MARCOS
MARCOS
MARCOS
Otro ejemplo del poder de Cristo sobre el «hombre forzudo». Este milagro fue
llevado a cabo cuando habían llegado «al otro lado del mar» (v. 1), adonde llegó a
través de una tempestad. Su objetivo era ahora rescatar a esta pobre criatura de las
manos de Satanás.
I. La miserable condición en que este hombre se hallaba: «poseído de un espíritu
inmundo» (v. 2). Su estado era lamentable, con accesos de locura tan violentos, cuales
no se vieron en ningún otro de los posesos que fueron curados por el Señor.
1. «Tenía su morada entre los sepulcros» (v. 3), en un lugar donde yacían los
muertos. Estos sepulcros estaban apartados de las ciudades, en lugares desiertos. Quizás
el demonio lo llevaba allá. Tocar un sepulcro comportaba contaminación. Los espíritus
inmundos llevan a las personas a lugares y compañías que contaminan, y de este modo
los mantienen bajo su poder. Al rescatar a las almas del poder de Satanás, Cristo salva a
los vivos de entre los muertos.
2. Este hombre poseía una fuerza formidable y nadie le podía domeñar: «nadie
podía atarle ni con cadenas». No sólo no servían de nada las cuerdas, por fuertes que
fueran, sino que ni aun los grilletes y las cadenas podían sujetarle, puesto que rompía y
destrozaba todo ello (vv. 3–4). Esto muestra la triste condición de las almas que caen
bajo el dominio del diablo. Algunos pecadores notoriamente voluntarios son como este
loco. Los mandamientos y las maldiciones de la Ley son como cadenas y grilletes,
destinados a refrenar a los pecadores de sus caminos perversos, pero ellos quiebran
estas ataduras (Sal. 2:3; Jer. 5:5).
3. Sólo servía de terror y tormento, tanto a sí mismo como a cuantos le rodeaban (v.
5). El diablo es un amo muy cruel. Esta desdichada criatura «andaba continuamente, de
noche y de día, entre los sepulcros y por los montes, dando gritos y cortándose con
piedras» ¿Qué es el hombre, cuando la razón es destronada, y Satanás es entronizado en
él?
II. Su contacto con el Señor (v. 6): «Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante
Él». Este hombre acostumbraba correr hacia otros con rabia, pero hacia Cristo corrió
con reverencia. Por la acción invisible de las manos de Jesús se pudo dominar a quien
ni las cadenas ni los grilletes podían sujetar; su rabia y su furia amainaron en un instante
y, aunque su gesto no significa propiamente adoración, sí que es un homenaje prestado
obligadamente ante la presencia y el poder de un superior.
III. La palabra de mando que le dirigió Cristo: «Sal del hombre, espíritu inmundo»
(v. 8). El mismo Señor que hizo que el hombre corriese hacia Él y se postrara a Sus
pies, hizo también que alcanzase alivio mediante la expulsión de sus atormentadores. Si
Cristo actúa en nosotros para orar de corazón por ser libertados de Satanás, actuará
también por nosotros para conseguirnos esa liberación.
I. Cristo predice de nuevo los padecimientos que le esperan. «Iba pasando por
Galilea, y no quería que nadie se enterase» (v. 30). Se acercaba el tiempo de sus
padecimientos y, por eso, quería conversar únicamente con Sus discípulos, a fin de
prepararlos para la prueba final (v. 31). «Les decía: El Hijo del Hombre es entregado
(es decir, está a punto de ser entregado) en manos de hombres, y le matarán». Que los
hombres, que tienen la facultad de razonar y deberían tener amor, de tal manera vayan a
comportarse con el Hijo del Hombre, quien vino a redimir y a salvar a los hombres, es
inexplicable. Pero puede notarse que, siempre que habló Cristo de Su muerte habló
también de Su resurrección. «Pero ellos no entendían este dicho, y tenían miedo de
preguntarle» (v. 32). Las palabras de Jesús eran lo suficientemente claras, pero ellos no
se hacían a la idea de que el Mesías tuviera que morir, y tenían miedo de preguntar
precisamente lo que no podían comprender. Muchos se quedan en la ignorancia porque
tienen miedo o vergüenza de preguntar.
II. A continuación, Jesús reprende a los discípulos por la ambición que cada uno
tenía de adquirir supremacía sobre los demás. Cuando llegaron a Capernaúm, les
preguntó en privado qué era lo que habían discutido por el camino (v. 33). Lo que
hablamos entre nosotros y, en especial, lo que discutimos mientras vamos por el camino
de la vida, no le pasa desapercibido al Señor, y un día tendremos que dar cuenta de todo
ello «ante el tribunal de Cristo» (Ro. 14:10; 2 Co. 5:10). Y, de todas las disputas, Cristo
pedirá especialmente cuenta de las que tengamos sobre precedencias y superioridades
de unos sobre otros. Este era el tema de discusión en el caso presente: «habían discutido
entre sí quién era mayor» (v. 34). No hay nada tan contrario a las dos grandes normas
de Cristo, que son la humildad y el amor, como el deseo de preferencia en este mundo,
y las disputas sobre ello. Por eso, el Señor se ocupó siempre de atacar estos flancos
débiles de Sus discípulos. «Pero ellos se callaban» (v. 34). Así como no preguntaban
(v. 32), porque estaban avergonzados de su ignorancia, así tampoco respondían, porque
4Henry, Matthew ; Lacueva, Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry. 08224
TERRASSA (Barcelona) : Editorial CLIE, 1999, S. 1228
estaban avergonzados de su orgullo. El Señor, no obstante, estaba dispuesto a
corregirles con calma y, por eso, «se sentó» (v. 35), como quien va a pronunciar una
lección solemne y completa. «Llamó a voces a los doce, y les dijo»:
1. Que la ambición, en lugar de ser un medio de ganarles preferencia en Su reino,
sólo servía para posponerla: «Si alguien desea ser el primero, que sea el último de
todos»; «Cualquiera que se ensalce a sí mismo, será humillado» (Mt. 23:12; Lc. 14:11;
18:14).
2. Que lo que verdaderamente cuenta no es la preferencia sino las oportunidades de
servir a los demás: «y sea el servidor de todos». Hay la nobleza de la sangre, la nobleza
del dinero, la del poder y la del talento, pero, por encima de todas ellas, está la
verdadera nobleza: la de la virtud, la del amor que se expresa en el servicio; ella es
también la nobleza de la genuina libertad (v. Gá. 5:13).
3. Que los más humildes y abnegados son también los que más se parecen a Cristo,
y a ellos les prestará Él un especial reconocimiento: «Y tomando a un niño lo puso en
medio de ellos, lo tomó en sus brazos, y les dijo: Cualquiera que me recibe a mí, no me
recibe a mí [sólo], sino al que me envió» (vv. 36–37). Dice muy bien Lenski: «Esto, por
supuesto, implica que la persona tratará al niño que así ha recibido como lo demandan la
revelación y la enseñanza de Jesús, que incluyen especialmente tierno cuidado
espiritual».
III. Mientras que han estado disputando entre sí sobre quién será el mayor (v. 34),
no permiten ni el último lugar entre ellos a quienes no les siguen (v. 38). En efecto,
tenemos a continuación:
1. El informe que Juan da al Maestro sobre «uno que estaba expulsando demonios
en nombre de Jesús». Juan y los que con él estaban, hicieron lo posible por impedírselo.
La razón era: «porque no nos seguía». Lucas dice: «porque no sigue con nosotros» (Lc.
9:49), es decir, no es del grupito que te acompaña por todas partes. Aquí asoma en Juan
ese sectarismo tan corriente en todos los círculos religiosos (no sólo «evangélicos», pero
más condenable en éstos), de tener por «mal cristiano», y hasta por «hereje», a quien no
piense como nosotros o no pertenezca a nuestra denominación. Pero «el Señor conoce a
los que son suyos» (2 Ti. 2:19). Esto no quiere decir que el comportamiento del
individuo en cuestión fuera correcto, pues es extraño que uno que tenía poder para
expulsar a los demonios en nombre de Jesús, no se uniera a los que seguían a Jesús, a no
ser que tuviese repugnancia a dejarlo todo para seguirle. Sin embargo, nosotros no
somos competentes para juzgar, sin más, quién es del Señor y quién no.
2. La reprensión que Jesús les dio: «No se lo impidáis» (v. 39). El que es bueno, y
en lo que es bueno, no debe ser impedido de hacer el bien que hace, aunque nos parezca
hallar algún defecto y alguna irregularidad en la manera de hacerlo. Pablo tenía un
espíritu muy diferente del que aquí muestra Juan, cuando dice en Filipenses 1:18 que,
con tal de que Cristo sea predicado, él se regocijará, aun en el caso de que quien
predique, lo haga por rivalidad contra el apóstol. Dos razones da Cristo para explicar
por qué no se le había de impedir lo que estaba haciendo: (A) Porque los que hacen
buen uso del nombre de Jesús al realizar milagros no es de suponer que vayan a hablar
mal del Señor, como lo hacían los escribas y fariseos; (B) porque los que difieren en su
modo de pensar, o de seguir a Cristo, deben ser considerados como hermanos,
luchadores bajo la misma bandera contra las huestes de Satanás «pues el que no está en
contra de nosotros, está a favor de nosotros». Por supuesto, esta amplitud de miras, que
Jesús recomienda en esta ocasión no excusa doctrinas u opiniones antibíblicas o
equívocas en cuanto a la persona y la obra de Jesús pues esto equivaldría a estar en el
bando de Satanás, no en el de Cristo. Por eso, el Señor completa con esta enseñanza lo
que había dicho en otra ocasión, según lo refiere Mateo: «El que no está conmigo, está
contra mí» (Mt. 12:30).
Versículos 41–50
I. Cristo promete recompensa a cuantos se porten amablemente, de algún modo, con
Sus discípulos: «Cualquiera que os de a beber un vaso de agua por el hecho de que sois
de Cristo, en verdad os digo que de ninguna manera perderá su recompensa» (v. 41).
Es un honor y una dicha para los cristianos pertenecer a Cristo, pues llevan Su librea
como pertenecientes a Su familia; más aún, son miembros de Su cuerpo. Por eso, aliviar
a los pobres de Cristo en sus aflicciones es una buena obra; Él la recibe como hecha a Sí
y Él la recompensará. Lo que se hace a favor de los necesitados, ha de hacerse por
Cristo, y por el hecho de que son de Cristo, pues eso es lo que santifica el bien que se
les hace. Ésta es la razón por la que no hemos de ver con malos ojos ni desanimar a
quienes trabajan en la obra del Señor, aunque no piensen ni obren en todo igual que
nosotros. Si Cristo reconoce como hecho a nosotros todo lo bueno que a Él se hace,
también nosotros debemos reconocer como hecho a Él todo lo bueno que se nos hace,
aun cuando eso sea hecho por quienes no siguen con nosotros.
II. Cristo amenaza a quienes ofenden a Sus pequeñuelos (v. 42). Cualquiera que
sirva de tropiezo a un creyente verdadero aun de los más débiles, ya sea impidiéndole
hacer el bien o sirviéndole de ocasión para cometer algún pecado, «mejor le sería que le
ataran al cuello una piedra de molino (grande, de las que mueve un asno, según el
original), y que le echaran al mar».
III. Después previene a los Suyos contra el peligro de arruinarse a sí mismos. La
caridad debe empezar por la propia casa; si hemos de cuidar de no hacer nada que sirva
de tropiezo a otros mucho más hemos de evitar todo aquello que nos impida cumplir
con nuestro deber o nos induzca a cometer pecado; en esto, no hemos de andar con
contemplaciones, sino que hemos de desprendernos de ello por muy aficionados que
estemos a ello. Obsérvese:
1. El caso supuesto de que una mano, un pie o un ojo nuestros nos sirva de tropiezo;
es decir, que aquello que nos arruina en el plano espiritual nos sea tan querido y útil
como una mano, un pie o un ojo. Supongamos que algún ser querido se ha convertido
para nosotros en un pecado, o que hayamos hecho de un pecado un ser querido.
Supongamos también que nos vemos en la alternativa de abandonar eso o abandonar a
Cristo y a una buena conciencia.
2. El deber que se nos prescribe en tal caso: «córtate la mano o el pie y sácate el
ojo» (vv. 43, 45, 47): haz morir (v. Ro. 8:13) eso que tanto amas y tanto te daña;
crucifícalo (v. Gá. 5:24). ¡Arroja lejos de ti como cosa detestable ése ídolo que te resulta
tan deleitable! Es necesario que el miembro gangrenado sea amputado en aras de la
preservación de la propia vida. Hay que negarle al «yo» lo que sólo sirve para
destruirlo.
3. La necesidad de hacer esto. Es menester mortificar la carne, a fin de que pueda
entrar en la vida (vv. 43, 45) y en el Reino (v. 47). Aun cuando, de momento, al
abandonar el pecado nos sintamos como si estuviéramos mutilados, es en orden a
conservar la vida, y «todo lo que el hombre tiene, dará por su vida» (Job 2:4). Esa
especie de mutilaciones serán después como «las marcas del Señor Jesús» (Gá. 6:17);
en el Reino de los cielos, serán cicatrices de honor.
4. El peligro que se corre en no hacer esto. La materia de que tratamos llega a un
punto en que, o debe morir el pecado o vamos a morir nosotros. Si permitimos que el
pecado reine sobre nosotros, es inevitable que nos ha de arruinar. ¡Qué tremendo
énfasis carga Cristo (especialmente en la triple repetición que registran muchos MSS)
en el terror que debe despertar en nosotros el pensamiento del Infierno, «donde su
gusano no se muere, y el fuego no se apaga» (seguro, en v. 48; probable, en vv. 44 y
46). La frase está tomada de Isaías 66:24, y los dos miembros se complementan, pues el
«gusano» es algo interno y, por eso, aunque no se dice en el texto, suele interpretarse
como los remordimientos que atormentarán la conciencia del condenado por las
oportunidades de salvación que dejó pasar y que ahora ya no tienen remedio por toda la
eternidad; y el «fuego» es algo que atormenta desde fuera, y es símbolo de la ira divina
que gravitará eternamente sobre el pecador que se negó a creer (v. Jn. 8:24). ¡Un Dios
eterno, eternamente airado contra un malvado que sólo vivirá para estar muriendo
eternamente! «¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!» (He. 10:31).
5. Los versículos 49 y 50 han causado mucha discusión entre los intérpretes por no
atender al doble «filo» de los vocablos «sal» y «fuego». Por una parte, sabemos que
todo sacrificio del Antiguo Testamento tenía que ser salado con sal no para preservar la
carne, sino para que fuese aceptable en la mesa del altar de Dios. Igualmente, la
naturaleza humana, al estar de suyo corrompida—por eso se la llama «carne»—, debe
ser salada de algún modo para adquirir sazón (comp. con Col. 4:6) y ser así sacrificio
agradable para Dios (Ro. 12:1). Hemos de tener en nosotros el buen sabor de gracia; y
no sólo tenerlo, sino también manifestarlo al exterior («ser sal de la tierra», Mt. 5:13).
Si esa sal preserva de corrupción nuestro corazón, «ninguna palabra corrompida saldrá
de nuestra boca» (Ef. 4:29). Pero esa misma sal que sazona el sacrificio de una vida
santa, agradable para Dios, también impide que los condenados al Infierno sean
destruidos y aniquilados; serán atormentados en perpetua «conserva» (v. Ap. 14:11;
20:10; 21:8). Lo mismo pasa con el «fuego»: «Dios es un fuego consumidor» (He.
12:29); pero sólo «consume» lo que es puro desecho, lo que no sirve para la vida eterna;
por eso, consumirá eternamente, sin aniquilarlos, a los condenados al Infierno; en
cambio, sirve para purificar («la zarza que ardía y no se consumía», Éx. 3:2) a los hijos
de Dios (Mal. 3:2, comp. con 1 Co. 3:13–15; 1 P. 1:7). Finalmente, observemos (v. 50)
que la misma sal que nos preserva de corrupción, nos ayuda a convivir en paz, sin poner
tropiezo, unos con otros (para más detalles, véase el comentario a Mt. 5:13 y Col. 4:6).
CAPÍTULO 10
Vemos al Señor que disputa con los fariseos acerca del divorcio, e imparte, después,
Su bendición a unos niños. Luego tenemos la triste historia del joven apegado a sus
riquezas, con las consecuencias que de ello dedujo Jesús dirigiéndose a Sus apóstoles.
Viene después un nuevo anuncio que Cristo hace de Sus padecimientos y muerte y la
petición, tan inoportuna, de los hijos de Zebedeo. Finaliza el capítulo refiriéndonos la
curación del ciego Bartimeo.
Versículos 1–12
Como hemos dicho otras veces, nuestro Señor Jesús no permanecía por mucho
tiempo en un mismo lugar, pues toda la tierra de Palestina era, por así decirlo, Su
«parroquia» y, por tanto, quería visitar cada parte de ella. Ahora le tenemos
«levantándose de allí [de Capernaúm], y yéndose al distrito de Judea y al otro lado de
Jordán» (v. 1). Así cerraba su circuito como el del sol, de cuya luz y de cuyo calor nada
se esconde. Allí:
I. «De nuevo se aglomera una multitud en torno a Él y, como era su costumbre les
enseñaba una vez más.» Mateo (19:2) nos dice: «los sanó allí». El que sanaba los
cuerpos, sanaba las almas con Su enseñanza. «Una vez más.» Tal es la riqueza de las
enseñanzas de Cristo, que siempre hay algo más que aprender en Su escuela; y tan
olvidadizos somos, que siempre es menester que se nos recuerde lo que ya sabemos.
II. Se acercan luego unos fariseos para ponerle a prueba (v. 2).
1. Comienzan preguntándole sobre el divorcio: «le preguntaban si es lícito a un
hombre repudiar a su mujer». Le tentaban a fin de sorprenderle en alguna falta,
cualquiera que fuese su opinión sobre la cuestión que le proponían. Los ministros de
Dios siempre deben estar en guardia, no sea que, bajo pretexto de pedirles consejo, les
tiendan una trampa.
2. Cristo les responde con una pregunta: «¿Qué os ordenó Moisés?» (v. 3). Así les
habló para mostrar Su respeto por la Ley de Moisés y para que al poner la ordenación de
Deuteronomio 24:1 en su debido contexto, quedasen ellos mismos confundidos.
3. Ellos contestaron citando correctamente: «Moisés permitió escribir un certificado
de divorcio, y repudiarla» (v. 4). En Mateo 19:7, les vemos que dicen: «mandó», pero
no hay contradicción entre el «permitió» y el «mandó», porque en la Ley de
Deuteronomio 24:1 hay un permiso y un mandato: permiso de repudiarla, pero mandato
de darle la carta de divorcio.
4. Al replicar a esto, Cristo se atiene a la explicación que ya vimos en Mateo 5:31–
32; 19:1–12, con una variante digna de consideración: tanto en Mateo 5:32 como en
Mateo 19:9 se incluye un inciso («excepto por causa de fornicación») que no aparece
aquí en Marcos 10:11. Esto refuerza la opinión va expuesta en el comentario a Mateo,
de que dicha cláusula se refiere a las uniones ilegítimas, por haber sido contraídas en
grado de parentesco prohibido por la Ley, cosa que afectaba a los judíos, para quienes
fue escrito principalmente el Evangelio de Mateo, mientras que el de Marcos iba
especialmente dirigido a griegos y romanos, para quienes el divorcio por causa de
adulterio era cosa bien conocida y admitida, por lo cual, se calla aquí, e indican que el
Señor no admitía el adulterio como motivo para el divorcio vincular y que la única
causa por la que fue permitido en la ley mosaica era «la dureza de vuestro corazón» (v.
5), pero que el propio Moisés dejó consignado (Gn. 1:27; 2:24) que habría un solo varón
para una sola mujer, y que ambos llegarían a ser como una sola persona. De esta
manera, en Marcos 10:5–9, lo mismo que en Génesis 1:27; 2:24, quedan fijadas las dos
propiedades del matrimonio: unidad e indisolubilidad. Además, el matrimonio no es una
institución inventada por los hombres, sino por Dios: «Por tanto, lo que Dios unió (lit.
unció juntamente, de donde procede el vocablo “cónyuge” = uncido al mismo yugo),
que no lo separe el hombre». La elección de cónyuge puede ser desacertada si no se ha
hecho con oración y discreción pero la unión matrimonial es obra de Dios y, por eso, no
hay desacierto anterior que justifique su ruptura, mientras Dios no tenga a bien romperla
con la muerte de uno de los cónyuges.
5. La conversación que Cristo mantuvo en privado con Sus apóstoles «cuando
volvieron a la casa» (v. 10). Fue una ventaja para ellos el tener oportunidad de
conversar personalmente con el Maestro, no sólo acerca de los misterios del Evangelio,
sino también de los deberes morales. De esta conversación, sólo sabemos lo que queda
consignado en los versículos 11–12, donde Cristo restableció la ley primitiva sobre el
matrimonio: cualquiera de los dos cónyuges que se separe del otro y se atreva a atentar
una nueva unión matrimonial es un adúltero. Si la prudencia y la gracia, la santidad y el
amor reinan en el corazón, resultará suave y ligero el yugo (v. Mt. 11:30; 1 Jn. 5:3) que
para el hombre carnal puede resultar intolerable.
Versículos 13–16
El tener consideración y afecto a los niños es señal de un carácter tierno y amable, y
de esta buena disposición dio pruebas admirables nuestro Señor Jesús, lo cual es un gran
estímulo no sólo para los niños pequeños a fin de animarles a llegarse a Cristo, sino
también para los mayores que sean conscientes de su debilidad y se sientan, a veces,
desvalidos e inútiles, como los niños pequeños.
I. «Le traían niños para que los tocase» (v. 13). No se nos dice que necesitasen de
curación ni que fueran capaces de recibir enseñanza. Pero quienes los traían a Jesús,
deseaban para ellos lo mejor: alguna bendición especial de parte del Maestro para sus
almas, ya que el toque de Jesús puede llegar directamente hasta el corazón, mientras que
sus padres nada podían decirles o hacer por ellos, especialmente en tan tierna edad, que
llegase directamente al santuario interior de la persona, lo cual es privilegio exclusivo
del Creador. Así nosotros debemos presentar nuestros hijos al Señor, que ahora está en
el Cielo, y encomendarlos con fe a Su gracia, siempre rica y abundante, puesto que las
promesas divinas son «para nosotros y para nuestros hijos» (Hch. 2:39).
II. «Pero los discípulos los reprendieron» (v. 13b). Los apóstoles, al pensar que tal
cosa era una molestia para el Maestro, desanimaban a quienes traían los niños. ¡Cuán
triste es que muchas veces los hombres y aun los ministros de Dios, desanimen a
quienes están siendo secretamente animados por el Espíritu Santo a acercarse a Cristo y
al Evangelio! ¡Más triste aún, cuando los que así desaniman, son tenidos por «grandes
expertos de la Palabra»! ¡Percatémonos de que la esencia misma de la espiritualidad
consiste en la imitación de Cristo (v. 2 Co. 3:18; He. 12:2, así como 1 Co. 11:1; Ef. 5:1;
1 Ts. 1:6), y se muestra en el fruto del Espíritu (Gá. 5:22–23), cuyas tres facetas
centrales—las que se refieren al trato con los demás—son (lit.) «longanimidad,
benignidad y bondad».
III. En contraposición a la actitud de los discípulos, Cristo animaba a los que traían
los niños, pues tomó muy a mal el que los apóstoles tratasen de impedirlo. «Cuando
Jesús vio esto, se indignó y les dijo. Dejad que los niños vengan a mí» (v. 14). Los
niños son bienvenidos al Trono de la gracia cuando vienen con sus «Hosannas».
Además, el Señor puntualizó que el reino de Dios ha de recibirse con corazón infantil
(vv. 14–15); en otras palabras, en relación al reino de los cielos, debemos estar en la
misma disposición en que los niños están en relación a sus padres, maestros, tutores y
nodrizas. La mente de un niño es como un papel en blanco, sobre el cual puede uno
escribir lo que le plazca; así deben estar nuestras mentes con respecto a la pluma del
Éspíritu Santo. Los niños están bajo la disciplina y el gobierno de otros; así debemos
estar también nosotros. Los niños dependen del cuidado y de la prudencia de sus padres,
son llevados en brazos y toman lo que otros proveen para ellos; así hemos de recibir el
reino de Dios, echándonos en brazos del Señor y dependiendo humildemente de Él.
Jesús recibió a los niños y les concedió lo que rogaban que hiciera por ellos: «Y los
tomó en sus brazos y los bendecía poniendo las manos sobre ellos» (v. 16). «En su
brazo recogerá los corderos, y en su seno los llevará» (Is. 40:11). Hubo un tiempo en
que Cristo mismo fue tomado en brazos por Simeón (Lc. 2:28). Ahora Él tomó en
brazos estos niños, no quejándose de la carga, sino complacido de llevarla. No hay
dicha mayor para nuestros hijos que el ser llevados en brazos del Mediador entre Dios y
los hombres.
Versículos 17–31
I. Encuentro esperanzador entre Cristo y un joven. Marcos solamente dice: «uno».
Mateo le llama «joven» (19:20, 22); Lucas (18:18) le llama «príncipe» o «gobernante»
(gr. arkhon).
1. Marcos añade el detalle de que vino hacia Jesús «corriendo»; echó a un lado la
gravedad y la majestad de un príncipe para manifestar su prisa y anhelo; «corrió» como
quien se apresura a obtener algo, a pedir un favor o suplicar socorro en una necesidad.
Tenía la gran oportunidad de consultar a este gran profeta sobre algo de sumo interés y
no quería desperdiciar la ocasión.
2. Vino hacia Jesús cuando éste «salía para ponerse en camino» en compañía de
otras personas; al menos, de Sus discípulos; «y cayó de rodillas ante Él», en señal de la
gran estima y veneración en que le tenía, y del anhelo que abrigaba de oír Sus
enseñanzas.
3. La pregunta que hizo a Jesús era seria y de suma importancia: «Maestro bueno,
¿qué haré para heredar la vida eterna?» Considera posible heredar la vida eterna, como
algo que está frente a nosotros y que nos es ofrecido. La mayoría de los hombres se
interesa por el bien que se puede tener en este mundo, pero él pregunta por el bien que
se debe hacer en este mundo; en otras palabras, pregunta sobre una felicidad que se
obtiene por la vía del deber. Ahora bien, ésta era:
(A) Una pregunta muy seria. Cuando una persona comienza a preguntar
sinceramente sobre lo que es menester para ir al Cielo, empieza también a brillar un
rayo de esperanza con respecto a su salvación.
(B) Fue propuesta a la persona adecuada para poder responderla, ya que era el
Camino, y la Verdad, y la Vida, y vino del Cielo para abrir el camino del Cielo y
mostrarlo después a los hombres. Mostrar este camino a los hombres es lo que todo
predicador del Evangelio debe hacer.
(C) Fue propuesta con buena intención: para ser instruido sobre una materia de la
mayor importancia. En Lucas 10:25 hallamos la misma pregunta, hecha a Jesús por un
«intérprete de la ley», pero con mala intención, pues era «para ponerle a prueba». No
son buenas palabras lo que Cristo requiere, sino sincera intención.
4. Cristo le animó a proseguir, inquiriendo, ayudando (y también poniendo a
prueba) a la fe del joven (v. 18). Éste había llamado a Jesús «Maestro bueno». Cristo le
hace ver que, en tal caso, está dando a entender que le tiene Por Dios, pues sólo Dios es
absolutamente bueno, por ser la bondad infinita y en su fuente misma. Además, dirige la
atención del joven hacia la práctica, al mencionar los seis mandamientos que pertenecen
a la segunda tabla de la Ley, es decir los que se refieren a nuestra relación con el
prójimo (v. 19), omite el décimo del que todos los otros seis son el fruto, y pone en
cambio en último lugar el quinto, el cual, por referirse al honor que debemos a los
padres, está a caballo entre las dos partes del Decálogo por el contenido de piedad que
incluye.
5. El joven parece bien preparado para heredar la vida eterna, ya que estaba libre de
grave violación de los mandamientos divinos: «Maestro, todas estas cosas las he
guardado desde mi juventud» (v. 20). Pensaba sinceramente que había observado
escrupulosamente todo ello. Y lo mismo pensaban también, sin duda, sus vecinos acerca
de él.
6. «Jesús le miró y sintió afecto por él» (v. 21). Cristo no puede menos de mirar con
afecto a jóvenes que preguntan por el camino del Cielo y tratan de dirigirse rectamente
hacia Él; especialmente, cuando son jóvenes ricos, más expuestos a sucumbir a la
fascinación de lo terrenal, por disponer de suficientes recursos económicos para
satisfacer sus deseos pecaminosos.
II. Ahora tenemos una triste retirada del joven ante las demandas que el seguimiento
de Cristo impone.
1. Como cuando un dentista pone la aguja en el nervio de la muela cariada, así
Cristo aplica al corazón del joven la piedra de toque. Los frutos del amor al prójimo
parecían evidentes en la observancia de los mandamientos de la segunda tabla de la Ley,
pero el Señor investiga la raíz: ¿está el corazón tan desprendido del afecto de Mamón
(v. Mt. 6:24) como para atreverse a vender cuanto tiene y darlo a los pobres para ir en
seguimiento de Cristo, y heredar así la vida eterna? (v. 21). ¿Era verdad que
sinceramente anhelaba la vida eterna a toda costa? «Se veía palpablemente—dice
Trenchard—que la quería como algo adicional a sus tesoros, pero que aún no se había
visto desnudo ante la terrible realidad de la eternidad». ¿Creía realmente que hay «un
tesoro en el cielo», suficientemente atractivo como para desprenderse de todos los
tesoros de la tierra? ¿Estaba dispuesto a confiar en Cristo por fe, sin ver? ¿Le daría el
crédito que se merece, hasta pechar con la cruz presente, en expectación de la corona
futura? Aquí viene a cuento mencionar una equivocación muy frecuente entre los
cristianos de que, si uno se convierte al Señor, va a tener una experiencia feliz. H. A.
Sevener, presidente del American Board of Missions to the Jews escribió en un
artículo (junio 1983) contra esta falsa idea. La noción de un «plan maravilloso, lleno de
éxitos en tu vida, etc», es falsa. «La prosperidad material—dice Sevener—era una de las
bendiciones condicionales de la sociedad teocrática del Antiguo Testamento y lo será en
el futuro Reino mesiánico. Pero en la era presente a la Iglesia no se le ha prometido
prosperidad, éxito y aceptación social … Jesús no prometió a Sus discípulos un
maravilloso plan para sus vidas, sino un plan divino, que incluiría sufrimientos,
aflicción, hambre, pérdida de amigos y cargos y hasta la posibilidad de una muerte
cruenta … un plan que nos asegura que, aunque el mundo nos odie, Dios continuará
amándonos y protegiéndonos. Vivimos en una época en que el cristianismo organizado
se ha vuelto muy cómodo … Jesús dijo que hemos de ser la sal de la tierra, pero, en
lugar de eso, la Iglesia ha procurado ser rica en posesiones materiales y convertirse en
azúcar del mundo. El resultado es una Iglesia débil y sin poder. No debemos olvidar
jamás que es Satanás quien promete a sus discípulos un plan maravilloso para sus vidas:
un plan que incluye los reinos de este mundo.»
2. La espantada del joven ante el requerimiento de Jesús: «Pero él se puso triste al
oír estas palabras y se marchó apesadumbrado, porque tenía muchas posesiones» (v.
22). Se puso triste de no poder seguir a Cristo por un camino más fácil, echando mano
de la vida eterna y conservando, al mismo tiempo, sus posesiones temporales. Pero,
como no podía alcanzar ambas cosas a la vez, fue lo suficientemente sincero para no
pretenderlo hipócritamente: «se marchó». Aquí se palpó la verdad de aquello que Cristo
dijo: «No podéis servir a Dios y a Mamón» (Mt. 6:24). Al adherirse a Mamón, el joven
despreció automáticamente a Cristo. Ha preguntado por lo que le gusta en el mercado,
pero se marcha triste y lo deja, porque no se lo puede llevar al precio que él se
imaginaba.
III. A continuación, vemos el discurso de Cristo a Sus discípulos acerca de este
tema. Estamos tentados a desear que el Señor hubiese endulzado Sus palabras y
rebajado un poco el precio que había puesto al mandamiento de seguirle; una cruz
menos pesada. Pero Él conocía a fondo el corazón humano (Jn. 2:25, etc.) y no iba a
rebajar del precio por el hecho de que fuese un gobernante joven y rico el postor. Las
bendiciones divinas no están sometidas a vulgar regateo. Lo toma o lo deja. Si quiere
marcharse, que se marche. Cristo no quiere tener consigo a nadie contra su voluntad.
1. La dificultad de la salvación de quienes poseen muchos bienes de este mundo.
Quienes tienen mucho que dejar, hallan mucha dificultad en dejarse persuadir a que lo
dejen por Cristo.
(A) «Entonces Jesús mirando en derredor, les dice a sus discípulos: ¡Cuán
difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!» (v. 23). Los ricos
tienen muchas tentaciones que vencer, y muchas dificultades que superar, que los
pobres no necesitan arrostrar. Pero, en el versículo 24, Jesús explica que el peligro no
está en poseer riquezas, sino en poner en ellas la confianza. Quienes tal estima otorgan a
la riqueza material como para hacer de ella la base de sustentación (gr. hypóstasis, en
He. 11:1) de su vida, nunca apreciarán en su debido valor la gracia de Cristo y la gloria
del Cielo. Los que tienen mucho, pero no ponen su confianza en ello, ya han obviado la
gran dificultad; pueden fácilmente seguir a Cristo. Mientras que quienes tienen poco,
pero ponen su corazón en eso, les apartará eso, aun siendo poco, del seguimiento de
Cristo.
(B) Cristo refuerza su enseñanza con una ilustración muy fuerte: «Es más fácil que
un camello pase a través del ojo de la aguja, que el que un rico entre en el reino de
Dios» (v. 25). Hay quienes opinan que Cristo se refería a un portillo de entrada en el
muro de Jerusalén, llamado «el ojo de la aguja», por el que podía pasar con dificultad
un camello arrodillado y descargado de parte de su peso a cuestas. Así también podría
un rico entrar en el Cielo, al cumplir con algunas ceremonias de humildad religiosa y
descargándose de parte de sus bienes en favor de los necesitados. Otros sugieren que el
vocablo «camello» puede significar una gruesa soga, trenzada de muchas hebras, la cual
sería símbolo del rico en comparación con el único hilo del pobre; esa soga no puede
pasar por el ojo de la aguja, a no ser que se la destrence. Así también el rico debe
soltarse y destrenzarse de sus riquezas, a fin de que hebra por hebra, pueda pasar por el
ojo de la aguja, de lo contrario, sólo sirve para sujetar anclas en puertos de este mundo.
Ambas opiniones son falsas en sus intentos de atenuar la dificultad, la cual ha de
resolverse en una perspectiva diferente.
(C) «Los discípulos estaban atónitos ante sus palabras» (v. 24). «Pero ellos se
asombraban aún más, y decían entre ellos: Entonces, ¿quién puede ser salvo?» (v. 26).
Conocían las abundantes promesas de bienes temporales, según el Antiguo Testamento.
Sabían también que los que poseen bienes materiales tienen mayores oportunidades de
hacer el bien y, por eso se asombraban al oír que fuera tan difícil para los ricos entrar en
el Cielo.
(D) Cristo les da la necesaria y oportuna explicación: «Con [los] hombres,
imposible; pero no con Dios porque con Dios todo es posible» (v. 27. Trad. literal). En
otras palabras, para el que está en genuina comunión con Dios, confía en Él y depende
de Su gracia, no hay nada imposible; por tanto, también los ricos pueden entrar en el
reino de Dios si cumplen esa condición. Nótese que el original no dice que todas las
cosas son posibles para Dios, lo cual no habría pasado de ser una perogrullada para la
mentalidad judía, como ha mostrado con toda contundencia Martin Buber, sino que
«todo es posible en compañía de Dios», ya que la obediencia a la voluntad divina
implica una participación en la omnipotencia de Dios.
2. La grandeza de la salvación de los que, por poco que posean en este mundo, están
dispuestos a dejarlo por seguir a Cristo. Esto lo asegura el Señor con ocasión de las
palabras de Pedro (v. 28): «Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
Dice el Crisóstomo: «¿Qué todo es ese bienaventurado Pedro? ¿La caña, la red, la
barca, el oficio? ¿Eso es lo que nos quieres decir con la palabra todo? Sí, nos contesta.
Pero no lo digo con vanagloria, sino que en mi pregunta quiero meter a toda la
muchedumbre de los pobres. Había, en efecto, dicho el Señor: Si quieres ser perfecto
vende lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Ahora bien,
porque ningún pobre pueda decir: ¿Luego si no tengo nada que vender no puedo ser
perfecto?, pregunta Pedro al Señor, para que así te des cuenta, pobre, que nada pierdes
por eso». El Señor responde a Pedro en los versículos 29–30 y viene a decirle: «Bien
hecho, Pedro; se te recompensará con abundancia, y no sólo a ti que has dejado tan poca
cosa, sino también a quienes han dejado mucho, tanto como lo que ese joven posee».
(A) Se supone que la pérdida es muy grande. Cristo había hablado de riquezas
materiales (gr. khrémata), y ahora especifica: en primer lugar, casa (donde habitar);
en último lugar, campos (de donde mantenerse); en medio, menciona los parientes más
próximos: hermanos, hermanas, madre, padre, hijos. Sin todo eso, el mundo es como
un desierto; con todo, cuando nos vemos en la alternativa de despedirnos de todo eso o
de Cristo, hemos de recordar que nuestro parentesco con Cristo es más cercano que el
de ningún ser creado. La mayor prueba de la constancia de una buena persona tiene
lugar cuando su amor a Cristo entra en competición con otro amor que, no sólo es
bueno, sino también obligatorio. Para una persona así, no es difícil renunciar al placer
por Cristo; pero renunciar a Padre, madre o esposa por Cristo, ya es más difícil. Y, con
todo, debe hacerlo si no puede de otra manera seguir a Cristo.
(B) Pero, al mismo tiempo, la ventaja es todavía mayor que la pérdida. Recibirá
«cien veces más ahora en este tiempo …, y en la era venidera, vida eterna» (v. 30).
Tendrá suficiente compensación mientras viva. Aun en medio de los sufrimientos el
cristiano tendrá el ciento por uno en consuelos del Espíritu Paráclito (el «Consolador»),
para compensar los frágiles y efímeros consuelos de las criaturas. Marcos es el único
que registra la añadidura de Jesús: «con persecuciones». Aun cuando serán ganadores
con Cristo, han de esperar no obstante, ser sufridores con Él. «Y en la era venidera,
vida eterna.» Al recibir el ciento por uno en este mundo, habríamos de pensar que no se
les va a estimular a esperar algo más. Pero, como si todo lo demás fuera poco, se les
promete como añadidura lo principal, a la inversa de Mateo 6:33, puesto que así como
al que busca lo principal se le añadirá lo accesorio, así también al que deja por Cristo lo
que es accesorio, se le añadirá lo principal.
(C) «Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros» (v. 31). Esto
admite dos sentidos: (a) Muchos que son «príncipes» como el joven rico, pasarán a ser
«siervos», y viceversa; (b) muchos que llegaron primero, serán desbancados a favor de
otros que llegarán después.
Versículos 32–45
5
1. «Ella fue a anunciarlo a los que habían estado con Él, que estaban de duelo y
llorando» (v. 10). Esto evidenciaba el amor que tenían al Maestro. Pero después que su
duelo y su llanto habían durado dos noches y un día, vino el consuelo, como el mismo
Señor les había anunciado: «Os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón» (Jn. 16:22).
Ninguna noticia mejor pudo ser llevada a los apóstoles llorosos que la noticia de la
resurrección de su Maestro.
2. «Ellos, al oír que está vivo y que ella lo ha visto, no lo creyeron» (v. 11). Esta
previa incredulidad de los discípulos es uno de los argumentos más formidables a favor
de la resurrección del Señor, es precisamente esta «incredulidad» la que incrementa
nuestra «fe». No nos hallamos aquí ante un grupo de personas propensas a la sugestión
o a la alucinación personal o colectiva, sino todo lo contrario: Los Evangelios, los
cuatro Evangelios, nos han dejado el informe incontestable de que los discípulos de
Jesús no sólo no esperaban la resurrección del Crucificado, sino que ni siquiera la
creyeron, después de sucedida. Contra esta muralla todos los argumentos de los
incrédulos y de los teólogos liberales quedan triturados y barridos por el viento.
II. «Después de esto, fue manifestado bajo diferente forma a dos de ellos que iban
camino hacia la campiña» (v. 12). Los detalles de este encuentro se hallan en Lucas
24:13 y ss. «Bajo diferente forma» no puede significar únicamente que la «forma» de su
cuerpo resucitado era diferente de la anterior a su muerte (v. 1 Co. 15:42–44) pues
entonces el inciso en cuestión debería estar en el versículo 9, sino que el Señor, para
acomodarse a las condiciones de los discípulos (v. Lc. 24:16) ocultaba su verdadera
7Henry, Matthew ; Lacueva, Francisco: Comentario Bı́blico De Matthew Henry. 08224
TERRASSA (Barcelona) : Editorial CLIE, 1999, S. 1250
identidad bajo formas diferentes, manifestándose claramente cuando lo creía
conveniente (comp. con Jn. 20:15).
1. Estos dos testigos «fueron y lo comunicaron a los demás» (v. 13); es decir, dieron
testimonio de la resurrección de Jesús. Satisfechos con el encuentro estaban deseosos de
que los demás discípulos compartiesen la satisfacción de ellos y por eso corrieron a
darles la noticia; con ella, quedarían consolados y confortados como ellos lo habían sido
por el Señor (v. 2 Co. 1:3–4).
2. Pero no pudieron convencerles: «Tampoco a éstos les creyeron» (v. 13b). Como
ya hemos insinuado, hubo una providencia especial de Dios en que las pruebas de la
resurrección de Cristo fueran dadas gradualmente, y admitidas así cautelosamente. Así
tenemos motivo para creer tanto más aprisa, cuanto ellos creyeron más despacio. Si
todos se lo hubieran tragado enseguida, habrían sido tenidos por demasiado crédulos, y
su testimonio habría perdido contundencia, pero su previa incredulidad muestra que sólo
una perfecta convicción les indujo a creer.
Versículos 14–18
I. Vemos la convicción que Cristo dio a sus apóstoles de su propia resurrección:
«Fue manifestado a los once, estando ellos reclinados a la mesa» (v. 14. Trad. lit.). Se
apareció a ellos cuando estaban juntos y comiendo lo cual le dio a Él una oportunidad
para comer y beber con ellos, y darles así plena satisfacción (v. Lc. 24:41–43; Hch.
10:41). «Y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón.» Las pruebas de la
verdad del Evangelio son tantas y tan evidentes, que bien merecen un fuerte reproche
los que no las reciben a causa de su incredulidad debida a su dureza de corazón, es
decir, a su falta de sensibilidad y a su estupidez. Aun cuando ellos mismos no le habían
visto, les acusa de «no haber creído a los que le habían visto después de haber
resucitado» (v. 14b). En el día del juicio, nadie podrá excusarse y decir: «Yo no le vi
resucitado», puesto que debió haber creído el testimonio de quienes le vieron resucitado,
y lo pusieron después por escrito bajo la inspiración de Dios.
II. Vemos luego la comisión que les dio: «Id por todo el mundo y proclamad el
Evangelio a toda criatura» (v. 15). Aquí vemos:
1. A quiénes había de ser predicado el Evangelio. Hasta ahora, el anuncio del reino
había sido proclamado a las «ovejas perdidas de la casa de Israel», y a los discípulos se
les había prohibido ir «por el camino de los gentiles» y aun entrar en alguna «ciudad de
los samaritanos», pero ahora se les autoriza a «ir por todo el mundo y proclamar el
evangelio a toda criatura», tanto a gentiles como a judíos; a toda criatura humana que
sea capaz de recibirlo. Estos once discípulos no pudieron proclamarlo a todo el mundo,
mucho menos, a toda criatura; pero ellos y los demás discípulos y los que habían de ser
añadidos después a ellos (v. Hch. 2:41, 47), se habían de dispersar: «Pero los que
fueron esparcidos iban por todas partes anunciando las Buenas Nuevas de la palabra»
(Hch. 8:4). La tarea primordial de sus vidas ha de ser llevar a todo el mundo esas
Buenas Nuevas con toda fidelidad y cuidado, no como una diversión o un
entretenimiento, sino como el mensaje más solemne de Dios a los hombres y como el
medio que Dios ha programado para hacer verdaderamente felices a los hombres,
incluso en medio de las mayores aflicciones.
2. Cuál es el compendio del Evangelio que han de proclamar: Poner delante de todos
como hizo Dios con Israel por medio de Moisés, «la vida y el bién, la muerte y el mal»
(Dt. 30:15): «El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea, será
condenado» (v. 16). En otras palabras:
(A) Que, si creen el Evangelio y se hacen discípulos de Cristo; si renuncian al
diablo, al mundo y a la carne y se dedican a Cristo, serán salvos de la culpa y del poder
del pecado; el pecado ya no reinará sobre ellos ni los arruinará. Cristiano es el que ha
sido salvo por medio de Cristo. El bautismo será la señal que expresará la identificación
con el Señor (v. Ro. 6:3 y ss.). Hay quienes, al no entender la sintaxis del Nuevo
Testamento han confundido el bautismo de agua con el medio de la salvación (v.
también Hch. 2:38, junto al arrepentimiento). Dice muy bien Broadus: «Era una cosa
natural que el que creyera fuera bautizado, como reconocida confesión pública de Cristo
y símbolo de lealdad a Él. En todos los casos descritos en los Hechos y en las Epístolas,
esto se hizo inmediatamente al creer. Está, por tanto, naturalmente asociado aquí con el
creer, como su manifestación propia y esperada. Pero la salvación al ser espiritual, está,
estrictamente hablando, condicionada sobre el acto espiritual de creer (compárese la
enseñanza de Pablo), y no sobre el acto ceremonial que manifiesta la creencia. Un
creyente que rehusara cumplir con el acto ceremonial tan expresamente ordenado,
estaría desobedeciendo gravemente al Señor».
(B) Que, «si no creen, serán condenados», por la sentencia misma de la palabra que
se les predicó (v. Jn. 12:48). El desprecio al Evangelio se añade aquí al quebrantamiento
de un mandato. Nótese que en la segunda parte del versículo no se añade «y no sea
bautizado», para distinguir así la necesidad de la fe (necesidad de medio) de la
necesidad del bautismo (necesidad de precepto). Así que este evangelio que es buenas
noticias para los que se salvan, sigue siendo buenas noticias para todos, en el sentido de
que nos asegura de que solamente la incredulidad puede llevar a la condenación, ya que
es un pecado contra el mismo remedio fijado «en exclusiva» para salvar.
3. Cuál es el poder con que fueron investidos ellos y, en su esencia, todos cuantos
proclamen fielmente y crean sinceramente el Evangelio de Jesucristo: «Y estas señales
acompañarán a los que crean»: Harán maravillas en el nombre de Cristo (v. 17), el
mismo nombre en el que han sido bautizados, en virtud del poder recibido de Él, y
alcanzado en cada caso mediante la oración. Son mencionadas algunas señales en
particular:
(A) «Expulsarán demonios»; este poder era, en los tiempos apostólicos más común
que ningún otro.
(B) «Hablarán en nuevas lenguas», lenguas que nunca habían estudiado ni
aprendido; esto era, a la vez, un milagro para confirmar la verdad del Evangelio, y un
medio para proclamar el Evangelio entre las naciones que no habían oído nada de Él.
(C) «Tomarán serpientes en sus manos» (v. 18). Esto se cumplió en el apóstol
Pablo, que no fue herido por la víbora que «se le prendió en la mano» (Hch. 28:3),
hecho que fue reconocido por los nativos de Malta como un prodigio extraordinario.
(D) «Si beben algo mortífero, no les hará ningún daño», como había prometido el
Señor en Lucas 10:19.
(E) «Impondrán las manos sobre los enfermos y sanarán». No solamente serán ellos
preservados de recibir algún daño, sino que serán capacitados para hacer el bien a otros.
Muchos ancianos de la Iglesia primitiva tenían este poder, como se colige por Santiago
5:14, donde se habla de «ancianos de la iglesia que oran sobre el enfermo, ungiéndole
con aceite en el nombre del Señor» ¡Con qué seguridad de no fracasar pueden ir a
cumplir su comisión, teniendo tales credenciales que poder presentar!
Pero aparte de la advertencia hecha al comienzo del comentario sobre el versículo 9
del presente capítulo, bueno será leer lo que escribe sobre los versículos 17 y 18 el
profesor Trenchard: «Antes de formarse el canon del Nuevo Testamento y conocerse
ampliamente los hechos de la Vida y la Muerte del Señor, los mensajeros que
anunciaban el Evangelio necesitaban “credenciales” cuando se presentaban ante los
judíos y los paganos, anunciándoles la salvación en Cristo, y así el Señor les concedía
que hiciesen milagros o “señales” que testificaban del poder de Dios que obraba por
ellos para la bendición de los humildes. Los milagros, durante el ministerio de los
apóstoles, se manifestaban en ciertas épocas, cuando así lo requería el momento, pero
nunca se hacían normales, pues en tal caso cesarían de llamar la atención al poder de
Dios que se manifestaba. Es evidente por el estudio de los Hechos y de las Epístolas,
que Dios no interviene siempre de forma milagrosa para salvar a los Suyos de las
dificultades y de las enfermedades, pues aun el apóstol Pablo tenía que sufrir el “aguijón
en la carne”, ya que era necesario para la disciplina de su vida espiritual. Pudo, sin
embargo, sacudir la serpiente venenosa en la isla de Malta, porque así se abrió la puerta
al Evangelio entre los habitantes de aquella tierra». Y no olvidemos que tenía que ir a
Roma, para ser presentado ante el Emperador.
Versículos 19–20
I. Vemos, finalmente, cómo Cristo fue recibido, después de hablar estas cosas,
«arriba en el cielo» (v. 19. V. También Lc. 24:51; Hch. 1:2, 9, 11), «y se sentó a la
diestra de Dios» (comp. con He. 1:3; 10:12). Ahora es glorificado con la gloria que tuvo
junto al Padre antes que el mundo existiese (Jn. 17:5).
II. Cristo fue tambien recibido en este mundo inferior, puesto que aquí tenemos:
1. A los apóstoles trabajando diligentemente por Él: «Y ellos saliendo, predicaron
(lit. proclamaron) en todas partes» (v. 20), a los de cerca y a los de lejos. Aun cuando
la doctrina que predicaban iba directamente contra el espíritu y el genio del siglo, aun
cuando desde entonces se ha encontrado con abundante oposición, los apóstoles, sin
embargo, y todos los fieles predicadores después, ni se atemorizaron ni se
avergonzaron (v. Ro. 1:16).
2. A Dios colaborando eficazmente con ellos, a fin de que tuviesen fruto en sus
labores, y confirmando la palabra por medio de las señales que la acompañaban (v.
20b) Esto lo hacía, y lo hace, Dios el Padre, en nombre del Hijo, mediante la operación
del Espíritu Santo, tanto mediante los milagros que se llevaban a cabo en los cuerpos de
las personas, como por la influencia decisiva en las mentes de los oyentes. Las
verdaderas señales, frutos al mismo tiempo de la acción del Evangelio eran: la
regeneración de los pecadores arrepentidos, la destrucción de la idolatría, la conversión
de los malvados y el consuelo de los santos; estas señales siempre acompañan por todas
partes a la predicación del Evangelio.
Algunos MSS terminan este Evangelio con un «Amén», como si Marcos nos
exhortara a rubricar con ese «Amén» una ferviente oración a nuestro Padre que está en
los cielos, para que, mediante la predicación del Evangelio en honor de Cristo y en bien
de la humanidad, su nombre sea santificado, venga su reino y se cumpla en todo el
Universo su santísima voluntad.
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