Un Très Joyeux Solstice Alpha

Un muy alegre solsticio alfa

Renee Rose

Lee Savino

Derechos de autor © 2023 A Very Merry Alpha Solstice y Un muy alegre solsticio alfa por Renee Rose y Lee Savino

Todos los derechos reservados. Esta copia está destinada SOLAMENTE al comprador original de este libro. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, escaneada o distribuida en cualquier forma impresa o electrónica sin el permiso previo por escrito de los autores. Por favor, no participe o fomente la piratería de materiales protegidos por derechos de autor en violación de los derechos de autor. Compre solo ediciones autorizadas.

Publicado en los Estados Unidos de América

Renee Rose Romance y Silverwood Press y Midnight Romance

Montaje: Miranda Johnson

Este libro es una obra de ficción. Si bien se puede hacer referencia a eventos históricos reales o lugares existentes, los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación de los autores o se usan ficticiamente, y cualquier parecido con personas reales o con muertos, establecimientos comerciales, eventos o lugares es completamente coincidencia.

Este libro contiene descripciones de muchas prácticas BDSM y sexuales, pero esta es una obra de ficción y, como tal, no debe usarse de ninguna manera como guía. El autor y publisher no serán responsables de ninguna pérdida, daño, lesión o muerte resultante del uso de la información contenida en él. En otras palabras, ¡no intenten esto en casa, amigos!

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Índice

Libro Gratis - La virgin y el vampiro

Libro Gratis de Renee Rose

Capítulo uno

Capítulo dos

Capítulo tres

Capítulo cuatro

Capítulo cinco

Capítulo seis

Capítulo siete

Capítulo ocho

Capítulo nueve

Capítulo diez

Capítulo once

Capítulo doce

Capítulo trece

Libro Gratis - La virgin y el vampiro

Libro Gratis de Renee Rose

Los hombres lobo de Wall Street

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Capítulo uno

Parker

Mi día comienza como lo hacen todos. Con violencia.

―Te voy a rellenar y cocinar como a un ganso de navidad, ―se escucha el grito desde la cocina. Quien sea que haya dicho que el acento irlandés es música para los oídos nunca conoció a Declan.

Levanto el sombrero y miro la sala de estar totalmente iluminada por la brillante luz Tucson.

Una explosión de plumas blancas se anticipa a la corrida frenética de Laurie al pasar por la puerta. El alto y delgado transformista cruza la habitación en dos saltos y se refugia detrás del sillón gastado en el que he dormido cada noche.

―¿Y ahora qué? ―me quejo.

Declan sale de forma sigilosa y sostiene una sartén llena de contenidos quemados.

―Quemó el tocino. De nuevo.

El olor es pista suficiente para saber lo que sucedió. Es como el interior de un contenedor incendiado. Estiro la cabeza para mirar a Laurie, quien se está escondiendo mal detrás de mi sofá porque es dos veces más alto.

―Solo cocínalo en el horno la próxima vez. Pon una lámina para horno y cocínalo a...

―¡Sacrilegio! ―grita Declan―. Si mi mamá supiera que estamos horneando el tocino como una puta galleta de mantequilla...

―Hay p-p-p-avo, ―Laurie muestra un paquete de tocino de pavo, pero el gruñido de Declan lo detiene. La sartén que estaba sosteniendo golpea contra el linóleo con un ruido sordo y entonces un gran perro negro me pasa por encima para atacar a Laurie. Se escucha una riña detrás de mí, con gritos y patadas al respaldo de mi sofá.

Me uniría, pero estoy muy cansado. Apoyo la cabeza en la tapicería desgastada mientras Laurie corre en círculos con Declan perro persiguiéndolo. Se parecen a un corredor y un coyote si el corredor fuera un búho transformista que deja plumas blancas y el coyote un sabueso irlandés cruzado con perro sarnoso.

Termina cuando Declan perro le quita el tocino de pavo de las manos a Laurie. Regresa a la puerta de la cocina, se transforma en hombre nuevamente, todavía con tocino envuelto en plástico en los dientes. Desnudo, camina hasta el tacho de basura y arroja el paquete.

―No dejaré esa abominación en mi casa. ¿Qué parezco, ¿vegetariano?

―Comer pavo no te hace vegetariano ―sostengo el sombrero para tapar la vista del cuerpo desnudo de Declan―. Ahora vístete. Me vas a revolver el estómago.

Declan toma la sartén y la sostiene por encima de su pene desnudo.

―¿Dormiste aquí? ―pregunta, su ceño fruncido más marcado de lo habitual. Si fuera cualquier otra persona, lo tomaría como signo de preocupación.

―Sí. La mayor parte del tiempo no dormí. Pero es mejor a la alternativa, revolcarme en las sábanas, asfixiado por pesadillas.

―Hace falta más tocino, ―dice Declan.

―Hace falta dinero para comprarlo, ―le respondo―. ¿Y adivina quién lo apostó todo en la pelea de Caleb?

Declan sonríe.

―Fue una gran pelea.

Fue una pelea para defender el club de pelea de los transformistas. No fue la pelea real. La de Caleb tuvo que ser reprogramada. Y mientras tanto, todo nuestro dinero está comprometido. Vuelvo a ponerme el sombrero. El peso me suele ayudar a pensar, pero hoy me da ganas de volver a dormir.

Una sombra me cubre cuando Laurie se para a mi lado y tapa el sol.

―Nos-s-sotros podríamos trab-b-bajar.

Ya lo intentamos. El trabajo de Declan y Laurie vestidos de emparedados gigantes, caminando por los alrededores y gritándole a la gente para promocionar el restaurante local me dio un dolor de cabeza de tres días.

Todavía siento un eco del dolor en la parte posterior de la cabeza. O quizás sea la falta de sueño combinado con el ruido que está haciendo Declan en la cocina, golpeando ollas y sartenes.

―Q-q-uizás... ―Laurie intenta decir y se calla.

Su tartamudez está empeorando. Mis sueños están empeorando. Declan sigue casi igual, lo que significa que está más chiflado que una fábrica de silbatos.

―¿Saben qué necesitamos?

Declan regresó, desnudo excepto por un delantal amarillo con adornos. Sostiene un tazón para mezclar con el codo y me apunta con un batidor que chorrea yema amarilla.

―Qué alegría navideña.

―Eso es lo último que necesitamos. ¿Además celebras la navidad?

Muchos transformistas no celebran festividades cristianas porque la iglesia solía cazar a nuestros ancestros como demonios.

―¿Si la celebro? ―Declan da un giro que hace que su delantal ondule peligrosamente. Deja caer el batidor en el tazón y se persigna―. Mamá me mataría si te escuchara dudar de su buen niño cristiano.

―Está el s-s-solsticio, ―dice Laurie con amabilidad. Ha encontrado sus lentes. Los lentes de botella de coca hacen que sus ojos redondos y grandes lo sean aún más.

O Hanukkah. O Kwanza. Incluso Diwali. Todas las celebraciones están dedicadas a la alegría y a la luz. ¿De quién fue la idea de decir que este momento oscuro y depresivo del año debería ser pura alegría? Nada es peor que estar deprimido y rodeado de gente que finge felicidad.

―Permitámonos estar deprimidos.

―Ya está. ―Declan arroja el tazón contra la encimera y los contenidos bajan por los gabinetes—. Voy a buscar un árbol, ―se gira y nos regala una vista completa de su trasero. Laurie y yo nos quejamos. Bajo el borde de mi sombrero hasta cubrirme los ojos.

―¡Laurie! ―grita Declan―. Ven a ayudarme.

Me vibra el teléfono. Lo busco entre los almohadones y finalmente lo desentierro. La pantalla dice: llamada perdida. Quien no debe ser nombrado. Me recorre un escalofrío y mi lobo llora e intenta esconderse en un rincón. Esa es la señal de llamada de Lucius, el Rey de los vampiros.

Es una mala idea deberle un favor a un vampiro. Son peores que la mafia humana, a no ser que te eches atrás; en vez de dormir con los peces, serás un donante involuntario de sangre. De cualquier forma estás muerto.

En el caso de Lucius, él se apiadó de nosotros y nos utilizó para cabos sueltos. Y nada es más extraño que los trabajos que puedas hacer para un rey vampiro. Eso terminó cuando conoció a su pareja y dio por saldada nuestra deuda.

Pero todavía nos tiene en marcado rápido. Porque igual que la mafia, nunca puedes escapar de un vampiro.

Toco reanudar justo cuando la música de heavy metal estalla en los parlantes que Declan insistió en instalar.

―Deck the halls with boughs of holly ―canta Twisted Sister, entremezclado con las maldiciones y aullidos de Declan.

―Cállate, ―le grito mientras sostengo el celular en una