Los Criollos y El Poder Eclesiastico en La Epoca Colonial El Caso Del Jesuita Mexicano Antonio Munez de Miranda

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LOS CRIOLLOS Y EL PODER ECLESIÁSTICO EN LA

ÉPOCA COLONIAL: EL CASO DEL JESUÍTA MEXICANO


ANTONIO NÜÑEZ DE MIRANDA (1618-1695)

El Padre Antonio Núñez de Miranda es conocido por los estu-


diosos de la literatura como confesor de Sor Juana Inés de la Cruz,
y por los bibliógrafos como escritor ascético. Se sabe que fue pro-
fesor de filosofía y de teología, rector de un colegio jesuítico, pro-
vincial, aunque durante poco tiempo, calificador de la Inquisición,
confesor de algunos virreyes, especialmente del Marqués de Man-
cera, y predicador muy afamado en México. Sin embargo, para sus
contemporáneos el título más relevante del Padre Núñez era « Pre-
fecto de la Congregación de la Purísima », como lo atestiguan las
menciones del Diario de Antonio de Robles y las portadas de va-
rios libros publicados entonces.
He podido leer u hojear sus principales obras, incluso algunas
algo difíciles de encontrar ' y tengo el microfilme de la biografía que
publicó otro jesuíta, el Padre Juan de Oviedo, siete años después
de la muerte de D. Antonio: Vida exemplar, heroicas virtudes, y
apostólicos ministerios de el V. P. Antonio Nuñes de Miranda. Obvia-
mente, este libro es más el retrato del perfecto jesuíta según las
ideas de aquel tiempo que la vida concreta y verídica de un hombre
de carne y hueso. Sin embargo, voluntariamente o sin querer, el tex-
to proporciona varios datos útiles que a veces se pueden corroborar
con otras fuentes.
Don Antonio era un verdadero criollo, nacido en un real de mi-
nas, El Fresnillo, cerca de Zacatecas. Era un hombre inteligente, sa-
bio, elocuente y dotado de mucha energía: su actividad fue conside-
rable aunque era tan corto de vista que no podía leer. Ni siquiera

1. De la Biblioteca Nacional de México: Sermón de Santa Teresa (1678); Car-


tilla de la Doctrina religiosa (1680); Plática doctrinal (2da ed. 1710); Distribución
de las horas ordinarias y extraordinarias del día (1712).
De la bibl. Les Fontaines, Chantilly, Exercicios espirituales... (1695).
De la John Cárter Brown Library, Providence R. I. Est. Unidos de Am.: Ser-
món panegyrico de la dedicación de San Bernardo (1691).

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abandonó sus cargos cuando quedó enteramente ciego a los setenta
y seis años de edad. Era muy austero y limosnero, pero de una
manera francamente agresiva y teatral. Llevar sotanas remenda-
das era santo y bueno, pero llevar medias agujereadas era poco ca-
ritativo para el hermano coadjutor que le servía a la vez de secre-
tario, de criado y de lazarillo, y a quien la gente podía tachar de
negligente.2 En realidad, la austeridad y la rigidez moral de D. An-
tonio se dulcificaban a veces ante la gente muy poderosa o muy
rica. Al patrono que acaba de costear una iglesia de convento,
no se contenta con elogiarle por santificar así su fortuna, lo que
era muy lógico. También le afirma que los ricos en general, y los
«mercaderes de plata» en particular gozan de buena fama en
el Evangelio, lo que es algo sorprendente.3
En realidad, el Padre Núñez aparece como una encarnación
muy típica del poder eclesiástico: sabe donde está el verdadero
poder ideológico y tiene la voluntad y la capacidad de ejercerlo.
Es probable que el ejercicio de este poder haya acabado por con-
fundirse con su propia vida, sin perjuicio de que su piedad haya
sido sincera, y su austeridad auténtica.
A ciertos estratos de la sociedad mexicana, D. Antonio y sus
semejantes impusieron un clima de mortificación seguramente muy
opuesto a la moral de los jesuítas casuistas condenados por Blaise
Pascal. Sin embargo, no hay que culpar al Padre Núñez de sádico
ni de megalómano. Por ejemplo mi opinión personal es que su
actuación tan discutida con Sor Juana Inés de la Cruz fue relati-
vamente moderada, si tenemos en cuenta su total y obligada incom-
prensión de los problemas personales de la monja.4 Obró en
contra de ciertas formas de superstición: la obsesión por lo mi-
lagroso y la devoción idolátrica a los santos. Desconfiaba sobrema-
nera de la mística, lo que no nos ha de sorprender porque, por defi-
nición, en este terreno él no podía mandar. Su lema principal era
« hazer con perfección las obras ordinarias ».5
Su gran campo de actividad, como la gran palanca de su po-
der, había de ser la Congregación de la Purísima de México. Como

2. Véase Vida exemplar..., Ira parte, cap. IX, y p. 140.


3. Se vale de la parábola de los talentos (Mateo, 25 y Lucas 19). Es sabido
que Cristo esgrimió un látigo contra los cambistas.
4. Como se ignora la fecha del abandono de la penitente por el confesor, no
hay motivo para echar la culpa a D. Antonio del cambio de vida de 1694.
5. Distribución de las horas..., p. 8, repetido también a menudo en otros libros.

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todas las congregaciones mañanas fundadas por los jesuitas a par-
tir del fin del siglo XVI, y cuyas actividades eran esencialmente pia-
dosas y caritativas, esta asociación era integrada exclusivamente por
varones, unos eclesiásticos, otros laicos. Fue fundada oficialmente
en 1646 por el Padre Cathini. La mesa directorial constaba de nue-
ve miembros, como mínimo, entre los cuales cuatro eran obligato-
riamente laicos.
El Padre Núñez fue prefecto de la Purísima desde la muerte
del Padre Cathini en 1663, hasta su propia defunción en 1695,
es decir durante treinta y dos años. Siempre él mismo consideró
aquella función como su ministerio principal y siguió ejerciéndola
durante los meses de 1680 en que era provincial de los jesuitas.
En los años 1668-1669 mandó realizar una espléndida decoración
para la capilla. Para sí mismo, instaló al lado un despacho desde
donde lo dirigía todo, incluso la parte financiera y la organización
de las visitas a los pobres que normalmente eran de la incumbencia
de los laicos. Parece que, a partir de 1663, los « officiales de la
mesa », como los llamaban, no sirvieron para nada; el libro del
Padre Oviedo no alude siquiera a ellos mientras nos describe con
muchos detalles la grandiosidad ceremoniosa y aparatosa de las
visitas a los hospitales que organizaba el Padre Antonio. No se
puede decir, desde luego, que en ese caso la mano izquierda igno-
rara lo que estaba haciendo la mano derecha: incluso unos señores
bien vestidos vaciaban los orinales de los enfermos en medio de
la calle...
Los talentos de organizador del Padre, así como sus dotes
de predicador, dieron a la congregación un peso social considera-
ble que tal vez no había tenido en tiempo del fundador:
« acudiendo las Personas mas graves de la República en lo Ec-
clesiastico y Secular, los Señores Inquisidores, y Prebendados, los
Señores Oydores, Cavalleros de primera magnitud y muchas ve-
zes aun sujetos de los mas graves de las Sagradas Religiones ».6
Si ciertas personas, sobre todo en los principios, acudían movi-
dos por la piedad, es evidente que luego unas consideraciones de
tipo muy mundano influyeron para engrosar las filas de la asocia-
ción. Ésta se reunía los martes a las tres de la tarde en su capilla. Si
el Padre Antonio pedía en sus sermones que « también » las devo-
ciones privadas de los congregantes fueran observadas, era precisa-

6. Vida exemplar..., p. 88.

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mente porque las públicas tenían poco mérito: ser visto allí podía
ser muy útil, y a veces, no ser visto podía perjudicar.
Es decir que era multiforme el poder que la jefatura de la
congregación daba a Antonio Núñez: él podía influir en la vida pri-
vada de la gente y en las carreras eclesiásticas, tenía relaciones pri-
vilegiadas con muchos miembros de las demás Ordenes religiosas,
podía dar consejos a muchos personajes importantes del Virreina-
to — aunque, según parece, no intentó desempeñar un papel pro-
piamente político. Manejaba también una enorme cantidad de li-
mosnas, más o menos un millón de pesos en toda su vida según su
biógrafo, que no todas iban a parar a los hospitales y a las cárceles
en forma de alimentos o de regalos. Por ejemplo, para permitir el
ingreso de una joven pobre en un convento, Don Antonio encon-
traba un « padrino » que pagase la dote.
Existían otras congregaciones en la capital que podían tener
también cierta influencia, pero la posición excepcional del prefecto
de la Purísima al fin de su vida en el clero novo-hispano se co-
rrobora con dos hechos. En 1690, se celebra la dedicación de una
iglesia conventual llamada Nuestra Señora de Guadalupe y San
Bernardo. Las fiestas duran una semana entera y se suceden pre-
dicadores de todas las Órdenes religiosas de México. El represen-
tante de la Compañía es Don Antonio Núñez, predica el día de la
octava y su sermón es dos veces más largo que los anteriores.7
En la misma época, se publica un libro con el fin de reformar los
conventos de mujeres que se titula Destierro de Ignorancias firmado
por un Fray Raimundo Lumbier; ahora bien, está escrito en la por-
tada: « dalo a la estampa por orden... de su Ilustrissima el Sr Arz...
el padre prefecto de la Purissima », y, en el libro mismo, ambos
personajes aparecen como garantes del autor.8
El arzobispo de entonces, D. Francisco Aguiar y Seijas dejó
fama de hombre muy austero. Es posible que la amistad entre Don
Antonio y él haya sido muy sincera. De todos modos, el poder
del jesuíta, aunque muy distinto del suyo en la manera de ejercerse,
era más o menos un poder rival, y era el poder de un criollo.
El mundo eclesiástico fue un terreno muy importante de con-
flictos entre peninsulares y criollos en la época colonial. Es sabido
que este fenómeno se manifestó menos en la Compañía de Jesús

7. El Sagrado Padrón..., de Alonso Ramírez de Vargas reúne el conjunto de los


sermones que se predicaron.
8. Este libro poco conocido se encuentra en la Biblioteca Nacional de México.

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que en las Órdenes en que los religiosos votaban para elegir a sus
priores. Sin embargo, se pueden encontrar huellas de hostilidad
mutua en la misma Compañía. La tesis de Bernard La valle cita
casos en Perú, en Chile, en la Nueva Granada, incluso uno en la
Nueva España.9 Los peninsulares acusan a los criollos de tener
« espíritu nacional », y los criollos se juzgan injustamente poster-
gados.
La biografía del Padre Núñez redactada por el Padre Oviedo
que también había nacido en las Indias, en realidad no contiene
siquiera la palabra « criollo », y no alude en absoluto a esta cues-
tión, pero esto no significa que el autor, como sus lectores, no la
hayan tenido presente en la mente. Es que precisamente era un
tema tabú. Cuando Don Antonio era joven, el General Vitteleschi
había prohibido emplear el término «criollo», porque se consi-
deraba afrentoso. La política de los jesuítas consistió en no pos-
tergar a los nacidos en las Indias, pero, en cambio, exigir de ellos
que se abstuviesen de ser « nacionales ». Efectivamente, en la Nue-
va España, varios criollos ocuparon un lugar relevante en la vida
de la Orden ya desde el siglo XVII: entre ellos varios fueron pro-
curadores de la provincia en Madrid o en Roma, por ejemplo el
Padre Florencia que había nacido en San Agustín de la Florida.10
La propia composición de un libro de doscientas páginas para cele-
brar los méritos de un criollo —el Padre Núñez cuyo lugar de na-
cimiento se indica— y proponerlo como modelo es un hecho signi-
ficativo.
En realidad, lo que los mexicanos de nacimiento sentían entonces
como más urgente y necesario era luchar contra el desprecio per-
fectamente injusto de que ciertos peninsulares hacían alarde: co-
nocido es el caso de ese deán de Alicante que llamaba a los me-
xicanos « la gente más bárbara de todo el orbe». Incluso si el
Padre Núñez no se proclamaba « mexicano », la gente podía verle
como tal. Después de la muerte de su prefecto, los congregantes
le levantaron un grandísimo catafalco, decorado con frases de ala-
banza: nos dice el Padre Oviedo que no se olvidaron de escribir
en un sitio muy visible el nombre del lugar « El Fresnillo », donde
había nacido... Recordemos además, que el terreno de la religión

9. Kechcrches sur l'apparition de la conscience creóle dans la vice-royauté du


Pérou, Bordeaux, 1978.
10. Véase por ejemplo el Diccionario Bio-Bibliográfico de la Compañía de Je-
sús en México, del Padre Zambrano S. J. México: Jus, 1961-1977.

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era un terreno en el que los novo-hispanos pretendían entonces ob-
tener buenas marcas: es el período del desarrollo del culto a la
Virgen de Guadalupe.
Nuestra conclusión va a ser doble: primero formular la hipó-
tesis de que el poder de Don Antonio al fin de su vida haya sido,
en realidad, el mayor poder religioso en la ciudad de México, mayor
que el del mismo areobispo, aunque tampoco poder absoluto; luego
constatar que este poder es el poder de un criollo, no un poder
criollo, lo que trae consigo una ambigüedad fundamental muy si-
gnificativa de ese momento histórico.

MARIE-CÉCILE BÉNASSY-BERLING
Universidad de París III

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