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PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL.

KANT

CAPÍTULO X

EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

1. Personalidad de Kant

Immanuel Kant es, fuera de duda, uno de los filósofos más importantes de todos los
tiempos, y este juicio vale sin que implique estar de acuerdo con lo que él sostuvo. Esa
importancia radica en la extraordinaria profundidad de sus ideas y en la magnitud del
cambio que introdujo en el pensamiento filosófico y en el pensamiento humano en
general.
En efecto, la revolución que introduce Kant sólo puede compararse con la que inició
Sócrates en el mundo griego (cf. Cap. IV, § 3). Y así como la filosofía griega, desde Tales
hasta Aristóteles, y aun con los postaristotélicos, ofrece una riqueza de concepciones y de
pensamiento que convierten este período en uno de los más extraordinarios que la
humanidad haya vivido, de modo semejante ocurre con el movimiento filosófico que se
genera a partir de Kant. Porque en el limitado espacio de cuarenta años -entre la Crítica
de la razón pura, que se publica en 1781, y la última obra importante de Hegel, la Filosofía
del derecho, que aparece en 1821- se suceden grandes filósofos, es el movimiento que se
conoce con el nombre de "idealismo alemán", que por la hondura, la vastedad y la
influencia de sus ideas, sólo puede compararse con la filosofía griega -con la diferencia de
que ésta se desarrolla a lo largo de varios siglos, y en cambio en el caso del idealismo
alemán se trata tan sólo de cuarenta años, lapso en el cual la cultura alemana asciende al
1
primer nivel de la especulación filosófica.
Kant nació en 1724 y murió en 1804. Tuvo, pues, una vida relativamente larga. A pesar de
ello, la obra que asentó su duradera fama, la Crítica de la razón pura, apareció cuando
Kant ya se acercaba a los sesenta años. Cosa extraña, porque la maduración del genio
filosófico suele ser bastante más temprana (los grandes filósofos por lo común han escrito
su obra más importante alrededor de los cuarenta años). Kant tardó mucho más, y ello no
es casualidad, sino que probablemente está en relación directa con la extraordinaria
dificultad del asunto que allí se trata. Si Kant tardó sesenta años en llegar a la sazón de
su pensamiento, ello se debe a que su sistema no era de aquellos que pueden aparecer
de golpe, por repentina inspiración feliz, sino el resultado de una larguísima maduración,
que no era sólo la del individuo Kant, sino al mismo tiempo la maduración de todo el
pasado filosófico europeo.
Si se recorre la serie de las obras de Kant -quien comenzó a publicar cuando tenía
2
poco más de veinte años-, puede verse cómo transita sucesivamente y de manera
abreviada las diversas etapas que el pensamiento europeo moderno, a través de
generaciones, había ido atravesando. Aunque sin duda simplificando muchísimo, puede
decirse que en sus primeros escritos sigue una orientación racionalista, y que luego
parecería sufrir una crisis intelectual de aproximación al empirismo. Pero una vez

1
Cf. R. KRONER, Von Kant bis Hegel [De Kant a Hegel] (Tübingen. Mohr, 1921), I, 1.
2
Su primera obra apareció en 1746: Gedanken von der wahren Schätzung der lebendigen Kräfle
(Pensamientos sobre la verdadera apreciación de las fuerzas vivas).
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

recorridos estos momentos, Kant, habiendo penetrado hasta las raíces del racionalismo y
del empirismo, elabora una teoría novedosa, que va unida a su nombre: la filosofía crítica
o filosofía trascendental. No es entonces que Kant haya vivido desde fuera los sucesivos
momentos de la filosofía precedente, sino que, al mismo tiempo que los estudiaba,
constituyeron estadios de su propio itinerario intelectual y vital, hasta que, habiendo
ahondado en sus fallas, carencias y limitaciones, llegó a una concepción enteramente
original.
Kant nació, creció, maduró, envejeció y murió sin salir casi de su ciudad natal,
Konigsberg, en la Prusia oriental. La ciudad, la segunda del Reino de Prusia, contaba
entonces con unos 50.000 habitantes, cantidad considerable para la época. Kant no se
movió nunca de las cercanías de esa ciudad, situada -es importante notarlo- en aquel
momento exactamente en el borde del mundo civilizado, en la frontera de la Europa
ilustrada, zona bastante a trasmano desde el punto de vista cultural. Se llama la atención
sobre estas circunstancias para que se piense cómo un individuo como Kant, situado en
aquella especie de extremo del mundo, pudo sin embargo introducir en Europa la
revolución más grande que conozca el pensamiento moderno.
Kant era un hombre bajo, delgado, un tanto jorobado, probablemente por alguna
afección pulmonar; hombre que, a pesar de su débil naturaleza, pudo sin embargo vivir
muchos años gracias a su riguroso régimen de vida, tan metódico que hasta puede
parecer pedantesco. Provenía de familia humilde; su padre era un artesano, de profesión
talabartero. Otro hecho más que muestra cómo el verdadero genio se sobrepone a las
circunstancias: al origen familiar, a las condiciones ambientales.
¿Cómo es que sin conocer personalmente el resto del mundo y situado en el margen
de la Europa de su tiempo pudo Kant introducir una transformación tan grande? Se trata
justamente de uno de esos hechos que nos hacen hablar, como de un fenómeno
inexplicable, del genio. Fuera como fuese, Kant estaba perfectamente enterado de todo lo
que pasaba en su momento; tan así es que una de las pocas veces en que se apartó de
su régimen de vida tan riguroso, fue cuando esperaba los periódicos que traían las
noticias de la Revolución Francesa. Kant, desde aquella zona casi perdida, conocía el
resto del mundo quizá mejor que los viajeros más avezados de su tiempo. Y tuvo
asimismo la dicha de ser quizás el último europeo que pudo reunir en su cabeza todo el
saber de su época (cosa que después, por la enorme especialización y ampliación de los
conocimientos, se volvió imposible); no sólo sabía filosofía, sino que también sabía y
enseñaba matemáticas, física, astronomía, mineralogía, geografía, antropología,
pedagogía, teología natural..., y hasta fortificaciones y pirotecnia.

Kant une a la dificultad del tema la de que sus obras están escritas en un lenguaje
muy técnico, al cual no puede tenerse acceso inmediato; por el contrario, tendrá que
írselo aclarando en sucesivos pasos. En este sentido es un filósofo difícil; no sólo por sus
ideas, sino por su expresión.
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SECCIÓN I LA FILOSOFÍA TEORÉTICA

2. Racionalismo y empirismo. El realismo

Kant resume en su propio desarrollo intelectual, hemos dicho, el desenvolvimiento de


la filosofía anterior a él -especialmente la filosofía moderna-, y a la vez supera el
racionalismo y el empirismo.
El racionalismo (cf. Cap. VIH, § 13) sostiene que puede conocerse con ayuda de la
sola razón, gracias a la cual se enuncian proposiciones del tipo: "la suma de los ángulos
interiores de un triángulo es igual a dos rectos". Estos son juicios que se caracterizan por
ser necesarios y universales, es decir, que valen para todos los casos (universales) y que
no pueden ser de otra manera (necesarios). Un saber, pues, que realmente merezca el
nombre de conocimiento -dice el racionalismo- tiene que ser necesario y universal.
Pero ocurre que la experiencia no proporciona ningún conocimiento de este tipo. Lo
que la experiencia enseña -lo que vemos, lo que tocamos- nunca es necesario y
universal, sino contingente y particular. Para el racionalismo, entonces, el conocimiento
empírico no es verdadero conocimiento. El único conocimiento propiamente dicho es el
que proporciona la razón por sí sola. Y la razón tiene la capacidad de alcanzar, no los
fenómenos (las apariencias o manifestaciones), sino la realidad, las cosas en sí mismas,
el fondo último de las cosas; permite conocer, no las cosas tales como se nos aparecen,
sino las cosas tales como son en sí, la verdadera y última realidad. Por tanto, es una
facultad mediante la cual puede saberse -entre otras cosas- si existe Dios o si no existe, si
el alma es inmortal o no lo es, si el mundo es finito o infinite, si el hombre es libre o está
determinado necesariamente en todos sus actos.
El empirismo (cf. Cap. IX, § 1), en cambio, sostiene la tesis contraria: el único
conocimiento legítimo, y el fundamento en general de todo conocimiento, es la
experiencia, vale decir, los datos que proporcionan los sentidos. Hume admite, hasta
cierto punto, el valor de la razón, pero enseña que los conocimientos que ella suministra
son simplemente análisis de nuestras ideas (cf. Cap. IX, § 4), se refieren a las relaciones
entre ideas que nosotros mismos hemos formado de manera relativamente arbitraria,
ignorando si en el mundo empírico hay algo que les corresponda. Que efectivamente haya
cosas sensibles rectangulares, por ejemplo, como esta mesa sobre la que escribo, es en
el fondo un hecho casual y contingente; lo que al geómetra le interesa es meramente la
idea de rectángulo. Y la razón, entonces, carece de competencia más allá de estas ideas
creadas por ella. Según el empirismo, no puede conocerse absolutamente nada acerca de
las cosas en sí, sino sólo los fenómenos que se dan en la experiencia.

Por tanto Hume es, desde el punto de vista metafísico, un escéptico. No puede
saberse si existe Dios ni si no existe, no conocemos substancia ninguna, ni material ni
espiritual, etc.; y no puede sabérselo porque cuando se habla de Dios o de cualquier otro
objeto metafísico, no pretendemos hablar de meras ideas, de imágenes formadas por
nosotros, sino que queremos referirnos a cosas realmente existentes; pero como de tales
objetos metafísicos no se tienen impresiones, y como la única manera de conocer
"realidades" o hechos es mediante la experiencia, la conclusión de Hume es que de ellos
no puede haber conocimiento ninguno.
Empirismo y racionalismo, entonces, resultan posiciones contrapuestas, teorías
enemigas. Pero para ser enemigo hace falta siempre cierta coincidencia con el
adversario, un suelo común sobre el que se combate. Y también esta polémica entre
empirismo y racionalismo reposa sobre una coincidencia de fondo, sobre la cual
justamente va a incidir la crítica de Kant -con lo que se verá que Kant no es en rigor ni
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racionalista ni empirista, puesto que supo orientarse hacia una zona más fundamental que
aquella sobre la que se movía la oposición racionalismo-empirismo.
En efecto, racionalismo y empirismo coinciden en ser formas del realismo. Este
término, como tantos otros en filosofía, tiene muchos sentidos; aquí se lo va a emplear
para designar la teoría que sostiene que en el acto de conocer lo determinante es el
objeto: que cuando se conoce, quien tiene la primera y última palabra no es el sujeto, sino
3
la cosa misma. El sujeto cognoscente, entonces, es comparable a un espejo donde las
cosas simplemente se reflejan. Tal "espejo" puede reflejar las cosas mediante la razón
(racionalismo) o mediante los sentidos (empirismo); pero en cualquiera de los dos casos
el esquema es exactamente el mismo: conocer quiere decir reflejar, reproducir las cosas.
Lo que se refleja será en cada caso diferente, porque para el racionalismo se tratará de
copiar las cosas en sí mismas, el fundamento último de ellas, y para el empirismo se
mostrará en el espejo solamente el fenómeno, la apariencia de las cosas; pero en los dos
casos, repetimos, el conocimiento se concibe como actitud fundamentalmente pasiva.
Según el realismo, pues, el conocer es una actitud puramente contemplativa,
teorética: el sujeto cognoscente no hace más que contemplar el espectáculo que la
realidad le ofrece. Por ello tanto el racionalismo cuanto el empirismo definen la noción de
verdad diciendo que un conocimiento es verdadero cuando coincide con el objeto
conocido, con la cosa a que se refiere. En el caso del empirismo, la cuestión está clara: la
percepción tiene que coincidir con las cosas sensibles para ser verdadera. El caso de
Descartes puede parecer más complicado, pero en el fondo se trata de lo mismo, porque
sólo se tiene conocimiento verdadero cuando se enlaza las ideas innatas de manera
evidente, es decir, clara y distinta, y cuando se les enlaza de ese modo, se las está
enlazando tal como Dios las enlaza, es decir, tal como corresponde a la naturaleza de las
cosas.

3. La revolución copernicana

El problema de la esencia del conocimiento consiste en determinar si en efecto el


sujeto es meramente receptivo en el acto de conocer, como pretende el realismo, o si, por
el contrario, no es un espejo y el conocimiento se convierte así en una especie de acción,
de praxis. Esta última es justamente la opinión de Kant, quien sostiene que conocer no es,
en su fundamento, reflejar los objetos, sino que es ante todo (y como condición para
cualquier ulterior reflejo de los objetos en el sujeto) trazar el horizonte dentro del cual los
objetos son objetos, vale decir, construir el ámbito de la objetividad. Para introducirnos en
la comprensión de este tema nos valdremos de una imagen o comparación, que es
inexacta y engañosa si se la toma literalmente -tal como ocurre en estos temas con todas
las comparaciones-, pero que puede servir como primera aproximación, y si se toma la
precaución de olvidarla luego.
4
Supóngase que todos los seres humanos naciesen con gafas de cristales azules;
que esos anteojos formasen parte de nuestro órgano visual, de tal manera que
quitárnoslos equivaldría a arrancarnos a la vez los ojos; y supongamos, además, que no
nos diésemos cuenta de que tenemos puestos tales anteojos. Entonces ocurriría que todo
lo que viésemos se nos aparecería azul, lo cual nos llevaría a suponer, no que las cosas
las "vemos" azules, sino que realmente "son" azules -aunque la verdad fuese que en sí
mismas no son azules, sino que nosotros, en la medida en que las miramos, es decir,

3
"Cosa" se dice en latín "res": de ahí el vocablo "realismo".
4
La comparación esta tomada H. J. PATÓN, Kant's Metaphysic of Experience (London. Allen & Unwin, 1951),
I, pp. 166, 168-169.
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conocemos, estaríamos contribuyendo a otorgarles un cierto carácter, las estaríamos


"azulando". De este modo conocer no sería ya mero reflejar las cosas, sino operar sobre
ellas, transformándolas. Para Kant, según esto, conocer es ante todo "elaborar" las cosas
para que estén en condiciones de constituir objetos.
Para los griegos, en general para toda la filosofía prekantiana y para todo realismo,
5
el conocimiento era pura teoría, contemplación. Aristóteles consideraba la vida teorética
o contemplativa como la forma de vida más alta (cf. Cap. VI, §§ 7 y 9). Pero con Kant,
repetimos, el conocimiento, en su último fundamento, no es ya teoría, sino una cierta
operación transformadora que el sujeto cumple: conocer quiere decir elaborar el objeto. Y
los discípulos de Kant -Hegel entre otros- van a terminar sosteniendo que conocer
significa directamente crear el objeto del conocimiento, más aun, la realidad. De este
modo, el núcleo definitorio de la vida humana no se lo encontrará ya en la actitud
teorética, sino en esta especial forma de "actividad", de praxis, que es el conocimiento tal
como Kant lo entiende.
En esta perspectiva conviene señalar que Kant es el antecedente de Hegel, y que
sin Hegel no hubiera habido Marx. Independientemente de lo que se piense de Marx, en
pro o en contra, el hecho es que marca una época y una serie de acontecimientos
importantísimos; y su pensamiento sólo puede entenderse en sus fundamentos si nos
remontamos a Kant. Marx (cf. Cap. XII, § 3) define al hombre, no como animal teorético,
sino en función del trabajo; y ello depende, a la postre, de la manera cómo Kant enfoca el
conocimiento: como elaboración, es decir "fabricación", del objeto.-También podría
señalarse la relación que tiene esta cuestión de la primacía de la acción sobre la
contemplación, con un tema de la literatura de la época. En una de las primeras escenas
6
del Fausto (I parte, 1808) de Goethe, se encuentra Fausto con el texto de la Biblia,
queriendo traducir al alemán el pasaje de San Juan que comienza con las famosas
palabras: "En el principio era el lagos" ("el verbo", según suele traducirse). Este término
"logos", significaba para los griegos -entre otras cosas (cf. Cap. II, § 3) "razón",
"concepto", de manera que la frase podría traducirse diciendo que en el principio era el
conocimiento, la contemplación, las ideas. Pero Fausto no quiere simplemente reemplazar
la palabra griega por una alemana, sino que quiere traducirla al espíritu de su lengua, "a
su amado alemán", según dice; ensaya una serie de posibilidades -"palabra", "sentido",
"fuerza"-, pero ninguna lo satisface, hasta que al final encuentra un término que sí le
parece expresar la esencia del asunto en cuestión, y que ya no es traducción literal, que
ya no es calco. Y entonces dice: "En el principio era la acción (Tat)". Esto es, no el verbo,
no el conocimiento, sino la actividad, la acción.- En los comienzos, pues, del mundo
contemporáneo -tal como suele llamarse el que nace hacia fines del siglo XVIII-, Kant, por
una parte, entiende el conocimiento como una especial forma de acción; y por otra, frente
a problema paralelo, Goethe encuentra en la palabra "acción" el equivalente moderno de
lo que para el mundo antiguo había sido el logos. Esto no es casualidad; esto significa
que la historia no es una serie de meras ocurrencias, sino un acontecer donde parece
haber siempre un secreto acuerdo, cierta armonía aun entre las manifestaciones más
dispersas y aparentemente más heterogéneas -un acuerdo que quizá no se alcanza a
comprender plenamente.
Volviendo a Kant, decíamos que el sujeto cognoscente podría compararse con un
individuo que naciese con lentes coloreadas. Para que esta persona pueda ver -es decir,
conocer- se precisan dos elementos: de un lado, los anteojos, y del otro las cosas visibles;
si falta cualquiera de los dos, el conocimiento se hace imposible. Traducido a términos de

5
"Teoría" (θεωρια), etimológicamente emparentado con θαυμα, "asombro" (cf. Cap. I, § 4), significa
literalmente la acción de ver o contemplar; v. gr. ver un espectáculo teatral ("teatro", θεατρον, es entonces
el lugar a donde se va a ver o contemplar, el lugar de los espectáculos).
6
Versos 1215 -1237.
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Kant, esto significa que el conocimiento envuelve dos factores: 1) la estructura de nuestra
"razón", que es independiente de la experiencia; pero la razón, para poder funcionar en
este especial tipo de conocimiento que consiste en "modelar" los objetos, requiere 2) un
"material" modelable, las impresiones. Así se lee en la Crítica de la razón pura:
ni conceptos sin intuición que de alguna manera les corresponda, ni intuición sin
7
conceptos, pueden dar un conocimiento, porque pensamientos sin contenido son
8
vacíos, intuiciones sin conceptos son ciegas.

9
La "razón" está constituida, de un lado, por el espacio y el tiempo, que Kant llama
formas puras de la sensibilidad o intuiciones puras; y del otro, por las categorías, o
conceptos puros del entendimiento, tales como substancia, causalidad, unidad, pluralidad,
etc. Resulta entonces que el espacio, el tiempo y las categorías no son independientes
del sujeto, no son cosas ni propiedades de las cosas en sí mismas, sino "instrumentos" o
"moldes" mediante los cuales el sujeto elabora el mundo de los objetos; y el "material" a
que se aplican esos moldes son las impresiones o sensaciones.
Kant expresa la relación entre la estructura a priori del sujeto, conformadora y
elaborante de los objetos del conocimiento, por una parte, y por la otra las impresiones,
con el par de conceptos "forma" y "materia": espacio, tiempo y categorías son formas, las
impresiones constituyen su materia o contenido. Si se intentase conocer valiéndose
solamente de la "razón", es decir, de las formas a priori del sujeto, no se tendría sino
formas enteramente vacías, y por tanto no se conocería ningún objeto, nada
absolutamente. Es preciso, pues, que esas formas o moldes tengan un material al cual
aplicarse. Pero ocurre que ese material no puede provenir sino sólo de la experiencia, de
las sensaciones, y Kant dirá entonces que no es posible ningún conocimiento si no es
dentro de las fronteras de la experiencia. En este sentido se aproxima al empirismo, y
declarará la imposibilidad del conocimiento metafísico, entendido como conocimiento de
las cosas en sí, porque para que éste fuese posible tendrían que sernos dados los objetos
metafísicos (Dios, el alma, etc.), cosa que evidentemente no ocurre. Lo único que nos es
dado son las impresiones, y solamente sobre la base de éstas podrá elaborarse el
conocimiento. "Pensamientos" -es decir, aquí: formas del sujeto- "sin contenido son
vacíos".
Pero a la vez Kant enseña, contra la tesis empirista, que con puras impresiones
tampoco puede haber conocimiento; porque las puras impresiones, sin ninguna forma, no
serían sino un caos, un material en bruto, o, como dice Kant, una "rapsodia" de
sensaciones, sin orden ni concierto. Para que haya conocimiento es preciso que esas
impresiones estén de alguna manera ordenadas, jerarquizadas, conformadas,
"racionalizadas"; y ese orden o racionalización no proviene de las sensaciones mismas,
sino que lo introduce en ellas el sujeto cognoscente. "Intuiciones" -es decir, aquí,
impresiones- "sin conceptos son ciegas". Y en este sentido Kant se aproxima al
racionalismo.
Kant entonces rescata la porción de verdad que encierran empirismo y racionalismo,
a la vez que pone de relieve su unilateralidad; y puede hacerlo porque se coloca en una
zona más fundamental, en cuanto muestra que el conocer no es mera recepción, sino

7
Kritik der reimen Vernunft A 50 = B 74 (trad. G. MORENTE. Crítica de la razón pura. Madrid. V. Suárez,
1928, tomo I, p. I73).-Las citas de la Crítica de la razón pura se hacen según la primera edición (1781),
señalada con A, y según la segunda (1787), B. y a continuación el número de la página. Las demás obras
de Kant se citan señalando tomo y página de acuerdo con la gran edición de la Academia de Ciencias de
Berlín (Akademie-Ausgabe) o con la de E. Cassirer (Berlin, Cassirer. 1922).
8
A 51 = B 75 (trad. cit. I. p. 175).
9
Aquí se emplea este término en sentido convencional, como equivalente de la totalidad de la estructura
apriorística del sujeto (sentido que no está ausente en el propio Kant); en sentido riguroso, Kant reserva la
palabra "razón" para la facultad de las Ideas o facultad de lo incondicionado: cf. más adelante. §§ 6 y 18.
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también elaboración del objeto. Kant concibe, pues, la relación de conocimiento a la


inversa de como hasta entonces se la había pensado, porque mientras que el realismo
sostenía que el sujeto se limita a copiar las cosas (res), que ya estarían listas, constituidas
y organizadas independientemente de él, para Kant la actividad del conocimiento
consiste, en su fundamento, en constituir, en construir, los objetos ( y sólo después, en un
momento ulterior y secundario, será posible comprender el conocimiento como
coincidencia entre las representaciones que tiene el sujeto, y las cosas que antes había
constituido). De manera que para Kant lo determinante en el acto de conocer no es tanto
el objeto, cuanto más bien el sujeto. Esta teoría se denomina "idealismo".
En este sentido Kant puede decir que introduce una "revolución copernicana" en el
10
campo de los estudios filosóficos. En efecto, Copérnico explicó los movimientos
celestes suponiendo una hipótesis diametralmente opuesta a la que se aceptaba en su
época. La teoría geocéntrica entonces vigente sostenía que la tierra estaba en el centro
del universo, y que el sol y los demás cuerpos celestes giraban alrededor de ella. Pero
ocurría que los cálculos que debían hacer los astrónomos para determinar la posición
respectiva de los astros y predecir su lugar en un momento dado, eran cálculos
extremadamente complicados. Copérnico simplificó la cuestión al observar que si se
supone que es la tierra la que gira alrededor del sol, entonces los movimientos celestes y
los cálculos respectivos resultan considerablemente más sencillos. Kant realiza una
"revolución copernicana", entonces, porque enfoca la cuestión del conocimiento al revés
de como se la enfocaba hasta ese momento:

Hasta ahora se admitía que todo nuestro conocimiento tenía que regirse por los
objetos. [...] Ensáyese pues una vez si no adelantaremos más en los problemas de la
11
metafísica, admitiendo que los objetos tienen que regirse por nuestro conocimiento.

Pero que los objetos se rijan "por nuestro conocimiento", no significa que éstos se
conviertan ahora en algo subjetivo, en puras representaciones. Según interpreta
12
Heidegger, para poder tener acceso a los entes, a los "objetos", es preciso tener
previamente cierta comprensión de la constitución-de-ser (de la "esencia") del ente; tengo
que saber, v. gr., que todo cambio tiene una causa -lo cual no lo sé por la experiencia-, y,
en general, todo lo que establecen los Principios del entendimiento puro (cf. § 16). Si el
conocimiento de las cosas lo llamamos "conocimiento óntico" (cf. Cap. XIV, § 6, nota 46) y
el del ser (o esencia) de las mismas "conocimiento ontológico", se podrá decir que la
revolución copernicana significa que "el conocimiento del ente tiene que estar ya
13
previamente orientado por el conocimiento ontológico". Sin duda mi conocimiento de
esta silla, por ejemplo, se adecúa al ente "silla"; pero para ello se requiere "un
14
conocimiento a priori sobre el cual se asienta toda intuición empírica (cf. Cap. XIV §19).

4. Comienzo empírico y fundamento a priori

Las palabras con que se inicia la Introducción a la Crítica de la razón pura pueden
servir, hasta cierto punto, como resumen de lo que se lleva dicho. Kant comienza:

10
Cf. B XV-XVIII (trad. I, 29-33).
11
B XVI (trad. I. p. 30).
12
M. HEIDEGGER, Phänomenologische Interpretation von Kants Kritik der reinen Vernunft (Interpretación
fenomenológica de la Crítica de la razón pura de Kant), en la Gesamtausgabe (Edición integral) de
Heidegger, tomo 25, Krankfurt a. M., Klostermann, 1977, pp. 55-56.
13
Op cit., p. 55
14
Op cit., p. 56
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No hay duda alguna de que todo nuestro conocimiento comienza con la


experiencia.
Pues, ¿por dónde iba a despertarse la facultad de conocer, para su ejercicio, como
no fuera por medio de objetos que hieren nuestros sentidos y ora provocan por sí
mismos representaciones, ora ponen en movimiento nuestra capacidad intelectual para
compararlos, enlazarlos, o separarlos y elaborar así, con la materia bruta de las
impresiones sensibles, un conocimiento de los objetos llamado experiencia? Según el
tiempo, pues, ningún conocimiento precede en nosotros a la experiencia y todo
15
conocimiento comienza con ella.

En efecto, nuestra capacidad de conocer no puede ponerse en funciones sin objetos


que estimulen nuestros sentidos y así proporcionen impresiones, que luego el
entendimiento unirá o separará, comparará, discriminará, etc., de todo lo cual resulta ese
saber que se llama conocimiento empírico. No hay, pues, ninguna duda de que, en el
orden del tiempo, la experiencia es el primer conocimiento que tenemos.
Todo esto, dicho así, fácilmente hace pensar en el empirismo; no hay duda de que
en estas líneas resuena un eco de Hume. Y si Kant no hubiese dicho más que esto, no
hubiese ido más allá del empirismo; pero a párrafo seguido escribe:

Mas si bien todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia, no por eso
origínase todo él [a partir] de la experiencia. Pues bien podría ser que nuestro
conocimiento de experiencia fuera compuesto de lo que recibimos por medio de
impresiones y de lo que nuestra propia facultad de conocer (con ocasión tan sólo de las
16
impresiones sensibles) proporciona por sí misma.

Las impresiones son la ocasión, el estímulo, para que la facultad de conocer se


ponga en actividad; pero ésta no se limita a recibir las impresiones, sino que aporta un
conjunto de formas a priori con las que el sujeto "moldea" el objeto. Por tanto, el
conocimiento no se origina en su totalidad de la experiencia, sino que ésta proporciona
solamente la "materia"; las "formas", en cambio, provienen del sujeto. Y si esto es así -tal
como Kant lo formula aquí a modo de hipótesis, que se irá confirmando a lo largo de la
Crítica de la razón pura-, nuestro análisis tendrá que aplicarse a distinguir dos
componentes de la experiencia: el elemento a posteriori, la "materia" como mera
multiplicidad de datos empíricos; y el elemento a priori, la "forma", o, mejor, las formas,
como condiciones de la posibilidad de la experiencia.
Hume, que sin duda alguna fue un gran filósofo, confundió sin embargo estos dos
factores del conocimiento. Y confundió a la vez dos problemas muy diferentes: una
cuestión empírica, de hecho, a saber, cómo es que en nosotros, y según el orden del
tiempo, aparecen los conocimientos; y una cuestión de derecho, la del valor del
conocimiento. Se puede aprender a contar, por ejemplo, con la ayuda de los dedos, o con
bolitas de vidrio, o con lo que fuere; y el psicólogo puede investigar los detalles de este
proceso, las sucesivas etapas que envuelve, las diferencias individuales que allí
intervienen, etc., etc.: todo esto es cuestión empírica, de hecho. Pero una vez que se ha
aprendido a contar y a sumar, se llega a saber que "dos más dos es igual a cuatro", y este
conocimiento no depende de que se lo haya aprendido valiéndonos de los dedos, o de un
ábaco, etc., ni depende, en lo que a su valor respecta, de ninguna otra circunstancia
empírica. Sin duda, sin los dedos o el ábaco no hubiésemos aprendido a sumar; pero una
vez que hemos aprendido, entonces nos damos perfecta cuenta de que la afirmación "dos
más dos es igual a cuatro" es un conocimiento que vale independientemente de cualquier
experiencia, que es a priori, y que ninguna experiencia podrá jamás desmentir. Desde el
punto de vista del valor del conocimiento, pues, carece absolutamente de importancia

15
B I (trad. I, pp. 67-68).
16
loc. cit. (trad. I, p. 68).
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saber cómo -a través de qué experiencias- se ha llegado de hecho a saber que "dos más
dos es igual a cuatro" (ello en todo caso será tema de la psicología); sino que lo que
interesa es determinar en qué se funda tal validez a priori. Y Kant, sobre las huellas de
Platón (cf. Cap. V, § 4), ha sido uno de los filósofos que con más insistencia y claridad ha
distinguido estas dos cuestiones: la táctica y la de derecho.
Hume tiene razón en la medida en que afirma que la experiencia es el único campo
legítimo para el conocimiento humano. Pero para él la experiencia es más un supuesto
que un tema de investigación, algo obvio y no un problema, porque, en efecto -y aquí es
donde insiste Kant- no fue capaz de preguntarse cómo es posible la experiencia misma,
en qué se funda, vale decir, cuáles son las condiciones de posibilidad de la experiencia.

5. Significado de la palabra "objeto"

17
Siguiendo con cierta libertad un análisis de M. Heidegger, puede observarse cómo
la misma palabra "objeto" parecería confirmar la existencia de aquellos dos factores que
Kant distingue en el conocimiento.
En efecto, el vocablo "objeto" (latín obiectum) está compuesto de "ob" -"frente a",
"delante de"-y "iectum"- "puesto", "lanzado", "colocado"-. El prefijo "ob", entonces, parece
aludir a la circunstancia de que, cuando hay conocimiento, se da algo con que nos
encontramos, algo que viene a nuestro encuentro, que nos enfrenta o se nos o-pone (en
"oponer", "ob-poner", aparece el mismo prefijo). Y Kant sostiene que para conocer
siempre tiene que haber algo que nos sea dado, algo que, de alguna manera, nos venga
al encuentro -las sensaciones o impresiones (como los colores, sonidos, etc.).
Pero hemos dicho que con este solo factor no basta para que haya conocimiento,
para que haya objeto en el sentido propio de la palabra. Este fue el error de Hume: creer
que con puras impresiones, y nada más que con ellas, puede explicarse el conocimiento.
Porque una mera sensación, un puro color, una pura dureza, nada de eso es por sí solo
un objeto. Observemos esta mesa, y quitémosle imaginariamente todo lo que en ella no
sea pura sensación: eliminemos el concepto de mesa, de útil, de cosa, de algo, etc., y
quedémonos con las solas sensaciones. ¿Qué pasa entonces? Que el objeto, la mesa, se
ha evaporado, y no nos queda más que un puro color o confusión de colores, de los que
no puede decirse propiamente que tengamos siquiera conocimiento.
Hay probablemente algunos momentos en que el hombre vive estados puramente
sensoriales. Es lo que quizás ocurra en las primeras semanas de vida del niño: tendrá
entonces meras sensaciones -impresiones térmicas, cromáticas, auditivas, etc.-, pero en
estado puro, sin que todavía tengan significado, sin que lleguen todavía a ser objetos que
él conozca; esto ocurrirá tan sólo en una etapa posterior de su desarrollo. O bien piénsese
en alguien que se recobra de un desmayo (y recuérdese cómo el cinematógrafo procura
representar plásticamente tal experiencia): en un primer momento no hay en él más que
sensaciones -digamos: un puro blanco, que ni siquiera es el blanco de una pared o de una
sábana, ni siquiera el blanco de una superficie cualquiera, sino sólo blanco (y por ello el
cine lo representa como una especie de vertiginoso remolino)-, sensaciones donde el
sujeto se encuentra enteramente perdido, hundido; más todavía, podría afirmarse que ni
siquiera hay sujeto, sino nada más que un puro caos de sensaciones. Pero a medida que
el sujeto emerge del desmayo, decimos que se va "recobrando", rescatándose de ese
torbellino donde estaba perdido; y esto significa que lo que en el primer momento era pura
sensación, va tomando una "figura" más o menos fija, un cierto "aspecto". Como si el

17
Cf. M. HEIDEGGER, La pregunta por la cosa (trad. esp., Buenos Aires, Sur, 1964), pp. 133 ss. (reed.,
Buenos Aires, Alfa, 1975), pp. 123 ss.
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

sujeto se dijese: "¡Ah, esto es algo, esto es algo blanco, es una superficie blanca, es una
18
pared blanca...!", etc., etc. (cf. § 11).
Ahora aparece entonces el elemento a que alude el segundo componente de la
palabra "ob-jeto": porque lo que antes era pura sensación, es ahora algo "iectum", algo
que está ahí plantado, colocado con una cierta "figura" o aspecto determinado (cf. el
significado de "idea" en griego. Cap. V, § 3). La función del concepto consiste para Kant
justamente en dar carácter, sentido, "forma", a lo que un instante antes no era más que un
caos, algo indeterminado. Lo que nos sale al encuentro ("ob-") resulta ahora determinado
como algo que está con cierto aspecto fijo, y que por tener fijeza es constante, mientras
que las sensaciones son fluctuantes y cambiantes.

6. Estructura de la Crítica de la razón pura

Esas formas que el sujeto "impone" a los datos sensibles para convertirlos en
objetos, son varias, y para estudiarlas conviene hacerse una especie de esquema o mapa
del libro que se está examinando, la Crítica de la razón pura.
Esta obra consta de dos prefacios: el de la primera edición (1781), relativamente
breve, y el de la segunda (1787), más extenso e importante en muchos de sus detalles.
Luego viene la Introducción, donde Kant plantea el Problema con que se enfrenta.
Después sigue el cuerpo del libro, que, simplificando, tiene dos grandes partes: Estética
trascendental y Lógica trascendental.
La Estética trascendental no tiene nada que ver con la estética en el sentido
corriente del término (que designa la filosofía de la belleza o la filosofía del arte). Kant
emplea la palabra en su sentido etimológico, y como en griego αισθησις [áisthesis]
significa "sensación" o "percepción", la estética será entonces el estudio de la
sensibilidad. Pero Kant agregad adjetivo "trascendental", término que define en la
Introducción:

Llamo trascendental todo conocimiento que se ocupa en general no tanto de


objetos, como de nuestro modo de conocerlos, en cuanto éste [el modo de conocerlos]
19
debe ser posible a priori.

es decir, independientemente de la experiencia. "Trascendental", por tanto, significa


todo lo referente a las condiciones a priori que hacen posible el conocimiento óntico (cf. §
3), o, con otras palabras, lo referente a las condiciones de posibilidad de los objetos (de
los objetos de experiencia, que son los únicos, según Kant, que podemos conocer). Por
tanto, la Estética trascendental se ocupará del estudio de las condiciones de posibilidad
de la sensibilidad, de las formas a priori de la sensibilidad.

La Lógica trascendental, por ser lógica, se ocupará del pensar; y por ser
trascendental, se encarará con las condiciones de posibilidad del pensar, con el pensar a
priori.

El término más amplio posible para cualquier tipo de conocimiento, el género


20
máximo, es en la terminología kantiana el concepto de representación; representación
es, pues, toda referencia posible a un objeto. Las representaciones se dividen en dos
18
Cf. F. ROMERO, Teoría del hombre (Buenos Aires, Losada, 1952). espec. parte I, Cap. I, §§ y 3, que
desarrollan una concepción que es, a nuestro juicio, de raíz kantiana.
19
B 25 (trad. I. p. 106).
20
Cf. A 319-320 = B 376-377 (Trad. tomo II, pp. 244-245), y Logik § I (VIII. Cassirer. p. 399).
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

especies principales: intuiciones, que son aquellas que dan un conocimiento inmediato y
que se refieren a un objeto único, individual; y conceptos, representaciones que
proporcionan un conocimiento mediato, indirecto, y que se refieren a lo que es común a
diferentes objetos. Intuición se nos da, por ejemplo, cuando miramos este papel y
tenemos la sensación de blanco; aquí se conoce algo de manera directa, y lo que en la
intuición se me da es un objeto único, esta hoja de papel, y no todas. Cuando, en cambio,
pensamos "papel", no conocemos nada de modo directo, porque para llegar al concepto
"papel" tenemos que atravesar una serie de pasos: al concepto de papel se llega después
de haber visto muchos papeles y de haber hecho un proceso de abstracción de las notas
comunes a los diversos papeles singulares. El concepto es "mediato" o indirecto porque
no se refiere directamente a este papel o al otro, sino a las "notas comunes" a todos los
papeles, y a éstos sólo a través de las notas comunes; es una representación universal,
i.e., de lo común a diversos objetos en cuanto está contenida en ellos. El concepto, pues,
no es nada que se nos dé directamente, inmediatamente, sino algo que sólo se logra de
manera mediata o indirecta. Además, el concepto "papel" no se refiere solamente a esta
hoja que tenemos ante la vista, sino a todos los posibles papeles; no es una
representación singular, como la intuición, sino una representación general o universal.
Intuiciones y conceptos, a su vez, pueden ser empíricos o puros. Intuiciones
empíricas son las sensaciones o impresiones. Conceptos empíricos son, por ejemplo, los
de "papel", "silla", "perro", etc. Hay además intuiciones que no son empíricas, sino puras -
esto es, libres de todo elemento que pertenezca a la sensación-, y son dos: espacio y
tiempo. Por último, hay conceptos puros, que a su vez se dividen en conceptos puros del
entendimiento, o categorías, en número de doce (unidad, pluralidad, causalidad,
substancialidad, etc.), y conceptos puros de la razón o Ideas, de las que aquí se
consideran tres: alma, mundo y Dios.

En forma de cuadro:

representaciones empíricas (= sensaciones =)


impresiones
intuiciones
espacio
intuiciones puras
tiempo
representaciones
conceptos empíricos

conceptos
del entendimiento(categorías)
conceptos puros
de la razón (Ideas)

Si se relaciona este cuadro con las divisiones de la Crítica de la razón pura, resulta
que la Estética trascendental se ocupa de las intuiciones puras de espacio y de tiempo.
En cuanto a la Lógica trascendental, estudia el pensar puro, y se divide en Analítica
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

trascendental y Dialéctica trascendental, según se trate del entendimiento o de la razón,


con sus correspondientes subdivisiones.

De todo lo cual se obtiene el siguiente esquema:

Estética trascendental { intuiciones puras (espacio y tiempo)

Analítica de los conceptos

Analítica trascendental
(entendimiento)
Analítica de los principios

Lógica trascendental

Paralogismos de la razón pura


Dialéctica trascendental (alma) Antinomias (mundo)
(razón en sentido estricto)
Ideal de la razón pura (Dios)

21
Si se tiene en cuenta que la metafísica, tradicionalmente, se dividía, según Wolff,
de la siguiente manera:

Metafísica general u ontología

Metafísica
psicología racional

Metafísica especial cosmología

teología racional

se verá que la estructura de la Crítica de la razón pura corresponde, con bastante


aproximación, al cuadro de Wolff, es decir, a la estructura y a los problemas de la
metafísica tradicional. La ontología estudia el ente en tanto ente, o, dicho de otra manera,
la estructura más general de las cosas (cf. Cap. I, nota 4); y corresponde
aproximadamente a la Estética y a la Analítica trascendentales, tomadas en conjunto,
porque allí Kant establece justamente la estructura del ente empírico, de los objetos
empíricos (los únicos objetos cognoscibles para el hombre). La metafísica tradicional se
planteaba además tres problemas especiales. La psicología racional se preguntaba por el

21
Christian Wolff (1679-1754). racionalista leibniziano, maestro de los que lo fueron de Kant.
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

alma humana, si la hay o no, si es algo diferente del cuerpo o no, si es inmortal o mortal,
etc. La cosmología se ocupaba del problema del mundo, de si es finito o infinito, del tipo
de leyes que rigen en él, etc. Por último, la teología racional o natural (por oposición a la
teología revelada, que es asunto propio de la religión) se ocupaba de lo que se puede
saber acerca de Dios con la sola ayuda de la razón humana (vale decir, prescindiendo de
la revelación): si existe o no, si su existencia puede demostrarse, sus atributos esenciales,
etc. Pues bien, dentro de la Crítica de la razón pura, el capítulo sobre los Paralogismos de
la razón pura trata de la psicología racional; el de las Antinomias, del problema del
mundo; y el del Ideal de la razón pura, de Dios (si bien -conviene adelantarlo- la Dialéctica
trascendental es negativa, en el sentido de que sostiene que no se puede conocer nada
acerca de estos tres temas de la metafísica especial).

7. Juicios analíticos, y juicios sintéticos a posteriori

Puede ahora comenzarse con el estudio de la Introducción a la Crítica de la razón


pura.
22
La ciencia -y en general todo conocimiento- está constituida por juicios.

Los juicios son afirmaciones o negaciones; por ejemplo: "la mesa es negra", o "los
polos iguales no se atraen", o "la suma de los ángulos interiores de un triángulo es igual a
dos rectos". La lógica (formal) define los juicios como estructuras enunciativas de
conceptos, vale decir que todo juicio es un conjunto de conceptos en el que se afirma o
niega algo. Dicho de otra manera, los juicios o proposiciones son estructuras lógicas
caracterizadas por el hecho de que pueden ser verdaderas o falsas. Un concepto de por
sí solo -como, por ejemplo, "azul"- no es ni verdadero ni falso; en cambio, si se afirma (o
niega) algo de él (v. gr., "el azul es un color"), entonces sí se dará verdad o falsedad.
Puede distinguirse varios tipos de juicios. En primer lugar, hay juicios analíticos,
como, por ejemplo, "todo triángulo es una figura". En estos juicios el predicado está
contenido ya, implícitamente, en el concepto del sujeto; por tanto, no tenemos que hacer
más que desplegar -analizar o descomponer- el concepto sujeto (triángulo) para encontrar
en él el predicado (figura).
El fundamento en que se apoya la verdad de un juicio analítico reside en que entre
el sujeto y el predicado hay identidad; en el ejemplo anterior, una identidad parcial entre el
concepto "figura" y el concepto "triángulo", de manera que es como si se estuviese
diciendo: "esas figuras que son los triángulos, son figuras". El principio que sirve como
fundamento de verdad en los juicios analíticos es, pues, el principio de identidad; o, si se
quiere ver la cosa por otro lado, el principio de contradicción, porque es contradictorio
decir "los triángulos no son figuras" (ya que ello equivaldría a afirmar: "esas figuras que
son los triángulos, no son figuras"). En otras palabras, los analíticos son juicios de cuya
verdad se puede estar seguro con toda certeza sin más que recurrir a aquellos dos
principios lógicos; no necesitamos ir más allá de nuestro pensamiento y buscar su
confirmación en la experiencia: dado un juicio analítico, se aplica el principio de identidad,
o el de contradicción, y con esto basta para saber si el juicio es verdadero o falso.
Los juicios analíticos, entonces, son todos a priori. Ahora bien, esta expresión -a
priori-, que ya se ha empleado repetidas veces, hay que comprenderla rectamente en el
sentido que le da Kant, si se quiere evitar graves confusiones. En su terminología, "a
priori" no tiene nada que ver con el "antes" o el "después" en sentido temporal; no se trata
22
Es muy importante tener presente que para Kant "conocimiento" es prácticamente sinónimo de
"conocimiento científico", y que entre las ciencias la que le sirve constantemente de modelo es la física-
matemática, tal como fuera sistematizada por NEWTON.
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

de un término que tenga sentido cronológico, porque, según se señaló (cf. § 4), el
problema de Kant no es problema empírico, sino relativo al fundamento, valor o
legitimidad del conocimiento. "A priori" no quiere decir anterior, en el tiempo, a la
experiencia; porque (cf. § 4) ningún conocimiento precede a la experiencia. A priori
significa lo "anterior" en el orden (atemporal) de la fundamentación, lo independiente de la
experiencia -por lo que decimos que el juicio "todo triángulo es una figura" no puede
jamás ser desmentido por la experiencia, porque su valor no depende para nada de ésta.
Lo a priori tiene, según Kant, dos notas que lo caracterizan: necesidad y
universalidad. Estas dos notas van siempre juntas, y basta con que se presente la una
para saber que la otra la acompaña. Necesario quiere decir que lo afirmado es de tal
manera que no puede ser de ninguna otra (mientras que lo contingente es lo que es así,
pero puede ser de otra manera). "El triángulo es una figura", es un juicio necesario ("El
Aconcagua tiene 6.950 metros de altura", es contingente). Universal significa que el juicio
vale para todos los casos, que no tiene excepciones; por ejemplo, "todos los perros son
animales" (lo contrario de lo universal es lo particular; ejemplo, "algunos hombres son
europeos") (cf. Cap. II, § 6, notas 41 y 42).
El no valemos nada más que de nuestro pensamiento para determinar si algo es
verdadero o no, recuerda a Descartes, y, en general, al racionalismo. En efecto, según los
racionalistas los juicios de la matemática y de la metafísica -y buena parte de los del resto
de las ciencias- debían ser, en última instancia, juicios analíticos. Pero surge un grave
inconveniente, sin embargo: los racionalistas no están de acuerdo entre sí. Coinciden, por
cierto, en sostener que el verdadero conocimiento es el racional, constituido (según
piensan) por juicios analíticos; más de hecho la metafísica de Descartes, por ejemplo, es
muy diferente de la de Spinoza o de la de Leibniz (cf. Cap. VIII, § 14 in fine) Entonces,
¿cómo puede ser que se haya llegado a este resultado escandaloso: que tres metafísicos,
los tres racionalistas, sustenten teorías radicalmente distintas, a pesar de que los tres
dicen emplear nada más que su razón, nada más que los principios de identidad y
contradicción, para construir sus respectivos sistemas? Tal discrepancia no ocurre en las
matemáticas. Y es de presumir, pues, que algo anda mal en el racionalismo si es que
desemboca en aquel desacuerdo.
Por otra parte, en los casos en que no hay duda acerca de la verdad de los juicios
analíticos, como en el caso de "todo triángulo es una figura" o "todo papel es papel", en el
fondo no se trata de verdaderos conocimientos, o, al menos, no se trata de conocimientos
que amplíen lo que ya se sabe; se trata nada más que de una repetición, una aclaración
de lo que ya es sabido. Los juicios analíticos no amplían nuestro saber, observa Kant,
sino que son meramente aclaratorios (tautologías).

Pero hay juicios muy diferentes de los analíticos; como, por ejemplo: "la mesa está
en el salón de clase". Si nos ponemos a analizar el concepto de "mesa", jamás se va a
encontrar, mediante su sola descomposición, con la sola ayuda del pensamiento, la
circunstancia de estar en el salón; el juicio: "la mesa no está en el salón de clase", no es
contradictorio. Para saber si efectivamente es verdad lo afirmado en el ejemplo, se
necesita ver la mesa, recurrir a la experiencia, de manera que ésta, la percepción,
constituye su fundamento. Este juicio, entonces, no es analítico, puesto que el predicado
23
no está contenido en el sujeto; se lo llamará sintético.
Los juicios sintéticos, pues, amplían el conocimiento, porque dicen algo que antes,
con el solo concepto del sujeto, ignorábamos. En este sentido, resultan más útiles que los
juicios analíticos. Pero el inconveniente, si así puede decirse, de estos juicios reside en
que no son a priori, sino a posteriori. De acuerdo con el sentido que le da Kant, esta

23
"Análisis" es el procedimiento que consiste en des-componer un compuesto en sus partes: "síntesis", el
que pone juntas cosas que están separadas, el que "com-pone". Cf. Cap. VIII, § 9.
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

expresión -a posteriori- significa lo que depende de la experiencia, y las notas que lo


caracterizan son la contingencia y la particularidad. Los juicios sintéticos, entonces, son
contingentes y particulares. Por ejemplo, en una época se decía: "todos los cisnes son
blancos"; este juicio es sintético, pero no necesario ni universal, y así ocurrió que un buen
día se descubrieron cisnes negros. Para el empirismo -para Hume- todos los juicios que
se refieren a la realidad son de este tipo: sintéticos a posteriori.

8. El problema de la Crítica de la razón pura:


la posibilidad de los juicios sintéticos a priori

Ahora bien, Kant sostiene que, además de los juicios analíticos y de los sintéticos a
posteriori, hay otros, cuya existencia escapó a todos los filósofos anteriores y que él llama
juicios sintéticos a priori. Pues el ideal de la ciencia es ampliar nuestros conocimientos,
busca juicios sintéticos, pero que al mismo tiempo sean necesarios y universales. Kant
comienza por mostrar, mediante una serie de ejemplos, que en efecto en todas las
ciencias teóricas de la razón (matemáticas, física pura, metafísica) hay juicios sintéticos a
24
priori.
El primer ejemplo está tomado de la aritmética: "7 + 5 = 12". No hay duda de que
este juicio es a priori, necesario y universal, como todas las verdades matemáticas. La
dificultad está en saber si es analítico o sintético. Toda la filosofía anterior a Kant -tanto
los racionalistas cuanto los empiristas- había pensado que se trataba de un juicio
analítico. Pero Kant observa que el concepto de la suma de siete y cinco no contiene el
resultado, doce, sino que 7 + 5 dice tan sólo que al 7 hay que agregarle 5 unidades -y
esto es todo lo que el análisis puede encontrar allí; porque para hallar el resultado
tenemos que añadir efectivamente cada una de las unidades del 5 al 7, es decir, tenemos
que efectuar una operación de síntesis, de agregación. Y de ello "se convence uno con
tanta mayor claridad cuanto mayores son los números que se toman, pues entonces se
advierte claramente que por muchas vueltas que le demos a nuestros conceptos, no
25
podemos nunca encontrar la suma por medio del mero análisis de nuestros conceptos".
Tómese, entonces, no un ejemplo tan sencillo como el anterior, porque casi es un hábito
para nosotros decir: 7 + 5 = 12, sino cantidades grandes, v. gr.: 183.248.512 + 1.432.000,
y entonces resulta evidente que no se puede llegar a saber cuál es el resultado por
26
análisis, sino solamente mediante la operación de síntesis.
El segundo ejemplo se refiere a la geometría: "la línea recta es la más corta entre
dos puntos". Tampoco hay duda aquí de que éste es un juicio a priori. Pero además es
también sintético, porque si fuese analítico el "ser la más certa" (una referencia a la
magnitud de la línea) tendría que estar contenido en el concepto de recta; mas el
concepto de "línea recta" no contiene en sí nada relativo a la magnitud, a lo largo o a lo
corto, sino que es simplemente el concepto de la cualidad de esta línea: el ser recta, y no
curva. Por tanto, el concepto de "más corta" no está contenido en el concepto-sujeto
"línea recta", sino que se le añade sintéticamente.
El tercer ejemplo es una proposición de la física (en su parte pura): "En todas las
27
transformaciones del mundo corporal la cantidad de materia permanece inalterada".

24
Cf. A 10 = B 14 (trad. I, p. 89).
25
B 16 (trad. I, p. 93)
26
G. MARTIN, Kant. Ontología y epistemología (trad. esp., Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, 1971,
p. 36) señala que "este ejemplo se basa en un principio matemático exacto", que se expresaría así: 7 + 5 =
7 + (4+1) = 7+ (1+ 4) = 8 + 4= etc.
27
B 17 (trad. I, p. 95). La física pura contiene los principios que constituyen las condiciones de posibilidad
de la física empírica.
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

Éste es un juicio necesario, porque la física clásica parte del principio de la conservación
de la materia (o de la energía), y sin él no podría funcionar; en tal sentido es éste un juicio
a priori; no se funda en la experiencia, sino que es fundamento de ésta. Pero además,
según Kant, se trata de un juicio sintético, porque "en el concepto de materia [concepto-
sujeto] no pienso la permanencia [predicado], sino sólo la presencia de la materia en el
28
espacio, llenándolo". En el concepto-sujeto sólo se contiene la idea de materia como lo
que llena el espacio, pero no que sea permanente o no lo sea; por tanto, éste es un juicio
sintético.
Por último, los juicios de la metafísica -como, por ejemplo, "Dios existe"- tendrán que
ser juicios a priori, dado que la metafísica pretende justamente conocer lo que rebasa la
experiencia. Además tendrán que ser juicios sintéticos, puesto que "no se trata en ella de
analizar solamente y explicar así analíticamente los conceptos que nos hacemos a priori"
29
de Dios, el mundo, etc., "sino que queremos ampliar nuestro conocimiento a priori".
Kant plantea entonces el problema de la Crítica de la razón pura preguntándose
cómo son posibles los juicios sintéticos a priori. En el caso de los juicios analíticos, según
se vio, la solución del problema de su posibilidad era muy sencilla: estos juicios se fundan
simplemente en los principios lógicos de identidad y contradicción. En el caso de los
juicios sintéticos a posteriori, también la solución era fácil, porque el fundamento de estos
juicios se encuentra en la percepción: se puede unir a un cierto sujeto un predicado que
no está contenido en él, y decir, por ejemplo, "la mesa es negra", porque la percepción
nos da juntos la mesa y el negro. Pero en el caso de los juicios sintéticos a priori, el
problema es incomparablemente más complejo, porque estos juicios no pueden estar
fundados en los principios de identidad y contradicción, ya que aquí no hay identidad
ninguna entre sujeto y predicado; y, por otra parte, su fundamento tampoco puede estar
en la experiencia, en la percepción, porque se trata de juicios a priori, independientes de
la experiencia. Para resolver este problema es preciso internarse en la Crítica de la razón
pura.

9. La Estética trascendental.

Exposición metafísica del espacio y del tiempo


30
Kant comienza la Estética trascendental señalando que todo conocimiento busca
en definitiva tomar contacto directo con su objeto, busca una relación inmediata con él;
sabemos que tal tipo de referencia, tal presencia inmediata del objeto, se da en la
intuición (cf. § 6). Mas para que ello ocurra, según también se ha dicho (cf. § 5), es
preciso que el objeto nos sea dado. El sujeto humano es un ente finito, y su finitud (en el
campo del conocimiento) se muestra justamente en la circunstancia de que para intuir el
objeto, éste tiene que serle dado.
Quizá la mejor manera de comprender la esencia de la intuición humana, o sea la
esencia de la sensibilidad, consista en contraponerla a la intuición divina. Si Dios existe,
su conocimiento ha de ser intuitivo, directo, inmediato. Además, esta intuición divina tiene
que ser tal, que no dependa del objeto intuido, porque Dios, por ser absoluto, no depende
de nada, sino que, al revés, todo depende de Él. Por tanto, la intuición divina no depende
de que el objeto le sea dado; al contrario, es una intuición que, en tanto se ejecuta, otorga
el ser a lo intuido, lo crea; será, pues, una intuición originaria (intuitus originarius). Pero en
cambio la intuición humana no es originaria, no es creadora, sino derivada (intuitus

28
B 18 (trad. loc. cit.).
29
Ioc. cit. (trad. I. p. 96).
30
A 19 = B 33 (trad. I, p. 117).
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

SECCIÓN II. LA FILOSOFÍA PRÁCTICA

I. La conciencia moral

Según habrá podido apreciarse, la actitud de Kant frente a la metafísica -v, por
tanto, frente a lo absoluto: frente a los problemas del alma, del mundo y de Dios- es en
cierto modo ambigua o vacilante. Porque, de un lado, afirma que no conocemos lo
absoluto, ni podemos conocerlo, puesto que todo conocimiento humano se ciñe a los
límites de la experiencia, al mundo de los fenómenos. Pero, por otro lado, como el hombre
es un ente dotado de razón, y la razón es la facultad de lo incondicionado, la metafísica es
una disposición natural del hombre (cf. § 20) y por tanto necesaria para éste. Tal como
1
declara Kant en el Prefacio a la primera edición de la Crítica, las cuestiones metafísicas -
la de Dios, la del mundo, la del alma, la de la libertad- son asuntos que jamás pueden
serle indiferentes al hombre, como se ve por la circunstancia de que cada uno de nosotros
toma siempre una posición al respecto (afirmando o negando la libertad, o la existencia de
Dios, etc.). Este estado de cosas, esta ambigüedad en que se coloca Kant frente a la
metafísica, parece forzarnos a tratar de resolver lo que no es sino una aparente
contradicción.
Kant busca una solución, pero no en el campo de la razón teorética, no en el campo
del conocimiento (porque en éste tenemos que atenernos a los fenómenos), sino en el
campo moral, en el campo de la razón práctica (como llama Kant a la razón en tanto
determina la acción del hombre).
En efecto, no conocemos lo absoluto; pero sin embargo tenemos un cierto acceso,
una especie de "contacto", por así decirlo, con lo absoluto o, mejor, con algo absoluto.
Este contacto se da en la conciencia moral, es decir, la conciencia del bien y del mal, de
lo justo y de lo injusto, de lo que debemos hacer y de lo que no debemos hacer. La
conciencia moral significa, según Kant, algo así como la presencia de lo absoluto o de
algo absoluto en el hombre.
Ahora dejamos enteramente de lado las diferencias entre lo que cada cual entiende
por bien o por mal, o lo que debe concretamente hacer o no hacer; en este punto no
interesan esas diferencias, no interesa el contenido concreto de la conciencia moral, ni
menos que se la escuche o desoiga, sino que interesa sólo la conciencia moral misma,
simplemente el hecho de que todos hacemos constantemente discriminaciones de orden
ético. Y afirmamos entonces que en la conciencia moral se da un contacto con algo
absoluto porque la conciencia moral es la conciencia del deber, es decir, la conciencia
que manda de modo absoluto, la conciencia que ordena de modo incondicionado. La
conciencia moral no nos dice, por ejemplo: "hay que hacer tal cosa para congraciarse con
Fulano"; tal mandato no es expresión de la conciencia moral, sino un criterio de
"conveniencia" práctica, una regla de sagacidad o prudencia (Klugheit) La conciencia
moral, en cambio, es la que dice: "Debo hacer tal o cual cosa, porque es mi deber
hacerlo", y ello aunque me cueste la vida, o la fortuna, o lo que fuere. Podrá ocurrir que no
cumplamos nuestro deber, pero tal circunstancia se la excluye de nuestra consideración,
porque no interesa ahora lo que efectivamente hacemos, sino que interesa sólo fijarnos
en esta exigencia según la cual algo debe ser, aunque de hecho no sea y aunque quizá
nunca sea. Lo que el deber manda, repetimos, lo manda sin restricción ni condición
ninguna; "debo hacer esto", pero no porque ello me vaya a dar alguna satisfacción, o me
granjee amigos o fortuna, sino tan sólo porque es mi deber.

1
A X (trad. I. p. 4).
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

La conciencia moral es entonces la conciencia de una exigencia absoluta, exigencia


que no se explica y que no tiene ningún sentido desde el punto de vista de los fenómenos
de la naturaleza. Porque en la naturaleza no hay deber, sino únicamente el suceder de
acuerdo con las causas; no es que una piedra deba o no deba (moralmente) caer; la
piedra cae sin más. La naturaleza es el reino del ser, de cosas que simplemente son;
mientras que la conciencia moral es el reino de lo que debe ser. (Por ello resultará
siempre radicalmente insuficiente todo intento por explicar la conciencia moral mediante la
psicología o la sociología y, en general, mediante cualquier ciencia; puesto que las
ciencias se refieren -dicho en términos de Kant- a la naturaleza, donde las cosas
simplemente son, y allí todo, según vimos, ocurre según leyes necesarias, no según
libertad. Por ello será también vano todo ensayo de fundar la moral sobre base empírica,
como, por ejemplo, sobre el concepto de felicidad, tal como hizo Aristóteles, cf. Cap. VI, §
8). En el dominio de la naturaleza está todo condicionado según leyes causales. En la
conciencia moral, en cambio, aparece un imperativo que manda de modo incondicionado,
un imperativo "categórico". La conciencia moral dice, por ejemplo: "no mentirás", sin
someter este mandamiento a ninguna condición. No dice que no deba mentir en tales o
cuales circunstancias para lograr así una recompensa, porque esto no sería exigencia
moral, sino expresión de astucia; en efecto, al decir: "Si quiero ganar dinero, no debo
mentir", hay aquí un imperativo, una orden ("no debo mentir"), pero el imperativo está
sujeto a una condición (la de que quiera ganar dinero); mas si no quiero ganarlo, el
imperativo deja de valer. Este tipo de imperativo lo llama Kant "hipotético". Pero los
imperativos morales son incondicionados, es decir, categóricos, porque lo que el
imperativo manda lo manda sin más, sin ninguna condición (otra cuestión será, repetimos,
que se lo obedezca, o que, según ocurre frecuentemente, se lo infrinja).

2. La buena voluntad

Kant comienza la Fundamentación de la metafísica de las costumbres (ésta y la


Crítica de la razón práctica son las dos obras principales dedicadas por Kant al tema
moral) con un famoso pasaje, solemne y a la vez inspirado:

Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada
que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena
2
voluntad.

¿Qué significa esto? El dinero, por ejemplo, es bueno; puede servir para comprar
libros, o para hacer un viaje. Pero también puede servir para corromper a una persona,
para degradarla, para sobornar a un funcionario venal. Por ende, el dinero es bueno, no
de modo absoluto, sino sólo de modo relativo: dependerá de cómo se lo emplee. De
manera semejante, la inteligencia es también buena, porque sirve para aprender mejor lo
que se estudia, para comprenderlo más a fondo, para desempeñarse mejor en tal o cual
ocupación, etc. Pero si esa inteligencia se la emplea para planear el robo de un banco,
esa inteligencia no es buena. La inteligencia se la puede usar tanto para el bien cuanto
para el mal; por tanto, es buena sólo relativamente.
La buena voluntad, en cambio, es absolutamente buena, en ninguna circunstancia
puede ser mala. Lo único que en el mundo, o aun fuera de él, es absolutamente bueno, es
la buena voluntad. Aquí "mundo" quiere decir nuestro mundo empírico; pero Kant afirma
que, aun haciendo abstracción de todas las condiciones empíricas, aun si pensásemos en

2
Grundlegung zur Metaphysik der Sitten, Akademie-Ausgabe IV, 393 (Fundamentación de la metafísica de
las costumbres, trad. G. Morente, Buenos Aires, Espasa -Calpe, Col. Austral, 1946, p. 27).
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

otro mundo más allá de éste, aun si pensásemos en un Dios, también de Él valdría lo que
se acaba de sostener: que sólo la buena voluntad es absolutamente buena.
Y poco más adelante escribe Kant:

La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su


adecuación para alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el
3
querer, es decir, es buena en sí misma.

Tres ejemplos ayudarán a comprender este pasaje. Primer caso: Supóngase que
una persona se está ahogando en el río; trato de salvarla, hago todo lo que me sea
posible para salvarla, pero no lo logro y se ahoga. Segundo: Una persona se está
ahogando en el río, trato de salvarla, y finalmente la salvo. Tercero: Una persona se está
ahogando; yo, por casualidad, pescando con una gran red, sin darme cuenta la saco con
algunos peces, y la salvo.
Lo "efectuado o realizado", según se expresa Kant, es el salvamento de quien
estaba a punto de ahogarse: en el primer caso, no se lo logra; en los otros dos sí. En
cuanto se pregunta por el valor moral de estos actos, fácilmente coincidirá todo el mundo
en que el tercer acto no lo tiene, a pesar de que allí se ha realizado el salvamento; y
carece de valor moral porque ello ocurrió sin que yo tuviera la intención o voluntad de
realizarlo, sino que fue obra de la casualidad: el acto, entonces, es moralmente
indiferente, ni bueno ni malo. Los otros dos actos, en cambio, son actos de la buena
voluntad, es decir, moralmente buenos, y -aunque en el primer caso no se haya logrado
realizar lo que se quería, y en el segundo sí- tienen el mismo valor, porque éste es
independiente de lo realizado: Kant dice que "la buena voluntad no es buena por lo que
efectúe o realice", sino que "es buena en sí misma"-. Lo que Kant sostiene, pues, no es
nada extravagante, a pesar de que ciertas exposiciones o críticas de su ética la presenten
en forma bastante peregrina. Kant no se propone aquí otra cosa sino aclarar las nociones
morales de que todos participamos de manera implícita: simplemente quiere explicitarlas,
formularlas con rigor, y fundamentarlas. Y la prueba de que no hace sino aclarar el
4
"conocimiento moral vulgar", se encuentra en que seguramente todo el mundo estará de
acuerdo en la valoración de casos como los propuestos.

3. El deber

Ahora bien, el deber no es nada más que la buena voluntad, "si bien bajo ciertas
5
restricciones y obstáculos subjetivos", colocada bajo ciertos impedimentos que le
impiden manifestarse por sí sola. Porque el hombre no es un ente meramente racional,
sino también sensible; en él conviven dos mundos: el mundo sensible y el mundo
inteligible (cf. § 23). Por ello sus acciones están determinadas, en parte, por la razón;
pero, de otra parte, por lo que Kant llama inclinaciones: el amor, el odio, la simpatía, el
orgullo, la avaricia, el placer, los gustos, etc. De modo que se da en el hombre una
especie de juego y conflicto entre la racionalidad y las inclinaciones, entre la ley moral y
6
"la imperfección subjetiva de la voluntad” humana. La buena voluntad se manifiesta en
cierta tensión o lucha contra las inclinaciones, como exigencia que se opone a éstas. En
la medida en que ocurre tal conflicto, la buena voluntad se llama deber. En cambio, si
hubiese una voluntad puramente racional, sobre la cual no tuviesen influencia ninguna las
3
op. cit., IV. 394 (trad. cit., p. 28).
4
cf. op. cit., IV. 392 y 397 (trad. pp. 23 y 32).
5
op. cit., IV. 397 (trad. p. 33).
6
op. cit., IV, 414 (trad. p. 61).
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

inclinaciones, sería, en términos de Kant, una voluntad santa, es decir, una voluntad
perfectamente buena. Y esta voluntad, por ser perfectamente buena, por estar libre de
toda inclinación, realizaría la ley moral de manera espontánea, digamos, no constreñida
por una obligación. Y por tanto para esa voluntad santa, el "deber" no tendría propiamente
sentido: "el 'debe ser' no tiene aquí lugar adecuado, porque el querer ya de suyo coincide
7
necesariamente con la ley." En el hombre, en cambio, la ley moral se presenta con
carácter de exigencia o mandato.

En función de todo lo anterior, pueden distinguirse cuatro tipos de actos, según sea
el motivo de los mismos: a) actos contrarios al deber; b) actos de acuerdo con el deber y
por inclinación mediata; c) actos de acuerdo con el deber y por inclinación inmediata; y d)
actos cumplidos por deber. La clave de todo esto se encuentra en las dos expresiones:
"de acuerdo con el deber" y "por deber". Unos ejemplos ayudarán a entenderlo.

a) Acto contrario al deber. Supóngase, una vez más, que alguien se está ahogando,
y que dispongo de todos los medios para salvarlo; pero se trata de una persona a quien
debo dinero, y entonces dejo que se ahogue. Está claro que se trata de un acto
moralmente malo, contrario al deber, porque el deber mandaba salvarlo. El motivo que me
ha llevado a obrar -a abstenerme de cualquier acto que pudiera salvar a quien se
ahogaba- es evitar pagar lo que debo: he obrado por inclinación, y la inclinación es aquí
mi deseo de no desprenderme del dinero, es mi avaricia.

b) Acto de acuerdo con el deber, por inclinación mediata. Ahora el que se está
ahogando en el río es una persona que me debe dinero a mí, y sé que si muere nunca
podré recuperar ese dinero; entonces me arrojo al agua y lo salvo. En este caso, mi acto
coincide con lo que manda el deber, y por eso decimos que se trata de un acto "de
acuerdo" con el deber. Pero se trata de un acto realizado por inclinación, porque lo que
me ha llevado a efectuarlo es mi deseo de recuperar el dinero que se me debe. Esa
inclinación, además, es mediata, porque no tengo tendencia espontánea a salvar a esa
persona, sino que la salvo sólo porque el acto de salvarla es un "medio" para recuperar el
dinero que me debe. Por tanto no puede decirse que este acto sea moralmente malo,
pero tampoco que sea bueno; propiamente es neutro desde el punto de vista ético, es
decir, ni bueno ni malo.

c) Acto de acuerdo con el deber, por inclinación inmediata. Supóngase que ahora
quien se está ahogando y trato de salvar es alguien a quien amo. Se trata, evidentemente,
de un acto que coincide con lo que el deber manda, es un acto "de acuerdo" con el deber.
Pero como lo que me lleva a ejecutarlo es el amor, el acto está hecho por inclinación, que
aquí es una inclinación inmediata, porque es directamente esa persona como tal (no como
medio) lo que deseo salvar. Según Kant, también éste es un acto moralmente neutro.

d) Acto por deber. Quien ahora se está ahogando es alguien a quien no conozco en
absoluto, ni me debe dinero, ni lo amo, y mi inclinación es la de no molestarme por un
desconocido; o, peor aun, imagínese que se trata de un aborrecido enemigo y que mi
inclinación es la de desear su muerte. Sin embargo el deber me dice que debo salvarlo,
como a cualquier ser humano, y entonces doblego mi inclinación, y con repugnancia
inclusive, pero por deber, me esfuerzo por salvarlo.

7
loc. cit (trad. loc. cit.)
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

Pues bien, de los cuatro casos examinados el único en que, según Kant, los
encontramos con un acto moralmente bueno, es este último, puesto que es el único
realizado por deber; no por inclinación ninguna, sino sólo por lo que el deber manda:

Precisamente en ello estriba el valor del carácter moral, del carácter que, sin
8
comparación, es el supremo: en hacer el bien, no por inclinación, sino por deber.

En forma de cuadro tendríamos que los actos pueden ser:

en relación con el deber hechos por entonces el acto es:


a) contrarios al deber inclinación moralmente malo
b) de acuerdo con el deber
inclinación mediata
moralmente neutro
c) de acuerdo con el deber
inclinación inmediata
d) independiente de toda inclinación
por deber moralmente bueno

De todos modos, debe tenerse bien en cuenta que los que se han dado no son más
que ejemplos, como ayuda para comprender el pensamiento de Kant. No hay que
entenderlos como si diesen una especie de receta para saber cómo tenemos que actuar
en un caso determinado. En la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Kant
no se ocupa del hecho concreto, de la situación ante la cual nos pudiéramos encontrar en
un momento dado; ni tampoco lo hace en la Crítica de la razón práctica. En la
Fundamentación, Kant quiere, simplemente, explicarnos en qué consiste, en su
naturaleza universal, el acto moral, el principio supremo de la moralidad.
Y la respuesta ya la sabemos: un acto será moralmente bueno sólo si está hecho
"por deber". Pero esto no significa -como podrían sugerir algunos de los ejemplos
anteriores- que el deber necesariamente, para ser tal, haya de estar en conflicto con las
inclinaciones o ser indiferente a ellas. Puede darse la circunstancia de que hacia la
realización de un acto me lleve una inclinación, y a la vez la noción del deber. Kant no
dice, en modo alguno, que tenga que haber forzosamente un conflicto entre ambos
principios, si bien algunos intérpretes han caído en este error. Al respecto puede
recordarse un famoso epigrama de Schiller (1759-1805), poeta y también filósofo. El
epigrama se burla de esta teoría kantiana de la oposición entre las inclinaciones y el
deber; o, para decirlo más exactamente, se burla de las deformaciones de que es
susceptible. Un discípulo habla con su maestro de ética y le dice que ayuda a sus amigos,
pero como son amigos, esa ayuda él la realiza con gusto, con inclinación, puesto que los
estima; y entonces le remuerde la conciencia, pensando que quizás él no sea virtuoso,
puesto que en su actitud hay inclinación, y no el deber solamente. El maestro le contesta
que entonces debe esforzarse por odiarlos, y luego cumplir con el deber:

Escrúpulo de conciencia
Con gusto sirvo a los amigos, mas desdichadamente lo hago con inclinación,
y así a menudo me atormenta la idea de no ser virtuoso.
Decisión

8
op. cit., IV, 399 (trad. p. 36).
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

No hay otro recurso; debes intentar despreciarlos,


y cumplir entonces con horror lo que el deber te ordena.

Pero repetimos que se trata de una exageración y de una mala interpretación. Kant
no quiere decir que debamos intentar odiar a una persona (como si, además, el odio
dependiese de la voluntad) para que después, odiándola, el deber nos obligue a ayudarla.
Desde luego, si se presenta el caso en el que odio a una persona, y sin embargo tengo
conciencia de que mi deber consiste en ayudarla, el deber resalta con mayor claridad.
Pero de ninguna manera Kant pretende que suprimamos nuestro amor, nuestros afectos,
etc., sino que lo único que exige es que distingamos los dos motivos: mi amistad por una
persona, por ejemplo, y lo que el deber manda; y si me doy cuenta de que obro llevado,
no sólo por mi amistad, sino, fundamentalmente por el deber, entonces, y sólo entonces,
mi acto será moralmente bueno.

4. El imperativo categórico

El valor moral de la acción, entonces, no reside en aquello que se quiere lograr, no


depende de la realización del objeto de la acción, sino que consiste única y
exclusivamente en el principio por el cual se la realiza, prescindiendo de todos los objetos
de la facultad de desear. Ese principio por el cual se realiza un acto, Kant lo ¡lama
máxima de la acción; es decir, el principio o fundamento subjetivo del acto, el principio
que de hecho me lleva a obrar, aquel lo por lo cual concretamente realizo el acto.
Con esto nos encontramos en condiciones de formular de manera rigurosa, y en
forma de imperativo, lo que se lleva dicho. Kant formula el imperativo categórico en los
siguientes términos:

Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne
9
ley universal.

Lo cual significa que sólo obramos moralmente cuando podemos querer que el
principio de nuestro querer se convierta en ley válida para todos.
Esta fórmula, que puede parecer muy abstracta, coincide en el fondo con la
siguiente: "no nos convirtamos jamás en excepciones"; con lo cual se quiere significar que
lo decisivo para determinar el valor moral del acto es saber si la máxima de mi acción
(aquello por lo que obro) es meramente un principio sobre la base del cual yo -
circunstancialmente- decido obrar, o bien es una máxima que al mismo tiempo la
consideramos válida para cualquier otra persona. Supóngase que me encuentro en una
dificultad, y que, para escapar de ella, decido hacer una falsa promesa, una promesa
mentirosa. Entonces nos preguntamos: ¿podemos convertir en universal este principio, el
de mentir cuando uno se encuentra en dificultades? Y en cuanto pensamos qué sería esta
máxima convertida en ley universal, nos damos cuenta de que es imposible, que se anula
a sí misma: porque si todos los hombres obrasen según esta máxima, nadie creería en la
palabra de los demás, nadie creería en las promesas, y por tanto se anularía toda
promesa y toda palabra:

bien pronto me convenzo de que, si bien puedo querer la mentira [para escaparme
de una dificultad], no puedo querer, empero, una ley universal de mentir; pues, según
esta ley, no habría propiamente ninguna promesa, porque sería vano fingir a otros mi

9
op. cit., IV, 421 (trad., p. 71).
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

voluntad respecto de mis futuras acciones, pues no creerían ese mi fingimiento [...]; por
10
tanto, mi máxima, tan pronto como se tornase ley universal, destruiríase a sí misma.

La mentira, la deslealtad, están en contradicción consigo mismas, y sólo son


posibles siempre que no se conviertan en ley universal de las acciones humanas, porque
si se convierten en ley universal, repetimos, las palabras y las promesas desaparecerían.
Por eso el mentiroso quiere mentir a los demás, pero no quiere que se le mienta a él; se
considera a sí mismo como excepción, autorizado para mentir, pero niega tal autorización
a los demás. En el mentiroso se da, pues, una contradicción entre su ser sensible, las
inclinaciones, que son las que en un momento dado lo llevan a mentir, y la razón, que
exige universalidad. Nótese que incluso los delincuentes tienen su propia "moral": roban,
pero se castigan entre sí cuando uno de ellos roba al otro; de modo tal que entre ellos
también se admite, tácita u oscuramente, que la ley moral tiene que valer para todos (en
este caso, el "todos" de la banda).

Kant enuncia el imperativo categórico de diversas maneras, de las cuales nos


interesa ahora la fórmula del "fin en sí mismo". El argumento es en síntesis el siguiente:
Toda acción se orienta hacia un fin. Pero hay dos tipos de fines. Por una parte, hay fines
subjetivos, relativos y condicionados; son aquellos a que se refieren las inclinaciones y
sobre los que se fundan los imperativos hipotéticos; v. gr., si deseo poseer una casa (fin),
debo ahorrar (medio). Pero hay además, según se sabe, un imperativo que manda
absolutamente, el imperativo categórico, lo cual significa que -además de los fines
relativos- tiene que haber fines objetivos o absolutos que constituyan el fundamento de
dicho imperativo; fines absolutamente buenos (y no para tal o cual cosa), fines en sí.
Ahora bien, lo único absolutamente bueno es la buena voluntad (cf. § 2), Y como ésta sólo
la conocemos en los seres racionales, en las personas, resulta que el hombre es fin en sí
mismo, y Kant puede escribir:

Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en ¡a persona
de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un
11
medio.

Se obra inmoralmente cuando a una persona se la considera nada más que como
medio o "instrumento" para obtener algún fin. En efecto, lo moralmente aborrecible de la
esclavitud o de la prostitución, por ejemplo, reside en que en tales casos un ser humano
es usado, y no se lo considera como fin en sí mismo; es nada más que medio para un fin.
El esclavo no es nada más que un medio o instrumento para picar piedras, y el esclavista
no ve en él algo distinto de lo que sería, por ejemplo, un caballo en la noria o un asno que
transporta cargas. Se está igualando así al hombre con un animal o con una máquina.
Cuando en una actividad burocrática o social, v. gr., a una persona la utilizamos, y la
consideramos nada más que como un medio, nos estamos comportando inmoralmente.

5. La libertad

El hombre obra suponiendo que es libre; porque, en efecto, el deber, la ley moral,
implica la libertad, así como ésta la ley.
Dentro del mundo fenoménico (el único, según Kant, que podemos conocer), todo lo
que ocurre está rigurosamente determinado según la ley de causalidad; no hay ningún

10
op. cit.. IV 403 (trad., p. 42).
11
op. cit., IV. 429 (trad., p. 83).
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

hecho que no tenga su causa, la cual a su vez tiene la suya, y así al infinito. Ahora bien,
también la vida psíquica del hombre es parte de la naturaleza; cada estado psíquico tiene
su causa, y ésta la suya, etc. De manera que también nos encontramos aquí con un
riguroso determinismo psíquico.
Está claro que, dentro de un orden causal estrictamente determinado no puede
hablarse de libertad; en la naturaleza no hay lugar para el deber (cf. § 1). Si una roca se
desprende de la montaña y mata a una persona, a nadie se le ocurrirá censurar
moralmente a la roca, porque su caída es un puro hecho natural, que considerado por sí
mismo no es ni bueno ni malo. Por lo tanto, si el hombre fuera un ente puramente natural,
la conciencia moral carecería absolutamente de sentido.
Pero la conciencia moral es un hecho indisputable, un "hecho de la razón" -tanto
como lo es la ciencia natural y su exigencia determinista. Y el hecho del deber señala que
el hombre no se agota en su aspecto natural, sensible; por el contrario, la conciencia
moral, incompatible con el determinismo, exige suponer que en el hombre hay, además
del fenoménico, un aspecto inteligible o nouménico, donde no rige el determinismo
natural, sino la libertad. Ésta es la única manera de comprender la presencia en nosotros
del deber, pues sólo tiene sentido hablar de actos morales (buenos o malos) si se supone
que el hombre es libre.
Es cierto que no podemos conocer que somos libres, pero nada nos impide pensarlo,
según lo ha enseñado la tercera antinomia (cf. §21). Sabemos 12 que el término
"conocimiento" tiene para Kant sentido muy restringido, de tal modo que sólo puede
hablarse de "conocimiento" dentro del dominio de la experiencia. Aquí se trata, entonces,
no de que se "conozca" la libertad, sino de que para comprender el hecho de la
conciencia moral es preciso postular la libertad, esto es, que de alguna manera que no
podemos explicar, somos capaces de obrar de modo de iniciar radicalmente una nueva
cadena causal, sin estar determinados a ello. La libertad es, pues, una suposición
necesaria para pensar el hecho de la conciencia moral:

Vale sólo como necesaria suposición de la razón en un ser que crea tener
conciencia de una voluntad, esto es, de una facultad diferente de la mera facultad de
desear (la facultad de determinarse a obrar como inteligencia, según leyes de la razón,
pues, independientemente de los instintos naturales). Mas dondequiera que cesa la
13
determinación por leyes naturales, allí también cesa toda explicación [...]

Siempre que hablamos de conciencia moral o hacemos juicios morales, tácitamente


suponemos la libertad. Porque si alguien comete un crimen bajo la acción de una droga,
por ejemplo, no consideraremos responsable a esa persona, ni, por tanto, condenable, ni
diremos propiamente que el acto realizado es moralmente malo, y no lo haremos porque
el individuo del caso no ha obrado libremente, sino que, por efecto de la droga, su
conducta era una conducta forzada, necesaria, determinada por causas naturales, y por
eso no calificable moralmente. Kant puede decir entonces

que la libertad es sin duda la ratio essendi de la ley moral, pero la ley moral es la
14
ratio cognoscendi de la libertad,

es decir, que la ley moral es la razón de que "sepamos" de la libertad, así como la libertad
15
es la razón o fundamento de que haya ley moral, su condición de posibilidad.
12
Cf. Sección I. nota 22.
13
op. cit.. IV. 459 (trad.. p. 131).
14
Kritik der praktischen Vernunft [abreviada K.p. V], Akademie-Ausgabe V. 4 Anm. (trad. G. Morente. Crítica
de la razón práctica, Madrid. V. Suárez, 1913, p. 4 nota).
15
La distinción entre el aspecto sensible y el nouménico es de enorme importancia y no debiera ser
descuidada por las llamadas "ciencias del hombre". La ciencia de moda, la psicología, se ocupa
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

6. El primado de la razón práctica.


Los postulados: libertad, inmortalidad y existencia de Dios

Se ha establecido que es imposible conocer teoréticamente nada respecto de los


objetos de la metafísica especial: la libertad, la inmortalidad del alma y Dios. Si bien estas
ideas, o, más exactamente, los objetos a que estas ideas apuntan, son perfectamente
pensables sin contradicción, no son más que Ideas, es decir, conceptos de por sí vacíos,
pues no hay intuición que les corresponda. La libertad representa un caso especial; es
preciso admitir su existencia pues de otro modo la conciencia moral resultaría un absurdo
(§ 5); en tal sentido, como condición necesaria de la posibilidad de la moral -que es un
hecho del cual no cabe dudar-, la libertad es

la única entre todas las Ideas de la razón especulativa cuya posibilidad a priori
sabemos, aunque sin comprenderla sin embargo, porque ella es la condición de la ley
16
moral, ley que nosotros sabemos.

En cuanto a las otras dos Ideas, Dios y la inmortalidad.


no son empero condiciones de la ley moral, sino sólo condiciones del objeto
necesario de una voluntad determinada por esa ley, es decir, del uso meramente
práctico de nuestra razón pura: así pues de esas Ideas también podemos afirmar que no
conocemos ni inteligimos [einzusehen], no digo tan sólo la realidad, sino ni siquiera la
posibilidad. Pero sin embargo son ellas las condiciones de la aplicación de la voluntad,
moralmente determinada, a su objeto que le es dado a priori (el supremo bien). Por
consiguiente, su posibilidad puede y debe ser admitida en esta relación práctica, sin
17
conocerla e inteligirla, sin embargo, teóricamente.

Resulta pues que la razón práctica tiene el primado sobre la razón teórica o
especulativa, esto es, que el interés de la moralidad -que es necesariamente absoluto-
autoriza suposiciones teoréticas sin las cuales no podríamos realizar la moral; los fines de
la razón práctica prevalecen sobre los de la razón especulativa, la moral sobre el
conocimiento.
La ley moral exige el cumplimiento más perfecto, es decir, en definitiva, la realización
de la Idea de santidad (Sec. II, § 3), Idea práctica "que necesariamente tiene que servir de
modelo" para los seres racionales finitos, pues ella "les pone constante y justamente ante
los ojos la ley moral pura". Mas el hombre, por ser finito, no puede alcanzar tal ideal en las
condiciones del mundo sensible; por ende, aproximarse a tal modelo "en lo infinito, es lo
único que corresponde” 18 a un ser tal. Virtud es "la intención [o disposición de ánimo

exclusivamente del aspecto sensible, y en tanto ciencia pareciera que no puede hacer otra cosa. De tal
modo pretende explicar determinada conducta aduciendo que el individuo del caso es extrovertido,
neurótico, frustrado, etc., que su mecanismo de represión no ha funcionado como habitualmente lo hace,
etc.; y todo eso bien puede ser cierto, pero con ello no se agota la cuestión, sino que se ha hecho referencia
nada más que a un aspecto de ese individuo, dejando de lado lo decisivo, lo propiamente personal, es decir,
el hombre como libertad -o, como se dirá después (cf. Cap. XIV, 12), como poder- ser. Esa insuficiencia de
la psicología sólo puede corregirse en la medida en que no se olvide que el hombre tiene su centro en la
libertad de sus decisiones, en que todo lo que en él es determinación sólo toma sentido en cada caso en
función de sus intransferibles posibilidades (cf. W. LUYPEN. Fenomenología existencial, trad. esp., Buenos
Aires, Lohlé, 1967. pp. 153-154). Pero a la vez es preciso no pasar por alto que el acto libre, por ser tal, no
puede ser objeto de conocimiento.
16
KpV, V, 4 (trad. cit., pp. 3-4). Cf. Kritik der Urteilskraft, tercera edic, 457 y 467 (trad. de García Morente.
Buenos Aires, El Ateneo, 1951, pp. 453 y 458).
17
KpV, loc. cit. (trad. cit., pp. 4-5, retocada).
18
KpV. V 32 (trad. cit., p. 67).
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

(Gesinnung)] moral en la lucha 19 continua y victoriosa contra las inclinaciones, en busca de


perfecta -aunque inalcanzable- purificación”. Como la perfección moral es "prácticamente
necesaria", sólo se la podrá alcanzar "en un progreso que va al infinito"; y como ese
progreso al infinito "sólo es posible bajo el supuesto de una existencia y personalidad
20
duradera en lo infinito del mismo ser racional" , resultará que el alma es inmortal.
La virtud es el único bien incondicionado (cf. § 1), es el honum supremum o el bien
21
superior (das oberste Gut) ; pero además Kant llama bien supremo (höchstes Gut) el que
comprende en sí además el bien acabado (vollendetes Gut, bonum consumatum), es decir,
todos los bienes condicionados -como lo útil, lo agradable, etc.-, en una palabra, el estado
de contento que llamamos felicidad, la mayor satisfacción posible y duradera de las
22
inclinaciones: "el estado de un ser racional en el mundo al cual, en el conjunto de su
23
existencia, le va todo según su deseo y voluntad" .
Está claro que la virtud merece la felicidad; pero también lo está que la virtud no la
garantiza, y que de hecho nos encontramos frecuentemente con que no halla la felicidad
merecida. Pero si ha de darse tal correspondencia entre virtud y felicidad, es preciso que
haya un poder omnisciente, omnipotente e infinitamente justo capaz de dispensar la
felicidad merecida, i.e.. Dios.

Ahora bien, era un deber para nosotros fomentar el supremo bien; por
consiguiente, no sólo era derecho, sino también necesidad unida con el deber, como
exigencia, presuponer la posibilidad de este bien supremo, lo cual, no ocurriendo más
que bajo la condición de la existencia de Dios, enlaza inseparablemente la presuposición
del mismo con el deber, es decir, que es moralmente necesario admitir la existencia de
24
Dios.

Pero es preciso fijarse bien en que estos postulados no son pruebas especulativas o
demostraciones de la razón teórica, pues no nos dan "conocimiento" ninguno de lo
suprasensible. Son sólo "supuestos" de la moralidad, de la ley "por la cual la razón
25
determina inmediatamente la voluntad". Escribe Kant:
Estos postulados no son dogmas teóricos, sino presuposiciones en sentido
necesariamente práctico; por tanto, si bien no ensanchan el conocimiento especulativo,
dan, empero, realidad objetiva a las Ideas de la razón especulativa en general (por
medio de su relación con lo práctico) y la autorizan para formular conceptos que sin eso
26
no podría pretender afirmar ni siquiera en su posibilidad.

7. Conocimiento y moral

Puede afirmarse, en conclusión, que el aspecto más decisivo de la filosofía kantiana


se encuentra en el reconocimiento del valor de la persona humana, en la cual se pone de
relieve su índole activa, en general, y ética en especial. La persona, el sujeto, no es una
cosa, sino que más bien las cosas son "productos" del sujeto, porque en éste tienen su
origen la legalidad y el orden del mundo fenoménico, la estricta causalidad y mecanicismo

19
KpV. V (Cassirer) 93 (trad. 164 retocada).
20
KpV. V (Cass.), 132-133 (tr. 231).
21
KpV. V (Cass. 120) (trad. p. 210).
22
Cf. KpV. V (Cass.), 159 (trad. p. 275)
23
KpV. V (Cass.), 135 (trad. p. 235).
24
KpV, V (Cass.). 136 (trad. p. 237).
25
KpV. V (Cass.), 143 (trad. p. 248).
26
KpV. V (Cass.), 143 (trad. pp. 248-49). Cf. KpV, V 144-145 (trad. p. 251).
PRINCIPIOS DE FILOSOFÍA EL IDEALISMO TRASCENDENTAL. KANT

que allí dominan -según enseña la Crítica de la razón pura. Pero el sujeto mismo, por su
parte, no está sometido a tales leyes; éstas surgen de él, no él de ellas. Considerado en su
aspecto noúmenico, como sujeto moral, es persona, vale decir un ente libre, pleno de
dignidad- y ésta es la enseñanza de la Crítica de la razón práctica. De tal manera puede
apreciarse la rigurosa complementación e íntima solidaridad de las dos primeras Críticas, y
a la vez puede comprenderse el profundo sentido de las palabras que Kant escribe hacia
el final de la Crítica de la razón práctica -palabras que luego se inscribieron en la tumba del
filósofo:

Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto siempre nuevos y crecientes,


cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado
27
sobre mí y la ley moral en mí.

En este pasaje se refiere Kant a los dos grandes temas de que se ocupa en la Crítica
de la razón pura y en la Crítica de la razón práctica, respectivamente. El cielo estrellado
simboliza aquí la naturaleza, el maravilloso orden y armonía que en ella domina (y que
están fundados en las leyes que la propia razón dicta); el otro objeto de admiración reside
en ese otro mundo, que ya no es el sensible, sino el inteligible: el de la libertad, el mundo
de la persona moral.

27
V (Cass.) 174 (trad. G. Morente. p. 301). Nadie menor que Beethoven escribió repelidas veces estas
palabras de Kant en sus Conversationsbücher. y agregó con lapidarios caracteres: ¡¡¡Kant!!! (E.O. VON
LIPPMANN, "Zu: 'Zwei Dinge erfüllen das Gemüt...”, Kantstudien XXXIV (1929), p. 261).

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