El Problema Del Mal en La Filosofia Del
El Problema Del Mal en La Filosofia Del
El Problema Del Mal en La Filosofia Del
idealismo alemán.
Luis Sánchez Rea - UNED
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ABSTRACT: Este texto indaga en el problema del mal dentro del marco del Idealismo Alemán, explorando
particularmente las perspectivas filosóficas de figuras como Fichte y Schelling. Navega por el terreno complejo
del concepto del mal mientras se entrelaza con nociones de libertad, voluntad individual y la condición humana.
El texto examina cómo los filósofos del Idealismo Alemán lidiaron con la conciliación de la idea de la libertad
con el potencial de las acciones humanas que pueden conducir a la malevolencia. Se diseccionan conceptos como
la necesidad del mal, la naturaleza del pecado, el rol de la libertad y la interconexión entre moralidad e
individualidad dentro de los marcos filosóficos presentados. Además, explora las intrincadas relaciones entre la
libertad, la voluntad divina, el mal inherente y la búsqueda humana de la individualidad dentro de los paradigmas
filosóficos de la época. El texto también arroja luz sobre el desarrollo de estas ideas dentro del contexto del
Romanticismo y cómo moldearon las percepciones de la voluntad individual, la naturaleza del mal y el
compromiso humano con dilemas morales y metafísicos. Al involucrarse con las obras de figuras destacadas en
la tradición del Idealismo Alemán, el texto ofrece perspectivas sobre las profundas complejidades subyacentes a
la agencia humana, la moralidad y la eterna pregunta sobre los orígenes y el papel del mal en el ámbito filosófico.
Introducción
El mal como concepto ético- político se adivinó en la filosofía del idealismo alemán
como el resultado de un problema que trataba de conciliar la libertad como idea central de toda
filosofía, con una acción humana libre que paradójicamente podría atentar contra la libertad
misma. Como nos indica en su trabajo sobre el problema del mal, Rosenfield destaca que
aquella filosofía no solamente fija y define el mal como parte de la esencia del hombre, sino
que también lo señala como algo que lo define en su libertad. Conceptos como “moral” o
“político” no sólo refieren a modos de actuar, sino que son estructura misma del conocimiento
de la acción humana en su dimensión histórica (26-27).
En los albores del propio idealismo, el mal se explica como algo necesario; el pecado
se considera una limitación de la finitud misma: una consecuencia del pensamiento de un Dios
que contempla todos los grados infinitos de perfección y finitud; un Dios que no desea el mal,
pero debe concebirlo, y, por ende, permitirlo (Villacañas 49). De este modo, mientras se
disminuye el valor ontológico de ese sentimiento de culpa, se aborda el origen del pecado desde
las tesis kantianas que lo ven como una consecuencia del surgimiento de la propia inteligencia,
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evocando reminiscencias bíblicas del árbol del conocimiento que Schelling y los románticos
alemanes interpretaron como una crítica no tan velada hacia la razón.
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- Algunos aspectos sobre su doctrina moral
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hombre es perezoso por naturaleza”, dirá Fichte (42). La cobardía y la falsedad son dos
perdiciones agregadas que explican, respectivamente, el vicio de la esclavitud y la mentira tan
común entre los temeroso. Suele ser este el retrato del hombre común, del yo finito, del que
Fichte pretende salvar por medio de la libertad y la moralidad.
Al abordar el concepto de mal moral (Böse), Fichte establece sus argumentos partiendo
de una certeza moral emanada de la misma capacidad de juicio, cuyo funcionamiento se ve
favorecido a su vez por el propio impulso moral. Este acto es, además, autónomo pues “la
conciencia moral no se deja guiar en absoluto por una autoridad externa” (Fichte, 220). La ética
fichteana subraya así el papel central de la libertad y la autonomía en la superación del mal
moral, ofreciendo una visión profunda de la capacidad humana para la autorreflexión y la
mejora ética. Por eso mismo reclama vehementemente que el hombre con conciencia moral
debe de juzgar por sí mismo “en caso contrario actúa de manera inmoral y sin escrúpulos”
(221).
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moral radical en el hombre le es innato, y sin embargo tiene su fundamento en la libertad”. El
hombre que permanece en un nivel inferior de reflexión, o incluso sin reflexión alguna, lo hace
por no haber hecho uso de su libertad para elevarse. Y añade a todo esto que “[...] a pesar de
todos los malos ejemplos, y de todos los pervertidos filosofemas, el hombre debe no obstante
alzarse por encima de ellos, y también puede hacerlo; y será siempre su propia culpa si no lo
hace […]” (Fichte 228). Insiste en este sentido Fichte que “el que quiera educar en la virtud,
tiene que educar en la autonomía” (229). Por eso encuentra contradictorio que un ser moral
sopese una regla que implique actuar en contra de la ley moral: sería algo diabólico, ya que el
libre albedrío le estaría dando dos indicaciones contradictorias que se anularían. Se estaría así
subvirtiendo el imperativo categórico por el amor propio, pero no buscaríamos en ningún caso
el mal por el mal (Ware 9-10).
Así pues, y tras estas aproximaciones al problema del mal en Fichte, podemos sacar las
siguientes conclusiones: que el impulso aparece como impulso ciego, que además éste no se
nos ofrece bajo ninguna ley, y que asimismo se aleja de la máxima del provecho propio,
apareciendo en consecuencia como algo contingente y extraño a la esencia de nuestra
naturaleza.
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236). Así que, conocido dicho deber, éste impele a actuar de una determinada manera que a
veces (por pereza) postergamos. A esto Fichte señala que “[...] la ley moral no concede ningún
tiempo para pensárselo y ningún aplazamiento [...]” (237). Lo que se carece es de voluntad, no
de poder. Y precisamente es por eso que Fichte reclama la necesidad de ser agentes de nuestro
cambio.
Dentro de dicho proceso se distingue cuatro etapas: la primera, aquella reflexiva, propia
de animales o niños, en la que impera el impulso de autoconservación y en la que a pesar de
parecer libre no se es consciente de que su libertad está atada al impulso natural; la siguiente
supone una reflexión sobre dicho impulso que lleva al ser finito al retraso en la satisfacción
impulsiva y elección de diversas alternativas, para pasar así, llevado por la pulsión de la
libertad, hacia una autosuficiencia como verdadera esencia. Se llega así hacia una ley de
autolegislación (trasunto del imperativo categórico) en el que el agente autónomo ha de actuar
con la conciencia de una “autolegislación continua de un ser racional”
Se introduce aquí una versión acendrada de ese mal positivo de raíz kantiana que supuso
un cambio de paradigma filosófico en la concepción de este problema moral. Consideremos
una definición, más o menos canónica, de la “positividad del mal" como aquella que se refiere
a la idea de que el mal no es simplemente la ausencia de bien, sino algo que tiene una existencia
y agencia propias. Esta perspectiva entiende al mal como un principio o fuerza activa que
interviene en el mundo, en lugar de ser meramente un déficit o una privación de lo bueno.
Como se puede adivinar, las implicaciones de dicho concepto plantean una reconsideración de
la naturaleza del mal y su papel en el marco ético y ontológico. Schelling dará buena cuenta de
ello, pero Fichte es quien primero apunta a señalar el hábito como fenómeno universal de la
humanidad, un hábito pernicioso que coadyuva a dicha positividad. Por eso los hombres
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tienden a permanecer en lo habitual, arrastrados por la fuerza de la inercia de su naturaleza;
una fuerza de la que es difícil desprenderse, y donde la libertad permanece prácticamente
encadenada por su causa (Fichte 241). Esta inercia se convierte en una total incapacidad para
el bien; de aquí nace la cobardía (segundo vicio fundamental del hombre), pues la “cobardía es
la inercia [que nos impide] la afirmación de nuestra libertad y autonomía en acción recíproca
con los otros” (Fichte 242). Como se ha señalado, quizá la tesis adicional que se sostiene en el
§16 es que, para los seres humanos, todos los actos de reflexión son limitados (Fichte lo llama
autoridad reflexiva limitada) (Ware 4).
Toda esta argumentación intenta explicar la sumisión tanto física como moral; una idea
que posteriormente Hegel tomará y desarrollará bajo la dialéctica del amo y el esclavo. Porque
este sentimiento de cobardía no se agota en sí mismo, sino que desencadena a su vez una
falsedad, identificada como el tercero de los vicios fundamentales, en un intento desesperado
para no sacrificar nuestra mismidad y libertad. “Este es el retrato del hombre natural común”,
dirá Fichte (243). Solamente por la propia libertad podremos alzarnos a la moralidad e intentar
ayudar al hombre en esta tarea (propia del sabio): la de crear en él la conciencia de esta libertad,
y que le dará la fuerza para utilizarla.
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El mal en Schelling o el drama de la libertad
Dentro del contexto del idealismo alemán, que engloba figuras destacadas como Fichte
y Hegel, la de Schelling se adivina como uno de los pilares del romanticismo filosófico
germánico. Su obra se fundamenta en la noción de la identidad absoluta entre naturaleza y
espíritu, donde se diluyen las fronteras entre sujeto y objeto, fenómeno y esencia. Este enfoque
conceptual postula que el mundo se presenta como una unidad esencial, donde las
contradicciones surgen de un absoluto que trasciende las distinciones entre lo objetivo y lo
subjetivo. Sin embargo, esta concepción de unidad defendida por Schelling es objeto de crítica
por parte de Hegel, quien, mediante su dialéctica, sugiere que en la oscuridad de su pensamiento
todas las distinciones se desdibujan y la realidad se torna un terreno donde los contrastes se
difuminan.
Rosenfield destaca cómo Schelling aborda el desafío de armonizar la libertad con una
visión sistemática del universo, evitando la simplificación de identificar el sistema con la
libertad o la necesidad. Para el filósofo alemán, la libertad está intrínsecamente ligada a la
totalidad del mundo, que debe ser entendido en términos sistemáticos debido a su propia
naturaleza. Su rechazo a un sistema determinista se configura con habilidad para abordar la
contradicción inherente entre la capacidad humana de actuar libremente y el potencial
destructivo de esa libertad cuando se ejerce de manera perjudicial (Rosenfield 98-99). En este
contexto, la libertad parece desafiar la autoridad de un ser absoluto, ya que, según Schelling, la
causalidad absoluta de un ser supremo relegaría a los demás seres a una pasividad total (117-
119). Así, la filosofía del idealismo alemán subraya la libertad como un proceso mediante el
cual la naturaleza progresa hacia la inteligencia en primer lugar, y luego hacia la voluntad
(145). Esta libertad otorgada al hombre le permite elegir entre enfocarse en su individualidad,
lo que Schelling describe como "retener la luz para sí", o permitir que esa luz se difunda hacia
otros.
La caída del hombre por la libertad constituye el eje central de las Investigaciones,
representando el punto culminante y el cruce de caminos entre dos visiones fundamentales en
la filosofía de Schelling: por un lado, la concepción de una voluntad inserta en un sistema
universal donde el individuo es un componente dentro de un todo orgánico, y, por otro lado, la
idea de una libertad humana abordada desde una perspectiva más individualizada y existencial.
Dicha caída solamente es explicable a partir de la actividad del yo. Al igual que en Fichte, “la
esencia del hombre es, fundamentalmente, el producto de su hacer, o literalmente, lo hecho
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como consecuencia de tal acción” (Carrasco Conde 2013, 150). Lo que se está dilucidando aquí
sería el contenido formal contra uno real de dicha libertad. Dicho contenido real se estimaría
como la capacidad para el bien y para el mal. El problema, plantea Schelling, es que, si se
admite el mal, o bien se niega la perfección de la voluntad originaria (Dios) que configura el
mundo, o si se niega, se está eliminando también la posibilidad de la libertad. En el plano
teológico estaríamos hablando entonces de Dios como copartícipe del mal, o por el contrario
cabría pensar que no existe dicho mal sino tan sólo diversos grados de perfección: “lo que
nosotros denominamos mal en ella (la naturaleza) no es más que un grado menor de
perfección…” (Schelling 153). El mal se incorporaría así al bien, a la naturaleza y a Dios como
condición de posibilidad de su propia existencia. Se podría decir, con Rosenfield, que “la
libertad se relaciona con Dios a través del mal” (103).
Dentro de este complejo marco conceptual, Schelling aborda el desafío ontológico que
plantea la existencia del mal como algo intrínsecamente opuesto al principio de un bien
supremo, al tiempo que rechaza (por paradójico que sea) cualquier tendencia hacia un idealismo
abstracto que se aleje de la realidad (Schelling 163). A pesar de las incertidumbres que surgen
en este contexto, el filósofo abraza la noción de un mundo configurado mediante sucesivas
escisiones, oponiéndose a la idea de inmanencia en la naturaleza y proponiendo a su vez el
devenir como la condición más adecuada para la misma. Desde esta perspectiva, aunque las
cosas derivan de Dios, son ontológicamente distintas a Él, lo que implica la necesidad de un
fundamento diferente (165). Esta idea de fundamento, será la clave de bóveda que sostendrá
todo el entramado metafísico en su ontología general.
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En el desarrollo de este devenir, la fuerza creadora se despliega gradualmente y en cada
grado de escisión surge un nuevo ser de la naturaleza. Y, además, apunta a que en todos los
seres hay un principio doble: aquél por el que todo se separa de Dios, y el que permite
transformar en luz a través del conocimiento. “En el nombre se encuentra todo el poder del
principio oscuro y a la vez toda la fuerza de la luz” (Schelling 175, 177). El alma reúne esos
dos principios, pero esa unidad, que no es divisible en Dios, sí lo es en el hombre, y dará pie a
justificar la existencia del bien y del mal. Por eso mismo surge el mal: de la escisión del hombre
del principio propio respecto al general, fuera del orden y modo divinos, la voluntad del ser
humano tiende a subvertir los principios y utilizar el espíritu débil de su cometido contra las
propias criaturas (Schelling 179, 183). Surge entonces el caos.
Como señala Carrasco Conde, el problema que se plantea viene suscitado por la
pregunta de cómo se debe entender que el primer acto de libertad del hombre haya sido malo.
¿Hasta qué punto las acciones de los hombres son libres o son consecuencia de la actuación de
estos dos principios originarios?, y, además, ¿cómo conciliar la necesidad con la libertad?
(Carrasco Conde 2013, 221). La necesidad en el contexto de Schelling (en una reinterpretación
de Lutero), podría entenderse más como la condición inherente de la libertad humana que como
su opuesto. Se plantea así la necesidad de que el mal sea posible para que la libertad sea real.
Un equilibrio delicado entre libertad y necesidad, donde la posibilidad del mal es una condición
para el ejercicio auténtico de la libertad, que refleja la complejidad de la condición humana y
la tensión entre predestinación y libre albedrío. El hombre hace el mal no por ser imperfecto,
sino por ser una criatura perfecta en su libertad (Carrasco Conde 2021, 73). El mal es así una
parte constitutiva de la esencia del hombre: una mera condición de posibilidad.
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provoca la disarmonía, sino que lo es esa falsa unidad de las mismas (Schelling 191 -195). Se
podría decir con esto que el mal no es más limitado que el bien. En la totalidad de la división
se encuentran los mismos elementos que en la totalidad unida; lo único que ocurre es que,
formalmente, sí es diferente. El mal como un “no ente” que desplaza y ocupa el lugar del ente
“es, por un lado, una nada [Nichts] y, por otro lado, una esencia real [reeles Wesen]” (Carrasco
Conde 2013, 120, 122). Esto es: una acción positiva que trastoca el orden natural.
Por lo que respecta a la unidad de los principios, solamente es efectiva en Dios. Tal y
como ya se ha apuntado, el hombre puede romper dicha unidad puesto que su vínculo con
dichos principios (bien y mal) no es de orden necesario sino libre (Schelling 203). Esta
concepción trascendental de la conciencia humana hace reinterpretar el mito de la caída de la
humanidad, no ahora ya bajo un prisma moral, sino como algo que sigue los dictámenes de la
voluntad individual frente a la universal (Carrasco Conde 2013, 167-168). Es pues, la primacía
del principio del fundamento sobre el principio del amor.
En Schelling esta entidad, junto con el entendimiento, dan lugar a dos principios
distintos: uno vinculado al fundamento por el que los seres estarían separados de Dios y el otro
vinculado al entendimiento donde estos mismos seres buscan la difusión de sí mismos. Para
explicar el origen del mal acude Schelling a estos dos principios existentes en Dios: “Pero Dios
mismo precisa de un fundamento para poder ser, uno tal que se encuentra en Él, y no fuera de
Él, y tiene por lo tanto en sí una naturaleza, que, aunque le pertenece, sin embargo, es distinta
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de Él” (205). Y dado que el hombre ocupa el lugar de la escisión de los dos principios, es por
tanto condición de posibilidad del mal. Así pues, el mal solamente se manifestaría en la
naturaleza a través de sus efectos. Aquí la oscuridad es la base sobre la que emerge la luz
(Schelling 209).
En primer lugar, la libertad del hombre desempeña un papel crucial en su relación con
el principio del fundamento. Esta libertad le permite elegir entre alinearse con la luz y retenerla
para sí mismo, a través del egoísmo y la maldad, o dejar que se extienda. Es esta una dinámica
que refleja el constante conflicto entre la luz y la oscuridad que subyace en la existencia
humana. Por otro lado, Schelling contrasta la voluntad de Dios, que busca universalizarlo todo,
divina que busca la totalidad. En este contexto, el hombre ocupa una posición central como el
punto de escisión entre los principios de la luz y la oscuridad. Si bien tiene su origen en el
de transformar el principio oscuro en luz, dando lugar al surgimiento del espíritu (Geist)
los principios fundamentales que rigen el universo, puesto que el principio del espíritu del mal
es conmovido (exaltado) por la presencia del bien: sus fuerzas se reparten, y con un continuo
para explorar las complejas interrelaciones entre libertad, voluntad divina y naturaleza humana,
y para comprender la naturaleza misma del mal y la oscuridad que perviven en el mundo.
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- El mal como particularidad
Schelling despliega una perspectiva metafísica profunda para abordar la cuestión del
mal como la desintegración de la unidad primordial. Esta perspectiva surge de un impulso hacia
fundamento. En este marco conceptual, la voluntad humana debe alinearse con la voluntad
universal, ya que, como se apunta, "la voluntad propia solo es verdaderamente adecuada
cuando está alineada con la voluntad universal y no cuando está separada de ella" (Carrasco
Conde 2013, 120-121). La cuestión estriba, pues, en la difícil conciliación entre los dos tipos
de voluntades.
hombre, insinuando una suerte de purificación platónica, donde éste retorna a la universalidad
del todo (221). Sin embargo, el mal persiste como una elección propia, una manifestación de
la "egoidad", que en Dios se interpreta como el anhelo de ser en sí mismo (su fundamento), y
de contracción se contrapone con la potencia expansiva del amor: dos fuerzas primordiales en
Dios que generan, por un lado, la singularidad mediante la contracción sobre sí mismo, y por
de recogimiento sobre sí mismo implica una creencia en la propia distinción y unicidad por
encima del orden natural. En este sentido, "la mismidad se convierte en una alteridad
excluyente" (Carrasco Conde 2013, 137). Pero, como siempre queda en el punto de mira la
necesidad de salvar el libre albedrío, Schelling responde que sólo es libre aquello que actúa
según las leyes de su propia esencia y que no se encuentra determinado por ninguna cosa ni
dentro ni fuera de él. La explicación de la caída del hombre se adivina, así como la acción del
yo a través de la transgresión de la máxima kantiana (Carrasco Conde 2013, 176), por lo que
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Por otro lado, el surgimiento del mal radical, un mal que permea tanto nuestro ser
interior como el mundo que nos rodea, es concebido por Schelling como un fenómeno
espiritual, arraigado desde el nacimiento. Este mal da cuenta del surgimiento del mundo finito
y del tiempo histórico. Como señala él mismo, "todos los que nacen vienen al mundo con el
principio oscuro del mal, aunque este mal solo se manifiesta cuando surge la oposición" (237).
Es un mal que reside tanto dentro como fuera de nosotros, influenciando nuestras acciones bajo
la égida de un espíritu bueno o malo, sin que ello menoscabe nuestra libertad. Dejar que uno u
otro espíritu actúe es el resultado de un acto inteligible que determina nuestra esencia y nuestro
destino (239).
en el análisis de Carrasco Conde, quien traza un hilo conductor que conecta a Schelling con
Kant. Según esta interpretación, el ser humano no busca el mal por el mal en sí mismo, sino
que anhela liberarse de la dependencia de Dios. Por tanto, el mal no es una mera expresión de
perversidad, sino más bien una afirmación del yo, cuyo origen se encuentra en la libertad y que,
negativamente, conlleva una ruptura del orden natural del logos humano y, positivamente, una
afirmación de la individualidad (Carrasco Conde 2013, 178). Cuando los principios de luz y
enfoque, desde la peculiar postura del idealismo alemán, aborda la libertad humana, la voluntad
divina y la complejidad del ser con una perspectiva única. A través de su obra, Schelling nos
constantemente con los principios universales que rigen el cosmos. La caída del hombre, como
una tragedia entre su voluntad y la ruptura del deber, redefine el concepto del mal desde sus
raíces. La introducción del fundamento en su discurso revela un enigma aún más profundo,
filosófico, el mal se presenta como una incógnita sin resolver, una pregunta eterna que sigue
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- A modo de conclusión: el mal en la raíz
del romanticismo -
De las concepciones filosóficas que han abordado tradicionalmente el problema del
mal, el romanticismo heredó quizá aquella que lo había percibido como el resultado de un orden
estructural que lo produce y normaliza. En el ocaso del siglo XVIII, el movimiento Sturm und
Drang liderado por Herder, y sobre el que se agruparon numerosos pensadores y artistas,
abogaba por un retorno nostálgico a una naturaleza primordial, así como por una defensa
vehemente de una individualidad arraigada en lo emocional. Sin embargo, esta búsqueda de
individualidad y conexión con lo primigenio allanó paradójicamente el camino hacia uno de
los movimientos colectivos más aterradores de la historia como fue el fascismo.
No se debe pasar por alto que el núcleo del romanticismo y su 'asalto a la razón' se
relacionaba en gran medida con un absoluto que anulaba la conciencia individual, contingente
y relativa ante la totalidad. La consecuencia lógica de este reconocimiento de pertenencia a
dicha totalidad (ya sea la nación, la raza, etc.) tuvo como resultado no deseado la creencia en
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que a veces somos meros instrumentos de fuerzas poderosas que nos impide entender el que
podamos convertirnos tanto en algo vil como en justamente lo contrario (López 66-68; Berlin
196). Nadie puede escapar ni evitar su destino. En consecuencia, algunos encontraron en los
mitos el único modo de comprender la realidad, salvando la dualidad sujeto-objeto y el
conflicto entre la libertad y la totalidad del destino. Así, la primera quiebra vino de la mano de
los revolucionarios franceses que, en su sentido de libre albedrío, mostraron también su faceta
más arbitraria, aquella que postulaba que “la esencia pretendidamente libre de la naturaleza
humana podía igualmente volverse contra ella misma” (Rosenfield 46). Luego llegó el
fascismo, arraigado en los mitos románticos, que no sólo fue perverso por su irracionalidad,
sino también, como señala Berlin, por su noción de voluntad imprevisible heredada del
idealismo. Esta voluntad, tanto individual como grupal, no puede predecirse ni racionalizarse
(Berlin 199). Los conceptos de una 'voluntad superior' que prevalece y aniquila a la inferior
son en parte el legado directo (aunque indeseado) del romanticismo.
Por otro lado, los intentos de justificación que buscaban resguardar al hombre bajo el
manto de lo natural, solo sirvieron para profundizar en una lógica perversa, construida sobre
una interpretación errónea del estoicismo, mientras intentaban absolver a un individuo ansioso
por "vivir conforme a los dictados de la naturaleza" (Carrasco Conde, 2021, pp. 90-93). Esta
fuerza destructiva, una suerte de hybris griega que reside en nuestra naturaleza, buscaba, en
definitiva, exculparnos por ser agentes del mal. Quizá por ello, se pueda interpretar en buena
medida al mal, bajo la perspectiva del idealismo alemán, como el resultado de un inconsciente
propio y compartido con la naturaleza. Y, sin embargo, no debemos olvidar que fue Schelling
también el que señaló que el ser humano a veces inflige daño porque busca deliberadamente
perpetuar dicho sufrimiento; es un afán de dominio que no puede ser sometido ni redimido
hasta que sale a la luz. Como nos advierte Carrasco Conde, la imaginación romántica también
posee la facultad de concebir formas infinitas de sufrimiento (2021, 97).
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- Bibliografía -
— Carrasco Conde. Decir el Mal: La Destrucción del Nosotros. Galaxia Gutenberg, 2021.
— López Domínguez, Virginia. Cuando lo Infinito Asoma Desde el Abismo: Estudios sobre
Romanticismo en Lengua Alemana e Inglesa. Taugenit, 2021.
— Rosenfield, Denis. Del Mal: Ensayo Para Introducir En Filosofía El Concepto Del Mal.
Fondo de Cultura Económica, 2003.
— Villacañas Berlanga, José Luis. La Filosofía del Idealismo Alemán (Vol. I): Del Sistema de
la Libertad en Fichte al Principio de la Teología en Schelling. Editorial Síntesis, 2001.
— Ware, Owen. "Agency and Evil in Fichte’s Ethics." Philosophers' Imprint, vol. 15, no. 11,
Mar. 2015, pp. 1-21. http://hdl.handle.net/2027/spo.3521354.0015.011.
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