quitaron las caretas y se dieron la mano, entonces cada uno marchó a

sus respectivos banquillos.

—Las competidoras femeninas son Kate Smith contra Aileen Pendrake.

El tiempo pareció congelarse mientras Melinda, Leon y Diana asimilaban el nombre.

De los banquillos se levantaron dos chicas que ya tenían las caretas puestas, lo único

que distinguían desde allí era que una de ellas era más alta y tenía el pelo corto de

color castaño, y la otra era más baja y rubia. Contuvieron el aliento mientras ambas se

colocaban en el centro y la chica rubia levantó su espada en posición de combate.

La hoja de la espada brilló intensamente reflejando la luz del sol. La joven que la

empuñaba llevaba puesta una armadura, y una cascada de pelo rubio le caía sobre la

espalda.

—¡Melinda!—exclamó Leon chasqueando los dedos delante de su cara—¿Melinda

que has…?

—Es ella—dijo Melinda señalando a la chica—es la elegida de Arturo.


Epílogo: Aurora

Una muchacha rubia, cabalgaba sobre un caballo blanco, llevaba puesta una armadura

y mientras que con la mano izquierda sujetaba las riendas, en la mano libre sostenía

una espada.

Tras ella, un ejército de caballeros galopaba enarbolando sus espadas, mientras cientos

de gargantas dejaban escapar un grito de guerra.

A varios metros de distancia, otro ejército iba a su encuentro, el ejército llevaba

armaduras negras como el carbón, y gritaron también, al encuentro de la batalla, listos

para luchar.

Entonces ambos ejércitos chocaron con fuerza, mientras el aire se llenaba de gritos de

batalla, cascos y relinchos de caballos y el sonido de los aceros chocando.

Aileen Pendrake despertó de pronto en su habitación, estaba acostada en su cama, el

corazón le latía con fuerza.

—Señorita Pendrake—la asistenta estaba llamando a la puerta de su habitación—su

padre me ha mandado a despertarla para que baje a desayunar, señorita. No olvide la

competición de esta tarde.

—Ya voy.

Los pasos de la asistenta se alejaron hasta hacerse inaudibles para ella, se relajó y se

levantó de la cama. Encima de una silla estaba su espada de esgrima. La levantó y la

luz de la aurora se reflejó en su hoja.

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