Megan Maxwell - Y Ahora Supera Mi Beso
Megan Maxwell - Y Ahora Supera Mi Beso
Megan Maxwell - Y Ahora Supera Mi Beso
Portada
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Epílogo
Referencias a las canciones
Biografía
Créditos
Gracias por adquirir este eBook
MEGAN
Prólogo
NORMAS
1. El niño ha de estar durmiendo a las 21.00. Hora de
levantarse: 9.00 de la mañana.
2. El niño desayunará a las 9.30. Comerá a las 13.30.
Merendará a las 17.00. Cenará a las 20.15. Si se despierta
durante la noche, tomará biberón.
3. El niño dormirá la siesta todos los días de 14.00 a
16.00.
4. El niño paseará únicamente por la urbanización de
11.30 a 12.30 y de 17.30 a 18.30. Una vez que llegue a
casa jugará en su sala de juegos.
5. El baño del niño será a las 19.30 todos los días.
6. Cambio de pañal: al menos diez veces al día.
7. Toma de temperatura: al levantarse y acostarse.
8. El niño no comerá ni probará nada que no esté en su
dieta.
Sorprendida, termino de leer la lista y lo miro
consciente de que aquello no tiene ni pies ni cabeza en
muchos aspectos. Pero entonces me entrega otro papel y
dice:
—Estas son las directrices para su convivencia en esta
casa.
De nuevo, lo cojo y leo:
1. Prohibido traer extraños a la casa.
2. Prohibido transitar por estancias que no sean su
habitación, la del niño, la cocina, el jardín o la piscina.
3. Prohibido llevar comida al dormitorio y prohibida la
música a un volumen excesivo.
4. Desayunos, comidas y cenas, en la cocina en el
horario que quiera.
5. Apuntar los días libres en el calendario de la cocina.
Importante avisar tres días antes en caso de algún
cambio.
6. Vestimenta adecuada en todo momento.
7. Si la piscina está ocupada, se privará de su
utilización hasta que quede libre.
8. El uso del televisor es exclusivamente en su cuarto.
9. Los animales no entran en la casa.
10. Llevará al día los cuadernos del niño para
mostrarlos a diario.
Sin dar crédito, leo todo aquello y, no sé por qué, sonrío.
El tiquismiquis pretende que viva en un campo de
concentración. Y, sin filtros, musito mirándolo:
—Una cosita..., ¿esto va en serio?
Liam levanta las cejas; por su gesto intuyo que sí. Dejo la
hoja sobre la mesa y afirmo:
—Vale. Va en serio.
—¿Alguna pregunta?
La verdad..., tengo mil preguntas, pero soy consciente de
que mejor me callo. Y, como no contesto, él prosigue:
—¿Qué días libres desea?
Miro el calendario como el que mira un campo de minas.
Ahora mismo lo cierto es que no sé qué días quiero.
—¿Le importa si se lo indico dentro de unos días? —
pregunto.
Liam asiente y aparta el calendario de en medio. Estoy
tan bloqueada por tanta norma absurda que no sé ni qué
decir. Entonces, recordando dónde he dejado aparcada mi
moto, digo:
—Una cosita... ¿Puedo utilizar las herramientas de su
garaje?
Eso lo sorprende, se lo veo en la cara.
—¿Qué pretende hacer? —inquiere.
—Aprendí mecánica y, a no ser que sea algo muy grave,
soy yo quien arregla las averías de mi moto. La verdad, me
ahorro un pastizal...
Veo que parpadea sin dar crédito y me apresuro a añadir:
—Prometo dejarlas limpias y ordenadas como usted las
tiene. Es más, no notará siquiera que las he tocado.
Él suspira, lo piensa y finalmente afirma:
—Puede utilizarlas.
Gustosa, asiento, y luego, mirando la maravillosa sala,
provista de cosas que llaman mi atención, como el gran
televisor, los libros y la música, indico sin pudor:
—Por la hojita de las normas, entiendo que esta estancia
queda excluida de mi utilización. —Él asiente y yo pregunto
—: ¿En serio no puedo ver la tele aquí o coger algún libro
para leer?
—Tiene televisor en su dormitorio.
Es cierto, tiene razón, pero como soy una tocapelotas y
este tipo me da igual, replico:
—Lo sé, y se lo agradezco, pero es que esta de sesenta y
cinco pulgadas es una pasada, y ver las pelis y las series
aquí tiene que ser la leche.
Evito sonreír. Veo su gesto de incomodidad. No está
acostumbrado a que nadie, a excepción de Claudia, invada
su espacio, y dice con rotundidad:
—En el punto 8 está suficientemente claro dónde puede
ver la televisión, ¿entendido?
—Sí, pero...
—¿Entendido? —insiste.
Vale. Tengo dos opciones: discutir o hacer lo que me dé la
gana cuando él no esté, por lo que, optando por lo segundo,
afirmo:
—Entendido.
Asiente, veo que lo he convencido. Y entonces añade:
—En cuanto a coger un libro, puede hacerlo, siempre y
cuando deje un papel indicando que se lo ha llevado.
—¿Papelito tipo biblioteca?
Tan pronto como digo eso, soy consciente de que me ha
salido en plan coña.
—Tranquilo, señor Acosta —añado—, que si cojo algún
libro lo apuntaré en un papel para que usted lo sepa. Lo
cuidaré. Y, una vez que lo acabe, volveré a dejarlo donde
estaba.
Él asiente, me mira y, con cierto retintín, pregunta:
—¿Alguna cosita más?
Me río, le estoy tocando las narices, y prosigo:
—Quizá poder llevar a Jan a la playa y no limitarlo a la
urbanización...
—No.
Niego con la cabeza, a mí eso no me vale.
—Para su desarrollo emocional y personal ver gente le
vendrá bien —insisto.
—He dicho que no.
Según vuelve a negarse, asiento. Quizá si no le llevo la
contraria y le hago entender que va a hacer un asocial del
niño, cambie, por lo que digo:
—Muy bien, así será. Pero una cosita..., luego no se queje
cuando Jan sea un niño retraído, antipático y no socialice
con el resto y, además, se asuste con facilidad. Es una
pena, pero es lo que usted va a provocar teniéndolo
encerrado en su castillo...
Liam me mira. Creo que está pensando que soy algo peor
que una cabrona por mis matices, pero entonces,
sorprendiéndome, declara:
—Puede llevarlo a la playa. Pero recuerde echarle
protector solar y ponerle un gorro.
Al oír eso me dan ganas de saltar. ¡Bien! Me he salido con
la mía, aunque me gustaría preguntarle si se cree que soy
tonta, pero me callo. He ganado.
Está claro que mis peticiones lo están jorobando, y
comienza a hablarme de Jan y de las estancias donde el
niño no puede entrar. Una de esas estancias es justamente
esta en la que estamos nosotros ahora. El Ser Supremo
opina que es un sitio lleno de peligros. Mejor me callo,
porque como hable le diría que lo que no quiere es que el
niño le manche o le desordene su precioso y cuidadito
salón.
¡Vaya tela, vaya tela...! Cuando se lo cuente a Verónica,
va a flipar.
Tras eso vuelve a recordarme que he de apuntar las cosas
en los cuadernos de colores para que él, por la noche, vea el
día del niño, y también cosas absurdas como que Jan no
juegue con los perros, pues pueden hacerle daño y llenarlo
de pelos, que nunca lo deje en un suelo que no sea el de su
habitación o la sala de juegos, que procure no coger mucho
al niño para no malcriarlo... Y ya cuando me repite que no lo
monte en la moto, estoy a punto de reírme, pero no digo
nada.
Muchas de las cosas que dice me parecen muy
exageradas, pero bueno, es su padre y es mejor que me
calle... Sin embargo, cuando me dice de nuevo que, en
horas de mucho calor, el niño no ha de estar al sol, no
puedo más y, levantando la mano, tercio:
—¿Puedo hablar? —Sin dudarlo, él asiente y yo suelto—:
Por si lo ha olvidado, soy enfermera..., aunque tampoco
hace falta ser enfermera para saber que a las tres de la
tarde no es el mejor momento para que un niño o un adulto
esté bajo el sol achicharrador. Dicho esto —añado antes de
que pueda hablar—, acerca de no tener a Jan en brazos, ahí
sí debo decirle lo que pienso. ¿Y sabe por qué? —Él
parpadea y yo prosigo—: Porque soy una profesional y sé de
lo que hablo.
Liam se echa para atrás en el sofá. En su gesto veo que
no le está haciendo mucha gracia que lo cuestione. Está
claro que a este las otras niñeras no le han replicado.
—El contacto piel con piel con un bebé favorece su
desarrollo psicológico e intelectual —continúo—. Abrazarlo
lo hace sentir seguro, le provoca placer y felicidad y ayuda a
su desarrollo y su confianza. Y esto, señor Acosta, no lo digo
yo, lo dicen cientos de estudios que se han hecho en todo el
mundo, y me extraña que usted no haya leído alguno de
ellos.
Liam me mira, no pestañea siquiera.
—Una cosita... ¿Las demás niñeras eran enfermeras? —
pregunto.
—No. Y tampoco tan contestonas ni tan llenas de
«cositas» —replica él.
Asiento. Estoy segura de que lo estoy desconcertando.
A continuación, tomando aire, digo mientras veo que la
pantalla de su teléfono móvil se ilumina y recibe un mensaje
de Margot:
—Usted me ha contratado para cuidar a su hijo hasta que
encuentre una sustituta. Soy una profesional en lo mío,
como usted será un profesional en lo suyo. Y por ello me
gustaría que se fiara de mí en lo referente al niño. Entiendo
que a usted pueda molestarle si, en vez de a las nueve de la
noche, acuesto a Jan a la una de la madrugada, o si, en vez
de darle de desayunar cereales, le pongo en la boca un
trozo de pizza barbacoa para que la chupe...
El gesto de Liam al decir eso casi me hace reír. ¿En serio
cree que le voy a dar pizza al niño para desayunar? Pero,
manteniendo la tranquilidad, esa que me saco de la manga
cuando quiero que alguien me escuche, continúo:
—Jan es un niño precioso y sano, y nosotros, usted como
padre y yo como su cuidadora, simplemente tenemos que
facilitarle las cosas para que crezca feliz y vaya aprendiendo
a desarrollarse.
Según digo eso último, veo que asiente. ¡Bien, algo que le
ha gustado! Y, aprovechando el momento, añado:
—Ahora me gustaría que me dijera cosas que como padre
de Jan sabe y que yo debería conocer.
—¿Cosas como qué?
—Gustos. Preferencias. Qué le gusta al niño y qué no...
Él asiente, veo que piensa y, para ponérselo más fácil,
señalo:
—He visto que Jan tiene varios chupetes. ¿Hay alguno que
prefiera antes que el resto?
—Los que tienen el borde naranja le gustan más que los
otros —se apresura a responder.
Encantada, asiento, y él añade:
—No le gusta que las sábanas estén remetidas en su
cuna. Lo angustia sentirse apretado.
Vuelvo a asentir e, intentando que el aire fluya entre los
dos, bromeo:
—En eso ha salido a mí. También me agobian.
Mi comentario hace sonreír a Liam, que añade:
—Su muñeco preferido es una jirafa verde y marrón que
le regaló mi hermana Florencia. Y también le gusta mucho la
música.
Sonrío al oír eso. Ya me lo había dicho Claudia.
—Su canción preferida, la que lo calma, es Can’t Take My
Eyes Off You —concluye.
Rápidamente escaneo esa canción en mi cerebro. ¿Cuál
es? ¿Cuál es? Y, al recordar que es un tema disco, musito:
—¡Vaya! Pero qué marchoso es nuestro Jan...
Eso hace que Liam suelte una carcajada que me parece
encantadora, y luego matiza:
—En realidad le gusta más la versión interpretada por
Joseph Vincent.
No me suena ese nombre y, cogiendo mi móvil, se lo
enseño y pregunto:
—¿Le importa si la busco?
Él se apresura a negar con la cabeza y yo tecleo
buscando esa canción en la versión de Joseph Vincent.
Instantes después la bonita melodía interpretada solo por
una guitarra comienza a sonar y, mirando a Liam, afirmo:
—Esta se la bordo yo a Jan.
Él enarca las cejas.
—He traído mi guitarra y me gusta mucho cantar —le
aclaro—. Incluso alguna vez he cantado en directo en algún
localcillo.
Él asiente. Por su gesto, creo que piensa que soy una friki
loca, y nos quedamos escuchando en silencio la preciosa
canción de amor, que, madre mía, ¡qué cositas dice! Sin
duda es una canción para enamorarse. Gustosa, me encojo
en el sofá y cuchicheo:
—Qué bonito tiene que ser que alguien te diga eso que
dice la letra...
Liam me mira. Soy consciente de lo que acabo de decir, y
agrego sonriendo:
—Disculpe. Pensaba en alto.
Él sigue sin retirar la mirada de mí. Creo que no ve el
momento de que salga de su casa. Y cuando, segundos
después, termina la melodía y dejo mi teléfono sobre la
mesa, enamorada de la versión que he escuchado y, por
supuesto, del amor, lo miro a él y, apoyándome en el
respaldo del sofá, pregunto:
—¿Hay algo más que quiera decirme?
Liam me mira y asiente.
—¿Podría bajar los pies del sofá?
Según lo dice, me doy cuenta de que en nuestra
conversación me he relajado y me he repanchingado como
una reina. Y, una vez que pongo los pies en el suelo, insiste:
—Por favor, no ande descalza por la casa. Podría darse un
golpe y hacerse daño, por no hablar de la suciedad que
acumulará en la planta de los pies...
—De acuerdo —musito algo avergonzada.
—Póngase unas cholas —insiste.
—¿Unas cholas? —inquiero sorprendida.
Acto seguido él levanta un pie y, al ver que lleva unas
chancletas de toda la vida, de esas que separan el dedo
gordo del pie del resto, indico:
—El próximo día que salga compraré unas.
Él asiente y yo, para variar, sonrío. Como esté apuntando
en un cuaderno de esos de colores que tanto le gustan
todas las veces que ha tenido que llamarme la atención, lo
llevo claro.
Nos quedamos en silencio unos instantes y luego él
comenta:
—Si surge algo más de lo que hablar, se lo diré. De
momento creo que ya está todo dicho, y recuerde que
cuando venga de trabajar ha de darme el informe del día.
Apabullada por todo, asiento y los dos nos quedamos
observando la televisión en silencio. La serie que estaba
viendo sigue en pausa. Me vuelvo hacia él para ver si le da
al play, pero entonces él me mira para que me vaya. Me
levanto del sofá y digo:
—Bueno, pues entonces me voy.
—Me parece bien —afirma cogiendo su teléfono móvil de
la mesita.
—Por cierto, una cosita... Hay una escena en la que el
hermano va a... —Su dura mirada hace que me calle.
¡Madre mía, menudo spoiler le iba a soltar! Y, muerta de la
vergüenza, cojo el vigilabebés y simplemente añado—:
Buenas noches.
—Buenas noches —responde.
Y, sin mirar atrás, salgo del bonito salón, donde oigo que
comienza a sonar de nuevo la tele. Paso por la habitación de
Jan para comprobar que está dormido y me dirijo hacia mi
habitación, donde me espera Tigre.
El pobre lleva metido toda la tarde ahí, y, consciente de
que tiene que hacer sus cosas, le pongo una correa para
tenerlo controlado. Con el máximo sigilo salgo al jardín
trasero y, ocultándonos tras un enorme árbol, mi perro hace
sus necesidades y yo las recojo con una bolsita. ¡Faltaría
más!
Capítulo 12
Dos horas después, tras cargar el coche con las cosas de Jan
como si nos fuéramos para un mes y dejar agua y comida a
los perretes en el jardín, los tres nos dirigimos a la playa.
Espero que no se me haya olvidado nada o este me la
monta.
El ambiente durante el trayecto es relajado, bromeamos
incluso, y mi jefe me va contando un poco la historia de los
lugares por los que pasamos.
—¿Adónde vamos concretamente?
Liam, que hasta para ir a la playa parece que va de cena
de lo perfecto que va vestido, tras colocarse bien el cuello
de su camisa azul, responde:
—A la playa del Duque, en la zona más nueva de Costa
Adeje.
Asiento, no me suena nada, todo esto es desconocido
para mí. Estoy disfrutando del viaje cuando le pita el
teléfono, que tiene conectado al coche, y una vez que
descuelga, se pone a hablar en inglés. De inmediato
reconozco la voz del hombre que está al otro lado. Es Tom
Blake, el actor. Y, sonriendo, me percato del buen sentido
del humor de aquel por cómo ríe, aunque no entienda ni la
mitad de lo que dicen.
Tras unos segundos su conversación acaba, y sin poder
callarme suelto:
—¿Era Tom Blake?
—El mismo —afirma Liam escueto.
—Madre mía, me encanta ese hombre... —comento como
el que no quiere la cosa—. Es tan sexy y provocador...
Veo que Liam niega con la cabeza y acto seguido
cuchichea:
—Me alegro por usted.
De inmediato soy consciente de lo que he dicho. Joder,
con lo que este hombre ha pasado a causa del actor y su
ex..., ¿cómo voy yo y digo eso?
Nos quedamos en silencio durante unos minutos hasta
que comienza a sonar por la radio la canción You to Me Are
Everything, del grupo The Real Thing, e, intentando
destensar el ambiente, digo:
—Me encanta esta canción.
—Ya tiene sus añitos —indica Liam.
—Sí —afirmo al ver que su tono se ha relajado—, pero las
buenas canciones nunca envejecen. Se puede decir que son
como los buenos vinos..., ¡mejoran con los años!
Mi comparativa parece gustarle y, como siempre que
suena música y me encuentro bien, comienzo a tararearla.
Mi inglés no es ni mucho menos perfecto como el de
Verónica o el de Liam. El mío es chapurrero, chapurrero...
Aun así, canto sin cortarme un pelo y miro a Jan, que va
atrás sentado en su sillita, y él como siempre sonríe.
Veo que mi jefe sonríe también.
Yo hago el payaso, para no variar, y canto y bailoteo
mientras Jan empieza a soltar carcajadas al ver mis muecas
y mis movimientos.
¡Me lo comoooooo!
Miro a Liam, me agrada verlo con esa sonrisa, y me
aventuro a proponer:
—Vamos, ¡cante usted también!
Según digo eso, veo que levanta las cejas y, aunque la
sonrisa no lo abandona, responde:
—Yo no canto, señorita López.
—¿Por qué?
—Porque tengo sentido del ridículo, cosa que veo que
usted no...
—¿Canto mal?
—No.
—¿Entonces...?
Él resopla con incomodidad.
—Simplemente, yo no canto —dice.
Valeeeeee. Su tono es tan cortante que no pregunto más
y, cuando acaba la canción, yo aplaudo. Suelto unos
cuantos vítores y el niño aplaude también. Divertida por ello
le digo mil cosas cariñosas hasta que oigo que Liam
comenta:
—Desde luego, su inglés deja mucho que desear...
Divertida, asiento, lo sé..., mi inglés es horroroso.
—Pues que sepa que con este inglés he viajado y me han
entendido —replico—. Es más, me iba a ir a Suecia a
trabajar en un hospital y pasé la prueba de inglés.
Liam sonríe y luego pregunta:
—¿En serio pasó la prueba?
—Con honores, confeti y champán —contesto divertida.
Él suelta una carcajada y yo sonrío mientras un extraño
regocijo crece en mi interior. Y entonces me doy cuenta de
que le estoy haciendo ojitos. Por el amor de Dios... ¡Otra
vez!
No. No. No. Vuelvo a ser consciente de lo que he hecho y,
cambiando mi actitud, miro por la ventana.
—¿Y adónde ha viajado si puede saberse? —pregunta.
—De momento, a Londres. Quiero viajar más, pero eso
será cuando el dinero y el tiempo me lo permitan o me
toque la lotería...
Miro al pequeño. Como siempre, me observa con esa
carita que dan ganas de comerse.
—¿Cómo se llama mi Gordunflas preferido? —digo.
—Jammm...
Según dice eso, parpadeo. Es la primera vez que dice su
nombre, y mirando a Liam, pregunto boquiabierta:
—¿Lo ha oído?
—Sí.
—¡Ha dicho su nombre! —exclamo.
—Y hemos sido testigos de ello —afirma él feliz.
Con una sonrisa de oreja a oreja Liam asiente; yo indico al
niño señalando con el dedo:
—Tú, Jam. Él, papá. Yo, Amara.
Mi pequeñín sonríe y repite:
—Jammmmm...
Aplaudo encantada. Liam no puede parar de sonreír.
—Mi familia está allí..., ¿los ve? —dice a continuación.
Asiento y sonrío gustosa al distinguir entre todos ellos a
Verónica y a Begoña.
Una vez que Liam aparca el coche junto al de Naím, toca
el claxon y rápidamente Verónica y Florencia vienen hacia
nosotros.
Saco a Jan de su sillita y, antes de que le pueda colocar
un gorrito para proteger su cabecita del sol, Florencia me lo
quita de las manos. Me saluda con un beso y veo que el
niño me mira y me echa los brazos. Eso me hace gracia.
Está claro que su persona de referencia soy yo.
—Dile a la tía Florencia cómo te llamas —le pido con una
sonrisa.
El pequeño sonríe y repite:
—¡Jammmmm!
Según pronuncia su nombre, yo aplaudo. Y Liam indica
orgulloso:
—Lo ha dicho por primera vez en el coche.
Verónica y Florencia dan palmas, besuquean al pequeño.
Esta última se vuelve loca de amor, y sigue dándole besos
hasta que Liam, que está sacando las cosas del coche,
señala:
—Florencia, cuando el Cacahuete crezca un poco huirá de
ti.
La aludida sonríe, asiente y luego afirma divertida:
—Hasta que lo haga, me lo comeré a besos como me
como a mi nieto.
Los dos hermanos sonríen mientras le hacen monerías al
niño. Y yo me quedo mirándolos como una tonta. Madre
mía..., pero ¿qué me pasa?
—¿Te ha escrito Mercedes? —oigo que me pregunta
entonces Verónica acercándose a mí.
De inmediato vuelvo en mí y, como dos pavas, ambas nos
abrazamos y comenzamos a dar saltitos de felicidad por
nuestra amiga.
Sin tiempo que perder, hacemos una videollamada con
Leo y Mercedes. Todos estamos muy emocionados y, tras
hablar unos minutos, pues no tenemos más tiempo, indico:
—Le he pedido libre a Liam del 28 de agosto al 1 de
septiembre y ha dicho que sí.
—¡Genial! —exclama Verónica.
Echamos a andar y, tras mirar, a Liam, que saluda a su
padre, voy a hablar cuando mi amiga pregunta:
—¿Todo bien, Pececita Madrileña?
Oír eso me hace sonreír más aún, y cuchicheo:
—Tengo que contarte una cosita.
—Uis, madre...
—Anoche se me fue la cabeza...
Verónica me mira.
—Besé al Friki del Control —susurro.
Según digo eso, ella se para y, antes de que pueda decir
nada, añado:
—Fue a la casa con Margot...
—¿Margot estuvo en su casa? —me corta ella.
—Sí, querida... —digo.
Verónica sonríe.
—Dios los cría y ellos se juntan... —murmura a
continuación.
—Parece maja —opino en voz baja.
Vero suspira y asiente.
—Lo es. Pero para mi gusto es algo clasista.
Eso me hace gracia. Y, deseosa de contarle lo que
necesito soltar, prosigo:
—El caso es que Liam fue con ella a la casa. Y, bueno, en
un momento dado, yo estaba en la cocina a oscuras, Margot
salió de la habitación, él también lo hizo, y me confundió
con ella.
—Noooooo...
Cabeceo divertida y con gesto pícaro.
—Y madre mía, ¡cómo besa! —añado.
—¡Amaraaaaa!
Me entra la risa. Me gusta pensarlo, aunque me sofoca.
—Debería haberlo detenido, ¡pero no pude! —indico—. Es
más..., ¡me entraron ganas de colonizar!
—¡Amaraaaaaa!
—Reina —musito mirando lo guapo que está Liam con su
camisa azul y sus bermudas vaqueras—. El morbo del
momento es el morbo y no pude resistirme.
—¡Pero si a ti te van los morenos!
Asiento, tiene razón, pero afirmo con guasa:
—Reconozco que con este rubiales haría una excepción.
—¿Te has vuelto loca?
—¡Loquísimaaaa! —exclamo con el gorrito de Jan entre las
manos.
Verónica ni siquiera parpadea. Me conoce. Y, antes de
que diga lo que intuyo que va a decir, buscando un toque de
humor, suelto:
—Estaba tan sexy, tan apetecible y olía tannn bien, que
caí en la marmita de la lujuria.
Como imaginaba, mi amiga sonríe.
—Esta mañana he querido hablarlo con él —continúo—,
puesto que me sentía terriblemente culpable, pero él ha
preferido no hacerlo. Me ha dicho que fue un error suyo y
me ha pedido disculpas.
Ambas reímos y luego ella pregunta con picardía:
—¿En serio besa bien?
Asiento y, mirando a Liam, que está más allá charlando
con su familia, admito:
—Muy muy bien.
Miramos a los demás en silencio, y al cabo Verónica
musita:
—Es tu jefe...
—¿Y me lo dices tú, mi querida Ratona, que te acostaste
con el tuyo? —me mofo.
Verónica ríe, observa a Naím, que está hablando con su
hermana, y replica:
—Yo no lo sabía, pero tú sí.
Es cierto, tiene más razón que un santo.
—Lo sé, querida, lo sé..., y por eso no va a volver a ocurrir
—indico con mofa.
Mi Vero me mira, yo la miro a ella, y de pronto oímos que
alguien exclama a nuestras espaldas:
—¡Liammmmmmm! ¡Yujuuuuuuu!
Me vuelvo de inmediato y veo que justo por nuestro lado
pasa un pedazo de mujer de esas a las que hay que mirar
porque es impresionante. Alta, piernazas kilométricas,
estilosa... Y mientras observo que Liam se vuelve y sonríe,
Verónica musita:
—¡La que faltaba!
Sorprendida, la miro y ella cuchichea:
—Es Algodón..., una tía que se pirra por los huesitos de
Liam y es muyyy pesadita.
—¿Algodón? —me burlo.
Mi amiga se ríe y murmura:
—Es holandesa y soy incapaz de recordar bien su nombre.
Divertida, veo cómo ella se acerca a Liam. Le da dos
besos y acto seguido se acerca hasta donde está Florencia,
le quita a Jan de los brazos y el pequeño, como siempre,
comienza a sonreír. ¡Qué sonriente es!
En silencio, Verónica y yo nos aproximamos a los demás,
y entonces oigo que Algodón, agitando sus pestañas
kilométricas y dirigiéndose a Liam, dice:
—Este niño debería llevar un gorrito puesto. Hace mucho
sol.
De inmediato Liam me mira. Veo reproche en su
expresión. Y yo, yendo hasta mi Gordunflas, le pongo el
gorro verde que llevo en las manos e indico:
—Se lo iba a poner, pero Florencia se lo ha llevado y...
—¿Eres la niñera? —me corta la de las pestañacas.
Sin dudarlo, asiento con la cabeza y luego la muy imbécil
suelta:
—Pues la próxima vez estate más atenta, que para eso te
pagan.
Al oírla estoy por mandarla a la mierda sin ningún tipo de
filtro. ¿Quién es esta idiota para hablarme así? Pero
Verónica, que está a mi lado, coge mi mano y sugiere:
—¿Te parece bien que pongamos el cochecito de Jan junto
al de Lionel?
Al decirme eso miro hacia donde indica mi amiga. Sé que
lo ha hecho para llamar mi atención.
—O eso o se traga los dientes —murmuro.
Vero se ríe, yo también, y moviendo el cochecito musito:
—¡Mejor lo segundo!
Mientras coloco las cosas de Jan junto al carrito de Lionel,
que es el nieto de Florencia y Omar y el hijo de Begoña y
Gael, reconozco que por dentro me cago en los familiares de
la holandesa. Y de pronto oigo que Liam pregunta:
—Aldegonda, ¿adónde vas con Jan?
¡¿Aldegonda?! ¡Vaya nombrecito!
La mujer, que se está tomando unas licencias con el niño
que me están sacando de mis casillas, sonríe e indica:
—Al agua. ¡Vamos, ven!
Y, sin más, Liam va tras aquella y su hijo.
—No soporto a Algodón —susurra Florencia pasando junto
a nosotras.
—Pero si parece encantadora —me mofo.
Uno tras otro los Acosta corren a bañarse en el mar. Hace
un calor considerable. Desde donde estoy veo cómo se
bañan, cómo ríen, y Verónica, que está a mi lado,
cuchichea:
—Como te pilles de Liam, lo...
—Que nooooo.
Según digo eso la miro y añado:
—Lo de anoche fue ¡un caprichito tonto!
—Pues cuidadito con los caprichitos tontos —dice con un
hilo de voz.
Vale, tiene razón. Lo besé. Y, algo molesta por ver a mi
pequeño Jan en los brazos de aquella holandesa, afirmo:
—Chica, una no es de piedra..., y anoche él fue quien se
lanzó. Pero, tranquila, que necesito este trabajo y no voy a
cagarla.
Instantes después se nos acercan Florencia y Xama, la
hija pequeña de esta y Omar. Por sus pintas imagino que
tendrá unos dieciséis o diecisiete años, y me río al ver los
gestos que hace cada vez que su madre le pide que se eche
crema para el sol.
¡Lo que me habría gustado a mí que Luisa se hubiera
preocupado así por mí!
Capítulo 20
***
Tu Encarnita
***
***
Pasan los días y puedo decir que todo este tiempo ha sido
increíble.
Está claro que Liam se ha tomado en serio sus palabras
de cambiar de actitud y, oye, ¡lo está haciendo y es de
agradecer!
El ambiente en la casa se ha relajado y comienzo a notar
que todo fluye. Incluso alguna noche en que Jan no se
duerme, los tres disfrutamos de un rato juntos en el salón...
¡Increíble!
Eso sí, sigue sin querer que los perros entren en la casa
y..., bueno, yo no insisto. Entran solo cuando él no está,
cosa que, por supuesto, yo no le cuento.
Su cambio de actitud me muestra a un hombre vulnerable
y humano, y eso hace que mi corazón se dispare como un
carrusel. Si antes me gustaba, ahora me encanta, y me veo
envuelta en una espiral de sentimientos que, la verdad, no
sé ni por dónde tirar.
Esta noche, como siempre, cuando veo llegar el coche de
Liam me sube la tensión. Trato de mantener mis emociones
a raya para no sufrir en exceso, pero reconozco que el
corazón me va a mil, y cada vez que lo miro me muero de
deseo.
Sin salir de mi cuarto, pues Jan ya se ha dormido, aguardo
pacientemente a que él se duche y cene y, a las diez en
punto, entro en el salón para darle el parte del día mientras
intento contener los nervios que siento al tenerlo frente a
mí.
Como cada noche desde que regresé, él me invita a
sentarme a su lado en el sofá, y como cada noche, dejo mi
teléfono móvil y el vigilabebés sobre la mesita mientras
Liam escucha atento todo lo que digo.
Sus ojos, su mirada, su manera de respirar..., todo él me
parece excitante, atrayente, y aunque intento mantener la
compostura, mi romanticismo aflora y, cuando sonríe, me
enamoro un poquito más cada vez.
¡Qué idiota soy!
Reconozco que son ya varias las noches en que me he
despertado soñando con él. En mis sueños, y como no podía
ser de otra forma con lo romántica que soy, él se enamora
de mí, me hace salvajemente el amor, y yo lo disfruto.
¡Madre mía, cómo lo disfruto!
—El viernes Florencia y mi padre se llevarán a Jan para
pasar el fin de semana con ellos.
Oír eso me hace regresar a la realidad y, cuando
parpadeo sorprendida, aclara:
—Van a La Gomera a ver a unos familiares y quieren
llevárselo consigo.
Asiento y, dejando mis sueños a un lado, pregunto:
—¿Quieres que vaya con ellos?
Liam sonríe, su sonrisa se me antoja preciosa, y luego
dice:
—Mi hermana me ha pedido exclusividad. Dice que si vas
tú, el niño querrá estar solo contigo y no con ellos.
Sonrío, sé que lo que dice es cierto.
—Aprovecha el fin de semana para descansar y conocer
la isla —añade.
Asiento. La verdad es que el fin de semana para mí ¡me
viene de lujo!
—¡Me parece bien! —digo.
En ese instante recibo un mensaje en el móvil y, al ver
que es de Óscar, debe de cambiarme el gesto porque Liam
pregunta:
—¿Óscar es tu pareja?
Aunque sorprendida, le aclaro sin saber muy bien por
qué:
—Expareja.
Acto seguido nos quedamos en silencio y mi móvil vuelve
a sonar. Es Óscar de nuevo.
—Por experiencia propia y por salud mental, te diré que
es mejor que lo bloquees —me aconseja—. Será la única
manera de que te deje en paz.
Sin duda tiene razón. Pero me apena bloquear a Óscar
tras lo ocurrido con su madre, y no digo nada. ¿Para qué?
Sin hablar, asiento y a los pocos segundos el móvil vuelve
a sonar. ¿En serio? ¿Otra vez Óscar? Pero esta vez, al mirar,
sonrío. Es Álvaro, el camarero al que conocí en el
restaurante de la playa. Y cuando voy a contestar Liam dice:
—Si le respondes, nunca dejará de molestarte.
Un poco sorprendida por ello suelto:
—Es Álvaro.
—¡¿Álvaro?!
Divertida al ver su gesto, aclaro:
—Es el camarero que conocí el día que comimos con
Florencia y tu familia en aquel restaurante, ¿lo recuerdas?
Rápidamente Liam asiente y entonces mi móvil vuelve a
sonar. ¿En serio?
—Álvaro espera respuesta... —musita Liam.
Pero yo, que estoy mirado el teléfono, indico:
—Ahora es Alessandro.
Según digo eso me río. Por Dios..., ¡ni hecho aposta! Y,
cuando lo miro, él exclama con gesto serio:
—¡Qué solicitada estás!
Sintiéndome como la reina de Saba, asiento satisfecha.
—Está claro que tienes muchos amigos especiales, ¿no?
—pregunta acto seguido.
Me encojo de hombros divertida.
—Una cosita... —replico—. Mi vida privada es mía, ¿vale?
Liam cabecea. Sé que le acabo de dar un buen corte, pero
¡es lo que hay!
Pero, oye, que no me quita el ojo de encima..., y eso me
pone muy nerviosa.
—¿Puedo preguntarte algo muy indiscreto? —dice a
continuación.
Sonrío.
—Hazlo y yo valoraré si contestar o no.
Él asiente y luego suelta:
—Me consta que eres muy amiga de Verónica y... En fin, la
buena sintonía que tengo con mi hermano hizo que hace
años me contara que tiene las miras muy amplias en lo que
a sexualidad se refiere...
—Vale, ya sé por dónde vas —digo.
Liam debe de saber como yo que tanto Naím como
Verónica viven el sexo de un modo muy liberal.
—Lo respeto, pero, sinceramente, no es lo mío —indico—.
En mi caso el sexo es cosa de dos y de nadie más —y,
curiosa, pregunto—: ¿Tú eres también liberal en lo referente
al sexo?
Él se apresura a negar con la cabeza.
—No, pero igualmente lo respeto. Como te pasa a ti, para
mí también es cosa de dos.
Ambos nos miramos, no sé por qué sonreímos.
—¿Y cómo vas de relaciones? —suelta—. ¿Algo especial
por Madrid?
¡Vaya preguntita!
¿Desde cuándo hemos intimado tanto?
Oír eso me hace sonreír y, sin cortarme, respondo:
—Solo amigos —y, al ver cómo me mira, añado—: Soy de
las que, cuando están con alguien en serio, están solo con
ese alguien. Perooooo, como ahora no estoy con nadie, pues
me permito estar con todos los que quiera.
Liam asiente y yo, aprovechando el momento, inquiero
con todo mi descaro:
—¿En tu caso hay alguna especial?
Liam niega con la cabeza y, sin dudarlo, declara:
—Solo son amigas.
—¿Y Margot? Según ella, es una amiga especial...
¡Joder! ¿Por qué habré dicho eso?
Él me mira, vuelve a negar y me aclara:
—Ella sabe que no hay nada especial entre nosotros. No
busco una relación, aunque soy consciente de que he de
pensar en Jan.
—¿En Jan?
—Creo que le gustaría tener una madre en su vida —
matiza.
Acto seguido nos quedamos mirándonos de tal manera
que..., uf, qué nerviosa me pongo.
No sé qué pensará él, pero a mí oír eso me ha dado la
vuelta al estómago. Por ello, y para disimular, él bebe de su
copa de vino y yo comienzo a teclear en mi móvil mensajes
para Alessandro y Álvaro mientras por mi cabeza da vueltas
eso de una madre para Jan.
¿Seré capaz de soportar ver a otra mujer con el niño y su
padre?
Madre mía, madre mía..., ¡en qué berenjenal me estoy
metiendo! Pero ¿cómo soy tan masoquista?
Incómoda por la situación que yo solita he creado, me
levanto y, cogiendo el vigilabebés, digo:
—Me voy a dormir.
—¿No quieres ver un capítulo de la serie?
Oír eso me hace gracia. Desde que regresé, algunas
noches vemos capítulos de algunas series juntos, cosa que
antes era impensable. Me encanta hacerlo, disfruto mucho,
pues cuesta mucho verlo relajado. Pero, consciente de que
estoy demasiado revolucionada, respondo:
—Hoy no. Estoy cansada.
Liam asiente. Yo sonrío e indico mientras oigo los latidos
de mi corazón:
—Buenas noches.
—Buenas noches, Amara.
Una vez que me marcho del salón voy hacia el cuarto de
Jan, que está plácidamente dormido. Me dirijo entonces a mi
habitación, donde me pongo música y, mirando el techo y
pensando en cómo me siento cuando estoy con Liam,
escucho la canción Angel Baby de Troye Sivan y por suerte
me duermo.
Capítulo 26
***
***
***
***
Pasan cuatro días y Liam tiene unas fiebres que dan miedo.
Cuanto mayor es uno la varicela tiene efectos más graves, y
me preocupo. A veces esta enfermedad puede complicarse,
por lo que estoy muy pendiente de Liam en todo momento.
Margot, Algodón y alguna que otra lo llaman por teléfono
y le envían mensajes, pero Liam se encuentra tan mal que
ni caso les hace. Eso sí, ninguna aparece por casa para
cuidarlo ni echar una manita.
¡Anda que no son listas las amiguitas! Estas lo de «en lo
malo» ¡no lo conocen!
Hay momentos durante el día que son un auténtico caos
para mí. Jan llora, Liam gruñe, y yo cuento hasta veinte para
no explotar, porque hasta diez se me queda corto.
Estoy agotada. No duermo más de dos horas seguidas,
pues cuando no es uno es otro, pero he de estar al pie del
cañón. Ellos me necesitan, ya dormiré cuando estén mejor.
Naím y Verónica, en su empeño por ayudarme, vienen
tres veces al día. Sacan a Pepa, Pepe y Tigre a dar paseos
fuera de la parcela, me dan conversación sin entrar en casa
y me traen todo lo que necesito del supermercado y la
farmacia.
Naím me repite mil veces que él puede ayudarme con
Liam y Jan, pero yo prefiero que no se acerque a mí ni entre
en la casa. Verónica está embarazada y hay que protegerla,
y aunque él protesta también lo entiende.
Por suerte Jan ya se encuentra mejor. La fiebre remite, las
pocas marcas de su cuerpo van desapareciendo y el niño
comienza a ser el que era: un chiquillo buenísimo, sonriente
y encantador. Es más, yo creo que incluso ha crecido con la
fiebre.
Por su parte Liam, a diferencia de Jan, se va llenando de
ampollas día tras día. El pobre parece una paellera
andante... Y cuando se mira en el espejo, a pesar de que se
lo he prohibido, no se lo puede creer. Frente a él tiene a un
hombre repleto de feas marcas por todo el rostro y el
cuerpo y, como puedo, lo ayudo y lo animo explicándole que
todo eso desaparecerá.
Pero Liam es Liam y a veces me desespera. En ocasiones
la fiebre o los picores lo hacen convertirse en un gruñón
intransigente al que le gusta buscarme las cosquillas y,
aunque intento calmarlo, reconozco que en varias ocasiones
lo mando a freír espárragos ante su gesto de incredulidad.
Es más, lo reto a que me despida. Pero ¡ni se le ocurre!
Nuestra confianza se consolida. Ahora si algo no me gusta
se lo digo sin cortarme un pelo, y en ocasiones, la verdad,
creo que debería cortarme, pero no puedo. Mi carácter me
lo impide.
Durante días me ocupo de su medicación, le echo
Talquistina para el picor, le preparo baños de avena, le doy
conversación para que no se aburra, preparo comidas a las
que siempre les saca un «pero», cuido de Jan y me aseguro
de repetirle al pequeño una y mil veces la palabra papá.
Quiero que se la diga. Sé que Liam necesita esa pequeña
gran sorpresa, y como que me llamo Amara López que lo
conseguiré.
Una de las tardes casi me muero de la risa. Resulta que
Liam y yo estamos en la cocina charlando mientras Jan
gatea a nuestro alrededor, cuando de pronto noto que él
palidece y, al mirar, veo a Jan bebiendo a lametazos del
cazo de agua que tengo para Tigre y que, por cierto, he
olvidado esconder en mi habitación antes de que Liam
saliera de su cuarto. Al principio pensaba que de esta me
pondría de patitas en la calle por haberme saltado de nuevo
la norma de dejar entrar animales en la casa, pero para mi
grata sorpresa no es así.
¡Madre mía, qué momentazo!
Vale. Reconozco que al verlo lo primero que he hecho ha
sido soltar una carcajada y no debería haberlo hecho. Pero,
joder, ¡no sé si me resulta más gracioso lo que el niño acaba
de hacer o la cara del padre!
Por supuesto, tengo que desinfectar al crío de pies a
cabeza y a Liam, casi... casi ponerle una pastillita bajo la
lengua para que se calme.
¡Por Dios, qué exagerado es este hombre!
El teléfono suena varias veces al día. Los Acosta al
completo llaman para preguntar qué tal estamos y yo los
tranquilizo asegurándoles que tanto Liam como Jan están
bien, y que pronto la varicela será tan solo un vago
recuerdo.
Ahora es la una y diez de la madrugada y Jan no tiene
ninguna intención de dormir.
Junto a él y su jirafa preferida estoy viendo una película
en el sofá del salón cuando, mirando el vigilabebés, que
ahora está en la habitación de Liam, noto que necesito ir a
ver cómo se encuentra, aunque esté dormido.
Con Jan en brazos, entro en su cuarto con cuidado de no
despertarlo y, poniendo una mano en su frente, miro al
pequeño y cuchicheo:
—Papá no tiene fiebre.
Jan, que parece entenderme, sonríe y murmura:
—Papááá...
Según lo oigo, lo miro y musito boquiabierta:
—¿Qué has dicho?
—Papááá —repite mirando a Liam.
Oír eso me hace terriblemente feliz y, tras darle un beso
lleno de amor en su gordo moflete, lo miro y cuchicheo:
—Serás sinvergüenza. ¿Lo dices ahora que él no puede
oírte?
Jan sonríe. Yo también, y de pronto Liam dice:
—Lo he oído.
Lo miro y él sonríe. Sus ojeras y las ampollas de la
varicela muestran claramente por lo que está pasando.
—¡Lo has conseguido! —exclama a continuación.
Oír eso me hace sonreír, ya que significa que los días
anteriores ha estado observándonos a través del
vigilabebés.
—Sí que eres persistente..., sí —agrega.
Ambos nos reímos y luego él, sentándose en la cama,
enciende la lamparita de la mesilla, toma aire y, con una
bonita sonrisa, acaricia la manita de Jan, que le echa los
brazos.
—Por fin me llamas «papá», Cacahuete —señala.
Gustosa, me siento al borde de la cama, dejo a Jan
sentado entre nosotros e indico:
—Una vez te pregunté por qué lo llamabas así, pero no
me respondiste.
Liam me mira.
—Tom Blake me dijo que la primera vez que cogió en
brazos a Jan olía a cacahuete. Y, no sé por qué, pero yo
comencé a llamarlo de ese modo como algo cariñoso.
Asiento sonriendo, y entonces oigo que él dice:
—¿Por qué ese tal Óscar te llama «Cosita Linda»?
Sorprendida, levanto las cejas, y Liam añade:
—Yo también te lo pregunté, pero no respondiste.
Vaya..., veo que este es de los que no olvidan, como yo.
—Porque me conoció en un chat y yo tenía el nick de
«Cosita Linda» —explico.
—Es bonito.
—¡Resultón! —me mofo.
Acto seguido nos quedamos unos instantes en silencio,
hasta que indico:
—Vamos, sigue descansando, solo he venido para ver
cómo estabas.
Hago un amago de levantarme, pero Liam, asiendo de
pronto mi mano, hace que lo mire y susurra:
—Quédate...
—Tienes que descansar y es tarde.
Él se encoge de hombros y esboza una dulce sonrisa.
—Quédate —musita—. Necesito hablar contigo.
Buenoooooooooooooooooooo, ¡con lo tranquila que
estaba yo!
Tomando aire, asiento, sonrío y, acomodándome en la
cama junto a él, convengo con esa seguridad que tengo:
—De acuerdo. Habla conmigo.
Veo que Liam sonríe, pero durante unos segundos solo
nos miramos sin decir nada. Hasta que él de pronto
pregunta:
—¿Qué tienes con Alessandro?
Me entra la risa. Está claro que Alessandro lo lleva por la
calle de la amargura.
—Buen rollo y sexo —respondo—. Lo mismo que tú tienes
con Margot.
Liam cabecea. Por su expresión veo que le joroba lo que
oye.
—¿Y dijiste que ese tal Óscar fue tu pareja? —vuelve a
preguntar.
Asiento y, con una amarga sonrisa, digo:
—Lo fue —y, al ver cómo me mira, añado—: Y también el
hombre que más daño me hizo porque yo fui muy tonta y
me creía todo lo que me contaba.
Liam suspira.
—Conozco esa sensación —señala—, y no es nada
agradable.
—No. Tienes razón. Pero a veces la vida es así de
puñetera y te hace pasar por cosas parecidas.
—La madre del Cacahuete me defraudó en dos ocasiones
—agrega él a continuación—. La primera, cuando me enteré
de que estaba embarazada de Tom. Y la segunda, cuando
Tom me dijo que Jan era mío y fui consciente del egoísmo de
esa mujer, que, con tal de conseguir una vida junto a un
actor de éxito, había sido capaz de privarme de mi hijo. —
Asiento. En su mirada observo que aún le duele, y prosigue
—: Como siempre digo, unas veces se gana y otras se
pierde...
—No —lo corto—. Eso no es así.
Liam me mira y levanta las cejas.
—Lo correcto es decir que, en la vida, algunas veces se
gana y otras se aprende —apunto.
Él sonríe.
—Buena apreciación. Creo que a partir de ahora lo miraré
como dices.
Me gusta oírlo decir eso.
—Si la vida me ha enseñado algo es a no dejarme vencer
y a superar aprendizajes. Y también a que, por muy larga
que sea la tormenta, al final un día sale el sol...
La mirada de Liam me inquieta, me turba.
—Eso que dices es muy positivo —musita.
Sonrío con tristeza y, tocándome la cicatriz de la frente,
señalo:
—Ser positivo es esencial para vivir, como lo es ser
valiente. Y, mira, hace tiempo que aprendí que, lo que
puedas hacer o disfrutar hoy, mejor no lo dejes para
mañana.
Nos quedamos en silencio unos segundos y luego él dice:
—De tus palabras deduzco que tu vida no ha sido fácil.
—No vas desencaminado.
De nuevo el silencio nos rodea. Liam me mira con los ojos
llenos de preguntas.
—He intentado sonsacarle a Verónica cosas de tu vida
para saber más de ti —comenta—, pero ella siempre dice:
«Que te lo cuente Amara».
—Mamááááá...
Según Jan dice eso, aprovecho y tercio:
—¿Lo ves? Has dicho «Amara» y el niño lo ha repetido a
su manera.
Liam asiente y me mira de una manera que no sé
descifrar.
—¿Sabes? Creo que Jan te ha elegido como su mamá.
Al oír esto, noto tal calor por todo el cuerpo que creo que
la madre de las varicelas me va a atacar a mí.
—Mi hijo tiene muy buen gusto —añade él a continuación.
Wooooo, lo que me hace sentir oír esa frasecita.
—Liam... —murmuro.
—Quiero saber de ti, Amara López.
—¿Por qué?
—Porque me tienes totalmente cautivado y debes
saberlo.
Madre míaaaa, ¡lo que ha dicho! Y, posando la mano
sobre el tatuaje que llevo en la muñeca, me mira y yo sin
dudarlo susurro:
—El amor de mi vida... Raúl.
—¡¿Raúl?!
En sus ojos veo muchas dudas y, dispuesta a resolverlas,
aclaro enseñándole la medallita que llevo colgada al cuello:
—Mi hermano mellizo.
—¿Tienes un hermano mellizo? —pregunta sorprendido.
—Tenía...
De inmediato veo que le cambia el gesto, y tomo aire.
—Murió cuando teníamos catorce años por una sobredosis
de heroína —explico.
Me percato de que lo que acabo de decir lo envara. Creo
que no esperaba que soltase algo así, y acto seguido musita
tocándome el brazo:
—Lo siento, Amara. Lo siento mucho.
Cabeceo, sé que me lo dice con sinceridad.
—La noche que llegaste de viaje y me pillaste llorando
era porque estaba viendo la película Bohemian Rhapsody —
prosigo—. A mi hermano le encantaba Queen y, en especial,
la canción Love of My Life. Por eso llevo el título tatuado... —
No puedo continuar. La voz se me quiebra. Liam toma mi
mano. Sentir su piel contra la mía me da fuerza, y,
necesitando hablar, me toco la frente y digo—: La cicatriz
me la hice el día en que murió. Lo encontré en nuestra
habitación y..., bueno, de lo nerviosa que me puse me caí...
—Por todos los santos, Amara... —repone con gesto serio
—. Siento muchísimo que tuvieras que pasar por algo así...
Nunca lo habría imaginado...
Asiento. La realidad en ocasiones supera la ficción.
—Luisa y Jesús eran nuestros padres —digo.
—¿«Eran»? ¿También han muerto?
Me encojo de hombros.
—Viven, pero se podría decir que para mí están muertos.
Nunca fueron unos buenos padres. Jamás nos quisieron.
Preferían vender sus drogas y a sus amigos antes que a
nosotros.
—¿Vendían droga? —inquiere sorprendido.
—A pequeña escala, pero, la verdad es que sí, viven de la
venta de droga —afirmo.
Liam asiente. Comparar su familia con la mía es como
comparar la noche y el día.
—Yo no tengo la suerte que has tenido tú de contar con
una familia que te quiere —indico—. Digamos que yo he
tenido que buscarme una familia para poder sentir lo que tú
llevas sintiendo toda tu vida.
Él me mira. Creo que mis revelaciones lo están dejando
sorprendido. Y, viendo su mirada, pregunto:
—¿Aún quieres saber de mí?
—Por supuesto.
—¿A pesar de lo que te he contado de Luisa y Jesús?
Liam asiente. En su rostro veo eso que siempre deseé ver
en alguien: que no le importa quiénes son mis padres.
—Yo quiero conocer a Amara —dice—. A ti. No a ellos.
Eso me gusta, por lo que sonrío y pregunto:
—¿Qué quieres saber de mí?
—Todo.
—Todo... todo... puede aburrirte.
—Nada de ti podría aburrirme.
Woooooo, menudas frasecitas tan contundentes me está
soltando. Y, tras clavar la mirada en él, digo jugándomela:
—Te lo contaré todo si tú me lo cuentas todo de ti. —Él
asiente y acto seguido añado—: Es un buen momento para
sincerarnos.
—Pretendía hacerlo la noche que Jan enfermó. Por eso
preparé la cena, la música...
Oír eso me hace sonreír, y señala:
—Pero todo fue un desastre y acabamos en Urgencias.
Ambos reímos por ello y, tras tomar aire, empiezo a
contarle mi particular vida. Liam me escucha. En su rostro
veo la sorpresa, la pena, la indignación, la rabia..., y cuando
estoy terminando mi relato declaro:
—A diferencia de ti, yo me crie en la calle y, gracias a mi
vecina Maribel, que es lo más parecido a una madre que
tengo, conseguí salir adelante. Ella me ayudó todo lo que la
dejé. Y digo esto último porque me volví una niña un poco
difícil, pero ella nunca tiró la toalla conmigo.
—Las circunstancias eran para haberlo hecho... —afirma
Liam con seriedad.
Asiento, sé que tiene razón.
—Gracias a ella comencé a practicar natación en la
piscina de mi barrio —prosigo—. Eso me gustaba y me hacía
evadirme de mis problemas. A través de un amigo suyo
Maribel consiguió que me aceptaran en un equipo, pues era
buena en el deporte, y una vez dentro mi buen hacer hizo
que me federaran en natación sincronizada. Me metieron en
un buen equipo con el que aprendí y comencé a competir a
nivel nacional en primer lugar y luego internacional. Todas
las chicas que estaban en ese equipo provenían de buenas
familias. Yo era la única que procedía de una familia
desestructurada, y todo iba bien hasta que me lesioné y,
ante la imposibilidad de operarme, pues no disponía del
dinero, tuve que dejar el deporte que tanto amaba.
Liam asiente. Me pregunta por mi lesión. Le cuento. Le
hago saber que ya estoy bien y él escucha atentamente
mientras Jan juega con su jirafa.
—Para mí fue complicado asumir que esa parte de mi vida
que tanto adoraba se había acabado —añado—, pero por
suerte Verónica y Zoé, Leo y Mercedes ya formaban parte
de mi vida. Ellos, junto a Maribel, me animaron a continuar
adelante, y entonces fue cuando decidí que, ya que no
podía hacer lo que tanto me gustaba, estudiaría para ser
enfermera. Siempre me había gustado ayudar a los demás.
Y..., bueno, como te conté, fueron años duros en los que
trabajé en lo que me salía para costearme mis estudios,
pero finalmente ¡lo conseguí!
Ambos sonreímos, y a continuación indico:
—Por aquel entonces mi familia eran Maribel y mis
amigos, y luego llegó Vasile.
—¿Vasile?
Divertida, asiento.
—Vasile es un rumano maravilloso que llegó a España a
raíz de un desengaño amoroso, únicamente con una maleta
y su violín. Lo conocí un día en que me dieron un tirón del
bolso al llegar al portal de mi casa. Vasile lo recuperó y, a
partir de ese instante, pasó a formar parte de mi particular
familia. Luego, cuando conocí a Óscar, llegó Encarnita... —Al
decir ese nombre, tomo aire. Uf, que me emociono—. Y...,
bueno, el resto ya lo sabes. Como imaginarás, no tengo la
misma cantidad de estudios que puedas tener tú o los que
te rodean, pero sí tengo las enseñanzas que te proporciona
la vida.
Liam me mira boquiabierto. Vista mi vida tal y como la he
contado es muy triste, por lo que sonriendo prosigo:
—Dicho lo cual, quiero que sepas que también he sido
muy feliz. Tengo la suerte de contar con mi particular
familia, que siento que me quiere de verdad.
Él asiente mientras procesa todo lo que le he contado, y
al cabo susurra:
—Pececita..., a ti es fácil quererte.
Uy..., uy..., uy..., ¡lo que me ha dichoooooo!
Sin duda está delirando...
—Menuda fiebre debes de tener... —cuchicheo.
Ambos reímos, y luego él pregunta:
—¿En Madrid te espera el tal Alessandro?
¡Wooooo...!
Parpadeo sorprendida y, sintiendo que el corazón se me
acelera, respondo:
—No. Tras lo que sucedió con Óscar preferí divertirme y
poco más —y para quitarle dramatismo al momento indico
—: Como suele decirse, detrás de una gran fiestera hay un
corazón roto y un amor frustrado. Pero, por suerte, estoy
bien y con el corazón perfecto.
Ambos reímos de nuevo. Sé que tiene las mismas ganas
de besarme que yo a él, lo voy conociendo... Y entonces
comienza a hablarme de sí mismo. Se sincera. Me habla de
sus padres, de sus hermanos, de su infancia, y ambos
sonreímos al contar ciertas anécdotas.
—Actualmente mi vida es Jan, trabajo, mujeres y diversión
—añade—. Pero tengo un hijo y soy consciente de que
debería formar una familia.
Según dice eso, me rebelo.
—La familia ya la tienes —contesto—. Y si haces algo que
implique a tu corazón, hazlo por ti, no por Jan.
Liam me mira y sonríe por mis palabras.
—Ayer mantuve una conversación con mi hermano Naím
por teléfono de más de una hora... Me hizo entender que el
amor y los momentos bonitos son lo más importante en la
vida.
Oír eso me hace gracia.
—Naím es un romántico como yo —musito. Liam sonríe y,
con complicidad, agrego—: Sé por mi amiga Vero que es un
romántico empedernido.
Liam asiente.
—¿Tú eres una romántica? —me pregunta a continuación.
Asiento y, consciente de que mentir en eso es una
tontería, declaro:
—Mucho.
—Pero ¿una romántica de esas que agobian a la pareja
con celos y posesividad?
Me río.
—Los celos son una enfermedad, y yo esa enfermedad no
la padezco —replico—. Y en cuanto a lo otro, creo que si dos
personas están juntas es porque se quieren. El amor, tal y
como yo lo veo, no es posesividad, sino todo lo contrario: la
libertad de estar con quien uno desea.
Él asiente, sin duda le gusta lo que acabo de decir.
Entonces, recostándome en el cabecero de su cama,
señalo mientras acaricia la cabecita del niño, que chupetea
su jirafa:
—El amor es maravilloso vivirlo y disfrutarlo cuando es
recíproco. No te niegues a él por miedo al fracaso; si lo
haces, el único que saldrá perdiendo serás tú.
Nos miramos. Uf, cómo nos miramos... Y acto seguido
dice:
—Me muero por besarte.
Oír eso hace que toda yo me acelere. Es evidente que
está siendo sincero conmigo, y afirmo sonriendo:
—Pues que te quede claro que yo también me muero por
besarte a ti. Aunque esa pupita que tienes en el labio me
frena...
Ambos reímos mientras nos miramos a los ojos. No nos
besamos con la boca porque nos estamos besando con la
mirada. Y al cabo Liam agrega:
—Antes de estar con Jasmina, la madre de Jan, salí
durante un año con Margot.
—¿Con doña Querida?
—¡¿La llamas «doña Querida»?!
Divertida, asiento y, con toda la naturalidad del mundo,
me mofo:
—«Querido..., el sol está muy fuerte. ¿Puedes decirle que
no caliente tanto?»...
Liam se ríe a carcajadas por lo que oye, y al cabo añade:
—En su momento pensé que Margot era la mujer ideal
para mí: guapa, interesante, emprendedora... Tenía casi
todo lo que yo siempre había buscado en una mujer.
Oír eso me sorprende y, sin poder callar, pregunto:
—¿Y qué era ese «casi» que le faltaba?
Él me mira y después suelta:
—Le faltaba diversión, frescura y naturalidad. Entonces
conocí a Jasmina en un viaje a Los Ángeles y me fascinó
desde el primer momento por su desparpajo y su manera de
ser y..., bueno...
—Comenzaste a salir con ella y te enamoraste.
Liam asiente, suspira y musita:
—Efectivamente.
Con tristeza, sonrío. Está claro que la vida en algunas
ocasiones es una cabroncilla.
—Margot siempre ha sido una buena amiga —comenta—.
Cuando pasó lo de Jasmina y posteriormente Jan apareció en
mi vida, ella estuvo a mi lado. Y..., bueno, aunque sabe que
entre nosotros no hay nada, no voy a negar que cuando el
niño apareció en un principio me planteé si ella podría ser
una buena madre para Jan.
Uf..., uf..., el calor que me entra cuando lo oigo decir eso.
—¿Margot, madre de Jan? ¡La verdad, no lo veo!
Liam sonríe. Yo no. Y rápidamente añado:
—En cuanto a eso que Jan repite siempre es tan solo una
anécdota que con el tiempo se aclarará. Y, oye, no te voy a
negar que una madre para él sería lo idóneo, pero algo me
dice que al Gordunflas no le gustaría tener una mamá como
Margot.
—¿Por qué lo crees? —me pregunta.
El modo en que me mira me ataca los nervios.
¿Por qué no me habré quedado callada?
¿Por qué tengo que ser tan sincera siempre?
—Vamos, Pececita —insiste—. ¿Por qué lo crees?
Oír eso me hace tomar aire. Si ya he dicho lo que he
dicho, mejor lo termino.
—Primero, porque está enfermo y ella no se ha
preocupado ni un solo día por él —explico—. Segundo,
porque le sigue faltando frescura, diversión y naturalidad. Y
tercero, porque Jan en ocasiones es una molestia para ella.
Liam asiente sin decir nada. Creo que me he pasado de
sincera. Pero, llegados a este punto, yo ya no me callo nada,
y pregunto:
—¿Crees que Margot es la mujer que necesitas en tu
vida?
—No.
Asiento. Me fascina que lo tenga tan claro.
Y de repente suelta:
—Y lo sé porque esa mujer eres tú.
Según oigo eso, siento que se me para el corazón.
Espera..., espera..., espera...
¿Ha dicho lo que creo que ha dicho?
¿En serio acabo de asistir a una declaración de amor en
toda regla... y yo con estos pelos?
Mi cara debe de ser un poema por el modo en que Liam
me mira, pero prosigue:
—Llevo días dándole vueltas al tema. He intentado
encontrar una manera mejor de decírtelo, pero..., llegados a
este punto, voy a seguir el consejo que mi madre le dio a mi
hermano Naím y este me recordó al hablar con él.
—¿Qué consejo? —digo con un hilo de voz.
Liam sonríe, lo veo con una tranquilidad que yo no tengo,
y responde entrelazando mi mano con la suya:
—Que me guíe por lo que dicta mi corazón. Por eso te
puse esa canción la otra noche.
—¿Qué canción? —pregunto haciéndome la sueca,
aunque sé muy bien a qué se refiere.
El Friki del Control sonríe y, en cierto modo azorado,
murmura:
—Como antes, de Llane.
Asiento y, volviendo a hacerme la tonta, canturreo:
—¿Esa que dice eso de que quieres enamorarme como
antes?
—Justamente esa —dice él.
Ambos sonreímos y entonces él añade:
—Quería que, si no era capaz de expresar en palabras lo
que siento por ti, al menos la canción te lo hiciera saber.
Oy... Oy... Oyyyyyyyy...
Uf..., uf..., ¡lo que me entra por el cuerpo!
¿En serio estoy viviendo este momento tan mágico y
especial?
Sin palabras me deja. Y mira que no es fácil dejarme a mí
así...
A continuación me acaricia el rostro con un dedo y
murmura:
—Naím me dijo que, si era incapaz de comunicarme
contigo a través de las palabras, que utilizara la música
porque tú la entenderías. De ahí que últimamente, cada vez
que apareces, ponga a Pablo Alborán.
No me sorprende oír eso de Naím, la verdad.
—La canción Can’t Take My Eyes Off You era especial para
mí por Jan —continúa—, pero, tras muchos bonitos
momentos contigo, como por ejemplo el del mirador, siento
que ahora lo es mucho más.
Uff..., ¡qué calorina!
Uff..., ¡lo que acaba de recordar!
¡Mirador! ¡Jan! ¡Canción!
Todo..., absolutamente todo aquello son momentos
especiales para los dos.
Siento que mi corazón va a mil. Mi cabeza a cinco mil.
Pero mi cuerpo y mi capacidad de reacción van a dos por
hora. ¿Qué me pasa...?
Liam me observa, debe de pensar que soy un cacho de
queso por cómo lo miro y no digo nada, y entonces
prosigue:
—Mi hijo, siendo un niño, ha sido más rápido que yo para
demostrarte su amor, y ahora quiero hacerlo yo si tú me lo
permites. —Atontada, asiento, y él agrega—: Tu llegada a
nuestras vidas ha hecho que todo adquiera un sentido que
nunca pensé que tendría, y por nada del mundo querría
perderlo.
Bloqueada..., estoy totalmente bloqueada.
—Amara —continúa—, estoy loco por ti, como lo está Jan.
La diferencia es que él te lo hace saber todos los días y yo
he sido tan idiota que te he hecho creer lo contrario.
Según oigo eso consigo respirar primero y jadear
después.
Uffffffffff...
Espera, espera, espera, que me pellizco. No, ¡no estoy
soñando! Pero susurro:
—Una cosita...
Liam se mueve y, con un tono de voz muy íntimo, musita:
—Todas las cositas que tú quieras.
Ambos reímos y luego, sin dejarme hablar, insiste:
—Dime que no es tarde para enamorarte.
¡¿Enamorarme?!
Por Dios, por Dios..., ¡pero si más enamorada de él no
puedo estar! Así que, sin dudarlo, niego con la cabeza y,
cautivada por su mirada y por el momento, susurro:
—No lo es.
Siento que oír eso a Liam le da fuerza. Solo hay que ver la
expresión de su rostro cuando dice:
—Pensé que no volvería a sentir lo que siento, pero,
Amara López Santos, tú eres lo mejor que podía ocurrirnos a
Jan y a mí y...
Asustada, tremendamente acojonada, pongo una mano
sobre su boca.
Nos miramos en silencio unos segundos, hasta que
cuchicheo:
—Madre mía..., debes de tener una fiebre horrorosa.
Liam se ríe, retira mi mano de su boca y, tras besar mis
nudillos, murmura:
—No..., no tengo fiebre ni estoy delirando. Pero
necesitaba que supieras que, como diría mi padre y aunque
suene antiguo, tengo intenciones de cortejarte.
Bloqueada. Así me quedo.
—Jan te quiere. Eres su mamá. Solo hay que estar con
vosotros dos segundos para sentir la perfecta conexión que
tenéis. Y si a eso le sumas que yo estoy loco por ti...
—Jan bebió agua del cazo del perro —lo corto.
—Lo sé...
—Y le doy gusanitos de sémola de maíz, aunque no están
en su dieta.
—Lo imaginaba...
—Y los perros se bañan en la piscina conmigo.
Liam asiente, veo que por fin le hace gracia la idea.
—Gracias a esas cosas y a esa manera tuya de ser, Jan,
mis perros y yo somos felices —asegura.
Madre mía... Madre míaaaaaa... ¿En serio?
El ojo me tiembla, creo que me ha entrado un tic.
—¿Eres consciente de lo que estás diciendo? —susurro.
Sin dudarlo, él afirma con la cabeza.
—Totalmente consciente, mi niña.
¡«Mi niña»!
Siempre que me dice algo cariñoso añade eso de «mi
niña» que tan tonta me pone. Y, paseando de nuevo la
mano por mi rostro, murmura:
—Pececita, desde luego eres mi niña...
Atontada me quedo, y luego añade:
—Es imposible superar tus besos.
Bueno, bueno, bueno, ¡que me daaaaa!
Oigo a Liam como oigo los propios latidos de mi corazón.
Siempre he querido que algo increíblemente romántico
pasara en mi vida, ¡y me está pasando! ¿A mííííí?
Él habla y se explica con tranquilidad. Desde luego, ya me
gustaría a mí tener ese autocontrol que siempre demuestra.
Y entonces suelta:
—Quiero recuperar el tiempo contigo en todos los
sentidos, porque siento que eres la mujer de mi vida, y la
mamá que Jan desea. Tú, él y yo, junto a Pepa, Pepe y Tigre,
hemos creado nuestra particular familia, y solo si tú quieres
podríamos comprobar qué puede pasar...
Uf, madre..., madre... La mujer que él quiere y la madre
que Jan necesita. ¡Hemos creado una familia! Creo que en
esta ocasión el infarto me va a dar a mí. Y entonces, al ver
mi gesto, se apresura a añadir:
—Pero si crees que no, pues...
—Sí —lo corto—. Sí quiero. Claro que quiero.
Según digo eso, ambos sonreímos nerviosos. Lo que está
ocurriendo entre nosotros en este instante, de madrugada,
en la habitación, creo que nos está sobrepasando.
—¿Qué dirá tu familia? —pregunto.
—Se alegrarán. Especialmente mi padre —matiza.
Oír eso me gusta. Sonrío e insisto:
—¿Y Margot o tus amigas?
Liam se encoge de hombros.
—Ellas saben que no hay nada entre nosotros. Solo sexo.
Asiento, me gusta que sea claro conmigo en ese aspecto,
por lo que, segura de ello, indico:
—Si estás conmigo, no...
—Tranquila —me corta—. Mis padres me enseñaron que
cuando estás con alguien es porque lo quieres todo de esa
persona y nada de otras. Y yo lo quiero todo de ti, por lo que
el resto me sobra.
Oír eso me gusta y me tranquiliza.
Y entonces, tras tomar aire, oigo que susurra:
—Ese mismo compromiso lo tengo yo contigo, ¿verdad?
Sin dudarlo, asiento.
—Al igual que tú, si estoy con alguien es por algo.
Ambos nos miramos con ilusión en nuestros rostros.
—He de confesarte una cosita... —señala entonces.
—¿Una cosita? —me mofo.
Liam sonríe.
—En ocasiones me recuerdas a la madre de Jan —dice.
Anda, ¡lo mismo que me dijo Verónica!
—¿Y eso es bueno o malo? —pregunto.
—Ella era impulsiva. Y eso ha sido lo que siempre me ha
frenado contigo. Creía que era malo, pero... estaba
equivocado.
Asiento, lo entiendo.
—¿Crees que te la puedo jugar como lo hizo ella? —quiero
saber.
Liam afirma con la cabeza. Me gusta su sinceridad. Y,
cuando voy a replicar, ahora es él quien me tapa la boca
con la mano y dice mirándome a los ojos:
—Mira, Amara... Si algo me has enseñado desde que te
conocí y he aprendido de ti es que tú eres tú: Amara López.
Y, siendo tú, me gustas y me vuelves loco, por lo que no
quiero que cambies absolutamente nada de ti porque,
siendo como eres, nos has enamorado a Jan y a mí. Y si tu
impulsividad es como la de ella, no pasa nada, porque tú
eres Amara y ella era Jasmina.
Madre mía, madre mía, ¡lo que está soltando este hombre
por la boca!
Si me pinchan creo que no sangraré de lo impresionada
que estoy.
—Según mi hermano, si eres mi primer pensamiento al
despertar y el último antes de dormir significa que estoy
locamente enamorado de ti —dice entonces; y, cogiendo mi
mano, la lleva hasta sus labios y, sin apartar esos ojos tan
especiales que tiene, me besa los nudillos y musita—: Así
que quiero que sepas que estoy muy enamorado de ti.
Uf..., uf... uf...
Creo que me voy a volatilizar...
Ay, Dios, ¡que me desmayo!
Por primera vez en mi vida el hombre al que adoro me
está dedicando unas preciosas palabras de amor, ¡y yo
estoy que no puedo ni respirar!
Liam deja de hablar, veo desconcierto en su mirada, y al
cabo añade:
—Entiendo que mi aspecto ahora mismo no sea muy
bueno y que quizá debería haber esperado a otro momento
para decirte todo esto...
Sonrío, para mí su aspecto es el mejor del mundo. E,
intentando bromear, cuchicheo:
—Ah, vale... ¡Ahora lo entiendo! Tienes miedo de
quedarte como el hombre grano de paella y por eso me
estás tirando los tejos a mí, ¿no?
Él ríe a carcajadas. Yo también. E, incapaz de no
reaccionar ante el momento tan bonito y romántico que
estoy viviendo, me acerco a él y le doy un beso. Liam se
encoge y, mientras nos separamos, susurra:
—Maldita pupa del labio... Deseo besarte y no puedo.
Gustosa, paso con delicadeza la mano por su rostro y
murmuro:
—Tranquilo. Ya habrá tiempo para besarnos.
—Me gusta saberlo, Pececita.
Liam asiente, sonríe, y yo, moviéndome, lo abrazo con
total naturalidad y luego nos quedamos en silencio.
Durante unos minutos ninguno de los dos dice nada. Creo
que apenas entendemos lo que está pasando entre
nosotros. Después Liam afirma besándome el cuello:
—Qué bien hueles siempre.
—Tú hueles a Talquistina —me burlo.
Nos miramos divertidos. Jan llama entonces nuestra
atención, quiere que lo abracemos también. Y, tras unos
minutos en los que ambos nos desvivimos con el niño, Liam
pregunta:
—¿Irás con Alejo a bailar salsa a Las Palmas de Gran
Canaria?
Según dice eso, sonrío. Está claro que Alejo le despierta
los mismos celos tontos que a mí Margot.
—Solo si voy contigo —contesto.
Veo que mi respuesta le gusta; entonces Jan balbucea:
—Papááá...
La alegría que veo en el rostro de Liam es preciosa. Y,
acariciando al niño con amor, musita:
—Estoy feliz de ser tu papá.
—Pues ya es oficial, ¡eres su papá! —bromeo.
—Y tú su mamá.
—Papááááá —vuelve a decir Jan, y mirándome añade—:
Mamáááá.
Al oír eso, rápidamente miro a Liam y, riendo, cojo al
pequeño y cuchicheo:
—Claro que sí, Gordunflas, ¡soy mamá!
Liam me mira de un modo que me pone muy nerviosa. ¿Y
si la fiebre está haciendo que delire? No sé qué decir. Ay,
Dios, ¡que me pica todo! Y al borde del infarto pregunto:
—¿Qué pasa?
Con esa mirada que me descoloca, Liam finalmente
indica:
—Pasa que eres preciosa.
Bueno, buenoooo... Para no ser romántico, hay que ver
las cosas que me dice.
Me río, los nervios me hacen reír; intentando quitarle
hierro al asunto murmuro:
—Madre mía, lo que te hace decir la fiebre.
Liam vuelve a sonreír y yo, para romper el momento,
pues los nervios no me dejan vivir, le pregunto al niño
mientras lo señalo a él:
—Gordunflas, ¿quién es este monstruo feo, feote, lleno de
granos?
—Papáááá...
Contenta y feliz aplaudo, y los dos Acosta que han
entrado en mi corazón ríen a carcajadas.
A continuación me levanto de la cama y voy a añadir algo
cuando oigo que Liam suelta:
—¿Ya estás descalza?
Sonrío, no lo puedo remediar, y replico:
—El jefe está fuera de juego y aprovecho. —De nuevo él
se ríe y yo, sintiéndome tonta, digo—: Descansa y duerme
un poco.
—Tú también.
Asiento.
—Lo intentaré.
—¿Cuánto llevas sin dormir más de dos horas seguidas?
Suspiro, eso sucede desde la primera noche que Jan
enfermó. Y, antes de que yo conteste, él continúa:
—Prometo que, cuando me encuentre mejor, tendrás una
estupenda cura de sueño.
Oír eso me hace reír.
—¿Puedo pedir una semanita con los gastos pagados en
un bonito hotel spa de Las Palmas de Gran Canaria? —me
mofo.
—Puedes —asegura divertido.
—Mmmm, ¡te lo recordaré! —añado.
Ambos reímos y, cuando me dispongo a salir del cuarto,
Liam me coge la mano y dice:
—Necesito mi beso de buenas noches.
Oír eso que nunca me ha pedido me hace darme cuenta
de que los delirios prosiguen, pero, deseosa de ofrecerle lo
que pide, me inclino hacia él, poso mis labios sobre los
suyos y, con delicadeza para no hacerle daño en la pupita,
lo beso.
Uf..., qué maravillaaaaa...
Una vez que nos separamos, nos miramos con deseo y,
tomando aire, susurro:
—Ten por seguro que, si no estuvieras como estás, esto
hoy no terminaba aquí...
Liam ríe, yo también, y cuando suelta mi mano y camino
hacia la puerta, oigo que dice:
—No sé qué haríamos Jan y yo sin ti.
Bueno, bueno, bueno... Pero ¿tanto le está afectando la
fiebre?
—Ya me vengaré de los dos cuando estéis repuestos.
Ambos reímos, y luego salgo con el niño de la habitación.
Cuando entro en mi cuarto y tumbo al pequeño conmigo en
la cama, acalorada, me doy aire con la mano.
¿En serio ha pasado todo eso? ¿De verdad ese hombre al
que adoro se me ha declarado? Y, mirando a Jan, susurro:
—Acabo de vivir uno de los momentos más bonitos de mi
vida y, sin duda, he de exclamar: ¡viva la varicela!
Jan sonríe, lleva las manitas a mi rostro y yo, abrazándolo,
lo acuno y, al ver que se duerme, la siguiente en dormirme
soy yo. Eso sí..., pensando en Liam.
Capítulo 45
***
***
Estoy viviendo algo que nunca pensé que una chica como
yo podría vivir.
Llevo varios días con Liam en Las Palmas de Gran
Canaria, en un precioso hotel spa, y esto más bonito no
puede ser y mejor acompañada no puedo estar.
Desde que hemos llegado a la isla Liam no ha parado de
besarme, de mimarme, de cuidarme, y su máxima
preocupación ha sido en todo momento que descanse.
Según él, esta semana es para dos cosas. La primera, para
que me relaje tras el palizón que me he dado en cuidarlos. Y
la segunda, para enamorarme.
¿Enamorarme? Si yo estoy más que enamorada...
En el spa Liam ha contratado todos los masajes habidos y
por haber. Quiere que lo disfrute todo y, la verdad, me
siento como Julia Roberts en Pretty Woman cuando entra en
aquella tienda de Beverly Hills y las dependientas le hacen
la pelota.
Hacemos un par de videollamadas al día con Florencia,
pues queremos ver cómo está nuestro Gordunflas.
Sonreímos como dos tontos al ver al pequeño, y cuando
acabamos la llamada no podemos parar de hablar de él.
Con cada beso, con cada arrumaco o con cada palabra de
amor que me dedica, Liam me hace saber lo mucho que
siente por mí y yo se lo demuestro también a él. La
atracción que sentimos el uno por el otro está totalmente
desbocada, y no podemos pasar más de cuatro horas
seguidas sin hacernos el amor.
Hablando mucho hemos descubierto que nos gusta el
sexo caliente y morboso. Hacer el amor con mimo y caricias
está muy bien, lo disfrutamos mucho. Pero cuando follamos
con locura, empleando palabras que en nuestro día a día no
usamos, lo disfrutamos más aún.
Madre mía, qué vicio le hemos pillado... Pero ¡viva el
vicio!
Cuando nos despertamos al tercer día nos hacemos el
amor como dos posesos y, cuando estamos desayunando,
Liam me muestra un mapa y me dice que, ya que estamos
aquí, le gustaría ir a mirar unas tierras que están en venta
al norte de la isla.
Haciéndome la nueva, asiento. Sin duda, son las mismas
a las que se referían Florencia y Horacio. Y me quedo sin
palabras cuando suelta la millonada que valen.
¿En serio hay alguien que puede pagar ese dinero?
Como es lógico, yo callo. No digo ni mu sobre lo que oí.
No quiero líos, y menos sin saber realmente qué es lo que
ocurre.
Asiento mientras escucho hablar a Liam de la ilusión que
esas tierras le hacen a la familia, pues era un deseo expreso
de su madre, ya que Las Palmas de Gran Canaria es la única
de las islas donde Bodegas Verode no está presente.
Tras alquilar un coche nos dirigimos con tranquilidad
hacia el norte. Concretamente vamos hacia una localidad
llamada Valle de los Nueve y, madre mía, qué bien lo
pasamos con nuestra particular excursión.
En el trayecto paramos a comer en un bonito y curioso
guachinche, donde, como siempre, me pongo morada de
pollo a la brasa y patatas fritas.
¡Madre mía, qué rico está todo!
Después seguimos ruta hacia Valle de los Nueve. Allí nos
espera José Andrés, el dueño de las tierras que están en
venta, y mientras las recorremos en su coche oigo a Liam y
al hombre hablar de negocios.
En un segundo plano observo a Liam en su faceta de
empresario. Me gusta cómo se desenvuelve, cómo se
expresa, cómo pregunta. Verlo en su elemento es algo
nuevo para mí y, la verdad, lo encuentro muy muy sexy.
Pero ¿cuándo no veo yo sexy a este hombre?
Tras el paseo que damos con José Andrés, él nos deja
durante un rato a solas en las tierras para que las
recorramos a nuestro antojo. De la mano de Liam recorro
aquel bonito lugar lleno de viñedos mientras él charla con
su padre por teléfono a través de una videollamada y le
habla mediante tecnicismos de las vides, el suelo y un sinfín
de cosas más que yo no entiendo.
Cuando una hora después José Andrés pasa a buscarnos
con su coche, le entrega a Liam unos papeles que este firma
y, al marcharnos, José Andrés se refiere a las tierras como
«las nuevas tierras Verode». Al parecer el papel que Liam
acaba de firmar es una señal para bloquear la venta, y
dentro de una semana tienen cita en la notaría para arreglar
todo el papeleo.
Feliz y motivado por lo que acaba de hacer, Liam me lleva
a cenar a un sitio precioso situado en la playa de El Puertillo.
Y, más tarde, cuando regresamos a nuestro hotel esa
noche, nos hacemos apasionadamente el amor con deseo y
morbo.
Al despertarme al día siguiente veo que Liam duerme.
Miro el reloj y, al comprobar que son las nueve y diez, sin
hacer ruido para no despertarlo me pongo los auriculares de
mi teléfono y comienzo a escuchar mi música.
Tenerlo a mi lado dormido, desnudo y con el rostro
relajado me parece un magnífico espectáculo para la vista
mientras escucho musiquita romántica y me rebozo en mi
pequeña nube de placer y felicidad.
La verdad, llevaba años sin sentirme tan plena en todos
los sentidos y, oye, ¡me gusta la sensación!
Estoy muy feliz, y con ese estado de ánimo solo deseo
escuchar música positiva. Por ello pongo la canción Para
siempre, de Kany García. Como dice la letra, quisiera
abrazar a Liam para siempre, porque siento que he nacido
para quererlos a él y a Jan. No sé cómo explicar esto, pero
de pronto noto como si en mi vida hubiera esperado
encontrarlos y el destino me hubiera llevado hasta ellos.
Me gusta pensar eso. Pero, cuanto más me ilusiono, más
miedo me da que pase algo que lo jorobe todo.
—Buenos días, mi niña.
Al oír su voz lo miro, sonrío y, quitándome un auricular,
murmuro:
—Buenos días, Friki del Control.
Liam se ríe. Le he contado que Vero y yo lo llamábamos
así, y el tío es que se parte de risa.
Acto seguido me acerca a su cuerpo y me besa con mimo.
Adoro sus besos, y cuando nos separamos pregunta:
—¿Qué escuchas?
—Música.
Liam sonríe y luego cuchichea mirándome:
—Hasta ahí llego.
Me río, pues recuerdo haberle dicho algo igual meses
atrás.
Acto seguido Liam sonríe y, sin reírse de mi romanticismo,
pregunta:
—¿Qué te apetece hacer hoy?
Rápidamente me encojo de hombros.
—La verdad, no lo sé.
—¿Te apetece hacer surf?
Según dice eso, me río. Yo no tengo ni idea de hacer
surf...
—Tengo unos amigos que estarán encantados de dejarnos
lo que necesitemos —insiste.
Gustosa y feliz, me siento a horcajadas sobre él.
Mmmmm..., este hombre me pone como una moto. Y, sin
ningún tipo de vergüenza, agarro sus muñecas con las
manos, se las levanto por encima de la cabeza para tenerlo
a mi merced y, al ver que sonríe, bajo la boca para besarlo y
musito:
—No tengo ni idea de hacer surf, pero sí sé hacer otras
cosas.
Él sonríe con picardía. Uf, cómo me pone cuando sonríe
así...
—Mmmm —murmura.
Me entiende...
Lo entiendo...
Nos reímos, y luego él susurra con sensualidad:
—Paso del surf... ¿Qué otras cosas sabes hacer?
Ahora la que sonríe soy yo y, rozando con mimo mis
labios con los suyos, digo en voz baja:
—¿Qué te parece esto?
Saco la punta de la lengua y la paseo por su boca para
después llevarla hasta su cuello y, tras unos mordisquitos
que hacen que se estremezca, ordeno mirándolo:
—Quietecito, señor Acosta. Le voy a enseñar lo que sé
hacer.
—Lo que usted ordene, señorita López.
Siempre que nos llamamos así el uno al otro me parece
muy excitante. ¡Cuánta razón tenía mi Vero! Y, sujetando
sus muñecas por encima de su cabeza, paseo la mano por
su cuerpo hasta terminar sobre su pene, y al notar cómo
este late y aumenta de tamaño lo agarro y cuchicheo:
—Mmmmm..., señor Acosta, me gusta sentirlo duro y
preparado para mí.
Liam jadea y se estremece de nuevo. El vello de todo el
cuerpo se le eriza. Noto que le encanta que lo toque de este
modo, por lo que muevo la mano en busca de su goce y lo
siento temblar bajo mi cuerpo mientras soy consciente de
su placer.
Está completamente abandonado a mis caricias cuando,
mirándolo a los ojos, le exijo:
—Dame tu boca.
Y Liam me da su boca, sus labios, su lengua, toda su
esencia..., y yo, con morbo y posesividad, lo beso de tal
manera que ahora noto cómo mi cuerpo se estremece sobre
el suyo.
Mi beso sube de intensidad mientras mi mano no para de
hacerlo disfrutar, hasta que mi propia ansia me puede y,
alzándome unos centímetros de su cuerpo, coloco la punta
de su erección, que ya está más que dura, y clavándome en
él murmuro totalmente abducida por su mirada:
—También sé poseerte.
Liam asiente. Creo que no puede hablar de la excitación
que le está provocando el momento. Asiendo sus manos con
las mías comienzo a moverme sobre él. Yo marco el ritmo.
Yo marco la intensidad. Yo marco a Liam.
Pero la pasión puede conmigo. El placer hace que acelere
mi cabalgada, y más cuando lo oigo decir:
—No pares, mi niña, no pares...
Y no, no paro. Al contrario, me vengo más y más arriba y,
con su pene llenándome por completo, jadeo al mismo ritmo
que él mientras me siento una salvaje amazona cabalgando
sobre un increíble corcel.
Madre mía, ¡cuántas películas he visto!
El goce y la pasión se apoderan de nosotros.
Somos dos animales salvajes haciéndonos el amor con
furia y ganas, y me siento total y completamente clavada
en su duro pene mientras me muevo sobre él.
¡Oh, Dios..., qué placer!
Nuestras respiraciones se aceleran al mismo ritmo que
nuestros movimientos, hasta que siento que no podemos
más, y el clímax nos asola, dejándonos uno en los brazos
del otro acalorados y sin resuello. ¡Es lo que tiene tanto
cabalgar!
Permanecemos de este modo unos instantes, disfrutando
de nuestra locura, hasta que él susurra en mi oído:
—Además de una dulce pececita, cuando quieres eres
una salvaje amazona...
Oír eso me hace reír. Noto que él sonríe también y,
buscando su boca, lo beso.
Después de mil besos, caricias y preciosas palabras, a
cuál más maravillosa y romántica, una vez que nos
quedamos los dos boca arriba sobre la cama, voy a hablar
cuando suenan unos golpecitos en la puerta. Deben de ser
del servicio de habitaciones, que nos traen el desayuno.
Enseguida Liam se levanta de la cama. Se pone una toalla
alrededor de la cintura y, tras guiñarme un ojo, sale del
dormitorio y va a abrir la puerta.
Segundos después entra de nuevo y, tirándose sobre la
cama, va a decir algo cuando yo sugiero:
—También podríamos ir simplemente a la playa a
bañarnos y tomar el sol, y así evitaría hacer el ridículo
intentando practicar surf.
—Yo te enseñaría —se mofa.
Yo me río. Él se ríe, y acto seguido dice acercándome a él:
—De acuerdo. Te voy a llevar a mi playa preferida en la
isla. Un paraíso precioso.
Asiento mimosa. Un beso, dos...
—¿Y cómo se llama ese bonito paraíso?
—La playa de Güigüí.
Según oigo ese curioso nombre, parpadeo y él añade:
—Hay dos formas de ir hasta allí. La difícil, que es
caminando a lo largo de once kilómetros por un precioso
sendero. Y la fácil, que es yendo en barco.
En cuanto dice eso lo tengo claro.
—Me inclino por lo fácil. ¡Barco!
Liam se ríe a carcajadas.
—El trayecto por el largo sendero es realmente bonito —
indica—, aunque es cansado y sudaremos.
Asiento, no lo dudo, y sonriendo cuchicheo:
—Si hay que sudar, ¿qué tal si lo hacemos ahora?
Liam sonríe. Dios..., ¡me vuelve loca!
Y segundos después sus preciosos ojos ya están clavados
en mi boca, en mis labios... Así pues, olvidándome de todo,
lo beso con deseo, ganas y amor, y cuando nos separamos
unos milímetros para tomar aire él musita:
—Es imposible superar tus besos.
Asiento y rápidamente el demonio perverso y dominante
que me vuelve loca y que existe en Liam hace acto de
presencia. ¡Mmmmm, sí, sí, sí!
Esta vez es él quien se coloca enseguida sobre mí y,
cogiendo mis manos con la suya para inmovilizarme,
murmura:
—Ahora te voy a enseñar lo que sé hacer yo.
Uf..., madre míaaaaa, lo que siento cuando noto cómo sus
rodillas separan las mías para posicionarse mejor sobre mí...
Y ya ni te cuento lo que me entra cuando su increíble y duro
pene me penetra de esa manera que me vuelve loca, pero
loca, loca, loca.
¡Oh, Diosss, que no pare nuncaaaaaaa!
Su posesión, la manera en que me mira, su intensidad
para hacerme sentir única, deseada y especial... Todo ello
unido me vuelve frenética, y más cuando exige:
—Dame la boca.
Y se la doy. ¡Vaya si se la doy!
Soltando mis manos, noto que él lleva las suyas hasta mi
cintura. El contacto de su piel contra la mía me hacer
estremecer y, al sentir cómo me agarra de la cintura para
hundirse en mí una y otra y otra vez, me vuelve loca de
nuevo. Muy muy loca.
¡Qué cabrito es!
Jadeando, y mimosa por lo que me hace sentir, lo beso de
nuevo, y cuando nuestras lenguas se encuentran y se
funden, disfrutamos encantados de ese momento ardiente y
juguetón que tanto nos gusta y que tantas veces al día
buscamos.
—¿Te gusta así? ¿O así? —pregunta cambiando el ritmo.
La respuesta es «¡me gusta!», me da igual el ritmo que
emplee, y entre jadeos consigo susurrar:
—Así..., así...
Y Liam no para... ¡Ole la potencia masculina de pasar de
cero a cien que tiene mi chico! Y siento que me hace suya
tanto como yo lo hago mío.
Mirándonos a los ojos, nos poseemos con dureza, con
fuerza, hasta que él, que sabe con lo que disfrutamos, dice:
—¿Te gusta que te folle así?
Wooooo, madre mía, lo que me pregunta... Cuando nos
hablamos con esta claridad nos ponemos como motos.
—No pares de follarme —respondo.
El calor debido a nuestro juego se hace insoportable,
mientras el placer se apodera de nosotros con sus
movimientos profundos, continuados y rítmicos.
¡Oh, síííííí!
Los jadeos resuenan en la habitación, hasta que un
asolador y maravilloso orgasmo se apodera de ambos y,
entregados, nos dejamos llevar por nuestro loco y ardiente
momento de pasión.
Instantes después, una vez que Liam me da un dulce
beso en los labios, se deja caer hacia un lado para no
aplastarme, y yo, con un hilo de voz, aseguro:
—Ha sido increíble.
Me río. Tener sexo con él está siendo todo un
descubrimiento para mí. Mira que me he acostado con otros
hombres con los que, por supuesto, he disfrutado, pero con
Liam es especial, diferente, porque solo con mirarnos nos
entendemos. A ambos nos va el morbo, hablarnos mientras
lo hacemos, y eso no es algo que yo haya hecho con otros.
Al mirarlo veo que él sonríe y, dándome un dulce
pellizquito en la cintura, musita:
—Es increíble lo que me provocas y me haces sentir,
Pececita.
Gustosa lo abrazo.
Cinco minutos después nos levantamos, nos duchamos y,
tras tomar el desayuno que nos han dejado en un carrito en
la habitación, cogemos nuestras mochilas y decidimos ir a la
playa que él ha mencionado antes.
Capítulo 48
***
***
***
***
***
***
***
La siguiente hora, mientras la DJ vuelve a pinchar en el
escenario, hablo, bailo y finjo que me divierto. Pero en un
momento dado en el que veo que Margot va hacia el baño,
sin dudarlo, me dirijo yo también hacia allí.
Entro y, tras observar que no hay nadie, me acerco a ella
en actitud intimidatoria y siseo:
—Quiero ese contrato firmado.
—Querida..., ese contrato solo se firmará cuando vea con
mis propios ojos que lo vuestro se ha acabado.
Asiento, intuía que querría algo así, y entonces oigo que
añade:
—No soy tonta y sé que, una vez firmado el contrato,
podrías jugármela y contarles lo sucedido a los Acosta...
Aunque, la verdad..., ¿quién te iba a creer? —Resoplo. «Esta
se traga los dientes», pienso, y luego dice—: Sé que tus
padres tienen antecedentes penales y venden drogas.
¡Me cago en su vida!
—Y también sé que si alguien diera un chivatazo de lo
que guardan en el suelo de la cocina —añade—, irían
derechitos a pasar una buena temporada en la cárcel. Y, la
verdad, eso sería un escándalo para Liam... ¡Sus suegros en
la cárcel! ¡Qué vergüenza pasaría!
Cojo aire. Lo cierto es que lo que les pase a esos dos,
aunque esté muy feo decirlo, me da igual. En cambio, lo que
le pase a Liam, no. Luisa y Jesús son mis padres biológicos,
aunque nunca hayan ejercido como tales, por lo que no les
tengo ningún cariño. Aun así me joroba que me tenga tan
estudiada y los haya metido a ellos en la ecuación.
Estoy mirándola con odio cuando, bajando la voz,
termina:
—Así que si se te ocurre irles con el cuento a los Acosta,
tus papaítos irán derechitos a la cárcel y ese rumano que
toca el violín, al que me consta que quieres mucho, se
encontrará con muchas dificultades...
Vale, ahora sí que me toca la moral. Que meta a mi amigo
en esto es lo que me hace reaccionar y, mirándola, siseo:
—Si te atreves a hacer algo en contra de Vasile, te juro
que...
—Querida, no es mi intención, siempre y cuando tú
mantengas la boca cerradita.
Tomo aire de nuevo. Esta tía me está llevando al límite.
—Mañana —agrega a continuación— toda la familia
Acosta comeremos en El Valhalla y...
—Qué asco me da pensar que ellos te consideran una
más de la familia —la corto.
Margot sonríe, se atusa el pelo y afirma:
—Depende de ti que mi cuñado firme o no mañana.
—Firmará —gruño con ganas de matarla.
Ella cabecea, se siente ganadora.
—Querida..., como te he dicho, cuidaré bien de Liam —
musita.
Oír eso me enferma. Pensar que ellos puedan terminar
juntos y que pueda convertirse en la madre de Jan me parte
en dos. Pero, dispuesta a sacrificarme por Horacio y por
Bodegas Verode, aseguro:
—Mañana a las doce Liam irá a recoger a Jan a casa de
Florencia. Debes estar allí para acompañarlos a los dos de
vuelta a nuestra casa. —Pensar en lo que tengo planeado
hacer me duele, me destroza, pero tomando aire digo—:
Más vale que tu cuñado firme el contrato en El Valhalla nada
más llegar, porque como no lo haga te aseguro que te voy a
buscar, y esta vez no me va a importar nada lo que los
Acosta piensen de mí.
—Qué barriobajera eres —suelta ella.
Según dice eso, asiento.
—Mejor ser barriobajera que una vulgar zorra sin
escrúpulos como tú —replico.
Margot sonríe con superioridad, y en ese instante se abre
la puerta del baño y Verónica entra corriendo.
—Paso..., paso..., ¡que me meooooo!
Como una exhalación, pasa por delante de nosotras y,
cuando desaparece en uno de los cubículos, Margot me mira
de nuevo y cuchichea:
—Disfruta de tu última noche con él, querida.
Dicho esto, sale del baño dejándome terriblemente
mosqueada. Dispongo apenas de unas horas para orquestar
lo más horrible que he tenido que hacer en la vida. Y,
sacando mi teléfono del bolsito que llevo, busco el nombre
de Alessandro y, tras escribirle la dirección de la casa de
Liam, añado que lo espero allí a las doce de la mañana.
Al escribir eso, lo miro. Me cuesta mandarlo, pero justo
cuando Verónica sale del aseo, le doy a «Enviar» sin
dudarlo. Rápidamente guardo el teléfono de nuevo en el
bolso y, tras abrir el grifo, me lavo las manos. Mi amiga se
me acerca entonces y pregunta al ver mi gesto:
—¿Qué te pasa?
—Nada.
—Pececita Madrileña... —se mofa—, ¡que te conozco!
¡Joder!
No. No. No. No puede quedarse con esa sensación... Y,
sonriendo, hago un aspaviento de los míos y murmuro:
—Estoy algo perjudicada.
—¿Demasiada agüita con misterio?
Asiento de inmediato. Prefiero que piense que voy algo
borracha a que empiece a pensar cosas que no son.
—Lo admito —digo.
Vero niega con la cabeza. Está tan feliz y contenta que no
repara en nada más y, cogiéndome del brazo, salimos
juntas del baño y vamos directas a la pista, donde
comenzamos a bailar salsa mientras yo estoy que no estoy.
Una hora después la fiesta se da por concluida y, tras
despedirnos de todos, Liam y yo montamos en su coche. De
camino a casa intento ser chispeante e ingeniosa. Son
nuestras últimas horas juntos y quiero disfrutarlas todo lo
que pueda y más.
Una vez que llegamos, nada más entrar en la parcela
Tigre, Pepa y Pepe vienen a saludarnos y, acto seguido,
entramos en la casa, donde, tras tirar mi bolso al suelo, me
abalanzo sobre Liam y, con auténtica desesperación, le
hago el amor.
Capítulo 60
Mercedes
***
megan-maxwell.com
@MeganMaxwellOficial
@megan__maxwell
@MeganMaxwell
Y ahora supera mi beso
Megan Maxwell
¡Síguenos en redes
sociales!
Rompamos las reglas
García Ruiz, Silvia
9788408261162
384 Páginas
¡Hola!