Resumen Libro Foucault
Resumen Libro Foucault
Resumen Libro Foucault
Para Foucault esto no es solamente un cambio interesante en la naturaleza del castigo. Representa una
transformación radical en la organización de las sociedades occidentales por completo, especialmente en la
relación entre individuos, que incluyen a los individuos criminales y a la sociedad entera, con las normas
compartidas en torno al comportamiento apropiado. Si revisamos la historia de cómo pasó la sociedad del
espectáculo público a la reforma privada, también estaremos revisando la historia de la mutabilidad del poder
en la sociedad. Damiens fue castigado por un crimen en contra del rey. Un siglo después, las personas eran
reformadas por los crímenes que habían cometido en contra de la sociedad: contra el pueblo como un todo en
vez de contra el monarca. Este es el punto que Foucault explora con mayor profundidad en el segundo capítulo,
"La resonancia del suplicio." El castigo de Damiens no es solamente una retribución por su crimen, también es
una demostración pública del poder del rey, una celebración del triunfo de su reinado. En épocas más modernas,
en cambio, es la sociedad, es decir, las normas sociales las que triunfan en la reformación, en lugar del castigo,
del criminal.
Esto significa que las instituciones del juicio, tales como las cortes y el sistema penal, se "entrelazan" con un
mayor número de instituciones, como las científicas y las académicas. De esta forma, ya no podemos estudiar
las leyes aisladas para comprender los cambios en los castigos. También debemos observar las discusiones en
muchas otras áreas, o lo que Foucault llama los "discursos". La tarea del historiador es tomar los discursos en
conjunto y observar cómo se relacionan y contribuyen a los mismos fines sociales. Foucault hablará entonces
del "complejo científico-jurídico" (p. 27) en el cual los discursos se entremezclan.
Este tejido institucional está vinculado a muchos de los principios que guían el estudio de Foucault. En su
introducción plantea explícitamente cuatro principios. Primero, el castigo no es solamente "represivo". Reprimir
cierto tipo de comportamiento, como el robo, puede ser el objetivo del castigo, pero lo hace produciendo,
mediante la reforma, algo más: una persona mejor. A Foucault le interesa esa parte productiva: qué hacen o
transforman en la sociedad los distintos tipos de castigo. Segundo, la legislación debe entenderse como una
táctica política. Esto lo vimos con Damiens: el rey no solamente hace respetar la ley, sino que demuestra su
propio poder político. La política y las leyes van de la mano. Tercero, la ciencia y las leyes van juntas, también,
tal como vimos en cómo las discusiones psicológicas sobre la "locura" ingresan en los juzgados. Finalmente,
este entrelazamiento debería ser visto como un efecto de cómo "se manifiesta toda una economía del poder" (p.
40) en el cuerpo. Eso significa que el poder funciona entrenando a los cuerpos para hacer ciertas cosas.
Foucault concluye el primer capítulo de Vigilar y castigar con una nota personal: cuenta cómo se había inspirado
en las revueltas carcelarias de principios de la década de 1970 para escribir el libro. El maltrato a los prisioneros
lo empujó a interesarse por la historia de la prisión y cómo llegó a su lugar actual, en cuanto a la comprensión y
castigo de la criminalidad. Parte de su tarea en este libro fue conectar el pasado con el presente.
Análisis
Para quienes lean a Foucault por primera vez, el género de Vigilar y castigar puede resultar extraño. Esto es
porque es una obra tanto de historia como de teoría. Foucault está contando una historia sobre el pasado, y
toma mucho material de archivo, como sentencias de las cortes judiciales, libros o panfletos. A la vez, está
teorizando sobre las sociedades que produjeron esos documentos. Su objetivo es comprender no solo la
emergencia de instituciones como la prisión, o narrar eventos como una ejecución, sino también algo de lo que
esas cosas nos dicen sobre cómo opera el poder en una sociedad.
Por esta razón, la historia del castigo que se trabaja en este libro es, en realidad, una historia de la sociedad en
su conjunto. Las formas en que las sociedades castigan están vinculadas a sus propias estructuras; entender
unas lleva a entender las otras.
La clave, dice Foucault, es el discurso. No se trata solo de cómo son castigadas las personas, sino también de
cómo hablan del castigo. Es en el lenguaje y en los documentos que nos han dejado que aprendemos lo que las
sociedades presuponen, lo que les genera temor, cómo piensan sobre otras personas y cómo organizan el
sentido del funcionamiento del mundo. No es que las personas escriban un plan para organizar la sociedad. Más
bien podemos vislumbrar los presupuestos de una sociedad en cómo hablan de otras cosas. Este es un aspecto
clave del argumento de Foucault: los efectos de algo pueden ser diferentes de las intenciones. No es que la
gente se siente y piense: "Quiero reestructurar la sociedad para que el poder deje de ser soberano y pase a ser
otro tipo de poder." Más bien las cosas que hacen las personas se componen en una transformación mayor. Y
el lenguaje que dejan inscrito en documentos retoma los pasos de esa transformación en presupuestos y
comportamientos por todos lados.
Otra cosa que sorprende a los lectores de Foucault son los saltos temporales y espaciales que va proponiendo
en esta obra. Empecemos por el espacio: este libro salta rápidamente de un contexto nacional a otro; por
ejemplo, va de Inglaterra a Francia, de allí a América, y sigue. Foucault no escribe un capítulo para cada lugar,
sino que se interesa en recoger los grandes temas que trascienden cada contexto. Él piensa que hay una
transformación estructural en la cultura occidental, y su tema es, de hecho, el poder en Occidente en vez de,
por ejemplo, los presos en América. En ese sentido, son estos saltos de un lugar a otro que realiza en su análisis
lo que le permite arribar a estos grandes temas más rápidamente.
En términos temporales, Foucault parece estar argumentando en este capítulo que estudiar el pasado es una
forma de estudiar el presente. Esto es parte de la "crítica genealógica" de Foucault. La genealogía significa una
línea de herencia: por ejemplo, recorrer la historia hacia atrás más allá de tus padres. La idea es que quien seas
hoy es un efecto de las generaciones que te antecedieron. Lo mismo se aplica al sentido de la historia para
Foucault. El presente hereda cosas del pasado al mismo tiempo que las recombina, de la misma manera que
tenemos un ADN único mezclando el ADN de nuestros antepasados. Comprender un mayor sentido de las
mutaciones y desarrollos del pasado nos permite comprender cómo llegamos a donde estamos hoy y, para
Foucault, eso también posibilita cambiar el presente. Hay un componente político contemporáneo en
comprender la historia del pasado.
Este es un cambio radical, porque implica que el problema no son los individuos "malos" sino la tendencia de
cada miembro de una sociedad a verse tentado de quebrar las reglas en su propio beneficio. Cualquiera puede
robar, dada la oportunidad, o cometer cualquier "crimen de fraude". Pero al hacerlo, esa persona no solo ha
vulnerado a la persona a quien le roba, sino a la sociedad en su conjunto. El ladrón transgredió un contrato social
que todos hemos firmado implícitamente, que dice que no robaremos el uno al otro. Él es un "traidor" de las
normas sociales. La sociedad debe ahora crear un sistema en el cual estas normas sean aplicadas, en el cual
las normas sean tan fuertes que las personas ni siquiera piensen en cometer los crímenes que tan fácilmente
podrían cometer.
Ahí comienza lo que Foucault denomina una forma "humana" de castigar, que tiene seis reglas principales.
Primero, la "regla de la cantidad mínima" (p. 98), que significa que el castigo debería tener desventajas que
sobrepasen las ventajas de cometer un crimen. Uno es disuadido de robar si siente que la multa será mayor que
lo que robe. Segundo, la "regla de idealidad suficiente" (p. 99), que significa que la pena puede ser una
representación "ideal" además de algo infligido sobre el cuerpo. Los individuos pueden representarse cuán
terrible sería quedar preso, por ejemplo. Tercero, la "regla de efectos laterales" (p. 99), que significa que cada
pena debería afectar a otras personas además del criminal. Cuando alguien va preso por un crimen, todos los
demás también se ven disuadidos de cometer un crimen, una vez más, porque pueden representarse lo malo
que sería quedar preso. Cuarto, la "regla de la certidumbre absoluta" (p. 100), que significa que si las leyes son
precisas y públicas, no quedará duda de que los crímenes serán penados. Quinta, "regla de la verdad común"
(p. 101), que significa que los juicios serán prueba del crimen y de su investigación, así la justicia será una
demostración científica en vez del capricho arbitrario del monarca. Y sexta, la "regla de la especificación óptima"
(p. 102), que implica que el código penal será escrito en detalle, con cualquier variación imaginable del crimen
clasificada y prohibida.
El funcionamiento de la prisión se da entonces en dos niveles. Actúa, primero, sobre el cuerpo del condenado,
imponiéndole limitaciones a su libertad de movimiento, sujetándolo constantemente al régimen de vigilancia.
Pero, en segundo lugar, actúa al nivel de la representación, para funcionar como advertencia para que los
ciudadanos no infrinjan la ley. Es en la adaptación progresiva a este doble funcionamiento que la cárcel se
instituye como forma privilegiada de control en las sociedades modernas.
Análisis
Por debajo del desplazamiento que describe Foucault de la tortura a la reclusión se dan grandes
transformaciones en las sociedades occidentales. El primero es el surgimiento de la democracia. Los ciudadanos
comienzan a pensarse como la fuente del poder en un país, en lugar de su rey o reina. Esta transición de
monarquía a democracia requiere nuevos tipos de castigo, si se entiende al castigo como ejercicio del poder
popular. Así, una vez más, estudiar algo específico como el nacimiento de la prisión es a la vez estudiar algo
mayor, como el nacimiento de la democracia.
El crecimiento del concepto de libertad personal está en relación con ese momento. En las democracias uno
debería tener libertades civiles y derechos como individuo, en lugar de estar subordinado a un rey o gobernador.
A la inversa, empieza a suceder que la percepción de lo peor que le puede pasar a uno es perder esas libertades.
La libertad es la posesión más preciada, lo que permite que puedan darse otras relaciones de posesión. Puedes
perder tu casa, pero si eres libre, puedes trabajar para recuperarla. Si no tienes libertad, sin embargo, tampoco
tienes opciones. La prisión surge en parte porque es un castigo apuntado a lo más preciado: la libertad personal.
La otra transformación de fondo que describe Foucault en su análisis es la transición del feudalismo al
capitalismo. En la Europa medieval, la nación pertenece al rey, que delegaba la tierra a sus nobles, quienes a su
vez empleaban a los granjeros para labrar la tierra. La economía estaba estructurada jerárquicamente por esta
cadena de servicios. En el capitalismo, la economía es menos jerárquica dado que los ciudadanos participan del
intercambio en lugar de trabajar para su señor y, por extensión, para el país entero. Las relaciones que importan
son las de pares más que las de sirvientes y señores. Eso produce otra situación en la cual las personas imaginan
que el poder es ejercido por y sobre otros ciudadanos en lugar de provenir unilateralmente de un soberano.
El punto para Foucault es que ninguna de estas transformaciones es consciente o planificada. No es que alguien
se haya sentado y haya dicho: "Bueno, ahora probemos con el capitalismo." Más bien, los cambios se
desarrollaron con el tiempo, y la historia tiene una fuerza más allá de la voluntad o conciencia individuales. Una
vez más, es en el discurso y en el lenguaje donde vemos que estos cambios suceden, cuando emergen nuevos
conceptos e ideas que son síntomas de un cambio más profundo en la naturaleza del poder.
Esto puede llevar a una perspectiva sorprendente de la historia. Solemos pensar la historia en términos de las
grandes personalidades y sus acciones, como las proclamaciones de los reyes o las órdenes de los generales
en una batalla. A Foucault le interesa una historia de corte más impersonal, vinculada a la naturaleza cambiante
del poder o las estructuras sociales que se desarrollan con el tiempo sin un proyecto particular. Es precisamente
por esta impersonalidad que las estructuras son tan poderosas, como describirá Foucault más adelante. La
estructura no puede apagarse porque no hay nadie que la haya encendido.
En la segunda parte vimos que los cambios de las penas estaban vinculados a transformaciones en la
organización social. En particular, hubo un desplazamiento de una forma más concentrada de poder social, que
residía en el rey, a una forma de poder más distribuida o generalizada, que reside en el pueblo. En consecuencia,
hubo un desplazamiento: de ser impuesto a los criminales por el rey, el castigo pasó a desarrollarse en normas
sociales que previenen el crimen y reformarán a los criminales. Foucault se refiere a esto como "disciplina", es
decir, esa forma en que la gente es disciplinada para que alcance un comportamiento correcto. En la tercera
parte, Foucault explora los mecanismos a través de los cuales la sociedad disciplina a sus sujetos. Le interesa
particularmente cómo fueron diseñadas las instituciones para realizar ese trabajo. Ya hizo una descripción de la
institución de la prisión, y regresará a ella. Pero también le interesan otras instituciones, como la fábrica o la
escuela, y argumentará que, en cierta medida, también funcionan como una cárcel.
Foucault comienza el primer capítulo de esta parte, "Los cuerpos dóciles", describiendo la rutina de un soldado.
El soldado representa la disciplina: sigue órdenes estrictas en un horario y lugar precisos. En particular, es
entrenado y observado por sus supervisores en los cuarteles. Foucault argumenta que otras instituciones operan
de la misma forma, incluso cuando el trabajo disciplinario no sea tan obvio como en el caso del soldado. En una
fábrica, por ejemplo, cada trabajador tiene que cumplir un rol particular en un momento preciso sobre la línea
de montaje. Así también una escuela reglamenta y clasifica a los estudiantes en distintos grados y luego organiza
sus días para maximizar su educación. En cada institución los cuerpos son "dóciles" porque pueden ser
manipulados y controlados. Aprenden a moverse y a actuar de cierta manera, de acuerdo a las necesidades de
la institución.
Foucault describe algunos principios que atraviesan estas instituciones. Uno es la clausura: ya sea en el cuartel
o en la fábrica, el hospital o la escuela, hay un espacio específico designado específicamente por y para la
institución. Luego, la partición o localización elemental: este espacio es dividido de manera que cada individuo
tenga su propio lugar. El soldado trabaja aquí; el estudiante se sienta en este escritorio; el paciente yace en
aquella cama. Tercero, el espacio tiene "emplazamientos funcionales" (p. 147) que apuntan a cumplir objetivos
específicos. La línea de montaje, por ejemplo, produce algún tipo de objeto, y cada individuo desde su lugar
contribuye a hacer parte de ese objeto. Finalmente, las instituciones tienen "rangos", o jerarquías. Las escuelas
tienen distintos grados; el ejército tiene oficiales de distintas categorías, etcétera. Esto ayuda a organizar el
funcionamiento de la institución.
Foucault nos pide que notemos que los espacios son múltiples, lo que significa que son a la vez "reales" e
"ideales". Son reales en tanto que componen distintas secciones de una institución, realmente hay distintos
escritorios en un aula, de la misma manera que hay diferentes clases dentro de una escuela. Pero también son
ideales en tanto que la función de un estudiante o los distintos grados son ideas. Lo que hacen las instituciones
como la escuela es combinar lo real con lo ideal, dándole a ideas abstractas como el rango lugares reales en los
cuales las personas pueden ver lo que supuestamente deberían hacer o dónde deberían estar.
La última parte es importante: los individuos aprenden lo que se espera de ellos en un tiempo y espacio dados
y aprenden, a la vez, lo que la institución necesita para seguir funcionando. Esto no significa que sean meras
marionetas. Al contrario, Foucault cree que el surgimiento de estas instituciones disciplinarias marca el
desplazamiento de pensar en las personas como máquinas que necesitan ser manejadas a animales que deben
ser entrenados. Aprenden a ocupar una posición dentro de una institución y a adaptarse a lo que hacen los
demás. Para hacerlo tienen que internalizar las reglas y expectativas del espacio.
Foucault dice que esta manera de organizar la sociedad, a través de normas en lugar de penas, abrió el cuerpo
a nuevos tipos de análisis y estudio. Para descubrir la mejor manera de entrenar a las personas, lo mejor es que
internalicen las normas. ¿Cómo se producen las normas? ¿Y cómo se hace para que los individuos operen
dentro de ellas? Para Foucault, la respuesta está en la naturaleza jerárquica de las instituciones. Si los sujetos
se sienten observados constantemente por alguien superior, actuarán como se espera que actúen. La vigilancia,
entonces, se vuelve una clave para mantener el funcionamiento institucional. Mientras se sientan vigiladas, las
personas se comportarán bien.
Es por eso que las instituciones se llenaron de instancias de evaluación. El caso de la escuela es obvio, los
estudiantes rinden exámenes. Pero Foucault se refiere a la evaluación en un sentido más amplio también.
Pensemos en cómo revisa un médico a sus pacientes en un hospital. O en cómo son examinados los uniformes
de los soldados en relación con la limpieza y el orden. El punto es que los individuos que son disciplinados están
siempre siendo evaluados. Y eso significa también que están en la intersección entre el poder y el saber. Al ser
examinado, uno está bajo el poder de alguien más, mientras se vuelve a la vez una fuente de conocimiento para
el evaluador. Y esto se convierte en un ciclo continuo: el conocimiento producido por el cuerpo será usado para
disciplinarlo. La autodisciplina se convierte en un caso de estudio para el disciplinamiento social.
Análisis
En este capítulo Foucault se dedica al análisis de muchos temas importantes para el libro. Uno es la relación
entre poder y saber, que se cristaliza en la función del "control". Foucault cree que el poder y el saber están
íntimamente vinculados, de manera que el poder produce nuevas formas de saber mientras opera a través del
mismo saber. La comprensión del funcionamiento informa los mecanismos de control, mientras que lo
controlado puede ser evaluado para comprenderlo mejor. Esta dinámica es central a la comprensión del libro
entero de Foucault.
El vínculo entre el poder y el saber es también la razón por la cual el poder no puede estar concentrado en un
punto particular. Si el poder trata de comprender el funcionamiento de las cosas, está en todos lados, y no en
un solo individuo, como el rey. Las sociedades se organizan en torno a la clasificación de distintos tipos de
personas y distintos tipos de funciones. Y esta organización sucede sin un decreto monárquico, es decir, opera
a través de normas sociales y del sentido común. Los presupuestos tácitos estructuran a la sociedad tanto como
las leyes y la policía.
Otro tema es la importancia de las instituciones para comprender cómo funciona la sociedad. Como dijimos, no
tiene sentido ubicar el poder en la figura de un rey. Pero tampoco tiene sentido decir que el poder pertenece a
algún otro gran concepto como el Estado o la ley. Más bien, vemos que muchas instituciones median entre el
Estado y el individuo, y le dan forma a su vida diaria. Estas instituciones incluyen a la iglesia, la escuela y los
cuarteles. Como estas instituciones son más pequeñas y más inmediatamente cercanas a las personas, tienen
un impacto mayor en darle forma a los comportamientos que a las leyes, que son más abstractas.
Podría resultar sorprendente leer a Foucault diciendo que las instituciones son similares. Un cuartel, una escuela
y una prisión parecerían tener distintas funciones en una sociedad, y albergan a personas diferentes. Pero
Foucault reconoce la similitud porque es un estructuralista: alguien que ve cómo distintas cosas pueden tener
la misma forma. Estas instituciones son todas similares por las formas en las cuales recluyen y disciplinan a sus
miembros. A Foucault le interesan más los patrones que involucran distintos lugares y cosas, que los detalles de
cualquier cosa en particular.
Otros teóricos también han apuntado a la importancia de las instituciones, en particular la escuela, para generar
adherencia a los valores sociales. Louis Althusser, un filósofo marxista francés que fue maestro de Foucault al
comienzo de su carrera y luego su amigo, sostuvo que las sociedades pueden sostener la desigualdad social
por la ideología, que convence a los oprimidos de aceptar su posición en la sociedad como si fuera algo natural.
Él desarrolló el concepto de "aparatos ideológicos del Estado" para estudiar instituciones como la escuela, donde
los individuos aprenden las normas sociales y se someten a la autoridad. Esta es una resonancia entre Althusser
y Foucault. Pero Foucault va un paso más allá, como veremos en el capítulo siguiente, y señala que esa
conminación a conformarse proviene de todos lados, no solo de la escuela o de los aparatos ideológicos.
Capítulo 7: El Panoptismo
El tercer capítulo de la sección "Disciplina" se titula "El panoptismo". Aquí, Foucault se inspira en el diseño
propuesto por Jeremy Bentham para el proyecto de una prisión llamada "Panóptico". "Pan" significa "todo" y
"óptico" se refiere a la vista; el Panóptico es entonces una institución en la cual todo es visto, todos están
constantemente bajo vigilancia. Para lograr este efecto, Bentham imaginó una prisión con una torre central y
celdas organizadas en un círculo alrededor. El prisionero de una celda podría ser visto en cualquier momento
por el guardia que ocupara la torre. Lo más importante para Bentham es que incluso si el guardia no estaba
realmente vigilando al prisionero en un momento dado, este último no tendría forma de saberlo. Siempre era
posible que el prisionero estuviera siendo vigilado, y por eso estaba siempre bajo la presión de comportarse
correctamente.
El panoptismo, para Foucault, es la condición de sentirse constantemente vigilado. Una vez más, no hace falta
que las personas sean realmente vigiladas. Lo que importa es que crean que están siéndolo. Para que esto tenga
el efecto máximo, las personas no deberían poder asegurarse si están siendo vigiladas o no en ningún momento.
El poder debería ser "visible e inverificable": la torre visibiliza la posibilidad de ser vigilado, pero, impedido de ver
el interior de la torre, el prisionero no puede saber exactamente cuándo está siendo observado. Esto flexibiliza
el poder, incluso lo vuelve infinito: como nunca puedes saber cuándo opera el poder, está operando de hecho
constantemente.
El Panóptico era el diseño de una prisión. Pero Foucault cree que representa el poder estatal en la sociedad
moderna. Él llama a esta sociedad una sociedad "disciplinaria" en lugar de una sociedad de soberanía. En una
sociedad de soberanía, el poder está ubicado en el soberano: es el rey quien controla la ley y legitima el ejercicio
de la violencia. El poder está así centralizado y localizado. Por el contrario, en una sociedad disciplinaria, las
personas son controladas por normas sociales en lugar de un rey o una figura central. Todos se disciplinan a sí
mismos para encajar en las normas de comportamiento correcto. Y como estas normas pertenecen a la sociedad
y están por eso en todos lados, las personas se disciplinan todo el tiempo, tal como un recluso que cree que
está siendo constantemente vigilado. El poder está en todos lados, y las personas se adecúan a él
voluntariamente en vez de verse obligadas a adecuarse mediante la violencia o la amenaza de violencia.
Para mostrar las implicaciones radicales de esta dinámica de poder, Foucault abre el capítulo discutiendo cómo
las sociedades respondieron a la plaga en el siglo XVII. En ese caso, lo importante era poner en cuarentena a
los infectados por la plaga, lo que creó a la vez una división entre los vivos y los que morían. Los enfermos tenían
que ser vigilados y apartados. Por el contrario, en una sociedad regida por normas sociales, todos están siendo
vigilados en todo momento.
Foucault llama a esto la "generalización disciplinaria" (p. 212). No son solo los enfermos o los criminales quienes
se sienten vigilados, sino que es una condición para todos en general. En la parte anterior, vimos como
instituciones particulares, como el cuartel o la escuela, convertían a las personas en objetos de estudio,
constantemente evaluadas y observadas. Así y todo, ninguna institución es dueña de este proceso. La
observación continúa sucediendo incluso fuera del cuartel o la escuela, porque las normas sociales están en
todos lados. También es por esto que el poder disciplinario no pertenece a un gobierno, a la policía, u otros
órganos "oficiales" del poder en una sociedad. Nadie controla las normas, porque están en todos lados y todos
están sujetos a ellas.
Una consecuencia de este desplazamiento de la disciplina concentrada por las instituciones a un tipo general
de poder a lo largo y ancho de la sociedad es lo que Foucault llama una "inversión funcional de las disciplinas"
(p. 214). En el pasado, la disciplina principalmente neutralizaba el riesgo; tenía la función de negarlo, lo que
implicaba querer deshacerse de los malos comportamientos. Ahora la disciplina también adopta la función
positiva de crear "ciudadanos productivos" (p. 245). El objetivo no es solamente destruir los malos
comportamientos, sino crear personas buenas que contribuyan constantemente a la sociedad y actúen de
manera adecuada.
Análisis
En el apartado previo vimos cómo Foucault consideraba las similitudes a través de distintos tipos de instituciones.
La escuela, el cuartel y los hospitales operaban todos sobre principios de reclusión donde cada persona tenía
su lugar y función. En esta sección, Foucault abstrae ese proceso de las instituciones y lo observa en su
funcionamiento social más general. Esta es la transformación mayor que Foucault describe: cómo un tipo de
poder que era practicado en un sitio particular se libera de él, y flota a través de la sociedad para ser practicado
en todo lugar, en todo momento.
El panoptismo, o el proceso general del Panóptico, es complejo de comprender. El sentido es que uno siempre
siente estar siendo observado, lo que significa que uno siente siempre la presión de actuar adecuadamente. El
punto para Foucault es que uno no tiene que tener conciencia de esa sensación. Tampoco es necesario estar
constantemente bajo vigilancia. Podríamos estar solos en nuestras casas, pero la norma social de actuar
correctamente está tan internalizada que igual actuaríamos como si alguien nos estuviera mirando. De hecho, el
poder disciplinario es más poderoso porque es mayormente inconsciente. Mientras más internalizada estén las
normas, mayor alcance tendrá el poder.
Vale mencionar que nadie construyó el Panóptico en el siglo XIX. Jeremy Bentham lo describió, pero el edificio
como tal nunca fue construido. Esto no fue un problema para la teoría de Foucault, ya que su interés estaba en
el proceso general más que en la cosa particular. El Panóptico es un modelo de cómo opera el poder. Eso
significa que es más una metáfora, y es el poder de la metáfora, más que el hecho de su existencia, lo que
Foucault persigue.
Esto también es una demostración del tipo singular de historia que hace Foucault, donde le interesan menos las
cosas que realmente sucedieron que el discurso, o la forma en que se pensaba o hablaba de esas cosas. Lo que
le importa a Foucault no es si cierto tipo de edificio fue de hecho construido, sino el significado de la posibilidad
de describir y desear un edificio semejante. El simple pensamiento del Panóptico nos indica el deseo de cierto
tipo de poder más que las estructuras físicas. Esta es la utilidad de analizar el discurso, las formas en las cuales
nos presenta presupuestos tácitos sobre cómo una sociedad se concibe.
Es difícil sobrestimar la importancia que pone Foucault en el nivel operativo del poder para crear "buenas
personas". A veces pensamos que el poder actúa sobre los ciudadanos de un Estado, por ejemplo. Entonces
hay ciudadanos que hacen algo y la policía los castiga. Foucault dice que el poder ya está actuando cuando los
ciudadanos se reconocen como tales. Eso es porque la identidad de los ciudadanos ya carga para ellos con un
sentido en términos de cómo actuar ante las figuras de autoridad a las cuales están sujetos. No hay identidades
neutras. Al momento en que los individuos se identifican, ya están haciéndolo dentro de un sistema de normas
que afecta su comportamiento.
La última parte de Vigilar y castigar, "Prisión", sigue la expansión sostenida de la prisión en el siglo XIX. Una vez
que la prisión entra en la escena como institución reformatoria, gana terreno rápidamente porque parece ser la
"pena perfecta". Apuntando principalmente a la "privación de la libertad" (p. 235) más que a la administración de
castigos dolorosos, es la mejor pena para una sociedad que valora la libertad más que cualquier otra cosa. E,
incluso más significativamente, como la libertad es un valor universal, quitarla impacta a todos por igual. A una
persona rica no le impacta tanto una multa como a una pobre. Pero el confinamiento, al contrario, afecta tanto al
pobre como al rico.
Pero más aún, la pena transforma a los sujetos. Tal como el cuartel produce buenos soldados, una prisión debería
crear buenos ciudadanos que puedan regresar a sus roles en la sociedad. Para realizar esta transformación, la
prisión opera en tres niveles distintos: el moral, el económico y el médico. Moralmente, el delincuente es aislado
de la sociedad e incorporado en una jerarquía de perversiones morales, según la gravedad de su crimen.
Económicamente, el delincuente es puesto a trabajar a través del trabajo penitenciario, que beneficia a la
sociedad y lo entrena para ser productivo una vez que regrese a ella. Y desde el punto de vista médico, el
criminal es tratado como alguien a "curar", es decir alguien a quien hay que reincorporar a las normas sociales
que facilitan su funcionamiento correcto en el interior de la sociedad.
La idea de curar a un delincuente es un gran cambio con respecto a la forma previa de concebir a los criminales.
Foucault distingue entre el "infractor" y el "delincuente". Un infractor es reconocido por su infracción y la pena
correspondiente que le es aplicada. Un delincuente, por el contrario, es conocido por su personalidad, de la cual
la infracción solo es un síntoma. No es una persona normal que cometió un crimen, sino una persona anormal
cuya personalidad entera debe ser reprogramada. Esto significa que el sistema penal comienza a ocuparse de
la vida entera del criminal, no solo el acto que cometió. Es evaluado de arriba abajo.
Una vez más, ya no impera el castigo por sí mismo. La prisión llega a concebirse menos como un castigo penal
y más como una práctica punitiva, una forma de reformar la vida entera de un criminal. El individuo se vuelve así,
como en otras instituciones, la intersección entre el poder y el saber. Su vida entera debe conocerse, y ese
conocimiento es parte de su sujeción a la sociedad que vulneró.
Foucault señala otra forma de intersección entre poder y saber, que es la producción del mismo concepto de
"delincuente" como categoría. El autor indica que la expansión de las colonias penales coincidió con la expansión
de la ciencia psicológica. Las nuevas formas del saber, como la psicología, produjeron nuevas clases de
individuos, como el delincuente. Y esa clase de individuo está luego sujeta al poder de las instituciones médicas
y legales. El punto es que la producción de conocimiento está vinculada a un ejercicio de poder. No es que los
delincuentes estén dando vueltas por el mundo y luego venga la ciencia para curarlos. Más bien, al proveer una
cura para la transformación de la vida entera de una persona, la ciencia produce un sujeto que debe ser curado:
el delincuente cuya vida entera debe ser estudiada y conocida.
Hacia el fin de esta parte, Foucault reflexiona sobre el hecho de que las prisiones raramente alcanzan lo que
prometen cumplir. La criminalidad no ha caído tanto, los criminales suelen reincidir en la actividad criminal
cuando salen de la cárcel en vez de ser reformados. Si la prisión "fracasa", ¿por qué siguen siendo tan usadas?
Primero que nada, Foucault señala que cuando se discute el fracaso de la prisión, siempre se retorna a los siete
principios ideales de las prisiones. Esto permite decir que el problema no es la idea de prisión, sino el fracaso
de las prisiones realmente existentes de alcanzar su forma ideal. Por eso debemos seguir perfeccionando las
prisiones, en vez de abandonarlas. Los siete principios que Foucault enumera son: aislar a los criminales de la
sociedad, individualizar las penas, obligar a los presidiarios a trabajar, educarlos, supervisarlos, transformarlos y
erigir "instituciones auxiliares" para monitorear a los prisioneros una vez que salen de la cárcel. Se cree que si
alcanzamos estos ideales, la prisión hará todo lo que se supone que haga. Si la prisión fracasa, suele decirse, es
solo porque necesitamos hacer mejores prisiones, en vez de renunciar a la idea de prisión por completo.
Estas excusas pueden ser usadas para justificar la prisión de cara a su evidente fracaso respecto de haber
alcanzado sus objetivos. Pero Foucault sugiere otra razón para el uso sostenido y continuado de las prisiones.
Estos "fracasos" son, de hecho, productivos, en tanto producen nuevos conceptos que resulta útiles. Por ejemplo,
hemos visto cómo las prisiones crean a la clase de sujeto llamado delincuente –el criminal que tiene dificultades
para adaptarse a las normas sociales–. Es necesario estudiar su vida para reformarlo, lo cual, a la vez, llevará a
que no reincida en el futuro. Esto hace que cualquier crimen sea el efecto de una personalidad patológica y, al
mismo tiempo, refuerza la idea de que la sociedad en general está sana. Las prisiones funcionan para reforzar
las normas sociales, y este es su efecto más importante. Porque cuando somos gobernados por normas más
que por leyes, nos vigilamos mutuamente para comportarnos de forma correcta, de la misma manera en que
imaginamos que las prisiones corrigen a los delincuentes. Las prisiones producen una sociedad en la cual
evaluamos constantemente nuestras vidas y las adecuamos a las normas.
Análisis
En el último capítulo cerramos el círculo que Foucault abrió en el primero: las huelgas de reclusos en Francia al
momento de escribir el libro. Foucault nos recuerda qué está en juego políticamente al pensar las prisiones.
Hemos visto a lo largo de su historia lo coercitivas que pueden ser las prisiones y cómo impactan negativamente
en todos los individuos, no solo los prisioneros. Esto es a causa de los efectos laterales de las prisiones al
conformar las conciencias a través del poder disciplinario en la sociedad general. Foucault parece decir que la
prisión está en juego no solo para los prisioneros, sino en la sociedad como un todo. También señala que las
defensas erigidas en torno a las prisiones, aunque hayan fracasado en su supuesto objetivo, existen desde hace
un buen tiempo. Si realmente quisiéramos una sociedad funcional y justa, sugiere Foucault, deberíamos
deshacernos de las prisiones en su forma actual. Pero eso no es lo que realmente quiere la sociedad; quiere una
estructura que separe a los buenos ciudadanos de los "delincuentes".
Un tema recurrente también en otros trabajos de Foucault es su interés en las categorías aplicadas a las
personas. Le interesan especialmente las distintas identidades que empiezan a tomar la forma de la esencia de
una personalidad entera. En La historia de la sexualidad, por ejemplo, habla de cómo las identidades como la
"homosexual", que emergió recién hacia fines del siglo XIX, llegó a expresar la verdad íntima de una persona.
Esto es lo mismo que hace la categoría de "delincuente". No es el tipo de identidad que exprese una función que
se pueda cumplir durante un tiempo o en un lugar específicos, como un estudiante o un hijo. Se es estudiante
en la escuela, pero no es el mismo tipo de identidad que la sexual, que aplica en todo momento. De manera
similar, la delincuencia empieza a ser la esencia absoluta de alguien, vinculada a su alma más que a las acciones
que realice en la vida social.
Como dice Foucault, una de las fuerzas motoras de esta nueva concepción categorial es la psicología. En el siglo
XX, la práctica de clasificar tipos de personas se aceleraría cada vez más con discursos como el del Manual
diagnóstico y estadístico de trastornos mentales (DSM según sus siglas en inglés) de la Asociación Psicológica
Americana. Foucault también discutió los antecedentes históricos de la psicología en su libro anterior, Historia
de la locura en la época clásica. Allí se interesó por cómo los trastornos mentales empezaron a ser concebidos
más como problemas mentales que como enfermedades físicas, y una parte de esa transición fue pensar que la
persona entera, su propia alma, debía ser curada de una enfermedad, en lugar de, por ejemplo, curarle un
catarro.
Puede parecer extraño que Foucault concluya su libro con una discusión sobre las prisiones, una institución
específica, cuando el punto de la parte anterior era la ubicuidad del "panoptismo" en las sociedades occidentales.
Pero el objetivo de Foucault finalmente es contar dos historias paralelas: una sobre el ascenso de un sistema
general del poder y otro sobre el destino de una institución particular. Cierra con esta institución por la urgencia
política de desmantelar las injusticias que ve en las prisiones. Puede que Foucault esté sugiriendo que abolir las
prisiones, en lugar de simplemente intentar reformarlas, sea uno de los pasos necesarios para destruir el sistema
de poder disciplinario en el cual estamos todos entramados.