Megan Maxwell - Y Ahora Supera Mi Beso

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Índice

Portada
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Epílogo
Referencias a las canciones
Biografía
Créditos
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Sinopsis

Hola, me llamo Amara y estoy aquí no para hablaros de mí,


sino de Liam Acosta, ese guapísimo empresario que se
dedica al negocio del vino en Tenerife y que sigue soltero
porque quiere, pues siempre tiene a una legión de mujeres
pendientes de él.
Por lo que sé, un día recibió una misteriosa llamada
telefónica en la que le pedían viajar a Los Ángeles por un
asunto urgente, que resultó ser, ni más ni menos, que un
bebé. A Liam, al principio, le costó mucho admitir su
paternidad, pero cuando vio a la criaturita, el mundo se
movió bajo sus pies: al igual que él, tenía el ojo derecho de
dos colores.
Así que, muy agobiado y tremendamente perdido, regresó
a Canarias con su hijo, pero se dio cuenta de que necesitaba
a alguien que le echara una mano y, por recomendación de
mi amiga Verónica, me contrató a mí.
De pronto, Liam y yo, dos personas independientes y
acostumbradas a no tener que dar explicaciones a nadie,
hemos tenido que ponernos de acuerdo por el bien del
pequeño. Y eso ha hecho que, sin apenas darnos cuenta,
hayamos reconocido el uno en el otro a la persona que
nunca hubiéramos esperado encontrar.
Y AHORA SUPERA MI BESO
Megan Maxwell
Para mis Guerreras y Guerreros.
Nunca olvidéis que, en ocasiones, las cosas que
empiezan
como una locura pueden convertirse en lo mejor
de vuestra vida;
que si deseáis recibir besos, no debéis repartir
bofetadas, y que si
la vida os da momentos bonitos, es sin duda
porque os los merecéis.
Con amor,

MEGAN
Prólogo

Los Ángeles, California, noviembre


La llegada a Los Ángeles de Liam Acosta era extraña.
Ni él mismo sabía realmente qué hacía allí.
Solo sabía que el archifamoso e insoportable actor Tom
Blake, pareja de su exnovia, lo había llamado con insistencia
porque tenía que hablar con él, y al final Liam había acudido
a su encuentro por curiosidad.
Tras recoger su maleta en el Aeropuerto Internacional de
Los Ángeles, se dirigió al exterior, donde cogió un taxi que
lo llevó al hotel. Deseaba ducharse y descansar. Estaba
agotado.
Al día siguiente, mientras desayunaba leyendo la prensa
en una bonita mesita junto a la piscina del hotel, pues a
pesar de estar en octubre, hacía un día precioso, dio un
trago a su café. Al hacerlo, su mirada se topó con la de una
mujer morena de unos treinta y pocos años que estaba dos
mesas más allá. Guapa, sexy, morena, elegante y, sin duda,
adinerada; solo había que ver su caro bolso para adivinarlo.
Sin poder evitarlo, Liam sonrió. Sabía del poder pícaro de
su sonrisa, y la mujer se la devolvió. Y en ese lenguaje
silencioso que entienden quienes lo utilizan de manera
continua, las cosas quedaron claras. ¡Sexo!
Minutos después la mujer, que se llamaba Rebeca, ya
estaba tomando café con él en su mesa, y una hora más
tarde ambos disfrutaban de sexo sin compromiso en la
habitación de ella.
Tras una mañana divertida para ambos, donde primó el
morbo y el disfrute por parte de los dos, Liam regresó a su
habitación con una sonrisa en los labios. Había estado bien
conocer a Rebeca, que era productora de televisión, y esa
noche había quedado con ella para cenar. ¿Por qué no?
Después de ducharse y ponerse uno de sus impolutos
trajes para acudir a su cita con el actor Tom Blake, Liam
salió del hotel con esa seguridad que siempre lo
acompañaba. No sabía qué pretendía aquel divo del cine,
pero si quería guerra, con él no la iba a tener.
En la puerta cogió un taxi y le dio al conductor una
dirección de Beverly Hills. Durante el trayecto consultó su
teléfono móvil y contestó distintos mensajes de su hermano
Naím y de Aldegonda y Margot, dos amigas con las que
últimamente se veía sin ningún compromiso, aunque
Aldegonda en ocasiones fuera algo insufrible.
Si algo había aprendido tras su última ruptura amorosa
era que el romanticismo le sobraba y que iba a disfrutar de
la más absoluta libertad durante una buena temporada. No
quería atarse. No deseaba ningún compromiso porque ahora
primaba él y solo él. Nadie más.
Poco rato después el taxi se detuvo. Habían llegado a
destino. Tras pagar la carrera, Liam bajó del vehículo y se
quedó mirando a su alrededor. El sitio era precioso,
glamuroso, y a través de la verja contempló la imponente
casona que tenía ante él y que estaba rodeada de cámaras
de seguridad. Sonrió con amargura. Estaba claro que
Jasmina, su exnovia, no solo había buscado la fama, sino
también vivir infinitamente mejor.
Parado frente a la propiedad dejó escapar un resoplido. La
vida le iba bien. Tenía una preciosa casa, un buen trabajo,
una familia estupenda, pero estaba claro que la ambiciosa
de Jasmina había querido más. Ella anhelaba otro tipo de
vida, llena de lujo y fama, algo que sin duda Tom Blake
podía darle.
Tras el palo que había recibido por parte de ella, Liam
decidió hacer un cambio en su vida. Sus padres le habían
enseñado a amar con libertad, sin egoísmos ni limitaciones,
a la persona que le llegara al corazón. Si algo le había
gustado siempre de Jasmina era su frescura y su
espontaneidad, pero eso se había acabado. Y ahora el amor
había quedado relegado a un segundo plano en su vida para
dejar paso a la diversión o a su propia conveniencia.
Sin embargo, por desgracia, el destino tenía otros planes
para Jasmina, que murió al dar a luz a su primer hijo con
Tom.
Liam recibió la noticia muy apenado e incluso lloró.
Estaba claro que la ruptura entre ellos fue muy fea por parte
de Jasmina, pero su muerte era injusta. Nadie se merecía
morir, y menos aún tan joven y dejando a un bebé recién
nacido.
Tomando aire, se acercó hasta el telefonillo que había
junto a la imponente valla y llamó. Tras anunciar quién era,
la portezuela se abrió automáticamente y, cuando él entró,
dos vigilantes enormes se acercaron a él; con amabilidad, lo
acompañaron al interior de la casa.
Estaba claro que, al ser tan famoso, Tom Blake necesitaba
guardaespaldas.
Escoltado por ellos, Liam entró en la casa y, al acceder a
una bonita y elegante sala, divisó al fondo a un hombre alto
y moreno que hablaba con el actor. Uno de los vigilantes de
seguridad se adelantó y se acercó a este último. Tras decirle
algo, Tom levantó la vista, miró a Liam y, dejando unos
papeles que sujetaba sobre una mesa, se acercó a él y le
tendió la mano.
—Un gusto conocerte, Liam —lo saludó mirándolo
fijamente.
Él asintió incómodo, pero repuso:
—El gusto es mío.
El hombre moreno que estaba junto al actor se acercó
entonces a ellos y Tom se apresuró a presentarlos:
—Liam Acosta, él es Nacho Duarte. Amigo, productor y
director de cine.
Los dos hombres se estrecharon la mano con firmeza
mientras este, que sabía por qué aquel estaba allí, decía:
—Un placer conocerte, Liam.
El aludido asintió y Nacho, viendo el gesto incómodo de
su amigo, preguntó para destensar un poco el ambiente:
—Español, ¿verdad? —Liam afirmó con la cabeza y este
añadió—: Voy mucho a España, donde tengo muy buenos
amigos, y el año que viene rodaré una película de acción allí
junto a Tom y Estela Ponce.
Liam asintió; sabía quiénes eran el célebre director y la
famosísima actriz. Entonces Nacho, sintiendo que sobraba,
dijo:
—Os dejo. Se me hace tarde y he de solucionar unos
asuntos —y, mirando a Tom, indicó con complicidad—:
Llámame si necesitas cualquier cosa.
Tom asintió de manera mecánica. Tener allí a Liam, a
quien él mismo había llamado, lo estaba dejando en shock.
Una vez que Nacho se hubo marchado, ambos hombres
intercambiaron una mirada. Y, sintiéndose incómodo por el
modo en que Tom lo observaba, no pudo evitar preguntar:
—¿Algún problema?
El actor negó rápidamente con la cabeza. ¿Qué estaba
haciendo? Desvió la mirada y, a continuación, se dirigió
hacia una nevera con la puerta transparente que había en la
sala.
—¿Te apetece algo de beber? —preguntó.
Liam asintió, estaba sediento y alterado. Todavía no
entendía por qué lo había llamado aquel hombre.
—Una cerveza —contestó.
Tom abrió la nevera. El extraño ambiente que se había
creado entre los dos los tenía incómodos a ambos. Y, tras
coger dos cervezas, el actor las abrió, le entregó una a Liam
y murmuró:
—Pasemos a mi despacho.
Liam, que cada vez entendía menos pero que quería
saber, decidió seguirlo. Una vez en el despacho, se fijó en
un Oscar que había sobre la bonita chimenea.
—Lo gané hace dos años —comenzó a decir Tom—,
cuando fui nominado como actor secundario por...
—La cena de John —finalizó Liam.
El actor asintió y Liam, recordando haberla visto, añadió:
—Buena película. Y tu papel era excelente.
Ambos asintieron. En cierto modo, hablar sobre aquello
había distendido el enrarecido ambiente. Y entonces Tom,
que volvía a mirarlo con fijeza, aclaró:
—No sabía que Jasmina y tú teníais una relación cuando
la conocí.
—Eso ya no importa —lo cortó él.
—Sí importa, Liam. Me creas o no, si hubiera sabido que
existía algo serio entre vosotros, yo nunca... ¡Joder! No soy
esa clase de persona, aunque en ocasiones la prensa diga
cosas no muy agradables de mí.
Liam asintió. No sabía por qué, pero lo cierto era que lo
creía. Sabía lo mordaz que podía ser a veces la prensa. E,
incapaz de callar, preguntó:
—Tom, ¿por qué me has llamado?
El actor bebió de su cerveza antes de contestar:
—Tengo algunas cosas de Jasmina que quizá quieras
tener.
—No quiero nada de ella —respondió él con seguridad.
Tom asintió y dio otro trago a su cerveza.
—¿Tu hijo está bien? —inquirió entonces Liam.
—Sí. Jan está bien.
Acto seguido guardaron unos instantes de silencio.
—Como te dije por teléfono, siento mucho lo que ocurrió
con Jasmina —comentó Liam a continuación.
Tom cabeceó. Nunca había estado enamorado de ella. Si
su relación había seguido había sido por su paternidad, pero
en realidad su muerte fue un palo. No obstante, había
sucedido algo que lo había cambiado todo, y mirando a
Liam murmuró:
—Jasmina nos engañó a los dos.
Él, sin entender a qué se refería, levantó las cejas.
—Hace un mes se presentó en la puerta de mi casa la
compañera de piso de Jasmina... —soltó Tom.
—¿Diane? —preguntó Liam.
Tom afirmó con la cabeza y, retirándose el pelo del rostro,
prosiguió:
—Venía a recoger algunas cosas personales que, según
ella, Jasmina se había llevado y eran suyas. Se llevó su ropa,
lo que, la verdad, no me importó...
Liam asintió. Conocía a Diane. Era una vividora aspirante
a actriz. Cuando iba a hablar, Tom musitó:
—Fue al disponerse a marcharse y ver a Jan cuando dijo
algo que... —Liam lo miró y aquel añadió—: Dijo que el niño
tenía el mismo extraño color de ojos que su padre.
Al oír eso, se le cortó la respiración. ¡¿Qué?!
Tom se sentó entonces en un butacón y, señalando otro
para que él hiciera lo mismo, continuó:
—Desde que Jan nació siempre me sorprendieron sus
ojos, pero al no poder consultarle a Jasmina porque no tenía
familia, di por hecho que era algo de su genética. Sin
embargo no..., resultó no ser así, y Diane me lo confirmó.
—¿Qué estás intentando decirme? —murmuró Liam
bloqueado.
El actor resopló. No había sido fácil para él tomar aquella
decisión, pero, consciente de que era lo justo, soltó
mirándolo a los ojos:
—Que Jan es tu hijo.
Sin dar crédito, Liam se levantó rápidamente del butacón.
No, aquello no podía ser. Jasmina no podía haber jugado con
algo tan importante como un hijo. Y, mirando a Tom, iba a
contestar cuando este añadió:
—Tras ese comentario por parte de Diane, no pude dejar
de darle vueltas al tema, por lo que, tratando de encontrar
información, rebusqué entre las cosas de Jasmina y di con
varias fotos vuestras. Vi tus ojos y, aun sabiendo ya la
respuesta, decidí hacerme las pruebas de paternidad.
Liam, a quien la camisa apenas le llegaba al cuerpo, no
podía hablar.
—Jan no es hijo mío —declaró Tom—. Y aunque me ha
costado aceptarlo y llamarte, mi deber era hacerlo.
—¡¿Qué?!
Apenado por la situación, pues el actor se había
encariñado del pequeño Jan, aquel prosiguió:
—Yo no soy Jasmina. Soy consciente de que ella era una
mala persona, pero yo no soy así. Creí en sus palabras como
creía en ella y como creo que ahora tú deberías hacerte las
pruebas de paternidad, aunque, después de verte en
persona, no tengo ninguna duda de que Jan es tu hijo.
El desconcierto de Liam era tan grande que le costaba
respirar. ¿Qué locura era esa?
—Pero ¿qué estás diciendo? —susurró.
Tom asintió.
—Digo que, por mucho que lo desee, Jan no es mi hijo,
porque es tuyo —agregó.
Luego los dos hombres se miraron en silencio. La bomba
nuclear que aquel acababa de soltar había dejado
totalmente bloqueado a Liam. ¿Su hijo? ¿Él tenía un hijo y la
ambición de Jasmina se la había jugado una vez más?
De pronto se oyeron unos golpes en la puerta del
despacho y, al abrirse esta, a Liam le dio un vuelco el
corazón.
Frente a ellos apareció una señora mayor que llevaba a
un niño en brazos. Verlo le aceleró el corazón. El pequeño,
además de tener su particular color de ojos, era clavadito a
él. Era increíble lo mucho que llegaban a parecerse, y eso lo
hizo agarrarse a la chimenea.
Dios santo, ¡aquello era una locura!
En la vida habría imaginado que pudiera ocurrirle algo
así. Nunca pensó que Jasmina fuera capaz de jugar tan
sucio. ¿Era padre y tenía que enterarse de ese modo?
Al ver al pequeño, Tom se encaminó hacia la mujer y,
cogiendo entre sus brazos al chiquillo, lo besó con cariño en
el moflete y musitó:
—Hola, Cacahuete.
El niño sonrió al oír su voz. Era un bebé de dos meses
muy sonriente. En cuanto la mujer se marchó del despacho,
Liam, que no había podido moverse, se disponía a decir algo
cuando Tom se le adelantó.
—Recuerdo que, cuando nació, la primera vez que lo cogí
en brazos me olió a eso: a cacahuete —afirmó con una
sonrisa.
Liam no sabía si reír o llorar. Estaba tan desconcertado
que no lograba reaccionar.
—Quiero a Jan —agregó Tom—. Es un niño precioso,
maravilloso y encantador al que le gusta mucho la música.
Le relaja escucharla. Tiene cantantes favoritos que hacen
que deje de llorar: Bruno Mars, Miley Cyrus o Harry Styles.
Pero su canción preferida es Can’t Take My Eyes Off You en
la versión de Joseph Vincent. Es una buena opción para
calmarlo o hacerlo dormir. Prefiere el chupete con el borde
naranja a los otros. Pero, por desgracia, este maravilloso
niño no es mi hijo biológico, aunque yo lo quiera como tal.
Percibir la pasión con que Tom hablaba del pequeño le
erizó el vello de todo el cuerpo a Liam. Y saber que ya de
tan pequeño lo calmaba la música lo hizo resoplar. Aquello
era muy propio de la familia Acosta. Sin embargo, siseó
enfadado:
—Y como no es tu hijo biológico, ¿tiene que ser mío?
Tom suspiró. Entendía que estuviera en shock, a él mismo
le había sucedido. No obstante, la situación tampoco le
resultaba fácil, e indicó:
—Tiene heterocromía azul y marrón en el mismo ojo que
tú. ¿Acaso no es para pensarlo?
Liam no contestó. Sabía que tenía razón, pero se negaba
a aceptarlo.
—Aun así, comprendo tu desconcierto —prosiguió Tom—.
A mí mismo me costó admitirlo. Sin embargo, créeme,
deberías averiguar si este niño es tu hijo, porque mío no es
y, que yo sepa, en esa época Jasmina solo estuvo contigo y
conmigo.
Liam tomó aire sin apartar la mirada del bebé. Aquello
que estaba pasando no podía ser cierto. Y cuando iba a
decir algo, Tom continuó:
—Mis padres me enseñaron a ser justo con los demás, y
sabiendo lo que sé tenía que llamarte y darte la oportunidad
de ser su padre si realmente lo eres y lo deseas. —El
pequeño hizo un gracioso bostezo y Tom añadió—: Dicho
esto, tú decides. Pero quiero que sepas que, si la respuesta
es «no», será un no para siempre, porque daré a Jan de alta
en el registro como hijo mío y ya no habrá marcha atrás.
La respiración de Liam estaba tan acelerada como su
pulso. Sin poder evitarlo, se acercó al bebé, que al verlo lo
miró y le sonrió. Esa sonrisa tan dulce y llena de bondad le
puso el vello de todo el cuerpo de punta, pues le recordó a
la expresión de su madre y de su hermano Naím y a los ojos
de su padre y de él mismo.
Pero ¿qué locura era aquella?
¡¿Un hijo?! ¡¿Cómo iba a tener él un hijo?!
Sin poder dejar de mirarlo, su mente pensaba a toda
velocidad. El niño que Tom tenía sonriendo entre sus brazos
podía ser hijo suyo. Un hijo que Jasmina le había ocultado y
al que, si de verdad era de él, por supuesto que debía
criarlo. Los Acosta cuidaban los unos de los otros, y él no lo
abandonaría por nada del mundo.
—Me haré la prueba de paternidad —declaró con
seguridad.
Tom asintió, dio un beso al pequeño en la cabeza y luego
murmuró con tristeza:
—Gracias. Es lo mínimo que se merece Jan.
Los dos hombres se miraron fijamente unos instantes.
Estaba claro que el respeto que su madre no le había tenido
lo tenían ellos con él. Pero sabían que el resultado de
aquello les cambiaría la vida a los tres.
Y así fue. La vida les cambió cuando, setenta y dos horas
después, la prueba reveló que Liam era el padre biológico
de Jan. Y, sin decir nada a su familia, pues no sabía ni por
dónde empezar, y con la ayuda de los abogados de Tom, dio
de alta a Jan Acosta en el registro civil de Los Ángeles para
poder llevárselo después a España.
¿Cómo reaccionarían sus familiares cuando apareciera
con el niño en Tenerife?
Por otro lado, a Tom todo aquello le estaba partiendo el
corazón. Le costaba una barbaridad separarse de aquel
pequeño, al que adoraba, pero era consciente de que había
hecho lo correcto. Era lo que tocaba. Y cuando, pasados los
días, todo estuvo solucionado, acompañó a Liam y al
chiquillo al Aeropuerto Internacional de Los Ángeles en un
coche de alquiler con los cristales tintados para que nadie
pudiera verlo y reconocerlo.
Una vez allí, sin apearse, o comenzarían las fotos y las
preguntas indiscretas por parte de los periodistas que
pudiera haber rondando, el actor abrazó a Jan con mimo y
cuchicheó:
—Cacahuete..., te voy a echar mucho de menos.
Liam lo miró emocionado. Ver el amor que aquel hombre
le prodigaba al pequeño le demostró que el divo divino de
mal carácter del que hablaba la prensa no era tal. Tom Blake
era un tío tan normal como él, con sus buenos y sus malos
momentos.
—Puedes llamarme siempre que quieras saber de él —
susurró.
Tom afirmó con la cabeza intentando contener sus
emociones. Pero hacerlo era difícil, mucho, y cuando una
lágrima escapó de sus ojos, Liam añadió incapaz de callar:
—Tom, siempre serás bien recibido en nuestra casa.
El actor asintió. La emoción no le permitía hablar. Si lo
hacía, se derrumbaría. El engaño y la ambición de Jasmina
habían causado mucho dolor.
Entonces la puerta del vehículo se abrió unos centímetros
y ante ellos apareció Remedios, la mujer que se ocupaba del
pequeño Jan.
—Señor, ¿para cuándo sacó mi boleto de vuelta? —
preguntó mirando a Liam.
Liam la miró. Por suerte, aquella había accedido a
acompañarlo en el vuelo a España con Jan. Él solo no se
atrevía a hacerlo. ¿Cómo se iba a encargar del niño sin
ayuda? ¿Y si se le caía? En la vida se había imaginado
teniendo que hacer algo así. Y si lloraba en el avión, ¿cómo
lo hacía callar? ¿Cómo saber cuándo quería dormir o tenía
hambre? Todo aquello atormentaba a Liam, por lo que,
sacando de una carpeta unos papeles, se los entregó a la
mujer y dijo:
—Para dentro de una semana, como acordamos.
Remedios asintió y, mirando a su marido, que esperaba a
su lado, se lo dijo. Su familia estaba en Los Ángeles, y
aunque Liam había intentado convencerla para que se
quedara con él y el pequeño al menos seis meses en
España, ella se negó. Tendría que encontrar a alguien una
vez que llegara a Tenerife.
—Gracias, señor. —Ella sonrió.
A continuación cerró la puerta del vehículo y Liam, al ver
cómo Tom le cantaba con cariño al pequeño aquella melodía
que sabía que le gustaba, sonrió. ¿Tendría que aprendérsela
él también? ¡Ni loco! En silencio, observó hasta que acabó
y, viendo al pequeño sonreír, musitó:
—No hay duda de que le gusta esa canción.
Tom asintió y, tomando aire, afirmó:
—Le encanta. Te lo dije.
Ambos miraron al pequeño, que se chupaba una mano.
Entonces Liam, entendiendo la pena del actor, declaró:
—Tom, me gustaría que te consideraras parte de esta
familia.
Oír eso hizo que él lo mirara, y Liam afirmó con
seguridad:
—Creo que a Jan le encantará tenerte en su vida. ¡Un tío
actor y famosísimo! —Ambos rieron y Liam prosiguió—: Así
que he pensado que...
No pudo terminar. Emocionado, Tom estrechó a Liam con
el pequeño Jan entre sus brazos y murmuró:
—Gracias. No sabes cuánto significa esto para mí.
Ambos sonrieron sin decir nada. Por suerte, como
personas adultas, habían solucionado lo que Jasmina había
estropeado. Y, tras un último beso del actor al pequeño en
la cabeza, le entregó el niño a Liam y susurró:
—Intentaré no ser un tío muy pesado y consentidor.
Él sonrió. Si algo le había demostrado aquel hombre, al
que todo el mundo catalogaba como un divo insoportable
del cine, era humanidad y empatía.
—Ni se te ocurra regalarle un Ferrari rojo por su sexto
cumpleaños o la tendremos —replicó.
—Me contendré —afirmó aquel sonriendo.
Con cariño y gratitud, Liam y Tom se dieron la mano
mirándose a los ojos. Entre ellos había nacido algo bonito y
verdadero. Y entonces el actor dijo besando por última vez
la manita de Jan:
—Que tengáis un buen viaje.
—Así será —aseguró Liam.
—Quiérelo y cuídalo mucho —insistió Tom.
Liam lo miró. Solo habían bastado unos pocos días para
adorar ya a ese pequeño desconocido que ahora era su hijo.
—Con mi vida —declaró.
Una vez que bajó del vehículo con el niño en brazos y
este arrancó, al mirar al pequeño y verlo babear
rápidamente se lo tendió a Remedios. No quería que le
manchara la chaqueta del traje. Además, ella lo entendía
mejor que él. Luego la niñera se despidió de su marido y de
su hija, con los que quedó en regresar al cabo de una
semana.
En su compañía y la del bebé, Liam, que iba
impecablemente vestido con su traje gris, entró en el
aeropuerto, desde donde partió rumbo a España con un hijo
que no esperaba y el corazón tocado por la terrible traición
de la mujer a la que había adorado.
Capítulo 1

Madrid, cuatro meses después


¡Rojo!
El semáforo está en rojo y, como no cambie pronto, me va
a pillar la lluvia.
Miro al cielo. No ha sido el mejor día para sacar mi moto,
pero venga, una cosita: seré positiva y pensaré que la lluvia
será buena conmigo y esperará a que llegue al lugar donde
he quedado para cenar. Sin embargo, con lo cabrona que es
la vida conmigo, me río yo de mi positividad...
Noto cómo vibra mi teléfono móvil en el bolsillo de mi
pantalón.
¡Verde!
Apretando el embrague con la mano, meto primera con el
pie y, tras soltar la palanca acelero, hasta meter segunda y
tercera. Por suerte para mí, pillo el resto de los semáforos
en verde. La lluvia y la vida son condescendientes conmigo
y llego hasta el aparcamiento del restaurante totalmente
seca.
Una vez que me quito el casco y me recompongo, vestida
con un top de brilli-brilli que me regaló Mercedes, mis
bonitos vaqueros y mis botas, me cierro la cazadora de
cuero negra y saco el móvil. Estoy en una aplicación de
ligoteo, y compruebo que tengo dos match: Andrés y Dani.
¡Qué monos!
Me guardo de nuevo el teléfono móvil en el bolsillo para
escribirles más tarde y entro en el restaurante donde he
quedado con mis amigos. Es el cumpleaños de Leo, que me
ha invitado junto a otros amigos, entre ellos Alessandro, un
guapo periodista con el que siempre tonteo y..., bueno,
tengo claro que esta noche el tonteo será algo más.
Al entrar, rápidamente los veo. Mercedes y Leo, mi familia
de vida, están al fondo de la sala con los amigos de este
último y, tras saludarlos con la mano, me fijo en Alessandro,
que está cañón no, ¡lo siguiente!, y que me sonríe en
cuanto me ve. ¡Mmm, me gusta!
En cuanto me acerco al grupo, enseguida abrazo a
Mercedes.
—Hola, reina —saludo.
Mi maravillosa y loca amiga sonríe, y luego cuchichea
mirándome a los ojos:
—¡Qué buenorra estás hoy!
Sin dudarlo, asiento y ambas reímos. Hace tiempo
aprendimos que nosotras somos monas y estupendas sin
necesidad de ser cuerpazos diez y, oye, ¡tener la
autoestima siempre alta es un punto extra!
Mercedes, como todo aquel que me conoce, sabe lo
mucho que sufrí a causa de Óscar, mi ex. Pero eso ya casi
se acabó. Me está costando, ¡pero lo estoy consiguiendo
porque he decidido ser valiente!
Entonces, mirando a Alessandro, Mercedes hace un gesto
de «un clavo saca a otro clavo», y yo, que la entiendo,
musito:
—Excelente opción.
—¡Esta es mi chica! —se mofa.
Ambas reímos y luego ella añade:
—Más tarde he quedado con mi amor.
Su «amor» es María, la última novia de Mercedes, que, la
verdad, es estupenda. Es diferente de todas las novias que
ha tenido: es cálida, humana, cariñosa. Me cae muy bien, y
a Leo y a Verónica también, y lo mejor es que sentimos que
quiere a nuestra amiga como se merece. Por fin Mercedes
ha encontrado a alguien que la respeta a ella y respeta sus
sentimientos. Por suerte, ya se ha olvidado por completo de
Dalila, una mujer que nunca la quiso de verdad y que
incluso la llevó a hacer alguna tontería.
—Por tanto —continúa ella—, cuando diga de ir a tomar
una copa a Melapela, necesito tu voto.
—Lo tendrás —afirmo consciente de que se refiere al pub
de unos amigos.
Asiento al instante, y entonces ella canturrea sonriendo:
—Qué potentón es Alessandroooooo.
Oír eso me hace sonreír. Me van los morenazos de ojos
negros y pelo oscuro. Vamos, que Alessandro es de la clase
de hombres algo macarrillas con los que me enrollo cuando
me viene en gana.
Cuando aquel nos mira, mi amiga cuchichea:
—Creo que esta noche vas a triunfar.
Asiento, sonrío y afirmo consciente de que yo soy de las
que van a por lo que quieren:
—Tenlo por seguro.
Ambas reímos, nos entendemos a la perfección.
En ese instante Leo, el homenajeado, se acerca a
nosotras y yo digo abrazándolo:
—Felicidades, mi amor.
Leo sonríe. Sabe que lo de «mi amor» se lo digo de
corazón, y cuando el abrazo acaba, al ver que sigo
sonriendo y que Mercedes lo hace también, pregunta:
—¿Y esas sonrisitas de cachorrillas endemoniadas?
Mi amiga y yo nos miramos, y luego ella suelta:
—Porque esta noche..., y lo diré finamente, ¡follaremos!
Al oírnos Leo parpadea con rapidez, mira a nuestro
alrededor para comprobar que no nos ha oído ninguno de
sus amigos y, cuando se dispone a gruñir, añado:
—Y creo que tú deberías hacer lo mismo.
Él resopla, nos encanta picarlo con el tema sexo.
—Haced el favor de comportaros —murmura.
—Una cosita... —empiezo a decir.
Pero no puedo continuar pues al final los tres terminamos
riéndonos.
—Echo de menos a Verónica —musita él a continuación—.
Es mi primer cumpleaños sin ella.
Mercedes y yo asentimos. Nosotras también la añoramos.
Los cuatro formamos el Comando Chuminero, pero, por
amor, Verónica se ha trasladado a vivir a Tenerife.
—Otra que estará follando con su morenazo —suelta ella
entonces.
—¡Mercedes Romero, baja la voz y no seas tan ordinaria!
—gruñe Leo.
Divertidas, nos reímos, no lo podemos remediar, y
entonces Pili, la mujer de Leo, se aproxima a nosotros y me
abraza. ¡Qué mona es Pili! Es encantadora y, lo mejor,
quiere de verdad a Leo, y eso para mí es muy muy
importante.
Ojalá que algún día yo consiga que alguien me quiera a
mí, aunque..., bueno, con mi suerte, no sé, no sé...
Tras los besos y los arrumacos, nos unimos al resto del
grupo y Leo me presenta a unos compañeros de trabajo.
Cuando llego hasta Alessandro, como ya nos conocemos,
simplemente nos acercamos y nos damos un casto beso en
la mejilla.
¡Mmm, qué bien huele el jodío!
Diez minutos después pasamos a la mesa que el
camarero nos indica y, como era de esperar, Alessandro se
acomoda junto a mí, a mi izquierda. ¡Bien! Eso nos hace
sonreír a Mercedes y a mí mientras Leo resopla consciente
de lo que estamos tramando.
Antes de sentarme en la silla me quito la cazadora de
cuero negra con todo el glamurazo que yo tengo cuando
quiero. El top deja al descubierto mis hombros, y oye, ¡a
lucirlos!, porque la celulitis que tengo en el culo..., esa
mejor no la enseño. Veo cómo Alessandro me observa con
disimulo. Le gusta lo que ve y, cuando me siento en mi silla,
él se apresura a decir:
—Me apetecía mucho verte.
Sonrío. Asiento. Y, consciente de que esta noche le voy a
quitar esa preciosa camisa negra que lleva puesta a
mordiscos, suelto:
—Pues aquí estoy.
La cena da comienzo y, junto a Mercedes, que está
sentada a mi derecha, me pongo fina filipina de jamoncito
ibérico del bueno y de todo lo que sirven. Por suerte
tenemos buena boca y, oye, sinceramente, comer es un
gran placer.
Tras la cena mi amiga sugiere ir a tomar una copa al
Melapela y yo secundo su propuesta. Alessandro también, y
Leo y Pili se nos unen. En definitiva, ¡todos al Melapela!
Afortunadamente, al salir del local y mirar al cielo soy
consciente de que ya no hay atisbos de lluvia, y,
dirigiéndome hacia el aparcamiento del restaurante, voy a
buscar mi moto. Alessandro me acompaña. Cuando ve mi
preciosa Honda CB500F roja y negra se sorprende como la
mayoría de los tíos, y eso me empodera. ¿Por qué los
hombres creen que las mujeres no sabemos conducir
motos? ¿Acaso no tenemos dos manitas, ojos, piernas y
cerebro como ellos?
Veinte minutos después, y tras haber aparcado la moto
en la puerta del local de nuestros amigos, Alessandro y yo
entramos y nos reencontramos con el resto del grupo.
Rápidamente diviso a Mercedes, que está hablando con
María, y viendo su felicidad yo también soy feliz. ¡Me
encanta la preciosa pareja que hacen! Solo hay que verlas
para saber que tienen una conexión estupenda.
Alessandro y yo nos acercamos. Como siempre, María nos
recibe con su preciosa sonrisa. Pasamos un buen rato
hablando con ellas y, en un momento dado en el que
Alessandro y María hablan, Mercedes se me acerca y
susurra:
—Es la mujer ideal para mí.
Asiento, estoy con ella. ¡Sí que lo es!
Durante un buen rato, en perfecta sintonía, todos
bebemos, reímos, bailamos. Eso sí, yo no pruebo el alcohol.
He de regresar a mi casa conduciendo mi moto y quiero
cero problemas. Pero, vamos, que para pasarlo bien no soy
de las que lo necesitan. A mí me pones música y del resto
me ocupo yo.
Como siempre, mis amigos me animan a subir al
escenario. Es un local de música en directo y karaoke,
aunque hoy esté pinchando un DJ. Soy la cantaora petarda
que siempre ameniza las fiestas. Y, bueno, como no se me
da mal cantar, voy a tirar del karaoke; al verme, el DJ para y
entono una cancioncita para Leo, el cumpleañero.
Le canto su tema preferido de Gloria Estefan: Con los
años que me quedan, que es la canción de él y su mujer.
Una preciosa y romántica balada para mi romántico amigo,
que baila con Pili mientras yo disfruto cantándola y
mirándolos.
¡Qué bonito tiene que ser quererse así!
¿Por qué no consigo yo tener mi propio final feliz?
Minutos después, tras acabar de cantar, estoy charlando
con Mercedes y María cuando comienza a sonar una
melodía por los altavoces del local y, viniéndonos arriba,
salimos a la pista a bailar el SloMo de nuestra maravillosa
Chanel. ¡Qué bien lo hizo en Eurovisión! Y cuánto se
merecían ella y sus bailarines ese primer puesto. Aunque,
bueno, para mí lo tienen, como lo tiene para mucha gente.
¡Viva Chanel!
Entre risas, Mercedes, María y yo disfrutamos a tope en la
pista mientras nos sentimos como Chanel. Y yo, que soy una
bailonga, lo doy todo. ¡Hay que ver lo que me gusta bailar!
Tras esa canción suena Ay, mamá, de Rigoberta Bandini,
un tema que odio y quiero a partes iguales por mi situación
personal, pero que entiendo que se haya convertido en un
himno feminista, algo que yo soy y a mucha honra. Y nos
venimos de nuevo arriba mientras gritamos a pleno pulmón
eso de que no sabemos por qué dan tanto miedo nuestras
tetas. ¡Que vivan nuestras tetas!
Entre risas, baile y diversión pasamos la siguiente hora
hasta que, de pronto, siento que el cuerpo se me corta al
ver entrar en el local a Óscar, mi ex. ¿Qué narices hace
aquí, con lo grande que es Madrid?
Pensar en él me desestabiliza, pero verlo más aún.
Lo observo sin que él me vea. Qué guapo se pone cuando
sonríe... Entonces se besa con una chica rubia. Ver eso,
aunque casi lo tengo superado, todavía me pica, y pienso
que esa debe de ser la novieta que su madre, Encarnita, me
dijo que tenía.
Óscar no me ve. Por suerte, va con un grupo de gente
que no conozco y se instalan lejos de mí. Pero mi lado
masoquista no me deja apartar los ojos de él mientras
siento que su presencia me desestabiliza. ¿Por qué seré así
de idiota?
Bebo de mi vaso con avidez hasta que Leo y Mercedes se
me acercan con gesto de preocupación.
—Sí, lo sé. Óscar está aquí —digo mirándolos.
—¿Estás bien? —pregunta Mercedes.
Asiento sin dudarlo, pero segundos después, cuando veo
cómo vuelve a besar a la rubia que va con él, murmuro:
—¡Joder!
Mis amigos se miran. Sufren por mí.
Pero ¿por qué me siento mal? ¿Por qué verlo me
perturba?
Y, dispuesta a que mi noche y, en especial, la noche de
Leo no se tuerzan, saco esa fuerza que sé que tengo en mi
interior, sonrío y, mirando a Alessandro, que está hablando
con Pili en la barra, exclamo:
—¡Pasémoslo bien!
En ese momento, y como caídos del cielo, Pili y
Alessandro se acercan a nosotros, y rápidamente nos
sumergimos en una divertida conversación. Eso hace que
me olvide de que mi ex está aquí, hasta que de pronto
suena la preciosa canción 100 años, de Carlos Rivera y
Maluma. Escucharla me hace sonreír. Mercedes también se
ríe. Ambas hemos cantado esa rancherita de desamor
muchas veces por culpa de nuestras antiguas parejas, Dalila
y Óscar; en especial el estribillo, que dice eso de que
aunque digan que no hay mal que dure más de cien años.
Pero ambas tenemos claro que no queremos ser las
primeras idiotas en comprobarlo.
—¿Bailamos? —me pregunta de pronto Alessandro.
Enseguida le digo que sí. Quiero bailar. Quiero pasarlo
bien. Quiero pasar de Óscar.
Gustosa, disfruto de la compañía de Alessandro mientras
bailamos. Ni él está enamorado de mí ni yo de él.
Simplemente nos atraemos, y ambos sabemos que es muy
posible que esta noche esa atracción vaya a culminar.
Tras esa canción va otra. Y tras esa, otra más. Durante un
rato Alessandro y yo charlamos. Nos seducimos.
Pero de pronto comienza a sonar Qué ironía, de Thalia y
Carlos Rivera y yo me cago en todo. ¿Por qué? ¿Por qué
tienen que poner precisamente esa canción que tanto le
gusta a Óscar?
Intento no pensar en él, olvidarlo. Pero de pronto noto una
mano en mi hombro y, al mirar y encontrarme de frente con
Óscar, no sé qué decir.
—¿Bailas conmigo, Cosita Linda? —me pregunta.
Uf, madre mía, madre mía..., lo que me entra por el
cuerpo. ¿Por qué tiene que llamarme de ese modo? ¿Por qué
tiene que acercarse a mí? ¿Por qué no me deja vivir y
recomponerme?
El tacto de su piel sobre mi piel, su mirada, la canción...
Estoy desconcertada. Mucho. Creía que no me había visto. Y
entonces, sintiendo la mirada de Alessandro, e intentando
no perder mi sonrisa, indico incapaz de rechazarlo:
—Voy a bailar con este amigo.
Alessandro asiente y sonríe. No me conoce lo suficiente
como para leer mis gestos. Y cuando Óscar pasa la mano
por mi cintura yo lo miro.
—¿A qué viene esto? —pregunto.
Óscar ríe y, con esa manera de ser suya, responde:
—He visto tu moto aparcada en la entrada.
Maldigo. No debería haber aparcado en la puerta.
—He pedido que pusieran esta canción —añade él a
continuación.
¡Joder!
Una parte de mí querría partirle la cara, pero otra parte
no. Inexplicable pero cierto. ¡Soy idiota! ¡De remate! Óscar
es el tío que más daño me ha hecho en mi vida, pero aquí
estoy, bailando esta canción mientras Leo y Mercedes me
hacen gestos para que me aleje de él.
Pero no puedo. Ahora que estoy entre sus brazos, mi
propio cuerpo no obedece a mi razón, y finalmente bailo
mientras la letra de la canción me dice lo tonta y estúpida
que soy.
Bailamos en silencio hasta que él me mira y dice:
—Cosita Linda, estás muy guapa.
Lo miro. Ay, Dios... Pero intentando contenerme,
respondo:
—Gracias por el piropo, pero, si no te importa, deja de
llamarme de ese modo.
Óscar sonríe. Me conoció en un chat hace casi cinco años
por ese ridículo nombre.
—Siempre te gustó —cuchichea.
Resoplo. Me están entrando los siete males. Soy tonta.
Imbécil. Este tío es un puñetero sinvergüenza, y cuando voy
a decirle cuatro cosas, suelta:
—Hoy he hablado con mi madre.
Vale. Su madre, Encarnita, merece toda mi atención.
—¿Qué tal está? —pregunto preocupada.
—Bien, dentro de su estado —afirma—. Me dijo que fuiste
el fin de semana pasado a Ávila a verla.
Asiento. La madre de ese sinvergüenza es la mujer más
maravillosa que he conocido en mi vida. Todo lo malo que
tiene Óscar lo tiene de bueno su madre. Encarnita es una
mujer que durante el tiempo que estuve con su hijo me
trató mejor que Luisa, mi madre biológica, me cuidó más
que él, y me niego a apartarla de mi vida: primero, porque
la quiero y ella me quiere, y segundo, porque está enferma
y en todo lo que yo pueda ayudarla, ahí estaré para ella.
—Te echo de menos.
Según suelta eso, estoy por partirle la cara.
Oy... Oy... Oy... Odio que me chantajee de ese modo. Lo
sabe. Pero aun así sigue haciéndolo.
—Si tú quisieras —añade—, yo...
—No —lo corto.
—Una última oportunidad —insiste.
Suspiro. Resoplo. Volver con él sería mi gran error. Y,
conteniendo la mala leche que esto me provoca, murmuro:
—Mira, Óscar, una cosita...
Cuando digo eso, se ríe y murmura:
—Uis, cielo, ya me conozco tus cositas...
Le voy a dar. Al final le voy a dar...
—Olvida lo que acabas de proponer y no vuelvas a
mencionarlo siquiera —replico.
Me mira. Lo miro. Cuando nos mirábamos así
terminábamos poseyéndonos como animales. Pero no, eso
se acabó. Aunque sé que las últimas veces he sido yo la que
lo ha utilizado a él para mi propio disfrute.
Estoy pensando en ello cuando suelta:
—Este fin de semana, Rosa y yo...
—¡¿Rosa?!
—Mi chica. —Asiento y él continúa—: Iremos a Ávila a ver
a mamá.
¡Vaya tela!
Hace dos segundos me pide una nueva oportunidad y
ahora me sale con lo de la tal Rosa... ¿Es para matarlo o no?
Tomando aire por la nariz, miro hacia la derecha e
imagino que Rosa es la rubia que nos mira con atención.
—Cosita Linda —dice él entonces—. Te echo mucho de
menos y...
—Por favor, Óscar, ¡vale ya! —protesto.
Él calla, noto que me mira de una manera extraña, y
luego añade:
—Tengo que decirte algo que espero que no te tomes a
mal.
Bueno, bueno, bueno... Cuando dice eso es para echarse
a temblar. Aunque, en fin, después de todas las trastadas
que me hizo mientras estuvimos juntos, nada de lo que diga
me va a sorprender. Y entonces suelta:
—Rosa está embarazada y posiblemente nos casemos.
Según oigo eso siento cómo todo mi cuerpo se rebela.
¡¿Qué?! ¿Óscar se va a casar? ¿Y va a ser padre, cuando yo
se lo propuse y me dijo que no? ¿En serio?
Ostras, ostras, ostras... ¡Pues sí que me ha sorprendido!
El estómago se me retuerce. Se me retuercen todos los
músculos del cuerpo. No sé qué decir. No sé qué hacer. Solo
sé que tengo que alejarme de este hombre o al final
acabará conmigo.
Pero, vamos a ver, ¿cómo este sinvergüenza me suelta
hace dos segundos que si yo quiero, y ahora me dice que va
a ser padre y se va a casar? ¿Cómo se entiende eso?
Tomo aire por la nariz mientras, mentalmente, intento no
comportarme como la de la película Carrie y quemar el local
con mi furia. Durante un tiempo pensé que él era mi
persona especial. El amor de mi vida. El padre de mis
soñados hijos. Pero no. No lo es. Y con cada acción que hace
me lo deja más claro.
Entonces, de pronto, con un hilo de voz consigo
balbucear:
—Enhorabuena.
Óscar sonríe, niega con la cabeza e indica:
—Imagínate lo contenta que se pondrá mi madre cuando
se lo diga. Siempre ha querido nietecitos.
Asiento, tiene razón. Encarnita siempre quiso tener
nietos. Pero, conociéndola, y sabiendo lo mucho que me
quiere, no sé si en este caso se alegrará. E incapaz de
callar, pregunto:
—¿Cuánto tiempo llevas con Rosa?
—Cinco meses. Pero, oye, ¡muy intensos! —asegura.
Sin saber por qué, me río. Yo estuve cinco años con él. Y
ahora, tras solo cinco meses con la tal Rosa, no solo se casa
sino que también va a ser padre. Y susurro con acidez
tocándome la cicatriz que tengo en la frente:
—Como dice la canción, ¡qué ironía!
Óscar no contesta. Me conoce, sabe que cuando me toco
la cicatriz de la frente es mejor callar; cuando por fin la
canción acaba, me aparto de él y digo tomando aire:
—Que seas muy feliz.
—Cosita Linda...
Me rebelo. Odio que me llame así. ¡Basta ya!
—Si vuelves a llamarme así, te tragas los dientes —siseo
enfadada.
Y, sin más, me doy la vuelta y me dirijo hacia el baño.
Necesito echarme agua en la cara para despejarme un poco
o juro que, como Óscar se me vuelva a acercar, no voy a
tener el control que he tenido.
Entro en el baño y antes de que la puerta se cierre
Mercedes ya está ahí. Me mira en silencio y yo digo:
—Lo odio.
—Normal. Es un asco de tío.
—Se va a casar.
—¡¿Qué?!
—Y va a ser padre.
Mercedes parpadea. Su sorpresa es tan grande como la
mía.
—¡Qué despropósito! —murmura.
Nos estamos mirando sin decir nada cuando de pronto la
puerta del baño se abre y veo que entra la rubia que
acompaña a Óscar. La tal Rosa me mira, me sonríe. Y yo no
puedo hacer otra cosa que devolverle la sonrisa. Ella no
tiene la culpa de nada, y menos de haberse enamorado de
un sinvergüenza como él. Así pues, me acerco a ella y digo:
—Enhorabuena, Rosa. Ya me ha contado Óscar.
De inmediato la joven me mira y repone:
—Disculpa, pero yo no me llamo Rosa. Soy Graciela.
Cuando dice eso cierro los ojos. Me toco de nuevo la
cicatriz de la frente. ¿En serio? Y, dándome la vuelta, miro a
Mercedes y cuchicheo:
—¿Es o no es para matarlo?
—¡Será cabronazo!
Y, sin poder contenerme, salgo del baño hecha una furia.
Mercedes, que me conoce, se apresura a seguirme y
susurra:
—Para, que te he visto tocarte la cicatriz de la frente.
Resoplo.
—¿Qué vas a hacer? —insiste mi pobre amiga.
Mi cabreo es tremendo. Pero ¿cómo puede tener tan poca
vergüenza?
¿En serio le está poniendo los cuernos a Rosa, que está
embarazada, con Graciela, y minutos antes me estaba
tirando los trastos a mí? ¡¿En serio?!
Y sin contestarle a Mercedes, me acerco hasta Óscar, que
al verme sonríe, y sin pararme a pensar, le suelto tal
derechazo que siento que me he destrozado la mano.
¡Joder, qué daño!
Él da un traspié hacia atrás. Me mira aterrado y yo, no
contenta con eso, me acerco a él, le cojo los huevos con la
mano derecha y, retorciéndoselos con ganas, siseo ante su
gesto de horror:
—¿Qué narices haces con Graciela si la que está
embarazada es Rosa y te vas a casar con ella? ¿Y qué
narices haces tirándome los trastos a mí? —Él no contesta.
No puede—. Por Dios, Óscar, ¿cuándo vas a cambiar?
¿Cuándo vas a dejar de romper corazones? —Boquea como
un pececillo asfixiado y yo añado—: Si vuelves a acercarte a
mí o a llamarme «Cosita Linda», te juro que... que...
Óscar aúlla, grita de dolor. Por suerte, con la música tan
alta que suena en el local no se le oye. Pone los ojos en
blanco. Sé que lo que le hago le duele más que el puñetazo
que le he dado. ¡Que se joda! También me dolió a mí hasta
el alma y a él le dio igual. Pero cuando siento que las
piernas le flaquean, lo suelto. Él cae al suelo de rodillas y,
cuando me mira y va a hablar, grito:
—¡Como digas una sola palabra, te tragarás la punta de
mi bota!
Y se calla. No dice nada. Me conoce muy bien y sabe que
estoy muy muy enfadada. Dicho esto, me doy por satisfecha
y me vuelvo, y Mercedes, que sigue ahí, afirma:
—Estoy por patearle los huevos.
Eso me hace reír. Sin duda, no tener a mi lado a un
hombre como Óscar es lo mejor que podría pasarme. Y
cuando Leo se acerca a nosotras junto a una sorprendida
María, Mercedes suelta con mofa:
—Se ha tocado la cicatriz...
Leo me mira. Quien me conoce sabe lo que eso significa.
Y yo, con gesto angelical, digo frotándome los nudillos de la
mano derecha:
—Lo siento, pero no he podido contenerme. Me ha pedido
una nueva oportunidad y, cuando le he dicho que no, me ha
soltado que va a ser padre y se va a casar, y precisamente
no es con la chica rubia con la que está ahora mismo.
Horrorizado, Leo mira a Óscar, que continúa en el suelo,
con la tal Graciela de rodillas junto a él. Lo que digo:
conociéndolo, le parecerá un horror.
—No sientas nada, cielo —dice en cambio—. Poco le has
dado para lo que ese imbécil se merece.
Al oír eso sonrío de nuevo y, acercándome a Alessandro,
que está hablando con el grupo, le quito la copa de las
manos, él me mira y yo doy un trago. Cuando termino,
pregunto deseosa de irme de aquí y de sexo para
desfogarme:
—¿Me acompañas a casa?
Como imaginaba, él accede sin dudarlo y, ante el gesto
de sorpresa de Leo por mi descaro y la risa de Mercedes,
nos despedimos del grupo y salimos del local.
Media hora después, tras conseguir que Alessandro casi
se mee en los pantalones por la rabia que yo llevaba
mientras conducía mi moto, llegamos a mi casa, aparcamos
en el garaje y subimos a mi piso. Al abrir la puerta mi
perrete se acerca rápidamente y yo, agachándome, lo cojo
entre las manos y saludo:
—Hola, Tigre.
El perro, que es negro y no pesará más de kilo y medio,
se vuelve loco de felicidad ante mis mimos, y Alessandro se
mofa mirándolo:
—Mucho nombre para tan poco perro...
Asiento sonriendo y, tras darle un beso a Tigre, lo dejo de
nuevo en el suelo. Luego paso las manos alrededor del
cuello de aquel y sugiero:
—¿Qué tal si tú y yo lo pasamos bien?
Alessandro asiente, se olvida del perro y, acercándome a
su cuerpo, posa su boca sobre la mía y me besa.
Mmmmm, ¡sabía yo que iba a besar bien!
Un beso. Dos. Adiós, cazadoras. Tres besos. Cuatro. Adiós,
top y camisa.
Mientras nos desnudamos lo conduzco hasta mi
habitación. Menudos abdominales tiene Alessandro, ¡madre
mía!
Al llegar, me quito el sujetador al tiempo que lo miro
fijamente. Sé que tengo unos pechos bonitos, y cuando su
boca va directa a ellos, cierro los ojos y me recreo. ¡Oh, sí!
Mientras disfruto del momento, mis manos desabrochan
el cinturón de su pantalón, como él desabrocha el cinturón
del mío. Los dos estamos ávidos de deseo, y creo que en
esta ocasión vamos a pasar de los preliminares.
Me quito las botas, él se deshace de los zapatos y,
segundos después, nuestros pantalones y nuestra ropa
interior vuelan por la habitación. Él saca entonces un
preservativo de su cartera, se lo pone a la velocidad de la
luz y, cogiéndome entre sus brazos, guía su pene hasta el
centro de mi deseo y se hunde en mí.
Mmmmm, ¡sí!
De pie en el centro de mi dormitorio, los dos nos damos
gusto, nos movemos buscando nuestro placer y disfrutamos
como dos locos mientras lo miro y pienso en el idiota de
Óscar... ¿Por qué no podré quitármelo de la mente?
Soy una romántica empedernida de esas que aún creen
en el amor y en poder encontrar a esa persona especial que
ilumine tu vida. Durante años pensé que esa persona
especial era Óscar. A pesar de sus trastadas yo misma lo
idealicé y, la verdad, fue un error. Mi gran error. Pero si de
algo estoy segura es de que ya no estoy enamorada de él.
He reunido los pedazos de mi corazón y lo he recompuesto,
y ahora solo tengo que conseguir que su presencia no me
desestabilice.
De pronto Alessandro me apoya contra la pared. Mmmm,
¡me gusta! No habla. Parece concentrado en lo que hace, y
yo, que estoy sumida en mis propios pensamientos, lo
disfruto. Sí, ¡que no pare! Sus acometidas se aceleran. Noto
cómo sus pulsaciones y su respiración se atropellan, y
siento que estamos cerca del clímax.
Tras un último empellón en el que él suelta un jadeo de lo
más morboso, lo beso. Qué bien ha estado el momento
sexo.
Tras el primer asalto, que ha empezado en la entrada de
casa y ha terminado contra la pared de mi habitación, llega
un segundo en la ducha de lo más fogoso. Y, tras el tercero
en la cama, cuando veo que son las cinco y diez de la
madrugada, con diplomacia y salero le hago saber lo tarde
que es, y él rápidamente pilla la indirecta.
¡Anda que no tiene tablas el periodista!
Minutos más tarde, después de intercambiar nuestros
números de teléfono, que hasta el momento no teníamos, y
de que este se pida un taxi, nos damos un rápido beso de
despedida de esos sin compromiso y nos decimos adiós.
Otro amiguito más que va para mi chorboagenda.
Una vez que se marcha y cierro la puerta de casa, sonrío.
Pero entonces me acuerdo de Óscar y maldigo... ¿Por qué
sigo pensando en él?
Como cada noche, tras lavarme los dientes, cojo a Tigre
en mis brazos y, juntos, nos metemos en la cama, donde
nos arropamos con mi precioso edredón y nos quedamos
dormidos. Bueno, Tigre antes que yo..., y con lo pequeño
que es, ¡ronca que da gusto!
Capítulo 2

—¡Madre mía, qué fresquíbiri!


Sonriendo a pesar del frío que hace en marzo en Madrid,
saludo al entrar en el local a mis amigos Leo y Mercedes,
que me besuquean más que otros días porque saben que
hoy, precisamente hoy, lo necesito.
Enseguida me pido una Coca-Cola y, al ver un plato de
tortilla sobre la mesa, cuchicheo:
—Pero bueno, ¡si tardo un poco más, no me dejáis nada!
—¡Este, que es un ansias! —indica Mercedes.
Leo la mira, yo me río y, como todos sabemos
perfectamente que el ansias es Mercedes, él indica
mirándome:
—Amara, da gracias porque la he parado... Si hubiera sido
por ella, no habría dejado ni las miguitas de pan.
Miro a Mercedes haciéndole un gesto retador y ella
sonríe. Me gusta verla feliz.
—Tomo nota —le advierto.
Los tres reímos y en ese preciso instante suena mi
teléfono. Esperamos una videollamada y, al ver de quién se
trata, rápidamente lo cojo y los tres saludamos:
—¡Holaaaaaaaa!
Al otro lado del teléfono está nuestra buena y mejor
amiga Verónica, quien encontró en Naím al hombre de su
vida y se ha trasladado a vivir a Tenerife.
¡Que viva el amor, que mueve el mundo!
Siempre quiso vivir en la playa y, sin duda, ¡ahora se va a
hartar de ella!
Contenta de verla tan morenita y con esa feliz sonrisa,
pregunto:
—¿Qué tiempo hace por allí?
—Mejor imposible —afirma enseñándonos el bonito día
que hace en las islas.
Divertida, asiento y, al verla sonreír, prosigo:
—¿Cómo está mi bloquecito deshelado?
Todos reímos. Ese mote es porque mi amiga ha pasado de
ser un bloque de hielo a todo lo contrario. Está claro que el
amor, y en su caso Naím, la ha transformado.
—Bien, pero os echo mucho de menos —responde.
Leo y Mercedes asienten como yo. Los cuatro formamos
el Comando Chuminero y, aunque eso es inamovible y
hablamos por videollamada dos veces a la semana, que uno
de nosotros esté tan lejos nos apena.
—Nosotros sí que te echamos de menos a ti —dice Leo.
—¿Qué tal la fiesta de cumpleaños? —pregunta Verónica.
Rápidamente se lo contamos todo con pelos y señales.
Saber que vi a Óscar la hace enfadar, pero termina muerta
de la risa al enterarse de cómo acabó el encuentro. Dicho
esto, Leo sigue contándole los pormenores de la fiesta: los
regalos, los invitados...
Más tarde le preguntamos por Zoé, su hija, a la que tuvo
cuando era una adolescente de quince años y que es
nuestra niña consentida. Vive en Nueva York con su noviete
y, según nos dice Verónica, está feliz, y más ahora que ha
retomado sus clases de danza.
Estamos hablando sobre ella cuando Mercedes de pronto
suelta:
—Le he pedido a María que se case conmigo..., ¡y ha
dicho que sí!
Al oír eso, todos la miramos. ¡¿Qué?!
—Pero ¿qué me estás contando? —murmuro.
Ella asiente y luego añade tomando aire:
—Sé que solo llevamos unos meses juntas y que puede
parecer algo precipitado, pero quiero a María, ella me quiere
a mí y..., ¡joder, que nos casamos!
—¿Y no podéis iros a vivir juntas? —sugiere Leo.
Mercedes niega con la cabeza y, con una sonrisa que nos
desarma a todos, musita:
—Lo quiero todo con ella y ella lo quiere todo conmigo. Y,
la verdad, mi corazón me dice que María es el amor de mi
vida.
Los cuatro nos quedamos en silencio. Ninguno sabe qué
decir, y Mercedes, viendo nuestro desconcierto, indica
dirigiéndose a Leo y a mí:
—A ver, ¡vosotros sois los románticos! ¡Alegraos por lo
que acabo de contaros!
Mi amigo y yo intercambiamos una mirada. Tiene razón.
Nosotros somos los romanticones del grupo.
—Vale —dice entonces Leo—. Nos alegramos. Pero ¿no
crees que casarte es algo precipitado?
Mercedes asiente, pone esa cara de patito que a todos
nos enamora y luego musita:
—La amo con locura. Y ya sabéis que ¡yo! soy de locuras.
Oír eso me hace sonreír. Soy una enamorada del amor y,
consciente de que yo me habría casado con Óscar en mil
ocasiones, sin pensar en nada más, abrazo a mi amiga.
—Dime cuándo y dónde, ¡y allí estaré! —afirmo.
Verónica y Leo se suman de inmediato a mis palabras y,
sin esperarlo, nos vemos hablando sobre la boda que
nuestra amiga quiere celebrar dentro de unos meses.
—María es la mujer de mi vida —cuchichea al cabo—. Es
buena, encantadora, paciente, me quiere..., y si a eso le
añades que tiene los pechos más bonitos que he visto en mi
vida y que...
—¡Mercedes Romero, para! —protesta Leo.
—¡Leo Morales! —se mofa la aludida—. ¿Me estás
diciendo que no te has fijado en los preciosos pechos de mi
futura mujer?
Leo resopla, pone los ojos en blanco y a continuación
murmura:
—¡La madre que la parió!
Verónica y yo nos reímos divertidas. Si algo nos gusta a
las tres es chinchar a Leo. A diferencia de nosotras, él es
bastante puritano en lo que a sexo se refiere.
—¡Quiero saberlo todo! —exclama entonces Verónica.
Como siempre, nos salimos con la nuestra y el pobre Leo,
durante un buen rato, escucha lo que Mercedes tiene que
decir de su futura mujer y lo que Verónica cuenta de su
chico. Cuando acaban, se dirige a mí y pregunta con
retintín:
—¿Y tú no tienes ninguna burrada que decir?
Divertida, asiento y me mofo:
—Alessandro, ¡espectacular! ¡Qué movimiento de
caderas...!
Verónica y Mercedes se parten de risa. Leo no. Él
simplemente nos mira y, tras ponerse en pie, dice
alejándose para ir al baño:
—No sé por qué os sigo soportando.
Una vez que se va, las tres nos miramos y yo cuchicheo
con complicidad:
—Pobre... Cualquier día nos manda a la mierda.
Durante unos minutos seguimos hablando de la boda
íntima y divertida que quiere organizar Mercedes. Yo
participo de la conversación, pero también sé que estoy
más callada de lo normal. Entonces mi amiga se interrumpe
y me dice:
—Yo aquí hablando de mi boda cuando hoy,
precisamente, no estás tú para celebraciones.
Según dice eso, tomo aire. Hoy es un día complicado para
mí.
—No pasa nada, reina —le aseguro.
—Amara... —susurra Verónica.
Intentando sonreír, suspiro. Mis dos amigas y Leo son mi
familia, mi máximo apoyo.
—Tranquilas, reinas —suelto—. Sabéis que puedo con esto
y con más. Óscar, Luisa o Jesús no me quitan el sueño.
De inmediato el gesto de mis amigas cambia. Luisa y
Jesús son esos a los que debería llamar «padres». Mis
amigos saben la complicada y tensa relación que tengo con
ellos. E intentando quitarle importancia al tema indico:
—Como siempre, será media horita complicada, pero
quiero ir.
Noto la mano de Mercedes sobre la mía. Siento su calor,
su amor, como a través de la pantalla siento el cariño de
Verónica, que pregunta:
—Amara, ¿por qué sigues haciéndolo?
Sonrío con tristeza. A mis padres les da igual si existo o
no. Me encojo de hombros y murmuro con rabia mientras mi
mano va derecha a la cicatriz de mi frente:
—Porque quiero que se jodan.
—A mi modo de ver, la que se jode eres tú... —indica
Mercedes.
Suspiro. Sé que tiene su parte de razón, pero no quiero
entrar en debate. Ya son muchos años hablando sobre el
tema, y este año me niego.
Las tres nos miramos en silencio. Los problemas
familiares nunca son fáciles. Y a continuación Verónica
pregunta:
—¿Tu mano está bien?
Sonriendo, asiento.
—Menudo derechazo le metió a ese sinvergüenza —suelta
Mercedes.
Las tres nos reímos. Yo no soy de las que se andan con
chiquitas.
—¿Óscar ha vuelto a llamarte? —pregunta Verónica.
Afirmo con la cabeza, me ha enviado varios mensajes a
través del móvil, pero respondo:
—Tranquilas. Paso de él.
Verónica tose. Mercedes se rasca el cuello y yo, dispuesta
a cambiar de asunto, digo en ese tono de humor que
siempre utilizo para que mi vida sea mejor:
—Y acabando con esos temas tan aburridos, he de
deciros que he tenido dos match con dos hombres
monísimos y posiblemente quede con ellos para cenar
cualquier día de estos.
—¡Estupendo! —exclama Mercedes.
Sonrío. Sonríen. Sé que querrían que siguiéramos
hablando de lo otro, pero, como siempre, me respetan.
Entonces añado enseñándoles mi teléfono:
—Andrés. Madrid. Pastelero. Guaperas. Treinta y seis
años. Y Daniel. Barcelona. Bombero. Interesante. Atractivo.
Cuarenta y cinco años. ¡Este me pone mucho!
—El bombero tiene un buen meneo —cuchichea Mercedes
después de ver sus fotos.
Sin dudarlo, asiento divertida.
—Y lo mejor es que esto es sin cepillo de dientes ni
compromiso —digo.
Las tres reímos, y luego Verónica pregunta:
—Amara, ¿cómo va lo de encontrar trabajo?
Suspiro. ¡Vaya tela con los trabajos!
Tenía dos. El primero e importante, como enfermera en un
hospital privado, en la planta de maternidad. Pero, al tener
que renovarme el contrato, mi puesto se lo dieron a la hija
de un médico. Y el segundo era dando clases de natación
sincronizada a niños, algo que se acabó cuando la piscina
donde las daba cerró. Por tanto ahora mismo me encuentro
en paro y buscando.
—La cosa está complicada —musito. Y, consciente de algo
que llevo pensando hace tiempo, añado—: Justamente esta
mañana he estado mirando la bolsa de trabajo internacional
y he encontrado algo como enfermera en Suecia, pero sería
para octubre. Y...
—¡¿Suecia?! —me corta Mercedes—. ¿Qué se te ha
perdido a ti en Suecia?
—Perdido..., no he perdido nada —replico—, pero seguro
que allí encuentro algo interesante.
Según digo eso, las tres nos reímos, y luego Mercedes
insiste:
—¡Ni hablar! ¡No quiero que te vayas!
—A ver. —Intento tranquilizarla—. Si lo dices por tu boda,
ten muy claro que no me la perderé por nada del mundo.
Pero, reina, tengo que pagar la luz, el agua, la hipoteca de
mi casa..., y para eso necesito trabajar. ¿O acaso te ha
tocado la lotería y lo vas a pagar tú todo?
Mercedes resopla.
—Puedo vivir sin muchos lujos durante un año con el
dinero que tengo —continúo—, pero necesito trabajar o el
dinero se me acabará, y no me veo viviendo debajo de un
puente.
Me río. Ver su cara me hace reír. Omito decir que
marcharme lejos es algo de lo que ya he hablado varias
veces con Verónica. Creo que poner tierra de por medio
entre Luisa y Jesús y yo, y, por supuesto, hacer lo mismo
con Óscar me vendrá muy bien para mi alma y mi corazón.
Pero entonces Mercedes exclama:
—Mira lo que te digo: ¡ni se te ocurra irte a Suecia!
—Los nórdicos nunca te han gustado. Tú eres más de
morenos —oigo que afirma Verónica.
—Ese es un gran punto a favor: ¡que allí no habrá
morenos! —matizo feliz.
En ese momento vuelve Leo y Mercedes se apresura a
soltar:
—Oye, ¡que esta petarda está pensando en irse a vivir a
Suecia!
Él me mira, se sienta y, levantando las cejas, gruñe:
—¡Ni se te ocurra! —y con gesto de enfado prosigue—:
Verónica en Tenerife. Tú en Suecia... Pero ¿qué narices está
pasando?
Miro a Verónica a través del teléfono. Ella entiende mis
motivos, y ambas nos reímos hasta que de pronto esta dice:
—A ver, tranquilidad, ¡que no cunda el pánico!
Pero Mercedes y Leo ya se han alterado. No les hace
gracia lo que he dicho, y lo entiendo. Siempre quisimos
estar los cuatro juntos, envejecer cerca los unos de los
otros, pero la vida es la vida, y contra ella no se puede
luchar. Entonces Verónica, que tiene más tablas que un
tablao flamenco, hace una broma; yo la sigo, Mercedes
continúa y dos minutos después ya estamos riendo y todos
se han olvidado del tema.
Después de un buen rato de videollamada con Verónica
durante el que hablamos de todo y más, tras despedirnos
de ella me despido también de Leo y de Mercedes poco
después. Les repito una y mil veces que estoy y estaré bien.
Se preocupan por mí. Quieren venir conmigo, pero no se lo
permito. Esto es algo que yo y solo yo debo hacer.
Una vez sola, entro en una floristería y compro una
margarita. Solo una. Con ella en el interior de mi cazadora
monto en mi moto y me dirijo hacia la Casa de Campo de
Madrid. Allí, al llegar a un punto que conecta con el parque
de atracciones, sonrío. Ahora no, pero hace años, siendo yo
una niña, por allí había un hueco por el que nos colábamos
para disfrutar de la feria. Y, tras emocionarme por los
bonitos recuerdos que acuden a mi mente en tromba, saco
la margarita del interior de mi cazadora, la dejo en el suelo
y comienzo a entonar la canción Love of My Life de Queen,
esa que tanto le gustaba.
Emocionada, canto entre sollozos y, cuando acabo, una
vez que me seco las lágrimas de los ojos, musito:
—No hay ni un solo día que no piense en ti.
Y, mirando el tatuaje que llevo en la cara interna de mi
muñeca derecha, en el que se lee «Love of My Life» por él,
susurro:
—Lo sé. Algún año será el último. Pero está claro que no
es este.
Minutos después, y haciendo de tripas corazón, me dirijo
hacia mi preciosa Honda CB500F, me monto en ella y voy
hasta el barrio de mi niñez, Aluche, que es donde siguen
viviendo esos que según lo que dicen unos papeles son mis
padres.
Con amor, antes de subir al que fue mi hogar, paso a ver
a dos de mis vecinas. Y digo dos porque otras ya no viven
aquí o por desgracia han muerto. Y, como siempre, me
comen a besos. Son maravillosas.
En cuanto me despido de ellas voy también a casa de mi
vecina Maribel a tomarme un cafelito, como ella dice.
Maribel es una mujer viuda desde su juventud, que no tiene
hijos, y más que mi vecina es mi familia. Mi madre. Si no
hubiera sido por ella, sinceramente no sé qué habría sido de
mí. Como siempre, me pone al día de todo y, después, con
fuerzas renovadas, subo a la que fue mi casa.
Cuando Jesús abre la puerta, su gesto no cambia. Ni una
sonrisa. Ni un cariño. Ni un beso. Ni un abrazo... ¡Nada!
Simplemente me mira y suelta levantando la voz:
—Aquí está.
Dicho esto, da media vuelta y se sienta en su butaca de
cuero marrón para seguir viendo algo que dan en la
televisión. Está claro que le interesa más que yo. Veo que
Luisa sale de la cocina. Su aspecto es tan dejado y
desastroso como el de Jesús. Me mira de arriba abajo y, al
ver que llevo el casco de mi moto en la mano, dice:
—Cualquier día te matarás.
Bonitas palabras después de estar un año sin verme.
Acto seguido, y sin beso ni abrazo tampoco, entra donde
está Jesús, abre la ventana y se enciende un cigarro. Con su
actitud me demuestran que, una vez más, mi visita no es
bien recibida. Desde la puerta valoro su frío recibimiento.
Siempre que llega este momento me pasa lo mismo y
pienso: «¿Qué hago aquí? ¿Por qué sigo martirizándome?».
Pero al final, consciente de por qué he venido, decido entrar.
Después de cerrar la puerta dejo el casco de la moto
sobre la silla que hay en el recibidor y, como cada año, me
fijo en la esquina desconchada de la pared. Ver el destrozo
que nunca arreglaron me hace tomar aire, y cuando entro
en el salón pregunto:
—¿Qué tal todo?
Ellos me miran. Lo lógico sería que se interesaran por mí,
por mi vida. Joder, la hija soy yo. Pero no, con ellos eso
nunca ha sido así. Decido no comentarles siquiera lo de
Suecia. ¿Para qué, si les dará igual?
Sedienta, sin decirles nada, paso a la cocina a por un
vaso de agua. Me desagrada ver cómo viven. Aunque me
molesta más todavía mirar al suelo y saber que bajo una de
esas baldosas guardan la mierda que venden, y que eso los
ha llevado al calabozo más de una vez.
Durante unos segundos pienso en ello. Luego, dispuesta a
mencionarles algo que con seguridad ni siquiera recuerdan,
regreso al salón y digo mirando el tatuaje de mi muñeca:
—Hoy hace veinticuatro años.
Dicho esto, y viendo que no contestan, saco un paquete
de tabaco de mi bolsillo, me enciendo un cigarro y entonces
Luisa suelta:
—¿Es necesario que vengas cada año a recordarlo?
Asiento. Para mí es totalmente necesario. Sé que mi
hermano estará enfadado conmigo por hacer esto, pero aquí
sigo. Aquí estoy, año tras año, del mismo modo que, año
tras año, le prometo a Raúl que será el último.
Luisa y Jesús fueron los típicos jóvenes porreros y
descontrolados a los que sus familias casaron cuando ella se
quedó embarazada de mi hermano mellizo Raúl y de mí.
La relación con ellos siempre fue fría, complicada,
impersonal. Desde pequeños nos hicieron sentir que éramos
un incordio. Crecer junto a unos padres que se dedicaban a
vender drogas no fue fácil. Mucha gente nos rechazaba por
algo que hacían ellos, y eso fue algo que yo llevé de una
manera y Raúl de otra muy distinta.
Mientras yo, por mi carácter y mi forma de ser, supe que
no quería drogas en mi vida, con Raúl fue diferente. Por
desgracia, mi hermano, mi maravilloso hermano Raúl, al
que le encantaban las motos y era la persona más buena
del mundo, pero al tiempo también la más débil, cayó en las
drogas por culpa de mis padres. En esa maldita lacra que a
tantas buenas personas se ha llevado por delante. Y aunque
siendo una niña me desviví por cuidarlo y protegerlo todo lo
que pude, cuando teníamos catorce años, un 30 de marzo,
Raúl murió de una sobredosis de heroína en la cama de
nuestra habitación.
Recuerdo el momento justo. Eran las tres menos diez de
la tarde. Yo llegué del instituto. Como siempre, Luisa y Jesús
estaban con sus amigotes consumiendo en la calle, sin
preocuparse de si mi hermano y yo comíamos. Y yo, que
sabía que él había faltado a clase, tras buscarlo por el barrio
y no encontrarlo, dejé la mochila en el suelo del recibidor al
llegar a casa y me dirigí a nuestra habitación.
Al entrar todo estaba oscuro. Ventana cerrada, persiana
bajada. Vi su cuerpo tumbado sobre la cama. A Raúl le
encantaba dormir. Molesta con él, subí la persiana
regañándolo, pero al mirarlo de pronto la vida me cambió en
un instante cuando comprendí lo que mis ojos veían y, sin
acercarme a él, supe que Raúl estaba muerto.
Chillé asustada. Fui hasta él. Le pedí que se despertara.
Que abriera los ojos. Y al no conseguirlo, salí corriendo en
busca de alguna vecina. Pero al llegar a la puerta tropecé
con mi mochila, me caí y me di en la cabeza con una
esquina de la entrada, que, del golpe, se desconchó. Al
instante noté que algo corría por mi cara. Era sangre. Pero
eso no me frenó. Me levanté. Abrí la puerta. Bajé corriendo
a casa de mi vecina Maribel y ella, al verme, como siempre,
me atendió, subió a mi casa para corroborar lo que yo le
estaba diciendo, llamó a una ambulancia y fue a buscar a
mis padres. El resto lo recuerdo vagamente.
Ese fue el primer día en que de verdad los odié y pasaron
a ser Jesús y Luisa. ¿Por qué yo, siendo una niña, había
tenido que encontrar a mi hermano muerto de ese modo?
¿Por qué ellos no se habían comportado como unos padres?
¿Por qué no me habían ayudado a cuidar de Raúl?
Tres días después, tras hacerle la autopsia, me vi
diciéndole adiós antes de incinerarlo, con siete puntos en la
frente, de la mano de Maribel y junto a Jesús y Luisa, que no
lloraron y cuyas únicas palabras fueron: «Una preocupación
menos».
¿Cómo que «una preocupación menos»? Por Dios, ¡era su
hijo, mi amado hermano...!
Esa noche, en casa y dolida por todo, tuve la mayor
discusión que he tenido en la vida con ellos. En realidad solo
he tenido una y no pienso tener más. Siendo una cría de
catorce años, les eché en cara todo lo que jamás les había
reprochado, y fue tal la herida que me ocasionó esa
discusión que la poca relación que había entre nosotros se
acabó.
Varios días después nos avisaron para ir a recoger las
cenizas de Raúl y, consciente de que ellos nunca irían a
buscarlas porque no les interesaban, fui yo, y, sin decirle
nada a nadie, las esparcí en la Casa de Campo de Madrid
mientras, entre hipidos, cantaba su canción preferida, Love
of My Life, de Queen. Fue cerca del parque de atracciones,
un sitio del que siempre tendré bonitos recuerdos vividos
con él que nunca olvidaré.
Con Jesús y Luisa malviví durante años, aunque
realmente me pasaba más días en casa de Maribel que con
ellos. Dormir en el cuarto que había compartido con Raúl, y
donde yo lo había encontrado muerto, me resultaba
imposible. Me faltaba el aire. Por ello Maribel me dio cobijo,
comida y amor. Ella se preocupó de que mi vida fuera
mejor, e incluso me consiguió una plaza en una piscina
donde practicar natación sincronizada. Según ella, eso
lograría que me desfogara. Y así fue.
A los diecisiete yo ya era muy independiente. Trabajaba
en todo lo que podía para subsistir y, sin ganas de seguir
soportando que Jesús y Luisa me siguieran robando el
dinero que ganaba, el mismo día que cumplí los dieciocho,
sin decirles nada, recogí mi guitarra y mis cuatro cosas y,
ayudada por Maribel, que no consiguió frenarme, tirando de
mis pequeños ahorrillos me fui a vivir a un piso compartido
con otras chicas en el mismo barrio.
A partir de ese momento decidí buscar una vida mejor
que la que tenía. Odiaba las drogas. No quería saber nada
de ellas, y fue por entonces cuando aparecieron Verónica,
Leo, Mercedes y Zoé y sus respectivas familias. Junto a
Maribel y la natación, ellos me ayudaban. Durante años la
natación se convirtió en mi refugio, hasta que por desgracia
me lesioné y, ante la imposibilidad de sufragar la operación
que debía hacerme, esta se acabó.
En un principio fue un palo. Mi vida estaba encaminada a
ese deporte, pero, reinventándome de nuevo, decidí
estudiar Enfermería para poder ayudar a los demás.
Con el tiempo apareció Vasile en mi vida y más tarde
también Encarnita, la madre del idiota de Óscar, quienes,
junto al que ya estaba en mi corazón, puedo decir que son
mi verdadera familia, y no la que me tocó por sangre.
Sin embargo, nunca he olvidado al amor de mi vida, mi
hermano Raúl. Y por ello, todos los años, el 30 de marzo voy
a ver a esos dos extraños a los que la gente llama «mis
padres» para que, con mi incómoda presencia, jamás
olviden que Raúl existió y que ellos no lo cuidaron.
Durante una tensa media hora que yo misma controlo
mirando el reloj que hay sobre el televisor, los tres
permanecemos en absoluto silencio. El aire se podría cortar
con unas tijeras. Hasta que, al cabo, me acerco a donde he
dejado mi casco, lo cojo y, tras mirar el desconchón de la
pared donde me abrí la cabeza aquel horroroso día y que
nunca se molestaron en arreglar, me marcho sin decir adiós.
No se merecen ni que los mire.
Cierro la puerta a mi espalda y tomo aire. Ya no lloro.
Hace años que dejé de derramar lágrimas por ellos. Según
bajo por la escalera, oigo que la puerta de Maribel se abre y,
cuando quedo ante ella, abre los brazos y me estrecha entre
ellos con todo su amor. ¡Qué grande es mi Maribel!
Media hora después, tras asegurarle que estoy bien, me
despido de ella, me encamino hacia mi moto y, sonriendo
por Raúl y por mí, prosigo con mi vida y vuelvo a pensar con
más ahínco en lo de Suecia.
Capítulo 3

Han pasado diez días. En este tiempo me he informado


mejor sobre el viaje a Suecia y, si quiero, tengo un puesto
de trabajo asegurado el 15 de octubre en Sundsvall, en un
hospital llamado Sundsvalls Sjukhus. ¡Menudo
nombrecito...! Tras pasear a Tigre por El Retiro, comprarme
una revista de motos y pasar por el búrguer, recibo varios
mensajes del imbécil de Óscar. Quiere verme, hablar
conmigo. Pero yo ni le contesto.
¿Por qué no me dejará en paz y se olvidará de mí?
Antes de llegar a mi casa veo en la esquina a Vasile, que
está tocando su violín. Es un hombre de sesenta y cinco
años que vino de Rumanía hace quince en busca de una
vida mejor junto a una pequeña maleta y su violín. Lo conocí
una tarde de hace diez años en la que, al llegar a mi casa,
un maldito ladronzuelo me dio un tirón del bolso y, gracias a
Vasile, que estaba tocando el violín en la esquina, pude
recuperarlo.
A partir de ese día Vasile comenzó a formar parte de mi
familia. Siempre que puedo lo invito a comer a casa, al cine
o a pasar la tarde sentados en El Retiro hablando de música.
También lo ayudé a encontrar un sitio donde vivir, pues se
alojaba en una pensión de mala muerte. Al ser extranjero
nadie se fiaba de él, pero al final a través de un amigo de un
amigo conseguí un pisito pequeño en Vallecas en el que
vive muy feliz.
Vasile es un apasionado de la música y, como a mí me
encanta, pasamos ratos agradables escuchando canciones
desde mi móvil. Y, oye, he aprendido mucho sobre música
clásica y él de música moderna.
Cuando me acerco a él sonríe al verme. Gustosa, escucho
la pieza de música clásica que está interpretando y, una vez
que acaba, me guiña el ojo y para mi sorpresa comienza a
tocar The Joker and the Queen, del fantástico Ed Sheeran.
¡Madre mía, qué preciosidad!
El último día que estuvimos juntos en el parque le hice
escuchar esa canción desde mi móvil. ¡Es tannnnnn bonita!
Y está visto que la ha preparado para mí. Vasile es
maravilloso, es un tipo estupendo, y siempre he pensado
que habría sido un padre excelente.
Encantada, lo escucho mientras me acerco a él sin
ninguna vergüenza y canturreo la melodía. La gente se
detiene al oírnos. Sé que no canto mal. Tengo buen oído. Y,
complacida, disfruto entonando esa bonita y triste canción
mientras él toca el violín.
Cierro los ojos. Me gusta sentir la música cuando noto que
me sale del corazón, y sin duda ahora es así, pues el bufón
que hay en mí ya no tiene relación con Óscar.
Cuando la canción acaba, tras recibir aplausos y animar a
los viandantes que se han parado a escucharnos a que le
echen unas monedas en la gorrilla, miro a mi buen amigo, le
doy un beso en la mejilla y, enseñándole una bolsita que
llevo en la mano, anuncio:
—Hamburguesa con queso y doble ración de patatas. ¿Te
lo comes aquí o subes a casa?
Vasile sonríe, pero mirando a su alrededor dice:
—Hoy hace un día espléndido y he de aprovechar la
afluencia de gente, aunque gracias por la hamburguesa.
Asiento, lo comprendo. Tocar música en la calle para
sobrevivir es su trabajo. Y, con complicidad, dejo la bolsa
con la hamburguesa sobre una pequeña banqueta que tiene
a su lado.
—Ten un excelente día —digo guiñándole el ojo.
Vasile me sonríe y, después de que Tigre se despida
también de él, mi perro y yo nos dirigimos hacia mi casa.
Una vez allí, nada más entrar voy a poner música. Miro en
Spotify las listas de reproducción que tengo y..., bueno, casi
todo es de estilo romántico. Soy una romántica
empedernida. Pienso qué poner. Y cuando mis ojos pasan
por la de Pablo Alborán, niego con la cabeza. Me encanta
ese intérprete tanto como mi Manuel Carrasco, pero sus
románticas canciones de amor son tan reales y me tocan
tanto el corazón que lo tengo vetado desde hace tiempo. Lo
siento, Pablo.
Al final, dejando mi teléfono a un lado, pongo la radio y
sonrío al oír que suena Bam Bam, de Camila Cabello y Ed
Sheeran.
¡Qué buen rollito me da esa canción!
Gustosa, me siento sobre la encimera de la cocina de mi
casa mientras Tigre, que es un perro bailón, parece bailar y
yo me río divertida. ¡No me digas que no es gracioso ver a
mi perro a dos patas bailando conmigo!
Estoy riendo con Tigre cuando oigo que suena mi teléfono
móvil. Está sobre la mesa y, al ver que se trata de Verónica,
me apresuro a cogerlo y la saludo mirando la otra
hamburguesa que he comprado para mí:
—¡Hola, reina!
Siempre me ha gustado oír la risa de mi amiga. Adoro a
Leo y Mercedes, los cuatro juntos somos una gran familia,
pero entre Verónica y yo siempre ha existido una
complicidad especial, como la que existe entre ellos dos.
Camino hacia el sofá, donde me siento mientras hablo
con mi amiga. La pongo al corriente de cómo fue el
encuentro con Luisa y Jesús y le hablo del puesto de trabajo
que me han ofrecido en Suecia, hasta que de pronto dice:
—Oye, yo te llamaba para hacerte una proposición
indecente.
—Mmmm, ¡me gusta! —me mofo.
Ambas reímos, y ella prosigue:
—Sé que, además de para trabajar, quieres irte a Suecia
para poner tierra de por medio entre Óscar y tú, ¿verdad?
Sin dudarlo, asiento.
—Te ha faltado mencionar a Luisa y a Jesús —añado—. Y,
sí, creo que me vendrá muy bien marcharme una
temporadita de Madrid para coger aire.
Sin ver a Verónica, pero conociéndola, la imagino
asintiendo.
—Tengo una propuesta laboral para ti, en Tenerife —
suelta de pronto—. ¿Qué te parece?
Según lo dice, asiento con la cabeza. Está claro que
Tenerife pone tierra de por medio entre aquellos y yo.
—¿Pagan bien? —pregunto.
—En mi opinión, creo que sí.
Me río.
—Parezco una pesetera, pero ¿cuánto pagan? —insisto.
—Dos mil euros al mes. Además de casa y comida gratis.
Asiento. En Suecia me pagarían mil quinientos al mes, y a
eso tendría que descontarle el piso compartido y la comida,
así que indico:
—Me parece muy interesante lo que dices... ¡Soy toda
oídos!
Tigre se sube a mi regazo. Lo que le gusta al jodío estar
encima de mí.
—¿Recuerdas lo que te comenté sobre la paternidad de
mi cuñado Liam? —comenta Verónica a continuación.
—¿Hablas del guaperas tiquismiquis?
—El mismo —afirma ella.
Rápidamente asiento. No conozco a Liam en persona.
Nunca he coincidido con él, aunque sé de su existencia.
—¿Te refieres a lo del hijo que de pronto apareció porque
la madre del niño mintió diciendo que era del buenorro de
Tom Blake pero resultó ser de tu cuñado? —pregunto.
—¡Exacto!
—Madre mía, ¡qué culebrón!
—Y tanto —concuerda Verónica.
—No quiero ni pensar lo que tiene que ser encontrarte
con algo así —me mofo.
—¡Un caos! —oigo que cuchichea.
En silencio, cabeceo. La llegada de un bebé a cualquier
familia debe de ser siempre un caos, así que no quiero ni
imaginarme cuando un bebé aparece de la noche a la
mañana.
—Antes de nada —dice entonces Verónica con cierto
apuro— has de saber que el trabajo sería cuidando al
pequeño. Y..., bueno, aunque quizá no sea lo que más
deseas...
—Es un trabajo muy bien pagado y lejos de Madrid,
Verónica —repongo.
—Naím y yo le hemos hablado de ti a Liam. Él valora
mucho que seas mi amiga y, sobre todo, enfermera. Y, oye,
me consta que paga bien. Y..., bueno, vivirías en una
preciosa casa frente al mar y, lo mejor, ¡cerca de donde yo
estoy, por lo que podríamos vernos!
Sonrío. Sin duda, pinta bien.
—Una cosita... —tercio—. ¿Tu cuñado no tiene quien cuide
al niño?
Según digo eso y oigo el silencio al otro lado del teléfono,
me río y cuchicheo:
—Vamos, suelta eso que no me has contado...
Verónica se ríe.
—Mi cuñado es un pelín especialito —dice.
—¿Especialito en qué? —pregunto con curiosidad.
Oigo que ella resopla y, bajando la voz, añade:
—Es muy exigente con todo lo que tenga que ver con Jan.
Además, ya te conté que su familia lo llama por el apodo de
don Limpio y Ordenado..., aunque si se te ocurre decírselo,
¡te mato!
Eso me hace reír. Limpia soy. Ordenada es otra cosa. Y,
dispuesta a saber más sobre el trabajo, indico:
—Mira, dale mi número de teléfono, dile que me llame y...
—Estoy en su casa y lo tengo a escasos metros de mí
hablando con Naím —me corta—. ¿Qué te parece si te lo
paso ahora y lo habláis?
—¡¿Así, sin más?!
—Es trabajo, Amara. Mejor ahora que en otro momento.
Asiento y me mofo. Recuerdo que, aunque no conozco a
Liam, Verónica siempre dice que, a diferencia de Naím, este
siempre va impoluto, vestido con trajes, por lo que me
mofo:
—¿Crees que debo hacerme un peinado especial y
ponerme un traje para hablar con él?
Mi amiga se carcajea al oírme y, bajando la voz, suelta:
—Liam es un hombre que llama mucho la atención entre
las féminas. Ya te lo conté, ¿verdad?
—Sí. Pero, si mal no recuerdo, me dijiste que físicamente
no tiene nada que ver con Naím.
—Nada en absoluto. Mi chico es moreno y este es más de
pelo y ojos claros.
Asiento y sonrío.
—Perfecto —indico—. Estoy inmunizada contra los rubios.
Oigo la risa de mi amiga. Sabe que lo que digo es cierto.
Nunca, pero nunca, nunca me he fijado en un rubio.
—¿Tiene redes sociales? —cuchicheo interesada—. Lo
digo para verlo.
Verónica vuelve a reír y musita:
—No, cielo. Es de los que pasan de eso.
Cabeceo. No es la única persona que conozco que pasa
de las redes sociales.
—Reina, pues mándame alguna foto para conocerlo —
insisto.
—¡Espera! Creo que tengo alguna en el móvil.
Acto seguido se hace un silencio; al cabo recibo un
mensaje en el teléfono y, tras abrir la fotografía adjunta,
veo a un tipo alto de pelo claro, con gafas de sol y
exquisitamente vestido con un bebé en los brazos.
—Soy más de morenos algo macarrillas —murmuro.
—Lo sé.
—Demasiado trajeado y repeinado. No me va.
—Ya. Por eso te propongo este trabajo.
Eso me hace gracia. Verónica sabe muy bien qué tipo de
hombre me gusta.
—Espera —añade—. Voy a pasarte con él.
—¡Vale!
—Te quiero.
Oír eso me hace gracia. Decirnos que nos queremos es lo
más normal del mundo entre nosotras. Cuando voy a
contestar Tigre da un salto para bajarse de mi regazo, el
teléfono se me cae al suelo y, maldiciendo, lo cojo y, tras
comprobar que no se me ha roto la pantalla, murmuro:
—Yo sí que te aisloviu locamente a ti mucho... mucho...
mucho...
Percibo un silencio extraño al otro lado de la línea y de
repente:
—¿Perdón?
Al oír la voz de un hombre, resoplo. Verónica ya debe de
haberle pasado el móvil a su cuñado, y algo agobiada
indico:
—Ay, por Dios, disculpa, estaba hablando con Verónica, se
me ha caído el teléfono y he pensado que seguía ella al
teléfono.
El silencio prosigue, y añado apurada:
—Soy Amara López, la amiga de Verónica..., y me estaba
comentando lo de...
—Encantado, señorita López —me corta—. Soy Liam
Acosta. Yendo a lo que nos ocupa, quiero que sepa que no
contrato a nadie para cuidar de mi hijo sin conocerlo. Sin
embargo, en este caso me urge y haré una excepción al
venir recomendada por Verónica y mi hermano y saber que
es usted enfermera.
Asiento. Me gusta oír eso a pesar de su seriedad. Y,
siendo consciente de cómo él ya ha marcado las distancias
entre ambos, tiro de esa educación que mi Maribel me dio y
respondo:
—Un placer, señor Acosta.
No sé si aquel asiente o no, pero prosigue:
—Busco a alguien responsable para trabajar interno en
casa, que sepa cuidar a un bebé con esmero y dedicación.
Tendrá ocho días libres al mes. Sería dada de alta en la
Seguridad Social y el sueldo que ofrezco son dos mil euros
netos mensuales, más alojamiento y comida.
Según oigo eso, asiento. Está claro que es una buena
oferta de trabajo. Asegurada. Dos mil euros limpios.
Manutención y alojamiento gratis. Es como poco tentador.
—En caso de aceptar, ¿cuándo debería comenzar? —
pregunto.
En un tono de voz autoritario y seguro, oigo que él
responde:
—La niñera que lo cuida ahora nos dejará pronto. Me
interesaría que usted estuviera aquí dentro de una semana.
Querría que mi hijo, Jan, la conociera antes de que la niñera
se marche.
Vale. Tengo que arreglarlo todo en una semana.
—¿El contrato de cuánto tiempo será? —digo a
continuación.
—De entrada, tres meses. Si pasado ese tiempo a ambos
nos conviene, se lo haré de seis y, superados esos nueve
meses, mi intención es que sea indefinido. Quiero
estabilidad para mi hijo con una persona responsable.
Asiento, lo entiendo, y, mirando a Tigre, indico:
—Señor Acosta, necesito comentarle algo importante
para mí.
—Usted dirá.
—Tengo un perro pequeño que...
—La casa tiene un gran jardín y yo también tengo perros
—me corta—. No hay problema con que lo traiga, siempre y
cuando su perro esté educado y sepa controlarlo.
Sonrío. Estoy a punto de preguntarle qué significa según
él que el perro esté educado, pero cuando voy a hacerlo
oigo que dice:
—La paso con Verónica. Espero su respuesta entre hoy y
mañana. Un placer conocerla, señorita López.
Dicho esto, me deja boquiabierta. ¡Pero si le iba a decir ya
que sí!
—¿Cómo ha ido todo? —pregunta entonces mi amiga.
Oír su voz me reconforta.
—Parece muy serio tu cuñado, ¿no? —cuchicheo.
Ella se ríe.
—Liam es un cielo, aunque todo lo que tenga que ver con
el niño lo lleva a rajatabla. Se ha tomado muy en serio su
papel de padre y a veces, la verdad, es agobiante. Parece
que él es la única persona que tiene un bebé a su cargo en
el mundo.
Asiento. En el fondo, saber eso me complace.
Precisamente por cómo yo me crie, me gusta que un
hombre se implique tanto en la educación de su hijo.
—Iba a decirle que aceptaba el trabajo —indico—, pero...
—¡Ay, Dios, qué ilusión! —exclama ella.
Su felicidad es también la mía, y pregunto:
—¿Por qué se han ido las otras mujeres que cuidaban al
niño si la oferta de trabajo es tan buena?
Verónica resopla, oigo sus pasos al caminar, por lo que
imagino que se está apartando de Liam y de Naím.
—La primera —dice— porque a Liam le informaron de que
metía hombres en la casa cuando debería estar cuidando de
Jan. La segunda, porque Liam se percató de que algunas
tardes se le olvidaba dar de merendar al pequeño. La
tercera, porque se pasaba el día entero de postureo en
Instagram en vez de cuidar al niño...
—Madre mía —me mofo.
—La cuarta, porque se preocupaba más de beber vino
que de cuidar a Jan, y esta quinta, que era la que más
estaba durando, porque ha decidido regresar a su país.
Asiento. Sin duda, o no ha tenido mucha suerte con las
mujeres que ha contratado o el tipo no es fácil de soportar.
—¿Cuánto tiempo lleva la quinta? —pregunto.
—Mes y medio.
Vuelvo a asentir. Cuidar a un bebé es lo mío. Lo hacía
todos los días en el hospital. Y, obviando los problemas que
puedan surgir, exclamo:
—¡Verás cuando se lo digamos a Leo y a Mercedes!
Verónica se ríe.
—¡Tenerife no es Suecia! Aquí estarás conmigo.
—También tienes razón —afirmo encantada. Y, mirando a
mi alrededor, musito—: Me apetece mucho cambiar de
aires, la verdad. —Ambas sonreímos, y añado—: Cerraré la
casa hasta mi regreso, y en cuanto dejemos de hablar
comenzaré a mirar qué tengo que hacer para llevarme a
Tigre, mi moto, la guitarra y algunas otras cosas a Tenerife.
—Yo te lo explico —dice Verónica—. Al fin y al cabo, hace
nada que me traje a Paulova y mis cosas a la isla. Luego te
mando un correo con la agencia de viajes que me lo
organizó todo. Y en cuanto a Tigre, al ser pequeño podrás
llevarlo en la cabina contigo, metido en un trasportín.
Asiento, tiene razón. Y, segura de mi decisión, suelto:
—Dile a tu cuñado que acepto el trabajo y que dentro de
una semana estaré allí.
—¡Genial! —exclama—. Te alojarás en mi casa hasta que
comiences el trabajo. A Naím le encantará.
Asiento y sonrío.
Cinco minutos después, tras despedirnos, sonrío de nuevo
mientras pongo música en mi Spotify y empieza a sonar
About Damn Time, de Lizzo y me pongo a bailar de felicidad
abrazando a Tigre. Tengo trabajo. Me van a pagar
maravillosamente bien, voy a estar cerca de Verónica, me
voy a alejar de personas que son tóxicas para mí y voy a
vivir en la playa... Como dice la canción, creo que voy a
estar muy bien. ¡Sin duda, es un excelente plan!
Capítulo 4

Cuando aterrizo en el aeropuerto de Tenerife con Tigre


metido en su trasportín, estoy feliz. Un cambio de aires
siempre viene bien. Y, sin duda, alejarme de muchas cosas
me irá genial.
Mientras espero a que salga el equipaje, enciendo mi
móvil y, al hacerlo, recibo dos mensajes de Óscar. ¡Joder! Y,
por lo que leo, intuyo que su madre ya le ha dicho que me
he marchado. Menos mal que no le dije adónde...
No entiendo nada. No comprendo a Óscar. Con él es un
quiero y no puedo y, aunque yo intento aclararme, él me
desconcierta. Me desconcierta mucho, y más aún cuando
leo su mensaje, que dice:
¿Adónde has ido?

Leer eso me duele. Hace que algo dentro de mí se


destroce. Debería bloquearlo, pero no puedo. Si le ocurriera
algo a Encarnita, quiero saberlo, y si no lo bloqueo tengo
clarísimo que es por eso.
Sin contestarle a Óscar, mando mensajes a su madre, a
Maribel y a Vasile y, después, al grupo del Comando
Chuminero, para decirles lo mismo.
Mis amigos rápidamente responden. Leo y Mercedes se
quedaron desconsolados en el aeropuerto de Madrid. Fueron
a despedirme y se pusieron a llorar y, claro, yo, que soy
muy empática, pues lloré también. ¡Vaya tres llorones! ¡Ni
que me fuera a la guerra! Aunque, bueno, al final
terminamos riendo. Nosotros somos así.
Una vez que salen mis maletones junto a mi guitarra y
me cuelgo el trasportín con Tigre a la espalda, me encamino
hacia la salida como una mula de carga.
¡Madre mía, qué cargada voy!
Según se abren las puertas, ahí está mi Verónica con una
gran sonrisa, junto a Naím, que sonríe también.
¡Qué parejita tan mona! Y qué maravilla que en la vida de
mi amiga apareciera una persona tan encantadora y
romántica como Naím.
Tras darnos besos y abrazos hasta hartarnos, mis amigos
me ayudan con el equipaje y nos dirigimos hacia su
vehículo, un todoterreno oscuro, donde metemos los
maletones y la guitarra.
—Oye, una cosita... —digo cuando terminamos de
cargarlo todo—. ¿Cuándo podré recoger mi moto?
—Espero que no te importe —responde Naím mientras se
pone el cinturón de seguridad—, pero he dado la orden de
que nos la lleven a mi casa mañana por la mañana.
—¡Genial! —exclamo encantada.
Gustosa y feliz, saco a Tigre del trasportín para que deje
de lloriquear. Luego Naím, mirándome por el espejo
retrovisor, dice:
—¿Qué te parece si escuchamos un poco a nuestro
Carrasco?
Asiento encantada. Entre risas y aplausos abrazo a Naím
desde atrás y, cuando comienza a sonar la canción Sabrás
de nuestro Manuel Carrasco, los tres, incluida Verónica,
empezamos a cantarla a pleno pulmón y yo sonrío feliz,
consciente de que vivir en Tenerife será un nuevo comienzo
para mí, aunque esa canción me recuerde a Óscar. Desde
luego, nadie nunca lo querrá como lo quise yo.
Al llegar a El Sauzal, que es donde viven Verónica y Naím,
me sorprendo. ¿En serio viven en este sitio tan bonito y en
esa casa tan espectacular?
Sin dar crédito, recorro la casa con Verónica, mientras
Naím se encarga de hacer las presentaciones entre Donut,
su perro, un golden retriever precioso, y Tigre, el mío.
En un momento dado, cuando estamos en la bonita
terraza que da al mar, tomo aire y, observando el rostro feliz
de mi amiga, susurro:
—Te veo muy bien.
Verónica asiente. Por un problema que tuvo en el pasado,
ella se había cerrado al amor, hasta que apareció Naím. Y,
mirando hacia donde él está con los dos perros, murmura:
—Nunca imaginé que pudiera existir alguien tan
maravilloso y especial.
Encantada, sonrío; el amor es una maravilla cuando es
correspondido. Sacando esa vena romántica que tengo,
musito:
—Ojalá algún día yo encuentre quien me bese el corazón
de esa manera tan especial.
Mi amiga sonríe. Sabe tan bien como yo que soy una
jodida romántica empedernida, y que si algo he deseado
siempre ha sido una preciosa historia de amor.
—Si yo lo he encontrado siendo la tía más escéptica del
mundo en ese aspecto —dice—, ese alguien especial
también aparecerá para ti antes o después.
Ambas sonreímos nuevamente y, cuando le suenan las
tripas a Verónica, Naím indica mirándonos:
—Creo que es hora de ir a comer, antes de que la fiera
que hay dentro de mi niña salga y nos devore.
Divertidos los tres, tras comprobar que Donut y Tigre no
se van a matar, nos montamos de nuevo en el coche y me
llevan a un guachinche típico de la zona, donde pido pollo a
la brasa y unas berenjenas con miel que..., madre mía,
madre mía, ¡qué ricas están!
Durante la comida Naím recibe una llamada.
—Era Liam —comenta cuando cuelga—. Dice que
vayamos a su casa sobre las siete. Antes, imposible, pues
tiene que resolver un asunto de trabajo. Me ha sugerido que
luego podríamos salir a cenar algo los cuatro. Reservará en
ese restaurante que tanto te gusta —añade dirigiéndose a
Verónica.
Ella asiente, sonríe y, mirándome, cuchichea con mofa:
—Mi cuñado también me mima.
Dicho esto, mi amiga propone ir a otro sitio a comernos
un helado, pero uno de esos en copa, con nata, sirope y
toda la fantasía que te puedas imaginar. Me llevan a un
lugar impresionante, desde donde se ve el mar, a
zamparnos unas copas de helado de esas que saben a
vacaciones en la playa.
A las siete menos cuarto los tres nos levantamos, nos
dirigimos al vehículo de Naím y, entre risas y confidencias,
vamos a la casa del que será mi jefe. Tengo ganas de
conocerlos a él y al niño.
Durante el trayecto Verónica me va informando de por
dónde vamos. Veo un cartel que dice EL SAUZAL, y Verónica
me indica que Liam vive también por allí. Callejeando,
llegamos hasta una impresionante urbanización de casas de
líneas modernas, y cuando Naím para el vehículo soy
consciente de algo: ¡yo voy a alojarme aquí!
Emocionada, miro a mi alrededor. Esto no tiene nada que
ver con la calle de Madrid en la que vivo. Verónica, que
parece leerme el pensamiento, sonríe. Y, bajándose del
coche como yo, me coge del brazo y cuchichea:
—Ahora estamos en la playa y tenemos que disfrutarlo.
—¡Ya te digo yo que lo vamos a disfrutar! —afirmo
gustosa.
Ambas reímos. En la vida imaginamos que podríamos
vivir algo así.
—Mañana he quedado para cenar con Jonay y su chico —
dice ella entonces—. Y después iremos a un sitio a bailar
salsita. ¿Qué te parece?
—Pues me parece un excelente plan. —Sonrío feliz.
—Por cierto, de mi casa a la tuya hay veinte minutos en
coche.
—En moto, doce —aseguro.
Verónica asiente mientras Naím, acercándose a la garita
de vigilancia, indica:
—Id entrando. Ahora voy.
Encantada, sigo a Verónica. ¡Estoy flipando! Entonces mi
amiga susurra con picardía:
—Ese es Agoney, el vigilante privado de esta zona.
Sorprendida, miro al hombre. Alto. Canoso. Con cara de
mala leche...
—Agoney fue quien informó a Liam de lo que hacía la
primera niñera —murmura a continuación.
—¿La que metía hombres en la casa?
Mi amiga asiente y yo tomo nota. Como se suele decir, ¡la
información es poder!
Después de que Verónica llame al portero automático, la
portezuela se abre y, al entrar, veo un magnífico y cuidado
jardín y a un señor cortando el césped. Madre mía, qué
maravilla.
—Ahí viene Pepa —dice mi amiga.
Al mirar, veo una preciosa golden retriever como Donut
que corre hacia nosotras. Su ímpetu es tremendo, y
Verónica exclama divertida:
—¡Esta loca nos tirará!
Estoy mirándola cuando veo que aparece otro retriever
con la misma impulsividad y, con gesto de «vamos a salir
rodando como albóndigas», pregunto:
—¿Y el otro quién es?
—Pepe —dice Verónica—. Son hermanos de Donut.
Los perros nos alcanzan y comienzan a saltarnos por
todos lados, mientras nosotras reímos y los saludamos. Los
animales se vuelven locos con los saludos y, como era de
esperar, terminamos por el suelo muertas de la risa por la
efusividad de aquellos, que nos llenan de lametazos, hasta
que oímos un silbido y que alguien exclama «¡Quietos!», y
los perros se paran en seco y se sientan.
Montando un buen escándalo, Verónica y yo nos
revolcamos a carcajadas en el suelo hasta que Naím entra
en la propiedad y, mirándonos divertido mientras escupimos
el césped recién cortado, exclama:
—A ver si controlas un poquito a tus perros, Liam...
Según oigo ese nombre, aún en el suelo, miro hacia la
derecha y entonces lo veo en vivo y en directo. ¡Madre
mía..., qué pedazo de tío!
Capítulo 5

A escasos pasos de nosotros está el hombre más


interesante e impresionante que he visto en mi vida. ¿Ese
es Liam? ¿Mi jefe?
Mientras me saco unas briznas de césped de la boca, lo
observo: alto, pelo claro muy corto y unos labios que... ¡Por
Dios, qué labios tiene!
Mi corazón se acelera. Yo me acelero. ¿Qué me ocurre, si
a mí me van los morenos de toda la vida? ¡Ni que nunca
hubiera visto a hombres nórdicos e impresionantes!
Intento centrarme. Ser consciente de qué hago aquí y por
qué, pero no puedo. Mis ojos solo tienen ojos para él. Y
sonrío al ver que va impoluto, vestido con un traje gris
marengo y una camisa blanca. ¡Qué elegante..., pero qué
aburrido también!
Mientras observo cómo Naím saluda a su hermano, me
levanto junto a Verónica del suelo y, acercándome hasta
aquel, que me mira con curiosidad, me limpio las manos en
los vaqueros para quitarme los cachitos de césped y, tras
tenderle una, consigo decir entre risas:
—Hola, soy Amara, y desde ya te digo que ¡me encantan
tus perros!
Según digo eso, él se quita las gafas de sol que lleva y
veo su extraño color de ojos. ¡Guauuu, qué mirada de ángel
malote tan impresionante!
Recuerdo que Verónica comentó alguna vez que los ojos
de su cuñado y de su suegro eran impactantes por su
heterocromía parcial. Y, sí, lo son. Tener el ojo derecho
mitad azul, mitad marrón no es lo normal, y reconozco que
todo él me deja impactada.
Acto seguido, tras mirar mi mano con trocitos de césped
pegados, y sin tocarla, él suelta con sequedad:
—Liam Acosta.
«Vaya..., con apellido y todo que me lo dice», pienso
divertida.
—Liam, lo de Pepa y Pepe ¡es demasiado! Mira cómo
vamos de césped y babas —oigo que dice Verónica
divertida.
El aludido por fin sonríe. Madre mía, qué preciosa sonrisa
tiene. Y, tras mirarme, responde dirigiéndose a mi amiga:
—Vamos dentro para que podáis lavaros.
Dicho esto, da media vuelta y, junto a Naím, camina hacia
la preciosa casa.
Verónica se acerca entonces a mí y yo susurro:
—Oye, una cosita...
—¿Qué?
—Tenemos que ir a una farmacia ¡ya!
—¿Por qué? ¿Qué te pasa? —pregunta.
Y, evitando sonreír, yo cuchicheo:
—Creo que acabo de quedarme embarazada de
pensamiento...
Al oír eso Verónica suelta una carcajada y yo la sigo;
entonces, consciente de que no pueden oírnos, murmuro
divertida:
—Este, de moreno macarrilla, nada de nada.
—Absolutamente nada —conviene ella.
Divertida, asiento, y mi amiga se detiene y comenta:
—Liam no es mal tipo. Pero desde que le ocurrió lo de la
madre de Jan, él...
Verónica me cuenta entre cuchicheos, hasta que Naím,
que camina junto a su hermano, mira hacia atrás y dice:
—Vamos. Entrad y lavaos.
Asentimos y nos movemos mientras seguimos
escupiendo césped. Madre mía, cómo nos hemos puesto...
Una vez en la casa, una mujer mayor nos indica dónde
está el baño.
—Es Claudia —me aclara Verónica cuando entramos—. Se
ocupa de la casa en general y es encantadora. Ya lo verás.
Afirmo con la cabeza, es bueno ir conociendo a la gente
que trabaja aquí. Entre risas nos deshacemos del césped y
las babas y nos recomponemos. Me recojo el pelo en un
moñete alto, salimos del baño y lo observo todo a mi
alrededor. La casa es preciosa. Tanto que parece de revista.
Y, dirigiéndome a mi amiga, pregunto:
—¿Liam y su hijo viven aquí?
—Claro.
Sorprendida, asiento. Todo está tan recogido y tan pulcro
que parece que la casa esté preparada para una sesión de
fotos.
—¿Y por qué está todo tan silencioso? —digo a
continuación.
Verónica me mira y, encogiéndose de hombros, contesta
mientras vemos a Liam y a Naím junto a Claudia, que deja
una bandeja con vasos y agua, esperándonos en una
terraza:
—Pues no lo sé.
Una vez que salimos fuera, veo que Liam se acerca a mí.
Esta vez me mira y, tendiéndome la mano, dice:
—Ya podemos saludarnos como es debido. Liam Acosta.
Vale. Ahora que me he lavado las manos y quitado el
césped y las babas de sus perros de encima, quiere
saludarme. Le estrecho la mano y digo, intentando no
parecer una imbécil profunda:
—Amara. —Y, acto seguido, viendo el increíble atardecer,
murmuro—: Por favor..., ¡es impresionante!
Según digo eso, soy consciente de que aún tengo la mano
de aquel entre las mías y, al ver cómo me mira él, y todos,
rápidamente aclaro soltando su mano:
—El atardecer.
Verónica se ríe. Claudia también. Liam y su hermano
intercambian una mirada y yo, viendo el lío en el que me he
metido, insisto:
—Me refería al atardecer, no a ti.
Me callo. Cada vez me estoy metiendo en jardines
peores... Y al ver cómo aquel me mira, finalizo:
—¡Qué bonitas vistas tienes desde la terraza!
Dicho esto, Liam asiente y dice dirigiéndose a la mujer:
—Claudia, ella es Amara, la nueva niñera.
—Bienvenida —saluda la mujer.
—Gracias, Claudia —respondo con una sonrisa.
Dicho esto, ella pregunta qué queremos beber y, tras
decirle todos que con el agua que ha traído es suficiente, se
va y yo me dirijo hacia Verónica y pregunto:
—¿Tienes un cigarrito?
Mi amiga asiente y de inmediato oigo que Liam dice:
—No me gusta que se fume en mi casa.
—Estamos en la terraza... ¡No me jorobes, Liam! —gruñe
Verónica.
Veo que Naím sonríe. Seguro que ya deben de haber
tenido esa conversación antes.
—Quedamos que en el interior de tu casa no fumaría —
añade mi amiga—, pero que en la terraza podía hacerlo.
¿Acaso lo has olvidado?
Él finalmente cabecea y luego dice mirándome:
—No quiero tabaco cerca de Jan.
Sin dudarlo, asiento. No soy una gran fumadora, pero de
vez en cuando, y más cuando me pongo nerviosa, sí me
gusta fumarme mi cigarrito. Sin embargo, por supuesto que
respetaré lo que me pide. Al niño hay que protegerlo.
Apurada, me lo fumo intentando que el humo vaya para
otro lado que no sea donde está Liam, y, una vez que
acabo, él me invita a sentarme a la mesa.
Naím agarra entonces a Verónica de la mano y tercia:
—Mientras habláis de trabajo, nosotros vamos a dar un
paseo por el jardín.
En cuanto ellos dos desaparecen Liam se sienta frente a
mí y, con formalidad, dice cambiando el gesto:
—Para hablar de trabajo nos ponemos serios, ¿entendido?
—Me parece bien.
—Jan tiene seis meses. Es un niño sano que está en su
percentil, tanto en peso como en estatura. Me dijo Verónica
que es usted enfermera, ¿es cierto?
Vale. Lo de ponernos serios significa hablarnos de usted,
por lo que respondo:
—Sí. Soy enfermera. He trabajado en varios hospitales.
Durante dos años estuve en medicina interna en el hospital
La Paz de Madrid. Y, después, cuando cambié de empleo, lo
hice para trabajar en la planta de maternidad y pediatría de
un hospital privado.
—¿Y por qué ese cambio?
—Porque los niños son mejores enfermos que los adultos.
Liam asiente.
—Como le dije, el trabajo es para cuidar de mi hijo. Y para
ello necesito a una persona responsable y sensata que se
implique al cien por cien en ello y que entienda que aquí el
niño es lo primero. De ahí que el sueldo sea más elevado de
lo que suelen pagar por ello, y que yo también sea más
exigente.
Afirmo con la cabeza, entiendo perfectamente lo que
dice.
—Tiene ocho días libres al mes —añade entonces—. Días
que o bien a principio de mes puede apuntar en el
cuadrante que verá en la cocina o, si no, tiene que
indicármelos con tres días de antelación para que yo lo sepa
y que Claudia pueda ocuparse del pequeño. Bajo ningún
concepto accederé a darle un día libre sin ser avisado tres
días antes. ¿Entendido?
Vuelvo a asentir. Él sigue hablando, me adoctrina,
mientras yo pienso en lo atractivo que es, pero también en
lo tonto que parece. Pobre... Por cómo habla, tengo la
sensación de que a este las mujeres le llueven del cielo y
besan por donde pisa. Por suerte no es mi estilo, así que
estoy inmunizada.
Estoy ensimismada en mis pensamientos cuando oigo
que inquiere:
—¿Tiene alguna pregunta?
—¿Dónde está Jan? —digo.
—Durmiendo. Ha pasado una mala noche.
—¿A qué se refiere?
Él levanta una ceja y contesta:
—Según la niñera, pueden ser los dientes.
—Por poder ser, pueden ser muchas cosas —matizo.
Mi respuesta no le gusta, se lo veo en la mirada, y
consciente de que necesito este trabajo, por muy tonto que
sea el padre de la criatura, cojo aire y decido dejarlo
boquiabierto con mis conocimientos de los pequeños de la
edad de Jan. Pregunto. Él responde. Pregunta. Yo respondo.
Enseguida comprendo que le agradan mis respuestas, y me
sorprendo de todo lo que él sabe sobre niños. Una de dos: o
es muy listo o se ha leído todos los libros sobre crianza de
bebés que existen.
Tras un rato de charla educativa, y viendo que su
percepción de mí ha cambiado al sacar mi lado profesional,
pido:
—¿Puedo verlo?
Sin dudarlo, él asiente, se levanta y luego dice:
—Sígame, por favor.
Según dice eso, suspiro.
—Una cosita...
—Dígame.
—¿Podríamos tutearnos? —sugiero.
Veo que levanta las cejas, e indico sonriendo:
—Si vamos a vivir juntos, creo que sería lo mejor. Lo digo
para que Jan se encuentre en un ambiente más familiar.
Parpadea. Por su gesto me da la sensación de que va a
sonreír, pero entonces suelta clavando sus impactantes ojos
en mí:
—Disculpe, pero no vamos a vivir juntos.
—¿Ah, no?
Él se apresura a negar con la cabeza.
—Usted va a ser la niñera de mi hijo. No va a vivir
conmigo.
—¿Ah, no?
—No.
Vale, ya veo que nuestro concepto de lo que significa
«vivir juntos» es diferente.
—¿Y puede decirme dónde voy a vivir yo? —pregunto
divertida.
Woooo..., eso sí que no le ha gustado...
—En la casa —responde—. En una habitación cerca de la
de Jan.
Vale.
—¿Y eso no es vivir juntos? —insisto.
Parpadea. Me mira. Creo que me va a mandar a freír
espárragos, pero dice:
—No. No es vivir juntos.
—Discrepo.
Wooooo, cómo me mira. Creo que esto ya le está tocando
los pies...
—Usted y yo formaremos un equipo en favor de mi hijo.
Nada más —aclara—. Que usted se aloje aquí no considero
que sea vivir conmigo.
Vale..., este tío es tonto y en su casa no se lo han dicho.
Pero, al ver cómo me mira, algo me dice que me calle, y
más cuando añade:
—Y si va a trabajar para mí, usted es la señorita López y
yo el señor Acosta. Prefiero que marquemos las distancias
para no confundir a Jan.
Joder, joder, ¡qué corte me acaba de dar!
—Queda entendido..., señor Acosta.
Nos miramos unos segundos en silencio. Creo que está
pensando que soy una chulita de la Península, y yo, de los
nervios que me provoca, sonrío. ¿Por qué sonrío? Entonces,
para romper la incomodidad, me apresuro a decir:
—Lo sigo para ver a Jan.
Asiente. Por su gesto sé que no le ha gustado lo que he
dicho, pero no dice nada. Entramos en la silenciosa casa y
nos dirigimos directamente a la puerta de una habitación.
Nada más entrar en ella veo a una señora sentada en una
silla que lleva una batita verde y está leyendo. Ella se
levanta y Liam pregunta en susurros:
—¿Le ha tomado la temperatura como le he indicado?
—Sí.
—¿Fiebre o décimas?
—No, señor —responde ella.
Él asiente y luego, con autoridad, pregunta:
—¿Cuánto tiempo lleva durmiendo?
—Seguido, cuarenta y cinco minutos, señor.
—¿Y antes? —insiste Liam.
—Antes ha dormido dos horas seguidas.
—¿Lo ha apuntado todo en el cuaderno? —inquiere él.
Rápidamente la mujer coge una libreta. Se la entrega y
dice:
—Señor, aquí está todo anotado. En referencia a la fiebre,
el niño no ha tenido en todo el día.
Boquiabierta por aquel tercer grado que le está haciendo,
no sé qué pensar... ¿En serio?
Entonces Liam, tras echar un vistazo al cuaderno, me lo
pasa, imagino que para que yo lo vea, y sin mirarlo
pregunto:
—¿El niño está enfermo?
La mujer enseguida niega con la cabeza, y Liam se
apresura a aclarar:
—Jan no ha pasado una buena noche y le he dicho a la
niñera que le tomara la temperatura cada hora.
Sorprendida, parpadeo. ¿En serio hacen eso solo porque
no haya pasado una buena noche?
Mi cara ha de ser un poema. La pobre mujer me mira y
yo, curiosa, viendo que él no me la ha presentado,
pregunto:
—¿Cómo te llamas?
—Marcela —dice ella.
Encantada, le aprieto el brazo y, mientras observo que
Liam se acerca a la cuna para ver al pequeño, indico:
—Soy Amara, la nueva cuidadora de Jan.
La mujer asiente y, tras mirar a Liam, cuchichea para que
solo yo la oiga:
—¿Vienes armada de paciencia?
Oír eso me hace sonreír, y entonces ella añade señalando
unos cuadernos que hay sobre la mesa:
—El señor es muy exagerado con todo lo que tenga que
ver con el niño. En la vida he trabajado con alguien tan
estricto.
Asiento y, viendo que Liam no nos puede oír, murmuro:
—Mañana, cuando venga, hablamos y me pones al día.
Marcela asiente, sonríe, y yo le guiño el ojo.
Segundos después, tras dejar el cuaderno sobre la mesa,
me acerco hasta donde Liam está mirando al pequeño y, al
verlo, musito:
—Por favor, qué cosita más bonita y gordunflonaaaaaaa.
Jan es un bebé regordete y precioso. Blanquito de piel
como su padre. Pelo rubio y unos preciosos mofletes que ya
me muero por morderle. Estoy mirándolo cuando el
pequeño se encoge y Liam inquiere dirigiéndose a mí:
—¿Por qué se ha encogido así?
—Porque está soñando —digo.
Él suspira e insiste:
—¿No le parece que su gesto era de dolor?
—Pues no.
—¿Está usted segura?
Miro a Marcela sin dar crédito. ¿En serio? Ella se encoge
de hombros con cara de circunstancias.
—Seguro, seguro..., en esta vida no hay nada, señor —
contesto—. Pero desde mi punto de vista como enfermera,
creo que son movimientos involuntarios que hace su cuerpo
mientras duerme.
En silencio, voy a acercar mi mano a la manita de aquel
para tocársela con cariño cuando Liam me sujeta por la
muñeca. Al ver eso, lo miro y él indica:
—Ha fumado. Lávese la mano antes de tocarlo.
Atónita, no sé qué responder. ¿De verdad tiene al niño
metido en una burbuja? Pero, sin querer jorobar un trabajo
que es bueno para mí, sonrío.
—Disculpe. No me he dado cuenta —replico.
Liam asiente y, dándose la vuelta, dice mirando a
Marcela:
—Esta noche saldré. Como siempre, tendré el móvil
operativo para cualquier cosa.
—De acuerdo, señor —afirma aquella.
Acto seguido Liam me hace un gesto con la mano para
que salga por la puerta, y, entendiéndolo, miro a la mujer e
informo:
—Marcela, vendré mañana sobre las doce.
—Aquí estaré, Amara —responde ella.
A continuación, tras dedicarle una sonrisa, salgo del
cuarto, Liam me adelanta y dice:
—Vayamos a la terraza.
Sin dudarlo, vuelvo a seguirlo mientras mis ojos lo
recorren y sonrío. ¡Qué culito de caramelo tiene! Una vez en
la terraza, dejo mi teléfono móvil sobre la mesa y, tras
servirme agua de la jarra en un vaso, bebo. Estoy sedienta.
Con el rabillo del ojo veo que él me observa. Creo que me
está evaluando. En ese momento mi teléfono móvil suena.
Liam y yo, que estamos al lado, miramos la pantalla y
maldigo cuando veo que es un mensaje de Óscar:
Cosita Linda, te echo de menos.

Según lo leo, resoplo. Pero ¿qué narices le pasa a este?


Molesta, cojo mi móvil y, ante la atenta mirada de Liam,
que ha leído el mensaje como yo, me lo guardo en el bolsillo
trasero del vaquero. Cuando voy a hablar él coge algo de la
mesa y empieza a decir:
—Su uniforme estará...
—¡¿Uniforme?!
De inmediato él asiente.
—Creo que es más cómodo para usted y para el niño que
vaya con una bata que sea fácil de cambiar si él se la
mancha.
Sin poder creerlo, niego con la cabeza. Me he pasado
media vida llevando una batita blanca de hospital y, no, no
quiero volver a llevar algo así, y menos fuera de una clínica.
—No me habían dicho que tendría que llevar uniforme —
repongo.
—No le estoy pidiendo que se ponga una cofia.
—¡Hasta ahí podíamos llegar! —suelto con descaro.
Liam parpadea. Uf, cómo me mira... Y, cabreándome por
lo tonto que es, me toco la cicatriz que tengo en la frente y,
jugándomela, añado:
—Una cosita... Si no le importa, prefiero vestir con mi
ropa, y si el niño la mancha, ya me la cambiaré.
Él me mira, intuyo que piensa decirme que no, pero
insisto:
—Disculpe, yo lo llamaré de usted si eso es lo que
corresponde para diferenciar quién es usted y quién soy yo,
pero, por favor, si no le es muy insoportable, le ruego
encarecidamente que me permita vestir como yo quiera.
El gesto de Liam lo dice todo. Creo que me va a soltar que
me vaya por donde he venido, pero entonces replica:
—Espero que vaya vestida acorde con el sitio en el que
está.
—La verdad es que brillos y lentejuelas no creo que me
ponga —me mofo.
Según digo eso y percibo su mirada, sé que me he
pasado en mi sinceridad, y me apresuro a añadir:
—Le aseguro que vestiré como corresponde.
Nos miramos unos segundos en silencio. Esta vez seguro
que me dice adiós, pero entonces oigo que cambia de tema:
—Todos los días, cuando llegue del trabajo a las diez en
punto, ha de informarme de cómo ha pasado Jan el día. La
niñera le explicará mañana la metodología.
—De acuerdo —afirmo.
En ese instante coge una carpeta de la mesa, la pone
ante mí y dice:
—Debe llevarse y firmar estos papeles. Son los que he de
presentar en la Seguridad Social para darla de alta. —
Asiento y la cojo, pero él, retirándola de mis manos, suelta
—: La higiene es importante para mi hijo. Por tanto,
debería...
—Soy enfermera, su hijo no es el primer niño al que
atiendo. Y en cuanto a la higiene, sé lo importante que es,
no hace falta que usted me lo recuerde —lo interrumpo
molesta.
Liam asiente. Durante unos segundos nos miramos a los
ojos. Creo que, como yo, valora cuánto voy a durar en ese
trabajo.
—Si cree que no soy la persona idónea para cuidar de su
hijo —añado consciente de lo que está pensando—, está en
su derecho de decir que no. Debería darle igual que yo sea
amiga de Verónica y...
—¿Por qué dice eso? —me corta.
Instintivamente sonrío. Ni él es tonto ni quiero que piense
que lo soy yo.
—Porque sus gestos hablan por sí solos —indico.
Sus cejas se levantan.
—¿Y se puede saber qué le sugieren mis gestos? —
inquiere.
Suspiro, asiento y señalo:
—Incomodidad..., ¿le parece poco?
Bueno, eso de «¿le parece poco?» creo que sobraba.
¡Joder, qué bocachancla soy!
—¿Usted es siempre tan directa y contestona? —dice a
continuación.
Afirmo con la cabeza, no pienso mentirle.
—Si creo que debo serlo, sí.
Liam cabecea. Creo que hasta aquí hemos llegado. Ahora
sí que me va a decir que ha sido un placer, pero que salga
de su casa. Sin embargo, de pronto esboza una sonrisa de
esas que no sabes cómo interpretar y dice:
—Llévese los papeles y tráigalos firmados mañana.
Sorprendida, parpadeo y pregunto:
—¿Está seguro?
Sin ningún disimulo él niega con la cabeza.
—No —dice—. Pero hay algo claro en todo esto: usted
necesita un trabajo y yo, una niñera. Y hasta que encuentre
una sustituta, ambos nos beneficiaremos, ¿o me equivoco?
Tiene razón. Desde luego, más sincero no puede ser. Y,
mordiéndome la lengua para no decirle que es un engreído
tonto e insoportable, replico:
—No se equivoca.
Sin dejar de mirarnos, cojo la carpeta y entonces oigo a
mi espalda:
—¿Cómo ha ido todo? ¿Has conocido a Jan?
Es Verónica, que se aproxima junto a Naím. Y, dándome la
vuelta, la miro y, rascándome la cicatriz de la frente, indico:
—¡De lujo!
De inmediato veo que el gesto de mi amiga cambia, me
conoce tan bien como yo a ella, y de pronto dice:
—Nos vamos.
Naím, que ahora se ha puesto al lado de su hermano,
señala:
—Íbamos a cenar con Liam.
De pronto, pensar en cenar con ese de los ojos de
cabroncete guasón se me hace insoportable y, mirando a mi
amiga, voy a protestar cuando Liam explica:
—Verónica, he reservado sitio para cenar donde a ti te
gusta.
Mi Vero asiente, pero me mira y suelta:
—Naím, tú quédate con Liam y cenad juntos. Yo me voy
con Amara para casa, y no voy a aceptar un no por
respuesta.
Veo que mi amiga y su chico intercambian una mirada; en
sus ojos puedo distinguir que se entienden sin palabras.
Entonces Naím, dirigiéndose a su hermano, pregunta:
—¿Me acercas tú luego a casa?
—Por supuesto —dice Liam.
Acto seguido Naím le lanza con cariño las llaves de su
coche a Verónica y nos pide con gesto cómplice:
—Sed buenas.
Capítulo 6

Cinco minutos después, cuando nos despedimos de aquellos


y Liam vuelve a mirarme como el que mira a un calamar
gigante con pestañas, tras volver a saludar a Pepa y a Pepe,
que vienen de nuevo corriendo hacia nosotras, Verónica y
yo salimos por la puerta de la finca.
—Vaya tela... —murmuro en cuanto montamos en el
coche.
—¿Complicadito?
Asiento.
—Tonto e insoportable. Es más, ya está buscando otra
niñera.
—¡¿Qué?!
Ver el gesto de mi amiga me hace gracia.
—Tanto él como yo nos hemos dado cuenta de que
trabajar juntos será complicado —indico—, por lo que,
mientras busca otra, y como yo necesito el trabajo, he
accedido a cuidar del pequeño.
Verónica parpadea sorprendida.
—No sé si serán dos días, siete o dos meses —añado—.
Pero mira, chica, me vendrá bien el dinero.
—A lo mejor lo remontáis.
—Lo dudo, es demasiado tonto para mi gusto.
—Mujerrr... —se mofa mi Vero.
Según oigo eso, me río. Ese tipo y yo no tenemos nada
que ver.
—He de llamarlo «señor» para no confundir al niño —le
cuento—. Y, por suerte, he evitado tener que ir vestida con
una jodida batita verde... ¡Pero ¿cómo es tan idiota tu
cuñado?!
Ella sonríe, me mira y musita:
—Negaré lo que estoy diciendo hasta la saciedad, pero
me consta que Liam tiene el corazón roto y por eso es tan
tan gruñón.
—Oye, una cosita..., a mí me rompieron el corazón y no
me volví tan gruñona —me burlo con amargura.
—Lo que le hizo la madre de Jan no lo deja ser el que era.
Y si te digo esto es porque todos, absolutamente todos los
miembros de su familia lo dicen, y yo lo ratifico. Conocí a
Liam cuando estaba con la madre del niño y era un tipo feliz
y sonriente. No un...
—Cabestro amargado y friki del control —gruño.
Verónica me mira y se ríe.
—Tampoco te pases. Pobre...
Suspiro. Si tiene el corazón roto, en cierto modo puedo
entender su actitud, pero está claro que cada persona es un
mundo y vive el desamor a su manera.
Tomo aire mientras pienso en ello. Creo que estar aquí es
un error. Debería haber esperado e ido a Suecia. No
obstante, buscándole el humor a todo como suelo hacer
siempre, añado:
—Tiene un precioso culito de caramelo...
Verónica sonríe. Para nosotras, los «culitos de caramelo»
son esos redonditos, respingones y perfectos que tienen
algunos tíos.
—Lo tiene igualito que Naím —afirma.
—Discúlpame —replico—, pero no le he mirado el culito a
tu chico.
—Mañana sin falta se lo miras —dice Verónica.
Asiento divertida. Está claro que, en vivo y en directo, el
hermano del aludido me ha impresionado. Reconozco que, a
pesar de haber oído a mi amiga hablar de él, nunca me
había dado por imaginármelo.
—¿Por qué Naím y Liam, siendo hermanos, son tan
diferentes físicamente? —pregunto mirándola.
—Porque Liam ha salido a su padre y Liam y Florencia, a
su madre.
Asiento sin decir nada, y Verónica añade ante mi silencio:
—Vamos, ¡suéltalo!
Suspiro, resoplo y confieso:
—No debería haber venido.
—Amara...
—Esto aún no ha empezado y ya no funciona.
—A ver, como siempre dice mi padre, las cosas no son
como empiezan, sino como terminan.
—Verónica, ¡me conoces! Sabes que tengo mucho
aguante y paciencia. Y ese hombre ya me ha sacado de mis
casillas sin que haya comenzado a trabajar para él... ¿Qué
puedo esperar?
Me revuelvo en el asiento del coche. Mi móvil suena en
ese momento y, al ver que es otro mensaje de Óscar, indico:
—Por favor... ¿Por qué no se olvidará de mí?
Verónica me quita el móvil de las manos y cuando lee:
«Miro tus fotos», suelta:
—¡O le dices algo tú o se lo digo yo!
Acto seguido le quito el teléfono de las manos y, dándole
al microfonito de WhatsApp, digo mientras me rasco con
furia la cicatriz de la frente:
—¡Mira, pedazo de mierda, una cosita...! Como vuelvas a
decirme una tontería más, te juro que te bloqueo,
¿entendido?
Según le doy a «Enviar», mi amiga y yo nos miramos, y
digo soltando el móvil:
—Sabe que no lo voy a hacer por si su madre necesita
algo.
—Lo sé, y él también... —afirma ella con gesto de enfado.
Nos quedamos en silencio unos segundos, hasta que
finalmente pregunto:
—¿Por qué me has hecho venir aquí?
—Porque necesitabas un trabajo y salir de Madrid. Y, la
verdad, me gusta tenerte aquí conmigo.
Sonrío.
—Pues que sepas que voy a ser la niñera que menos va a
durar en su casa.
—No hay nadie mejor que tú para cuidar a Jan.
—Gracias...
—Vale, ¡Liam es especialito y gruñón! Y aunque nunca he
vivido con él, sé que me desesperaría con algunas de las
cosas que hace —me corta—. Pero tú eres lista y valiente y
sabrás cómo lidiar con él. Amara, escúchame: Liam sale de
casa todos los días a las siete de la mañana y a menudo
regresa a las nueve de la noche. Tras lo ocurrido con su ex
se ha vuelto un adicto al trabajo y, con seguridad, casi ni
siquiera tendréis que veros.
—He de informarlo sobre el niño todos los días a las diez
de la noche. Tendré que verlo.
—Pues lo ves y lo informas..., ¿tan difícil será aguantarlo
durante cinco minutos cada día?
Suspiro. He trabajado en sitios con jefes insufribles que
he tenido que soportar tras la oreja durante horas y horas;
¿acaso no voy a aguantar a este, al que solo veré cinco
minutos cada día?
Finalmente asiento. Verónica tiene razón: he de
aprovechar este empleo.
—He quedado con Marcela mañana a las doce en la casa
para que me explique. Al parecer, hay una metodología
para cuidar al niño que he de apuntar para luego informar al
Ser Supremo.
Verónica se ríe. Veo que le hace gracia que llame así a su
cuñado, y suelta:
—Cuaderno rojo para anotar horarios de pises y cacas.
Cuaderno azul para el horario de comidas y cantidades.
Cuaderno verde: horas de sueño. Cuaderno violeta: vacunas
y...
—¡Para! —exijo.
Parpadeo asombrada, no me lo puedo creer, y musito:
—¿Estás hablando en serio?
Verónica asiente.
—Totalmente. Y, por cierto, me ha faltado mencionar el
cuaderno gris, que es para apuntar si tiene fiebre o
malestar, y el amarillo, que es para cuando el niño hace
algo extraordinario.
Niego con la cabeza boquiabierta.
—Es primerizo —añade ella—. Está solo, con el corazón
roto y en cierto modo sobrepasado por la llegada de Jan, y
simplemente intenta tenerlo todo controlado.
—¿Necesita saber hasta cuándo hace caca el niño?
Mi amiga asiente sonriendo. Acto seguido miro la puerta
de la casa que dentro de dos días pasará a ser mi hogar y
musito:
—Llévame ahora mismo al aeropuerto. Regreso a Madrid.
—¡Amaraaaaaa!
Me río divertida, pero, la verdad, no sé por qué...
—Eres enfermera —dice entonces Verónica—. Has
trabajado en hospitales donde anotáis las incidencias y la
medicación; ¿en serio te va a asustar que aquí cada cosa
vaya en un cuaderno diferente?
Resoplo, sé que tiene razón, en peores plazas y con
peores jefes he toreado. Y, tomando aire, me mofo
divertida:
—Lo haré por los dos mil euros al mes hasta que
encuentre sustituta.
—Harás bien —asegura.
Según dice eso ambas reímos y, tras arrancar el vehículo,
nos vamos. Eso sí, antes de llegar a su casa paramos a
comprar unas hamburguesas con patatas. Estamos
hambrientas.
Capítulo 7

A la mañana siguiente, cuando me despierto, Tigre está


dormido junto a mí como siempre. Sonrío mirándolo. Los
ronquidos de mi perro son más grandes que él. ¡Pero si
parece una persona!
Lo acaricio divertida. Rápidamente Tigre levanta la
cabeza.
—¡Buenos días, bellezón! —saludo.
Mi perro me mira con esos ojos oscuros que me enamoran
y comienza a mover el rabito. Gustosa, sonrío, y él también.
Porque sí, sí, mi perro sonríe. Pienso en la educación que
tienen los perros de Liam y, la verdad, no tiene nada que
ver con la que le he dado yo al mío. Eso me hace sonreír.
¿Cómo lo haré para que Liam crea que Tigre es duro de
oído?
Tras achuchones y lametazos por parte de los dos, la
puerta de la habitación se abre y entra Verónica. Por sus
pelos y su pinta sé que se acaba de despertar, y, tirándose
en la cama conmigo, nos abrazamos y oigo que murmura:
—Qué contenta estoy de que estés aquí.
—¿Y Naím?
—Se ha ido a trabajar. Por cierto, esta mañana lo ha
llamado la hermana de Soraya... ¿Te acuerdas de Soraya?
—¿Es esa que fue novia de Naím y que os la lio y...?
—Pobre —me corta ella—. No puedo tenerle en cuenta lo
que ocurrió, porque sufre de un serio trastorno mental.
Asiento. Recuerdo que Verónica nos contó al Comando
Chuminero lo ocurrido en su momento, y susurra:
—Al parecer, Soraya se encuentra un poquito mejor.
—Eso está bien, ¿no?
Ella asiente.
—Sí. Y te aseguro que tanto a Naím como a mí nos alegra
un montón. Pero la hermana de Soraya, aunque está feliz,
es más escéptica que nosotros, pues ya ha vivido ese tipo
de enfermedades con otros familiares, y bueno...
—¿Y por qué esa hermana suya sigue llamando a Naím?
—Porque él es una buena persona y así se lo pidió. A mí
particularmente no me parece nada mal, y creo que a mi
chico le da más humanidad...
Asiento, opino igual que mi amiga.
Mi teléfono suena en ese momento y veo que acabo de
recibir un mensaje. Rápidamente lo cojo y, divertida, indico:
—Es Leo, quiere saber si todo va bien.
Sin dudarlo, Verónica y yo le grabamos un audio
mañanero y, tras enviarlo, Donut entra en la habitación; al
vernos a todos en la cama, nos mira y, moviéndonos, le
hacemos hueco. Total, donde caben tres caben cuatro.
Poco rato después suena el timbre de la puerta. Donut y
Tigre se lanzan al suelo desde la cama y comienzan a ladrar.
Vienen a entregarme mi moto, ¡qué alegría!
Una vez que mi preciosa Honda está junto a mí y
compruebo que ha llegado en perfecto estado y que tiene
los mismos raspones y las abolladuras que ya tenía en
Madrid, tras darle un besito en el carenado entro de nuevo
en la casa junto a mi amiga para desayunar. Estamos solas
y hambrientas, y Naím nos ha dejado el café preparado.
¡Qué mono!
Mientras desayunamos Verónica empieza a hablarme de
un proyecto que quiere proponer a los Acosta. Se trata de
hacer cenas temáticas en los viñedos para grupos
reducidos. Y cuando le doy ideas, las va apuntando en un
papel a toda prisa.
A las diez y veinte ya estoy lista para ir a la casa de Liam
para estar con Marcela y el niño. Como no me sé manejar
bien por la isla y quiero llevarme conmigo el par de
maletones que tengo, Verónica decide acompañarme con su
coche. El tiempo que yo esté con Marcela ella lo ocupará en
hacer sus cosas.
En cuanto llego a la puerta de la casa y descargo mi
equipaje, mi amiga se marcha. Veo que el vigilante viene
caminando hacia mí y saluda:
—¡Buenos días!
Es Agoney, el mismo del que Verónica me habló el día
anterior, y le contesto sonriente:
—¡Hola! Hace un día precioso, ¿verdad?
El hombre me mira con curiosidad, observa mis maletas y
mi guitarra y, obviando lo que yo he dicho, indica:
—El señor Acosta me dijo que hoy vendría la nueva
niñera. ¿Su nombre?
—Amara López Santos. ¿Y tú eres...?
—El vigilante —me suelta.
Vale, está visto que no quiere hacerse amigo mío.
—Encantada, señor vigilante —digo tomando aire.
Él asiente y, a continuación, de un modo impersonal,
pregunta:
—¿Puede enseñarme su DNI, por favor?
Afirmo con la cabeza. Entiendo que él solo hace su
trabajo. Y, tras sacarlo de mi cartera y entregárselo, veo
que lo coteja en su tablet y, cuando me lo devuelve, añado:
—Una cosita... ¿Se lo tengo que enseñar todos los días?
—A mí, no. Pero si está otro compañero, se lo pedirá.
—Ok —digo mientras lo guardo.
Nos miramos en silencio, hasta que pregunto para
intentar entablar conversación:
—¿Qué tal por aquí?
—Bien.
—¿Mucho trabajo?
—Lo normal.
—Esta zona es preciosa. La verdad es que es un lujazo de
urbanización. Las casas tan bonitas..., y el sitio es tan
ideal...
Lo miro a la espera de que se implique en la conversación
y diga algo, pero simplemente replica:
—Que tenga un buen día.
A continuación gira sobre sus talones y se encamina
hacia su garita. Sin duda, es hombre de pocas palabras.
Dándome la vuelta, y cargada con mi equipaje, me dirijo
hacia la enorme puerta de la casa. La verdad es que la
entrada es impresionante. Llamo y, dos segundos después,
el portón se abre.
Una vez que entro y cierro de nuevo a mi espalda, veo a
Pepa y a Pepe al fondo del jardín. ¡Pero qué bonitos son! Los
animales me miran, me observan y, como hicieron el día
anterior, de pronto echan a correr hacia mí.
Madre..., madre..., ¡que me volverán a rebozar por el
césped!
Miro a mi alrededor. Estoy sola. Menos mal que los perros
no me dan miedo. Sé que tengo dos opciones: o dejar que
me tiren o intentar controlarlos antes de que eso ocurra. Y
entonces, cuando ya están llegando a mí, doy un silbido
como el que le oí hacer a Liam el día anterior y ordeno:
«¡Quietos!».
Según me oyen, los perros se quedan clavados y se
sientan frente a mi equipaje. Los miro sin dar crédito. Tigre
no haría algo así en la vida. Es decir, se sentaría, pero tras
pedírselo veinte veces y ofreciéndole una chuche... ¡Menudo
es él!
Sorprendida, sonrío. Pepa y Pepe están perfectamente
educados; me acerco a ellos, que mueven sus rabitos
encantados, los acaricio y, tras darles a ambos un beso en
sus cabezotas, los animo a que me acompañen hasta la
entrada de la casa.
Por el camino miro la fachada. Por lo que pude ver el día
anterior, es una casa de esas modernas, cuadradas, de una
sola planta. Vamos, un casoplón de esos que se ven en las
revistas.
¡Qué suerte poder vivir así!
Al llegar a la puerta, esta se abre y aparece Claudia, la
mujer del día anterior, que sonríe al comprobar que Pepa y
Pepe están a mi lado.
—Veo que te haces con ellos.
Afirmo con la cabeza, sonriendo yo también.
—Son encantadores. Adoro a los animales. Yo misma
tengo un perro que espero que aprenda algo de la
obediencia de estos.
Claudia asiente y luego dice:
—Pasa, por favor —y mirando mis maletas añade—:
Déjalas aquí, en la entrada. Luego las llevaré a la
habitación.
—Oh, no, puedo hacerlo yo misma.
La mujer sonríe y niega con la cabeza.
—Tranquila. Lo haré encantada.
Paso, pero Pepa y Pepe no hacen ningún ademán de
entrar en la casa. Si fuera Tigre, ¡ya se habría colado!
Claudia cierra la puerta y vuelvo a encontrarme la preciosa
casa impoluta y en absoluto silencio. Voy a comentar algo
cuando ella dice señalando mi guitarra:
—No me digas que la tocas...
—Sí.
Encantada, la mujer da una palmada al aire y asegura
riendo:
—A Jan lo harás feliz. Hay que ver lo que le gusta la
música a ese pequeñín.
Gustosa, sonrío y a continuación, tras dejar la guitarra en
el suelo, pregunto:
—¿Tú también vives aquí?
Ella se apresura a negar con la cabeza.
—No. Yo vivo con mi marido —dice, y al ver cómo la miro
aclara—: Vengo de lunes a viernes unas horitas por la
mañana, pero Liam es tan limpio y ordenado que apenas me
da trabajo.
—Pero ayer estabas por la tarde —señalo.
—Porque venías tú —sonríe ella—, y Liam me pidió que
me quedara para darle mi opinión.
Asiento.
—Le dije que me habías parecido una muchacha
encantadora —cuchichea—, como lo es tu amiga Verónica.
—Gracias —musito agradecida.
—Pero también te digo a ti que, con Jan, Liam es excesivo
y hay que aprender a tratarlo y, sobre todo, a gestionar su
estado de ánimo. Para él no está siendo fácil todo lo que se
le ha venido encima con la paternidad y lo sucedido con la
madre del niño. Eso le ha cambiado el carácter, y solo
espero que vuelva a ser el muchacho sonriente y
encantador que siempre fue.
—Dudo que yo vea eso...
—¿Por qué?
Me río, está claro que él no le ha contado nuestro trato.
—Porque algo me dice que Liam y yo no vamos a
congeniar —indico.
Claudia me mira entonces con una sonrisa cómplice.
—Yo me ocupo de mantener la casa limpia y ordenada y
de dejar comida preparada en la nevera —dice—. A Liam le
gusta comer muy sano. Por cierto, ¿hay algo que no te
guste a ti?
—Las acelgas, los callos y cualquier cosa que tenga que
ver con la casquería —me apresuro a responder—. Todo eso
me da un asco que me muero.
Claudia asiente. A su manera toma nota, y luego me pide:
—Sígueme. Te voy a enseñar la casa antes de que vayas
a ver a Marcela y a Jan.
La sigo gustosa. Pasamos por el salón grande que vi ayer.
Continúa tan ordenado como estaba. Muebles preciosos,
todo conjuntado a más no poder.
—Una cosita... ¿Esto lo utilizan alguna vez? —pregunto.
—Sí. Cuando Liam invita a sus amigos o a su familia a
cenar o a comer.
Asiento. Es bueno saberlo. Luego entramos en otro salón,
tan impresionantemente grande como el anterior, donde
distingo varias estanterías con libros, un buen equipo de
música, una preciosa mesa redonda con sillas, un bonito
sofá oscuro y, ante él, un televisor enorme. Ver eso me
alegra. Sin duda, ahí las películas y las series deben de
verse muy bien.
Mientras observo a mi alrededor maravillada, me acerco a
una colección de discos de vinilo, pero oigo que Claudia
dice:
—A Liam no le gusta que le toquen sus cosas. Así que, si
quieres evitar problemas con él, antes de coger algo de lo
que ves aquí, pregúntale, ¿de acuerdo? —y, señalando cinco
figuras japonesas con forma de samuráis, añade—: Esas, ni
mirarlas, que son muy delicadas.
Asiento de inmediato. Como deduje, es ¡un friki del
control!
A continuación pasamos a la cocina.
¡Madre mía, si hasta tiene vistas al mar...!
Bueno, la verdad es que casi toda la casa tiene vistas al
mar... Y, mirando la increíble cocina de diseño, ya me
imagino tomándome un cafetito mañanero ahí.
—¿Qué es eso que huele tan bien? —pregunto entonces
sonriendo.
—El pollo con verduras que estoy cocinando. ¿Te gusta a
ti?
Asiento encantada.
—Claro —digo—. Pero si es con patatas fritas, me gustará
más.
Claudia sonríe feliz.
—Liam es muy cuidadoso con la comida —señala—. Es de
los que se cuidan, por lo que patatas fritas y cosas así las
verás pocas veces por aquí.
Eso me hace gracia. Yo también me cuido..., pero ¡de
comer lo que me gusta!
De la cocina pasamos al cuarto de lavar, que es grande,
espacioso. Luego recorremos tres estancias más, entre las
que se incluye un gimnasio. ¡Un gimnasio! Cada vez me
gusta más haber aceptado este trabajo.
Vemos una habitación de invitados, que más bonita no
puede ser, dos aseos de cortesía impresionantes y un cuarto
que Claudia llama la «sala de juegos de Jan». Pero cuando
me quedo sin palabras es al entrar en el dormitorio de Liam.
¡Madre mía, qué lujazo!
Tiene una cama king size de esas enormes con unas
maravillosas lámparas japonesas, un baño increíble con una
bañera más increíble todavía y un vestidor impresionante
con su ropa. Y, lo mejor, una bonita terraza que da al mar
con un precioso conjunto de muebles para acomodarse.
Tras mirar todo eso regreso de nuevo al vestidor y oigo
que Claudia dice:
—Todo está ordenado. Liam es muy especial para la ropa.
Asiento. Estoy por decirle que para la ropa y para todo,
pero mejor me callo. No quiero que la mujer piense nada
malo de mí.
Cuando acabamos el recorrido por la casa volvemos a
donde estábamos en un inicio y dice señalando el pasillo:
—La primera puerta a la derecha es la habitación de Jan,
y la que ves más allá será la tuya. No te las enseño porque
imagino que lo hará Marcela.
Sonrío. Todo me parece tan bonito que no sé ni qué decir.
Entonces Claudia se para ante una fotografía que hay
colgada en la pared.
—Esta es la familia Acosta —comenta.
Al mirar, veo a dos adultos y tres niños, y rápidamente
identifico a Liam y a Naím. A la chica que está con ellos no
la conozco, pero imagino que será la hermana.
—Trabajé en la casa familiar durante años y nos
conocemos de toda la vida —musita Claudia.
Asiento. Ahora entiendo por qué él la llama por su
nombre.
—Cuando Liam se independizó, me pidió ayuda para la
casa y las comidas durante unas horas, y yo acepté
encantada.
Sigo contemplando la foto cuando la mujer me mira y
añade:
—Parece un hombre complicado, pero en realidad no lo es
tanto. Es cariñoso y encantador, pero, por desgracia, no ha
tenido mucha suerte en el amor.
—Pues ya somos dos... —respondo.
Claudia sonríe. Por suerte, no pregunta.
—En cuanto al trabajo —indica—, te digo lo que les dije a
las otras niñeras. Si Liam ve que todo va bien, se relajará. El
problema es que hasta el momento no ha podido relajarse
ni fiarse de ninguna por distintas circunstancias.
—Y ahora desconfía de todas, ¿verdad?
—Me temo que sí —musita ella—. Pero algo me dice que
tú lo vas a sorprender, y para bien.
Asiento divertida. Sorprenderlo, ¡seguro! Lo de «para
bien»..., ¡aún está por ver!
De buen rollo, nos dirigimos hacia el dormitorio de Jan,
que está con Marcela. Al entrar, Claudia se vuelve loca con
el pequeño. El niño le sonríe encantado, y cuando segundos
después ella se marcha, la niñera cuchichea mirándome:
—Ten cuidado con esa... Es la informante número dos del
señor.
—¿Número dos?
Ella afirma con la cabeza.
—El número uno es el chismoso del vigilante de la puerta
—aclara.
Intuyo que habla de Agoney.
—Gracias. Es bueno saberlo —digo con una sonrisa.
Acto seguido miro al pequeño, que me observa con su
preciosa carita, y al instante reparo en que tiene la misma
mirada que su padre. Tiene heterocromía parcial y,
sonriéndole, pregunto con esa vocecita de tonta que a los
niños les gusta tanto:
—Pero ¿quién es este niño tan preciosooooooo?
Jan sonríe. También tiene la misma sonrisa que su padre.
Y, cogiéndolo, lo abrazo y lo besuqueo con todo el gusto del
mundo.
—Te he visto tocar a los perros del señor antes de entrar
aquí... —oigo que dice entonces Marcela—. ¿Te has lavado
las manos?
Con gesto de purita culpabilidad, la miro y, negando con
la cabeza, le entrego al niño y rápidamente voy al baño que
hay en la habitación a lavármelas.
Cuando acabo y salgo al dormitorio, el chiquillo me mira y
enseguida me echa los brazos. Eso es una buena señal, y
Marcela exclama con una sonrisa:
—¡Le has gustado!
Complacida, lo cojo de nuevo. Me encantan los niños. Era
la típica enfermera del hospital que siempre estaba con uno
en brazos. Vuelvo a comérmelo a besos mientras Marcela
dice:
—Como ves, esta es la habitación de Jan.
Miro a mi alrededor. La habitación está como el resto de
la casa: pulcra y ordenada.
—Ven, te mostraré cuál será tu dormitorio, que ahora es
el que ocupo yo.
Sin soltar al pequeño, la sigo por el pasillo, y ella
pregunta volviéndose:
—¿Claudia te ha enseñado la casa?
—Sí —digo.
—La habitación del señor da a la parte delantera, y la que
ocuparás tú da a la trasera —me explica—. Eso te dará
intimidad.
Asiento, aunque no le digo que duraré poco tiempo aquí.
—Desde la suya y la de Jan se ve el mar —continúa ella—;
la tuya tiene vistas al jardín y a la piscina.
Vuelvo a asentir. Me habría gustado ver el mar, pero
bueno, ¡veré la piscina! ¡Qué lujazo! Y, oye, casi mejor por
Tigre. Con lo que le gusta meterse en cualquier charco,
cuando vea la piscina se va a volver loco.
Instantes después abre una puerta y anuncia:
—Esta será tu habitación.
Boquiabierta, entro en la enorme estancia. ¿En serio es
para mí?
Gustosa, miro a mi alrededor. Pensé que mi habitación
sería pequeña, fea, minúscula. Pero no, es tan espaciosa
como las de invitados, tan bonita como el resto de la casa y
tan preciosa como las que veo en las revistas.
En ese instante Claudia aparece de pronto por la puerta
con mis maletones y la guitarra.
—Marcela, ayúdame —pide.
Ella se apresura a hacerlo. Entre las dos meten mis cosas
en el cuarto y la niñera indica:
—Lo dejaré aquí.
Asiento complacida.
—Amara, yo me voy —dice entonces Claudia—. Marcela,
¿puedes venir un segundo a la cocina conmigo?
La aludida me mira y yo, con el pequeño en brazos,
afirmo:
—Ve. Me quedo con él.
Una vez que ellas dos se marchan, me acerco a la
ventana con Jan y contemplo el jardín y la bonita piscina. Lo
miro todo admirada.
—Vives en un sitio precioso —musito dirigiéndome al
pequeño.
Jan sonríe. Ni que me hubiera entendido... Y, viendo la
piscina, murmuro:
—Ay, Dios mío, el sueño de mi vida, ¡tener piscina propia!
Encantada por lo que veo, abro el ventanal para salir a la
terraza que da a la parte trasera de la casa. La piscina para
mí es ¡oro puro!, y susurro mirando al pequeño:
—¿Te gusta nadar?
Él me mira, parpadea y yo cuchicheo:
—Te enseñaré mientras esté aquí.
Feliz por todo lo que me rodea, entro de nuevo en el
cuarto, que está totalmente recogido. Se nota que Marcela
ya ha embalado sus cosas. Y, abriendo una puerta, exclamo:
—¡Por Dios, qué baño!
Y, sí, menudo baño tiene la habitación. No hay bañera,
pero tiene una preciosa y espaciosa ducha.
—Según me contó Claudia —oigo que dice entonces
Marcela—, el señor hizo una reforma integral de la casa
hace dos años. Me apena mucho regresar a mi país porque
vivir aquí es gustoso, aunque el señor sea terriblemente
exigente.
Al oír eso, sonrío y pregunto:
—¿Por qué vuelves a tu país?
Ella suspira.
—Porque mi hija mayor va a ser madre y me necesitará a
su lado cuando nazca el bebé. Además, ya es hora de
regresar a Colombia. Llevo quince años trabajando fuera y
creo que es el momento de volver para estar junto a mis
hijos y mis nietos. Soy viuda, y para mí lo más importante
es la familia.
Asiento. Me emociona ver cómo se le han iluminado los
ojos al hablar de sus hijos.
—Sin duda, te mereces ese regreso.
La mujer sonríe y, al ver que Jan se ha quedado dormido
en mis brazos, volvemos a su habitación y, tras acostarlo en
su preciosa cunita de madera, Marcela y yo nos sentamos
junto al ventanal, donde me pone al día de todo lo que
necesito saber.
—El señor es muy estricto con los horarios de comidas y
de sueño del pequeño. Y, por cierto, tampoco le gusta que
lo tengamos mucho en brazos.
—¿Por qué?
—Porque la señorita Margot opina que lo malcriamos.
—¿Y quién es Margot?
Claudia suspira. Luego baja la voz y añade:
—Una de las amigas del señor..., que, por cierto, tiene
varias.
Oír eso me hace gracia y, tomando aire, respondo:
—Pues yo opino todo lo contrario de Margot.
Marcela y yo entramos en un debate sobre el tema, y
luego ella dice:
—Con Jan puedes salir al jardín o a dar un paseo por la
urbanización.
—¡¿Solo?!
La mujer asiente.
—Al señor no le gusta que el niño se mezcle entre la
gente. Según él, llevarlo a demasiados sitios públicos le
evitará enfermedades.
Al oír eso suspiro. Menos mal que me iré pronto, porque si
el jefecito pretende que el pequeño viva en una burbuja, lo
lleva claro conmigo.
—Por cierto —continúa ella—, cuando estés en casa con el
niño debes estar en este cuarto, en la cocina o en la sala de
juegos.
Asiento. Desde luego, el jefecito es para darle de comer
aparte... Acto seguido Marcela indica enseñándome una
agenda:
—Aquí están los teléfonos del señor y toda su familia por
si hubiera una emergencia. Y aquí —dice señalando una
hoja— está el número del pediatra de Jan, el doctor Bouza.
Es amigo del señor.
Vuelvo a asentir. Intento quedarme con las cosas que me
dice, aunque están apuntadas.
—Por cierto —añade—, tras hablarlo el pediatra con el
señor, a Jan le estamos cambiando la alimentación poco a
poco.
Me entrega un papel, lo miro y leo: «Desayuno: papilla
ligera con cereales. Comida: puré de hortalizas con carne
magra sin grasa. Merienda: puré de frutas (manzana, pera,
plátano, naranja). Cena: biberón con cereales. En caso de
despertarse durante la noche, si tiene hambre, toma de
biberón».
Vale, me parece correcto lo que veo en el papel. Cuando
voy a hablar recibo un mensaje de Verónica, que dice que
dentro de cinco minutos pasará a recogerme. Miro mi reloj,
son casi las dos de la tarde, y pregunto:
—¿Cuándo come Jan?
—Entre la una y media y las dos. O sea, ¡ya!
Ambas sonreímos por ello y, tras mirar al pequeño,
pregunto:
—¿A qué hora sale tu avión mañana?
—A las once de la noche, por lo que me marcharé de aquí
sobre las seis de la tarde.
Asiento. Saber eso me da margen para llegar al día
siguiente.
—Vendré alrededor de las cinco, ¿te parece bien? —digo
mirándola.
Marcela afirma con la cabeza y, tras recibir otro mensaje
de Verónica diciéndome que ya está fuera esperando, cojo
mi mochila, miro al pequeño, que sigue dormido, y, tras
darle un beso a la mujer en la mejilla, digo con naturalidad:
—¡Hasta mañana!
Dicho esto, camino por la silenciosa y recogida casa.
Mientras me dirijo hacia la salida soy consciente de que,
una vez que yo viva aquí, dudo que exista este silencio. ¿Por
qué? Primero, porque tanto Tigre como yo somos ruidosos y,
segundo, porque Jan tiene que salir de la habitación.
Instantes después, tras despedirme de Pepa y Pepe que,
una vez más, hacen caso ante mi silbido y orden, abro la
enorme puerta de entrada para marcharme y, mirando en
dirección a Agoney, lo saludo con la mano. Él me mira, pero
no hace ni un gesto y yo sonrío.
—¡Me muero de hambre! —exclamo al poco mientras
monto en el coche de Verónica.
Mi amiga sonríe y, arrancando, dice:
—Te voy a llevar al sitio donde quiero hacer las cenas
temáticas.
Capítulo 8

Cuando entramos en los terrenos de Bodegas Verode, la


verdad, me quedo sin palabras. Esto es enorme, grandioso
y, como me dijo Verónica en su momento, un sitio la mar de
interesante por su tradición, sus costumbres y su cultura.
Naím nos espera. Según aparcamos el vehículo, se acerca
a nosotras y, tras darle un beso a Verónica en los labios y a
mí otro en la mejilla, dice:
—Vamos, montad en la furgoneta, que nos espera la
comida.
Parpadeo sorprendida, y entonces oigo que mi amiga
insiste:
—Venga, subamos a esa tartana.
Divertida, miro la vieja furgoneta que Naím va a conducir
y, sin dudarlo, me monto en ella.
Durante el trayecto ambos me van contando cosas
concernientes a los viñedos y, la verdad, a mí todo me
suena a chino. Ni soy una especialista en vinos ni lo voy a
ser. Es más, ¡no es algo que me guste especialmente!
Hablan de ampliar la experiencia a los visitantes en los
viñedos y Verónica le cuenta a Naím lo que hemos
comentado durante el desayuno. De inmediato veo cómo mi
amiga me implica en el tema y yo, encantada, sigo dando
ideas, hasta que él señala:
—Lo que proponéis me parece interesante. Ahora lo
hablamos durante la comida.
Una vez que llegamos a una especie de nave, Naím
detiene el vehículo y, bajándose, señala:
—Vamos, nos esperan.
Miro a Verónica sorprendida. ¿Nos esperan? ¿Quién nos
espera?
Segundos después, cuando entramos en un salón de la
nave, veo allí a gente a la que no he visto en mi vida.
—Amara —dice Naím—, te presento a mi hermana
Florencia y a mi cuñado Omar.
Asiento gustosa. Verónica me ha hablado muy bien de
ellos. Y entonces Florencia se acerca a mí y, tras darme dos
besos, musita:
—Qué alegría conocerte. Verónica nos ha hablado muy
bien de ti. Y ay, Dios, ¡qué alegría saber que vas a cuidar de
nuestro Jan! Porque vaya tela con mi hermano... ¡Todas las
niñeras se le van!
Eso me hace sonreír.
Luego, tras saludar con dos besos al marido de Florencia,
se acerca el patriarca y, viendo aquellos ojos que han
heredado Liam y Jan, afirmo:
—Y usted es Horacio, el Acosta original, que ha regalado a
dos de sus descendientes esos preciosos ojos de ángel
malote.
Veo que el hombre sonríe, le hace gracia lo que oye y,
tras darme dos besos, tiende ante mí un ramo de flores.
—Me gusta ser ¡el ángel malote original! —declara.
Ambos reímos y él añade—: Estas flores son para ti.
Miro el ramo, que es precioso, y rápidamente oigo que
Verónica dice:
—Son anastasias.
Asiento. Menos mal que me lo ha dicho, porque yo de
flores entiendo lo justo.
—Eran las flores preferidas de mi mujer —añade él—. Y
ahora que ya no se las puedo dar a ella, las regalo siempre
que puedo.
Emocionada por ese bonito detalle, sin pensarlo abrazo al
hombre con todo mi cariño y afirmo:
—Son preciosas. Muchísimas gracias.
Horacio y yo conectamos en décimas de segundo. Como
dijo Verónica, es imposible no conectar con Horacio, y
comenzamos a bromear. Es un guasón y es fácil seguirle la
broma.
En ese instante oímos el ruido del motor de otro coche y,
segundos después, entra Liam impecablemente vestido. Uf,
cómo se me revoluciona el corazón. Por Dios, ¿qué me
ocurre? Estoy azorada, y espero que no se me note en la
cara.
Liam es un figurín con su traje, su camisa y su corbata.
¡Qué guapo y qué serio! Y, mientras saluda a sus familiares,
Verónica y yo oímos que Horacio le dice que soy muy
simpática. Eso me hace sonreír y, consciente de que me
escucha solo mi amiga, musito:
—Una cosita... En mi próxima vida quiero ser la guapa...,
estoy cansada de ser la simpática.
Ambas reímos por eso, y luego, fijándome en Naím,
cuchicheo:
—Tienes razón. Tu chico tiene culito de caramelo.
Mi amiga y yo nos miramos; entonces Liam se acerca a
nosotras y, tras darnos con naturalidad dos besos a cada
una, dice sonriendo:
—¡Estoy muerto de hambre!
—¡Ya somos dos! —afirmo con mi particular humor.
Verónica se ríe. Yo también. Y, disimulando lo que
pensamos, nos dirigimos hacia la mesa mientras musito:
—Vaya..., el Friki del Control parece estar de buen humor
hoy.
Nos reímos divertidas por mi comentario, y a continuación
oigo al patriarca que dice alto y claro:
—Hijos, que se note que sois unos caballeros.
Veo que Verónica y Florencia se miran con complicidad
cuando Liam, retirando una silla, me mira y ofrece con
galantería:
—Amara, por favor, siéntate.
Madre míaaaaa, ¡que me ha llamado por mi nombre!
Vale, ahora lo entiendo. Estamos lejos de la casa, del
niño, y todavía no he comenzado a trabajar para él. ¡Soy
Amara y me está tuteando!
Me sorprende esa caballerosidad de su parte. Creo que es
la primera vez en mi vida que un hombre hace ese gesto
tan galante por mí, y estoy sentándome cuando veo que
Naím hace lo mismo con Verónica y Omar con Florencia, su
mujer.
Encantada por estar viviendo un momento tan de
película, sonrío y me sorprendo al ver que acto seguido
Liam se sienta a mi lado.
A diferencia del hombre que vi el día anterior en su casa,
rígido y encorsetado, aquí lo noto cómodo, participativo y
sonriente.
Estoy pensando en ello cuando, de pronto, Horacio da
unos golpecitos con su cuchara en la copa y anuncia:
—Esta comida, en este lugar tan importante para la
familia, es en honor a Amara, la buena amiga de nuestra
querida Verónica.
Miro a los presentes boquiabierta. Todos sonríen, y
Horacio continúa dirigiéndose a mí:
—Amara, esta es nuestra manera de darte la bienvenida
a la familia.
Sorprendida, lo miro y pregunto:
—¿A todas las niñeras les habéis dado una bienvenida
como esta?
Todos se ríen, yo también, y Florencia aclara:
—Tú eres especial. Verónica nos ha dicho que eres como
su hermana, y eso ya te convierte en una más de la familia.
Y lo mínimo que hacemos con la familia es ofrecer un bonito
recibimiento.
Oír eso me emociona. Que hagan eso por mí, sin
conocerme, es de agradecer. Miro a Verónica. La quiero.
Sabe lo importante que es para mí sentirme querida.
—Te quiero —le susurro.
—Y yo a ti —afirma sonriendo.
Bajo la atenta mirada de los presentes nos abrazamos
como dos tontorronas. Sé lo que soy para Vero, como ella
sabe lo que es para mí, y, tras abrazarla con cariño,
dirigiéndome a todos y paseando la mirada rápidamente por
Liam, musito:
—Gracias por vuestro cariño.
Emocionada, sonrío, y el patriarca de la familia añade:
—Esperamos que te sientas bien entre nosotros mientras
cuidas de nuestro pequeño Jan. Y sobre todo que dures más
de un mes y medio, que es lo máximo que le ha durado una
niñera a mi hijo...
Oír eso hace reír a los presentes y Liam, mirándolos,
gruñe:
—No sé dónde le veis la gracia...
De nuevo todos se carcajean. ¡Qué cabritos!
Yo me río, no lo puedo evitar. ¿Qué dirían si supieran que
Liam ya está pensando en reemplazarme? En silencio miro a
este último. En sus ojos veo que no desea que diga en voz
alta lo que hemos hablado, y no, no lo digo; pero Verónica,
que lo sabe todo, tercia con mofa:
—Si ves que Liam se pone muy pesadito, dímelo y te
ayudaré a bajarle los humos.
Según dice eso, él la mira con gesto serio y murmura:
—Julia de Valladolid..., no te pases.
Vero sonríe. Ese nombrecito tiene su historia. Y entonces
yo, divertida, cuchicheo:
—Tranquila. Ya sabes que soy valiente y me gustan los
retos.
Todos sueltan una carcajada por mis palabras.
—Bueno, bueno —interviene Florencia—, dejemos respirar
a Liam antes de que nos suelte uno de sus gruñiditos.
Los demás vuelven a reír. Liam los mira levantando una
ceja y Horacio le pregunta:
—¿Algo nuevo sobre las negociaciones con Master Good?
Veo que él niega con la cabeza. ¿Qué negociaciones serán
esas?
—Tenemos que conseguirlo —añade Horacio—. Eso, junto
con haber ganado el año pasado el premio internacional al
mejor enólogo, dará un buen impulso a Bodegas Verode.
Todos asienten y a continuación Liam indica:
—Margot nos está ayudando bastante con sus contactos.
Margot... Ese es el nombre que pronunció Marcela.
De nuevo todos asienten y empiezan a hablar sobre
aquello. Verónica, acercándose a mí, murmura:
—¿Conoces la franquicia de restaurantes Master Good?
—¿Esa que tiene más de quinientos establecimientos en
todo el mundo? —digo.
Mi amiga asiente.
—Pues resulta que Margot, una amiga de Liam que es
diseñadora de joyas..., y un poco tonta, eso también hay
que decirlo, es la cuñada del propietario de esa franquicia, y
están intentando que incluyan sus vinos en las cartas de sus
restaurantes.
—Eso sería genial —susurro impresionada.
—Efectivamente —conviene ella—. Sería fabuloso para
Bodegas Verode a nivel mundial, y todos cruzamos los
dedos para que ocurra. Es más, como no lo consigamos, a
mi suegro le va a dar un infarto. Está muy nervioso.
Seguimos hablando del tema hasta que oigo que Horacio,
el patriarca, insiste:
—Lucha por ello, Liam. Tenemos que conseguirlo.
—Lo tendrás, papá.
El hombre asiente y sonríe.
—Lo sé, hijo. Lo sé —afirma—. Te conozco y sé que no nos
decepcionarás.
Liam levanta las cejas y luego Horacio pregunta:
—¿Qué sabéis de las tierras de Las Palmas de Gran
Canaria?
Rápidamente los tres hermanos Acosta se miran y Liam y
Naím asienten. Hablan con su padre sobre el tema, y
Florencia comenta:
—Eran el sueño de mamá.
—Y haremos realidad ese sueño —asegura Horacio.
Veo que se miran. Por sus gestos emocionados deduzco
que esas tierras son importantes para ellos.
—Una cosita..., ¿de qué hablan? —cuchicheo
acercándome a mi amiga.
Vero sonríe y murmura:
—De unas tierras en Las Palmas que la mujer de Horacio
quería comprar para que Bodegas Verode también
estuvieran presentes allí, pues Gran Canaria es la única isla
donde no están.
Vale, ahora sí lo he entendido.
—Cambiando de tema —dice entonces Verónica en alto
dirigiéndose a todos—, traigo apuntadas las ideas que os
comenté. Hoy lo he estado hablando con Amara y tengo
varias cosas que contaros.
Los demás nos miran. Liam parece agradecido porque
esté hablando de otra cosa, y Verónica, tras abrir un
cuaderno, explica:
—Actualmente contáis con excursiones diarias de catas
de vinos. Eso está genial y gusta mucho. Es algo que se
hace de día y funciona bien.
—¡Fenomenal! —afirma Florencia.
Verónica asiente y continúa:
—¿Qué os parecería si organizáramos experiencias
exclusivas para grupos reducidos o particulares, a la luz de
la luna, donde ofreciéramos cenas selectas con un buen
maridaje y todo ello acompañado por buena música?
Nadie dice nada, todos se miran entre sí. Y a continuación
mi Vero me mira y yo indico:
—Se podría contratar a un buen chef y hacer noches
temáticas donde la cena y la música varíen para ofrecer un
repertorio más diverso.
—¿A qué os referís? —pregunta Horacio.
Vero y yo intercambiamos una mirada y ella aclara:
—A organizar cenas románticas y exclusivas con un
máximo de veinte personas, donde las parejas o los grupos
de amigos disfruten bajo la luz de la luna de una
experiencia que un restaurante al uso no puede darles. He
pensado que el sitio podría llamarse «El Valhalla»... ¿Qué os
parece?
Todos asienten. Por sus gestos, y aun sin conocerlos, sé
que les gusta la idea.
—«El Valhalla» me parece un nombre magnífico —
comenta Horacio.
Verónica sonríe mirando a Naím y luego agrega:
—Se podría acondicionar la parte exterior de la nave, la
que está frente a los viñedos, para darle más carácter y
personalidad.
Yo asiento y, emocionada, añado:
—Crear un lugar único y mágico iluminado por la luna, las
estrellas y cientos de bombillitas de luz cálida que
aportasen un toque romántico.
Veo que a la familia parece gustarle la idea.
—Si queréis, puedo desarrollar mejor el proyecto junto
con Amara —prosigue Verónica—. Ella tiene unas ideas
fantásticas.
Ahora todos me miran a mí, en especial Liam, y me
apresuro a aclarar dirigiéndome a él:
—Siempre y cuando el cuidado del niño me lo permita,
claro está.
Él asiente y no dice nada.
—Me parece una idea estupenda —murmura Florencia
emocionada.
Todos comienzan a hablar sobre el tema. Durante un rato
comentan pros y contras, hasta que Liam dice:
—El chef Roberto es amigo de la familia de toda la vida, y
seguro que si hablo con él podríamos llegar a un acuerdo.
Veo que asienten. Naím, gustoso, le da un beso en los
labios a Verónica, y en ese instante Florencia exclama:
—¡Se acabó hablar de trabajo! Ahora vamos a comer —y,
mirándome, añade—: Aunque no soy el chef Roberto, esta
comida la he hecho yo. Es comida canaria: papas con mojo
verde y rojo, que no podían faltar; caldo de millo; conejo en
salmorejo; sancocho y, de postre, frangollo. Y antes de que
digas nada, Liam..., la comida tiene la grasa justa para que
tus arterias no se obstruyan. Por tanto, come y no protestes.
Todos vuelven a reírse y entonces su hermano afirma
sonriendo:
—Otra cosa no, pero tu comida no me la salto por nada
del mundo.
Con unos ojos como platos, miro las fuentes que Florencia
ha ido destapando y, admirada, musito:
—Todo tiene una pinta estupenda.
—Pues mejor sabrá... ¡Al ataque! —anima Omar.
Mientras todos se sirven, miro encantada el sancocho, del
que Liam se está sirviendo a mi lado; entonces lo oigo decir:
—Amara... —Ay, Diossssss, ¡qué sensual suena mi nombre
en sus labios, y en ese tono...!—. ¿Eres más de carne o de
pescado?
Asiento con una sonrisa. Su carne sí que me la comería yo
crudita... Pero, consciente de mi gesto, lo cambio y suelto
en un susurro:
—De carne.
Sin embargo, de inmediato oigo a Verónica reír, y me doy
cuenta de cómo lo he dicho, así que añado en tono serio:
—Me gustan ambas cosas, pero soy más carnívora.
Liam asiente y, señalando su plato, indica:
—El pescado que mi hermana ha utilizado para hacer el
sancocho es cherne, ¿lo conoces?
Niego con la cabeza. Creo que es la primera vez en mi
vida que oigo que un pez se llama así. Y entonces él,
cogiendo con su tenedor un trocito de su plato, lo pone ante
mí y dice mirándome a los ojos:
—Pruébalo.
Uf..., cómo me mira.
Uf..., qué tentación.
Uf..., lo que me entra por el cuerpo.
Uf..., si yo le dijera lo que realmente me gustaría probar.
Uf..., uf..., uf... ¡Demasiados «uf...» seguidos!
Y, consciente de que no es momento ni lugar de pensar lo
que pienso, me acerco a él y, tras meterme en la boca el
trozo de pescado, lo mastico, lo paladeo y, sin dejar de
mirarlo porque no puedo, afirmo con un hilo de voz:
—Buenísimo.
Liam asiente sonriendo.
¡Madre mía, ¿por qué estoy tan tonta, si a mí me van los
morenos y este tío incluso me cae algo mal?!
Por debajo de la mesa Verónica me pellizca en el muslo
para hacerme regresar a la realidad, y cuando la miro
musita:
—Recuerda: ¡es rubio...!
Asiento. Si sigo así voy a hacer el ridículo.
—Amara —me llama entonces Florencia—, si te gusta el
sancocho, ¡sírvete! Que estas pirañas arrasan con todo.
—¡Hermanaaaaa! —protesta Naím con cariño.
Florencia sonríe, y Liam tercia dirigiéndose a mí:
—Yo te serviré.
Asiento en silencio. ¿Por qué se estará comportando de
un modo tan amable conmigo? Y, cuando este termina,
Verónica cuchichea cerca de mi oído:
—Tranquila, luego vamos a la farmacia a por la píldora de
la miradita después...
Eso me hace reír. La gracia que tiene la jodía.
Durante la comida disfruto del ambiente familiar que los
Acosta crean. Ríen. Charlan de manera distendida. Florencia
alardea de su precioso nietecito, el hijo de su hijo Gael, y
como siempre que estoy con una familia, envidio no haber
tenido eso en mi vida. Qué bonito habría sido haberme
criado con mi hermano y unos padres que nos hubieran
querido, cuidado y protegido. Pero bueno, la vida es así, y
no hay que darle más vueltas al tema.
Después de comer, y tras recogerlo todo y meterlo en
cestas, Horacio se despide con cariño de mí y se marcha
con Florencia y Omar. Yo me encamino con Verónica hacia la
furgoneta cuando oigo que Naím le pregunta a su hermano:
—¿Vienes esta noche a tomar una copa al Salseando?
Liam, que se dirige hacia su vehículo, se quita la
chaqueta y, tras dejarla en el asiento de atrás con cuidado
de que no se arrugue, cierra de nuevo la puerta y dice:
—He quedado con Margot para cenar.
Según menciona ese nombre, veo que la expresión de
Naím cambia.
—Oye, Liam —repone—, creo que...
—Sé lo que hago —lo corta él—. Tranquilo.
Oír eso no sé si me alegra o me decepciona, pero, sin
querer intervenir en algo que ni me va ni me viene, miro mi
móvil, y en ese momento oigo que Liam dice:
—Amara.
Oírlo decir mi nombre hace que toda yo me revolucione.
Lo pronuncia de una manera que uf...
—¿A qué hora estarás mañana en la casa? —pregunta a
continuación.
—A las cinco estaré allí.
Él asiente. Me mira. Sonríe. Y, sin más, se monta en su
coche, arranca y se va. Segundos después nos vamos
nosotros.
Capítulo 9

Como siempre, ver a nuestro amigo Jonay y a su marido es


una maravilla.
Verónica y yo conocimos a Jonay en las clases de baile a
las que íbamos cuando él estuvo trabajando en Madrid.
Luego volvió a Tenerife junto a su amor.
Tras la cena, en la que lo pasamos de maravilla, me
llevan a un local que se llama Salseando.
¡Ya hasta el nombre me gusta!
Como era de esperar, nada más entrar salsita es lo que
suena, y antes de lo que me imagino ya estoy con Jonay, su
marido y Verónica dándolo todo en la pista.
¡Cómo echaba de menos estos bailes con mi amiga!
Desde donde estoy veo a Naím hablando en la barra
mientras no le quita ojo a su chica. Sentir cómo mira a
Verónica y sonríe hace que mi corazón aletee de felicidad.
Creo en el amor y, sin duda, lo que veo en su mirada es
purito y verdadero amor.
En los últimos meses mi amiga me ha contado cómo es
Naím y qué fue lo que la enamoró de él. Y ahora que llevo
dos días en su compañía, creo que mi amiga se ha quedado
corta. Naím es un hombre increíble.
Durante horas disfruto de la diversión de la salsa y todo lo
que tenga que ver con mover el esqueleto. ¡Y también de
los morenazos! Pero ¿cómo no sabía yo que en las islas
había morenazos como estos...?
Bailo con Jonay, con Verónica y con algunos de los
hombres que, animados, me sacan a bailar y lo hacen de
lujo. Disfruto de la noche encantada.
Más tarde estoy hablando con Naím cuando se nos acerca
un morenazo impresionante que, tendiéndome la mano, me
pregunta:
—¿Baila usted, señorita?
Bueno, bueno, bueno..., ¡claro que bailo! Pero entonces
Naím suelta:
—Sí. Pero contigo no.
¡¿Qué?!
Boquiabierta por su contestación, lo miro. Pero bueno,
¿quién es él para decir con quién bailo o no bailo?
—Oye, una cosita... —protesto.
—¿De qué conoces tú a este tipo tan feo? —suelta
entonces el moreno.
Según dice eso, Naím rompe a reír y, acercándose, veo
que se funde en un abrazo con aquel y, cuando se separan,
el guaperas dice:
—¿Desde cuándo bailas tú salsa?
—Desde que mi mujer es una apasionada de ella...,
aunque yo tenga dos pies izquierdos.
El desconocido y Naím sonríen, y este último me dice a
continuación:
—Amara, él es el doctor Alejo Bouza. El pediatra de Jan.
¡Ole, ole y ole! ¡Vaya pediatra guapo que tiene el niño!
Asiento sorprendida porque el médico del pequeño sea
tan mono; entonces este pregunta mirándome:
—¿No me digas que tú eres la amiga de Verónica y la
nueva niñera de Jan?
Asiento otra vez, ahora con picardía. El doctorcito y yo
nos reímos, y cuando comienza a sonar una canción, nos
miramos y, cogiéndonos de la mano, salimos a la pista a
bailar Pa’lla voy, de Marc Anthony.
El tipo con el que bailo, que ahora sé que es pediatra,
amigo de Liam y se llama Alejo, es un portento bailando
salsa. Divertida, disfruto bailoteando con él mientras
giramos, nos acercamos, nos alejamos, damos vueltas, y
ambos sacamos nuestro lado más sensual.
La salsa es puro morbo y erotismo y, sin duda, Alejo lo
sabe, como todos los que la bailamos. Lo pasamos bien
tentándonos y mirándonos a los ojos como si nos fuéramos
a comer aquí mismo mientras movemos las caderas, las
piernas, los hombros y la cabeza al compás de la música.
Complacida por lo bien que lo hace Alejo, miro a Verónica,
que baila con Jonay, y tras hacerle una seña ellos se nos
acercan y, como los expertos bailarines que somos, los
cuatro seguimos moviendo el esqueleto y empezamos a
cambiar de pareja como si lo lleváramos haciendo toda la
vida.
Más tarde, cuando regresamos a la casa, tras ser
consciente de que Naím y Verónica van a tener una
grandiosa noche de sexo, me tapo la cabeza con la
almohada para no oírlos. No porque me dé rabia lo que van
a hacer..., sino ¡porque no quiero que me den envidia!
Capítulo 10

Al día siguiente, tras despedirme de Verónica a las cinco


menos cuarto, pues la casa de Liam está cerca, con Tigre en
su trasportín y mi mochila me monto en mi moto y me dirijo
hacia su casa, que ahora va a ser la nuestra.
Supuestamente el camino es fácil y no tiene pérdida. Pero
¡yo voy y me pierdo!
Doy vueltas y vueltas y vueltas, y, cuando llego frente a
la casa, a escasos metros, veo a Agoney comiéndose un
sándwich en la garita. Miro el reloj. Quedé a las cinco y son
las seis menos diez. ¡Joder, que llego tarde!
Con el casco de la moto puesto no me conoce y, cuando
se acerca, me subo la visera y saludo:
—Hola, soy Amara, la nueva niñera.
—¡¿Y...?!
—Llego tarde y tengo prisa... ¿No me recuerdas?
El hombre me mira, no responde, e insisto al ver su
parsimonia:
—Oye, una cosita... Te acabo de decir que llego tarde.
—Ese es su problema, no el mío.
Boquiabierta, voy a protestar cuando añade:
—Un momento, señorita.
¡¿Qué momento ni qué leches?! ¡Que ya llego tarde!
—¿Te enseño el DNI? —insisto.
Esta vez él niega con la cabeza y dice apuntando el
número de la matrícula de mi moto:
—¿Esta motocicleta va a venir más veces a esta casa?
Sin dudarlo, asiento.
—Es mía.
—El señor Acosta no me dijo que vendría en moto.
Lo miro, estoy por mandarlo a freír espárragos...
—Me importa un pepino lo que el señor Acosta te dijera.
Es mi moto y se quedará aquí mientras lo haga yo. —Y,
agarrando el trasportín que llevo a mi espalda, indico con
retintín—: Y este es mi perro, Tigre. También vivirá aquí.
¡Toma nota! Y ahora, por favor, ¿me dejas pasar para poder
llamar a la puerta, que llego tarde?
El hombre asiente. Apunta de nuevo algo en su cuaderno
y, antes de dar media vuelta, añade:
—Que tenga una buena tarde.
Aliviada, lo veo alejarse mientras me bajo la visera del
casco. Está claro que se toma su trabajo muy en serio.
Acto seguido me acerco a la puerta, sin bajarme de la
moto, llamo y, cuando oigo una voz y entiendo que me
están viendo por la cámara, anuncio:
—Soy Amara.
Entonces la puerta se abre. No la de siempre. Se abre la
del lateral y, apretando el acelerador, entro por primera vez
con mi moto a toda prisa en la que va a ser mi casa. El
nuevo camino me lleva directa al garaje, que no conocía, y
una vez que estaciono en el primer sitio que veo, me quedo
mirando una preciosa y reluciente moto que hay allí.
¿No me digas que al Ser Supremo también le gustan las
motos?
Gustosa, paro el motor. Me apeo y, mientras oigo a mi
perro lloriquear, susurro:
—Dame un segundo, por favor.
Después miro aquella maravilla de la tecnología. Es, como
poco, ¡impresionante! Boquiabierta, miro la preciosa Suzuki
GSX-S1000 GT azul eléctrico e imagino lo que tiene que ser
conducirla con su cambio semiautomático.
¡Madre mía, qué pepinazo!
—La impuntualidad es algo que no soporto —oigo que
dice alguien a mi espalda.
—¡Ostras, qué susto! —exclamo.
De un salto me doy la vuelta y me encuentro con Liam.
Pero ¿este no estaba en el trabajo?
A diferencia de otras veces, va vestido con un pantalón
vaquero y una camiseta blanca remetida.
¡Qué mono está vestido informal! Aunque, para mi gusto,
con la camiseta por fuera estaría más sexy y moderno.
Pero bueno, centrándome en lo que realmente importa,
indico sin quitarme el casco:
—Disculpa la tardanza, Liam, pero no sé por qué me he
perdido y he estado dando más vueltas que un tonto, hasta
que...
—Por suerte —me corta con voz agridulce—, decidí
quedarme en casa en lugar de ir a trabajar por si ocurría
algo así.
Vale. La primera en la frente. Mi primer día y ya llego
tarde.
—¿Marcela sigue aquí? —le pregunto.
Él asiente.
—Un taxi la recogerá a las seis y cuarto.
Suspiro y estoy por darle gracias al cielo cuando, más
tranquila por verme ya aquí, lo miro en silencio a través de
la visera oscura de mi casco y sonrío. Él no me ve. Lo
escaneo en profundidad. Sin duda, el Ser Supremo es
¡muyyyyy Supremo! Y, al ver que no aparta los ojos de mí,
con todo el glamur que tengo, y al más puro estilo ángel de
Charlie, me quito el casco y, sonriendo, voy a decir algo
cuando suelta:
—No me dijo que traería una moto.
Asiento, tiene razón, e indico acercándome a la moto para
dejar el casco sobre el sillín:
—La verdad, no pensé que tuviera que mencionarlo.
Él me mira. Yo sigo sonriendo mientras oigo lloriquear a
mi perro. Dejo el trasportín en el suelo y, consciente de que
Tigre necesita salir, abro la portezuela sin más. Como
esperaba, mi perro sale de estampida como un miura y
empieza a corretear por el césped como un loco; necesita
desfogarse tras haber estado tanto rato ahí metido.
Divertida, lo miro. ¡Qué loco está! Entonces, de pronto se
detiene y, levantando la pata junto a una planta, hace un
pis delante de nosotros con todo su descaro.
¡Noooooooooooooooooooo!
Con el rabillo del ojo miro a Liam, que lo observa, y
cuando voy a inventarme no sé qué explicación, el loco de
Tigre coge impulso, comienza a correr hacia nosotros, da un
salto y se le sube a Liam a los brazos para lamerle la cara
con auténtica devoción.
Pero ¿qué está haciendo?
Horrorizada, rápidamente voy hasta él y se lo quito de
encima.
—Haz el favor de comportarte —lo riño, y luego, mirando
a Liam, que no ha dicho ni mu pero veo que se mira la
camiseta blanca, indico al ver las huellas de Tigre—: Lo... lo
siento. No pensé que...
—Mis perros están acostumbrados a hacer sus
necesidades fuera de la parcela. Por tanto, señorita López,
intente que el suyo haga lo mismo mientras esté aquí.
Ahora la que no dice ni mu soy yo. Mi perro está educado.
Nunca hace sus necesidades en casa, sino en la calle o en el
campo. Y, claro, al ver ese césped, habrá pensado que esto
es el campo. ¿Qué hago para hacerle entender que ahí
ahora no se hace?
Miro a Liam. Veo que intenta limpiarse con la mano las
manchas que Tigre le ha dejado en su camiseta blanca, y de
pronto aparecen Pepa y Pepe.
¡Ya estamos casi todos!
Pepa y Pepe y mi perro se miran y, cómo no, Tigre
comienza a ladrar como si no hubiera un mañana.
¡Vaya tela!
Acto seguido los de Liam también se ponen a ladrar.
Normal. Es mi perro quien ha invadido su espacio, no al
revés; entonces él, dando un silbido y diciendo: «¡Basta y
junto!», hace que los animales se callen y se sienten a su
lado.
Cuando aquellos se quedan en silencio, Liam me mira
para que yo haga callar a mi mascota.
—Tigre, ¡cállate!
Pero, claro, mi perro es mi perro..., y como suponía, no
me hace caso.
Insisto varias veces. Le doy la orden de callarse hasta que
le agarro el hocico, se lo cierro y, mirándolo directamente a
los ojos, suplico:
—Cállate, por favor.
Pero no. Tigre está nervioso, alterado. No conoce a esos
perros y, cuando no sé qué más hacer, oigo que Liam
ordena a Pepa y a Pepe:
—Caseta.
Acto seguido los perros se levantan, dan media vuelta y
regresan a sus casetas, y una vez que están allí les grita:
—¡Tumba!
Y los perros van y lo hacen.
Madre mía, ¡qué bien educados los tiene!
Cuando se marchan Tigre va dejando de ladrar
paulatinamente, y cuando por fin se calla y deja de
taladrarnos con sus ladridos, con cara de circunstancias voy
a hablar pero Liam señala:
—Si no le importa, puede aparcar su moto ahí.
Miro hacia el lugar donde indica y asiento sin dudarlo.
—No se preocupe, luego la aparco.
Nos miramos. Él no se mueve. Yo tampoco. ¿Qué pasa?
¿Por qué no se va? Y entonces entiendo que el «luego» no le
vale y que he de hacerlo ahora... ¡Joder, con el Friki del
Control...!
Rápidamente vuelvo a meter a Tigre en el trasportín, no
quiero que se le suba otra vez; montándome en mi moto, la
arranco y estaciono donde él me ha dicho. A continuación
apago el motor y, tras poner la pata de cabra, me bajo y,
encantada, veo que hay muchas herramientas en el garaje.
Eso me gusta. Mi moto suele necesitar ajustes cada dos por
tres.
Acalorada y acelerada, camino hacia donde se han
quedado él y mi perro e, intentando ser amable para que el
complicado momento sea más suavecito, miro su moto y
pregunto mientras la toco:
—¿Es nueva?
—Sí.
—Es preciosa... ¿La tiene hace mucho?
Él mira su moto. En sus ojos noto que le gusta, y
entonces, acercándose, coge un trapo y veo que la limpia
por donde yo paso la mano.
—Desde hace quince días —responde—. La anterior tuvo
una avería bastante fea y decidí cambiarla.
Asiento. ¿En serio está limpiando mis huellas?
Divertida, la toqueteo un poco más para que siga
limpiando y, después de que me mire con ganas de
estrangularme, oigo que dice señalando un Audi rojo:
—Si se ve en la necesidad de salir en coche con Jan,
utilice ese. La sillita trasera que lleva está homologada para
los niños de su edad. —Asiento y luego añade—: No quiero
que lo monte en la moto, ¿entendido?
Vuelvo a asentir. ¡Qué maravilla conducir un Audi! Y, oye,
en la vida se me ocurriría montar a un bebé en la moto
conmigo.
Cuando voy a hablar se da la vuelta y, mientras camina
hacia la casa, indica:
—Entremos. Marcela ha de marcharse y yo tengo que
cambiarme de camiseta.
Sin dudarlo, cojo el trasportín con mi perro y mi mochila.
—Haz el favor de ser bueno o al final tendremos un
problema con él —susurro mirándolo.
Mi perro me mira. Por suerte, tampoco dice ni mu y nos
encaminamos hacia el interior de la casa.
Al entrar, como siempre, impera el silencio. Y, dejando el
trasportín sobre el sofá, estoy guardando los guantes de mi
moto en la mochila cuando Marcela entra en el salón y
sonríe al verme. Está feliz, se lo noto en la cara. Y al ver que
se acerca con el niño en brazos, musito:
—Lo siento. Lo siento. Me he perdido y...
—Tranquila. —Sonríe—. Lo importante es que ya has
llegado.
La abrazo encantada, esa mujer es un auténtico amor. Al
ver que el pequeñín me mira, saludo:
—Hola, Gordunflassssss.
El chiquillo, que parece recordarme, me sonríe, y yo me
apresuro a cogerlo en brazos y a besuquearlo. Qué bonito
es. Pero, la verdad, ¿qué bebé de seis meses no es bonito?
Estoy disfrutando de él cuando de pronto aparece Liam, con
otra camiseta blanca limpia y remetida por dentro del
pantalón.
—¿Se ha lavado las manos antes de cogerlo? —inquiere
mirándome.
¡¡¡¡Ostrasssssss!!!!
Joder, joder, la emoción de ver al bebé ha podido
conmigo. Y, justo cuando voy a responder con la verdad, es
Marcela la que dice:
—Por supuesto, señor. Es lo primero que ha hecho al
entrar.
Con disimulo, la miro. Marcela sonríe y yo le agradezco el
bonito detalle que ha tenido.
—Por favor, señorita López —oigo que dice entonces Liam
—, baje el trasportín de su perro del sofá.
Cierro los ojos. Desde luego el comienzo no está siendo el
mejor. No paro de meter la pata una y otra vez. Y,
entregándole el niño a Marcela, me dirijo hacia el sofá, cojo
el trasportín, donde Tigre está calladito, y necesitando
desaparecer y coger aire, indico:
—Lo llevaré a mi habitación.
Liam asiente. Marcela también. Creo que la pobre se
compadece de mí. Y, una vez que desaparezco por el
pasillo, me paro, me apoyo en la pared, cierro los ojos y
tomo aire.
¡Madre mía, qué difícil va a ser esto...!
—Señorita López.
Según oigo eso doy un salto y abro los ojos. ¡Joder, qué
susto!
Tengo a Liam a mi lado. Uf..., qué bien huele. Y, antes de
que yo pueda abrir la boca, añade:
—El taxi de Marcela ha llegado ya. Lo digo por si quiere
despedirse de ella.
Sin dudarlo asiento, agarro el trasportín y, obviando el
modo en que me mira, voy hasta donde está la mujer con el
niño y le doy un abrazo.
Marcela está feliz, pero al tiempo veo tristeza en sus ojos.
Esta es de las mías. Cuando le coges cariño a alguien la
mirada te delata; veo que se le llenan los ojos de lágrimas y,
mirando al niño mientras dejo el trasportín, digo:
—Te prometo que lo voy a cuidar como si fuera mi propio
hijo. —Ella asiente y, obviando que será por poco tiempo,
añado—: He trabajado en hospitales y te aseguro que he
cuidado con amor a todos los niños que pasaban por mis
manos.
Gustosa, asiente otra vez y, tras ver que Liam no puede
oírla, murmura:
—Paciencia con el señor... En cuanto a la señorita Margot,
es un encanto.
Y cuando voy a preguntar, Liam tercia:
—Marcela, vaya despidiéndose, por favor.
La mujer me mira con complicidad. Vuelve a besar a Jan
con cariño, después me besa a mí, me entrega al chiquillo y,
acercándose a Liam, le tiende la mano y declara:
—Ha sido un placer trabajar para usted, señor Acosta.
Liam asiente, sonríe y entonces se saca un sobre del
bolsillo.
—Esto es para usted —explica—. Espero que la ayude en
su nueva vida junto a su familia.
Acercándome hasta Marcela para cotillear, observo que
esta abre el sobre y, al ver un cheque por valor de diez mil
euros, me quedo de piedra. ¡Toma ya...! Ella se lleva las
manos a la boca y Liam, sorprendiéndonos a las dos, la
abraza y dice:
—Ha sido un placer para Jan y para mí haberte tenido en
casa, Marcela. Y si en algún momento te he incomodado en
algo, espero que me lo perdones.
Ella, que está en shock —¡normal!—, no sabe qué
responder, y, mirándome, al ver que sonrío, toma aire y
vuelve a abrazar a Liam.
Yo los miro emocionada. Me gusta ver eso. Soy así de
moñosa. Siempre he pensado que los abrazos y los besos
dados con sentimiento, además de una excelente recarga
para el alma, son de los mejores regalos de la vida. Y,
además, ¡son gratis!
En silencio, noto como que Liam y Marcela por fin se
entienden.
Entonces él, separándose de ella para romper el
momento, coge las maletas.
—Vamos, Marcela —le indica—. El taxi te espera.
La mujer asiente mientras se recompone. Se guarda el
cheque y, tras acercarse para besar de nuevo a Jan en la
cabecita y darme a mí otro beso, musita:
—Al parecer, el señor tiene corazón. —Sonrío y ella añade
—: No solo me ha dado un cheque que me facilitará mucho
las cosas en Colombia, sino que encima me ha abrazado.
Divertida por eso, sigo sonriendo. Está claro que para
Liam todo cambia cuando dejas de ser su empleada.
Acto seguido, tras lanzarnos un beso al niño y a mí, ella
se da la vuelta y desaparece.
Acercándome a la ventana con el pequeño en brazos, cojo
la manita de Jan y, a través del cristal, le decimos adiós a
Marcela y el taxi se marcha.
—¿El trasportín de su perro está de nuevo sobre el sofá?
¡Joder, qué susto otra vez!
Según oigo eso, me doy la vuelta.
¡Ostras! Pero ¿en qué estaré pensando...?
Liam está a escasos metros de mí, mirándome con
seriedad. Desde luego no estamos comenzando como yo
habría querido. Y, necesitada de unos segundos para
centrarme y serenarme, antes de que por mi boca salgan
sapos y culebras, me acerco a él.
—Una cosita... —digo—. ¿Podría coger, por favor, a Jan?
Sin dejarlo responder, se lo planto en los brazos.
—Voy a llevar el trasportín a mi habitación y en dos
segundos vuelvo —añado.
Su cara es un poema. Con todo mi morro le acabo de
endosar al niño. Y, sin mirar atrás, me marcho del salón y
corro por el pasillo. Una vez que entro en la que será mi
habitación a partir de ahora y cierro la puerta, respiro.
Madre, madre..., ¡creo que no voy a durar ni un solo día
en este trabajo!
Retirándome el pelo de los ojos, miro mis maletas y mi
guitarra. Estoy por no deshacerlas. Pero, tras dejar el
trasportín sobre la cama, mirando a mi perro, que sigue
dentro, digo:
—Quédate un ratito ahí metido, ¿vale?
Acto seguido salgo de nuevo del cuarto y, tras entrar en
el salón y coger a Jan en brazos, cuando Liam desaparece
sin decir nada, yo me encamino hacia la sala de juegos del
pequeño, y reconozco que estar a solas con el chiquillo me
da el aire fresco que necesito.
Tras jugar un rato con el pequeño, cuando veo que se
cansa vamos a mi habitación. Allí saco a Tigre del trasportín
y hago las pertinentes presentaciones. El niño y el perro se
miran. Jan sonríe, y Tigre finalmente lo huele para darle
besitos.
Mientras el animal lame la manita del pequeño para
demostrarle su afecto, yo me río. Si el padre de la criatura lo
viera, fijo que me despediría. Pero por suerte no lo ve, y yo
¡no se lo voy a decir!
Pasada una hora baño al pequeño y le doy de cenar en su
trona en la cocina. Y cuando a las nueve de la noche ya está
dormido en su cunita, me siento feliz. Enciendo la cámara
del vigilabebés y me llevo el monitor por si se despierta. En
mi cuarto, voy a tirarme en la cama cuando soy consciente
de que Tigre me está pidiendo de cenar con la mirada.
Rápidamente saco de mi mochila el saquito de pienso y,
tras echarle un poco en su cacito, lo devora. A este nada le
quita el hambre. Mientras come, me tumbo en la cama y
suspiro.
¡Vaya día!
Mi móvil vibra en ese momento. He recibido un mensaje.
Es de Liam, que dice:
A las diez la espero en
la sala de la televisión.

Suspiro. Seguro que quiere el informe de la tarde del niño.


Miro a mi alrededor. Tengo que sacar mis cosas de las
maletas, pero no me apetece. Entonces de pronto veo en el
monitor del vigilabebés que Liam entra en el dormitorio de
Jan y se acerca a su cuna.
Curiosa, me quedo mirando la pantallita. Él se aproxima a
la cunita y, sonriendo, le toca el moflete, le da un beso en la
frente y oigo que dice:
—Buenas noches, Cacahuete.
¿Lo ha llamado «Cacahuete»...?
Sonriendo por esa demostración de afecto hacia el niño,
no quito ojo de la pantalla y veo que comprueba que las
sábanas no lo agobien y, luego, sale de la habitación.
Reactivada por lo que he visto, me levanto de la cama y
decido darme una ducha. Me ducharé, cenaré y luego iré a
ver qué quiere el Ser Supremo.
Instantes después, tras enviarle un mensaje a Verónica,
decirle que sigo viva y que al día siguiente la llamaré,
cuando me meto en la ducha y veo que esta tiene efecto
lluvia, estoy por saltar de felicidad. Sin duda, en este caso
Liam lo hizo muy bien.
Capítulo 11

A las nueve y media salgo de mi dormitorio con el pelo


mojado y vestida con un pirata negro y una camiseta de
tirantes. Voy descalza. Se me olvidó meter en el equipaje
algunas zapatillas para andar por casa. Con el vigilabebés
en la mano, me dirijo a la cocina. Estoy muerta de hambre.
Al entrar en la preciosa y silenciosa estancia y encender
la luz, miro a mi alrededor y sonrío. La cocina es una
pasada. Si la viera Leo, con lo cocinillas que es, ¡se volvería
loco!
Abro el frigorífico y miro qué comer. No me apetece
cocinar, por lo que opto por sacar pan en rebanadas,
lechuga, tomate, mozzarella, pavo y mayonesa. Hay que ver
qué sano se come en esta casa... Busco en otros armarios
algo grasiento. Quiero patatas fritas, cortezas..., ¡algo que
no sea en absoluto recomendable! Pero nada, aquí no hay
de eso.
Encantada de la vida, miro el vigilabebés y veo que Jan
duerme como un bendito. Así pues, tras buscar en mi lista
de Spotify, rápidamente comienza a sonar Quiero decirte,
de Abraham Mateo y Ana Mena, y empiezo a tararearla
mientras me preparo el sándwich y bailoteo al compás de la
música.
Tras esa canción suenan otras, y una vez que acabo de
hacerme el maxisándwich, me siento sobre la encimera de
la cocina y, bebiendo una Coca-Cola, devoro mi maravillosa
cena mientras disfruto mirando el mar a través del gran
ventanal.
¡Qué pasada de vistas!
Minutos después, cuando acabo, y viendo que son las
diez menos cinco, me pongo a recoger lo que he ensuciado,
pero entonces comienza a sonar la canción Bailé con mi ex
de Becky G.
Sin poder evitarlo pienso en Óscar, pero en esta ocasión
sonrío. Es genial tenerlo lejos. Y estoy bailoteando mientras
meto el vaso en el lavavajillas cuando oigo:
—La estoy esperando en la sala.
Del susto que me da, suelto la puerta del lavavajillas de
golpe y me doy un porrazo en la rodilla, por lo que
inconscientemente exclamo:
—¡Me cago en la leche!
Dolorida, me muevo; Liam se acerca y pregunta con un
gesto preocupado:
—¿Qué le ocurre?
Resoplo. Suspiro. Me cago en todo lo cagable y, sin
pensar, suelto:
—Mira, una cosita... ¿Quieres dejar de asustarme?
—¡¿Qué?!
—Que... que, por tu culpa, me he dado con la puerta del
lavaplatos en la rodilla. ¡Joder!
Le cambia la cara. Me doy cuenta de que me estoy
pasando, pero cuando voy a hablar indica:
—Espero que modere usted ese lenguaje delante de Jan.
Vale..., mi manera de hablar no está siendo la más
apropiada para dirigirme a mi jefe.
—Disculpe mis palabras —susurro tomando aire.
Liam no responde. Me mira. Se agacha. Retira mi mano
de la rodilla y, al ver el golpe enrojecido, dice:
—Póngase hielo. Le...
—No hace falta —replico intentando reconducir lo que yo
solita he jorobado—. Solo ha sido un golpe, nada más.
Él asiente. Veo que mira las cicatrices que tengo en las
rodillas y en las piernas de caídas con la moto, pero no
pregunta. Nos miramos en silencio unos instantes, hasta
que él dice:
—Si está escuchando música, puede que si Jan llora no lo
oiga.
Según dice eso, y con la mala leche que llevo en el
cuerpo a causa del golpe, sé que tengo dos opciones: o
mandarlo a la mierda o mandarlo a la mierda, por lo que,
cogiendo mi móvil, apago la música y, escondiendo mi
malestar tras una bonita sonrisa, afirmo:
—Solucionado.
Entonces Liam se da la vuelta y repite:
—La espero en la sala. Tenemos que hablar.
Cuando se va vuelvo a hacer una mueca de dolor. Me
miro la rodilla. Menudo cardenal me va a salir. Y, viendo que
de esta no me cortarán la pierna, decido tomar aire y coger
un vaso de agua que llevarme e ir a la sala de la televisión.
Desde luego, a este tipo no le haría yo ojitos en la vida.
Al entrar lo veo sentado en el enorme y cómodo sofá
mientras mira la televisión. Rápidamente sé que ha puesto
una serie que yo he visto, Prison Break, y que me gustó
mucho.
—La he visto —comento—. Vaya tela cuando el hermano
le...
En cuanto lo digo, me doy cuenta de que me mira con
seriedad. ¡Joder, qué miradita!
—Vale —cuchicheo—. Seré buena y no le destrozaré la
serie.
Liam no dice nada, pero, oye, me ha parecido notar un
esbozo de sonrisa, aunque enseguida la ha disimulado.
Entonces, señalando el sofá, mientras pausa la serie que
está viendo, dice:
—Siéntese, por favor.
Sin dudarlo, lo hago. Me siento en el borde, dejo el
vigilabebés para seguir controlando a Jan y doy un trago a
mi vaso de agua. Al terminar, lo deposito sobre una mesita
de cristal que hay frente a nosotros, e, intentando sonreír, lo
miro y señalo:
—Pues usted dirá.
Entonces veo que está mirando hacia la mesa. ¿Qué
mirará?
Al momento me doy cuenta de que es el vaso de agua.
¿Tendrá sed?
Segundos después se incorpora. Coge algo de un cesto
que hay sobre la mesita y dice mostrándomelo:
—Si se da el caso de que usted vuelve a sentarse aquí
con una bebida, ponga un posavasos antes de dejarla ahí.
Oy... Oy... Oy... La madre que lo parió... ¿En serio?
¿De verdad es de los que ponen posavasos?
Parpadeo y, después de tragarme uno de mis mordaces
comentarios, le aseguro:
—Lo recordaré.
Liam asiente, yo lo miro y luego él dice:
—Quería que habláramos de su estancia aquí.
—¿Ya ha encontrado sustituta? —pregunto curiosa.
Él niega con la cabeza.
—Si le soy sincero, estos días tengo mucho trabajo en las
bodegas y no he buscado. Pero, tranquila, que en cuanto
encuentre algo la avisaré al menos con una semana de
antelación.
—¡Genial! —digo.
A partir de ese instante comienza a hablar y yo lo
escucho en silencio mientras asiento como una autómata.
—Aquí tiene las directrices para cuidar a mi hijo el tiempo
que esté aquí —indica entregándome una hoja de papel.
Sin dar crédito, cojo lo que me tiende y, una vez que lo
tengo en la mano, me pide:
—Léalas.
De inmediato planto los ojos en la hoja y leo:

NORMAS
1. El niño ha de estar durmiendo a las 21.00. Hora de
levantarse: 9.00 de la mañana.
2. El niño desayunará a las 9.30. Comerá a las 13.30.
Merendará a las 17.00. Cenará a las 20.15. Si se despierta
durante la noche, tomará biberón.
3. El niño dormirá la siesta todos los días de 14.00 a
16.00.
4. El niño paseará únicamente por la urbanización de
11.30 a 12.30 y de 17.30 a 18.30. Una vez que llegue a
casa jugará en su sala de juegos.
5. El baño del niño será a las 19.30 todos los días.
6. Cambio de pañal: al menos diez veces al día.
7. Toma de temperatura: al levantarse y acostarse.
8. El niño no comerá ni probará nada que no esté en su
dieta.
Sorprendida, termino de leer la lista y lo miro
consciente de que aquello no tiene ni pies ni cabeza en
muchos aspectos. Pero entonces me entrega otro papel y
dice:
—Estas son las directrices para su convivencia en esta
casa.
De nuevo, lo cojo y leo:
1. Prohibido traer extraños a la casa.
2. Prohibido transitar por estancias que no sean su
habitación, la del niño, la cocina, el jardín o la piscina.
3. Prohibido llevar comida al dormitorio y prohibida la
música a un volumen excesivo.
4. Desayunos, comidas y cenas, en la cocina en el
horario que quiera.
5. Apuntar los días libres en el calendario de la cocina.
Importante avisar tres días antes en caso de algún
cambio.
6. Vestimenta adecuada en todo momento.
7. Si la piscina está ocupada, se privará de su
utilización hasta que quede libre.
8. El uso del televisor es exclusivamente en su cuarto.
9. Los animales no entran en la casa.
10. Llevará al día los cuadernos del niño para
mostrarlos a diario.
Sin dar crédito, leo todo aquello y, no sé por qué, sonrío.
El tiquismiquis pretende que viva en un campo de
concentración. Y, sin filtros, musito mirándolo:
—Una cosita..., ¿esto va en serio?
Liam levanta las cejas; por su gesto intuyo que sí. Dejo la
hoja sobre la mesa y afirmo:
—Vale. Va en serio.
—¿Alguna pregunta?
La verdad..., tengo mil preguntas, pero soy consciente de
que mejor me callo. Y, como no contesto, él prosigue:
—¿Qué días libres desea?
Miro el calendario como el que mira un campo de minas.
Ahora mismo lo cierto es que no sé qué días quiero.
—¿Le importa si se lo indico dentro de unos días? —
pregunto.
Liam asiente y aparta el calendario de en medio. Estoy
tan bloqueada por tanta norma absurda que no sé ni qué
decir. Entonces, recordando dónde he dejado aparcada mi
moto, digo:
—Una cosita... ¿Puedo utilizar las herramientas de su
garaje?
Eso lo sorprende, se lo veo en la cara.
—¿Qué pretende hacer? —inquiere.
—Aprendí mecánica y, a no ser que sea algo muy grave,
soy yo quien arregla las averías de mi moto. La verdad, me
ahorro un pastizal...
Veo que parpadea sin dar crédito y me apresuro a añadir:
—Prometo dejarlas limpias y ordenadas como usted las
tiene. Es más, no notará siquiera que las he tocado.
Él suspira, lo piensa y finalmente afirma:
—Puede utilizarlas.
Gustosa, asiento, y luego, mirando la maravillosa sala,
provista de cosas que llaman mi atención, como el gran
televisor, los libros y la música, indico sin pudor:
—Por la hojita de las normas, entiendo que esta estancia
queda excluida de mi utilización. —Él asiente y yo pregunto
—: ¿En serio no puedo ver la tele aquí o coger algún libro
para leer?
—Tiene televisor en su dormitorio.
Es cierto, tiene razón, pero como soy una tocapelotas y
este tipo me da igual, replico:
—Lo sé, y se lo agradezco, pero es que esta de sesenta y
cinco pulgadas es una pasada, y ver las pelis y las series
aquí tiene que ser la leche.
Evito sonreír. Veo su gesto de incomodidad. No está
acostumbrado a que nadie, a excepción de Claudia, invada
su espacio, y dice con rotundidad:
—En el punto 8 está suficientemente claro dónde puede
ver la televisión, ¿entendido?
—Sí, pero...
—¿Entendido? —insiste.
Vale. Tengo dos opciones: discutir o hacer lo que me dé la
gana cuando él no esté, por lo que, optando por lo segundo,
afirmo:
—Entendido.
Asiente, veo que lo he convencido. Y entonces añade:
—En cuanto a coger un libro, puede hacerlo, siempre y
cuando deje un papel indicando que se lo ha llevado.
—¿Papelito tipo biblioteca?
Tan pronto como digo eso, soy consciente de que me ha
salido en plan coña.
—Tranquilo, señor Acosta —añado—, que si cojo algún
libro lo apuntaré en un papel para que usted lo sepa. Lo
cuidaré. Y, una vez que lo acabe, volveré a dejarlo donde
estaba.
Él asiente, me mira y, con cierto retintín, pregunta:
—¿Alguna cosita más?
Me río, le estoy tocando las narices, y prosigo:
—Quizá poder llevar a Jan a la playa y no limitarlo a la
urbanización...
—No.
Niego con la cabeza, a mí eso no me vale.
—Para su desarrollo emocional y personal ver gente le
vendrá bien —insisto.
—He dicho que no.
Según vuelve a negarse, asiento. Quizá si no le llevo la
contraria y le hago entender que va a hacer un asocial del
niño, cambie, por lo que digo:
—Muy bien, así será. Pero una cosita..., luego no se queje
cuando Jan sea un niño retraído, antipático y no socialice
con el resto y, además, se asuste con facilidad. Es una
pena, pero es lo que usted va a provocar teniéndolo
encerrado en su castillo...
Liam me mira. Creo que está pensando que soy algo peor
que una cabrona por mis matices, pero entonces,
sorprendiéndome, declara:
—Puede llevarlo a la playa. Pero recuerde echarle
protector solar y ponerle un gorro.
Al oír eso me dan ganas de saltar. ¡Bien! Me he salido con
la mía, aunque me gustaría preguntarle si se cree que soy
tonta, pero me callo. He ganado.
Está claro que mis peticiones lo están jorobando, y
comienza a hablarme de Jan y de las estancias donde el
niño no puede entrar. Una de esas estancias es justamente
esta en la que estamos nosotros ahora. El Ser Supremo
opina que es un sitio lleno de peligros. Mejor me callo,
porque como hable le diría que lo que no quiere es que el
niño le manche o le desordene su precioso y cuidadito
salón.
¡Vaya tela, vaya tela...! Cuando se lo cuente a Verónica,
va a flipar.
Tras eso vuelve a recordarme que he de apuntar las cosas
en los cuadernos de colores para que él, por la noche, vea el
día del niño, y también cosas absurdas como que Jan no
juegue con los perros, pues pueden hacerle daño y llenarlo
de pelos, que nunca lo deje en un suelo que no sea el de su
habitación o la sala de juegos, que procure no coger mucho
al niño para no malcriarlo... Y ya cuando me repite que no lo
monte en la moto, estoy a punto de reírme, pero no digo
nada.
Muchas de las cosas que dice me parecen muy
exageradas, pero bueno, es su padre y es mejor que me
calle... Sin embargo, cuando me dice de nuevo que, en
horas de mucho calor, el niño no ha de estar al sol, no
puedo más y, levantando la mano, tercio:
—¿Puedo hablar? —Sin dudarlo, él asiente y yo suelto—:
Por si lo ha olvidado, soy enfermera..., aunque tampoco
hace falta ser enfermera para saber que a las tres de la
tarde no es el mejor momento para que un niño o un adulto
esté bajo el sol achicharrador. Dicho esto —añado antes de
que pueda hablar—, acerca de no tener a Jan en brazos, ahí
sí debo decirle lo que pienso. ¿Y sabe por qué? —Él
parpadea y yo prosigo—: Porque soy una profesional y sé de
lo que hablo.
Liam se echa para atrás en el sofá. En su gesto veo que
no le está haciendo mucha gracia que lo cuestione. Está
claro que a este las otras niñeras no le han replicado.
—El contacto piel con piel con un bebé favorece su
desarrollo psicológico e intelectual —continúo—. Abrazarlo
lo hace sentir seguro, le provoca placer y felicidad y ayuda a
su desarrollo y su confianza. Y esto, señor Acosta, no lo digo
yo, lo dicen cientos de estudios que se han hecho en todo el
mundo, y me extraña que usted no haya leído alguno de
ellos.
Liam me mira, no pestañea siquiera.
—Una cosita... ¿Las demás niñeras eran enfermeras? —
pregunto.
—No. Y tampoco tan contestonas ni tan llenas de
«cositas» —replica él.
Asiento. Estoy segura de que lo estoy desconcertando.
A continuación, tomando aire, digo mientras veo que la
pantalla de su teléfono móvil se ilumina y recibe un mensaje
de Margot:
—Usted me ha contratado para cuidar a su hijo hasta que
encuentre una sustituta. Soy una profesional en lo mío,
como usted será un profesional en lo suyo. Y por ello me
gustaría que se fiara de mí en lo referente al niño. Entiendo
que a usted pueda molestarle si, en vez de a las nueve de la
noche, acuesto a Jan a la una de la madrugada, o si, en vez
de darle de desayunar cereales, le pongo en la boca un
trozo de pizza barbacoa para que la chupe...
El gesto de Liam al decir eso casi me hace reír. ¿En serio
cree que le voy a dar pizza al niño para desayunar? Pero,
manteniendo la tranquilidad, esa que me saco de la manga
cuando quiero que alguien me escuche, continúo:
—Jan es un niño precioso y sano, y nosotros, usted como
padre y yo como su cuidadora, simplemente tenemos que
facilitarle las cosas para que crezca feliz y vaya aprendiendo
a desarrollarse.
Según digo eso último, veo que asiente. ¡Bien, algo que le
ha gustado! Y, aprovechando el momento, añado:
—Ahora me gustaría que me dijera cosas que como padre
de Jan sabe y que yo debería conocer.
—¿Cosas como qué?
—Gustos. Preferencias. Qué le gusta al niño y qué no...
Él asiente, veo que piensa y, para ponérselo más fácil,
señalo:
—He visto que Jan tiene varios chupetes. ¿Hay alguno que
prefiera antes que el resto?
—Los que tienen el borde naranja le gustan más que los
otros —se apresura a responder.
Encantada, asiento, y él añade:
—No le gusta que las sábanas estén remetidas en su
cuna. Lo angustia sentirse apretado.
Vuelvo a asentir e, intentando que el aire fluya entre los
dos, bromeo:
—En eso ha salido a mí. También me agobian.
Mi comentario hace sonreír a Liam, que añade:
—Su muñeco preferido es una jirafa verde y marrón que
le regaló mi hermana Florencia. Y también le gusta mucho la
música.
Sonrío al oír eso. Ya me lo había dicho Claudia.
—Su canción preferida, la que lo calma, es Can’t Take My
Eyes Off You —concluye.
Rápidamente escaneo esa canción en mi cerebro. ¿Cuál
es? ¿Cuál es? Y, al recordar que es un tema disco, musito:
—¡Vaya! Pero qué marchoso es nuestro Jan...
Eso hace que Liam suelte una carcajada que me parece
encantadora, y luego matiza:
—En realidad le gusta más la versión interpretada por
Joseph Vincent.
No me suena ese nombre y, cogiendo mi móvil, se lo
enseño y pregunto:
—¿Le importa si la busco?
Él se apresura a negar con la cabeza y yo tecleo
buscando esa canción en la versión de Joseph Vincent.
Instantes después la bonita melodía interpretada solo por
una guitarra comienza a sonar y, mirando a Liam, afirmo:
—Esta se la bordo yo a Jan.
Él enarca las cejas.
—He traído mi guitarra y me gusta mucho cantar —le
aclaro—. Incluso alguna vez he cantado en directo en algún
localcillo.
Él asiente. Por su gesto, creo que piensa que soy una friki
loca, y nos quedamos escuchando en silencio la preciosa
canción de amor, que, madre mía, ¡qué cositas dice! Sin
duda es una canción para enamorarse. Gustosa, me encojo
en el sofá y cuchicheo:
—Qué bonito tiene que ser que alguien te diga eso que
dice la letra...
Liam me mira. Soy consciente de lo que acabo de decir, y
agrego sonriendo:
—Disculpe. Pensaba en alto.
Él sigue sin retirar la mirada de mí. Creo que no ve el
momento de que salga de su casa. Y cuando, segundos
después, termina la melodía y dejo mi teléfono sobre la
mesa, enamorada de la versión que he escuchado y, por
supuesto, del amor, lo miro a él y, apoyándome en el
respaldo del sofá, pregunto:
—¿Hay algo más que quiera decirme?
Liam me mira y asiente.
—¿Podría bajar los pies del sofá?
Según lo dice, me doy cuenta de que en nuestra
conversación me he relajado y me he repanchingado como
una reina. Y, una vez que pongo los pies en el suelo, insiste:
—Por favor, no ande descalza por la casa. Podría darse un
golpe y hacerse daño, por no hablar de la suciedad que
acumulará en la planta de los pies...
—De acuerdo —musito algo avergonzada.
—Póngase unas cholas —insiste.
—¿Unas cholas? —inquiero sorprendida.
Acto seguido él levanta un pie y, al ver que lleva unas
chancletas de toda la vida, de esas que separan el dedo
gordo del pie del resto, indico:
—El próximo día que salga compraré unas.
Él asiente y yo, para variar, sonrío. Como esté apuntando
en un cuaderno de esos de colores que tanto le gustan
todas las veces que ha tenido que llamarme la atención, lo
llevo claro.
Nos quedamos en silencio unos instantes y luego él
comenta:
—Si surge algo más de lo que hablar, se lo diré. De
momento creo que ya está todo dicho, y recuerde que
cuando venga de trabajar ha de darme el informe del día.
Apabullada por todo, asiento y los dos nos quedamos
observando la televisión en silencio. La serie que estaba
viendo sigue en pausa. Me vuelvo hacia él para ver si le da
al play, pero entonces él me mira para que me vaya. Me
levanto del sofá y digo:
—Bueno, pues entonces me voy.
—Me parece bien —afirma cogiendo su teléfono móvil de
la mesita.
—Por cierto, una cosita... Hay una escena en la que el
hermano va a... —Su dura mirada hace que me calle.
¡Madre mía, menudo spoiler le iba a soltar! Y, muerta de la
vergüenza, cojo el vigilabebés y simplemente añado—:
Buenas noches.
—Buenas noches —responde.
Y, sin mirar atrás, salgo del bonito salón, donde oigo que
comienza a sonar de nuevo la tele. Paso por la habitación de
Jan para comprobar que está dormido y me dirijo hacia mi
habitación, donde me espera Tigre.
El pobre lleva metido toda la tarde ahí, y, consciente de
que tiene que hacer sus cosas, le pongo una correa para
tenerlo controlado. Con el máximo sigilo salgo al jardín
trasero y, ocultándonos tras un enorme árbol, mi perro hace
sus necesidades y yo las recojo con una bolsita. ¡Faltaría
más!
Capítulo 12

Veinte días después puedo decir que aún no nos hemos


matado y las cosas van medianamente bien. Y digo esto
porque Liam es más tiquismiquis de lo que esperaba y se
queja por todo. Y cuando digo «por todo», ¡es que es por
todo!
¡Madre mía, qué paciencia debo tener!
Cuando cumplo veinticinco días en la casa tenemos
nuestra primera gran bronca en el momento en que él llega
de trabajar a las diez de la noche y se encuentra al niño
despierto. Hay que ver la que me monta... Pero si Jan no se
duerme, ¿qué hago, le doy un trastazo en la cabeza para
dejarlo inconsciente?
Discutimos. Me echa en cara que soy una niñera atípica, y
yo, que no me callo, le suelto que él es atípico en todo. Al
final, cansada de sus tonterías, cojo a mi perro, meto cuatro
cosas en mi mochila y lo mando a hacer puñetas. Es más, le
digo a gritos que es un maldito friki controlador..., algo que
veo que no le hace mucha gracia.
Furiosa, salgo de la casa mientras él me advierte que no
se me ocurra marcharme, pero, mira, llegados a este punto,
decido largarme. ¡Que lo aguante su tía la del pueblo!
Sé que quedan cosas en mi habitación. No puedo
llevármelo todo ahora, pero no importa; ya pasará Verónica
a recogerlas. Enfadada, llego hasta donde está mi moto y,
cuando la estoy arrancando, me doy cuenta de que me he
dejado las llaves y el mando para abrir la cancela exterior.
¡Mierda!
Cuando estoy pensando qué hacer, veo aparecer a Liam
con el niño en los brazos. Joder..., joder...
Compruebo sorprendida que su tono de voz ha cambiado
y ahora se dirige a mí con tranquilidad y no con su puñetera
chulería, cosa que le agradezco. Como personas civilizadas
hablamos de lo ocurrido, y creo que entiende que no puedo
obligar a dormir al niño si no quiere. Yo puedo intentarlo de
una y mil maneras, pero si el crío no se duerme, ¿qué
pretende que haga?
En definitiva, me pide perdón. Yo también se lo pido a él
por todo lo que le he dicho y, juntos, regresamos a la casa,
donde, nada más coger a Jan, el muy cabrito se queda
dormido.
¿En serioooo?
Pasan los días e intento seguir a rajatabla sus malditas
normas. Sin embargo, al final me las compongo para
facilitarme la vida y facilitársela también a Jan. Si seguimos
las reglas de su padre, el pobrecito mío más que un niño
parecerá una cobaya de laboratorio con tanta directriz y
tanto horario.
Como dijo Verónica, Liam se va muy pronto a trabajar y a
veces regresa muy tarde, por lo que en ocasiones ni nos
vemos, aunque sí he oído de madrugada alguna risita de
mujer. Está claro que Liam se trae sus conquistas a la casa,
aunque las hace desaparecer antes de que el niño se
levante.
Y..., bueno, luego está el tema Tigre y sus manías. El perro
no entiende que el césped del jardín de la casa no es el
campo y, por más que me empeño, es imposible.
Por suerte, Pepa y Pepe se lo ponen fácil. El carácter de
los dos golden retriever es más amigable que el de Tigre, y
cuando los veo correr por el jardín jugando me siento bien.
Ya se llevan bien, ya se han entendido, y pienso si yo llegaré
a entenderme con mi jefe...
Esta madrugada no consigo dormir. Agobiada por el calor
que hace, salgo a mi terracita a tomar el fresco. Con el
móvil en la mano y el vigilabebés de Jan, me siento en una
de las sillas que tengo en mi pequeña terraza y, aburrida,
me pongo a cotillear mis redes sociales en silencio.
Cuando me canso de hacerlo sigo sin sueño y, mirando la
preciosa piscina solitaria que tengo ante mí, oscura y
tentadora, sonrío.
Lo que habría dado yo en el tiempo que pertenecí al
equipo de natación sincronizada de Madrid por haber tenido
una piscina privada, como sabía que las tenían otras
compañeras mías. Tener piscina propia es un lujo que pocas
personas pueden permitirse y, por supuesto, yo pertenezco
a la gran mayoría que no pueden.
Miro hacia mi cama. Tigre duerme repanchingado todo lo
largo que es, roncando. Está visto que a este el calor no le
afecta nada de nada. Vuelvo a mirar la piscina. Es
tentadora. Tanto que, tras comprobar que Jan sigue
durmiendo como un ceporrete, decido darme un bañito
rápido. Eso me refrescará y seguramente luego me podré
dormir.
Son las cuatro de la madrugada. Solo estoy yo en esta
parte de la casa y nadie puede oírme. Me quito la camiseta
de tirantes que llevo y las bragas y decido darme un bañito
desnuda. ¿Quién me va a ver? Jan y el Ser Supremo están
durmiendo.
Una vez desnuda, y solo iluminada por la luz de la luna,
comienzo a correr hacia la piscina, mientras yo misma me
río por lo que estoy haciendo, y antes de llegar al borde doy
un salto y ¡me tiro en bombaaaaaaaaa!
Cuando el agua refresca mi cuerpo, sonrío y comienzo a
bucear tranquilamente. ¿Hay algo más maravilloso que esta
sensación?
Tras cruzar la piscina, decido sacar la cabeza para tomar
aire y de pronto oigo:
—¡Señorita López!
Al oírlo, doy un salto del susto que me llevo y, al mirar
hacia un costado, me encuentro con Liam sentado en una
de las hamacas, empapado por completo.
¡No me jorobes! ¿En serio?
Estoy mirándolo sin saber qué decir cuando él se levanta
y sisea enfadado:
—¿Se puede saber qué está haciendo?
Horrorizada al verlo chorreando agua tras haber saltado
yo en bomba, suelto:
—¿Qué está haciendo usted aquí?
Liam achina los ojos. Malo..., malo...
—Por si lo ha olvidado —replica—, estoy en mi casa.
Me apresuro a asentir. Tiene toda la razón del mundo.
—¡Salga inmediatamente! —me ordena a continuación.
Cuando lo voy a hacer, me doy cuenta de que estoy
desnuda. ¡Joderrrrr! Por ello, sin moverme, indico:
—Creo que no es buena idea.
—Señorita López, ¡salga ya!
Ante su insistencia me sublevo. Tendrá morro el tío... Y,
clavando la mirada en él, señalo:
—Como bien sabrá, estoy desnuda y, no, ¡no pienso salir!
Veo que él levanta las cejas sorprendido.
—¿Y qué hace desnuda en la piscina? —inquiere.
¿En serio no me ha visto llegar desnuda?
Entonces, tomando aire, explico con naturalidad:
—No le voy a mentir. Tenía calor. No podía dormir y decidí
darme un baño.
Él asiente, no aparta los ojos de mí. Cogiendo una toalla
de una de las hamacas, la deja junto a la escalinata de la
piscina, se da la vuelta y dice:
—Salga. No miraré.
Miro la toalla. Es el momento de salir. Y, haciéndolo a toda
prisa, la cojo, la enrollo alrededor de mi cuerpo y, cuando
acabo, indico:
—¡Ya!
En cuanto digo eso, Liam se da la vuelta. Madre mía, está
completamente empapado. Y a continuación oigo que dice
en un tono de voz más conciliador:
—Yo también tenía calor. Decidí salir a tomar el fresco, me
tumbé en la hamaca y debí de quedarme dormido.
Al oír eso, sonrío sin poder remediarlo. Parece ser que no
me ha visto desnuda.
—Una cosita... —cuchicheo—. Lo siento... Lamento no
haberlo visto y haberme tirado en bomba como una cría...
Liam asiente, sonríe y luego susurra:
—Me quedaré con que su remojón me ha refrescado.
—No hay mal que por bien no venga —afirmo.
Ambos sonreímos y, tras un silencio, comenta:
—La verdad es que hace mucho calor.
Asiento. Tiene más razón que un santo. Y durante varios
minutos hablamos del tiempo. Tenemos una conversación
de esas que se tienen cuando uno no sabe qué decir, hasta
que nos callamos y nos miramos.
¿De qué puedo hablarle ahora?
De pronto Liam comienza a desabrocharse su empapada
camisa blanca de lino y dice:
—Es tarde y habrá que intentar descansar.
Estoy ensimismada con sus movimientos y con lo que veo
cuando añade mirándome:
—¿Puedo pedirle un favor? —Sin dudarlo, asiento, y él
suelta—: Cuando se bañe en la piscina, sea la hora que sea,
póngase un bikini o un bañador.
Vuelvo a asentir enseguida y él, tras desearme buenas
noches, se da la vuelta y se va, dejándome total y
completamente desconcertada.
¡Madredelamorhermosocómomehapuestomijefe!
Capítulo 13

Pasan los días y ninguno vuelve a mencionar lo que sucedió


en la piscina.
¡Tema olvidado!
Con Jan las cosas no pueden ir mejor. Es un niño bueno,
encantador y sonriente, y, la verdad, disfruto de su
compañía de una manera que nunca pensé que lo haría, y
eso es porque entre los dos hemos creado una conexión
preciosa y especial.
Alguna noche, cuando voy a la cocina a por agua, oigo a
Liam hablar en inglés en su saloncito. Tras comentárselo a
Verónica un día, mi amiga me dice que Liam habla con Tom
Blake, el actor. ¡Madre mía, qué guapo es ese hombre! Y, lo
mejor, ¡ese sí que es de mi estilo!
Con mi justito nivel de inglés, aunque pongo la oreja, solo
pillo cosas como que el niño está bien. Pero el tono de voz
de Liam es tranquilo y relajado y eso, después de saber lo
que Verónica me contó en lo referente a ellos, me alegra.
Tuvo que ser tremendo lo que se encontró Liam.
Durante este tiempo ayudo a Verónica a perfilar el
proyecto de las cenas temáticas en los viñedos. Son muchas
las tardes en las que, ella en nuestra casa o yo en la suya
junto con Jan, hablamos de El Valhalla y buscamos
soluciones a los problemas que se presentan.
Hoy estoy hablando divertida con Claudia en la cocina
cuando la mujer me enseña unos cuencos de cristal y dice:
—Voy a dejar preparada una ensalada de pollo con huevo
duro para Liam. ¿Quieres que te deje alguna con algo
especial para ti?
Durante unos segundos lo valoro. Pero he quedado con
Verónica, voy a pasar la tarde con ella y Jan en un centro
comercial, e indico:
—No, gracias. Esta noche no quiero ensalada.
Claudia asiente y, entre risas, proseguimos hablando del
pequeño. ¡Está para comérselo!
Por la tarde disfruto del centro comercial al que me ha
llevado Verónica, que es enorme. Durante un buen rato
entramos y salimos de tiendas, hay que ver lo que nos
gusta cotillear, hasta que al salir de una oigo:
—¡Pececita Madrileña!
Al oír ese apodo, por el que en una época de mi vida me
llamaban unas pocas personas, me doy la vuelta y me
quedo sin palabras al encontrarme con Magdalena, una
antigua compañera del equipo de natación sincronizada que
era canaria. Tras abrazarnos yo le presento a Verónica, y me
pregunta:
—Pero, mi niña, ¿qué haces aquí?
Feliz por ver a esa compañera, a la que le guardo tanto
cariño, explico:
—Vivo aquí.
—¿Que vives aquí?
—Sí.
Magdalena me mira sorprendida. Luego mira al niño y
pregunta:
—¿Es tu hijo?
Enseguida niego con la cabeza. Todo el mundo cree que
es mi hijo.
—No, no —digo—. Es Jan, el niño al que cuido. Por ese
motivo vivo aquí.
Aclarado el tema, Verónica propone ir a tomar algo las
tres juntas y Magdalena acepta.
Gustosas, nos sentamos en una terracita y comenzamos a
hablar. Aunque ya se ha retirado del equipo oficial de
natación sincronizada, Magdalena es ahora entrenadora de
un equipo en la isla.
Durante un rato hablamos de ese deporte que a ambas
nos apasiona y en el que ella sigue aún en el máximo nivel
como entrenadora. Por suerte para ella, no se lesionó como
yo y continúa en activo con equipos que compiten
internacionalmente; y yo la escucho encantada. Ya me
habría gustado a mí poder continuar así.
Magdalena me pregunta interesada. Le hago saber que
tras la lesión estudié Enfermería y durante años he ejercido
la profesión, pero que también he seguido entrenando a un
par de equipos de sincronizada en una piscina pequeña de
Madrid.
—¿Sabes? —dice ella a continuación—. Me encantaría
contar contigo en mi equipo.
Sorprendida por eso, parpadeo.
—Llevo meses buscando una buena entrenadora —
prosigue—, pues la que ahora lleva el segundo equipo se
jubila el año que viene. Serían tres días a la semana, dos
horas cada día. ¿Qué te parece?
Boquiabierta, no sé qué decir. Y Verónica, al oír eso,
exclama:
—Amara, ¡eso sería genial! Siempre te gustó hacerlo.
Asiento, es cierto, y Magdalena añade:
—De entrada solo tendrías que venir un par de días a la
semana para ver las clases de Irene y conocer a las
nadadoras. Y así, cuando se jubile en septiembre, podrías
ser tú la entrenadora de ese equipo. ¡Dime que sí, Pececita
Madrileña!
Sonrío y asiento. Si algo me gusta es el agua y la natación
sincronizada. No obstante, consciente de mis limitaciones al
cuidar a Jan, indico:
—Nada me gustaría más, pero debo estar con Jan y...
—Pero no sabes por cuánto tiempo será —interviene
Verónica.
Tiene razón. Liam está buscando niñera.
—En la piscina tenemos guardería —tercia Magdalena—.
Podrías dejarlo los días que vengas sin coste alguno.
¡¿Guardería?! Si le menciono esa palabra a Liam, le sale
urticaria.
Miro al pequeño, que me observa con los puñitos metidos
en la boca. Creo que piensa lo mismo que yo.
—Lo hablaré con su padre —indico—. Pero dudo que le
parezca bien.
Verónica asiente y luego musita:
—Dile que yo te acompañaré a la piscina y me quedaré
con él cuando tú estés viendo las clases, por si no le parece
bien lo de la guardería.
Sonrío; ahí está mi amiga una vez más para ayudarme.
—Déjame tu teléfono y te llamaré —le pido a Magdalena.
—¡Genial! —exclama ella.
Media hora después Magdalena se marcha y, cuando Vero
y yo nos dirigimos hacia el coche, comento:
—El Friki del Control dirá que no.
—Mujer, ¡eso no lo sabes!
De inmediato miro a mi amiga y ella afirma riendo:
—Vale. Creo que sí lo sabes.
Divertidas, montamos en el vehículo y, tras dejar a
Verónica en su casa, paso por un búrguer donde me pido
una hamburguesa con patatas y aros de cebolla para llevar
y después sigo hasta la casa en la que vivo con Jan.
Capítulo 14

Esa noche, después de que Jan haya cenado y esté


durmiendo ya, tras calentarme la hamburguesa en el
microondas y dejar sobre la encimera mi maravillosa y
calórica cena, pienso en cómo plantearle a Liam la
propuesta de Magdalena mientras mojo una patata en
tomate y luego en mayonesa. Total, tarde o temprano dejaré
de trabajar para él.
Pienso, pienso y pienso y, la verdad, sé que cuando se lo
diga al Ser Supremo pondrá el grito en el cielo. Dirá que o la
piscina o el niño, pero bueno, ¡hay que intentarlo!
Minutos después veo desde la ventana de la cocina que
Pepa, Pepe y Tigre van a saludar a Liam, que acaba de
aparcar. Él les acaricia la cabeza con cariño y, cuando abre
la puerta trasera del vehículo para coger su chaqueta, me
quiero morir al ver que Tigre se mete de un salto en el
coche.
¡Nooooooo!
Rápidamente Liam lo echa del vehículo. Tigre sale por
patas y luego él saca su chaqueta y la mira. Joder..., joder...,
ya me puedo imaginar lo que ha pasado: le ha pisoteado la
chaqueta del traje.
¡La madre que parió a mi perro!
Sigo cenando cuando Liam entra en la casa.
—¡Señorita López! —grita.
Vale, esta vez no me he asustado, ya esperaba su
llamadita. Y, saliendo de la cocina, me lo encuentro en el
pasillo y él, con la chaqueta cogida con dos dedos, me
suelta:
—Su perro la ha pisoteado y la ha manchado.
—¡¿Y...?!
—¡Que es su perro!
—¡¿Y...?!
Me mira. Woooo, cómo me miraaaaaa... Y, sí, lo sé, lo he
visto... Y haciéndome la tailandesa, porque lo de la sueca se
queda corto, murmuro con gesto horrorizado:
—Regañaré a Tigre.
—¿Lo regañará?
Vale, ya está empezando a hartarme.
—¿Acaso quiere que lo mate y lo descuartice? —indico
mirándolo.
Acto seguido le quito la chaqueta de las manos y la
examino, pero, al no ver nada, inquiero:
—Una cosita..., ¿dónde están las manchas?
Enfadado, él coge la chaqueta, se dirige hacia la cocina y,
entrando en ella, replica:
—¡Aquí! ¿No lo ve?
Me acerco con curiosidad. Lo que para él es una mancha
para mí es ¡nada! Y cuando voy a hablar oigo que dice:
—Pero ¿qué es todo este desastre?
Liam mira fijamente la mesa en la que estoy cenando,
donde está mi hamburguesa, las patatas, los aros de
cebolla, la Coca-Cola, el kétchup y la mayonesa, y contesto:
—Mi cena.
Como el que mira algo que le provoca rechazo, lo repasa
todo con la vista y luego suelta:
—Menudo desastre de cena.
Luego me mira a mí. Por su gesto, mejor que no pregunte
lo que piensa. Y entonces, para hacer una gracia, cojo una
patata, la mojo en kétchup y, cuando se la voy a ofrecer, me
golpeo sin querer el codo con la pared y esta vuela por los
aires hasta aterrizar en la manga de su camisa.
Bueno, bueno, buenooooooo...
Según veo eso, y en especial cómo me mira, cuchicheo:
—Mañana sin falta llevaré la camisa y la chaqueta al tinte.
Liam asiente, suelta la chaqueta sobre la encimera y, sin
decir más, se va dejándome en la cocina.
No puedo evitar sonreír. Desde luego, cuanto mejor
quieres hacer las cosas, peor salen. Y, sentándome de
nuevo en la silla, cojo mi hamburguesa y sigo comiendo por
pura ansiedad.
Poco después entra de nuevo en la cocina; en silencio
deja la camisa junto a la chaqueta. No lo miro; creo que si lo
hago se lo va a tomar como una provocación.
—No sé cómo puede gustarle eso —afirma refiriéndose a
mi cena.
Acto seguido abre el frigorífico. Saca el bol de ensalada
de pollo y huevo que Claudia ha dejado preparado y, tras
quitarle el film transparente, coge un tenedor, una botella
de agua y empieza a comer después de sentarse frente a
mí. Desde luego, es sano, sano...
Ambos comemos en silencio. Pero, joder, ¡qué incómodo
es esto!
Y, consciente de lo que me ronda por la cabeza y
sabiendo que hasta que lo suelte no voy a vivir, digo:
—¿Puedo preguntarle algo?
—Dígame.
—¿Sigue buscando una niñera que me sustituya?
Según digo eso, me mira. Uf..., por su gesto sé que no le
ha hecho gracia mi pregunta.
—¿Tan incómoda está en esta casa? —suelta a
continuación.
Me apresuro a negar con la cabeza. Sinceramente, estoy
aprendiendo a torearlo, e incómoda, lo que se dice
incómoda no estoy.
—La verdad es que no —contesto.
—Entonces ¿por qué lo pregunta?
Vale, esa preguntita sí que me incomoda.
—Porque mi tiempo es oro, al igual que el suyo —indico—,
y como sé que este trabajo es temporal, me gustaría hacer
planes.
Me vuelve a mirar. Uf..., si las miradas mataran, yo creo
que ya estaría muerta y enterrada.
—De todas formas —añado—, una cosita...
—Ya estamos con las cositas... —murmura.
Pero, sin hacerle, caso continúo:
—El motivo de mi pregunta es porque hoy, cuando estaba
con Vero y Jan en el centro comercial..., por cierto, ¡es
enorme..., e increíble lo baratas que están algunas colonias!
—Liam asiente y yo añado—: Pues eso, que estábamos
paseando por aquel precioso lugar cuando...
—Al grano, señorita López —me corta.
Asiento, tiene razón. Por mucho que lo adorne, al final se
lo voy a tener que preguntar. Y, tomando aire, digo:
—¿Le importaría si voy a ver dos días a la semana el
entreno del equipo de...?
—Me importa —me interrumpe y, frunciendo el entrecejo,
suelta—: ¿Y Jan?
—Él... él me esperaría o bien en la guardería de la piscina
o con Verónica.
—¡Ni hablar! —replica enfadado—. Le pago a usted para
que cuide de mi hijo, no para que lo deje en una guardería
donde habrá cientos de gérmenes mientras usted ve el
entreno de a saber Dios qué.
Lo sabía, sabía que iba a responder algo así. No obstante,
intento explicarme:
—Los entrenos que quiero ver son de...
—No me interesa —me corta—. Solo me interesa mi hijo
y, mientras trabaje conmigo, espero que se limite usted a
cuidarlo. Por lo demás, tranquila, encontraré con quién
sustituirla.
Su voz..., su mirada..., todo en él es tan tajante que me
deja sin palabras.
Menudo troglodita está hecho el amigo. No le interesa en
absoluto lo que tengo que decirle. Sin embargo, dándome
cuenta de que, me guste o no, está en su derecho,
respondo:
—No se preocupe. Mientras cuide a su hijo, me centraré
en él. Pero, por favor, agilice lo de buscar una nueva niñera.
Liam me mira ofuscado mientras yo le sostengo la
mirada. Que le quede claro que él me puede exigir porque
me paga, pero que miedo no me da.
Seguimos cenando en silencio. Como él ha dicho, no le
interesa nada de lo que yo pueda contarle sobre mí. Y
cuando me termino la hamburguesa, recojo
concienzudamente todo el desastre que según él he
organizado y, antes de salir por la puerta, digo:
—Buenas noches —y casi en susurros añado—: Jodido friki
del control...
—¿Qué ha dicho? —oigo que suelta él.
De inmediato suspiro y, consciente de que quizá lo he
dicho más alto de lo que esperaba, respondo tocándome la
cabeza:
—He dicho que me duele el cabezón.
Liam me mira, me mira y me mira. Su gesto me indica
que sabe que miento, pero finalmente dice:
—Buenas noches, señorita López.
Y, sin más, me dirijo a ver a Jan, que duerme, y de allí a
mi habitación, donde me lavo los dientes y después a
oscuras me desnudo, me tumbo y me quedo mirando el
techo antes de dormirme mientras pienso en lo idiota que
es mi jefe y en las ganas que tengo de perderlo de vista.
Capítulo 15

Pasa una semana tras nuestra complicada conversación de


buscar una sustituta y, si Liam antes ya no me miraba, creo
que ahora me ignora por completo. Sin duda, soy todo un
incordio para él.
Como es lógico, hablo con Magdalena y le explico que de
momento no puedo acercarme a los entrenos, pero que
dentro de un tiempo todo cambiará. Ella se resigna, pero
está contenta de que deje mi puerta abierta a intentarlo de
nuevo.
Con Jan todo es fantástico. El niño es un bombón de
criatura. Y cuando le enseño a nadar, creo que me muero de
amor con él. ¡Pero qué bonito es!
Acostumbrada a meter a Tigre en la piscina y que este
nade junto a Jan, que cada día lo hace mejor, cuando quiero
darme cuenta Pepa y Pepe están nadando también a
nuestro lado.
¡Madre mía, como el Ser Supremo se entere de que se
han metido en la piscina, la que me va a liar!
Por ello todos los días compruebo los filtros para quitar los
pelos de los perros, porque, como los encuentre, ¡a ver qué
le voy a decir!
Hoy, sobre las doce del mediodía, estoy junto a la piscina
compartiendo con Jan y los perros una bolsa de gusanitos de
color naranja, cuando de pronto veo que la cancela se abre
y entra el coche de Liam.
Pero ¿qué hace este aquí?
¿En serio nos va a jorobar la mañana de piscina?
Rápidamente miro a mi alrededor para comprobar que
todo esté bien. Los perros están fuera del agua, el niño tiene
su gorrito puesto, la crema protectora echada, el chupete en
su cajita, el biberón con la tapa puesta... Pero al mirar a Jan
veo que tiene los morritos de color naranja, y me apresuro a
limpiárselos. Como el padre de la criatura vea que está
comiendo gusanitos, me la va a liar.
Desde donde estoy veo que los perros se acercan felices
al coche y cuando este se detiene, de él bajan dos
personas. Liam y una señora trajeada de aspecto estirado.
¿Quién será?
Sin moverme de mi sitio, los observo mientras dudo que
sea una de sus churris. Esta no da el perfil.
Los dos caminan hacia nosotros y, mientras Liam va con
las manos metidas en los bolsillos, la mujer hace
aspavientos al ver que los perros intentan saludarla, lo que
me hace sonreír.
—Hola —saludo poniéndome en pie cuando llegan junto a
nosotros.
Creo que Liam me observa tras sus gafas de sol. Voy en
bikini. La mujer me mira con gesto agrio y enseguida cojo
mi pareo y me lo coloco alrededor del cuerpo.
—¿Por qué están mojados los perros? —pregunta él de
inmediato.
Wooooo, vale. No puedo decirle que es porque se han
dado un rico bañito en su piscina, por lo que, inventándome
una mentira, respondo:
—Porque hoy hace mucho calor y les he dado un
manguerazo.
Liam asiente, parece que mi trola ha colado. A
continuación, con gesto serio indica:
—Señorita López, le presento a la señora Charity Hudson.
Es la dueña de una agencia de niñeras en Tenerife y me va
a ayudar a encontrar a su sustituta.
¡¿Cómo?! ¿En serio?
Wooooo, lo que me entra cuando oigo eso.
De repente, de estar tranquila y relajada paso a tener una
extraña sensación que me recorre el cuerpo, y más cuando
esta se acerca a Jan y, cogiendo un gusanito naranja que ha
caído al suelo, pregunta:
—¿El niño come eso?
Liam me mira con reproche. Uf, otra cosa por la que
abroncarme... Pero yo, mintiendo como una bellaca,
rápidamente digo:
—Uiss, qué va. La que los come soy yo, debe de
habérseme caído.
La mujer asiente. Liam también, y luego este, tras besar
al niño, se acerca a mí y musita cerca de mi oído:
—Una cosita... La mentira es de cobardes.
Oír eso no me gusta. Si hay algo que no me he
considerado nunca es cobarde. Y, tomando aire, voy a
responder cuando la mujer me mira de arriba abajo y luego
pregunta dirigiéndose a Liam:
—¿En qué agencia la contrató?
Él se aleja un poco y, tras coger una toallita húmeda del
paquete que está más allá, le limpia a Jan las manos
mientras responde:
—Es una amiga de mi cuñada. No viene por agencia.
La mujer asiente y, con su gesto agrio, señala:
—Las candidatas que he citado en su casa irán
debidamente uniformadas, por lo que no podrán tomarse la
licencia de estar en bikini en la piscina.
Bueno, bueno, bueno... ¡Pobres candidatas! E, incapaz de
callar, afirmo:
—Pues es una pena que esas candidatas no se metan en
la piscina con Jan para que él lo pase bien. Donde esté una
candidata que se adapte al niño y no al revés, que se quite
el resto.
Liam y la mujer me miran. Sin duda mis palabras no les
han gustado nada.
—Señorita López —dice entonces él en tono serio—,
llévese a Jan a su cuarto. Esperamos a varias candidatas
para entrevistarlas, por lo que, cuando la avise, tendrá que
traer al niño.
Según dice eso, y en el tono en el que me lo suelta, sé
que solo tengo una opción: obedecer. No creo que sea
momento de decirle lo que pienso. Así pues, cuando él y la
mujer entran en la casa, yo cojo a Jan en brazos, lo beso y
murmuro:
—Cariño, espero que tu papá te conozca y sepa lo que
necesitas...
Pocos minutos después entro con el niño en su habitación
y, tras cambiarlo de ropa, me pongo a jugar con él. ¡Hay
que ver lo que le gusta jugar a mi Jan al cucú-tras!
Sin embargo, estoy intranquila. Quiero conocer a las
candidatas a niñera del pequeño y, cada vez que suena el
timbre de la puerta, me asomo a mirar y compruebo que
todas están cortadas por el mismo patrón.
Madre mía, qué cara de amargura tienen... No hay ni una
que se salve.
Está visto que la dueña de la agencia las tiene a todas
aleccionadas en lo referente a cómo vestir, hablar o
presentarse a una entrevista de trabajo. Y yo, sintiéndolo
mucho, me tengo que reír. Por favor..., pero si todas se
parecen a la señorita Rottenmeier.
Tras una mañana en la que pasan como unas diez
mujeres por la casa para ser entrevistadas, cuando estoy
dando de comer a Jan en la cocina, Liam y la señora entran
acompañados por otra mujer.
—Señorita López —dice mi jefe dirigiéndose a mí—, le
presento a la señorita Úrsula Meyer, su sustituta.
¿Meyer? Está claro que es una Rottenmeier... Y, viendo
que aquella no tiene nada que ver conmigo, pues es lo más
parecido a la malísima que se llama precisamente Úrsula de
la película La Sirenita, saludo sonriendo:
—Hola, soy Amara.
Ella asiente con un movimiento seco de la cabeza y,
acercándose a la trona donde Jan está sentado, dice en un
tono de voz que no me gusta nada:
—El niño ha de estarrr bien sentado en la trrrona parrra
comerrr.
Boquiabierta, veo cómo lo endereza. ¡Uis, qué brusca!
Le pone las piernas rectas y, cuando va a añadir algo, Jan
vuelve a dejarse caer en su postura de siempre. Eso me
hace gracia, y cuando ella se dispone a recolocarlo, indico
con cierto retintín:
—Una cosita, Úrsula... A Jan le gusta comer así.
Liam nos observa con gesto serio. Entonces mi sustituta,
tras mirar a la que es su jefa, suelta:
—Lo que le guste a él es una cosa, y lo que ha de
aprrrenderrr es otrrra.
Según oigo eso, levanto las cejas y, tomando aire, voy a
hablar cuando agrega:
—El chupete fuerrra, ¡ya es mayorrr para tenerrr chupete!
Rápidamente rescato el chupete, que está sobre la trona.
Ni de coña le va a quitar el chupete al niño.
—Jan necesita su tete para calmarse y dormir —replico.
—¡¿Tete?! —inquiere ella.
—El tete es su chupete —aclaro yo.
La mujer asiente y, tras mirar de nuevo a su jefa, señala:
—Desde pequeño hay que enseñarrrle al niño a nombrarrr
las cosas por su nombrrre... Y eso de tete lo puede
confundirrr.
Mira, mira, mira..., estoy por decirle algo que no va a
quedar muy bien cuando afirma:
—El niño aprrrenderá a dorrrmirrr sin él.
—Pero...
—No hay perrros. Yo enseño y él aprrrende.
Aturdida, miro a Liam buscando apoyo. Al igual que yo, él
sabe lo apegado que está Jan a sus chupetes para dormir.
Pero entonces oigo que dice:
—La señorita Meyer se instalará mañana en la casa para
que Jan se vaya habituando a ella. Ocupará la habitación de
invitados hasta que usted desocupe la suya el lunes.
Lo miro boquiabierta.
¡¿Qué?! ¡¿Cómo?!
Solo quedan tres días para el lunes. ¿En serio me está
echando de esta manera?
Acto seguido Liam, mi sustituta y la jefa de esta salen de
la cocina, y yo, mirando al pequeño, murmuro:
—Cariño, lo siento... ¡Qué horror! Me sabe fatal...
El niño sonríe. Como es lógico, no entiende lo que va a
ocurrir; con un suspiro sigo dándole de comer mientras veo
a través de la cristalera cómo un taxi entra en la parcela y
Liam se despide de aquellas dos.
Segundos después entra en la casa y regresa a la cocina.
—Como ve, ya le he encontrado sustituta —dice—, por lo
que puede empezar a hacer sus planes.
Uf..., uf..., uf...
Tengo dos opciones: mandarlo a freír espárragos o
mandarlo a la mierda. Pero no. Estoy tan enfadada con él
que, como hable, solo la voy a cagar más, por lo que es
mejor que me calle.
Liam me observa. Sé que espera que diga algo, pero, tras
mirarlo y sacudir la cabeza, saco al niño de la trona y lo
llevo a su habitación.
¡Necesito desaparecer!
Veinte minutos después, cuando le he cambiado el pañal
y lo he acostado para que duerma la siesta, al entrar en la
cocina y encontrarme con Liam, lo miro. Él me devuelve la
mirada, y esta vez, incapaz de callar, digo:
—Una cosita...
—Ya estamos con las cositas... —se queja.
Uf..., uf... «Respira, Amara, respira..., que como no lo
hagas este idiota acabará en Urgencias esta noche...»
—Esa mujer que ha contratado para cuidar a Jan no es la
idónea —suelto tomando aire.
—¿Ah, no?
—No.
—¿Por qué?
—Porque es fría, poco cariñosa y será demasiado
autoritaria para él.
—Busco lo mejor para mi hijo.
—Pues siento decirle que esta vez se está columpiando...
Según digo eso, al ver su cara, intuyo que no entiende
ese término, y aclaro:
—Equivocando.
Me mira en silencio. Esos ojos que tiene de dos colores a
otra la acojonarían, pero a mí no. Total, si dentro de unos
días voy a desaparecer de su vida...
Tengo sed. Abro la nevera, cojo una de mis botellas de
agua y, sin pensar en nada, le doy un trago a morro y, al
acabar, insisto:
—Usted sabe tan bien como yo lo mucho que necesita Jan
su tete para dormir y...
—¿Qué hace bebiendo directamente de la botella?
Al oírlo me paro y, enseñándosela, indico:
—Es mía. Solo yo bebo de ella. Por lo que, si no le
importa, bebo a morro porque me gusta y porque es
terriblemente incorrecto como yo.
Liam resopla. Está visto que lo saco de sus casillas.
—Y en cuanto al chupete —reitero—, creo que...
—Algún día tendrá que decirle adiós al chupete, ¿no? —
me corta.
Asiento, sé que en eso tiene razón, pero, tras dejar la
botella en su sitio, aseguro:
—Es muy pequeñito aún. Creo que lo ideal sería
despedirse de él un poquito más mayor. Además, ahora,
cuando yo no esté, el niño me buscará y llorará... ¿Cómo no
va a tener su tete para consolarse?
Liam no responde, solo me mira, y yo murmuro
desesperada:
—Por favor, acepte lo que le digo: Jan necesitará el
consuelo del chupete. No puede perder su tete y a su
cuidadora de confianza a la vez. Piense en su sensación de
pérdida y abandono..., ¡es solo un bebé!
Él no responde, no dice nada, y no lo entiendo. Sé que
quiere a Jan, que lo adora, pero no me gusta ver esta
frialdad en él.
—Recuerdo que Zoé, la hija de Verónica, le dijo adiós a su
puchete, que era como ella lo llamaba, cuando tenía tres
añitos, la noche en que iba a venir Papá Noel —digo a
continuación—. Nos inventamos que él le dejaba regalos y a
cambio se llevaba su puchete y...
—¿Pretende que le mienta a mi hijo?
—¿Acaso lo va a privar de la magia del Ratoncito Pérez, el
Hada de los Dientes, Papá Noel o los Reyes Magos?
Liam no contesta, creo que lo he dejado mudo con lo
dicho. Y entonces, recordando los bonitos momentos que
pasé con mi hermano, añado:
—Son recuerdos que atesorará durante toda su vida:
mentiras bonitas y dulces. Mentiras con las que el día de
mañana, cuando rememoren los momentos vividos, ambos
sonreirán. Será siempre más bonito contarle algo así que
decirle que una extraña que parece la señorita Rottenmeier,
por no decir que es igualita que Úrsula, la mala de La
Sirenita, lo privó de su tete el mismo día que entró en su
vida porque consideró que era mayor cuando aún no tenía
ni siquiera un año...
Liam finalmente asiente y, sorprendiéndome, pregunta
con mofa:
—¡¿Rottenmeier?!
Ver que medio sonríe me hace sonreír a mí, y la imito:
—De verrrdad que no es porrr crrriticarrr su elección,
perrro parrra mi gusto ha contrrratado a alguien que Jan no
merrrece. Su hijo necesita una perrrsona con quien tenerrr
una complicidad especial para rrreírrr, llorrrarrr o
brrromearrr, y, sincerrramente, dudo que con la
Rrrottenmeierrr la vaya a tenerrr.
Liam sonríe. ¡Bien! ¡Qué mono está cuando sonríe con
sinceridad!
Pestañeo, sonrío yo también y... Espera..., espera...,
espera... ¿Qué hago pestañeando como una tonta?
¿Desde cuándo le pestañeo yo a este tío estúpido?
De inmediato me recompongo mientras él se sienta en
una de las sillas.
—Por el bien de Jan y el suyo propio, debería seguir
buscando —digo entonces, y veo desconcierto en su
expresión.
—No tengo tiempo... Usted desea...
—Yo deseo la felicidad de Jan —lo corto—. Y si para eso he
de retrasar mis propios planes, así lo haré.
Liam me mira sorprendido.
—Sé que no soy perfecta y cometo infinidad de errores —
añado—, como beber a morro de mis botellas, tirarme en
bomba en la piscina o darle gusanitos de sémola de maíz al
niño. Pero si algo tengo claro es que, aunque nunca me
eche un piropo, usted sabe que cuido de él como si fuera mi
propio hijo. Y..., vale, usted y yo no trabajamos bien juntos,
pero siendo sincera, ¿quién me va a pagar dos mil euros al
mes por cuidar a un niño? ¿Y quién va a cuidar a Jan mejor
que yo y lo va a soportar a usted? ¡Nadie! Es más, vamos a
salir perdiendo los dos..., y Jan más aún, por haber sido
incapaces de mirar en su beneficio en vez de en el nuestro.
La expresión de desconcierto de Liam me recuerda a la
del día que me conoció. Creo que lo estoy descuadrando de
nuevo. Y, cuando voy a hablar, musita:
—¿Eso quiere decir que Jan y yo podemos contar con
usted durante más tiempo?
Sin dudarlo, asiento. Si hay que buscar una buena niñera
para el niño, está claro que llevará tiempo.
—Porrr supuesto —afirmo.
Liam sonríe. Por Dios, ¡sonríe! Y acto seguido se levanta
de la mesa.
—Llamaré a la señora Hudson —anuncia y, cuando va a
darse la vuelta para marcharse, me mira y señala de una
manera que hace que la piel se me erice—: Gracias por
querer a Jan como lo quiere. Y, aunque a mí me desespere,
nadie lo va a cuidar como lo cuida usted.
Y, dicho esto, se marcha.
¡Qué mono!
Feliz, doy saltitos de alegría mientras sonrío como una
boba. Un momento... ¿Por qué sonrío así? ¿Por qué estoy tan
contenta cuando hasta hace dos días quería marcharme?
Sorprendida, me paro. Eso hará que mis planes se
retrasen... Pero, la verdad, llegados a este punto, y después
de ver a la señorita Rottenmeier, creo que Jan bien merece
ese retraso.
Capítulo 16

Llega julio y, como ya llevo aquí tres meses, Liam me


renueva el contrato durante seis más. No sé si nos
aguantaremos tanto tiempo o no, pero bueno, es lo que
propuso en un principio y está cumpliendo su palabra.
Es el fin de semana libre que le pedí al Ser Supremo.
Cuando me dispongo a salir de la casa a primera hora él ya
está levantado con el pequeño en brazos y, cuando voy a
acercarme, me indica que no lo haga. Jan no me ha visto y
es mejor que me vaya sin que me vea o se echará a llorar.
Una vez que me despido de Tigre e imploro a todos los
dioses que se porte bien y no haga alguna de las suyas, cojo
mi moto y, sin mirar atrás, me dirijo a casa de Jonay y su
marido. La dejo allí y los tres, pues Verónica está este finde
en La Graciosa con Naím, nos montamos en su coche,
subimos al ferri y nos vamos a pasar el fin de semana a
Gran Canaria. Me apetece mucho conocer esa isla.
En cuanto llegamos y descendemos con el coche del ferri,
Jonay y su marido me llevan hasta una encantadora casita
en un precioso pueblo pesquero en el Puerto de las Nieves.
Por favorrrr, ¡qué lugar tan bonito!
Esa noche, tras cenar en un lugar encantador, cuando
regreso a mi habitación, me siento en la cama, cojo mi
móvil y, sin poder evitarlo, busco el teléfono de Liam y le
escribo un mensaje:
Espero que Jan haya
tenido un buen día.

Cuando voy a dejar el teléfono, este vibra y, al mirar la


pantalla, leo:
Sigue despierto. No se duerme.

Ais, mi niño. Seguro que es porque me echa de menos, y


tecleo:
Siéntese en la mecedora
y cántele su canción.
Así se relajará y se dormirá.

Después de darle a «Enviar», veo que Liam sigue en


línea. Espero contestación, pero entonces deja de estar en
línea y, no sé por qué, sonrío al imaginar su cara al leer que
tenía que cantarle al niño. ¿Él, cantar...?
Diez minutos después, tras desnudarme y meterme en la
cama, me doy cuenta de que estoy pensando en Liam...
Pero ¿qué narices hago? Sorprendida por ello me regaño y,
dándome la vuelta, me dispongo a dormir. No quiero pensar
en ese tío.
Al día siguiente mis amigos y yo recorremos la isla y
visitamos el puerto de Mogán, el barranco de Guayadeque,
el pueblo de Tejeda y el mirador del Pico de los Pozos de la
Nieve, entre otros lugares.
Sin duda estamos en una tierra preciosa y cada sitio que
me enseñan me enamora más que el anterior. Todo es tan
bonito, tan auténtico y mágico que cuando el domingo
regreso a casa de Liam, mi cara de felicidad debe de decirlo
todo. ¡Ha sido un viaje increíble!
De nuevo vuelvo a la rutina. Niño, casa, playa, mis cosas
y, por las noches, tercer grado para ver cómo ha pasado Jan
el día. Sin embargo, reconozco que ahora el trato entre el
Ser Supremo y yo es más fácil. En beneficio del niño, la
nuestra es una relación más cómplice, e incluso en alguna
ocasión bromeamos.
Los siguientes días libres que tengo los disfruto cuando
llegan. Pero no sé qué me pasa que cada día me cuesta más
alejarme de mi Gordunflas. Al hacerlo siento que lo
abandono y, no sé por qué, eso me toca el corazón.
A pesar de todo aprovecho para conocer la isla, que es
preciosa. Y también para salir por las noches a bailar salsa,
hasta que vuelvo a coincidir con Alejo, el pediatra de Jan, un
morenazo divertido que me tira los tejos con descaro, y...,
oye, ¡me lo comienzo a plantear!
Total, ¡estoy soltera!
Sin embargo, hay algo que me frena, y es la vinculación
de aquel con los Acosta. ¿Será profesional tener sexo con
Alejo siendo el pediatra del niño al que cuido?
En este tiempo sigo recibiendo mensajitos de Óscar
reclamándome que le diga dónde estoy, pero sentirlo lejos
me hace coger fuerzas, y eso me gusta.
Eso sí, ¿por qué no me dejará en paz?
Por suerte, y al tener un coche a mi disposición —con
sillita homologada, ¡por supuesto!—, sigo desplazándome
con Jan al supermercado, donde compro cosas que me
gustan. La comida de la casa está bien, Claudia cocina de
maravilla, pero yo necesito comer otras cosas que ya sé que
son menos sanas. Compro patatas fritas, calamares a la
romana, empanadillas de atún, palomitas, cortezas,
pistachos, helados..., y lo guardo todo en un cajón de la
cocina y en el congelador. Total, ¡es todo para mí!
A través de Verónica conozco a Begoña, que es la novia
de Gael, el sobrino de Liam e hijo mayor de Florencia.
Begoña y Gael tienen un niño precioso de nombre Lionel
que es un poquito mayor que Jan y que pronto cumplirá un
añito, y, la verdad, poder quedar con Begoña para pasear
con los niños o ir de compras a un centro comercial se ha
convertido en una de mis cosas favoritas. Sinceramente, mi
vida es simple, mucho. Pero reconozco que eso me permite
pensar.
Como me dijeron Claudia y Liam cuando los conocí, a Jan
le gusta mucho la música. Le canto canciones acompañada
de mi guitarra, pero siempre que le canto su preferida se
queda embelesado y yo creo que me lo voy a comer. ¡Si es
que no puede ser más bonito!
Estoy disfrutando en la piscina con Jan, que hoy está algo
llorón, mientras suena música en mi móvil. Según la canción
que sea, la canto y hago que el pequeño mueva la cabeza al
compás. ¡Qué mono! De pronto comienza a sonar Te quiero
a ti, de Soraya, un tema que me gusta mucho, y empiezo a
tarareárselo a Jan, que me mira maravillado.
—Woooo, ¡esta te gusta!
El peque sonríe. Su sonrisa me da la vida, y cada vez que
le digo eso de «te quiero a ti», él suelta una carcajada y yo
río feliz.
Son las seis de la tarde y hace un día fantástico, por lo
que, con el niño, disfruto del momento de sol, piscina,
música, risas... De pronto veo que Pepa y Pepe se quedan
mirando hacia la cancela. ¿Qué pasa? Y segundos después
esta se abre. ¿Quién será?
Alertada, miro desde el interior de la piscina y me
sorprendo cuando veo que es Liam.
Pero ¿por qué vuelve tan pronto?
No me jorobes que tenemos nuevo casting de niñeras...
Los perros echan a correr, también el mío, y yo grito:
—¡Tigre!
Pero, como siempre, él pasa de mí, y yo, al ver que esto
puede terminar en desastre, vuelvo a gritar:
—¡Tigre, ven aquí!
Liam aparca el coche. Abre la puerta, baja de él
perfectamente trajeado y conjuntado y, cuando creo que el
desastre está servido, pues mi perro le va a saltar encima,
Pepa y Pepe se paran en seco, se sientan y, boquiabierta,
observo que Tigre hace lo mismo.
¿En serio?
Estoy sorprendida mirándolos desde el interior de la
piscina cuando Liam toca con afecto las cabezas de Pepa y
Pepe al pasar junto a ellos, pero no le dice nada a Tigre. Eso
me apena. Mi pobre perro lo mira. Quiere su mimito. Pero,
de inmediato, cuando los otros dos echan a andar, él va tras
ellos.
Según se acerca Liam, Jan lo ve y suelta una especie de
gritito de satisfacción. Y entonces yo, mirando al niño,
murmuro mientras le coloco bien el chaleco flotador:
—Una cosita entre tú y yo..., Gordunflas: tu padre es muy
tonto, pero tiene su morbillo.
Jan sonríe, yo también, y añado:
—Tienes la misma mirada de ángel malote que él.
El crío, que a veces parece entenderme, asiente con la
cabeza y yo me muero de amor por él cuando veo con el
rabillo del ojo que Liam está a escasos metros de nosotros.
Saber eso me pone nerviosa. Voy en bikini, aunque por
suerte estoy metida en la piscina, así que no me verá la
celulitis del culo. ¡Bien!
Liam se acerca al borde de la piscina para saludar y,
mirándome, pregunta:
—¿Todo bien?
—Sí.
—¿Por qué están mojados los perros otra vez?
—Porque les he vuelto a dar un manguerazo a causa del
calor —miento con gracia.
Liam asiente, veo que le agrada lo que oye, y entonces el
niño le echa los brazos para que lo coja. Yo hago ademán de
dárselo, pero él va y dice tras darle un cariñoso beso en la
manita:
—Me va a mojar todo el traje. Ahora no.
Y, sin más, vuelvo a pegar al niño a mi cuerpo. Acto
seguido Liam, quitándose las gafas de sol, me aclara:
—He venido antes porque tengo una cena y voy a
cambiarme de ropa. —Yo asiento sorprendida porque nunca
da explicaciones. Y luego oigo que añade—: Esta noche
posiblemente regresaré acompañado de Margot, por lo que
no hará falta que nos veamos.
Vuelvo a asentir. Estoy por decirle que ya he oído a otras
mujeres de madrugada, incluso las he visto cuando se
marchaban, pero me callo. No quiero ser indiscreta. Sin
embargo, oye, ¡por fin voy a conocer a la tal Margot!
Estoy pensando en ello cuando veo que Tigre se acerca
con disimulo y, sin que Liam lo vea, levanta la pata con todo
su descaro y se le mea en el pantalón.
No..., no... Nooooooo...
¡La madre que lo parió!
Boquiabierta, pero incapaz de decir nada, veo cómo unas
gotitas del pis del cabrito de mi perro, que lo está
castigando por no haberlo saludado, impregnan el pantalón
de su traje.
Dios, como lo vea, ¡lo va a matar!
Miro con disimulo a Tigre con cara de «huye antes de que
se dé cuenta», pero no: él, con toda su santa pachorra, se
sienta a su lado y me mira sonriendo triunfal por lo que ha
hecho. ¡Qué poca vergüenza tiene!
Intento controlar la risa..., por Dios, qué gracioso es mi
perro, y Liam, ajeno a lo que acaba de suceder, vuelve a
ponerse las gafas de sol y dice:
—Antes de marcharme la avisaré.
Asiento, no puedo hablar. Estoy a punto de reírme por la
cara de guasa de mi perro, y entonces él me mira y
pregunta:
—¿Qué le ocurre?
Oír eso hace que suelte una risotada. No puedo más...,
Tigre es tan gracioso... Pero, intentando salvar la vida de mi
amada mascota, respondo:
—Es Jan... Me hacen mucha gracia las caras que pone
cuando está en el agua...
Liam asiente, sonríe y, tras darse la vuelta para alejarse,
inevitablemente le miro su culito de caramelo... ¡Qué mono
lo tiene, por favorrrrr!
Una vez que él desaparece, me dirijo a Tigre entre
susurros:
—¿Tú eres tonto...? ¿Cómo se te ocurre hacer eso?
Mi perro, como es lógico, no me contesta, y,
levantándose, se va corriendo hacia el lugar donde Pepa y
Pepe están tumbados.
Durante un rato continúo en el agua, hasta que decido
dar por terminada la tarde piscinera. En cuanto me coloco
una toalla alrededor de la cintura entro en la cocina con Jan
en brazos. Allí, tras echar agua fresca en un biberón, le doy
de beber y, mirándolo, susurro:
—¿Sabes que eres el niño más guapo del mundo?
Jan posa las manos en mi cara y yo empiezo a tararearle
Menos mal, una canción de mi amado Manuel Carrasco,
mientras siento cómo la conexión entre el niño y yo es
mayor cada segundo que pasa. Esos ojos tan idénticos a los
de su padre me tienen maravillada, el chiquillo no puede ser
más encantador y, la verdad, reconozco que estar con él y
sentir cuánto me quiere y me necesita me llena el corazón.
De pronto unos golpecitos atraen mi atención. Dejo de
cantar y, al levantar la vista, me encuentro a Liam con un
albornoz negro. Uf, mamacita linda, qué sexy... Con el
tiempo ha ido pillando confianza conmigo.
—No he querido hablar por si la asustaba y soltaba al niño
—dice mirándome.
Me hace gracia oír eso. Él también se ríe y, acercándose a
mí, coge al pequeño en brazos y, tras darle un beso en la
cabecita, añade:
—La canción que cantaba es muy bonita.
—¿La conoce? —inquiero sorprendida.
—Sí.
Saber eso me asombra.
—¿Conoce la música de Manuel Carrasco? —insisto.
—Sí. A mi hermano Naím le gusta mucho, y he de admitir
que tiene canciones muy buenas.
Encantada por ello, parpadeo. Que sepa quién es mi
Manuel es un punto a su favor. Eso hace que me caiga un
poquito mejor.
—Su música es muy romántica —señalo.
—Por eso no lo escucho. El romanticismo no tiene cabida
en mi vida —suelta él con acidez.
Wooooooo, está claro que está enfadado con el
romanticismo. Y, sin decir más, comienza a darle el biberón
al pequeño.
Nos quedamos en silencio y me apoyo en la encimera. El
precioso a la par que sexy espectáculo que el Ser Supremo
me está regalando mientras le da el biberón de agua a su
hijo en albornoz es, como poco, para disfrutarlo.
Ese batín negro le sienta de maravilla, y el pelo mojado
es una tentación..., por lo que imaginarme ciertas cosas me
acalora y, para disimular, cojo impulso y me siento sobre la
encimera de la cocina. Encantada, sigo mirándolos cuando
mis ojos y los de Liam se encuentran y yo sonrío. Sonrío
como una idiota mientras me digo: «Es muuuuu tonto».
—Menudas cicatrices tiene en las rodillas —observa él
entonces.
Me las miro. La verdad es que no son las rodillas más
bonitas del mundo por la cantidad de cicatrices que tengo
por mi cabezonería.
—Caídas de moto —indico—. Me empeñé en aprender y,
hasta que lo conseguí, no paré.
—Veo que es usted persistente.
Cuando oigo eso, asiento y digo con mofa:
—Cuando quierrro algo imporrrtante, sí.
Liam sonríe. Siempre que hago la coña de la señorita
Rottenmeier se ríe, y a mí me encanta que lo haga. A
continuación nos quedamos en silencio unos instantes,
hasta que pregunta:
—¿Por qué se sienta en la encimera estando los taburetes
libres?
Ostras, ¡ya he vuelto a hacer algo incorrecto! Y,
bajándome con cara de circunstancias, indico dispuesta a
huir antes de volver a meter la pata:
—Es la hora del baño de Jan. ¡Voy tarde!
Liam le da un beso con amor en la frente y yo, cogiendo
al niño, salgo a toda leche de la cocina. Desde luego, en
cuanto me relajo un poco, meto la pata.
Una hora después estoy dándole un biberón de cena al
pequeño cuando Liam entra en el cuarto del niño
perfectamente vestido. Como siempre, va con un precioso
traje que le sienta a las mil maravillas y una más que
planchada camisa y, oye, ¡qué bien huele!
Estoy disfrutando del espectáculo cuando vuelvo a
regañarme a mí misma. No..., no..., no... ¿Qué hago
sonriéndole y haciéndole ojitos?
Mi teléfono móvil vibra entonces sobre una mesita. He
recibido un mensaje, y al mirarlo leo:
Cosita Linda, dime dónde estás.
Resoplo y, sin hacer caso del mensaje de Óscar, continúo
a lo mío.
Intentando no mirar a mi jefe como el que mira un
exquisito bistec, desvío la vista, y entonces Liam,
acercándose, le da un beso en la cabecita al pequeño y
dice:
—Descansa, Cacahuete.
Me hace gracia oírlo decir eso.
—¿Por qué lo llama así? —me intereso.
Liam me mira, después mira al pequeño y, haciendo caso
omiso de mi pregunta, responde:
—Tengo el móvil operativo. Cualquier cosa me llama,
¿entendido?
Asiento, y entonces él va y suelta:
—¿Por qué ese Óscar la llama «Cosita Linda»?
Según lo oigo, sonrío. Está claro que ha visto el mensaje.
E, ignorándolo como él ha hecho con mi pregunta, replico:
—Que tenga una buena noche.
—Lo mismo digo.
Acto seguido se marcha. Instantes después oigo el ruido
del motor de su coche alejándose y, mandando las
zapatillas a hacer puñetas, murmuro:
—Ya puedo andar descalza.
Capítulo 17

A las tres de la madrugada me despierto chorreando con


Tigre pegado a mí como una lapa.
Pero ¿este perro no suda?
Esta noche hace un calor tremendo, tanto que Jan me ha
dado más guerra de lo normal para dormirse. Tras
incorporarme para mirar el vigilabebés y ver que el pequeño
está durmiendo plácidamente, me levanto y abro las
puertas de la terraza de mi habitación. Tigre levanta la
cabeza, mira y después sigue durmiendo.
Echo un vistazo a mi móvil y, como esperaba, veo que
tengo varios mensajes de Óscar, que se ha empeñado en
que le diga dónde estoy viviendo. Pero no, no pienso
hacerlo. Y sonrío al ver un mensaje de Mercedes, que dice
que se casa con María el 29 de agosto en el ayuntamiento
de Madrid.
Saber eso me hace muy feliz, y me contengo de hacer
una llamada grupal por las horas que son. Mejor espero
hasta mañana.
Durante un rato disfruto de la brisa que corre, y entonces
oigo la risita juguetona de una mujer. Eso me pone en alerta
y de inmediato soy consciente de que, como en otras
ocasiones, esas risas provienen de la habitación de Liam.
Debe de ser la tal Margot.
Las risas cesan, ya no se oye nada, y, resoplando,
murmuro:
—Que ustedes lo pasen muy bien.
Cinco minutos después me he terminado la botella de
agua fresca que cada noche me llevo al dormitorio. Estoy
por ir a la cocina a por agua fría, pero no me gustaría
encontrarme con Liam y su churri en el pasillo y cortarles el
rollo.
Aun así, cada vez tengo más sed, por lo que decido ir a
toda prisa. Nadie me verá.
Ataviada con una camiseta de tirantes y un pantalón
cortito, abro la puerta de mi habitación y escucho. No se
oye nada, y, dirigiéndome a Tigre, que me mira, cuchicheo:
—Dentro de dos segundos estoy aquí.
Acto seguido cierro la puerta y paso a ver a Jan, que sigue
durmiendo como un bendito.
Tras salir del cuarto del pequeño me suelto el pelo, que
llevo recogido en una coleta alta. Hace un calor sofocante.
Saliendo por debajo de la puerta de Liam veo una luz tenue,
lo que me hace sonreír, pues intuyo lo que están haciendo.
Entro en la cocina con sigilo. No enciendo la luz para no
llamar la atención, pero de pronto oigo una puerta que se
abre y oigo la voz de una mujer que dice:
—Querido, voy a por agua fresca. No tardo.
¡¿«Querido»?! ¡Será hortera la tía!
Joder..., joder..., joder..., ¿en serio me va a pillar esa
mujer?
Rápidamente voy al fondo de la cocina y me agacho tras
la isla central. Con un poco de suerte no me verá. Pero
antes de entrar en la cocina veo que la mujer se detiene y
va corriendo al baño de cortesía que está a su derecha. Al
verlo, respiro aliviada. Que haya ido a hacer un pis antes de
coger el agua me da tiempo para esfumarme.
Así pues, me incorporo, voy hasta la nevera, cojo una
botella de agua y, mientras me escabullo en la oscuridad,
me encuentro de frente con Liam antes de salir de la cocina.
Va desnudo de cintura para arriba. ¡Madre míaaaaaa, qué
plantaaaa!
Y, de repente, sin decir nada, me acerca a él y me besa.
Ay, Diossssssss... ¡Que me ha confundido con la churri!
Su boca es caliente, apetitosa, exigente. Mmmmmm...
Besa mejor de lo que yo imaginaba. Y, ¡oye!, como que me
olvido de que es mi jefe y es rubio, y me activo y le
respondo.
Wooooo, ¡cómo lo disfruto!
Por el modo en que me abraza y me pega a su cuerpo,
noto que mi apasionada respuesta le gusta.
Madre mía, madre mía..., ¿qué estoy haciendo? Pero
¿acaso me he vuelto loca? ¿Qué hago besando a mi jefe?
¿Cómo me escabullo ahora sin que sepa que soy yo?
Mi cabeza es un torbellino de pensamientos, mientras que
mi cuerpo es una revolución de emociones.
Pero de pronto la botella de cristal que llevo en las manos
se me escurre y se estampa contra el suelo. Del susto, nos
separamos y murmuro:
—¡Joderrr!
Mi voz hace que al instante él levante la cabeza, mire
escudriñando en la oscuridad y musite:
—¡¿Señorita López?!
Joder..., joder..., joder... ¡Me ha pillado! ¿Y ahora qué digo?
Sin moverme, enseguida oigo que dice azorado mientras
da un paso atrás:
—Lo siento, discúlpeme... Pensé que era...
Acto seguido la luz de la cocina se enciende y aparece la
churri del que me ha besado. Alta, guapa, pelirroja...
Menudo glamurazo tiene la amiga. Y, ante nuestro gesto,
pregunta:
—Querido, ¿qué pasa?
Liam no reacciona. Me mira sin dar crédito. Sigue en
estado de shock por lo ocurrido y yo, agachándome, me
apresuro a responder:
—Hablábamos... Se me ha escurrido la botella de agua y
se ha hecho añicos.
Liam sigue de pie a pocos pasos de mí. No puedo mirarlo.
Me avergüenzo de no haberlo detenido ante su error.
Entonces la churri se acerca y, viendo que estoy
recogiendo los cristales del suelo, pregunta:
—¿Eres la niñera?
Asiento y ella insiste:
—¿Esa que lo saca tanto de sus casillas?
Asombrada, sonrío y lo miro. Vaya, qué importante me
siento al saber que va hablando de mí por ahí. Pero él,
molesto por su indiscreción, interviene:
—Cállate, Margot.
La pelirroja se aproxima entonces a mí, me mira con
curiosidad e inquiere:
—¿Y tu nombre es...?
—Amara —contesto mirándola.
—Bonito nombre.
—Gracias —digo con una sonrisa.
Ella asiente, noto que me escanea de arriba abajo y con
una sonrisilla indica:
—Soy Margot Burlanquensen, famosa diseñadora de joyas
y una amiga especial del señor Acosta.
Sonrío con un cabeceo. Lo de «famosa diseñadora»
sobraba, y..., bueno, creo que es una ilusa por creerse una
amiga especial de Liam. ¿Sabrá que él tiene varias amigas
especiales?
Pero, callando lo que pienso, sigo recogiendo los
cristalitos del suelo cuando oigo que aquella pregunta:
—Amara, ¿qué tal con mi bebé?
Según dice eso, levanto la cabeza en su dirección. ¿Quién
es su bebé? ¿Liam? ¿Jan?
Nos miramos unos momentos en silencio y luego ella
aclara:
—Con el niño.
—Ah..., muy bien —contesto algo molesta porque lo
considere su bebé cuando, durante el tiempo que llevo aquí,
nunca la he visto con él.
De pronto Liam se agacha, me rodea con las manos y
hace que me levante. Acto seguido me mira y dice:
—Ya vuelve a andar descalza. ¿Acaso no ve que puede
cortarse?
Aissss, madre mía, lo que me entra al sentirme entre sus
brazos... Y cuando me suelta, intentando que no se note mi
desconcierto y evitando mirarlo, respondo:
—No se preocupe, señor. Tengo cuidado.
Me dispongo a seguir limpiando el estropicio que he
causado y, tras coger un montón de papel de cocina, lo
distribuyo por el suelo. Eso absorberá el agua.
Y entonces, sí... Entonces mis ojos y los de Liam se
encuentran y yo siento que me pongo roja como un tomate.
—Cuidado, podrías cortarte —insiste él.
Vaya..., ¿está tan descolocado que incluso me tutea?
Eso me hace gracia, y para tranquilizarlo suelto:
—No se preocupe, señor. Para pagarme mis estudios de
enfermería serví muchas copas y recogí muchos cristales
rotos de madrugada. Sé lo que hago.
—Uis, qué horror... ¿Serviste copas? —tercia aquella.
—Muchas —le aseguro.
Cuando contesto veo que Margot se acerca más a
nosotros y, con un gesto de complicidad, le da un azotito en
el trasero al guaperas. Liam se vuelve, la regaña con la
mirada y yo, sin poder evitarlo, sonrío.
—Una cosita, señor Acosta... —indico—, no querría
molestarlos más. Vuelvan con lo que estuvieran haciendo.
La mujer sonríe. En sus ojos veo lo que desea y, mirando
a Liam, dice con voz sensual:
—Hagamos caso a Amara.
¡Qué mona! Me llama por mi nombre, no como el tonto
del Ser Supremo, y, oye, es de agradecer.
Sin embargo, durante unos segundos Liam no se mueve.
Parece una estatua. Luego, de pronto, parece reaccionar y,
tras abrir la nevera, saca otra botella de agua, se la entrega
a la pelirroja y ella musita:
—Querido, ¿no tienes agua embotellada de las islas Fiji?
Hago esfuerzos para no reírme. ¿En serio?
Segundos después Liam y Margot que, por cierto, no tiene
un gramo de celulitis, desaparecen y yo vuelvo a quedarme
sola en la cocina.
Sentándome en el suelo junto a los cristales, puesto que
las piernas me tiemblan, me toco los labios, que siguen
calientes y húmedos por el beso. Durante unos segundos
rememoro lo ocurrido. Ha sido increíble. Tentador. Caliente.
Vamos, ni con Óscar me he sentido jamás tan locamente
excitada por un beso.
Madre mía, pero ¿qué estoy diciendo?
¿Desde cuándo mi jefe, ese ser insoportable, me excita?
No obstante, recordar su disculpa me hace sonreír. Me ha
confundido con la otra, pero yo he sabido en todo momento
que se trataba de él. Sin duda, yo tengo más culpa de lo
ocurrido. Podría haberlo parado, pero no lo he hecho.
¿Por qué?
Pero ¡eso no puede volver a ocurrir si quiero mantener mi
trabajo!
Cuando acabo de recoger, cojo otra botella de agua
fresca de la nevera y, evitando mirar la luz que sale por
debajo de la puerta del dormitorio de Liam, me encamino
hacia el mío, aunque antes paso de nuevo a ver a Jan, que
sigue dormidito.
Alterada por lo ocurrido, no logro conciliar el sueño y
decido fumarme un cigarrillo. Abro mi mochila, saco el
tabaco y un mechero y me dirijo al jardín. Tigre aprovecha y
sale para hacer un pis. Ni lo regaño. No tengo fuerzas. Que
mee donde le dé la gana. Y el muy tunante, cuando termina,
vuelve a entrar en la habitación, se sube a la cama y
continúa durmiendo. Desde luego, a cara dura no le gana
nadie.
Camino por el jardín en dirección a las casetas donde
duermen Pepa y Pepe, puesto que Liam no les permite
entrar en la casa. Los animales se levantan al oírme y yo,
sonriendo, voy a su encuentro y susurro acariciándolos:
—Holaaaaaaa, preciosossssss...
Encantados con mi muestra de cariño, los perros se
repanchingan y, durante un rato, disfruto de ellos, hasta
que de pronto una puerta se abre en la casa.
—No sé qué prisas te han entrado de repente... —oigo
que dice Margot.
De inmediato me tumbo entre Pepa y Pepe. ¡Me camuflo!
No quiero que me vean. Los perros me miran. Creen que
estamos jugando y se rebozan sobre mí. Dios, que me
aplastan..., pero eso me hace sonreír.
Una vez que consigo detenerlos para no morir aplastada
por ellos, desde donde estoy veo que doña Querida y aquel
salen de la casa. Ella, vestida con un precioso y sexy vestido
rojo —uis, ¡qué bonito es!—, y él con su albornoz negro.
—Margot... —dice.
Ella parece molesta. Está claro que lo ocurrido entre mi
jefe y yo les ha cortado el rollo.
—Te juro, querido, que a veces no entiendo tus cambios
de actitud —replica Margot.
—No empecemos —la corta Liam con rotundidad.
Veo que ella asiente y, acercándose a él, le da un beso en
los labios y, tras decirle algo que no logro oír, camina en
dirección a un coche que nunca he visto.
—Llámame —indica.
Instantes después Liam abre la cancela con el mando que
tiene en la mano para que ella saque su coche. Mientras lo
hace observo que mira hacia donde están los perros. Estos
hacen ademán de levantarse para ir a saludarlo y yo,
agarrándolos con disimulo para que no se muevan, siseo:
—Ni se os ocurra levantaros. ¡Tumba!
Liam no quita ojo a los perros. Y, una vez que se va el
coche de la churri, veo que cierra de nuevo la puerta con el
mando, se da la vuelta y desaparece en el interior de la
casa.
Cuando me aseguro de que ya nadie puede verme, me
levanto del suelo y, tras despedirme de los perretes, regreso
a mi habitación. A través del vigilabebés compruebo que Jan
sigue durmiendo, y me dispongo a echarme en la cama
cuando veo que Tigre está tumbado en medio de todo.
Durante unos segundos lo miro. Él me mira. Intento que
se dé por aludido y se mueva hacia un ladito, pero al final, y
viendo que el sinvergüenza no piensa moverse, me meto en
la cama y lo empujo hacia un lado. Tigre protesta, me mira,
y yo, antes de apagar la luz, le suelto:
—Como sigas creyéndote el dueño de la cama, te vas a
dormir con Pepa y Pepe.
Capítulo 18

Cuando suena el despertador, ¡me quiero morir!


Estoy agotada. He dormido fatal... Pero, al apagarlo, Tigre
se me acerca. Le encanta lamerme la cara. Es su manera de
darme los buenos días.
Lo abrazo sonriendo. Le doy besitos y, al mirar el
vigilabebés y ver que Jan mueve los bracitos, sé que tengo
que levantarme.
Una vez que me lavo la cara y los dientes a toda mecha,
corro a la habitación del pequeño para cumplir con los
horarios de su padre. Al verme, el pequeño sonríe y yo me
muero de amor. ¡Qué bonito es!
Estoy sacándolo de la cuna cuando de repente oigo:
—¿Por qué está su perro en la habitación de Jan?
—¡Me cago en la leche! —grito al tiempo que doy un salto
por el susto.
¡Joderrrrr!
Y, al mirarlo, Liam indica con cara de circunstancias:
—Lo siento. Creía que me había oído entrar.
Cojo aire. Comenzar el día ya con el Ser Supremo
asustándome y regañándome no es lo que más me apetece,
y menos aún tras lo sucedido la noche anterior.
Rápidamente recuerdo su beso y su posesión. Madre
míaaaaaaa... Azorada, miro a mi perro, que está sentado a
mi lado, y digo con voz autoritaria:
—Tigre, ve a nuestra habitación.
—El perro debe ir fuera —matiza.
Asiento, sé lo que pone en la lista de las normas que me
dio.
—Ahora lo sacaré —indico.
Tigre me mira. Pocas veces me he dirigido a él con esa
voz tan tensa, y, sorprendiéndome, se levanta y sale del
cuarto de Jan.
¿En serio?
Boquiabierta, sonrío. ¡Me ha hecho caso a la primera!
Madre mía, pero ¿quién es ese y dónde está mi Tigre?
Miro a Liam riendo como si me hubiera tocado la lotería,
pero entonces oigo que este dice:
—Mi hermana Florencia ha programado un día en la playa
con comida incluida. Prepare las cosas de Jan.
Miro al niño, que parece que está menos revolucionado
que el día anterior. Y, dispuesta a perder de vista al padre
de la criatura, pregunto:
—¿Se van usted y el niño?
Al decir eso Liam me mira. Ufff, qué vergüenza me da
recordar lo ocurrido la pasada noche...
—Iremos los tres —replica él—. ¿O acaso tiene usted el
día libre?
Me apresuro a negar con la cabeza y a continuación él
suelta:
—Voy a preparar café.
Cuando desaparece por la puerta respiro aliviada. Jan y yo
nos miramos, y cuando voy a darle un beso oigo:
—¡Señorita López!
¡Joderrrrr, otra vez! Ya me conozco ese tonito de voz...
¿Qué pasará ahora?
Al salir de la habitación con Jan en brazos me lo
encuentro parado en el pasillo.
—Venga, por favor —ordena.
Descalza, medio dormida y con el bebé en brazos, me
acerco a él; este, con un gesto más serio que antes,
inquiere señalando con un dedo:
—¿Me puede decir qué hace su perro revolcándose en mi
sofá?
Al instante sigo la dirección de su dedo y... ¡Dios, me
quiero morir!
Sobre el precioso sofá del salón de Liam está Tigre,
revolcándose como un loco como suele hacer en mi cama
para marcarla.
¡Me lo cargooooo!
No sé qué decir. No sé qué hacer. Él, mirándome, me coge
al pequeño de los brazos y sisea con voz autoritaria:
—Haga desaparecer a su perro de mi sofá o lo haré yo. Y
ya se lo he dicho, pero se lo repito: no quiero perros en la
casa porque la llenan de pelos. El jardín está acondicionado
para ellos.
—Sí, señor —susurro apurada.
¡Voy a matar a Tigre!
Nos miramos en silencio unos segundos y luego añade:
—Sé que su perro duerme en su cuarto con usted. Lo sé
perfectamente. Si no me quejo es porque es su habitación,
pero insisto: no lo quiero en el resto de la casa. Si mis perros
no entran, por supuesto que el suyo tampoco.
Asiento. Tiene toda la razón del mundo. Y a continuación,
enfadado, mientras se dirige con el pequeño en brazos a la
cocina, añade:
—Limpie los pelos que su perro haya dejado en el sofá.
Cuando desaparece, miro a Tigre. El jodido sigue
revolcándose como un poseso sobre el sofá. Y, corriendo
para cogerlo, lo pillo y, mirándolo, gruño:
—Pero ¿qué estás haciendo?
Tigre me mira con la boca abierta y la lengua fuera. ¡El
muy jodío sonríe...!
Molesta con él, lo dejo en el suelo y corro a mi habitación
a por el cepillo para quitar los pelos de los animales. Una
vez que regreso vuelvo a quedarme horrorizada al observar
que ahora tiene una de las figuritas de samuráis en la boca.
¡Ayyyy, Dios míoooooo!
Sin levantar la voz para que Liam no me oiga, voy hacia
él, lo agarro rápidamente, le quito la figura de la boca y,
tras comprobar que no ha sufrido ningún daño, siseo:
—Una cosita... Si valoras mínimamente nuestras vidas, no
vuelvas a acercarte a esto, ¿entendido?
Después de dejar la figurita junto a las otras cuatro me
encamino hacia mi habitación con Tigre. Cuando lo voy a
soltar en el suelo, estoy tan enfadada que decido abrir la
puerta de la terraza y sacarlo al jardín. Conociéndolo,
seguro que volverá a hacer una de las suyas, y lo último que
quiero es que Liam lo pille otra vez.
Enseguida regreso al salón, cojo el cepillo y, con
insistencia, lo paso mil veces por el sofá para dejarlo más
que limpio. En cuanto compruebo que ha quedado impoluto,
suspiro aliviada; entonces oigo:
—¡Señorita López!
¡Vaya telaaaaaaa!
Resoplo. Este hombre me va a desgastar el apellido de
buena mañana. Y cuando entro en la cocina para ver en qué
habré metido la pata ahora, observo que Jan está sentado
en su trona, y Liam dice mirándome:
—¿Qué le gusta desayunar?
Sorprendida por esa pregunta que no esperaba, pues en
el tiempo que llevo aquí nunca me la había hecho, no sé
qué responder. Dejo el cepillo de los pelos sobre uno de los
taburetes que hay al lado de la encimera y, viendo que
aquel se ha puesto un delantal, pregunto:
—¿Va a cocinar?
Con normalidad, Liam me mira y dice:
—Voy a preparar el desayuno. Y ya que voy a hacer el
mío, no me importa hacer algo para usted, mientras usted
prepara el biberón de Jan —y, sacando unos huevos de la
nevera, indica—: ¿Toma tostadas, huevos...?
Todavía sorprendida por esa deferencia hacia mí, saco los
cereales de Jan y respondo:
—Con una tostada y un café me vale.
Liam asiente y, sin más, se pone manos a la obra al
tiempo que yo me ocupo del biberón de cereales del
pequeñín.
Una vez que lo tengo preparado, cojo al niño y se lo doy.
El glotón de Jan lo devora rápidamente y, cuando acaba,
como se ha quedado de nuevo dormido como cada mañana,
lo dejo en la tumbona que hay en la cocina.
—¡Esto es terrible! —oigo que exclama de pronto Liam.
Al oírlo lo miro y veo que ha abierto el cajón donde están
las patatas fritas, las palomitas, las cortezas, los gusanitos...
—Pero está riquísimo —contesto.
Él resopla.
—Una guarrería terrible...
—¡Me encantan las guarrerías! —le aseguro.
Mi jefe me mira... Sin duda, creo que podría haberle dado
otro sentido a mi comentario.
—¿Sabe usted que estas cosas no son lo mejor para la
salud? —explica entonces.
Asiento con la cabeza, lo sé perfectamente. Pero,
encogiéndome de hombros, replico:
—¿Sabe usted que en la vida no viene mal darle gustos al
cuerpo de vez en cuando? Y, por cierto, por si no lo ha visto,
en el congelador hay helados, así que si alguna vez quiere
uno, puede cogerlo.
Liam parpadea y al final no dice nada. Sigue cocinando y
yo, viendo que el café ya está listo, saco dos tazas y, tras
servir en una, pregunto:
—¿Cuánto café quiere?
Él me mira.
—Media taza, un cuarto de leche y un tercio de
cucharadita de azúcar.
Asiento y le sirvo lo que pide.
—Sigue caminando descalza —oigo a continuación.
De inmediato suspiro. Entonces veo que,
inexplicablemente, sonríe y, cuando termino de servir los
cafés, me vuelvo a sentar donde estaba. Liam acaba de
preparar una tortilla y mi tostada, y cuando la pone ante mí
pregunta:
—¿La quiere con aceite, tomate, mantequilla...?
—Mantequilla y mermelada de melocotón.
—Mermelada no sé si hay.
Me levanto, abro la nevera y, sacando la mermelada que
guardé en un compartimento cerrado para que no
molestara, señalo con picardía:
—Ya la compré yo.
Él asiente. Mira cómo Jan duerme plácidamente en su
hamaca y se sienta en el taburete libre que hay a mi lado.
En un silencio más que tenso comenzamos a desayunar.
Entonces, recordando algo, indico:
—Una cosita... En agosto necesitaré libres del 28 de
agosto al 1 de septiembre... ¿Lo ve factible?
Liam consulta de inmediato el reloj que lleva en la
muñeca. Sin duda es su agenda, y tras unos segundos dice:
—No hay problema.
Oír eso me hace sonreír.
—Se casa una de mis mejores amigas y...
—Apúntelo en el calendario —me corta con sequedad.
De nuevo se instala el silencio entre ambos. Es incómodo.
Y, consciente de que hay que hablar de lo ocurrido la noche
anterior, empiezo:
—En cuanto a lo que sucedió anoche en la cocina, quiero
que sepa que...
—No volverá a ocurrir —me interrumpe.
Lo miro. Me mira.
—Pero creo que...
—Fue un error mío. La confundí con Margot y le pido
disculpas por ello —insiste.
Me gustaría poder hablar del tema con él. Quiero decirle
que fui yo la que no lo detuvo, aun sabiendo que él se
estaba equivocando, pero entonces añade:
—Pasaremos el día fuera, en la playa. También estará
Verónica.
La noticia me gusta. Saber que mi amiga va a estar cerca
de mí me hace muy feliz. Y cuando voy a hablar él señala
abriendo un periódico:
—Y ahora desayunemos en silencio.
Asiento. Si quiere cortar ahí el tema, casi que mejor.
Joder, es mi jefe y lo de anoche no puede repetirse.
Estoy convenciéndome de ello cuando veo pasar
corriendo por el jardín a Pepa y Pepe. Acto seguido veo a
Tigre..., ¡qué rico es, tan chiquitín...! Pero la respiración se
me corta cuando el sinvergüenza se para justo delante de la
puerta del ventanal, que por suerte está cerrado, levanta la
pata y se mea.
¡La madre que lo parió!
Rápidamente, sin moverme, miro con el rabillo del ojo a
Liam. Por suerte no se ha dado cuenta porque está leyendo
el periódico. Pero entonces oigo que dice:
—Si su perro sigue así, nos creará un problema.
Cierro los ojos, asiento y maldigo para mis adentros. ¿Qué
voy a hacer con Tigre?
Capítulo 19

Dos horas después, tras cargar el coche con las cosas de Jan
como si nos fuéramos para un mes y dejar agua y comida a
los perretes en el jardín, los tres nos dirigimos a la playa.
Espero que no se me haya olvidado nada o este me la
monta.
El ambiente durante el trayecto es relajado, bromeamos
incluso, y mi jefe me va contando un poco la historia de los
lugares por los que pasamos.
—¿Adónde vamos concretamente?
Liam, que hasta para ir a la playa parece que va de cena
de lo perfecto que va vestido, tras colocarse bien el cuello
de su camisa azul, responde:
—A la playa del Duque, en la zona más nueva de Costa
Adeje.
Asiento, no me suena nada, todo esto es desconocido
para mí. Estoy disfrutando del viaje cuando le pita el
teléfono, que tiene conectado al coche, y una vez que
descuelga, se pone a hablar en inglés. De inmediato
reconozco la voz del hombre que está al otro lado. Es Tom
Blake, el actor. Y, sonriendo, me percato del buen sentido
del humor de aquel por cómo ríe, aunque no entienda ni la
mitad de lo que dicen.
Tras unos segundos su conversación acaba, y sin poder
callarme suelto:
—¿Era Tom Blake?
—El mismo —afirma Liam escueto.
—Madre mía, me encanta ese hombre... —comento como
el que no quiere la cosa—. Es tan sexy y provocador...
Veo que Liam niega con la cabeza y acto seguido
cuchichea:
—Me alegro por usted.
De inmediato soy consciente de lo que he dicho. Joder,
con lo que este hombre ha pasado a causa del actor y su
ex..., ¿cómo voy yo y digo eso?
Nos quedamos en silencio durante unos minutos hasta
que comienza a sonar por la radio la canción You to Me Are
Everything, del grupo The Real Thing, e, intentando
destensar el ambiente, digo:
—Me encanta esta canción.
—Ya tiene sus añitos —indica Liam.
—Sí —afirmo al ver que su tono se ha relajado—, pero las
buenas canciones nunca envejecen. Se puede decir que son
como los buenos vinos..., ¡mejoran con los años!
Mi comparativa parece gustarle y, como siempre que
suena música y me encuentro bien, comienzo a tararearla.
Mi inglés no es ni mucho menos perfecto como el de
Verónica o el de Liam. El mío es chapurrero, chapurrero...
Aun así, canto sin cortarme un pelo y miro a Jan, que va
atrás sentado en su sillita, y él como siempre sonríe.
Veo que mi jefe sonríe también.
Yo hago el payaso, para no variar, y canto y bailoteo
mientras Jan empieza a soltar carcajadas al ver mis muecas
y mis movimientos.
¡Me lo comoooooo!
Miro a Liam, me agrada verlo con esa sonrisa, y me
aventuro a proponer:
—Vamos, ¡cante usted también!
Según digo eso, veo que levanta las cejas y, aunque la
sonrisa no lo abandona, responde:
—Yo no canto, señorita López.
—¿Por qué?
—Porque tengo sentido del ridículo, cosa que veo que
usted no...
—¿Canto mal?
—No.
—¿Entonces...?
Él resopla con incomodidad.
—Simplemente, yo no canto —dice.
Valeeeeee. Su tono es tan cortante que no pregunto más
y, cuando acaba la canción, yo aplaudo. Suelto unos
cuantos vítores y el niño aplaude también. Divertida por ello
le digo mil cosas cariñosas hasta que oigo que Liam
comenta:
—Desde luego, su inglés deja mucho que desear...
Divertida, asiento, lo sé..., mi inglés es horroroso.
—Pues que sepa que con este inglés he viajado y me han
entendido —replico—. Es más, me iba a ir a Suecia a
trabajar en un hospital y pasé la prueba de inglés.
Liam sonríe y luego pregunta:
—¿En serio pasó la prueba?
—Con honores, confeti y champán —contesto divertida.
Él suelta una carcajada y yo sonrío mientras un extraño
regocijo crece en mi interior. Y entonces me doy cuenta de
que le estoy haciendo ojitos. Por el amor de Dios... ¡Otra
vez!
No. No. No. Vuelvo a ser consciente de lo que he hecho y,
cambiando mi actitud, miro por la ventana.
—¿Y adónde ha viajado si puede saberse? —pregunta.
—De momento, a Londres. Quiero viajar más, pero eso
será cuando el dinero y el tiempo me lo permitan o me
toque la lotería...
Miro al pequeño. Como siempre, me observa con esa
carita que dan ganas de comerse.
—¿Cómo se llama mi Gordunflas preferido? —digo.
—Jammm...
Según dice eso, parpadeo. Es la primera vez que dice su
nombre, y mirando a Liam, pregunto boquiabierta:
—¿Lo ha oído?
—Sí.
—¡Ha dicho su nombre! —exclamo.
—Y hemos sido testigos de ello —afirma él feliz.
Con una sonrisa de oreja a oreja Liam asiente; yo indico al
niño señalando con el dedo:
—Tú, Jam. Él, papá. Yo, Amara.
Mi pequeñín sonríe y repite:
—Jammmmm...
Aplaudo encantada. Liam no puede parar de sonreír.
—Mi familia está allí..., ¿los ve? —dice a continuación.
Asiento y sonrío gustosa al distinguir entre todos ellos a
Verónica y a Begoña.
Una vez que Liam aparca el coche junto al de Naím, toca
el claxon y rápidamente Verónica y Florencia vienen hacia
nosotros.
Saco a Jan de su sillita y, antes de que le pueda colocar
un gorrito para proteger su cabecita del sol, Florencia me lo
quita de las manos. Me saluda con un beso y veo que el
niño me mira y me echa los brazos. Eso me hace gracia.
Está claro que su persona de referencia soy yo.
—Dile a la tía Florencia cómo te llamas —le pido con una
sonrisa.
El pequeño sonríe y repite:
—¡Jammmmm!
Según pronuncia su nombre, yo aplaudo. Y Liam indica
orgulloso:
—Lo ha dicho por primera vez en el coche.
Verónica y Florencia dan palmas, besuquean al pequeño.
Esta última se vuelve loca de amor, y sigue dándole besos
hasta que Liam, que está sacando las cosas del coche,
señala:
—Florencia, cuando el Cacahuete crezca un poco huirá de
ti.
La aludida sonríe, asiente y luego afirma divertida:
—Hasta que lo haga, me lo comeré a besos como me
como a mi nieto.
Los dos hermanos sonríen mientras le hacen monerías al
niño. Y yo me quedo mirándolos como una tonta. Madre
mía..., pero ¿qué me pasa?
—¿Te ha escrito Mercedes? —oigo que me pregunta
entonces Verónica acercándose a mí.
De inmediato vuelvo en mí y, como dos pavas, ambas nos
abrazamos y comenzamos a dar saltitos de felicidad por
nuestra amiga.
Sin tiempo que perder, hacemos una videollamada con
Leo y Mercedes. Todos estamos muy emocionados y, tras
hablar unos minutos, pues no tenemos más tiempo, indico:
—Le he pedido libre a Liam del 28 de agosto al 1 de
septiembre y ha dicho que sí.
—¡Genial! —exclama Verónica.
Echamos a andar y, tras mirar, a Liam, que saluda a su
padre, voy a hablar cuando mi amiga pregunta:
—¿Todo bien, Pececita Madrileña?
Oír eso me hace sonreír más aún, y cuchicheo:
—Tengo que contarte una cosita.
—Uis, madre...
—Anoche se me fue la cabeza...
Verónica me mira.
—Besé al Friki del Control —susurro.
Según digo eso, ella se para y, antes de que pueda decir
nada, añado:
—Fue a la casa con Margot...
—¿Margot estuvo en su casa? —me corta ella.
—Sí, querida... —digo.
Verónica sonríe.
—Dios los cría y ellos se juntan... —murmura a
continuación.
—Parece maja —opino en voz baja.
Vero suspira y asiente.
—Lo es. Pero para mi gusto es algo clasista.
Eso me hace gracia. Y, deseosa de contarle lo que
necesito soltar, prosigo:
—El caso es que Liam fue con ella a la casa. Y, bueno, en
un momento dado, yo estaba en la cocina a oscuras, Margot
salió de la habitación, él también lo hizo, y me confundió
con ella.
—Noooooo...
Cabeceo divertida y con gesto pícaro.
—Y madre mía, ¡cómo besa! —añado.
—¡Amaraaaaa!
Me entra la risa. Me gusta pensarlo, aunque me sofoca.
—Debería haberlo detenido, ¡pero no pude! —indico—. Es
más..., ¡me entraron ganas de colonizar!
—¡Amaraaaaaa!
—Reina —musito mirando lo guapo que está Liam con su
camisa azul y sus bermudas vaqueras—. El morbo del
momento es el morbo y no pude resistirme.
—¡Pero si a ti te van los morenos!
Asiento, tiene razón, pero afirmo con guasa:
—Reconozco que con este rubiales haría una excepción.
—¿Te has vuelto loca?
—¡Loquísimaaaa! —exclamo con el gorrito de Jan entre las
manos.
Verónica ni siquiera parpadea. Me conoce. Y, antes de
que diga lo que intuyo que va a decir, buscando un toque de
humor, suelto:
—Estaba tan sexy, tan apetecible y olía tannn bien, que
caí en la marmita de la lujuria.
Como imaginaba, mi amiga sonríe.
—Esta mañana he querido hablarlo con él —continúo—,
puesto que me sentía terriblemente culpable, pero él ha
preferido no hacerlo. Me ha dicho que fue un error suyo y
me ha pedido disculpas.
Ambas reímos y luego ella pregunta con picardía:
—¿En serio besa bien?
Asiento y, mirando a Liam, que está más allá charlando
con su familia, admito:
—Muy muy bien.
Miramos a los demás en silencio, y al cabo Verónica
musita:
—Es tu jefe...
—¿Y me lo dices tú, mi querida Ratona, que te acostaste
con el tuyo? —me mofo.
Verónica ríe, observa a Naím, que está hablando con su
hermana, y replica:
—Yo no lo sabía, pero tú sí.
Es cierto, tiene más razón que un santo.
—Lo sé, querida, lo sé..., y por eso no va a volver a ocurrir
—indico con mofa.
Mi Vero me mira, yo la miro a ella, y de pronto oímos que
alguien exclama a nuestras espaldas:
—¡Liammmmmmm! ¡Yujuuuuuuu!
Me vuelvo de inmediato y veo que justo por nuestro lado
pasa un pedazo de mujer de esas a las que hay que mirar
porque es impresionante. Alta, piernazas kilométricas,
estilosa... Y mientras observo que Liam se vuelve y sonríe,
Verónica musita:
—¡La que faltaba!
Sorprendida, la miro y ella cuchichea:
—Es Algodón..., una tía que se pirra por los huesitos de
Liam y es muyyy pesadita.
—¿Algodón? —me burlo.
Mi amiga se ríe y murmura:
—Es holandesa y soy incapaz de recordar bien su nombre.
Divertida, veo cómo ella se acerca a Liam. Le da dos
besos y acto seguido se acerca hasta donde está Florencia,
le quita a Jan de los brazos y el pequeño, como siempre,
comienza a sonreír. ¡Qué sonriente es!
En silencio, Verónica y yo nos aproximamos a los demás,
y entonces oigo que Algodón, agitando sus pestañas
kilométricas y dirigiéndose a Liam, dice:
—Este niño debería llevar un gorrito puesto. Hace mucho
sol.
De inmediato Liam me mira. Veo reproche en su
expresión. Y yo, yendo hasta mi Gordunflas, le pongo el
gorro verde que llevo en las manos e indico:
—Se lo iba a poner, pero Florencia se lo ha llevado y...
—¿Eres la niñera? —me corta la de las pestañacas.
Sin dudarlo, asiento con la cabeza y luego la muy imbécil
suelta:
—Pues la próxima vez estate más atenta, que para eso te
pagan.
Al oírla estoy por mandarla a la mierda sin ningún tipo de
filtro. ¿Quién es esta idiota para hablarme así? Pero
Verónica, que está a mi lado, coge mi mano y sugiere:
—¿Te parece bien que pongamos el cochecito de Jan junto
al de Lionel?
Al decirme eso miro hacia donde indica mi amiga. Sé que
lo ha hecho para llamar mi atención.
—O eso o se traga los dientes —murmuro.
Vero se ríe, yo también, y moviendo el cochecito musito:
—¡Mejor lo segundo!
Mientras coloco las cosas de Jan junto al carrito de Lionel,
que es el nieto de Florencia y Omar y el hijo de Begoña y
Gael, reconozco que por dentro me cago en los familiares de
la holandesa. Y de pronto oigo que Liam pregunta:
—Aldegonda, ¿adónde vas con Jan?
¡¿Aldegonda?! ¡Vaya nombrecito!
La mujer, que se está tomando unas licencias con el niño
que me están sacando de mis casillas, sonríe e indica:
—Al agua. ¡Vamos, ven!
Y, sin más, Liam va tras aquella y su hijo.
—No soporto a Algodón —susurra Florencia pasando junto
a nosotras.
—Pero si parece encantadora —me mofo.
Uno tras otro los Acosta corren a bañarse en el mar. Hace
un calor considerable. Desde donde estoy veo cómo se
bañan, cómo ríen, y Verónica, que está a mi lado,
cuchichea:
—Como te pilles de Liam, lo...
—Que nooooo.
Según digo eso la miro y añado:
—Lo de anoche fue ¡un caprichito tonto!
—Pues cuidadito con los caprichitos tontos —dice con un
hilo de voz.
Vale, tiene razón. Lo besé. Y, algo molesta por ver a mi
pequeño Jan en los brazos de aquella holandesa, afirmo:
—Chica, una no es de piedra..., y anoche él fue quien se
lanzó. Pero, tranquila, que necesito este trabajo y no voy a
cagarla.
Instantes después se nos acercan Florencia y Xama, la
hija pequeña de esta y Omar. Por sus pintas imagino que
tendrá unos dieciséis o diecisiete años, y me río al ver los
gestos que hace cada vez que su madre le pide que se eche
crema para el sol.
¡Lo que me habría gustado a mí que Luisa se hubiera
preocupado así por mí!
Capítulo 20

Por fortuna, la señorita Algodón Superpestañas Kilométricas


se marcha después de un rato, y la verdad es que yo me
relajo. Esa idiota quería ir de lista conmigo para ganarse
puntos con Liam y, además de lo del gorrito, luego me ha
exigido que le volviera a echar más crema protectora a Jan
y lo cambiara de pañal porque el que llevaba puesto, según
ella, lo incomodaba. Sin rechistar, porque no creía que fuera
el momento, lo he hecho, y, la verdad, si no llega a ser por
Verónica, creo que la habría mandado a la mierda.
Cuando ella se va, durante un par de horas todos
disfrutamos de un maravilloso día de playa bajo un enorme
parasol que han montado con una lona. Me baño con Jan y
luego con Verónica mientras el pequeño duerme, hasta que
aparece Naím en el agua y nos ahoga, el muy cabrito. ¡Qué
divertido es!
A la hora de la comida Florencia anuncia que ha
reservado mesa en un restaurante que hay frente a la playa.
Apurada, no sé qué hacer, y, mirando a Verónica, cuchicheo:
—Oye, reina, una cosita... Esto es una comida familiar.
¿Qué pinto yo ahí?
Omar, que pasa por mi lado en ese momento, me oye e
interviene:
—Tú eres una más de la familia.
Eso me enternece y Vero, que sabe lo que significa para
mí esa palabra, ratifica:
—Tú eres mi familia para ellos..., ¿te parece poco?
Sonrío. Naím y Liam se acercan a nosotras con Jan en
brazos y mi jefe me dice:
—Llevaremos el cochecito al restaurante por si Jan se
duerme, que nosotros podamos comer tranquilos.
Lo miro y entonces Verónica, dirigiéndose a él, suelta:
—Pues no va Amara y me pregunta si ella viene también
a la comida...
Liam y Naím intercambian una mirada, parpadean y, con
total convencimiento, ambos contestan:
—Por supuesto que sí.
Dicho esto, los dos hermanos, junto al pequeñín, siguen a
los demás.
—Los Acosta son así —comenta Vero—. O te odian o te
adoptan.
Sonrío y, cogiendo el cochecito como ha dicho Liam, lo
llevo hasta el restaurante, donde nada más entrar oigo:
—¡Naímmmmmmm! ¡Liammmm!
De nuevo la voz de una mujer hace que me vuelva hacia
la derecha. A pocos pasos de nosotros hay dos mujeres muy
guapas, aunque no lo son tanto como Algodón, pero van
vestidas con un estilazo impresionante. Y, acercándose a
nosotros, una de ellas comenta:
—Qué coincidencia encontrarnos aquí.
—Mireia, ¡qué ilusión! —exclama Vero.
Por el tono ácido de mi amiga, la miro y rápidamente me
percato de quién es la aludida.
—Pero ¿qué haces aquí? —pregunta entonces Liam tras
darle dos besos.
Verónica me mira, en su gesto veo que está incómoda.
—He venido a pasar unos días a la isla —indica aquella.
En silencio, todos asentimos. Sé por mi amiga que Mireia
se trasladó a Londres cuando Verónica se fue a vivir a la isla
con Naím. También sé que las cosas quedaron muy claras
entre ellos tras una conversación que mantuvieron, pero la
incomodidad resulta palpable. De pronto la tal Mireia se
vuelve hacia su amiga y dice:
—Cleo, él es Liam Acosta, el hombre que dije que te
presentaría si lo veíamos. Y ellos son Naím Acosta y su
novia.
Acto seguido me mira a mí y yo explico sin ganas de
confraternizar:
—La niñera de Jan.
Mireia asiente, y Naím, sin soltar a Vero, le tiende la mano
a la tal Cleo y aclara:
—Verónica no es mi novia: es mi mujer.
La otra sonríe, pestañea. Está más que claro que Naím no
es quien le interesa. Y en ese instante Mireia, con gesto
apurado, dice deseosa de desaparecer:
—Voy a saludar al resto de la familia.
Dicho esto, se marcha, y la otra mujer musita mirando a
Liam con intensidad:
—Encantada de conocerte, Liam. Soy Cleopatra.
—Un placer, Cleopatra —afirma él en un tono de voz que
me exaspera.
Uisss..., uissss... ¿Qué me ocurre?
La verdad, estoy por darle un pescozón a Liam por el
modo en que la mira, y ella prosigue:
—Qué niño tan ideal... ¿Quién es?
—Mi hijo Jan —informa él con orgullo.
La mujer parpadea y, sin ninguna gracia, intenta llamar la
atención de Jan, pero este ni la mira. Así pues, desistiendo,
y sin ningún tipo de vergüenza, despliega todas sus artes de
seducción frente a Liam. Pestañea, se toca el pelo, la oreja,
la boca, sonríe mordiéndose el labio inferior... Y, cuando no
puedo más, miro a Verónica y murmuro:
—Qué intensidad la de Cleopatraaaaaaaaaa.
Mi amiga sonríe, Naím también, y Vero, sin quitarle el ojo
de encima a Mireia, musita:
—Como la otra no se pire rapidito, la vamos a tener.
Ambas reímos. A buen entendedor, pocas palabras
bastan. Está claro que el tipo de mujeres que rodean a los
Acosta no tiene nada que ver con nosotras, dos chicas de
barrio de Madrid. Y Naím, que está a nuestro lado,
cuchichea divertido:
—Ratona, tranquila, que nos conocemos y con Mireia
quedaron las cosas más que claras.
Ella y yo intercambiamos una mirada divertida. Al poco
Mireia regresa para recoger a su amiga y, tras despedirse
de nosotros, ambas se marchan. ¡Vaya tensión!
Al llegar a la mesa que tenían reservada, veo que Horacio
y Florencia saludan a un hombre, que me entero que es el
dueño. Jan me echa los brazos. Rápidamente lo cojo y, antes
de sentarme, saco el táper con su comida, voy a la barra, se
lo entrego a un camarero y le pido por favor que lo caliente.
Ya lleva tiempo comiendo purés suaves de verdura con
pollo y, la verdad, los disfruta mucho. Es un tragón. Estoy
esperando a que el camarero me devuelva el táper con el
puré cuando por los altavoces del local empieza a sonar The
Way We Were. ¡Oh, Dios, qué preciosa canción de Barbra
Streisand! Y estoy canturreándola cuando oigo a mi espalda:
—¿Qué ocurre?
Es Liam. Está a mi lado, y yo, sonriendo, indico:
—Me están calentando la comida de Jan.
Él asiente sin decir nada, y yo sigo tarareando.
—Preciosa canción —dice entonces—. ¿Ha visto la
película?
Sorprendida, lo miro y pregunto:
—¿Tal como éramos, de Barbra Streisand y Robert
Redford? —Él asiente—. Ni le cuento el berrinche que me
entra cada vez que la veo, y más cuando suena esta
canción.
Liam sonríe, me gusta cuando lo hace, y señala:
—Es una película muy romántica que te deja el corazón
tocado.
Asiento, yo opino lo mismo. Y, de pronto, el hecho de que
me haya dicho eso me hace entender que el romanticismo
formó parte de su vida en algún momento, aunque ahora ya
no lo haga.
Entonces Liam coge al pequeño en brazos, mira mis
hombros y sugiere:
—Tiene que ponerse más crema solar. Se está poniendo
roja.
Yo también me miro los hombros, tiene razón.
—Luego me echaré —contesto.
En ese instante Horacio aparece junto a nosotros y de
inmediato Liam comienza a hablar con su padre, con el
pequeño en brazos. Verlos a los tres juntos es todo un
espectáculo. Nadie más tiene los ojos como ellos, y estoy
observándolos cuando un camarero se acerca a mí con el
táper y me pregunta:
—Señora, ¿la comida es de su bebé?
Al reconocer el táper azul, afirmo con la cabeza.
—No es mi bebé, pero sí, es para mí —digo—. Y, por
favor, no me llames de usted, que me haces parecer
mayor...
Él asiente y sonríe. Veo que le gusta lo que oye. Me mira
de esa manera que una sabe que le ha gustado, e indica:
—Espero que esté bien así.
Yo cojo el recipiente y respondo:
—Seguro que sí, ¡muchísimas gracias!
El camarero, que es un morenazo de esos de rompe y
rasga, añade:
—Cualquier cosa, por favor, dímelo. Estoy por aquí.
Encantada, asiento, y cuando este se aleja Liam se me
acerca y pregunta:
—¿Lo conoce?
—No —y, mirando a Jan, que ha visto la comida,
cuchicheo—: El que sí conoce el táper azul es el
Gordunflasssss.
Ambos reímos y luego nos dirigimos hacia la mesa,
donde, sin perder un segundo, le doy de comer al tragón de
Jan bajo la atenta mirada de su padre. Sin embargo, a
diferencia de otros días, el niño no come lo que debería
comer. Liam se preocupa por ello y de inmediato todos,
entre los que me incluyo, le quitamos importancia. Los niños
no comen todos los días igual.
Cuando veo que no le apetece más, no lo fuerzo, pero me
levanto para ir al baño a cambiarle el pañal. Por el modo en
que se frota los ojillos, sé que se va a dormir.
Y, sí, una vez que lo cambio y regreso al salón, lo meto en
su cochecito, le pongo su adorado chupete, se duerme
como un angelito y yo puedo comer con ganitas. ¡Qué rico
está todo!
Antes de que traigan los postres acompaño a Verónica al
baño y, mientras espero en la puerta a que salga mi amiga,
el camarero moreno se me acerca.
—¿Estaba bien el puré del niño? —pregunta.
—Perfecto —contesto complacida.
Él sonríe, yo también, y luego indaga:
—¿Eres de la familia Acosta?
Enseguida niego con la cabeza.
—No. Yo soy quien cuida al pequeñito de los Acosta.
Ambos sonreímos de nuevo; entonces Naím llega hasta
mí y pregunta:
—¿Dónde está Verónica?
En ese instante el camarero se aleja, la puerta del baño
se abre y Vero suelta mirándolo:
—Cariño, ¡está visto que no puedes vivir sin mí!
Naím suelta una carcajada y, agarrando a mi amiga de la
cintura, replica:
—En eso has acertado, mi querida Julia de Valladolid. —
Ambos ríen y luego él añade—: Florencia dice que tenemos
que estar todos en la mesa para anunciar el motivo de esta
comida familiar.
Se besan. Ver ese beso tan lleno de amor, deseo y
complicidad me hace suspirar como una tonta. Yo quiero a
alguien en mi vida que me bese con ese amor.
Cuando estamos todos, los camareros nos traen un
surtido de postres para degustar, y yo, al verlos, me quiero
morir de felicidad. ¡Qué pintaza tienen!
Lionel y Jan duermen en sus cochecitos, los mayores
comemos, charlamos y reímos, y de pronto Florencia
comenta en voz alta:
—Gael y Begoña tienen algo que deciros.
Todos los miramos, y Gael, tras sacar unos sobres de una
mochila, anuncia:
—¡Nos casamossssss!
Tras una exclamación de sorpresa por parte de Horacio y
aplausos por parte del resto, se origina una corriente de
besos, abrazos y felicitaciones. Begoña y Gael van a casarse
y todos están superfelices por ello.
—¿Tenéis fecha? —pregunta entonces Verónica tras
mirarme con cara de circunstancias.
—El 10 de septiembre —contesta Begoña.
Saber eso hace que Verónica y yo respiremos aliviadas.
La boda de Mercedes es importante para nosotras y no
podemos perdérnosla por nada del mundo.
—Y digo yo..., ¿cuándo os vais a casar vosotros?
Al oír la voz de Horacio, veo que se está dirigiendo a Naím
y a Verónica. Espera una contestación, y entonces Naím
dice:
—Cuando ella quiera.
Vero sonríe. Yo también. Ese hombre está locamente
enamorado de ella. Pero conozco a mi amiga y sigue
teniendo miedo a dar un paso más.
—¿Y cuándo vas a querer, querida Verónica? —pregunta
Horacio a continuación.
Todos la observan expectantes.
—Hoy es el día de Gael y Begoña... —responde mi amiga
al cabo de un momento con cara de circunstancias—, ¡son
ellos los que se van a casar!
Los aludidos sonríen, pero Horacio, sin dar su brazo a
torcer, insiste:
—Lo sé, mi niña, lo sé. Pero no quiero morirme sin veros
casados...
De nuevo todos los presentes miran a mi amiga, y
entonces ella se vuelve hacia mí y, mintiendo como una
bellaca, suelta:
—Cuéntales nuestra promesa.
¿Nuestra promesa? ¿Qué promesa?
¡Desdeluegolamadrequelaparióquéagustitosequedó!
Con cara de circunstancias, la observo. No sé de qué está
hablando... Está visto que tengo que inventarme algo, así
que explico:
—A ver, una cosita... La cuestión es que hace años
prometimos que ninguna se casaría hasta que la otra
tuviera una relación estable y..., claro, como yo no la tengo,
¡pues Vero ha de esperar!
Mi amiga asiente satisfecha por la trola que acabo de
soltarles, y acto seguido Naím, sonriendo porque sabe que
es mentira, añade:
—Por tanto, hemos de encontrarle un novio a Amara si
queremos que Verónica se case conmigo.
Según dice eso, todos sonríen complacidos.
A continuación Gael hace entrega de la invitación de
bodas a su abuelo Horacio, les da otra a su tío Naím y a
Verónica, y cuando se la entrega a Liam, pregunta:
—¿Traerás acompañante?
Él se ríe y, señalando al pequeño Jan, que duerme en el
cochecito, replica:
—¿Te parece poco acompañante?
Todos los presentes sueltan una carcajada.
—Algodón, Margot, Cleopatra o cualquiera de tus churris
podrían ser buenas candidatas —sugiere Verónica.
Los demás se mofan, pues conocen la faceta de seductor
de Liam. Y entonces Begoña, mirándome, me entrega una
invitación a mí y dice:
—Amara, tú también estás invitada.
—¡¿Yo?! —pregunto sin dar crédito.
La verdad, me veía más cuidando al pequeño en la casa
mientras todos se divertían. Pero ella asiente e indica:
—Me haría mucha ilusión que vinieras. Verónica y tú sois
la única familia que tengo.
Conmovida, asiento, pues recuerdo todas las cosas que
me ha contado, y, consciente de lo importante que soy para
ella en estos momentos, le aseguro:
—Ahí estaré.
Begoña me abraza y me percato del modo en que Liam
me mira; entonces Verónica propone:
—Podrías cantar en la boda...
Según dice eso, todos me miran. Niego con la cabeza,
pero Verónica suelta:
—Amara siempre canta en las bodas de los amigos. Ve un
escenario y lo da todo, ¿verdad?
Nadie me quita ojo, todos me observan expectantes.
—La verdad es que sí —afirmo.
—Pues entonces tienes que cantar en nuestra boda —dice
Begoña.
Joder..., joder..., joder..., ¡voy a matar a Verónica! Y a
continuación la muy tunanta agrega:
—Yo contrato a la banda para que la acompañe.
—¡Genial! —exclamo mientras por dentro deseo que se
me trague la tierra.
Durante un rato todos los presentes hablan sobre el tema,
hasta que Gael tercia:
—Por supuesto, Amara, puedes venir acompañada a la
boda.
Oír eso me hace gracia. Aparte de ellos, Jonay y su
marido y Magdalena, no conozco a nadie más en la isla.
—La señorita López irá con Jan y conmigo —suelta Liam
de repente.
De inmediato lo miro y Liam aclara:
—Necesitaré que se ocupe del niño.
—De eso nada —protesta Verónica—. Amara tiene que
asistir como una invitada más o no disfrutará de la boda.
Por tanto, ese día, entre todos nos ocuparemos de Jan para
que ella pueda pasarlo bien. ¿Por qué no te llevas a alguna
de tus churris para que te eche una mano?
—Margot, por ejemplo, puede ser una excelente
acompañante y podría ayudarte con el niño —propone
Florencia.
—Demasiado trabajito para ella —se mofa Xama
sorprendiéndome.
Liam las mira a ambas con gesto serio, y yo, consciente
de que necesita de mi ayuda ese día, intervengo:
—Iré a la boda y me ocuparé de Jan.
Liam asiente, le parece bien lo que digo, pero entonces,
sorprendiéndome dice:
—Usted irá como invitada. No tendrá que encargarse del
niño. No se preocupe.
Veinte minutos después, cuando todos salimos del
restaurante y nos encaminamos de nuevo a la playa para
acomodarnos a la sombrita, a Liam le suena el teléfono. Lo
saca del bolsillo de su pantalón y en la pantalla leo el
nombre de «Virginia». Desde luego, el tío tiene un harén
donde elegir...
Alejándome de él con el niño para darle intimidad, me
aproximo a Begoña y, entre risas, hablamos de la boda
hasta que llegamos a donde están nuestras toallas.
Con curiosidad me fijo en Xama, y no puedo evitar reírme
cuando ella y su madre discuten acerca de cómo irá esta
vestida a la ceremonia. Está claro que Florencia tiene que
modernizarse con respecto a su hija o le esperan añitos muy
complicados.
Verónica intercede. Ella sabe cómo tratar a una
adolescente mejor que nadie al haber pasado ya esa época
con Zoé. Y, cuando veo que la conversación sube de tono,
para echarle una mano a mi amiga, dirigiéndome a Xama,
propongo:
—¿Me acompañas a comprar agua fría al restaurante?
Sin dudarlo, la muchacha asiente y, cuando nos alejamos,
musito al ver su gesto ceñudo:
—Tranquila.
La joven resopla y maldice.
—Mi madre es una pesada. Se cree que todavía tengo
cinco años...
La miro sonriendo y pregunto:
—¿Cuántos años tienes?
—Diecisiete. Estoy a punto de cumplir dieciocho, y
entonces pienso irme a vivir con mis amigas.
Asiento. A esa edad todos los adolescentes dicen lo
mismo. ¡Qué ingenuos! Pero, claro, cuando cumples
dieciocho y ves que vivir con los amigos significa tener
dinero para pagar casa, luz, agua, teléfono, etcétera,
etcétera, ¡esa idea se desvanece! Sin embargo, en mi caso
no fue así, y tuve que apechugar trabajando en tres sitios
distintos para sobrevivir.
—Yo me marché de casa el mismo día que cumplí
dieciocho años —digo mirándola.
Xama se queda boquiabierta por mis palabras.
—Créeme: con la familia que tienes lo mejor para ti es
estar con ellos —añado.
Xama sigue mirándome, y a continuación pregunta:
—¿Y por qué te fuiste?
Siempre que hablo de esas personas que son mi familia,
mi mano va directa a la cicatriz de mi frente.
—Porque a mí nadie me quería como te quieren a ti —
respondo tocándomela.
Xama me mira sorprendida. Por suerte hemos llegado ya
al restaurante, donde pido cuatro botellas grandes de agua
fría. Cuando me dan dos, las cojo y se las entrego a Xama
inmediatamente.
—Una cosita... —digo abriendo mi monedero para pagar
—. Llévalas antes de que se calienten. Yo ahora voy con las
otras dos —le pido para que no siga preguntando.
La joven acepta sin rechistar y emprende el camino de
vuelta. Suspiro aliviada. De pronto veo que se me acerca el
camarero moreno y declara:
—Hoy hace un día de mucho calor.
Asiento con una sonrisa y, viendo cómo me mira,
contesto:
—Mucho.
Su compañero deja las otras dos botellas en la barra, se
las pago y a continuación el camarero moreno, que está a
mi lado, dice:
—¿Puedo preguntarte tu nombre?
—Amara.
—Álvaro —se apresura a presentarse él, y pregunta
interesado—: No eres de aquí, ¿verdad?
—De Madrid.
Álvaro sonríe.
—¡Madrileña!
—Pues sí.
—Ya decía yo que ese acento tuyo no era muy canario...
Ambos reímos, y luego yo señalo:
—Tu acento tampoco es de por aquí...
—De Málaga.
—¡¿Boquerón?!
Ambos soltamos una carcajada, pues a los malagueños se
les suele llamar de ese modo.
—¿Llevas mucho tiempo en la isla? —pregunta él a
continuación. Niego con la cabeza y luego oigo que dice—:
Si quieres, antes de marcharte de la playa nos
intercambiamos los teléfonos.
Es directo el amigo..., y, sin dudarlo, respondo:
—¡Genial! Luego me acerco con mi móvil.
He de comenzar a hacer amigos aquí, y ¿por qué no
empezar por Álvaro?
Me despido de él y regreso a la playa con las botellas de
agua fría. Estoy guardando el monedero en mi bolsa cuando
Liam se me acerca.
—¿Hay algún problema con el camarero? —inquiere.
Rápidamente niego con la cabeza.
—Qué va. Álvaro es encantador.
Según digo eso, veo que las cejas de aquel se levantan.
—Antes ha dicho que no lo conocía —indica.
Asiento, tiene razón, pero, sin ganas de dar explicaciones,
replico:
—Antes era antes y ahora es ahora.
Dicho esto, sonrío. En ese instante suena mi teléfono, lo
miro y saludo más contenta de lo normal al ver de quién se
trata:
—¡Alessandro, mi italiano favorito! Qué alegría hablar
contigo...
Como esperaba, Liam me mira y yo, guiñándole el ojo, me
alejo entre risas mientras hablo con el morenazo cañón.
Capítulo 21

Pasan los días.


Jan comienza a gatear y yo, encantada al ver la evolución
del niño, lo animo a hacerlo en casa o en el jardín junto a los
perros, mientras toco la guitarra y disfruto del momento.
Me encanta observar cómo se mueve como un gatito por
el suelo, aunque, cuando llega su padre, solo le permito
hacerlo en su habitación. Si Liam lo ve gateando en el suelo
o en el jardín con los animales, conociéndolo, le dará un
patatús.
Estoy con Verónica en su casa hablando sobre las cenas
temáticas cuando el móvil me suena. Es Óscar. Mi amiga y
yo lo miramos, y ella indica:
—Pasa de él.
—Eso hago —afirmo quitándole el volumen.
Ese mediodía, después de comer una rica ensaladilla que
nos ha dejado preparada Naím, Jan se duerme y decido
acostarlo sobre la cama de Verónica. Cuando regreso al
salón, miro mi teléfono y veo como siete llamadas perdidas
de Óscar y no sé cuántos mensajes. Decido abrirlos y de
pronto siento que la tierra tiembla bajo mis pies cuando leo:
Mi madre ha muerto.
No..., no..., no..., ¡eso no ha podido pasar! Y, tras marcar
su número, cuando Óscar lo coge susurro:
—Dime que no es cierto...
Pero lo conozco, y su silencio me hace saber la verdad.
—Óscar, cielo, lo siento muchísimo... —murmuro.
No dice nada, imagino que no podrá hablar.
—¿Cuándo ha pasado? —pregunto.
—Anoche —musita abatido.
Cierro los ojos intentando contener las lágrimas. Todos
sabíamos que Encarnita no estaba bien, que su enfermedad
podría con ella algún día.
—Ha muerto en casa —añade Óscar—. Mañana la
enterraremos con mi padre. ¿Vendrás?
Sin dudarlo, asiento. Creo que, si me toman el pulso, es
que ni tengo...
—Allí estaré —indico.
Según cuelgo el teléfono noto que me falta el aire.
Encarnita, mi maravillosa Encarnita ha muerto, y solo de
pensarlo se me parte el corazón.
Verónica, que sale en ese instante del baño, ve mi cara y
de inmediato pregunta:
—¿Qué pasa, cielo?
Como puedo, le cuento lo ocurrido. Igual que yo, se
apena. También conocía a Encarnita y sabía lo maravillosa
que era. Y entonces, tomando aire, señala:
—Te acompañaré. Nos vamos para Madrid.
Según lo dice, niego con la cabeza. Sé que al día
siguiente debe asistir a una reunión por su trabajo como
publicista.
—Ni hablar, tú no vienes —digo con un hilo de voz.
Ella me mira y se dispone a protestar, pero insisto:
—Mañana tienes una reunión importante y...
—Pero no quiero que vayas sola —me corta.
Oír eso me hace sonreír con cierta pena y, tocándome el
corazón, murmuro:
—No voy sola. Tú estás aquí.
Verónica sonríe, me entiende, y finalmente dice cogiendo
su teléfono:
—Déjame ver qué vuelos tienes para la Península.
Atacada de los nervios, miramos los vuelos y vemos que
esa tarde solo hay un par: uno que sale dentro de dos horas
y otro dentro de seis. Enseguida me decido por el que sale
al cabo de dos horas, y mientras Verónica me compra el
billete, yo llamo a Liam, que está en las bodegas.
Un timbrazo, dos, tres...
—Dígame, señorita López.
Al oírlo, cojo aire y suelto:
—He de irme urgentemente para Madrid. Jan se queda
con Verónica y...
—¿Que se va a Madrid?
—Sí.
—¿Cuándo?
—Ahora.
—De eso nada. Se lo advertí, señorita López. Le advertí
que si quería algún día libre debía avisarme con tres días de
antelación.
—Lo sé, pero...
—¡No hay peros que valgan! —Me levanta la voz.
—Una cosita... ¡¿Me va a dejar hablar?! —exclamo yo
también.
—No empiece con sus cositas... Si se marcha, dese por
despedida —suelta sin querer escucharme.
Según oigo eso la rabia que siento me subleva. Nunca me
escucha. No le interesamos ni yo ni mis circunstancias.
—Pues me doy por despedida —siseo.
Y, sin más, cuelgo el teléfono. No tengo por qué seguir
hablando con él.
Verónica me mira.
—Pero ¿le has explicado el motivo? —musita.
Niego enfadada con la cabeza.
—No me ha dejado. Pero da igual —y, comprobando que
en mi mochila esté mi cartera y mi DNI, indico—: Sabe que
el niño está aquí contigo. Por favor, recoge mis cosas de la
casa, junto con Tigre y la moto, y cuando vuelva ya lo
organizaré todo para regresar a Madrid.
Me tiemblan las manos..., me tiembla todo el cuerpo;
Verónica me abraza y yo soy incapaz de llorar.
¡Joder! Encarnita, mi Encarnita..., esa mujer que tanto
cariño me ha dado, se ha muerto y es lo único que me
importa en ese momento.
Minutos después voy al baño. Me lavo la cara y,
mirándome al espejo, me recojo el pelo en una coleta alta.
Cuando salgo paso por la habitación de Verónica. Allí, con
cariño, miro a Jan, a mi Gordunflas, que duerme como un
angelito. Con cuidado me acerco, luego me inclino hacia
delante y le doy un cariñoso besito en la mejilla. Separarme
de él, decirle adiós tan abruptamente, me cuesta horrores, y
tocándole con cariño la manita murmuro:
—Perdóname, Gordunflas, pero tengo que ir. Te quiero, y
te prometo que siempre te llevaré en mi corazón.
Conteniendo las lágrimas salgo del dormitorio mientras
siento que dejo parte de mi corazón en ese niño. Lo quiero,
lo adoro, como sé que él me adora a mí. Y, acercándome a
Verónica, voy a hablar cuando ella se me adelanta y dice:
—No te preocupes por nada. Yo me ocupo de Jan.
Asiento. Se lo agradezco.
—¿Seguro que no quieres que te acompañe? —susurra.
Niego con la cabeza. No es necesario.
—Ya tienes un taxi en la puerta —indica ella a
continuación—. Y Leo y Mercedes te estarán esperando en
Madrid.
Sin dudarlo asiento y, tras dar un último abrazo a
Verónica, la beso y salgo de la casa.
En silencio cojo el taxi que me lleva al aeropuerto, donde
tomo el avión que me lleva a Madrid. En el trayecto pienso
en Jan, en ese niño que me ha robado el corazón y al que ya
añoro de una manera que nunca habría imaginado, y solo
deseo que, lo cuide quien lo cuide, lo quiera como lo hago
yo. También pienso en Liam, en el padre de la criatura, y la
rabia que siento por él me hace sisear. ¡Imbécil!

***

Una vez que aterrizo en el aeropuerto Adolfo Suárez de


Madrid, me encuentro con Leo y Mercedes, quienes vienen a
arroparme en cuanto me ven.
Esa noche, casi de madrugada, llegamos en el coche de
Leo a Ávila, a la casa de los padres de Óscar. La relación que
tuve con él duró cinco años, por lo que todos me conocen y
me abrazan con cariño.
Estoy hablando con una hermana de Encarnita cuando
aparece Óscar junto a la que imagino que es Rosa, su
pareja. Durante unos segundos nos miramos, hasta que,
comprendiendo cómo puede sentirse, camino hacia él y
rápidamente se refugia en mis brazos, entre los que rompe
a llorar con desconsuelo.
Leo y Mercedes me miran. Sé que por sus cabezas pasan
ideas tan descabelladas como las mías, pero los tres somos
conscientes de que no es momento. Óscar acaba de perder
a su madre y necesita consuelo.
Tras una noche en la que velamos el cuerpo de Encarnita
como se hace en los pueblos, estoy destrozada. Bueno,
todos lo estamos.
Necesito salir de esa casa que me trae tantos bonitos
recuerdos con Encarnita, así que Leo, Mercedes y yo nos
vamos a desayunar a un bar.
Al mirar mi móvil veo que tengo mensajes de cariño de
Verónica, y me sorprendo al leer uno de Liam que dice:
Lo siento mucho.

Vale, eso significa que Verónica ya le ha contado lo


ocurrido. No obstante, me da igual. No quiero hablar con él
y no pienso contestarle.
A las once regresamos a la casa y nos unimos al cortejo
fúnebre. Rosa y Óscar van juntos y cogidos de la mano.
Una vez más, la ceremoniosidad de un entierro en el
pueblo resulta agotadora, pero hay que hacerlo así, no hay
más. Encarnita lo quería de este modo. Siempre me dijo que
el día que muriera deseaba que la enterraran con un rosario
de su madre entre las manos, y yo, aún con el corazón roto,
me encargo de que así sea.
Tras el funeral, en el que sigo sin llorar a pesar de la
opresión que siento en el pecho, me despido de toda la
familia, a la que posiblemente no volveré a ver en mi vida, y
me dirijo hacia el coche de Leo cuando oigo:
—Amara, espera.
Es Óscar. Y, mirando a mis amigos, indico:
—Esperadme en el coche. Ahora voy yo.
Ellos siguen caminando y Óscar se acerca a mí mientras
veo que Rosa nos observa desde la distancia.
—¿Adónde vas? —pregunta él.
—A Madrid.
—¿A tu casa?
Asiento en silencio. He decidido descansar un par de días
en mi casa y regresar luego a Tenerife a por mis cosas.
Entonces veo que Óscar tiende una mano en mi dirección.
—Mi madre dejó este sobre para ti —aclara—. Dijo que
quería que su contenido fuera tuyo.
Lo miro. Sin dudarlo lo cojo y, al abrirlo, veo un papel
escrito de su puño y letra y el anillo que fue de Lucrecia, la
madre de Encarnita. Lo saco y, negando con la cabeza,
susurro:
—No..., no puedo. Eso es de...
—Es tuyo. Ella lo quería así. —Óscar asiente y,
mirándome, añade—: Mi hermana lo sabe y respeta la
voluntad de mi madre. Por tanto, no hay más que hablar.
—¿Y Rosa? —digo al ver que sigue mirándonos.
—Mi madre quería que lo tuvieras tú, no ella —afirma él.
Con el corazón encogido miro aquel anillo que siempre he
visto puesto en la mano de Encarnita. Una vez más, con ese
gesto de amor me hace saber lo importante que fui para
ella y, emocionada, me lo pongo en el dedo y murmuro:
—Gracias.
Nos quedamos en silencio. Yo no sé qué decir, pero él
suelta:
—Te echo de menos.
No respondo. No quiero volver a entrar en ese círculo
vicioso. Sin embargo, Óscar insiste:
—Mamá siempre me dijo que era un idiota porque nunca
iba a encontrar a nadie que me quisiera tanto como tú.
Oír eso me hace sonreír. Imagino a Encarnita
diciéndoselo.
—Lo mío y lo de Rosa no sé cuánto va a durar —agrega.
—Óscar...
—Amara, si Rosa no estuviera embarazada, no estaríamos
juntos. —Oír eso me hace saber lo infeliz que es, y entonces
añade—: Nadie es como tú y...
Le tapo la boca con la mano. No quiero oír más. Desde
luego, nadie es tan tonta como yo. E indico con una
seguridad que hasta a mí me sorprende:
—Óscar, una cosita..., lo nuestro ya es pasado.
—Amara, yo te quiero...
Según dice eso, niego con la cabeza. Esas mismas
palabras, que tantas veces he oído, ya no surten el mismo
efecto que antes; he aprendido que Óscar ni quiere ni
querrá nunca como se debe querer.
—Pero yo ya no te quiero a ti —replico cogiéndole las
manos.
—Amara...
Vuelvo a negar con la cabeza y de pronto me doy cuenta
de que se lo estoy diciendo a la cara. ¡Por fin! Es más,
decirlo no me provoca nada: ni rabia, ni pena, ni
desequilibrio..., ¡nada! Está claro que he superado mi
historia con él y, al ver cómo se le descompone el rostro,
aseguro:
—Tú y yo no estábamos destinados a estar juntos.
—No opino igual que tú. Creo que...
—Óscar —lo interrumpo con tranquilidad—, la vida da
lecciones continuamente, y de nosotros depende querer
aprender o no. Yo he aprendido. Ahora aprende tú.
Él guarda silencio. Sé que está desconcertado y sin
fuerzas. Lo conozco. Y, acercándome a él, lo abrazo con
cariño y musito mientras veo que Rosa nos observa:
—Siento mucho lo de tu madre. Era una gran mujer que
siempre vivirá en mi corazón. Pero ahora, por favor, déjame
en paz y seamos felices cada uno por nuestro lado.
Una vez que me separo de él, no sé por qué, pienso en
Liam. Pero, quitándomelo rápidamente de la cabeza, me
doy la vuelta, camino hacia el coche de Leo y, tras montar
en él, me recuesto sobre Mercedes, que me espera atrás.
Acto seguido Leo arranca y, en silencio, abro el sobre,
saco el papel y leo:
Mi preciosa Amara:
Si algo he admirado siempre de ti es tu valentía. Me has enseñado que ser
valiente no es no tener miedo, sino que, aun teniéndolo, uno ha de saber
enfrentarse a él.
A mi hijo lo amo y a ti te adoro. Quiero la felicidad de ambos, pero nunca la
encontraréis juntos. Sé que tu felicidad está por llegar. Lo sé. Sé que un día
encontrarás a ese hombre que te querrá apasionadamente y te respetará a ti
y a tus cositas por encima de todo, porque tú te lo mereces.
Recuerda, mi vida, que, para coger un buen tren a tiempo, antes debes haber
perdido el anterior. Y el tren de mi hijo ya se esfumó. Así pues, vive, sigue
siendo valiente y atrévete a ser feliz.
Te querré siempre,

Tu Encarnita

P. D. La vida es bonita, ¡vívela!

Según termino de leer las emotivas líneas que me ha


dedicado, siento que el pecho se me encoge. Quiero llorar,
deseo hacerlo, pero de mí no sale ni una lágrima... ¿Por
qué?
Capítulo 22

Pasa una semana y sigo en Madrid.


Pienso en eso que me escribió Encarnita de que la vida es
bonita y debo vivirla... Pero, vamos a ver, ¿cómo voy a
hacerlo si la vida se comporta siempre como una cabrona
conmigo y no deja de sorprenderme nunca?
Una parte de mí quiere regresar a Tenerife. Me muero por
ver y abrazar a Jan. Pero otra parte hace que siga en
Madrid, en mi casa, alejada de Liam.
Aún no he podido llorar. No consigo que las lágrimas
salgan de mis ojos, lo que me extraña mucho porque yo soy
muy llorona y emotiva. Pero si incluso lloro con los anuncios
de Navidad de la televisión... ¿Qué me ocurre?
El anillo de Encarnita continúa en mis manos. Lo miro, lo
miro y lo miro, y al final decido lo que voy a hacer con él. Lo
voy a fundir con la medallita que tengo de mi hermano Raúl
y me voy a hacer un anillo tremendamente especial para
mí.
Estos días aprovecho para visitar a los padres de
Verónica, para comer con mi vecina Maribel en un bar del
barrio, para salir con mis amigos y cenar con Vasile en mi
casa. Quiero verlos y recibir su chute de cariño y energía
positiva.
Todos se alegran mucho de verme, y yo les hago creer
que estoy bien y que mi vida es un carnaval... Y, lo mejor,
¡me creen! Sin duda, soy una gran actriz.
Sé por Verónica que, aunque está bien, Jan llora
desconsoladamente porque me echa de menos. Eso me
duele, me martiriza. Pero también sé que dentro de unos
días el niño me olvidará y volverá a sonreír. He de dejar de
pensar en mi Gordunflas. No es mi hijo. Aun así me resulta
imposible. Jan se me ha metido bajo la piel y añoro sus
sonrisas y sus preciosas miradas.
Según me ha dicho Vero esta mañana, Tigre ya está en su
casa con Donut y mañana irá con el coche a casa de Liam a
recoger mis cosas y Naím la seguirá con mi moto. Me alegro
de saberlo. Cuando vuelva a Tenerife a recogerlo todo no
quiero ver a nadie.
Liam no me ha llamado estos días ni yo tampoco a él.
Tras su mensaje, al que no respondí, creo que las cosas ya
han quedado claras entre nosotros. Pero estoy rara. Muy
rara. Y, sin manifestarlo a mis amigos, soy consciente de
que pienso más en él de lo que debería. ¿Por qué? ¿Desde
cuándo ha pasado de ser un tío idiota a alguien que me
importa?
Estoy pensando en ello cuando oigo que Mercedes dice:
—¿Sabes quién acaba de llegar?
Al oírla la miro, y mi amiga cuchichea:
—Alessandro, el periodista cañón.
Sonrío. Estamos en el local de Yolanda y José, el famoso
Melapela, y cuando voy a hablar Leo se acerca y dice
dirigiéndose a mí:
—Pececita Madrileña..., ¡mira quién acaba de entrar!
—Voy a matar a Verónica —susurro riendo.
Leo sonríe y, sorprendiéndome, suelta:
—Vamos..., disfruta un poco y ten sexo salvaje con
Alessandro... ¡A por ello!
Sorprendida, parpadeo. ¡Qué mal me tiene que ver para
que diga eso!
Instantes después Alessandro, ese macarrilla moreno que
está muy pero que muy bien, se me acerca.
—¡Qué alegría verte! —exclama.
Encantada, me levanto de la mesa, le doy dos besos y
saludo:
—¡Hola, guapetón!
Mientras tomamos algo en el local musical, el italiano y
yo hablamos. Sin entrar en detalles, le cuento cómo ha sido
mi estancia en Tenerife y lo maravillosas que son las islas, y
de inmediato me dice que tenemos que ir allí juntos para
que se las enseñe.
Con una sonrisa asiento, aunque sé que eso nunca
ocurrirá. Pero bueno, ¡qué más da!
Durante las horas que estamos en el bar, donde bailamos
y lo pasamos genial, vuelvo a pensar en Liam, ese idiota
que tanto me desconcierta, y en un acceso de rabia,
dejándome llevar por lo que deseo, agarro a Alessandro de
la mano y, tras conducirlo hasta un pequeño almacén que
conozco muy bien, cierro la puerta, lo arrincono contra la
puerta y lo beso.
Como es lógico, Alessandro reacciona en cero coma, y
nos besamos con verdadero deseo mientras nuestras manos
recorren el cuerpo del otro.
Me toca. Lo toco.
Lo deseo. Me desea.
Pero lo que tengo claro es que, mientras lo beso con los
ojos cerrados, en quien pienso es en el idiota de Liam.
¿Por qué?
Alessandro, ajeno a mis pensamientos, me coge entre sus
brazos y, sentándome sobre una vieja mesita, me mira muy
excitado. Acto seguido mete las manos por debajo de mi
vestido largo, llega hasta mi entrepierna y pregunta con un
hilo de voz:
—¿Quieres que continúe?
Sin dudarlo, asiento.
¡Quiero sexo! ¡Necesito sexo que me haga desconectar
de mis pensamientos!
Él, que está tan deseoso como yo, me arranca las bragas
para, segundos después, posar su boca sobre mi húmeda
vagina, y yo, sin querer pensar en nada más, me dejo caer
sobre la mesa y disfruto del momento caliente y morboso.
En mi mente es Liam quien me come, quien me toca,
quien me tiene acelerada como una moto y, la verdad, ¡qué
mente tan potente tengo!
Sus ojos, esos tan provocadores que casi siempre me
miraban con reproche, es lo que mi cabeza imagina. Y,
entregándome a ello, permito que Alessandro disfrute tanto
como disfruto yo, hasta que segundos después veo que este
se para, saca de su cartera un preservativo y, tras
colocárselo, se hunde en mí.
¡Oh, sí! ¡Oh, sí!
Llevo meses sin sexo. Creo que es el período de tiempo
más largo en que me he privado de ello en la vida y lo
quiero y necesito. Y como soy una mujer independiente y
soltera que puede elegir cuándo, cómo, dónde y con quién,
aquí estoy, en el almacén del local de mis amigos, teniendo
sexo con un morenazo mientras imagino que es un rubiales
quien me posee.
¿Es sano lo que imagino? Respuesta: no.
¿Es lo que deseo en este instante? Respuesta: sí.
¿Me estoy dando cuenta de que me he colgado de Liam?
Respuesta: soy idiota.
Así pues, dejándome llevar por mis fantasías y mis
deseos, disfruto sin más del momento de sexo caliente
fantaseando con Liam, hasta que alcanzamos el clímax y los
dos, muertos de risa, nos recomponemos y salimos del
cuartito.
Leo y Mercedes me miran, saben lo que acabo de hacer,
aunque ignoran en quién pensaba mientras tanto. Y yo,
guiñándoles el ojo, les hago creer que estoy bien.

***

Esa noche, cuando regreso a casa en un taxi, lo hago


sola. No quiero compañía masculina.
He tenido sexo con Alessandro y, aunque lo he pasado
muy bien con él y en cierto modo me he desfogado, no me
apetece que se meta en mi casa, y menos que me abrace.
¿Y por qué no? Pues porque el que quiero que me abrace
está en Tenerife... Y de pronto soy consciente del error que
he cometido permitiendo que Liam se me haya clavado en
el corazón.
Una vez que llego a mi casa, extraño a Tigre cuando entro
por la puerta. La soledad me come y el corazón se me
encoge al pensar que quizá la vida únicamente tenga
preparada soledad para mí, a pesar de que mis amigos me
quieran y me adoren.
Pensar en ello y en la mala suerte que en cierto modo he
tenido en la vida me desespera. Mala suerte con la familia
de sangre que me tocó. Mala suerte con los hombres. Mala
suerte en el trabajo. Vaya tela... ¿En serio todo me ha tenido
que tocar a mí?
Entro en la cocina, abro el frigorífico, saco una botella de
agua y bebo directamente de ella. Según lo hago, Liam
viene a mi cabeza. ¿En serio beber a morro también me
hace pensar en él?
Desesperada, guardo el agua en la nevera y camino hacia
el salón llena de dudas. ¿Y si he nacido para estar sola? ¿Y
si, a pesar de lo romántica que soy, el destino no tiene una
pareja para mí? ¿Y si...? ¿Y si...?
¡Por Dios, cuántos «y si...»!
Sé que no tengo una familia al uso. Mi familia es la que yo
me he creado de vida y corazón. Y también sé que llevo
toda la vida mendigando cariño.
Joder, ¿por qué tengo tan mala suerte? ¿Por qué la vida es
tan cabrona conmigo?
Miro el anillo que Encarnita dejó para mí. Ese anillo está
lleno de pasado, de recuerdos, vivencias y amor, y lo sé
porque ella me lo contó. Del mismo modo que sé que, a
través de él, ella quiso dejar patente que me quiere y que
debo seguir hacia delante.
—Gracias por recordármelo —murmuro, y resoplando
añado—: Siempre dices que soy valiente, pero los valientes
también nos cansamos de serlo...
Entro en el baño. Hay que ver cómo noto la ausencia de
Tigre. Me desnudo y me meto en la ducha. Cuando el agua
empieza a recorrer mi cuerpo, cierro los ojos y pienso en
Liam. ¿Cómo será tocarlo? ¿Cómo será hacerle el amor?
¿Cómo será todo con él?
Me excita imaginarlo, me excita mucho, y cuando
empiezo a recorrer lentamente mi cuerpo dispuesta a
dejarme llevar, me detengo y siseo:
—¡¿Qué narices estás haciendo, Amara?!
No. No. No. No. ¡Me niego!
No quiero continuar pensando en él. No puedo. Liam es
un idiota al que no le intereso y, desde ya, él tiene que dejar
de interesarme a mí.
Diez minutos después, cuando me arrebujo en mi cama,
cojo el móvil de la mesilla y busco entre mi música. Me
detengo en la lista de Pablo Alborán..., pero no. ¡Me niego!
Sin embargo, como soy una puñetera masoquista, al final
claudico y pongo Contigo.
Uf..., uf..., pero ¿qué hago escuchando esta romántica
canción mientras pienso en Liam?
La verdad es que nosotros no tenemos nada, sin embargo
aquí estoy yo, soñando con él, como dice esta descarnada
canción de amor.
Tonta, tonta y tonta. Así me siento. Aunque no lo puedo
evitar. Quiero llorar, pero no me sale. ¡Joder! ¿Dónde se han
metido mis lágrimas?
¿Por qué no consigo llorar si lo hago hasta con los
anuncios del turrón?
Vuelvo a darle vueltas al asunto y no entiendo cómo he
permitido que ese rubiales friki controlador se haya metido
en mi cabeza y en mi corazón tanto como su hijo, y aquí
estoy, pensando en él, y en lo mucho que me tocará sufrir
una vez que vuelva de recoger mis cosas de Tenerife. Lo sé,
me conozco, y sé que soy así de gilipollas.
Realmente noto que los meses que he vivido con ellos en
su casa como si fuéramos una pequeña familia me han
hecho sentir especial sin darme cuenta. Vale...,
regañábamos, chocábamos..., pero ¿qué familia no lo hace?
Cuidar de Jan y estar junto a Liam lo ha cambiado todo.
No solo me he olvidado de Óscar, sino que además me he
vuelto a enamorar.
Una cosita... ¿Cómo soy tan idiota?
Horrorizada, me levanto de la cama y voy a la cocina.
Abro la nevera de nuevo y, sacando una botella de agua, le
doy un trago a morro. ¡Qué rica está! Al cabo, vuelvo a mi
dormitorio teniendo claras tres cosas. La primera: regresar a
Tenerife para recoger a Tigre y mis cosas no será fácil. La
segunda: me va a costar olvidarme de Jan y de Liam. Y la
tercera: que algún día mi puñetero romanticismo me va a
matar.
Por ello, mirando el anillo de Encarnita, murmuro:
—Valiente, no sé, pero tonta, ¡lo soy por un tubo!
Capítulo 23

Regresar a Tenerife me ha costado Dios y ayuda, pero aquí


estoy, bajándome del avión con la sensación de que quiero
volver a entrar en él rumbo a la Península.
Madre mía..., ¿dónde está mi valentía?
Cuando salgo por la puerta son las ocho y veinte de la
tarde, y sonrío al encontrarme con Verónica, que me abraza
en cuanto me ve.
—Tus padres, Leo y Mercedes te mandan millones y
trillones de besos —le digo.
Mi amiga sonríe. Permanecemos abrazadas unos
instantes y, cuando nos separamos, señala:
—Tienes cara de cansada.
Asiento, no lo dudo. La verdad es que los días que he
estado en Madrid no he parado para intentar pensar lo
menos posible. Y cuando voy a hablar, Vero pregunta:
—¿Has conseguido llorar?
Me apresuro a negar con la cabeza y, tocándome el
pecho, musito:
—No. Y no lo entiendo. Adoraba a Encarnita y, aunque me
duele el corazón, no soy capaz de soltar una lágrima.
Verónica me abraza de nuevo y yo murmuro agotada:
—Esta noche pienso dormir como un ceporro en tu casa.
Ambas soltamos una carcajada.
—Vamos —dice ella a continuación—. Tengo el coche en el
parking.
Minutos después, cuando salimos del aeropuerto de
Tenerife Norte, miro a mi alrededor con una sonrisa. Esta
tierra, con sus preciosos atardeceres, que no conocía hasta
hace pocos meses, es ahora un sitio muy especial para mí y,
la verdad, regresar a Madrid después de haber vivido aquí
me va a costar un horror. Tanto como no preguntar por Liam
y Jan.
Cuando llegamos a su casa Tigre se lanza sobre mí como
un poseso. Encantada, lo besuqueo. Está claro que me ha
echado de menos tanto como yo a él.
Naím, que está sentado en la terraza, se levanta al verme
y viene hacia mí. Cuando me abraza siento su calidez. Sin
duda es un amor. Y, tras darle un beso a Verónica, indica:
—Vamos, lavaos las manos. La cena está lista.
Según oigo eso, sonrío. Naím es Naím..., y, mirándolo,
cuchicheo divertida:
—Una cosita... ¿Por qué no tuviste un hermano gemelo?
Los tres reímos y, minutos después, disfrutamos de una
excelente cenita en la preciosa terraza de su hogar,
mientras mi mente está no muy lejos de aquí, imaginando a
Jan durmiendo en su cunita y a Liam viendo la tele en su
salón.
Durante la cena Naím, Vero y yo charlamos de todo un
poco. Incluso hablamos sobre Soraya, la ex de Naím, y todos
nos alegramos al saber que su estado de salud parece
mejorar.
—¿Por qué no llamas a Magdalena y vas a ver las clases
de natación sincronizada? —me propone de pronto Verónica.
Lo he pensado, es una posibilidad... Pero, sintiendo lo que
siento por Liam, es mejor que me marche de la isla cuanto
antes.
—Porque quiero regresar a Madrid y arreglar los papeles
para irme a Suecia —digo.
—Pero tienes que cantar en la boda de Begoña y Gael...
—repone ella.
Según dice eso, musito:
—Lo siento, pero va a ser que no.
Vero protesta, se queja por mi decisión, y para que se
calle indico:
—Tengo vuelo de vuelta a la Península para pasado
mañana. Ya he arreglado lo de la moto y las cajas. Así que
voy a marcharme para no volver, ¿vale?
Vero asiente resignada, y entonces Naím tercia:
—¿Querrás ver a Jan antes de irte?
De inmediato siento cómo todo el vello de mi cuerpo se
eriza. Jan..., mi Gordunflas... Me muero por verlo, por
besuquearlo, por abrazarlo y olerlo. Pero, intentando que mi
rostro no refleje lo que mi corazón grita, respondo:
—No. No creo que sea buena idea.
Ellos se miran entre sí y luego mi amiga afirma:
—El niño te echa de menos.
—Y me consta que mucho —añade Naím.
Ay, Dios..., Dios..., ¡que no me hablen del niño!
Pero él continúa:
—Liam me dijo que no para de llorar y que le cuesta
horrores que se duerma por las noches.
Oír eso me apena. Pensar que el pequeño lo pasa mal por
mi culpa hace que el corazón se me acelere, pero con toda
la normalidad que puedo, replico:
—He estado con él más de cuatro meses. Ahora mismo
soy su personita de referencia, pero, tranquilos, en cuanto
se incorpore la próxima niñera eso cambiará.
—Eres la que más ha durado —asegura Naím.
Asiento, doy un trago a mi bebida y dejo el vaso sobre la
mesa.
—Espero que la siguiente dure más —indico.
Cuando llega la hora de acostarse me despido de ellos y
me voy a la que es mi habitación. Allí me quito la ropa, me
pongo una camiseta para dormir, me lavo los dientes y,
cuando me tumbo en la cama, poniéndome los auriculares,
sé qué música quiero escuchar y, tras mirar mi teléfono,
musito:
—Lo siento, Pablo, pero vuelves a estar vetado...
Sonriendo con amargura me pongo canciones alegres. Sin
embargo, necesito otra cosa... Siento que necesito
rebozarme en mi propia mierdecita, y, cambiando la música,
la escucho acurrucada junto a mi Tigre.
Suena Mil vidas, de Carlos Macías y Fernanda Castillo, una
canción preciosa, romántica..., e inconscientemente vuelvo
a pensar en Liam.
Por Dios, pero ¿cómo puedo haberme enamorado de él?
Instantes después Verónica entra en mi habitación y,
tumbándose en la cama junto a mí, me quita uno de los
auriculares y se lo pone.
—¿Musiquita romántica? —inquiere con retintín.
Sin hablar, la paro de sopetón y ella añade con seguridad:
—No la escuchas por Óscar, ¿verdad?
—Noooo —afirmo satisfecha.
Vero sonríe, yo también, y luego pregunta:
—¿Por quién es entonces?
Me río. Se ríe. No pienso decírselo. Y canturrea:
—Amara, no me engañasssss...
—No empieces —protesto.
Mi amiga asiente.
—Te estás muriendo por ver a Jan, y si no lo haces es por
no ver a Liam.
Sin dudarlo, asiento.
—Paso de ver a ese imbécil.
Ella suelta una carcajada y yo, al ver su gesto, pregunto:
—¿De qué te ríes?
Mi amiga pestañea.
—¿Sabes que yo pensaba eso mismo de Naím pero me
moría por verlo? —cuchichea a continuación.
—Tú eres tú y yo soy yo —replico.
—Ya, pero yo era la reina del hielo y tú la reina del
romanticismo. Y, ¿sabes?, te conozco y he visto cómo miras
a Liam.
—No digas tonterías.
—Solo digo lo que veoooooo —vuelve a canturrear.
No quiero admitir lo que dice. Paso. Y cuando voy a hablar
ella, levantándose, indica:
—Descansa. Mañana será otro día; ya hablaremos.
Dicho esto, se va dejándome con la palabra en la boca.
Estoy por levantarme y seguirla, pero no lo hago. Mejor me
callo. Y, mirando a Tigre, que está tumbado a mi lado,
pregunto:
—¿Tú también los echas de menos?
Mi perro me mira. Como siempre, parece que sonríe, y yo,
besándolo en el hocico, cierro los ojos y musito:
—A dormir.
Y, sí, me duermo, pero pensando en Jan y en Liam...
Capítulo 24

Cuando me despierto me doy cuenta de que he dormido


muchísimo.
Me desperezo con gusto en la cama, y estoy estirándome
con tranquilidad cuando noto que mi perro está a mi lado.
—Buenos días, Tigre —murmuro.
Al oírme, rápidamente él empieza a comerme a
lametazos y yo sonrío divertida. ¡Qué lindo es!
Acto seguido cojo mi móvil, y me quedo boquiabierta al
ver que es la una menos cuarto del mediodía.
¿Por qué no me ha despertado Verónica?
De inmediato salto de la cama y, abriendo la puerta de la
habitación, salgo al pasillo en bragas y camiseta;
dirigiéndome hacia el salón, digo:
—Veroooooo, pero ¿cómo no me has...?
Sin embargo, cuando entro, enmudezco al ver a Liam.
Madre mía..., la palabra impresionante se le queda corta.
A escasos dos metros de mí tengo al hombre al que no
quiero ver, vestido con un impoluto traje azulón, camisa y
corbata, mientras yo estoy en camiseta y bragas, con la
cara hinchada de tanto dormir y los pelos enredados.
Me quedo bloqueada cuando mi amiga aparece y saluda:
—Buenos días, dormilona.
Yo la miro. Con los ojos le digo todo aquello que no le digo
con palabras, y entonces Liam suelta mirándome:
—¡Hola!
—¡Adiós! —murmuro con un hilo de voz.
Pasando por su lado, no sé ni adónde voy, pero me dice:
—Tenemos que hablar.
Enseguida niego con la cabeza.
—No. Yo con usted, bueno..., ¿qué digo con usted...?,
contigo no tengo nada que hablar, maldito Friki del Control.
Dicho esto me doy la vuelta y, cuando echo a andar hacia
mi habitación, oigo:
—Amara, por favor.
Oír mi nombre en su boca me hace gracia y, dándome de
nuevo la vuelta, me retiro el pelo del rostro, me rasco la
cicatriz de la frente y señalo con acidez:
—Muy bien, veo que recuerdas cómo me llamo... —y, sin
dejarlo contestar, añado con toda mi mala baba mientras
me acerco temerariamente a él—: Ahora, querido, pírate
antes de que...
—¡Amaraaaaa!
Al oír a mi amiga la miro y exclamo:
—¡¿Qué?!
Vero resopla, toma aire y luego indica a Liam:
—Por tu seguridad, cuando veas que se toca la cicatriz de
la frente, retírate si no quieres salir malparado.
Liam parpadea atónito. Yo parpadeo molesta, y mi Vero
añade mirándome:
—Lo siento, pero tenía que advertírselo.
Doy de nuevo media vuelta indignada, pero entonces
Verónica dice:
—Donut, Tigre, ¡vamos a buscar a Naím!
Según dice eso, me vuelvo y la veo salir por la puerta de
la calle mientras pienso que ¡la voy a matar!
Aunque, sin detenerme, entro en la que es mi habitación
y cierro con el pestillo.
Pero ¿cómo ha accedido Verónica a montarme esta
encerrona?
Horrorizada por encontrarme en esa absurda situación,
rápidamente entro en el baño. Me lavo la cara y los dientes
mientras me acuerdo de los antepasados del jodido Friki del
Control.
Por cierto..., ¡qué guapo está!
Una vez que salgo del baño me pongo unos vaqueros y
una camiseta, y entonces oigo que llaman a la puerta.
—Amara, por favor —pide—, sal y...
—Una cosita... —lo corto furiosa—; para ti soy la señorita
López, ¡no te equivoques!
—Por favor, hablemos.
Enfadada, cojo una zapatilla y, tirándola contra la puerta,
siseo:
—No quiero hablar contigo.
Liam no responde, no dice nada. Y yo, levantándome de
la cama para ir a buscar la zapatilla, la recojo y, al hacerlo,
oigo:
—Sé que no lo hice bien, pero...
—Pero nada —lo interrumpo. Y, acercándome a la puerta,
grito sin abrirla—: ¡Nunca me dejas explicarte nada. No te
interesa nada de mí ni de mi vida! ¡Nada! Y, mira, lo
entiendo, porque para ti simplemente soy la última niñera
que cuida de tu hijo. ¡Pero, joder! Se murió Encarnita...,
necesitaba regresar con urgencia a la Península y...
—Y yo me comporté como un idiota.
—¡La palabra idiota a ti se te queda corta! —afirmo sin
abrir la puerta.
—Vale. Admito que soy un jodido friki del control...
—Ahí le has dado —asiento sorprendida.
Nos quedamos unos segundos en silencio hasta que dice:
—Jan te echa de menos. Duerme fatal. Te busca a todas
horas y...
—Se le pasará en cuanto tenga una nueva cuidadora.
—Pero es que él y yo te queremos a ti.
Oír eso me hace sonreír. Cómo me gustaría que esas
palabras vinieran acompañadas de un gesto romántico.
Pero, con amargura, y siendo consciente de cuál es mi
realidad, replico:
—Pues lo siento, pero no. Ahora sí que tienes que
buscarte a alguien con urgencia, porque yo no pienso volver
a trabajar para ti.
—Por favor, piénsalo.
—Nooooooo.
—Te subiré el sueldo.
Al oír eso, me río y, sacando esa chulería tan de mi barrio,
digo sin pensar:
—Sinceramente, Liam..., no tienes bastante dinero para
pagarme.
—Amara...
—¡Ay, Dios! La respuesta es «no». No quiero trabajar para
ti. No, no y no. Por tanto, no insistas y vete de una santa
vez, porque te juro que verte me revuelve el cuerpo.
Malhumorada, regreso a la cama. Me siento para
ponerme la zapatilla mientras lo oigo alejarse por el pasillo y
maldigo... Maldigo por todo.
Pero ¿qué me pasa? ¿Quiero que se vaya? ¿Quiero que se
quede? ¡Pero ¿qué narices quiero?!
Segundos después me miro en el espejo. Me insulto. Soy
tonta. Me recojo el pelo en una coleta alta y, cuando creo
que no hay nadie y ya puedo salir, abro la puerta y me
quedo sin palabras al encontrarme a Liam con Jan en
brazos.
El niño abre mucho los ojos al verme y, con una enorme
sonrisa que le ilumina el rostro, me tiende los brazos y yo
me quiero morir.
—¿A Jan también le vas a decir que no?
Oír eso me hace mirarlo. Ay, madrecita... Mi niño me
sonríe feliz. Y musito con ganas de matar al puñetero padre:
—Esto es jugar sucio.
—No me dejas otra —afirma.
Enfadada, tomo aire y siseo:
—Repito que lo de «idiota» se te queda corto.
Veo que Liam asiente, no rechista, mientras Jan se inclina
en mi dirección y, cuando sus bracitos rodean mi cuello y
siento su cuerpecito pegado al mío, murmuro con mimo al
aspirar su dulce olor:
—Hola, Gordunflas...
El niño está feliz, se lo veo en el rostro, en su sonrisa. Y
yo, mirando a Liam, indico:
—Esto no cambia nada.
Él cabecea.
—¿Podemos ir a la terraza para hablar? —propone a
continuación.
Con Jan entre mis brazos, que no para de darme besitos,
y yo con cada beso suyo me deshago, asiento.
Al salir fuera me encuentro con Naím y Verónica.
—Una cosita... —suelto—. A vosotros dos no sé si volveré
a dirigiros la palabra.
Naím sonríe. Mi amiga resopla y rápidamente dice:
—Te traeré un café para que te lo tomes y seas persona.
Asiento y, tras sentarme en una silla, le presto toda mi
atención a Jan, y durante unos minutos solo existimos él y
yo.
Por favor, ¡pero ¿cómo puede ser este niño tan
maravilloso y único?!
La felicidad que siento por tenerlo entre mis brazos es
imposible de explicar. Soy enfermera, he cuidado a cientos
de niños a lo largo de mi vida, pero lo que Jan me hace
sentir es único y especial.
Verónica regresa entonces con una taza de café y la deja
delante de mí.
—Naím y yo salimos a pasear a Donut y a Tigre —
comenta.
Y, sin más, veo que desaparecen; cuando Liam va a
sentarse en la silla que está junto a mí le advierto:
—Ni se te ocurra sentarte a mi lado.
Sorprendido por eso veo que se aleja y se apoya en la
barandilla de la terraza.
En sus ojos distingo desconcierto, mientras Jan me mira
con los mismos ojos de su padre, pero en los de él veo total
y completa felicidad. Qué inocente es...
Me tomo el café en silencio mientras el niño se acomoda
y, antes de lo que imagino, se queda profundamente
dormido, sin chupete, en mis brazos.
—Desde que te marchaste no he conseguido que duerma
así —murmura Liam.
Enamorada de mi Gordunflas, lo miro. Es tan bonito...
—Siento que Jan me eche de menos —respondo tras
tomar aire—, pero no te preocupes: se le pasará en cuanto
lo cuide otra niñera. Solo necesita unos días para olvidarme.
En el rostro de Liam veo la desazón cuando dice:
—Sigues trabajando para mí.
—Te equivocas.
—No me equivoco.
—Me di por despedida —matizo.
—No acepto tu despido.
Según oigo eso, lo miro y replico:
—¿Ves mis oídos? Pues lo que tú aceptes o no me entra
por uno y me sale por el otro.
—¿Por qué me hablas así?
—Porque te lo mereces y ahora que ya no trabajo para ti
puedo hacerlo.
Nos quedamos en silencio durante unos instantes que se
hacen insoportables, hasta que Liam añade:
—Me merezco todo lo que me digas.
—Sin duda, y me quedaría corta —afirmo.
—Soy un bocazas y hablé sin saber, por lo que te pido
disculpas y...
—Mira, una cosita... —lo corto—. Tu problema es que solo
piensas en ti mismo. Eres intransigente, desesperante, un
controlador nato y nunca dejas que me explique. Las cosas
han de hacerse como tú quieres en todo momento y no
valoras las circunstancias de los demás porque
directamente no te interesan.
Liam asiente y luego murmura:
—Siento si ha sido así, pero...
—¡Pero nada! —lo interrumpo—. Ya no trabajo para ti y te
hablo con total libertad.
—¿Antes no me hablabas con libertad? —inquiere.
Cuando dice eso, niego con la cabeza. Ufff, que casi le
pestañeo..., y con mofa musito:
—Pero ¿en qué mundo vives tú? —y, riéndome con
acidez, agrego—: ¿Acaso me dejaste explicar el motivo de
mi viaje a Madrid o el porqué de ir a la piscina o cualquier
cosa que yo hubiera querido explicarte?
Lo miro, él me devuelve la mirada y responde:
—Tienes razón. Verónica me explicó ambas cosas.
—¡Verónica, no yo! —exclamo.
De nuevo nos quedamos unos instantes en silencio.
—Eres un maniático de mucho cuidado y..., ¿sabes?, yo
también tengo mis manías y mis rarezas, pero por el bien de
Jan he intentado dejarlas de lado para que el niño se criara
en un ambiente cordial. Sin embargo, créeme cuando te
digo que más de una, de dos o de tres veces te habría
mandado a la mierda.
Él no contesta, y prosigo:
—No soy perfecta, como tampoco lo eres tú. Pero la
diferencia entre tú y yo es que tú por pagarme un sueldo te
crees por encima de mí, y eso se acabó. Hasta aquí hemos
llegado.
—Joder, no me digas eso —susurra él con pesar.
—Es lo que te mereces que te diga —y, omitiendo cierta
información que Verónica me ha dado de él, añado—: No sé
qué te ha pasado para que seas así, pero créeme que o
cambias o te va a ir muy mal en la vida.
Nuevamente ambos guardamos silencio. Veo la pena en
su rostro. Ay, Dios, que me estoy comenzando a ablandar...
Pero, intentando ser fuerte, añado:
—Vamos a ver, ¿por qué no pensaste que tal vez había
ocurrido algo grave para que yo tuviera que salir con
urgencia a Madrid?
Al ver que no dice nada, continúo:
—Llevo meses con vosotros. En ese tiempo creo que te he
demostrado mi implicación con Jan, y si te hubieras
molestado en conocerme un poquito te habrías dado cuenta
de que no soy de las que dejan las cosas así porque sí, sino
que soy una persona responsable y...
—Perdóname.
Oír esa palabra y sentir su mirada hacen que me calle, y
más aún cuando agrega:
—Mis problemas personales me han cegado y lo he
pagado contigo.
Ambos nos miramos. Ay, Diosito, que me conozco, que
me conozco...
Y entonces oigo que dice:
—Amara, por favor. No quiero que mi torpeza perjudique
a Jan. Tú eres lo mejor que él tiene y no deseo
estropeárselo.
Madre mía, madre mía, lo que el cuerpo me hace cuando
oigo eso. Menos mal que estoy sentada, porque si hubiera
estado de pie creo que me habría caído.
—Por favor, reconsidera la idea de seguir con nosotros.
Para Jan eres importante, y para mí, viéndolo a él feliz,
también.
Bueno, bueno, bueno...
Oír eso y ver esa extraña mirada en él hacen que toda la
rabia que tengo acumulada se desvanezca de pronto. Liam,
ese Ser Supremo que me saca de mis casillas cada dos por
tres, está ahora ante mí pidiendo mi ayuda. Solo le falta
arrodillarse. Es más..., creo que si se lo pidiera lo haría...
Pero no, yo no soy así. Y, tomando aire, y consciente de que
separarme de Jan otra vez y de él es complicado, lo miro y
digo con seguridad:
—Si vuelvo, hay cosas que deben cambiar.
Él asiente, veo ilusión en sus ojos.
—Te escucho —afirma sentándose frente a mí.
Uf, madre mía, ¡qué nerviosa estoy!
Creo que es la primera vez que siento que Liam besaría el
suelo por el que piso con tal de conseguir su propósito.
—Quiero que Jan viva en un ambiente familiar, por tanto,
se acabó lo de «señorita López» y «señor Acosta» —digo sin
dudarlo—. Seremos Liam y Amara. Por supuesto, podremos
movernos con libertad por toda la casa, excepto por tu
habitación; te aseguro que yo particularmente allí no
entraré...
—De acuerdo —asiente convencido.
—Se acabó lo de tomarle la temperatura al niño todos los
días. Solo se hará cuando sea necesario y, si algún día
desea despertarse más tarde, así será. El tema de los
cuadernitos de colores..., también fuera. Como cuidadora de
Jan, nunca dudes que todo lo concerniente a tu hijo te lo voy
a decir te guste o no.
Él vuelve a asentir y yo prosigo:
—Iré dos días a la semana a la piscina que te comenté
acompañada de Jan para ver los entrenos de natación
sincronizada. Verónica vendrá conmigo y, si ella no puede,
Jan se quedará en la guardería.
Uf, el gesto le cambia. Yo permanezco impasible. Si quiere
que vuelva, tendrá que ceder en algunas cosas. Parpadea...,
lo piensa... Ahí ya le estoy tocando las narices.
—Eso significa que para el curso que viene nos dejarás
para coger ese trabajo —señala entonces.
Entiendo lo que dice, comprendo su preocupación y su
inseguridad, por lo que indico:
—Si fuera para ser la entrenadora del primer equipo
federado, sin duda tendría que dejar de cuidar a Jan, pero
siendo para el segundo equipo, serán solo unas horas tres
días a la semana —y al ver cómo me mira, añado—: Jan
crece y tiene que estar con niños de su edad. Ir a una
guardería unas horas el curso que viene le vendrá bien para
su desarrollo personal. Podría asistir durante las horas en las
que yo esté entrenando, pero, claro, eso ya se verá cuando
llegue el momento. Porque, sinceramente, tal y como eres,
dudo mucho que yo vaya a querer seguir trabajando para
ti...
Liam toma aire, creo que hasta aquí hemos llegado, pero
de pronto, sorprendiéndome, dice:
—De acuerdo.
Cabeceo sin dar crédito. El hecho de que acepte todas
mis condiciones me indica su nivel de desesperación. Y a
continuación pregunta:
—¿Alguna cosita más?
Según lo oigo, estoy a punto de reírme. Sé que lo ha
dicho para suavizar el tema, pero estoy tan nerviosa que no
sé qué más añadir. Le diría que quiero salir a cenar una
noche con él, que me encantaría invitarlo a tomar un café,
pero, consciente de que eso me lo he de callar, respondo:
—Seguro que alguna hay, pero ahora mismo no se me
ocurre.
Liam asiente, no aparta su mirada de la mía.
—Entonces sigues con nosotros —murmura luego.
Me deshago al ver cómo me miran esos ojos.
¡Por favor, ¿por qué seré tan idiota?!
Y entonces, recordando algo, pregunto:
—Una cosita... ¿Antes has dicho que me subirías el
sueldo?
Eso hace sonreír a Liam. Y yo, que lo voy conociendo,
siento que esa risa es de relajación, pues el dinero le
importa tan poco como a mí.
—Si lo he dicho, así será —contesta—. Dime cuánto
quieres cobrar a partir de ahora.
—Guauuuu... ¡Qué importante me siento! —exclamo
divertida al oírlo.
Ambos reímos y luego, consciente de lo que realmente
quiero, añado:
—Hasta ahora me pagabas dos mil euros al mes.
—Exacto —dice.
Con cariño miro a Jan, que está dormido en mis brazos
como un ceporro. Lo que siento estando con él no tiene
precio, por lo que, mirando de nuevo a Liam, indico:
—Creo que con dos mil un euros al mes me doy por
pagada.
Él levanta las cejas. Acabo de dejarlo loco al pedirle que
me suba tan solo un euro.
—Yo no me muevo por dinero —aclaro—. Y si te hubieras
preocupado un poquito en conocerme, te habrías dado
cuenta de que lo que a mí me mueve en realidad es el
afecto y los sentimientos. Por tanto, con que me subas un
euro al mes y te comportes como es debido y no como un
completo idiota me doy por satisfecha.
Liam sonríe. Yo sonrío también, y entonces bromea para
mi asombro:
—Te prrrometo que así serrrá.
Suelto una carcajada divertida. ¡Eso sí que no lo
esperaba!
Y a continuación añade:
—Ni te imaginas lo feliz que nos acabas de hacer a Jan y a
mí.

***

Esa noche, tras pasar el día con Naím y Verónica y


soportar las pullitas de mi amiga, a la que mataré como siga
soltando misiles de los suyos, para regresar a su casa Liam
va en su coche con Jan y Tigre y yo en mi moto.
Al entrar en la parcela Pepa y Pepe me reciben con
verdadero amor, me comen a besos. Y Tigre, para inaugurar
su vuelta, nada más bajarse de mi moto, se mea en una de
las ruedas del coche de Liam. Por suerte, él no lo ve.
¡Joder con Tigre!
Una hora después, tras bañar a Jan y ponerle un pijamita,
le canto su canción favorita y, cuando se duerme, me voy a
mi cuarto.
Mientras me quito la ropa para acostarme, soy consciente
de que, una vez más en la vida, el amor ha vuelto a decidir
por mí.
¿Eso es ser valiente o idiota...?
Capítulo 25

Pasan los días y puedo decir que todo este tiempo ha sido
increíble.
Está claro que Liam se ha tomado en serio sus palabras
de cambiar de actitud y, oye, ¡lo está haciendo y es de
agradecer!
El ambiente en la casa se ha relajado y comienzo a notar
que todo fluye. Incluso alguna noche en que Jan no se
duerme, los tres disfrutamos de un rato juntos en el salón...
¡Increíble!
Eso sí, sigue sin querer que los perros entren en la casa
y..., bueno, yo no insisto. Entran solo cuando él no está,
cosa que, por supuesto, yo no le cuento.
Su cambio de actitud me muestra a un hombre vulnerable
y humano, y eso hace que mi corazón se dispare como un
carrusel. Si antes me gustaba, ahora me encanta, y me veo
envuelta en una espiral de sentimientos que, la verdad, no
sé ni por dónde tirar.
Esta noche, como siempre, cuando veo llegar el coche de
Liam me sube la tensión. Trato de mantener mis emociones
a raya para no sufrir en exceso, pero reconozco que el
corazón me va a mil, y cada vez que lo miro me muero de
deseo.
Sin salir de mi cuarto, pues Jan ya se ha dormido, aguardo
pacientemente a que él se duche y cene y, a las diez en
punto, entro en el salón para darle el parte del día mientras
intento contener los nervios que siento al tenerlo frente a
mí.
Como cada noche desde que regresé, él me invita a
sentarme a su lado en el sofá, y como cada noche, dejo mi
teléfono móvil y el vigilabebés sobre la mesita mientras
Liam escucha atento todo lo que digo.
Sus ojos, su mirada, su manera de respirar..., todo él me
parece excitante, atrayente, y aunque intento mantener la
compostura, mi romanticismo aflora y, cuando sonríe, me
enamoro un poquito más cada vez.
¡Qué idiota soy!
Reconozco que son ya varias las noches en que me he
despertado soñando con él. En mis sueños, y como no podía
ser de otra forma con lo romántica que soy, él se enamora
de mí, me hace salvajemente el amor, y yo lo disfruto.
¡Madre mía, cómo lo disfruto!
—El viernes Florencia y mi padre se llevarán a Jan para
pasar el fin de semana con ellos.
Oír eso me hace regresar a la realidad y, cuando
parpadeo sorprendida, aclara:
—Van a La Gomera a ver a unos familiares y quieren
llevárselo consigo.
Asiento y, dejando mis sueños a un lado, pregunto:
—¿Quieres que vaya con ellos?
Liam sonríe, su sonrisa se me antoja preciosa, y luego
dice:
—Mi hermana me ha pedido exclusividad. Dice que si vas
tú, el niño querrá estar solo contigo y no con ellos.
Sonrío, sé que lo que dice es cierto.
—Aprovecha el fin de semana para descansar y conocer
la isla —añade.
Asiento. La verdad es que el fin de semana para mí ¡me
viene de lujo!
—¡Me parece bien! —digo.
En ese instante recibo un mensaje en el móvil y, al ver
que es de Óscar, debe de cambiarme el gesto porque Liam
pregunta:
—¿Óscar es tu pareja?
Aunque sorprendida, le aclaro sin saber muy bien por
qué:
—Expareja.
Acto seguido nos quedamos en silencio y mi móvil vuelve
a sonar. Es Óscar de nuevo.
—Por experiencia propia y por salud mental, te diré que
es mejor que lo bloquees —me aconseja—. Será la única
manera de que te deje en paz.
Sin duda tiene razón. Pero me apena bloquear a Óscar
tras lo ocurrido con su madre, y no digo nada. ¿Para qué?
Sin hablar, asiento y a los pocos segundos el móvil vuelve
a sonar. ¿En serio? ¿Otra vez Óscar? Pero esta vez, al mirar,
sonrío. Es Álvaro, el camarero al que conocí en el
restaurante de la playa. Y cuando voy a contestar Liam dice:
—Si le respondes, nunca dejará de molestarte.
Un poco sorprendida por ello suelto:
—Es Álvaro.
—¡¿Álvaro?!
Divertida al ver su gesto, aclaro:
—Es el camarero que conocí el día que comimos con
Florencia y tu familia en aquel restaurante, ¿lo recuerdas?
Rápidamente Liam asiente y entonces mi móvil vuelve a
sonar. ¿En serio?
—Álvaro espera respuesta... —musita Liam.
Pero yo, que estoy mirado el teléfono, indico:
—Ahora es Alessandro.
Según digo eso me río. Por Dios..., ¡ni hecho aposta! Y,
cuando lo miro, él exclama con gesto serio:
—¡Qué solicitada estás!
Sintiéndome como la reina de Saba, asiento satisfecha.
—Está claro que tienes muchos amigos especiales, ¿no?
—pregunta acto seguido.
Me encojo de hombros divertida.
—Una cosita... —replico—. Mi vida privada es mía, ¿vale?
Liam cabecea. Sé que le acabo de dar un buen corte, pero
¡es lo que hay!
Pero, oye, que no me quita el ojo de encima..., y eso me
pone muy nerviosa.
—¿Puedo preguntarte algo muy indiscreto? —dice a
continuación.
Sonrío.
—Hazlo y yo valoraré si contestar o no.
Él asiente y luego suelta:
—Me consta que eres muy amiga de Verónica y... En fin, la
buena sintonía que tengo con mi hermano hizo que hace
años me contara que tiene las miras muy amplias en lo que
a sexualidad se refiere...
—Vale, ya sé por dónde vas —digo.
Liam debe de saber como yo que tanto Naím como
Verónica viven el sexo de un modo muy liberal.
—Lo respeto, pero, sinceramente, no es lo mío —indico—.
En mi caso el sexo es cosa de dos y de nadie más —y,
curiosa, pregunto—: ¿Tú eres también liberal en lo referente
al sexo?
Él se apresura a negar con la cabeza.
—No, pero igualmente lo respeto. Como te pasa a ti, para
mí también es cosa de dos.
Ambos nos miramos, no sé por qué sonreímos.
—¿Y cómo vas de relaciones? —suelta—. ¿Algo especial
por Madrid?
¡Vaya preguntita!
¿Desde cuándo hemos intimado tanto?
Oír eso me hace sonreír y, sin cortarme, respondo:
—Solo amigos —y, al ver cómo me mira, añado—: Soy de
las que, cuando están con alguien en serio, están solo con
ese alguien. Perooooo, como ahora no estoy con nadie, pues
me permito estar con todos los que quiera.
Liam asiente y yo, aprovechando el momento, inquiero
con todo mi descaro:
—¿En tu caso hay alguna especial?
Liam niega con la cabeza y, sin dudarlo, declara:
—Solo son amigas.
—¿Y Margot? Según ella, es una amiga especial...
¡Joder! ¿Por qué habré dicho eso?
Él me mira, vuelve a negar y me aclara:
—Ella sabe que no hay nada especial entre nosotros. No
busco una relación, aunque soy consciente de que he de
pensar en Jan.
—¿En Jan?
—Creo que le gustaría tener una madre en su vida —
matiza.
Acto seguido nos quedamos mirándonos de tal manera
que..., uf, qué nerviosa me pongo.
No sé qué pensará él, pero a mí oír eso me ha dado la
vuelta al estómago. Por ello, y para disimular, él bebe de su
copa de vino y yo comienzo a teclear en mi móvil mensajes
para Alessandro y Álvaro mientras por mi cabeza da vueltas
eso de una madre para Jan.
¿Seré capaz de soportar ver a otra mujer con el niño y su
padre?
Madre mía, madre mía..., ¡en qué berenjenal me estoy
metiendo! Pero ¿cómo soy tan masoquista?
Incómoda por la situación que yo solita he creado, me
levanto y, cogiendo el vigilabebés, digo:
—Me voy a dormir.
—¿No quieres ver un capítulo de la serie?
Oír eso me hace gracia. Desde que regresé, algunas
noches vemos capítulos de algunas series juntos, cosa que
antes era impensable. Me encanta hacerlo, disfruto mucho,
pues cuesta mucho verlo relajado. Pero, consciente de que
estoy demasiado revolucionada, respondo:
—Hoy no. Estoy cansada.
Liam asiente. Yo sonrío e indico mientras oigo los latidos
de mi corazón:
—Buenas noches.
—Buenas noches, Amara.
Una vez que me marcho del salón voy hacia el cuarto de
Jan, que está plácidamente dormido. Me dirijo entonces a mi
habitación, donde me pongo música y, mirando el techo y
pensando en cómo me siento cuando estoy con Liam,
escucho la canción Angel Baby de Troye Sivan y por suerte
me duermo.
Capítulo 26

Conforme pasa el tiempo nuestra relación sigue siendo


buena y afectuosa. Joder, ¡si hasta casi parecemos amigos!
Pero el viernes por la mañana, cuando aparece Florencia
para llevarse a Jan, por primera vez desde que regresé
siento que me arrancan un cachito de mi corazón, y más al
ver cómo llora el chiquillo cuando lo alejan de mí.
¡Ay, mi niñooooooo!
Una vez que Florencia se lleva al pequeño y le escribo un
mensaje a Liam para decírselo, camino por la casa como si
fuera un zombi. Me falta Jan. Qué grande y silenciosa es la
casa sin él. No obstante, intentando ser positiva, y
recordando que esta noche he quedado para cenar con
Álvaro, decido cambiarme de ropa y pasar un rato tomando
el sol.
Tras una buena tarde de piscina, en la que reconozco que
he disfrutado de mi soledad, me estoy duchando en el baño
de mi cuarto mientras escucho música cuando oigo el motor
del coche de Liam.
Como todos los días ese ruido hace que mi estómago se
revolucione, pero, intentando tranquilizarme, tarareo la
canción Yummy de Justin Bieber.
En cuanto salgo de la ducha oigo sus pisadas por el
pasillo y me quedo mirando la puerta. ¿Y si entra en mi
habitación como sucede en mis sueños? Pensarlo me hace
sonreír. Está claro que necesito sexo... Desde que he llegado
a la isla, me he centrado en trabajar y, oye, ¡una no es de
piedra!
Estoy pensando en ello cuando suenan unos golpes en la
puerta y oigo:
—Amara...
Bloqueada al saber que él está al otro lado, mientras
sujeto la toalla contra mi cuerpo, respondo con un hilo de
voz:
—Dime.
—¿Podrías bajar la música?
Según oigo eso, cojo mi móvil y lo hago.
—Gracias —añade con cierta acritud.
Dicho eso, los pasos se alejan y estoy por volver a subir la
música, pero no. Me convenzo de que no he de hacerlo.
Recibo un mensaje de Verónica. Acaba de enterarse de
que Jan no está conmigo y me propone ir a cenar.
Rápidamente la llamo y, cuando lo coge, digo:
—¡He quedado!
—¿Con quién? —pregunta curiosa.
—Con Álvaro, el malagueño del restaurante.
Durante unos minutos bromeo con mi amiga, y más tarde
ella propone:
—¿Te parece si mañana vamos a cenar y luego al
Salseando?
—¡Perfecto!
Bailar salsa siempre me ha gustado un montón.
—¡Ok! —añade—. Pásalo bien esta noche y mañana
hablamos para quedar.
Tan pronto como cuelgo la llamada, miro mi reloj. Son las
ocho menos cuarto y he quedado con Álvaro a las nueve en
un restaurante que conozco en Puerto de la Cruz. Así pues,
me dispongo a elegir qué ropa ponerme. Finalmente me
decanto por un mono negro de raso que tengo y unas botas
de verano que me encantan y que combinan muy bien.
A las ocho y veinte ya estoy arreglada. No soy de
pintarme mucho, por lo que, tras mirarme en el espejo y
atusarme un poco el cabello para que quede rizado, cojo el
casco de mi moto y salgo de la habitación.
Mientras camino por el pasillo oigo una melodía. ¿Liam
está escuchando música? ¿Desde cuándo?
Sorprendida por ello me dirijo hacia la puerta y este sale
de la cocina con un mandil. Madre mía..., ¡qué sexy está!
—¿Adónde vas? —inquiere mirándome.
Parpadeo desconcertada, pero él se apresura a señalar:
—Disculpa, esa pregunta sobraba.
Sin decir nada asiento, y al ver que él no se mueve pero
me escanea de arriba abajo digo:
—¿Qué es eso que suena?
—Música.
—Hasta ahí llego... —replico haciendo una mueca.
Ambos reímos y a continuación pregunto:
—¿Estás escuchando a Pablo Alborán?
Liam asiente. Es la primera vez que lo pillo escuchando
música.
—Me gusta mucho este cantante —indica.
Asombrada por lo que acabo de descubrir, cabeceo.
Escuchar a Pablo Alborán es sinónimo de romanticismo...
¿En serio es un romántico como su hermano Naím?
Lo miro, me mira y me entran los siete males.
—¿Te gusta Pablo Alborán a ti? —pregunta entonces.
Sin dudarlo, afirmo con la cabeza. Por favorrrr, ¿cómo no
me va a gustar Pablo con las letras tan preciosas que tiene?
Pero, evitando admitir que lo tengo vetado, digo:
—Me encanta. Pero hace tiempo que dejé de escucharlo.
—¿Por qué? —quiere saber.
Vale..., yo solita me meto en cada jardín que lo flipo...
—Porque las letras de sus canciones me rompían el
corazón —respondo.
Liam parpadea y asiente. Entiende mi respuesta.
—La canción que suena, Tu refugio, es preciosa, ¿no
crees? —dice a continuación.
Bueno, bueno, bueno..., los nervios que me entran... Pero,
intentando que no se me noten, simplemente afirmo:
—Lo es.
Uf..., qué nerviosa estoy. Lo sé por cómo comienzan a
sudarme las manos y por cómo oigo el propio latido de mi
corazón.
Nos quedamos unos instantes en silencio, hasta que,
intentando que no vea lo tonta que me he puesto, pregunto:
—Es viernes por la noche, ¿no sales?
Él rápidamente niega con la cabeza. Siento que me mira
un poco extrañado, y yo indico nerviosa:
—Pues yo sí que me voy a cenar por ahí.
Omito decir con quién, no le interesa.
Acto seguido él mira el casco, que llevo en la mano.
—Si quieres, llévate el coche —propone.
Enseguida hago un gesto para indicarle que no.
—Te lo agradezco, pero prefiero ir con mi moto.
Liam se mueve, parece intranquilo, y replica:
—¿Cómo vas a llevar la moto con esos tacones?
Sonrío. Las botas que llevo tienen poco tacón y son
cómodas para conducir.
—Tranquilo —digo—. No es la primera vez ni será la
última —y, sin querer dar más explicaciones porque
comienzan a sudarme las manos a causa de los nervios,
añado—: Me voy. No quiero llegar tarde.
Con premura, paso por su lado. Al hacerlo el olor de su
colonia inunda mis fosas nasales y, cuando salgo de la casa
y cierro la puerta, tengo que darme aire con la mano.
Uf, Dios, lo que siento por él empieza a ser muy difícil de
controlar. ¡Y encima escucha a Pabloooooo!
En el jardín están Pepa, Pepe y Tigre y, tras saludarlos a
los tres, me dirijo hasta el garaje, donde me subo a mi moto
y la arranco. Desde donde estoy veo a Liam observándome
al otro lado de la cristalera, y su mirada me pone nerviosa.
¿Por qué me mirará así?
Tras meter primera y soltar embrague, voy hacia la
cancela y, después de sacar mi llavero con el mando a
distancia, la abro. Tigre me sigue, y yo, parándome, lo miro
e indico:
—Ve con Pepa y Pepe y pórtate bien, ¡vamos!
Mi perro obedece y yo, feliz por no haber tenido que
correr tras él, le doy de nuevo al mando, la puerta se cierra
y, volviendo a meter primera, le digo adiós con la mano al
vigilante y me dirijo hacia donde he quedado con Álvaro.
Como siempre, circular en moto es una delicia, y tras
tantos días sin hacerlo lo cojo con gusto.
En el trayecto me percato de que hay un cambio en el
ruido que hace el motor. Maldigo..., me ha ocurrido eso
mismo otras veces, y me prometo a mí misma que al día
siguiente lo revisaré. Mi moto ya tiene unos añitos y, por
tanto, también sus achaques. La compré de segunda mano
y es delicadita, por lo que tengo que mimarla si quiero que
me dure.
Como ya me voy conociendo las carreteras llego
enseguida a donde he quedado. Álvaro no sabe que voy en
moto. Al acercarme les doy a las largas y, cuando me mira y
distingue que soy yo, veo que se queda boquiabierto.
Lo reconozco: me encanta contemplar las caras de los
hombres cuando me ven conduciendo mi moto. Y, una vez
que freno delante de él, paro el motor y me quito el casco.
—Tú sí que sabes hacer una entrada triunfal —oigo que
dice asombrado.
Divertida por ello, al ver que allí hay otras motos
aparcadas, me apeo y, en cuanto pongo la cadena de
seguridad, me acerco a él, le doy dos besos en las mejillas
y, con complicidad, entramos en el restaurante para cenar.
Como imaginaba, Álvaro es un tipo encantador. Durante
la cena me habla de su Málaga, como yo hablo de mi
Madrid. Los dos estamos en la isla por motivos
profesionales. La cena es deliciosa y la compañía un amor, y
cuando terminamos, sin mover la moto, caminamos por el
Puerto de la Cruz y entramos en un local a tomar algo.
Durante horas Álvaro y yo disfrutamos de la compañía del
otro. Hablamos, reímos, bailamos, y él en ningún momento
hace nada que pueda molestarme. Es más, me sorprende lo
caballeroso que es en todo momento y, oye, eso es de
agradecer, y más cuando a veces algunos tipos son unos
pulpos a los que habría que cortarles los tentáculos. Pero
no, Álvaro no es así. Y, la verdad, a mí tampoco me ha
atraído sexualmente como para proponerle nada.
A las tres de la madrugada, tras regresar a donde he
dejado la moto aparcada y él a su coche, nos despedimos.
Álvaro monta en su coche para dirigirse a su casa, que está
en el Puertito de Güímar, y yo vuelvo a El Sauzal.
En el trayecto de regreso me percato de nuevo de que el
motor de mi moto hace un ruido raro y pierde potencia, por
lo que conduzco con suavidad hasta llegar a mi destino. No
quiero que me deje tirada en la carretera.
Capítulo 27

Cuando entro en la urbanización de inmediato se enciende


una lucecita en la garita del vigilante. No es Agoney. A este
no lo conozco. Y, tras enseñarle mi DNI y ver que tengo
acceso, abre la verja y yo me dirijo hacia el portón de la
preciosa casa en la que vivo.
Una vez que le doy al mando para abrir y entro con la
moto, rápidamente veo que los perros vienen corriendo
hacia mí. Los miro divertida. Es gracioso ver a Tigre, tan
chiquitito, entre Pepa y Pepe. Y, en cuanto estaciono la moto
en el lugar donde Liam me indicó el primer día, tras girar la
llave en el contacto y quitarme el casco, me agacho para
comprobar una cosa en el motor. Cuando acabo, me quito
los zapatos y después saludo a los perretes con cariño.
Al ver que hay una luz muy tenue en el salón de Liam,
protesto para mis adentros. Camino hacia la entrada de la
casa, abro la puerta con cuidado y, tras decirles a Pepa y
Pepe que se vayan a dormir, cojo a Tigre en brazos y cierro
a mi espalda.
Sin hacer ruido, casi de puntillas, camino por el pasillo,
hasta que oigo:
—Amara.
Me paro, maldigo en silencio y, mirando a Tigre, lo dejo
en el suelo.
—Ve a la cama —digo—. Ahora voy yo.
Veo que mi perro se va hacia la habitación y yo me dirijo
al salón, donde está Liam.
—Hola... —saludo.
Él me mira, vuelve a escanearme con esos ojos tan
impresionantes que tiene, y señala:
—Ya estás descalza...
Me río, se ríe, y mientras estoy pensando qué decirle, me
sorprende preguntándome:
—¿Lo has pasado bien?
Asiento. La verdad es que no esperaba esa clase de
pregunta.
—Mi hermana Florencia ha enviado unas fotos de Jan —
dice a continuación.
Sonrío al oírlo.
—¿Puedo verlas?
Liam asiente, coge su móvil, y yo, acercándome a él, dejo
sobre la mesita mi casco, dentro del cual he metido mis
botas. Me siento a su lado y miro las fotos que me enseña.
En ellas se ve a Jan sonriendo. Está feliz, y eso me hace a mí
feliz, por lo que murmuro:
—Es un niño precioso.
—Lo es —afirma orgulloso.
—Y parece que está contento —insisto con positividad.
Liam me mira y vuelve a asentir.
—Es la primera vez desde que lo traje que no duerme en
casa. Y, la verdad, lo estoy echando más de menos de lo
que creía.
Oírlo decir eso me enternece. Con todo lo duro y
tiquismiquis que es el tipo en muchas cosas, se desvive por
el niño, y muchas noches veo a través del vigilabebés que
se levanta a mirar al pequeño en su cunita.
—Seguro que él también te está echando de menos —
digo entonces mientras contemplo otra foto, en la que Jan
se está tomando su biberón.
—¿Lo crees de verdad? —pregunta mirándome.
Uf..., uf, lo que me entra cuando clava esos impactantes
ojos en mí... Dios, cuánto me gusta este hombre... Pero,
intentando que no se me note, le aseguro:
—Por supuesto que lo creo.
Liam sonríe. Le gusta lo que oye, como a mí me gusta esa
sonrisita suya relajada.
—Sinceramente, creo que te estará echando más de
menos a ti que a mí —añade.
Los dos sonreímos por su comentario, y en ese momento
me doy cuenta de lo cerca que están nuestras cabezas.
Ambos miramos el móvil y, cuando soy consciente de ello,
me levanto del sofá y señalo:
—Deberías descansar.
Liam asiente y yo, confundida, musito:
—Si no te importa, me voy a dormir. Es tarde.
Él se levanta entonces, se queda parado frente a mí y nos
miramos.
Uf..., uf..., uf... Pero ¿qué nos pasa?
Madre mía, qué tentación. Si no fuera mi jefe me lanzaría,
pero no... No debo hacerlo.
La verdad, qué pequeñita me siento a su lado siempre
que voy sin zapatos... Sus ojos y los míos conectan de esa
manera que una sabe que hay algo más, y siento unas
irrefrenables ganas de besarlo. Ay, Dios, ay, Dios..., ¡que la
lío! ¡Que la lío otra vez! Pero no, eso no puede ocurrir. Por
ello, dando un paso atrás, voy a hablar cuando él echa a
andar pasando por mi lado y dice:
—Buenas noches.
Acalorada por lo que mi cuerpo siente frente a ese
hombre, le respondo con un hilo de voz:
—Buenas noches.
Una vez que él desaparece tomo aire por la nariz y lo
expulso por la boca. Madre mía, ¡qué tentación!
Al poco tomo el control de mi cuerpo, cojo el casco de mi
moto y mis botas y, cuando comienzo a caminar hacia mi
cuarto, oigo:
—¡Amara!
Como de costumbre, me hace saltar del susto. Siempre
me llama cuando menos lo espero. Y, asomándome al
pasillo, veo que Liam está de pie al fondo.
—¿Puedes venir un segundo? —me pide.
Sin dudarlo, camino hacia él con el corazón acelerado, y
entonces él, señalando hacia la puerta abierta de su
habitación, suelta:
—Una cosita... ¿Qué hace tu perro durmiendo en mi
cama?
Sin dar crédito, miro hacia donde él señala.
¡La madre que lo parió! ¡No me lo puedo creer!
Tigre está dormido con toda su santa pachorra sobre la
enorme cama de Liam. Es más, sonríe..., y hasta tiene la
cabecita apoyada en la almohada como hace conmigo.
Y, cuando voy a hablar, oigo que Liam dice con voz de
enfado:
—Pasa a la habitación y cógelo, porque como lo coja yo...
Enseguida dejo las botas en el suelo y entro corriendo en
su habitación. Me acerco a la cama y me dispongo a pillar a
Tigre cuando este se levanta y corre hacia el otro lado.
¿En serio se va a poner a jugar ahora?
Como la cama es king size y es enorme, la rodeo para no
subirme sobre ella, pero, claro, eso le facilita a Tigre su
huida hacia el otro costado. De un lado a otro de la cama
corro como una desesperada, por no decir una gilipollas,
mientras con el rabillo de ojo veo a Liam parado en la
puerta con mal gesto y mi perro me vacila corriendo como
un sinvergüenza.
¡Lo voy a matarrrrrrr!
Así transcurren unos minutos en los que paso de decirle a
Tigre «¡Ven aquí, precioso!» a «¡Como te coja, te voy a
despellejar vivo!»...
Lo intento. Intento agarrarlo por todos los medios, y al
final, desesperada, me dejo llevar por un arranque de rabia
y le lanzo el casco. ¡Ay, Diosssss...! Tigre lo esquiva, pero en
su recorrido el casco impacta contra la mesilla, rebota,
golpea la lamparita que hay sobre ella y esta cae al suelo.
¡Me quiero morir!
Con el rabillo del ojo veo que Liam niega con la cabeza.
Madre mía, ¡de esta me despide! Instantes después se
acerca a la cama y, antes de que pueda regañarme, me
apresuro a decir:
—Te prometo que te compraré otra igual.
Liam mira la lamparita, que está tirada en el suelo, y
señala:
—Pues tendrás que ir a Hawái a por ella.
Horrorizada, miro a Tigre, que, cómo no, ¡sonríe con la
lengua fuera! Tendrá poca vergüenza...
Liam me mira. Yo lo miro a él. Y cuando el perro se queda
parado en el centro de la cama tentándonos con el culo en
pompa para jugar, él indica:
—Tú por ese lado y yo desde este, y cuando diga «¡ya!»
intentamos pillarlo.
Asiento; llegados a este punto, a mi jefe ya no le discuto
nada. Y cuando dice «¡ya!», me lanzo sobre la cama a por
Tigre, con tan mala suerte que mi cabeza termina chocando
contra la de Liam cuando él se lanza también. El golpazo
que nos damos es colosal.
¡Ostras!
Tigre se baja entonces de la cama de un brinco y,
corriendo, desaparece de la habitación mientras Liam y yo
quedamos sobre su cama revolcándonos de dolor.
Esto es surrealista... Voy a matar a mi perro. Aquí
estamos mi jefe y yo, sobre su cama, lamentándonos del
cabezazo que nos hemos dado el uno contra el otro.
Tengo la mano apoyada en la frente cuando oigo que él
pregunta:
—¿Te encuentras bien?
Sin moverme, pues el golpetazo ha sido considerable,
musito:
—Te lo diré cuando todo deje de darme vueltas...
A continuación ambos permanecemos en silencio sobre el
colchón, tomando aire, y de pronto noto que me va a entrar
un ataque de risa. Intento disimular, pues no creo que sea
momento para reírme, y, levantándome con torpeza, voy a
disculparme con la mano en la frente cuando Liam se sienta
y, mirándome, suelta una carcajada.
Sin poder evitarlo, yo también me río. Las piernas me
flaquean y, tras sentarme en la cama a su lado,
permanecemos un buen rato sin hablar, solo riéndonos,
hasta que murmuro entre risas:
—Lo siento de verdad... Lo siento mucho.
Liam asiente, se carcajea de nuevo y, al ver que también
tiene la mano apoyada en la frente como yo, se la retiro
preocupada sin contemplaciones y, al comprobar que lleva
un chichón, murmuro:
—Habrá que ponerte hielo.
Él me mira, retira mi mano de mi frente y rápidamente
dice:
—Creo que estamos en la misma situación.
Ambos nos miramos riéndonos y luego él añade divertido:
—¡Qué cabeza tan dura tienes!
Eso hace que yo suelte otra risotada.
—Pues anda que tú...
Nos disponemos a levantarnos, pero al hacerlo nos
mareamos a causa del golpe, por lo que nos sentamos de
nuevo. En silencio tomamos aire y, consciente de lo ocurrido
y de que esa habitación no solo está vetada para mí, sino
también para Tigre, musito volviendo a poner distancia
entre nosotros:
—Siento mucho que Tigre se metiera aquí. Ve a la cocina
y ponte hielo en la frente mientras yo cambio las sábanas
que te ha pisoteado.
Liam sonríe, me gusta esa sonrisa relajada; me agarra de
la mano y acto seguido dice:
—Vayamos los dos a la cocina. Ambos necesitamos hielo.
Sin discutirlo, y dejándome guiar por él, llegamos de la
mano hasta la cocina. Una vez allí nos soltamos y, mientras
yo saco un par de paños limpios de un cajón, él abre el
congelador y coge hielo picado. Después echa un puñado en
cada paño y, tras cerrarlos, cada uno se pone el suyo en la
frente.
Sin pensarlo me subo de un salto a la encimera. Durante
varios minutos reímos mientras recordamos lo ocurrido.
Estamos cerca el uno del otro..., muy cerca. De pronto
bromear con él se vuelve sencillo, fácil. Yo menciono a Tigre
y él comenta:
—Con lo pequeño que es y la guerra que da...
Asiento, eso no se lo puedo negar, pero añado:
—También es un amor cuando quiere.
Nos miramos divertidos y, sintiendo cómo mi corazón se
acelera por su mirada, pregunto:
—No tendrás alguna pomada para los golpes, ¿verdad?
Liam asiente. Va hasta uno de los armarios de la cocina y,
tras rebuscar en el botiquín, me enseña un tubo y exclamo:
—¡Perfecto!
Él me tiende la pomada, la abro y, dejando mi paño con
hielo a un lado, digo:
—Ven aquí.
Liam se acerca. Como estoy sentada sobre la encimera,
se coloca entre mis piernas, y yo, retirándole el paño de las
manos, canturreo mientras le unto pomada en el chichón:
—Sana, sana, culito de rana, si no cura hoy, curará
mañana.
Acto seguido él, con una dulzura que hasta el momento
no le había visto dirigida a mí, musita:
—Mi madre siempre nos decía eso cuando éramos
pequeños y nos caíamos.
Sonrío complacida. Entonces él, quitándome la pomada
de las manos, veo que se echa un poco en el dedo y, tras
mirar mi chichón, pregunta:
—¿Cuántos puntos te dieron en la frente?
Al entender que se refiere a la cicatriz que tengo,
respondo:
—Siete.
—Menuda cicatriz te hiciste —murmura él a continuación.
Asiento. E, incapaz de callar, susurro con un hilo de voz
mientras miro el tatuaje de mi mano:
—Es peor la que tengo en el corazón.
Liam parpadea. Espera que diga algo más, que aclare lo
que he dicho. Pero, cuando ve que no despego los labios,
empieza a untar la pomada sobre el chichón, que está en el
mismo sitio que la cicatriz, y musita con mimo:
—Sana, sana, culito de rana, si no cura hoy, curará
mañana.
Ese bonito detalle me enternece. Me enamora.
—Maribel siempre me lo decía cuando me caía —susurro
mirándolo.
Liam asiente y, en cuanto deja de untarme la pomada en
el chichón, pregunta sin moverse de donde está:
—¿Maribel es tu madre?
Al oírlo no le digo ni que sí ni que no, sino que respondo:
—Es lo más parecido a una madre que tengo.
Veo que mi respuesta lo vuelve a sorprender, pero calla y
no sigue preguntando.
Nos miramos. Uisss, madre..., ¡cómo nos miramos!
De nuevo se crea entre nosotros esa corriente eléctrica
que hace que nos miremos de esa forma tan especial. Pero
¿qué nos pasa esta noche?
El silencio nos envuelve. El momento nos atrapa y,
cuando estamos a punto de besarnos, Liam da un paso
atrás y oigo que dice:
—No te preocupes por las sábanas... Quitaré la colcha,
que es lo que ha pisoteado, y listo.
Volviendo a la realidad una vez roto el mágico momento,
asiento y entonces él, dando media vuelta, se dispone a
salir de la cocina e indica sin mirarme:
—Baja de la encimera, recoge tus botas del pasillo y vete
a dormir. Es tarde.
Al quedarme sola en la cocina, como un resorte me bajo
de la encimera. Mi corazón late desbocado y ni siquiera nos
hemos besado.
Sedienta, abro la nevera. Saco una de mis botellas de
agua y le doy un largo trago. Madre mía, madre mía... Pero
¿qué nos ha pasado? Y, parándome de golpe, pienso: «¿Se
sentirá él atraído también por mí?».
Uf..., uf..., uf..., los calores que me entran... Aunque
enseguida intuyo que simplemente ha sido un calentón
fruto del momento.
Salgo al pasillo y la puerta de su dormitorio está ya
cerrada, pero por debajo se ve luz. Pienso en mi casco, que
está dentro, en el suelo, junto a la lamparilla rota... Pero no,
no voy a llamar para reclamarlo. Ya lo recuperaré mañana.
Sin embargo, sí me agacho para recoger mis botas.
De camino hacia mi cuarto me paro por costumbre frente
a la habitación de Jan, y cuando voy a abrir recuerdo que no
está, por lo que sigo hacia mi dormitorio. Al entrar, enciendo
la luz y, al ver a Tigre repanchingado en el centro de mi
cama, siseo:
—Esta me la vas a pagar...
Y, dirigiéndome hacia la cama, que no es tan grande
como la de Liam, y con menos remilgos, me subo en ella,
agarro a Tigre, bajo de nuevo, camino hacia la puerta de la
terraza y, abriéndola, lo dejo en el suelo e indico:
—Ahora ya puedes ir a pedirles asilo político a Pepa y a
Pepe en sus casetas.
Sin pensar en nada más, cierro de nuevo y, tras
desnudarme y mirarme en el espejo el precioso chichón que
tengo en la frente, me meto en la cama.
Doy vueltas y más vueltas. No puedo dejar de pensar en
Liam y en lo ocurrido. Todavía tengo su olor en mi nariz.
—Ay, Dios... Ay, Dios... ¿Qué estoy haciendo? —musito
cerrando los ojos.
Intento no pensar en él, pero cuanto más lo intento,
menos lo consigo, y me desespero.
Acalorada, me levanto de la cama, abro la puerta de la
terraza para que entre aire y, tras un rato en el que Liam no
deja de ser el protagonista de mis fantasías más ardientes,
finalmente me quedo dormida de agotamiento.
Capítulo 28

Suena la voz de Pablo Alborán cantando Prometo —mira que


me gusta esa canción— mientras la boca de Liam, jugosa,
sabrosa, maravillosa..., me besa de tal manera que siento
que floto descalza por el cielo.
Mmmmm..., me gusta.
Nos besamos con delicia y deseo mientras él me lleva en
brazos hacia su enorme cama con dosel y, tras depositarme
sobre el colchón con delicadeza, me mira, sonríe y,
quitándose rápidamente la camiseta que lleva, se dispone a
dejarla con cuidado encima de la cama cuando se la
arrebato de las manos y la tiro al suelo.
¡Que se deje de remilgos!
Me mira. Lo miro. Sonríe. E, inclinándose hacia mí sin
decir nada, vuelve a posar su boca sobre la mía y me besa
con delirio y fervor mientras la voz de Pablo Alborán sigue
cantando y yo creo que me muero de amorrrrrr.
Tomo aire por la nariz al tiempo que su boca me lo roba.
Mimosa, me doy la vuelta y comienzo a sentir sus húmedos
besos en mi cuello.
¡Mmmm, me encanta...!
¡Dios..., que no pare!
Sus besos se intensifican. Ya no solo pasea la lengua por
mi cuello, sino que ahora también lo hace por mi espalda y
por mi... rodilla y, sorprendida por su eficacia, de pronto
abro los ojos, me siento y, al mirar, me quedo de pasta de
boniato al ver sobre mi cama a Pepa, Pepe y Tigre.
¿Qué hacen aquí?
De inmediato soy consciente de que estaba soñando —
¡mierda!— y los húmedos besos que sentía en distintas
partes de mi cuerpo no eran de Liam, sino lametazos de
esos tres sinvergüenzas.
Al haber dejado abierta anoche la puerta de la terraza, se
dieron todos por invitados; los miro y musito dirigiéndome a
los perros de Liam:
—Una cosita... Como el Friki del Control se entere de que
habéis dormido dentro de casa, sobre mi cama, ¡la vamos a
tener!
Como si me hubieran entendido, Pepa y Pepe se bajan de
inmediato de la cama y salen por la puerta de la terraza.
Segundos después lo hace Tigre, y yo vuelvo a tumbarme
en la cama y miro al techo.
¡Madre mía, pero qué sueño tan caliente he tenido!
Estaba teniendo un sueño erótico con Liam, con mi jefe, y
la verdad, lo estaba disfrutando mucho y más. Sonrío, no lo
puedo remediar. Hay que ver cómo es la mente y las cosas
que inventa cuando menos lo esperamos... Sé lo que
significa eso: significa que necesito ¡sexo!
Divertida, me toco la frente y de pronto el dolor me hace
encogerme y me percato de que tengo ahí un bulto
considerable.
Horrorizada, me levanto. Me miro en el espejo y, al ver el
pedazo de huevo que me ha salido, musito consciente de
que hoy tengo una cena con Verónica y después iremos a
bailar salsa:
—Perfecto para salir esta noche de marcha.
Más tarde entro en el baño. Sin Jan puedo hacerlo todo
con tranquilidad, y mientras me ducho pienso en Liam y en
cómo nos miramos la noche anterior en la cocina.
¿Qué habría pasado si nos hubiéramos besado?
¿Habríamos colonizado?
Rápidamente aparto la idea de mi cabeza. No sé qué
hago pensando en ello... Además, imagino que hoy sábado
aprovechará para salir.
Mi móvil suena. Cuando salgo de la ducha voy hacia él y
veo un mensaje de Óscar:
Cosita Linda, tengo que hablar contigo
urgentemente. Llámame.

Leer eso me hace maldecir. No quiero hablar con él. Pero


¿y si le ocurre algo grave?
Dudo. Durante unos minutos no sé qué hacer, hasta que
marco su número con el corazón acelerado y, cuando oigo
su voz, pregunto:
—¿Qué pasa?
—Cosita Linda...
Que diga eso me hace resoplar.
—Dios..., no sabes cuánto te echo de menos —murmura
entonces.
Vuelvo a resoplar.
—Óscar, creo que fui muy clara contigo el otro día —
suelto.
—Rosa ha perdido al bebé. Ya no estamos juntos.
Según oigo eso, parpadeo. Lamento lo del niño, pero, la
verdad, la vida de Óscar me da igual. Y cuando voy a
hablar, él musita:
—Cosita Linda, te...
—Mira, Óscar —lo corto—. Tu vida no me interesa. Adiós.
Y, sin más, me quedo mirando su número de teléfono y
de inmediato lo bloqueo. ¡Se acabó!
Cuando vuelvo al baño y me miro en el espejo, sonrío y
cuchicheo:
—Esta noche me lo voy a pasar muy bien.
Animada por sentirme liberada de Óscar, me pongo una
camiseta de tirantes desteñida y, cogiendo de entre mis
cosas un peto de mecánico, me lo calzo. Tengo que revisar
mi moto, y el peto evitará que me manche la ropa.
Una vez que me pongo unas zapatillas viejas, tras mirar
el reloj y ver que son las once y diez de la mañana, decido ir
a la cocina a tomarme un café. Lo necesito.
Al salir de mi habitación, como siempre, la casa está en el
más absoluto silencio. Si por norma es silenciosa, ahora que
Jan no está aquí es como el interior de una tumba.
¡Qué triste!
Paso por delante de la habitación de Liam y veo que la
puerta está entreabierta, lo que me indica que se ha
levantado ya. Con cuidado y de puntillas, cotilleo por la casa
y, cuando veo que no está, hago un gesto triunfal.
Encantada por sentirme totalmente sola en casa, me bajo
la parte superior de mi peto y me lo anudo a la cintura. Saco
mi móvil del bolsillo y, tras buscar música marchosa, pongo
Are You Gonna Be My Girl de los Jet, una canción que tiene
ya unos años pero que me da siempre muy buen rollito.
Contenta, pues me siento bien, mientras me preparo un
café con tostadas canto a pleno pulmón con mi perfecto
spanglish y bailo como una descosida por la amplia y
preciosa cocina. Me vuelvo loca del todo con la canción,
hasta que alguien dice:
—¡Buenos días!
Al oírlo, como siempre, doy un salto y, cuando miro hacia
la puerta, veo a Liam parado en el umbral. La música sigue
sonando y, al verlo con el entrecejo fruncido, imagino que
es por lo alta que la tengo. Así pues, mecánicamente, cojo
mi móvil de la encimera y paro la canción.
¡Menuda pillada!
Nos miramos en silencio unos segundos y luego él señala:
—Tu inglés es malísimo.
Sonrío.
—¿De qué vas vestida? —pregunta a continuación.
Consciente de mi atuendo, y entendiendo que me ha oído
cantar a voz en grito, respondo:
—De mecánica. Anoche mi moto hacía unos ruidos muy
extraños y...
—Y en vez de parar y llamarme por teléfono para que
fuera a recogerte —me corta con voz tensa—, ¡viniste
conduciéndola como una imprudente!
Eso me hace gracia. Si supiera este las imprudencias que
he hecho a lo largo de mi vida porque no me ha quedado
más remedio, ¡fliparía!
—Una cosita... A mí no me hables así, ¿vale?
Se calla. Está siendo más prudente en sus palabras que
yo. Y, para suavizar lo que he dicho, añado:
—No eran horas de molestar.
—No me habrías molestado —matiza serio.
Liam, que como siempre va impoluto, vestido con una
camisa rosa y unas bermudas vaqueras, se acerca a mí. Veo
que lleva mi casco en la mano y, cuando intuyo que me va a
decir algo que no me va a gustar, suelto:
—¿Tienes noticias de Jan?
Según menciono el nombre del niño, su gesto cambia.
—Ha dormido bien y ahora están en la playa —contesta.
Asiento complacida. Me alegro de saber que mi niño se
encuentra bien.
—Vaya chichón te ha salido —señalo a continuación
mirándolo.
Él también asiente, noto que suaviza el gesto, e indica:
—Como el tuyo.
Ambos sonreímos. Está claro que pensamos en lo
ocurrido. Y, notando que me rugen las tripas, pregunto:
—¿Has desayunado?
—Hace rato —afirma, y añade—: Aquí tienes tu casco.
Se lo agradezco. Sin duda, él ha madrugado. Y, viendo
que mis tostadas están listas, indico:
—¿Te importa si desayuno?
Liam se hace a un lado y responde:
—Por favor.
Cojo mis tostadas en silencio y, sentándome en uno de
los taburetes que hay junto a la encimera, comienzo a
untarles mantequilla y mermelada.
—Ha llamado mi hermano Naím y me ha dicho que esta
noche saldréis a cenar —dice entonces.
—Y luego iremos a bailar salsa —añado yo mientras dejo
el cuchillo en el plato.
Veo que Liam asiente. En ese instante le suena el teléfono
y, cogiéndolo, saluda:
—Hola, preciosa.
Ese «preciosa» me toca... lo que me toca. ¿Y por qué? No
lo sé. Pero el caso es que me lo toca...
Sigo comiendo en silencio y oigo que menciona el nombre
de Margot; segundos después desaparece de la cocina para
continuar con la conversación.
Sola en la cocina, me percato de que me ha molestado
esa llamada. Rápidamente me regaño a mí misma. Yo no
soy celosa. Romántica sí, pero celosa nunca. Y, deseosa de
desaparecer de aquí, me como las tostadas a toda mecha,
me bebo el café y, una vez que limpio la encimera y meto
las cosas en el lavavajillas, agarro mi móvil, mi casco y,
cuando voy a salir por la puerta, él entra de nuevo.
—Que tengas una buena mañana —le deseo sin mirarlo.
Acto seguido salgo de la cocina a toda mecha y me
encamino hacia el garaje sintiendo que estoy celosa por la
llamada de la tal Margot.
¡Madre mía, qué pillada estoy de este hombre...!
En el garaje vuelvo a poner música. Arreglar mi moto con
música es uno de los mayores placeres de la vida. Y cuando
comienza a sonar La tortura de mis adorados Shakira y
Alejandro Sanz, soy feliz.
Mientras canturreo, Pepa, Pepe y Tigre vienen a
saludarme. Y, tras darles su racioncita de mimitos a cada
uno, cuando estos se marchan miro las herramientas que
tiene Liam en el garaje y me pongo manos a la obra.
Un par de horas después, cuando estoy de aceite y de
grasa hasta las cejas, canturreando Déjà vu de Prince Royce
y Shakira, veo una sombra y, al levantar la vista, me
encuentro con Liam. En la mano lleva un par de cervezas y,
tendiéndome una, dice:
—Intuyo que tienes sed.
Sin dudarlo, asiento. Se me hace la boca agua al ver la
botella de cerveza fresquita; la cojo con una sonrisa, le doy
las gracias y luego advierto:
—Cuidado. No pises ahí, que hay un charco de aceite.
Liam lo mira... Lo mira con asquito. Rodea el charco para
no pisarlo y yo sonrío. ¡Qué tiquismiquis es!
Una vez que doy un trago a la cerveza voy a decirle que
cuando termine lo dejaré todo recogido y limpio, pero él
suelta:
—Margot me ha dicho que su cuñado, el dueño de Master
Good, quiere reunirse conmigo en Nueva York.
Al oírlo, lo miro.
—Eso está muy bien —digo.
Liam asiente, lo veo contento.
—Cuando se lo cuente a mi familia, se volverán locos —
murmura—. Todos estamos cruzando los dedos para que
salga este contrato, porque si lo conseguimos será algo muy
muy bueno para Bodegas Verode, ya que nos abrirá las
puertas de otros sitios muy importantes.
Afirmo con la cabeza, no me cabe la menor duda. Y
entonces él pregunta:
—¿Qué le ocurre a tu moto?
Con profesionalidad, y mientras me quito el sudor de la
frente con el brazo, contesto:
—A veces se le traba el motor. Hace tiempo aprendí que
eso es por falta de aceite.
Él cabecea y yo sigo explicando:
—Cuando las piezas móviles de la moto no pueden
engranar con suavidad, el motor suele calentarse. Y anoche,
cuando vi que perdía potencia y el sonido del motor
cambiaba, imaginé que era eso. No es la primera vez que
me pasa.
Liam me mira boquiabierto. Está claro que le sorprende
que entienda de mecánica. Y entonces, acalorada por sentir
su mirada, añado para no dejar de hablar:
—Mi querida moto es muy especialita, y antes de venir a
Tenerife también se me pegó la pinza del freno por la
suciedad y la humedad y...
—¿Y todo eso lo arreglas tú?
Cojo un paño para limpiarme la grasa de las manos y
asiento.
—La verdad es que sí. Mi economía no me permite
llevarla al taller siempre que lo necesita, por lo que aprendí
algo de mecánica para solucionar los achaques de esta
maravilla.
Él sigue mirándome boquiabierto, y entonces suena mi
teléfono. Al ver que es Verónica y que tengo las manos
pringadas de grasa, digo mirándolo:
—¿Puedes cogerlo y poner el manos libres?
Sin dudarlo, él lo hace y yo saludo a mi amiga:
—Holaaaaaa, reinaaaaa.
Rápidamente oigo la risa de Vero, que pregunta:
—¿Colonizaste anoche con el de Málaga? Porque mira,
hija mía, el tipo está muy bien... Morenito, de los que te
gustan... Y, la verdad, espero que te dejara el cuerpo
entonado para unos días, porque lo necesitas. Por cierto...,
acabo de hablar con Mercedes y me ha contado que
Alessandro, ese otro macarrilla que te gusta y con el que
tuviste algo en cierto almacén la última vez que estuviste
en Madrid, le ha dicho que tiene intención de ir a verte a
Tenerife...
¡La madre que la parióóóóóó!
Según lo oigo, me entra la risa. ¡Por favorrrrrr...! Y,
mirando a Liam a través de las pestañas, indico para
advertir a mi amiga de que contenga su verborrea:
—Una cosita, reina... Saluda a tu cuñado. Tengo el manos
libres puesto.
—¡Hola, Liam!
El aludido sonríe con cierto apuro.
—¡Hola, Verónica!
Tras los saludos pertinentes, me dispongo a hablar
cuando mi Vero dice:
—Ya he quedado con Jonay y su marido para lo de esta
noche. Y también se han apuntado unos amigos de Naím
que son encantadores, por lo que saldremos un buen
grupito.
—¡Genial! —afirmo gustosa.
—Ah, y, por cierto, el pediatra de Jan viene también... ¿Te
acuerdas de él?
—¡¿Alejo?! —pregunto curiosa.
—El mismo —dice ella ante el gesto de sorpresa de Liam
—. Se lo ha encontrado esta mañana Naím, le ha contado
nuestro plan de ir al Salseando y se ha apuntado.
—¡Estupendo! —exclamo.
—Liam, ¿te apuntas tú también? —le propone entonces
Verónica.
Al oír eso, lo miro. Está a mi lado en silencio. Con lo que lo
conozco, ¡ni loco se apuntaría a un plan semejante! Por su
gesto serio intuyo que no, pero entonces dice:
—Sí. Iremos Margot y yo.
¡¿Cómooooo?!
Mi gesto cambia, pero Verónica exclama:
—¡Ay, qué bien! Naím se pondrá contento cuando se lo
diga.
Liam sonríe. Yo no.
—Hemos quedado a las nueve en el restaurante de
Rosalía —indica Verónica—. ¿Sabes cuál es, Liam?
—Sí —asegura él.
—Amara —continúa mi amiga—, nosotros te recogemos
y...
—Ella vendrá conmigo —la corta Liam, y añade—:
Quedaré con Margot en el restaurante.
Descolocada, no sé qué decir.
—Ah, ¡genial! —tercia mi amiga—. Pues venga, nos
vemos allí a las nueve. Ciao!
Y, sin más, cuelga el teléfono.
Miro a Liam sin dar crédito. Mi cara debe de ser un
poema.
—Cuando le cuente a Naím lo de Master Good, se pondrá
muy contento —afirma él entonces.
Sin dudarlo asiento, y entonces oigo que pregunta:
—¿Ocurre algo?
Bloqueada, niego con la cabeza. ¿Cómo que va a venir a
la cena y al Salseando?
Reconozco que verlo con doña Querida no me apetece
nada, pero obviando eso pregunto:
—¿Por qué tú y yo tenemos que ir juntos al restaurante?
Liam me mira.
—Porque vivimos juntos —contesta.
Al oír eso, cabeceo y matizo:
—De eso nada. Tú y yo no vivimos juntos...
—¿Ah, no?
—Te recuerdo que fuiste tú quien lo dijo —replico—. ¿Ya lo
has olvidado?
Liam asiente. Piensa durante unos segundos y luego, sin
cambiar su gesto serio y sin responder a mi pregunta,
inquiere:
—¿De qué conoces al pediatra de Jan?
Incómoda, rápidamente respondo:
—Del Salseando. Por cierto, es un excelente bailarín.
Él me mira entonces de un modo que me desconcierta, y
luego suelta:
—Voy a llamar a Margot. Le encantará el plan.
Según dice eso se me revuelven las tripas. No me
apetece nada verlo en compañía de Margot. Y cuando me
muevo incómoda, piso sin querer el charco de aceite y
cientos de gotitas salen despedidas y van a caer sobre la
impoluta camisa de Liam.
¡Joderrrrrr!
Su gesto al ver aquello me hace sonreír, y cuando me
mira, musito:
—Ha sido sin querer...
La cara de Liam es un poema. Creo que, si pudiera, en
este instante me mataría por mi torpeza.
—Solo faltaría que hubiera sido queriendo —replica con
acritud.
Parpadeo asombrada. ¿En serio? ¿Chulerías a mí? Y esta
vez, haciéndolo aposta, vuelvo a pisar el charco de aceite y,
cuando el líquido le impregna de nuevo la camisa, musito
con gesto angelical:
—Ay, Dios mío, ¡qué torrrpe soy!
Liam me mira. Por su expresión intuyo que valora si lo he
hecho a propósito o no. Y a continuación pisa el charco y
entonces el aceite me cae a mí. Sin poder creer que haya
entrado en mi juego cuando no lo esperaba, abro la boca y
murmuro:
—¿En serrrio?
Liam asiente, y, al ver las comisuras de sus labios
curvadas, afirmo:
—Te vas a enterrrar de quién soy yo, amiguito...
Y, pisando el charco con ganas, lo salpico de nuevo con el
aceite.
¡Madre mía, cómo lo he puesto! Esta vez sí que sí.
Pero no se enfada, sonríe, y cuando veo que viene hacia
mí, salgo corriendo.
¡Pies, para qué os quiero!
Riendo a carcajada limpia, corro por el jardín con aceite
en la cara, en el pelo, en la ropa, mientras Liam me
persigue y los perros se nos unen. Parecemos dos niños
gritando y corriendo por el jardín, hasta que al llegar al
borde de la piscina me detengo e indico:
—Una cosita... Si me tiras, llenaremos la piscina de
aceite.
Liam lo piensa. Eso de manchar está claro que no es lo
suyo. Y entonces yo, ni corta ni perezosa, lo empujo, pero él
me agarra y caemos los dos a plomo a la piscina.
¡Madre mía, me va a matar...!
Una vez que nuestras cabezas emergen, me río a
carcajadas. No lo puedo remediar. Liam se ríe también, y de
pronto Pepa, Pepe y Tigre se lanzan como kamikazes al
agua y comienzan a nadar entre juegos.
No..., no..., noooo, ¡que no hagan esooooo o descubrirá
que en su ausencia me baño con ellos!
—Pero ¿desde cuándo usan los perros la piscina? —
exclama.
Divertida, los miro. A los tres les encanta bañarse en ella.
Y entonces, con tranquilidad, nadan hacia la escalera, salen
por ella y Liam musita mirándome:
—¿Cómo saben los perros por dónde hay que salir?
Con cara de no entender nada, me encojo de hombros y
respondo:
—Porque son tremendamente inteligentes.
Según digo eso, él hunde mi cabeza bajo el agua y yo,
que buceo muy bien, lo agarro de las piernas y lo sumerjo a
él también. Durante unos minutos jugamos como críos en la
piscina. Yo te hundo. Tú me hundes. Los dos nos hundimos...
Hasta que, agotados, y con las respiraciones aceleradas,
quedamos muy juntos. Nos miramos...
Woooooooo...
Nos miramos a los ojos de esa manera que sabes que va
a pasar algo como no le pongamos freno. Pero entonces él,
dándose la vuelta, camina hacia la escalera y, tras salir
chorreando de la piscina, dice:
—Voy a cambiarme. Será lo mejor.
Acto seguido se da la vuelta y, sin decir más, se marcha
mientras yo salgo del agua tan empapada como él y, no sé
por qué, me río. Reconozco que me ha encantado disfrutar
de ese momentito loco y desinhibido con él.
Capítulo 29

A las ocho y cuarto, duchada, ya sin aceite y arreglada,


salgo de mi habitación.
Para esta ocasión me he puesto un vestido corto celeste
que me queda muy mono y unos zapatos de tacón
cómodos. Esta noche quiero bailar hasta caer agotada.
Estoy bebiendo agua en la cocina cuando oigo unos
golpecitos y, al volverme, me encuentro con Liam, que está
impresionante.
¡Madre míaaaaaaaa!
Para salir se ha puesto un pantalón vaquero gris y una
camisa negra. Como siempre, va impoluto. Vamos, ¡que más
sexy no puede estar!
Durante unos segundos nos miramos el uno al otro, hasta
que dice:
—Estás muy guapa.
Ay, Dios... ¡Ay, Dios!
Es la primera vez que me dice un piropo y creo que me va
a dar un infarto.
Me acaloro..., pero este, sin ser consciente de lo que
provoca en mí, pregunta:
—¿Preparada?
Sin dudarlo asiento y, acomodándome el pelo tras la
oreja, cojo mi bolso, que está sobre la encimera, e indico
tratando de parecer normal:
—¡Preparadísima!
Una vez que salimos de la casa, Pepa, Pepe y Tigre vienen
a nuestro encuentro y, mientras yo los toqueteo y les doy su
racioncita de mimos, Liam les ordena con un gesto que no
se acerquen a él. No quiere pelos en la ropa.
Al llegar al garaje, donde está su precioso coche,
recuerdo lo ocurrido horas antes y explico:
—Lo he dejado todo recogido y he limpiado a conciencia
el aceite del suelo.
Él no dice nada, solo cabecea. Y cuando nos montamos
en el coche, sacando de la guantera un paquete de toallitas
húmedas, me las entrega.
—Si quieres, puedes limpiarte las manos con ellas —dice.
De inmediato sonrío. Como ha visto que los perros me
han chupado, es tan tiquismiquis que debe de pensar que a
mí eso me molesta. Sin querer hacerle el feo, cojo las
toallitas, saco un par de ellas y, tras pasármelas por las
manos, al ver que él me mira, exclamo:
—¡Listo!
Liam arranca el coche y por los altavoces comienza a
sonar la voz de Pablo Alborán cantando Saturno. Bueno,
buenoooooooo...
¿Otra vez Pablo Alborán?
Liam no dice nada, yo tampoco, y acto seguido acciona el
mando para que se abra la puerta. En cuanto salimos de la
parcela y vemos que los perros se quedan dentro, vuelve a
cerrarla y yo me recuesto tranquilamente contra el asiento.
En silencio emprendemos el trayecto. Ni él habla ni hablo
yo. Solo suena la voz de Pablo cantando. Creo que lo
ocurrido en la piscina me va a pasar factura, pero bueno...,
¡a lo hecho, pecho!
Estoy nerviosa. Estar a solas con Liam en su coche,
escuchando las románticas canciones de Pablo Alborán, me
tiene en un sinvivir. Y cuando por fin veo que llegamos a
destino, suspiro aliviada al comprobar que Verónica y Naím
están esperándonos.
Después de dejar el vehículo en el parking del
restaurante, Liam y yo nos apeamos y echamos a andar
hacia la salida.
—Llevaba tiempo sin oír a Pablo Alborán —comenta él
entonces.
Saber eso me sorprende.
—Reconozco que me gusta escucharlo de nuevo —añade.
Asiento, pero no digo nada, y él, observándome con
curiosidad, pregunta:
—¿Te encuentras bien?
Sorprendida por su pregunta, lo miro y Liam matiza:
—Que no hayas abierto la boca en todo el trayecto es,
como poco, para preocuparse...
Oír eso me hace gracia, e, intentando bromear, replico:
—¿Me estás llamando «charlatana»?
Liam sonríe. Yo también.
—¿El Alessandro al que se refería Verónica esta tarde es
ese con el que a veces te oigo hablar? —pregunta de
pronto.
Sorprendida, lo miro. ¿Me escucha cuando hablo por
teléfono? Y, sin ganas de contarle mi vida, digo
escuetamente:
—Sí.
Con el rabillo del ojo observo que a Liam le escuece mi
respuesta, y a continuación inquiere:
—¿Los perros se bañan en la piscina?
Me apresuro a negar con la cabeza y miento como una
bellaca:
—Que yo sepa, no.
Liam sonríe. ¿En serio? Y a partir de ese instante siento
cómo el ambiente se relaja entre nosotros.
Pero ¿qué nos pasa? ¿De verdad estamos tonteando?
Naím y Verónica nos saludan encantados, aunque
rápidamente se fijan en los chichones que ambos tenemos
en la frente.
—¿Qué os ha pasado? —pregunta mi amiga boquiabierta.
Liam y yo nos miramos. Con complicidad comenzamos a
reír, y acto seguido él suelta:
—Solo diré que cualquier día de estos Tigre sale volando
por una ventana.
Según lo oigo, lo miro y replico:
—Si haces eso, el siguiente en volar serás tú...
Como dos críos, continuamos riendo e increpándonos
frente a mis amigos, y al cabo Naím afirma con una sonrisa:
—Qué gusto veros así.
Después de decir eso aparecen Jonay y su marido, otros
amigos de aquellos que no conozco, también Alejo y
finalmente Margot. Ella es la última en llegar. Todos reparan
en nuestros chichones, es imposible no verlos, y Liam y yo
solo podemos reír. Madre mía, qué tontería tenemos
encima.
Una vez que estamos todos, procedemos a entrar en el
restaurante. Con el rabillo del ojo observo que Margot y
Liam sonríen por algo que ella dice, y Verónica, cogiéndome
del brazo, cuchichea:
—¿No crees que Alejo tiene culito de caramelo?
El aludido, que va delante de nosotras hablando con
Naím, ajeno a lo que decimos, camina mientras nosotras
observamos su precioso trasero.
—Lo creo... —convengo—, lo creo...
Ambas reímos y a continuación mi amiga susurra:
—¿Me vas a contar el misterio de los chichones?
Asiento divertida.
—Tigre se subió a la cama de Liam. Traté de pillarlo, pero
me fue imposible. Al final lo intentamos los dos, Tigre nos
vaciló y casi nos abrimos la cabeza al golpearnos el uno al
otro con la frente. Ahí tienes el misterio.
Verónica suelta una carcajada y, bajando la voz, añade:
—Ahora entiendo que Liam quiera lanzarlo por la ventana.
—¡Que se atreva! —digo riendo.
Divertidas, seguimos caminando hacia la mesa hasta que
Vero dice:
—Según me ha comentado Naím, nada más mencionar tu
nombre esta mañana Alejo se ha apuntado a la cena.
—Interesante... —afirmo.
Gustosa, le doy un repaso: alto, moreno, ojos oscuros,
culito de caramelo, salsero y con picardía... Y voy a decir
alguna de las mías cuando Alejo se da la vuelta y,
sonriéndome de esa manera que una sabe que le gusta a un
hombre, me coge por el brazo y dice:
—¿Te he dicho que estás muy guapa hoy?
Encantada, sonrío y respondo:
—No. Pero me sube la moral que me lo digas.
De inmediato, no sé por qué, miro a Liam y, al ver que me
observa con gesto serio, simplemente le sonrío. ¿Por qué
no?
Nos acomodan en una bonita y enorme mesa redonda,
donde Alejo se sienta a mi derecha y Verónica a mi
izquierda. Liam se coloca junto a Margot, y decido no
prestarles atención. Quiero pasármelo bien.
Durante la cena el grupo habla, bromea, y a mí, que me
va la fiesta más que a un tonto un lapicero, disfruto junto a
mi Vero.
En un momento dado Liam cuenta en voz alta que las
negociaciones con Master Good siguen adelante y que
pronto viajará a Nueva York para reunirse con el dueño de la
empresa. Naím sonríe orgulloso y, acto seguido, veo cómo
los dos hermanos se abrazan.
—Si lo conseguimos, será maravilloso —señala Margot.
Naím y Liam asienten, y el primero indica dirigiéndose a
ella:
—Mi familia y yo te agradecemos mucho todo lo que
estás haciendo por nosotros, Margot.
Doña Querida sonríe. Yo intento no mirar a Liam, pero
inconscientemente mis ojos lo buscan. Sin cambiar la
expresión, veo que charla con aquella y esta le hace ojitos.
¿De qué estarán hablando? En un momento dado observo
que él mira su teléfono móvil y sonríe. Segundos después se
lo enseña a Margot y esta, tras mirar el móvil, se lo quita de
las manos y lo deja sobre la mesa ante el gesto algo
incómodo de Liam.
Después de la cena, en la que me pongo ceporra a cosas
riquísimas, cuando estamos saliendo del restaurante para
dirigirnos al Salseando Alejo me pregunta:
—¿Vienes conmigo?
Sin dudarlo, asiento. Lo último que quiero es ir sujetando
la vela entre Liam y Margot. Y, cuando llegamos al parking,
donde todos hemos dejado nuestros coches, veo que Liam
se me acerca.
—Mi hermana me ha enviado una foto de Jan —comenta.
—¡Quiero verla! —exijo gustosa.
Él se saca el móvil del bolsillo y me la enseña, y yo me
quiero morir... Mi Gordunflas no puede estar más bonito.
—Es que me lo comoooooo... —susurro encantada.
Liam sonríe, le gusta lo que he dicho, pero Margot
interviene:
—Querido..., el niño sobra esta noche.
De inmediato la miro. ¿En serio ha dicho eso? ¡Jan no
sobra nunca!
Y cuando veo que Liam no le hace ni puñetero caso, pido:
—¿Me puedes pasar la foto por WhatsApp?
Él asiente al instante y, cuando la recibo, exclamo feliz:
—¡Graciassssss!
Liam sonríe.
Entonces Alejo se acerca a mí y señala:
—Mi moto es aquella negra.
Al oírlo sigo la dirección de su dedo.
—¿Esa Suzuki GSX-R750 es tuya? —murmuro.
—Sí —dice él.
Encantada, afirmo con la cabeza. Recuerdo que a mi
hermano le gustaba mucho esa moto.
—Es todo un clásico —comento—. Gracias a ella llegaron
las deportivas de cuatro cilindros.
Según digo eso, veo que Alejo mira a Liam con guasa y,
después, mirándome de nuevo a mí pregunta:
—¿En serio sabes de motos?
Vuelvo a asentir. No es que sea una entendida, pero hay
ciertas cosas que sí sé. Y cuando voy a hablar, Alejo indica
mirando a Liam:
—Menudo descubrimiento es Amara.
Eso me hace gracia, aunque creo que a Margot no tanto,
y menos aún cuando Liam responde:
—No lo sabes tú bien.
Encantada por ello, y deseosa de montar en esa moto y,
sobre todo, de conducirla, pregunto dirigiéndome a Alejo:
—¿Me dejarías llevarla?
Sin dudarlo, él me lanza las llaves, las atrapo al vuelo y,
ante el extraño gesto de Liam, indico mirando la preciosa
moto:
—Jefe, ¡nos vemos en el Salseando!
¡¿«Jefe»?! ¿Por qué lo habré llamado así cuando nunca lo
hago?
Pero, sin querer darle más importancia, me encamino
junto a Alejo hacia su preciosa moto azul y blanca. Me pasa
un casco y luego él se pone el otro, y cuando nos montamos
y arranco el motor, antes de bajarme la visera del casco,
indico:
—Agárrate bien.
Dicho esto, le doy gas. Salgo del parking y, guiada por
Alejo, nos metemos en la autopista, y disfruto como una
loca de su conducción mientras siento en mi corazón que mi
hermano va conmigo en la preciosa moto y ambos estamos
felices.
Capítulo 30

Tras dar un largo paseo con la bonita moto, cuando


considero que ya hemos de ir al Salseando, me detengo en
una cuneta y, tras cambiar de posición con Alejo, permito
que sea ahora él quien conduzca.
Agarrada a su cintura, voy de paquete en la moto y
disfruto del sonido que tiene la Suzuki, así como de la
libertad que siempre me proporciona montar en moto.
Tras aparcar en la entrada del local, sonrientes y cogidos
de la mano, entramos y rápidamente él localiza al grupo y
nos acercamos a ellos.
Veo a Liam y a Naím hablando en la barra, mientras
Margot charla con una de las otras chicas que me han
presentado en la cena.
—Pero ¿adónde habéis ido? —pregunta Verónica
acercándose.
Gustosa, me retiro el pelo del rostro. Está claro que haber
llevado el casco de la moto ha destrozado mi peinado, por lo
que, recogiéndomelo en una coleta alta que me da frescura,
respondo:
—No lo sé... Pero la moto de Alejo es una pasada.
—Que sepas que Liam estaba preocupado —musita Vero.
Al oír eso el corazón se me desboca, pero digo intentando
disimular:
—¡Pues ya estoy aquí!
Ambas reímos por aquello; de pronto comienza a sonar
Pa’lla voy de Marc Anthony, y Alejo, pasando por nuestro
lado, nos coge de la mano y nos saca a ambas a bailar.
¡Ni que decir tiene que mi amiga y yo lo seguimos
encantadas!
Como dice la canción, nosotras vamos a donde haya
fiesta. ¡Hay que ver lo que nos va la jarana!
Divertidas y entregadas, nos movemos al ritmo de la
maravillosa salsa con Alejo, que es un excelente bailarín.
Cuando bailo, como siempre dice Zoé, la hija de Vero, me
olvido del mundo. A unos los relaja dormir. A otros los relaja
leer. Pues bien, a mí me relaja bailar. Siento que mi cuerpo
se libera y, uf..., ¡bailo como una loca!
Cuando la canción termina, sedientas, Vero y yo nos
acercamos a la barra, donde están los hermanos Acosta, y
Naím pregunta al vernos:
—¿Qué les apetece beber a las salseras?
Enseguida pedimos lo que queremos y, cuando Naím y
Verónica se están besando, Liam me mira algo incómodo,
como yo, y señala:
—Bailas muy bien.
—¡Gracias! —le agradezco sonriendo.
Luego nos quedamos en silencio mientras la música
suena atronadora a nuestro alrededor; él se acerca más a
mí y pregunta:
—¿Lo has pasado bien conduciendo la moto de Alejo?
—Más que bien... —digo—. ¡Es una pasada!
Liam asiente, lo noto incómodo, e insiste:
—¿Por qué habéis tardado tanto?
Según lo oigo y veo cómo me mira, suelto:
—Una cosita..., no te lo voy a decir.
Él levanta las cejas. Yo espero contestación, pero en ese
instante llega hasta mí Jonay y, tras cogernos a Vero y a mí
de la mano, nos saca de nuevo a la pista a bailar. En esta
ocasión suena I Like It Like That, de CFD y Ross Mitchell, y
encantadas bailamos con él.
Nos movemos al ritmo de la música hasta que de pronto,
al dar una vuelta, me encuentro a Liam de frente y él,
haciéndome un gesto que entiendo a la perfección, me coge
la mano y comienza a bailar conmigo.
¿En serio?
¡Pero buenooooooooooooooooooooo!
Estoy que no doy crédito... Nuestros cuerpos se
contonean, rozándose, y nuestras cabezas se juntan,
tentándonos, mientras bailamos aquella sensual canción.
Boquiabierta, no paro de moverme, al tiempo que me
percato de que Liam es un excelente bailarín. Sus
movimientos perfectamente coordinados me están dejando
loca y, la verdad, no puedo parar de sonreír y de mirarlo,
tanto como él me mira y me sonríe a mí.
Uf..., el calor que me está entrando... Al bailar con el
morenazo de Alejo no he sentido el calor que me está
provocando hacerlo con este rubiales. Uf..., uff..., madre
mía, ¡cómo se me revoluciona el cuerpo!
En uno de los pases que hacemos, intercambio la mirada
con Verónica, que parece tan alucinada como yo con lo que
ve. Pero de pronto Margot se mete por medio y yo termino
bailando en los brazos de otro hombre.
Vale, eso me toca las narices, peroooooo ¡no pasa nada!
Sigo moviendo el esqueleto con aquel desconocido, hasta
que al hacer un nuevo cruce, noto que Liam coge mi mano y
vuelvo a bailar con él.
¡Wooooo, la cara que se le ha quedado a doña Querida...!
De nuevo el calor me sube por todo el cuerpo, mientras
veo que Margot nos observa y ¡se le dispara la bilirrubina!
La tía está amarilla. Su gesto es de enfado y yo, sin saber
por qué, sonrío. Bueno, lo cierto es que sí sé por qué...
A partir de ese instante Liam no suelta mi mano en
ninguno de los cruces que hacemos. Está más que claro que
quiere bailar conmigo, y yo simplemente me dejo llevar...
¿Por qué no?
Cuando acaba la canción nos paramos y reímos
divertidos. Bailar salsa tiene eso, que siempre sonríes al
terminar la canción.
—Pero ¡qué buen bailarín eres! —exclamo mirándolo
sorprendida.
Liam sonríe. Siento que el bailecito le ha gustado tanto
como a mí.
—Tú sí que lo haces bien —responde.
Sonrío. Entonces Margot se le acerca y, cuando empieza
una nueva canción, coge a Liam de la mano y dice:
—Querido, ¿bailamos?
Rápidamente me echo a un lado para darles espacio.
Naím se aproxima a continuación a mí y me tiende una
copa.
—Llevaba tiempo sin ver a mi hermano bailar así —
comenta.
—Pues baila muy bien —le aseguro.
Él sonríe, satisfecho de ver a su hermano feliz. Y luego,
mirándome, añade:
—No sabes cuánto te agradezco todo lo que estás
haciendo por Liam y por Jan.
Sorprendida, levanto las cejas, pero él prosigue:
—Y quiero que sepas que me gusta mucho lo que veo...
Sin entender muy bien sus palabras ni su mirada, sonrío,
y en ese instante Verónica se acerca a nosotros y pregunta:
—¿Desde cuándo Liam baila salsa?
Yo me encojo de hombros. No tenía ni idea.
—Desde que mi madre le enseñó —responde Naím.
Sorprendida y acalorada, bebo de mi copa. Bailar con él
ha sido mágico. Y, al verlo con Margot, que bailando es lo
más parecido a un pato mareado, divertida al observar que
lo pisa en varias ocasiones, cuchicheo:
—Wooooo..., lo sucios que le está dejando los zapatos...
Naím, Verónica y yo nos reímos y nosotras lo animamos a
él a que mueva el cuerpo, pero este huye divertido.
La canción acaba. Liam y Margot se nos acercan, pero
Alejo, cogiéndome la mano, me saca a bailar y a partir de
ese instante ya no paro ni un segundo. Está claro que
atraigo al morenazo del pediatra y, oye, reconozco que me
hace gracia sentir esa atracción, aunque más gracia me
hace sentir cómo Liam me busca con la mirada.
¡Madre mía, cómo nos buscamos, y el morbo que eso me
provoca...!
A las cuatro de la madrugada decidimos dar por concluida
la noche y, cuando estamos saliendo del local, veo que Liam
y Margot se alejan. Desde mi posición junto al grupo
observo con disimulo a la parejita feliz; entonces veo que un
coche para y Margot, tras darle un beso en los labios, monta
en él y se va.
¿En serio no van a acabar la noche juntos?
Tras darme la vuelta para que Liam no piense que lo
observo, estoy hablando con Verónica cuando esta me
pregunta:
—¡¿Bien?!
—¡Genial!
Ambas sonreímos y luego, bajando la voz, me comenta:
—A Alejo lo tienes loco.
Divertida, asiento. Lo sé. No soy tonta. Pero, consciente
de quién se trata, digo:
—Es el pediatra de Jan.
—¡¿Y...?!
—Y no quiero líos.
Veo que mi amiga asiente.
—Si fuera un desconocido, posiblemente esta noche
colonizaría la isla de Tenerife —insisto—, perooooo...
sabiendo quién es..., uf...
Verónica entiende muy bien lo que digo.
—Sé que evitas hablar de ello —añade—, pero ¿me vas a
explicar de una vez qué es lo que está pasando entre el Ser
Supremo y tú?
—Vero, pero ¡¿qué dices?!
Mi amiga sonríe con comicidad, parpadea divertida y,
bajando la voz, añade:
—Pececita..., Naím y yo tenemos ojos. Solo digo eso. Yo te
conozco a ti y Naím a su hermano. Peroooooo ¡no voy a
preguntar más!
Nos miramos. Sé que negar lo evidente es cada día más
difícil con ella.
—¡Ya hablaremos! —murmuro resoplando.
Vero cabecea con una sonrisa.
—Lo sabía —cuchichea—. Sabía que algo me ocultabas.
Resoplo, no sé si reír o llorar.
—Escucha a Pablo Alborán —musito.
Eso sorprende a mi amiga, que, bajando aún más la voz,
susurra:
—Una cosita, reina... Hay una canción llamada Como
antes, de un tipo llamado Llane. ¿La conoces?
—No.
Vero asiente y luego, sonriendo, advierte:
—Ojito con esa canción: si te la pone un Acosta es porque
quiere algo contigo.
—Pero ¿qué dices?
Mi amiga vuelve a asentir.
—Naím me dijo hace tiempo que es un tema muy especial
para ellos —matiza.
La miro boquiabierta y en ese instante el aludido se
aproxima. Le dice algo al oído a Vero y esta, mirándome,
informa saltando de felicidad:
—Ya está todo preparado para que el viernes que viene
hagamos nuestra primera cena en El Valhalla a la luz de la
luna.
Saber eso me alegra. Que el proyecto siga adelante es
todo un triunfo.
—Naím acaba de mirar su correo y tenía un email que
decía que el viernes podemos inaugurarlo —aclara.
—¡Estupendo! —digo.
Naím sonríe.
—He contratado a un grupito de música en plan chill out
que creo que gustará mucho.
—Eso seguro —afirmo encantada, pero añado—: Aunque
un violinista a la luz de la luna sería más mágico...
Naím y Vero se miran. Por sus miradas veo que les gusta
la idea, y entonces añado pensando en Vasile:
—Cuando queráis yo os traigo al mejor violinista que
escucharéis jamás.
Sin dudarlo mis amigos asienten. Me encanta ver su
alegría.
—¿Te apetece tomar la última? —me pregunta entonces
Alejo, que se ha acercado a nosotros.
Rápidamente niego con la cabeza y noto la decepción en
su rostro. Creo que esperaba otra contestación.
—Quizá otro día —digo.
Él asiente. Por su gesto veo que no se lo toma a mal; en
ese momento observo que Liam se une al grupo y pregunta
mirándome:
—¿Nos vamos para casa?
Según dice eso de «para casa» asiento.
¡Madre mía, lo que me entra por el cuerpo! ¿Al final
vivimos juntos?
Yo no soy tonta, como tampoco lo es Verónica. Soy
consciente de las miraditas que Liam y yo nos hemos
echado durante la noche y, tras despedirme de todo el
mundo y asentir ante las propuestas de volver a quedar otro
día, le guiño un ojo a Verónica y echo a andar con Liam por
la calle en busca de su coche.
Caminamos un trecho en silencio hasta que él pregunta:
—¿Lo has pasado bien?
—Muy bien —digo enseguida—. ¿Y tú?
Liam, que va con las manos metidas en los bolsillos de su
pantalón, afirma:
—Reconozco que sí.
Verlo sonreír, como siempre, es un lujo, y entonces,
recordando algo, comento:
—Naím ha dicho que tu madre te enseñó a bailar.
Él asiente y, tras tomar aire, musita:
—Mi madre era la mujer más vitalista del mundo. Le
encantaba la música y, entre otras muchas cosas, nos
enseñó a escuchar música y a bailarla.
Asiento, me gusta saber eso.
—¿Era tan romántica como lo es Naím? —pregunto a
continuación.
Al momento él vuelve a asentir y declara incluyéndose:
—Los Acosta somos unos románticos.
Eso me hace gracia.
—Bueno, bueno... —replico—, creo que unos más que
otros.
Liam sonríe.
—Si lo dices por Naím, tienes razón.
—¿Y por qué te has incluido antes? —insisto como una
buena cotilla.
Veo que él niega con la cabeza y finalmente responde:
—Porque lo era hasta que las circunstancias me hicieron
dejar de serlo.
Ambos sonreímos, y de pronto él inquiere achinando los
ojos:
—¿Qué hace ese tipo junto a mi coche?
Al mirar veo a un chaval que no tendrá más de treinta
años y que apoya las manos en el cristal del pasajero para
mirar en su interior. De inmediato deduzco lo que quiere
hacer y, ni corta ni perezosa, grito:
—¡Ehhhh, tú! ¿Qué narices buscas?
Según digo eso, el chico nos mira. ¡Lo hemos pillado! Y,
sin más, echa a correr y yo, no sé por qué, voy tras él hasta
que, al saltar unos setos, unas manos me agarran por la
cintura y me detienen. Es Liam, que, mirándome, pregunta:
—¿Se puede saber adónde vas?
Acelerada por el momento, rápidamente miro al chaval,
que desaparece al fondo de una calle y, cuando voy a
responder, Liam me deposita de nuevo en el suelo y sisea
con gesto de enfado:
—¡Pero ¿es que tú no tienes cabeza?! ¿Adónde ibas?
Asiento, tiene razón. No tengo cabeza.
Y al mirarlo para contestar y observar sus ojos tan cerca
de los míos, me siento como en una nubecita de deseo y
lujuria y, sin pensar nada más, lo beso y él me responde sin
dudarlo.
¡Madrecitalindaydelamorhermosoquépedazodebesoqueno
sestamosdando!
Durante unos minutos Liam y yo nos besamos con
auténtico deseo bajo la luz de una farola.
Solo por cómo me pega a su cuerpo sé que me desea
tanto como yo lo deseo a él, e, igual que hemos comenzado,
nos separamos y, mirándonos con las respiraciones
aceleradas, no sabemos qué decir, hasta que empiezo:
—Yo...
Liam me hace callar con un gesto. Seguimos mirándonos
en silencio durante unos segundos y luego,
recomponiéndose, dice:
—Vámonos.
Acalorada y en cierto modo avergonzada por haberme
lanzado a su boca de esa manera, asiento y, cuando
llegamos a su coche y él abre, nos subimos. Según arranca
el vehículo, la voz de Pablo comienza a sonar y Liam se
apresura a apagar la música. ¡Vaya cabreo que lleva el
colega!
Regresamos en silencio a la casa, donde, al llegar, él se
va a su habitación y yo a la mía con tal calentón que no sé
cómo me voy a dormir.
Capítulo 31

El domingo Jan regresa de su fin de semana con Florencia y


Horacio, y Liam y yo lo recibimos como se merece: con
alegría y amor.
Tener al pequeñín conmigo me parece maravilloso y, al
ver el modo en que Liam lo abraza, sé que a él también.
Pasan un par de días y voy a ver la piscina de la que me
habló Magdalena. Allí me presenta a Irene y, encantada,
junto a Verónica y Jan, observo el entrenamiento. Irene lo
hace muy bien, pero algo me dice que yo puedo enseñarles
un poquito más.
Al día siguiente busco con curiosidad la canción Como
antes, de Llane, y ¡casi muero de amor al ver lo romántica
que es! ¿La pondrá Liam en algún momento dando a
entender que quiere algo conmigo?
Él y yo nos vemos lo justo y necesario y no hemos vuelto
a comentar lo que ocurrió bajo la farola la otra noche. Está
claro que fue un error. Pero, joder, ¡qué besazo nos dimos y
qué romántico fue!
El viernes por la tarde, tras una mañana en la que me he
sentido bastante nostálgica, pongo requeteguapo a mi
Gordunflas, y cuando veo aparecer un coche que Liam nos
ha mandado, montamos en él y nos dirigimos a Bodegas
Verode, en Tacoronte. Esta noche es la inauguración de El
Valhalla y no me lo quiero perder.
Como era de esperar, todos los Acosta están aquí.
Quieren presenciar el arranque del nuevo proyecto, y la
verdad es que todos gozamos viendo que los comensales
disfrutan de la cena, la luna, el vino, la música y el lugar
iluminado por cientos de bombillitas blancas.
Verlo materializado en algo real me emociona, y con lo
tontorrona que estoy hoy, tomo aire e intento no llorar...
¡Menudo día llevo!
Liam y Naím están pendientes de todo. Verlos en su
faceta profesional, tan serios, me hace gracia. Y cuando el
encargado del evento los informa de que todo está bajo
control, Horacio, el patriarca, dirigiéndose a sus hijos,
sugiere:
—¿Qué tal si ahora la familia nos vamos a tomar algo a
otro lugar para celebrarlo?
Sin dudarlo todos asienten y, por supuesto, aunque no
soy de la familia, yo también lo hago.
Con mi Gordunflas en brazos voy hacia el coche de Liam,
y una vez que siento a Jan en su sillita, me monto en el
asiento delantero.
—A mi madre le habría encantado verlo —comenta él
entonces al ver el lugar iluminado por cientos de
bombillitas.
Percibir la pena en su tono me entristece. Si él piensa en
su madre tanto como yo en mi hermano, lo compadezco. Y
sabiendo lo que duele esa ausencia, pongo la mano sobre
su brazo y, cuando me mira, indico:
—Ten por seguro que lo está viendo.
Con una sonrisa, él asiente y, arrancando el vehículo,
conduce detrás de Naím y Florencia mientras yo pienso en
Raúl y tengo ganas de llorar. Pero no... Ahora no es
momento de hacerlo.
En cuanto llegamos a un local con una preciosa terraza,
sacamos el cochecito de Jan, lo sentamos en él y nos
dirigimos hacia donde está el resto de la familia. Voy
callada, sigo pensando en Raúl.
—¿Te ocurre algo? —oigo que pregunta Liam.
Rápidamente niego con la cabeza. No quiero dramas.
Pero, al pasar junto a una de las mesas, me fijo en que hay
una señora mayor sentada sola. Mi mirada va directa hacia
ella porque me recuerda a Encarnita, y eso hace que el
corazón se me acelere. Lo que me faltaba..., pensar en Raúl
y ahora en Encarnita.
¡No me jorobes que ahora llegan las ganas de llorar!
Tomo aire. No pienso llorar.
Y entonces la mujer, al vernos, sonríe y dice dirigiéndose
a Liam y a mí:
—¡Qué hermosura de niño!
Gustosos, ambos asentimos y nos detenemos, y luego
ella pregunta:
—¿Qué tiempo tiene?
—Nueve meses —respondemos al unísono.
Al decirlo nos miramos y sonreímos, y la mujer añade:
—Disfrutadlo con mucho amor, parejita. Que la vida pasa
rápido y los hijos crecen.
Al oír eso voy a decir que ni somos parejita ni es mi hijo,
pero Liam se me adelanta.
—Lo haremos —asegura—. Gracias, señora.
Una vez que proseguimos el camino, lo miro y él indica:
—Habríamos tardado más en aclarar que en dar las
gracias...
Asiento, tiene razón, y no digo más.
Cuando llegamos junto a los demás, todos nos sentamos
alrededor de la mesa y, entre risas y jaleo, pedimos unas
bebidas mientras mis ojos vuelven a dirigirse hacia aquella
señora. Hay que ver lo que me recuerda a la buena de
Encarnita.
—Maamááá...
Según oigo eso miro a Jan.
¡¿Qué?! ¡¿En serio?! ¡¿Ha dicho lo que creo?!
¿Me ha llamado «mamá»?
Un momento, un momento... Una cosa es que la señora
que se parece a Encarnita piense que soy la madre del
pequeño, y otra muy distinta es que Jan lo crea.
¡Uf, madre mía, lo que me entra...!
Miro a Liam, que está a mi lado, por si lo ha oído, pero
está hablando con Naím y no se ha enterado de lo ocurrido.
Entonces, dirigiéndome al pequeño, pregunto:
—¿Qué has dicho, mi vida?
Pero la respuesta de Jan es una sonrisa. No repite la
palabra y yo, que hoy estoy sensible y tontorrona, siento
una emoción que no entiendo. Ay, Dios, que lloro...
Pasan los minutos y Jan no vuelve a decirlo. Quizá lo haya
entendido mal. Intento centrarme en la felicidad que todos
aquellos derrochan. Esta noche los Acosta están al completo
y Horacio está feliz. En su rostro veo que tener a toda su
familia reunida es una de las cosas que más le gustan en el
mundo.
—Lo que disfrutas tú esto, ¡¿ehhhh?! —cuchicheo
mirándolo.
El hombre asiente.
—Míralos —indica—. Son felices. Y la felicidad de mi
familia es también la mía.
Oír eso en el tono que lo dice hace que todo el vello de mi
cuerpo se erice. Familia, qué bonita palabra... Tomo aire.
Uf..., qué tontorrona estoy hoy.
Como me ha pedido Horacio, miro a los Acosta y lo que
veo es una bonita familia unida y feliz que no tiene nada
que ver con lo que hay en mi vida. Emocionada, observo a
Florencia y a Omar, con su nietecito Lionel en brazos. Gael y
Begoña, junto a Xama, que miran el teléfono riendo. Naím y
Verónica, que se besan, mientras que Liam, que ha cogido a
Jan, le hace pedorretas en la tripita.
Ver eso me rompe el corazón y, al mismo tiempo, me lo
sana. Me lo rompe porque es algo que yo nunca he tenido ni
tendré, y me lo sana porque sé que ellos sí lo tienen.
Soltando aire por la boca, comprendo la felicidad de Horacio
y murmuro:
—Sin duda, es una familia preciosa. Tenéis mucha suerte
de teneros los unos a los otros.
El hombre asiente, y luego pregunta:
—Nunca hablas de tu familia... ¿Cómo es eso?
Sonrío con tristeza y, bajando la voz, explico:
—Porque no merece la pena —y, señalando a Vero, añado
—: Ella es mi familia, y de ella te hablaré cuanto quieras.
Horacio asiente con mil preguntas en la mirada y acto
seguido murmura:
—Me alegra saber que Verónica es tan especial para ti,
pero me apena lo otro.
—La vida es así —afirmo encogiéndome de hombros
mientras intento sonreír.
El hombre me observa.
En ese momento Liam y Naím anuncian las buenas
noticias al respecto de Master Good. Como imaginaba, todos
se alegran muchísimo. Se abrazan. Es evidente que desean
ese contrato con todas sus ganas.
—¿Qué tal con el puntilloso de mi hijo? —oigo que me
dice más tarde Horacio.
Sonrío y cuchicheo:
—Bien. Ahora incluso lo mando a freír espárragos cuando
algo no me cuadra.
Él se ríe a carcajadas por mi respuesta, y al cabo vuelve a
preguntar:
—¿Tienes novio en la Península?
Divertida, niego con la cabeza y Horacio musita:
—Pero ¿qué hace una preciosidad como tú sin un novio al
lado?
—Vivir —digo encogiéndome de hombros.
Mi contestación parece gustarle.
—Liam tampoco tiene novia —añade.
Según dice eso, lo miro con gesto de «¡Noooooooo!», y él
se apresura a aclarar:
—Solo lo digo por si acaso no te has percatado...
—Horaciooooo —me mofo riendo.
El hombre se ríe. Mi gesto divertido debe de hacerle
mucha gracia.
—Ahí lo dejo —agrega—. Desde mi punto de vista, hacéis
una parejita preciosa, y solo hay que ver lo contento que
está mi nieto Jan y cómo sonríe mi hijo para comprender
que están felices a tu lado.
Ahora la que se ríe soy yo. Solo me faltaban esas
palabras para confundirme más aún. Y, mientras observo a
Liam tan trajeado e impoluto, él insiste:
—Liam es un buen muchacho. Por desgracia, la madre de
Jan se la jugó de la manera más ruin, pero espero que abra
los ojos y espabile conociendo a una buena mujer.
Asiento y, siendo consciente de que tonto no es y de que
tampoco le faltan churris, afirmo:
—Tranquilo, que espabilado lo es un rato.
Ahora el que ríe es Horacio.
—Sé que tontea con varias, entre ellas la diseñadora de
joyas...
—Con ella hace una bonita pareja, ¿no crees? —cuchicheo
en cierto modo celosa.
—Sí. Margot es bellísima y, como dices, hacen una bonita
pareja. Es una muchacha trabajadora y agradable, aunque
algo especialita como Liam. —Ambos reímos por eso y luego
añade—: Pero la verdad es que si gracias a ella
conseguimos lo que tanto deseamos para nuestros vinos, no
tendré vida para agradecérselo.
Sonrío. Reconozco que oír eso me pica un poco bastante.
Y entonces, de pronto oigo que Horacio susurra:
—A mí me gustas más tú...
—Uis, madre mía... —Me entra la risa y me mofo—. ¿Me
estás tirando los trastos, Horacio?
Él ríe a carcajadas.
—Hija, yo estoy muy mayor..., pero tengo un hijo alto,
guapo y muy trabajador al que le vendrías de lujo.
Divertida, me río yo también; entonces oímos una
carcajada general y, al levantar la vista, veo que Liam mira
con cara de asco una mancha de vómito del niño que ha
caído sobre su chaqueta cuando lo estaba aupando para
hacerlo reír.
—¡Cuidado, que el vómito te come! —se mofa Florencia.
—Tío, ¡respira, respira, que te estás poniendo verde! —se
burla Gael.
—¡Llamad a una ambulancia! —exclama Naím—. ¡Liam se
ha manchado!
—¡¿Os queréis callar?! —protesta aquel.
Riéndome, veo que Liam mira la mancha y entonces
Verónica, cogiéndole a Jan de los brazos, dice:
—Anda, dame al niño antes de que lo tires.
Todos siguen bromeando y riendo. Se meten con Liam por
su manía con la limpieza. Y entonces él, mirándome,
pregunta con total confianza:
—¿Con qué quito esto?
De inmediato saco un paquete de toallitas de la bolsa que
llevo en el cochecito. Y, tras frotar con cuidado la mancha
de vómito de su chaqueta, al terminar, indico dejando un
cerco húmedo:
—Es lo máximo que se puede hacer. Del resto debe
encargarse la tintorería.
Liam asiente mientras su familia sigue mofándose de él.
Entonces, oliendo la mancha de la chaqueta, se la quita y
murmura:
—¡Uf, qué peste!
Oír eso me hace gracia..., ¡qué tiquismiquis es! Y cuando
Jan me echa los brazos, lo cojo con todo mi amor mientras
ruego a todos los astros del universo que el niño no repita
delante de todos la palabrita que me ha dedicado antes.
¡Aisss, mi Gordunflas!
El camarero regresa con las bebidas que hemos pedido, y,
mientras las servimos en nuestras copas, soy consciente de
que la señora que se parece a Encarnita nos mira y sonríe
para luego llamar al camarero y hablar con él.
Estar con los Acosta al completo suele ser divertido, y
entre bromas disfrutamos del momento. Al rato veo que el
camarero deja una tarta frente a la mujer, lo que llama mi
atención. Pero más aún cuando compruebo que saca algo
de su bolso y lo coloca sobre la tarta. Boquiabierta, veo que
se trata de unas velas con el número 85.
¿Es su cumpleaños?
Instantes después la señora le pide al camarero un
mechero y él le indica que se lo llevará dentro de un
momento.
Rápidamente mi mente comienza a buscar una
explicación de por qué está sola, y cuando no puedo más
me levanto con Jan en brazos y, acercándome a ella, le
pregunto:
—¿Es su cumpleaños?
La mujer asiente y yo, tras mirar a mi alrededor,
pregunto:
—¿Y lo va a celebrar usted sola?
—Sola no —dice y, señalando hacia el cielo con el dedo,
indica—: Ahí arriba tengo a algunos que lo celebran
conmigo.
Según dice eso, y con lo sensible que estoy, siento cómo
los ojos se me llenan de lágrimas. Bueno, bueno, bueno...
Desde que Raúl murió, siempre que es nuestro cumpleaños
pienso que lo celebramos juntos, y oír eso me emociona
muchísimo.
—Mi marido y mi hijo murieron hace años en un accidente
de tráfico —me cuenta—, pero a su manera me hacen saber
que siguen aquí conmigo.
Lo dicho..., ¡que voy a llorar!
Tomo aire por la nariz y lo suelto por la boca. Intento
tranquilizarme mientras Jan hace pedorretas y la señora ríe
y le hace monerías al niño.
No, no y mil veces no. No voy a llorar ni voy a permitir
que la mujer celebre su cumpleaños sola. La miro
angustiada. Ella está sola como probablemente lo estaré yo
también en el futuro.
—¿Cómo se llama? —le pregunto.
—Alfonsina.
En ese instante regresa el camarero y, al veme, dice:
—Aquí tienes un mechero para encender las velas.
Sin dudarlo lo cojo y, cuando vuelvo a mirar a la mujer,
sin saber por qué indico:
—Jan y yo le cantaremos el Cumpleaños feliz.
La mujer asiente encantada; entonces Liam se acerca a
nosotros.
—¿Ocurre algo? —pregunta.
Intentando no llorar, pues la situación de Alfonsina me ha
emocionado mucho, lo miro y, tras coger aire para que las
lágrimas no se me escapen, contesto con un hilo de voz:
—Es el cumpleaños de Alfonsina.
—Heyyy, ¿qué te pasa? —musita preocupado en un tono
íntimo que no le conocía.
Resoplo, contengo las lágrimas, y mientras siento sus
manos en mi cintura, digo:
—Está sola. No tiene familia... Y voy a encenderle las
velas para cantarle el Cumpleaños feliz.
Según digo eso Liam parpadea. De inmediato seca una
lágrima que se me escapa para que aquella no la vea y,
mirando a la mujer, dice:
—Alfonsina, soy Liam... ¡Felicidades!
La mujer ríe. Y él añade para darme unos segundos:
—¿Qué le parece si se sienta con nosotros y le cantamos
el Cumpleaños feliz?
La mujer, boquiabierta, no sabe qué decir. Entonces
Horacio llega hasta nosotros, Liam le cuenta lo que ocurre y,
segundos después, todos los Acosta estamos alrededor de
Alfonsina cantándole la canción de cumpleaños.
Emocionada, e intentando sonreír, entono la cancioncita
con Jan en brazos, mientras siento que el corazón se me
rompe en cachitos por la situación de aquella mujer, por la
muerte de Encarnita y por el recuerdo de mi hermano. ¡Se
me junta todo!
Cuando terminamos todos aplaudimos y, sin que yo diga
nada, Florencia ordena que nos movamos para sentarnos
todos alrededor de Alfonsina.
Mientras mueven las mesas y las sillas, yo estoy de pie
con Jan entre mis brazos y noto que me falta el aire. Ay,
Dios..., ¡ay, Dios!, que me entra la llorera y no voy a poder
contenerme.
Verónica se aproxima entonces a mí y al verme susurra:
—Cielo, ¿qué te pasa?
Miro a mi amiga y, con un hilo de voz, soy capaz de decir:
—Que de pronto me han entrado unas ganas locas de
llorar y no quiero que me vean.
No puedo decir más, pues Liam se acerca a nosotras y,
tras quitarme al niño de los brazos, se lo entrega a mi amiga
y, cogiéndome por la cintura, dice:
—Enseguida volvemos.
Con los ojos encharcados en lágrimas me dejo guiar por
él. No sé adónde me lleva, hasta que llegamos a un punto
del local donde no hay tanta luz y señala:
—Aquí nadie te verá llorar.
En cuanto dice eso me desmorono de una manera que ni
yo misma entiendo, y Liam me abraza. Sin poder parar, las
lágrimas salen a borbotones de mis ojos como llevaban
tiempo sin hacerlo. Está claro que se me ha juntado todo:
Raúl, Encarnita, la situación de aquella mujer, el lío que yo
me estoy creando en la cabeza con Liam... Todo,
absolutamente todo me sobrepasa en este momento.
De pronto noto sus manos alrededor de mi cuerpo y su
boca en mi coronilla. La besa, me da mimos mientras
susurra:
—Ya está, mi niña..., tranquila.
Ay, Dios, que me ha dicho «mi niña». Y no..., no está. No
puedo dejar de llorar.
Pasados unos minutos en los que suelto un río de
lágrimas, cuando consigo serenarme me aparto de él y
murmuro avergonzada:
—Lo siento, lo siento...
El gesto de Liam es de desconcierto. Es la primera vez
que me ve llorar.
—¿Qué te pasa? —quiere saber—. ¿Por qué lloras así?
Según lo oigo, suspiro. Explicar lo que siento es triste,
duro, y hará que me vuelva a derrumbar, por lo que
tomando aire musito:
—No quiero hablar de ello ahora.
Él acepta mis palabras, y, pasados unos instantes,
pregunta:
—¿Me lo contarás en otro momento?
Asiento. Dudo que lo haga, pero ahora, con tal de que me
deje, asiento.
—¿Ya estás mejor? —dice al cabo de un rato.
Sin dudarlo, le digo que sí y, tras mirarlo a él, indico:
—La que no está tan bien es tu camisa...
Rápidamente Liam se mira la pechera y, al ver los cercos
que han dejado mis lágrimas, sonríe y asegura con un hilo
de voz:
—Mientras tú estés bien, el resto no importa.
En cuanto dice eso, nos miramos a los ojos.
Uf..., lo que siento.
Uf..., esas palabras.
Uf..., cómo me mira.
De pronto comienzan a sonar las voces de la familia
Acosta cantando la canción que tanto le gusta a Jan, la que
yo le canto siempre para dormir.
Liam y yo nos miramos en silencio. Nuestras bocas están
cada vez más cerca, e inevitablemente ocurre lo que tiene
que ocurrir y nos besamos. Nuestras lenguas comienzan a
juguetear, hasta que de pronto oímos que alguien dice:
—Me manda Verónica... ¿Estáis bien?
Al instante nos separamos. Naím nos mira, el pobre sabe
que ha interrumpido algo, y dice con apuro:
—Perdón..., perdón...
Liam y yo nos separamos más aún, el aire corre entre
nosotros, y Naím añade incómodo:
—Jan está llorando porque no os ve.
Asiento. Ahora entiendo por qué todos están cantando
aquella canción tan especial. Naím se marcha y Liam y yo
nos miramos.
Nuestros ojos dicen lo que nuestras bocas callan. Y,
deseosa de saber, pregunto:
—¿Puedo ser sincera contigo y prometes no cambiar tu
actitud por ello?
Él levanta las cejas y se apresura a decir:
—No me digas que nos dejas, porque si es eso, yo...
—No, no es eso —lo corto.
Él asiente.
—Entonces nada de lo que me digas podrá cambiar nada
—murmura.
Según lo oigo, cierro los ojos. Creo que no espera lo que
voy a decirle y, sin anestesia, suelto:
—Soy de las que van a por las cosas cuando las quieren
y..., bueno, yo... yo... siento algo por ti y tengo la impresión
de que tú también lo sientes por mí.
Liam permanece inmóvil. ¡Madre mía, ¿qué acabo de
decir?!
Creo que ni siquiera respira y, cuando voy a continuar,
repone:
—No puedo negar que me atraes. Pero, haciendo honor a
tu sinceridad y sin que cambie tu actitud hacia mí, yo no
quiero nada serio contigo.
Sus palabras consiguen que mi cuerpo y mi valentía
regresen a la jodida realidad. Le gusto. Lo atraigo para un
revolcón..., quizá dos. Pero no soy lo que él busca para su
vida, y ante eso nada puedo hacer, por lo que asiento y
callo. No hay más que hablar.
Volvemos a quedarnos en silencio. Si encima de lo que le
he dicho le cuento que antes el niño me ha llamado
«mamá», creo que me voy a extralimitar. Y, avergonzada
por haber soltado aquella bomba atómica, le pregunto:
—¿Se nota mucho que he llorado?
Liam, que no ha despegado sus ojos de mí, niega con la
cabeza.
—Tranquila. Ya no se nota nada.
Acto seguido asiento, sonrío y, tomando aire, digo:
—Pues regresemos con los demás. Es lo mejor —y cuando
echamos a andar agrego—: Espero que lo que te he dicho
no cambie en nada nuestra relación laboral.
—Por mi parte, puedo asegurarte que no —afirma él
caminando a mi lado.
Cabeceo. Qué gusto tener esa seguridad. Yo, por mi
parte, ya la he cagado. Creo que me he enamorado de mi
jefe y, conociéndome, miedo me da cómo voy a gestionar
esto. Pero, fabricando la mejor de mis sonrisas, sigo
andando hasta llegar a donde está el grupo y, una vez con
los demás, vuelvo a ocultar mi tristeza tras esa sonrisa que
todo el mundo cree que es auténtica.
Capítulo 32

Pasan algunos días en los que intento disimular lo mal que


me encuentro tras haberle hablado a mi jefe de mis
sentimientos hacia él. ¿Acaso puedo ser más tonta?
Pero ¿cómo se me ocurrió hacer algo así?
Por suerte Liam no menciona lo sucedido. Por desgracia,
yo no lo puedo olvidar.
Jan es un excelente hilo conductor entre nosotros. Cuando
estamos los tres, el niño se ocupa de mantenernos
entretenidos, y sorprendentemente no ha vuelto a llamarme
«mamá». Sin duda, ese día oí mal. No obstante, en varias
ocasiones mi mente me traiciona cuando estamos los tres y
parecemos una familia. Enseguida la meto en vereda: lo que
no es no es, y se acabó.
Llega el fin de semana, que me he pedido libre. Lo
necesito.
Cuando me despierto tengo esa sensación de llevar
durmiendo muchas horas y, al mirar el despertador, me
quedo sin habla.
¡Las diez y cuarto de la mañana!
Horrorizada, y pensando en el niño, miro el vigilabebés de
Jan, pero compruebo que está apagado. ¡Si ha llorado, no lo
he oído!
Angustiada, salgo rápidamente de la habitación y al
entrar en la suya me quedo parada al ver que el niño no
está en la cuna.
¿Dónde está? ¿Qué ha pasado?
De inmediato salgo en su busca, pero entonces me
encuentro con Liam en la cocina, tomándose un café. Mi
gesto debe de ser tal que, al verme, indica:
—Se ha ido con Florencia y con mi padre. Lo traerán
mañana al mediodía. Pensaba cuidarlo yo, pero ha sido
imposible llevarle la contraria a mi hermana.
Ambos sonreímos y, retirándome el pelo del rostro,
musito azorada:
—No sé cómo no me he despertado antes.
Liam sonríe de nuevo.
—Quizá porque necesitabas dormir.
Sin dudarlo, asiento. Me encanta dormir, siempre me ha
gustado.
—Creo que sí, que lo necesitaba —indico suspirando.
Él se levanta entonces y, yendo hacia la cafetera,
pregunta:
—¿Quieres un café?
Afirmo. Él me lo prepara y, cuando va a servírmelo,
comenta:
—Como siempre..., descalza.
Eso me hace sonreír, y digo cogiendo el café:
—Gracias.
Liam vuelve a sentarse mientras yo me quedo apoyada
en la encimera. Desde donde estoy observo cómo Pepa,
Pepe y Tigre corren por el jardín. Hay que ver cuánto
disfruta mi chiquitín de esa libertad.
—¿Qué planes tienes para el fin de semana? —oigo que
me pregunta él entonces.
—Conocer la isla y disfrutarla con mi moto —contesto—.
He quedado con Verónica. Me ha dicho que iremos a la
playa de Benijo y, después, a un mirador llamado
Aguanosequé.
—El mirador de Aguaide, en Chinamada.
—¡Ese!
Liam sonríe, yo también.
—Esta noche además terminaremos bailando salsa. ¿Te
apuntas? —añado.
Según digo eso veo que niega con la cabeza e indica:
—No. Tengo planes con Aldegonda.
Vaya..., ¡tiene planes con la Algodón! Como se entere
Margot, bueno, bueno...
Ambos asentimos. Aunque intentamos aparentar
normalidad, yo noto que el aire circula lentamente entre
nosotros. ¿Lo notará él también? Y, terminándome el café
para desaparecer, miro el reloj y digo:
—Voy a ducharme, debo recoger a Verónica a las once y
media.
—Pasadlo bien.
Cuando oigo eso, le guiño un ojo y afirmo:
—¡Te lo prometo!
Al salir de la cocina me regaño a mí misma. ¿Por qué le
habré guiñado el ojo? Pero, sin querer pensar más en ello,
entro en mi habitación, donde me desnudo, y me meto en la
preciosa ducha.
Diez minutos después, cuando estoy secándome el pelo,
suena mi teléfono. Al ver que es Verónica lo cojo y oigo:
—Me duele muchísimo el estómago. Creo que estoy
incubando algo y no me encuentro bien como para ir a la
playa y pasar el día fuera de casa.
—Ratona, no pasa nada.
Pero mi Vero gruñe:
—¡Joder! Teníamos planes y...
—Tranquila, tendremos otros fines de semana libres.
Tras hablar unos segundos más con ella, una vez que
cuelgo el teléfono me entra un mensaje de Alessandro, el
periodista, que dice:
En septiembre voy a la isla a hacer
un reportaje. ¿Nos vemos?

En cuanto leo eso me río y, sin dudarlo, tecleo en mi


móvil:
Avísame cuando estés aquí.

Una vez que lo envío, y algo apenada por no poder contar


durante el fin de semana con Verónica, me siento en la
cama y, mientras me pongo un bikini, unas bermudas y una
camiseta, pienso qué hacer. En la casa, sin Jan y a solas con
Liam, que para mí es una gran tentación, no pienso
quedarme, y tras calzarme unas botas, decido irme en plan
aventura. Meto en una mochila una gorra, crema solar, mi
documentación y una toalla, y, cogiendo mi casco de moto,
salgo de mi cuarto y también de la casa.
Al llegar al jardín, Pepa y Pepe vienen a saludarme.
Sorprendida, miro a mi alrededor. ¿Y Tigre?
Rápidamente lo busco con la mirada, hasta que aparece
corriendo y sonrío. Sale de la casa y veo que lleva algo en la
boca.
¿Qué es?
Desde la distancia lo llamo. Tigre viene y me quiero morir
cuando distingo qué es lo que lleva en la boca.
¡Ay, Dios, como lo vea Liam, lo va a matar!
Sin dar crédito, lo hago venir hasta mí y, cuando se
acerca, le quito con cuidado uno de los cinco samuráis que
Liam tiene en el mueble del salón y que Claudia me indicó
que no podían tocarse. De reojo, miro hacia la casa. Por
suerte Liam no nos ve y, con cuidado, meto la delicada
figurita en mi mochila y murmuro mirando a mi perro:
—¿Acaso pretendes que nos echen de aquí?
Tigre me mira parado frente a mí. Como siempre, parece
que sonríe. Me doy la vuelta y me encamino hacia el garaje.
Dejaré allí escondida la figurita y cuando regrese volveré a
colocarla en su sitio. Con suerte Liam no se dará cuenta.
Pepa, Pepe y Tigre me persiguen.
Una vez que llego al garaje Tigre se sube al sillín de mi
moto de un salto. Eso me hace saber que se quiere venir
conmigo y, tras cogerlo con cariño, lo estoy bajando al suelo
cuando oigo:
—Ya vas tarde.
—¡Joder! —grito sobresaltada.
Del susto que me doy, suelto a Tigre y también la
mochila. Pero, por suerte, reacciono a tiempo e, igual que
suelto a mi perro, la cojo al vuelo, aunque inevitablemente
la mochila cae al suelo y de inmediato oigo un «¡clanc!».
No..., no..., no..., lo que estoy pensando no puede ser
verdad...
Horrorizada, tengo la certeza de qué ha sido el ruido que
he oído.
Entonces Liam se acerca a mí rápidamente y, tras recoger
mi mochila, me la tiende.
—Lo siento... —dice—. Creía que me habías oído entrar.
Paralizada, no sé qué decir. La que lo siente soy yo.
—Creo que, al caer la mochila, se ha roto algo —añade
acto seguido.
Ay, Dios... Ay, Dios, ¡me quiero morir!
Intuyo que el ruido ha sido la figurita, que se ha roto, y
pensando cómo voy a ser capaz de confesárselo, murmuro:
—Cualquier día me matas de un susto.
Liam sonríe. Yo, en cambio, no puedo.
—¿Vas a comprobar si se ha roto algo? —pregunta él a
continuación.
Con cara de circunstancias, asiento y entonces veo que
se mira el reloj.
—¿No vas un poco tarde para recoger a Verónica?
Sin poder evitarlo, abro mi mochila y... Dios, Dios..., ¡me
quiero morir! El samurái está partido en tres trozos... ¡Tres!
Me apresuro a cerrarla de nuevo y, al ver cómo me mira a la
espera de una respuesta por mi parte, indico fabricando una
sonrisa:
—Todo está bien.
Liam asiente.
—Menos mal —dice—. Por un momento he pensado que
se había roto algo.
Madre mía..., madre mía..., ¡creo que se me va a salir el
corazón del pecho! Por ello, e intentando disimular mi
desconcierto, cojo mi móvil, busco enseguida cómo llegar a
la playa de Benijo y explico:
—Al final no veré a Verónica hoy.
—¿Por qué? ¿Ha ocurrido algo?
Digo que sí con la cabeza. Claro que ha ocurrido: hemos
roto una figurita... Pero, subiéndome en mi moto, indico sin
querer alarmarlo:
—No se encuentra bien.
Veo que Liam asiente y luego, enseñándole el mapa que
me ha trazado mi móvil, pregunto descolocada:
—¿Esta es la mejor ruta para llegar a la playa de Benijo?
Liam mira la pantalla de mi teléfono y luego contesta:
—Sin duda alguna.
Según dice eso, asiento. Ay, Dios..., ¡que nos hemos
cargado la figurita!
Y entonces él pregunta mirándome:
—¿Te pasa algo?
Ufff..., ¡que me lo nota!
Miro a Tigre. Este sigue sonriendo. ¡La madre que lo
parió!
Y, guardándome el móvil dentro de la chaquetilla que me
he puesto, rápidamente me coloco el casco, arranco la moto
y digo metiendo primera:
—¡Que tengas un buen día!
Liam asiente con gesto extrañado. Y yo, dirigiéndome
hacia la cancela, la abro con el mando a distancia y, una vez
que salgo, vuelvo a cerrarla con cuidado de que los perros
se queden dentro.
Echo un vistazo al vigilante. Desde su caseta Agoney me
devuelve la mirada. En sus ojos creo adivinar que sabe que
guardo un secreto... Y, metiendo primera, suelto embrague,
aprieto el acelerador y me marcho de allí a toda leche.
Capítulo 33

Encontrar la playa de Benijo ha sido más fácil de lo que


imaginaba.
Una vez que aparco mi moto bajo un árbol para
protegerla del sol, camino unos metros hasta que llego a un
sitio en el que, como ya me advirtió Verónica, me quedo sin
habla.
¡Qué preciosidad de playa!
El paisaje que tengo ante mí es una verdadera maravilla
y, tras hacerme un selfi, se lo mando a Vero. Quiero que vea
que he seguido con el plan y no me ha jorobado el día.
Guardo el móvil en el bolsillo de mis bermudas y empiezo
a bajar el mogollón de escaleras que hay hasta la arena.
Pero, en cuanto llego a la playa, me siento tan bien que creo
que el esfuerzo ha merecido la pena.
Acalorada, dejo mi mochila y el resto de mis cosas junto a
las rocas. La marea está bastante alta, y la poca gente que
hay aquí está en el agua, que está muy tranquila.
Gustosa, me quito la ropa, me quedo en bikini y corro
hacia el mar.
Una vez dentro, la sensación es maravillosa. El agua me
proporciona el frescor que necesito y, tras nadar un rato y
desfogarme, hago el muerto y disfruto del sol sobre mi
cuerpo y mi rostro.
De inmediato me viene a la mente Jan. ¿Qué estará
haciendo?
Pensar en el pequeño me hace sonreír. Nunca había
estado tanto tiempo con un bebé, y reconozco que me estoy
enamorando de él. En los hospitales en los que he trabajado
he sido la típica enfermera de pediatría que siempre andaba
con algún pequeñín en brazos. Me encantan los niños. Pero
nunca había estado las veinticuatro horas del día con uno
como con Jan y, la verdad, aunque este rato de tranquilidad
me está viniendo de lujo, lo echo de menos.
Pensar en él hace que inevitablemente piense también en
su padre. En ese hombre que tanto me atrae, que me ha
dado calabazas y que creo que se va a enfadar mucho
cuando sepa lo de la figurita del samurái...
¿Cómo se lo digo antes de que se dé cuenta de que le
falta una?
Pienso, pienso y pienso, y cuanto más lo pienso más me
agobio.
Al rato salgo del agua, camino hacia mi toalla y, tan
pronto como me siento en ella, abro mi mochila y, al sacar
la figurita del samurái en tres partes, me desespero. Es tan
fina y delicada que, aunque la pegue con cola, se va a dar
cuenta.
Al mirarla con atención distingo un nombre escrito en
ella. Rápidamente cojo mi móvil, entro en Google y veo que
ese nombre corresponde a un fabricante japonés de
figuritas. Durante unos minutos veo fotos de figuras, hasta
que encuentro las que tiene Liam: «Colección Buena
Sintonía».
Según leo eso, sonrío y musito:
—Perfecto nombrecito.
Busco información sobre cómo conseguir una figurita
igual, y entonces me quedo sin palabras. Cada una de ellas
vale la friolera de tres mil euros... ¿En serio?
Horrorizada, y pensando en cómo conseguir la figura más
barata, vuelvo a meter el samurái en la mochila, saco la
botella de agua, le doy un trago y, cuando miro hacia la
escalera por la que he bajado y por la que luego tendré que
subir, dejo de beber y musito:
—He de racionar para la subida.
Intentando olvidarme de la figurita, cojo mis auriculares,
me los pongo y, tras buscar en Spotify una lista que me
veté, cuando la encuentro me la quedo mirando. Es la lista
de canciones de Pablo Alborán, y saber que a Liam le gusta
tanto hace que quiera escucharla.
—Oficialmente dejas de estar vetada —murmuro.
Acto seguido pongo Pasos de cero —¡qué buen rollito me
da esta canción!—, y mientras la tarareo sonrío, pues, como
dice la letra, qué curiosa es la vida, que me está
sorprendiendo con este amor loco y sin sentido.
Analizo la canción que llevaba tiempo sin escuchar
mientras miro el mar. ¿Por qué iré a fijarme siempre en
quien menos me conviene? ¿Por qué me complicaré la vida
suspirando por hombres que ni siquiera saben que existo?
Durante un buen rato disfruto escuchando a Pablo. Llevo
siglos sin hacerlo y, la verdad, ahora que lo hago siento que
me alegra el corazón, aunque en otros momentos me lo
destroce con la veracidad de sus letras.
Cuando acaba mi lista suenan canciones de otros artistas
y también las disfruto. Empieza Solo déjate amar de
Kalimba, y de inmediato el rostro de Liam aparece de nuevo
en mi mente.
Sonrío. ¡Qué mono es!
Mi imaginación vuela, sueña... Y, oye, yo la dejo volar y
soñar. Total, la imaginación es libre. ¿Quién me la va a
vetar? ¿Y quién va a saber con lo que fantaseo?
Tras esa canción suena otra y otra, y cuando el calor
puede conmigo me quito los auriculares, los dejo sobre la
toalla y corro al mar. Necesito refrescarme.
Gustosa, nado y me zambullo sin descanso durante un
buen rato. Como diría mi amigo Leo, cuando me meto en el
agua me salen branquias de lo mucho que me gusta bucear.
Encantada, disfruto del momento. Vuelvo a quedarme
flotando boca arriba y estoy pasándomelo en grande
cuando de repente oigo:
—¿Piensas quedarte a vivir en el agua?
El salto que doy al oír esa voz tan cerca de mí es
tremendo. Y, al ver que es Liam, gruño sobresaltada:
—Pero ¿es que tú me quieres matar de un susto?
Se ríe. Yo, no sé por qué, me río también, y a continuación
pregunto:
—¿Qué estás haciendo aquí?
Él sonríe, está mojado como yo, e indica:
—Cuando te has ido me he dado cuenta de que había
sido un desconsiderado al no ofrecerme a acompañarte. Así
pues, no lo he pensado y, sabiendo dónde estabas, he
cogido mi moto y me he venido hacia aquí.
Boquiabierta, me quito el agua que me corre por el rostro.
—Pero ¿no tenías planes con Algodón? —inquiero.
Liam se encoge de hombros.
—He llamado a Aldegonda y he anulado la cita.
Sorprendida por ello, no sé qué decir; entonces oigo que
pregunta con picardía:
—Una cosita... ¿Has comido ya?
Divertida por eso de «una cosita», niego con la cabeza.
—Vamos. Te llevaré a comer a un bonito sitio —dice a
continuación.
Según suelta eso comienza a nadar hacia la orilla y yo me
quedo mirándolo. Pero ¿qué está haciendo aquí? ¿Por qué
no está con Algodón? ¿Acaso pretende volverme loca? Sin
moverme, pienso y pienso, y entonces me acuerdo de la
figurita rota que llevo en la mochila.
¿Cómo se lo digo?
Pero, sin tiempo que perder, y en cierto modo encantada
por su inesperada visita, llego buceando hasta donde está él
y, cuando salgo del agua, Liam musita:
—Ahora entiendo eso de «Pececita Madrileña»...
Según lo dice, niego con la cabeza, y de pronto recuerdo
que un día me dijo que Verónica le había contado cosas de
mí, por lo que no respondo, pero sonrío. ¿Para qué contarle
algo mío si nunca le ha interesado?
Sin mirar atrás, camino hacia donde están mis cosas y
veo que están también las suyas.
Me seco la cara con una toalla, cojo un peine para el
cabello y, al mirarlo, me acaloro. El cuerpo de este hombre
en bañador es un escándalo. Y, dejando de mirar para que
no se me vaya a caer la babilla, pregunto:
—¿Sabes algo de Jan?
Liam asiente y sonríe.
—Está bien. He hablado con Florencia y me ha dicho que
mi padre estaba en la piscina bañándose con él y que el
niño estaba contento y feliz.
Me gusta oír eso. A Jan le encanta el agua.
Una vez que recogemos nuestras cosas, caminamos hacia
la escalera para salir de la playa y, mirándola, susurro:
—Si muero en el intento, que Verónica se quede con
Tigre.
Liam suelta una risotada y yo, consciente de la cara de
boba que debo de tener mirándolo, comienzo a subir los
escalones a buen ritmo.
Liam me sigue. En el trayecto me habla de los perros y,
cuando se refiere a Tigre como un «pequeñajo listo y
espabilado» que lo está sorprendiendo, incapaz de callar un
segundo más me detengo y suelto con total seriedad:
—Tengo que decirte una cosita...
Liam me mira.
—Muy seria te has puesto por la cosita... ¿Qué pasa?
Horrorizada por lo que tengo que confesarle, noto que mi
corazón se acelera e, incapaz de decir la verdad, contesto:
—Pasa que lo que tengo que decirte no sé cómo
decírtelo...
Ay, Diosss..., ay, Dios..., cómo me miraaaaaa. Y acto
seguido dice:
—Lo que ocurrió el otro día entre tú y yo quedó aclarado,
¿no?
Vale, intuyo a lo que se refiere, y replico sin darle
importancia:
—Claro que sí. Eso está olvidado.
¡¿Olvidado?! Menos mal que no soy de madera, porque si
fuera así me estaría creciendo la nariz como a Pinocho, a un
ritmo vertiginoso.
Él asiente al oír el tono seguro de mis palabras y
entonces, cambiando el gesto, pregunta:
—No irás a decirme que dejas el trabajo por lo que
ocurrió, ¿verdad?
Oír eso me hace gracia.
—Por supuesto que no voy a dejar el trabajo —murmuro.
—Menos mal —musita aliviado.
Woooo, ¡me encanta oír eso!
—Pero quizá cuando veas lo que tengo que enseñarte —
susurro—, seas tú quien desee que me vaya...
Su cara de no entender nada me hace gracia. De pronto
me río y él dice en voz baja sonriendo:
—Vamos a ver, Amara, ¿qué pasa?
Sin poder aguantar un segundo más, y bajo un sol de
justicia, lo miro y señalo:
—Creo que será mejor que te lo cuente cuando lleguemos
a la sombra, donde he dejado mi moto.
Liam se ríe, comienza a bromear conmigo, y yo, de lo
nerviosa que estoy, le sigo la broma.
Entre risas terminamos de subir la escalera, y cuando
llegamos a mi moto y veo que está también la suya, me
paro y saco la botella de mi mochila.
—Necesito agua —digo—. ¿Tú tienes?
Él saca otra botella de su mochila y, cuando ambos ya
hemos bebido, Liam me pide mirándome:
—Y ahora, por favor, ¿quieres decirme de una vez qué es
esa cosita que va a hacer que quiera que te vayas de mi
casa?
Resoplo. Suspiro. Y, abriendo de nuevo la mochila, meto
la mano, toco los trozos rotos de la figurita y, antes de
sacarlos, empiezo a explicar:
—No sé por qué Tigre lo cogió... El caso es que se lo he
quitado en el jardín, cuando me marchaba, y estaba
intacto... Pensaba dejarlo en el garaje hasta mi regreso,
pero luego has llegado tú, me has asustado, la mochila se
me ha caído al suelo y...
—¿Lo que sonaba a roto es lo que vas a enseñarme
ahora?
Con gesto apurado asiento y, agarrando los trozos rotos
del samurái, los saco y musito tras tomar aire:
—Lo siento.
Liam mira mi mano y me doy cuenta de que reconoce lo
que es, así que antes de que suelte un bufido digo:
—He estado investigando en la página del fabricante y he
visto que puedo pedirte una igual y que podría estar aquí
dentro de unos veinte días...
Liam extiende la mano y yo le entrego los tres pedazos
del samurái. Veo que aprieta los dientes. Malo, malo...
—Asumo las consecuencias —susurro—, no sé qué decir,
de verdad. Solo puedo prometerte que te repondré la
figurita y...
—¿Que vas a reponer la figurita?
—Sí, y...
—No digas tonterías —me corta, y antes de que yo diga
nada añade—: No te voy a negar que me joroba verla rota
porque la traje de uno de mis viajes, pero no quiero que
compres otra nueva. No hace falta.
Estoy boquiabierta porque se lo haya tomado tan bien y
no sé qué decir; entonces Liam, sonriendo, al tiempo que
guarda los tres trozos del samurái en su mochila, musita:
—¿Esto te estaba quitando la vida?
—Sí.
—¿Tan ogro, materialista e intransigente crees que soy?
Según dice eso niego con la cabeza y afirmo:
—Fácil no eres.
Él se ríe. ¡Dios, qué sonrisa tiene! Y, sorprendiéndome de
nuevo, viene hacia mí, me abraza y musita cerca de mi
oído:
—Que la vida te la quiten cosas importantes, no cosas
materiales como esta figurita.
Bloqueada, no sé qué decir. Ya no solo es que no se haya
enfadado, ¡sino que encima va y me abraza! Ohhhh, Dios,
cuánto me gusta este tío... Tanto que es imposible que yo le
guste a él. A mí nunca me salen las cosas bien.
Abrazada a él, rodeo su espalda con las manos. ¡Me
encanta esta sensación! Creo que, cuando llegue a casa, le
daré doble ración de salchichas a Tigre por su estupenda
acción. Sigo disfrutando de su olor, de su cercanía y del
momento cuando oigo que dice:
—Y ahora, si me sueltas, te llevaré a comer.
De inmediato lo dejo ir. Menuda lapa estoy hecha.
Según lo suelto, nuestras mejillas se rozan y, apurada por
el modo en que me mira, murmuro:
—La comida la pagaré yo, es lo menos que...
—¡Ni hablar!
Nos miramos en silencio. Ay, madre mía, qué tentación
siento de besarlo...
Pero entonces Liam sonríe y, montándose en su moto,
dice:
—Vamos, Pececita, sígueme.
El apodo me hace gracia, por lo que suelto una carcajada,
monto a mi vez en mi moto y lo sigo. ¡Vamos que si lo sigo!
Capítulo 34

Liam me lleva a un precioso restaurante donde nos


sentamos en una bonita terraza con vistas al mar que, uf...,
¡me maravilla! Me siento como en un sueño y disfruto de
todo como una niña pequeña, mientras suena musiquita
que me encanta, como es el caso de In Our Dream, de The
EQS.
Allí comemos como reyes, está todo exquisito, y me
siento muy cómoda en compañía de Liam, del mismo modo
que noto que él se siente igual conmigo. ¿Quién nos iba a
decir que podríamos comer juntos con tan buena sintonía?
En un lateral del restaurante hay una chica jovencita
repartiendo unos folletos de excursiones que se hacen por
la zona. Es encantadora y guapísima, y cuando dos hombres
que hay en la mesa de al lado hacen un comentario sobre
sus pechos que para mi gusto sobra, los miro y me muerdo
la lengua.
—¿Qué ocurre? —me pregunta Liam al percatarse de la
mirada que les echo.
La muchacha, que lo ha oído igual que yo, me mira.
Puedo percibir la incomodidad en su expresión y, al ver a los
dos tipos reírse, murmuro:
—¡Que no soporto a los unga-unga!
Liam levanta las cejas. No me entiende. Le explico que los
«unga-unga» son para mí los machirulos que se creen con el
poder de decirle a cualquier mujer lo que les da la gana.
Y, tras mirar a los hombres con gesto de desprecio,
musita:
—Como diría mi padre, por desgracia en el mundo hay de
todo.
Asiento. Sin duda, su padre tiene razón. Acto seguido
guardamos silencio. Como diría mi amigo Leo, ¡acaba de
pasar un ángel!
—Me he dado cuenta de que llevas varios tatuajes —
comenta él al cabo.
Rápidamente miro el de mi muñeca y Liam pregunta con
curiosidad:
—Ese tatuaje tan romántico de «Love of My Life», ¿a
quién es debido?
—Al amor de mi vida —afirmo convencida.
Él asiente, aunque no logro descifrar su expresión. Sé que
esa frase tan romántica puede dar lugar a distintas
interpretaciones y, sin ahondar en el tema, añade:
—También llevas el mismo tatuaje que Verónica sobre las
costillas.
Sonrío y me lo toco por encima de la ropa.
—«En lo malo. En lo bueno. Y en lo mejor» —digo. Él
cabecea, y le aclaro—: Es el lema del Comando Chuminero.
—¿El Comando Chuminero? —se mofa.
Divertida al ver su expresión de guasa, asiento.
—Fue idea de Leo —indico—. La pandilla la formamos
Verónica, Mercedes, él y yo. Y él, siendo el único chico,
cuando creó el grupo de WhatsApp lo bautizó de ese modo.
Ambos nos reímos a carcajadas y luego veo que se queda
mirando de nuevo el tatuaje que tengo en la muñeca por mi
hermano. En ese instante comienza a sonarle el teléfono y
en la pantalla leo el nombre de Margot.
—Un segundo —me pide Liam poniéndose en pie.
Sonriendo, asiento. Un segundo, dos... y los que quiera.
Espero gustosa hasta que los hombres vuelven a hacer
otro comentario sobre la muchacha. Esta vez me desagrada
más aún que el anterior, y voy a decirles algo cuando mi
teléfono suena.
Es Verónica.
—Hola —saludo—. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor. ¿Dónde estás?
Miro a Liam, que habla más allá con la tal Margot.
—Comiendo con un guaperas en un sitio precioso —
indico.
—¡¿Qué guaperas?!
—El Friki del Control...
Según digo eso, noto que a mi amiga se le corta la
respiración mientras veo que uno de los hombres de la
mesa de al lado se levanta y va hacia la muchacha que
reparte los folletos.
—¿Estás comiendo con Liam? —inquiere Vero.
—Sí.
Acto seguido, mientras oigo que mi amiga se ríe, le aclaro
poniéndome en pie para acercarme más a la muchacha y al
hombre que se ha dirigido hacia ella:
—Ha aparecido en la playa de Benijo de pronto... ¿Qué
querías que hiciera si ha venido a invitarme a comer y a
pasar el día conmigo?
—La madre que os parió a los dos... Pero ¿qué jueguecito
os traéis?
Miro a Liam. La verdad es que me ha sorprendido su
presencia, pero, sin querer darle más vueltas, respondo:
—Imagino que simplemente quiere ser amable conmigo...
Durante unos momentos seguimos hablando, pero, al ver
el apuro de la muchacha de los folletos, que le está diciendo
que no al tipo una y otra vez, le digo a Vero:
—Y ahora te dejo. Mañana te llamo y te cuento, ¿vale?
Una vez que cuelgo el teléfono, desde donde estoy oigo
mejor lo que dice el hombre, que no para de preguntarle a
la chiquilla a qué hora termina de trabajar. Quiere que vaya
con él y su amigo a tomar algo, pero la chica dice que no
una y otra vez. Con toda la educación del mundo intenta
quitarse a aquel imbécil de encima, y cuando ya no puedo
más, me acerco a ellos y suelto mirando a aquel tipo:
—No voy a pedir perdón por meterme donde no me
llaman, pero tú, pedazo de cenutrio, sí le vas a pedir perdón
a ella por molestarla y pasarte como te estás pasando.
La chica me mira. El hombre también, y, tras echar un
vistazo a mis pechos, dice:
—Sin duda, este restaurante está lleno de mujeres muy
tentadoras.
Uf, lo que me entra por el cuerpo cuando oigo eso. Miro a
Liam, que sigue hablando por teléfono más allá, por lo que,
con todo mi morro me pongo en plan chula y, tras rascarme
la cicatriz de la frente, suelto:
—Soy la inspectora Amara López, de la Policía Nacional.
¿Qué está ocurriendo aquí?
Como esperaba, al tipo le cambia la cara. ¡Acabo de
acojonarlo! El hecho de que yo sea policía hace que le
tiemblen las piernas. ¡Bien! Y, consciente de que a aquel
mierda ya se le han quitado las ganas de vacilarle a la
muchacha, indico con toda mi mala leche:
—Una cosita... Ella no, pero yo, como sigas
comportándote como un imbécil, te voy a meter tal patada
en los huevos que, sinceramente, lo vas a lamentar. Y, por
supuesto, acto seguido te vas a venir conmigo para la
comisaría —y, viendo que lleva anillo de casado, añado—:
llamaremos a tu mujer y a tu familia y les contaremos lo
ocurrido... ¿Te parece buena idea?
A punto del desmayo, creo que el hombre ni siquiera
respira. Levanta las cejas, y entonces Liam pregunta
acercándose con gesto serio:
—¿Qué ocurre?
Tras mirar al tipo, que está entre blanco y ceniciento, me
vuelvo hacia él y, guiñándole un ojo, digo mientras me
rasco de nuevo la cicatriz de la frente:
—No pasa nada, subinspector Acosta. Solo le he tenido
que decir a este caballero que soy la inspectora López, de la
Policía Nacional, y que, como siga pasándose con esta
muchacha, tras patearle los huevos, directamente nos lo
llevaremos al calabozo.
Liam me mira. Está sorprendido. Y, cogiendo mi mano
algo alarmado, la retira de mi frente y acto seguido dice:
—Tranquila, subinspectora.
Eso me hace gracia. Está visto que recuerda lo que Vero
le contó. Y, para no reírme, vuelvo a mirar al hombre, que
no respira, y añado con esa chulería que he visto que
algunas inspectoras policiales emplean en las películas:
—Tienes dos opciones, amiguito. La primera: cabrearme
más y que te lleve a comisaría. Y la segunda: pagar la
cuenta, recoger a tu colega y largaros de aquí ipso facto...
¡Tú decides!
La cara del hombre pasa por todos los colores. No
esperaba lo que se ha encontrado y, tras darse la vuelta,
veo que se dirige hacia su mesa. Allí le pide a su amigo que
se levante y, sin mirarme y a toda prisa, pagan y se van.
Liam me mira, está flipando, y yo le echo una sonrisita
cómplice e indico:
—Dame un segundo y te explico.
Él asiente y yo, mirando a la muchachita, que está
apurada, pregunto:
—¿Estás bien?
—Sí.
—¿Cómo te llamas?
—Clara.
—Amara —digo.
Ella sonríe, y vuelvo a preguntar:
—¿Cuántos años tienes, Clara?
—Veintitrés.
Suspiro. Es muy joven.
—Llevo una semana en este trabajo y me gustaría
conservarlo —musita luego.
Oír eso me apena. Saber que muchas veces por conservar
el trabajo todos tenemos que aguantar cosas que no
deseamos es algo que me enerva.
—Muchas gracias por la ayuda —añade a continuación—.
La verdad es que me he quedado tan bloqueada frente a
ese hombre que no sabía ni qué decir.
Asiento con una sonrisa, pues me doy cuenta de que es
una niña.
—No permitas que nadie invada tu espacio ni te
infravalore con sus malditos comentarios machistas, tenga
la edad que tenga —señalo—. ¡No es no! Y la próxima vez
que alguien se pase, córtalo de raíz y, si no cesa,
directamente llama a la policía.
—Pero...
—Clara, ¡no hay peros que valgan! La próxima vez llamas
a la policía porque ellos están para ayudar, no lo olvides.
La muchacha asiente y, viendo su gesto apurado, la
abrazo y noto cómo ella lo agradece. Durante unos
segundos ambas permanecemos abrazadas, hasta que oigo
que cuchichea:
—¿Has dicho que eras la inspectora Amara López, de la
Policía Nacional?
Oír eso me hace gracia.
—No soy policía —confieso—. Solo soy una mujer que
tuvo que aprender a defenderse desde muy joven usando
todas las artimañas posibles.
Sorprendida, la chica me mira, y yo añado:
—No estás sola, Clara. No lo olvides.
La muchacha sonríe. En ese momento entra un grupo de
turistas en el restaurante y Liam y yo regresamos a nuestra
mesa para dejar que Clara continúe trabajando.
Cuando nos sentamos le digo a Liam:
—Por cierto, ha llamado Verónica. Te manda saludos.
Él asiente y luego, mirándome con guasa, inquiere:
—¡¿Inspectora López?! Y yo, ¡¿subinspector Acosta?!
Sonrío.
—No me digas que no es morboso..., tú y yo policías —
cuchicheo. Liam suelta una carcajada—. Quería asustar al
tipo —agrego— y, sin duda, lo he conseguido
convirtiéndome en una dura e implacable inspectora de
policía.
Él asiente y, todavía sorprendido, pregunta:
—¿Me puedes contar qué ha pasado?
Rápidamente le refiero lo sucedido con la muchacha.
—Por desgracia —prosigo—, el noventa y cinco por ciento
de las mujeres nos encontramos en alguna situación
incómoda alguna vez en la vida por culpa de algún tipejo
sobradito de prepotencia. En mi caso, con el paso de los
años y de las experiencias, he aprendido a manejarme...
Clara es muy jovencita, pero aprenderá también.
Liam asiente, y a continuación pregunta:
—¿Esas situaciones incómodas ocurrieron cuando eras
camarera?
—Pateé varios culos —digo con una pícara sonrisa—, y
recuerdo que a uno que se pasó más de la cuenta incluso le
salté un diente.
Él me observa boquiabierto.
—La Pececita tiene carácter... —murmura.
—Cuando es necesario, por supuesto que sí —me mofo
batiendo las pestañas.
Pero, por Diossss..., ¿qué hago pestañeándole como una
imbécil?
—Me gustaría saber a qué es debido ese carácter, la
cicatriz que tienes en la frente y por qué lloraste la otra
noche con tanto sentimiento.
Según lo oigo, me sorprendo.
—¿Quieres saber cosas de mí? —pregunto.
—Por supuesto —afirma él con seriedad.
Su gesto me hace reír y, mirando la carta de postres,
mientras gestiono lo que acaba de decirme, finalmente me
decido por uno y llamo al camarero.
—Por favor, tráiganos tarta de chocolate blanco con
helado de turrón y dos cucharillas —pido.
Cuando este se marcha, miro a Liam e indico:
—Una cucharita es para ti. Y..., no, ahora no quiero hablar
de mí.
Él sonríe de una manera que me pone muy nerviosa. Me
observa. Su mirada es intensa..., tanto que mi estómago se
contrae y, dándome aire con la mano, exclamo:
—Uf..., ¡¿no tienes calor?!
Instantes después, cuando el camarero deja frente a
nosotros el postre, cojo una de las cucharillas y se la tiendo.
—Vamos, comparte conmigo esta maravilla —digo.
De nuevo Liam suelta una risotada y, sin dudarlo, la coge
y empieza a comer del postre conmigo. Sé que le gusta, que
lo disfruta, y yo desvío el tema para no hablar sobre lo que
me ha preguntado.
—Estaba bueno, ¿ehhhh? —comento cuando el plato
queda limpio.
—No puedo decir que no, Pececita —replica limpiándose
la boca con la servilleta; y acto seguido añade—: Pero no
soy tonto, y he visto cómo evitabas hablar sobre lo que te
he preguntado.
Eso me hace suspirar.
—Es aburrido. Créeme —murmuro.
—Todavía no he encontrado nada aburrido en ti —
contesta.
¡Wooooo, madre mía, lo que me ha dicho!
¿Desde cuándo este hombre me dedica frases tan
estupendas?
Acalorada por su respuesta, pido la cuenta al camarero y,
cuando voy a pagar, él me lo impide, no me deja, y al final
claudico. La próxima vez pagaré yo.
Cuando nos levantamos de la mesa nos despedimos de
Clara y salimos a la calle. Hace muchísimo sol. Entonces
noto que Liam me coge de la mano y propone con
naturalidad:
—Crucemos a la otra acera. Allí hay sombra.
Wooooo, ¡que me ha cogido la manoooooo!
Gustosa, cierro los dedos sobre la suya y cruzamos la
calle.
¿En serio está ocurriendo esto cuando me dijo que no
quería nada conmigo?
Una vez en la otra acera, nos soltamos de la mano y,
mirándome, pregunta:
—Tu siguiente parada era el mirador de Aguaide,
¿verdad? —Yo asiento, y entonces oigo que dice
encaminándose hacia las motos—: Pues allá que vamos.
Encantada y feliz por conocer a un Liam que hasta el
momento no me había permitido conocer, montamos en las
motos y, a veces siguiéndolo y otras veces junto a él, los
dos disfrutamos de nuestra ruta por la carretera mientras
siento que mi nivel de felicidad no puede estar más alto.
Aissss, ¡con qué poco me conformo!
Un buen rato después llegamos a un determinado punto,
aparcamos y emprendemos una caminata. De nuevo el
buen humor y la complicidad entre nosotros son evidentes,
y por cómo me trata me hace sentir especial. Muy especial.
Sin que haga ni diga nada, sé que le gusto. Solo hay que
ver cómo me mira y me incita a prestarle atención para
darme cuenta de que entre nosotros hay algo.
Llegamos al mirador de Aguaide en pleno atardecer y me
quedo sin respiración. ¡Es impresionante! ¡Qué vistas!
Recibo un mensaje de Alejo. Quiere saber si me apunto
esta noche a ir al Salseando, pero, sin pensarlo siquiera, le
digo que no. Estar con Liam me resulta más interesante.
Boquiabierta, me acerco al borde del mirador y, al plantar
las manos en la barandilla, Liam explica:
—Frente a ti tienes el maravilloso océano Atlántico y estás
en un balcón que está construido sobre un acantilado de
quinientos metros de altura.
¡Madre mía, qué caída!
Estoy disfrutando de las impresionantes vistas cuando
Liam se me acerca por detrás y, apoyándose también en la
barandilla, murmura:
—Esa es la Punta del Hidalgo y aquello es el Roque Dos
Hermanos.
Su cercanía y su olor me embriagan... Me gusta que
invada mi espacio. E, intentando disimular lo que eso me
provoca, consigo susurrar:
—¡Qué bonito!
Sentir su respiración en mi cuello me excita mucho;
entonces lo oigo decir con orgullo:
—Tengo la suerte de vivir en un sitio mágico y especial.
Mágica y especial me siento yo en este momento...
¡Hay que ver lo tonta que soy y con qué poco me vengo
arriba!
Liam está detrás de mí, sus brazos me rodean mientras
sus manos sujetan la barandilla, y yo simplemente me
dedico a disfrutar de ello y del precioso atardecer.
—Solo falta Jan para que este momento sea perfecto —
musito al cabo.
—Tienes toda la razón —afirma él.
Acalorada por tenerlo tan cerca y por lo que ambos
acabamos de decir, mi mente va a mil por hora. A veces,
cuando estamos los tres, me siento como en familia.
Entonces comienzo a tararear la canción que tanto le
gusta a Jan y Liam comenta con una sonrisa:
—Ahora casi estamos los tres.
Emocionada, asiento. Ais, Jan..., mi niño. ¿Qué estará
haciendo?
Mirando al mar, canto Can’t Take My Eyes Off You. Me
siento como la protagonista de mi propia película, junto a un
hombre que me encanta. Solo me falta levantar los brazos
al cielo como la heroína de Titanic en la proa de aquel
barco, pero en mi caso, en el mirador.
Diossss..., ¡qué peliculera soy!
No obstante, mientras canto, siento la necesidad de mirar
esos ojos que tanto me gustan y que hoy, durante todo el
día, me han cautivado más aún si cabe. Y, dándome la
vuelta, sigo tarareando y digo eso de «I love you, baby...».
Madre mía, madre mía..., ¡con qué descaro me estoy
declarando!
Él me dijo que no, me rechazó. Pero aquí estoy yo,
mirándolo mientras canto la canción.
Liam no se aparta. No creo que la intimidad y la magia de
este momento las hayamos buscado ninguno de los dos,
pero el caso es que se ha producido, y siento que nuestras
miradas y la tensión de nuestros cuerpos hablan por sí
solos.
Por Dios..., ¿qué estamos haciendo?
Liam pasea los ojos por mi boca. Uf, madre mía. Por mi
rostro. Requeteufffffff, vuelvo a pensar. E incluso retira un
mechón de pelo que se me mete en la boca y, con mimo,
me lo coloca detrás de la oreja. Y, cuando acabo la canción,
estamos tan cerca el uno del otro que musito:
—Creo que no deberíamos.
—No, Pececita. No deberíamos.
Uf, madre mía, ¡qué tentación! ¡Qué morbo!
¿Lo beso? ¿No lo beso? ¿Lo tiento? ¿No lo tiento?
Pero, deseosa de tentarlo, susurro:
—Solo te digo que si me vas a acallar, que sea con un
beso.
Y, ¡zas!, nos besamos.
Su boca es caliente. La mía, abrasadora.
Su deseo es evidente. El mío, ¡ni te cuento...!
El tímido beso con el que empezamos sube de intensidad
y, estamos devorándonos con fruición cuando oímos unos
aplausos y, al volvernos, vemos a unas chicas que están al
lado y una de ellas dice:
—Ay, por favorrrrrr..., ¡qué momento tan romántico!
—Uisss, tengo los pelos como escarpias —murmura la
otra.
Acalorada, yo no sé qué decir. Miro a Liam, que está tan
descolocado como yo. ¿Por qué nos hemos besado otra vez?
Él da entonces un paso hacia atrás. Yo no puedo, porque
tengo la barandilla clavada en los riñones, y acto seguido
dice mirándome:
—Voy... voy hacia la moto.
Asiento, no puedo hablar. Y cuando se marcha, una de las
chicas se acerca a mí y comenta emocionada:
—Hacéis una parejita preciosa.
Sonrío. ¡¿Se puede saber por qué sonrío?!
—¡Os he hecho una foto con el atardecer de fondo! —
indica ella.
Sin dar crédito miro la foto que me enseña en su teléfono
móvil. ¿En serio?
En la imagen se nos ve a Liam y a mí uniendo nuestros
labios con un precioso atardecer a nuestro alrededor.
—No me digas que no es una pasada de foto —comenta
la chica.
Asiento, no puedo negarlo. La foto es preciosa, increíble.
Cualquiera que la mirara vería en ella a dos personas
enamoradas.
—Por supuesto, la foto era para vosotros —añade ella—.
En cuanto te la pase, la borro.
Vuelvo a asentir y la otra, que se ha acercado también,
interviene:
—Hemos pensado que os gustaría un recuerdo así, con la
maravillosa puesta de sol de fondo... Y, ¡oh, Dios! ¡Qué bien
cantas! La canción ha sido tan romántica, cómo os mirabais,
el beso, el atardecer... ¿Por qué no me ocurrirá a mí algo
así?
Según oigo eso, me río. Esa última frase la he dicho yo
miles de veces, siempre que veo algo romántico en una
película o en la vida real. ¿En serio acabo de vivir uno de
esos momentos?
Como en una nube, sonrío. Sin duda, acabo de vivirlo. Y,
una vez que la desconocida me pasa la foto a mi móvil y
luego la borra del suyo, al ver a Liam alejándose, me
despido y digo antes de echar a andar tras él:
—Gracias por la foto.
Las chicas sonríen, están emocionadas. Y yo, cogiendo
impulso, comienzo a correr y en cuanto lo alcanzo voy a
hablar cuando él se me adelanta:
—Lo que ha ocurrido sobraba.
De inmediato acude a mi mente una cancioncita de Pablo
Alborán que se titula Idiota. Desde luego, como dice la letra,
soy carne de cañón y una víctima suicida de mi propio
romanticismo.
Estoy pensando en ello cuando, al ver el modo en que me
mira, indico con la poca tranquilidad que me queda:
—Posiblemente sobrara, pero ha ocurrido, porque creo...
Liam se para y pregunta con gesto incómodo:
—¿Qué crees?
Parándome junto a él, lo miro con la misma intensidad
con la que me mira él e, incapaz de callarme, respondo:
—Mira, si algo me ha enseñado la vida es a ser valiente y
a apechugar con las cosas tal y como vienen. Y, la verdad,
la atracción que percibo que sentimos el uno por el otro es
tal que...
—¡Pero ¿qué tonterías dices?! —me corta. Y antes de que
yo pueda replicar, añade—: Eres la niñera de mi hijo y...
—¿Y porque sea la niñera de tu hijo no puedo tener
sentimientos ni tener nada contigo? —lo interrumpo. Él no
responde, y a continuación suelto—: No me digas que eres
tan clasista que solo sales con mujeres con trabajos
glamurosos e independientes como Margot, que es
diseñadora de joyas, o Algodón, que no sé muy bien qué
es...
Liam sigue sin contestar y yo, enfadada, cuando veo que
se da la vuelta, lo agarro del brazo, tiro de él hacia mí e
inquiero mirándolo fijamente:
—¿Acaso es cierto lo que digo? ¿Eres un jodido clasista?
Él me mira, veo el enfado en su rostro.
—Vamos, sé valiente y responde —insisto.
—No es eso...
—Entonces ¿qué es? ¿Por qué me miras con deseo, me
besas y luego sales corriendo?
Liam no contesta. Por su expresión noto que quiere
hacerlo, pero se contiene; entonces pregunto sin cortarme
un pelo:
—¿De verdad quieres una mujer como Margot en tu vida y
en la de Jan?
—Entre Margot y yo no hay nada.
—¿Ah, no?
—No —aclara—. Y ella lo sabe.
Según oigo eso me río, aunque realmente no sé por qué.
Liam apenas si parpadea. Sé que le gusto, que lo atraigo.
Pero, sin entender por qué después de besarme siempre
parece arrepentirse, decido hacer una locura y,
acercándome a él, lo beso de nuevo. Él no se aparta ni me
aparta a mí, simplemente me besa de esa manera que
siento que se entrega. Y cuando decido dar el beso por
finalizado, sacando esa valentía que tanto me ha
caracterizado siempre, me mofo con chulería:
—Y ahora supera mi beso.
Al decir eso, veo que parpadea. Se queda sin saber qué
decir.
Toda yo tiemblo por dentro por lo que he hecho y he
dicho, pero, sin querer mostrar mi debilidad, echo a andar
en dirección a las motos y él me sigue.
Al llegar, montamos en el más absoluto silencio. Está
anocheciendo, y Liam, mirándome, mientras yo me pongo el
casco para que no vea mi cara de desconcierto, dice:
—¿Te parece bien si volvemos a casa?
Cuando lo dice, sé que este mágico día con él ha
acabado, por lo que, mientras me bajo la visera, respondo:
—Me parece bien.
Capítulo 35

Esa noche, tras llegar y saludar a los perretes, que se


vuelven locos al vernos regresar con las motos, Liam se
despide de mí con gesto serio y se dirige hacia la casa.
Veo cómo se aleja y, sinceramente, me apena. Me
entristece cómo ha terminado el día con lo bien que lo
estábamos pasando. Al rato entro yo también en la casa y
me dirijo hacia la cocina. Allí abro la nevera, cojo un rico
plátano canario y me voy a mi habitación. Solo son las diez
de la noche y paso de cenar. Lo que ha ocurrido me ha
quitado el hambre.
Durante dos horas trato de dormirme con todas mis
ganas, pero nada, no lo consigo. Solo puedo revivir una y
otra vez el beso. La canción. El momento. Y, por supuesto,
la discusión posterior.
En varias ocasiones miro la foto que esas chicas nos han
hecho. La verdad es que más bonita y perfecta no puede
ser.
¡Pero si hasta parece que estamos enamorados...!
Al final, cansada de dar vueltas en la cama, decido
levantarme y tomarme una copita. Total, es mi día libre, Jan
no está y no consigo dormir.
A oscuras en el salón, abro el mueble bar y, tras echar un
vistazo, me decido por el tequila. ¡Ole yo!
Cojo un vaso de chupito, lo lleno, me lo tomo de un trago,
hago una mueca por lo fuerte que está y murmuro:
—¡Por ti, Pececita tonta!
Después de varios «¡Por ti, Pececita tonta!», decido
darme un baño en la piscina para hacer honor a mi apodo.
Seguro que así luego conseguiré dormir.
Con la botella de tequila en la mano, regreso a mi cuarto
y, tras ponerme el primer bikini que encuentro, me dirijo al
jardín. Veo que los perretes están tumbados y dejo la botella
sobre una mesita. Luego me sitúo al borde de la piscina y,
apoyando las manos en el suelo, levanto las piernas y, como
hice infinidad de veces en mi época de gimnasta, me tiro al
agua haciendo una pirueta.
El frescor que siento en el cuerpo me reactiva en décimas
de segundo.
¡Me encanta estar rodeada de agua!
Buceo como solo una nadadora de sincronizada sabe
hacerlo, mientras hago giros bajo el agua y disfruto de ello.
Hasta que en un momento dado noto que alguien me agarra
del brazo y tira de mí hacia arriba.
Una vez que salgo a la superficie y cojo aire, veo que es
Liam, que inquiere con gesto preocupado:
—¿Te encuentras bien?
Al ver su respiración acelerada, cuando la mía es de lo
más tranquila, y sobre todo cuando me percato de que va
vestido, me río.
—Pero ¿qué manera de tirarte a la piscina es esa? —
pregunta nervioso.
Sigo riendo, no puedo dejar de hacerlo.
—Estaba tomando el fresco cuando te he visto tirarte al
agua —insiste— y, al ver que no salías, me he asustado y
me he lanzado a por ti.
Sonrío al oír su explicación. ¿Se ha asustado y se ha
lanzado a por mí? ¡Qué rico! Y, retirándome el agua de los
ojos, al notarlo tan cerca de mí indico:
—Una cosita... Durante años fui nadadora profesional de
sincronizada.
Liam asiente y murmura sonriendo:
—Lo sé.
Y luego añade con picardía:
—Lo de «Pececita» te viene al pelo.
Divertida, boqueo como un pez y él se ríe. Creo que el
tequila que he bebido comienza a hacerme efecto. Malo,
malo...
Liam cierra los ojos mientras el agua se desliza por su
hermoso rostro y, cuando vuelve a abrirlos y me mira,
insisto:
—He hecho una pirueta para tirarme y estaba haciendo
unos ejercicios bajo el agua, solo eso.
Él finalmente sonríe. ¡Bien! Luego mira su ropa empapada
y comenta:
—¡Menudo ridículo acabo de hacer!
Me río a carcajadas y, juguetona, le doy un empujón en el
agua y él, al verlo, me sigue el rollo, me coge la mano y tira
de mí.
Entre risas chapoteamos en la piscina. Él vestido y yo en
bikini jugamos como dos adolescentes, siempre se ha dicho
que el agua es un buen hilo conductor para acercar a las
personas. Hasta que paramos nuestros juegos y nuestras
risas y quedamos uno a escasos milímetros del otro.
—Tu obsesión por llevar zapatos hace que los lleves
incluso dentro del agua —musito.
—Ridículo que es uno —afirma él con un hilo de voz.
Nos miramos. Nos tentamos.
Uisss... Uiss...
En silencio, nos tanteamos.
Más uisss...
Madreeeee míaaaaa, ¡cómo me mira, y lo sexy que está
con las gotitas de agua chorreándole por el rostro! Vuelve a
mi mente la cancioncita Idiota de mi Pablo.
¿Por qué sigo siendo tan imbécil y no aprendo?
En el jardín no se oye nada a excepción del sonido del
agua. Todo a nuestro alrededor está oscuro, tranquilo, y
mirándonos a los ojos de esa manera en que una sabe que
algo va a pasar, Liam me pregunta:
—¿Tú vas siempre a por todo lo que te interesa?
—Sí —afirmo—. Si algo me gusta y veo que es factible, no
pierdo el tiempo con tonterías. Soy valiente y voy a por ello.
Él asiente, yo también, e incapaz de contener mi
verborrea susurro:
—Te atraigo tanto como tú me atraes a mí.
—Tienes razón, mi niña —dice en voz baja.
Uf..., me ha vuelto a llamar «mi niña».
Vale, sé que es algo cariñoso que se dice mucho en las
islas, pero es que él no suele usarlo. Solo me lo dijo la noche
que me vio llorar y hoy. Y, la verdad, me gusta mucho.
Nos comemos con la mirada, y cuando veo que sus ojazos
observan mi boca cuchicheo:
—Besarnos otra vez sería un error.
Liam cabecea.
Uf..., cómo me mira. Su mirada es ardiente, está tan
cargada de deseo como la mía.
—No deberíamos besarnos —murmura a continuación.
Sonrío. Sonríe. Y yo, que ya ando algo perjudicada por el
tequila, lo increpo:
—Solo los valientes se besarían... ¿Tú lo eres?
Nuestras bocas inevitablemente se rozan. Se tantean. Ay,
Dios, ¡que nos besamos!
Los inquietantes ojos de Liam miran mis labios con el
mismo deseo que yo miro los suyos, y antes de que
podamos detener esto nuestros cuerpos se unen, nuestras
bocas se encuentran y nos besamos de tal manera que
siento como si el agua de la piscina entrara en ebullición.
¡Madre míaaaaaa!
Me muerde los labios con dulzura. Yo le muerdo los suyos
con provocación. De pronto él me sujeta la cabeza y dice
retirándose unos milímetros:
—¿Qué estamos haciendo, Amara?
Su caliente y vibrante voz... El momento... El deseo...
Todo..., absolutamente todo es excitante. Y, sin apartar mis
labios de los suyos, murmuro mientras veo sus zapatos
flotando más allá:
—Ser valientes.
Asiente. Somos mayorcitos. Sabemos lo que estamos
haciendo y lo que es probable que pase después, pero
ninguno de los dos echa el freno. Por ello, y enredando mis
piernas alrededor de su cuerpo, seguimos besándonos con
auténtico deseo y devoción.
Un beso lleva a otro. Una caricia a otra. Con ferocidad le
arranco la camisa, que termina flotando también en la
piscina, mientras él me desabrocha la parte de arriba del
bikini.
Acto seguido llevo mis manos a su cintura. Con ganas, le
desabrocho el cinturón y después tiro de su pantalón y de
sus calzoncillos hasta dejarlo sin ropa, mientras la braguita
de mi bikini ya flota en el agua.
Desnudos y sin hablarnos, solo mirándonos y besándonos,
llegamos hasta un lateral de la piscina, donde apoyo la
espalda mientras musito:
—Te deseo...
—Y yo a ti...
Madre mía, madre mía, lo que ha dichooooo... ¡Vuelvo a
vivir otro momento de película!
Besos.
Besos salvajes.
Besos subidos de tono.
Besos terriblemente deseados.
Y murmuro:
—Una cosita... Estoy tan deseosa de ti que no puedo
esperar al preservativo. Pero, tranquilo, tomo la píldora, por
lo que no...
No puedo terminar. Liam vuelve a besarme. El deseo que
veo en sus ojos y la posesión que percibo en estos
momentos por su parte me vuelven loca.
¡Madre mía, qué excitación!
Enredando mis piernas alrededor de su cintura noto cómo
él guía su pene hasta mi vagina, y... y cuando comienza a
clavarse en mí..., ¡oh, Dios, qué placerrrrrr!
Creo que él siente lo mismo que yo, pues soltamos tal
jadeo que me parece que nos han oído en todas las islas.
¡Sorry, canarios!
El agua hace que nuestras manos resbalen por el cuerpo
del otro. Nuestros cuerpos, necesitados de sexo, de locura y
de pasión, se toman mutuamente sin descanso mientras
nos besamos y disfrutamos sin pensar en nada más.
Mirándonos a los ojos nos poseemos como auténticos
animales en busca de placer, hasta que nuestros
movimientos se aceleran y, al unísono, llegamos a un
maravilloso y colosal clímax.
Abrazados y sin movernos, permanecemos así durante
unos minutos mientras recuperamos el resuello. Y cuando
nuestras respiraciones se normalizan, Liam me mira y,
cuando creo que va a decir algo, directamente me besa. Yo,
encantada, acepto el beso.
¡Mmmm..., sí!
Conmigo entre sus brazos, salimos de la piscina. Estamos
desnudos. Sé que nadie puede vernos y, si nos ven, ¡me
trae sin cuidado! Y cuando me deja en el suelo, compruebo
que abre un cajón de un mueble que hay en un lateral del
jardín, saca una toalla, la despliega y me la coloca alrededor
del cuerpo al ver que estoy temblando.
¡Qué galante es!
Ese gesto por su parte me gusta. Me cautiva. Instantes
después él se seca con otra toalla. Luego veo que mira la
botella de tequila que he dejado antes sobre la mesa y,
divertida, pregunto:
—¿Te apetece?
—¿Sin vasos? ¿A morro?
Riéndome por su gesto, musito:
—Por Dios, qué señorito eres.
Liam también se ríe y acto seguido indica colocándose la
toalla alrededor de la cintura:
—Iré a por unos vasos de chupito.
Asiento. Que vaya a por lo que quiera si luego vuelve. Y
estoy mirando la luna cuando regresa con una caja llena de
vasitos pequeños y dice dejándola sobre la mesa:
—Aquí están.
Curiosa, miro la caja, en la que hay una docena de
vasitos, y pregunto divertida:
—¿Vamos a invitar también a los vecinos?
Liam sonríe. ¡Qué guapo está cuando lo hace! Luego se
acerca a mí, me agarra por la cintura para aproximarme a
él, me besa y, cuando se separa, pregunta:
—¿Por qué antes me has dicho que superara tu beso?
Uf, qué nervios... Pero, haciéndole creer que estoy
tremendamente segura de lo que digo, contesto con
chulería:
—Porque mis besos son insuperables..., nene.
Veo que él levanta las cejas. Como siempre, mi respuesta
le sorprende, y, consciente de que lo que acabamos de
hacer es pan para hoy y hambre para mañana, vuelvo a
besarlo.
Ya que me he lanzado, ¡voy a por todas!
Tras varios besos que son cada vez más íntimos,
sentándonos en una de las tumbonas dobles reclinables,
Liam y yo charlamos y reímos mientras nos dejamos llevar
por el momento.
Chupito va, chupito viene... Beso va, beso viene...
Nos hacemos el amor en varias ocasiones a la luz de la
luna, aunque me percato de que probablemente mañana se
arrepentirá de esto. Conociendo mi mala suerte en el amor,
todo se torcerá... Pero, oye, ¡que me quiten lo bailao!
Capítulo 36

Uf..., uf..., uf... ¡Tengo calor! ¡Muchísimo calor!


Noto cómo el sudor corre por mi rostro y la boca pastosa.
Rápidamente me quito el sudor con la mano y, al hacerlo
y abrir los ojos, tengo que cerrarlos de inmediato cuando el
sol me deslumbra.
Uf..., ¡cuánta luz!
Sorprendida por su intensidad, y sobre todo por el calor
tan terrible que siento, abro un ojo como puedo y de
repente me percato de que estoy en el jardín, boca abajo en
una de las tumbonas blancas.
¿Qué estoy haciendo aquí?
Al moverme noto el cuerpo acartonado y muy caliente. Y,
sobre todo, noto que hay otro cuerpo a mi lado. Enseguida
miro y veo a Liam, que, como yo, está boca abajo, desnudo
sobre la tumbona.
¿En serio?
Acto seguido distingo a Pepa, Pepe y Tigre bajo la sombra
de un árbol que hay a solo dos metros de nosotros. Al ver
que levanto la cabeza ellos me miran, pero hace tanto calor
que no se mueven. Desde luego, tontos no son.
De inmediato acude a mi mente lo ocurrido la noche
anterior. Piscina, tequila, Liam, sexo, Pececita, valentía...
Recuerdo haber visto amanecer desde la tumbona. Pero ¿a
qué hora nos hemos dormido, y por qué aquí?
Estoy pensando en ello cuando veo que el sudor corre por
el rostro de Liam. No sé qué hora será, pero desde luego
nos va a dar una insolación. Y con voz gangosa susurro:
—Liam... Liam...
Él se mueve, va ralentizado como yo, y cuando me mira
boca abajo, murmura:
—¡Qué calor! Estoy ardiendo.
Asiento, normal, si es que estamos a pleno sol...
Creo que tanto tequila y tanto sexo nos nubló la razón. Y,
al mirar su reloj de pulsera y ver que son las dos y media de
la tarde, musito:
—Liam..., una cosita...
—No empieces con tus cositas —balbucea.
—Tienes que levantarte —insisto.
—No puedo...
—Inténtalo...
—Que no puedo...
Oír su voz gangosa me hace gracia. Está claro que el
tequila hizo estragos.
Me incorporo con esfuerzo y, al ir a sentarme en la
tumbona, doy un salto.
¡Tengo el culo ardiendo!
Me pongo en pie y le doy un golpe sin querer a la botella
de tequila.
¡Madre mía, está vacía! Y sobre la mesa veo todos los
vasitos de tequila sucios...
¡Menudo fiestón que nos pegamos!
Levanto la mano y me toco la cabeza. Ver la botella vacía
de tequila me hace entender por qué me siento así y por
qué Liam no puede levantarse.
Entonces le miro el culo y se lo veo rojo..., pero rojo
cangrejo.
—Ay, Dios..., ¡tienes que levantarte ya!
Él no me hace caso. Balbucea sudando, pero no quiere
moverse; acerco la mano a su trasero, se lo toco con un
dedo y él se incorpora de inmediato de un salto.
—¿Qué narices has hecho? —protesta.
Nos miramos. Estamos desnudos bajo un sol cegador.
Agachándome para recoger la botella vacía de tequila
señalo:
—Son las dos y media de la tarde.
—¡¿Qué?!
Asiento y me retiro el pelo empapado de la cara.
—Nos bebimos la botella entera y debimos de quedarnos
dormidos en la tumbona —indico.
—¡Joder! —musita secándose el sudor de la frente.
—Y..., bueno, una cosita... —Él me mira y a continuación
añado apurada—: Nos hemos achicharrado el culo.
Parpadea sin dar crédito. Trata de procesar toda la
información que le he soltado en menos de treinta
segundos. Luego gira la cabeza, mira su precioso culito de
caramelo y, al verlo de color rojo cangrejo, susurra:
—¡Joderrrrr!
Eso digo yo: «¡Joderrrr!». El mío está igual.
Cuando voy a decir algo, de pronto oímos que la cancela
se abre. Alguien viene. Y Liam, mirándome, dice con voz
pastosa:
—Mi hermana, que trae a Jan.
Horrorizada, asiento. ¡Menuda pillada!
—Recoge la ropa de la piscina para que no la vea —se
apresura a decir Liam—. Yo iré a ponerme algo.
Sin dudarlo me lanzo de cabeza. Con lo caliente que
tengo el cuerpo, el frescor del agua hace que casi chille, y
cuando mi cabeza emerge veo a Liam correr desnudo hacia
la casa. Sin poder remediarlo, sonrío y comienzo a bucear
para recoger todas nuestras prendas de ropa.
Una vez que las tengo, me pongo el bikini enseguida. Si
Florencia me ve, al menos que sea vestida.
Su coche entra entonces en la parcela y yo, como si nada,
meto la ropa en uno de los sumideros de la piscina para que
no la vea y, con una sonrisa, saludo al más puro estilo
princesa desde el interior de la misma.
Al poco Liam sale de la casa. Se ha puesto un bañador,
una camisa y unas gafas de sol. Sin mirarme se dirige hacia
el coche de su hermana y, segundos después, lo veo sacar
del coche a Jan y sonreír al tenerlo en sus brazos.
Estoy mirando cómo aquellos se acercan cuando Jan, al
verme, da un chillido de felicidad y dirige sus bracitos hacia
mí. Quiere que lo coja y yo, sin dudarlo, salgo de la piscina y
lo hago.
—Ay, Amara —exclama entonces Florencia, mirándome—,
debes echarte más protector solar: ¡te has quemado!
Asiento con una sonrisa y acto seguido oigo que Liam
dice:
—Estos peninsulares no se cuidan.
Sin mirarlo, beso a Jan. Y entonces Florencia musita
mirando a su hermano:
—Pues tú, para ser de la isla, tienes el cuello
achicharrado, Liam...
Según oigo eso, me río. Si le viera el culo, iba a flipar...
—Tiene sed —comenta él cogiendo al niño de mis brazos
—. Voy a la cocina a por un biberón de agua fresca —y,
mirándome, indica con seriedad—: Continúa disfrutando de
tu día libre. Hasta esta noche a las nueve yo me encargaré
de Jan.
Acto seguido se aleja, los perros lo siguen, y Florencia me
mira y dice:
—¿Soy yo o mi hermano tiene las piernas muy rojas por
detrás?
Como si no supiera nada, me encojo de hombros. Y ella,
al ver la botella vacía de tequila que está sobre la mesa y la
infinidad de vasos de chupito, murmura:
—Uissss, ¡qué peligroooooo!
Según dice eso me doy la vuelta para que no me vea
sonreír y, en el acto, la oigo decir:
—Madre mía, ¡qué rojas tienes las piernas tú también!
Rápidamente me vuelvo y Florencia cuchichea
mirándome:
—¡¿Fiestecita?!
Horrorizada por haber sido descubiertos, no sé qué decir,
así que, mintiendo, suelto:
—Liam invitó a unos amigos, y..., sí, un poco de fiestecita
tuvimos.
La mujer asiente, me mira y luego, acercándose a mí,
susurra:
—Espero que tú tengas mejor gusto con los hombres que
mi hermano con las mujeres. Desde que terminó con
Jasmina parece que ha vuelto a la adolescencia, aunque,
bueno..., últimamente lo veo con Margot y he de reconocer
que me encanta la idea. Además de ser una mujer
glamurosa e independiente, nos está ayudando y le
deberemos mucho. ¿Ella estuvo aquí anoche?
Sin saber por qué, asiento. Florencia sonríe. Está visto
que Margot les gusta a todos.
—Pero una cosita... —indico enseguida—. Si la ves no le
digas nada. Quizá no le guste mi indiscreción.
Acto seguido Pepa, Pepe y Tigre aparecen junto a Liam y
el niño. Durante un rato Florencia habla con nosotros, nos
comenta lo bien que lo ha pasado el chiquillo con ellos y
que le ha dado de comer antes de traerlo, hasta que
finalmente se despide, monta en su coche y se va.
Capítulo 37

Una vez que nos quedamos solos, entramos en la casa.


Liam sienta al pequeño Jan en su trona, se quita la camisa y
se ofrece para preparar unas ensaladas para comer.
—Siento que la espalda me arde... —comenta.
Madre mía, madre mía..., ¡cómo la tiene!
Está cangrejito, y eso que él no es tan blanco como yo. Y,
mirando mi espalda, exclama:
—¡Dios, cómo te has quemado! Y te has abrasado tu
trasero peninsular...
Sin alterarme, asiento. Y entonces, recordando el suyo,
indico:
—Pues tu culito isleño no pinta mucho mejor.
Rápidamente él se baja con cuidado un costado del
bañador y oigo que dice:
—¡Joderrrr!
Jan nos observa —¿qué pensará al ver que nos estamos
mirando los traseros?— mientras bebe agua de su biberón
y, no sé por qué, me entra la risa.
Liam me mira mientras corta los tomates. Por su gesto
noto que no le hace ni pizca de gracia que me esté riendo
en este instante.
—Por favor..., por favor..., no me lo tomes a mal —
murmuro sin poder parar de reír—. Pero a quien le digamos
que una noche de tequila ha hecho que nos quememos el
culo en vez de las gargantas no se lo va a creer...
Él finalmente suelta una carcajada. Ríe tanto como yo. Lo
ocurrido es como poco surrealista.
—Anda, coge unos vasos, agua, cubiertos y servilletas.
Las ensaladas ya están listas.
Lo dispongo todo en la barra y con cierta dificultad por
nuestros traseros quemados, nos sentamos a comer. ¡Dios...
ahora sí que parecemos una familia!

***

Una hora después, tras convencer a Liam de que a pesar


de ser mi día libre no puedo ignorar al pequeño, consigo
que se duerma. Nosotros aprovechamos para ducharnos,
cada uno en su baño. Ni él propone ni propongo yo. Es más,
no nos hemos vuelto a besar ni a acercar más de la cuenta,
aunque yo, la verdad, lo deseo, pero me contengo.
Al rato voy a la cocina a coger de la nevera mi crema
para después del sol vestida con unos pantalones cortos y
una camiseta de tirantes. Cuando estoy saliendo de nuevo
lo veo aparecer con un pantalón corto holgado y nada más.
Madre míaaaaaa, ¡qué visión tan tentadora!
Es inevitable que ciertas imágenes se paseen por mi
mente. Liam besándome. Liam haciéndome el amor. Liam...
Liam... Liam...
Durante unos segundos nos miramos. Algo me dice que
por su cabeza también pasan determinados recuerdos. Y
entonces, mostrándole el bote de crema, digo:
—Acércate. Te echaré un poco.
Sin hablar, él obedece. Sabe que la necesita.
Con cuidado le pongo crema en el cuello, en la espalda,
en la parte de atrás de las piernas, y cuando pienso si he de
darle en las cachitas de su rojo culo isleño me mira y dice
quitándome el bote de las manos:
—Date la vuelta. Ahora te echaré yo a ti.
Tras pasarle el bote siento cómo sus manos recorren mi
espalda, mi cuello y la parte de atrás de mis piernas.
—Lo ocurrido no debería haber pasado —dice de pronto
con enfado.
Según lo oigo, asiento. Mucho estaba tardando en decirlo.
E, incapaz de callar, replico:
—Tranquilo. Somos adultos y el sexo es sexo. No hay que
darle más vueltas.
—¿Cómo que no hay que darle más vueltas? —protesta.
Este hombre me va a volver loca. Y, tomando aire, añado:
—Fuimos valientes y tan solo hicimos lo que deseábamos.
—Pero...
—Por Dios, Liam —lo corto—. Ambos vimos que era
factible tener sexo, nos apetecía y lo tuvimos... ¡No le des
más vueltas!
Él resopla visiblemente incómodo, y yo, deseosa de
picarlo, inquiero:
—¿Acaso estás enamorado de mí?
Liam parpadea. Como siempre, mis preguntas lo
desconciertan.
—No —suelta.
Vale, ese «no» me joroba, me duele. Pero, dispuesta a ser
como me prometí, indico:
—Pues entonces tranquilo. No vas a sufrir.
—¿Por qué dices eso?
Vale. Me acabo de meter yo solita en un bonito charco.
Tengo dos opciones: mentir o decir la verdad, por lo que
opto por la segunda.
—Porque para sufrir por idiota y enamoradiza ya estoy yo
—explico.
Liam parpadea asombrado y empieza a preguntar:
—¿Tú estás...?
Horrorizada por ver cómo me mira, tomo aire y replico:
—Simplemente me gustas. Se acabó el temita.
Nos quedamos en silencio y, cuando hay que poner
crema en mi trasero peninsular, él dice entregándome el
bote:
—Continúa tú.
—Por supuesto —afirmo viendo su incomodidad.
Cuando cojo la crema nos miramos. En sus ojos veo el
desconcierto, la indecisión, el malestar. Está claro que se
está fustigando por lo ocurrido. Y, dispuesta a facilitarle las
cosas, pues ya lo voy conociendo, digo:
—A ver...
—Joder, Amara, lo último que quiero es hacerte sufrir.
Me río al oírlo aunque, la verdad, no sé por qué, y cuando
voy a contestar añade:
—Esta situación se nos está yendo de las manos y...
En ese instante suena el interfono de la cancela. Liam
pulsa un botón y, tras mirar la cámara, anuncia:
—Son Naím y Verónica.
Según oigo eso asiento, y luego él dice mirándome:
—Espero que lo ocurrido quede entre nosotros.
—Por supuesto —miento como una bellaca, pues sé que
se lo voy a contar a Verónica.
Poco después, desde el interior de la cocina, junto a un
más que callado Liam, veo cómo el coche de mis amigos
entra en la parcela mientras intento que mi corazón se
apacigüe. Me odio... Me odio a mí misma por haberle
referido mis sentimientos. Pero ¿cómo soy tan
rematadamente tonta?
Al rato Naím y Vero bajan de su vehículo y, tras cogerse
de la mano, caminan hacia la puerta de entrada.
Liam desaparece sin decir nada y yo, caminando hacia la
puerta, la abro y saludo a mis amigos:
—¡Qué bien que hayáis venido!
Naím sonríe, me da dos besos y luego, mirándome, dice:
—Oye, ¡estás muy roja! Ten cuidado con el sol.
Asiento sonriendo y acto seguido él pregunta:
—¿Y mi hermano?
Haciéndome la olvidadiza mientras soy consciente de
cómo me mira Verónica, contesto:
—Creo que está en su habitación... Jan duerme.
Naím asiente y se marcha a la cocina.
—Pero ¿cómo te has quemado así? —cuchichea entonces
Vero, mirándome.
Sonrío, voy a contestarle, pero en ese instante aparece
Liam.
—¡¿Qué pasa, cuñada?! —la saluda.
Ella sonríe, le da dos besos y dice:
—Oye, gracias por acompañar ayer a Amara. Saber que
estaba contigo me dejó más tranquila.
Liam asiente y, como un excelente actor, me mira y
asegura:
—Lo pasamos bien, ¿verdad?
Cabeceo con la misma cara de póquer que él y,
sintiéndome una gran actriz, afirmo:
—¡Como auténticos idiotas!
Un extraño silencio se hace entonces entre los tres, hasta
que Verónica dice:
—Naím está en la cocina. Se moría por una cerveza fría.
Liam asiente y se da la vuelta para marcharse; entonces
Vero se fija en sus piernas y en su cuello, me mira y, cuando
va a decir algo, musito:
—¡No preguntes!
—Pero...
—Cuanto menos sepas, ¡mejor!
Mi amiga parpadea, hace algunas de sus muecas, que yo
entiendo a la perfección, y finalmente, y para que deje de
gesticular, me retiro la toalla para enseñarle el culo y
cuchicheo:
—Él lo tiene igual.
Boquiabierta, mi amiga me mira el trasero. Por último se
ríe, pero, tal y como ha empezado, de pronto deja de sonreír
y murmura:
—¿Has colonizado la isla con un Acosta?
Mi expresión debe de decirlo todo.
—¡Sí! —afirmo.
Mi amiga se lleva las manos a la boca para no soltar una
carcajada. Y, cogiéndola de la mano, la conduzco a mi
habitación y, como si me hubieran dado cuerda, le cuento a
todo trapo cómo fue el día anterior, incluido el beso en el
mirador, y cómo terminamos la noche.
Mientras lo hago, siento que río y me emociono al
rememorarlo.
—Fue solo un antojito momentáneo... —termino.
—¡Joder, Amara, con tus antojitos!
—Tranquila...
Y, antes de que me pregunte nada más, tiro de ella y la
llevo hasta la cocina, donde están charlando Naím y Liam.

***

Un par de horas después Jan se despierta y su simpatía


nos enloquece. Qué precioso es mi Gordunflas. Y, mientras
Naím y Verónica se acomodan en el sofá, soy consciente de
que ni Liam ni yo lo intentamos, y en cierto modo me tengo
que reír porque sé cuál es el motivo de que no lo hagamos.

***

Esa noche, cuando mis amigos se marchan, estoy con Jan


en su cuarto y, como siempre, comienzo a tararearle su
canción, la misma que inexplicablemente le canté a Liam en
el mirador. De pronto el vello de todo mi cuerpo se eriza.
Tras lo ocurrido, esa canción tiene un significado más
especial aún, y, viendo a Jan cerrar los ojos, disfruto al
recordar el momento más bonito y romántico que creo que
viviré en mi vida.
Capítulo 38

Pasan un par de días durante los cuales ni el Friki del Control


ni yo podemos sentarnos. Nuestros culitos achicharrados no
nos lo permite y..., bueno, cada vez que lo veo montar en el
coche y hacer aspavientos, reconozco que me muero de la
risa.
Finalmente nuestros traseros se reponen y Liam se
marcha a Nueva York para tener la reunión con el dueño de
Master Good.
Admito que me apena estar sin verlo, pero me pongo
furiosa cuando me entero por Florencia que Margot lo ha
acompañado al viaje. Es más, recibo un mensaje de Liam
diciéndome que no lo llame a no ser que sea por algo
urgente, pero que espera que cada noche a las diez en
punto le escriba contándole cómo ha pasado Jan el día.
¿Por qué no quiere hablar conmigo?
Escuchando las románticas canciones de Pablo Alborán
revivo cada instante, cada momento pasado con él. Pensar
en la boca de Liam y en cómo me hizo el amor mirándome a
los ojos la otra noche en la piscina y posteriormente en la
tumbona me da la vida, y aunque sé que me hago daño,
aquí estoy, jorobándome a mí misma sin poder parar.
¿Por qué seré tan masoquista?
Como siempre que él no está, me adueño de su precioso
salón. Total, luego lo recojo y nunca se entera. Allí, me
repanchingo en el sofá y, cuando Jan se duerme, tras
hacerme un sándwich, me dedico a ver películas y series de
las plataformas que Liam tiene contratadas, acompañada
por Pepa, Pepe y Tigre, a los que dejo entrar en la casa y
subirse al sofá conmigo. Algo que, por supuesto, haría que
Liam pusiera el grito en el cielo..., pero como no está y no lo
ve y yo quiero compañía, pues los dejo y no hay más que
hablar.
Estoy viendo la película Bohemian Rhapsody. Es la
décima vez que la veo. A mi hermano le encantaba Queen,
especialmente adoraba a Freddie Mercury, y esta peli le
habría gustado mucho. Así pues aquí estoy, viéndola
mientras lloro a moco tendido y toco la medallita de Raúl
que llevo colgada cerca de mi corazón.
Sobre la mesita tengo varias latas de Coca-Cola abiertas,
patatas fritas, gusanitos, cacahuetes, chucherías para los
perretes y un bote de Nutella... ¡Mira que me gusta la
Nutella!
Lloro al tiempo que como Nutella con el dedo, pero de
pronto veo que los perros, que estaban dormidos sobre el
sofá, levantan la cabeza y miran hacia el ventanal. Eso me
pone en alerta y, segundos después, advierto que la puerta
de la cancela se abre y entra el coche de Liam.
¡¿Cómooooo?!
¿En serio ha vuelto sin avisar?
Acelerada, pero con voz llorosa, rápidamente ordeno:
—¡Todos fuera antes de que nos pille el Friki del Control!
Los tres perros obedecen mi orden, de tontos no tienen
un pelo, y yo, levantándome mientras me seco las lágrimas,
quito la sábana que siempre pongo para que ellos se suban
al sofá y la llevo a mi habitación. Una vez que regreso a
toda leche, al ir descalza me doy un golpe con la esquina de
la mesa y, dolorida, caigo sobre el sofá entre lamentos.
Sin embargo, el daño se me olvida cuando comienza a
sonar la canción Love of My Life, esa que tanto le gustaba a
mi hermano y por la que me hice el tatuaje de la muñeca.
Sin poder evitarlo, siento a Raúl a mi lado burlándose por
verme llorar, y entonces redoblo mis lloros. ¡No puedo
parar!
Instantes después oigo que la puerta de la casa se abre, y
no pasan ni dos segundos cuando Liam entra en el salón
con el cuello de la camisa desabrochado. Llevamos sin
vernos cinco días. Nos miramos y yo, sintiéndome la tía más
ridícula del mundo, me limpio las lágrimas con las manos y
susurro:
—Hola...
Durante unos segundos nos miramos —¡por Dios, qué
guapo está...!—, hasta que por fin pregunta:
—¿Se puede saber qué te ocurre?
Con la cara llena de lágrimas, los ojos como dos
melocotones y la nariz como un tomate, no puedo
contestar, pues no lo esperaba, y tan solo respondo con un
hilo de voz:
—No... no pasa nada.
Pero, claro, no me cree. Se acerca a mí y se sienta a mi
lado. Y, antes de que vuelva a preguntar, indico entre
sollozos:
—Es... es por la película.
Liam mira la tele. Después me mira a mí. No entiende
nada. Y cuando va a hablar aclaro:
—Es por... por mi hermano...
—Querido..., ¿dónde estás?...
Según oigo esa voz me paro en seco.
Uf..., la mala leche que me entra por el cuerpo al saber
que viene acompañado.
Está claro que Liam pasa de mí, pero algo se revuelve en
mi interior cuando soy consciente de que esa mujer está
aquí, y más aún cuando segundos después veo que entra en
el salón.
Durante unos momentos los tres permanecemos en
silencio; de pronto ella se acerca a Liam y pregunta:
—¿Qué le ocurre a la pobre Amara?
¡¿«La pobre Amara»?!
¡Yo de pobre no tengo nada!
Joder..., joder..., me joroba cómo lo ha dicho..., mucho,
mucho. Y, levantándome del sofá, tomo aire y aclaro:
—La película me ha hecho llorar.
Margot mira la televisión. Luego me mira a mí y
rápidamente dice:
—Pobrecita... Qué desconsuelo tienes.
Asiento, eso no lo puedo negar. Y entonces Liam, con voz
de enfado, murmura:
—Por todos los santos..., ¿qué es todo este desastre?
En cuanto dice eso, me doy cuenta de la cantidad de
cosas que hay sobre la mesita. Las latas de Coca-Cola, el
bote de Nutella, bolsas de patatas, gusanitos, chuches de
perro... Liam me mira. Madre mía, madre mía, siento que
me va a soltar un bufido en cualquier momento. Pero
entonces Margot se me acerca y dice con voz pausada:
—Querida, creo que deberías recoger todo esto.
Asiento, tiene razón. Sin embargo, Liam suelta en el acto:
—Margot, ¿puedes callarte?
—Pero, querido...
—Margot, te he dicho que esperaras en el coche. Ahora te
llevaré a tu casa —la corta él.
La mujer asiente y me mira como diciéndome:
«tranquila». Luego se dirige a Liam y añade:
—Voy un momento al baño de tu habitación.
Liam la mira, va a protestar, pero entonces ella
desaparece.
Tan pronto como se marcha comienzo a recoger el
estropicio que he montado sobre la mesa.
—No te preocupes —le digo—. Tu saloncito quedará como
nuevo.
Liam me mira y yo, con toda mi mala leche, sumada a la
angustia de mi llanto, pongo todas las cosas en una bandeja
y, sin mirar atrás, me dirijo a la cocina.
Madre mía, madre mía..., qué rabiosa estoy porque esa
mujer haya aparecido con él.
Una vez en la cocina, enciendo la luz y comienzo a
guardarlo todo. Eso sí, menudos golpes les estoy dando a
los muebles...
Entonces, de pronto me percato de que Liam entra en la
cocina y se me acerca.
—¿Estás bien? —me pregunta.
No, la verdad es que no estoy bien.
Que aparezca con aquella tras haber pasado varios días
sin verlo no era lo que esperaba, y no respondo.
—¿Qué me ibas a contar de tu hermano? —dice a
continuación.
Joder..., joder... ¿Por qué lo habré mencionado?
Liam no se mueve, espera a que le conteste, mientras yo
voy de un lado para otro de la cocina como una máquina.
Tengo la sensación de que si me paro la voy a liar. Entonces
veo que él se me acerca de repente, me agarra de un brazo
y, haciendo que lo mire, va a hablar cuando siseo:
—No voy a decirte nada que no tenga que ver con Jan.
Liam me mira fijamente. En sus ojos veo que mi
respuesta no le ha gustado, y de un tirón me deshago de su
mano y me alejo de él.
Con la isla de la cocina entremedias de los dos, nos
miramos.
—¿Me puedes decir por qué llorabas? —dice Liam.
Oír eso me hace gracia. He estado a punto de hablarle de
mi hermano Raúl, algo que he hecho con muy pocas
personas.
—Te están esperando en tu habitación —respondo sin
embargo.
Según suelto eso, maldigo. La palabra habitación me ha
salido con demasiada retranca.
De nuevo nos miramos en silencio hasta que finalmente
él se da la vuelta y se va.
De inmediato me siento la tía más ridícula del mundo. ¿Es
que yo no aprendo? Y, tras girar sobre mis talones, me
encamino hacia el lavavajillas para meter un vaso sucio,
pero Liam vuelve a entrar en la cocina y, acercándose a mí,
me pide:
—Mírame.
No me muevo. No lo miro. Sigo con el lavavajillas. Pero él
insiste:
—¿Me has oído? ¡Mírame!
Con toda la mala leche del mundo, cierro la puerta del
lavavajillas —uf, ¡que me la cargo!—, y digo volviéndome en
su dirección:
—Muy bien. Ya te miro. ¡¿Qué?!
Wooooooo, ¡cómo me estoy pasando! De esta me despide
fijo.
—¿Qué te pasa? —inquiere.
—Nada que te importe.
—Amara, llego a casa y te encuentro llorando. ¿Cómo no
voy a preocuparme?
Oír eso me pone furiosa. Durante todos esos días no se ha
preocupado por mí.
—Ni que yo te haya importado en algún momento —
musito.
Según digo eso, veo que le cambia el gesto.
—Eso no es justo —sisea.
—Mira, una cosita..., que te quede claro que, si deseas
recibir besos, debes dejar de repartir bofetadas.
Me mira. Lo miro. Oy..., oy..., oy... La mala leche que me
está subiendo por todo el cuerpo... E, incapaz de callar,
suelto consciente de que él sabe cuáles son mis
sentimientos:
—Mira, vamos a dejarlo, ¿te parece?
Agitados, nos miramos. Está enfadado y yo también. Pero
entonces me percato de que sus ojos bajan hacia mi boca y
la recorren con deseo.
Estoy furiosa, rabiosa. Imaginar lo que habrá hecho con
Margot durante el viaje y lo que van a hacer en cuanto
cierren la puerta de su dormitorio me tiene frita. Y mejor me
muerdo la lengua o, como siga así, al final voy a decir algo
que no me va a beneficiar.
Durante unos segundos Liam y yo nos miramos con furia,
y cuando veo que él se da la vuelta para marcharse, no sé
por qué, lo agarro de la mano, hago que se vuelva de nuevo
y, sin pensarlo, lo beso.
Ea..., ¡ya la estoy liando otra vez!
Lo beso de tal manera y con tal posesión que hasta a mí
se me eriza el vello. Y cuando él me aprieta contra su
cuerpo para ahondar en el beso, creo que me voy a morir de
placer.
¡Madre míaaaaaaa!
Durante unos minutos nos besamos con vehemencia en
la cocina, sin pensar que Margot está en la habitación. El
beso que me da y el modo en que me abraza me indican
que me ha echado tanto de menos como yo a él. No se besa
así si no hay algo fuerte de por medio. Pero de pronto
oímos:
—Querido...
Eso hace que los dos regresemos a la realidad, que
seamos conscientes de lo que estamos haciendo. Y,
separándonos, nos miramos, y la rabia que hay en mí, sin
cortarse un pelo, dice para provocarlo:
—Y ahora, como te dije el otro día, supera mi beso.
Acto seguido me doy la vuelta y, cogiendo el vigilabebés
de la encimera, me dirijo a mi habitación sin mirar atrás.
Apenas cinco minutos después oigo cómo el coche de Liam
arranca y se va.
Capítulo 39

Al día siguiente, cuando salgo de la habitación con Jan en


brazos, miro por el ventanal y compruebo que el coche de
Liam no está. ¿Habrá pasado la noche fuera?
Tras dar de desayunar al niño, atiendo una videollamada
de Leo en la que estamos incluidas Mercedes, Vero y yo.
Durante más de una hora charlo con mis amigos mientras
río y me divierto. Hablar con el Comando Chuminero hace
que me olvide de mis penas y mis inseguridades y, la
verdad, me viene de lujo para desconectar. Por supuesto, no
les comento qué me pasa. Creo que si les contara las
tonterías que estoy haciendo con Liam, me iban a llamar de
todo. Y, no, bastante tengo con fustigarme yo solita.
Después de un rato en el que nos ponemos al día, y
durante el cual Mercedes y Leo nos explican que ya tienen
la boda totalmente encaminada, cuelgo la llamada y veo
que he recibido un mensaje de Alessandro, el periodista. Y
me apresuro a contestarle.
Más tarde, mientras disfruto con Jan y los perretes en el
jardín, el niño extiende los brazos y suelta:
—Maamááááá.
Ay, Dios, ¡que lo ha dicho otra vez!
No. No. No. El niño no puede llamarme así, y rápidamente
indico:
—Mamá, no. ¡Amara! ¡A-ma-ra!
—Mamááááá —insiste Jan.
—Amara. ¡A-ma-ra! —repito.
—Mamááááá...
Horrorizada, solo se me ocurre decirle mi nombre una y
otra vez, pero nada..., él sigue en sus trece.
Estoy agobiada cuando suena mi teléfono. Es Liam. Uf...,
uf... Y, cogiéndolo, lo saludo con tanta amabilidad como
puedo:
—Hola...
—Me acaba de llamar mi padre para decirme que esta
noche mi hermana y él han organizado una barbacoa para
celebrar, aunque sea con retraso, los cumpleaños de Lionel
y de Omar y agradecerle a Margot su implicación en el
nuevo proyecto. A las nueve pasará un taxi a recogeros a ti
y a Jan para llevaros a casa de Florencia. Allí nos vemos.
Adiós.
Según dice eso, cuelga y yo me quedo mirando el
teléfono boquiabierta.
¿En serio voy a tener que ir a esa fiestecita cuando lo que
quiero es matarlo?
Una vez que dejo el móvil, miro a Jan, que observa cómo
se bañan los perros. El niño, como siempre, sonríe. Yo haría
lo que fuera por esa sonrisa. Y, cogiéndolo entre mis brazos,
me meto en la piscina con él y disfruto de su compañía
mientras vuelvo a rogar a todos los dioses que el niño no
me llame «mamá» delante de los Acosta. ¿Qué pensarían si
lo hiciera? Y, sobre todo, ¿Liam pensaría que lo estoy
alentando a que lo haga?
***

Tras una tarde de piscina, en cuanto arreglo al niño y yo


me pongo unos vaqueros y una camiseta, subimos al taxi
que nos viene a recoger y, veinte minutos después, estamos
ya en casa de Florencia.
No es la primera vez que vengo aquí, pero esta vez está
llena de gente.
Florencia sí que organiza buenas fiestas. Por haber, hay
de todo, hasta un escenario con karaoke y un chico
pinchando música en directo. ¡Eso me gusta!
Saludo a toda la familia y los amigos que conozco, y
luego aparece Xama y exclamo al verla:
—¡Menudo corte drástico de pelo te has hecho!
La cría me mira. Ha pasado de tener melenita a cortárselo
tan corto que parece que va a ingresar en el ejército.
—¿Te gusta? —pregunta.
Sin dudarlo, asiento. Xama tiene la suerte de tener una
cara tan bonita que puede llevar el pelo como quiera.
—Me encanta, y estás guapísima —afirmo.
Observo que le complace mi respuesta.
—Yo lo llevé una vez así —añado luego.
Creo que eso le sorprende. Pero entonces me quita al
niño de los brazos y, alejándose, indica:
—Voy a darle un paseo a Jan.
Instantes después aparece su madre y de pronto
comprendo por qué Xama se ha marchado tan rápido.
Florencia se para junto a mí y cuchichea:
—No sé qué voy a hacer con ella. ¿Has visto el crimen
que se ha hecho en el pelo?
Divertida, sonrío. El clasismo de Florencia no tiene nada
que ver con la modernidad de Xama.
—A mí me parece que está muy guapa —contesto.
Según digo eso, Florencia niega con la cabeza y, bajando
la voz, musita:
—Pero ¿tú has visto qué pintas lleva con ese pelo, esa
camiseta y esos pantalones caídos? ¡Ay, por favor! Pero si
parece un chico en vez de una preciosa muchachita.
—Xama está preciosa, Florencia —asegura Verónica
acercándose.
—Pero ¿qué van a pensar su novio o los invitados de las
pintas que lleva? —insiste aquella.
¿Novio? ¿La chica tiene novio?
Verónica y yo intercambiamos una mirada y esta
rápidamente responde:
—Florencia, lo que piensen los invitados o su novio a ella
ni le va ni le viene... Xama es Xama y tiene su propia
personalidad.
La mujer resopla, mueve la cabeza y a continuación
musita:
—Esta niña me va a volver loca.
Vero y yo nos miramos de nuevo y entonces ella,
cambiando la expresión, comenta:
—Ay, Dios, qué contentos estamos con lo de Master Good.
Si al final lo conseguimos, tendremos tanto que agradecerle
a Margot... Es tan encantadora y dedicada...
Asiento. Sin duda sé que tiene razón. Y cuando, segundos
después, Florencia se va, miro a Verónica y digo:
—¿En serio Florencia no se da cuenta de quién es su hija
Xama?
—No sé si no se da cuenta o no quiere dársela... —replica
Vero—. Pero yo, como madre que soy, creo que más bien es
esto último.
Cabeceo, puedo entenderlo. Y a continuación Verónica
susurra:
—A Xama le gustan las personas. Le da igual si son chicos
o chicas, pero, al parecer, nadie más se ha percatado de
eso. Es más, yo no lo he hablado ni con Naím ni con ella... Ya
me metí en un berenjenal por Gael y no quiero otro con
Xama, a no ser que me necesite.
Ambas sabemos de lo que hablamos.
—Espero que, cuando se entere, su madre no se lo haga
pasar muy mal —cuchicheo.
Vero y yo intercambiamos de nuevo una mirada y,
cogidas del brazo, nos acercamos hasta la mesa donde está
la bebida.
—Un vinito blanco y una Coca-Cola con mucho hielo —
pido tras mirar lo que hay.
—Mejor que el vino, algo de naranja sin gas.
Según dice eso miro a mi amiga y pregunto:
—¿Todavía sigues mal del estómago?
Vero asiente. Hace una mueca y, al ver su sonrisa, me
llevo la mano al corazón y musito:
—¡Ay, que me da...!
Vero vuelve a sonreír y yo digo en voz baja:
—¿Me lo estás diciendo en serio? ¿Voy a ser tía otra vez?
Mi amiga asiente. Yo, enloquecida, comienzo a saltar pero
ella indica abrazándome:
—Disimula.
—¿Cómo se hace eso? —me mofo emocionada.
Durante unos segundos permanecemos abrazadas, hasta
que Vero dice:
—Solo lo sabéis Naím, Zoé y tú. Esta noche, durante la
cena, Naím lo anunciará en un brindis. Luego llamaré a mis
padres.
Sin separarnos, asiento. ¡Qué feliz estoy por ella!
—Leo y Mercedes te van a matar por no haber estado
aquí... —cuchicheo.
Mi amiga sonríe.
—Tú te vas a encargar de que estén —dice.
Rápidamente planeamos cómo hacerlo para que Leo y
Mercedes no se pierdan el anuncio de la noticia y, una vez
que lo tenemos claro, Vero mira al futuro padre y musita:
—Naím lleva días sin dormir de lo feliz que está.
—¿Y Zoé qué ha dicho?
Vero toma aire. Hablar de Zoé siempre la hace sonreír.
—Está como loca... —responde—. Se puso a llorar porque
no podía venir a verme por las clases de ballet, pero luego
se tranquilizó al recordar que nos veremos en la boda de
Mercedes.
Asiento. Sé que el reencuentro entre Vero y su hija será
precioso. Y sin decirle lo de que Jan me llama «mamá», pues
ya se lo contaré en otro momento, pregunto:
—¿Tú estás feliz?
Vero asiente.
—Tremendamente feliz —dice radiante—. Si me llegan a
decir todo lo bonito que me ha pasado en el último año,
nunca lo habría creído. Pero Naím es mi amor y cada día que
pasa doy gracias a los astros y a todo lo que sea por haberlo
puesto en mi vida.
Gustosas, nos volvemos a abrazar. Sin duda, mi amiga ha
encontrado ese amor que todo el mundo desea encontrar.
Entonces veo llegar a Liam acompañado de Margot. Como
siempre, esta parece salida de un desfile de moda y, para
qué negarlo, Liam también. ¡Qué elegantes!
Verlos juntos me desagrada. Mi corazón se revoluciona.
Me doy la vuelta para no mirar, y digo comenzando a
caminar al lado de mi amiga:
—Vamos a ver a mi Gordunflas.
Después de un rato en el que disimulo mi malestar, oigo
que alguien dice:
—Hola, jovencita.
Al volverme, sonrío. Frente a mí está Alfonsina, la mujer
del cumpleaños, que va del brazo de Omar.
—Vengo de recogerla de su casa para que esté con
nosotros —comenta él.
Ese gesto por parte de los Acosta me parece precioso, y
entonces recuerdo algo que Verónica me dijo cuando fuimos
a la playa, y me ratifico en que los Acosta te adoptan.
Charlo con Alfonsina durante un rato, hasta que Vero
viene a buscarme y seguimos hablando de nuestras cosas.
Mientras lo hacemos soy consciente de que Liam y Naím
bromean con Xama junto a la piscina. La cría se ríe. Por sus
gestos sé que lo que le dicen no le molesta, hasta que
llegan Margot y Florencia y su gesto cambia.
De la risa pasa a la más absoluta seriedad, y de pronto
doña Querida dice algo que hace que Xama dé un traspié
aposta y esta acabe en la piscina.
—¡Ostrasssss! —murmuro.
—¡Soy fan de Xama! —exclama Verónica.
Ambas reímos por ello mientras Margot, casi ahogándose
donde uno hace pie, da grititos. Reconozco que con esa
mujer tengo sentimientos encontrados: me cae bien porque
conmigo es siempre encantadora, pero no soporto verla con
Liam. Me encela verlo en su compañía. Y, dejando salir eso
que intento ocultar, miro a mi amiga y cuchicheo con
sarcasmo:
—Una cosita... Margot no me cae mal, pero en este
momento ¿no te apetecería sujetarle la cabeza debajo del
agua hasta que dejara de respirar?
—¡Amaraaaaaa! —Verónica ríe.
Liam y Naím la ayudan a salir de la piscina con gesto de
apuro mientras ella protesta y repite una y otra vez que su
precioso vestido de Carolina Herrera se ha echado a perder.
Sin poder apartar la mirada veo que Florencia abronca a
Xama y la chiquilla finalmente se da la vuelta y echa a
andar en nuestra dirección.
Verónica y yo nos morimos de la risa. No lo podemos
disimular. Por Dios, qué mal estamos quedando... Y
entonces Xama pasa por nuestro lado muy enfadada y,
poniéndose unos auriculares color verde pistacho, murmura:
—Odio a Margot.
Verónica y yo dejamos de reír, entonces Naím llama a mi
amiga y ella se va. La necesitan.
En ese instante Florencia pasa por mi lado, va detrás de
su hija y al ver su gesto de enfado la detengo y digo:
—Respira... Es una adolescente y...
—Pero ¿tú has visto lo que ha hecho?
Asiento, claro que lo he visto, como lo habrá visto media
fiesta, pero Florencia insiste:
—Ya no solo es cómo le ha dejado el maquillaje y el
peinado a Margot, sino el estropicio que ha causado en el
precioso Carolina Herrera y en las joyas.
—Creo que Carolina Herrera se lo perdonará —me mofo.
Ella me mira. Su gesto serio me recuerda al de Liam
cuando lo desconcierta alguna de mis respuestas.
—Anda, ve a tomarte un vinito y relájate —digo.
—Pero...
—Florencia —la corto—. Estás tan enfadada que
probablemente le dirás a Xama algo de lo que luego te
arrepentirás. Piénsalo.
—Tienes razón —accede ella al fin—. Es mejor que respire
porque, como la pille en este instante, te juro que...
Dos segundos después se marcha de vuelta junto al
grupo. Veo que Margot parece un pollo desvalido y, sin
poder parar de reír, giro sobre mis talones y camino en
dirección a la casa. Seguro que Xama ha ido allí. Sin
embargo, al doblar la esquina veo que se mete en el garaje,
y para allá que me voy.
Una vez dentro no encuentro a la chica, hasta que la veo
sentada en un rincón con sus grandes auriculares puestos.
En silencio me acerco a donde está y, sentándome en el
suelo a su lado, desconecto el cable de los auriculares de su
móvil y comienza a sonar música cañera en alto.
Xama me mira. Está enfadada. Y yo, reconociendo al
grupo que suena, comento:
—Me gusta mucho Måneskin.
—¿Los conoces? —pregunta con curiosidad.
—La canción que suena es Zitti e Buoni, ¿verdad? —
indico.
Rápidamente ella asiente y yo aclaro:
—Los descubrí cuando ganaron el Festival de Eurovisión
con esta canción, y en mi lista de Spotify tengo algo de
música suya. Me gustan bastante.
Boquiabierta, Xama cabecea. Acto seguido para la música
de su teléfono móvil y vuelve a decir:
—Odio a Margot.
—¿Qué te ha dicho?
Xama me mira y por su expresión entiendo que no quiere
repetirlo.
—Vale —señalo—, mejor no me lo digas, no sea que me
tientes a tirarla otra vez a la piscina...
Nos quedamos en silencio unos instantes y luego la cría
aclara:
—No es lo que dice, sino cómo lo dice.
Xama se echa a llorar. Como puedo la consuelo, hablo con
ella, y luego pregunta mirándome:
—¿Por qué dijiste aquel día en la playa que tú no tuviste
una familia que te quisiera?
Vaya, no esperaba yo ahora esa pregunta. Pero, ya que
me la ha hecho, respondo:
—Porque es la verdad, cielo. Tú tienes la suerte de tener
padres, abuelo, hermano y tíos que te quieren y que te
cuidan. Yo no tuve nada de eso y...
—¿No tuviste padres? —me pregunta sorprendida.
No me apetece entrar en detalles, por lo que, tomando
aire, digo:
—Los tuve, pero ellos nunca me quisieron como te
quieren y te cuidan a ti los tuyos.
Xama me mira. En sus ojos veo tristeza. La apena lo que
acabo de contarle y, aun sin saber lo que Margot le ha
dicho, continúo:
—Sé que a tu edad los amigos se anteponen a la familia y
que el mundo parece muy difícil y complicado. Pero créeme
cuando te digo que todo es mucho mejor cuando se cuenta
con una familia como la tuya, que te quiere y con la que se
puede hablar.
Xama se seca las lágrimas de los ojos. Me escucha con
atención y entonces dice:
—Mi madre no entenderá lo que me pasa.
—¿Y por qué no?
Xama se toca el cuello. Mi pregunta la inquieta.
—Porque para ella las cosas solo son blancas o negras —
musita.
Oír eso me hace entender de lo que hablamos.
—Pues tendrás que hacerle ver que, en la vida, además
del blanco y del negro hay infinidad de colores —contesto—.
Y que incluso estos tienen matices, ¿no crees?
—No creo que quiera escucharme —dice tapándose los
ojos con la mano.
—Una cosita... —Xama me mira y yo pregunto—: ¿Lo has
intentado?
Ella niega con la cabeza.
—Cree que mi novio sigue siendo Ancor, cuando llevo
saliendo con Vanessa desde hace meses y... y Margot lo
sabe. Me vio con ella una noche y, siempre que puede,
suelta alguna pullita delante de mi familia para hacerme
sentir incómoda.
Vale, ahora entiendo la rabia que Xama le tiene.
—Mi familia no sabe nada, a excepción de Begoña,
porque si le digo a mi madre que soy bisexual y que me
gustan tanto los chicos como las chicas, creo que se morirá
del disgusto y empezará a criticarme.
Asiento. Creo que sería complicadito tratar con Florencia
el tema al que la niña se refiere.
—Morirse no se va a morir porque seas sincera, así que
tranquila —repongo—. Y en cuanto a las críticas, hace
tiempo que aprendí que tienes tres opciones. La primera,
permitir que esa crítica te destruya. La segunda, que te
marque. Y la tercera, que te haga más fuerte. Yo
particularmente elegí la tercera opción, y creo que tú
deberías quedarte con la misma.
Xama sonríe.
—Cielo —continúo—, tú eres tú, como yo soy yo, y como
nosotras no existen otras en el mundo. Habrá gente a la que
le gustemos y otra a la que no, pero gustar a todo el mundo
es imposible. También te digo que si no quieres que
personas como Margot jueguen contigo por lo que saben, sé
tú la que dé el primer paso. Mejor que tu familia se entere
de quién eres por ti misma que por otra persona que puede
enredar las cosas, ¿no te parece?
Ella asiente e indico:
—Si te gustas, eres una buena persona y estás orgullosa
de ser quien eres, te facilitarás mucho las cosas a ti misma,
que eres la importante en todo este asunto. Y como dice
una canción, lo que opinen los demás, ya sea familia o no,
da igual, porque quien te quiere de verdad te seguirá
queriendo por ser simplemente Xama.
—No sé cómo decirles que soy bisexual —murmura la
niña después de escucharme—, y menos a mi madre.
—Xama, cielo, no has matado a nadie.
—Ya. Pero mi madre es muy clásica y no sé cómo se lo va
a tomar.
Pobre. Su inseguridad por su corta edad me emociona; la
cojo de la mano y cuchicheo:
—Si quieres, el día que tú decidas hablar con ella,
Begoña, Verónica y yo podemos acompañarte.
Según digo eso, la chiquilla musita:
—¿Verónica?
Asiento, y sonriendo añado:
—Vero vale más por lo que calla que por lo que cuenta. —
Ambas reímos por ello. Sé que me ha entendido, y añado—:
Puedes contar con ella y conmigo siempre. Tanto Verónica
como yo te queremos, te respetamos y te ayudaremos en
todo lo que necesites, ¿entendido?
Xama sonríe de nuevo y yo, abriendo los brazos,
propongo:
—Y ahora, una cosita... ¿Qué tal un abracito de esos que
están llenos de amor y recargan las pilas?
La niña, gustosa, se lanza hacia mí, y de pronto oímos
que alguien dice:
—Cuenta conmigo para todo lo que necesites, ¿vale,
cariño?
Al volverme compruebo que es Liam. No sé desde cuándo
llevará ahí.
Xama se levanta enseguida del suelo y, cuando va a
hablar, él se acerca a su sobrina y le coge la mano.
—Te quiero tal y como eres —asegura—. Y no cambiaría
absolutamente nada de ti, porque eres auténtica y genuina,
y que nadie te haga creer lo contrario, ¿entendido?
Xama me mira. Yo sonrío. Ella sonríe. Liam sonríe. Y luego
la muchacha dice dirigiéndose a él:
—Gracias, tío.
Liam y ella se abrazan con sentimiento. Me gusta verlos
así. Acto seguido Xama se separa de él y suelta:
—No sé cómo puedes seguir siendo amigo y hacer
negocios con la insoportable de Margot.
Liam sonríe.
—Anda y desaparece de mi vista antes de que te coja y te
tire a la piscina...
Nada más decir eso la cría sale corriendo del garaje
riendo a carcajadas. Divertida, me levanto del suelo y,
cuando voy a pasar junto a Liam, él me detiene, hace que lo
mire y dice:
—He llegado al final de vuestra conversación, pero
gracias por las palabras que le has dicho a Xama. Creo que
han sido muy acertadas y le han venido muy bien.
Encantada, asiento. Clavo mis ojos en los suyos y, uf...,
como siempre noto que nos miramos de esa manera tan
intensa que hace que terminemos besándonos. Sin
embargo, decidida a hacer las cosas bien, respondo:
—Es una niña que solo necesita cariño y apoyo.
—Y tú se lo has dado sin dudarlo.
—Por supuesto —digo, e incapaz de callar, siseo—: Algo
que, al parecer, Margot no ha hecho.
—Serás una madre excelente.
Uf..., uf..., lo que me entra cuando oigo eso... ¿Y si le
cuento que su hijo cree que soy su madre? Pero, temiendo
su reacción, callo, y luego él indica:
—Florencia tendrá que abrir la mente.
—Pues deberá modernizarse si quiere seguir contando
con el cariño, el respeto y el amor de su hija. Ella decidió
cómo vivir libremente y ahora quien debe hacerlo es Xama.
Liam afirma con la cabeza. Dios, qué guapo está y cuánto
lo he añorado los días que ha estado de viaje. Estamos
sonriendo cuando, con necesidad de alejarme de él, digo:
—Voy a dar de cenar a nuestro Gordunflas.
Él asiente y yo salgo escopeteada del garaje mientras
pienso: «¿Por qué habré dicho “nuestro Gordunflas”? ¡Ni que
fuera mi hijo!».
Capítulo 40

Durante la barbacoa disfruto sentada entre los Acosta.


Como de costumbre, se empeñan en que me siente a la
mesa de ellos y aunque el comecome que siento por tener a
Liam tan cerca no me deja vivir, reconozco que consigo
disfrutar del momento.
En varias ocasiones miro a Margot. ¿Cómo puede estar
jugando así con Xama?
Mira que doña Querida no me cae mal, a pesar de que
verla tonteando con Liam me afecta, pero no soy capaz de
entender que, en vez de ayudar a la niña, la esté jorobando.
Es más, llego a la conclusión de que, como tenga la
oportunidad, algo le voy a soltar.
Sé que Liam y ella no tienen nada serio. Es más, nunca he
visto que él haga el más mínimo indicio de dar a entender
otra cosa, pero soy mujer y me percato de cómo ella lo
mira. Está claro que Margot no piensa lo mismo que él.
Gustosa, hablo con Verónica, hasta que en un momento
dado Margot se levanta y, cogiendo de su cochecito a Jan,
que está dormido, lo despierta y yo quiero matarla.
¿Por qué ha hecho eso?
¿Acaso no sabe que cuando un niño duerme no hay que
molestarlo así porque sí?
Horacio me mira. Sé que está pensando lo mismo que yo.
Y entonces Verónica, que también se ha dado cuenta,
suelta:
—¿Esa tía es tonta o planta magdalenas?
Según dice eso, Horacio deja escapar una risotada y yo
musito:
—Sin lugar a dudas, planta magdalenas.
Los tres nos reímos por ello y no decimos más, pero yo ya
no puedo retirar la mirada de Margot y el niño. Veo cómo
ella se sienta con él, y, mientras habla con la mujer que
tiene al lado, me percato de que Jan extiende la manita,
coge un trozo de carne del plato de Liam, que en ese
instante no está, y se lo lleva a la boca.
Como una flecha me levanto. Jan podría atragantarse y la
tonta esa sin darse cuenta. Así pues, acercándome, le quito
el trozo de carne de las manos y Margot, mirándome, frunce
el entrecejo y pregunta:
—¿Se puede saber qué haces?
Miro a Jan, que parece estar bien, y, tras coger una
servilleta para limpiarlo, cuando veo que va a soltar la
palabra que no debe pronunciar, me apresuro a pasarle la
servilleta por la boca y, tras señalar el trozo de carne que he
dejado en su sitio, replico mientras le pongo el chupete:
—Cuando tengas al niño contigo, estate pendiente de lo
que se lleva a la boca.
Rápidamente ella mira hacia abajo y, al ver la grasita en
la mano del niño, murmura:
—Ay, Señor..., ¡no me he dado cuenta!
Molesta, pero sin ganas de montar un espectáculo,
asiento y acto seguido añado:
—Con respecto a Xama, te pediría que fueras discreta por
su bien.
Margot levanta las cejas. Se sorprende por lo que le estoy
diciendo, y cuando va a contestar, Liam se nos acerca.
—¿Ocurre algo? —pregunta.
Margot y yo nos miramos. Sé que sería un buen momento
para echar mierda sobre ella, pero, incapaz de hacerlo,
puesto que yo no soy así, indico:
—He venido por si Margot necesitaba ayuda.
Liam asiente. Le gusta lo que oye y, cuando va a hablar,
su hermana lo llama y se aleja. Doña Querida y yo volvemos
a mirarnos y esta dice cogiendo la manita de Jan:
—Gracias, Amara, eres un amor.
Oír eso me hace sonreír. Margot siempre es educada
conmigo.
—De nada —respondo.
Dicho esto, y sin mirar al niño o me lo llevaré conmigo,
doy media vuelta y me alejo. Creo que es lo que toca en
este momento.
Veinte minutos después, una vez que Liam regresa a su
sitio, veo que coge a Jan y Margot, haciendo una gracia al
niño, lo hace sonreír. Ambos se miran con confianza y él,
atrayendo la atención de todos, dice:
—Familia, amigos... —En ese instante Margot coge de
nuevo al niño y Liam se pone en pie para continuar—: He de
deciros que las negociaciones con Master Good van viento
en popa, y creo que pronto podremos celebrar algo muy
bueno para todos.
Loa asistentes aplauden felices y acto seguido Margot
señala:
—Mi cuñado Michael está muy interesado en la propuesta
recibida por parte de Bodegas Verode, y no dudéis ni un
segundo que yo, a pesar de lo liada que estoy con mi
trabajo de diseño de joyas, haré todo lo posible para que
esto llegue a buen puerto.
De nuevo todos aplauden. Le dan las gracias a Margot.
Todos saben lo importante que está siendo en estas
negociaciones, y ella sonríe feliz. Le encanta sentirse el
centro de atención.
Entonces Naím se levanta y, dando unos golpecitos en
uno de los vasos con una cucharita, hace que todos los
asistentes ahora le presten atención a él.
—¿Qué ocurre? —pregunta Florencia.
Yo me encojo de hombros y en ese momento Verónica me
mira y me hace una seña con disimulo. Rápidamente cojo
mi móvil y, haciendo una videollamada al grupo del
Comando Chuminero, saludo al ver a Leo y a Mercedes al
otro lado de la pantalla:
—Holaaaaaa...
Mis amigos están cada uno en su casa, y Leo se apresura
a preguntar:
—¿Dónde estás, que hay tanto ruido?
—En una barbacoa, pero ahora prestad atención, que
tenéis que enteraros de algo importante.
Una vez que coloco el móvil de tal manera que vean a
Naím, este le pide a Vero que se levante y declara:
—Después de la estupenda noticia que Liam nos ha dado,
y que todos sabemos que será un fuerte impulso para
Bodegas Verode, Verónica y yo también queríamos contaros
algo.
—¡Ay, que se casan...! —murmura Florencia feliz.
Según dice eso, Horacio me mira y pregunta:
—¿Tú ya te has echado novio?
Divertida, suelto una risotada que hace que todos se
vuelvan hacia mí y, algo abrumada, digo:
—No, Horacio... Presta atención, anda.
Naím y Verónica sonríen y, tras unos segundos, exclaman
al unísono:
—¡Vamos a ser papás!
Enseguida observo que Liam y Florencia se levantan
encantados y van a abrazarlos. Acto seguido lo hacen
Horacio y el resto de los presentes. Todos se alegran por
ellos, todos los besuquean...
Entonces, cogiendo el móvil, me alejo del bullicio y,
mirando la pantalla digo al ver a Leo y a Mercedes muy
emocionados:
—¿No os parece ideal?
Mercedes llora a moco tendido y Leo, secándose las
lágrimas, dice:
—Nuestra reina del deshielo va a ser mami otra vez...
—¡Qué cabrona! Qué callado se lo tenía —musita a
continuación Mercedes.
Me río y me echo yo también a llorar de felicidad. Sin
duda Verónica nos ha dado una gran noticia. Estoy
charlando con ellos cuando la futura mamá se acerca a mí
y, entre risas y lloros, les repite varias veces la noticia a
nuestros amigos a través del teléfono. De nuevo todos
lloramos... Lloramos tanto que propongo cambiar el nombre
de «Comando Chuminero», por «Plañideras Desconsoladas».
¡Es maravilloso que la vida nos permita vivir juntos estas
buenas cosas!
—Ahora solo falta que Amara encuentre el amor —señala
Leo al cabo.
Según dice eso, me río. Veo a Liam charlando más allá
con Naím, y murmuro:
—Difícil lo tengo. Ya sabéis que la vida conmigo es un
poco cabronceta...
—¡No digas tonterías! —replica Verónica abrazándome.
Tras un rato de charleta con nuestros amigos damos por
terminada la conversación y Verónica llama a sus padres
para darles la buena nueva. Ni que decir tiene que estos se
emocionan, saben que su hija es feliz y eso es lo único que
desean para ella.
Al rato Verónica y yo regresamos con los demás a la
fiesta. Estoy divertida con Jan en brazos cuando Horacio se
acerca a mí.
—Ya puedes espabilarte y buscar novio —me suelta.
—¿Por qué? —me mofo.
—Quiero ver a mi hijo Naím casado con Verónica, y más
ahora que viene un nuevo Acosta en camino.
De nuevo me río por ello y, al ver que tiene lagrimitas en
los ojos, lo abrazo con Jan y cuchicheo:
—Aisss, ¡que vas a ser abuelito otra vez!
El hombre cabecea emocionado y, tras sacarse un
pañuelo del bolsillo de su camisa, se seca los ojos y
murmura mirando al niño:
—Lo que habría disfrutado mi mujer de sus nietos.
Asiento, estoy convencida de que así habría sido.
—Ten por seguro que lo está disfrutando, y mucho —
susurro.
—Mamáááá...
Al oír eso, el patriarca de los Acosta me mira.
—¿Cómo te ha llamado el niño? —inquiere.
¡Horror! ¡Pavor! ¡Estupor!
Que lo haya dicho delante de Horacio me deja totalmente
bloqueada, y, mintiendo, trato de decir con naturalidad:
—Ha dicho «Amaaaa», de «Amara».
El hombre me mira. Por favor, por favor, que me crea...
Pero entonces se acerca Omar y, quitándome a Jan de los
brazos, se lo entrega a Horacio y me saca a bailar.
¡Salvadaaaaaaaaa!
Esa noche bailo y me divierto durante horas, aunque
siempre intento estar cerca de Jan. No quiero que nadie
piense que me despreocupo de mi trabajo, por lo que mi
pareja de baile es mi Gordunflas... ¡Qué bien lo pasamos!
Por el karaoke pasan la mayoría de los invitados. Unos
cantan bien y otros son un desastre, pero lo importante es
disfrutar, ¡de eso se trata! Y, bueno, con lo que me gusta a
mí cantar, por supuesto que pienso participar y, sobre todo,
¡lucirme!
¡Anda que no me va a mí un escenario!
Tras mirar el repertorio que hay disponible, veo Te quiero
a ti de Soraya, una canción que me gusta mucho y que
sobre todo le gusta a Jan y, cuando subo al pequeño
escenario, Verónica, Horacio y Xama, con mi Gordunflas en
brazos, me aplauden. Eso hace que el resto de los Acosta
presten atención. Acto seguido Naím, que está muy
animado por su próxima paternidad, se sube al escenario
conmigo y me pregunta si me sé la canción Tu olvido de
Carlos Macías, y asiento divertida. Me la aprendí de tanto
oírsela a Verónica en sus días malos.
Contenta de estar en el escenario con él, Naím coge el
micro y anuncia:
—Esta canción se la dedico a mi preciosa mujer.
Ver la carita de mi Vero me emociona. ¡Qué mona es! Y
entonces él pregunta mirándome:
—¿Y tú a quién se la dedicas?
Uis, ¡pues no sé!
Pero de pronto digo:
—Yo se la dedico a todos aquellos valientes que, aun
habiendo sufrido en el amor, escuchamos canciones
románticas simplemente porque nos gusta rebozarnos en
nuestra propia mierda.
Vayaaaaa, ¡lo que acabo de soltar por el micro...!
Quien me conoce, como Vero, se ríe por mi dedicatoria.
Los que no me conocen, en cambio, me miran
boquiabiertos. Vale, no puedo decir que mis palabras hayan
sido muy políticamente correctas, pero ¿qué más da?
Cuando la melodía comienza, Naím, que canta muy bien,
y yo, que no se me da mal, empezamos a cantar y, joer,
¡cómo la disfruto y cómo la siento! Estoy tan rebozada en
mi propia mierda romántica que la letra sale de cada poro
de mi piel mientras intento no buscar a nadie con la
mirada... A nadie en absoluto.
Cuando terminamos todos nos aplauden, Naím y yo nos
abrazamos divertidos y, en cuanto él baja del escenario,
Verónica se acerca y se besan. Si hay dos lapas entre todos,
seguro que son estos dos. Por Dios, ¡no paran de besarse!
Al ver que no puedo bajar, pues ellos no se separan, con
tal de no cortarles el rollo decido cantar la canción que
había elegido anteriormente. Mira que me van los
escenarios... Entonces me recojo el pelo en una coleta alta
y, micrófono en mano, declaro:
—Soy de las que piensan que la música nos ayuda a
todos en muchos momentos de la vida. ¿Quién no tiene un
bonito recuerdo que asocia con una melodía? ¿O un
recuerdo pésimo? Pero, sobre todo, ¿quién no se ha
declarado a través de una canción?
Todos asienten dándome la razón, y continúo:
—Y..., bueno, ahora que estamos en un momento alegre y
en el que celebramos varios acontecimientos, a cuál más
bonito, me gustaría dedicarle esta canción a Jan. Al
maravilloso hombrecito que todos los días me roba el
corazón cuando me mira y me sonríe.
Según digo eso el niño, que está con Xama, me echa los
brazos, y yo, sin dudarlo, me inclino hacia delante para
cogerlo.
En lo alto del improvisado escenario me siento algo
nerviosa cuando la melodía empieza. Tomando la manita de
Jan, bailo con él al compás de la música, hasta que empiezo
a cantar, y mirando a mi pequeño sé que la canto solo para
él.
Jan, como siempre, sonríe y mueve la cabecita. Para él
determinadas canciones son un juego entre nosotros, y esta
es una de ellas. Por lo que rápidamente empieza a hacer
gestos y a poner caritas, y a mí se me cae la baba.
¿Cómo puede ser tan maravilloso mi Gordunflas?
Los invitados nos observan gustosos por las monerías del
niño y, en una de las ocasiones en las que miro al público,
me encuentro con la media sonrisa de Liam. ¡Ay, que me
da...!
Madre mía, ¡qué nerviosa me pongoooooo!
Liam nos observa con atención. En su rostro, en su
sonrisa, en su mirada veo algo que hasta el momento nunca
he visto, e intento descifrarlo, pero me resulta imposible. La
expresión de este hombre es inescrutable en ocasiones, y
esta es una de ellas. En público he dedicado la canción a mi
Gordunflas, pero para mis adentros se la he dedicado
también al padre. Está claro que esta canción es para los
dos.
Jan ríe a carcajadas. Ajeno a mis pensamientos, juega
conmigo y, como siempre, cada vez que le digo eso de «te
quiero a ti», el niño me lanza un beso feliz. Y yo, encantada,
me percato de que todo el mundo sonríe al ver la felicidad
del pequeñín.
Cuando el tema acaba compruebo que Liam sigue
mirándome. No se ha movido en todo el rato. Bajo del
escenario nerviosa, como un flan, y mi amiga Verónica me
abraza. Todos me felicitan por lo bien que canto y la bonita
actuación con el pequeño, mientras Jan, agarrado a mi
cuello, no permite que nadie lo arranque de mis brazos.
—Pero, muchacha, qué bien cantas —exclama Horacio
acercándose a nosotros.
—Gracias.
—Yo sí que te quiero a ti por lo feliz que lo haces —añade.
Eso me hace sonreír y entonces él, bajando la voz, se
acerca más a mí y cuchichea:
—Me gusta que Jan te tenga tanto cariño.
Sonrío, pero no quiero que siga por ahí...
—Es bonito que te llame «Amaaaa» —señala.
Joder..., joder..., joderrr...
Horacio sonríe, y yo indico apurada:
—Los niños suelen llamarme de ese modo... El nombre de
Amara es lo que tiene.
Él sigue sonriendo. Por su gesto sé que no lo estoy
engañando, y de pronto suelta sorprendiéndome:
—Qué bonito sería que extendieras el amor que sientes
por el niño al padre...
—Horacio, no digas tonterías —murmuro acalorada al
oírlo.
Pero él niega con la cabeza y asegura:
—Hija, solo me ha hecho falta ver cómo te miraba mi hijo
mientras estabas en el escenario con el chiquillo para
darme cuenta de algunas cosas, y muy bonitas.
Eso me confunde más aún de lo que ya lo estoy. Me
vuelvo de nuevo hacia donde se encuentra Liam y, al ver
que sigue mirándome, le sonrío y él, sin dudarlo, me sonríe
también a mí.
¡Uf, lo que me entra...!
Esa noche, cuando vamos de regreso a la casa, Jan va
dormido en su sillita. Liam, que conduce, no abre la boca.
Su gesto no es serio, pero sí raro. Eso me confunde y, la
verdad, no sé si está enfadado o no, pero, consciente de
que estoy cansada y no tengo ganas de numeritos, guardo
silencio y miro por la ventanilla. Es lo mejor.
Capítulo 41

Después de un domingo en el que tampoco veo a Liam


porque parece huir de la casa, el lunes Verónica viene para
llevarnos a Jan y a mí a comer por ahí y después a la playa.
Una hora más tarde estamos en un restaurante en El
Sauzal.
—Leo y Mercedes están como locos con mi próxima
maternidad —comenta Vero.
Me río, lo sé. Les ha impresionado mucho que esté de
nuevo embarazada.
—Pues prepárate para cuando nazca... —respondo—, ¡no
digo más!
Ambas reímos y luego Vero musita:
—Veo a Mercedes radiante.
Asiento e indico mirando a Jan, que juega distraído con un
peluche:
—Está claro que María le da todo lo que ella necesita y
que está pasando por un bonito momento con los
preparativos de la boda.
Vero y yo sonreímos y, de pronto, el pequeño suelta
mirándome:
—Mamááááá...
Según lo dice, veo el gesto sorprendido de mi amiga.
—Ay, Dios —murmura—, dime que he oído mal...
Uf, ¿qué le contesto?
En silencio estamos unos segundos, hasta que digo:
—Vale. Ha comenzado a llamarme «mamá», pero ¡yo no
se lo he enseñado! Creo... creo que es por mi nombre.
Confunde «Amara» con «mamá» y...
—De pequeños, Zoé y los niños de Leo te llamaban
«Amaaa» y no «mamá» —me corta ella.
Apurada, asiento. Y entonces Verónica, dirigiéndose al
niño, pregunta la muy lagartona:
—¿Quién es esta, Jan?
—Mamááááá —afirma el chiquillo feliz.
—A-ma-ra —repito.
—Mamááááá —insiste él.
Desesperada, miro a mi amiga. ¡Que el niño me llame así
es un desastre!
—Dios santo, Amara, ¡te ha elegido como su mamá! —
susurra ella a continuación—. ¿Liam lo sabe?
Niego con la cabeza.
—Cada vez que el niño va a decirlo, lo interrumpo —me
apresuro a explicar—. Le aclaro que soy Amara, pero le está
costando entender que no soy su mamá.
Angustiada, me retiro el pelo del rostro. Este es un tema
que me agobia mucho.
En ese instante Jan atrae la atención de Verónica con un
grito y ella rápidamente se centra en él. Al poco comienza a
sonar por los altavoces del restaurante la canción La mala
costumbre, de Pastora Soler, un tema que me encanta, y
mientras Vero le dice cosas al niño yo la escucho.
La letra dice verdades como puños, todos tenemos malas
costumbres en lo que al amor se refiere. Lo deseamos. Lo
buscamos. Y luego, muchas veces, cuando ya lo tenemos, lo
descuidamos. ¿Por qué?
Pienso en Liam. Sé que le gusto. Sé que le atraigo. No
hace falta que él lo diga porque, con sus miradas y sus
acciones, lo noto. A veces sus ojos dicen lo que su boca
calla, y eso me desespera. Yo he desnudado mi alma ante
él, pero Liam es incapaz de hacerlo conmigo. Y luego está el
tema de Jan... ¿Cómo consigo que no me llame «mamá»?
Suena el teléfono de Verónica; lo coge y la oigo saludar:
—¡Hola, cariño!
Sin duda, es Naím. Segundos después veo que mi amiga
resopla. Su gesto es serio y, cuando termina la
conversación, al ver su cara pregunto:
—¿Qué pasa?
Ella bebe un poco de su zumo y luego dice:
—¿Recuerdas lo que te conté de Soraya?
Asiento, claro que lo recuerdo.
—Naím ha hablado con su hermana y le ha dicho que
Soraya ha vuelto a caer en picado —prosigue ella.
—Pero ¿no estaba mejor?
—Eso creían —murmura Vero—, pero al parecer su
trastorno es severo y se ha agravado con varios problemas
más.
—Pobre...
—La hermana le ha contado a Naím que los médicos han
dicho que Soraya es un peligro tanto para ella como para
quienes estén a su lado, por lo que deben ingresarla en un
hospital psiquiátrico para una larga estancia.
—¡Ay, Dios! —digo horrorizada.
Verónica asiente, suspira y luego indica:
—A pesar de lo que sucedió en su momento, me da
mucha pena. Soraya no puede controlar lo que le ocurre, y
eso le impide tener una vida normal y ser feliz.
Durante unos minutos hablamos sobre ello. Está visto que
algunos trastornos mentales son enfermedades silenciosas
que en muchos casos aparecen de pronto y, uf..., aunque a
veces con medicación el paciente puede seguir viviendo con
normalidad, en otras ocasiones, como esta, la normalidad es
sin duda imposible.
Estoy pensando en ello cuando Verónica pregunta:
—¿Te pasa algo?
—No.
—Mentirosillaaaaa —canturrea mi amiga.
—A ver —digo—, me agobia el tema de que el niño me
llame así.
—Amara, por favorrrrr...
Vale. Tengo que hablarlo con ella porque, si no, voy a
explotar.
—Le gusta Pablo Alborán —suelto.
—¿A quién le gusta Pablo Alborán?
—A Liam.
—¡¿Y...?!
—Y sus letras son románticas, preciosas. Y... y por su
culpa, yo, que había dejado de escucharlo, he vuelto a
hacerlo y... ¡Dios..., lo confieso! Me he colgado del padre de
la criatura.
Según digo eso, miro a mi amiga a la espera de su
reacción. Seguro que hará algún aspaviento, pero de
inmediato veo que permanece impasible.
—¿No tienes nada que decir? —pregunto al cabo.
Vero, que es mucha Vero, da un trago a su zumo y, una
vez que deja el vaso sobre la mesa, replica:
—Ya lo sabía.
—¡Qué listilla eres! —musito con acidez.
Ella sonríe, no se toma a mal lo que digo.
—Como tú dices, reina, ya son muchos años juntas y te
conozco —indica—. Y, sí, los morenazos eran lo tuyo, pero
solo tuve que ver ciertas actitudes tuyas hacia él para saber
que estabas enamorada, lo asumieras tú o no.
Maldigo, tiene razón.
—Si mal no recuerdo, cuando te lo pregunté dijiste que
era un antojito momentáneo —insiste—. Y, mira, la de los
antojitos ahora soy yo, no tú...
Al oírlo me río y, tocándome la cabeza, cuchicheo:
—¿Por qué vine aquí y no seguí con lo de Suecia?
—Porque habiendo un nórdico aquí, ¿para qué ir a
buscarlo más lejos?
De inmediato la miro con acidez.
—Una cosita... No me hace ninguna gracia que me digas
eso..., y menos aún cuando noto que el puñetero «nórdico»
pasa de mí.
Verónica se ríe por mi comentario y yo añado:
—El otro día, cuando llegó de viaje con Margot,
discutimos y me enfadó tanto que... que... ¡lo besé!
—Curiosa manera la tuya de enfadarte...
Ahora soy yo quien se ríe, no lo puedo remediar. Y, tras
dar un trago a mi bebida, musito:
—¿Por qué tendré tan mala suerte con los hombres?
Primero Óscar y ahora Liam... —protesto—. ¡Hay que ver
qué mal ojo tengo para elegir!
Permanecemos en silencio unos instantes y a
continuación mi amiga suelta:
—Te voy a decir algo que no debería, pero como no lo he
prometido por mi hija..., ¡te lo digo!
La miro. Ella me mira y, bajando la voz, explica:
—El tonto de mi cuñado se muere por tus huesitos, pero
resulta que está acojonado.
De pronto la que se acojona soy yo.
—Estos días que Liam ha estado de viaje, no te ha
llamado a ti por teléfono, pero sí ha llamado a Naím —añade
Vero.
Según dice eso, suelto con acritud:
—¿Y he de estar contenta por eso?
Mi amiga sonríe.
—No paraba de hablarle de ti a Naím. Y esta mañana
también le ha dicho que, cuando te oyó cantarle esa
canción a Jan, algo estalló dentro de él, pero que no sabe
por qué es incapaz de sentarse contigo y hablar.
El corazón me aletea. ¡Ay, Dios, que confirmo que le
gustoooooo!
Me acaloro. Uf..., madrecitalinda, ¡qué calor!
—Por lo que me ha contado Naím —prosigue Vero—, Liam
siente cosas por ti que no esperaba y de las que quiere
hablar contigo, pero tu manera de ser lo está volviendo
loco.
Sorprendida porque él hable con su hermano y no
conmigo, no sé qué pensar.
—Físicamente no tienes nada que ver con Jasmina, la
madre de Jan —añade Vero—. Ella era monísima.
¡La madre que la parió! Me dice eso y se queda tan
ancha...
—Oye, una cosita... ¿Me estás llamando «fea»? —le
suelto.
Al decirlo ambas reímos, y mi Vero indica:
—No digas tonterías. Tú...
—Vale, sé que soy la simpática —me mofo.
—Tú eres monísima, única e inigualable, pero sois
diferentes. Ella medía 1,80; tú 1,69. Ella, cuerpo escultural;
tú, normalito como el mío. Ella, rubia platino de bote; tú,
rubia natural. Ella...
—Vale..., vale... no hace falta que sigas —me burlo
sabedora de quién era Jasmina.
—Pero, al parecer, tu impulsividad y tu arrojo son como
los de ella, y eso lo frena. Tiene miedo de...
—¿Cree que yo se la puedo jugar como Jasmina?
Verónica afirma con la cabeza, y a continuación musito
molesta:
—Sin duda, es idiota... Muy idiota.
Vero asiente.
—Pues como oiga al niño llamarme «mamá», pensará que
estoy jugando sucio —cuchicheo.
Mi Vero vuelve a asentir, y luego añade:
—Piensa en ti. Le gustas... Y no es que lo diga yo o lo
imagines tú, es que se lo ha dicho a Naím, pero está tan
asustado que no sabe cómo gestionarlo.
Cabeceo. Ahora entiendo por qué me besa y después me
rechaza, por qué me busca y luego se esconde. Ahora lo
entiendo todo.
—Pero yo no soy Jasmina... —murmuro.
—Lo sé, cielo —me corta—. Y ahora solo tiene que darse
cuenta él.
Bloqueada, no sé qué decir.
—Mi consejo es que sigas siendo tú y, si tiene que ser,
será —agrega mi amiga.
Vale, buen consejo... Pero ¡yo estoy enamorada de él!, y
pregunto:
—¿Y si no es?
Vero me mira y se encoge de hombros.
—Pues si no es y has de olvidarlo, con todo el dolor de mi
corazón, te diré que te marches a Suecia, a Pernambuco o a
donde sea.
—¿Y Jan? —inquiero pesarosa.
Olvidarme del padre será complicado, pero ¿cómo
olvidarme de un niño que me cree su mamá?
Estoy pensando en ello cuando, al volver la cabeza, veo a
Xama con un grupo de amigos. Por su expresión parece
contenta. Entonces ella nos ve y, tras acercarse a nosotras,
saluda:
—Hola, chicas.
De inmediato, con una sonrisa, nos da un beso y
cuchichea mirando a Jan:
—Qué guapo es. Cada día se parece más al tío.
Eso nos hace sonreír a las tres, y Xama añade complacida
dirigiéndose a mi amiga:
—Tía Vero, estoy feliz por tener un nuevo primito. No veo
el momento de conocerlo.
Ella sonríe de nuevo y entonces la chica agrega:
—Siempre intuí que eras guay, pero el otro día Amara me
lo confirmó.
De inmediato Vero me echa un vistazo sorprendida.
—Bueno, me voy —dice Xama—. Adiós.
Una vez que se marcha, mi amiga me mira y yo indico:
—Hablé con ella la noche de la barbacoa y le dije que tú
valías más por lo que callabas que por lo que decías, y que
puede contar con las dos para lo que necesite. Por cierto,
Begoña también lo sabe... Y, al parecer, Margot la pilló con
Vanessa y, en vez de ser discreta, le tira pullitas delante de
la familia.
—¡Será bicha!
Al oír la reacción de mi amiga, sonrío.
—El otro día le solté que, por favor, fuera discreta con
Xama.
—¿Y qué te dijo?
—Nada. En ese instante apareció Liam y no pudimos
seguir hablando. Pero, conociéndola, sé que mis palabras la
habrán hecho reflexionar.
Vero asiente. En ese momento vemos que Xama se reúne
con sus amigos y, cuando observo cómo se acerca a una
chica, me dispongo a preguntar, pero Verónica dice:
—Vanessa.
Sonriendo, asiento y musito:
—Tiene buen gusto nuestra Xama.
—Es una Acosta —se mofa Vero.
Ambas reímos y luego yo pregunto:
—¿Cómo se lo tomará su madre cuando lo sepa?
Mi amiga se encoge de hombros.
—Ni idea... Con Florencia nunca se sabe.
Instantes más tarde Jan reclama nuestra atención y,
olvidándome de todo, cojo a mi Gordunflas en brazos y nos
dirigimos a la playa.
Capítulo 42

Esa noche, tras una estupenda tarde en la playa con


Verónica y Jan, volvemos a casa y me ocupo de bañar al
niño y darle de cenar.
Cuando el pequeño se duerme me ducho tranquilamente
y, al mirarme en el espejo, me doy cuenta de lo roja que me
he puesto. Como ya conozco mi piel, antes de irnos a la
playa, he metido mi bote de crema para después del sol en
el frigorífico para que estuviera fresquito, y cuando salgo al
pasillo en su busca me quedo parada al oír música que
proviene de la cocina.
¿En serio está escuchando de nuevo a Pablo?
Sorprendida, sigo mi camino y, cuando entro, me
encuentro con Liam tan peripuesto como siempre,
trasteando en la cocina, mientras de su teléfono sale la voz
de Pablo entonando la canción Idiota.
¿En serio es esa precisamente la que suena?
Liam me ve, me mira mientras Pablo sigue cantando y
soy yo quien se siente como una idiota.
Durante unos segundos ambos nos miramos mientras
noto cómo mi corazón se acelera hasta límites
insospechados, y finalmente murmuro:
—Disculpa. Venía a por el aftersun que dejé en la nevera.
Liam asiente. Noto su intensa mirada sobre mí, y, cuando
paso por su lado, señala:
—Deberías protegerte mejor del sol.
Asiento, tiene razón. La verdad es que debería
protegerme de muchas otras cosas aparte del sol.
—Espero que mi piel se adapte a vivir en la playa —
susurro.
Liam sonríe. Me encanta cuando lo hace. ¡Qué mono es!
Abro la nevera y cojo el bote de crema cuando oigo que
pregunta:
—Dijiste que te gustaba Pablo Alborán, ¿verdad?
Madre mía..., madre mía, qué preguntita. Y, como veo que
espera contestación, afirmo:
—Por favor, con lo romántica que soy..., ¡cómo no me va a
gustar!
Ambos sonreímos y luego añade:
—¿Cuántas veces tengo que decirte que no andes
descalza?
Según oigo eso, suspiro. Qué pesadito es el coleguita con
el tema. Pero cuando voy a soltar una de las mías, comenta:
—Me ha dicho mi hermano que estabas en la playa con
Jan y Verónica; ¿todo bien?
Saber que Naím le ha dicho eso me hace pensar en lo que
Verónica me ha contado; sin decir lo que sé, aunque me
gustaría hablar con él, respondo:
—Sí. Todo bien.
Nos quedamos en silencio y, cuando me dispongo a salir
ya por la puerta de la cocina, oigo que dice:
—Voy a preparar patatas fritas y filetes de pollo para
cenar. ¿Te apetece?
Lo miro sin dar crédito.
—¿Vas a comer patatas fritas?
Liam sonríe.
—Lo creas o no, yo también le doy lujos al cuerpo —
replica.
De nuevo ambos reímos. Eso me sorprende mucho... Es
más, ¿este no va a cenar fuera de casa siendo sábado?
En silencio, lo miro, pues no sé qué decirle. Desde luego,
su oferta es tentadora en todos los sentidos.
—Venga —insiste él—, termina lo que estés haciendo
mientras yo preparo la cena.
Lo miro boquiabierta. ¿Quiere cenar conmigo? ¿En serio?
Pienso en ello, en lo complicado que será mantener mi
boca cerrada después de lo que me he enterado, por lo que,
intentando quitarme de en medio, indico:
—No te preocupes. Cena tú y...
—Vamos, ¡quiero cenar contigo y charlar! —me corta—.
Ponte unas zapatillas y termina lo que tengas que hacer,
que te espero.
Incapaz de decirle que no, pues, la verdad, reconozco que
estar con él me parece un plan maravilloso, regreso a mi
cuarto, donde me echo la crema por el cuerpo a toda prisa.
Me visto con un pantalón corto y una camiseta y, tras
mirarme en el espejo y ver que mi aspecto es más que
aceptable, me calzo unas zapatillas y murmuro intentando
calmarme:
—Cabeza, Amara... ¡Ten cabeza y no la líes! Si él quiere
hablar, que hable, pero tú sé comedida.
Una vez que regreso a la cocina con el vigilabebés, a
través de la cristalera veo que Liam ha preparado la mesa
en la terraza que da al mar. Ahora mismo suena la canción
Prometo de mi Pablo, y Liam mira el horizonte; más guapo
no puede estar.
Madre míaaaaaa, ¡qué románticoooooo es todooooooo!
Me pongo nerviosa. Me siento como un pollo sin cabeza.
Estoy tan alterada que noto que incluso se me humedecen
las manos. Salgo a la terraza y, al percatarse de mi
presencia, Liam me mira y pregunta:
—¿Por qué nunca te veo beber vino?
—Porque no me va mucho, sinceramente.
Su cara es un poema. Decirle eso a alguien que se dedica
a la producción de vino es como poco un sacrilegio.
—¿En serio no te gusta el vino? —insiste.
—Muy en serio —digo dejando el vigilabebés junto a mi
móvil sobre la mesa.
Su gesto me hace gracia. Está claro que en su interior ha
repasado las cosas que hemos vivido estos últimos meses
para darse cuenta de que nunca bebo vino.
—Si te soy sincera, el vino nunca me ha llamado la
atención —añado—. Es más, Verónica me ha animado a
probarlo en varias ocasiones y..., bueno, el caso es que
nunca he encontrado ninguno que me gustara
especialmente.
Liam asiente. Me mira como el que mira a un calamar con
rulos.
—Quizá los vinos que has probado no eran los idóneos —
indica.
—Quizá... —convengo por no llevarle la contraria.
Acto seguido, tras apartar de la mesa una de las sillas con
esa galantería suya tan provocadora, hace un gesto para
que me acomode. Sin dudarlo lo hago, y luego él se sienta
frente a mí.
El marco a mi alrededor es precioso. La luna, el mar, la
terraza iluminada, musiquita romántica, Liam... Todo es
perfecto, tanto que creo que estoy en un sueño. Él sirve
entonces vino blanco en dos copas. Leo la etiqueta y
observo que es Mi Sueñito, el vino de Verónica, y Liam dice
entregándome una:
—Pruébalo y me cuentas.
Lo miro, ya lo he probado, pero repito: no es lo mío. No
obstante, sin querer hacerle un feo, la cojo de su mano y,
cuando le doy un sorbo, él pregunta:
—¿Qué te parece?
Vale... Ahora estoy en una encrucijada. ¿Miento? ¿Digo la
verdad?
Lo cierto es que este vino está bien, pero vamos, que yo
no repetiría. Y, consciente de que estoy viviendo en casa de
alguien que se dedica al vino, fabrico esa sonrisa que suelo
fabricar cuando he de mentir por piedad y respondo:
—Excelente.
Según lo digo Liam sonríe, niega con la cabeza y musita:
—¿Por qué será que tu expresión no me deja creerte?
¿Mi expresión? Pero bueno..., ¡si soy una excelente actriz!
Sin embargo sonrío, en especial porque lo que ha dicho
me hace entender que me va conociendo un poquito.
—Vale, lo confieso —suelto finalmente—. Estoy mintiendo
como una bellaca.
Ambos reímos por aquello; entonces comienza a sonar
Recuérdame, de Pablo Alborán y yo siento que me quiero
morir. Es más, mi gesto debe de ser tal que Liam pregunta:
—¿Qué te ocurre?
Uf..., uf..., lo que siento...
—Esta canción siempre me ha gustado mucho —susurro.
—Es muy bonita.
—Lo es —afirmo con un hilo de voz.
Nos miramos. Uf, cómo nos miramos... Como necesito
salir de la burbuja de romanticismo en la que la música de
Pablo me está metiendo, digo intentando ser chispeante:
—Reconozco que no está malo este vino... Ya lo había
probado con Verónica.
—¿Cómo va a estar malo si es de nuestras bodegas? —se
mofa sin dar crédito.
Eso me hace reír de nuevo mientras yo sigo tratando de
ignorar la canción.
—A ver, Liam. Si tomo otra copa de este vino será por
hacerte una gracia, porque sinceramente prefiero una Coca-
Cola o una cervecita.
Su cara es todo un poema. Sin duda lo estoy dejando
descolocado; de pronto veo que se levanta de la mesa y
desaparece sin decir nada.
¿En serio se ha cogido el cesto de las chufas y ahora no
va a cenar?
Joder, ¡ya estamos!
Bloqueada, me quedo pensando, pero entonces él regresa
con una copa con hielo picado y una lata y, dejándolas ante
mí, indica:
—Disfruta de tu Coca-Cola.
Eso me hace gracia. Mira cómo se había fijado en que me
gusta la Coca-Cola en copa con hielo picado... ¡Ay, Dios, qué
mono es! Y, mirándolo, respondo tratando de no parpadear
como una tonta:
—Gracias.
Comenzamos a cenar en silencio.
De nuevo la tensión, que parecía haberse relajado, vuelve
a subir de intensidad. Pero ¿qué le ocurre? Intento disimular.
Quiero que no se dé cuenta de que noto que se ha puesto
nervioso.
—Gracias por apoyar a mi sobrina Xama el otro día —dice
él al cabo—. Desde luego, tu cariño y tus palabras eran lo
que necesitaba.
Asiento, sonrío, y cuando voy a decirle lo que pienso de
doña Querida y del modo en que martiriza a la muchacha,
indica:
—La canción que le dedicaste a Jan en la barbacoa es
preciosa.
Wooooo..., madre mía...
¿En serio saca ese tema ahora?
Joder, pues menos mal que no sabe que mi subconsciente
también se la dedicó a él.
Noto que me pongo roja como un tomate. ¡Vaya tela! Y, al
ver que me mira a la espera de que diga algo, solo puedo
susurrar un tímido:
—Gracias.
Liam sigue mirándome. No me quita ojo.
Ay, Virgencita, qué nerviosa me estoy poniendo...
—¿Jan te tiene el corazón robado? —pregunta de repente.
Woooooo, ¡que va lanzado!
Si la situación fuera menos tensa le diría que Jan y
también él, pero, omitiendo ese pequeño matiz, le contesto:
—Completamente.
Veo que eso lo hace sonreír, y a continuación guarda
silencio. No dice más.
Sin entender muy bien a qué se debe su sonrisa, sigo
comiendo como si no hubiera un mañana.
—¿Te gusta cómo he hecho las patatas fritas? —pregunta
entonces.
Asiento, acabo de masticar la que tengo en la boca y
afirmo:
—Están buenísimas. Eres un buen cocinero.
Liam sonríe. Y de pronto suelta:
—No sé si es el momento..., pero quiero que sepas que si
he organizado esta cena es porque creo que necesitamos
hablar.
¡¿Qué?! ¡¿Cómo?!
Ay, madre mía, que me entran las cagaleras de la
muerte...
Nos miramos en silencio, pero en ese momento a través
del vigilabebés oímos que Jan lloriquea. Rápidamente miro
y, al verlo sentado en la cuna por la pantalla, me levanto de
la mesa.
—Voy a ver qué le pasa.
Liam se pone también de pie, pero digo:
—Por favor, sigue cenando.
El padre de la criatura asiente y yo desaparezco de la
terraza y tomo aire. Ay, Dios, qué nerviosa estoy...
Cuando llego a la habitación encuentro a Jan lloriqueando
sentado en la cuna, y en cuanto me ve me echa los brazos
y, cuando dice «maaaaa», le pongo el chupete para que no
termine de pronunciar la palabra.
No. No. No. No es un buen momento para que el otro oiga
que el niño me llama «mamá».
Con mimo, lo cojo, lo arrullo, pero está inquieto, y tras
darle un beso en la cabecita murmuro:
—Ya está, mi amor, ya está. Amara está aquí contigo.
El pequeño se agita, creo que ha tenido una pesadilla. Y,
sin dudarlo, comienzo a cantarle la canción que tanto le
gusta. Con mimo y amor me dedico a él y cuando, minutos
después, se queda dormido, tras darle un cariñoso beso en
la cabecita, lo dejo en su cuna y murmuro:
—Duerme, Gordunflas precioso.
Acto seguido salgo de la habitación. Volver a la mesa y no
saber de qué quiere hablar Liam conmigo me tiene muy
nerviosa. Mucho. Pero, tras recomponerme y mirarme en un
espejo para comprobar que tengo buen aspecto, regreso a
la terraza y digo intentando parecer una mujer segura
delante de él:
—Creo que se ha despertado por una pesadilla.
—¿Qué pesadilla puede tener un bebé?
Al ver su gesto de preocupación, para quitarle
dramatismo al asunto respondo con mofa:
—Pues porrr ejemplo, que lo perrrsigue una brrruja parrra
quitarrrle su tete...
De inmediato Liam suelta una carcajada. Esa tontería nos
hace reír siempre.
En ese preciso instante comienza a sonar Como antes de
Llane y mi corazón se acelera.
¿En serio?
Recuerdo que Verónica me advirtió sobre esa canción y
de lo que esta significaba para los Acosta.
Oy..., oy..., oyyyyyy..., ¡que me entran las cagalandras de
la muerte!
Liam me mira. Ay, Dios, cómo me mira... Y cuando va a
hablar, suelto lo primero que se me pasa por la cabeza:
—A mí los payasos me dan pavor.
—Noooooo —se mofa él.
Rápidamente asiento. ¿Por qué habré dicho eso? Pero,
intentando disimular, añado:
—Te lo juro. No hay nada que me dé más miedo que
alguien vestido de payaso.
Liam sigue sorprendido. Y de pronto, retirando la silla, se
levanta y dice tendiéndome una mano:
—¿Bailas conmigo?
Uffff, por el amor de Dios, ¡que no me puedo levantar!
Lo miro y debo de parecer medio tonta cuando,
intentando bromear, susurro:
—No voy vestida para la ocasión.
Él sonríe e insiste sin retirar la mano:
—Vas perfecta. Vamos, baila conmigo.
¡Ay, madre míaaaaaaaaa!
E, incapaz de articular dos palabras seguidas, opto por
levantarme y, cogiéndole la mano y sin pensar en nada
más, me acerco a su cuerpo y comienzo a bailar con él.
En silencio bailamos esa romántica canción que sé que es
tan especial para los Acosta, mientras siento que el corazón
se me va a salir por la boca.
¿Por qué Liam está haciendo esto?
¿Por qué ha puesto esa canción?
Mil preguntas sin respuesta vuelan por mi mente cuando
él y yo bailamos en silencio y sin mirarnos la preciosa
melodía, pero de pronto susurra en mi oído:
—Siento no haberte llamado por teléfono estos días.
Wooooo, madre míaaaaa, ¡vuelve al ataqueeeee!
Yo no respondo, no puedo...
—A veces hago mal las cosas, y esta es una de ellas —
añade.
Incapaz de guardar silencio un segundo más, tomo
fuerzas y, mirándolo, pregunto:
—¿Por qué dices eso?
Liam me mira. Madre mía, esa cara de ángel malote es
que me pone a mil por hora...
—Porque estabas al cuidado de mi hijo y era lo mínimo
que debía hacer —dice.
Vale, su contestación me sirve, y, sin más, seguimos
bailando en silencio.
Minutos después, cuando la canción acaba y nos
detenemos, nos miramos a los ojos.
Uffff, madre mía, ¡que nos besamos! Y, cuando empieza
una nueva melodía, musito con apuro para cortar el
momento:
—La cena se nos va a enfriar...
Liam sonríe, asiente y a continuación indica retirando mi
silla con galantería:
—Tienes razón. Sigamos cenando.
Una vez que nos sentamos a la mesa, veo que se sirve
más vino y que el pulso le tiembla. Está nervioso.
—Dijiste que habías servido muchas copas para pagarte
los estudios de Enfermería —comenta a continuación.
—Sí —afirmo—. Hubo incluso una época en la que
estudiaba de una a seis de la tarde. A las ocho comenzaba a
servir copas en un bar y estaba allí hasta las doce de la
noche, cuando cerraba. Luego, a la una de la madrugada
empezaba en otro bar hasta las siete. Así estuve durante
más de tres años y, la verdad, ¡no sé cómo pude soportarlo!
Pero si quería pagarme mis estudios, comer y vivir bajo
techo, tenía que trabajar, ¡y mucho!
Sonriendo por ello, lo miro. Él, en cambio, no sonríe, y
pregunta:
—¿Tus padres no te ayudaron?
Según oigo eso, me meto una patata frita en la boca. No
me gusta hablar de Luisa y Jesús, por lo que simplemente
respondo:
—No.
—¿Por qué?
Trago la patata antes de que se me vaya por otro lado e
indico sin querer ahondar en el tema:
—Porque a mí la vida no me dio una familia tan bonita
como la tuya.
Liam ni siquiera parpadea. Por su expresión entiendo que
quiere saber más, pero antes de que pueda preguntar de
nuevo, Jan vuelve a llorar. Rápidamente los dos volvemos a
levantarnos y, cuando voy a decirle que se siente, él indica:
—Sigue cenando.
—No, no, por favor. Iré a ver qué le ocurre.
—Siéntate y cena. Esta vez iré yo —insiste.
Acalorada por su deferencia, me dispongo a protestar
pero él desaparece. Miro la pantalla del vigilabebés y, al
poco, lo veo entrar en la habitación de Jan.
Enseguida lo coge en sus brazos. El niño llora
desconsolado. Intenta calmarlo, pero nada, no lo consigue.
Jan me llama, entre lloros oigo que grita «mamáááá», y,
viendo que Liam empieza a agobiarse, me levanto y voy a la
habitación. Al entrar, Jan me echa los bracitos y suelta:
—Mamáááááááá...
Liam me mira.
¡Buenoooooooo!
La palabra, que Jan ha pronunciado con tanta claridad, lo
sorprende como yo esperaba, pero, ignorando su mirada,
cojo al pequeño y pregunto:
—¿Qué te ocurre, mi vida?
El chiquillo me abraza, parece tranquilizarse un poco, y
entonces oigo que Liam inquiere:
—¿Te ha llamado «mamá»?
Incapaz de mentirle, asiento. Y, al ver su gesto, me
apresuro a aclarar:
—Creo que no distingue «Amara» de «mamá». Y... y te
juro que yo no se lo he enseñado. Es solo que...
—¿Desde cuándo te llama así?
Bueno, bueno, bueno, ¡los sudores que me entran!
—Desde hace unos días —susurro—. Pero no te dije nada
porque imaginé que, igual que empezó a decirlo, dejaría de
hacerlo al darse cuenta de que mi nombre es «Amara» y no
«mamá».
Con el rabillo del ojo veo que está descolocado. Mucho. Y,
para mi sorpresa, a continuación pregunta:
—¿Por qué ha dicho «mamá» antes que «papá»?
«¡Y yo qué sé, joder!», me dan ganas de decirle. No
obstante, intentando ser más suavecita, indico:
—No lo sé, Liam. Pero, tranquilo, que ya verás como
pronto dirá «papá».
Jan llora y llora y, al apoyar su cabecita en mi barbilla,
esta vez lo noto caliente.
—Necesito el termómetro —digo dirigiéndome a Liam.
Rápidamente él coge el termómetro de infrarrojos y me lo
tiende. Lo dirijo a la frente del niño y, al ver que tiene 38.3,
musito:
—Tiene fiebre.
Es decir eso y a Liam le cambia el gesto, creo que
palidece en cuestión de segundos. Y cuando veo que las
manos comienzan a temblarle, añado para que se calme:
—Tranquilo. No pasa nada.
—Quizá le haya dado mucho el sol hoy en la playa...
Niego con la cabeza. Yo he estado pendiente de que no
fuera así.
—Te aseguro que no es por eso —afirmo.
Sin embargo, Jan sigue llorando desconsolado. No para. Y
yo, tras coger un antitérmico, lleno una jeringuilla con la
dosis correspondiente y digo mientras se la meto al niño en
la boca:
—Esto le bajará la fiebre.
Liam asiente, confía en mí.
Luego me dispongo a tumbar a Jan para cambiarle el
pañal. Enciendo la luz del cuarto y, de repente, veo que
tiene unas marcas de color rosado en la tripa.
—Una cosita... —murmuro.
Liam me mira, acto seguido mira al pequeño y exige:
—Explícame esa cosita...
Asiento. Examino las pequeñas marcas con detenimiento
y señalo:
—Parecen pápulas.
Liam se queda sin aliento y pregunta con gesto tenso:
—¿Y eso qué es?
Sin hacerle mucho caso, reviso al pequeño y compruebo
que le están brotando por todo el cuerpo unos bultitos de
color rosado que horas antes no tenía.
—Creo que deberíamos llevarlo al hospital —digo a
continuación.
El gesto de pavor de Liam se redobla, y me apresuro a
aclarar:
—Podría ser varicela, pero es mejor que se lo vea un
pediatra.
Sin decir nada, pues intuyo que no puede, Liam asiente.
Coge al pequeño y luego, mirándome, indica:
—Ve a cambiarte de ropa.
Corro a mi cuarto mientras oigo que Jan dice claramente
«mamá» una y otra vez... ¡Ay, mi niño!
A toda prisa me pongo unos pantalones vaqueros, unas
zapatillas de deporte y una camiseta y, cuando regreso a la
habitación, Liam, que está perfectamente vestido con las
bermudas vaqueras y la camisa caqui dice:
—Vamos.
Sin tiempo que perder, cojo al pequeño y salimos de la
casa. Al hacerlo, Pepa, Pepe y Tigre vienen a nuestro
encuentro. Subimos al coche, Liam arranca con rapidez y
acciona el mando de la cancela para que esta se abra.
Por suerte, al salir veo que los perros se quedan dentro y,
en un silencio tenso, solo roto en ocasiones por el llanto de
Jan, nos dirigimos al hospital.
Cuando llegamos, aparcamos y entramos en Urgencias
con Jan, que no para de llorar.
Pero, vamos a ver..., ¿cómo hemos pasado de estar
bailando bajo la luz de la luna a estar en Urgencias con el
niño?
Tras hablar con la recepcionista, Liam viene a mi lado y
comenta:
—Por suerte, Alejo, el pediatra de Jan, está de guardia.
Asiento, sé muy bien quién es Alejo.
Pero la tensión que veo en su rostro es tremenda.
—Tranquilo —musito—. Aunque sea varicela, Jan estará
bien.
Acto seguido Liam me mira y, en un tono que me toca la
moral, suelta:
—¿Adónde has llevado al niño para que coja algo así?
Parpadeo sin dar crédito. ¿En serio me está culpando a
mí? Y, cuando voy a responder, insiste:
—Te he dicho mil veces que no tiene que salir tanto de
casa. Es muy pequeño y...
En ese momento se abre una puerta y ante nosotros
aparece Alejo.
—Seguidme al box cinco —pide.
Con Jan llorando a todo trapo, los tres vamos tras el
médico y, cuando dejo al pequeño sobre la camilla, le
descubro el cuerpecito y le enseño lo que creo que puede
ser, él lo confirma: es varicela.
Liam se mueve nervioso de un sitio para otro.
—Tranquilo —dice su amigo el pediatra—. La varicela es
una enfermedad muy común en los niños y dentro de poco
ya estará bien. Sin embargo, ahora pasará unos días en los
que quizá no comerá mucho, tendrá fiebre y estará más
irritable de lo normal. —A continuación Alejo me mira a mí y
añade—: Por fortuna, Amara es enfermera y sabe muy bien
cómo hay que cuidarlo.
Asiento y sonrío. Parece que Jan se ha calmado un poco,
supongo que la fiebre le habrá bajado ya. Y, cuando se
queda dormido en mis brazos, mientras el pediatra redacta
la receta, pregunta mirándome:
—¿Sabes que en Las Palmas de Gran Canaria han abierto
otro Salseando, Amara?
Según dice eso, sonrío y, con toda la normalidad del
mundo, respondo:
—Pues no. No lo sabía.
Alejo sonríe. Mira que es mono el morenazo; entonces me
guiña un ojo y musita:
—¿Qué te parece si cuando Jan se mejore te llamo y
vamos a conocerlo una noche?
—¡Me parece perfecto!
—Habrá que hacer noche allí —insiste él.
—Sin problema —digo mirando a Jan.
Liam nos observa —¡woooo, qué mirada!—, pero no dice
nada. Y luego el pediatra dice al tiempo que le entrega la
receta:
—Aquí está todo lo que Jan necesita. Te aconsejo que,
antes de volver a casa, pares en una farmacia que esté de
guardia y lo compres. —Luego me mira a mí e indica—: Ya
sabes, Amara, debes darle baños cortos con avena para que
las heridas no se reblandezcan, y luego échale esta crema.
Dicho esto, vuelve a mirar a un asustado Liam y agrega:
—Aun así, ya sabes que solo tienes que llamarme y me
presento en tu casa de inmediato, ¿entendido?
Liam asiente, aunque es evidente que está agobiado.
—El niño está bien, créeme —repite Alejo—. Tranquilo.
Cinco minutos después, tras despedirnos del médico,
salimos del hospital, pasamos por una farmacia y
regresamos a casa, donde esa noche no duerme nadie.
Capítulo 43

Cada vez que Jan tiene más de treinta y siete grados y


medio de temperatura, creo que a Liam le va a dar un ictus.
¡Madre mía, qué nervioso se pone!
De pronto, la cena que tuvimos a la luz de la luna es
como si nunca hubiera existido. Ni él la menciona ni
tampoco la menciono yo. Sin duda, ambos solo tenemos
ojos y tiempo para Jan, para nuestro pequeñín.
En mi empeño de cuidarlo, me desvivo. Ya no solo porque
yo lo haga, sino porque el niño no quiere separarse de mí.
Es más, cuando se despierta a media noche, al final me
quedo dormida con él en brazos en la mecedora de su
cuarto. Es la única manera de que concilie el sueño.
Los tres días siguientes, tras avisar a la familia de lo
sucedido y a Claudia para que no venga, permanecemos
metidos en casa. Liam no va a trabajar siquiera, pues no
quiere separarse de Jan. Y cuando nos enteramos por
Florencia de que el crío tiene varicela porque, al parecer,
una de las invitadas a la barbacoa la estaba incubando,
reconozco que suspiro aliviada.
Al saber eso Liam me pide disculpas avergonzado, y no
una, sino mil veces. Me acusó de llevar al pequeño a sitios
donde no debía, pero se lo perdono... La verdad, ni se lo
tuve en cuenta, aunque en su momento me sorprendió.
Liam intenta ayudarme. Propone quedarse él con el niño
en la mecedora para que yo descanse, pero Jan no quiere. El
pequeño solo desea estar conmigo, y aunque puedo
entender que a Liam eso le pique porque es su padre, al
final también sé que lo entiende y claudica. Ambos
queremos el bienestar del pequeño, y no hay más que
hablar.
Alessandro me llama como de costumbre y, ahora que
Liam no se separa de mí, soy consciente de que, cuando
cuelgo el teléfono, el gesto de Liam ha cambiado. ¿En serio
se enfada?
Con el transcurso de los días de la mecedora de la
habitación pasamos al salón. Lo propone él, no yo. Y el
primer día, nada más sentarnos, Jan lo inaugura con una
impresionante vomitona sobre el impecable sofá y también
sobre mí. ¡Genial!
¡Qué buen estreno!
Mi gesto al ver todo el sofá pringado es memorable. No sé
si reírme o llorar. Liam cuidando de su sofá y su salón y, el
primer día que propone que nos sentemos con el peque allí,
este va y lo inaugura. ¡Chupi!
—Ve a cambiarte de ropa —indica cogiéndome al niño de
los brazos.
Vale, es una buena idea, pienso, pero antes voy a limpiar
el vómito.
—Primero cámbiate —insiste él como si me hubiera leído
el pensamiento.
A toda leche voy a mi cuarto y, cambiando mi camiseta
por otra, meto la sucia en remojo y, al regresar al salón, ya
voy provista con todo lo necesario para limpiar el sofá.
Mientras Liam arrulla al niño de pie para que se calme, yo
froto el sofá, pero de pronto oigo que pregunta:
—¿Alessandro es alguien especial para ti?
Buenoooooo, ¿y eso ahora a qué viene?
Pero, sin querer darle importancia, respondo:
—Es un amigo.
Con el rabillo del ojo veo que él asiente, pero de
inmediato me suelta otra pregunta:
—¿Vas a ir con Alejo a Las Palmas de Gran Canaria?
Pero bueno, ¿a qué se debe este tercer grado?
Sorprendida por esas preguntas, que no esperaba en este
instante, contesto deseosa de que le pique un poquito:
—Probablemente.
De reojo veo que Liam asiente. En su gesto veo
incomodidad, pero calla y no sigue indagando. Quiero que
hable, que se exprese, pero no seré yo quien lo induzca a
ello.
Esa madrugada, después de que Jan haya llorado como si
no hubiera un mañana porque se encuentra incómodo, al
final terminamos los tres dormidos sobre el sofá. Estoy
rendida, no puedo más.
El día siguiente es un calco del anterior. Fiebre. Malestar.
Nervios por parte de Liam, y Jan, que no para de llorar. Soy
enfermera, tengo paciencia y manejo la situación de una
forma que sé que a Liam lo tranquiliza, aunque reconozco
que comienzo a estar agotada.
Por la noche, cuando estamos de nuevo sentados en el
sofá, Liam me confiesa que desde que se trajo a Jan a casa,
es la primera vez que pasa tanto tiempo con él, y eso me
hace sonreír. Para matar el rato vemos películas en el salón,
incluso cuando Jan se queda dormido, o Liam o yo
preparamos café y charlamos. Hablamos de nuestros viajes
o de nuestras vivencias, pero nunca de nuestras vidas
privadas. Es como si hablar de ello fuera tabú. Y, aunque es
bastante impersonal lo que nos contamos, disfrutamos
haciéndolo y, sin duda, es con lo que nos quedamos.
Durante esos días, cuando el pequeño está receptivo
jugamos con él. Nos reímos al preguntarle cómo se llama y
contesta: «¡Jam!», y luego me señala a mí y dice «mamá».
¡Qué monooooo!
Reconozco que oírlo decir eso me llega al corazón. Sin
embargo, quitándole importancia, le repito una y mil veces
la palabra papá para que la diga, pero el niño pasa, ni por
asomo quiere decirla.
Le canto a Jan todo mi repertorio musical no sé cuántas
veces. Como suele decirse, la música amansa a las fieras, y
aunque Jan es un amor, cuando llora a pleno pulmón ¡es
una bestia!
Al octavo día, tras una noche en la que Jan no ha dormido
ni un minuto y yo me la he pasado intentando que no se
rascara las ampollas, aunque por suerte le han salido pocas,
cuando finalmente se duerme voy a tomarme un café a la
cocina. Al poco entra Liam con un aspecto desastroso y
comenta mirándome:
—¡Menuda nochecita!
Asiento, sin duda ha sido una noche complicada. Y, tras
llenar otra taza con café, leche y azúcar, se la tiendo e
indico:
—Seamos positivos y pensemos que la cosa ya va a
mejor.
Él cabecea y se sienta en una silla de la cocina.
—Estoy destrozado —dice después de dar un trago a su
café.
—Normal. La noche ha sido como para destrozar a
cualquiera...
Ambos sonreímos y luego él comenta:
—Hoy tengo que ir a trabajar.
Asiento y no digo nada, él sabrá.
—Aunque tengo unas extrañas ganas de vomitar y un
dolor de cabeza horroroso —añade—. Imagino que es por la
tensión que estamos pasando estos días.
Pobre... El hecho de no dormir sin duda comienza a
afectarnos a ambos.
De pronto veo algo en su cuello que me llama la atención,
y musito:
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Liam me mira y afirma con la cabeza. Tiene los ojos
cargadísimos.
—¿Por casualidad tú has pasado la varicela o estás
vacunado? —digo.
Él se encoge de hombros. Se restriega un ojo e indica:
—Imagino que sí. No lo sé.
Según dice eso, asiento. Del bolsillo de mi pantalón saco
el termómetro que le pongo a Jan y, dirigiéndolo hacia su
frente, murmuro:
—Una cosita...
Liam vuelve a mirarme, yo parpadeo y acto seguido él
cuchichea:
—Cada vez que dices eso de «una cosita» es para
echarse a temblar... ¿Qué pasa?
Lo miro y, tomando aire, suelto:
—Tienes treinta y nueve de fiebre.
Oír eso parece sorprenderlo.
—¿Puedo examinarte un segundo? —insisto.
Él me mira sin dar crédito. Sin decir nada me acerco a él y
compruebo su rostro. Nada. Su cuello. Algo. Sus brazos.
Nada. Y pido:
—¿Puedes quitarte la camisa un segundo?
Boquiabierto, va a protestar cuando ordeno intransigente:
—¡Ya! Quítate la camisa.
Enfadado, él se levanta. Sin apartar los ojos de mí se
desabrocha la camisa y, en cuanto se la quita, mis ojos se
dirigen a sus marcados abdominales. Madre mía, qué bueno
está... Y de pronto distingo unas marcas inequívocas en su
estómago y afirmo:
—Varicela.
Liam parpadea sin dar crédito. Da un paso atrás y gruñe.
—Pero ¡¿qué dices?!
Asiento sin dudarlo y, enseñándole mi teléfono, digo:
—Creo que lo mejor es llamar a tu médico o a Alejo, que
venga y...
—Pero ¿cómo voy a tener yo varicela?
—Pues teniéndola.
—Pero ¿eso no es una enfermedad de niños? —insiste.
Como enfermera que ha visto muchas cosas, niego con la
cabeza.
—No importa la edad que tengas —replico—. Puedes
cogerla porque no la hayas pasado o no estés vacunado.
Y, consciente de que a su edad la varicela puede
presentar complicaciones importantes, añado:
—Ojalá me equivoque. Pero prefiero que luego te enfades
conmigo porque no sea lo que yo he diagnosticado a que sí
sea y todo se complique. Hay que llamar a tu médico de
cabecera o a Alejo ahora mismo, ¿entendido?
—Pero...
—¡No hay peros que valgan! —insisto con contundencia
—. Aquí la profesional soy yo y te estoy diciendo que hay
que llamar a un médico.
Veo que mi tono de voz, ese que utilizo cuando me
impongo, surte efecto, y dos segundos después Liam llama
a su amigo.
Cuarenta minutos más tarde, y muerto de la risa, Alejo le
diagnostica lo mismo que yo: tiene varicela.
—Tranquilo —le digo—. Estas cosas pasan.
—Pero ¿por qué me tiene que pasar a mí? —protesta
Liam.
Eso me hace gracia, y el pediatra replica con guasa
mientras se dirige ya hacia la puerta de salida:
—Porque eres demasiado atractivo y el karma ha hecho
que durante un tiempo estés retirado del mercado para que
otros podamos tomarte la delantera... Adiós.
Esas palabras, tal como Alejo las ha dicho, dan a entender
muchas cosas, y cuando veo que Liam lo mira con la ceja
fruncida, lo cojo de la mano y, haciendo que me mire a mí,
indico:
—Eres humano y los humanos somos vulnerables.
Él resopla. Creo que me va a mandar a freír espárragos...
Viendo que se lleva la mano a la cabeza, propongo:
—Deberías meterte en la cama y descansar.
—Pero Jan...
—De Jan me ocuparé yo, como intuyo que ahora también
me voy a tener que ocupar de ti y...
Pero no puedo decir más, pues Liam se lleva entonces la
mano a la boca, veo que corre a su habitación y
desaparece.
Lo sigo, pero al llegar al umbral de su cuarto me detengo.
No quiero cruzarlo... Eso me recuerda a una serie de
vampiros que veía hace años, en la que si el vampiro no era
invitado, no podía traspasar la línea...
Pero al oírlo vomitar, pregunto:
—¿Te encuentras bien?
Segundos después sale de su baño blanco como el papel
y, mirándome, afirma mientras veo que teclea algo en su
móvil:
—Creo que voy a seguir tu consejo y me voy a acostar.
Cabeceo y, sin moverme, de pronto me siento ridícula
aquí parada.
—¿Te importa si paso? —le pregunto.
—Pasa..., pasa...
Una vez que obtengo su permiso para que entre en su
cueva de la masculinidad, lo agarro de un brazo y,
quitándole el móvil, digo:
—Vamos. A la cama.
Liam se tumba y acto seguido yo saco de nuevo el
termómetro y le miro la temperatura. Ahora está a cuarenta
grados...
—Llamaré a Claudia para que siga sin venir hasta nueva
orden —informo a continuación—. Les pediré a Verónica y a
Naím que vayan a la farmacia y al supermercado a por lo
que necesitamos y nos lo dejen en la puerta. Y a partir de
este instante me ocuparé de ti también.
Liam me mira y susurra:
—No tienes por qué...
Eso me hace gracia.
—Soy enfermera —respondo—, y si alguien me necesita,
como en este caso te pasa a ti, aquí me tienes.
Él vuelve a mirarme. Corro las cortinas para dejar la
estancia a oscuras y añado:
—Voy a por algo para bajarte la fiebre. Ahora vuelvo.
Según salgo del dormitorio oigo a Jan llorar. Rápidamente
voy hasta su habitación, le pongo el chupete y, dejándolo
sobre la cunita su jirafa preferida, digo:
—Enseguida regreso.
Corriendo por el pasillo, voy hasta la cocina. Abro el cajón
de las medicinas y, tras coger lo que necesito y llenar un
vaso de agua, vuelvo a la habitación de Liam. En cuanto
entro, me acerco a la cama y le pido:
—Tómate esto.
Sin rechistar, él obedece y luego pregunta:
—¿Tú has pasado la varicela?
Asiento sin dudarlo: me la pegó Zoé, la hija de Verónica,
cuando era pequeña.
Entonces, al oír a Jan llorar, Liam pide:
—Ocúpate de él.
Afirmo con la cabeza. Salgo de su cuarto y me voy a por
Jan. El pequeño, al verme, me mira, extiende los brazos
hacia mí y suelta:
—Mamáááá...
Al oír eso, sonrío. Siempre he querido ser madre, aunque
nunca me imaginé que un niño me elegiría para serlo. Y,
cogiéndolo entre mis brazos, susurro:
—Hola, Gordunflas.
Enseguida el niño vuelve a decir antes de ponerse su
tete:
—Mamáááá...
Emocionada, lo besuqueo y, siendo consciente de una
cosa, indico mirándolo:
—Ahora tienes que decir «papá». Tu papi necesita oírlo,
¿de acuerdo?

***

Esa tarde, después de que Verónica y Naím traigan hasta


la puerta de la casa lo que les he pedido e intenten
convencerme para entrar y ayudar, una vez que se
marchan, abro un brik de caldo y, tras calentar un tazón en
el microondas, se lo llevo a Liam.
El pobre lleva durmiendo desde que lo he dejado y le toca
ya la medicación, pero no quiero dársela con el estómago
vacío.
Al entrar en su cuarto, me acerco a la cama y,
encendiendo la lamparilla que queda en una mesilla, puesto
que la otra me la cargué yo por culpa de Tigre, murmuro:
—Liam... Liam...
Se mueve, empieza a darse la vuelta, y musita:
—¿Qué quieres?
—Vamos —digo sentándome en la cama—. Tienes que
tomarte la medicina, pero antes necesito que bebas un
poquito de caldo.
—No me apetece.
Lo sé, cuando uno está enfermo o con fiebre lo último que
quiere es comer, pero insisto:
—Liam, por favor.
—No me entra.
Que sí, que lo entiendo. Pero, necesito que meta algo en
su estómago, así que lo miro y, levantando una cucharada
de caldo, canturreo con mofa:
—Uis, mira, mira, miraaaa... cómo vuela el pajarito, que
viene cargadito de comidita y...
Al oírme, me mira. Clava esos ojazos en mí y de
inmediato cuchichea con acritud:
—¿Qué estás haciendo?
Divertida por su gesto, sonrío y respondo:
—El gilipollas..., para que me mires con esa cara de mala
leche y te des cuenta de lo importante que es que comas
algo antes de tomar la medicina.
Liam resopla. Si por norma es gruñón, ahora, enfermo, lo
será doblemente. Pero yo, sin dejarme amilanar, insisto:
—Hay que comer. Así que o comes por las buenas o
comes por las malas.
Al final veo que se sienta en la cama.
—¿Cómo está Jan? —pregunta.
—Ahora, dormidito. Ha pasado la tarde sin fiebre y está
más animado.
Liam cabecea y, mirándome con expresión congestionada
y con alguna que otra marquita en el rostro, dice:
—Espero que esta noche te deje dormir.
—Seguro que sí —afirmo tan deseosa como él de que sea
así.
Nos miramos en silencio unos segundos, y luego él dice:
—Siento haberme puesto enfermo yo también y ahora ser
otra carga para ti.
Oír eso me hace gracia.
—Tranquilo —replico—, cuando tengas que pagarme el
mes, además de una cura de sueño te pediré una
bonificación extra por daños y perjuicios.
Eso lo hace sonreír.
—Uno no elige ponerse enfermo —cuchicheo—, así que
no pidas perdón y ayúdame siguiendo mis instrucciones
para que te mejores pronto.
Liam asiente, toma nota de lo que le digo y a
continuación musita:
—Dame el caldo.
Sonrío, lo hago y, mientras se lo toma, digo tras pasarle el
termómetro por la frente:
—Cuarenta de fiebre.
Él niega con la cabeza, me mira con ojos de cordero
degollado y murmura:
—La verdad es que me encuentro fatal.
Pobre... Los próximos días no van a ser fáciles para él,
aunque algo me dice que para mí tampoco.
—Lo sé —señalo—. Termínate el caldo.
Liam obedece y se lo toma todo. Luego le doy la medicina
e indico:
—Vendré a verte dentro de un rato para comprobar que te
haya bajado la fiebre.
Él asiente y, tras volver a tumbarse, cierra los ojos. Ha de
descansar.
Capítulo 44

Pasan cuatro días y Liam tiene unas fiebres que dan miedo.
Cuanto mayor es uno la varicela tiene efectos más graves, y
me preocupo. A veces esta enfermedad puede complicarse,
por lo que estoy muy pendiente de Liam en todo momento.
Margot, Algodón y alguna que otra lo llaman por teléfono
y le envían mensajes, pero Liam se encuentra tan mal que
ni caso les hace. Eso sí, ninguna aparece por casa para
cuidarlo ni echar una manita.
¡Anda que no son listas las amiguitas! Estas lo de «en lo
malo» ¡no lo conocen!
Hay momentos durante el día que son un auténtico caos
para mí. Jan llora, Liam gruñe, y yo cuento hasta veinte para
no explotar, porque hasta diez se me queda corto.
Estoy agotada. No duermo más de dos horas seguidas,
pues cuando no es uno es otro, pero he de estar al pie del
cañón. Ellos me necesitan, ya dormiré cuando estén mejor.
Naím y Verónica, en su empeño por ayudarme, vienen
tres veces al día. Sacan a Pepa, Pepe y Tigre a dar paseos
fuera de la parcela, me dan conversación sin entrar en casa
y me traen todo lo que necesito del supermercado y la
farmacia.
Naím me repite mil veces que él puede ayudarme con
Liam y Jan, pero yo prefiero que no se acerque a mí ni entre
en la casa. Verónica está embarazada y hay que protegerla,
y aunque él protesta también lo entiende.
Por suerte Jan ya se encuentra mejor. La fiebre remite, las
pocas marcas de su cuerpo van desapareciendo y el niño
comienza a ser el que era: un chiquillo buenísimo, sonriente
y encantador. Es más, yo creo que incluso ha crecido con la
fiebre.
Por su parte Liam, a diferencia de Jan, se va llenando de
ampollas día tras día. El pobre parece una paellera
andante... Y cuando se mira en el espejo, a pesar de que se
lo he prohibido, no se lo puede creer. Frente a él tiene a un
hombre repleto de feas marcas por todo el rostro y el
cuerpo y, como puedo, lo ayudo y lo animo explicándole que
todo eso desaparecerá.
Pero Liam es Liam y a veces me desespera. En ocasiones
la fiebre o los picores lo hacen convertirse en un gruñón
intransigente al que le gusta buscarme las cosquillas y,
aunque intento calmarlo, reconozco que en varias ocasiones
lo mando a freír espárragos ante su gesto de incredulidad.
Es más, lo reto a que me despida. Pero ¡ni se le ocurre!
Nuestra confianza se consolida. Ahora si algo no me gusta
se lo digo sin cortarme un pelo, y en ocasiones, la verdad,
creo que debería cortarme, pero no puedo. Mi carácter me
lo impide.
Durante días me ocupo de su medicación, le echo
Talquistina para el picor, le preparo baños de avena, le doy
conversación para que no se aburra, preparo comidas a las
que siempre les saca un «pero», cuido de Jan y me aseguro
de repetirle al pequeño una y mil veces la palabra papá.
Quiero que se la diga. Sé que Liam necesita esa pequeña
gran sorpresa, y como que me llamo Amara López que lo
conseguiré.
Una de las tardes casi me muero de la risa. Resulta que
Liam y yo estamos en la cocina charlando mientras Jan
gatea a nuestro alrededor, cuando de pronto noto que él
palidece y, al mirar, veo a Jan bebiendo a lametazos del
cazo de agua que tengo para Tigre y que, por cierto, he
olvidado esconder en mi habitación antes de que Liam
saliera de su cuarto. Al principio pensaba que de esta me
pondría de patitas en la calle por haberme saltado de nuevo
la norma de dejar entrar animales en la casa, pero para mi
grata sorpresa no es así.
¡Madre mía, qué momentazo!
Vale. Reconozco que al verlo lo primero que he hecho ha
sido soltar una carcajada y no debería haberlo hecho. Pero,
joder, ¡no sé si me resulta más gracioso lo que el niño acaba
de hacer o la cara del padre!
Por supuesto, tengo que desinfectar al crío de pies a
cabeza y a Liam, casi... casi ponerle una pastillita bajo la
lengua para que se calme.
¡Por Dios, qué exagerado es este hombre!
El teléfono suena varias veces al día. Los Acosta al
completo llaman para preguntar qué tal estamos y yo los
tranquilizo asegurándoles que tanto Liam como Jan están
bien, y que pronto la varicela será tan solo un vago
recuerdo.
Ahora es la una y diez de la madrugada y Jan no tiene
ninguna intención de dormir.
Junto a él y su jirafa preferida estoy viendo una película
en el sofá del salón cuando, mirando el vigilabebés, que
ahora está en la habitación de Liam, noto que necesito ir a
ver cómo se encuentra, aunque esté dormido.
Con Jan en brazos, entro en su cuarto con cuidado de no
despertarlo y, poniendo una mano en su frente, miro al
pequeño y cuchicheo:
—Papá no tiene fiebre.
Jan, que parece entenderme, sonríe y murmura:
—Papááá...
Según lo oigo, lo miro y musito boquiabierta:
—¿Qué has dicho?
—Papááá —repite mirando a Liam.
Oír eso me hace terriblemente feliz y, tras darle un beso
lleno de amor en su gordo moflete, lo miro y cuchicheo:
—Serás sinvergüenza. ¿Lo dices ahora que él no puede
oírte?
Jan sonríe. Yo también, y de pronto Liam dice:
—Lo he oído.
Lo miro y él sonríe. Sus ojeras y las ampollas de la
varicela muestran claramente por lo que está pasando.
—¡Lo has conseguido! —exclama a continuación.
Oír eso me hace sonreír, ya que significa que los días
anteriores ha estado observándonos a través del
vigilabebés.
—Sí que eres persistente..., sí —agrega.
Ambos nos reímos y luego él, sentándose en la cama,
enciende la lamparita de la mesilla, toma aire y, con una
bonita sonrisa, acaricia la manita de Jan, que le echa los
brazos.
—Por fin me llamas «papá», Cacahuete —señala.
Gustosa, me siento al borde de la cama, dejo a Jan
sentado entre nosotros e indico:
—Una vez te pregunté por qué lo llamabas así, pero no
me respondiste.
Liam me mira.
—Tom Blake me dijo que la primera vez que cogió en
brazos a Jan olía a cacahuete. Y, no sé por qué, pero yo
comencé a llamarlo de ese modo como algo cariñoso.
Asiento sonriendo, y entonces oigo que él dice:
—¿Por qué ese tal Óscar te llama «Cosita Linda»?
Sorprendida, levanto las cejas, y Liam añade:
—Yo también te lo pregunté, pero no respondiste.
Vaya..., veo que este es de los que no olvidan, como yo.
—Porque me conoció en un chat y yo tenía el nick de
«Cosita Linda» —explico.
—Es bonito.
—¡Resultón! —me mofo.
Acto seguido nos quedamos unos instantes en silencio,
hasta que indico:
—Vamos, sigue descansando, solo he venido para ver
cómo estabas.
Hago un amago de levantarme, pero Liam, asiendo de
pronto mi mano, hace que lo mire y susurra:
—Quédate...
—Tienes que descansar y es tarde.
Él se encoge de hombros y esboza una dulce sonrisa.
—Quédate —musita—. Necesito hablar contigo.
Buenoooooooooooooooooooo, ¡con lo tranquila que
estaba yo!
Tomando aire, asiento, sonrío y, acomodándome en la
cama junto a él, convengo con esa seguridad que tengo:
—De acuerdo. Habla conmigo.
Veo que Liam sonríe, pero durante unos segundos solo
nos miramos sin decir nada. Hasta que él de pronto
pregunta:
—¿Qué tienes con Alessandro?
Me entra la risa. Está claro que Alessandro lo lleva por la
calle de la amargura.
—Buen rollo y sexo —respondo—. Lo mismo que tú tienes
con Margot.
Liam cabecea. Por su expresión veo que le joroba lo que
oye.
—¿Y dijiste que ese tal Óscar fue tu pareja? —vuelve a
preguntar.
Asiento y, con una amarga sonrisa, digo:
—Lo fue —y, al ver cómo me mira, añado—: Y también el
hombre que más daño me hizo porque yo fui muy tonta y
me creía todo lo que me contaba.
Liam suspira.
—Conozco esa sensación —señala—, y no es nada
agradable.
—No. Tienes razón. Pero a veces la vida es así de
puñetera y te hace pasar por cosas parecidas.
—La madre del Cacahuete me defraudó en dos ocasiones
—agrega él a continuación—. La primera, cuando me enteré
de que estaba embarazada de Tom. Y la segunda, cuando
Tom me dijo que Jan era mío y fui consciente del egoísmo de
esa mujer, que, con tal de conseguir una vida junto a un
actor de éxito, había sido capaz de privarme de mi hijo. —
Asiento. En su mirada observo que aún le duele, y prosigue
—: Como siempre digo, unas veces se gana y otras se
pierde...
—No —lo corto—. Eso no es así.
Liam me mira y levanta las cejas.
—Lo correcto es decir que, en la vida, algunas veces se
gana y otras se aprende —apunto.
Él sonríe.
—Buena apreciación. Creo que a partir de ahora lo miraré
como dices.
Me gusta oírlo decir eso.
—Si la vida me ha enseñado algo es a no dejarme vencer
y a superar aprendizajes. Y también a que, por muy larga
que sea la tormenta, al final un día sale el sol...
La mirada de Liam me inquieta, me turba.
—Eso que dices es muy positivo —musita.
Sonrío con tristeza y, tocándome la cicatriz de la frente,
señalo:
—Ser positivo es esencial para vivir, como lo es ser
valiente. Y, mira, hace tiempo que aprendí que, lo que
puedas hacer o disfrutar hoy, mejor no lo dejes para
mañana.
Nos quedamos en silencio unos segundos y luego él dice:
—De tus palabras deduzco que tu vida no ha sido fácil.
—No vas desencaminado.
De nuevo el silencio nos rodea. Liam me mira con los ojos
llenos de preguntas.
—He intentado sonsacarle a Verónica cosas de tu vida
para saber más de ti —comenta—, pero ella siempre dice:
«Que te lo cuente Amara».
—Mamááááá...
Según Jan dice eso, aprovecho y tercio:
—¿Lo ves? Has dicho «Amara» y el niño lo ha repetido a
su manera.
Liam asiente y me mira de una manera que no sé
descifrar.
—¿Sabes? Creo que Jan te ha elegido como su mamá.
Al oír esto, noto tal calor por todo el cuerpo que creo que
la madre de las varicelas me va a atacar a mí.
—Mi hijo tiene muy buen gusto —añade él a continuación.
Wooooo, lo que me hace sentir oír esa frasecita.
—Liam... —murmuro.
—Quiero saber de ti, Amara López.
—¿Por qué?
—Porque me tienes totalmente cautivado y debes
saberlo.
Madre míaaaa, ¡lo que ha dicho! Y, posando la mano
sobre el tatuaje que llevo en la muñeca, me mira y yo sin
dudarlo susurro:
—El amor de mi vida... Raúl.
—¡¿Raúl?!
En sus ojos veo muchas dudas y, dispuesta a resolverlas,
aclaro enseñándole la medallita que llevo colgada al cuello:
—Mi hermano mellizo.
—¿Tienes un hermano mellizo? —pregunta sorprendido.
—Tenía...
De inmediato veo que le cambia el gesto, y tomo aire.
—Murió cuando teníamos catorce años por una sobredosis
de heroína —explico.
Me percato de que lo que acabo de decir lo envara. Creo
que no esperaba que soltase algo así, y acto seguido musita
tocándome el brazo:
—Lo siento, Amara. Lo siento mucho.
Cabeceo, sé que me lo dice con sinceridad.
—La noche que llegaste de viaje y me pillaste llorando
era porque estaba viendo la película Bohemian Rhapsody —
prosigo—. A mi hermano le encantaba Queen y, en especial,
la canción Love of My Life. Por eso llevo el título tatuado... —
No puedo continuar. La voz se me quiebra. Liam toma mi
mano. Sentir su piel contra la mía me da fuerza, y,
necesitando hablar, me toco la frente y digo—: La cicatriz
me la hice el día en que murió. Lo encontré en nuestra
habitación y..., bueno, de lo nerviosa que me puse me caí...
—Por todos los santos, Amara... —repone con gesto serio
—. Siento muchísimo que tuvieras que pasar por algo así...
Nunca lo habría imaginado...
Asiento. La realidad en ocasiones supera la ficción.
—Luisa y Jesús eran nuestros padres —digo.
—¿«Eran»? ¿También han muerto?
Me encojo de hombros.
—Viven, pero se podría decir que para mí están muertos.
Nunca fueron unos buenos padres. Jamás nos quisieron.
Preferían vender sus drogas y a sus amigos antes que a
nosotros.
—¿Vendían droga? —inquiere sorprendido.
—A pequeña escala, pero, la verdad es que sí, viven de la
venta de droga —afirmo.
Liam asiente. Comparar su familia con la mía es como
comparar la noche y el día.
—Yo no tengo la suerte que has tenido tú de contar con
una familia que te quiere —indico—. Digamos que yo he
tenido que buscarme una familia para poder sentir lo que tú
llevas sintiendo toda tu vida.
Él me mira. Creo que mis revelaciones lo están dejando
sorprendido. Y, viendo su mirada, pregunto:
—¿Aún quieres saber de mí?
—Por supuesto.
—¿A pesar de lo que te he contado de Luisa y Jesús?
Liam asiente. En su rostro veo eso que siempre deseé ver
en alguien: que no le importa quiénes son mis padres.
—Yo quiero conocer a Amara —dice—. A ti. No a ellos.
Eso me gusta, por lo que sonrío y pregunto:
—¿Qué quieres saber de mí?
—Todo.
—Todo... todo... puede aburrirte.
—Nada de ti podría aburrirme.
Woooooo, menudas frasecitas tan contundentes me está
soltando. Y, tras clavar la mirada en él, digo jugándomela:
—Te lo contaré todo si tú me lo cuentas todo de ti. —Él
asiente y acto seguido añado—: Es un buen momento para
sincerarnos.
—Pretendía hacerlo la noche que Jan enfermó. Por eso
preparé la cena, la música...
Oír eso me hace sonreír, y señala:
—Pero todo fue un desastre y acabamos en Urgencias.
Ambos reímos por ello y, tras tomar aire, empiezo a
contarle mi particular vida. Liam me escucha. En su rostro
veo la sorpresa, la pena, la indignación, la rabia..., y cuando
estoy terminando mi relato declaro:
—A diferencia de ti, yo me crie en la calle y, gracias a mi
vecina Maribel, que es lo más parecido a una madre que
tengo, conseguí salir adelante. Ella me ayudó todo lo que la
dejé. Y digo esto último porque me volví una niña un poco
difícil, pero ella nunca tiró la toalla conmigo.
—Las circunstancias eran para haberlo hecho... —afirma
Liam con seriedad.
Asiento, sé que tiene razón.
—Gracias a ella comencé a practicar natación en la
piscina de mi barrio —prosigo—. Eso me gustaba y me hacía
evadirme de mis problemas. A través de un amigo suyo
Maribel consiguió que me aceptaran en un equipo, pues era
buena en el deporte, y una vez dentro mi buen hacer hizo
que me federaran en natación sincronizada. Me metieron en
un buen equipo con el que aprendí y comencé a competir a
nivel nacional en primer lugar y luego internacional. Todas
las chicas que estaban en ese equipo provenían de buenas
familias. Yo era la única que procedía de una familia
desestructurada, y todo iba bien hasta que me lesioné y,
ante la imposibilidad de operarme, pues no disponía del
dinero, tuve que dejar el deporte que tanto amaba.
Liam asiente. Me pregunta por mi lesión. Le cuento. Le
hago saber que ya estoy bien y él escucha atentamente
mientras Jan juega con su jirafa.
—Para mí fue complicado asumir que esa parte de mi vida
que tanto adoraba se había acabado —añado—, pero por
suerte Verónica y Zoé, Leo y Mercedes ya formaban parte
de mi vida. Ellos, junto a Maribel, me animaron a continuar
adelante, y entonces fue cuando decidí que, ya que no
podía hacer lo que tanto me gustaba, estudiaría para ser
enfermera. Siempre me había gustado ayudar a los demás.
Y..., bueno, como te conté, fueron años duros en los que
trabajé en lo que me salía para costearme mis estudios,
pero finalmente ¡lo conseguí!
Ambos sonreímos, y a continuación indico:
—Por aquel entonces mi familia eran Maribel y mis
amigos, y luego llegó Vasile.
—¿Vasile?
Divertida, asiento.
—Vasile es un rumano maravilloso que llegó a España a
raíz de un desengaño amoroso, únicamente con una maleta
y su violín. Lo conocí un día en que me dieron un tirón del
bolso al llegar al portal de mi casa. Vasile lo recuperó y, a
partir de ese instante, pasó a formar parte de mi particular
familia. Luego, cuando conocí a Óscar, llegó Encarnita... —Al
decir ese nombre, tomo aire. Uf, que me emociono—. Y...,
bueno, el resto ya lo sabes. Como imaginarás, no tengo la
misma cantidad de estudios que puedas tener tú o los que
te rodean, pero sí tengo las enseñanzas que te proporciona
la vida.
Liam me mira boquiabierto. Vista mi vida tal y como la he
contado es muy triste, por lo que sonriendo prosigo:
—Dicho lo cual, quiero que sepas que también he sido
muy feliz. Tengo la suerte de contar con mi particular
familia, que siento que me quiere de verdad.
Él asiente mientras procesa todo lo que le he contado, y
al cabo susurra:
—Pececita..., a ti es fácil quererte.
Uy..., uy..., uy..., ¡lo que me ha dichoooooo!
Sin duda está delirando...
—Menuda fiebre debes de tener... —cuchicheo.
Ambos reímos, y luego él pregunta:
—¿En Madrid te espera el tal Alessandro?
¡Wooooo...!
Parpadeo sorprendida y, sintiendo que el corazón se me
acelera, respondo:
—No. Tras lo que sucedió con Óscar preferí divertirme y
poco más —y para quitarle dramatismo al momento indico
—: Como suele decirse, detrás de una gran fiestera hay un
corazón roto y un amor frustrado. Pero, por suerte, estoy
bien y con el corazón perfecto.
Ambos reímos de nuevo. Sé que tiene las mismas ganas
de besarme que yo a él, lo voy conociendo... Y entonces
comienza a hablarme de sí mismo. Se sincera. Me habla de
sus padres, de sus hermanos, de su infancia, y ambos
sonreímos al contar ciertas anécdotas.
—Actualmente mi vida es Jan, trabajo, mujeres y diversión
—añade—. Pero tengo un hijo y soy consciente de que
debería formar una familia.
Según dice eso, me rebelo.
—La familia ya la tienes —contesto—. Y si haces algo que
implique a tu corazón, hazlo por ti, no por Jan.
Liam me mira y sonríe por mis palabras.
—Ayer mantuve una conversación con mi hermano Naím
por teléfono de más de una hora... Me hizo entender que el
amor y los momentos bonitos son lo más importante en la
vida.
Oír eso me hace gracia.
—Naím es un romántico como yo —musito. Liam sonríe y,
con complicidad, agrego—: Sé por mi amiga Vero que es un
romántico empedernido.
Liam asiente.
—¿Tú eres una romántica? —me pregunta a continuación.
Asiento y, consciente de que mentir en eso es una
tontería, declaro:
—Mucho.
—Pero ¿una romántica de esas que agobian a la pareja
con celos y posesividad?
Me río.
—Los celos son una enfermedad, y yo esa enfermedad no
la padezco —replico—. Y en cuanto a lo otro, creo que si dos
personas están juntas es porque se quieren. El amor, tal y
como yo lo veo, no es posesividad, sino todo lo contrario: la
libertad de estar con quien uno desea.
Él asiente, sin duda le gusta lo que acabo de decir.
Entonces, recostándome en el cabecero de su cama,
señalo mientras acaricia la cabecita del niño, que chupetea
su jirafa:
—El amor es maravilloso vivirlo y disfrutarlo cuando es
recíproco. No te niegues a él por miedo al fracaso; si lo
haces, el único que saldrá perdiendo serás tú.
Nos miramos. Uf, cómo nos miramos... Y acto seguido
dice:
—Me muero por besarte.
Oír eso hace que toda yo me acelere. Es evidente que
está siendo sincero conmigo, y afirmo sonriendo:
—Pues que te quede claro que yo también me muero por
besarte a ti. Aunque esa pupita que tienes en el labio me
frena...
Ambos reímos mientras nos miramos a los ojos. No nos
besamos con la boca porque nos estamos besando con la
mirada. Y al cabo Liam agrega:
—Antes de estar con Jasmina, la madre de Jan, salí
durante un año con Margot.
—¿Con doña Querida?
—¡¿La llamas «doña Querida»?!
Divertida, asiento y, con toda la naturalidad del mundo,
me mofo:
—«Querido..., el sol está muy fuerte. ¿Puedes decirle que
no caliente tanto?»...
Liam se ríe a carcajadas por lo que oye, y al cabo añade:
—En su momento pensé que Margot era la mujer ideal
para mí: guapa, interesante, emprendedora... Tenía casi
todo lo que yo siempre había buscado en una mujer.
Oír eso me sorprende y, sin poder callar, pregunto:
—¿Y qué era ese «casi» que le faltaba?
Él me mira y después suelta:
—Le faltaba diversión, frescura y naturalidad. Entonces
conocí a Jasmina en un viaje a Los Ángeles y me fascinó
desde el primer momento por su desparpajo y su manera de
ser y..., bueno...
—Comenzaste a salir con ella y te enamoraste.
Liam asiente, suspira y musita:
—Efectivamente.
Con tristeza, sonrío. Está claro que la vida en algunas
ocasiones es una cabroncilla.
—Margot siempre ha sido una buena amiga —comenta—.
Cuando pasó lo de Jasmina y posteriormente Jan apareció en
mi vida, ella estuvo a mi lado. Y..., bueno, aunque sabe que
entre nosotros no hay nada, no voy a negar que cuando el
niño apareció en un principio me planteé si ella podría ser
una buena madre para Jan.
Uf..., uf..., el calor que me entra cuando lo oigo decir eso.
—¿Margot, madre de Jan? ¡La verdad, no lo veo!
Liam sonríe. Yo no. Y rápidamente añado:
—En cuanto a eso que Jan repite siempre es tan solo una
anécdota que con el tiempo se aclarará. Y, oye, no te voy a
negar que una madre para él sería lo idóneo, pero algo me
dice que al Gordunflas no le gustaría tener una mamá como
Margot.
—¿Por qué lo crees? —me pregunta.
El modo en que me mira me ataca los nervios.
¿Por qué no me habré quedado callada?
¿Por qué tengo que ser tan sincera siempre?
—Vamos, Pececita —insiste—. ¿Por qué lo crees?
Oír eso me hace tomar aire. Si ya he dicho lo que he
dicho, mejor lo termino.
—Primero, porque está enfermo y ella no se ha
preocupado ni un solo día por él —explico—. Segundo,
porque le sigue faltando frescura, diversión y naturalidad. Y
tercero, porque Jan en ocasiones es una molestia para ella.
Liam asiente sin decir nada. Creo que me he pasado de
sincera. Pero, llegados a este punto, yo ya no me callo nada,
y pregunto:
—¿Crees que Margot es la mujer que necesitas en tu
vida?
—No.
Asiento. Me fascina que lo tenga tan claro.
Y de repente suelta:
—Y lo sé porque esa mujer eres tú.
Según oigo eso, siento que se me para el corazón.
Espera..., espera..., espera...
¿Ha dicho lo que creo que ha dicho?
¿En serio acabo de asistir a una declaración de amor en
toda regla... y yo con estos pelos?
Mi cara debe de ser un poema por el modo en que Liam
me mira, pero prosigue:
—Llevo días dándole vueltas al tema. He intentado
encontrar una manera mejor de decírtelo, pero..., llegados a
este punto, voy a seguir el consejo que mi madre le dio a mi
hermano Naím y este me recordó al hablar con él.
—¿Qué consejo? —digo con un hilo de voz.
Liam sonríe, lo veo con una tranquilidad que yo no tengo,
y responde entrelazando mi mano con la suya:
—Que me guíe por lo que dicta mi corazón. Por eso te
puse esa canción la otra noche.
—¿Qué canción? —pregunto haciéndome la sueca,
aunque sé muy bien a qué se refiere.
El Friki del Control sonríe y, en cierto modo azorado,
murmura:
—Como antes, de Llane.
Asiento y, volviendo a hacerme la tonta, canturreo:
—¿Esa que dice eso de que quieres enamorarme como
antes?
—Justamente esa —dice él.
Ambos sonreímos y entonces él añade:
—Quería que, si no era capaz de expresar en palabras lo
que siento por ti, al menos la canción te lo hiciera saber.
Oy... Oy... Oyyyyyyyy...
Uf..., uf..., ¡lo que me entra por el cuerpo!
¿En serio estoy viviendo este momento tan mágico y
especial?
Sin palabras me deja. Y mira que no es fácil dejarme a mí
así...
A continuación me acaricia el rostro con un dedo y
murmura:
—Naím me dijo que, si era incapaz de comunicarme
contigo a través de las palabras, que utilizara la música
porque tú la entenderías. De ahí que últimamente, cada vez
que apareces, ponga a Pablo Alborán.
No me sorprende oír eso de Naím, la verdad.
—La canción Can’t Take My Eyes Off You era especial para
mí por Jan —continúa—, pero, tras muchos bonitos
momentos contigo, como por ejemplo el del mirador, siento
que ahora lo es mucho más.
Uff..., ¡qué calorina!
Uff..., ¡lo que acaba de recordar!
¡Mirador! ¡Jan! ¡Canción!
Todo..., absolutamente todo aquello son momentos
especiales para los dos.
Siento que mi corazón va a mil. Mi cabeza a cinco mil.
Pero mi cuerpo y mi capacidad de reacción van a dos por
hora. ¿Qué me pasa...?
Liam me observa, debe de pensar que soy un cacho de
queso por cómo lo miro y no digo nada, y entonces
prosigue:
—Mi hijo, siendo un niño, ha sido más rápido que yo para
demostrarte su amor, y ahora quiero hacerlo yo si tú me lo
permites. —Atontada, asiento, y él agrega—: Tu llegada a
nuestras vidas ha hecho que todo adquiera un sentido que
nunca pensé que tendría, y por nada del mundo querría
perderlo.
Bloqueada..., estoy totalmente bloqueada.
—Amara —continúa—, estoy loco por ti, como lo está Jan.
La diferencia es que él te lo hace saber todos los días y yo
he sido tan idiota que te he hecho creer lo contrario.
Según oigo eso consigo respirar primero y jadear
después.
Uffffffffff...
Espera, espera, espera, que me pellizco. No, ¡no estoy
soñando! Pero susurro:
—Una cosita...
Liam se mueve y, con un tono de voz muy íntimo, musita:
—Todas las cositas que tú quieras.
Ambos reímos y luego, sin dejarme hablar, insiste:
—Dime que no es tarde para enamorarte.
¡¿Enamorarme?!
Por Dios, por Dios..., ¡pero si más enamorada de él no
puedo estar! Así que, sin dudarlo, niego con la cabeza y,
cautivada por su mirada y por el momento, susurro:
—No lo es.
Siento que oír eso a Liam le da fuerza. Solo hay que ver la
expresión de su rostro cuando dice:
—Pensé que no volvería a sentir lo que siento, pero,
Amara López Santos, tú eres lo mejor que podía ocurrirnos a
Jan y a mí y...
Asustada, tremendamente acojonada, pongo una mano
sobre su boca.
Nos miramos en silencio unos segundos, hasta que
cuchicheo:
—Madre mía..., debes de tener una fiebre horrorosa.
Liam se ríe, retira mi mano de su boca y, tras besar mis
nudillos, murmura:
—No..., no tengo fiebre ni estoy delirando. Pero
necesitaba que supieras que, como diría mi padre y aunque
suene antiguo, tengo intenciones de cortejarte.
Bloqueada. Así me quedo.
—Jan te quiere. Eres su mamá. Solo hay que estar con
vosotros dos segundos para sentir la perfecta conexión que
tenéis. Y si a eso le sumas que yo estoy loco por ti...
—Jan bebió agua del cazo del perro —lo corto.
—Lo sé...
—Y le doy gusanitos de sémola de maíz, aunque no están
en su dieta.
—Lo imaginaba...
—Y los perros se bañan en la piscina conmigo.
Liam asiente, veo que por fin le hace gracia la idea.
—Gracias a esas cosas y a esa manera tuya de ser, Jan,
mis perros y yo somos felices —asegura.
Madre mía... Madre míaaaaaa... ¿En serio?
El ojo me tiembla, creo que me ha entrado un tic.
—¿Eres consciente de lo que estás diciendo? —susurro.
Sin dudarlo, él afirma con la cabeza.
—Totalmente consciente, mi niña.
¡«Mi niña»!
Siempre que me dice algo cariñoso añade eso de «mi
niña» que tan tonta me pone. Y, paseando de nuevo la
mano por mi rostro, murmura:
—Pececita, desde luego eres mi niña...
Atontada me quedo, y luego añade:
—Es imposible superar tus besos.
Bueno, bueno, bueno, ¡que me daaaaa!
Oigo a Liam como oigo los propios latidos de mi corazón.
Siempre he querido que algo increíblemente romántico
pasara en mi vida, ¡y me está pasando! ¿A mííííí?
Él habla y se explica con tranquilidad. Desde luego, ya me
gustaría a mí tener ese autocontrol que siempre demuestra.
Y entonces suelta:
—Quiero recuperar el tiempo contigo en todos los
sentidos, porque siento que eres la mujer de mi vida, y la
mamá que Jan desea. Tú, él y yo, junto a Pepa, Pepe y Tigre,
hemos creado nuestra particular familia, y solo si tú quieres
podríamos comprobar qué puede pasar...
Uf, madre..., madre... La mujer que él quiere y la madre
que Jan necesita. ¡Hemos creado una familia! Creo que en
esta ocasión el infarto me va a dar a mí. Y entonces, al ver
mi gesto, se apresura a añadir:
—Pero si crees que no, pues...
—Sí —lo corto—. Sí quiero. Claro que quiero.
Según digo eso, ambos sonreímos nerviosos. Lo que está
ocurriendo entre nosotros en este instante, de madrugada,
en la habitación, creo que nos está sobrepasando.
—¿Qué dirá tu familia? —pregunto.
—Se alegrarán. Especialmente mi padre —matiza.
Oír eso me gusta. Sonrío e insisto:
—¿Y Margot o tus amigas?
Liam se encoge de hombros.
—Ellas saben que no hay nada entre nosotros. Solo sexo.
Asiento, me gusta que sea claro conmigo en ese aspecto,
por lo que, segura de ello, indico:
—Si estás conmigo, no...
—Tranquila —me corta—. Mis padres me enseñaron que
cuando estás con alguien es porque lo quieres todo de esa
persona y nada de otras. Y yo lo quiero todo de ti, por lo que
el resto me sobra.
Oír eso me gusta y me tranquiliza.
Y entonces, tras tomar aire, oigo que susurra:
—Ese mismo compromiso lo tengo yo contigo, ¿verdad?
Sin dudarlo, asiento.
—Al igual que tú, si estoy con alguien es por algo.
Ambos nos miramos con ilusión en nuestros rostros.
—He de confesarte una cosita... —señala entonces.
—¿Una cosita? —me mofo.
Liam sonríe.
—En ocasiones me recuerdas a la madre de Jan —dice.
Anda, ¡lo mismo que me dijo Verónica!
—¿Y eso es bueno o malo? —pregunto.
—Ella era impulsiva. Y eso ha sido lo que siempre me ha
frenado contigo. Creía que era malo, pero... estaba
equivocado.
Asiento, lo entiendo.
—¿Crees que te la puedo jugar como lo hizo ella? —quiero
saber.
Liam afirma con la cabeza. Me gusta su sinceridad. Y,
cuando voy a replicar, ahora es él quien me tapa la boca
con la mano y dice mirándome a los ojos:
—Mira, Amara... Si algo me has enseñado desde que te
conocí y he aprendido de ti es que tú eres tú: Amara López.
Y, siendo tú, me gustas y me vuelves loco, por lo que no
quiero que cambies absolutamente nada de ti porque,
siendo como eres, nos has enamorado a Jan y a mí. Y si tu
impulsividad es como la de ella, no pasa nada, porque tú
eres Amara y ella era Jasmina.
Madre mía, madre mía, ¡lo que está soltando este hombre
por la boca!
Si me pinchan creo que no sangraré de lo impresionada
que estoy.
—Según mi hermano, si eres mi primer pensamiento al
despertar y el último antes de dormir significa que estoy
locamente enamorado de ti —dice entonces; y, cogiendo mi
mano, la lleva hasta sus labios y, sin apartar esos ojos tan
especiales que tiene, me besa los nudillos y musita—: Así
que quiero que sepas que estoy muy enamorado de ti.
Uf..., uf... uf...
Creo que me voy a volatilizar...
Ay, Dios, ¡que me desmayo!
Por primera vez en mi vida el hombre al que adoro me
está dedicando unas preciosas palabras de amor, ¡y yo
estoy que no puedo ni respirar!
Liam deja de hablar, veo desconcierto en su mirada, y al
cabo añade:
—Entiendo que mi aspecto ahora mismo no sea muy
bueno y que quizá debería haber esperado a otro momento
para decirte todo esto...
Sonrío, para mí su aspecto es el mejor del mundo. E,
intentando bromear, cuchicheo:
—Ah, vale... ¡Ahora lo entiendo! Tienes miedo de
quedarte como el hombre grano de paella y por eso me
estás tirando los tejos a mí, ¿no?
Él ríe a carcajadas. Yo también. E, incapaz de no
reaccionar ante el momento tan bonito y romántico que
estoy viviendo, me acerco a él y le doy un beso. Liam se
encoge y, mientras nos separamos, susurra:
—Maldita pupa del labio... Deseo besarte y no puedo.
Gustosa, paso con delicadeza la mano por su rostro y
murmuro:
—Tranquilo. Ya habrá tiempo para besarnos.
—Me gusta saberlo, Pececita.
Liam asiente, sonríe, y yo, moviéndome, lo abrazo con
total naturalidad y luego nos quedamos en silencio.
Durante unos minutos ninguno de los dos dice nada. Creo
que apenas entendemos lo que está pasando entre
nosotros. Después Liam afirma besándome el cuello:
—Qué bien hueles siempre.
—Tú hueles a Talquistina —me burlo.
Nos miramos divertidos. Jan llama entonces nuestra
atención, quiere que lo abracemos también. Y, tras unos
minutos en los que ambos nos desvivimos con el niño, Liam
pregunta:
—¿Irás con Alejo a bailar salsa a Las Palmas de Gran
Canaria?
Según dice eso, sonrío. Está claro que Alejo le despierta
los mismos celos tontos que a mí Margot.
—Solo si voy contigo —contesto.
Veo que mi respuesta le gusta; entonces Jan balbucea:
—Papááá...
La alegría que veo en el rostro de Liam es preciosa. Y,
acariciando al niño con amor, musita:
—Estoy feliz de ser tu papá.
—Pues ya es oficial, ¡eres su papá! —bromeo.
—Y tú su mamá.
—Papááááá —vuelve a decir Jan, y mirándome añade—:
Mamáááá.
Al oír eso, rápidamente miro a Liam y, riendo, cojo al
pequeño y cuchicheo:
—Claro que sí, Gordunflas, ¡soy mamá!
Liam me mira de un modo que me pone muy nerviosa. ¿Y
si la fiebre está haciendo que delire? No sé qué decir. Ay,
Dios, ¡que me pica todo! Y al borde del infarto pregunto:
—¿Qué pasa?
Con esa mirada que me descoloca, Liam finalmente
indica:
—Pasa que eres preciosa.
Bueno, buenoooo... Para no ser romántico, hay que ver
las cosas que me dice.
Me río, los nervios me hacen reír; intentando quitarle
hierro al asunto murmuro:
—Madre mía, lo que te hace decir la fiebre.
Liam vuelve a sonreír y yo, para romper el momento,
pues los nervios no me dejan vivir, le pregunto al niño
mientras lo señalo a él:
—Gordunflas, ¿quién es este monstruo feo, feote, lleno de
granos?
—Papáááá...
Contenta y feliz aplaudo, y los dos Acosta que han
entrado en mi corazón ríen a carcajadas.
A continuación me levanto de la cama y voy a añadir algo
cuando oigo que Liam suelta:
—¿Ya estás descalza?
Sonrío, no lo puedo remediar, y replico:
—El jefe está fuera de juego y aprovecho. —De nuevo él
se ríe y yo, sintiéndome tonta, digo—: Descansa y duerme
un poco.
—Tú también.
Asiento.
—Lo intentaré.
—¿Cuánto llevas sin dormir más de dos horas seguidas?
Suspiro, eso sucede desde la primera noche que Jan
enfermó. Y, antes de que yo conteste, él continúa:
—Prometo que, cuando me encuentre mejor, tendrás una
estupenda cura de sueño.
Oír eso me hace reír.
—¿Puedo pedir una semanita con los gastos pagados en
un bonito hotel spa de Las Palmas de Gran Canaria? —me
mofo.
—Puedes —asegura divertido.
—Mmmm, ¡te lo recordaré! —añado.
Ambos reímos y, cuando me dispongo a salir del cuarto,
Liam me coge la mano y dice:
—Necesito mi beso de buenas noches.
Oír eso que nunca me ha pedido me hace darme cuenta
de que los delirios prosiguen, pero, deseosa de ofrecerle lo
que pide, me inclino hacia él, poso mis labios sobre los
suyos y, con delicadeza para no hacerle daño en la pupita,
lo beso.
Uf..., qué maravillaaaaa...
Una vez que nos separamos, nos miramos con deseo y,
tomando aire, susurro:
—Ten por seguro que, si no estuvieras como estás, esto
hoy no terminaba aquí...
Liam ríe, yo también, y cuando suelta mi mano y camino
hacia la puerta, oigo que dice:
—No sé qué haríamos Jan y yo sin ti.
Bueno, bueno, bueno... Pero ¿tanto le está afectando la
fiebre?
—Ya me vengaré de los dos cuando estéis repuestos.
Ambos reímos, y luego salgo con el niño de la habitación.
Cuando entro en mi cuarto y tumbo al pequeño conmigo en
la cama, acalorada, me doy aire con la mano.
¿En serio ha pasado todo eso? ¿De verdad ese hombre al
que adoro se me ha declarado? Y, mirando a Jan, susurro:
—Acabo de vivir uno de los momentos más bonitos de mi
vida y, sin duda, he de exclamar: ¡viva la varicela!
Jan sonríe, lleva las manitas a mi rostro y yo, abrazándolo,
lo acuno y, al ver que se duerme, la siguiente en dormirme
soy yo. Eso sí..., pensando en Liam.
Capítulo 45

Pasan algunos días más y, por suerte, todo se va superando.


Liam mejora y la varicela no se complica. Las feas marcas
de su rostro y de su cuerpo van desapareciendo, mientras
pasamos tardes enteras tirados en el sofá besándonos,
hablando y riendo con Jan. Yo me siento integrada en una
familia, y, la verdad, me gusta esa sensación.
De pronto el hombre frío al que lo horrorizaban muchas
de las cosas que hacía se convierte en alguien
tremendamente increíble que no gruñe y al que le gustan
muchas de las actividades que le propongo. Cuando Jan
duerme, Liam y yo escuchamos música, bailamos divertidos
salsa o musiquita romántica, vemos series hasta el
amanecer y nuestras vidas se vuelven completas, fáciles y
felices.
¿En serio somos tan felices con tan poco?
Los besos de Liam me gustan. Los míos siento que le
encantan, y aunque nos morimos de ganas por poseernos y
tener sexo, nos contenemos. Ambos queremos que él esté
recuperado al cien por cien y, para ello, hemos de esperar.
Una noche, tras terminar de ver una película en el sofá,
Liam propone que los tres nos acostemos en su cama, y yo
acepto encantada.
¿Por qué no?
Una vez que nos acostamos y ponemos a Jan entre él y
yo, cuando apagamos la luz Liam sugiere:
—Pececita, ¿qué te parece si le cantas su canción?
Asiento. Esa canción es ahora de los tres, no solo de Jan,
y sin dudarlo empiezo a entonarla mientras soy consciente
de que ya no solo se la canto al niño, sino también a su
papi, cuando digo eso de «I love you, baby...».
Uiss..., uis..., si es que los aisloviu a los dosssss.
A través de las pestañas los observo. Miro a los dos
hombres que se han convertido en las personas más
importantes de mi vida y canturreo mientras oigo los latidos
de mi corazón y disfruto del momento, hasta que la canción
acaba y, mirando a Jan, susurro:
—Ha caído.
Liam sonríe.
—Ahora tienes que caer tú —musita.
—Cántame algo.
Él se ríe, puesto que nunca canta. Según él, lo hace fatal.
Según yo, la vergüenza puede con él.
—No pienso cantar —replica—. Vamos, descansa.
Gustosa, asiento. La verdad es que estoy muy cansada.
Pero, necesitada de un mimo que llevo muchos años sin
recibir, pregunto:
—¿Puedo pedirte una cosa?
—Por supuesto.
—Mi hermano solía acariciarme la cabeza con la mano y
yo me dormía enseguida.
De inmediato veo que Liam pasa una mano por encima
de la almohada, la acerca a mi cabeza y comienza a
masajearla. El hecho de que haga eso que nadie más ha
vuelto a hacer después de Raúl me emociona, me encanta,
y me quedo dormida sin darme cuenta.

***

No sé cuánto tiempo ha pasado cuando me despierto.


Abro los ojos y veo a Jan y a Liam dormidos. Sin moverme,
los observo. A escasos metros de mí tengo a los dos
hombres que desde hace unos meses me alegran la vida, y
de pronto soy consciente de que, como esto salga mal, mi
corazón, que logré recomponer después de dejarlo con
Óscar, se me va a romper del todo esta vez.
Desde que Liam se ha permitido hablar de sus
sentimientos todo ha cambiado entre nosotros, y ahora me
siento parte de su vida, como siento que yo soy parte de la
vida de ellos dos. El modo en que me mira, me busca o me
besa me hace sentir tremendamente especial, y a veces es
tanta la felicidad que me invade que yo misma me agobio.
¿Y si no funciona?
Angustiada por todo lo que siento, me levanto con
cuidado de la cama para no despertarlos y, en silencio,
salgo de la habitación. Voy a la cocina y a través del
ventanal veo a Pepa, Pepe y Tigre durmiendo los tres juntos,
y sonrío. Es todo tan increíble y bonito que, una vez más, el
diablillo que tengo sobre mi hombro me dice que tanta
felicidad no puede durar.
¿Por qué sigo pensando así?
¿Por qué no puedo disfrutar del momento sin creer que se
va a acabar?
Cojo mi móvil, que está sobre la encimera de la cocina, y
poniéndome los auriculares comienzo a escuchar música
romántica. Manuel Carrasco, Carlos Macías, David Cavazos y
otros artistas que me gustan suenan mientras siento cómo
mi corazón se acelera.
Amé a Óscar, lo quise mucho. Pero el sentimiento que
tengo con Liam y Jan es diferente. Es un sentimiento más
fuerte, más intenso, más de todo, tanto que ni siquiera sé
explicármelo a mí misma.
Tengo sed y, a oscuras, tras abrir la nevera, saco una
botella de agua, me siento de un salto sobre la encimera y
bebo, hasta que de pronto oigo:
—Descalza, bebiendo a morro de la botella y sentada
sobre la encimera. Señorita López, es usted incorregible.
Eso me hace sonreír. Liam se acerca a mí a oscuras y,
metiéndose entre mis piernas, me quita uno de los
auriculares y pregunta:
—¿Qué escuchas?
En ese instante suena David Cavazos con su canción
Bruja hada, y Liam dice mirándome:
—Esta no la conozco.
Eso me hace gracia. Entonces coge la botella de agua de
mis manos, bebe a morro y, una vez que la deja sobre la
encimera, pregunta:
—¿Bailas conmigo?
Woooo, ¡sin dudarlo!
Bajándome de un salto de la encimera, pego mi cuerpo al
suyo y comenzamos a bailar a oscuras en la cocina. Por
Dios, qué momento tan románticoooooooooo.
Con los ojos cerrados disfruto de lo que estoy viviendo,
hasta que él susurra en mi oído:
—Eres mi bruja de noche y el hada de Jan durante el día.
Me gusta oír eso. A veces Liam, sin llegar a ser el hombre
más romántico del mundo, dice cosas que lo hacen
tremendamente especial. Y entonces, pasando sus manos
por mis brazos, murmura:
—Me encanta tu suavidad.
Uf..., lo que me hace el cuerpo al oírlo y sentirlo. Lo
deseo..., lo deseo con todas mis fuerzas, aunque me estoy
conteniendo.
—A mí me encantas tú —le contesto.
Liam sonríe. Yo también. Y, acercando nuestras cabezas,
nos besamos con tranquilidad, con gusto, con ganas. Nos
deseamos. Nos deseamos mucho a pesar de lo que nos
contenemos, y cuando noto que la situación se nos está
yendo de las manos voy a detenerlo pero él musita:
—Hoy no lo vamos a parar...
Excitada, asiento. La primera que no quiere pararlo soy
yo. Y, dejándome llevar por el momento, simplemente me
dejo hacer; entonces los auriculares se desconectan de mi
móvil y comienza a sonar la canción Burbujas de amor de
Juan Luis Guerra 4.40.
Liam sonríe al oírla y, mirándome, cuchichea:
—La canción perfecta, Pececita.
Por favorrrr, ¡qué romántico!
Un beso lleva a otro, una caricia a la siguiente y, cuando
le quito la camiseta y él me quita la mía, me agarra entre
sus brazos, me lleva hasta la mesa y me posa sobre ella. Sin
necesidad de hablar, me saco las bragas al tiempo que él se
baja los calzoncillos y, volviendo a cogerme entre sus
brazos, guía su dura erección hasta mi latente humedad y
entra en mí. ¡Oh, sí!
Extasiada, rodeo su cuerpo con las piernas y Liam,
izándome de la mesa, vuelve a meterse en mi cuerpo una y
otra y otra vez mientras yo le muerdo el hombro y
disfrutamos del ardiente momento.
Sentirlo dentro de mí me vuelve loca, como imagino que
lo está volviendo loco a él, y entonces oigo que dice:
—Mírame.
Lo miro.
Uf..., un escalofrío me recorre el cuerpo.
Su seductora mirada, aun con la cocina a oscuras, me
toca el alma. Su sonrisa maliciosa me embruja. Sus susurros
me enloquecen. Y yo me lleno por completo de deseo y con
un hilo de voz exijo:
—Ay, Dios..., no pares.
¡Y no para!
Uf..., ¡qué placer!
Me seduce y yo lo seduzco a él. Me somete a su deseo y
yo lo someto al mío, mientras nuestras lenguas se
encuentran, nuestros cuerpos chocan y enloquecemos de
puro placer.
Fascinada por el momento, me entrego a él. En silencio
mi cuerpo le pide que me haga suya y lo hace, lo hace una y
otra vez, mientras siento que yo lo hago mío.
Nuestros cuerpos, embriagados por el momento, se
buscan, se encuentran, mientras nos entregamos sin
reservas y nos sometemos a los antojos del otro.
Liam no para de entrar y salir de mí una y otra vez, y yo
muevo las caderas en su busca y siento que ambos
jadeamos de lujuria y de deseo mientras ardemos en el más
dulce infierno de la pasión.
Las piernas le tiemblan. Lo noto. Y, apoyándome contra la
pared, nos colocamos mejor mientras siento cómo su boca
besa mi cuello, mis manos acarician su piel y no paramos ni
un segundo.
Disfrute...
Delirio...
Goce...
Besos...
Caricias...
Todo ello unido al morbo del momento hace que Liam y
yo nos convirtamos en dos seres ansiosos de sexo mientras
nuestros cuerpos se encuentran una y otra vez.
He disfrutado del sexo con otros hombres. No soy nueva
en esto. Pero lo que Liam me hace sentir con su total y
completa posesión, con sus besos y con sus miradas, no lo
ha conseguido nadie. Ni siquiera Óscar.
En ese instante empieza a sonar una nueva canción con
la que lloré mucho en el pasado, y se me eriza el vello de
todo el cuerpo. Es Contigo y sin ti de Chenoa, una preciosa y
tremenda canción de desamor. Pero no... A pesar de mis
dudas sobre lo nuestro, me olvido de ellas y disfruto del
momento.
Liam me besa. ¡Madre mía, cómo me besa! Asola mi boca
de tal manera que me deja sin respiración y, cuando se
separa de mí, susurra:
—Dime qué sientes.
Bueno, bueno, bueno...
Si digo lo que siento sé que voy a pasarme de frenada,
pero, necesito pasarme de frenada, de carril e incluso de
autopista, así que murmuro:
—Que te quiero...
Según digo eso noto que su mirada cambia.
Madre mía, madre mía..., ¡¿qué he dicho?!
Acabo de abrirle mi corazón totalmente y, joder, ¡podría
rompérmelo!
Liam vuelve a besarme. Su exigente boca me devora con
auténtica pasión, hasta que, parándose, musita:
—Repite lo que has dicho.
Acalorada por lo que he soltado, vuelvo a decir:
—Te quiero...
Según digo eso, Liam mueve las caderas y se introduce
en mi cuerpo lenta, intensa y profundamente.
¡Dios, qué gustazo!
Los dos gritamos de placer y yo, queriendo más, repito:
—Te quiero...
De nuevo Liam lo hace. Lento. Intenso. Profundo. Se
introduce en mí por completo, arrancándonos a ambos un
jadeo estremecedor, y sorprendiéndome declara:
—Te quiero.
¡Ay, Diossssss!
¿En serio?
Mi cuerpo reacciona como un resorte para clavarse por
completo en él sin ninguna prisa. Acto seguido los dos
jadeamos enloquecidos, como si una corriente nos hubiera
atravesado.
A partir de ese instante, y con la música de fondo, la
locura, la pasión y el morbo se apoderan de nosotros de una
forma que creo que nos sorprende. Nos poseemos con
fuerza, con deseo, con pasión. Nos tomamos como si no
hubiera un mañana, hasta que no podemos más y un
caliente y estremecedor clímax nos derrota.
Con las respiraciones aceleradas por el momento, a
oscuras en la cocina, intentamos recuperar el resuello, yo
apoyada en su hombro y él apoyado en el mío. Creo que no
nos miramos de la vergüenza que nos da a ambos lo que
hemos dicho.
A continuación Liam me coge en volandas, me lleva hasta
la encimera, me posa sobre ella y, mirándome a los ojos,
murmura:
—Como dice la canción, ya no puedo vivir sin ti.
Wooooo, lo que me entra por todo el cuerpo.
Liam, ese hombre que pensé que era todo lo contrario de
lo que yo podía querer en la vida, no solo me tiene loca,
sino que además me dice ¡que me quiere!
—Tú y tu romántica música me vuelven loco.
Oír eso me hace sonreír. Que le gusten mis románticas
canciones de amor es un placer para mí.
—La siguiente vez que te haga el amor será mejor —
susurra tras besarme en los labios.
¡¿Mejor?!
¿Ha dicho que será mejor?
Madre mía, pero si para mí esta vez ha sido increíble.
Maravillosa. Inigualable.
El día que tuvimos sexo en la piscina fue asombroso, pero
íbamos algo perjudicados con el tequila. En cambio, hoy no.
Hoy ni él está perjudicado ni lo estoy yo.
—No veo el momento de tenerte desnuda en mi cama, sin
niño y sin prisas —musita besándome de nuevo.
Oír eso me hace sonreír. La que no ve el momento soy yo.
Y, tras besarlo, afirmo:
—Me parece una excelente idea.
Sonriendo, cogemos papel de cocina para limpiarnos y,
una vez que nos vestimos, Liam dice mirándome:
—Este que canta es el Carrasco, ¿verdad?
Gustosa, asiento. En la cocina suena la voz de mi Manuel
Carrasco interpretando Sabrás y, cuando bostezo, él para la
música e indica:
—Vamos, Pececita, ¡a dormir!
Cogidos de la mano regresamos a su cama. Y, al ver a Jan
rodeado de cojines y almohadas, sonrío y Liam cuchichea:
—Por si se movía..., para que no se cayera.
Asiento. Me parece genial. Como siempre, previsor.
En silencio y sin hacer ruido, volvemos a acostarnos. De
nuevo nos miramos a oscuras y, sin que yo diga nada, Liam
pone la mano sobre mi cabeza, y, cuando comienza a
masajearla, susurra:
—Duerme, mi niña. Lo necesitas.
A partir de esa noche dormimos los tres en la cama.
Bueno, en ocasiones los cuatro..., que Tigre se cuela algún
día y yo, para que no lo vea Liam, lo escondo detrás de mi
cuerpo.
De pronto dormir juntos en la cama de Liam se convierte
en una necesidad, y lo disfruto como sé que ellos lo
disfrutan por sus rostros, sus sonrisas, sus miradas..., y,
literalmente, me muero de amor.
Capítulo 46

Pasan los días mientras los tres vivimos en nuestra preciosa


burbujita de felicidad.
Todo es tan perfecto, tan ideal, tan increíble que en
ocasiones siento hasta miedo.
¿En serio la vida me va a permitir ser feliz?
Jan está totalmente repuesto y ahora gatea a una
velocidad que ni Speedy Gonzales. Verlo gatear me hace
gracia, pero Liam se agobia. Según él, el suelo está sucio y
el niño podría volver a enfermar. Cuando lo oigo decir eso
me mofo y le pregunto si pretende que le pongamos
guantes al chiquillo para que no toque el suelo, hasta que
finalmente se ríe y se relaja. Aunque ahora se pasa el día
entero limpiándole las manos con toallitas húmedas. ¡Qué
maniático es!
El día que el médico de cabecera le da por fin el alta a
Liam, este me dice que ponga guapetón a Jan y me ponga
guapetona yo también porque nos invita a cenar.
Feliz y gustosa, me arreglo. Me pongo un vestidito
ibicenco que sé que me queda muy bien, y, tras colocarle a
Jan un peto vaquero, los tres nos vamos al Puerto de la
Cruz, donde cenamos en un precioso restaurante frente al
mar.
Y río para mis adentros cuando unos señores que están
en una mesa contigua a la nuestra creen que Jan es mi hijo
y Liam mi marido. Es más, dicen que el niño tiene los ojos
de su padre y la sonrisa de su madre. Oír eso hace que Liam
y yo sonriamos e intercambiemos una mirada sin decir
nada.
Tras la cena decidimos dar un paseo con Jan en su
cochecito. Quien nos vea pensará que somos una parejita
más. Y el corazón se me acelera cuando Liam me agarra por
la cintura con gesto protector y caminamos así por la calle.
¡Qué bien estoy en compañía de mis dos hombres!
Esto que siento con ellos es algo nuevo para mí. En casa
nos besamos y hacemos el amor siempre que podemos,
pero pasear por la calle de esta manera es especial, me
encanta porque realmente parecemos una familia.

***

Un par de días después Liam ha organizado una cena en


la casa para celebrar que Jan y él ya están recuperados.
Invita a varios de sus amigos y a su familia y yo me siento
algo tensa. ¿Les contará a todos que estamos juntos? No se
lo he preguntado. No sé si es algo que se puede preguntar,
y..., bueno, me callo y espero acontecimientos.
Los invitados comienzan a llegar y yo estoy feliz. Siempre
he pensado que las casas grandes con jardín como esta son
para tenerlas llenas de gente y de vida. Pero hay algo que
me estropea la velada, y es cuando veo llegar a Margot.
¿En serio la ha invitado a ella?
Eso me acelera el corazón, y más aún cuando, desde la
distancia, veo que Liam y ella hablan y, cada vez que
Margot posa la mano sobre él o lo roza siquiera, me entran
las cagalandras de la muerte... ¿Y si Liam es un Óscar en
potencia y ahora que está recuperado pasa de mí? ¿Y si
todo lo que hemos vivido ha sido tan solo fruto de la
varicela y de la fiebre?
Estoy pensando en ello y veo que Florencia y su padre
están disfrutando de Jan al fondo del jardín. Ellos me miran,
yo los saludo sonriendo y me devuelven la sonrisa; entonces
Alejo, el pediatra de Jan, se me acerca.
—Según Liam, eres una excelente enfermera.
Sonrío y, viendo cómo aquel ríe en compañía de la
pelirroja, indico:
—No está bien que lo diga yo, pero no se me da mal.
Alejo asiente.
—Si alguna vez quieres volver a trabajar en un hospital,
dímelo. Tengo varios contactos muy buenos, y creo que
sería capaz de conseguirte un puesto en alguna clínica o en
algún ambulatorio de las islas.
—¿En pediatría?
—Por supuesto —afirma él, y, sorprendiéndome, añade—:
Liam me ha dicho que, si necesito sus referencias, él me las
dará encantado.
Sin dar crédito, parpadeo. ¿Que Liam le ha dicho qué?
Eso me inquieta... ¿Es que acaso quiere deshacerse de
mí?
Saber eso me desestabiliza. Vuelven mis inseguridades.
—Qué detallazo por su parte —musito.
Alejo asiente ajeno a lo que estoy pensando; de pronto
Omar se acerca a nosotros y comenta mirándome:
—Te veo muy bien.
La alegría de Omar siempre me hace gracia, y más
cuando Horacio se acerca a nosotros y pregunta
dirigiéndose a Alejo:
—No estarás tirándole la caña a nuestra Amara, ¿verdad?
Todos soltamos una carcajada, y entonces Alejo, divertido,
me coge del brazo y dice:
—Tonto sería si no se la tirara.
Divertida, comienzo a bromear con aquellos mientras soy
consciente de que Liam no les ha contado lo nuestro.
¿Cuándo lo hará?
Y en ese instante oigo que Liam dice levantando la voz:
—Todo el mundo a cenar.
Lo miro. Él me está mirando también. Conozco esa
mirada, y con ella me está diciendo que me acerque. Pero
no..., no quiero hacerlo. Y, dirigiéndome a Alejo, Omar y
Horacio, indico:
—Id vosotros. Yo iré enseguida.
Observo que todos los invitados comienzan a sentarse a
las mesas que el catering que he contratado ha dispuesto
en el jardín, y de pronto veo a Tigre repanchingado sobre
una de las sillas. Rápidamente me dirijo hacia él, lo cojo con
disimulo y, caminando hacia la zona vallada donde están
Pepa y Pepe, abro la portezuela y dejo a Tigre con ellos.
—Quédate aquí, que te estoy viendo venir —le advierto a
mi perro.
Este me mira con ganas de llamarme de todo, pero yo
regreso con los demás y voy al encuentro de Florencia.
—Ais, Amara —comenta ella—, ¡hoy estás radiante!
—Gracias —musito con una sonrisa.
Jan se tira entonces a mis brazos y, justo cuando va a
decir «mamá», le meto el chupete en la boca y Florencia
cuchichea emocionada:
—Hay que ver lo que te quiere el niño.
Asiento, lo sé. Y, besando a Jan en el cuello, afirmo con
amor:
—Pues más lo quiero yo a él...
Florencia asiente, me mira con una sonrisa que no logro
descifrar y acto seguido le pregunto:
—¿Cómo es que no han venido Xama, Gael, Begoña y el
peque?
—Porque están en la Península, cielo. Xama y sus amigos
tenían entradas para ir a un concierto de esos raros que les
gustan... Gael y Begoña aprovecharon para acompañarla
con el niño para mirar unas cosas que Begoña quería para
su vestido de novia... Y aquí estoy yo, sola y echándolos
mucho de menos a los cuatro.
Al ver su gesto, sonrío y, dándole un abrazo, señalo:
—Anda, supermami, ve y siéntate junto a Omar.
Entonces ella me mira y pregunta:
—¿Y tú?
Sonrío, me encanta la consideración que los Acosta tienen
hacia mí.
—Ahora regreso —digo—. Voy a cambiarle el pañal a Jan
antes de cenar.
Ella asiente y yo, con el pequeño en brazos, entro en la
casa y me dirijo hacia su cuarto. Una vez allí, lo tumbo sobre
el cambiador y, cuando estoy riendo con él por las
pedorretas que me hace, oigo a mi espalda:
—Te estaba buscando.
Como siempre, doy un salto y, cuando miro a Liam, él se
acerca a mí riendo y dice tras darme un cariñoso beso en el
cuello:
—¿Cuándo vas a dejar de asustarte?
—Cuando avises de tu presencia de otra manera...
—Papááááá —exclama Jan al verlo entrar.
Divertido, Liam lo besa con amor y después me hace
cosquillas a mí. En nuestro confinamiento por la varicela ha
aprendido que tengo cosquillas en la cintura. Y, tras reírme
a carcajadas, le suplico:
—Vale... ¡Para!
Él sigue, riendo, y luego, mirándome, dice:
—Una cosita... ¿Tú no sabes que no es bueno dejar para
mañana los besos que puedas dar hoy?
Según lo oigo, lo beso. Este hombre me vuelve loca con
sus «cositas», y disfruto del momento.
No obstante, debemos parar, pues tenemos invitados y
Jan está sobre el cambiador. Liam comienza a hacerle
pedorretas y, entre una y otra, comenta mirándome:
—Tengo una sorpresa para ti.
Oír eso me asombra. ¿Para mí?
—Ostras... ¡Me encantan las sorpresas! —musito.
—Lo sé.
—¿Lo sabes? —pregunto extrañada.
Liam sonríe, yo también, y acercándose a mí me coloca
un mechón de pelo tras la oreja y dice con mimo:
—Pececita, cada día te voy conociendo más.
Uf..., cómo se me acelera el corazón.
Ay, madre, ¡que lo beso! Pero no, no, no, ¡quiero que él
me bese a mí!
Estoy por preguntarle por qué le ha dicho a Alejo que
daría referencias para que yo trabajara en un hospital, pero
como no quiero romper este momento digo en cambio:
—¿Y cuándo sabré de qué va la sorpresa?
—Al final de la noche —contesta Liam con una enigmática
sonrisa y su carita de ángel malote.
Su expresión me hace intuir que mi mente calenturienta
podría ir bien encaminada con respecto a de qué irá el
tema. Y, acercándome un poco más a él, pregunto:
—¿Y crees que me va a gustar la sorpresa?
Noto que la respiración de Liam se acelera del mismo
modo que la mía. Uf, lo que nos gusta tentarnos,
provocarnos...
—Eso espero, mi niña —dice él a continuación con un hilo
de voz.
Gustosa, y sin querer echar más leña al fuego, pues
tenemos invitados en la casa, asiento.
—¿Lo estás pasando bien en la fiesta? —pregunta él.
Asiento de nuevo, pero tengo ese runrún con respecto a
cierta pelirroja que no me deja vivir. Y, sin pensar en las
consecuencias, replico:
—Creo que tú lo estás pasando mejor que yo con doña
Querida... Y, por cierto, podrías pararle las manitas para que
no te toquetee tanto, ¿no?
Según digo eso Liam parpadea, su mirada cambia, y yo,
siendo consciente de lo que acabo de soltar, agrego:
—Vale... Podría decirse que eso son celos. Y..., aunque el
tema de los celos no va conmigo, reconozco que me pongo
algo tonta cuando te veo con ella, y más aún si tú no la
frenas...
Durante unos instantes Liam no dice nada, solo me mira,
hasta que replica:
—Dijiste que para ti el amor no era posesión, sino
libertad.
Vale, tiene razón.
—Y lo es —admito—. Pero la familiaridad con la que te
toquetea Margot, la verdad..., no me gusta mucho.
—¿Acaso tú no tonteabas con Alejo o con Alessandro?
Al oír eso resoplo. Siempre he odiado los numeritos de
celos, pero aquí estoy, ¡protagonizando uno! Y con cierto
retintín indico:
—La diferencia es que tú has tenido sexo con Margot y yo
con Alejo, no.
—¿Y Alessandro? —insiste.
Vale, ahí sí que no puedo decir nada, porque intuyo que lo
que yo tenía con Alessandro era lo mismo que él tenía con
Margot. Y Liam reitera:
—Ella es una buena amiga que está ayudando a la familia
a conseguir algo muy importante para nosotros y...
—Pues Alessandro es un buen amigo, aunque no ayude a
tu familia. ¿Qué te parece? —lo corto molesta.
Liam y yo nos miramos. Hay irritación en nuestras
miradas. De pronto la bonita conexión que había entre
nosotros parece haberse roto y, llenándome de inseguridad,
musito:
—¿Acaso ahora que ya no estás enfermo ya no me
necesitas y...?
—Pero ¿qué tonterías estás diciendo? —gruñe con gesto
de enfado.
Y yo, que ya estoy desatada, he vivido eso con Óscar y no
estoy dispuesta a vivirlo de nuevo, replico:
—Mira, déjalo.
—¡¿Que lo deje?!
Uf, cómo me mira... Qué cabreo lleva...
Y, sintiéndome tan furiosa como él, digo tocándome la
cicatriz de la frente:
—¿Crees que no me he dado cuenta de que desde que ha
llegado el primer invitado no te has acercado a mí?
Liam parpadea asombrado.
—Mira, guapo —añado—, por desgracia, tengo un máster
en sentirme como una mierda porque el tío con el que
estoy, cuando me tiene, pasa de mí... Pero, ¿sabes?, una
aprende en la vida y...
—Yo que tú no continuaría...
—Porque tú lo digas —lo reto.
Nos miramos. Uf..., cómo nos miramos, y al cabo él
susurra:
—Esto es ridículo.
—Te doy la razón. ¡Es ridículo! —Y, acelerada como una
moto, añado—: No sé por qué habré llegado a pensar que
entre tú y yo podría existir algo, cuando simplemente soy la
niñera de tu hijo.
Según digo eso, Liam da un paso atrás. En su gesto veo la
incomodidad.
—Amara, te estás pasando... —sisea.
Oír eso me hace sonreír con chulería. Soy como una olla
de presión cuando me enfado y, sin pensar, suelto:
—Disculpe, señor Acosta, ¡lamento estar pasándome!
Liam asiente. Me mira de esa forma que no me gusta
nada y, poniéndose a mi nivel, suelta:
—De acuerdo, señorita López. Está visto que nos
equivocamos.
¡¿Qué?! ¡¿Cómo?!
¿En serio volvemos a la casilla de salida?
Vale..., vale..., soy yo quien ha empezado... Pero,
enfadada y a punto de liar aquí la matanza de Texas,
asiento y ratifico:
—Efectivamente, señor, nos equivocamos.
Durante unos segundos nos quedamos en silencio,
mirándonos, mientras Jan nos observa. Es la primera vez
que discutimos siendo pareja y la incomodidad es
insoportable para los dos.
Al cabo Liam indica con la voz cargada de resentimiento:
—Termine de cambiar al niño y salga para cenar.
—No tengo hambre.
—Salga para cenar —repite con lentitud.
Uf..., cómo nos miramos.
Hemos pasado de ser dos dulces florecillas a dos cactus
pinchones. Y, tomando conciencia de que tenemos la casa
llena de gente, indico:
—Enseguida saldremos.
Dicho esto, Liam se da la vuelta y sale furioso de la
habitación mientras yo murmuro cerrando los ojos:
—Soy la tía más tonta del mundo mundial...
Diez minutos después, sin muchas ganas, regreso con Jan
al jardín, donde Verónica, al verme, me hace una seña para
que vaya a sentarme junto a ella en la mesa de los Acosta.
¿En serio tengo que ponerme allí?
En el trayecto se me unen Alejo y Liam. Este último
rápidamente coge a su hijo en brazos, y luego Alejo le
pregunta:
—¿Te apetece que salgamos a tomar unas copas el
viernes, Liam?
Él niega de inmediato con la cabeza.
—No estoy para verbenas.
Oír eso, no sé por qué, me hace sonreír. Alejo se ríe
también y, mirándome, pregunta:
—¿Qué me dices tú?
Sin dudarlo, asiento. Tengo ganas de chinchar a Liam, e
indico:
—Libro el viernes. ¡Perfecto!
Según digo eso, soy consciente de que Liam me mira.
¡Anda y que se jorobe!
Pero entonces de pronto Margot se acerca a nosotros y,
agarrándolo del brazo, dice:
—Pensaba sentarme contigo, pero Naím me ha dicho que
la mesa está completa.
Al oírlo me percato de que únicamente puede sentarse
con él a la mesa de los Acosta si me levanto yo.
—Ocupa mi sitio, yo me pondré en otro lugar —señalo
mirándola.
De nuevo Liam me mira, no disimula su malestar. Y la
pelirroja dice:
—¡Gracias, Amara! Eres encantadora.
Rabia... Siento muchísima rabia porque aquella sea tan
simpática conmigo. Y, mirando a Liam, pregunto:
—Señor Acosta, ¿quiere que me lleve a Jan conmigo?
Woooo, si las miradas mataran, este ya me habría
asesinado. Creo que no le ha hecho gracia que le deje mi
sitio a la pelirroja.
—No, señorita López, no hace falta —oigo que me
responde.
Alejo, que nos observa, pregunta de pronto:
—¿Qué os pasa a vosotros dos?
Pero ni Liam ni yo contestamos, y Margot tercia:
—Mi bebecito se viene con nosotros.
¡¿Su bebecito?!
¿Cómo que su bebecito?
Uf..., uf..., ¡lo que me entra por el cuerpo!
Que diga que Jan es su bebecito cuando le ha importado
tres pimientos su enfermedad me toca la moral como nunca
imaginé que me la pudiera tocar. E, intentando morderme la
lengua para disimular la rabia y la decepción que siento,
fabrico una de mis sonrisas y, tras agarrarme al brazo de
Alejo, me doy la vuelta y camino sin mirar adónde voy.
Instantes después, cuando ya estamos sentados a la
mesa, veo que Verónica viene hacia mí.
—¿Qué pasa? —me pregunta.
—Nada.
—Tenía un asiento guardado junto a mí.
Con disimulo para que nadie nos oiga, me levanto, me
alejo unos metros de la mesa y, tras ver que Liam habla con
Margot mientras Jan está medio dormido en los brazos de
Florencia, cuchicheo:
—Me siento tan ridícula...
Mi amiga parpadea y yo, inconscientemente, me rasco la
cicatriz de la frente. Verónica sabe de mi relación con Liam
y, al ver mi gesto, murmura:
—No me asustes y quita la mano de la cicatriz...
Ambas reímos y luego ella pregunta:
—¿Qué está pasando?
Rápidamente le cuento lo ocurrido entre nosotros, y mi
Vero suelta:
—Madre mía, chica, ¡os comen los celos!
Asiento, tiene razón. Esto es un ataque de celos por
ambas partes.
—Odio ser celosa —cuchicheo—. No me gusta. Pero es
que cuando he visto a Margot toquetearlo, algo dentro de
mí me...
—Te entiendo —me corta—. Yo no soy celosa, pero cuando
Mireia le sonreía a Naím, te juro que le habría prendido
fuego a la isla...
Ambas asentimos, nos entendemos. Los celos nunca son
buenos.
—Pensé que después de los días que habíamos pasado
teníamos algo bonito —susurro—, pero... ¡Joder..., y encima
me dice que tiene una sorpresa para mí...!
—De la sorpresa quería hablarte yo —comenta Verónica.
En ese momento Alejo se nos acerca y nos tiende dos
copitas de vino.
—¡Brindo por las madrileñas guapas! —exclama.
Mi amiga y yo brindamos con él y, tras estar un rato
riendo por las tonterías que dice, Alejo regresa a la mesa y
Vero cuchichea:
—Con respecto a la sorpresa...
—La sorpresa me la he llevado ya —la corto.
—Pero...
—Vero, ahora lo último que me preocupa es eso.
Ella asiente. Me anima, intenta que me venga arriba con
sus palabras, pero al cabo musita:
—Bueno, bueno, si las miraditas hablaran...
Según dice eso, sigo la dirección de su mirada y, al ver el
gesto serio de Liam, que nos observa, siento que me quiero
morir.
—Lo amo con toda mi alma —murmuro.
—Y él te ama a ti.
—¿Y por qué estamos así entonces?
—Porque la atracción que sentís es tan fuerte que en
ocasiones deriva en estos malos rollos que posteriormente
acabarán en una calenturienta reconciliación —cuchichea
ella.
Me desespero, no quiero estar viviendo esto. Y, al ver que
Liam mira a Jan, musito:
—Mañana buscará otra niñera.
—Lo dudo...
—Joder, Vero, que ya no soy Amara... Vuelvo a ser la
señorita López.
Mi amiga se ríe. Su risita me toca la moral y, cuando voy
a soltarle cuatro frescas, dice:
—¿Sabes? Naím me confesó una vez que, cuanto más me
llamaba «señorita Jiménez», más se enamoraba de mí, y
algo me dice que Liam, aunque no sea un romántico
empedernido, en el amor es como su hermano.
Nos reímos. Yo, la verdad, no sé por qué lo hago... Y,
necesitando pensar, indico:
—Vamos, vete a la mesa. La cena va a comenzar.
Verónica se marcha a regañadientes. Le joroba que no me
siente con ella.
Yo regreso a la mesa donde están Alejo y otros amigos
solteros de Liam y, la verdad, me reciben con agrado y
reconozco que me lo hacen pasar bien.
Sin embargo, mi mirada y la de Liam se encuentran en
varias ocasiones durante la velada, y eso me mata... Me
incomoda y me desconcierta.
¿Cómo hemos podido pasar del «te quiero» a esto?
Durante la cena, aunque lo paso bien en mi mesa, no
puedo dejar de estar pendiente de Jan. El niño pasa de
mano en mano como la falsa moneda, y en un momento
dado, cuando veo que se pone a llorar, me levanto y él, al
verme, alza las manitas para que lo consuele y yo, como
una mamá pato, lo agarro entre mis brazos y lo lleno de
mimos evitando que me llame «mamá». Uf..., cada vez es
más difícil.
Con el niño regreso a la mesa en la que he cenado y,
cuando me siento, vuelve a empezar el juego de miraditas
con Liam. Esta vez sus miradas no son de enfado, pero
tampoco son cordiales. ¿Qué estará pensando?
Durante un rato en el que Jan se relaja y comienza a
sonreír, estoy divertida hablando con aquellos cuando veo
que Margot viene hacia mí; eso me pone tensa. Cuando la
tengo al lado, me sonríe y dice:
—Veo que has salido ilesa tras tanta enfermedad.
Asiento y fuerzo una sonrisa. Acto seguido ella posa la
mano en mi brazo y musita:
—Quería darte las gracias por haber cuidado de Jan y de
Liam. Eres maravillosa.
No sé qué decir..., yo solo hice mi trabajo. Luego aquella,
mirando al pequeño, que ahora está sentado en su
cochecito, indica:
—Me lo llevo un rato. Su papi quiere estar con él.
Incómoda, la miro. Me siento mal. ¿Por qué le estoy
cogiendo manía cuando ella siempre es encantadora
conmigo? ¿Acaso me estoy volviendo un ser horrible y
posesivo?
Tras la cena todos nos levantamos de las mesas y
Verónica vuelve a acercarse a mí.
—Confirmado: Liam está muy muy cabreado —afirma.
Lo sé, ya lo voy conociendo, a pesar de que intenta
disimularlo con una fría sonrisa dirigida a sus invitados.
En ese momento Florencia viene hacia nosotras con Jan
en brazos y, mirándome sorprendida, pregunta:
—¿Desde cuándo Jan te llama «mamá»?
Joderrrrrr.
Oír eso me hace negar con la cabeza, pero entonces el
niño, mirándome, suelta un lastimoso:
—Mamáááá...
El corazón me aletea. Verónica sonríe, pero Florencia me
mira boquiabierta, y yo, para disimular, le explico:
—En vez de «Amara» dice «mamá».
Pero la mujer niega con la cabeza y, señalando a su
hermano, pregunta:
—Jan, cariño, ¿dónde está papá?
El niño busca y rápidamente dice mirando a Liam:
—Papáááá...
Verónica y Florencia intercambian una mirada de
entendimiento, mientras yo me río con nerviosismo, y
consciente de que Liam no ha contado nada de lo que hay
entre nosotros a su familia, repito:
—En mi caso no quiere decir «mamá», sino «Amara».
Ellas vuelven a mirarse y, a continuación, la cabronceta
de mi amiga pregunta:
—¡Jan, cariño, ¿dónde está mamá?!
El pequeño, sin dudarlo, me mira y exclama:
—Mamáááá.
¡Ayvirgencitadelperpetuosocorroydeldesalientodelosdesa
mparados!
Florencia me mira en espera de una respuesta. Y, cuando
voy a hablar, Margot vuelve a acercarse a nosotros y señala
dirigiéndose a mí:
—¿El niño te llama «mamá»?
Vale, veo que ya es oficial. Y, tomando aire, reitero:
—Confunde «Amara» con «mamá».
Margot sonríe complacida; a diferencia de los demás, no
cuestiona mi explicación.
—¿Te vienes conmigo, mi bebé? —sugiere mirando a Jan.
El niño me mira. En sus ojos veo que quiere estar
conmigo, no con ella, y cuando hace un puchero que me
parte el corazón, como una fiera a la que le van a arrebatar
a su cachorro, me acerco a Margot y suelto:
—Jan se queda conmigo.
La pelirroja me mira. Luego le hace una gracia a Jan, lo
coge en sus brazos y, tras darle un cariñoso beso en la
mejilla, me lo tiende y, cuando yo lo cojo, afirma:
—Sin duda, bebé, con Amara estás muy bien.
Ambas sonreímos y a continuación Florencia agarra a
Margot del brazo y exclama:
—Uf, qué calor. Vayamos a por una copita... ¿Qué te
apetece tomar?
Cuando se alejan Verónica se me acerca y nos quedamos
unos segundos en silencio hasta que el niño, posando las
manitas sobre mi rostro, balbucea sonriendo:
—Mamááááá...
Según lo dice ¡me mueroooooo! Me emociona oírlo.
Miro a Jan. Lo amo. Lo quiero con todo mi ser. Creo que si
fuera su madre no lo podría querer más. Y él, poniéndose el
chupete que lleva colgado, apoya la cabecita en mi hombro
mientras Verónica y yo hablamos del tema.
Liam no se nos aproxima. Siempre anda cerca, pero
nunca junto a nosotros. Él y algunos de sus familiares
charlan con Margot. Veo la buena disposición de los Acosta
con ella y me desespero.
Así pasan dos horas en las que Liam y yo no nos
hablamos, aunque sí nos miramos de esa manera que
ambos sabemos que es una mezcla de excitación y reto.
Cuando por fin se marchan los invitados, incluida Margot,
y solo quedan los Acosta, estoy durmiendo a Jan detrás de
un alto seto cuando oigo que Florencia comenta al otro lado:
—Margot ha dicho que su cuñado Michael vendrá en
septiembre para conocer las bodegas y ultimar las
negociaciones. He aprovechado para invitarlos a la boda de
Gael.
A través del seto veo que Horacio asiente. Parece
contento por lo que oye.
—Necesitamos conseguir ese contrato —dice.
—Lo sé, papá —afirma Florencia, y bajando la voz oigo
que cuchichea—: Naím y Liam siguen sin saber que, si
compramos las tierras de Las Palmas de Gran Canaria antes
de lo de Master Good, nos quedaremos sin liquidez...
—No tienen por qué enterarse —replica Horacio.
Sorprendida, sigo escuchándolos en silencio; entonces
Florencia susurra:
—Papá, quizá deberíamos esperar. Primero hagamos lo
de...
—Florencia —la corta él—, sé de buena tinta que el idiota
de Alfonso de la Torre quiere esas tierras para sus bodegas,
y si no espabilamos las comprará él antes...
—Pero no es un buen momento para nosotros.
—Me da igual. Tu madre quería que esas tierras fueran
nuestras y así será.
—Papá, ¡qué cabezón eres!
Yo los estoy escuchando sin dar crédito. Creo que me
estoy enterando de algo que no debería.
—Todo se solucionará cuando nuestros vinos entren en
Master Good —añade entonces Horacio—. Los beneficios
que eso nos reportará solventarán nuestro problema de
liquidez.
—Pero, papá...
—Florencia...
—Vale, vale... Pero mira lo que te digo, papá: si Liam o
Naím se enteran, ¡yo no quiero problemas!
—Tranquila, que no los tendrás —asegura él.
—Si estoy tranquila es porque Margot me ha dicho que no
nos preocupemos porque lo de su cuñado está
prácticamente decidido y...
Jan hace entonces un ruidito con la boca. ¡Joder..., que me
pillan!
Horacio y Florencia miran a través del seto y me ven.
—¿Llevas mucho rato ahí? —pregunta ella.
Consciente de que debo mentir como si no hubiera oído
nada, respondo:
—Acabo de llegar... ¿Por?
Ellos intercambian una mirada, sonríen y luego Florencia
comenta:
—Ay, mi niño..., qué sueño tiene.
—Está cansadito —afirma Horacio.
Jan, que tiene los ojos cerrados y su tete en la boca, es la
viva imagen de la serenidad.
—Voy a llevarlo a su cunita —digo.
En ese instante Verónica se aproxima a nosotros. Nos
ponemos a hablar, y cuando repito que voy a llevar al niño a
la cuna, Florencia y ella me detienen. ¿Qué hacen? Las miro
sorprendida y entonces Omar aparece también.
—Si nos lo permites, nosotros lo llevaremos a la cuna —
me señala Horacio.
—Pero...
—Tú ve y disfruta un ratito. Ah, y cambia esa cara de
mala leche que llevas..., verás cómo así todo empezará a ir
mejor —dice el patriarca con guasa.
—Anda, por favor —insiste Florencia—. Deja que lo
acostemos nosotros.
Niego con la cabeza, pues quiero hacerlo yo, pero ella
insiste:
—Por favor, por favor, por favor... Lionel está en Madrid
con sus padres y necesito acostar a un bebecito o me
volveré loca.
Según dice eso me río. Florencia es una superabuela. Y,
tras darle un beso en la cabecita a mi Gordunflas, indico:
—Ponle el pijamita azul que hay sobre la cuna y que
duerma con la jirafa que le compraste tú. ¡Es su preferida!
Florencia sonríe, le encanta lo que oye. Verónica también.
Y cuando la primera se marcha junto a su padre y Omar,
miro a mi amiga y digo:
—¿Puedo preguntarte algo sin que se lo cuentes a nadie?
—Claro.
—¿Me lo prometes por Zoé?
Verónica se ríe. Sabe que, si ella promete por su hija, es
como si yo lo hiciera por mi hermano Raúl, porque lo que
nos digan irá a la tumba con nosotras.
—Te lo prometo —asegura.
Convencida de que lo que voy a decir no saldrá de aquí,
le pregunto a continuación:
—¿Qué tierras son esas que tu suegro quiere comprar en
Las Palmas de Gran Canaria?
Sorprendida, ella me cuenta entonces que hay unas
tierras que la madre de los Acosta siempre quiso para
Bodegas Verode, y cuando acaba inquiere:
—¿Cómo sabes tú eso?
Resoplo incómoda. Pero, sabedora de que Vero no dirá
nada, respondo:
—Porque he oído una conversación entre Horacio y
Florencia y los he notado algo preocupados por la liquidez
de la empresa al comprarlas antes de que lo de Master
Good esté confirmado. Al parecer, ni Naím ni Liam saben
nada de esto.
—¡¿Qué?!
Asiento, observo la cara de preocupación de mi amiga y
luego añado:
—Horacio ha dicho que, una vez que Master Good
comercialice los vinos de Bodegas Verode, dispondrán de
nuevo de liquidez.
Verónica parpadea boquiabierta. Parece que lo que acabo
de contarle le preocupa.
—Ni una palabra a nadie —insisto—. Lo has prometido por
Zoé. Recuérdalo.
Ella se apresura a asentir. En ese momento se nos
acercan Naím y Liam, por lo que cambiamos de tema, y este
último comenta con gesto agrio:
—Ya se han ido todos los invitados.
—¡Qué bien! —afirmo con ganas de matarlo.
Un silencio extraño se origina entonces entre nosotros,
hasta que Liam me pregunta:
—¿Lo ha pasado bien, señorita López?
—Tan bien como usted, señor Acosta —replico.
Nos miramos con rabia mientras veo que Verónica y Naím
resoplan, hasta que este dice:
—Cariño, ¿ya se lo has contado a Amara?
Veo que mi amiga me mira.
—No —dice.
—¿Y por qué no? —inquiere Naím.
—Porque creo que es algo que Liam debe reconsiderar.
¿Reconsiderar? ¿Qué tiene Liam que reconsiderar?
Los miro boquiabierta y acto seguido pregunto:
—¿Se puede saber de qué habláis?
—De tu sorpresa —suelta Verónica.
Sonrío. Con la nochecita que llevo, en lo último que he
pensado ha sido en eso. Y cuando veo que Verónica mira a
Liam para que hable y este se niega a hacerlo, mi amiga
dice:
—Liam y tú os ibais a ir mañana a Las Palmas de Gran
Canaria para pasar juntos una semana en un hotel spa.
—¡¿Qué?!
—Peroooooo —prosigue Verónica—, como al parecer
habéis discutido, pues ahora Liam nos ha pedido que te
vengas a nuestra casa durante esa semanita para que
descanses y hagas una buena cura de sueño.
Según oigo eso, parpadeo. ¿Que me iba con Liam a Las
Palmas de Gran Canaria? ¿En serio iba a cumplir con esa
tontería que yo propuse?
Rápidamente niego con la cabeza.
—No, ¿qué? —pregunta Naím.
Consciente de mi involuntario movimiento, declaro:
—No puedo dejar a Jan. No pienso ir a vuestra casa.
—¡Lo sabía! —exclama Verónica.
Liam me mira y yo, pensando en mi pequeño, digo:
—¿Cómo me voy a ir? ¿Y Jan?
Liam, que hasta el momento ha estado callado, suelta
entonces:
—Florencia se lo ha llevado a su casa.
—¡¿Qué?! —protesto mirando hacia atrás.
No veo a Florencia. No veo a Omar. No veo a Horacio.
Me muevo para tener un mejor ángulo y veo que el coche
de Omar sale de la parcela. Eso me hace saber que ya se
han marchado con mi Gordunflas y, como si me hubieran
arrancado un cachito de mi corazón, voy a hablar cuando
Liam dice:
—Sabes que con mi familia está bien.
Asiento. Sé que tiene razón. Se desviven por el niño.
Vale. Florencia se ha llevado a Jan porque supuestamente
Liam y yo nos íbamos de viaje. Y, mirando a aquel, que no
me quita los ojos de encima, pregunto:
—¿Qué te inventaste para que tu hermana y tu padre
decidieran llevarse a Jan?
—No inventé nada. Solo les dije la verdad —suelta aquel.
Sorprendida, parpadeo.
—¿Les dijiste que tú y yo...?
—Por supuesto.
Ay, Dios mío.
Ahora entiendo la guasa de los Acosta durante toda la
noche conmigo. Todos lo sabían. Todos conocían mi relación
con Liam, pero ninguno podía decir nada.
—¿Queréis hacer el favor de daros un beso y dejaros de
tanta tontería? —exclama entonces Naím.
Liam y yo nos miramos. Los dos somos unos grandes
cabezotas. Pero, inconscientemente, comenzamos a sonreír.
Qué idiotas somos.
—Cariño, creo que tú y yo ya sobramos aquí —cuchichea
Verónica.
Naím asiente, sonríe y, tocando el hombro de su
hermano, dice:
—Pasadlo bien y dejad de hacer el gilipollas.
—Y, tranquilos —matiza Verónica—, nosotros vendremos
a cuidar de los perros.
Dicho esto, se marchan y nos quedamos solos en el
jardín.
Ninguno de los dos dice nada. Solo nos miramos. Creo
que nos estamos retando. Y yo, incapaz de callar un
segundo más, digo:
—Quiero que sepas que esta noche te he odiado un
poquito.
Liam asiente, no se mueve.
—Y que en algún momento te habría... —añado.
Pero no puedo decir más; Liam se pega a mí y, pasando la
mano por mi cuello, me acerca a él y me besa como solo él
sabe besar.
—Y ahora, Pececita, supera mi beso —murmura cuando
se separa.
Uf..., uf..., uf..., creo que superar eso va a ser muy
complicado.
Y, deseosa de él y de sus besos, ahora soy yo quien lo
agarra y lo devora con verdadera pasión.
Capítulo 47

Estoy viviendo algo que nunca pensé que una chica como
yo podría vivir.
Llevo varios días con Liam en Las Palmas de Gran
Canaria, en un precioso hotel spa, y esto más bonito no
puede ser y mejor acompañada no puedo estar.
Desde que hemos llegado a la isla Liam no ha parado de
besarme, de mimarme, de cuidarme, y su máxima
preocupación ha sido en todo momento que descanse.
Según él, esta semana es para dos cosas. La primera, para
que me relaje tras el palizón que me he dado en cuidarlos. Y
la segunda, para enamorarme.
¿Enamorarme? Si yo estoy más que enamorada...
En el spa Liam ha contratado todos los masajes habidos y
por haber. Quiere que lo disfrute todo y, la verdad, me
siento como Julia Roberts en Pretty Woman cuando entra en
aquella tienda de Beverly Hills y las dependientas le hacen
la pelota.
Hacemos un par de videollamadas al día con Florencia,
pues queremos ver cómo está nuestro Gordunflas.
Sonreímos como dos tontos al ver al pequeño, y cuando
acabamos la llamada no podemos parar de hablar de él.
Con cada beso, con cada arrumaco o con cada palabra de
amor que me dedica, Liam me hace saber lo mucho que
siente por mí y yo se lo demuestro también a él. La
atracción que sentimos el uno por el otro está totalmente
desbocada, y no podemos pasar más de cuatro horas
seguidas sin hacernos el amor.
Hablando mucho hemos descubierto que nos gusta el
sexo caliente y morboso. Hacer el amor con mimo y caricias
está muy bien, lo disfrutamos mucho. Pero cuando follamos
con locura, empleando palabras que en nuestro día a día no
usamos, lo disfrutamos más aún.
Madre mía, qué vicio le hemos pillado... Pero ¡viva el
vicio!
Cuando nos despertamos al tercer día nos hacemos el
amor como dos posesos y, cuando estamos desayunando,
Liam me muestra un mapa y me dice que, ya que estamos
aquí, le gustaría ir a mirar unas tierras que están en venta
al norte de la isla.
Haciéndome la nueva, asiento. Sin duda, son las mismas
a las que se referían Florencia y Horacio. Y me quedo sin
palabras cuando suelta la millonada que valen.
¿En serio hay alguien que puede pagar ese dinero?
Como es lógico, yo callo. No digo ni mu sobre lo que oí.
No quiero líos, y menos sin saber realmente qué es lo que
ocurre.
Asiento mientras escucho hablar a Liam de la ilusión que
esas tierras le hacen a la familia, pues era un deseo expreso
de su madre, ya que Las Palmas de Gran Canaria es la única
de las islas donde Bodegas Verode no está presente.
Tras alquilar un coche nos dirigimos con tranquilidad
hacia el norte. Concretamente vamos hacia una localidad
llamada Valle de los Nueve y, madre mía, qué bien lo
pasamos con nuestra particular excursión.
En el trayecto paramos a comer en un bonito y curioso
guachinche, donde, como siempre, me pongo morada de
pollo a la brasa y patatas fritas.
¡Madre mía, qué rico está todo!
Después seguimos ruta hacia Valle de los Nueve. Allí nos
espera José Andrés, el dueño de las tierras que están en
venta, y mientras las recorremos en su coche oigo a Liam y
al hombre hablar de negocios.
En un segundo plano observo a Liam en su faceta de
empresario. Me gusta cómo se desenvuelve, cómo se
expresa, cómo pregunta. Verlo en su elemento es algo
nuevo para mí y, la verdad, lo encuentro muy muy sexy.
Pero ¿cuándo no veo yo sexy a este hombre?
Tras el paseo que damos con José Andrés, él nos deja
durante un rato a solas en las tierras para que las
recorramos a nuestro antojo. De la mano de Liam recorro
aquel bonito lugar lleno de viñedos mientras él charla con
su padre por teléfono a través de una videollamada y le
habla mediante tecnicismos de las vides, el suelo y un sinfín
de cosas más que yo no entiendo.
Cuando una hora después José Andrés pasa a buscarnos
con su coche, le entrega a Liam unos papeles que este firma
y, al marcharnos, José Andrés se refiere a las tierras como
«las nuevas tierras Verode». Al parecer el papel que Liam
acaba de firmar es una señal para bloquear la venta, y
dentro de una semana tienen cita en la notaría para arreglar
todo el papeleo.
Feliz y motivado por lo que acaba de hacer, Liam me lleva
a cenar a un sitio precioso situado en la playa de El Puertillo.
Y, más tarde, cuando regresamos a nuestro hotel esa
noche, nos hacemos apasionadamente el amor con deseo y
morbo.
Al despertarme al día siguiente veo que Liam duerme.
Miro el reloj y, al comprobar que son las nueve y diez, sin
hacer ruido para no despertarlo me pongo los auriculares de
mi teléfono y comienzo a escuchar mi música.
Tenerlo a mi lado dormido, desnudo y con el rostro
relajado me parece un magnífico espectáculo para la vista
mientras escucho musiquita romántica y me rebozo en mi
pequeña nube de placer y felicidad.
La verdad, llevaba años sin sentirme tan plena en todos
los sentidos y, oye, ¡me gusta la sensación!
Estoy muy feliz, y con ese estado de ánimo solo deseo
escuchar música positiva. Por ello pongo la canción Para
siempre, de Kany García. Como dice la letra, quisiera
abrazar a Liam para siempre, porque siento que he nacido
para quererlos a él y a Jan. No sé cómo explicar esto, pero
de pronto noto como si en mi vida hubiera esperado
encontrarlos y el destino me hubiera llevado hasta ellos.
Me gusta pensar eso. Pero, cuanto más me ilusiono, más
miedo me da que pase algo que lo jorobe todo.
—Buenos días, mi niña.
Al oír su voz lo miro, sonrío y, quitándome un auricular,
murmuro:
—Buenos días, Friki del Control.
Liam se ríe. Le he contado que Vero y yo lo llamábamos
así, y el tío es que se parte de risa.
Acto seguido me acerca a su cuerpo y me besa con mimo.
Adoro sus besos, y cuando nos separamos pregunta:
—¿Qué escuchas?
—Música.
Liam sonríe y luego cuchichea mirándome:
—Hasta ahí llego.
Me río, pues recuerdo haberle dicho algo igual meses
atrás.
Acto seguido Liam sonríe y, sin reírse de mi romanticismo,
pregunta:
—¿Qué te apetece hacer hoy?
Rápidamente me encojo de hombros.
—La verdad, no lo sé.
—¿Te apetece hacer surf?
Según dice eso, me río. Yo no tengo ni idea de hacer
surf...
—Tengo unos amigos que estarán encantados de dejarnos
lo que necesitemos —insiste.
Gustosa y feliz, me siento a horcajadas sobre él.
Mmmmm..., este hombre me pone como una moto. Y, sin
ningún tipo de vergüenza, agarro sus muñecas con las
manos, se las levanto por encima de la cabeza para tenerlo
a mi merced y, al ver que sonríe, bajo la boca para besarlo y
musito:
—No tengo ni idea de hacer surf, pero sí sé hacer otras
cosas.
Él sonríe con picardía. Uf, cómo me pone cuando sonríe
así...
—Mmmm —murmura.
Me entiende...
Lo entiendo...
Nos reímos, y luego él susurra con sensualidad:
—Paso del surf... ¿Qué otras cosas sabes hacer?
Ahora la que sonríe soy yo y, rozando con mimo mis
labios con los suyos, digo en voz baja:
—¿Qué te parece esto?
Saco la punta de la lengua y la paseo por su boca para
después llevarla hasta su cuello y, tras unos mordisquitos
que hacen que se estremezca, ordeno mirándolo:
—Quietecito, señor Acosta. Le voy a enseñar lo que sé
hacer.
—Lo que usted ordene, señorita López.
Siempre que nos llamamos así el uno al otro me parece
muy excitante. ¡Cuánta razón tenía mi Vero! Y, sujetando
sus muñecas por encima de su cabeza, paseo la mano por
su cuerpo hasta terminar sobre su pene, y al notar cómo
este late y aumenta de tamaño lo agarro y cuchicheo:
—Mmmmm..., señor Acosta, me gusta sentirlo duro y
preparado para mí.
Liam jadea y se estremece de nuevo. El vello de todo el
cuerpo se le eriza. Noto que le encanta que lo toque de este
modo, por lo que muevo la mano en busca de su goce y lo
siento temblar bajo mi cuerpo mientras soy consciente de
su placer.
Está completamente abandonado a mis caricias cuando,
mirándolo a los ojos, le exijo:
—Dame tu boca.
Y Liam me da su boca, sus labios, su lengua, toda su
esencia..., y yo, con morbo y posesividad, lo beso de tal
manera que ahora noto cómo mi cuerpo se estremece sobre
el suyo.
Mi beso sube de intensidad mientras mi mano no para de
hacerlo disfrutar, hasta que mi propia ansia me puede y,
alzándome unos centímetros de su cuerpo, coloco la punta
de su erección, que ya está más que dura, y clavándome en
él murmuro totalmente abducida por su mirada:
—También sé poseerte.
Liam asiente. Creo que no puede hablar de la excitación
que le está provocando el momento. Asiendo sus manos con
las mías comienzo a moverme sobre él. Yo marco el ritmo.
Yo marco la intensidad. Yo marco a Liam.
Pero la pasión puede conmigo. El placer hace que acelere
mi cabalgada, y más cuando lo oigo decir:
—No pares, mi niña, no pares...
Y no, no paro. Al contrario, me vengo más y más arriba y,
con su pene llenándome por completo, jadeo al mismo ritmo
que él mientras me siento una salvaje amazona cabalgando
sobre un increíble corcel.
Madre mía, ¡cuántas películas he visto!
El goce y la pasión se apoderan de nosotros.
Somos dos animales salvajes haciéndonos el amor con
furia y ganas, y me siento total y completamente clavada
en su duro pene mientras me muevo sobre él.
¡Oh, Dios..., qué placer!
Nuestras respiraciones se aceleran al mismo ritmo que
nuestros movimientos, hasta que siento que no podemos
más, y el clímax nos asola, dejándonos uno en los brazos
del otro acalorados y sin resuello. ¡Es lo que tiene tanto
cabalgar!
Permanecemos de este modo unos instantes, disfrutando
de nuestra locura, hasta que él susurra en mi oído:
—Además de una dulce pececita, cuando quieres eres
una salvaje amazona...
Oír eso me hace reír. Noto que él sonríe también y,
buscando su boca, lo beso.
Después de mil besos, caricias y preciosas palabras, a
cuál más maravillosa y romántica, una vez que nos
quedamos los dos boca arriba sobre la cama, voy a hablar
cuando suenan unos golpecitos en la puerta. Deben de ser
del servicio de habitaciones, que nos traen el desayuno.
Enseguida Liam se levanta de la cama. Se pone una toalla
alrededor de la cintura y, tras guiñarme un ojo, sale del
dormitorio y va a abrir la puerta.
Segundos después entra de nuevo y, tirándose sobre la
cama, va a decir algo cuando yo sugiero:
—También podríamos ir simplemente a la playa a
bañarnos y tomar el sol, y así evitaría hacer el ridículo
intentando practicar surf.
—Yo te enseñaría —se mofa.
Yo me río. Él se ríe, y acto seguido dice acercándome a él:
—De acuerdo. Te voy a llevar a mi playa preferida en la
isla. Un paraíso precioso.
Asiento mimosa. Un beso, dos...
—¿Y cómo se llama ese bonito paraíso?
—La playa de Güigüí.
Según oigo ese curioso nombre, parpadeo y él añade:
—Hay dos formas de ir hasta allí. La difícil, que es
caminando a lo largo de once kilómetros por un precioso
sendero. Y la fácil, que es yendo en barco.
En cuanto dice eso lo tengo claro.
—Me inclino por lo fácil. ¡Barco!
Liam se ríe a carcajadas.
—El trayecto por el largo sendero es realmente bonito —
indica—, aunque es cansado y sudaremos.
Asiento, no lo dudo, y sonriendo cuchicheo:
—Si hay que sudar, ¿qué tal si lo hacemos ahora?
Liam sonríe. Dios..., ¡me vuelve loca!
Y segundos después sus preciosos ojos ya están clavados
en mi boca, en mis labios... Así pues, olvidándome de todo,
lo beso con deseo, ganas y amor, y cuando nos separamos
unos milímetros para tomar aire él musita:
—Es imposible superar tus besos.
Asiento y rápidamente el demonio perverso y dominante
que me vuelve loca y que existe en Liam hace acto de
presencia. ¡Mmmmm, sí, sí, sí!
Esta vez es él quien se coloca enseguida sobre mí y,
cogiendo mis manos con la suya para inmovilizarme,
murmura:
—Ahora te voy a enseñar lo que sé hacer yo.
Uf..., madre míaaaaa, lo que siento cuando noto cómo sus
rodillas separan las mías para posicionarse mejor sobre mí...
Y ya ni te cuento lo que me entra cuando su increíble y duro
pene me penetra de esa manera que me vuelve loca, pero
loca, loca, loca.
¡Oh, Diosss, que no pare nuncaaaaaaa!
Su posesión, la manera en que me mira, su intensidad
para hacerme sentir única, deseada y especial... Todo ello
unido me vuelve frenética, y más cuando exige:
—Dame la boca.
Y se la doy. ¡Vaya si se la doy!
Soltando mis manos, noto que él lleva las suyas hasta mi
cintura. El contacto de su piel contra la mía me hacer
estremecer y, al sentir cómo me agarra de la cintura para
hundirse en mí una y otra y otra vez, me vuelve loca de
nuevo. Muy muy loca.
¡Qué cabrito es!
Jadeando, y mimosa por lo que me hace sentir, lo beso de
nuevo, y cuando nuestras lenguas se encuentran y se
funden, disfrutamos encantados de ese momento ardiente y
juguetón que tanto nos gusta y que tantas veces al día
buscamos.
—¿Te gusta así? ¿O así? —pregunta cambiando el ritmo.
La respuesta es «¡me gusta!», me da igual el ritmo que
emplee, y entre jadeos consigo susurrar:
—Así..., así...
Y Liam no para... ¡Ole la potencia masculina de pasar de
cero a cien que tiene mi chico! Y siento que me hace suya
tanto como yo lo hago mío.
Mirándonos a los ojos, nos poseemos con dureza, con
fuerza, hasta que él, que sabe con lo que disfrutamos, dice:
—¿Te gusta que te folle así?
Wooooo, madre mía, lo que me pregunta... Cuando nos
hablamos con esta claridad nos ponemos como motos.
—No pares de follarme —respondo.
El calor debido a nuestro juego se hace insoportable,
mientras el placer se apodera de nosotros con sus
movimientos profundos, continuados y rítmicos.
¡Oh, síííííí!
Los jadeos resuenan en la habitación, hasta que un
asolador y maravilloso orgasmo se apodera de ambos y,
entregados, nos dejamos llevar por nuestro loco y ardiente
momento de pasión.
Instantes después, una vez que Liam me da un dulce
beso en los labios, se deja caer hacia un lado para no
aplastarme, y yo, con un hilo de voz, aseguro:
—Ha sido increíble.
Me río. Tener sexo con él está siendo todo un
descubrimiento para mí. Mira que me he acostado con otros
hombres con los que, por supuesto, he disfrutado, pero con
Liam es especial, diferente, porque solo con mirarnos nos
entendemos. A ambos nos va el morbo, hablarnos mientras
lo hacemos, y eso no es algo que yo haya hecho con otros.
Al mirarlo veo que él sonríe y, dándome un dulce
pellizquito en la cintura, musita:
—Es increíble lo que me provocas y me haces sentir,
Pececita.
Gustosa lo abrazo.
Cinco minutos después nos levantamos, nos duchamos y,
tras tomar el desayuno que nos han dejado en un carrito en
la habitación, cogemos nuestras mochilas y decidimos ir a la
playa que él ha mencionado antes.
Capítulo 48

Llegamos a un sitio llamado Tasarte, donde Liam saluda a


un chico que me presenta como su amigo Rafael. Él nos
entrega una neverita y, al abrirla, veo varias botellas de
agua fría y unos bocadillos de tortilla de patata. ¡Pero qué
apañadoooooo!
Al parecer Rafael pilota un water taxi que nos llevará
hasta la playa del Güigüí, y Liam lo ha llamado por teléfono
para que nos prepare una nevera con todo lo necesario para
pasar un día en ese sitio tan especial.
¡Me muero por verlo!
Una vez que nos montamos en el barco, disfruto sintiendo
la brisa marina en el rostro. Vivir en una isla como estas
personas es todo un lujazo que yo, como peninsular que
soy, disfruto como una loca.
Según nos aproximamos Liam me indica con el dedo
adónde vamos y... Oh, my God!
¿En serio voy a ir a ese paraíso que ven mis ojitos?
Rafael acerca el water taxi todo lo que puede a la orilla.
Liam queda con él para que nos venga a buscar sobre las
siete de la tarde y, cuando se marcha y nos quedamos
solos, pero solos, solos, en ese paradisíaco lugar, lo miro y
murmuro:
—¿Esto es de verdad?
—Atrezo no es —responde él sonriendo.
Sin dar crédito, miro a mi alrededor. Esto es una
maravilla.
—Es una fantasía —musito.
Liam sonríe. Lleva la neverita hasta una roca y, tras
quitarse la ropa, dice:
—Venga, desnúdate. Estamos solos.
Gustosa, y sin ninguna vergüenza, lo hago. Creo que es la
primera vez que disfruto de estar completamente desnuda
en una playa. Y cuando vamos caminando de la mano hacia
la orilla, Liam pregunta mirándome:
—¿Por qué nunca quieres que te mire por detrás?
Oír eso me hace gracia y, sin ningún filtro, respondo:
—Porque, aunque soy una mujer segura, no me gusta que
veas mi culo imperfecto.
Liam suelta una risotada. Yo también. Acto seguido él se
agacha, me coge entre sus brazos y, llevándome en
volandas, nos metemos en el agua, donde durante un rato
disfrutamos nadando, jugando y haciéndonos ahogadillas.
Una vez más soy consciente de lo mucho que me gusta el
agua. Está claro que si me reencarno quiero ser una
pececita de verdad. No hay nada mejor que nadar.
Más tarde charlamos abrazados dentro del agua.
Hablamos de todo. Y cuando digo «de todo» es de todo.
Desde luego, es un gusto para mí conversar con Liam, y
noto que el placer es mutuo. Y, beso va y beso viene, en un
momento dado él pregunta mirándome:
—Estamos bien, ¿verdad?
Asiento, decir lo contrario sería mentir. Y, rozando su
nariz con la mía, afirmo:
—Muy bien.
Sonreímos complacidos y oigo que él dice:
—¿Cuál fue la canción que le cantaste a Jan el día de la
barbacoa?
Al oír eso vuelvo a sonreír. Rápidamente se la tarareo y,
cuando callo, murmuro:
—Te quiero a ti.
Liam sonríe, e indico:
—Así se titula.
Asiente gustoso y, tras pasear con morbo su boca por la
mía, afirma:
—Yo también te quiero a ti.
Divertida, me río e inevitablemente lo beso, y cuando el
beso acaba oigo que él susurra:
—El día que le cantaste a Jan esa canción, me di cuenta
de que tú eras la mujer de mi vida.
—Mmmmm, me gusta saberlo —musito mimosa.
Besos, cientos de besos nos damos, y luego cuchicheo:
—Nunca pensé que un rubio trajeado y tiquismiquis
pudiera ser tan sexy y divertido.
Según digo eso levanta las cejas.
—Durante toda mi vida me han gustado los morenos
macarrillas —aclaro a continuación.
—¿Como Alejo y Alessandro?
Afirmo con la cabeza sin dudarlo, y él dice con un hilo de
voz apretándome contra su cuerpo:
—Para que veas que nunca se sabe lo que te deparará la
vida...
Yo asiento de nuevo y lo beso. Uf, no me canso de
besarlo.
Estamos solos en la playa, no hay nadie más aparte de
nosotros, y, desnudos y tal y como estamos, murmuro al
notar su mirada:
—¿Crees que este es un buen sitio para...?
Liam asiente antes de que pueda acabar la frase. Su
seguridad es aplastante.
—¿Lo has hecho alguna vez en la playa? —pregunto de
inmediato.
Él sonríe, lo que me hace saber su respuesta.
—Yo también lo he hecho —indico.
Ahora sonrío yo. Y, al ver cómo me mira, lo beso.
Mmmmm... Un beso..., dos...
Nuestros latidos se aceleran cuando nos besamos, nos
mordemos, nos tentamos. Su calor me estremece mientras
su mano recorre mis pechos, mi cuello, y yo me acelero
perdiéndome en el brillo de sus ojos.
¡Dios, qué ojos tiene este hombre!
Mirarnos nos excita, nos vuelve perversos, locos,
demonios... Y más cuando siento cómo introduce el pene en
mí y, agarrándome por la cintura, mientras yo tengo las
piernas enroscadas en su cuerpo, musita:
—Eso es, deja que yo te mueva.
Y me dejo, vaya si me dejo..., mientras nuestras miradas
dicen eso de «me perteneces y yo te pertenezco a ti».
Entre gemidos mi cuerpo danza al compás que Liam
marca. Un ritmo lento, cauteloso, delicioso. A su manera me
somete a su lujuria, a su deseo, y yo lo disfruto una
barbaridad, y más cuando tras su último beso dice:
—Tu sabor me vuelve loco.
Oírlo me hace enloquecer a mí. Notarlo tan cerca y tan
entregado hace que lo sienta mío, y eso eriza cada poro de
mi piel y agita más y más mi respiración.
Nuestros movimientos se aceleran con mis manos en sus
hombros y nos miramos con deseo. Siento su tibio aliento,
su húmeda boca sobre la mía, mientras sin pudor nos
clavamos el uno en el otro por pura necesidad.
Me enloquece sentir su miembro partiéndome en dos, del
mismo modo que a él lo vuelve loco la forma en que mi
vagina lo succiona. Y cuando minutos después perdemos el
control, un increíble orgasmo se apodera de nosotros y
ambos chillamos de puro placer.
Nos quedamos quietos y abrazados en el agua mientras
recuperamos el resuello. Lo que estoy viviendo con Liam es
tan especial, tan único e irrepetible, que cuando voy a
hablar para trasladarle mis miedos él dice mirándome:
—Vayamos a la arena.
Con tranquilidad salimos del agua. Seguimos solos en la
playa y, cuando llegamos a donde están nuestras cosas,
Liam se seca con la toalla, la extiende en el suelo, se sienta
y, abriendo la neverita, dice al tiempo que me tiende una
botella de agua:
—Bebe, mi niña.
Sin dudarlo lo hago, pues tengo mucha sed. Me siento en
la otra toalla y murmuro mirando a mi alrededor:
—Este sitio no tiene nada que envidiar a las playas del
Caribe.
Liam asiente.
—Siempre que estoy en esta isla y quiero evadirme y
desconectar, vengo aquí —dice.
—Es un lugar precioso —afirmo mirando ese bello oasis.
Durante unos segundos guardamos silencio. No se oye
nada, tan solo el rumor del viento, del mar y nuestras
respiraciones. Hasta que Liam añade:
—Este tesoro oculto en la costa oeste de la isla es una
maravilla. Por suerte, su acceso no es fácil y eso evita que
el turismo llegue hasta aquí.
—Mejor —repongo.
Y, señalando a nuestro alrededor, indica:
—Al estar la playa orientada al oeste, el viento suele
azotarla con fuerza, y eso hace que se mantenga siempre
limpia y cristalina.
Gustosa, disfruto de lo que veo. Está claro que me ha
traído a un sitio muy especial.
—Un día tenemos que venir con el Gordunflas —susurro
—. Me encantará verlo gatear por aquí.
Liam asiente, le parece buena idea. Y luego, tras darme
un dulce beso, murmura:
—No sé cómo he podido estar tan ciego contigo.
Sorprendida, lo miro, y él continúa:
—Cuando te vi por primera vez pensé que no durarías
más de tres días en casa.
—Uis, tres días..., ¡yo creí que no duraría ni uno! ¡Menudo
friki del control! —me mofo.
Mi rubio sonríe y acto seguido cuchichea:
—Pensé: «Esta chulita peninsular va a salir muy pronto de
mi casa».
Oír eso me hace gracia.
—Pero reconozco que, según fueron pasando los días y vi
cómo te implicabas con Jan y, sobre todo, lo feliz que estaba
el niño contigo, supe que debía pasar por alto que
anduvieras descalza, que fueras contestona y que metieras
a Tigre en tu cama y en el salón —señala.
Divertida por eso, me río y cuchicheo:
—Si solo fuera Tigre...
En cuanto digo eso, abre la boca y me apresuro a añadir:
—A ver..., he de confesarte que, cuando tú no estás, Pepa
y Pepe entran también en casa. Es más, duermen en tu sofá
y...
—¿Que duermen en mi sofá?
Sin dudarlo, asiento.
—Pero no dejan pelos —indico—, porque ya me encargo
yo de ponerle una sábana por encima a tu maravilloso sofá
para que no lo manchen.
Liam parpadea, creo que eso lo ha sorprendido.
—Vale —admito—. Sé que no es algo que te guste, pero
ellos viven también en la casa y, cuando estaba con Tigre y
con Jan, me apenaba verlos mirándonos a través del cristal
y..., bueno, un día les abrí, los animé a entrar y...
—Señorita López, estoy por despedirla inmediatamente.
Divertida, lo miro.
—Pues prrrepárrrate parrra buscarrr nueva niñerrra —
replico.
Al oír eso, él suelta una carcajada y musita:
—Cada vez que recuerdo que las llamaste Rottenmeier...
—Pobre Jan... —Río divertida.
—A mi madre le habrías encantado —susurra él de
pronto.
—¿Ah, sí?
Asiente enseguida y luego añade:
—Tú y Verónica, con ese carácter que tenéis, le habríais
hecho reír mucho. Conociéndola, y conociéndoos a vosotras,
estoy convencido de que os habríais adorado. Es más, solo
hay que ver cómo está mi padre con vosotras como para
saber lo que habría pensado mi madre.
Reconozco que me gusta oír eso. Sentirme parte de esa
familia es algo que nunca imaginé.
—Cuando le conté a mi padre que estábamos juntos,
¿sabes lo que dijo? —pregunta. Yo niego con la cabeza y él
añade—: Su primera frase fue: «¡Ya era hora!». Y luego dijo
que esperaba que no perdiera a una mujer tan increíble
como tú, porque como tú no había dos.
Oír eso me emociona. Horacio es un romántico como yo.
Y, gustosa, me tiro sobre el hombre que me tiene loca y lo
beso.
No sé si será tan idiota como para perderme o no, pero lo
que sí sé es que estoy viviendo un sueño con un hombre
que no esperaba y que estoy disfrutando como nunca lo
había hecho.
Capítulo 49

Los días juntos pasan a una velocidad vertiginosa.


Durante esa semana disfrutamos el uno del otro. Solo
existimos nosotros dos, y cuando por las noches me invita a
bailar a la luz de la luna preciosas y románticas canciones
de amor, no me lo puedo creer. Me confesó que se lo había
recomendado Naím y..., uf, cómo lo disfrutamos.
Regresar a la realidad en Tenerife tiene dos vertientes.
Por un lado, la feliz, porque Jan está de nuevo con nosotros.
Y por otro lado la triste, porque todo el tiempo que teníamos
para estar juntos, una vez que volvemos, se acaba. Nos
dedicamos tiempo, pero ahora es diferente.
Como imaginaba, si antes los Acosta me trataban bien,
ahora que saben quién soy para Jan y para Liam me tratan
aún mejor.
La relación entre Margot y él cambia. Sé que habla con
ella de trabajo y poco más. Imagino que le habrá dicho lo
que hay entre nosotros... Yo ahí no me meto.
Es más, la primera noche que Liam y yo salimos a tomar
algo con Naím y Verónica nos la encontramos con un tipo de
esos de dos metros y parece feliz. Desde donde estoy la
observo. En su expresión intento encontrar atisbos de rabia
por lo sucedido, pero no veo nada. Ella está pendiente de su
«querido» y en ningún momento parece que mire a Liam de
una manera especial.
Esa noche, en un momento dado, Margot y yo nos
encontramos en el baño y, sorprendiéndome, se acerca a mí
y me dice que se alegra por lo nuestro. Me quedo
boquiabierta. Me deja tan flasheada que no sé qué decirle, y
luego ella, abrazándome, me repite que, viendo a Liam feliz,
ella también lo es.
¡Qué fuerte! Y yo pensando que estaba loca por sus
huesitos...
Estamos casi a finales de agosto y en Bodegas Verode
todos están nerviosos. El americano vendrá dentro de unos
días para conocer los viñedos y se están empleando a fondo
para que todo esté más que perfecto.
Yo debo ir a la boda de Mercedes y, aunque animo a Liam
a que me acompañe, pues mi amiga lo ha invitado también
a él, este se resiste. Es más, asimismo Naím es reacio a
acompañar a Verónica. Los Acosta están con los
preparativos para la llegada del cuñado americano de
Margot, y tanto Vero como yo entendemos que prefieran
quedarse en la isla trabajando mientras nosotras nos vamos
a la Península de boda.

***

Tras despedirnos de ellos en el aeropuerto de Tenerife, mi


amiga y yo cogemos un avión para Madrid. Al principio nos
sentimos tristes por separarnos de los hombres a los que
queremos, pero reconozco que veinte minutos después las
dos estamos felices porque vamos a ver a nuestra familia.
Después de comprar tabaco en el duty free para
Mercedes, una vez que nos montamos en el avión, las dos
nos quedamos dormidas y nos despertamos cuando ya
estamos aterrizando en Madrid.
Como esperábamos, Leo y Mercedes van a buscarnos y,
cuando nos reencontramos los cuatro, nos abrazamos y nos
besuqueamos emocionados. Quien nos vea pensará que
llevamos años sin vernos..., ¡qué exagerados somos!
Del aeropuerto vamos a casa de los padres de Verónica.
Rogelio y Susan lloran de felicidad al ver a su hija.
Comprobar que está tan bien y tan contenta con su
embarazo y con Naím es lo único que desean, y verme a mí
también los hace felices.
De pronto suena el timbre de la puerta y aparecen
Maribel y Vasile. Al verlos me vuelvo loca. Ellos me abrazan,
me besuquean con auténtico cariño, y entre risas Leo nos
cuenta que Mercedes y él han organizado el encuentro para
que pudiéramos vernos todos.
A última hora de la tarde los cuatro amigos decidimos ir a
dormir a casa de Mercedes. Quiere pasar su última noche de
soltera con el Comando Chuminero, y sin duda ahí nos
tiene.
Entre risas y en pijama charlamos en el salón de su casa
y, como siempre, escandalizamos a Leo con nuestros
comentarios en lo referente al sexo.
—¿A qué hora llega Zoé al aeropuerto? —pregunta
Mercedes al cabo.
—A las once de la mañana —dice Vero complacida.
Encantados, todos nos miramos. Nos apetece mucho ver
a nuestra niña, que se nos ha hecho ya toda una mujer. Y
acto seguido Leo indica:
—A las diez y media estaremos allí para recogerla.
La boda es a las seis de la tarde, por lo que da tiempo a
todo.
—Verónica, ¿ya tienes escrito lo que vas a leer? —
pregunta nuestro amigo a continuación.
Ella asiente y cuchichea con una sonrisa:
—Naím me ayudó.
Según dice eso todos reímos y luego Mercedes musita:
—Conociendo al Aloe Vera, ¡seguro que será
increíblemente romántico!
Vero se encoge de hombros y sonríe.
En ese instante mi móvil vibra y veo que es un mensaje
de Liam:
¿Cómo está mi niña?

Sonrío complacida y me apresuro a responder:


Bien, pero te echo de menos.

Al poco mi teléfono vuelve a vibrar y compruebo que esta


vez es una videollamada. De inmediato me levanto, voy a la
cocina para hablar con él y, tras colocarme bien el pelo,
contesto:
—¡Hola, cielo!
Liam está sentado en el salón de su casa.
—Hola, mi niña —me saluda—. Qué bonita estás.
Me gusta oír eso, me hace sentir especial.
—Tú sí que estás bonito —respondo guasona apoyándome
en la ventana.
Liam se carcajea y entonces, al ver algo, digo:
—A ver..., mueve la cámara hacia tu derecha.
Liam sonríe, sabe por qué lo digo, y cuando hace lo que le
pido y veo a Pepa, Pepe y Tigre tumbados en el salón, voy a
hablar pero dice:
—Los has acostumbrado a ver la tele con nosotros y
ahora ya no puedo negarme.
Yo río divertida.
—Así te sientes más acompañado —replico al cabo.
Liam asiente y a continuación pregunta poniéndose en
pie:
—¿Quieres ver a tu Gordunflas?
Rápidamente digo que sí y veo que él se encamina hacia
la habitación de Jan. Allí abre la puerta con cuidado y,
mostrándome al niño, susurra:
—Como ves, está dormido. Le ha costado, pero al final lo
he conseguido.
Gustosa, y con el corazón encogido, observo a mi
pequeñín dormir como un ceporrete.
—Está precioso —murmuro.
Liam sale entonces de la habitación y se apoya en la
pared del pasillo.
—Te echo mucho de menos —dice—. Más de lo que yo
pensaba.
Asiento. Es agradable volver a oír eso. Y, sonriendo,
susurro:
—Yo también te echo de menos a ti.
Durante unos instantes nos miramos en silencio. La
atracción que sentimos el uno por el otro es brutal.
—¿Qué tal todo por ahí? —pregunto para quitar hierro a la
situación.
Liam suspira, camina de nuevo hacia el salón y, una vez
que se sienta en el sofá, contesta:
—Bien.
Su respuesta no me convence. Lo conozco y sé que pasa
algo, por lo que pregunto:
—Dime qué sucede.
—No sucede nada, mi niña.
Pero no..., yo estoy segura de que pasa algo, e insisto:
—Te conozco, Liam Acosta... Y cuando suspiras antes de
contestarrr es porrrque ocurrrrre algo.
Él sonríe y niega con la cabeza.
—Sabes que te quiero, ¿verdad? —susurra.
Sonrío. ¡Qué cosas tan bonitas me dice siempre!
—Lo sé —afirmo—, y ahora cuéntame lo que pasa.
Él asiente, acto seguido sonríe con esa cara de ángel
malote que me tiene loca y, tras tomar aire, pregunta:
—¿Estás sola?
Me apresuro a decirle que sí y luego Liam suelta:
—Hoy ha tenido que venir una ambulancia a las bodegas.
—¡¿Qué?!
—Mi padre está tan nervioso por lo de Master Good que
creíamos que le estaba dando un infarto..., pero por suerte
no era así. —Sin dar crédito, abro los ojos
desmesuradamente, y él añade—: Ni una palabra a
Verónica. Naím no quiere que se preocupe en su estado, y
menos aún cuando mi padre está bien. Ya se lo contará
cuando regrese.
Asiento sin dudarlo. Verónica se llevaría un disgusto
tremendo si lo supiera.
—¿De verdad que Horacio está bien? —pregunto entonces
para asegurarme.
Él repite que sí y yo lo creo.
—Cielo —musito a continuación—, siento no estar ahí
para echaros una mano.
Liam sonríe, sabe que lo digo sinceramente, e indica:
—Tú lo que tienes que hacer es disfrutar de la boda de tu
amiga, ¿entendido?
Yo sonrío de nuevo y, tras unos minutos de charla, nos
despedimos mientras siento que deseo estar con él.
Después de tomarme un vasito de agua de Madrid, del
grifo, que me sabe a gloria bendita, regreso al salón.
—Mira la cara de enamorada tontorrona que trae —se
mofa Mercedes mirándome.
Me río, pero Leo insiste:
—Vamos, amiguita, ¡cuéntanos qué te ha dicho tu
amorcito!
Divertida, me siento. Y, evitando contarle a Verónica lo de
Horacio porque creo que es lo mejor que puedo hacer,
murmuro:
—Me ha dicho que me echa de menos y que me quiere.
Mis tres amigos aplauden y ríen encantados, veo la
felicidad en sus rostros.
—He visto a mi Gordunflas dormido —añado a
continuación—. Y, ¿sabéis?, Pepa, Pepe y Tigre estaban
viendo la televisión en el salón con Liam.
Conforme digo eso Verónica se guasea:
—Liam está enfermo.
—Enfermo de amor —se mofa el romántico de Leo.
Todos reímos de nuevo y, tras sentarme en el sofá, al ver
cómo mis amigos me miran, decido sincerarme con ellos.
—Vivo en una burbuja de felicidad que ni yo misma me
creo —digo—. Es todo tan bonito e increíble que...
—Sé por dónde vas y..., no, Amara, ¡no te lo permito! —
replica Mercedes.
—Ni yo —afirma Leo.
Suspiro, pues sé que en ocasiones mis miedos enturbian
mi felicidad. Entonces Verónica me coge la mano y tercia:
—Te digo lo mismo que siempre me decías tú a mí: sé
positiva y deja de pensar en cosas que no tienen por qué
pasar. Liam te quiere. ¡Disfrútalo!
Vale, sé que tiene razón, pero...
—¿Y si todo se tuerce? —inquiero—. ¿Y si un día...?
—Cariño... —me corta Leo—, ¿tú crees que Verónica o yo
podemos estar pensando todos los días que por ser felices
se van a jorobar nuestras vidas en pareja? No, cielo, no.
Esto no funciona así, y lo sabes tan bien como nosotros.
—Pero es que la vida es tan cabrona a veces que...
—La vida es la vida —matiza Mercedes—. Mañana me
caso, Amara. ¿De verdad crees que voy a hacerlo pensando
que algún día la vida me va a joder lo que tengo con María y
voy a acabar divorciándome de ella?
Al oír eso rápidamente niego con la cabeza y murmuro:
—Claro que no, pero...
—Escucha, Amara —me corta Verónica—, en este instante
de tu vida hay un hombre maravilloso y un niño encantador
que están locos por ti. Disfruta del presente y olvídate de
esos miedos de la puñetera vida que no te dejan vivir,
¿entendido?
Asiento. Eso quiero yo, olvidarme de los miedos, pero
digo:
—Es todo tan bonito con Liam, tan perfecto, tan increíble
que..., uff. Y luego está Jan, mi Gordunflas. Cada vez que me
llama «mamá» os juro que el mundo tiembla bajo mis pies,
porque fue él quien decidió que yo era su mamá, y eso para
mí es muy... muy especial.
Mercedes asiente emocionada, y Verónica, que llora por
todo, afirma dirigiéndose a ella y a Leo:
—Cuando veáis la conexión que tienen Jan y Amara, os
vais a quedar de piedra.
Pensar en mi Gordunflas me hace sonreír.
—Y cuando comprobéis en vivo y en directo cómo la mira
Liam —añade—, os vais a dar cuenta de que lo que tienen
es tan increíble y verdadero como lo que tenemos
cualquiera de nosotros con nuestras parejas. Es más, Liam
es un Acosta..., y os aseguro que cuando un Acosta quiere,
quiere de verdad.
Mercedes y Leo intercambian una mirada.
—Pero ¿qué tienen esos Acosta? —pregunta este último.
Vero y yo nos miramos. Intentar explicar qué es lo que
tienen Liam y Naím no es fácil. Y cuando voy a hablar
Mercedes tercia:
—Desde luego, el Aloe Vera y el Friki del Control han
tenido mucha suerte al encontraros.
—Te aseguro que nosotras también hemos tenido suerte
de encontrarlos a ellos —repongo siendo consciente de lo
que Vero y yo sentimos y de todo lo que nos dan.
Guardo silencio y, al ver cómo nos miran nuestros
amigos, añado:
—Son cariñosos. Tiernos. Protectores.
—Románticos. Cabezones. Increíbles —prosigue Vero.
Sin dudarlo asiento y después agrego:
—Liam me besa de tal manera, me mira de tal forma y
me acaricia de tal modo que..., uf..., no sé explicaros cómo
me hace sentir.
Mis amigos sonríen y a continuación Verónica, tocándose
la tripita con mimo, indica:
—Doy fe de lo que dice Amara, porque Naím es igual.
Sigo pensando en él cuando digo con un hilo de voz:
—Liam es un amante increíble —y para escandalizar a Leo
añado—: Es más, cuando tenemos sexo, nos gusta que...
—Vale..., vale..., vale... No hace falta que sigas —me corta
él.
Nosotras tres reímos mirándonos con complicidad.
—Pero déjala que siga, Leo —dice Mercedes—. Ya sabes
que nos mola el morbo y el guarreo.
Él maldice negando con la cabeza, y Verónica entonces
suelta:
—Mira, solo te diré que los Acosta, además de tener
infinidad de cualidades, a cuál mejor, follan muy bien.
—¡La madre que te parió! ¡¿Tienes que ser tan ordinaria?!
—protesta Leo.
Vero, Mercedes y yo nos revolcamos de la risa mientras él
se levanta para ir a la cocina huyendo de nuestros
comentarios. Entre risas, lo increpamos y él nos pone a caer
de un burro. Y..., bueno, hay cosas que no cambian, y esta
es una de las que no queremos que cambien nunca.
Capítulo 50

A las once de la mañana recibimos a Zoé con pancarta


incluida en la salida de los vuelos internacionales del
aeropuerto. Viene sola. Su churri, el cerebrito, se ha
quedado en Nueva York puesto que tiene que trabajar.
Cuando la veo aparecer siento que el corazón se me
acelera. Zoé, esa niñita que he tenido el honor de ver crecer
junto a su madre y mis amigos, es preciosa. Verla tan
mayor, tan mujer y tan segura de sí misma viviendo con su
amorcito en Nueva York me llena de orgullo, y lloro como
una tonta cuando esta se abraza a Verónica, su mami, se
arrodilla y, besándole la tripita, murmura hablándole a su
futuro hermanito o hermanita:
—Llevo esperándote toda la vida.
Nos besamos emocionados, nos fundimos en abrazos.
Nos queremos, nos adoramos. Y que Zoé esté con nosotros
como ha estado toda su vida nos hace sonreír como tontos.
Ella fue nuestra primera niña y, pase el tiempo que pase,
siempre lo será.
Tras el reencuentro, que más emotivo no ha podido ser,
repetimos lo que ya hicimos ayer y vamos a casa de los
padres de Verónica, quienes, al ver a su nieta, se vuelven
locos de felicidad. Allí estamos un rato hasta que digo
mirando mi reloj:
—Comando Chuminero, tenemos que ir a casa de
Mercedes. Los operarios de chapa y pintura llegarán dentro
de veinte minutos.
Tras despedirnos de Zoé y de los padres de Verónica, con
los que más tarde nos encontraremos en el ayuntamiento,
los cuatro amigos nos vamos a casa de Mercedes. Al rato de
llegar aparecen la peluquera y todo su equipo y empiezan a
peinarnos y a maquillarnos. Primero a la novia, y después a
nosotros tres.
Dos horas más tarde ya estamos listos. Verónica está
guapísima con su vestido violeta, Leo con su traje azul
marino y yo con mi vestido verde. Pero ¡qué elegantones
vamos! Y cuando ayudamos a Mercedes a ponerse su
precioso vestido de novia, Vero, que está muy sensible a
causa del embarazo, rompe a llorar. Y..., claro, detrás de ella
vamos todos los demás.
¡Anda que no es llorón el Comando Chuminero!
Mercedes está radiante. Siempre imaginé que estaría
guapa vestida de novia, pero una cosa es pensarlo y otra,
verlo. Su expresión lo dice todo, y nosotros, como sus
amigos del alma que somos, solo podemos llorar y reír de
felicidad por ella.
Por fortuna, y como es habitual en nosotros, pasamos de
los lloros a las risas y, bueno, Mercedes, que es una
cachonda, reconduce el tema. Abre una botella de champán
con etiqueta rosa que tiene bien fresquita en el frigorífico y
sirve tres copas.
—Es una pena que tú no puedas beber, Verónica —dice
mojándole la puntita de la nariz con el dedo índice—. A ti te
serviré una copa de naranjada para que brindes con
nosotros.
Brindamos, bebemos y los tres nos entonamos. ¡Que
vivan las burbujas!
Una vez que todos estamos vestidos y arreglados con
nuestras mejores galas, nos hacemos varias fotos. Hay que
ver lo que cambia uno tras pasar por chapa y pintura...
¡Pero si parecemos unos actores de Hollywood a punto de
cruzar la alfombra roja!
Nos hacemos miles de fotos. Fotos para el recuerdo, fotos
divertidas, y tanto Verónica como yo se las mandamos a
Naím y a Liam. Mi móvil no tarda en sonar y recibo un
mensaje de mi amor que dice:
Estás preciosa. Sin duda, la más
bonita de la boda. Te quiero.

¡Ay, que me muerooooooo!


¡Ay, qué cosas me dice!
Está claro que el lado romántico de Liam va saliendo día a
día..., ¡y eso me encanta!

***

Dos horas después, cuando llegamos al ayuntamiento


vemos a Zoé y a los padres de Verónica esperándonos junto
a otros amigos, entre los que está la familia de Leo. Distingo
también a Alessandro, ¡que más guapo no puede estar! La
verdad es que es un tipo que suele llamar la atención.
Al vernos acuden a nuestro lado y, tras saludar a Pili y a
los niños, mientras los demás charlan entre bromas, yo me
dirijo a Alessandro, que no me ha quitado ojo.
—Qué alegría verte aquí —digo.
Él sonríe y, tras pasear con descaro los ojos por mi
cuerpo, comenta:
—Te sienta muy bien vivir en Tenerife.
—Gracias. —Sonrío.
Acto seguido, se hace un silencio extraño entre los dos, y
yo, necesitando dejar las cosas claras, añado:
—Estoy conociendo a alguien especial en Tenerife y estoy
feliz por ello.
Alessandro asiente. Y, como suele decirse, a buen
entendedor sobran las palabras.
Llega el coche de María, la futura mujer de Mercedes, y
cuando esta se apea todos la aplaudimos. Está tan preciosa
como mi amiga, y al verlas sonreír a las dos, con lo llorona
que soy me hago una idea de cuánto voy a llorar hoy.
La ceremonia da comienzo y los invitados, entre los que
no está la familia de Mercedes, pues nunca ha aceptado su
homosexualidad, disfrutamos con la alegría de las novias.
Es su día, y todos estamos dispuestos a que este sea muy
especial para ellas.
En un momento dado, la persona que oficia el enlace
indica que Verónica va a salir a leer unas palabras para las
novias, y yo, mirando a mi Vero, que no para de llorar,
pregunto:
—¿Podrás hacerlo?
Ella asiente y, tomando aire, se levanta y se planta frente
a todos con un papel en las manos. Luego se seca las
lágrimas y dice sonriendo:
—Espero poder dejar de llorar...
Todos nos reímos y ella empieza a leer:
—Hoy es un día precioso porque el amor entre vosotras,
Mercedes y María, ha triunfado, y aquí estamos,
acompañándoos para dar este gran paso adelante. —Vero
mira entonces a María y prosigue—: María, que Mercedes te
conociera ha sido maravilloso. Primero porque gracias a ti
su mundo se volvió más bello y feliz. Y segundo, porque
eres la persona que la complementa en todos los sentidos.
Hacéis una bonita y dulce pareja, y todos intuimos que en
vuestra vida habrá mucha complicidad, mucha alegría y
mucho amor. En cuanto a ti, Mercedes... —musita Vero con
un hilo de voz. Hace una pausa para coger aire y luego
continúa—: ¿Qué puedo decirte que no sepas ya? Te conocí
en un día de lluvia, ¡y anda que no ha llovido desde
entonces! Eres maravillosa, encantadora, cabezota y
bastante malhablada... —Los presentes reímos y ella
prosigue—: La vida te ha enseñado a luchar para alcanzar
tus sueños y aquí estás, haciendo realidad tu gran sueño
junto a María, la chica de los pechos bonitos... —todos
reímos de nuevo—, y juntas habéis creado un cálido y
precioso hogar al que regresar. Os deseamos que seáis muy
felices en esta nueva etapa de vuestra vida.
Mercedes llora. María también. Todos lloramos. Y
Verónica, sonriendo, finaliza:
—Y, por supuesto, no puedo acabar sin decir algo muy
especial para nosotros, que es: «En lo malo. En lo bueno. Y
en lo mejor». Os queremos, pareja. ¡Felicidades por el
triunfo de vuestro amor!
Bueno, bueno, bueno..., ¡qué berrinche pillamos todos!
Las emotivas palabras de Verónica, donde se nota que
Naím ha metido mano, son justo las que Mercedes merecía
y me llegan al corazón. Nuestra amiga es buena, genuina,
increíble. La vida no se lo ha puesto fácil..., pero ¿realmente
a quién se lo pone fácil? Sin embargo, aquí está, luchando
como ha hecho siempre y apostando por su amor.
Al ver su felicidad sé que yo también me merezco la mía.
Me voy a dejar de tonterías y miedos y, como me han
aconsejado todos, voy a disfrutar de lo que la vida me ha
puesto delante. Liam y Jan me quieren. Mi particular familia
me adora, y sé que mi Comando Chuminero estará siempre
conmigo en lo malo, en lo bueno y en lo mejor.
¡Voy a ser feliz!
Capítulo 51

Después de la ceremonia los invitados a la boda nos


dirigimos a un precioso restaurante para cenar. Allí las
novias nos agasajan con una maravillosa comida preparada
por la hermana de María, que es la dueña del local, y nos
ponemos morados.
¡Qué rico está todo!
Tras la cena, en la que se oye mucho eso de «¡Que se
besen las novias!», da comienzo el baile. Y, como soy la
reina de los escenarios, ni que decir tiene que quien va a
cantar en ese soy yo.
Sé cuál es la canción preferida de Mercedes y María, pues
la primera me lo contó. Y, tras mirar a los músicos de la
banda de Toño, que es la que contratan todos mis amigos
para sus bodas y ya nos conocemos, empiezan a sonar los
primeros acordes y yo canto Muero, de Alejandro Sanz y
Kany García.
Oh, Dios..., ¡qué preciosa canción!
Emocionada, observo desde el escenario a las dos novias
bailar la bonita melodía mientras se miran a los ojos; intuyo
que se dicen cariñosas palabras de amor y se besan.
¡Joder, qué alegría ver a mi Mercedes así!
Su felicidad es la de todos los que la queremos, y
disfrutamos del momento con esa complicidad que solo el
amor consigue que exista.
Pienso en Liam, en el hombre que me tiene... tonta no...,
¡lo siguiente!
Cómo me gusta...
Cómo me encanta...
Qué enamorada estoy de él.
Y, lo mejor, él también lo está de mí.
Cuando la romántica canción de las novias acaba, la
diversión está asegurada, y no paro de cantar durante una
hora para que la gente baile y lo pase bien.
Tras mi espectáculo, muerta de risa por lo bien que me lo
he pasado, bajo del escenario y mis amigos me abrazan. Les
encanta que yo cante y amenice estos momentos. Me tomo
una copita para refrescarme la garganta y luego seguimos
bailando salsa, rumba, pachangueo y todo lo que nos
pongan. Todos somos unos bailones con ganas de disfrutar
del momento, y ¡madre mía, lo que lo disfrutamos!
Estoy pensando en ello cuando noto la presencia de
Alessandro a mi lado y, cuando nos miramos, él me
pregunta:
—¿Eres feliz?
Aunque sorprendida por ello, afirmo sin dudarlo:
—Tremendamente feliz.
Alessandro asiente, sonríe y, tras cogerme la mano, me
besa los nudillos y susurra:
—Si tú eres feliz, yo lo soy también.
Oh, por Dios, qué monooooooooo.
Está claro que, con sus palabras, me está diciendo que
entre nosotros no hay ningún problema. Que lo que tuvimos
fue lo que fue y que nuestra amistad está por encima del
resto.
—Como te dije en su momento, estaré por Tenerife dentro
de unos días —añade a continuación.
—¿Vas solo por trabajo?
—Sí, pero me había pillado unos días libres para poder
disfrutar...
Vale. Entiendo que había cogido esos días libres para
verme a mí.
—¿Cuándo vas? —le pregunto.
—Del 9 al 13 de septiembre.
Rápidamente pienso. La boda de Gael y Begoña es el día
10, por lo que, sin dudarlo, y segura de que se lo quiero
presentar a Liam, pues Alessandro es un amigo, digo:
—Cuando estés allí, avísame y, si te apetece, nos vemos.
Observo que me mira sorprendido.
—Te presentaré a Liam —añado—. Seguro que os caéis
muy bien.
Alessandro asiente entonces con una sonrisa. Sé que no
está enamorado de mí y que lo que le propongo le parece
bien.
—Será un placer —afirma.
Capítulo 52

A las seis de la mañana estamos destrozados. Llevamos un


día entero lleno de sorpresas, de momentos irrepetibles, y
tras despedir a las novias, que se van de viaje al día
siguiente a la isla de Menorca, me despido de Leo, su mujer
y las niñas y también de Alessandro, y me monto en el
coche de los padres de Vero, junto a esta y Zoé.
Una vez que me dejan frente a mi portal, cuando entro en
él y me monto en el ascensor, me quito los zapatos y, al
hacerlo, pienso en Liam. Seguro que si me viera descalza ya
me estaría regañando...
Instantes después, cuando entro en mi casa y dejo caer
los zapatos al suelo, voy directa a la cocina. Tengo una sed
increíble. Abro la nevera, cojo una botella de agua y, tras
beber a morro agüita de Madrid, de nuevo Liam vuelve a mi
mente.
¿En serio he de acordarme de él por todo lo que haga?
Sonrío divertida y, tras guardar la botella en el frigorífico,
voy hacia mi habitación, donde me quito el precioso vestido
de la boda, y, cuando me quedo en bragas y sujetador, me
miro en el espejo.
La verdad es que no estoy mal, aunque no soy un
modelazo. Mi cuerpo no es perfecto, como el de Algodón o
la propia Margot. Los suyos son físicos trabajados, sin un
gramo de celulitis... No como el mío, que lo cuido lo justo,
puesto que en mi vida hay otras prioridades.
¿Que podría estar mejor?... Sí.
¿Que podría estar peor?... También.
¿Que me quiero privar de comer cosas que me gustan?...
Definitivamente, no.
Tras quitarme el sujetador y ponerme una de mis
camisetas de tirantes para dormir, apago la luz y me tumbo
en mi cama.
«Uf... ¡Cuánto te he echado de menos, camita!», pienso.
¿Qué tendrá tu colchón que como el tuyo no hay
ninguno?
Estoy pensando en ello cuando Liam, mi ángel con cara
de malote, vuelve a mi mente.
¡Madre mía, qué buenorro está mi chico!
Pienso en él y de pronto mis manos van directas a mis
pechos. Al tocármelos, noto los pezones duros y erectos.
¡Vaya, sin duda estoy cachondona...!
Con mimo me los acaricio, que para eso son míos,
mientras el placer me inunda. Uf, qué caliente estoy. Tengo
ganas de sexo. Y, mirando mi mesilla, murmuro:
—Joder, mis juguetitos se han quedado en Tenerife...
Me incorporo en la cama, enciendo la luz y, tras mirar el
reloj de mi móvil, compruebo que son las 06.53. La verdad
es que mi mayor juguetito estará durmiendo. ¿Seré tan
cabrona de despertarlo? Sí..., sí que lo soy. Así pues,
sonriendo, busco el nombre de mi deseo en la agenda y,
una vez que lo encuentro, sin dudarlo hago una
videollamada.
Un timbrazo, dos...
Al tercero, de inmediato veo la imagen de Liam. Está en
la cama, desnudo. Mmmmm... Tiene los ojos hinchados por
el sueño y, mirando la pantalla, pregunta con gesto
preocupado:
—¿Qué pasa, mi niña?
Sonrío, ¡qué mono es! ¡Y cómo me gusta cuando me dice
eso de «mi niña»!
—Nada —me apresuro a responder—. Solo quería verte.
Su expresión es indescriptible. Veo que se sienta en la
cama y, cuando va a hablar, susurro:
—Oye, una cosita... Te deseo.
Según digo eso, sonríe —mmmm..., me gusta esa sonrisa
—, y cuchichea:
—¿Qué te ocurre, Pececita?
Acalorada, pues ver su torso desnudo me reafirma en que
lo deseo, digo:
—Me pasa de todo.
Liam suelta una carcajada y, sin un atisbo de molestia por
haberlo despertado, pregunta:
—¿Has bebido mucho?
Sin dudarlo, asiento.
—Admito que he tomado demasiada agüita con misterio.
Él se ríe de nuevo y yo, que ando algo afectada por el
agüita con misterio, colocando mi teléfono móvil
estratégicamente frente a mí, pregunto tras quitarme la
camiseta:
—¿Qué te parecen las vistas?
Aun a través de una pantalla soy capaz de distinguir la
excitación de Liam en sus ojos al ver mis pechos.
—Inigualables —murmura.
Me gusta..., me pone mucho que haya dicho eso.
—Nunca he hecho algo así —añade a continuación.
—Yo tampoco —replico—, pero me muero por tener
cibersexo contigo.
Liam levanta las cejas y yo, con todo el descaro, me
agarro los senos, me los acaricio y susurro:
—Deseo darte mis pechos.
Liam asiente.
—Mi bruja de noche...
Esa frase nos hace sonreír a los dos, pues sabemos que
viene de una canción.
—Dame tus pechos con gusto, para chuparlos y
mordisquearlos —pide él.
Oh, sí..., eso es lo que deseo. Y cuando voy a hablar, Liam
me indica:
—Recuéstate en la cama.
Mmmm..., me gusta su tono de voz. Ha entrado ya en el
juego y lo obedezco. Me tumbo sobre los almohadones,
colocando mejor el móvil, y pregunto:
—¿Así está bien?
Él asiente. El morbo ya está instalado en su ojos, en su
voz, en su sonrisa.
—Quítate las bragas —exige justo después.
Wooooo, que sí, que sí..., ¡que me las quito! Y de
inmediato vuelan por los aires.
—Abre las piernas para que pueda verte bien.
Madre míaaaaaaa, el calentón que me entra cuando lo
oigo. Nunca he jugado a esto a través de la pantalla de un
móvil, pero, oye, ¡me mola! Por lo que abro las piernas para
él y entonces oigo que dice:
—Tócate.
Eso hace que cada poro de todo mi cuerpo se abra del
todo. Con mimo, y mirándolo como una tigresa bengalí de
una película porno, me acaricio el cuello, los hombros..., y
cuando llego a mis pechos, al tener los pezones duros y
erectos me entretengo en ellos mientras veo que Liam
observa con mucha atención al otro lado del teléfono.
Wooooo, ¡cómo lo tengo!
—Baja las manos poco a poco —me pide a continuación.
Y bajan, claro que bajan. Las deslizo por mi barriga
trazando circulitos sobre el ombligo. Después llego a mis
caderas y posteriormente a la cara interna de mis muslos,
mientras miro la pantalla del móvil y siento que es Liam
quien me toca.
Extasiada por lo que me invade y por el morbo que la
situación me provoca, mis piernas se agitan, se cierran
involuntariamente, y Liam dice:
—Ábrelas. Quiero verte bien.
Uf..., uf..., uf..., ¡qué momento tan morboso! ¡Qué
momento tan caliente! ¡Qué momento!
Entregada por completo, hago lo que pide, sigo
tocándome, y mis dedos buscan mi clítoris, ese botoncito
mágico que tanto placer me da y al que reconozco que
cuido con mimo y atención.
Lo toco mientras siento que son los dedos de Liam los
que lo hacen, hasta que lo oigo decir:
—Eso es, cielo. Cierra los ojos y disfruta... ¿Te gusta?
Asiento. ¡Claro que me gusta!
Me abandono totalmente al placer que la situación me
está provocando mientras no paro de tocarme. Mis caderas,
juguetonas, se mueven por sí solas de un lado a otro.
—Ancla los talones a la cama —pide mi amor a
continuación—. Te quiero bien abierta para mí.
¡Woooo, madrecitalindaloquemepide!
El morbo que siempre está presente entre nosotros
durante el sexo existe también estando incluso a muchos
kilómetros de distancia. Y, apoyando los talones a la cama
como si los pusiera sobre los brazos de un sillón, obedezco,
y luego oigo que él dice:
—Separa tus labios con los dedos. Enséñame tu humedad
y juega con ella.
Bueno..., bueno..., bueno...
Todo es caliente y morboso. Y, separando los labios de mi
vagina y con las piernas bien abiertas para que él pueda
verme bien a través de la pantalla, comienzo a jugar con mi
sexo como me ha pedido.
Mis húmedos dedos van una y otra vez a mi hinchado
clítoris. Se mueven de lado a lado, de arriba abajo, de
dentro a fuera, mientras jadeos gustosos salen de mi boca y
mi cuerpo se estremece de purito placer.
Poco a poco aumento la presión que ejerzo sobre el
clítoris... ¡Uf, qué gustazo! También la velocidad de mis
dedos... ¡Uf, qué locura!
—Siéntelo, mi niña. Soy yo quien te toca —murmura
Liam.
Acalorada, asiento mientras mi corazón late a mil por
hora y mi respiración se agita más y más.
—Métete un dedo y fóllate para mí —oigo que dice a
continuación.
Uf..., uf..., uf...
En la vida he hecho nada igual, pero mi entrega y mi
excitación son tales que no lo dudo ni un momento.
Introduzco suavemente el dedo corazón en mi interior y
siento un placer tan extremo que mi cuerpo se mueve al
compás.
¡Madre míaaaaa!
Mientras lo hago, abro los ojos, miro la pantalla y veo que
Liam se está masturbando. ¡Madre mía, qué excitado está!
Sus movimientos son secos, contundentes. Su mirada es
entregada, morbosa.
—Fóllame bien —digo con un hilo de voz.
Liam asiente, jadea. Lo que he dicho lo excita tanto como
lo que él me dice a mí, y me percato de que nuestras
respiraciones se aceleran por lo que estamos disfrutando.
De nuevo cierro los ojos. El placer me hace cerrarlos
cuando mi cuerpo se tensa mientras un intenso placer que
comienza en la vagina y me recorre todo el cuerpo me
consume por completo. Jadeo. Gimo mientras oigo jadear a
Liam y eso me provoca más y más.
Abriendo los ojos veo cómo Liam se masturba ante su
teléfono, y le exijo:
—Fóllame duro.
Liam asiente, se muerde el labio y musita:
—Lo estoy haciendo, mi niña.
Dios..., Diosssss...
Oír eso hace que mi respiración se acelere más aún,
como se aceleran las frenéticas acometidas de mi dedo en
mi vagina.
—Ahora, mi niña... ¡Ahora! —dice Liam de pronto.
Y, sí, ¡ahora!
Es oírlo decir eso y notar cómo todo mi cuerpo
convulsiona con fuerza, y tras un jadeo de puro pero puro
placer siento que el clímax se apodera por completo de mí.
Acto seguido me dejo caer desmadejada sobre la cama
mientras observo el rostro de satisfacción de Liam, que se
ha corrido también.
Un segundo, dos, tres...
Liam y yo estamos tirados sobre nuestras camas y,
cuando recupero el resuello, susurro mirando el teléfono:
—Cielo...
Él se incorpora al oír mi voz, coge el móvil y murmura:
—Ha sido increíble.
Sonrío al oírlo, asiento y, con picardía, anuncio:
—El cibersexo queda oficialmente inaugurado entre tú y
yo.
Ambos reímos.
—Me muero por comerte a besos —musita él a
continuación.
—Y yo me muero por comerte a ti —digo tras
acomodarme en la cama y apoyar el teléfono en la
almohada.
A partir de ese instante comenzamos a hablar. Él me
pregunta por la boda y yo le cuento lo bien que lo hemos
pasado. Y, una hora después, cuando empieza a entrarme el
sueño, Liam y yo nos despedimos, apoyo el teléfono sobre
mi mejilla con una sonrisa de oreja a oreja y finalmente me
duermo.
¡Qué feliz soy!
Capítulo 53

Separarnos de nuestros amigos es siempre doloroso, pero


Vero y yo tenemos que regresar a Tenerife y Zoé a Nueva
York.
Leo y los padres de Verónica nos dejan en el aeropuerto.
Mi amiga y yo acompañamos a Zoé hasta su terminal y,
después de darnos millones de besos y abrazos y soltar
muchas lágrimas, nos despedimos de nuestra niña, que
queda en llamar a su madre en cuanto llegue a Estados
Unidos.
Una hora después Vero y yo volamos rumbo a Tenerife
cogidas de la mano. Estamos felices por nuestro regreso,
aunque también tristes por despedirnos de las personas a
las que queremos.
Al aterrizar en el aeropuerto y encender nuestros
teléfonos móviles, a Verónica le salta de inmediato un
mensaje de Naím, que nos espera en la salida. Una vez que
recogemos nuestro equipaje y vamos hacia la puerta,
rápidamente vemos a Naím, pero mi corazón se acelera
cuando a su lado distingo a Liam y a Jan.
¿En serio han venido a buscarme?
Emocionada al verlos, mientras Verónica se funde en un
abrazo con Naím yo, sin dudarlo, lo hago con Liam y con
Jan. El niño, al verme, es feliz. Se agarra a mi cuello con
auténtico fervor, y cuando lo cojo en brazos y vuelve a
decirme eso de «mamáááááá», durante unos segundos me
olvido de Liam para centrarme solo en él.
Instantes después Verónica me coge al chiquillo de los
brazos. Yo me vuelvo entonces hacia Liam y, cuando voy a
hablar, este me abraza, me besa, y antes de que yo pueda
decir nada susurra mirándome a los ojos:
—Bienvenida a casa, cariño.
A casa... ¡¿Estoy en casa?! ¿Puede haber un recibimiento
mejor que este?
Una vez que todos nos montamos en el coche de Liam,
pues allí va la sillita de Jan, tras dejar a Verónica y a Naím
en su casa nosotros nos dirigimos hacia la nuestra.
Durante el trayecto le pregunto por Horacio, pues me
preocupa lo que le ocurrió, y Liam me hace saber que está
bien, que no tengo por qué inquietarme.
En casa, al bajarme del coche, la locura vuelve a
apoderarse de mí cuando Tigre, Pepa y Pepe me hacen un
recibimiento tan exagerado que estoy riendo por sus
cabriolas hasta que oigo que Liam dice:
—Somos muchos los que te hemos echado de menos,
Pececita.
Asiento, me encanta oír eso, y abrazada a él y junto a Jan,
los tres nos dirigimos hacia la casa seguidos de nuestros
perretes.

***

Tras pasar una maravillosa tarde en la piscina, donde los


perros se meten en el agua aunque Liam proteste, cuando
Jan se duerme por la noche salgo a la terraza y sonrío al ver
a Liam esperándome junto a una copita de vino y una copa
con hielo picado y Coca-Cola. ¡Qué detallista es este
hombre!
Me acerco a él, que está apoyado en la barandilla
mirando el mar, lo agarro por la cintura y murmuro
aspirando su olor:
—Qué ganas tenía de regresar.
Liam me abraza y me besa en la punta de la nariz.
—Tantas como las que tenía yo de que lo hicieras —
asegura.
Nos miramos. Siento que nuestras miradas están llenas
de preciosas palabras, y nos besamos. Un beso lleva a otro
y, cinco minutos después, cuando nos queremos dar cuenta,
ya estamos poseyéndonos contra una de las paredes de la
terraza. Por suerte esta tiene vistas al mar, por lo que nadie
puede vernos, y, la verdad, disfrutamos del momento con
auténtica pasión.
Cuando terminamos, y una vez que volvemos a estar
vestidos, nos sentamos en las hamacas y, tras dar un buen
trago a mi Coca-Cola, comienzo a contarle cosas de la boda.
Liam me escucha con atención, y al cabo pregunta:
—¿Viste a tu amigo Alessandro?
Según dice eso, sonrío. A él le pasa con el italiano lo
mismo que a mí con Margot.
—Sí. Estuvo en la boda —indico sin ganas de mentir.
Liam asiente. Toma su copa, bebe y, al ver su gesto, digo:
—¿Has visto a Margot estos días?
—Llegó ayer con su cuñado Michael de Nueva York —
explica—. Y, sí, Naím y yo cenamos con ellos anoche. Y esta
mañana le hemos mostrado Bodegas Verode.
Yo asiento a mi vez. Doy un trago a mi Coca-Cola y, aun
sabiendo la respuesta de antemano, pregunto:
—Una cosita... ¿Tuviste algo con ella?
Él niega de inmediato con la cabeza, y me apresuro a
añadir:
—Pues eso mismo es lo que he tenido yo con Alessandro:
¡nada! Simplemente somos amigos, como tú lo eres de
Margot. A ti te unen la amistad y los negocios a ella. A mí
solo me une la amistad con Alessandro. Es más, tiene que
venir a la isla dentro de unos días y he pensado en
presentártelo para que veas que solo somos amigos, como
yo creo que ahora Margot es tan solo tu amiga. Así pues,
¿qué tal si evitamos pensar tonterías que no tienen razón de
ser?
Según digo eso, veo que Liam sonríe. Le gustan mis
palabras. En el fondo somos iguales. Y, levantando su copa,
la dirige hacia mí y musita:
—Por ti y tu manera tan excepcional de explicar las cosas.
Me encantará conocer a tu amigo.
Divertida, levanto mi Coca-Cola y brindamos y bebemos.
—Cuéntame qué tal con el cuñado de Margot —digo.
Él sonríe.
—La verdad es que muy bien. Lo veo muy interesado en
todo, y hemos quedado en que mañana Naím y yo
viajaremos a las distintas islas para enseñarle nuestras
tierras. Creo que eso le encantará.
Sin dudarlo, asiento. Estoy convencida de que cuanto más
vea el empresario americano de Bodegas Verode, más se
enamorará de ellas. Y entonces Liam añade:
—El que está de los nervios es mi padre desde que
compramos las tierras de Las Palmas de Gran Canaria. No
sé qué le ocurre. Nunca lo había visto tan nervioso...
De inmediato acude a mi mente la conversación entre
Horacio y Florencia que oí a escondidas. Hablar de ello solo
me metería en problemas, y por suerte sé que Verónica lo
prometió por Zoé, así que tampoco lo va a contar. Por ello, e
intentando ser positiva, pues oí que una vez que se cerrara
el trato entre aquellos las cuentas de Bodegas Verode
volverían a estar bien, aseguro:
—Ya verás que cuando todo esto acabe se tranquiliza.
—Más le vale..., porque menudo susto que nos metió.
Yo cabeceo y, tras levantarme de mi hamaca, me siento a
horcajadas sobre él. Paso los brazos alrededor de su cuello y
murmuro:
—Ni te imaginas cuánto te he echado de menos.
Liam sonríe. Le doy un beso encantada y, cuando nos
separamos, musita:
—Tú te has vuelto indispensable en mi vida.
Oír eso me hace parpadear. Y, cerrando sus brazos
alrededor de mi cintura, acerca su boca a la mía y susurra:
—Eres mi preciosa bruja de noche.
Un beso. Dos. Tres. Y al cuarto yo ya no puedo más. El
calentón que me provocan los besos, las palabras y las
miradas me hace levantarme y levantarlo, y acto seguido
nos vamos a su habitación, donde, deseosos y salvajes, nos
hacemos el amor apasionadamente.
Capítulo 54

A las siete de la mañana abro los ojos cuando suena el


despertador de Liam. Ha quedado con Naím, Margot y su
cuñado para visitar las islas.
Sin levantarme, y mientras él se viste, lo observo desde
la cama. Desde luego, este hombre es una auténtica
tentación.
—Entonces ¿hacéis noche en La Gomera? —pregunto.
Él asiente mientras se ajusta la corbata frente al espejo.
—Sí, cariño.
Niego con la cabeza contrariada. Me da mucha rabia que,
nada más llegar yo de la Península, sea él quien se vaya. Y,
acercándose a la cama, se sienta en ella, me retira el pelo
del rostro y dice:
—Sé que te da tanta rabia como a mí que nos tengamos
que separar y que encima tenga que viajar con Margot,
pero...
—No tienes que explicarme nada, cielo —lo corto—. Es un
viaje de trabajo y hemos de tomárnoslo como tal.
Liam sonríe. Yo también.
—Confío en ti —añado.
Él asiente y luego me besa.
—Tanto como yo en ti —asegura.
Gustosos y encantados, volvemos a besarnos, pero
entonces oímos la voz de Jan diciendo «papá» y señalo
divertida:
—Vamos, papá..., tu niño te reclama.
Feliz por eso, Liam se levanta y se dirige a la habitación
de Jan. A través del vigilabebés veo cómo se acerca a la
cuna para cogerlo y, una vez que lo hace, se lo come a
besos. ¡Qué monos son mis hombrecitos!
—¡Buenos días, mamá! —dice Liam al poco entrando en
el dormitorio con el pequeño en brazos.
Desde la cama extiendo los brazos hacia ellos y
rápidamente el niño dirige los suyos hacia mí. Durante unos
minutos Jan y yo nos hacemos arrumacos, hasta que Liam,
que está observándonos, comenta:
—Reconozco que daría mucho de lo que tengo por
quitarme el traje y meterme en la cama con vosotros.
Según dice eso le suena el móvil. Ha recibido un mensaje,
y tras leerlo indica:
—He de irme. Naím me espera fuera dentro de cinco
minutos.
Asiento con una sonrisa y, después, recibo un beso de
Liam y veo cómo le da otro a Jan.
—Dormid un rato más —sugiere.
Sin dudarlo, afirmo con la cabeza, pues estoy cansada, y
una vez que él se marcha, me acurruco con Jan en la cama
y, cuando noto que el niño se duerme, lo hago yo también.
Capítulo 55

A mediodía recibo una llamada de Florencia, que nos invita


a Verónica y a mí a comer a su casa, y por supuesto acepto
la invitación.
A las dos de la tarde, tras poner a Jan fresquito y meter
en la bolsa todo lo que necesito para él, me dirijo en el Audi
hasta la casa de mi amiga, la recojo y vamos juntas a casa
de Florencia.
Al entrar en ella sus preciosos perros, que son los padres
de Pepa, Pepe y Donut, vienen a saludarnos y, una vez que
estos se marchan, vemos que junto a la piscina están
Florencia, Begoña, Horacio, Xama y el pequeño Lionel.
Jan se vuelve loco de felicidad al verlos. Sin duda es un
Acosta, pues ¡hay que ver lo que quiere a la familia!
Tras darnos besos y abrazos, nos sentamos:
—¿Cómo estás?
—Bien, hija. Fue solo un sustito.
Vero resopla, veo preocupación en su rostro, y gruñe:
—¡¿Un sustito?! Por el amor de Dios, Horacio..., tienes que
tranquilizarte.
El hombre asiente y luego mi amiga pregunta
mirándome:
—¿Lo sabes?
Sé a qué se refiere, y asiento. Lo que evito es decirle que
lo sabía ya en Madrid.
—Master Good —continúa— es algo que si tiene que ser
será y, si no, pues...
—Por Dios, hija, no digas eso —la corta—. Necesitamos
ese contrato.
Según dice eso, Florencia, que en ese instante se acerca
con Omar, exclama:
—Papá, ¡ya estás otra vez con lo mismo!
Horacio cabecea. Aunque quiera disimularlo veo
preocupación en su gesto.
—Suegro, tranquilízate —insiste Omar—. Liam y Naím
saben muy bien lo que hacen, y con Margot en este barco
nada puede salir mal.
Horacio niega de nuevo con la cabeza y luego dice
dirigiéndose a mí:
—Quiero que sepas que estoy muy feliz.
Sé que lo dice por Liam y por mí. Y entonces Omar,
divertido, se me aproxima y, empujándome con
complicidad, cuchichea:
—Bienvenida a la familia.
En cuanto lo dice se me eriza el vello de todo el cuerpo.
La palabra familia es muy especial para mí.
—Pensé que, tras lo ocurrido, Liam tardaría en encontrar
a alguien afín a él —comenta Florencia con una sonrisa—,
pero desde luego, y te soy sincera, estoy encantada con su
elección. Solo con ver cómo Jan y él te quieren, sé que
ambos han acertado.
Vero me mira y sonríe, yo también, y Horacio susurra:
—Amara es perfecta para nuestro Liam.
Uf, que me emociono...
Me encanta que tengan tan buen concepto de mí cuando
apenas me conocen y, la verdad, sonrío, aunque no sé qué
decir.
—¿Y la boda para cuándo? —pregunta entonces Horacio
mirando a Vero.
—Buenoooooo —se mofa mi amiga.
Todos reímos y el hombre insiste:
—Amara ya tiene novio. Por tanto, ¡Naím y tú ya podéis
casaros!
Sonrío divertida, pues a mi amiga la agobia bastante
hablar de bodas. Acto seguido ella pregunta dirigiéndose a
Begoña:
—¿Todo listo para la tuya?
La joven asiente. En su mirada veo la misma felicidad que
vi en la de Mercedes.
—Está todo preparado —se apresura a decir Florencia—.
Solo falta que llegue el día.
—¡Estupendo! —exclama Verónica.
Durante unos minutos, sentados alrededor de la mesa,
hablamos de la boda de Begoña y Gael, a la que por
supuesto están invitados Margot y Michael, y disfrutamos
con la conversación.
—¿Qué tal el casamiento de vuestras amigas? —pregunta
Begoña al cabo.
Pensar en Mercedes y en María nos hace suspirar.
—Fue preciosa y muy emotiva —murmuro—. Tanto María
como Mercedes estaban preciosas y...
—¿Dos mujeres se casaron? —inquiere Horacio de
repente.
Sin dudarlo, asiento. Les enseño las fotos que tengo en el
móvil de la ceremonia, y Florencia pregunta después de
mirarlas:
—¿Y no se os hizo raro ir a una boda de mujeres...?
—¡Mamáááá! —protesta Xama.
—Ay, hija, ¡calla! —replica ella.
—Mamá, no seas antigua —insiste la cría.
—Mira la moderna... —se mofa Florencia.
—Chicas, ¡no empecemos! —interviene Omar mirándolas.
Niego con la cabeza y, antes de que yo responda,
Verónica se me adelanta:
—Una boda es un momento especial en la vida de dos
personas donde simplemente triunfa el amor. ¿Qué más da
si son dos mujeres, dos hombres o un hombre y una mujer?
Lo importante es que se quieran y se respeten, y quienes
los queremos los respetamos porque deseamos su felicidad.
Florencia cabecea, por su gesto veo que no entiende
nada, y Horacio murmura:
—Qué cosas pasan...
—¿Por qué dices eso, abuelo? —pregunta Xama.
Él se encoge de hombros.
—Porque durante toda mi vida las relaciones siempre han
sido entre hombres y mujeres y, si no era así, era raro,
raro...
—Pues para mí no es nada raro, abuelo —insiste Xama.
—Cielo, tú perteneces a otra generación —indica el
hombre.
Acto seguido se hace un extraño silencio. Vale, entiendo
que para una generación como la de Horacio, que es un
hombre de ochenta y pico de años, haya cosas que no sean
tan normales. Pero de repente, sin más, Xama anuncia:
—¡Soy bisexual!
¡Ostras, lo que acaba de soltar!
Madre mía, madre mía, ¡la que se avecina!
Según dice eso, la niña nos mira a todos. En sus ojos
Begoña, Vero y yo leemos que necesita nuestro apoyo, y por
supuesto se lo daremos.
Miro a Florencia. Está blanca. Miro a Omar. No parpadea.
Miro a Horacio. El hombre no entiende nada.
—¿Qué has dicho que eres, hija? —pregunta.
Xama traga saliva. Sabe que ya no puede dar marcha
atrás, y Begoña, en su empeño por ayudarla, tercia:
—Ha dicho que es bisexual.
Horacio nos mira. No entiende esa palabra. Y Xama,
tomando aire, explica:
—Abuelo, «bisexual» significa que me gustan los hombres
y las mujeres.
El hombre asiente a duras penas y luego musita:
—Bendito sea Dios...
Xama nos mira de nuevo. Está asustada. Intuyo que no
tenía preparado contarlo en este momento.
Entonces Horacio, tocándose la cabeza, pregunta
dirigiéndose a su hija:
—¿Y esto de la niña por qué no me lo habías dicho?
Florencia sigue sin reaccionar. ¡Ay, pobre...! Y Xama
interviene:
—Abuelo, no te lo había dicho porque no lo sabía. Solo lo
saben Begoña, Verónica, Amara y el tío Liam.
Según menciona nuestros nombres, Omar, Florencia y
Horacio nos miran. Wooooo, ¡si las miradas matasen!
—A ver, una cosita... —me apresuro a decir yo—. Lo
sabíamos, pero respetamos a Xama como persona, y ella y
solo ella era quien debía decíroslo.
—Bendito sea Dios... —repite Horacio.
Florencia coge una botella de agua y, tras destaparla,
comienza a beber a morro. ¡Anda, mírala!
La tensión sube por momentos. Creo que si le pusieran un
pulsómetro lo reventaría.
Acto seguido veo que Omar se acerca a su hija.
—¿Por qué no me lo habías dicho? —pregunta.
Xama se encoge de hombros. Su nerviosismo me
emociona. Y, cuando voy a intervenir de nuevo, Omar dice
cogiendo la mano de la niña:
—Eres mi hija. Mi Xama. Debes contarme todo lo que te
pasa para poder ayudarte.
Escuchar eso me enternece tanto como veo que
enternece a Verónica.
—Tú, tu hermano y tu madre sois lo más precioso que
tengo en mi vida —añade Omar—. Y solo quiero y deseo que
ames, te amen y seas feliz. Nada más.
¡Ole y ole por Omar! Si ya sabía yo que Xama podía
contar con este tipo.
Entonces ella, tras abrazar a su padre, mira a Florencia y
susurra:
—Mamá...
Pero la mujer sigue ausente.
Xama toma aire y se dispone a insistir, pero Omar
interviene:
—Deja que hable yo con tu madre.
Pero no, la niña niega con la cabeza, y dirigiéndose a su
madre insiste:
—Mamá, soy bisexual. Soy una más del colectivo
LGTBIQ+.
—¿Y ese abecedario qué es? —pregunta Horacio.
Verónica sonríe al oírlo, pues al pobre hombre se le
escapan muchas cosas, e indica:
—Luego te lo explico con tranquilidad.
Horacio asiente y Xama, agradecida y necesitando hablar,
prosigue mientras mira a su madre:
—Llevo sintiéndome diferente desde que tengo uso de
razón porque me gustan las personas. Tú te empeñabas en
que tenían que gustarme solo los chicos, pero la verdad es
que a mí me gustan los chicos y las chicas y, si no te lo he
contado antes, era porque no sabía cómo hacerlo.
Todos la escuchamos con atención. Imagino que, cada
uno a nuestra manera, asimilamos lo que dice.
—Mamá, quiero que sepas que lo entenderé si necesitas
un tiempo para comprender quién soy —añade luego—. A
mí misma me costó aceptarme. Tenía muchos miedos.
Miedo a decepcionaros. Miedo al qué dirán. Miedo al
rechazo. Pero... pero mi vida es solo mía y quiero vivirla en
libertad como vosotros la vivís.
Xama me mira. Le sonrío para transmitirle fuerza y ella
prosigue:
—Mamá..., sé que te estoy dando el disgusto de tu vida
porque no soy la hija que esperabas...
—Cielo, no digas eso —replica Omar.
Pero la niña, que es consciente de la realidad, asiente y,
sin dejar de mirar a su madre, indica:
—Siempre hemos discutido por tonterías como la ropa
con la que me vestías o incluso por los peinados, pero es
que la feminidad que tú deseabas para mí no era la que yo
quería —y, abriendo los brazos, murmura—: Pero, mamá,
sigo siendo Xama. Sigo siendo esa hija que tuviste y que te
quiere, y sé que tú también me quieres a mí.
Omar coge de la mano a su mujer. Las lágrimas que
corren por las mejillas de Florencia me conmueven. Y Xama,
a la que ya no hay quien la pare, indica:
—Siempre he intentado ser esa hija que deseabas, pero,
mamá, desde hace dos años mi cuerpo, mi vida y toda yo
despertamos. Tenía dos opciones. Ser quien tú querías o ser
yo, y lo siento, mamá, pero en este caso he sido egoísta y
he decidido ser yo, aun a riesgo de muchas cosas. Eres mi
madre, una de las personas a las que más quiero en este
mundo, a pesar de que discutamos hasta por el propio aire
que respiramos... Pero ahora solo espero que algún día
llegues a perdonarme y a entenderme...
No puede decir más. Florencia se apresura a acercarse a
su hija, la abraza y, sorprendiéndonos a todos, murmura:
—No tengo nada que perdonarte, mi vida. Y nunca podría
dejar de quererte.
Según dice eso siento que Verónica me coge la mano y
me la aprieta. Con lo sensible que está a causa del
embarazo, se va a echar a llorar de un momento a otro. Y...,
bueno, yo no estoy embarazada, pero me conozco y soy de
lágrima fácil.
Todos permanecemos en silencio hasta que Florencia
añade:
—Si alguien tiene que perdonar aquí, eres tú a mí.
—Mamá...
La mujer levanta la mano e indica:
—Cariño, sé que soy algo antigua con respecto a muchas
cosas y mis ideas distan mucho de las tuyas, pero quiero
que sepas que estoy dispuesta a entender y a cambiar. Tú
eres mi hija. Mi Xama. Mi bebita. Y si algo me enseñaron tus
abuelos es que por los hijos, por ayudarlos si son buenas
personas, lo que sea. Y tú eres buena persona ames a quien
ames.
Miro a Horacio. El hombre afirma con la cabeza y acto
seguido asegura:
—La familia, si lo merece, ¡es lo primero! Porque cuando
se quiere, se quiere de verdad y no deseas ningún mal para
ella.
Asiento. Como él ha dicho, «si lo merece»... Y en mi caso,
mi familia de sangre no lo merece en absoluto.
—No te voy a negar que esta noticia me ha sorprendido y
me costará un tiempito entenderla —añade Florencia—,
pero, mi vida, eres mi hija, y por ti y tu felicidad me pongo
el mundo por montera.
—Mamá...
Xama y Florencia se abrazan y, a continuación, esta
última musita:
—Mi vida, te pido disculpas por no haber sido capaz de
darme cuenta de lo que te pasaba siendo tu madre.
—Las madres no somos infalibles —oigo que tercia
entonces Verónica.
Florencia asiente.
—Lo sé, cuñada —afirma ella con tranquilidad—. Pero yo
tendría que haberla ayudado en todo lo que necesitara,
como seguro que la habéis ayudado quienes lo sabíais.
¡Toma yaaaaa!
Esto sí que no me lo esperaba de Florencia, y por cómo
Vero me mira intuyo que ella tampoco.
Xama llora, Omar llora..., ¡todos lloramos!, mientras
Florencia dice cosas tan llenas de verdad y sentimientos
que estoy por hacerle un monumento. Durante un buen rato
madre e hija hablan delante de los demás. Saben que tienen
mucho que contarse. Y al cabo Xama dice sonriendo:
—Mamá, te quiero mucho.
—Más te quiero yo a ti, mi vida —declara Florencia.
Omar se acerca a ellas, las abraza y, sonriendo, pregunta:
—¿Y mis chicas me quieren a mí?
Al oírlo, Xama y Florencia sonríen y lo abrazan.
Poco después, cuando padres e hija, junto a Begoña,
Lionel y Jan van a meterse en la piscina para refrescarse,
Horacio pide mirándonos a Vero y a mí:
—Hijas..., explicadme qué es eso del abecedario que ha
dicho Xama.
Según lo oímos, mi amiga y yo nos partimos de risa.
Sabemos que se refiere a lo del colectivo LGTBIQ+, y como
podemos se lo explicamos, aunque hay cosas que, por más
que lo intentamos, el hombre no logra comprender.
Capítulo 56

Liam regresa de su viaje por las islas con Naím, Margot y el


cuñado de esta. Viene muy contento. Al parecer, las
negociaciones con el americano no pueden ir mejor, y tiene
claro que el contrato con Master Good ya es un hecho.
Dos días después, y para seguir agasajando al hombre,
Vero y Naím organizan una cena privada para los Acosta,
Margot y su cuñado en los viñedos. En un principio yo digo
que no voy a ir, pues he de cuidar de Jan. Pero se ponen
todos tan pesados con que no me lo puedo perder porque
soy una más de la familia que al final llevamos al niño a
casa de Florencia y este se queda a cargo de una cuidadora
junto con Lionel.
Cuando llegamos a Bodegas Verode y subimos en coche
hasta el lugar donde se organizan las cenas temáticas,
sonrío al verlo todo tan bonito, y me reafirmo en que los
Acosta quieren mostrarle al americano lo mejor que tienen.
Y ya me quedo sin palabras cuando de pronto veo aparecer
allí a Vasile con su violín.
¿Qué hace Vasile en Tenerife?
Lo miro bloqueada, es que no puedo ni moverme, y Liam
musita sonriendo:
—Sabía que te iba a gustar esta sorpresa.
Lo miro unos instantes sin dar crédito, lo beso y, acto
seguido, corro hacia Vasile, que, abriendo los brazos, me
estrecha entre ellos con auténtico amor. Me pide perdón por
no haberme avisado, pero Liam y Verónica le habían rogado
que no lo hiciera para que fuera una sorpresa.
Mientras todos hablan con el americano y le explican
cosas de las bodegas, yo lo siento, pero estoy con Vasile,
quien me cuenta que lo han contratado para quince días y
que, a pesar de que Liam quiso que se alojara con nosotros,
él se negó y está en un hotel con todos los gastos pagados.
Saber eso me llena de felicidad.
La cena da comienzo y Vasile, desde su atril, empieza a
tocar y nos ameniza la cena con preciosas melodías y
baladas de amor. Saber que Liam lo ha traído por mí hace
que me sienta muy especial, y no puedo parar de
agradecérselo y de besarlo, mientras él, divertido, me pide
que pare. El americano va a pensar que somos unos
pegajosos.
Sin embargo, cuando paro es Liam quien me incita a
besarlo. Me provoca. Ahora es él quien me besa a mí, quien
me dice cosas al oído para volverme loca, y creo que lo voy
a matar.
¿Cómo me dice esas cosas y se queda tan ancho?
Durante la cena soy consciente de que Margot habla
conmigo y bromea con total normalidad. Está claro que
Liam tenía razón: ella sabía perfectamente que entre ellos
no había nada serio, y desde luego que así me lo hace ver.
En la mesa se habla de la boda de Gael y Begoña, que se
celebra el sábado y a la que asistirán también Margot y
Michael, y la verdad es que el americano parece
especialmente entusiasmado. Luego dicen que los
españoles somos unos juerguistas, pero vaya tela, lo que le
gusta la juerga a aquel. Es más, incluso habla de comprarse
una casita en la isla porque este sitio lo está enamorando.
A los postres Verónica se levanta y, volviendo a
sorprenderme, aparece con mi guitarra. Pero ¿qué hace?
Rápidamente la pone en mis manos y, con su perfecto
inglés, le explica a Michael que sé tocarla y también cantar.
¿En serio voy a tener que hacerlo?
Liam me mira. En su rostro veo la satisfacción y, tras
darme un beso en los labios, cuchichea:
—Vamos, Pececita, que te conozco y lo estás deseando.
Bueno, bueno, bueno..., mejor me callo porque como diga
lo que estoy deseando, los voy a escandalizar a todos.
Cuando me levanto, musito al oído de Liam:
—Te vas a enterar...
Él sonríe. Yo también. Al llegar hasta Vasile, le pregunto:
—¿Y qué toco yo ahora?
El hombre, que me conoce a la perfección, me da mil
ideas de inmediato. Han sido muchos los años en los que los
dos, él con el violín y yo con la guitarra, hemos disfrutado
en la terracita de mi casa tocando música, y sabe muy bien
cuáles son mis gustos musicales.
Finalmente, acompañada por él, toco canciones de mis
intérpretes preferidos y, cuando Liam invita a Vasile a
sentarse a su lado para que se tome algo, yo ya me he
venido arriba y toco esa canción que sé que tanto les gusta
a los Acosta: Como antes, de Llane. Me la sé de principio a
fin. Me la aprendí al ver cuánto le gustaba a Liam. Y,
mientras la canto, siento cómo él, sin moverse de su sitio,
pero a través de la mirada, me hace el amor.
Diosssss, ¡qué cardíaca estoyyyyy!
Uf..., lo que provoca esa mirada de ángel malote en mí.
«Vale, vale, vale. Amara, contrólate o al final la vas a liar
y vas a quedar de pena.»

***

Horas después, tras dejar a Vasile en su hotel, Liam y yo


regresamos a casa. Es tarde, por lo que decidimos que Jan
se quede a dormir con Florencia y ya iremos a recogerlo por
la mañana.
Suena musiquita en el coche, concretamente, Menos mal,
de mi Manuel Carrasco, y, uf..., ¡qué acelerada estoy!
Canturreo, hay que ver qué melodía tan bonita, y Liam
dice:
—Sabía que esta canción te iba a encantar.
Entonces lo miro. ¡Qué canalla! Ni que no supiera que el
Carrasco es mi cantante preferido. Veo que sonríe sin
disimulo. Será malote. Conozco su sonrisita, y yo, que llevo
horas excitada, cardíaca y deseosa, y, consciente de que
estoy como una cabra, digo mientras pasamos junto a una
arboleda:
—Para.
Liam me mira y yo exijo:
—Para el vehículo.
Sin dudarlo, él lo hace. Detiene el coche en el arcén y,
mirándome, pregunta:
—¿Qué pasa?
Según dice eso, me desabrocho el cinturón de seguridad,
me siento a horcajadas sobre él, acciono la palanca que
echa hacia atrás su asiento y, con mi boca sobre la suya,
murmuro:
—Pasa que llevas toda la noche provocándome... Eso es
lo que pasa.
Liam sonríe, le gusta lo que oye, y cuchichea:
—Estamos en medio de una carretera.
Asiento. Sé perfectamente dónde estamos. A nosotros no
nos va el exhibicionismo, pero, joder, ¡estoy tan tan caliente
que llegados a este punto me da igual!
—Nadie puede vernos —replico—. Es de noche.
Liam cabecea, noto que está tan excitado como yo, y
agarrándome con fuerza musita:
—Como dice la canción..., menos mal.
Woooooo, ¡lo que me entra por el cuerpo! Y, sin mediar
una palabra más, la locura se apodera de ambos y yo, de un
tirón, le arranco los botones de la preciosa camisa que lleva.
Liam me mira boquiabierto por lo que acabo de hacer, y yo
susurro:
—Tienes muchas.
Sonríe y vuelve a besarme mientras los coches circulan
por la carretera y nosotros seguimos a lo nuestro.
¡Madre mía, qué locura nos entra!
Nuestras lenguas juegan y nuestros dientes se rozan
mientras el loco elixir de la pasión se apodera por completo
de nosotros, y cuando oigo un gemido de placer de Liam
que roza mi oreja, uff..., ¡me despendolo!
Sin quitarme las bragas, Liam las echa a un lado; yo me
izo unos milímetros y le doy acceso al interior de mi cuerpo
mientras siento cómo su sexo se introduce en mí,
acoplándose a la perfección.
¡Diosss, qué gustitooooo!
Mirándonos a los ojos comenzamos a movernos. Primero
lento, muy lento. Saboreamos el instante con lujuria y
pasión, hasta que yo, que estoy enloquecida, acelero los
movimientos sin dejar de besarlo con locura. El habitáculo
del vehículo no es pequeño, es un coche amplio, y nuestras
salvajes acometidas nos hacen movernos con ganas, con
deseo, hasta que siento que Liam me aprieta contra sí y
pide con un hilo de voz:
—No pares...
¿Que pare yooooo?... Este lo lleva claro.
Y no paro, ¡claro que no!
El placer que sentimos es tal que no nos importa lo que
sudo, lo que suda, no me importa si nos ven, si no nos ven,
si viene la Guardia Civil o la Policía Nacional a detenernos...
No me importa nada, mientras ambos somos conscientes de
que un abrasador orgasmo está a punto de apoderarse de
nosotros y el olor a sexo inunda el vehículo.
No paramos. No podemos. Y, tras un último empellón en
el que me ensarto totalmente en Liam, damos tal grito de
placer que creo que hasta nos asustamos.
Clavados el uno sobre el otro, no nos movemos. Solos nos
abrazamos sin mirarnos, hasta que él, con voz suave y
sensual, dice en mi oído:
—Nunca lo había hecho parado en el arcén.
Me entra la risa. A él también, y más cuando digo:
—Quedan inaugurados los arcenes.
Divertidos, nos reímos. ¡Últimamente inauguramos
muchas cosas!
—Pececita, me vuelves loco —musita él entonces.
Sonrío. Sin duda el deseo que siento por él me está
volviendo loca, y, llevando los labios a su rostro, le beso los
ojos, la frente, la nariz, la barbilla..., y cuando mi boca
termina sobre la suya, al ver que me mira susurro:
—Te quiero.
Liam asiente, creo que saborea el momento, y tras darme
un cariñoso beso en los labios que me sabe a verdadero
amor murmura:
—Cásate conmigo.
Según dice eso parpadeo.
—¿Qué has dicho?
Él sonríe y repite:
—Cásate conmigo.
Wooooo, ¡madre mía!
Woooo, ¡que he oído bien!
Wooooo, ¡que creo que me va a dar un infarto!
No respondo. No puedo. Dejarme a mí sin palabras es
difícil, pero, mira, este lo ha conseguido ya en varias
ocasiones.
—Sé que quizá sea una locura —añade él a continuación
—, pero es lo que deseo, y tú me has enseñado que, cuando
uno desea algo, tiene que ir a por ello..., ¿o no?
Bloqueada, asiento. Vale, soy la primera que dice eso
siempre.
—Pero lo que tú estás pidiendo... —murmuro.
—Es que te cases conmigo y seas oficialmente mi mujer y
la madre de Jan.
Oy... Oy... Oy... Oy...
¿En serio me está diciendo eso?
—Llevo toda la noche provocándote para ver tus
reacciones —prosigue mientras lo miro—. Y con cada
reacción me has enamorado más y más. Con cada mirada
tuya, con cada gesto, me has hecho entender que tú eres la
mujer que quiero en mi vida, y ahora solo queda por saber
si yo soy el hombre que quieres junto a ti.
Uf, por Dios... ¡Qué momentazo!
El hombre al que quiero, al que adoro y que me tiene loca
me está haciendo toda una declaración de amor en este
instante, en el que yo estoy sentada sobre él, en el arcén de
una carretera, con los pelos de loca, las tetas fuera del
sujetador y las bragas ladeadas... ¿De verdad?
De pronto me río, no lo puedo remediar, y cuchicheo:
—¿En serio no has podido elegir otro momento mejor? —
Liam levanta las cejas—. Cuando nos pregunten cómo fue
nuestra petición de mano, ¿tendremos que decir que
acabábamos de echar un polvo en el coche y que
estábamos medio desnudos?
Liam suelta una carcajada. Se ríe. Y, mirando mis pechos,
afirma:
—Siempre podré decir que tenía unas magníficas vistas.
Divertida, le doy un empujón. Sin embargo, estoy
nerviosa, mucho. Nunca imaginé que algo así pudiera
pasarme a mí, y cuando voy a contestar Liam dice:
—Pececita, creo que deberías vestirte.
Me niego, aún no le he contestado. Pero entonces él me
besa e insiste:
—Cielo..., por el espejo retrovisor veo unas luces
parpadeantes que se acercan por detrás y...
Según lo dice, miro y, ¡ostras, tiene razón! ¡La policía!
¡No me jorobes que encima nos van a llevar detenidos!
Se aproxima un coche patrulla, por lo que a toda prisa me
bajo de encima de Liam, cierro mi blusa y bajo mi falda,
mientras él se cierra el pantalón y, al ver que no puede
abrocharse la camisa, pues le he reventado los botones, me
mira.
—Siempre podemos decir que venimos de una boda
gitana —indico.
Ambos reímos y, segundos después, un agente de policía
se acerca a nuestro coche y, agachándose junto a la
ventanilla de Liam, saluda:
—Buenas noches.
Él y yo lo saludamos, y de pronto oímos que exclama:
—¡¿Liam?!
Oír su nombre hace que él lo mire y diga:
—Joder, Josemi, qué alegría que seas tú.
De inmediato Liam añade dirigiéndose a mí esta vez:
—Cielo, es Josemi, un amigo. Josemi, ella es Amara, mi
mujer.
Inclinado junto a la ventanilla, el poli me saluda con una
candorosa sonrisa y, mirando de nuevo a Liam, pregunta:
—¿Os ocurre algo en el coche?
Según oigo eso, evito sonreír, y Liam indica:
—Se me ha encendido un piloto del cuadro de mandos y
he parado para ver lo que era.
Veo que el poli cabecea y acto seguido dice:
—Estos coches tan modernos y automáticos es lo que
tienen.
Liam y yo asentimos y entonces el agente cuchichea
mirando la pechera de Liam:
—Curiosa manera de llevar la camisa.
Él sonríe, yo también, y lo mismo el policía; entonces mi
Friki del Control suelta:
—Venimos de una boda gitana.
¿En serio lo ha dichoooooo?
Divertida, asiento con cara de angelito y de inmediato el
poli replica:
—Vamos, largaos de aquí... No estáis parados en un buen
sitio.
—¡Gracias, Josemi!
—De gracias nada, Liam... Me debes un café —señala él
marchándose.
Instantes después vemos cómo monta en su coche, y,
tras apagar las luces giratorias, se marcha.
Al cabo, Liam me mira y dice:
—Sigo esperando tu respuesta...
Ay, madre, ¡ay, madre!
Nos miramos. Está claro que lo que ocurre entre nosotros
es algo más que una pura atracción.
—¿Estás seguro? —murmuro.
—Segurísimo —afirma él.
Seguimos mirándonos en silencio. Creo que debo de tener
la tensión por las nubes.
Entonces Liam sonríe, me abraza, me besa y dice
quitándose un anillo que lleva:
—Me lo regaló mi madre y es muy especial para mí. Sé
que en este momento tendría que entregarte un anillo, y
prometo que te lo compraré, pero...
Le pongo una mano sobre los labios para que no continúe
y, tras quitarme el anillo de Encarnita y la medalla de mi
hermano, se los entrego junto a su anillo y le pido:
—Mándalo fundir todo y haz un anillo especial para mí.
Liam mira lo que tiene en la mano y yo añado acelerada:
—Si fundes la medalla de mi hermano y los anillos de tu
madre y de Encarnita, te aseguro que me regalarás el mejor
anillo del mundo sin necesidad de que sean ni diamantes ni
brillantes.
Veo que él cabecea sobrecogido y, tras cerrar la mano,
afirma:
—Hasta en esto eres única y especial. Y por ello te vuelvo
a preguntar, Amara López..., ¿quieres casarte conmigo?
Emocionada, asiento. Sea una locura o no, quiero
casarme con él, y, convencida de lo que voy a decir,
declaro:
—Aunque no me lo hayas pedido de rodillas..., sí, Liam
Acosta, quiero casarme contigo.
Acto seguido nos besamos y nos abrazamos
emocionados. Lo que acaba de ocurrir esta noche entre
nosotros es magia pura, y cuando nos separamos susurro:
—Estamos como dos cabras.
Liam asiente.
—Naím me va a matar —cuchichea—. Al final me voy a
casar antes que él.
Divertidos, nos reímos por ello; entonces al recordar algo
digo:
—Gael y Begoña se casan el sábado y no debemos
restarles protagonismo. Es mejor que no digamos nada aún.
Ya se lo contaremos a todos en otro momento, ¿te parece?
—Me parece bien —dice él.
De nuevo nos besamos. Y cuando nuestros besos
comienzan a subir de intensidad Liam se detiene y musita:
—Ya hemos inaugurado el arcén..., ¿qué tal si
inauguramos la ducha de tu cuarto?
Me parece una idea excelente, por lo que indico:
—Arranca y pisa a fondo.
Y, tras darnos un último beso, Liam arranca y pone rumbo
a casa.
¡Menudo día de inauguraciones!
Capítulo 57

El secreto que Liam y yo guardamos me tiene en un sinvivir.


Él está emocionado, yo también, y me divierte saber que es
algo que solo conocemos él y yo. Bueno..., y Jan. Se lo
hemos contado, y estamos tranquilos porque sabemos que
no desvelará nada.
Tengo muchas tentaciones de contárselo a Verónica. Y,
por supuesto, también a Mercedes y a Leo. Sé que una
noticia como esta los va a sorprender de lo lindo. Pero no...,
esperaré el momento oportuno para decírselo.
Tampoco se lo digo a Vasile, a pesar de que está en
Tenerife y viene a mi casa a visitarme. Se sorprende al ver
el casoplón de Liam, y yo, entre risas, bromeo diciéndole
que yo de tonta no tengo un pelo.
La semana avanza mientras todos nos ocupamos de que
Michael, el cuñado de Margot, se divierta en la isla y se lo
pase mejor que bien. El viernes recibo una llamada de
Alessandro. Me dice que está en Tenerife y yo quedo en
llamarlo el domingo, tras la boda, para que venga a casa y
así presentárselo a Liam. ¿Por qué no?
Llega el sábado y, con él, la tan esperada boda de Gael y
Begoña.
Como ocurre en las bodas familiares, el nerviosismo se
apodera por completo de todos. Y mientras Gael se viste en
casa de su madre rodeado de su familia, Begoña lo hace en
casa de Vero, acompañada por ella y por mí. Nosotras
somos su familia.
Mientras Begoña está con la maquilladora, yo me acerco
hasta el vestido de novia, que cuelga de una lámpara. Con
curiosidad lo miro y pienso que, aunque Liam y yo aún no
hemos puesto fecha, he de comenzar a pensar en el mío.
Estoy admirándolo cuando Verónica se me acerca.
—Es un vestido precioso, ¿verdad? —comenta.
Sin dudarlo, asiento.
—¿Cómo te gustaría a ti que fuera tu vestido de novia? —
me pregunta mi amiga a continuación.
Según lo dice, la miro. Mi cara debe de ser un poema,
pero esta aclara sin saber por qué la miro así:
—A mí me gustan los vestidos boho, tipo ibicencos —y
tocándose la barriga añade—: Por lo que, hasta que mi
gusanito venga al mundo y yo me reponga, no pienso
casarme, por muy pesado que se ponga Naím.
Ambas reímos. Sé por ella que ese es un tema que Naím
no olvida. Y para satisfacer su curiosidad indico:
—Sin duda, corte princesa.
—Ya salió tu lado romántico... —se mofa Vero.
Divertida, asiento, no lo puedo remediar, y luego añado
gustosa:
—Si alguna vez me casara, querría un vestido blanco roto,
con corpiño de encaje, hombros caídos y una preciosa falda
de tul.
—Vamos, ¡que vas a parecer una coliflor! —se burla.
—¡Ratonaaaa, no te pases! Los vestidos de corte princesa
son preciosos —digo divertida.
Estamos riéndonos por ello cuando uno de los
maquilladores se nos acerca y, al ver que ya estamos listas,
sugiere:
—Deberíais ir vistiéndoos. La novia os necesitará dentro
de quince minutos.
Verónica y yo entramos en la habitación para vestirnos.
Ella va de color azul turquesa y yo, rosa chicle.
Entre risas nos vestimos y, cuando acabamos, señalo
mirando a mi amiga:
—Estás preciosa con ese vestido.
Vero sonríe.
—Creo que he engordado desde la última vez que me lo
probé.
Ambas miramos su tripa.
—El gusanito está empezando a crecer —cuchicheo.
Felices, asentimos, y luego ella dice:
—Amiga..., estás sexy, sexy, sexy.
Me miro en el espejo. Me gusta lo que veo. Hay que ver lo
que gano cuando paso por chapa y pintura. El vestido es
bonito, sexy, como ella ha dicho. Tiene una sola manga y un
sofisticado escote asimétrico que me hace un cuerpazo que
ni yo me lo creo.
—¿Te parece más sexy que el de putón elegante de
Mercedes? —le pregunto.
La risotada que soltamos es tremenda, pues ambas
sabemos lo que para nosotras ha significado siempre el
vestido de putón elegante de nuestra amiga.
—Cuando Liam te vea, va a caer rendido a tus pies —
asegura ella.
—Me gusta la idea —afirmo divertida.
Una vez que salimos al salón nos encontramos con
Begoña, que está mirando su vestido de novia.
—¡Estáis increíbles! —dice ella rápidamente al vernos.
Vero y yo sonreímos y, gustosa, yo afirmo señalando el
vestido que cuelga de la lámpara:
—Ni punto de comparación con lo increíble que vas a
estar tú...
Felices, Verónica y yo ayudamos a la joven a vestirse. No
queremos que falte nada, y estamos pendientes de que
lleve la liga, algún detalle azul, algo nuevo, algo viejo y algo
prestado. Cuando comprobamos que todo está en orden,
musito:
—Madre mía, Begoña..., eres una auténtica princesa.
Ella sonríe. Está nerviosa. Sabe que dentro de una hora
va a dar uno de los mayores pasos de su vida al unirse en
matrimonio a Gael, y tomando aire susurra:
—Gracias, chicas.
Divertidas, las tres reímos mientras disfrutamos de ese
momento único e irrepetible. Ya lo he vivido en otras
ocasiones con amigas, pero las novias siempre eran ellas, y
sonrío al pensar que pronto llegará el momento en que seré
yo. Desde siempre he querido casarme y tener mi propia
familia, y está claro que con Liam ¡ya la tengo!
—¿Sabes que al final ha venido la banda de Madrid para
esta noche?
—¿El grupo de Toño? —le pregunto.
Ella asiente.
—Son los mejores para un directo, y tú con ellos te
entiendes muy bien. Habrá una primera parte de la fiesta en
la que pinchará una DJ amiga de Xama, luego otra parte en
la que tú cantarás con el grupo y una tercera donde volverá
a pinchar la DJ. ¿Qué os parece?
—¡Fiestón! —exclama Begoña.
Suelto una carcajada. Lo que me gusta a mí subirme a un
escenario y cantar.
Y Begoña añade:
—Hemos elegido el repertorio, que ya saben los músicos,
y...
—¿Y yo por qué no lo sé? —me mofo.
—Tú te las sabes todas —replica Vero al oírme—.
Tranquila, que lo bordarás.
Asiento, sonrío y luego afirmo con seguridad:
—No lo dudes, Ratona.

***

Veinte minutos después suena el timbre de la puerta. Son


las cinco en punto de la tarde y la boda es a las siete. Todas
sabemos quién es, por lo que nos colocamos
estratégicamente para sorprenderlo.
Cuando Horacio, que va a ser el encarcago de llevar a
Begoña al altar, entra y nos ve, su gesto nos demuestra lo
mucho que le gustamos.
—Bendito sea Dios..., ¡qué tres bellezones! —murmura.
Vero, Begoña y yo sonreímos y, tras besuquear al
hombre, que está algo nervioso, le ofrecemos un vasito de
agua y nos hacemos unas fotos con él. Ni que decir tiene lo
mucho que disfruta Horacio.
En un momento dado, en el que Verónica le está
colocando el velo a Begoña, al ver al hombre tocarse el
rostro con pesar le pregunto:
—¿Qué te ocurre?
Él me mira y, cuando va a contestar, afirmo:
—Pero quiero la verdad.
Según digo eso, Horacio resopla.
—Jodida puñetera...
Yo me río divertida y, agarrándolo del brazo, salgo con él
a la bonita terraza e insisto:
—Estoy esperando.
—Pues ¿qué me va a pasar, hija? ¡Que estoy nervioso! El
americano no ha firmado nada todavía, y se va el lunes.
¿Cuándo piensa hacerlo?
Oír eso me hace gracia, e indico:
—Horacio, por Dios, hoy estamos de boda..., ¿quieres
dejar de pensar en eso?
Él asiente con un suspiro.
—Le he dicho a Liam que lleve el contrato a la boda...
—¡Horaciooooo!
—Vale, vale... No debería pensar en los negocios durante
la boda de mi nieto, pero, hija, yo no estaré tranquilo hasta
que el puñetero contrato esté firmado.
Resoplo. Está claro que o se tranquiliza o acabará en
Urgencias. Y cuando voy a hablar, Verónica se asoma a la
terraza y señala:
—Vamos. El coche ya nos está esperando.
Horacio y yo intercambiamos una mirada y luego este
dice cortando el tema:
—Venga. No los hagamos esperar.
Capítulo 58

En el coche con Horacio, las tres reímos a carcajadas. Qué


gracioso es el jodío cuando quiere y cómo se nota que está
feliz en nuestra compañía. Es más, cuando llegamos a las
puertas de la catedral de San Cristóbal de la Laguna, donde
se va a celebrar la ceremonia, al bajarnos y ver que Gael,
Liam y Naím vienen hacia nosotras, los detiene y dice:
—Un momento. Antes quiero hacerme una foto con
vuestras mujeres.
Divertidas, las tres posamos con él y, en cuanto el
fotógrafo se retira, Liam se me acerca y, mirándome con
deseo, murmura:
—¿Pretendes que te arranque el vestido aquí y ahora?
Wooooo, sus palabras me hacen saber cuánto le gusta mi
aspecto, y replico:
—Ya que hemos inaugurrrado los arrrcenes, lo prrróximo
podrrría serrr la entrrrada a las iglesias.
Según digo eso él sonríe, me agarra por la cintura, me
aprieta contra sí y, tras besarme con ganas, cuchichea:
—No me tientes.
Divertidos, finalmente pasamos a la iglesia. Al entrar,
todo el mundo está ya en su sitio, y con cariño saludo a
Margot, que está junto a su cuñado Michael y que sonríe al
verme. ¡Qué guapa va!
Acto seguido, oigo: «Papááááá..., mamáááá». Sé de quién
es esa vocecita. Liam me suelta, va hacia su sobrina Xama y
coge a Jan en brazos para regresar junto a mí. El niño sonríe
al verme. Está monísimo, parece un hombrecito, y yo lo
besuqueo con mimo.
Minutos después la música comienza a sonar en la
catedral y Florencia entra del brazo de Gael y Begoña de
Horacio con Lionel, que está para comérselo, cogido de la
manita. El momento es bonito, solemne y muy emotivo, y
con recogimiento todos los presentes seguimos la boda y la
disfrutamos.
Estoy escuchando la ceremonia cuando distingo a
Alfonsina más allá. Está claro que los Acosta la han
adoptado igual que a mí. Acto seguido veo que Xama me
mira. Está preciosa con su vestido azulón, y sonrío cuando
ella me hace un gesto y veo que a su lado está Vanessa.
¿De verdad ha sido invitada a la boda?
Cuando el sacerdote los declara marido y mujer, todos
aplaudimos y, al salir de la catedral, los invitados les
lanzamos arroz y pétalos de rosa para desearles felicidad.
—¡Quiero una foto de la familiaaaaaa! —exclama de
pronto Florencia.
Pero nadie le hace caso, y, mirándome, dice:
—Ayúdame, cuñada.
Sin dudarlo, lo hago. ¡Soy la cuñada! Entre las dos
conseguimos que todos los Acosta, entre los que me
incluyo, nos juntemos para hacernos una foto.
Estamos posando sonrientes frente a la catedral cuando
Liam musita en mi oído:
—Te quiero, mi niña.
Uf..., uf..., lo que me entra cuando me lo dice. Y, según
terminamos de hacernos la fotografía, me vuelvo con Jan en
brazos, lo beso y murmuro:
—Yo sí que te quiero a ti.
Como siempre ocurre en las bodas, los besos van y los
besos vienen. Hay mucha gente que no conozco, pero Liam
se encarga de presentármelos, y me río cuando me
presenta a Josemi, el policía con el que nos encontramos
aquella noche en el arcén.
También saludo a Vanessa, la novia de Xama, y observo
que esta, con una expresión de felicidad que hasta el
momento nunca le había visto, disfruta del momento de la
mano de su chica. Eso me gusta. Aunque me gusta más aún
cuando veo que Florencia se acerca a nosotros y, con
tranquilidad, bromea con ellas y las veo sonreír. Liam me
mira, pues está tan sorprendido como yo, y, gustosa,
asiento, sabedora de que Florencia por su hija entenderá lo
que haga falta.
Cuando decidimos ir al restaurante, Liam, que me lleva
sujeta por la cintura, me pregunta al oído:
—¿Te gustaría que nos casáramos en esa catedral?
En cuanto lo oigo, todo el vello de mi cuerpo se eriza.
Aunque me lo ha pedido, no he pensado en detalles como
ese y, consciente de que yo con él me casaría en cualquier
sitio, respondo:
—Prefiero la playa.
—Mi familia para eso es más tradicional.
Asiento, no lo dudo, pero yo insisto:
—Quizá haya llegado el momento de dejarse de tanta
tradición.
Liam me besa, sonríe y seguimos caminando hacia su
coche junto a Vero y Naím, que lleva en brazos a Jan.

***

El restaurante en el que se celebra el banquete es un sitio


precioso. Se trata de un palacete rodeado de naturaleza
frondosa y, la verdad, es un sitio muy especial.
Mientras me pongo morada a canapés con Verónica y
Xama, observo a todo el mundo y veo a Liam reír a
carcajadas junto a unos amigos. ¡Qué atractivo es!
Desde la distancia no le quito ojo. Y reconozco que,
aunque en un principio no llamara mi atención, Liam tiene
ese físico y esa personalidad que podrían enamorar a
cualquiera, por lo que me digo a mí misma: «¡Nena, qué
bien lo has hecho!».
Una vez que nos acomodamos en las mesas compruebo
que, como imaginaba, la comida es de lo mejorcito. La
verdad, ¡qué bien se come en las islas! Y estoy pensando en
ello cuando Liam, que está sentado a mi lado, me pregunta:
—¿Qué te parece este sitio?
Sonrío, pues sé por qué lo dice. Cada vez que me
pregunta me hace saber lo emocionado que está con
nuestra boda.
—Está bien, pero no —indico.
Sorprendido, él levanta las cejas, y yo, consciente de que
nadie me oye, añado:
—Prefiero algo con menos gente en El Valhalla.
Liam sonríe, niega con la cabeza y cuchichea:
—Si les dices eso a mi padre y a mi hermana, les darás el
disgusto del siglo.
Me río, sé que tiene razón, pero replico:
—Querrrido..., lo sentirrré porrr ellos, perrro así serrrá.
La carcajada que suelta Liam hace que me ría yo también
y, sin más, nos besamos.
¿Qué hay mejor que un beso?
Como en toda boda, no faltan el «¡Vivan los novios!» y el
«¡Que se besen!». Gael, Begoña y todos los Acosta están
felices, y yo disfruto observándolos.
Tras la cena, donde todo ha estado exquisito, a la hora de
abrir el baile comienza a sonar la canción Delirio, de Luis
Miguel, y Liam murmura en mi oído mientras me agarra por
la cintura:
—No cabe duda de que Gael es un Acosta.
Asiento, es evidente que es un romántico como lo son su
abuelo y sus tíos. Agarrándome a Liam, lo miro a los ojos y,
sin cortarme un pelo, empiezo a cantarla, pues me la sé de
memoria. Él me mira con cara de enamorado y yo, a través
de la letra de esa canción, le hago saber cuánto lo quiero, lo
deseo y lo amo.
¡Pues anda que no soy yo romántica!
Cuando acaba la canción todo el mundo aplaude a los
recién casados, y Liam y yo nos besamos por nuestro propio
e íntimo momento. Y una vez que comienza el baile, lo
pasamos bien mientras lo damos todo en la pista.
En una de las ocasiones que paramos para tomar algo
fresco, le echo una ojeada a mi móvil y veo una llamada de
Alessandro y un mensaje que dice:
Avísame y nos vemos para tomar
algo con tu pareja.

¡Qué mono es!


Durante horas el fiestorro que han organizado entre
Florencia y Begoña es un disfrute, pues aquí baila hasta el
apuntador, y cuando empiezan a poner salsa, me vengo
arriba con mi chico y salseamos hasta no poder más.
Por favorrrr, ¡pero qué bien baila mi chicharrero
anordicado!
Acalorada, en un momento dado voy al baño. Beber tanta
agüita con misterio es lo que tiene. Y, cuando salgo de uno
de los aseos, miro a la mujer que está a cargo de ellos y
cuchicheo:
—¡Qué calor!
Ella sonríe y se apresura a responder:
—Y más si no se para de bailar.
Ambas reímos por aquello; entonces la mujer es
requerida por una señora y se marcha a atenderla.
Acercándome al espejo, me miro. ¡Vaya pelos de loca llevo!
En ese instante se abre la puerta y entra Margot. Al
vernos nos sonreímos, y ella musita:
—No te lo he dicho, pero estás preciosa con ese vestido.
Sonrío.
—¡Tú estás impresionante!
Con gusto las dos seguimos mirándonos, e indico:
—¡Menudo fiestón han organizado los Acosta!
—¡Para eso son tremendos! —afirma ella.
Asiento complacida. Ella los conoce mejor que yo. Acto
seguido comenzamos a hablar de la boda y de lo bonita y
divertida que está siendo con dos invitadas más que hay en
el baño. Feliz por los comentarios de todas, cuando las otras
mujeres vuelven a lo suyo yo abro el grifo para lavarme las
manos y oigo que Margot dice:
—¿Puedo preguntarte algo?
—Por supuesto.
Las otras mujeres salen del baño y ella pregunta:
—Veo a Horacio muy nervioso... Es por el contrato de
Master Good, ¿verdad?
Sin dudarlo, asiento. ¡Para qué mentir! Y, consciente de la
estupenda relación que Margot tiene con él, aseguro:
—Sí.
Ella abre mucho los ojos al oírme y murmura:
—Por el amor de Dios, qué exagerado es ese hombre.
Sonrío y acto seguido aseguro:
—Horacio es de los que se lo toman todo a la tremenda,
ya deberías saberlo.
Margot asiente y, moviéndose por el baño, cuando ve que
ya no queda nadie más, se acerca a mí y dice:
—Voy a ser sincera contigo... Sé que Horacio y todos los
Acosta se mueren por conseguir ese contrato y, la verdad,
yo lo estoy intentando con todas mis fuerzas.
Asiento, sé que es cierto, y musito:
—¿Sabes que el otro día tuvieron que llamar a una
ambulancia de lo nervioso que se puso Horacio?
—Sí..., Liam me lo contó. Qué terrible, ¿verdad?
Yo afirmo con la cabeza y a continuación ella añade:
—Si te digo la verdad, para que esto llegue a buen puerto
solo veo un camino...
—¿Qué camino? —me intereso rápidamente.
Margot sonríe y de inmediato declara:
—Que desaparezcas de la vida de Liam y de los Acosta.
Según dice eso, mi gesto cambia. ¡¿Cómo?! Y entonces
ella se apresura a precisar:
—Tú eres lo que está frenando la firma del contrato.
Boquiabierta, no sé qué decir.
¿En serio ha dicho lo que creo que ha dicho?
Y, sintiendo que me sube la bilirrubina por todo el cuerpo,
siseo:
—Oye..., pero ¿qué narices estás diciendo?
Margot sonríe. Y esa sonrisa de pérfida cabrona ¿de
dónde sale?
No me jorobes que al final va a tener razón Verónica con
que es idiota profunda...
En ese instante aparece la encargada de los baños y, tras
mirarme, sin decir nada, sale al pasillo y nos deja a solas.
Ni Margot ni yo hablamos. Estoy sorprendida porque
hasta el momento ella siempre ha sido encantadora
conmigo, pero está claro que era solo una fachada. Y
cuando voy a hablar, dice:
—Mira, guapa. Hasta que tú apareciste, lo que yo tenía
con Liam...
—Tú no tenías nada con Liam a excepción de sexo —la
corto—. Había otras como tú y...
—¿Te refieres a Aldegonda y compañía? —me interrumpe.
Y al ver que no respondo, indica—: Querida..., esas mujeres
nunca han supuesto un problema para mí. Y tú tampoco lo
eras, hasta que de pronto todo dio un giro que no vi venir. Y,
la verdad, eres lista, muy lista. No solo has conseguido que
el niño te llame «mamá», sino que además tienes toda la
atención de Liam para ti.
La estoy mirando sin dar crédito cuando ella insiste:
—Querida, tu baja procedencia social no tiene nada que
ver con la clase alta en la que nos movemos los Acosta y yo.
Liam es un hombre ambicioso que tiene infinidad de planes
de futuro, y tú no encajas en ellos.
Parpadeo. La bilirrubina ya es poco para lo que me sube
por el cuerpo.
—Eres una peninsular sin estudios ni propiedades... —
añade entonces.
—¿Pretendes tragarte los dientes? —la corto mientras me
rasco la cicatriz de la frente.
—Una vulgar enfermerucha que podría estar
encargándose de limpiar estos baños, y encima, hija y
hermana de drogadictos...
Según oigo eso, y sin poder evitarlo, la empujo. ¡Hasta ahí
podíamos llegar! Con ganas de darle un puñetazo, la estoy
mirando cuando Margot me desafía:
—¡Atrévete!
Oy... Oy... Oy... Oy...
Esta no sabe a quién está retando.
—No me tientes... —musito.
Ella da un paso atrás alejándose de mí. Mi gesto de
enfado debe de decirlo todo. Y entonces la muy perra
susurra levantando el mentón:
—Querida..., si Liam o los Acosta vieran que me has
atacado, ¿crees que te lo perdonarían cuando saben que el
contrato de Master Good es algo en lo que yo tengo voz y
voto?
Uf..., uf..., la rabia que me entra...
Sé que tiene razón. Sé que debo contenerme.
Esta gilipollas clasista es consciente de que me tiene
atada de pies y manos. No quiero hacer nada que pueda
jorobar las negociaciones, pero, tomando aire, voy a decirle
cuatro cosas cuando añade:
—Me da igual lo que hagas y cómo lo hagas, pero si
quieres que mi cuñado firme ese contrato, mañana sobre la
una y media tienes que haber desaparecido de la vida de
Liam.
—Pero ¿de qué vas...? —murmuro sin dar crédito.
—Me consta que si no consiguen el contrato —prosigue—,
eso causará graves problemas de difícil solución a los
Acosta, y más aún tras haber comprado esas tierras, lo que
los ha dejado sin efectivo.
Parpadeo sin dar crédito. Lo que dice de mí y de ellos me
hace saber que nos tiene muy estudiados.
—¿En serio eres tan mala como para hacer lo que dices?
—digo con un hilo de voz.
Margot sonríe con maldad.
—Querida, simplemente deseo recuperar lo que es mío —
cuchichea—. Y Liam es mío.
Le doy... Juro por Dios que le voy a dar y le arrancaré la
cabeza...
—No conseguir el contrato llevaría a Horacio directo a la
tumba —afirma—. Qué pena, ¿verdad?
Según dice eso, sin poder evitarlo, la vuelvo a empujar.
Esta vez su espalda impacta contra la pared. Pero ¿qué está
diciendo esta desgraciada? Y cuando la tengo cercada,
aproximo mi rostro al suyo y siseo:
—Si algo le ocurriera a Horacio, yo...
En ese instante se abre la puerta del baño y, al ver entrar
de nuevo a la encargada, rápidamente regreso frente al
lavabo, donde vuelvo a abrir el grifo del agua.
Joder..., joder..., qué acelerada estoy.
A través del espejo veo que Margot, esa que yo creía que
era una buena persona, se acerca a mí y, cuando la mujer
desaparece en uno de los aseos, susurra después de haber
bajado el tono de voz:
—Rompe lo que tengas con él y vete para que regrese a
mis brazos.
Oy..., oy..., oy..., el guantazo que le voy a dar...
—Querida, de ti depende que Liam, su padre y el resto
festejen la firma de un contrato o... celebren un funeral —
continúa. Y, cuando la miro, añade atusándose el pelo
delante del espejo—: Qué triste sería perder a Horacio..., ¡es
tan mono!
Acto seguido me guiña el ojo y, sonriendo, da media
vuelta y sale del baño dejándome completamente
descolocada.
Según sale la encargada del aseo, me apresuro a entrar
en uno de los cubículos y cierro la puerta. Horrorizada,
pienso en lo que acaba de decirme Margot. El contrato de
Master Good depende tan solo de que yo deje a Liam... De
entrada niego con la cabeza, pero cuando pienso en Horacio
y en lo que supondrá para él no conseguirlo, el corazón se
me encoge.
¿Qué hago? ¿Dejo a Liam en beneficio de la vida de su
padre? ¿O paso de Horacio en beneficio de mi propia vida?
No. No quiero dejar a Liam. No quiero dejar a Jan. Pero,
por supuesto, menos aún quiero que le pase nada a Horacio.
Pienso, pienso y pienso, y cuanto más lo hago, más me
lío...
¿Qué debo hacer?
Finalmente creo que lo mejor es contarles la verdad, lo
que Margot me ha dicho... Pero el problema es: ¿me
creerán?, ¿esto llevará a Horacio al hospital?
No obstante, cuando salgo del baño tengo claro que
tienen que creerme. Se lo tengo que contar. Y cuando llego
a la mesa donde están, me encuentro a Margot sentada al
lado de Horacio bromeando y riendo... ¡Será falsa la tía!
Liam me ve y rápidamente se me aproxima.
—¿Por qué has tardado tanto? —pregunta. Y voy a
hablarle cuando añade—: Margot me ha dicho que te ha
visto hablando por teléfono en el baño. ¿Con quién
hablabas?
¡Será zorra y mentirosa!
Y, sin pensarlo, respondo:
—Con Leo, quería saber qué tal iba la boda.
Liam asiente, sonríe y yo, tomando aire, trato de hacerlo
también.
—¿Y Jan? —pregunto a continuación.
—Se ha quedado dormido junto a Lionel y se los han
llevado a casa de Florencia. Le he dicho a mi hermana que
mañana por la mañana pasaremos a recogerlo sobre las
doce, ¿te parece bien?
Afirmo con la cabeza, y Liam añade:
—Por cierto, cielo, Margot acaba de decirnos que mañana
su cuñado quiere comer con todos nosotros en El Valhalla a
la una y media para despedirse y..., bueno, espero que para
firmar el contrato.
Horrorizada por lo que explica, asiento, y en ese mismo
momento oigo que Margot dice:
—Lo sé, Horacio, lo sé... Por favor, tranquilízate, que me
tienes muy preocupada. Lo he hablado con Michael y me ha
dicho que mañana sabrás su decisión, pero vamos... —
agrega mirándome—, yo te diría que es más un sí que un
no.
Horacio sonríe. Está pálido, sudoroso, a causa de la
preocupación que tiene encima.
—Sabes que para mí siempre has sido una hija más —dice
—. Gracias, Margot.
Con mimo y carita de gatita dulce, ella abraza al hombre
y declara frente al resto de los Acosta:
—Lo sé. Y vosotros siempre habéis sido una familia para
mí.
Uffff..., uffff.
¡Será perra..., guarra... y zorra!
Pero ¿cómo puede estar ahí con Horacio cuando le
importa un pimiento si se muere o no?
Estoy por ir y arrancarle la cabeza delante de todos, pero,
claro, ¿qué pruebas puedo aportar para demostrarles por
qué lo hago?
Veo que Florencia sonríe. Entonces Margot, levantándose,
se acerca hasta Liam y hasta mí y me pregunta delante de
los demás:
—Amara, aunque sé que Liam está muy enamorado de ti,
¿te importa si bailo con él?
Todos sonríen, me miran, esperan que sea agradable con
aquella, e, incapaz de decir lo que siento y pienso, con la
misma falsedad que ella indico:
—Claro que no.
Liam me mira complacido y me besa en los labios. Luego
Margot agarra su mano y, antes de alejarse, me mira y
comenta:
—Estás preciosa con ese vestido —y añade—: Tranquila,
querida..., cuidaré muy bien de Liam.
—Siempre lo has cuidado muy bien —bromea Horacio.
Oy..., oy..., oy..., ¡lo que me entra por el cuerpo!
Oy..., oy..., oy..., ¡que la voy a liar!
No, no pienso callarme, pero cuando voy a hablar Horacio
pide mirando a su hija:
—Dame agua.
Florencia se apresura a servirle un vaso, y Omar, que está
a su lado, interviene:
—Horacio, por favor, tranquilízate.
El hombre asiente, y entonces Naím, que se aproxima con
Verónica, pregunta mirando a su padre:
—¿Qué pasa?
Rápidamente Florencia lo pone al día y su hermano
musita:
—Papá, por favor, ¿acaso pretendes acabar en Urgencias
otra vez?
Yo me acerco al hombre, me siento a su lado y,
cogiéndole la mano, le tomo las pulsaciones. De inmediato
soy consciente de lo acelerado que está y, preocupada por
él, al igual que los demás, indico:
—O te tranquilizas o te llevo a Urgencias.
Eso asusta al resto de la familia, pues yo soy la
enfermera, hasta que finalmente Horacio afirma:
—Tranquilos. Estoy bien.
Todos se miran entre sí. Sé que se preocupan. Pero, por
fortuna, Horacio me hace caso y minutos después recupera
el color del rostro y sus pulsaciones se normalizan. Eso me
apacigua un poco, pero de pronto, sorprendiéndonos, se
levanta, coge mi mano y dice:
—Vayamos a por algo de beber.
Después de que todos me pidan con la mirada que lo
acompañe, camino con él hacia una de las barras y en el
trayecto veo a Liam y a Margot hablando con unas personas
que no conozco.
—Esos son los Waldorf y los García Palos —me aclara
Horacio—, viticultores y amigos de la familia.
Asiento, la verdad es que no conozco a casi nadie de la
boda. Y en ese momento soy consciente de que lo que me
ha dicho Margot es cierto: yo no pego nada con esta gente.
Provengo de una familia desestructurada, humilde, con
problemas de drogadicción... ¿Por qué de pronto Margot me
ha hecho sentir inferior con su comentario?
En silencio llego con Horacio hasta la barra y, tras pedir él
una tónica y yo un whisky con hielo, digo al verlo beber de
su vaso:
—Esto es una boda y estamos aquí para disfrutar, no para
que termines en Urgencias y Gael y Begoña lo recuerden
como el día que su abuelo acabó en el hospital.
—Tienes razón, muchacha —dice él.
Acto seguido nos quedamos en silencio unos instantes y
luego Horacio me mira y pregunta:
—¿Te ocurre algo a ti?
Me apresuro a negar con la cabeza y a continuación
cuchichea:
—Estás demasiado seria para lo que sueles ser tú...
Intento sonreír, no quiero que Horacio ni nadie note nada.
—Me tienes preocupada. Eso es todo —indico.
Durante un rato charlamos. Desde la barra en la que
estamos me habla de algunos de los invitados, mientras mis
ojos observan con disimulo a Liam y a Margot. Esa zorra, a
la que ahora miro de otra manera, es el peor bicho malo con
el que me he encontrado en mi vida, y ahí está..., con Liam
y el resto de los Acosta, sonriendo como una dulce
personita.
—Se la ve feliz, ¿verdad?
Según oigo eso, miro a Horacio y pregunto:
—¿De quién hablas?
De inmediato él señala a Xama, que está en la pista
bailando con su chica mientras ríen a carcajadas.
—La hace feliz poder ser ella misma, sin tener que
ocultarse —digo asintiendo.
El hombre cabecea. Durante estos días me ha preguntado
muchas cosas sobre el colectivo LGTBIQ+ a las que yo le he
contestado como he podido. De pronto, sorprendiéndome
añade:
—Los tiempos cambian...
—Sí, Horacio. Y lo inteligente es saber cambiar con el
tiempo.
Él sonríe y luego, mirando a su nieta, señala:
—Le he dicho que cuando vaya a una manifestación que
cuente conmigo.
Asiento, sonrío, y afirma:
—Es mi nieta, y quien quiera coartar su vida me tendrá
que oír a mí.
Río emocionada. Los Acosta son una familia increíble, una
que muchos —entre los que me incluyo— querrían tener.
De pronto Liam aparece a mi lado y, tras agarrarme por la
cintura, pregunta:
—¿Bailas conmigo?
Sin dudarlo, asiento. Nada me apetece más.
Tras guiñarle el ojo a Horacio, salgo a la pista de la mano
de Liam. Abrazada a él, bailo mientras me percato de que
tengo la cabeza como una locomotora.
—¿Qué te ocurre? —me pregunta él al cabo de un rato
besándome en la frente.
Como he hecho antes con Horacio, me apresuro a
contestar:
—Estoy preocupada por tu padre.
Liam me mira, clava sus impactantes ojos en mí y, sin
cuestionar mi respuesta, comenta:
—Ya me ha dicho Naím que ha pasado un mal rato.
Afirmo con la cabeza y, al cabo, él susurra:
—Lo estoy haciendo todo..., ¡todo!, para conseguir ese
maldito contrato. No sé por qué el cuñado de Margot lo está
pensando tanto.
Oír eso me hace tragar saliva. Yo sé la razón. No es el
cuñado sino la propia Margot quien lo está retrasando.
—No sé qué más hacer —continúa—. Y, ¡joder!, las
negociaciones no pueden fallar. Toda mi familia y yo
estamos haciendo lo que podemos. Necesitamos el
contrato. Si no lo conseguimos...
Se calla. No dice más. Distingo el agobio en su rostro.
Creo que es la primera vez que veo la preocupación en su
mirada.
—¿Qué pasa si no lo conseguís? —pregunto.
Liam suspira, resopla y, parándose, me coge la mano y
me saca de la pista. A continuación me lleva a un lateral
donde no hay nadie y musita:
—Naím y yo nos hemos enterado de que mi padre, con su
cabezonería, hizo comprar a Florencia las tierras de Las
Palmas de Gran Canaria y todo nuestro efectivo se esfumó
con la compra. Y ahora..., sí..., tenemos las tierras que mi
madre deseaba, pero el precio que vamos a pagar si no sale
lo de Master Good será excesivo.
Vale, yo ya sabía eso, pues oí aquella conversación a
escondidas entre Horacio y su hija, pero, sin confesarlo, y
necesitando saber cuál es el precio excesivo que tendrán
que pagar, pregunto:
—¿A qué te refieres?
Liam se pasa la mano por el pelo. Resulta evidente que lo
incomoda hablar de ello.
—Cariño, ¿qué pasa? —insisto.
Él niega con la cabeza y, tras suspirar, declara:
—Si lo de Master Good no sale bien, no tendremos dinero
suficiente para sacar adelante la campaña del año que
viene... Eso supondrá despido de personal, cierre de algunas
de nuestras bodegas y un sinfín de cosas más.
Uf, madre mía..., madre mía...
Ahora entiendo el agobio de Horacio. No sé qué decir,
pero Liam dice con un hilo de voz:
—Pero lo peor de todo es mi padre. ¡Mira cómo está! Y
temo que le dé un ataque al corazón.
Uf..., me agobio..., me agobio mucho, y de pronto veo que
a Liam se le saltan las lágrimas.
—Si le pasa algo, no me lo perdonaré jamás —murmura—.
Será culpa mía y...
—Pero ¿qué dices? —replico.
Él asiente, se traga las lágrimas y, recomponiéndose,
afirma:
—Es mi negociación, y si algo no sale bien el único
culpable seré yo.
Niego con la cabeza. No, no quiero que piense así, por lo
que digo abrazándolo:
—Cariño, no digas tonterías. Tú estás haciendo todo lo
que puedes.
—Pues está visto que no es suficiente —musita con
desesperanza—. Si supiera cómo solucionarlo, lo haría...
¡Necesito que esto salga bien, y me da igual si tengo que
pactar con el diablo!
El corazón se me encoge al oírlo. Está visto que aquí la
única que puede resolver esto soy yo. El diablo me ha
propuesto un pacto y, aunque me horroriza hacerlo, por el
bien de Liam, de Horacio y de todos los Acosta, de pronto
me doy cuenta de que tengo que aceptarlo. Soy la única
que puede ponerle solución.
Miro a Liam. Él es tantas cosas para mí que siento que se
lo debo. Da igual si soy feliz o no. Aquí lo que importa ahora
es salvar a Horacio y, por supuesto, Bodegas Verode, y sé
que sacrificándome puedo salvar ambas cosas.
Como puedo, sonrío. Acaricio el rostro del hombre al que
adoro y, haciendo que me mire, afirmo:
—Te aseguro que todo se arreglará y tu padre estará bien.
Liam sonríe..., qué bonita sonrisa tiene... Y, acercando mi
boca a la suya, lo beso con deseo, amor y desesperación. Sé
que tengo que separarme de él para que su vida y la de los
suyos no caiga en picado. Seguimos besándonos cuando
una fila de gente haciendo la conga pasa por nuestro lado y,
en el momento en que nos agarran para que nos unamos,
no nos podemos negar.
¡Anda que... para congas estoy yo!
Capítulo 59

La fiesta continúa y, aunque estoy rodeada de gente, me


siento completamente sola.
Después de mi conversación con Liam el ritmo de mi
corazón se ha ralentizado, y me doy cuenta de que esta
maldita vida me la está jugando una vez más.
¿Por qué tiene que cebarse siempre la vida en mí?
¿Por qué no se va a la mierda o se fija en otra persona?
¿Por qué todo lo malo me tiene que ocurrir a mí siempre?
He oído cientos de veces que las personas nacen o con
estrella o estrelladas. Pues bien, he llegado a la conclusión
de que yo soy de las que nacieron estrelladas, porque,
¡joder..., todo me sale mal!
Intento sonreír para que nadie se entere de que me
encuentro como una mierda, mientras pienso qué puedo
hacer para no solo romper mi relación, sino también para
que Liam me odie y regrese a los brazos de Margot.
¡Por Dios, esto es horrible...!
Desesperada, miro mi móvil y, al ver un nuevo mensaje
de Alessandro, de pronto sé lo que tengo que hacer. Si
quiero decepcionar a Liam solo debo hacerle creer que
entre Alessandro y yo hay algo, y eso no me lo perdonará
porque sentirá que se la he jugado como en su momento
hizo Jasmina, la madre de Jan.
¡Joderrrr! ¿Por qué tengo que hacer esto?
¿En serio voy a hacer algo tan horrible?
Pienso, pienso y pienso, y entonces Verónica se acerca a
mí junto a Begoña e indica mirándome:
—Toño y la banda ya están preparados.
Según oigo eso cierro los ojos. ¡Lo había olvidado! Por ello
niego con la cabeza, no estoy yo para cantar..., y murmuro:
—Nooooo.
—¿Cómo que no? —replica Begoña.
Vale, sé lo que le prometí, pero no puedo. No tengo
cuerpo para ello.
—Oye, ¿qué te pasa? —me pregunta entonces Vero.
Uis, ¡peligro!
Mi amiga me conoce muy bien..., demasiado. Y,
fabricando una esplendorosa sonrisa, respondo:
—Nada. ¿Por?
Vero me observa analizando mi rostro.
—¿Desde cuándo le dices tú que no a un escenario? —
inquiere a continuación.
¡Joderrrr! ¡Tiene razón! Soy la loca de los escenarios, la
que siempre canta en la boda de todos los amigos. Y,
sintiendo que o hago aquello o Verónica descubrirá que me
pasa algo, replico con mofa:
—¡Aquí va a bailar todo el mundo!
Begoña y Verónica sonríen de inmediato.
—Toma, tu repertorio —dice entonces mi amiga—. Ellos
ya se lo saben.
Sin dar crédito, miro el papel que me tiende.
¡Lamadrequelaparióquéagustitosequedó!
Leo los títulos de las canciones. Me las sé todas, y
Verónica lo sabe. Y, cuando sonrío al ver algunos temas,
oigo que Begoña cuchichea:
—Estamos todos muy emocionados por lo que vas a
hacer.
¡¿Todos?! ¿Quiénes son todos?
Acto seguido miro hacia el lugar donde señala y veo a
todos los Acosta, junto a la zorra de Margot, sonriéndome, y
a Liam con una sonrisa de completa felicidad. Y, consciente
de que no hay otra salida, aunque no tengo cuerpo para
ello, hago de tripas corazón y afirmo:
—Allá voy.
Vero y Begoña aplauden felices, y yo, como si fuera
pisando huevos, me dirijo al escenario, junto al que están ya
Toño y sus músicos. Parecen muy contentos, pues ha sido
una suerte que les haya salido un bolo con los gastos
pagados en Tenerife. Y, tras aclarar un par de detalles sobre
las canciones con ellos, subimos al escenario y la gente de
la boda se arremolina de inmediato alrededor de este.
Quieren seguir pasándoselo bien.
Desde donde estoy veo a Liam. Su expresión de orgullo y
felicidad me llena el corazón, aunque inevitablemente
pienso que pronto me odiará y su gesto cambiará de forma
radical.
Mientras los músicos terminan de colocarse y enchufar
sus instrumentos, fabrico una sonrisa, cojo el micrófono y
digo:
—Bueno, bueno, bueno..., ¿estáis preparados para
pasarlo bien?
Lógicamente, todos gritan «¡Síííííí!». Y, viendo a los
Acosta sonreír, sé que necesito dirigirles unas palabras
antes de que ya no pueda hacerlo.
—Les prometí a Begoña y a Gael que cantaría el día de su
boda —empiezo— y, aunque he intentado escaparme...,
¡aquí estoy! —Todos sonríen y yo, mirando a los novios,
añado—: Aunque ya os lo he dicho, os lo repito, os deseo la
mayor felicidad del mundo y que la vida siempre esté a
vuestro favor.
Gael y Begoña levantan sus copas en mi dirección, y acto
seguido continúo, mirando a Liam:
—Tú, cariño, el hombre más guapo y sexy que creo que
conoceré en mi vida..., quiero que sepas que lo que he
vivido contigo ha sido y es muy especial. Jan y tú sois lo
más bonito que tengo, y nunca le agradeceré lo suficiente a
Verónica que un día me llamara para hacerme una
proposición indecente...
De nuevo, todos sonríen. Mi amiga me lanza un beso, y
Liam con la mirada me lo dice todo.
Uf..., ¡qué difícil es esto...! Me estoy emocionando. Lo
noto en la voz.
Y, sin querer ahondar más en Liam, finalizo:
—Quiero dedicar las canciones que van a sonar a todos
los que estáis aquí y, si me lo permitís, en especial a los
Acosta... Siento que debo darles las gracias porque desde el
primer momento se han portado conmigo de una manera
ejemplar y me han hecho sentir parte de su familia. Por ello
solo puedo decir: gracias, gracias y gracias..., os aseguro
que nunca lo olvidaré.
Horacio me lanza un beso emocionado, al igual que hacen
Xama y Florencia. Y yo, sabiendo que o me callo o el drama
está asegurado, me vuelvo y, tras hacer una señal a los
músicos, estos comienzan a tocar.
Como esperaba, la gente baila, lo pasa bien, mientras en
el escenario yo canto y bailo salsa, merengue, pop...,
aunque siento que tengo el corazón completamente roto.
Me siento fatal. Pero aquí estoy..., disimulando y siguiendo
la lista de canciones que Verónica me ha preparado.
Durante un rato voy dedicando canciones a todos los que
veo desde el escenario, y cuando toca interpretar Te felicito,
de Shakira y Rauw Alejandro, estoy por dedicársela a la
zorra de Margot, pero al final no lo hago. Mejor paso de ella.
Sabemos que tenemos agotada a la gente de tanto bailar,
por lo que decidimos bajar el ritmo y, tras animar a Naím a
que salga a cantar, lo hago subir conmigo al escenario para
cantar dos temas que sé que son especiales para él y para
Verónica: A un beso, de Dana Paola, y Tu olvido, de Carlos
Macías.
Me conmueve sentir el amor que Naím y Verónica se
profesan, me gusta, me enamora...
Y cuando acabamos esas canciones y Naím baja de nuevo
del escenario y miro cuál es la siguiente que he de
interpretar, el vello de todo mi cuerpo se eriza. Ahora toca
una preciosa pero triste canción de desamor y, sin decirlo,
siento que se la dedico a Liam.
Comienzo a cantar el tema titulado ¿Con qué se pega un
corazón?, de Yuridia, y con el cuerpo tenso miro a Liam y sé
que, en cierto modo, con esa canción me estoy despidiendo
de él. De mi amor... Del hombre que ha hecho que durante
un tiempo mi vida haya sido preciosa, pero del que ahora
debo separarme por su bien.
Siempre me ha encantado esa canción. Es la típica para
rebozarse en la propia mierda y, sin duda, yo me estoy
rebozando bien rebozada mientras la interpreto y noto cómo
mi corazón se va despegando cachito a cachito y sé que
seré incapaz de repararlo.
Como dice la letra, de amor nadie se muere, y sé que yo
tampoco me voy a morir, pero, ¡joder!, cuánto siento lo que
van a sufrir Liam y Jan... Yo también sufriré, pero en mí no
pienso. Solo puedo pensar en el dolor que les voy a
ocasionar a ellos.
Desde que he subido al escenario me estoy despidiendo a
través de la música de todas las personas tan increíbles que
he conocido aquí, que tanto cariño me han dado, e intento
devolvérselo haciendo lo que voy a hacer, aunque ellos
nunca lo sepan y mi corazón quede destrozado.
Cuando la melodía acaba todos aplauden. Les ha gustado
la romántica canción y el sentimiento que he puesto en ella.
Y, mirando a la banda, los animo a seguir. Mejor que no
paren o no podré continuar. Canto, canto y canto, y cuando
termino el repertorio que tengo con el grupo, Toño me deja
su guitarra y, cogiéndola, tomo aire y mirando a Liam
murmuro:
—Esta es mi última canción. Cariño..., esta va solo para ti
y para Jan. Os quiero.
Según digo eso, se oye un esponjoso «ohhhhhhh», y Liam
sonríe.
¡Dios, cómo lo quiero!
Sola, acompañada únicamente por la guitarra, comienzo
a entonar mi particular versión romántica de Can’t Take My
Eyes Off You, esa canción que tanto le gusta a mi Gordunflas
y que tan especial es para Liam y para mí.
Cierro los ojos. El dolor que siento me está despedazando
el corazón, mientras por mi mente pasan preciosas
imágenes de momentos vividos con mis dos hombres: los
tres en la piscina con los perros, Liam y yo en la playa de
Güigüí, Jan bebiendo del cazo de Tigre y el consiguiente
gesto de Liam... Recordar todo eso me hace sonreír. Sin
duda es mejor haberlo vivido que habérmelo perdido. Y,
abriendo los ojos, vuelvo a mirar a Liam y, con una sonrisa,
termino de cantarle nuestra canción.
Tras los últimos acordes con la guitarra todos me miran
en silencio. Sin proponérmelo he creado un precioso
momento. Y de repente estallan en aplausos. Como puedo,
sonrío. Miro a Liam, a Vero, a Horacio... Incluso miro a la
zorra de Margot. Los miro a todos mientras soy consciente
de que este es el principio del fin.
Acto seguido bajo del escenario y todos me felicitan, me
hacen saber lo mucho que han disfrutado conmigo, y yo
intento sonreír.
Liam se me acerca y me besa. Nuestro beso hace que
todos a nuestro alrededor aplaudan felices, y a mí se me
saltan las lágrimas. ¿Por qué esto tan bonito que estoy
viviendo tiene que acabar?

***
La siguiente hora, mientras la DJ vuelve a pinchar en el
escenario, hablo, bailo y finjo que me divierto. Pero en un
momento dado en el que veo que Margot va hacia el baño,
sin dudarlo, me dirijo yo también hacia allí.
Entro y, tras observar que no hay nadie, me acerco a ella
en actitud intimidatoria y siseo:
—Quiero ese contrato firmado.
—Querida..., ese contrato solo se firmará cuando vea con
mis propios ojos que lo vuestro se ha acabado.
Asiento, intuía que querría algo así, y entonces oigo que
añade:
—No soy tonta y sé que, una vez firmado el contrato,
podrías jugármela y contarles lo sucedido a los Acosta...
Aunque, la verdad..., ¿quién te iba a creer? —Resoplo. «Esta
se traga los dientes», pienso, y luego dice—: Sé que tus
padres tienen antecedentes penales y venden drogas.
¡Me cago en su vida!
—Y también sé que si alguien diera un chivatazo de lo
que guardan en el suelo de la cocina —añade—, irían
derechitos a pasar una buena temporada en la cárcel. Y, la
verdad, eso sería un escándalo para Liam... ¡Sus suegros en
la cárcel! ¡Qué vergüenza pasaría!
Cojo aire. Lo cierto es que lo que les pase a esos dos,
aunque esté muy feo decirlo, me da igual. En cambio, lo que
le pase a Liam, no. Luisa y Jesús son mis padres biológicos,
aunque nunca hayan ejercido como tales, por lo que no les
tengo ningún cariño. Aun así me joroba que me tenga tan
estudiada y los haya metido a ellos en la ecuación.
Estoy mirándola con odio cuando, bajando la voz,
termina:
—Así que si se te ocurre irles con el cuento a los Acosta,
tus papaítos irán derechitos a la cárcel y ese rumano que
toca el violín, al que me consta que quieres mucho, se
encontrará con muchas dificultades...
Vale, ahora sí que me toca la moral. Que meta a mi amigo
en esto es lo que me hace reaccionar y, mirándola, siseo:
—Si te atreves a hacer algo en contra de Vasile, te juro
que...
—Querida, no es mi intención, siempre y cuando tú
mantengas la boca cerradita.
Tomo aire de nuevo. Esta tía me está llevando al límite.
—Mañana —agrega a continuación— toda la familia
Acosta comeremos en El Valhalla y...
—Qué asco me da pensar que ellos te consideran una
más de la familia —la corto.
Margot sonríe, se atusa el pelo y afirma:
—Depende de ti que mi cuñado firme o no mañana.
—Firmará —gruño con ganas de matarla.
Ella cabecea, se siente ganadora.
—Querida..., como te he dicho, cuidaré bien de Liam —
musita.
Oír eso me enferma. Pensar que ellos puedan terminar
juntos y que pueda convertirse en la madre de Jan me parte
en dos. Pero, dispuesta a sacrificarme por Horacio y por
Bodegas Verode, aseguro:
—Mañana a las doce Liam irá a recoger a Jan a casa de
Florencia. Debes estar allí para acompañarlos a los dos de
vuelta a nuestra casa. —Pensar en lo que tengo planeado
hacer me duele, me destroza, pero tomando aire digo—:
Más vale que tu cuñado firme el contrato en El Valhalla nada
más llegar, porque como no lo haga te aseguro que te voy a
buscar, y esta vez no me va a importar nada lo que los
Acosta piensen de mí.
—Qué barriobajera eres —suelta ella.
Según dice eso, asiento.
—Mejor ser barriobajera que una vulgar zorra sin
escrúpulos como tú —replico.
Margot sonríe con superioridad, y en ese instante se abre
la puerta del baño y Verónica entra corriendo.
—Paso..., paso..., ¡que me meooooo!
Como una exhalación, pasa por delante de nosotras y,
cuando desaparece en uno de los cubículos, Margot me mira
de nuevo y cuchichea:
—Disfruta de tu última noche con él, querida.
Dicho esto, sale del baño dejándome terriblemente
mosqueada. Dispongo apenas de unas horas para orquestar
lo más horrible que he tenido que hacer en la vida. Y,
sacando mi teléfono del bolsito que llevo, busco el nombre
de Alessandro y, tras escribirle la dirección de la casa de
Liam, añado que lo espero allí a las doce de la mañana.
Al escribir eso, lo miro. Me cuesta mandarlo, pero justo
cuando Verónica sale del aseo, le doy a «Enviar» sin
dudarlo. Rápidamente guardo el teléfono de nuevo en el
bolso y, tras abrir el grifo, me lavo las manos. Mi amiga se
me acerca entonces y pregunta al ver mi gesto:
—¿Qué te pasa?
—Nada.
—Pececita Madrileña... —se mofa—, ¡que te conozco!
¡Joder!
No. No. No. No puede quedarse con esa sensación... Y,
sonriendo, hago un aspaviento de los míos y murmuro:
—Estoy algo perjudicada.
—¿Demasiada agüita con misterio?
Asiento de inmediato. Prefiero que piense que voy algo
borracha a que empiece a pensar cosas que no son.
—Lo admito —digo.
Vero niega con la cabeza. Está tan feliz y contenta que no
repara en nada más y, cogiéndome del brazo, salimos
juntas del baño y vamos directas a la pista, donde
comenzamos a bailar salsa mientras yo estoy que no estoy.
Una hora después la fiesta se da por concluida y, tras
despedirnos de todos, Liam y yo montamos en su coche. De
camino a casa intento ser chispeante e ingeniosa. Son
nuestras últimas horas juntos y quiero disfrutarlas todo lo
que pueda y más.
Una vez que llegamos, nada más entrar en la parcela
Tigre, Pepa y Pepe vienen a saludarnos y, acto seguido,
entramos en la casa, donde, tras tirar mi bolso al suelo, me
abalanzo sobre Liam y, con auténtica desesperación, le
hago el amor.
Capítulo 60

¡Qué noche tan mala he pasado! Cuando Liam se durmió yo


no pude hacerlo, pues tan solo podía pensar y planear la
peor cosa que voy a hacer en mi vida...
Liam se ha ido a buscar a Jan a casa de Florencia. Sé que
no tardará en regresar —tal vez acompañado de Margot—
para recogerme e ir luego a El Valhalla, donde la familia va
a reunirse con el americano para comer, y estoy de los
nervios.
Alessandro me ha escrito. Viene de camino hacia la casa,
y estoy pensando en ello cuando suena el videoportero.
Rápidamente miro la pantalla y, al ver que Agoney, el
vigilante, está junto a un coche que no conozco, digo:
—¿Sí?
Agoney, que menudo es, enseguida mira hacia la cámara
y contesta:
—Señorita, aquí hay un caballero que dice que viene a la
casa.
—¿Cómo se llama?
Veo que Agoney le pregunta su nombre. Yo sé
perfectamente de quién se trata, pero si hago esto es para
que al vigilante le quede claro que se trata del italiano.
—Dice llamarse Alessandro Camps —responde.
—Ábrele la valla.
A través de la pantalla veo que Agoney se mueve
incómodo, y acto seguido dice:
—Disculpe..., pero el señor Acosta no me dijo que
esperara ninguna visita.
Lo sé, sé que cuando va a venir alguien hay que avisar al
vigilante.
—Es mi amigo Alessandro, que pase —insisto.
—Pero...
—Agoney —replico poniéndome repelente y asquerosa—,
he dicho que lo dejes pasar.
—Al señor Acosta no le gusta que entren desconocidos en
su casa.
Lo sé..., a mí tampoco me gustaría.
—Pues llámalo y díselo, pero abre la puñetera valla para
que Alessandro pueda pasar —suelto.
El hombre al final asiente. Sé que lo que acabo de hacer
desembocará en una llamada a Liam, pero eso es
precisamente lo que quiero, que lo llame.
Con expresión molesta, Agoney entra en su garita. Si
antes le caía mal, tal y como le he hablado, ahora le caigo
aún peor. Entonces veo que la valla se abre. ¡Bien!
De inmediato pulso el botón que abre la puerta de la
parcela y, segundos después, Alessandro entra con su coche
mientras yo veo cómo Agoney coge el teléfono y llama a
alguien.
Alessandro detiene el vehículo y salgo de la casa. Pepa,
Pepe y Tigre ya van a su encuentro y, dándoles un silbido,
hago que se paren. Bueno..., hago que se paren Pepa y
Pepe, porque Tigre sigue en su línea: se abalanza sobre él y
lo pone fino a lametazos y pisotones.
Sonriendo, me acerco al italiano y, tras quitarle a Tigre de
encima y saludarlo, él mira la preciosa casa de Liam y
exclama:
—¡Qué pedazo de casoplón...! ¿Es aquí donde vives?
Yo asiento y, tras tomar aire, me apresuro a decir:
—Necesito tu ayuda.
Enseguida veo que su gesto cambia, y me invento una
milonga acerca de que estoy harta de mi relación con Liam,
tanto en lo personal como en lo laboral, y le digo que hemos
acordado que hoy me marcharía con él. De inmediato
Alessandro me ofrece su ayuda.
Acto seguido, y sin tiempo que perder, me dispongo a
recoger mi equipaje. Lo tengo todo preparado. Realmente
no tengo muchas cosas en esta casa, pues todo es de Liam,
a excepción de lo que hay en mi cuarto.
Estamos empezando a meterlo todo en el vehículo de
alquiler del italiano cuando el corazón se me acelera al ver
que la puerta de la parcela comienza a abrirse.
¡Es Liam, que regresa ya con Jan!
Me tenso. ¡Dios..., esto va a ser terrible!
Con el rabillo del ojo veo que va acompañado de la zorra
de Margot y nos mira con gesto serio desde su coche. Y
cuando para su vehículo junto al de Alessandro, al ver mi
guitarra y el resto de mis cosas en el suelo, se apea
rápidamente y pregunta mirándome:
—Amara, ¿qué pasa?
Al oírlo, tomo aire y, volviéndome hacia él, digo decidida:
—¡Me voy!
De inmediato su gesto se torna más serio todavía.
Margot, saliendo del coche pregunta:
—Por Dios, ¿qué ocurre?
Veo que Liam se vuelve hacia ella con cara de no
entender nada y, acercándose a mí, va a cogerme del brazo
cuando yo me aparto y suelto mirándolo a los ojos:
—Me voy con Alessandro.
—¡¿Qué?! —murmura él.
—No tengo que darte más explicaciones.
Veo que Alessandro también me observa desconcertado,
pues esto no es exactamente lo que le he contado, pero
insisto:
—Mira, Liam..., me he dado cuenta de que me he
precipitado contigo.
—Amara..., pero ¿qué dices...? —susurra él.
—¡Digo que me voy! —exclamo fingiendo indignación.
Liam niega con la cabeza.
—Por favor..., ¿podrías entrar en casa y hablamos?
—No. No tengo nada que hablar contigo —replico.
Margot se acerca entonces a él con gesto compungido y
lo agarra del brazo.
¡Joder..., joder..., que no voy a poder contener las ganas
que tengo de zumbarle...!
Sigo metiendo mis cosas en el coche de Alessandro, que
me mira con gesto serio, cuando Margot, acercándose a él,
le tiende una mano y dice:
—Soy Margot, ¿y tú eres...?
El italiano, que es muy educado, enseguida se la estrecha
y responde:
—Alessandro.
Doña Querida sonríe, y entonces mi amigo se vuelve
hacia Liam con la mano tendida y señala:
—Imagino que tú eres Liam, ¿verdad?
Él asiente, veo que piensa durante unos instantes si
saludarlo o no, pero, haciendo gala de su caballerosidad,
finalmente le estrecha la mano y afirma:
—Sí.
Uf..., uf..., la tensión que hay en el ambiente se podría
cortar con unas tijeras...
Conozco a Liam y, cuando pone ese gesto, malo, malo...
Acto seguido se acerca a mí.
—¿Me puedes decir por qué estás haciendo esto? —
inquiere furioso.
No respondo, quiero cabrearlo todo lo que pueda para
que me odie.
—Amara, querida, ¿qué sucede? ¡Contéstale! —susurra.
Oy..., oy..., oy..., ¡que le doy a doña Querida! ¡Que le doy!
E, incapaz de callarme, siseo:
—Mira, reina de pacotilla..., ¿qué tal si te metes tu fina
lengüecita por el culo?
Según digo eso pienso en lo ordinaria que he sido. Vale, lo
asumo, lo acepto... Y de inmediato veo que Margot mira
escandalizada a Liam y este suelta:
—Amara, te estás pasando.
¿Que me estoy pasando? ¡Me cago en la leche...!
Si pudiera hablar..., si pudiera decirle y demostrar... Pero,
en vez de hablar y decir, sigo metiendo las cosas en el
coche de Alessandro como si no hubiera un mañana. Es lo
mejor que puedo hacer.
Con el rabillo del ojo veo que Liam me observa. Su mirada
es dura, implacable, no entiende qué es lo que ocurre. Y de
pronto me quita la guitarra de las manos y, con gesto
ofuscado, sisea:
—¡Basta ya! ¿Quieres parar, mirarme y decirme qué
narices te ocurre?
Uff, no..., no..., no...
No quiero parar...
No quiero mirarlo...
No quiero decirle...
—¡Mamáááááá! —oigo que grita de pronto Jan desde el
interior del coche.
Oír su vocecita llamándome me destroza, y entonces,
mientras soy consciente de que tengo que terminar con
esto ya, suelto con toda mi mala baba:
—Ocurre que no te quiero. Ocurre que nos hemos dejado
llevar por un absurdo romanticismo. Y que, tras la boda de
ayer, me he dado cuenta de que deseo irme con Alessandro
porque no quiero casarme contigo ni ser la madre de nadie.
¡Eso es lo que ocurre!
—¡Oh, Dios santo...! —murmura Margot con gesto de
sorpresa.
Liam me mira. Siento que mis palabras lo han dejado
fuera de juego. Por Dios, qué dolor notar su mirada de
decepción y rechazo. Imagino que por su mente están
pasando momentos, imágenes, que él ahora intenta
descifrar. Y para echar más candela, le quito mi guitarra de
las manos y, tras dársela a mi amigo, añado:
—Regreso a Madrid con Alessandro. Quiero seguir con mi
vida de antes en vez de continuar jugando al absurdo juego
de las casitas con niño incluido... —y, fabricando una sonrisa
endemoniada, termino—: Dale recuerdos a tu familia y diles
que, si vuelvo a Tenerife, pasaré a visitarlos.
Liam ni se mueve. No sé si respira siquiera. Creo que le
acabo de dar uno de los mayores palos de su vida; entonces
Margot lo coge del brazo y él, reaccionando, sisea:
—Eso último te lo puedes ahorrar. Dudo que quieran
verte.
—Totalmente de acuerdo contigo, querido —afirma
Margot y, mirándome, añade—: ¡Qué mujer tan
desagradecida!
Uf..., uf... Me rasco la frente y, antes de que yo misma
pueda frenarme, dando un paso agarro a Margot del brazo,
se lo retuerzo y, cuando esta grita, escupo:
—Una cosita...
—¡Suéltala! —me ordena Liam de inmediato.
Consciente de lo que he hecho, la dejo ir y él,
interponiéndose entre nosotras, me mira y sisea:
—Ni se te ocurra volver a tocarla.
Lo miro. Me mira. De reojo veo que ella sonríe, y entonces
Liam murmura:
—Tenías razón, Margot... Amara no era de fiar.
¿Cómo? ¿En serio esa zorra le había dicho eso?
—Te lo dije, cielo —afirma ella con gesto inocente.
—Se cree el ladrón que todos son de su condición —digo
con furia.
Al oír eso, Liam mueve la cabeza. Su gesto de enfado me
hace saber que ya nada de lo que me diga será bonito.
—Ella, al menos, nunca me ha decepcionado porque
siempre ha estado ahí cuando la he necesitado, algo que no
puedo decir de ti... —indica.
—¡Uf, qué pereza! —lo corto y, con mala baba, siseo—:
Mira, Friki del Control..., paso de tus tonterías.
Liam me mira sin dar crédito. Nunca antes me había
mirado de ese modo.
En ese instante Jan comienza a llorar y él, dándose la
vuelta, va hacia el coche, de donde poco después saca al
niño.
Jan sonríe al verme y me llama, me echa los brazos. Yo
me muero por cogerlo y comérmelo a besos, pero oigo que
Liam dice:
—Ella no es tu mamá, Cacahuete.
Uf, qué daño... ¡Qué dolor siento al oír eso!
El niño insiste. Sigue mirándome, llamándome y
extendiendo las manitas hacia mí, pero Margot lo coge en
sus brazos y musita:
—Mi bebé... Siempre has sido mi bebé.
Liam me observa entonces con ese gesto de superioridad
con el que me miraba cuando me conoció y ordena:
—Termina de recoger tus cosas y vete de aquí.
Asiento. Sus palabras secas me hacen pupa, mucha pupa.
—Deja las llaves en el suelo antes de irte —añade—. No
vuelvas a entrar en mi casa nunca más.
Dicho esto, se acerca a Margot y, con mi pequeño, del
que no he podido despedirme, los tres se alejan mientras yo
siento que me falta el aire y tengo unas terribles ganas de
llorar. Lo he hecho... He hecho que me odie. Que me eche
de su vida.
Y, cuando por fin desaparecen, Alessandro murmura
mirándome:
—No entiendo nada, Amara.
Yo tampoco, pero indico:
—Terminemos y vayámonos.
Un par de minutos después, tras meter el último bulto en
el coche, llamo a mi perro.
—Tigre, ¡ven aquí!
Él viene a toda prisa, pero cuando voy a cogerlo para
meterlo en el trasportín, me hace la trece catorce y me veo
corriendo tras él, Pepa y Pepe por el jardín.
«No. No. No... Ahora no es momento de jugar, Tigre.
¡Nooooooo!»
Pero él parece no estar de acuerdo conmigo, y Pepa y
Pepe tampoco. No hay manera de coger a mi perro y,
horrorizada, ya no sé qué hacer. No puedo irme y dejarlo
aquí. Por lo que, agachándome, miro a Tigre y digo con voz
dulce:
—Cariño..., tenemos que irnos a casa. A Madrid.
Pero ni cariño ni leches en vinagre... El perro sigue en sus
trece, hasta que consigo agarrarlo de una pata y, tras
revolcarme por el jardín, me hago con él, voy hasta el coche
enfadada y por fin consigo meterlo en el trasportín.
Pepa y Pepe ladran. Tigre ladra también. Y yo, con el
corazón destrozado y a mil por las carreras que me he
metido, voy a agacharme para despedirme de los perros de
Liam cuando veo que este me observa desde la cristalera
de la cocina y sé que debo irme sin decirles adiós.
Demostrar el cariño que les tengo tras lo que he dicho de él
y de Jan no viene a cuento, por lo que, abriendo con el
mando la cancela, dejo las llaves en el suelo como me ha
pedido y, tras ponerme mi casco, y ver que Alessandro sale
con su coche, monto en mi moto y... salgo de la casa sin
mirar atrás.
Cuando paso frente a la garita de Agoney, este me mira.
Yo lo miro y, para mi sorpresa, veo que levanta una mano y
me dice adiós. Sin dudarlo, hago lo mismo y me despido de
él.
Capítulo 61

Estoy en el hotel donde se hospeda Alessandro y mi


teléfono suena, suena y suena.
Tengo llamadas de Horacio, de Florencia, de Naím, de
Xama..., de casi todos los Acosta, vamos. Aunque la que no
deja de llamar sin parar es Verónica.
Madre mía..., ¿y qué le cuento yo ahora a mi amiga?
Desde que he llegado al hotel no he podido dejar de
llorar, mientras Alessandro, que no pregunta, llama al
aeropuerto para buscarme un billete y solicitar la recogida
de mi moto.
Quiero irme ya..., ¡ya!, ¡ya!
Agobiada, miro el reloj. Son las tres de la tarde. Está claro
que los Acosta ya habrán comido, y, al ver que Vero vuelve
a llamar, sé que tengo que cogérselo. A ella sí. Así pues,
tomando aire, salgo a la terraza de la habitación y contesto:
—Dime.
—¡¿«Dime»?! —oigo que grita enfadada—. ¿Cómo que
«dime»? ¡Dime tú!
Me quedo unos segundos en silencio. Entiendo su enfado,
yo también estaría como ella.
—Por el amor de Dios, Amara, ¿qué ha pasado?
—Vero...
—¿Dónde estás?
—Eh...
—Liam está cabreado, destrozado... Lo disimula, pero lo
está. Ha llegado a El Valhalla con Margot y...
—Verónica... —la corto dolorida—, ¿me vas a dejar
hablar?
Mi amiga se calla, yo también, y después de unos
segundos, digo:
—Liam y yo no podemos estar juntos.
—¡Pero ¿qué tontería estás diciendo?!
—Somos diferentes.
—Pero, Amaraaaaa...
Y, comportándome como una cabrona, insisto:
—Me... me pidió que me casara con él y... ¡no!, no puede
ser. Es... es mejor cortar esto antes de hacer una tontería
y...
—¿Que te ha pedido que te cases con él?
Asiento mientras las lágrimas me corren por las mejillas y
me apresuro a añadir:
—Pero no le digas que te lo he contado... Creo que no le
gustaría.
De nuevo nos quedamos en silencio. Creo que lo de la
petición ha dejado sin palabras a mi amiga, pero entonces
oigo que murmura:
—No te entiendo, Amara... Llevas toda la vida queriendo
encontrar un amor de esos que ves en las películas y, ahora
que lo encuentras, ¿lo rechazas?
Vale, tiene más razón que un santo. Visto cómo se lo he
contado, ¡a mí no hay quien me entienda!
—Amara, si hay alguien compatible en este mundo sois
Liam y tú, y...
—Verónica, no...
—Amara, sí... —insiste.
De nuevo hay otro silencio entre nosotras, hasta que oigo
que dice:
—No soy capaz de comprenderte. Anoche, en la fiesta de
la boda, estabas bien. Cantaste, bailaste, te vi divertirte con
Liam. Te vi besarlo con amor... Pero... pero algo pasó. No sé
qué es, pero estoy convencida de que pasó algo para que
ahora estés reaccionando así.
—Lo que pasó fue que esta mañana me he dado cuenta
de que...
—¡Que no! —me corta—. Que te conozco bien y ¡eso no
me vale!
Resoplo. Resopla. Está claro que lo que he hecho es tan
absurdo, ha estado tan fuera de lugar que no sabe qué
pensar. Soy de las que van a por lo que quieren. Ella lo sabe
y también lo sé yo. Pero esta vez no puedo. Esta vez, si voy
a por lo que quiero, mi decisión traerá problemas. Estoy
atada de manos y pies. No puedo hacer nada y,
desesperada, rompo a llorar.
Sé que Verónica oye mis gemidos, pero no los puedo
evitar.
—Lo quieres, del mismo modo que quieres a Jan. Lo sé —
insiste Vero—. Y, por mucho que intentes negarlo, no me
vas a convencer.
Asiento porque no puede verme. Claro que lo quiero.
Siento que ahora mi vida no tiene sentido. Y, queriendo
saber si el maldito contrato se ha firmado ya, pienso cómo
preguntárselo sin que sospeche que me interesa, así que
tomo aire, me seco las lágrimas y digo:
—¿Ya has comido?
Verónica resopla.
—Sinceramente, Amara, la comida es lo último que me
preocupa en este momento —dice—. Quiero verte. ¿Dónde
estás?
—No voy a decírtelo.
—¿Por qué?
—Porque, aunque te quiero, no deseo verte...
—¡Pero ¿tú eres tonta?!
Asiento. Sin duda, lo soy, y mintiendo suelto:
—Ya no estoy en Tenerife.
—¿Dónde estás?
—En otra isla —vuelvo a mentir sin concretar.
Conociéndola, esta se viene a nado. Y agrego—: Mañana
regreso a Madrid.
Verónica maldice. Por su boca salen sapos y culebras.
Esta es como yo: cuando abre el buzón, ¡madre mía, lo que
puede salir por él!
—¿Quieres a Jan? —murmura a continuación—. ¿Qué
estás haciendo?
—Sí que lo quiero.
—¿Y si lo quieres como puedes irte así?
Joder..., joder, qué difícil es explicar algo sin decir la
verdad. Y, consciente de que he de ser fría y desapegada
con ese tema, contesto:
—Lo quiero porque es un niño y a los niños se los quiere...
—Pero, Amara...
—Vero —la corto—. ¡Era su niñera! ¿Cómo no lo iba a
querer?
—¡Joder, Amara, te llama «mamá»!
Asiento, el corazón me tiembla cuando oigo eso, aunque
replico:
—Pero no soy su mamá, Verónica... Del mismo modo que
no soy la persona ideal para Liam. Él... él tiene planes de
futuro en los que yo no encajo. Además, su mundo y el mío
no tienen nada que ver, y yo... yo soy una chica de barrio.
—¡Me cago en la leche! Pero ¿qué gilipolleces estás
diciendo?
Oír eso me hace sonreír.
—Ratona, tranquilízate... —cuchicheo.
—¡¿Que me tranquilice?! —grita ella—. Pero, vamos a ver,
¿acaso yo no soy también una chica de barrio, y a mucha
honra?
—Sí.
—¿Y me puedes explicar en qué nos diferenciamos tú y
yo?
Resoplo. Si hay alguien cabezota en este mundo, esa es
Verónica. Cuando algo no le cuadra le da vueltas y más
vueltas.
—Conozco a los Acosta y ninguno de ellos es un clasista
—insiste—, por tanto, ¿puedes contarme quién narices te ha
dicho eso?
Joder..., joder..., qué boca tan grande tengo...
—¿Ha sido la idiota de Margot? —suelta a continuación.
—Nooooooooooooooo —me apresuro a negar.
¡Joder, con la jodía! E, intentando no levantar la liebre,
insisto:
—Sabes que yo siempre he dicho que Margot es
encantadora. Conmigo no ha podido portarse mejor, y lo
sabes.
Verónica guarda silencio. Conociéndola como la conozco,
y sabiendo lo observadora que es, estará repasando en su
mente todo lo sucedido. De pronto oigo que dice:
—Ahora que lo pienso..., cuando te vi anoche con Margot
en el baño estabas un poco rara. Es más..., te lo pregunté.
¿Lo recuerdas?
Bueno, bueno, bueno..., esta comienza a hilar muy fino.
—Ay, Dios, Vero, ¡no digas tonterías tú ahora! —musito—.
Eran las cinco de la madrugada, había bebido un poquito de
más y estaba cansada. Y en cuanto a Margot, quítate esa
idea de la cabeza, sabes que siempre he tenido muy buen
rollo con ella.
Ella no contesta. Las dos nos quedamos en silencio. Y yo,
necesitando saber, pregunto:
—¿Todo bien por ahí?
—Pues mira, no, ¡nada bien! Liam está destrozado, Jan no
para de llorar y todos estamos preocupados por ellos y por
ti. No entendemos nada.
Me siento mal. Fatal. Odio que por mi culpa los dos
hombres de mi vida estén sufriendo. Y entonces Verónica
añade:
—Lo único bueno es que el americano por fin ha firmado
el contrato y Horacio se ha relajado ya.
Asiento mientras sonrío y cierro los ojos. Eso era lo que
necesitaba saber.
—Por favor, cariño, dime dónde estás —insiste mi amiga
—. Prometo no decirle nada a Liam, pero tengo que verte y
hablar contigo. Necesito entender por qué te has marchado
de esta forma cuando sé que estabas feliz. Liam te quiere,
el niño te adora, todos te...
—Verónica —la corto—. Nos vemos en Madrid.
—Amara, nooo —murmura ella con un quejido.
Trago saliva. Oír eso me indica que está llorando.
—Por favor, no llores —susurro.
Pero mi Vero llora. El embarazo la tiene más sensible de
lo que es y entre jadeos vuelve a repetirme que no entiende
nada, que tenemos que hablar. Me pide que no me vaya.
Que regrese a su casa si no quiero volver a casa de Liam,
pero yo me niego. En ese sentido soy implacable. Tengo que
desaparecer de la isla y no se hable más.
Un buen rato después, tras conseguir tranquilizar un poco
a Verónica, quedo en llamarla cuando llegue a Madrid antes
de colgar.
Y ese mismo día, gracias a Alessandro, mi moto, mis
maletas, Tigre y yo embarcamos en un avión a las nueve de
la noche rumbo a Madrid. Rumbo a mi nueva realidad.
Capítulo 62

El regreso a casa es duro, pues echo de menos cada


segundo del día y de la noche a Jan y a Liam, los dos
hombres de mi vida.
Esta ha cambiado. Ha vuelto a dar un giro de ciento
ochenta grados en todos los sentidos y, la verdad, es una
puñetera mierda.
Leo y Mercedes, que ya ha regresado de su viaje de
novia, vienen a mi rescate advertidos por Verónica. Intentan
hablar conmigo, pero yo oculto la realidad de lo ocurrido. Me
limito a mentir como una bellaca, a decir que lo mío con
Liam era imposible y, oye, al final parece que me creen.
¡Qué buena actriz soy!
Mis amigos, como siempre, son mi gran apoyo. Da igual lo
que diga o cómo me comporte. Ellos están junto a mí, como
dice nuestro tatuaje, en lo malo, en lo bueno y en lo mejor.
Cada noche veo vídeos o fotografías que tengo en el
móvil junto a Liam y Jan. ¡Qué bonitos momentos! Y, por
supuesto, me rebozo bien rebozada en mi miserable mierda
escuchando canciones de amor, hasta que un día termino
por vetar al Alborán y al Carrasco. ¡No puedo más!
Leo y Mercedes me acompañan a arreglar los papeles
para irme a Suecia el 15 de octubre, lo que supone un gran
disgusto para ellos. No quieren que me vaya tan lejos, pero
al final logro convencerlos. Les aseguro que estaré allí
durante un año y, pasado ese tiempo, regresaré... Algo que
no sé si haré, pero como me estoy volviendo tan mentirosa,
¿qué importa una mentira más?
Retomamos las videollamadas del Comando Chuminero.
Con buen humor, y mientras nosotros tres nos ponemos
finos filipinos a tortillita de patata y a calamares en el bar,
hablamos con Vero, y cuando esta se entera de que me
marcho a Suecia el 15 de octubre se echa a llorar
desconsoladamente. Todos intentamos hacer que pare,
sentimos una gran impotencia al verla a través de la
pantalla y no poder abrazarla, por lo que, cuando después
de las burradas que Mercedes dice esta deja de llorar y
comienza a reír, respiramos aliviados. No podemos verla
llorar.
Mi cumpleaños y el de Vero es el 30 de septiembre. Faltan
diez días para el mismo y, como esperaba, mi amiga deja
claro que vendrá a Madrid para que lo pasemos juntas. Me
alegra un montón saberlo. Desde que nos conocemos
siempre, siempre, hemos celebrado nuestro cumpleaños
juntas. Y de inmediato comenzamos a hablar de organizarlo
en el Melapela este año con nuestro grupo de amigos.
¡Me parece genial! Será una buena manera de
despedirme de todos antes de irme a Suecia.
Verónica me llama a diario. Hay días que incluso dos y
tres veces. A petición de Liam, me pregunta cosas de la vida
del niño que solo sé yo, y rápidamente se las contesto.
Quiero que Jan esté bien, aunque no sea yo quien lo cuide.
Sé por mi amiga que Liam no se separa de él, del mismo
modo que Margot no se separa tampoco de ellos. Eso me
enferma. Imaginarla con los hombres de mi vida me pone a
mil, pero trato de procesarlo y asimilarlo, pues no me queda
otra. Conociendo a mi Vero, sé que lo dice para picarme,
pero yo intento no caer en su trampa.
Después del día de nuestra charla telefónica Verónica no
vuelve a preguntarme por lo sucedido. Eso me sorprende
por su parte, pero intuyo que no lo hace porque le causa
dolor y sabe que a mí también.
Naím me llama por teléfono una noche. Cuando veo su
nombre en la pantalla estoy por no cogerlo, pero, echando
mano de mi valentía, lo hago. Con su tranquilidad de
siempre él habla conmigo. Me hace saber que, aunque no
entiende lo que he hecho, respeta mi decisión, y añade que
necesitaba hablar conmigo para decirme cómo están su
hermano y su sobrino después de mi marcha. Yo no puedo
decirle que no, y mientras me informa de lo mal que lo
están pasando, yo lo escucho con lágrimas en los ojos y
sintiéndome fatal.
¡Soy una cabrona! Sin duda, la mayor que he conocido en
mi vida y que jamás pensé que pudiera llegar a ser...
No obstante, también sé que lo que hice no fue por un
antojo ni porque no los quiera. Al revés, lo hice por amor,
para proteger a Horacio y darles a los Acosta algo que
necesitaban.
Sin embargo, el sentimiento de culpa no me deja vivir. No
solo le he destrozado el corazón al hombre al que amo, al
hombre que me quería, sino que encima le he hecho daño a
Jan, para quien yo era su mamá.
¿Se puede ser peor persona?
Xama no me llama por teléfono, pero sí me manda un
mensaje en el que dice que lamenta mi marcha, que me
quiere mucho y que solo espera que sea feliz. Leer eso de la
niña me emociona, pues me hace saber que ella también
me quería, y le respondo con el mismo cariño y el mismo
amor.
Tras las llamadas del primer día, que no atendí, el resto
de los Acosta ya no han vuelto a llamarme. Imagino que
Liam les habrá pedido que me dejen en paz, que no me
molesten, y ellos, por no incordiarnos a ninguno de los dos,
simplemente lo hacen. Y, la verdad, lo entiendo. Claro que
sí. No ha tenido que ser agradable para ninguno de ellos
comprobar que la Amara cariñosa, entregada y dulce que
conocieron era tan solo una fachada. Imagino que ahora
todos deben de pensar lo peor de mí, porque si yo hubiera
sido la persona que les mostré, nunca me habría marchado
como lo hice. Jamás.
Liam no llama. No ha llamado ni una sola vez. No da
señales de vida.
A él le bastaron mis palabras de aquel día en su jardín
para saber que todo se había acabado entre nosotros. Fui
cruel. Maleducada. Mala. Perra. Fui lo peor con el fin de
conseguir mi propósito, y nunca olvidaré su mirada. Su
mirada dura, desconfiada, enrevesada, triste, furiosa...
Imagino que por su mente tuvieron que pasar miles de
cosas mientras yo le decía todo lo que le decía, y me siento
terriblemente mal.
Dudo que me perdone. Conociéndolo, y sabiendo lo mal
que lleva la traición, si antes era reservado y complicado,
ahora lo será mucho más.
¡Pobre niñera la que llegue a su casa!
Y, aunque me duela, solo espero que algún día conozca a
esa mujer que él se merece, porque, sí, Liam Acosta se
merece una buena mujer para él. No como yo, que soy una
cabrona..., ni como Margot, que es un zorrón.
Por suerte, sé que él sabe que Margot no le conviene. Y
aunque con ella disfrute del sexo, sabe que no es la persona
que él y Jan necesitan en sus vidas. No, no lo es.
Margot es egoísta, una mala persona, una zorra... Desde
mi punto de vista merece infinidad de calificativos, a cuál
peor. ¡Qué manía le tengo!
Sin embargo, dentro de ese odio que siento por ella, lo
sucedido me ha hecho pensar en sus palabras. A ver..., yo
tengo claro que no soy como mis padres biológicos. No
tengo nada que ver con ellos ni con sus trapicheos con las
drogas. Pero si mi historia con Liam hubiera seguido, quizá
en algún momento dado los problemas que Luisa y Jesús
hubieran podido tener con la justicia habrían salpicado a
Liam, al clan Acosta y a Bodegas Verode. Y..., no, yo eso no
lo hubiera podido consentir. Como dijo el zorrón de Margot,
mi clase social y la de Liam no tienen nada que ver, por lo
que en ese sentido tenía razón.
Tigre está raro. Lo veo triste. Fíjate si está raro que no
quiere ni subirse a dormir conmigo a la cama. ¡Me ha
abandonado! Se pasa el día tumbado en la pequeña
terracita que tengo mirando con ojos lánguidos hacia la
calle. Está claro que añora el bonito jardín en el que jugaba
y se meaba a sus anchas, y por supuesto a Pepa y Pepe, sus
grandes amigos y compañeros.
Durante esos días, además de estar con Leo y Mercedes,
quedo con Vasile y Maribel. Necesito compañía, no quiero
estar sola, y gracias a ellos nunca lo estoy.
En alguna de mis salidas nocturnas me encuentro con
Alessandro, que es muy discreto y no me pregunta por lo
que ocurrió en Tenerife. Simplemente se preocupa por
comportarse como un amigo y, a diferencia de otras veces,
no se me insinúa, lo que yo le agradezco mogollón. Como
diría Mercedes, no tengo el chichi para farolillos, aunque
intento seguir siendo la misma vacilona de siempre para
que mis amigos crean que estoy bien. ¡Que continúo siendo
la reina del vacile...!
Y, oye, me quedo de piedra cuando una noche me
encuentro con Óscar en un local, y este, tras mirarme con
desprecio, se da la vuelta y se marcha sin saludarme
siquiera.
¿En serio?
Eso me hace gracia. Está claro que por fin ha pasado
página conmigo y, mira, si me odia, que me odie. Puedo
vivir con eso y más si pasa totalmente de mí. ¡Qué felicidad!
Pero, la verdad, cada día que me levanto solo deseo que
se acabe..., que llegue por fin el 15 de octubre para
montarme en un avión que me lleve a Suecia e intentar
comenzar algo nuevo.
Comenzar... ¿Seré capaz?
No paro. Me paso el día haciendo cosas para no estar
quieta y no pensar. Pero cuando llego cada noche a mi casa
y cierro la puerta, siento que el edificio se me cae encima.
La tristeza me ahoga, me embarga, y al sentirme sola me
permito derrumbarme y llorar. Y entre que Tigre me ignora,
que paso de los amiguitos con pilas que tengo en el cajón
de la mesilla y que me rebozo en mis sentidas canciones de
amor, me duermo día sí y día también llorando como una
magdalena.
¡Cualquier día me voy a deshidratar!
Capítulo 63

Hoy, 30 de septiembre, es mi cumpleaños y el de mi


hermano mellizo. Tumbada en la cama, miro al techo con
una sonrisa y murmuro:
—Felicidades, Raúl. Nos vamos acercando a los
cuarenta...
Y, como cada año, le canto esa canción que tanto le
gustaba, Love of My Life, de Queen, y cuando acabo me
percato sorprendida de que esta vez no he llorado al
hacerlo.
Me incorporo en la cama y sonrío.
¡Hoy es el cumpleaños de mi Vero también!
¡Madre mía, qué mayores nos estamos haciendo!
Y, tras coger mi teléfono móvil, le escribo felicitándola y,
segundos después, ella me devuelve el mensaje.
Naím y Vero acaban de llegar a Madrid y van hacia la casa
de los padres de esta última. Quedamos en vernos en el
restaurante en el que cenaremos juntos.
Una vez que dejo el teléfono, suena el timbre de la puerta
y Tigre comienza a ladrar como si le fuera la vida en ello.
¡Por Dios, qué intenso se pone!
Al abrir veo a un guapo chico con una caja y unos globos.
Boquiabierta, lo miro y él pregunta:
—¿Amara López Santos?
Sin dudarlo, asiento, y el chico, tras entregarme lo que
lleva en las manos, dice:
—Felicidades, señorita López, y que tenga un buen día.
¿«Señorita López»?
Oír eso me hace gracia y..., bueno, también me pone el
vello de todo el cuerpo de punta. Con una sonrisa cojo los
globos y la caja y, cuando cierro la puerta, me fijo en la
tarjetita que hay sobre esta.
El corazón me va a mil. ¿Será algo de Liam?
Me dirijo hacia el salón con Tigre metiéndose entre mis
piernas. Mira que lo he pisado veces, que casi me caigo
otras, pero el tío sigue jugándose mi vida y la suya...
Una vez que dejo la caja sobre la mesa, rápidamente cojo
el sobre y, tras sacar la tarjeta, leo:
¡¡¡Felicidadessssssss!!!
Este desayuno es para que empieces la mañana con fuerza y alegría (porque,
con lo rancia que estás últimamente, intuyo que con un polvo no va a ser...).
Recuerda: a las 21.00 te esperamos en el restaurante Vida Sana. Te quiero
mucho, mucho, y Leo y Verónica también (pero yo más).

Mercedes

P. D. Este regalo es de parte del Comando Chuminero, pero como lo he


encargado yo, me he apoderado de la dedicatoria.

Según dejo la tarjeta sobre la mesa, sonrío. No es de


Liam, pero es de mis amigos. Vuelvo a leer la nota.
Mercedes es la bomba. ¡Qué suerte tengo de tenerla en mi
vida!
Gustosa, abro la caja y, ufff, ¡qué rico todo lo que acaban
de mandarme!
Decido comer, pues me suenan las tripas. Y, en cuanto
voy con la caja a la cocina y me preparo un café, me siento
en la encimera a desayunar todo aquello tan rico que mis
amigos me han enviado, mientras contesto sonriendo a los
mensajes de felicitación que me llegan a través de
WhatsApp.
Durante la mañana Maribel y los padres de Vero me
llaman para felicitarme. Gustosa, hablo con ellos y, cuando
cuelgo, suena de nuevo el timbre de la puerta y al abrir veo
que es Vasile con un precioso ramo de flores.
¡Qué mono!
Mientras me visto, él, que conoce mi casa, coge un jarrón
y las pone en agua. Y cuando salgo al salón, él, Tigre y yo
nos vamos a dar un paseo por El Retiro.
Vasile y yo charlamos de cientos de cosas. Nunca nos
falta tema de conversación. A las dos y media le propongo
que vayamos a comer juntos. Él acepta encantado y, tras
mirar algunas opciones, decidimos sentarnos en una
terracita del parque de El Retiro y pedimos unas raciones.
A las cinco Tigre y yo nos despedimos de Vasile y
volvemos a mi casa, donde sigo recibiendo felicitaciones y
donde me tiro en el salón hasta las siete y media, cuando
me meto en la ducha para posteriormente arreglarme.
Como hemos quedado con el resto de nuestros amigos a
las once en el Melapela, no me pongo muy elegante. Mi
grupo no son de ponerse divinos de la muerte, sino más de
sport. Así pues, me visto con unos vaqueros y una blusa y
estoy perfecta.
A las nueve en punto, tras dejar mi moto aparcada en la
entrada, abro la puerta del restaurante Vida Sana y, cuando
entro en el local, veo a Leo y a Pili. Siempre son los más
puntuales. Y, tras abrazarlos, a los pocos segundos
aparecen Mercedes y María.
Estamos hablando cuando oigo:
—¡Ya estamos aquíííííí!
Al volverme me encuentro con Verónica y Naím. Uf..., lo
que me entra cuando veo a Naím. Me recuerda a él,
muchísimo...
Pero, dejando a un lado mis sentimientos, me centro en
Verónica y, cuando veo que abre los brazos, voy a ella sin
dudarlo y la estrecho contra mí. No nos habíamos vuelto a
ver en persona desde la noche de la boda, y mientras Naím
saluda al resto, esta mirándome dice:
—No tienes ojeras, pero estás más delgada.
Eso me hace sonreír y, fijándome en su tripita, replico:
—Tú estás más redondita.
—El Bicho crece —afirma.
Ambas sonreímos por eso, y luego mi amiga me mira con
intensidad y pregunta:
—¿Estás bien?
Sin dudarlo, asiento. No obstante, sé que no me cree
pues, abrazándome, musita:
—El trabajito que me das...
Oír eso me hace sonreír y, cuando nos separamos, veo a
Naím más allá. ¿Me saludará? ¿No me saludará?
Pero, sí, me saluda. Viene hacia mí y, tras abrazarme,
dice:
—Tenía muchas ganas de verte.
Esas palabras me reconfortan. Sigo siendo la cabrona que
jodió a su hermano y a su sobrino, pero al menos parece
que no me odia. Tras los besos y los abrazos, todos nos
sentamos a cenar.
Como siempre que el Comando Chuminero se junta, la
diversión está asegurada y, encantada, observo a mis
amigos charlar y reír. Los voy a echar mucho de menos
cuando me vaya a Suecia.
Cuando nos conocimos éramos Leo, Mercedes, Verónica
con Zoé y yo. En los últimos años Pili apareció en la vida de
Leo; después Naím en la de Verónica y, por último, María en
la de Mercedes. Su felicidad es también la mía. Ver felices a
las personas que más quiero en la vida hace que mi corazón
rebose..., aunque, en el fondo, también me siento sola. Muy
sola.
¿Y si mi destino es no encontrar la maravillosa pareja que
ellos encontraron?
¿Y si nací para estar sola?
Pienso, pienso y pienso. Estar sola no es malo. Tengo
amigas que no tienen pareja y son felices. Y..., vale, yo sé
que puedo ser feliz, pero siempre he sido una tonta
romántica que ha soñado con tener a ese hombre especial a
su lado. Y quizá sea eso lo que hace que nunca funcione
nada.
Intentando que no se me note la pena que siento en el
corazón, durante la cena soy la chistosa de siempre. Hago
bromas y me divierto. Y de pronto oigo que Verónica dice:
—Me cotilleó Leo que te encontraste con Óscar...
Asiento de inmediato.
—Simplemente me miró, se dio la vuelta y se marchó.
Pasa de mí.
Ella cabecea sorprendida y, acto seguido, Leo tercia:
—El que es tonto es tonto de verdad...
—Yo le habría dado dos sopapos, pero estos no me
dejaron —afirma Mercedes.
De nuevo todos reímos por ello, y veo que Naím también.
Pero él, a diferencia de los demás, se mantiene más callado,
más reservado. Su prudencia y su saber estar son como los
de Liam, y ahora que lo miro me percato de que no solo
tienen igual el culito de caramelo, sino que también la boca,
la sonrisa y la complexión de sus cuerpos. Ambos son
hombres grandes. Fuertes. Varoniles.
Uff..., mi mente vuela a tiempos pasados... Lo que daría
yo por una mirada de Liam y su bonita sonrisa. Al pensarlo,
sonrío sin querer.
—¿Qué te hace sonreír con esa carita? —me pregunta
Vero de pronto.
Bueno..., bueno..., bueno..., ¿es que una no puede
despistarse ni un segundo?
Todos me miran, esperan contestación, y respondo
inventándomelo:
—Pensaba en Tigre y en sus trastadas...
Vale, lo que acabo de decir es cierto..., aunque en este
mismo instante esté mintiendo como una bellaca.
A los postres traen una riquísima tarta.
Mis amigos ponen dos velas en el centro, se mofan de lo
cerca que Vero y yo estamos de los cuarenta y nos cantan el
Cumpleaños feliz. Sonriendo, ella y yo nos damos la mano,
pero de pronto me acuerdo de Alfonsina y de cómo los
Acosta le cantaron aquel día esa misma canción, y me
deshago en lágrimas como una tonta.
Emocionada perdida como lo está Verónica, rápidamente
soplamos una vela cada una y eso hace que mis amigos y
las demás personas que hay en el restaurante nos aplaudan
contentos.
Y, tras el momento lagrimeo, comienza el momento
regalos. ¡Yuju!
A Vero y a mí nos inundan de presentes que ambas
disfrutamos abriendo: camisetas, pantalones, CD...
Y, al cabo, le doy un paquete a mi amiga de mi parte y
digo:
—¡Espero que te guste!
Cuando lo abre, suelta una risotada. En él hay cuatro
pijamas con el mismo estampado. Lo único que cambia son
las leyendas de la pechera, que dicen: «Papá», «Mamá»,
«Hermana» y, por último, «Bicho».
Mi Vero se emociona, Naím también, y yo, que estoy tan
sensible como ellos, afirmo:
—Cuando nazca el Bicho, quiero que me enviéis una foto
enmarcada a Suecia con esos pijamas puestos.
Vero asiente, no puede hablar, pero Naím se apresura a
responder:
—Te aseguro que la recibirás.
Cabeceo gustosa, y en ese momento Vero me da dos
paquetes y, señalando el pequeño, indica:
—Primero este.
Sin dudarlo, hago lo que me pide y, cuando rasgo el
papel, el corazón se me encoge. Ante mí tengo un marco
con una foto de la boda de Begoña y Gael en la que
estamos todos los Acosta.
Uf..., ¡que lloro!
Mis ojos rápidamente buscan a Liam y a Jan. Por favor,
¡qué guapos están y cuánto los quiero! En la imagen
estamos los tres juntos y tengo a Jan entre mis brazos,
mientras que Liam está detrás de mí sonriendo. Fue una
foto que nos hicimos al salir de la catedral y veo la felicidad
en mi rostro. ¡Qué feliz estaba en ese momento y qué poco
imaginaba cómo iba a terminar el día...! Enseguida los
recuerdos inundan mi mente, y en ese momento oigo que
Verónica dice:
—Imaginé que te gustaría tenerla de recuerdo.
Asiento con la cabeza sin poder hablar, y a continuación
Naím pide:
—Ahora abre el otro regalo.
Curiosa, cojo la siguiente caja y le doy vueltas entre las
manos. No sé qué será...
—Vamos, ábrelo —me apremia él.
Sin dudarlo, rompo el papel y, al abrir la caja y ver unas
preciosas y carísimas botas de montar en moto, voy a
hablar cuando él tercia:
—¡Espero que te gusten!
Asiento boquiabierta. No es que me gusten..., ¡es que me
encantan! Es más, necesitaba unas, porque las viejas las
tengo ya destrozadas.
—Me encantan..., ¡muchísimas gracias! —murmuro.
—Te irán genial en Suecia —afirma Vero.
—¡Son una pasada! —exclamo yo feliz.
Minutos después, en un momento dado en el que mis
amigos hablan, al ver que Naím me observa me dirijo a él:
—¿Qué tal está tu padre?
Naím asiente con una sonrisa.
—Mucho más tranquilo..., sosegado tras conseguir el
contrato con Master Good.
Sonrío, me alegra oír eso, y estoy esperando a que diga
algo más cuando su teléfono suena sobre la mesa.
Rápidamente miro la pantalla, pero la decepción se apodera
de mí cuando leo el nombre de Omar. Pero vamos a ver...,
¿por qué estoy esperando ver otro nombre?
Naím se levanta y se aleja unos pasos para hablar con su
cuñado.
—¿Todo bien? —le pregunta Verónica cuando regresa.
—Todo perfecto —dice él—. Solo quería saber si dejamos
a Donut en nuestra casa o en la de Liam...
Según oigo ese nombre siento cómo todo el vello de mi
cuerpo se eriza. Uf...
Una vez que Naím vuelve a sentarse, deja el teléfono en
la mesa y añade:
—Como te decía, mi padre está bien, aunque ya lo
conoces..., cuando no se preocupa por una cosa, se
preocupa por otra.
Asiento, conozco un poquito a Horacio. Y como necesito
dejar de hablar del tema sugiero:
—¿Qué tal si pedimos la cuenta y nos vamos al Melapela?
Nos están esperando.
Vero y yo pagamos la cena. Los invitamos.
Tras salir del restaurante meto mis regalos en el coche de
los padres de Verónica, que conduce Naím. De camino
pasaremos por mi casa para dejarlos y también la moto.
Esta noche pienso tomarme unas copichuelas y sé que
luego no debo conducir.
Capítulo 64

Llegar al Melapela y saber que el resto de nuestros amigos


estarán aquí me hace feliz.
Una vez que aparcamos el vehículo, Naím y yo vamos
hablando cuando, al entrar en el local, nuestra pandilla nos
canta el Cumpleaños feliz y..., uff, ¡Vero y yo no podemos
parar de reír!
Tras mi regreso de Tenerife había visto a algunos de ellos,
pero a otros no, y encantada beso a Marta, a Jazmín, a Lolo,
a José, a Toño, a Linda, a Robert, a Casandra, a Manuel, a
Alessandro, a Julia y a César, que están junto a Mercedes,
Leo y sus respectivas parejas.
Como no podía ser de otro modo, rápidamente Manuel
agarra mi mano y la de Vero y nos saca a bailar. Suena una
salsa, ¿y qué mejor que comenzar la juerga con ella?
Bailo. Me divierto. Río. Pero en mi interior siento que nada
está completo sin él.
A mis amigos les hablo de mi próximo viaje a Suecia.
Intento pensar en positivo, mientras mi corazoncito me dice
que allí voy a echar mucho de menos a alguien que está en
Tenerife.
Pasan las horas y, a la una de la madrugada, el DJ deja de
pinchar y comienza el karaoke. Ni que decir tiene que tanto
mis amigos como los demás desconocidos que están en el
local pasamos por allí, y las risas están aseguradas.
Por supuesto, yo canto también. Lo hago con el Comando
Chuminero y con distintos amigos míos. Todos me conocen,
saben lo que me gusta cantar, y por supuesto no pierdo la
oportunidad.
Pasa un rato y..., la verdad, estoy bebiendo más agüita
con misterio de la que esperaba. Como dicen, beber hace
olvidar, pero en mi caso me hace recordar.
¡Vaya mierda!
Mientras charlo y río con mis amigos e intento evadirme
de mis problemas, oigo que por los altavoces empieza a
sonar una determinada canción.
¡Joder!
No... ¡Ahora esa canción no...!
—Anda, ¿esta no es la que tanto le gusta a Jan? —
pregunta Verónica.
Sin dudarlo asiento, pero de pronto miro hacia el
escenario y se me corta la respiración al ver que Liam está
sobre él a punto de cantar Can’t Take My Eyes Off You.
Sin poder parpadear, lo miro. Liam... ¿Qué está haciendo
aquí?
A diferencia del resto, que vamos vestidos informales,
como siempre él va impoluto, con un traje gris, su camisa y
su corbata. Está terriblemente guapo, y yo vuelvo a
parpadear atónita.
El hombre que quiero y adoro está ahora mismo a
escasos metros de mí entonando esa canción que es tan
especial para nosotros. Eso me sorprende, pues Liam no
canta y menos aún se sube a un escenario...
Entonces Naím, que está a mi lado, se acerca a mi oído y
susurra:
—Se está muriendo de la vergüenza, pero, por ti, lo que
sea...
Lo observo sin dar crédito. Liam me mira. Su gesto es
incómodo. Está claro que los escenarios no son lo suyo... Y
Verónica cuchichea:
—Pececita, ese hombre está loco por ti.
¿En serio?
¿De verdad está loco por mí cuando fui una cabrona con
él?
Oy..., oy..., oy..., ¡que me da!
Bueno, bueno, bueno... No sé cómo describir lo que siento
en estos momentos. Mi cuerpo está paralizado, pero mi
corazón late tan acelerado que creo que me va a explotar.
Liam, ¡mi Liam!, está aquí...
No sé si reír o llorar...
Pero, sin poder dejar de mirarlo, escucho cómo canta esa
canción que veo que se sabe a la perfección y, sin poder
remediarlo, le sonrío.
¿Cómo no sonreírle si me la está cantando a mí?
Mis ojos y los suyos se funden. Adoro esa mirada de ángel
malote, y cuando me sonríe creo que me voy a desintegrar.
No puedo moverme, solo puedo mirarlo.
Y Liam, bajando del escenario con el micrófono
inalámbrico en la mano, sigue cantando la preciosa y
romántica canción mientras se acerca a mí.
Madre mía..., madre mía...
¿En serio yo estoy viviendo este momento de película?
Miro a mis amigos, que sonríen; entonces Liam llega a mi
lado y, mirándome a los ojos, canta eso de «I love you,
baby», coreado por el resto de los presentes, y yo... yo... ¿A
que me desmayo?
Uf, madre mía...
La canción se acaba. Todo el mundo en el local nos mira.
Y Liam, dándole el micrófono a Leo, sin apartar su mirada de
la mía susurra un íntimo:
—Hola, mi niña.
Uf..., uf..., ¡mi niña! ¡Cómo se me eriza la piel de todo el
cuerpo!
Siento ese simple saludo como si me acabara de hacer el
amor y, cuando voy a responder, me advierte:
—Si me vas a mandar callar, que sea con un beso.
¿En serio?
¿De verdad me ha dicho eso?
Parpadeo y, acto seguido, él, acercándose a mí, me
agarra por la cintura y me besa despacio mientras la gente
que nos rodea aplaude y nos vitorea.
Dios..., Dios..., Diosss..., cuánto necesitaba este beso.
Lo disfruto... Reconozco que disfruto el beso que Liam me
está dando y, cuando acaba, mirándome de esa manera con
que solo él sabe hacerlo, suelta:
—Y ahora supera mi beso.
Woooooo, ¡madre míaaaaaa!
¿En serio me está retando?
Oír eso me hace sonreír, y de pronto soy consciente de
que lo que está sucediendo es un error. Esto no puede estar
pasando. Y, cuando voy a darme la vuelta para salir
corriendo, Mercedes musita:
—Ni se te ocurra moverte de aquí.
En busca de ayuda, miro a Leo, que indica:
—Estoy con ella.
Miro a Liam. En silencio y sin moverse, me observa, y
luego dice:
—Cariño, sé la verdad.
Sin dar crédito frunzo el entrecejo, y entonces Verónica
ratifica:
—Sabemos la verdad.
No entiendo... ¿Cómo que saben la verdad?
Vuelvo a mirar a Liam, que sigue inmóvil, y Naím tercia:
—Verónica no ha parado hasta entender qué fue lo que
pasó, y quiero que sepas que todos los Acosta estamos
deseando que vuelvas con nosotros porque te adoramos.
Parpadeo, no sé qué decir, y entonces Leo explica
dirigiéndose a Liam:
—Al fondo del local hay un almacén. Puedes hablar allí
con Amara.
Miro a mi amigo boquiabierta. ¡Será cabrito!
Pero entonces Liam me coge con fuerza de la mano y
dice:
—Ven conmigo.
Y, sí, voy con él. Estoy tan bloqueada que me dejo guiar
hasta el almacén. Cuando cierra la puerta voy a hablar, pero
él murmura al tiempo que me abraza:
—No sabes lo mal que lo he pasado sin ti.
Uf..., mejor no le cuento cómo lo he pasado yo...
—Sabía que me querías —añade—. Pero ahora sé que me
quieres muchísimo más de lo que yo te quiero a ti y eso no
me deja vivir.
Sin movernos nos miramos, y Liam continúa:
—Te creí. Creí lo que me dijiste aquel día y te odié... Te
odié tanto que fui incapaz de pensar que tú no eras así, que
nunca nos dejarías ni a Jan ni a mí de esa manera tan ruin.
Pero Verónica te conoce mejor que yo y ella no lo creyó, por
lo que no ha parado hasta descubrir la verdad y hacerme
ver que soy el tío más afortunado del mundo por tenerte en
mi vida.
Asiento. ¿Por qué asiento...?
—Ahora sé que Margot jugó sucio... —murmura—,
contigo, conmigo y con mi familia, algo que nunca imaginé,
precisamente porque la consideraba una buena amiga de
toda la vida.
Parpadeo, me gusta saber eso.
—No me preguntes cómo —prosigue él—, pero Verónica
supo que Margot estaba metida en lo que había ocurrido y
no paró hasta encontrar la explicación. Y la encontró a
través de la señora que trabajaba en los baños del
restaurante donde se celebró el banquete de bodas de
Begoña y Gael. Ella oyó vuestra conversación aquella noche
y, aunque en su momento no le dio mayor importancia, para
Verónica resultó muy esclarecedora cuando se la refirió.
Oír eso hace que me lleve la mano a la boca y que los
ojos se me llenen de lágrimas.
—Cariño —musita Liam—, te quiero a ti tal y como eres, y
no me importa quiénes son ni a qué se dedican Luisa y
Jesús, porque yo solo te quiero a ti..., ¿te queda claro? —
Como una autómata asiento y luego él añade—: Además, te
juro por mi vida que a Vasile no le va a pasar nada. Ya me
he encargado yo de que así sea, como tú te encargaste de
que a mi padre no le sucediera nada.
—Ay, Liam... —consigo susurrar.
—Y quiero que sepas que tanto mi familia como yo te
estaremos eternamente agradecidos por lo que hiciste.
Rompo a llorar, no lo puedo remediar. Para mí era
importante que a Horacio no le pasara nada. Y
abrazándome a Liam, murmuro:
—Lo siento... Siento mucho todo lo que te dije. Necesitaba
que me odiaras, que me echaras de tu lado, y sabía que
haciendo eso lo iba a conseguir.
Él me abraza asintiendo, entiende perfectamente lo que
digo.
—Siento haber estado tan ciego y no haberme dado
cuenta de las cosas —dice con un hilo de voz—. Han sido los
peores días de mi vida y, cuando ayer supe la verdad, te
juro que...
No lo dejo terminar. Lo beso. Necesito sus mimos como sé
que él necesita los míos, y tras el beso explico en voz baja:
—No tenía forma de poder demostrar mi verdad.
—Verónica la consiguió por ti.
Asiento gustosa. Una vez más mi amiga me ha salvado la
vida, por así decirlo, y sonrío. Mientras nos miramos sé que
no hacen falta más explicaciones. No necesitamos nada
más. Todo está aclarado, resuelto, finiquitado. Y, con mimo,
nos damos ese beso tan esperado para ambos y que nos
hace sentir que todo está bien.
Instantes después, cuando nos separamos, lo miro a los
ojos y cuchicheo con picardía:
—Hola, señor Acosta.
Liam sonríe. ¡Mmmm, cómo me gusta su sonrisa!
Entonces vuelve a rozar mis labios con los suyos y musita:
—Hola, señorrrita López.
Ambos reímos, ese siempre será nuestro juego, y
necesitando saber, pregunto:
—¿Cómo está Jan?
Con cariño, él me coloca un mechón de pelo tras la oreja.
—Tu Gordunflas está deseando volver a estar con su
mamá —susurra—. Te añora cada segundo.
Sonrío. Me muero por ver a mi niño.
Y entonces Liam de pronto se saca del bolsillo de su
impoluta americana una cajita y me la muestra. Yo la miro y
parpadeo.
—Lo romántico es arrodillarse, ¿verdad? —dice él.
Uf, madre..., ¡que me falta el aire!
¿En serio va a hacerlo?
¿De verdad todavía quiere casarse conmigo?
—Sé que, cuando te lo pedí —añade—, lo hice en un
arcén, en el coche, medio desnudos y sin anillo. Pero esta
vez lo voy a hacer bien.
Me entra la risa. Aisss, que me tiemblan las piernas...:
—La otra vez lo hiciste muy bien —murmuro.
Liam ríe.
—Me dijiste que te preocupaba tener que contar que
cuando te pedí matrimonio acabábamos de tener sexo,
bueno..., tú utilizaste la palabra polvo, y que estábamos
desnudos dentro del coche, en un arcén de la carretera.
Me río, recuerdo perfectamente que dije eso.
—Esto no es el Ritz —prosigue Liam—, pero creo que nos
vale.
—Crees bien —afirmo segura.
—Ese día me diste la medalla de tu hermano y el anillo de
Encarnita y yo te entregué un anillo de mi madre que era
muy especial para mí. —Asiento, lo recuerdo, y dice—:
Mandé fundir esas tres piezas tan especiales para los dos y,
junto con un poco más de oro blanco, pedí que hicieran
estas dos alianzas para nuestra boda...
Liam abre la cajita y en su interior veo dos preciosas y
relucientes alianzas. Acto seguido se arrodilla frente a mí.
—Amara López Santos, mi preciosa niña —dice—,
¿quieres casarte conmigo y ser la mamá de Jan, Pepa y
Pepe?
Madre mía, ¡sí!, ¡sí!, ¡sí!
Y, emocionada, declaro:
—Sí, quiero.
Rápidamente Liam pone el anillo en mi dedo. Se levanta
y, cuando va a besarme, lo detengo, cojo yo la otra alianza
y, arrodillándome también, pregunto ante su cara de
sorpresa:
—Liam Acosta, amor de mis amores..., ¿quieres casarte
conmigo y ser el padre de Tigre?
Sin dudarlo, él afirma:
—Sí, quiero.
Me apresuro a ponerle el anillo y, cuando me levanto, nos
fundimos en un cálido y maravilloso beso de amor que nos
hace sentir que por fin estamos en casa.
Enamorados y seguros de lo que vamos a hacer, minutos
después salimos de la mano del almacén y, con nuestras
radiantes sonrisas, les hacemos saber a todos los que nos
quieren que estamos bien, que nos vamos a casar y que nos
amamos locamente. Ni que decir tiene que todo el mundo
se alegra por nosotros una jartá.

***

Una hora después, cuando los latidos de mi corazón se


han normalizado por fin sin que me diera antes un infarto,
miro a Liam reír con su hermano y mi Comando Chuminero
y soy feliz. Como dice nuestro tatuaje, en lo malo, en lo
bueno y en lo mejor, y sin duda así será por toda la
eternidad.
Emocionada, pienso en Raúl, en Encarnita..., en las
distintas personas que han pasado por mi vida y que me
han querido de verdad, en lo felices que estarán al ver mi
dicha.
Está claro que la vida, esa cabrona que en ocasiones me
vuelve loca, me ha sorprendido de nuevo. Cuando lo creía
todo perdido con Liam, de pronto va la vida y lo vuelve a
poner delante de mí. Así pues, ¡gracias, vida, eres la leche!
Epílogo

Tenerife, un año después


—¡Vivan los novios!
Oír eso me hace sonreír mientras salgo de la mano de
Liam de la catedral de San Cristóbal de la Laguna y el arroz
y los pétalos de rosa blancos que arrojan los invitados caen
sobre nuestras cabezas.
¡Nos hemos casado!
Divertida, miro hacia un lado y veo a Naím y a Verónica
enterrados como nosotros en arroz y pétalos.
Sí..., los cuatro nos hemos casado el mismo día.
Y, sí..., lo hemos hecho en la catedral de San Cristóbal de
la Laguna, como manda la tradición de los Acosta. Algo en
lo que, la verdad, no me importó cambiar de opinión al ver
la alegría de toda la familia tras darles la noticia.
Eso sí, después de la catedral nada de palacetes para el
convite. El mejor lugar es el que creamos Vero y yo, ese que
se llama El Valhalla y que está en Bodegas Verode.
Gustosa, recibo besos de todo el mundo. Siento el cariño
y el amor que todos me profesan. Y en ese instante veo
venir corriendo hacia mí a mi Gordunflas, tan guapo como
siempre, y lo cojo.
Estoy besándolo con amor cuando Vero se nos acerca con
la pequeña Kora en brazos y me pregunta:
—¿Te encuentras bien?
—Sí.
—¿Seguro? —insiste.
Asiento. Tanto ella como todos están preocupados por mí,
puesto que hoy no me he levantado yo muy fina. Estoy
embarazadísima de ocho meses y seis días, ¡sí, sí..., ocho
meses y seis días!, de un niño al que llamaremos Raúl,
como mi hermano. El nombre lo propuso Liam cuando
supimos que iba a ser niño, y yo acepté sin dudarlo.
Ya teníamos la boda planeada cuando me enteré de que
estaba embarazada, y, aunque algunos sugirieron
retrasarla, yo me negué. ¿Por qué íbamos a retrasarla
cuando me hacía mucha ilusión casarme y no me importaba
estar como un tonel?
—¡Quiero una foto de la familia! —oigo que exclama de
pronto Florencia.
Eso me hace sonreír, y esta vez no tengo que llamar a
nadie, pues todos los Acosta se colocan rápidamente frente
a la catedral, mientras Liam dice quitándome a Jan de los
brazos:
—Cariño, no estás tú para andar cogiendo al Gordunflas.
Sonrío. Liam no deja de preocuparse por todo. Sigue tan
tremendo como siempre con sus preocupaciones... Continúa
siendo algo tiquismiquis y un friki del control, pero, oye, es
mi Friki del Control y no lo cambiaría por nadie en el mundo.
¡Qué gracioso es el jodío, y cómo me río cada vez que Jan
o yo hacemos algo que lo saca de su zona de confort!
El fotógrafo nos hace no una foto, sino veinte, y cuando
por fin se da por satisfecho, montamos en los distintos
coches y nos dirigimos a El Valhalla.
Allí hemos organizado una buena fiesta, donde los
invitados comen todo lo que se les antoja. Hay platos
canarios y también peninsulares. Ya nos hemos encargado
Verónica y yo de que no falte de nada.
Mientras cenamos y el «¡Vivan los novios!» y el «¡Que se
besen!» resuenan cada dos por tres, desde mi silla observo
a los invitados. A mi familia. Ahí están Vasile, Maribel, los
padres de Verónica, Zoé con su chico, Leo con Pili y los
niños, Mercedes con María, Jonay con su marido, los amigos
de Madrid que han podido venir, Alfonsina, Alejo, los Acosta
y todos los amigos que Naím y Liam han invitado.
Quienes desde luego no están son Algodón ni Margot.
Esas, cuanto más lejos mejor, y me consta que tras lo
ocurrido doña Querida se marchó a Nueva York calentita por
lo que tuvo que oír al verse descubierta.
¡Menudos son también los Acosta cuando se enfadan!
No he vuelto a ver a Luisa y a Jesús. Este año ha sido el
primero que, en el mes de marzo, no he ido a recordarles
esa fecha que seguramente no les importa, la de la muerte
de mi hermano, y, la verdad, me siento bien. Y me siento
bien porque sé que ahora Raúl está feliz por mí. Estoy
convencida de ello.
Después de la cena comienza el baile y, cómo no, Toño
está ahí con su banda para amenizarnos la noche.
Naím, Verónica, Liam y yo salimos a la pista. Vamos a
abrir el baile.
Siguiendo lo estipulado, el grupo comienza a tocar la
canción de mi amiga y su ya flamante marido, A un beso, de
Dana Paola, y yo se la canto gustosa mientras ellos se miran
a los ojos con amor.
¡Qué bonita pareja hacen!
Y ya cuando la emoción me embarga del todo es cuando
veo que Zoé, con la pequeña Kora en brazos, se une a su
baile. ¡Por favor, qué momentazo familiar!
A continuación nos toca a Liam y a mí. Y, como no podía
ser de otra manera, Toño, que canta bastante bien, nos
dedica Can’t Take My Eyes Off You..., nuestra canción.
Entre risas Liam me abraza. Ambos reímos por la cinturita
de avispón que tengo, y cuando lo miro me dice:
—Eres la mujer más preciosa de la boda.
Sonrío, sé que miente como un bellaco, pues parezco un
tonel vestido de blanco, y mirándolo a los ojos murmuro:
—Te quierrro.
Liam suelta una risotada. Yo me parto. Y, tras decirme
que también me quierrre, ambos reímos a carcajadas
cuando todo el mundo corea a voz en grito eso de «I
loveeeeee youuuuu, babyyyyyy»... ¡Todo el mundo se sabe
el estribillo de esa canción!
Instantes después nuestro Gordunflas, animado por Xama
y su novia, viene corriendo que se las pela hacia nosotros.
Liam lo coge y, cuando nos abraza, siento que este es un
precioso momento familiar.
Tras el romántico baile la banda de Toño sigue tocando y
los invitados comienzan a bailar. Por supuesto, yo también,
aunque tengo a Liam en un sinvivir porque no paro.
Pero ¿cómo voy a parar si es mi boda?
Poco después, como es lógico, subo al escenario y canto.
Es lo que todos esperan de mí. Aunque en esta ocasión
estaré menos tiempo aquí arriba a causa de mi tremendo
barrigón. ¡Joer, qué torpe estoy para moverme!
Más tarde, cuando bajo de nuevo, Horacio se acerca a mí
y musita:
—Hay que ver la energía que tienes, jodía.
Según lo oigo sonrío, y entonces Liam se aproxima con un
vaso de agua en la mano y dice agarrándome por la cintura:
—Y ahora, cariño, te vas a sentar un ratito.
—Pero quiero bailarrrr...
—Cariño, para o acabaremos nuestra noche de bodas en
Urgencias —insiste.
Vale, lo hago.
Quiero que mi marido se tranquilice un ratito y, de su
mano, nos sentamos en unas cómodas sillas, donde
charlamos con algunos invitados, hasta que Xama se nos
acerca y comenta con cara de circunstancias:
—Jan se ha caído...
Liam se apresura a levantarse alarmado.
Buenooooooooo, ¡que le da!
Y Xama, al ver lo nervioso que se ha puesto, se apresura
a aclarar:
—Pero, tío, está bien... Solo se ha hecho un pequeño
chichón.
En ese instante Jan aparece delante de nosotros. No llora,
pero tiene la manita en la frente. Y Liam, agachándose para
quedar a su altura, pregunta:
—Tesoro, ¿qué te ha pasado?
Rápidamente Jan, que con su lengua de trapo más bonito
no puede ser, contesta:
—Papi, me taí y me ite un zizón.
¡¿Un zizón?! Pero ¿se puede ser más gracioso?
Liam mira el zizón de Jan. Veo su expresión alarmada y,
levantándome para tranquilizarlo, digo tras coger mi bolso
mágico:
—Vamos al baño a curarte ese zizón.
Acto seguido mi asustado marido, mi sonriente hijo y yo
nos dirigimos hacia el baño, donde le limpiaremos el zizón
con agua y le echaremos un poco de pomadita mágica para
los golpes.
Una vez allí, Liam está echándole un vistazo a su zizón,
como el niño dice, y de pronto siento un... tremendo
pinchazo que me atraviesa la barriga. ¡Joderrrr, qué dolor! Y,
antes de lo que espero, noto algo correr por mis piernas.
Nooooooooooooooooo... No... No... Nooooooo...
¡No me jorobes que estoy rompiendo aguas en mi
puñetera boda!
Joder, joder..., ¡esto solo me puede pasar a mí!
—Pásame la pomada —me pide en ese momento Liam.
Sin decir nada, pero consciente de lo que ocurre, abro el
tubo de la pomada y se lo paso. Enseguida Liam se pone un
poco en el dedo y, mientras la unta sobre el zizón, los dos
decimos:
—Sana, sana, culito de rana, si no cura hoy, curará
mañana.
Jan sonríe. Es lo que siempre le decimos cuando se cae y
le echamos esa pomada. Y, después de ver que el niño está
perfectamente, Liam le da un beso y lo deja en el suelo.
—Entre tú y él, cualquier día me vais a matar de un susto
—musita cuando el chiquillo sale corriendo del baño como si
no hubiera un mañana.
Según dice eso, me río. Aisss, pobre..., cuando le diga lo
que tengo que decirle, sin duda le va a dar un tabardillo...
—Una cosita... —murmuro.
Liam me mira mientras tapa el tubo de la pomada y,
riendo, cuchichea:
—Ay, madre, tú y tus cositas...
Me río. Él también. Sé que le voy a dar el mayor susto de
su vida, pero indico:
—No es por asustarte, cariño, pero tienes que llevarme al
hospital...
Liam parpadea. En sus ojos leo infinidad de preguntas, y
susurro:
—Acabo de romper aguas...
Según digo eso, su gesto cambia.
Buenoooooooo, ¡que le da!
Buenooooo, ¡que se desmaya!
Le entran las cagalandras de muerte, me mira con cara
de susto y yo siento que tiene razón... ¡Cualquier día lo
vamos a matar! Sin embargo, no puedo parar de reír y reír.
Está claro que la vida nos ha vuelto a sorprender. Nuestra
preciosa familia está a punto de crecer y, la verdad...,
¡gracias, vida, porque me haces muy feliz!
Referencias a las canciones

Can’t Take My Eyes Off You, © 2016 Joseph Vincent,


interpretada por Joseph Vincent.
Con los años que me quedan, 1993 Sony Music
Entertainment, Inc., interpretada por Gloria Estefan.
SloMo, © 2021 BMG Rights Management and
Administration (Spain) S. L. U., interpretada por Chanel.
Ay, mamá, © 2021 Rigoberta Bandini, interpretada por
Rigoberta Bandini.
100 años, 2020 Sony Music Entertainment US Latin LLC,
interpretada por Carlos Rivera y Maluma.
Qué ironía, 2018 Sony Music Entertainment US Latin LLC,
interpretada por Thalia y Carlos Rivera.
Love of My Life, 2007 The Queen Kings © Toolboxx
handelsgesellschaft mbh, interpretada por Queen.
The Joker and the Queen, © An Asylum Records UK
release, a division of Atlantic Records UK, 2021 Warner
Music UK Limited, interpretada por Ed Sheeran.
Bam, 2022 Epic Records, a division of Sony Music
Entertainment, interpretada por Camila Cabello y Ed
Sheeran.
About Damn Time, © 2021 Nice Life Recording Company
and Atlantic Recording Corporation, interpretada por
Lizzo.
Sabrás, © 2013 Universal Music Spain, S. L., interpretada
por Manuel Carrasco.
Pa’lla voy, 2022 Sony Music Entertainment US Latin LLC,
interpretada por Marc Anthony.
Quiero decirte, 2022 Sony Music Entertainment España, S.
L., interpretada por Abraham Mateo y Ana Mena.
Bailé con mi ex, 2022 Kemosabe Records/RCA Records,
interpretada por Becky G.
Te quiero a ti, © 2022 Soraya, interpretada por Soraya.
Menos mal, © 2009 Universal Music Spain, S. L. (Vale
Music) España, interpretada por Manuel Carrasco.
You to Me Are Everything, © 2006 Sanctuary Records
Group Ltd., a BMG Company, interpretada por The Real
Thing.
The Way We Were, 1981 Sony Music Entertainment,
interpretada por Barbra Streisand.
Contigo, © 2022 UMG Recordings, Inc., interpretada por
Pablo Alborán y Sebastián Yatra.
Mil vidas, © 2012 Televisa Music Publishing, S. A. de C. V.,
interpretada por Carlos Macías y Fernanda Castillo.
Angel Baby, An EMI Recorded Music Australia Production;
2021 Universal Music Australia Pty Ltd. © 2021 Universal
Music Australia Pty Ltd., interpretada por Troye Sivan.
Yummy, © 2020 Def Jam Recordings, a division of UMG
Recordings, Inc., interpretada por Justin Bieber.
Tu refugio, © 2017 Warner Music Spain, S. L., interpretada
por Pablo Alborán.
Prometo, © 2017 Warner Music Spain, S. L., interpretada
por Pablo Alborán.
Are You Gonna Be My Girl, © 2003 WEA International, Inc.,
interpretada por Jet.
La tortura, 2005 Sony Music Entertainment (Holland) B. V.,
interpretada por Shakira y Alejandro Sanz.
Déjà vu, 2016 Wati-B, under exclusive license to Sony
Music Entertainment; 2016, 2017 Sony Music
Entertainment US Latin LLC; 2016, 2017 Ace
Entertainment S.ar.l., interpretada por Prince Royce y
Shakira.
Saturno, © 2017 Warner Music Spain, S. L., interpretada
por Pablo Alborán.
I Like It Like That, © 1999 Dance and Listen, interpretada
por CFD y Ross Mitchell.
Como antes, © 2020 Warner Music México, S. A. de C. V.,
interpretada por Llane.
Pasos de cero, © 2014 Warner Music Spain, S. L.,
interpretada por Pablo Alborán.
Solo déjate amar, 2006 SONY BMG Music Entertainment
(México), S. A. de C. V., interpretada por Kalimba.
In Our Dream, © 2021 Playdis, interpretada por The EQS.
Idiota, © 2017 Warner Music Spain, S. L., interpretada por
Pablo Alborán.
Zitti e Buoni, A RCA release 2021 Sony Music
Entertainment Italy S. p. a., interpretada por Måneskin.
Tu olvido, © 2012 Televisa Music Publishing, S. A. de C. V.,
interpretada por Carlos Macías.
La mala costumbre, © 2014 Warner Music Spain, S. L.,
interpretada por Pastora Soler.
Recuérdame, © 2014 Warner Music Spain, S. L.,
interpretada por Pablo Alborán.
Bruja hada, © 2008 Warner Music México, S. A. de C. V.,
interpretada por David Cavazos.
Burbujas de amor, © Karen Publishing Company,
interpretada por Juan Luis Guerra 4.40.
Contigo y sin ti, 2005 Universal Music Spain, S. L. © 2007
Universal Music Spain, S. L., interpretada por Chenoa.
Para siempre, 1981 Sony Music Entertainment US Latin
LLC, interpretada por Kany García.
Muero, 2022 5020 Records, interpretada por Kany García
y Alejandro Sanz.
Delirio, © 1994 Warner Music Benelux B. V., a Time Warner
Company, under exclusive arrangement with Jason
Recording System, Ltd., interpretada por Luis Miguel.
Te felicito, 2022 Ace Entertainment S.ar.l., under exclusive
license to Sony Music Entertainment US Latin LLC,
interpretada por Shakira y Rauw Alejandro.
A un beso, UMM; 2021 Universal Music Group México, S. A.
de C. V. © 2021 Universal Music Group México, S. A. de
C. V., interpretada por Dana Paola.
¿Con qué se pega un corazón?, 2022 Sony Music
Entertainment México, S. A. de C. V., interpretada por
Yuridia.
Biografía

Megan Maxwell es una


reconocida y prolífica escritora
del género romántico que vive en
un precioso pueblecito de Madrid.
De madre española y padre
americano, ha publicado más de
cuarenta novelas, además de
cuentos y relatos en antologías
colectivas. En 2010 fue ganadora del Premio Internacional
de Novela Romántica Villa de Seseña, y en 2010, 2011,
2012 y 2013 recibió el Premio Dama de Clubromantica.com.
En 2013 recibió también el AURA, galardón que otorga el
Encuentro Yo Leo RA (Romántica Adulta) y en 2017 resultó
ganadora del Premio Letras del Mediterráneo en el apartado
de Novela Romántica.
Pídeme lo que quieras, su debut en el género erótico, fue
premiada con las Tres Plumas a la mejor novela erótica que
otorga el Premio Pasión por la Novela Romántica.
Encontrarás más información sobre la autora y su obra en:

megan-maxwell.com

@MeganMaxwellOficial

@megan__maxwell
@MeganMaxwell
Y ahora supera mi beso
Megan Maxwell

No se permite la reproducción total o parcial de este libro,


ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión
en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico,
mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos,
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contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes
del Código Penal)

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© Diseño de la cubierta: Planeta Arte & Diseño


© Ilustración de la cubierta: Beatriz Costo
© Fotografía de la autora: Nines Mínguez

© Megan Maxwell, 2022

© Editorial Planeta, S. A., 2022


Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
www.editorial.planeta.es
www.planetadelibros.com

Primera edición en libro electrónico (epub): noviembre de 2022

ISBN: 978-84-08-26598-6 (epub)

Conversión a libro electrónico: Realización Planeta


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que la gente la hará llorar. Decidida a enfrentarse a todos
sus problemas con una sonrisa, creará una serie de
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menos aún cuando, tras salir de una tarta de cumpleaños,
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Hace tiempo que no sonríe y que ha dejado atrás su mayor
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Yo era de las que creía en princesas y príncipes,


hasta que el mío se convirtió en un sapo y decidí que
el romanticismo no era para mí. Así que para horror de
quienes me rodean, me impuse tres reglas para disfrutar del
sexo sin compromiso.

La primera: no enrollarme nunca con hombres casados. Soy


de las que respetan y jamás hago nada que no me gustaría
que me hicieran a mí.

La segunda: el trabajo y la diversión nunca han de


mezclarse. No no. ¡Ni loca!

Y la tercera, pero no por ello menos importante: siempre


con hombres menores de treinta años. ¿Por qué? Pues
porque sé que ellos van a lo mismo que voy yo: ¡a disfrutar!
Te aseguro que hasta el momento estas normas me han
dado muy buenos resultados. Sin embargo, en uno de mis
viajes de trabajo he conocido a Naím Acosta, un hombre
de unos cuarenta, seguro de sí mismo, atractivo,
sexy y tremendamente romántico, que me está
volviendo loca.

Es verlo y el corazón se me acelera. Es oír su voz y toda yo


me acaloro. Es pensar en él y noto que en mi estómago
corren elefantes en estampida. Sé que somos muy
diferentes, pero los polos opuestos se atraen, y
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Bueno, mejor me callo, dejo que leas y cuando termines ya


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Holly no entiende qué ha ocurrido. Le han destrozado el


corazón, pero no piensa hundirse. Tiene una lista. Es
valiente y va a perseguir sus sueños.

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McGregor a entregarles unas tierras que Peter está
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Y la oportunidad le llega de sopetón cuando Carolina,


intentando salir airosa de un problema y sin apenas
conocer a Peter, le ofrece las tierras que desea a
cambio de que se case con ella.

En un principio Peter se niega. ¿Acaso aquella Campbell se


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Pero ¿qué pasará si durante ese año se enamoran?

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Es una chica responsable y trabajadora, pero pronto habrá


un gran cambio en su vida y quiere sentir que ha
aprovechado al máximo la etapa que está a punto de cerrar.
No desea mirar atrás y arrepentirse de lo que ha dejado de
hacer.

Así que Holly tiene un plan y solo necesita a los


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Jack Marchisio solo quiere largarse y no mirar atrás.

Su vida es un desastre desde hace tres años, el tiempo


exacto que lleva cargando con problemas que ni siquiera
son suyos, pero ya falta muy poco para alejarse de todo y
no piensa renunciar a su brillante futuro por nada ni por
nadie.

Jack es el rey de los Lions. Todos lo saben y lo


respetan.
Un trato. Dos condiciones. Y el mundo de Jack y Holly
se pondrá patas arriba.

Da igual las veces que Jack se haya repetido que es un error


fijarse en esa chica rara que siempre tiene la cabeza metida
en un libro, porque no puede dejar de pensar en ella.

No importa que Holly se diga una y otra vez que no puede


haber sentimientos con el arrogante y estúpido quarterback,
porque él está marcando la diferencia.

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