Inca Garcilaso de La Vega
Inca Garcilaso de La Vega
Inca Garcilaso de La Vega
4to. GRADO
I.E.P.M. ¡Acreditación
COLEGIO MILITAR ELÍAS AGUIRRE Compromiso permanente!
PROPÓSITO DE LA SESIÓN
¡Acreditación
Compromiso permanente!
OBSERVAMOS
https://www.youtube.com/watch?v=mY0SdFnRF3M
• Los Hijos criaban estrañamente, así los Incas como la gente común, ricos y pobres, sin distinción
alguna, con el menor regalo que les podían dar. Luego que nacía la criatura la bañaba con agua fría
para envolverla en sus mantillas, y cada mañana que le envolvían la habían de lavar con agua fría, y
las más veces puesta al sereno. Y cuando la madre le hacía mucho regalo, tomaba el agua en la boca y
le lavaba todo el cuerpo, salvo la cabeza; particularmente la mollera, que nunca le llegaba a ella.
Decían que hacían esto por acostumbrarlos al frío y al trabajo, y también por que los miembros se
fortaleciesen. No les soltaban los brazos de las envolturas por más de tres meses porque decían que,
soltándoselos antes, los hacían flojos de brazos. Teníanlos siempre echados en sus cunas, que era un
banquillo mal aliñado de cuatro pies, y el un pie era más corto que los otros para que se pudiese
mecer. El asiento o lecho donde echaban el niño era de una red gruesa, por que no fuese de tabla, y
con la misma red lo abrazaban por un lado y otro de la cuna y lo liaban, por que no se cayese della.
¡Acreditación
Compromiso permanente!
Al darles la leche ni en otro tiempo alguno no los tomaban en el regazo ni en brazos, porque decían que
haciéndose a ellos se hacían llorones y no querían estar en la cuna; sino siempre en brazos. La madre se
recostaba sobre el niño y le daba el pecho, y el dárselo era tres veces al día; por la mañana y a mediodía y
a la tarde. Y fuera destas horas no les daban leche, aunque llorasen, porque decían que se habituaban a
mamar todo el día y se criaban sucios, por vómitos y cámaras, y que cuando hombres eran comilones y
glotones; decían que los animales no estaban dando leche a sus hijos todo el día ni toda la noche, sino a
ciertas horas. La madre propia criaba su hijo; no se permitía darlo a criar, por gran señora que fuese, si no
era por enfermedad. Mientras criaban se abstenían del coito, porque decían que era malo para la leche y
encanijaba la criatura. A los tales encanijados llamaban ayusca; es participio de pretérito; quiere decir en
todo su significación, el negado, y más propiamente el trocado por otro de sus
Padres. Y por semejanza se lo decía un mozo a otro, motejándose que su dama hacía más a otro que no a
él. No se sufría decírselo al casado, porque es palabra de las cinco; tenía gran pena el que la decía. Una
Palla de la sangre real conocí que por necesidad dió a criar una hija suya. La dama debió de hacer traición
o se empreñó, que la niña se encanijó y se puso como hética que no tenía sino los huesos y el pellejo. La
madre, viendo su hija ayusca (al cabo de ocho meses que se le había enjugado la leche), la volvió a llamar
a los pechos con cernadas y emplastos de yerbas que se puso a las espaldas, y volvió a criar su hija y la
convaleció y libró de muerte. No quiso dársela a otra ama, porque dijo que la leche de la madre era la
que le aprovechaba.
Si la madre tenía leche bastante para sustentar su hijo, nunca jamás le daba de comer hasta que lo
destetaba, porque decían que ofendía el manjar a la leche y se criaban hediondos y sucios. Cuando era
tiempo de sacarlos de la cuna, por no traerlos en brazos les hacían un hoyo en el suelo, que les llegaba a
los pechos; aforrábanlos con algunos trapos viejos, y allí los metían y les ponían delante algunos
juguetes en que se entretuviesen. Allí dentro podía el niño saltar y brincar, mas en brazos no lo habían
de traer, aunque fuese hijo del mayor curaca del reino.
Ya cuando el niño andaba a gatas, llegaba por el un lado o el otro de la madre a tomar el pecho, y había
de mamar de rodillas en el suelo, empero no entrar en el regazo de la madre, y cuando quería el otro
pecho le señalaba que rodease a tomarlo, por no tomarlo la madre en brazos. La parida se regalaba
menos que regalaba a su hijo, porque en pariendo se iba a un arroyo o en casa se lavaba con agua fría, y
lavaba su hijo y se volvía a hacer las haciendas de su casa, como si nunca hubiera parido. Parían sin
partera, ni la hubo entre ellas; si alguna hacia de partera, más era hechicera que partera.
Esta era la común costumbre que las indias del Perú tenían en el parir y criar sus hijos, hecha ya
naturaleza, sin distinción de ricas o pobres ni de nobles o plebeyas.
CONTESTAMOS
¡Acreditación
Compromiso permanente!
ACTIVIDAD DE EXTENSIÓN
¡Acreditación
Compromiso permanente!
CAPÍTULO XIII: VIDA Y EJERCICIO DE LAS MUJERES CASADAS.
La vida de las mujeres casadas en común era con perpetua asistencia de sus casas;
entendían en hilar y tejer lana en las tierras frías, y algodón en las calientes. Cada
una hilaba y tejía para sí y para su marido y sus hijos. Cosían poco, porque los
vestidos que vestían, así hombres como mujeres, eran de poca costura. Todo lo que
tejían era torcido, así algodón como lana. Todas las telas, cualesquiera que fuesen,
las sacaban de cuatro orillos. No las urdían más largas de como las habían menester
para cada manta o camiseta. Los vestidos no eran cortados, sino enterizos, como la
tela salía del telar, porque antes que la tejiesen le daban el ancho y largo que había
de tener, más o menos.
• No hubo sastres ni zapateros ni calceteros entre aquellos indios. ¡Oh, qué de cosas de las que por acá hay no
hubieron menester, que se pasaban sin ellas! Las mujeres cuidaban del vestido de sus casas y los varones del
calzado, que, como dijimos, en el armarse caballeros lo habían de saber hacer, y aunque los Incas de la sangre real
y los curacas y la gente rica tenían criados que hacían de calzar, no se desdeñaban ellos de ejercitarse de cuando
en cuando en hacer un calzado y cualquiera género de armas que su profesión les mandaba que supiesen hacer,
porque se preciaron mucho de cumplir sus estatutos. Al trabajo del campo acudían todos, hombres y mujeres,
para ayudarse unos a otros. En algunos provincias muy apartadas del Cozco, que aún no estaban bien cultivadas
por los Reyes Incas, iban las mujeres a trabajar al campo y los maridos quedaban en casa a hilar y tejer. Mas yo
hablo de aquella corte y de las naciones que la imitaban que eran casi todas las de su Imperio; que esotras, por
bárbaras, merecían quedar en olvido. Las indias eran tan amigas de hilar y tan enemigas de perder cualquiera
pequeño espacio de tiempo, que, yendo o viniendo de las aldeas a la ciudad, y pasando de un barrio a otro a
visitarse en ocasiones forzosas, llevaban recaudo para dos maneras de hilado, quiero decir para hilar y torcer. Por
el camino iban torciendo lo que llevaban hilado, por ser oficio más fácil; y en sus visitas sacaban la rueca del hilado
e hilaban en buena conversación. Esto de ir hilando o torciendo por los caminos era de la gente común, mas las
Pallas, que eran las de la sangre real, cuando se visitaban unas a otras llevaban sus hilados y labores con sus
criadas; y así las que iban a visitar 189 como las visitadas estaban en su conversación ocupadas, por no estar
ociosas. Los husos hacen de caña, como en España los de hierro; échanles torteras, mas no les hacen huecas a la
punta. Con la hebra que van hilando les echan una lazada, y al hilar sueltan el huso como cuando tuercen; hacen la
hebra cuan larga pueden; recógenla en los dedos mayores de la mano izquierda para meterla en el huso. La rueca
traen en la mano izquierda, y no en la cinta: es de una cuarta en largo; tiénenla con los dedos menores; acuden
con ambas manos a adelgazar la hebra y quitar las motas. No la llegan a la boca porque en mis tiempos no hilaban
lino, que no lo había, sino lana y algodón. Hilan poco porque es con las prolijidades que hemos dicho.
GRACIAS
¡Acreditación
Compromiso permanente!