El cuervo rojo - Clark Carrados

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 83

Había ido a visitar a un cliente en aquella pequeña aldea, pero el hombre se

hallaba ausente y su esposa le dijo que regresaría al día siguiente. Aunque


procuró disimular la contrariedad que sentía, Paul Tower echó pestes en su
interior de un hombre tan poco formal. Pero podía hacer un buen trato y se
resignó a lo inevitable.

www.lectulandia.com - Página 2
Clark Carrados

El cuervo rojo
Bolsilibros: Selección Terror - 551

ePub r1.0
Titivillus 23.06.2019

www.lectulandia.com - Página 3
Clark Carrados, 1983

Editor digital: Titivillus


ePub base r2.1

www.lectulandia.com - Página 4
www.lectulandia.com - Página 5
CAPÍTULO PRIMERO

Había ido a visitar a un cliente en aquella pequeña aldea, pero el hombre se


hallaba ausente y su esposa le dijo que regresaría al día siguiente. Aunque
procuró disimular la contrariedad que sentía, Paul Tower echó pestes en su
interior de un hombre tan poco formal. Pero podía hacer un buen trato y se
resignó a lo inevitable.
El tiempo parecía espléndido, pero en realidad era bochornoso. Hacía
demasiado calor y en el cielo se divisaban unas nubes grisáceas, panzudas,
que parecían ir a reventar en cualquier momento. No obstante, Tower, a fin de
entretenerse, decidió dar un paseo por los alrededores de la población, ya que
había decidido esperar allí mismo la vuelta de su cliente.
Era una tontería cubrir más de trescientos kilómetros hasta Boston para
tener que volver a la mañana siguiente. Además, ello representaría un
pequeño descanso y le sentaría bien, se dijo.
Distraído en sus pensamientos, no se dio cuenta de que se había alejado
bastante de la población, hasta que de pronto sintió en su frente el impacto de
una gruesa gota de agua.
Levantó la vista. Un relámpago brilló en las alturas. El trueno hirió sus
oídos segundos después, con el fragor de cien carros rodando sobre planchas
de metal. Apenas unos segundos más tarde se desencadenó el diluvio.
Tower echó a correr. Atravesó un bosquecillo, y de repente se encontró
delante de una casa de buenas dimensiones, que le pareció refugio seguro
contra la tempestad desatada.
En media docena de saltos alcanzó la entrada de la casa, protegida por una
marquesina con techo de pizarra. Después de sacudirse como un perro mojado
miró a su alrededor.
La casa parecía deshabitada, aunque en buenas condiciones. Era bastante
antigua, construida parcialmente en piedra, con elementos de madera y dos
plantas. El tejado era a dos aguas, con una picuda torrecilla lateral.

www.lectulandia.com - Página 6
Tower se dio cuenta de que estaba perdido. A veces sufría distracciones y
se sentía completamente fuera de este mundo. «Ahora me ha pasado lo
mismo; he caminado sin fijarme dónde estaba y no sé cómo diablos regresar a
Hadstone», pensó con disgusto.
Tendría que esperar a que pasara la tempestad. Vagamente, recordaba que
el pueblo debía de estar hacia el sur. Delante de la casa, y a través de la
cortina líquida que no daba señales de aclararse, entrevió un camino que se
perdía en la frondosidad del bosque que rodeaba al edificio.
—Pero si no cesa de llover, tendré que quedarme aquí toda la noche —
masculló.
Reinaba una oscuridad casi total, a pesar de lo relativamente temprano de
la hora. Eran aún las cinco de la tarde, pero parecía casi que hubiese llegado
la noche.
Hurgó en sus bolsillos. Por suerte, el tabaco no se le había mojado. Sacó
el encendedor y segundos después aspiraba complacido una bocanada de
humo.
No tuvo tiempo de consumir el cigarrillo. Inesperadamente, oyó ruido de
una cerradura a sus espaldas.
Inmediatamente se volvió, lleno de asombro. La puerta giraba sobre sus
goznes y una mujer de mediana edad apareció ante sus ojos.
—Si desea guarecerse de la tempestad puede entrar en casa, señor —dijo
ella.
Tower tardó algunos segundos en reaccionar.
—Discúlpeme, señora —dijo al cabo—. Pensé que la casa estaría
deshabitada y por eso no llamé. De todos modos, me conformo con quedarme
aquí, resguardado de la lluvia… No quisiera dar molestias.
La mujer sonrió ligeramente.
—No es ninguna molestia, señor —contestó—. Pase, se lo ruego.
—Muy bien, muchas gracias.
Tower lanzó el cigarrillo al suelo ya empapado y se limpió los pies en el
felpudo de la casa. Cruzó el umbral y se detuvo unos pasos más adelante,
irresoluto, un tanto cortado por hallarse en un lugar desconocido.
De pronto, se oyó una voz femenina:
—¿Quién es, Jean?
Una mujer apareció casi en el acto. Tower contuvo un grito de sorpresa al
verla.
Era bastante alta, de formas muy atractivas, vestida con un largo traje
negro, muy escotado, aunque con los hombros cubiertos por la tela. En

www.lectulandia.com - Página 7
realidad el escote era una abertura de la anchura justa de su esbelto cuello,
aunque llegaba hasta mes abajo de la cintura, dividiendo en dos mitades
simétricas un pecho de proporciones estatuarias.
El pelo era negro, como los ojos, y los labios tenían un color escarlata
muy vivo. Tower adivinó que no se debía solamente al lápiz.
Pero no era la mujer lo que más le sorprendió, sino el extraño pájaro rojo
posado sobre su hombro izquierdo. Un ave de aspecto poco agradable, cuyo
plumaje parecía pintado con sangre recién vertida.
El pájaro estaba inmóvil. Tower pensó que se hallaba ante una chiflada,
que gustaba de llevar un ave disecada sobre su hombro.
—El señor se refugió en la marquesina, para protegerse de la lluvia,
señora —contestó la primera mujer, a la que Tower juzgó como una sirvienta.
—Permítanme que me presente, señoras —dijo el hombre—. Soy Paul
Tower, de Boston.
—Me llamo Vera Victor —dijo la mujer del pájaro rojo—. Ella es la
señora Britton, mi ama de llaves.
Tower hizo una inclinación de cabeza.
—Encantado —murmuró.
Repentinamente, ocurrió algo sorprendente.
El pájaro rojo se irguió, abrió el pico y lanzó un desagradable graznido.
—Calla, Briff —dijo la joven—. Perdone, es mi cuervo amaestrado, pero
a veces se siente un poco irritado. Suele ocurrir en presencia de personas
desconocidas. Insisto, no se lo tome en cuenta.
Tower esbozó una sonrisa, que más parecía una mueca. El pajarraco le
resultaba antipático, aunque debía disimularlo. Aquel extraño cuervo, pensó,
era muy capaz de sacar los ojos a picotazos a una persona.
—No tiene importancia, señora —contestó—. De todos modos, pienso
estar aquí muy poco. Me iré apenas haya amainado la tormenta. Y, por
supuesto, permítame expresarle mi gratitud por su hospitalidad en unos
momentos tan poco apacibles en el exterior.
—No se preocupe —dijo Vera—. Jean, por favor, acompañe a nuestro
huésped al salón y ofrézcale algo de beber para que pueda confortarse.
Además, podrá secar sus ropas junto a la chimenea…
La mujer le dedicó una ligera sonrisa.
—Me perdona, ¿verdad? Tengo algo que hacer —se disculpó.
Tower inclinó la cabeza brevemente. Jean Britton echó a andar y le
condujo a un gran salón, en el que había una enorme chimenea con varios

www.lectulandia.com - Página 8
troncos ardiendo, a pesar de la estación. Jean se acercó a una mesa bien
surtida y le miró inquisitivamente.
—Coñac, por favor, si tiene —solicitó Tower.
—Sí, señor.
Jean llenó una copa y la dejó en la mesita.
—Dispénseme, señor.
Tower se quedó solo. Bebió un buen trago de coñac y luego se acercó a la
chimenea. Casi inmediatamente sus ropas empezaron a despedir vapor.
Intrigado, se preguntó qué extraña chifladura había impulsado a Vera a
amaestrar un cuervo, pero más todavía se dijo que le gustaría saber por qué el
pajarraco era de color rojo sangre. Todos los cuervos eran de color negro.
Aquél, sin embargo…
Meneó la cabeza.
—No te preocupes más; pronto parará de llover y entonces podrás volver
a Hadstone —murmuró.
Transcurrieron algunos minutos. Se había vuelto de espaldas al fuego,
para secar la ropa por la parte posterior, cuando de pronto se abrió la puerta y
otra mujer entró en el salón.

***

Era una muchacha de poco más de veinte años, rubia, de esbelta figura y ojos
muy azules, quien en los primeros momentos no pareció darse cuenta de que
se hallaba en presencia de un desconocido.
—Señor Burr, quiero decirle…
La joven se interrumpió, a la vez que se ponía una mano ante la boca.
—Oh, dispénseme, creí que era usted…
Tower sonrió.
—Lo siento señorita, no soy el señor Burr. Mi nombre es Paul Tower,
accidentalmente huésped en esta casa a causa de la tormenta. Llevo aquí cosa
de veinte minutos y todavía no he visto a ningún otro hombre.
—No sabía que hubiese otro invitado… En fin, le ruego me perdone,
señor Tower. Yo me llamo Lavinia Sharnand.
—Es un placer, señorita Sharnand. ¿Vive usted aquí?
—Sí, accidentalmente. Usted debe de vivir en Hadstone, supongo.
—Se equivoca. Resido ordinariamente en Boston, pero tuve que venir a
Hadstone por asuntos de negocios. La persona a la que esperaba ver se halla
ausente y eso me hizo quedarme en el pueblo, puesto que va a regresar

www.lectulandia.com - Página 9
mañana. Para entretener la espera salí a dar un paseo y entonces fue cuando
me pilló la tormenta.
—Comprendo. Bien, no quiero molestarle más. Si viera por casualidad al
señor Burr, dígale que deseo verle lo antes posible.
—No conozco al señor Burr, señorita.
—No hay otro hombre en la casa, a excepción de usted —dijo Lavinia,
sonriendo encantadoramente.
Tower volvió a quedarse solo. Era una casa misteriosa, pensó. Tres
mujeres, dos jóvenes y hermosas —aunque una de ellas ya pasaba algo de los
treinta años—, un ama de llaves, un hombre al que no conocía… y un cuervo
rojo.
—Fascinante —musitó.
Pero, al mismo tiempo también, vagamente aterrador. De pronto se sintió
muy aprensivo y, sin saber por qué, deseó hallarse en aquellos instantes a
decenas de kilómetros de la casa.
Pasó media hora más, sin que nadie hiciera acto de presencia en el salón.
La intensidad de la tormenta había cesado y ya no se producían truenos y
relámpagos, habiendo derivado a una lluvia mansa, pero muy intensa, que no
daba señales de amainar. Tower consultó su reloj y vio que eran casi las siete
de la tarde.
Faltaba muy poco para que se hiciera de noche. Regresar a Hadstone en
aquellas circunstancias era algo que le desagradaba profundamente. Pero no
se atrevía a pedir que le dieran alojamiento por aquella noche…
La puerta del salón se abrió súbitamente. Vera apareció en el umbral y le
dirigió una suave sonrisa.
—Señor Tower, la lluvia no da señales de cesar y el camino a Hadstone se
ha puesto intransitable —dijo—. Mucho me temo que habrá de pasar aquí la
noche, por lo que ruego acepte nuestra hospitalidad.
—No me gustaría ser causa de molestias para ustedes…
—Acepte nuestro ofrecimiento sin temor —contestó Vera—. Lo hacemos
con toda sinceridad.
—Señora, ¿qué debo hacer yo para darles las gracias?
Ella se echó a reír.
—Ya ha dicho bastante —manifestó—. Jean le enseñará más tarde su
habitación y le servirá allí la cena, si no tiene inconveniente.
—Debo respetar las reglas que hay en la casa de mi hermosa anfitriona —
dijo él galantemente.
Vera volvió a sonreír y se marchó, dejando nuevamente solo al huésped.

www.lectulandia.com - Página 10
CAPÍTULO II

Fue una cena opípara y al terminar, sintió deseos de felicitar a la cocinera,


pero no tenía a nadie con quien enviar el mensaje y decidió hacerlo
mentalmente. Luego se acercó a la ventana.
La lluvia continuaba cayendo. A veces soplaba una racha de viento y las
gotas de agua golpeaban el cristal de la ventana. Tower contempló con ternura
el enorme lecho en el que iba a pasar la noche. «Dormiré como los angelitos»,
pensó, acariciándose el estómago satisfecho.
De pronto sonaron unos golpes en la puerta. Dio permiso y la señora
Britton entró de nuevo, con unas prendas de ropa en las manos.
—La señora ha pensado que necesitará ropa de dormir y también para
mudarse por la mañana, señor —dijo Jean inexpresivamente, a la vez que
dejaba todo encima de una consola.
—Pero… —exclamó él, desconcertado.
—No tema, señor; son prendas que pertenecieron al señor Victor, el
esposo de la señora. Usted y él tienen una figura muy parecida y creo que la
ropa le sentará bien.
Tower se lamió el labio superior, lleno de aprensiones.
—La señora… es viuda, supongo.
—No, señor. El señor se marchó hace años y la dejó abandonada. Con su
permiso, señor…
Jean había tomado ya la bandeja con el servicio de la cena y se disponía a
marcharse, cuando de pronto Tower recordó algo y levantó una mano.
—Por favor, señora Britton.
—¿Señor?
—Esta tarde vi a una joven, la señorita Sharnand.
—Ah, sí, es invitada de la señora.
Jean no quiso decir más y Tower pensó que no debía insistir en pedir
detalles de algo que realmente no le interesaba en absoluto. Emitió una

www.lectulandia.com - Página 11
sonrisa de circunstancias, dio las gracias al ama de llaves y volvió a quedarse
solo.
Examinó las ropas que le habían traído, pijama, bata y una muda de ropa
para el día siguiente, incluidos los calcetines. En cada prenda había bordadas
dos iniciales: J. V. «¿John, Jeremy, Jasper, Joe, Jimmy…?», recitó
mentalmente varios nombres masculinos, un tanto intrigado por conocer el del
desaprensivo sujeto que había sido capaz de abandonar a una mujer tan
hermosa.
Acabó por encogerse de hombros. A fin de cuentas, ¿qué importancia
tenía?
Pasó al baño y vio un cepillo de dientes. Era nuevo, apreció, con un
suspiro de alivio.
Un cuarto de hora más tarde estaba en la cama. El rumor de la lluvia fue
una especie de sedante, que le hizo conciliar el sueño muy pronto.

***

Un fuerte golpe sonó en alguna parte. Sobresaltado, Tower se despertó y


escuchó unos momentos.
Debía de haber sido una ventana mal cerrada, se dijo. El golpe volvió a
repetirse y, un tanto fastidiado, pensó que tendría que levantarse para cerrar
aquella ventana y así seguir descansando el resto de la noche.
Encendió la luz, saltó de la cama, y tras calzarse las zapatillas y ponerse la
bata, se dirigió hacia la puerta. Abrió suavemente y asomó al pasillo.
Entonces, atónito, presenció un espectáculo totalmente insospechado.
Vera caminaba a lo largo del corredor, que se hallaba a oscuras, con un
candelabro de un solo brazo en la mano derecha, alumbrándose con la vela
encendida que había en aquel candelabro, que medía más de medio metro de
altura. La vela era bastante gruesa y su pábilo proporcionaba una luz bastante
intensa.
Ella vestía una especie de camisón blanco, largo hasta los pies, que le
parecieron descalzos. Su espléndida cabellera negra caía libre y suelta sobre
las espaldas.
Tower se preguntó adonde podía ir la mujer a semejantes horas. Movido
por una irrefrenable curiosidad, asomó más la cabeza y la vio abrir una puerta
situada al fondo del corredor.
Durante unos segundos se mantuvo indeciso. Luego se decidió,
arriesgando que le hicieran algún reproche por tratar de enterarse de algo que

www.lectulandia.com - Página 12
no le importaba. Pisando de puntillas, salió del dormitorio y se acercó a la
puerta por la que Vera acababa de desaparecer.
Al aplicar el oído a la madera, percibió rumor de voces al otro lado. Había
alguien más en la estancia.
«Hoy me echan a mí a patadas, pero yo me entero de lo que pasa», se dijo.
Hizo girar el pomo muy lentamente. Si le preguntaban, diría cualquier
cosa, que buscaba tabaco o algo por el estilo, pensó. Abrió una rendija y
entonces vio algo que le dejó sin aliento.
Vera había situado el candelabro sobre una consola. Era la única luz que
había en el dormitorio, mucho más grande que el suyo. El lecho, ocupado por
un hombre grueso, medio calvo y de unos cincuenta años de edad, se hallaba
situado sobre un estrado forrado con una espesa alfombra de color rojo
oscuro, más ancho que la cama, lógicamente, y de una altura de medio metro,
por lo que en todo su contorno tenía dos peldaños que permitían un fácil
acceso.
El hombre estaba incorporado en parte, apoyado sobre un codo, y
devoraba con la mirada el bello cuerpo de su visitante. De pronto. Vera soltó
los tirantes de su camisón y la prenda cayó al suelo.
Ella quedó completamente desnuda delante del sujeto, cuya boca,
entreabierta, indicaba el ansia que le poseía. El hombre alargó las manos y
dijo roncamente:
—Ven, ven…
—Morgan, ya conoces el precio —respondió ella.
—Sí, sí, de acuerdo; pero ven, ven pronto…
Vera avanzó hacia la cama. Puso el pie en el primer peldaño y se detuvo
así unos instantes, terriblemente hermosa, alucinantemente provocativa.
—No te desdigas luego de tu palabra, Morgan.
—No, no… Te lo daré, lo juro…
Ella alcanzó la cama y Tower ya no quiso seguir viendo más. Demasiado
se imaginaba lo que iba a suceder. No sentía el menor deseo de presenciar
escenas eróticas. Vera quería algo y lo pagaba con lo mejor que tenía: un
cuerpo de gran belleza. El hombre debía de ser Burr, el tipo al que buscaba
Lavinia Sharnand, se dijo.
Súbitamente, percibió una sensación extraña, el presentimiento de que no
se hallaba solo en el corredor. Un escalofrío recorrió su espalda.
Alguien le estaba contemplando desde muy corta distancia. La idea de que
estaba amenazado por un horrible peligro se infiltró en su mente.

www.lectulandia.com - Página 13
Muy despacio, empezó a volverse. Sobresaltado, vio que no eran ojos
humanos los que le vigilaban.
El arranque de la escalera estaba a cuatro o cinco pasos de distancia y
había una gran bola que remataba el ángulo que formaba la barandilla del
corredor con la de la escalera. El cuervo rojo estaba posado sobre la bola,
quieto, inmóvil como una estatua pintada con sangre.
Tower contempló con aprensión los ojillos diminutos que le miraban
malignamente. Aprensivo, levantó la bata con ambas manos, dispuesto a
cubrirse la cabeza, para evitar los picotazos en los ojos, si era atacado por el
cuervo.
Paso a paso, emprendió la vuelta a su dormitorio. A medida que avanzaba,
el cuervo, inmóvil en el resto de su cuerpo, hacía girar la cabeza para seguirle
con la mirada.
Tower se dijo que no había sentido nunca tanto miedo. Era un animal al
que podía despedazar con sus propias manos, pero se sentía terriblemente
amedrentado ante la silenciosa actitud del pajarraco.
Él también giró poco a poco, a fin de no perder de vista al cuervo en
ningún momento. Al fin ganó la puerta de su dormitorio y se precipitó
velozmente en el interior. Cuando cerró, se apoyó en la madera y puso una
mano en su pecho.
—Dios, qué bestia tan horrible —murmuró.
En el dormitorio no había servicio de licores y tuvo que contentarse con
un vaso de agua. Cuando se echó de nuevo en la cama, miró el reloj y se llevó
la sorpresa de saber que eran apenas las doce de la noche.
Estuvo despierto mucho raro, pensando en lo ocurrido. Al fin, volvió a
dejarse vencer por el sueño y se durmió profundamente.

***

El ama de llaves apareció con el desayuno, cuando apenas acababa de


vestirse. «Diríase que me han estado espiando para ver cuándo estaba listo»,
pensó, mientras dirigía una sonrisa a la sirvienta.
—Para regresar a Hadstone, el señor debe seguir el camino que parte de la
casa. A cosa de media milla, encontraré la carretera secundaria que le llevará
al pueblo sin dificultad. La distancia es de tres millas, aproximadamente —
recitó Jean con voz átona.
Tower entendió claramente el sentido de aquellas palabras.
«Me despiden; muy finamente, pero quieren que me largue», se dijo.

www.lectulandia.com - Página 14
—Muy amable, señora Britton —contestó—. No sé si podré ver a la
señora Victor, pero, en todo caso, le ruego le dé las gracias en mi nombre.
—Así lo haré, señor. Ella está en cama, con una jaqueca muy fuerte, y
siente mucho no poder despedirle personalmente.
Jean ya no dijo más. Dio media vuelta y salió de la estancia.
Tower meneó la cabeza.
—Sí, cuanto antes me largue de esta casa, será mejor —dijo entre dientes.
Desayunó rápidamente. Las ropas del ausente señor Victor le sentaban
estupendamente. Una extraña duda le asaltó de repente.
¿Ausente o difunto?
Jean no lo había explicado con claridad. Sólo había dicho que se había
marchado.
—Pero morir es también marcharse…
Se encogió de hombros. Minutos más tarde descendía al vestíbulo.
No había nadie. La casa estaba sumida en un completo silencio.
Abrió la puerta. Aunque ya sabía que había cambiado el tiempo, poder
contemplar la luz del sol, en un cielo ya sin nubes, les pareció un espectáculo
maravilloso y confortador.
Casi era como volver a nacer otra vez. El aire olía a humedad y, aunque
había todavía muchos charcos, era evidente que el suelo secaría pronto.
Descendió los pocos escalones que había ante la entrada, y en el mismo
momento oyó un ruidoso aleteo.
El instinto le hizo saltar a un lado, al mismo tiempo que veía una sombra
escarlata llegar volando a toda velocidad. Elevó el brazo izquierdo y giró
sobre sí mismo, en actitud defensiva.
El cuervo se posó sobre un saliente de la marquesina. Tower le miró un
instante y entonces vio algo que le hizo sentir verdadero pánico.
El blanquecino pico del pajarraco estaba manchado de algo que tenía el
mismo color que su plumaje.
—Sangre —murmuró, sin poder contenerse.
Bruscamente, se sintió acometido por un pánico espantóse Dio media
vuelta y echó a correr hacía el bosque cercano, ansiando alejarse cuanto antes
de una casa que le parecía poseída por una extraña maldición.
Corrió hasta que le faltó el aliento y le dolieron los costados, Entonces se
detuvo, apoyándose con una mano en el tronco de un árbol.
—Hago una vida demasiado sedentaria —se apostrofó a sí mismo—. Si
no cambio, pronto no podré dar veinte pasos sin ahogarme.

www.lectulandia.com - Página 15
«Y todavía no he cumplido los treinta años, demonios», se dijo, indignado
consigo mismo.
Al cabo de unos momentos se sintió un poco mejor. Iba a reanudar su
camino, cuando de pronto vio los pies que asomaban por debajo de un
matorral.
—Ese tipo no se ha dado cuenta todavía que ya ha salido el sol hace ya
mucho rato —murmuró.
El suelo estaba todavía muy húmedo y la hierba aparecía completamente
mojada.
—Tendré que despertarle o pillará una pulmonía…
Avanzó unos pasos, dio la vuelta al matorral y se detuvo como herido por
el rayo.
El cuerpo del hombre estaba parcialmente recostado contra el tronco de un
frondoso roble. La parte delantera de su cuerpo se hallaba cubierta de sangre,
pero no fue este detalle lo que más le horrorizó, sino ver las espantosas
heridas que tenía en la cara.
Las cuencas de los ojos aparecían vacías. La sangre había raudales por
aquellas horrendas heridas, manchando el rostro y el pecho. Y aún vio algo
todavía más espantoso.
En el lado izquierdo de su cuello se veían las señales de un tremendo
picotazo. Por allí, junto con la sangre, se había escapado la vida de Morgan
Burr, El ataque a los ojos le habría dejado indefenso y luego el maldito pájaro
rojo habría completado su mortífera obra con la perforación de la yugular de
un solo y certero picotazo.
Retrocedió paso a paso. Tenía que informar del suceso a las autoridades.
Era preciso que alguien investigase lo ocurrido.
Al cabo de unos segundos, dio media vuelta y echó a correr.

www.lectulandia.com - Página 16
CAPÍTULO III

Todo le parecía un sueño, una pesadilla, el fruto de una mala noche debido a
una difícil digestión.
A veces se preguntaba si había estado realmente en Hadstone y si había
pasado la noche en una casa misteriosa, en la que el personaje principal
parecía ser un asesino cuervo rojo. Aún se sonrojaba cada vez que recordaba
lo ocurrido.
No había ningún cadáver en el lugar donde lo había visto, ni la menor
señal de derramamiento de sangre. Hadstone tenía una especie de comisario,
con un ayudante, y ambos le habían tomado por un sujeto desaprensivo, con
ganas de divertirse a costa de los representantes de la ley.
Pero aquello había pasado cuatro días antes y Tower sólo quería olvidarlo.
La mejor forma de conseguirlo era dedicándose al trabajo. Y que el diablo se
llevase a la señora Victor y a su maldito cuervo rojo…
Estaba revisando unos papeles en la oficina cuando de pronto encontró
algo inesperado.
Frunció el ceño. Aquellos documentos no le correspondían a él. Sin duda
se habían traspapelado accidentalmente y habían ido a parar a su
departamento.
En los documentos figuraba un nombre que llamó su atención de
inmediato: Lavinia Sharnand. Atraído por la curiosidad, se sentó para leerlos
detenidamente y enterarse de su contenido.
Apenas un cuarto de hora más tarde, sonó el zumbador del interfono.
Inmediatamente tocó la palanca de contacto.
—Tower —dijo.
—Venga inmediatamente a mi despacho —ordenó alguien.
—Sí, señor.
El joven se levantó, salió de su oficina, atravesó un par de antedespachos
y entró al fin en el de su jefe. Kerwin Harrogate le miró con dureza.

www.lectulandia.com - Página 17
—Señor Tower, le envié a Hadstone con un trabajo muy especial —dijo
después de unos segundos de silencio.
—Sí, señor, pero no pude conseguirlo, porque…
Harrogate le entregó un papel.
—Su salario y la indemnización por despido —indicó fríamente.
Tower se quedó con la boca abierta.
—¿Me… despide?
—No hablo en chino —contestó Harrogate secamente.
—Pero, señor, deje que le explique…
—¡No necesito sus explicaciones! El negocio con Adam Pendleton era
muy importante. En apariencia, el señor Pendleton es una persona corriente,
pero es mucho más importante de lo que usted se imagina. Su desidia, su
negligencia, su falta de interés han hecho perder a la firma una suma
considerable. Por tanto, estimo que no nos conviene seguir teniéndolo a
nuestro servicio. Eso es todo, señor Tower.
El pecho del joven se hinchó tempestuosamente. Era una injusticia, se
dijo. Había hecho todo lo posible, pero las circunstancias…
Valía más no pensar en ello. Harrogate no solía dar su brazo a torcer,
incluso cuando no tenía la razón de su parte.
Rogar sería inútil, y además tenía su orgullo que le impedía suplicar por
algo que sabía de sobras no le sería concedido. De pronto pensó que debía
hacer una despedida muy especial.
—Recoja sus objetos personales y váyase inmediatamente —concluyó
Harrogate con acento que no admitía réplica.
—Sí, señor. ¿Me permite, señor?
A Harrogate le gustaba el estilo un tanto antiguo en su despacho privado y
tenía sobre su mesa una escribanía, con tinteros aparentemente fabricados del
siglo pasado. Incluso estaban llenos con tintas roja y negra.
Calmosamente, sin mostrar el menor nerviosismo, Tower guardó el
cheque en un bolsillo. Luego agarró los dos tinteros, dio la vuelta a la mesa y
volcó su contenido sobre la cabeza del asombrado Harrogate.
Cuando salió, el orgulloso individuo no había recuperado todavía el uso
de la palabra.
Pisando firme, regresó a su escritorio. Había un hombre allí, revisando los
papeles.
—Perdona, Paul, pero te trajeron algo que me corresponde a mí —dijo el
empleado.

www.lectulandia.com - Página 18
Tower estuvo a punto de decirle algo nada agradable, pero ya había
agotado su cupo de violencia. Detestaba a Fred Baxter, porque era un hombre
adulador, untuoso, soplón de los jefes, pero ya no quería más conflictos.
—No te preocupes, Fred; puedes llevártelos todos si quieres —contestó—.
Yo ya no pinto nada en esta casa. Acaban de despedirme.
Baxter se quedó con la boca abierta. Y el joven ya no dijo nada más, ni
quiso tampoco entrar en explicaciones. Incluso se había olvidado de los
documentos en los que se citaba el nombre de Lavinia Sharnand.

***

El porvenir no le asustaba. Tenía algunos ahorros y era un buen profesional.


Encontraría trabajo, aunque de momento no sentía el menor deseo de
encadenarse a una mesa de despacho.
Por tanto, decidió tomarse unas semanas de vacaciones. Durante ese
tiempo asistió a un gimnasio y cultivó sus músculos. Dormía bien, aunque a
veces, sentía su sueño perturbado por los recuerdos de lo ocurrido durante su
escanda en Hadstone.
Finalmente, y después de concluido lo que consideraba su período de
descanso, empezó a pensar que ya era hora buscar trabajo. Entonces ocurrió
lo inesperado.
Y lo inesperado fue su encuentro con Lavinia Sharnand. Ella salía de una
tienda de modas, con un paraguas en la mano, ya que el tiempo amenazaba
lluvia. Al verla, Tower se quedó parado, contemplándola fijamente.
Lavinia le miró también, un tanto intrigada y a la vez algo molesta por la
expresión de un hombre que le resultad desconocido. Tower se acercó a la
muchacha con la sonrisa en los labios.
—Sin duda, se ha olvidado de mí —dijo—. Es natural, porque sólo nos
hemos visto una vez y durante breve in cantes. En Hadstone, en la casa de la
señora Victor.
Ella sonrió también.
—Sí, ahora recuerdo. Usted es…
—PauI Tower, porque ha debido de olvidar mi nombre. En cambio,
recuerdo el suyo perfectamente: Lavinia Sharnand.
La chica le tendió la mano espontáneamente.
—Celebro verle de nuevo —dijo—. Vive en Boston, según parece.
—En efecto. Y usted, me imagino, ha venido aquí para hacer compras de
algo que sin duda no se encuentra en Hadstone.

www.lectulandia.com - Página 19
—Pues, no, se equivoca. También resido en Boston, aunque la verdad es
que me gustaría pasar algunas temporadas en Oaks House.
—¿Oaks House? —repitió él, extrañado.
—Sí, es el nombre de la propiedad… que, en tiempos, perteneció a la
familia, pero que ya no puedo decir, infortunadamente, que es mía.
Súbitamente, Tower recordó algo que hasta entonces había permanecido
oculto en lo más profundo de su cerebro.
—Señorita Sharnand, ¿me permitiría hablar con usted unos minutos?
Tengo que decirle algo que puede le resulte interesante. Es decir, si no tiene
demasiada prisa.
—Ninguna —respondió Lavinia—. Dispongo de todo el tiempo que sea
necesario, señor Tower…
—Muy bien, entonces podemos tomar una taza de café en ese bar que
estoy viendo a pocos pasos de distancia.

***

—La casa y las tierras que la rodean pertenecieron a mi bisabuelo. Su hijo, mi


abuelo, lógicamente, heredó la propiedad. Hizo testamento, legando todo a
mis padres, pero éstos murieron cuando yo tenía apenas tres años —declaró la
muchacha poco más tarde.
—Muy lastimoso —dijo Tower—. ¿Qué sucedió a continuación?
—Parece ser que el abuelo se metió en negocios pocos claros y que perdió
una gran suma de dinero. Tuvo que pedir prestado, y al final se encontró en la
ruina o poco menos.
—Y entonces tuvo que entregar Oaks House como pago por la deuda…
—Oh, no, en absoluto. Oaks House estaba desvinculada de cualquier
operación financiera; era eso lo que él hacía primero, cuando firmaba un
contrato: establecer el detalle de forma que no dejara resquicio a la duda.
—O sea, Oaks House sigue perteneciéndole.
—Sí, aunque falta un pequeño requisito: el testamento, que se perdió y no
pudo ser encontrado. Cuando el abuelo murió, hace un par de años, yo
reclamé la propiedad de la casa y las tierras, pero se me contestó que ya no
me pertenecían, porque habían sido entregadas como pago de una deuda
contraída.
—Eso no puede ser —alegó Tower—. Si en el contrato se especificaba la
desvinculación de la propiedad, el acreedor no puede reclamarla como pago
de esa deuda.

www.lectulandia.com - Página 20
—Como sea, me quedé sin la casa —dijo ella tristemente—. Mi abogado
me informó que había perdido todos los derechos, a menos que demostrase
que el contrato en el que se basó el acreedor para quedarse con Oaks House
fuese una falsificación. Y, por supuesto, tenía que demostrar que era la
heredera de mi abuelo.
—Pero no tiene el testamento.
—No, ya digo que se extravió…
Tower se acarició la mandíbula pensativamente.
—Lavinia, ¿sabe quién era el acreedor? —preguntó.
—Un tal Adam Pendleton, de Hadstone. Yo nunca supe que había tenido
negocios con el abuelo, hasta que me lo comunicaron.
—Alguien se lo dijo, por supuesto.
—Sí. Mi abogado se retiró y su socio se quedó con la firma. Quizá le haya
oído nombrar. Se llama Kerwin Harrogate.
Tower sonrió al recordar el aspecto que ofrecía Harrogate después de
haberle volcado encima un par de tinteros con tinta de dos colores.
—Le conozco un poco —dijo—. De modo que era socio de su abogado y
éste se retiró y él quedó a cargo de todos los asuntos de la firma.
—Sí, porque incluso había un tercer socio y compró su parte, de modo
que ahora se ha quedado solo. Ciertamente, tiene un par de colaboradores
principales, pero sin poder de decisión.
—Usted y yo nos conocimos en Oaks House. ¿Puedo saber qué hacía en
una casa que, oficialmente, no era suya?
—No tengo inconveniente —accedió Lavinia—. Simplemente, pedí
permiso a Pendleton para buscar los documentos de mi abuelo.
—Y no encontró nada.
—No, en absoluto.
—Usted me preguntó por un tal señor Burr… ¿Quién era?
—Había contratado a un detective particular para que investigase, pero
hace tiempo que no sé nada de él. Temo que no supe elegir al hombre
adecuado —dijo la joven tristemente.
—¿Por qué?
—Fue conmigo a Oaks House, pero se marchó sin dar explicaciones. Yo
estuve un par de días más, y al fin me vi obligada a abandonar algo que
estimo sigue siendo mío, a pesar de lo que digan las leyes.
Tower cerró los ojos un momento. ¿Había visto realmente a Burr muerto
de una forma atroz?

www.lectulandia.com - Página 21
¿Y la visita nocturna de Vera Victor al dormitorio del detective? ¿Lo
había visto también o era producto de una fantasía?
—Sobre Burr tengo algo que decirle, pero lo haré en otro momento —
manifestó, pasados unos instantes—. Ahora me gustaría decirle una cosa,
Lavinia.
—Claro, Paul —accedió ella.
—Lo primero que debe saber es que hasta hace poco he trabajado en el
despacho de Harrogate. Él me despidió, por causa de un asunto en el que
fracasé, según su opinión por supuesto, y en el que también intervenía el
actual propietario de Oaks House, esto es, Adam Pendleton.
—Asombroso —calificó Lavinia.
—No, de lo más corriente —sonrió el joven—. Bien, el mismo día en que
me despidieron, yo encontré casualmente unos documentos en los que
aparecía su nombre. Pude leerlos a fondo, aunque naturalmente no me
imaginé entonces que quizá sea una falsificación.
Ella se sintió muy excitada al conocer la noticia.
—¿De veras ha visto esos documentos? —exclamó.
—Por casualidad vinieron a parar a mis manos, ya que pertenecían a otro
departamento que no es de mi competencia. Pero le aseguro firmemente que
esos documentos están en poder de Harrogate.
—Yo no los he visto todavía; me lo dijo el anterior socio de Harrogate y,
naturalmente, puesto que el abuelo ya confiaba en él, yo no tenía por qué
obrar en sentido contrario.
—Quizá engañaron también a su abogado. Pero hay una forma muy
sencilla de probar que se trata de una falsificación.
—¿Cómo, Paul?
Tower consultó la hora.
—Podemos ir al despacho de Harrogate ahora mismo —propuso—. ¿Qué
le parece?
Lavinia se puso en pie con viveza.
—Vamos inmediatamente —dijo.

***

Fred Baxter miró por encima de sus lentes al visitante que venía acompañado
de una hermosa muchacha, y su expresión no tenía nada de amable.
—Creí que ya habías terminado aquí para siempre, Paul —dijo con
evidente hostilidad en la voz.

www.lectulandia.com - Página 22
—Como empleado, desde luego —respondió el joven sin inmutarse—.
Pero puedo acudir como representante de mi cliente, la señorita Sharnand.
¿La conoces, Fred?
—Sí, ha estado aquí otras veces.
—Especialmente, cuando John Ferebee dirigía la firma y ella era su
cliente. Cuando Ferebee se retiró, la señorita Sharnand dejó que Harrogate
continuara manejando sus asuntos. Ella me ha encomendado ahora su
representación legal. ¿Está claro, Fred?
—Perfectamente claro, Paul. ¿Qué quieres?
—En esta oficina se guardan unos documentos de reconocimiento de una
deuda contraída por Ivor Carmody Sharnand con Adam Pendleton. Queremos
examinarlos, eso es todo.
—Son auténticos…
Tower se echó a reír.
—Pero Fred, ¿quién ha dicho que sean falsos?
El rostro del sujeto se puso del color de la púrpura.
—No sé si el señor Harrogate accederá…
—Haz lo que quieras, pero si no sacas esos documentos antes de cinco
minutos, mañana estaré aquí con una orden judicial para que entregues, por lo
menos, una fotocopia de todos y cada uno de los papeles del asunto. Lo
comprendes, ¿verdad, Freddy?
La cara de Baxter aparecía de mil colores.
—Iré… iré a buscarlos…
Baxter desapareció. Tower se volvió hacia la muchacha.
—Apuesto doble contra sencillo, a que antes de cinco minutos tenemos
aquí a Harrogate. Manténgase firme, Lavinia.
La muchacha asintió.
—No cederé —repuso.

www.lectulandia.com - Página 23
CAPÍTULO IV

La predicción de Tower se cumplió tres minutos antes de lo anunciado.


Harrogate apareció en el despacho, seguido del untuoso Baxter, con los ojos
enllamarados y el rostro encendido por la cólera.
—¿Qué ha venido a hacer usted a mi casa? —gritó—. Creí haberle
despedido…
—Personalmente, yo no tengo nada que hacer en esta cloaca —respondió
el joven sin amilanarse—. Pero la señorita Sharnand sí tiene algo que decirle
y va a hacerlo ahora mismo.
Harrogate se volvió hacia la muchacha. Lavinia adelantó un paso.
—Quiero que me entreguen copias de los documentos relativos a Oaks
House —declaró firmemente.
—Es un caso perdido…
—Eso lo dictaminarán los tribunales, señor.
—Ya lo hicieron en su día y atribuyeron al señor Pendleton la propiedad
que ha mencionado, señorita Sharnand.
—Si se demuestra que hubo mala fe, engaño o falsedad, los tribunales
dictarán sentencia anulando la anterior y condenando al actual propietario a
una indemnización por los daños y perjuicios que me han sido causados.
Tower había instruido previamente a la muchacha y aplaudió en su
interior la firmeza y determinación de que hacía gala Lavinia. Harrogate se
quedó un tanto desconcertado al escuchar sus últimas palabras.
—Le aseguro que no hubo engaño…
—Quiero cerciorarme de ello, mediante el dictamen de personas expertas
y en las que yo pueda confiar. Si lo que dice es cierto, tendré que resignarme
a perder la propiedad… a menos que encuentre el testamento de mi abuelo —
replicó Lavinia sin perder un ápice de su serenidad.
—Está bien, le daremos esas fotocopias, pero le aseguro que perderá el
tiempo, señorita Sharnand —dijo Harrogate.

www.lectulandia.com - Página 24
—Eso no es cuenta suya. Ordene que me entreguen los documentos y deje
de preocuparse por mi tiempo.
Harrogate se volvió hacia Baxter, quien había estado escuchando en
silencio el áspero diálogo, sin atreverse a intervenir.
—Fred, traiga las copias que solicitan —ordenó.
—Sí, señor.
Baxter fue hacia la puerta, pero la abrió precipitadamente y se golpeó el
rostro con el borde. Lavinia no pudo contener una espontánea carcajada, que
resonó con fuerza en el despacho. Baxter salió al fin, colorado hasta las
orejas, mientras Harrogate refunfuñaba y echaba pestes entre dientes acerca
de un empleado tan estúpido.
Luego se volvió hacia el joven.
—Y usted, ¿qué demonios hace aquí? —preguntó hostilmente.
—Soy el asesor legal de la señorita Sharmand —dijo Tower.
—Podía haber hecho peor elección —contestó Harrogate mordazmente.
—Ya la hizo cuando siguió permitiendo que usted defendiera sus
intereses.
—Siempre fui honesto y fiel defensor de los intereses de mi cliente. Lo
que ha dicho usted es una calumnia. Podría demandarle por ello…
—No hay testigos, yo no he oído nada —terció Lavinia con acento
malicioso.
Harrogate se mordió los labios.
—Está bien, pero cuando salga de aquí, piense que lo hace por última vez
y no vuelva a poner los pies en esta casa —rezongó.
—Vendré siempre que me parezca y cada vez que mi cliente lo necesite
—dijo el joven—. Y pobre de usted si se demuestra que hubo falsificación de
documentos.
—En todo caso, yo sería inocente. Son los que me entregó el señor
Pendleton…
—Mejor será no discutir más este asunto. Dejaremos la última palabra
para los tribunales, si los expertos dictaminan que hay fraude.
—Insisto, perderán el tiempo.
Harrogate ya no dijo nada más; bruscamente dio media vuelta y salió de la
estancia, dejando a Tower y a la muchacha momentáneamente solos.
—Ha estado usted muy bien; le ha dado una lección a ese viejo buitre —
dijo el joven sonriendo.
—¡Uf, qué miedo he pasado! —confesó ella—. Creí que iba a morderme.
Pero me asalta una duda, Paul.

www.lectulandia.com - Página 25
—¿Sí, Lavinia?
—¿Quién examinará los documentos, para garantizar su autenticidad o su
falsedad?
—Conozco a un experto que puede emitir un primer informe, Si asegura
que es un fraude, entonces usted tendrá que interponer una demanda judicial y
entonces los tribunales, a su vez, ordenarán a otros expertos que emitan el
informe que habrá de servir como base a la sentencia.
—Muy bien, pero eso costará dinero…
—No quedará usted para pedir limosna —sonrió Tower.
—En todo caso, dígame sus honorarios y los del experto. Paul.
—¡Pero si aún no hemos empezado!
—Bueno, esto supone algunos gastos y usted, creo haber oído, se quedó
sin empleo.
—Ya tengo uno, Lavinia.
—¿De veras? ¿Cuál, por favor?
—Soy su asesor legal, ¿no lo recuerda?
Ella se echó a reír.
—Quizá no le rinda mucho, económicamente hablando —apuntó.
—Soy optimista ante el futuro —contestó él—. Lo único que quiero es
que usted recobre lo que le quitaron ilegalmente. Si supiera dónde está el
testamento de su abuelo…
Lavinia hizo un gesto de impotencia.
—No tengo la menor idea —contestó, desanimada.
—Usted lo conocía bien y tiene que saber sus costumbres y sus manías.
Trate de recordar, a fin de que algún día pueda buscar en un sitio donde se
presuma haya podido guardar ese documento tan valioso. ¿Entendido?
——Sí, desde luego.
Baxter entró en aquel momento, con un puñado de papeles en la mano.
—Los documentos —anunció secamente.
Tower se apoderó de los papeles y empujó a la muchacha hacia la puerta.
Antes de salir, se volvió y miró al otro casi con fiereza.
—Freddy, siempre fuiste un adulador, además de un soplón repugnante —
dijo duramente—. Hacías cosas que no me importaban, porque no me
afectaban directamente, pero —blandió los papeles— esto es muy distinto. Si
se demuestra que hubo trampa y que tú tuviste mucho que ver con el asunto,
te costará caro. Procura entenderlo bien.
El rostro de Baxter estaba gris, apreció Lavinia. «Entonces, hubo trampa»,
pensó.

www.lectulandia.com - Página 26
El silencio, se dejó llevar por el joven. Una vez en la calle, Tower le hizo
una proposición:
—¿Por qué no almorzamos juntos? Luego yo me llevaré los documentos a
casadlos examinaré a fondo y mañana se los entregaré al experto. Dentro de
tres o cuatro días, como máximo, tendremos su informe y, créame, se puede
confiar en él. ¿Qué le parece, Lavinia?
Ella sonrió y le dirigió una sonrisa cautivadora.
—Estupendo, Paul —accedió.

***

Tower vivía en una pequeña casita, situada en un barrio suburbial, alquilada


desde hacía bastante tiempo. Le gustaba más residir allí que en la ciudad y,
por otra parte, la renta era soportable. Durante buena parte e incluso después
de cenar, se concentró en el estudio de los documentos.
Aparentemente, todo estaba en orden, pero cierto instinto le hizo saber
que algunas cifras habían sido manipuladas y que, en alguna parte, se había
hecho una falsificación de números y hasta de la letra de algunas anotaciones.
Era una lástima que tuviese que tratar con unas fotocopias, se dijo. El
experto tendría dificultades para emitir su dictamen, pero a pocas dudas que
manifestase, Lavinia podría presentar el caso ante los tribunales y Harrogate
no tendría más remedio que presentar los documentos originales.
Y no podía destruirlos, porque entonces Lavinia alegaría la inexistencia de
la deuda y recobraría la propiedad automáticamente.
—¿Qué diablos de relaciones existen entre Pendleton y Harrogate? —se
preguntó, intrigado.
Recordó los incidentes ocurridos en Oaks House. ¿Era cierto que un
maldito cuervo rojo había asesinado a Burr?
Tenía un poco cargada la cabeza y abrió la ventana para que entrase el
fresco de la calle. Luego se acostaría y por la mañana se sentiría
completamente despejado.
Había trabajado en el pequeño despacho que tenía en la casa y fue a la
sala para prepararse un whisky. Tomó un sorbo y luego regresó al gabinete.
Abrió la puerta y se quedó petrificado en el umbral, con el vaso en una
mano y el picaporte en la otra.
—Estoy soñando —murmuró.
El cuervo rojo estaba allí, sobre la mesa, con las patas posadas sobre los
documentos, contemplándole con mirada que le pareció la de un demonio con

www.lectulandia.com - Página 27
alas color de sangre. Era un animal enorme, demasiado grande para su
especie.
Un cuervo asesino, pensó, sin atreverse a mover un solo músculo.
Luego recordó a Vera Victor. Si el cuervo estaba allí. Vera no podía
encontrarse muy lejos.
El animal sacudía las alas. Tower presintió un ataque inminente.
Cerraría la puerta y…
Pero entonces reparó en la ventana abierta. Si cerraba la puerta, alguien
entraría y se llevaría los documentos. Podía hacerlo en menos de un minuto.
Vera no entraría, pero sí algún compinche más ágil, calculó.
El pico del cuervo se abrió para emitir un graznido. De pronto, Tower
recordó el vaso que tenía en la mano.
Lentamente, se lo cambió a la derecha. Luego, de súbito, lo arrojó contra
el cuervo.
—¡Fuera, maldito pajarraco!
El cuervo graznó ruidosamente y se elevó en el aire para eludir el impacto
del vaso. Luego, como si la reacción del humano le hubiera asustado, batió
alas estridentemente y huyó a través de la ventana abierta.
Tower se precipitó hacia la ventana. El cuervo se había perdido ya de
vista, pero le pareció divisar la silueta de un hombre que corría
precipitadamente, como si huyera de las inmediaciones de su casa.
¿Un hombre o una mujer con pantalones?, se preguntó.
La luz no era muy buena y no pudo aclarar las dudas. Pero cerró la
ventana y, para mayor seguridad, se llevó los documentos al dormitorio y los
puso bajo la almohada.
Tenía que evitar sorpresas desagradables.

***

El experto se llamaba Andy Phild y era bastante amigo de Tower quien a la


mañana siguiente le contó lo que sucedía. Phild había hecho algunos trabajos
para Harrogate, aunque, confesó, no le agradaban demasiado ciertos
procedimientos del abogado.
Una vez había intentado que diese como bueno un informe especial en un
juicio, y Phild se había negado a confirmar la autenticidad del documento,
alegando serias dudas. Harrogate no había insistido, pero no le encomendó el
informe y entregó el documento a otro, a quien Phild suponía más
acomodaticio.

www.lectulandia.com - Página 28
Ello había ocurrido hacía relativamente poco tiempo. Desde entonces,
Harrogate no le había vuelto a encargar más trabajos.
Tower lo sabía; por ello le llevó los documentos, poniéndole de paso en
antecedentes del asunto. Mencionó todo lo que sabía, excepto la horrible
muerte de Morgan Burr. Cuando Phild oyó el nombre de Vera Victor, dio un
respingo sin poder evitarlo.
—¿La conoces? —se sorprendió el joven.
—Personalmente no, pero hace años la vi actuar en un circo. Tenía un
número de pájaros adivinos, amaestrados por ella misma.
—Una domadora de pájaros —exclamó Tower, pasmado.
—Así se la podría denominar, y es preciso reconocer que conseguía
maravillas con sus pajaritos. Pero el número, no sé por qué, no tenía
demasiado éxito y entonces probó otra clase de oficio, aunque sin abandonar
el circo, naturalmente.
—¿Qué número hizo después, Andy?
—Adivinadora del porvenir. No cambió de nombre, sino de título. Antes
era la domadora Vera, y después se hizo llamar «madame» Vera. Pero,
además, decía algo muy curioso acerca de sí misma, y hasta había idiotas que
se tragaban la fábula. —Phild meneó la cabeza—. Paul, buen amigo, el
número de imbéciles es infinito —añadió, sentencioso.
Tower se echó a reír.
—Puede que tengas razón —contestó—. Andy, ¿sabes algo más de
«madame» Vera?
—No te puedo decir mucho más, salvo que era la esposa del director del
circo y éste huyó con una malabarista, que parecía realmente un saco de
huesos… Seguramente, también se creyó que Vera había nacido realmente a
principios del siglo pasado.
—¿Eso es lo que decía? —se asombró Tower.
—Pues… sí, y yo mismo se lo escuché en una ocasión, aunque, claro está,
no me creí una majadería semejante. Pero ya sabes, siempre hay tontos a los
que les gusta que le digan tendrán un futuro maravilloso, y si eso lo profetiza
una persona con ciento cincuenta años de sabiduría a las espaldas, mucho
mejor todavía. Adivinando él porvenir, tuvo el éxito que no había conseguido
con los pájaros amaestrados.
—En vez de pájaros, domesticaba a las personas.
—Y les vaciaba los bolsillos lindamente —rió Phild.
—Pero luego dejó el circo, ¿por qué?

www.lectulandia.com - Página 29
—Está claro, Paul. Su marido se fugó con la malabarista y los fondos de
la empresa. Por tanto, el circo se fue al diablo y ella se quedó sin empleo. No
sé lo que haría después, es todo cuanto puedo decirte.
—Ella está ahora en Oaks House —dijo el joven pensativamente—. Sería
cosa de averiguar qué hace allí realmente.
—Eso es asunto tuyo, Paul —respondió Phild—. Y si es una propiedad
tan interesante como dices, y su dueña la ha perdido a causa de unas supuestas
deudas, no te quepa la menor duda de que Harrogate ha tenido mucho que ver
con esa trampa. Aun más, si hubo falsificación, apostaría doble contra
sencillo a que sé quién lo hizo.
—¿De veras? Eso resultaría muy interesante…
—Jimmy Rymes —contestó Phild sin vacilar—. Es un verdadero experto
y lo único que le falta es el auténtico papel moneda. Si dispusiera del papel
que emplea el gobierno para imprimir los billetes de banco, haría verdadera
maravillas, créeme.
—Si es tan bueno como dices, puede conseguirlo, Andy —alegó el joven.
—No. Rymes haría las planchas, únicamente, y le saldrían perfectas. Por
eso no falsifica billetes. Pero llévale un documento, págale bien y tendrás otro
original, que no sé podrá distinguir del verdadero.
—A menos que un experto como tú tome el asunto en sus manos.
Phild sonrió, halagado.
—Haré lo que pueda, Paul —contestó—. ¿Quieres la dirección de Rymes?
—Sí, por favor —contestó Tower.

www.lectulandia.com - Página 30
CAPÍTULO V

Lavinia llamó a la puerta y luego abrió, en vista de que no le contestaba nadie.


—Paul, ¿está en casa? —dijo en tono alto.
—¿Quién es? —sonó una voz en el interior.
—Lavinia Sharnand. Paul, ¿dónde está?
—Salgo en seguida; estoy terminando de ducharme. Lavinia, vaya a la
cocina; en el frigorífico encontrará bebidas frescas.
—Muy bien, no tenga prisa por mí —contestó la muchacha.
Tower llegó diez minutos más tarde, en mangas de camisa y estrechó con
fuerza la mano de Lavinia.
—Tengo noticias —dijo.
—Interesantes, supongo —dijo ella.
—Supone bien. Mi amigo el experto me llamó anoche. A primera vista,
dijo, cree que hubo falsificación. No obstante, va a realizar un examen más
detenido de los documentos y entonces podrá emitir un dictamen seguro.
—Eso significaría que Oaks House sigue perteneciéndome.
—Sin duda alguna. Pero hay más, Lavinia.
—¿Aún más. Paul? —se extrañó ella.
—El experto cree saber quién fue el autor de la falsificación y me dio su
nombre y dirección. Ahora, precisamente, me disponía a salir de casa para ir a
hablar con ese individuo.
—¿Lo conoce usted?
—No, pero eso poco importa ahora. Conviene que hable con él…
—Los dos. Paul —dijo Lavinia resueltamente.
Tower miró a la muchacha un instante y luego sonrió.
—Claro, los dos —respondió.
El teléfono sonó en aquel momento.
—Dispénseme, Lavinia —rogó el joven.

www.lectulandia.com - Página 31
Tower tenía un supletorio de pared en la cocina y descolgó el aparato. Era
Phild quien le llamaba.
—PauI, tengo que darte una noticia muy desagradable —dijo el experto
—. Me han robado los documentos durante la noche.
Tower se puso rígido.
—Han entrado ladrones en tu casa —adivinó.
—Pues lo raro es que no he sentido nada —respondió Phild—. Tengo
instalada una alarma rudimentaria, aunque muy efectiva, lo que me permite
dormir con las ventanas abiertas en el buen tiempo. Si un ladrón hubiese
entrado por la ventana, habría tenido que pisar en el suelo y la alarma se
hubiera disparado instantáneamente. Con sinceridad, no sé cómo lo han
hecho…
Tower adivinó la verdad instantáneamente.
—¡El cuervo rojo! —exclamó.
—¿Cómo dices. Paul?
—No, nada, no te preocupes; creo que ya sé lo que pasó… pero no
importa demasiado. Te lo explicaré en otro momento; pero, insisto, no debes
preocuparte.
—¡Caramba, me han robado los documentos! —se quejó Phild.
—También a mí me los quisieron robar; por eso, antes de llevártelos,
ordené otro juego de copias. Ya te las llevaré luego. Andy, no te aflijas por
ello.
—Eres un chico listo. Paul —rió el otro.
—No, sólo prevenido. Bien, te llamaré más tarde. Gracias por todo… y no
te olvides de tus honorarios.
—Es algo que siempre tengo muy presente. De lo contrario me moriría de
hambre —contestó Phild jovialmente.
Tower colgó el teléfono y se volvió.
—¿Ha oído. Lavin…?
Parpadeó, asombrado. La muchacha no estaba allí.
Había desaparecido.
De pronto. Lavinia se hizo visible en el umbral de la puerta de la cocina.
—Dispense. Paul; pero no pude contener la curiosidad. Lo he oído todo
desde el otro teléfono.
Tower respiró, aliviado.
—Debieras haberme avisado…
—¿Temía también que se me hubiera llevado el cuervo rojo en sus garras?
—dijo ella riendo.

www.lectulandia.com - Página 32
—Tiene una figura preciosa, pero aun así pesa demasiado para ese
pajarraco. Bueno, ya lo ha oído. ¿Qué le parece?
Lavinia se puso seria.
—Paul, ¿es posible que un pájaro pueda entrar en una casa y robar
determinados documentos? —preguntó.
—Creo que sí —respondió él—. De todas formas, si no le importa,
hablaremos durante el camino. No necesitamos ir en coche.
—¿Adónde? —inquirió Lavinia muy intrigada.
—Jimmy Rymes, el falsificador, vive casualmente a menos de mil metros
de esta casa, en otra muy parecida, y quiero hablar con él, para ver si puedo
sonsacarle algo interesante.
—De modo que vive en este barrio.
—Los tipos como Rymes necesitan discreción. En una casa de
apartamentos podría inspirar sospechas a algún vecino demasiado curioso o a
una inquilina aficionada a meter las narices en las vidas ajenas. En una casita
relativamente aislada, la discreción está garantizada y él lo necesita para su
trabajo.
—Si es que se puede llamar trabajo a falsificar documentos —exclamó
Lavinia, indignada.
—Todo depende de los puntos de vista —contestó Tower. Abrió la puerta
y la empujó suavemente—. Para él, es su profesión y, me imagino, debe de
ganar bastante dinero —añadió.
—Hasta que la policía le eche el guante algún día, Paul.
—Puede que ese día esté ya muy cercano, Lavinia.

***

Sin prisas, cubrieron los tres cuartos de kilómetro que había hasta la casa del
falsificador, la cual, apreció Lavinia, tenía un aspecto parecido a la de su
acompañante, con un pequeño jardincito a su alrededor muy bien cuidado, lo
que parecía demostrar la afición de su dueño por las plantas.
—Esta clase de gente tiene que aparentar a veces lo que no es, para
engañar a la gente —dijo Tower, mientras se acercaban a la puerta.
—Puede que le guste realmente la jardinería y lo considere como un
hobby para sus ratos de ocio, cuando no está falsificando documentos —
contestó Lavinia punzantemente.
—Todo podría suceder, en efecto —convino él.

www.lectulandia.com - Página 33
Tower llamó a la puerta, pero no le contestó nadie. Insistió, sin obtener la
menor respuesta, y no pudo dominar un gesto de contrariedad.
—Habrá salido —apuntó ella.
—Entonces aguardaremos lo que sea preciso…
Tower se interrumpió, porque acababa de ver una ventana entreabierta.
—Espere, voy a mirar.
Separándose de la puerta, caminó pegado a la pared hasta la ventana.
Lavinia le vio asomar la cabeza a través del hueco y, de repente, captó un
súbito estremecimiento que sacudió el cuerpo del joven de la cabeza a los
pies.
—¡Paul! ¿Qué sucede? —exclamó, a la vez que corría hacia él.
Tower se volvió y quiso impedirle que se asomara al interior, pero ya era
tarde. Lavinia lanzó una mirada al otro lado de la ventana y casi en el acto se
tambaleó, horrorizada por el espectáculo que se presenciaba dentro de la casa.
El joven inspiró con fuerza. Una especie de sentimiento morboso le
impulsó a contemplar de nuevo el cadáver del dueño de la casa. No había
visto nunca a Rymes, pero supuso que el muerto no podía ser otro que el autor
de la falsificación de los documentos.
Semanas antes había visto otro cadáver con idéntico aspecto, los ojos
destrozados a picotazos y la yugular desgarrada por un certero golpe del pico
del pajarraco.
—El cuervo rojo, otra vez —murmuró.
Rymes estaba sentado en un rincón, con las ropas des garradas en parte y
abundantes manchas de sangre en todo su cuerpo. Había, incluso, salpicaduras
en la pared.
Más cerca se veía una mesa, con unos papeles encima. Sobre el blanco del
papel, se divisaban las rojas huellas de las patas de un ave, y aquellas
manchas sólo podían tener un origen.
—El cuervo rojo —repitió Lavinia, abrumada por el suceso.
Estaba a punto de caerse, y Tower la sostuvo por la cintura.
—Lavinia.
—¿Sí. Paul? —contestó ella con voz desfalleciente.
—Sea animosa —dijo Tower—. Aunque no nos guste, hemos de llamar a
la policía. Se trata de una muerte violenta y no podemos eludir nuestra
declaración.
—Pero, entonces, sabrán…
—No es necesario que digamos todo. Nadie tiene por qué enterarse de que
sospechábamos de Rymes. Simplemente, diremos que creíamos que la casa

www.lectulandia.com - Página 34
estaba deshabitada y que usted deseaba alquilarla. ¿Lo ha entendido?
Ella hizo un gesto de aquiescencia.
—De lo demás me encargo yo —continuó Tower—. No sabemos nada de
un cuervo asesino ni conocemos a su propietaria. Y, en el fondo, algunos
policías se sentirán muy aliviados.
—¿Por la muerte de un ser humano?
—Les creaba muchos problemas. Lavinia.
—Está bien. ¿Cuándo va a llamar?
—No entraremos en la casa, lógicamente. Allí, a cincuenta pasos, veo una
cabina telefónica.
—Iré con usted: no quiero quedarme sola —dijo ella, todavía horrorizada
por lo que había visto.
Lavinia procuró serenarse. Después de que el joven hubo avisado a la
policía, dijo:
—Ya no podremos demostrar que hubo falsificación, Paul.
—Los documentos existen. Pero hay también alguien que quizá pueda
darnos detalles sobre este repugnante asunto.
—¿Quién. Paul?
—Fred Baxter —contestó Tower.

***

De pronto, aquella misma tarde, Tower recordó a un reputado ornitólogo, que


había sostenido un pleito por la propiedad de un libro de divulgación cultural
contra la editorial que se lo publicaba. Tower había llevado el asunto con
habilidad y destreza, y el ornitólogo se había sentido muy agradecido por la
victoria que le permitió embolsarse una buena suma de dinero.
—Con este dinero podré continuar mis investigaciones sin problemas —
había dicho el científico, una vez obtuvo la indemnización solicitada—. En
cuanto a usted, amigo mío, cuente con mi gratitud eterna…
Tower no había cobrado un solo céntimo por el trabajo, dado que era un
caso que llevaba la firma en la que estaba empleado. Pero después de lo
ocurrido, decidió que era llegado el momento de cobrar de algún modo el
favor que había hecho un par de años antes al profesor Francis X. Finlay.
También decidió no perder un minuto más de tiempo y aquella misma
tarde llamaba a la puerta de la residencia del ornitólogo. Le recibió su esposa,
una agradable dama, de mediana edad y rostro todavía encantador. La señora
Finlay le conocía también y se alegró mucho de ver al joven.

www.lectulandia.com - Página 35
Luego dijo que avisaría a su esposo, y un par de minutos más tarde Tower
estaba sentado frente al científico.
—No esperaba verle por aquí —dijo Finlay—. Su profesión y la mía son
absolutamente dispares, aunque hubiera una ocasión en que ambos
coincidimos.
—Yo no soy ornitólogo, pero creo que cacé a un pájaro que pretendía
estafarle, profesor —rió el joven.
—Sí, fue un buen trabajo. Sin embargo, supongo que no ha venido a
recordarme aquel pleito…
—No, he venido para utilizar sus conocimientos, si me permite abusar
unos momentos de su amabilidad.
—Lo que sea. Paul.
—Antes de hablar, querría pedirle un favor, profesor. Por razones que no
son del caso ahora, desearía una absoluta discreción sobre el asunto.
—Cuente usted con ello, amigo mío —accedió Finlay—. Y. hombre,
dígame de una vez de qué se trata o se me quemará el trasero en el sillón.
Tower se echó a reír ante aquella pintoresca alusión a la impaciencia que
sentía el ornitólogo. Luego dijo:
—Profesor, supongo que estará usted enterado de que un hombre, hoy, ha
sido atacado y muerto por un pájaro. Le destrozó los ojos a picotazos y
también le cortó la yugular, aparte de otras heridas de menor importancia.
Finlay asintió.
—Sí, he oído algo —convino—. Debía de ser un pájaro muy robusto, un
águila, quizá…
—Fue un cuervo, profesor.
Finlay parpadeó.
—No estará hablando en serio, muchacho —exclamó.
—Un cuervo rojo —añadió el joven, impasible.
—Paul, yo le aprecio a usted muchísimo, pero no toleraría que se burlase
de mí…
—Hablo en serio, profesor —atajó Tower—. Permítame que se lo
explique todo y luego me dará usted su opinión. Sin embargo, antes he de
hacerle saber, y si quiere bajo juramento, que no se trata de una fantasía. ¿Lo
ha comprendido?
Finlay se arrellanó en su sillón y empezó a cargar la pipa.
—Empiece. Paul —indicó escuetamente.
Tower habló durante unos minutos. Cuando terminó, esperó ansiosamente
la respuesta del ornitólogo.

www.lectulandia.com - Página 36
Finlay meditó durante algunos momentos. Luego movió la cabeza.
—Es posible —dijo al cabo—. Un entrenamiento constante, sobre todo si
se inicia desde muy temprana edad, puede conseguir verdaderas maravillas en
un cuervo, ave por lo de: más dotada de gran inteligencia. Algunos incluso
hablan… es decir, repiten lo que les han enseñado.
—Como los loros.
—Exactamente.
—Entonces, el dueño podría haber enseñado a ese cuervo a… robar unos
papeles, por ejemplo.
—Amaestrar a un animal consiste en provocar en él una serie de reflejos
condicionados, que actúan en el momento en que su domador lo requiere. Sí,
pudo haberle enseñado a llevarse unos documentos con el pico, no con las
garras, dado que se trata de papeles. Con las garras podría llevarse otra cosa,
un cigarro, un encendedor, algo de cierto volumen y no plano como un papel.
—Muy bien, profesor. ¿Qué me dice ahora de su enorme tamaño? Yo no
entiendo de aves, pero me parece que ese cuervo es mayor de lo normal.
—Se pudo conseguir mediante una alimentación especial, muy rica en
sustancias nutritivas que no encontraría el animal en estado de libertad, en el
bosque. Sobre todo, si ese régimen se inició a una edad en que normalmente
las crías de cuervos son alimentadas por sus progenitores. Se haría más
grande, más voluminoso y, en definitiva, más robusto.
—¿Y el color rojo del plumaje? Porque los cuervos son negros como el
tizón, profesor.
—Seguramente se trata de una sustancia inofensiva, química por supuesto,
y con una fórmula original, que ocasiona el cambio de coloración en el
plumaje. No olvidemos que la sangre de los pájaros circula también por sus
plumas y que llega a las barbillas de ésta.
—Una sustancia colorante…
—Inofensiva, aunque también sospecho una cosa. Paul.
—¿Sí, profesor?
—A la larga, ese colorante puede provocar reacciones inesperadas en el
organismo del animal.
—¿Por ejemplo?
Finlay hizo un gesto vago.
—Realmente, podría decirse que está intoxicado de una manera
permanente. Con toda seguridad, elimina por la vía natural la mayor parte de
ese colorante, pero quedará una minúscula parte que un día, tal vez, pueda
provocarle la muerte.

www.lectulandia.com - Página 37
—Pero, profesor, ¿puede un cuervo matar a una persona?
Hubo un momento de silencio.
Luego, lentamente. Finlay dijo:
—En teoría, sí. La víctima, si es atacada primeramente en un punto
vulnerable como son los ojos, pierde ya la iniciativa. El atacante se
envalentona y redobla sus esfuerzos. Alcanza la yugular…
—Y se produce la muerte por hemorragia.
Finlay asintió.
—Pero de todas formas es un caso rarísimo —manifestó—. Confieso que
no había oído nada semejante. Paul.
Tower se despidió momentos más tarde. Desde la puerta, miró al
ornitólogo.
—Puede que, además de enseñarle a robar papeles, le enseñaran también a
atacar a las personas —dijo.
—Los cuervos son capaces de aprender muchas cosas —respondió el
profesor.

www.lectulandia.com - Página 38
CAPÍTULO VI

—No me explico cómo puede existir alguien capaz de enseñar ciertas cosas a
un animal —dijo Lavinia aquella noche, mientras cenaban en un discreto
restaurante.
—¿Te extraña? —sonrió él—. Dime, ¿qué se enseña a los perros de
guarda? ¿Qué se enseña a los perros policía? ¿Has visto esos feroces
«Doberman-pincher», capaces de destrozarte el cuello de una sola dentellada?
—Hombre, eso es distinto…
—Es lo mismo, y un cuervo es más inteligente que un perro, por mucho
que te asombre.
—Si tú lo dices…
—He hablado largamente con el profesor Finlay, ya te lo he contado. Si el
hombre quiere, puede hacer verdaderas perrerías con los animales.
Lavinia rió suavemente.
—Has dicho perrerías. Paul.
—Se enseña a los elefantes a hacer cosas en el circo, a los leones a saltar a
través de un aro en llamas; hay domadores de perros, de cocodrilos, de
serpientes… Todo eso no se consigue sin un severo entrenamiento y, créeme,
por mucho que digan, martirizando a los animales, para conseguir inculcar en
ellos ciertos reflejos condicionados, que les hacen actuar como desea su
domador. Ese es el caso del cuervo rojo, hecho más grande y de dicho color,
gracias a su alimentación especial.
—Creo que tienes razón —dijo ella, muy pensativa—. Pero si ha
conseguido una obediencia tan perfecta, eso significa que lo tiene desde que
era muy pequeño, ¿no?
—Seguro. Lo sacaría de su nido, a los pocos días de nacido, y lo educó
para que actuara según sus deseos.
—Ella, la señora Victor, claro.

www.lectulandia.com - Página 39
—Alias «Madame» Vera, adivinadora del porvenir, nacida en el siglo
pasado —puntualizó Tower.
—Eso no hay quien se lo crea. Paul —dijo ella, indignada.
—Salvo los tontos que quieren que les digan lo que desean escuchar.
—Si lo miras así…
—No hay otro punto de vista, Lavinia.
Tower pinchó un trozo de chuleta con el tenedor y lo mantuvo en alto un
segundo.
—Pero ahora tenemos entre manos algo más interesante —agregó.
—Dime. Paul.
—Primero, hablar con el untuoso Baxter, acorralándole si es preciso.
—¿Crees que él…?
—Últimamente Harrogate le encargaba asuntos que, por sus
conocimientos y experiencia, deberían haber pasado a otras manos.
—Las tuyas, por ejemplo —sonrió Lavinia.
—No me creas más experto en leyes de lo que soy en realidad. Se trataba
de asuntos un tanto complicados, pero a la vez también dudosos.
—Como por ejemplo, la propiedad de Oaks House.
—Ese asunto no vino a mi despacho; de lo contrario, Pendleton no sería
ahora el dueño de tu casa.
—Muy bien, hablaremos con Baxter. ¿Y después?
Tower se frotó la mandíbula.
—Hay algo extraño en la relación existente entre Pendleton y Harrogate.
Yo fui a ver al primero y el asunto fracasó, pero en parte es porque yo no
tenía el pleno convencimiento de que iba a salir bien. Y. por otra parte, a
Pendleton no le gustó tampoco. No lo sé de una manera cierta, pero creo que
debemos hablar con él.
—¿Cuándo. Paul?
El joven sonrió.
—¿Quieres volver a Hadstone?
—Tal como están las cosas, sí —respondió ella firmemente.
—Muy bien; primero veremos a Baxter. Esto nos dará una base con más
datos para la entrevista con Pendleton.
—¿Iremos ahora, Paul?
—Si no tienes inconveniente…
—Ninguno, por supuesto.

***

www.lectulandia.com - Página 40
Después de varias llamadas infructuosas a la puerta del apartamento donde
vivía Baxter, se convencieron de que el sujeto no estaba en casa.
—A veces, aunque no con frecuencia, se queda en la oficina para concluir
algún trabajo —dijo Tower—. Quizá fue después a cenar y luego a algún
espectáculo…
De pronto oyeron una voz en las inmediaciones:
—¿Buscan ustedes al señor Baxter?
Tower y la muchacha se volvieron en el acto. Una mujer de mediana edad
les miraba desde una puerta situada unos pasos más allá.
—Así es, señora —contestó él—. Parece que no está en casa…
—En efecto, ha salido. Vino hace rato y hará cosa de media hora que se
marchó. Tenía mucha prisa, según parece.
Tower comprendió que se hallaba ante una chismosa, aficionada a
enterarse de todo lo que ocurría en la vecindad. Seguramente se pasaría el día
con el ojo pegado a la mirilla de la puerta de su apartamento.
—Así que tenía prisa —sonrió.
—Eso me pareció a mí —dijo la mujer—. No es corriente que el señor
Baxter salga de su casa por las noches y por eso me extrañó más todavía.
—Bien, en todo caso, le veremos mañana en su oficina. Muchas gracias,
señora —sonrió la muchacha.
—No se merecen —contestó la curiosa, cuyos ojos no se apartaban un
instante de la figura de Lavinia.
«Debe envidiarla a muerte», pensó Tower humorísticamente.
La mujer era de mediana estatura, gorda y con pelo de rata. No resultaba
una visión precisamente confortadora.
—Muy amable, señora. ¿Vamos, Lavinia?
—Sí, lo que tú digas.
Salieron de la casa y volvieron al coche de Lavinia, que era el que habían
utilizado hasta el momento. Ella condujo hasta su casa y cuando detuvo el
vehículo, se volvió hacia su acompañante.
—Por si me lo pides tú, lo haré yo antes —sonrió—. ¿Quieres una copa.
Paul?
El joven asintió.
—Y por si me lo dices tú, yo lo haré antes —remedó—. Sólo una copa.
Lavinia.
Ella lanzó una alegre carcajada y se apeó. Abrió el bolso mientras
atravesaban el sendero que partía en dos un pequeño jardín y sacó las llaves.
Una vez en el interior de la casa, señaló una puerta.

www.lectulandia.com - Página 41
—Por allí se va a la cocina. Hay hielo en el frigorífico —indicó—.
Permitirás que me arregle un poco, claro.
—No faltaría más.
Tower fue a la cocina y extrajo una bandeja de hielo. Después de poner
los cubitos en un recipiente, regresó a la sala.
Esperó unos momentos. Lavinia, le pareció, tardaba más de lo necesario,
pero se dijo que quizás estaba entretenida en el tocador. De repente, se sintió
acometido por una extraña sensación.
Había un silencio absoluto en la casa. La puerta del fondo estaba abierta.
Debería oír, supuso, el ruido del agua al correr por los grifos del baño, pero
no percibía el menor sonido.
Terriblemente aprensivo, buscó un arma con la cual defenderse de un
supuesto atacante. Allí, lo vio muy pronto con desánimo, no había nada que le
permitiera repeler un ataque.
Lo único que encontró fue el paraguas de la muchacha, apoyado en una
pared. Era de una tela de vistosos colores y más parecía una sombrilla, pero
podía convertirse en un arma eficaz si se golpeaba con la contera a modo de
estoque.
Agarró el paraguas y avanzó hacia la puerta. Era la que daba al dormitorio
de Lavinia y apenas había llegado al umbral, contempló un espectáculo
asombroso.
Lavinia estaba allí, al otro lado, en la puerta del baño, inmóvil como una
estatua, con una mueca de horror petrificada en su rostro. Ella vestía
solamente sostén y pantaloncitos de encaje, y tenía los ojos morbosamente
fijos en un punto determinado.
Tower volvió la mirada en la misma dirección que la muchacha y se
sobresaltó terriblemente.
El cuervo rojo estaba allí, parado en el alféizar de la ventana, mirándoles
con sus ojillos de pequeño demonio. Tower apreció bien pronto que la joven
no se atrevía a mover un solo músculo, temerosa de que el cuervo
desencadenase su mortífero ataque.
El pajarraco movió la cabeza un poco y se hurgó con el pico bajo una de
las alas. Luego se irguió y emitió un seco graznido.
Tower presintió el inminente ataque y movió la mano izquierda.
—Lavinia, no te muevas, quédate donde estás.
Ella contuvo la respiración. Muy despacio, Tower caminó lateralmente, a
fin de colocarse delante de la muchacha. Ahora tenía las dos manos en el
paraguas y estaba dispuesto a rechazar el ataque.

www.lectulandia.com - Página 42
De pronto, el cuervo lanzó un estridente graznido y batió las alas. En el
mismo instante, cuando apenas había despegado las patas del antepecho de la
ventana. Tower abrió el paraguas bruscamente.
El pájaro se encontró de pronto ante un obstáculo absolutamente
inesperado y emitió un agudísimo chillido. Aleteó con fuerza, viró en redondo
y escapó a través de la ventana, dejando una estela de penetrantes graznidos,
mezclados con el tableteo de sus alas al huir a toda velocidad.
Entonces Tower se precipitó hacia la ventana y bajó el bastidor. Luego
tiró el paraguas a un lado y se volvió, justo cuando Lavinia corría hacia él,
sollozando a lágrima viva.
La muchacha se colgó de su cuello.
—He pasado un miedo horroroso… Salía del baño y me encontré con ese
pajarraco… —hipó.
Tower procuró tranquilizarla.
—Bueno, cálmate, ya se ha marchado. Ahora estás segura… No tienes
nada que temer, pero habrás de permitirme que te diga que cometiste una
imprudencia al dejar la ventana abierta…
—¡Pero si estaba cerrada cuando yo me fui al baño! —exclamó ella
vivamente.
Todavía abrazados. Lavinia alzó sus ojos húmedos hacia el joven.
—Es la verdad, Paul —agregó—. Ni siquiera me preocupé de mirar hacia
allí. Me quité el vestido y…
De pronto reparó en la carencia casi absoluta de ropa y corrió a ponerse
una bata. Tower ocultó una sonrisa y se dirigió hacia la puerta.
—Termina de arreglarte —dijo por encima del hombro—. Tendrás un
trago preparado cuando estés lista.
Ella salió a los pocos momentos, con el pelo suelto, ajustándose el
cinturón de la bata. Aceptó el vaso que le tendía el joven y tomó un par de
sorbos.
—La verdad es que tuviste una buena idea —sonrió—. ¿Cómo se te
ocurrió el truco del paraguas abierto súbitamente?
—Es que no sabía qué hacer —confesó él—. Se me ocurrió en el mismo
instante, porque si le atacaba a golpes el cuervo podría eludirlos… y al
desplegar el paraguas se encontró con algo que no esperaba, una cosa
completamente nueva para él. Entonces se asustó y huyó.
—¿Crees que se asustó? —dudó Lavinia.
—Hasta el león más fiero puede asustarse en determinadas circunstancias.
Como sea, ese maldito pajarraco se ha marchado y podrás dormir tranquila.

www.lectulandia.com - Página 43
—Lo dudo mucho —suspiró ella—. Creo que me pasaré la noche soñando
con el cuervo rojo. Pero, no entiendo cómo pudo llegar hasta ahí…
—Alguien lo trajo. Primero levantó el bastidor de la ventana, sabiendo
que tú ya estabas en casa. Luego lo dejó sobre el antepecho… Quizás el
animal obedece ciegamente cierta clase de instrucciones, actuando con
reflejos condicionados después de un larguísimo periodo de entrenamiento.
También los perros de guarda atacan si se les da la orden, y eso significa que
se les ha instruido previamente.
—Esa mujer tiene el espíritu de un demonio —exclamó Lavinia
indignadamente—. Pero ¿por qué? ¿Por qué hace todo esto?
—Resulta fácil de adivinar: por Oaks House.
—¿Por mi propiedad?
—Exacto.
—Pero… si no vale tanto… Suponiendo que quisiera vender, apenas me
darían cien mil dólares.
—No es un puñado de centavos precisamente. Y si hay algo más,
tendremos que averiguarlo, aunque una de las cosas que debes hacer es tratar
de recordar el sitio donde tu abuelo pudo esconder el testamento.
—Lo intentaré, a menos que haya sido destruido —respondió Lavinia.
—No lo creo —dijo Tower—. Si eso fuera cierto no recurrirían al
procedimiento de robar las copias de los documentos, a fin de evitar que se
sepa son una falsificación.
—Es verdad —admitió la muchacha—. Paul, tú vuelves a tu casa.
—A menos que quieras que me quede aquí, para hacerte compañía…
Ella sacudió la cabeza.
—No, ya se me ha pasado el miedo —sonrió.
Tower apuró su copa y se encaminó hacia la puerta.
—Ciérrate bien por dentro —aconsejó.
—Paul, puedes llevarte mi coche.
—No te preocupes: tomaré un taxi. Buenas noches.
—Buenas noches, Paul.
Tower regresó poco después a su casa, preguntándose qué podría haber en
Oaks House más interesante que un viejo edificio y unas docenas de hectáreas
de tierra a su alrededor. No valía la pena pensar en un tesoro oculto. «Esas
cosas no suceden hoy día», se dijo, poco antes de apagar la luz y ya metido en
la cama.
Luego pensó en que le gustaría encontrarse con Vera Victor para hablar
del cuervo rojo. Pero no sabía dónde podía estar la mujer, y al fin, un tanto

www.lectulandia.com - Página 44
cansado, consiguió dormirse.

www.lectulandia.com - Página 45
CAPÍTULO VII

Acababa de salir del baño, a la mañana siguiente, cuando oyó el timbre del
teléfono. Estaba en la cocina preparándose el café y descolgó el aparato
inmediatamente.
—Tower.
—Hola. Paul —sonó la voz de Phild—. Voy a darte una noticia: los
documentos son falsos.
—¿Seguro. Andy?
—Tan seguro como que hoy ha salido el sol y se ocultará al atardecer —
contestó el experto enfáticamente.
—Muy bien, muchas gracias. Envíame la nota de honorarios cuando
quieras.
—De acuerdo. Ah, una cosa. Paul.
—¿Sí. Andy?
—Tú estás detrás de los pasos de «madame» Vera, si mal no recuerdo.
—Algo de eso hay, en efecto —contestó el joven cautelosamente.
—Bueno, yo no puedo decirte gran cosa… pero quizá una persona sí
pueda darte más detalles de esa mujer.
—¿Quién es. Andy?
—Thea Willis, la domadora de serpientes del circo en que trabajó Vera
Victor.
Tower no pudo contener un respingo.
—Domadora de serpientes —bufó.
Phild se echó a reír.
—No temas, ya no las tiene. Ahora actúa en un pequeño teatro, como
bailarina solitaria, haciendo un número de humor que parece tiene bastante
éxito. Empieza vistiendo una tonelada de ropas y acaba sin nada,
¿comprendes?
—Strip-tease, vamos.

www.lectulandia.com - Página 46
—No exactamente, aunque se quede en cueros vivos, por que baila, canta,
cuenta chistes subidos de color… En fin, si quieres hablar con ella ve al
Phantasex Hall…
—Vaya un nombrecito —rió Tower, después de que su amigo le hubo
dado la dirección del local.
—Sí, es que allí hacen de todo en el escenario.
Tower colgó el teléfono, pensando en que la entrevista en el teatro no
resultaría cómoda. Tras mucho pensarlo, decidió adoptar un plan algo distinto
del propuesto por su amigo.
Tuvo que gastarse veinte dólares en persuadir a un viejo cancerbero, pero
al fin consiguió la dirección de Thea Willis, y un poco después de mediodía
llamaba a la puerta de la antigua domadora de serpientes.

***

La puerta se abrió bruscamente y una hermosa mujer, de unos treinta y cinco


años, apareció en el umbral y tiró con fuerza del brazo de Tower.
—Vaya, ya está aquí el maldito fontanero —dijo—. Oiga, si no me arregla
pronto ese grifo de todos los diablos, la casa se me va a convertir en una
piscina…
Thea Willis se calló dé pronto, porque se había dado cuenta de que el
visitante no era precisamente el hombre a quien esperaba. Desconcertada,
miró al joven.
—¿Quién es usted? —preguntó.
Tower decidió aprovechar la ocasión.
—No soy fontanero, pero entiendo algo de arreglar cañerías y así, más
que dinero, me ahorro el disgusto de esperar a un tipo que nunca llega cuando
se le necesita —contestó—. ¿Qué le pasa a su grifo, señora?
—Bueno, el agua se escapa y no hay forma de…
—Permítame, por favor.
Tower encontró el baño, examinó el grifo unos instantes y luego se volvió
hacia la mujer.
—Necesito comprar algo, pero volveré dentro de diez minutos —dijo—.
Mientras tanto, empiece a pensar en lo que tiene que contarme acerca de Vera
Victor.
—Ah, usted quiere saber…
El joven se dirigió hacia la puerta.

www.lectulandia.com - Página 47
—He viste un supermercado cuando venía hacia aquí. En esos sitios
tienen toda clase de chismes para pequeñas reparaciones —dijo.
Un cuarto de hora más tarde el grifo había dejado de gotear. Satisfecho,
Tower se volvió hacia la dueña de la casa.
—La reparación es gratuita, pero si quiere agradecérmelo, deme una taza
de café —sonrió.
—Pensé que le gustaría más una copa —propuso Thea.
—No, gracias, todavía no.
—Muy bien; entonces, si le parece, hablaremos dentro de unos minutos,
cuando me haya duchado. Esa pérdida de agua no permitía la presión en la
ducha, ¿sabe?
—Como quiera, señora Willis.
—Llámeme Thea, hombre…
En aquel instante, llamaron a la puerta. Taconeando vivamente, Thea
atravesó la sala y abrió con su brusquedad habitual.
—El fontanero, señora —dijo el hombre que estaba en el corredor.
—Ah, sí… Oiga, creo que se le ha caído algo. Ahí, detrás de usted.
El individuo giró en redondo. Entonces, Thea le arreó un tremendo
puntapié en las posaderas, que lo lanzó contra la otra pared. Luego cerró de
un portazo y se volvió hacia el joven con las manos en los costados.
—¿Qué te ha parecido? —preguntó.
Tower simuló ponerse un brazo delante de la cara, en simulada actitud
defensiva.
—Si un día me necesitas acudiré veloz como el rayo —contestó.
—¿Qué eres tú?
—Abogado.
—Ah, tal vez te llame. Estoy en líos con el dueño del teatro. Tiene que
subirme el sueldo y no quiere, pero el contrato dice…
—¿Por qué no me lo dejas mientras te bañas? —propuso él.
—Es una buena idea. Oye, aún no me has dicho cómo te llamas. Sin
embargo tú sabes cuál es mi nombre…
—El mío es Paul Tower.
—Muy bien, espera un minuto.
Thea se marchó y volvió a poco con un papel en la mano. Tower se
arrellanó en un diván y empezó a estudiar el contrato.
Transcurrió casi media hora. Thea volvió a hacerse visible y el joven abrió
la boca, estupefacto.

www.lectulandia.com - Página 48
Ella venia con una bandeja en las manos. La única prenda que llevaba
puesta eran los zapatos de alto tacón.
—¿Te asombra? —rió Thea—. Me ven así todas las noches…
—Pero en público, no en privado —contestó Tower, ya repuesto de la
impresión.
—Ahora tengo un público de una sola persona y, por fortuna, es del sexo
opuesto. Anda, tómate el café y dime qué opinas del contrato.
—¿Te pusieron una pistola en la espalda cuando lo firmaste?
Thea respingó.
—¿A qué te refieres. Paul?
—Si Jessie James se hubiera metido a empresario de teatro, ésta sería la
clase de contrato que establecería con sus artistas —respondió el joven.
—Entonces, crees que puedo…
—Sin ninguna duda. Thea.
—Supongamos que decido llevarlo a los tribunales. ¿Qué me pasaría?
—A ti, nada: a él, en todo caso. Pero yo te daré un consejo y no te costará
nada.
—A ver, dime.
—Habla con el empresario primero y amenázale con un pleito. Pídele, por
ejemplo, diez, para que te suba cinco, que es más o menos lo que pretendes,
¿no?
—Sí, eso es.
—Cederá, te lo aseguro. Pero hazlo después de tu número; no te niegues a
actuar, porque de este modo él no tendrá motivos para alegar incumplimiento
de contrato.
—Y si se niega, lo llevo a los tribunales…
—No se negará. Sabe que perdería y le costaría mucho más.
Thea sonrió de una manera especial.
—Muy bien, y ahora…
—Ahora, hablemos de «madame» Vera.
De pronto. Thea agarró la mano del joven y tiró de él, haciéndole ponerse
en pie.
—Eso puede esperar. Paul —dijo.
—Pero. Thea…
—Este no es el lugar apropiado para conversar. —Ella seguía tirando de la
mano del joven—. Debo abonar los honorarios del fontanero y del abogado
—agregó, maliciosa.

www.lectulandia.com - Página 49
Paul la contempló unos instantes. Era una mujer alta, casi corpulenta, de
cuerpo exuberante y, aunque de facciones un tanto bastas, dotada de una
simpatía que la hacía resultar sumamente atractiva.
—Si tanto te empeñas, saldaremos la cuenta…
—Y quedaremos en paz —contestó Thea ardientemente.

***

Regresó a su casa al atardecer, cuando ya empezaban a encenderse las luces


públicas. Con gran sorpresa, vio que alguien le esperaba en el salón.
Lavinia se puso en pie al verle.
—No te preguntaré dónde has estado, porque no tengo derecho a ello,
pero sí debes saber que me has tenido muy impaciente todo el día —
manifestó.
—Dispensa, pero he estado muy ocupado —se disculpó él—. De todos
modos, la primera noticia es que los documentos son falsos.
—¿Seguro. Paul? —exclamó ella ansiosamente.
—Sí, seguro. Creo en la palabra de mi amigo Phild.
—Muy bien. Entonces, ¿qué hacemos?
Tower señaló el teléfono.
—Vas a hacer dos llamadas —dijo—. Marca los números que te indicaré,
pero no hables: no quiero que Baxter oiga tu voz.
—Entiendo. Así sabremos si está en su casa o se ha quedado en la oficina.
—Exactamente.
Lavinia hizo lo que le decían. Acertó a la segunda llamada.
Después de colgar el teléfono, se volvió hacia el joven.
—Está en la oficina. Paul.
—Perfecto. Vamos allá. En la oficina, la entrevista espero resultará mucho
más fructuosa.
Momentos después Lavinia hacía arrancar su coche. Tower se arrellanó en
el asiento contiguo.
—He estado hablando con una exdomadora de serpientes —declaró.
—¡Atiza! —exclamó ella, sin poder contenerse—. ¿Dónde consigues esa
clase de amistades?
Tower rememoró un instante los momentos vividos junto a la ardiente y
voluptuosa Thea Willis. «Una mujer verdaderamente experta», pensó.
—Me lo dijo Phild —contestó.
—¿Te dieron miedo las serpientes?

www.lectulandia.com - Página 50
—Ahora hace otro trabajo; canta, baila, cuenta chistes y acaba en traje de
Eva en el escenario.
—Vaya —silbó la muchacha—, lo hace todo. ¿Todo. Paul?
—No lo sé —mintió él—. Hay cosas que un caballero no debe preguntar
jamás a una dama.
—Sí, es lógico. Pero al menos me dirás de qué trató la conversación.
—Oh, por supuesto. Estuvo contándome muchas cosas de «madame»
Vera. Incidentalmente, Thea Willis cree que Vera nació en el siglo pasado.
—Pero eso es imposible…
—Cuando una persona cree firmemente en algo, resulta muy difícil
persuadirle de lo contrario. Sin embargo, eso no es todo.
—¿Hay algo más?
—Thea cree que Vera mató a su marido y a la malabarista.
Las manos de la joven se crisparon con fuerza sobre el volante.
—¿En qué se funda para decir una cosa semejante? —preguntó.
—No lo puede asegurar rotundamente, pero lo cree. Ni Victor ni la
malabarista han sido vueltos a ver después de su fuga.
—Las personas, a veces desaparecen para siempre sin necesidad de acabar
en una tumba, Paul.
—Es verdad, pero Thea insiste en que ella los asesinó.
—¿Por celos?
—Digamos más bien por despecho, al verse preterida por una mujer
mucho menos hermosa. Y también, todo hay que decirlo, a causa del dinero
que se llevó su esposo y que provocó la ruina del circo.
—Supongamos que eso es cierto —dijo la muchacha—. ¿Dónde, en tal
caso, están los cadáveres de Victor y de su amante?
Tower guardó silencio unos instantes Lavinia había detenido el coche
frente a un semáforo rojo y se volvió para mirarlo, impaciente.
—Vamos, contéstame —pidió.
—Thea sospecha que los cadáveres están en alguna parte de Oaks House,
lo mismo que el de Burr —dijo él.
—En mi casa…
—Hay tierra de sobra alrededor, Lavinia.
—Sí, pero de todos modos mi casa no es un cementerio privado.
—Alguien pensó lo contrario. Victor y la malabarista acudieron a Oaks
House hará cosa de un año. Ella se lo dijo a Thea; iban allí para solucionar el
asunto y convencer a Vera de que debía acceder al divorcio. La malabarista

www.lectulandia.com - Página 51
dijo también que ya la llamaría para que supiera el resultado de la entrevista.
Ella y Thea eran muy amigas, ¿sabes?
—Y la domadora de serpientes ya no volvió a tener más noticias de los
amantes.
—No, porque un par de meses más tarde, se encontró casualmente con
Vera y le preguntó por su amiga. Vera dijo que no sabía nada de la
malabarista desde que se fugó con su esposo. —Entonces, mentía, porque
tenía que saber que los dos amantes habían ido a verla en Oaks House.
—Exacto, Lavinia.
La joven se estremeció.
—Esa mujer… ¿es un ser humano o un demonio?
—Todo ser humano tiene algo de demonio en su interior —contestó
Tower sentenciosamente—. Pero si la parte mala vence a la buena,
entonces…
Tower se interrumpió bruscamente.
—Ya estamos llegando —anunció—. Procura arrimarte a la acera.
—Sí. Paul.
Lavinia maniobró para estacionar el coche frente al edificio donde
Harrogate tenía sus oficinas. En el mismo instante. Tower vio a un hombre
que salía por la puerta principal.
—Ahí está —dijo.
Abrió la portezuela, disponiéndose a saltar fuera para cortar el paso a
Baxter. De pronto, un individuo corrió hacia Baxter.
Ocurrió todo con enorme rapidez. Antes de que Tower pudiera hacer algo,
el desconocido sacó un revólver y disparó cuatro veces seguidas contra
Baxter.
La víctima se desplomó en el acto, con el pecho atravesado por los
proyectiles. Lavinia, aterrada, se encogió en el interior del coche.
El asesino dio media vuelta y escapó a la carrera, en medio del tumulto de
voces y gritos que habían provocado los disparos. En unos segundos, el
pistolero alcanzó la esquina, pasó al otro lado y se confundió con el gentío
que transitaba por la calle en aquellos momentos.

www.lectulandia.com - Página 52
CAPÍTULO VIII

—A Baxter le han tapado la boca —dijo Tower al día siguiente, mientras


almorzaban en un restaurante cercano a la casa de Lavinia.
La muchacha asintió. Estaba pálida y tenía círculos violáceos en torno a
los ojos.
—Apenas he dormido durante la noche —confesó.
—Lo encuentro lógico. No resulta agradable ver cómo acribillan a balazos
a un hombre delante de tus propios ojos.
—Y lo mataron para que no hablase…
—Está probado que los documentos son falsos. Aunque no de una manera
pública, claro. Pero si este asunto llega a los tribunales. Baxter tendría que
haber subido al estrado de los testigos.
—Y hubiese negado su participación…
—Estás equivocada. Baxter podía ser un individuo ambicioso, además de
rastrero y adulador, pero también era muy débil de carácter. Habría cedido
muy pronto y el pastel se habría puesto al descubierto de inmediato.
—Pero ahora habrá una investigación y se demostrará que él tuvo mucho
que ver con la falsificación.
—No. Nadie podrá probarlo jamás. En el peor de los casos, se le imputará
su participación en el asunto, pero Harrogate alegará que era ignorante de lo
que sucedía. Tenía que confiar en su empleado, nunca se imaginó que Baxter
hubiese traicionado su confianza, etcétera… ¿Lo entiendes ahora?
—Muerto Baxter, no puede declarar que lo hizo por orden de Harrogate.
—Justamente —contestó el joven—. Así sucederá, si se destapa el pastel.
—Entonces hemos de pensar que Harrogate ha sido capaz de todo, incluso
de llegar al crimen.
—¿Lo dudas ahora, Lavinia?
Ella se mordió los labios. Al cabo de unos instantes, murmuró:
—Paul, ¿qué hay en Oaks House?

www.lectulandia.com - Página 53
—¿Por qué no empezamos a averiguarlo mañana mismo?
—Es decir, un viaje a Hadstone.
—Sí, Lavinia.
—Y hablaremos con Pendleton…
—Es lo primero que debemos hacer.
Hubo un momento de silencio. Luego Lavinia apartó su plato.
—No tengo apetito —declaró—. ¿Quieres acompañarme a casa?
—Claro, mujer.
Poco después se separaron, habiendo acordado reunirse de nuevo al día
siguiente, muy temprano, con objeto de llegar a Hadstone antes de mediodía:
Tower regresó a su casa y, apenas había abierto la puerta, se encontró frente a
un sujeto que le apuntaba con un revólver.

***

El hombre era menudo, delgado, de unos treinta y cinco años y tenía la cara
muy blanca. Los ojos eran negros, hundidos profundamente en las cuencas, y
al sonreír enseñaba unos dientes caballunos, desagradablemente amarillentos.
—Entre y cierre, señor Tower —dijo el sujeto.
Tower cerró la puerta y se encaró con el pistolero.
—¿Ha venido a matarme? —preguntó.
—Aquí no, por supuesto.
—Entonces me va a llevar a otro sitio.
—Sí, señor.
—¿Y harán desaparecer mi cadáver?
—No lo encontrarán jamás.
—Es muy desagradable eso de morir sabiendo que nadie irá a llevar flores
a la tumba.
—Después de que uno muere, las pompas y vanidades humanas importan
muy poco. Exactamente, nada —contestó el pistolero con gran cinismo.
—Cada uno piensa como quiere —dijo Tower—. ¿Quién le ordenó matar
a Baxter?
—Ah, sabe que lo hice yo.
—Le he reconocido.
—Eso me hace suponer que usted estaba presente cuando liquidé a
Baxter.
—A media docena de pasos, para ser exactos.

www.lectulandia.com - Página 54
—Había mucha gente —dijo el pistolero con aire pensativo—. En fin, eso
ya no tiene importancia. No podrá declarar contra mí.
—Pensé que vendría un cuervo rojo, pero por lo visto han preferido
recurrir a métodos más tradicionales.
—¿Cómo dice?
—Nada, no se preocupe; no le interesa a usted. Lo único que le importa es
cobrar su salario.
—Después de haber ejecutado el trabajo, naturalmente.
—Sí, pero hay algo que me extraña.
—¿De qué se trata?
—¿A qué esperamos?
—Oh, un amigo vendrá con su furgoneta y lo llevaremos muy lejos de
aquí…
Repentinamente, algo entró volando por la puerta y golpeó al pistolero en
pleno rostro.
Se oyó un rugido de furor. El asesino trastabilló y perdió el equilibrio.
Alguien corrió hacia él y le asestó dos tremen das bofetadas que lo tiraron al
suelo, a la vez que le hacían perder el arma.
Atónito, Tower reconoció a Thea Willis. La artista, tremendamente
furiosa, asestó un espantoso puntapié en la barbilla del pistolero, haciéndole
perder el conocimiento instantáneamente.
Luego se volvió hacia el joven. Respiraba afanosamente y su pecho
exuberante se agitaba con tempestuosos movimientos de ascenso y descenso.
Pero sonreía.
—Parece que he llegado a tiempo —dijo.
Tower sacó un pañuelo y se secó el abundante sudor de la frente.
—No te lo puedes imaginar siquiera —contestó.

***

Te he estado llamando por teléfono mucho rato y no me contestabas, así que


decidí venir a verte —explicó Thea momentos más tarde, a la vez que
aceptaba la copa que le tendía el dueño de la casa—. Tenía que decirte dos
cosas importantes, una para ti y otra para mí.
Tower sonrió.
—Dime primero lo que es más importante para ti —solicitó.
—He ganado, gracias a tus consejos. El empresario me ha subido
quinientos semanales.

www.lectulandia.com - Página 55
Tower silbó.
—No sabes cuánto lo celebro —dijo.
—Le pedí mil, pero al final cedimos ambos y la cosa quedó en quinientos.
Ahora cobro mil setecientos cincuenta en total.
—Te felicito. Algún día iré al teatro, a verte.
Thea le guiñó un ojo.
—Creo que te gustaría más una exhibición privada —sugirió.
—El número que haces en el Phantasex, pero con un solo espectador —
sonrió Tower.
—Y por tiempo ilimitado.
—Discutiremos eso en mejor ocasión. Thea, creo que te nías que decirme
otra cosa importante —le recordó él.
—Es cierto. La malabarista con la que se fugó el esposo de Vera estaba
divorciada. Su apellido de soltera era Baxter.
Tower parpadeó.
—¿Hermana del tipo al que asesinaron ayer?
—Exacto.
—No tenía la menor idea… Thea, ¿sigues creyendo que Vera asesinó a
los dos?
—No tengo pruebas, pero, como se dice, pondría la mano en el fuego.
—Comprendo. Sin embargo va a ser muy difícil probar que ella cometió
un doble crimen.
La artista se encogió de hombros.
—Eso ya no me importa tanto —respondió—. La malabarista no me era
demasiado simpática, pero tampoco hubiera deseado su muerte.
—A ti no te quitó un esposo…
—Cuando un hombre no te quiere y se marcha con otra, lo mejor es
olvidarlo y pencar que no te merecía.
—Sí, pero no todas piensan así, Thea.
—Ella es muy guapa, pero tiene el alma tan negra como el carbón. Ten
cuidado con esa pájara, Paul.
—No olvidaré tu consejo, descuida.
El pistolero empezó a rebullir. Thea se volvió hacia el joven.
—¿Qué hacemos con ese cuervo sin alas? —consultó.
—Tendremos que llamar a la policía. Sospecho que es el mismo que
asesinó a Baxter.
—Cerdo —dijo Thea, encolerizada.
De pronto, Tower recordó algo y se acercó a la ventana.

www.lectulandia.com - Página 56
—Ahí está —dijo.
—¿Qué. Paul?
—La furgoneta. Iban a llevarme lejos de la ciudad, para que no
encontrasen mi cadáver.
Thea lanzó una mirada a través de la ventana y divisó una pequeña
furgoneta de transporte, con un hombre al volante. El sujeto aguardaba con
aire natural, moviendo los dedos sobre el aro de la dirección, a la vez que
tenía los labios acanutados, como si silbase una cancioncilla mientras
aguardaba a que le llamasen.
—Tengo una idea —exclamó ella de pronto.
—A ver, dime…
Thea habló rápidamente y a Tower le pareció una excelente solución. El
pistolero continuaba aturdido y se acercó a él, cogiéndolo por debajo de los
sobacos.
Luego, sosteniéndolo en vilo, lo acercó a la ventana. Thea se situó
discretamente y movió su brazo derecho de la misma forma que lo habría
hecho el propio pistolero, de hallarse en plenas facultades.
El conductor de la furgoneta se apeó y caminó hacia la casa. Llegó a la
puerta, la abrió y asomó la cabeza.
El mismo objeto que había servido para derribar al asesino golpeó la cara
del conductor. Tower lo agarró a continuación por el pelo, tiró de él hacia
dentro y luego le asestó un tremendo puñetazo en la mandíbula, que lo dejó
sin conocimiento instantáneamente.
Thea enseñó orgullosa un enorme bolso de cuero.
—También es una buena arma defensiva —dijo.
—¿Tienes plomo en su interior? —sonrió él.
—No, una plancha que acababa de comprarme, porque la que tenía se me
estropeó ayer —rió la artista.
Tower meneó la cabeza.
—Eres única, Thea —murmuró, mientras se acercaba al teléfono—.
Vigila a esos dos, ¿quieres?
Thea se inclinó y recogió el revólver del asesino, que todavía continuaba
aturdido y sin saber muy bien dónde estaba.
—Si alguno de los dos se mueve le haré un ojal en la barriga —dijo
truculentamente.
Tower asintió. Luego levantó el aparato y marcó un número.
—¿Policía? Vengan, pronto, por favor. Tengo al asesino de Fred Baxter…

www.lectulandia.com - Página 57
CAPÍTULO IX

—Lo más probable es que la policía no consiga nada —dijo Tower al día
siguiente, mientras rodaban en dirección a Hadstone.
—¿Por qué no? —se extrañó Lavinia, quien ya estaba enterado de todo lo
sucedido durante la víspera—. Tienen al asesino de Baxter…
—Eso no es suficiente. Si, ese pistolero pagará el crimen, porque las
pruebas contra él son irrefutables. Pero no podrá decir lo que ignora.
—¿Qué ignora, Paul?
—El nombre de la persona que le ordenó cometer el crimen. Si hablaron
directamente, cosa que dudo mucho, el que le ordenó matar a Baxter se
presentaría con otro nombre y un aspecto personal muy distinto del habitual.
Pero también pudo suceder que le encargara el trabajo por teléfono.
—¡Por teléfono! —resopló la muchacha.
—¿De qué te extrañas? Personalmente, sospecho de Harrogate, aunque a
veces pienso también que no es sino un intermediario…
—¿Intermediario? ¿De quién, Paul?
—De alguien al que no conocemos y que le ordenó la ejecución de
Baxter.
—Comprendo. Sigue, por favor.
—Bien, Harrogate contrató al asesino por teléfono y le envió el precio de
su trabajo por correo, en buenos billetes de banco. Luego, por las razones que
fueran, se dio cuenta de que yo les resultaba peligroso y decidieron
eliminarme. Pero no podían hacerlo de la misma forma que con Baxter,
¿comprendes?
—Demasiado… escándalo.
—Eso es. En cambio mi desaparición no habría producido una excesiva
alarma. Prácticamente, nadie, sino tú, me habría echado de menos.
—Yo habría revuelto el país entero para encontrarte…
—¿De veras?

www.lectulandia.com - Página 58
Lavinia se puso colorada.
—No me hubiera quedado parada, mano sobre mano, como puedes
imaginarte —respondió.
—Gracias por tus buenos deseos, pero prefiero que me encuentres sin
dificultades, cada vez que necesites de mí —dijo Tower.
—La verdad es que no sé qué hubiera sido de mí si no te hubiese
encontrado —suspiró ella.
—Todavía no se puede decir que hayas triunfado. Sin embargo, creo que
estamos en el buen camino para conseguir que Oaks House vuelva a tus
manos.
—¿Lo crees así, Paul?
—Estoy seguro de ello, aunque no resultará fácil. De todos modos, lo más
urgente es hablar con Pendleton. De esa entrevista pueden salir muchas cosas
interesantes. Y útiles.
—Después, supongo, tendremos que ir a mi casa.
—Supones bien —convino Tower—. Es preciso que encuentres el
testamento de tú abuelo. Metafóricamente, es un garrote con el cual podrás
arrojar a palos a los que te han arrebatado algo que es tuyo.
Lavinia se estremeció de pronto.
—Estoy pensando en el cuervo —murmuró—. Ese horrible animal, un
pájaro asesino… No sé qué haré si lo veo otra vez. ¿Cómo me defenderé.
Paul? ¿Con un paraguas?
Tower sonrió.
—Tengo algo mejor en mi equipaje —contestó—. Luego te lo daré, para
que lo lleves constantemente en el bolso. Por la noche, cuando te vayas a
dormir, déjalo al alcance de la mano.
—Cerraré la ventana…
—Alguien puede abrirla desde el exterior, Lavinia.
—Es cierto —murmuró ella, mordiéndose los labios—. Pero si no me
despierto…
—Deja una silla junto a la ventana, apoyada en equilibrio inestable.
Apenas la toquen caerá al suelo, hará ruido y entonces tú, sin más, agarras lo
que te daré y lo utilizas, ¿entendido?
—Sí, Paul. Pero se me está ocurriendo una cosa.
—¿Algo interesante?
—Verás… Tengo que buscar el testamento del abuelo. Quizá Vera no me
permita entrar en la casa.
—Es «tu» casa —dijo él incisivamente.

www.lectulandia.com - Página 59
—Ahora, no. Han hecho trampas, de acuerdo, pero esto es algo que no se
ha divulgado. Para todo el mundo ellos son los dueños de Oaks House. La vez
anterior, cuando fui con Morgan Burr, se portó muy amablemente y me
permitió moverme libremente por la casa. Ahora no sucederá lo mismo. Paul.
Las circunstancias han cambiado y ella estará prevenida.
Tower hizo un gesto con la cabeza.
—Si no nos deja entrar de buen grado, tendremos que utilizar otros
métodos —dijo.
—¿Por ejemplo?
—Ir allí a altas horas de la noche y entrar sin llamar.
—Creo que ésa será la solución —suspiró Lavinia—. Aunque antes me
gustaría hablar con Vera, para conocer sus reacciones.
—Desde luego —aprobó él—. Dime, ¿consiguió algo Burr? ¿Hablaste
con él antes de su muerte?
—No. Sólo dijo que tenía una buena pista, pero que ya me daría el
informe completo cuando hubiese terminado su trabajo.
—Lo malo es que no lo terminó. Y si lo terminó, no tuvo tiempo de darte
ese informe. Pero de todas formas habría sido un informe falso.
—¿Cómo lo sabes? —se sorprendió ella.
Tower se decidió entonces a contar algo que Lavinia desconocía hasta
aquellos momentos.
—Burr estaba dispuesto a traicionarte —dijo.
—Pero… yo le había contratado.
—Y Vera lo atrajo a su bando.
—¿Con dinero. Paul?
—Tal vez, aunque de momento usó algo mucho más poderoso que el
dinero. Lavinia.
—¿Más poderoso que el dinero? No entiendo. ¿Qué podía ser, Paul?
—Ella misma.
Hubo un momento de silencio. Lavinia al fin creyó comprender.
—Es muy hermosa, en efecto —dijo—. ¿Cómo lo supiste?
—La vi en el dormitorio de Burr. Ella fue poco antes de las doce de la
noche y quedó desnuda delante del detective. Naturalmente, me imaginé lo
que iba a suceder y no quise seguir mirando más. Ya tenía bastante, aunque
entonces no me imaginé cuál era el trasfondo de la visita nocturna de Vera al
dormitorio de Burr.
—¡Qué mujer! —se escandalizó Lavinia—. Es capaz de cualquier cosa
por conseguir la propiedad de Oaks House, y todo, ¿para qué, Paul?

www.lectulandia.com - Página 60
—No puedo darte una respuesta concreta. Lo sabremos cuando hayamos
llegado a Hadstone.

***

La casa de Pendleton estaba en un extremo del pueblo y era de discreta


apariencia, aunque se veía claramente que su dueño no pasaba por agobios
económicos. Había un jardín, rodeado por una verja mixta de piedra con
hierros terminados en punta, y un timbre de llamada junto a la puerta. Tower
lo presionó varias veces sin obtener el menor resultado.
—El señor Pendleton no está —dijo de pronto una vecina, que había
observado sus maniobras.
Tower y la muchacha se volvieron en el acto.
—¿Ha salido? —preguntó el joven.
—Se fue esta mañana con su esposa, es todo lo que sé —respondió la
mujer—. De todas formas, me parece que volverá pronto, quizá mañana
mismo.
—Muchas gracias, señora.
Tower agarró la mano de la muchacha.
—Vamos —dijo—. Daremos un paseo. Hace una tarde estupenda y
conviene que estiremos las piernas.
—No sabía que Pendleton estuviera casado —manifestó Lavinia.
El joven hizo un gesto de duda.
—Yo hablé con su esposa en una ocasión y me pareció una mujer que no
expresaba precisamente felicidad. En ningún momento sonrió…
—Quizá tiene un carácter adusto, introvertido.
—Es posible, pero a mí me pareció, más que amargada, resignada a una
vida sin esperanza. Creo que es una mujer muy débil de carácter, a la que
cualquiera se puede imponer sin dificultad. Pendleton, por el contrario, es un
tipo verdaderamente duro, enérgico, muy autoritario.
—Eso significaría que tiene a su mujer absolutamente sometida.
—Sí, es lo que creo.
Un poco después. Lavinia se sintió extrañada del camino que tomaban.
—Diríase que vamos a mi casa —exclamó.
—¿Te importaría que le echásemos un vistazo desde fuera, sin que nadie
sepa que estamos en las inmediaciones?
—Por supuesto que no, pero ¿qué pretendes con ello, Paul?
—Acabo de decírtelo: echar un vistazo —sonrió Tower.

www.lectulandia.com - Página 61
Media hora más tarde se detenían en el borde del bosque, fuera del
camino. La casa, apreció él, aparecía con toda normalidad.
No se observaba el menor movimiento en su interior. Parecía
absolutamente deshabitada, pero de pronto vieron una figura al otro lado de
una ventana.
El brillo de los cristales y la distancia les impidió apreciar más detalles.
Tower percibió una extraña sensación.
Había pasado ya por la misma experiencia y sintió un escalofrío. Había
unos ojos que les miraban desde muy cerca.
—Lavinia, abre tu bolso —murmuró él, sin volverse—. No hagas nada
más, no te muevas ni mires atrás.
Ella obedeció en silencio, terriblemente asustada. Tower sacó un tubo de
spray y se dispuso a utilizarlo si era necesario.
Muy lentamente, volvió la cabeza. Un estremecimiento sacudió su cuerpo.
El cuervo rojo estaba posado sobre una rama, mirándoles fijamente.
Tower pensó que podía atacarles en cualquier momento y se dispuso a
defenderse, con el spray en la mano derecha y el brazo izquierdo alzado, para
protección de los ojos y el cuello, a la vez que se situaba delante de la
muchacha.
—Lavinia, el cuervo está ahí —dijo.
—Paul…
—No temas, estoy preparado.
Hubo un momento de intenso silencio. Súbitamente, se oyó un estridente
chillido.
El cuervo, asustado, alzó el vuelo con ruidoso batir de alas y escapó
volando hacia la casa. Lavinia, asustada, se abrazó al joven.
—¡Paul! ¿Qué sucede?
Tower volvió la cabeza hacia el edificio, que era donde había sonado el
grito que asustó al cuervo. En el mismo instante, se abrió la puerta y una
mujer salió al exterior, tratando evidentemente de huir a alguna parte.
Un hombre corrió tras ella, la alcanzó en cuatro zancadas y luego,
agarrándola por la cintura, la levantó en vilo y regresó a la casa. Alguien cerró
la puerta desde el interior.
—¿Qué está pasando ahí? —se asombró la muchacha.
Tower se mordió los labios.
—No lo sé, pero no me gusta nada —dijo—. Ella es la señora Pendleton y
el hombre que la entró en tu casa a la fuerza es su marido.
—Deberíamos hacer algo, ¿no crees?

www.lectulandia.com - Página 62
—Espera un momento.
La puerta de la casa se volvió a abrir. Un hombre apareció en el umbral,
se volvió luego hacia el interior, con grandes ademanes, y luego se encaminó
hacia la parte posterior, reapareciendo de nuevo a los pocos momentos a
bordo de un coche, que enfiló velozmente el camino de Hadstone.
Tower hizo que Lavinia se agachara con él detrás de un matorral, para no
ser vistos por el sujeto.
—Es Pendleton —dijo, cuando el coche les hubo rebasado.
—Parece que vuelve a Hadstone —apuntó Lavinia.
—Creo que sí. ¿Te parece que vayamos a hacerle una visita?
—Sí, desde luego.
Tower consultó su reloj.
—Llegaremos a la hora de la cena. Iremos después de haber llenado el
estómago, si te parece.
—Con tal de que no vuelva a marcharse…
—Presiento que se quedará solo en su casa —respondió él.
—¿Por qué lo dices, Paul?
—La señora Pendleton tenía un perrito y no lo he visto cuando fuimos
antes. En mi anterior visita pude apreciar que su marido no sentía
precisamente afecto por el can. Ahora no estaba y ello me hace pensar que, o
se ha deshecho del animal o ella lo tiene consigo en Oaks House. Pendleton
no se quedaría solo con el perro, puedes tenerlo por seguro.
—Debe de ser un hombre odioso, ¿no crees?
—Ciertamente, no es de la clase de personas que irradian simpatía —dijo
Tower.

www.lectulandia.com - Página 63
CAPÍTULO X

La puerta se abrió y Pendleton apareció en el umbral. Era un hombre de buena


estatura, fornido, de rostro sanguíneo y expresión dura y recelosa.
Estaba en mangas de camisa y se limpiaba los dientes con un palillo.
Lavinia apartó la mirada disgustadamente.
—¿Qué desean? —exclamó el sujeto—. Ah, es usted, señor Tower…
—Señor Pendleton, le presento a la señorita Sharnand, cuyo apellido, me
parece, tiene que sonarle —dijo el joven tranquilamente—. Lavinia, éste es el
caballero de quien te he hablado.
—¿Cómo está usted? —saludó ella educadamente.
Pendleton les miró unos instantes con ojos hostiles. Luego se echó a un
lado.
—Pasen, pero sean breves. Tengo mi tiempo tasado.
—Su tiempo nos importa un rábano —contestó el joven con brusquedad
—. Tendrá que perder todo el que sea necesario, para explicarnos ciertas
cosas que no están muy claras.
Pendleton cerró de un portazo.
—Sé a lo que vienen —dijo—. Es inútil; los documentos están en regla.
—Son unos documentos falsificados, señor —alegó Lavinia, muy
indignada.
—Eso habría que demostrarlo…
—Quedará demostrado cuando su socio Harrogate se vea obligado a
presentarlos ante un tribunal —dijo Tower fríamente.
Pendleton pareció desconcertarse.
—No recurrirán a semejante medida —contestó.
—Devuelvan la propiedad a su legítima dueña y márchense. Eso evitará el
pleito —manifestó el joven con acento decidido.
—Las cosas se podrían arreglar, amigo mío.
—Sólo tienen un arreglo, ¿no es cierto, Lavinia?

www.lectulandia.com - Página 64
—Acabo de decirlo —respondió la muchacha.
—Muy bien —vociferó Pendleton—. Llévenme a los tribunales, si les
parece, pero lo cierto es que el abuelo de esta muchacha me debía una enorme
suma de dinero.
—Yo no soy responsable en absoluto de las deudas de mi abuelo, aunque
tal como están las cosas tengo la impresión de que usted le hizo trampa en la
sociedad que formaron. De todas formas, Oaks House estaba absolutamente
desvinculada de cualquier operación y sigue siendo mía.
Pendleton sonrió desdeñosamente.
—He oído hablar de ese testamento, pero nadie ha sido capaz de mostrarlo
hasta ahora —dijo.
—Está en alguna parte. Si lo encuentro, buscaré un buen garrote y los
echaré a todos a palos —declaró Lavinia.
—Primero encuentre ese documento. Después…
Tower adelantó un paso.
—Señor Pendleton, ¿qué clase de negocios tenía usted en común con
Harrogate?
Hubo un instante de silencio. Tower apreció la llamarada de ira que ardía
en los ojos de su interlocutor.
—Eso no es cuenta suya —dijo Pendleton al cabo.
—Puede que no, pero me gustaría saber por qué Harrogate me envió a
cerrar un trato y usted se negó, cuando todo parecía indicar que la operación
había sido concluida felizmente. ¿Acaso quería usted más dinero del pactado
anteriormente?
—Y eso, ¿qué diablos puede importarle a usted, señor Tower?
—Nada… y mucho, según se mire, porque Harrogate me consideró
culpable del fracaso y me puso de patitas en la calle. Ahora veo que me
despidió para que no metiera las narices en el asunto y ahondara en algo que
empieza a oler espantosamente mal.
—Mis asuntos no le interesan a usted para nada —dijo Pendleton, a la vez
que se encaminaba hacia la puerta.
—Oaks House es suya, pero ilegalmente. ¿Qué interés tiene usted en la
propiedad?
—No le importa…
—A mí, sí —terció Lavinia con gran vehemencia—. Olvida usted que
heredé esa casa y que deseo recuperarla.
—Haga la demanda ante los tribunales y luego ya veremos, señorita
Sharnand —contestó Pendleton sin inmutarse.

www.lectulandia.com - Página 65
—Puede que no sea necesario acudir a la ley civil. Puede que sea otra
clase de autoridad la que investigue este asunto; por ejemplo, las muertes de
Victor, el esposo de Vera, y de su amante.
—Se fugaron juntos, con los fondos del circo.
—Se sabe que viajaron a Oaks House, pero después ya no han vuelto a ser
vistos. Señor Pendleton, ¿por qué tiene a su esposa secuestrada en aquella
casa?
El sujeto dio un respingo.
—¿Quién diablos le ha dicho…?
—Le hemos visto —declaró la muchacha.
Pendleton juntó las mandíbulas bruscamente.
—Ella no se encuentra muy bien de salud y yo tengo que viajar
frecuentemente. Por eso no me atrevo a dejarla sola en casa.
—¿Cree que estará mejor en Oaks House?
—Hay dos mujeres que la atienden solícitamente. Confío en ellas.
—A mí me pareció que la tiene allí secuestrada, aunque me gustaría saber
los motivos —dijo Lavinia.
Pendleton se echó a reír.
—Tiene usted una fantasía inagotable, señorita Sharnand —de pronto
abrió la puerta—. Hemos hablado bastante —añadió significativamente.
Lavinia dio dos pasos fuera de la casa.
—Aquí se respira —dijo, irónica.
Tower se volvió hacia el individuo.
—Un consejo, señor Pendleton. Márchense de Oaks House antes de que
les eche la justicia —dijo.
—Lo dudo mucho —respondió el sujeto.
Tower tuvo que saltar hacia atrás, porque Pendleton había cerrado con
brusquedad y estuvo a punto de recibir el golpe en pleno rostro.
—¡Qué tío! ¿Nació ya con este genio infernal? —exclamó Lavinia.
—No me extrañaría en absoluto —respondió el joven.
Ella le agarró por un brazo.
—¿Cuándo vamos a ver a la señora Victor? —consultó.
Tower se frotó la mandíbula.
—Si he de serte sincero, prefiero hacer una visita por sorpresa.
—¿Sin avisar? Claro, no vamos a llamar antes por teléfono…
—No es eso. Quiero decir que entraremos en tu casa sin llamar.
Lavinia rió amargamente.

www.lectulandia.com - Página 66
—Entraremos sin llamar, en mi propia casa, como si fuésemos ladrones
—dijo—. Tiene gracia, ¿verdad, Paul?
—Según se mire, claro —sonrió él.
—De acuerdo, lo haremos así. ¿Cuándo?
—Esta misma noche —contestó él resueltamente.

***

Un par de horas más tarde, Tower salió de su habitación y se encaminó a la de


Lavinia. Tocó discretamente con los nudillos, aguardó unos momentos y
luego sonrió al verla aparecer.
—¿Dispuesta?
—Sí. Paul.
En el mismo instante, oyeron ruido en el vestíbulo. Se habían hospedado
en el único hotel que había en Hadstone, un modesto establecimiento con una
docena de habitaciones apenas, y en aquellos momentos no había más
huéspedes que ellos.
Eran casi las once de la noche, pero el recepcionista estaba aún levantado.
Desde el corredor, Tower y Lavinia pudieron oír una voz conocida:
—Hola. Jim. ¿Puedes decirme el número de la habitación del señor
Tower?
—Por supuesto, señor. Tiene la número seis. ¿Desea que le dé un recado
por la mañana?
—Me gustaría que le subieras este paquete ahora mismo, Jim.
—Estará dormido…
—No lo creo. Quedamos en que se lo enviaría, apenas lo tuviese
dispuesto.
—Muy bien, señor, así lo haré.
—Esto para ti, Jim, muchas gracias. En realidad, se trata de un libro por el
que el señor Tower sentía gran interés, pero no sabía dónde lo había dejado y
me ha costado mucho encontrarlo. Buenas noches, Jim.
—Buenas noches, señor Pendleton. Y muchas gracias.
Tower se imaginó al sujeto entregando una propina al empleado y sonrió
para sí. Suavemente, empujó a Lavinia hacia su habitación.
—Espérame, nos reuniremos dentro de cinco minutos —dijo.
El recepcionista llegó poco después. Tower se hizo cargo del paquete y le
dio un dólar de propina.

www.lectulandia.com - Página 67
Al quedarse solo, sopesó el paquete con las manos. Aquello no parecía un
libro, se dijo.
Estaba muy bien envuelto y sintió la tentación de conocer su contenido,
pero un extraño instinto le dijo que era algo que no debía hacer. De repente,
aplicó el oído a su interior y captó el tenue latido de un reloj.
—Ese miserable… —dijo entre dientes.
Vaciló un momento. Si había un despertador, ¿por qué entregarle un
paquete que se suponía había de abrir inmediatamente?
No tardó en encontrar la solución. Momentos después, llamaba a la puerta
de la habitación de Lavinia. La muchacha abrió de inmediato.
—¿PauI?
—Ven conmigo, rápido —dijo él.
Al llegar al vestíbulo, vieron que el recepcionista se había retirado ya a
descansar. Sin pérdida de tiempo salieron a la calle, pero Lavinia se extrañó
de ver que no tomaban directamente la ruta que conducía a Oaks House.
—¿Adónde vamos, Paul? —preguntó, llena de curiosidad.
—Quiero devolver un obsequio —respondió él evasivamente.
Apenas un par de minutos más tarde llegaban a la casa de Pendleton.
Tower alargó la mano y dejó caer el paquete al otro lado, junto a la base de
mampostería de la verja, a unos metros de la entrada.
El paquete cayó sobre unas matas, que amortiguaron el impacto.
Inmediatamente, Tower agarró el brazo de la joven.
—A correr —dijo.
Ella obedeció sin comprender muy bien lo que sucedía. Cinco minutos
más tarde se hallaban ya fuera del pueblo, en un lugar absolutamente desierto
en aquellos momentos.
Repentinamente se oyó una detonación.
El estampido pareció más fuerte de lo que era en realidad, debido al
absoluto silencio que reinaba. Lavinia se detuvo y miró al joven, muy
asustada.
—Le has puesto una bomba —exclamó.
—No; se la he devuelto —puntualizó él.
—Explícate, por favor.
—Tú misma pudiste escuchar a Pendleton cuando entregaba el paquete al
recepcionista. Al tenerlo en mis manos, sospeché una trampa. El tictac del
reloj confirmó mis sospechas, eso es todo.
—Pero tú no sabías cuándo explotaría la bomba —arguyó Lavinia.

www.lectulandia.com - Página 68
—Ciertamente, no; pero calculo que era una bomba con dos mecanismos
de ignición. Si abría el paquete inmediatamente, uno de los dos mecanismos
actuaría y provocaría la explosión. Si lo dejaba para más tarde, el reloj
activaría el otro mecanismo, que es lo que ha sucedido.
Lavinia se estremeció.
—Quería asesinarte…
—Para ellos soy un peligro que es preciso eliminar.
—¿Ellos?
—Sí. Harrogate, Vera Victor, Pendleton… todos están metidos hasta el
cuello en un asunto terriblemente sucio.
—Pero no sabemos de qué se trata…
Tower empujó a la muchacha firmemente.
—Esta noche se aclarará todo —aseguró.
Caminaron a buen paso y durante unos minutos guardaron silencio. De
repente, Lavinia soltó una estruendosa carcajada.
—¿Qué te pasa? —preguntó Tower, asombrado.
—Me imagino la cara que habrá puesto Pendleton… ¿Estará en su casa,
Paul?
—Presumiblemente, sí.
—Menudo susto se habrá llevado, ¿eh?
Tower sonrió.
—Yo me lo imagino sentado en una butaca, con un libro en las manos,
esperando oír una lejana detonación… y luego dando un bote al oírla a veinte
pasos de distancia. Todos los cristales de la fachada habrán saltado por los
aires…
—No se esperaba eso, ciertamente —convino ella—. Por lo visto,
Pendleton sabe hacer de todo.
Tower lanzó un hondo suspiro.
—Con tal de obtener dinero, no importa el procedimiento —contestó.
Un cuarto de hora más tarde llegaban a las inmediaciones de Oaks House.
Tower se detuvo a pocos metros de la casa.
—Tendremos que evitar ruidos —dijo—. Si despertamos a sus moradores
podemos fracasar.
Lavinia abrió el bolso que había llevado consigo y sacó algo que hizo un
tintineo musical.
—Dicen que la casa no es mía, pero aún conservo un juego de llaves —
exclamó alegremente.

www.lectulandia.com - Página 69
Tower se echó a reír. De pronto, agarró a la muchacha por los hombros y
le dio un fuerte beso en la boca.
—Eh —protestó ella—, eso no entra en el trato, Paul.
—Es un anticipo a cuenta de mis honorarios —respondió él, impertérrito.
—Si esto es un anticipo, ¿cuál será la cuenta total?
—¿No eres capaz de imaginártelo?
Hubo un momento de silencio. Luego Lavinia echó a andar hacia la casa.
—Será mejor que dejemos un tema tan… vidrioso —sonrió.
—Sí, por desgracia, ahora tenemos que ocuparnos de asuntos mucho
menos agradables —convino el joven.

www.lectulandia.com - Página 70
CAPÍTULO XI

Lavinia abrió la puerta, y apenas lo había hecho oyeron un extraño sonido que
parecía salido de numerosas gargantas, una especie de melopea rítmica de
tonos no muy altos, pero que parecía más fuerte de lo que era en realidad, al
ser entonada por unas veinte o veinticinco personas.
Estupefactos, cambiaron una mirada, sin comprender en absoluto a qué se
debía aquel extraño suceso. Tower, sin embargo, fue el primero en reaccionar
y, cruzando el umbral, atravesó rápidamente el vestíbulo, para dirigirse a la
puerta, de donde al parecer procedía aquella misteriosa melodía.
La puerta no estaba cerrada del todo, aunque había una cortina al otro
lado, que impedía la visión de lo que sucedía en la estancia. Tower apartó un
poco la cortina, con infinito cuidado, y entonces presenció una escena que le
hizo dudar de la integridad de sus sentidos.
Eran, en efecto, dos docenas de personas de ambos sexos, todas ellas
ataviadas con unas largas túnicas blancas, de amplias mangas, y estaban
sentadas en el suelo, sobre sus talones, con las manos en las rodillas,
moviendo la cabeza según el ritmo de la música. Al fondo, Vera Victor dirigía
aquella rara ceremonia, cuyo significado escapaba por completo a los dos
jóvenes.
Lavinia lo vio también y su asombro no fue menor. Vera parecía la
sacerdotisa de un enigmático rito, y estaba situada sobre un estrado, detrás de
una mesa colocada en sentido transversal al eje mayor de la sala. Dos
candelabros sostenían sendas velas de color rojo, que era la única iluminación
que había en la estancia.
En el centro de la mesa había lo que parecía una gran sopera de plata. El
cuervo rojo estaba posado sobre el hombro de su dueña y tenía los ojos
cerrados y el pico apoyado sobre su pecho. Dormitaba, apreció Tower en el
acto.

www.lectulandia.com - Página 71
De pronto, sintió que Lavinia tiraba de la manga de su chaqueta. Tower se
volvió hacia ella.
—Creo que he oído un grito allá arriba —susurró la joven.
—¿Un grito?
—Si, como si alguien pidiera socorro; pero no se me ocurre quién pueda
ser.
De pronto Tower recordó algo y agitó una mano.
—Ven, procura no hacer ruido —dijo.
Corrieron hacia la escalera y subieron al primer piso. El grito se repitió.
—Aquí —exclamó Lavinia.
Tower abrió la puerta y entonces presenciaron un espectáculo aún más
asombroso.
Había una mujer, sentada a los pies de una cama de alto dosel, sostenido
por cuatro columnas. Ella tenía sendas argollas en torno a las muñecas, y
estaban unidas por una larga cadena, que rodeaba la columna de aquel lado.
Al verlos expresó un vivo terror y se encogió sobre sí misma.
Tower la reconoció en el acto.
—¡Es la señora Pendleton! —exclamó.
—¡Dios mío! ¿Por qué la han encadenado aquí? —se asombró Lavinia.
Tower dio unos pasos hacia la prisionera.
—Señora, ¿no me reconoce usted?
Nellie Pendleton alzó los ojos y asintió débilmente.
—Sí, señor Tower…
—¿Qué le pasa? ¿Por qué está aquí, en esta situación?
—Mi esposo… Quiere que le firme unos documentos… Temo que me
asesine si lo hago… Poseo unas tierras contiguas a las de Oaks House y
quiere disponer de ellas, aunque no sé para qué… Me ha torturado
terriblemente…
Lavinia se acercó a la mujer y vio señales de golpes en su espalda
desnuda. Las ropas de Nellie habían sido desgarradas, a fin de que el látigo
azotase directamente su carne.
—Paul, tendríamos que hacer algo para soltar a esta pobre mujer.
Tower se mordió los labios. Las argollas tenían cierres que sólo
funcionaban con una llave. Miró hacia arriba, y por un momento pensó en
cerrar la columna, pero antes de que pudiera tomar una decisión, se abrió la
puerta y una mujer entró, con una bandeja en las manos.
La señora Britton se quedó petrificada al ver en el dormitorio a dos
personas, cuya presencia ciertamente no sospechaba en absoluto. Tower actuó

www.lectulandia.com - Página 72
rápidamente y metió la mano en el interior de su chaqueta.
—Si alza la voz, si da un solo grito, le pego cuatro tiros aquí mismo —
amenazó truculentamente.
Jean se puso a temblar. Tower movió la cabeza.
—Lavinia, cierra la puerta —ordenó.
La joven corrió a cumplir la indicación. De pronto, Nellie dijo:
—Ella tiene una llave de mi cadena.
Tower alargó la mano izquierda.
—Entréguela, señora Britton.
El ama de llaves había reaccionado ya y se veía la furia en sus ojos
ratoniles, pero la amenaza de una pistola la había amedrentado y no se pudo
resistir.
Lavinia le quitó la bandeja. Luego Jean avanzó hacia la cama y liberó a la
prisionera.
—Esto no les servirá de nada —dijo, desafiante—. Ellos vendrán y…
—¡Cállese, señora! —cortó el joven secamente—. Lavinia, Jean ocupará
ahora el puesto de la señora Pendleton.
—Es una buena idea, en efecto —aprobó la chica.
—Y cuando la hayas encadenado, tápale la boca con una mordaza para
impedir que oigan su voz.
—Descuida, Paul.
Resignada, pero furiosa. Jean se sentó en la cama. Momentos después
Lavinia se acercó al joven, quien trataba de dar ánimos a una mujer que no
acababa de creer en su liberación.
—Tendríamos que sacarla de aquí, aunque no sé si en su estado… —dudó
Lavinia.
Tower meditó unos instantes.
—Abajo un montón de gente, pero no hemos visto un solo automóvil.
¿Cómo diablos han venido hasta aquí?
—Los coches deben de estar en la explanada posterior —señaló Nellie—.
Mientras estaba atada a la cama, oí ruido hacia la parte de atrás…
Tower chasqueó los dedos.
—Ya está —dijo—. Acompañaremos a la señora Pendleton hasta algún
coche que tenga las llaves puestas. Creo que todos las tendrán, dado que aquí
no hay peligro de robo.
—Pero hará ruido al arrancar —alegó Lavinia.
—Lo empujaremos con el motor parado hasta la ligera cuesta que hay en
la linde del bosque. Luego ella irá a avisar a la policía. —Tower se volvió

www.lectulandia.com - Página 73
hacia Nellie—: ¿Podrá hacerlo, señora?
Ella asintió.
—Iré inmediatamente, pero a Broxham. No me fío en absoluto del
comisario de Hadstone; es demasiado amigo de mi marido.
—Entonces no perdamos tiempo —exclamó Lavinia—. Podemos salir por
la puerta trasera y así no nos verán. ¿Te parece bien, Paul?
—Estupendo —contestó el joven.

***

Regresaron a la casa unos minutos más tarde y utilizaron la puerta trasera para
entrar sin ser advertidos. Cuando llegaban al vestíbulo, oyeron ruido de voces.
La puerta de la sala había sido abierta. Tower retrocedió
precipitadamente, arrastrando consigo a la muchacha. Situados en lugar
oscuro, vieron sin dificultad todo lo que sucedía en el interior de la casa.
—Gracias, hermanos, gracias por vuestros donativos para la buena causa
—clamó Vera—. Éste dinero servirá para sostener la mansión de la Larga
Vida, a la cual deberéis acudir una vez al mes, para ingerir la mágica
sustancia que os permitirá vivir al menos cinco veces más que una persona
normal. Tomad ejemplo de mí, que nací hace más de ciento cincuenta años y
aún no se observan en mi rostro ni en mi figura signos de decrepitud. Una vez
al mes es preciso tomar una dosis de la droga que es preciso traer de un
remotísimo rincón de la misteriosa India, donde la actual y destructora
civilización no ha llegado todavía. Id en paz, hermanos.
Los asistentes a la ceremonia empezaron a salir. Tower observó que
parecían alucinados y, al mismo tiempo, terriblemente satisfechos de haber
tomado parte en algo que les iba a prolongar la existencia durante dos o tres
siglos. «Embaucadora», pensó de Vera Victor.
Se oyó ruido de motores que se ponían en marcha. Alguien echó en falta
el suyo, pero otros asistentes se llevaron a los que habían perdido su vehículo.
Después volvió el silencio.
Vera salió de la estancia y se dirigió al primer piso, con el cuervo sobre el
hombro. Tower aguardó unos momentos y luego corrió hacia la sala de
ceremonias.
La sopera estaba en el mismo sitio. Tower echó un vistazo a su interior y
respingó.
—¡Cielos! Mira, Lavinia.

www.lectulandia.com - Página 74
Ella emitió una exclamación de sorpresa. El cuenco estaba repleto de
billetes de alta denominación. Tower contó el dinero rápidamente.
—Cuarenta y ocho mil dólares, a dos mil por barba… Un bonito negocio,
¿no te parece?
—Una vez al mes…, no está mal, Paul.
—Probablemente habrá más ceremonias, con otros tontos, en días
distintos; pero aunque sólo se celebren dos al mes, vendrá a recaudar casi cien
mil dólares… Más de un millón al año.
—Entonces se explica por qué querían apoderarse de mi propiedad. Está
en lugar apartado, discreto, con un comisario complaciente… Ella es la
oficiante, la que embauca a la gente, y los otros se encargan de reclutar
adeptos.
—Con el bolsillo bien provisto, naturalmente.
De pronto. Tower empezó a reunir los billetes, colocándolos en fajos bien
ordenados.
—¿Qué haces? —se asombró ella.
—Vamos a dar una sorpresa a Vera —sonrió él—. Lavinia, no te olvides
de tu spray. No tenemos pistolas, pero puede resultar un arma muy efectiva.
—Está bien, Paul.
Momentos después Tower había retirado el dinero de la sopera. A su
derecha había una larga estantería repleta de libros, que cubría toda la pared
de aquel lado y cuyo borde superior quedaba a un par de palmos del techo.
Tower puso los billetes al otro lado de una hilera de libros y, apenas lo había
hecho, se oyó un fuerte aleteo.
El cuervo entró volando y se posó en el borde superior de la estantería,
mirándoles en silencio con sus diminutos ojillos. Lavinia se sintió aprensiva y
dio unos pasos hacia atrás.
Tower tenía también un spray y lo sacó del bolsillo. Lentamente,
retrocedieron hacia la puerta, pero cuando iban a salir oyeron ruido de pasos
que se acercaban a la sala.
El joven empujó a Lavinia y ambos se situaron al otro lado de la hoja de
la puerta que estaba abierta. Vera entró, ahora vestida con una bata corta y
zapatos de alto tacón, y se encaminó directamente hacia la mesa.
Alargó las manos hacia la sopera. Vio que estaba vacía y lanzó una
horrible imprecación.
Estuvo quieta unos momentos, con las manos sobre el cuenco de plata.
Luego pareció comprender lo ocurrido y giró en redondo.

www.lectulandia.com - Página 75
Durante casi un minuto Vera y los dos jóvenes se contemplaron en
silencio. Al fin, Vera movió una mano, aunque la dejó levantada ligeramente
sobre su hombro.
—Ordenaré a Briff que les saque los ojos —amenazó siniestramente.

www.lectulandia.com - Página 76
CAPÍTULO XII

Tower no se amedrentó por las frases de Vera.


—Tenemos armas para defendernos —contestó—. Pero de una cosa
puede estar segura, señora Victor: se le ha acabado el negocio. Tendrán que
irse de esta casa, con la música a otra parte… exactamente a algún penal,
donde purgarán, al menos, los asesinatos de su esposo y la malabarista.
Vera se sobresaltó horriblemente.
—¿Quién les ha dicho…?
—¿Acaso creía que nos íbamos a estar mano sobre mano, cuando usted
usurpa algo que no le pertenece? Lo primero que debe saber es que los
documentos de la deuda son falsos. Harrogate tendrá que presentar los
originales en un tribunal y, aunque consiga demostrar su ignorancia en la
estafa, cosa falsa por otra parte, ustedes serán obligados a marcharse de aquí.
El negocio de la venta del agua milagrosa que alarga la vida, se ha terminado
apenas comenzado.
En los ojos de Vera había una furia infinita.
—Nos han espiado —exclamó.
—No tenemos por qué negarlo —terció Lavinia—. Esta es mi casa y usted
está aquí ilegalmente.
—Un buen sitio, discreto y alejado del tumulto, para atraer a unos
incautos a una ceremonia donde se dejarán el dinero, a cambio de unos
frasquitos que tienen agua coloreada y azucarada —sonrió Tower—. Esto es
mejor que actuar como adivina en un circo, ¿verdad?
—Creo que no les dejaré salir de aquí. Pronto vendrá alguien…
—¿Pendleton?
—Sí. Además tengo conmigo a la señora Britton…
—La señora Britton ocupa ahora el lugar de Nellie Pendleton.
Vera abrió la boca estupefacta.
—¡Lo han descubierto!

www.lectulandia.com - Página 77
—Encontramos a Nellie y la soltamos. ¿Por qué diablos tuvieron que
torturarla y encadenarla?
—Ella tiene unas tierras que nosotros necesitamos. Vamos a ampliar el…
negocio y necesitamos espacio, pero esa estúpida no quería otorgar poderes a
su marido. —Vera inspiró con fuerza—. De todas formas nunca podrán
probar nada —añadió.
—Los pistoleros que iban a llevarme a morir en algún lugar desconocido
están en manos de la policía. Uno de ellos asesinó a Baxter y no saldrá muy
bien parado. El otro, sin embargo, hablará para conseguir una reducción de
pena y dirá algo interesante. Por otra parte, en algún sitio está el cadáver de
Morgan Burr.
—No lo encontrarán jamás.
—Luego admite que lo asesinaron.
Vera apretó los labios.
—Lo hizo Briff —contestó.
—Y ustedes llevaron su cadáver al bosque, para enterrarlo más tarde. Yo
lo vi, avisé a un venal comisario y éste no encontró nada, lógicamente. Pero
las cosas han llegado ya a un extremo que es imposible ocultarlas.
—Todo se puede ocultar —sonrió Vera—. Especialmente dos cadáveres
más.
—Claro, usted no puede permitir que se le estropee un negocio de un
millón de dólares anuales. Una bonita idea, basada en las afirmaciones que
hacía cuando adivinaba el porvenir en el circo. Entonces decía que había
nacido en el siglo pasado, a fin de que sus clientes creyeran ciegamente las
respuestas que recibían a sus consultas. Ahora, claro, no faltan personas
crédulas que esperan alargar su vida en cien o doscientos años más, a cambio
de un puñado de dólares.
—A todos ellos les sobra el dinero —contestó la mujer despectivamente.
Hubo un momento de silencio. De pronto, Tower, con el rabillo del ojo,
vio que el cuervo empezaba a pasearse a lo largo del borde de la estantería.
El pájaro metía de cuando en cuando su pico bajo las alas, para frotarlo
contra las plumas. Súbitamente alargó el cuello y agarró algo con el pico.
Inmediatamente echó a volar, dio un par de vueltas por la estancia y
luego, abriendo el pico, dejó caer en el suelo un grueso sobre, ya un tanto
amarillento por el paso de los años. Después regresó a la estantería y se quedó
de nuevo inmóvil, como una estatua de color escarlata.
Lavinia exhaló un grito. Vera vio el sobre y se precipitó a recogerlo, pero
la muchacha la arrojó al suelo de un terrible empellón. Luego, con el sobre en

www.lectulandia.com - Página 78
la mano, se volvió hacia Tower.
—¡El testamento. Paul!
—¿Seguro? —dudó el joven.
—Oh, desde luego que sí. Recuerdo muy bien el sobre; el abuelo me lo
enseñó en una ocasión, aunque luego no me dijo dónde lo guardaría…
—Debía de estar en alguna parte y el cuervo lo llevó a lo alto de la
estantería. Ahora lo ha devuelto —sonrió Tower.
—Casi se me haría simpático, si no fuese porque ha matado ya a tres
personas —dijo Lavinia.
Vera se había puesto en pie y miraba furiosamente a la pareja. De pronto
el cuervo batió las alas.
Un hombre entró en la sala con paso rápido.
—Vera, mi mujer ha escapado…
Pendleton se detuvo en seco al ver que había más gente de la que
esperaba. Pero reaccionó rápidamente y sacó una pistola.
—No saldrán vivos de aquí —dijo torvamente.

***

Tower pasó una mano por la cintura de la muchacha y la atrajo hacia sí.
—Puede matarnos, pero no escaparán. Su mujer ha ido a avisar a la
policía.
—El comisario es amigo mío…
—Fue a Broxham.
Pendleton juntó las mandíbulas bruscamente. Lavinia agitó el sobre.
—Y éste es el testamento que no encontrábamos —dijo—. Todo su
tinglado se ha venido abajo. La señora Britton está encadenada, en lugar de su
esposa. Ella sabe muchas cosas y ha sido cómplice, pero podrá librarse con
una pena mucho más suave si colabora con la justicia. Usted y esa perversa
mujer no tienen salvación.
—Ni Harrogate tampoco, supongo —añadió Tower.
—No debí haber confiado en ese estúpido —barbotó Pendleton—.
Siempre con dudas y vacilaciones… y si me obedecía es porque yo tengo
pruebas de una falsificación que cometió hace años.
—Otro cuervo, pero sin alas —dijo Lavinia irónicamente.
Vera dio un paso hacia adelante.
—Adam, tenemos que hacer algo y pronto —exclamó.
—Hoy has conseguido dinero. Sácalo y nos largamos…

www.lectulandia.com - Página 79
—¡Lo ha escondido él! —aulló la mujer, señalando a Tower con la mano.
Pendleton encañonó al joven.
—Diga dónde está ese dinero inmediatamente…
Tower se encogió de hombros.
—Ahí, en la estantería —respondió.
El sujeto vaciló un instante. Tower hizo un ademán con la mano libre.
—Señora Victor, ¿por qué tuvieron que matar a Burr?
—Era un cerdo —contestó la interpelada furiosamente—. Después de que
prometió ponerse de mi lado, se burló de mí y dijo que ya había conseguido lo
que deseaba.
—Disfrutar de sus encantos, naturalmente.
—¿Cómo lo sabe?
—Usted le hizo una exhibición la noche en que yo dormí aquí —
respondió el joven—. Yo lo vi, claro.
—No sabía que se dedicase usted a contemplar ciertas escenas por el ojo
de la cerradura —se burló Vera—. ¿Tiene alma de mirón pervertido?
—No me quedé tanto rato, señora —contestó Tower, irritado—. Pero fue
lo suficiente.
—¡Basta! —cortó Pendleton—. Estamos perdiendo el tiempo con
memeces y lo que conviene es que nos larguemos de aquí cuanto antes.
Tower, ¿ha dicho en la estantería?
—Sí. —El joven la señaló con una mano—. En ésa, precisamente.
Pendleton se volvió para acercarse a la estantería. En el mismo instante el
cuervo emitió un horrible graznido.
Pendleton se alarmó.
—¡Vera, sujeta a ese maldito pajarraco! —gritó.
Ella movió una mano, pero ya era tarde.
El cuervo se lanzó súbitamente al ataque, a la vez que emitía penetrantes
graznidos. Pendleton intentó defenderse y manoteó aparatosamente.
Se oyó un espantoso alarido. El pico del cuervo había golpeado uno de los
ojos de Pendleton, haciendo brotar la sangre de inmediato. Pendleton se agitó
horriblemente, olvidado por el momento de que tenía una pistola en la mano.
El arma se disparó inesperadamente. Vera exhaló un gemido.
La mujer bajó la vista y contempló el redondo agujerito que la bala había
abierto en el centro de su pecho, justamente entre los senos. La visión de la
herida causó en ella un shock instantáneo y sus rodillas se doblaron. Antes de
caer al suelo ya había cerrado los ojos.

www.lectulandia.com - Página 80
Pendleton trataba de eludir los enloquecidos ataques del cuervo. El animal
consiguió posarse sobre su cabeza y, aferrándose al cuero cabelludo con las
fuertes garras de sus patas, empezó a asestar terribles picotazos a su víctima.
Lavinia se sentía espantada al presenciar aquella horripilante escena.
Tower reaccionó y se adelantó, con el spray en la mano, dispuesto a espantar
al cuervo.
Pendleton había perdido ya los ojos, pero aún podía salvarse. Cuando salía
el primer chorro de gas del tubo, el pico del cuervo perforó la yugular del
sujeto.
El animal graznó horriblemente al sentir en sus ojos el escozor del gas
lacrimógeno. Alejándose de su víctima, revoloteó ciegamente por la sala,
tropezando con las paredes y los muebles.
En el suelo, Pendleton se debatía en los últimos espasmos de la agonía.
Tower se dijo que el hombre ya no tenía salvación.
Bruscamente, el cuervo, lanzado a toda velocidad pero cegado por el gas,
chocó contra el cristal de una de las puertas de la estantería. Su cabeza rompió
el vidrio y un afilado trozo cortó a fondo su cuello.
El pájaro cayó al suelo, agitándose furiosamente, pero se quedó quieto en
pocos momentos. Tower reaccionó y, tirando a un lado el ya inútil spray se
arrodilló junto a Pendleton, tratando de hacer algo por su vida.
Era ya inútil. El corte medía tres o cuatro centímetros y no había forma
humana de contener la tremenda hemorragia. Pocos segundos después, el
corazón de Pendleton se paró por falta de riego sanguíneo.
Tower se puso en pie. Miró a Lavinia.
Estaba terriblemente pálida, al borde del colapso. La estancia parecía un
degolladero.
Avanzó hacia ella, puso una mano sobre sus hombros y la sacó fuera.
—Acabarás por olvidarlo todo —aseguró.

***

Llamó a la puerta y esperó a que Lavinia le abriese. La joven sonrió al verle


detrás de un enorme ramo de rosas rojas.
—Te esperaba hace días, Paul.
—He tenido trabajo, lo siento. Ahora estoy un poco más desahogado y no
podía dejar pasar más tiempo sin venir a verte.
—Gracias. Entra y te prepararé una taza de café. Son unas flores muy
bonitas —dijo ella, al tomar en sus manos el ramo de rosas.

www.lectulandia.com - Página 81
Transcurrieron algunos minutos. Luego Lavinia se sentó frente al joven.
—Esperas noticias, supongo —dijo él.
—Sí, Paul.
—Harrogate lo va a pasar mal. No sólo tendrá que responder de la
falsificación de que le acusaba Pendleton, sino de otras cosas tan poco
honestas como aquélla, sin contar su participación en los crímenes cometidos.
—Él no hizo nada…
—Lo sabía, pero cerró los ojos, sobre todo cuando se decidió la muerte de
Baxter.
—¿Por qué lo asesinaron, Paul?
—Era el que entró en contacto con el falsificador. Lo hizo por encargo de
Harrogate, claro, pero creo que luego pidió dinero por su silencio…
—Y le pagaron con cuatro balas.
—Lo viste tan bien como yo. Aparte de eso, Pendleton y Harrogate se
traían entre manos otros negocios no tan limpios. Harrogate, justo es decirlo,
fue siempre un hombre acomodaticio, aunque nunca había llegado a
semejantes extremos. Pero Pendleton, como suele decirse, le tenía cogido por
el cuello y…
—Comprendo. Pero ¿qué relación le unía con Vera? Porque me parece
muy extraño que una exartista de circo y adivina conociese a un… un
especulador.
—Vera y él eran hermanos, del mismo modo que la mala batista y Baxter.
Ambas habían estado casadas y cambiaron sus apellidos por el matrimonio.
Pendleton conocía las andanzas de su hermana y le propuso el negocio. Ella
aceptó rápidamente; en esta época, hay mucha gente propensa a dejarse
embaucar con los más diversos motivos.
—Y durante todo este tiempo estuvieron preparando…
—Sembrando, estaría mejor dicho. Así habían conseguido ya cierto
número de adeptos, a los cuales pensaban desplumar con el truco del agua que
alargaba la existencia. Y con el cuervo rojo la escenografía, tienes que
reconocerlo, quedaba perfecta.
Lavinia meneó la cabeza.
—Todo ha pasado ya y me parece una horrible pesadilla. Han sido
encontrados los cadáveres de Victor, la malabarista, Burr… Paul, creo que
voy a vender Oaks House.
—Harás bien —aprobó el joven—. Ese lugar traerá siempre a tu mente
malos recuerdos. Con el dinero que te den, compra otra casa en algún lugar
más alegre.

www.lectulandia.com - Página 82
Ella sonrió.
—Tú me aconsejarás, en todo caso, Paul.
—Por supuesto —accedió él.
—Y tienes que pasarme la nota de honorarios.
Tower se agitó en el diván en que se hallaba sentado.
—Bueno, ahora tengo trabajo. Me han encomendado que me ocupe del
despacho de Harrogate. Había otro socio, además del abogado de tu abuelo,
ya retirado, y ese hombre conoce mi labor y quiere que «desinfecte» la
oficina…
—Has aceptado, supongo.
—Claro. Necesito dinero. Tengo que mantener a una esposa.
Lavinia se quedó con la boca abierta.
—No sabía que estuvieras casado —exclamó.
—No lo estoy, pero me voy a casar pronto.
—Te enviaré un buen regalo de bodas…
—No te molestes.
—Pero, Paul… Yo te debo mucho, aparte de los honorarios.
—Quiero ahorrarte esa factura. Una esposa no debe pagar al marido por
sus servicios… jurídicos, me parece.
Los ojos de la joven chispearon.
—Eres un miserable. Me has hecho creer que…
Tower se puso en pie, hizo que Lavinia se levantase de su asiento y la
abrazó estrechamente.
—Vamos a firmar un pacto que no se romperá jamás en la vida —dijo.

FIN

www.lectulandia.com - Página 83

También podría gustarte