Heidegger: la pregunta por los estados de ánimo (1927-1930)
Por Pilar Gilardi
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La pregunta por los estados de ánimo abierta por Heidegger, establece así, de modo, en ocasiones directo o indirecto, un dialogo con la psicología y la psiquiatría, ciencias naturales a las que parece competir el estudio de dicho fenómeno fundamental.
Al abordar la cuestión de los estados de ánimo, Heidegger no pretende reconocer el ámbito de lo irracional frente a lo racional, sino justamente reconocer la luz que de dicho fenómeno procede. Luz que si bien no tiene el carácter del conocimiento racional, da noticia de ese ámbito originario en el que la filosofía, si se jacta de serlo, debe situarse.
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Heidegger - Pilar Gilardi
Parte
Consideraciones Preliminares
1. La pregunta por el sentido del ser
La denuncia heideggeriana sobre el olvido del ser se lleva a cabo en las primeras líneas de Ser y tiempo. Después de citar El Sofista de Platón¹, Heidegger se pregunta si, a pesar de la familiaridad con la que nos movemos al utilizar la expresión ente
, tenemos una comprensión de dicho término: "¿Tenemos hoy una respuesta a la pregunta acerca de lo que propiamente queremos decir con la palabra ‘ente’? De ningún modo. Entonces es necesario plantear de nuevo la pregunta por el sentido del ser.² Heidegger continúa:
¿Nos hallamos hoy al menos perplejos por el hecho de que no comprendemos la expresión ser? De ningún modo".³ La pregunta por excelencia de la filosofía ha sido la pregunta por el ser, y sin embargo, en el camino del pensar, al preguntarse por el ser, la filosofía ha respondido una y otra vez, a través del ente. De esta manera se ha terminado por identificar ser con ente. Esta identificación nos ha colocado en el predominio de lo ente.
El reconocimiento de este olvido inicial, a ojos de Heidegger, debe obligarnos a volver a pensar la pregunta por el ser, volver a plantearla. Ésta ha sido expresada así: ¿qué es el ser? Esta forma de plantear la pregunta responde ya a una determinada noción de ser que conduce a la identificación del ser con el ente. En efecto, a la pregunta ¿qué? corresponde una respuesta determinada. Cuando preguntamos ¿qué es esto? la respuesta que corresponde es aquella que expresa la esencia, la determinación de la cosa en cuestión. De tal forma, el qué
de la pregunta no es de ninguna manera neutro o indiferente, sino que guía y define ya desde el preguntar mismo aquello que se pregunta y la respuesta que ha de corresponder. El planteamiento hermenéutico hace énfasis en la naturaleza del preguntar: toda pregunta lleva en germen ya la respuesta
a lo que se pregunta; en el modo de formular la pregunta está ya, de alguna manera, aquello que se pregunta. Por ello, en el caso de la pregunta por el ser no sólo será necesario volver a plantearla, sino replantearla, porque en el planteamiento mismo se expresa ya la noción de ser que está en juego
.
De tal forma, la pregunta ya no puede ser formulada como: ¿qué es el ser? Ya que en ésta el ser queda identificado con una esencia determinada, con un ente. La pregunta –tal y como lo propone el propio Heidegger– deberá de ser formulada en otros términos, esto es, como la pregunta por el sentido del ser. La reelaboración de la pregunta pone de manifiesto dos cuestiones fundamentales que intentaremos desarrollar en el presente capítulo: por un lado, el énfasis que Heidegger pone en la pregunta misma y, por el otro, el desplazamiento del ser al sentido.
1.1 La reelaboración de la pregunta por el ser
Detengámonos ahora en la primera cuestión: la necesidad de replantear la pregunta por el ser, como pregunta por el sentido del ser, supone para Heidegger reflexionar sobre el preguntar mismo. La pregunta como único punto de partida posible supone ese campo abierto del que todo pensar debe partir: el ámbito del preguntar como tal es el ámbito de la apertura. En la pregunta no se ha determinado nada, preguntar no es sentenciar. La pregunta como modo de acercarse o abordar la cuestión obedece a la cuestión misma; esto es, la pregunta no es un modo meramente gramatical que expresa algo sobre algo, sino que brota
de la cuestión misma. En ella se expresa la cuestión como camino, trayecto, tránsito. Que en la pregunta vaya de algún modo aquello que se pregunta implica, por un lado, la referencia a un contenido, pero simultáneamente la referencia al modo mismo que expresa la cuestión. En realidad, de la consideración del preguntar como tal se deriva una noción específica de filosofía: la filosofía entendida como camino, como pregunta que se reitera.
Hemos dicho que toda pregunta presupone de algún modo aquello que pregunta, lo que eso quiere decir es que en todo preguntar hay una precomprensión de lo que se pregunta. Esta precomprensión guía y determina el preguntar. Así, la descripción sobre la estructura formal del preguntar que Heidegger lleva a cabo en el segundo parágrafo de Ser y tiempo no tiene como propósito una investigación de orden puramente formal o lógico, porque a partir de dicha descripción se pone de manifiesto que todo preguntar es un buscar y éste no se da desde la nada: las preguntas no surgen del vacío sino que brotan de cierta comprensión en la que ya siempre nos movemos y es esta comprensión la que posibilita el preguntar mismo, lo dirige y determina.⁴ Justamente porque desde siempre nos movemos en el mundo, pueden surgir preguntas y posibles respuestas. De esta manera, se puede afirmar que todo preguntar se halla condicionado por aquello sobre lo que se pregunta. En la pregunta está ya lo preguntado.
Pero lo que en sentido estricto está implícito en todo preguntar es cierta precomprensión del ser. En efecto, siempre que pregunto por esto o aquello, el es se encuentra pre-comprendido, pero como lo que no se hace relevante. Además, en mi relación con el mundo el ser no comparece, yo no trato con algo que puedo denominar ser.⁵ Cuando pregunto ¿qué es A? lo relevante es A, lo que quiero saber, por decirlo así, es A. ¿Qué sucede entonces cuando de lo que se trata es justamente de la pregunta por ese es que, como hemos dicho, no es relevante, que se sustrae a favor de esa A, B o C? ¿Preguntar por él y colocarlo en el lugar de ese algo preguntado, no sería hacer de él un ente?, ¿no es esto justamente lo que ha hecho la tradición?, ¿lo que ha conducido a la filosofía al olvido del ser?
La cuestión no es sencilla porque ese es, que consiste justamente en no hacerse relevante, que consiste en no-aparecer, es precisamente lo que la filosofía debe lograr formular. ¿Y, cómo formularlo respetando su no-relevancia? Precisamente, reelaborando la pregunta: si como dijimos anteriormente, a la pregunta ¿qué es? necesariamente se responde con un contenido determinado, una esencia o quididad, que se muestra como ente, entonces se hace obligatorio modificar la pregunta misma. Justamente porque el ser no es un ente, la pregunta será desplazada entonces al ámbito del sentido, que ahora habremos de tratar.
1.2 El desplazamiento del ser al sentido
Reconocer que el ser del ente no es él mismo un ente, aunque siempre se dice de un ente, da origen a la así llamada por Heidegger diferencia ontológica.⁶ Resulta fundamental comprender que la afirmación ser es a diferencia de lo ente, no significa que el ser esté por encima o por debajo de los entes, sino que ser consiste en este permanente conflicto entre aparecer y retracción, que constituye el fenómeno.⁷ La consideración del ser como lo que se retrae y del ente como lo que comparece, es justamente eso, una consideración. Por ende sería equivocado comprender el aparecer y el desistimiento en términos autónomos o absolutos. El énfasis está en el conflicto mismo. Se trata de lograr captar que eso que llamamos ser
es justamente esta tensión entre aparecer y desistencia.
Para ser fieles a este conflicto, se debe situar la pregunta por el ser fuera del campo de lo ente y desplazarse al ámbito de la posibilidad de comparecencia, esto es, al hombre comprendido como Dasein.⁸ Desde éste el ser es ya, inevitablemente, comprendido desde el sentido. Precisamente con el término sentido
no se alude a esto o aquello; sentido
no es una cosa, sino el ámbito de la posibilidad, horizonte o fondo desde el cual nos es dado todo lo que es.⁹
Ahora bien, el sentido del ser, afirma Heidegger en las primeras páginas de Ser y tiempo, es el tiempo. En efecto, el tiempo es justamente ese horizonte o fondo desde el cual comparece lo que es. Comprendemos el ser desde el tiempo cuando lo interpretamos desde el acto o la potencia, desde la substancia y los accidentes, la necesidad y la contingencia. Todos éstos son modos del tiempo, se dicen desde él. En definitiva, lo que hace posible la comprensión (el sentido) del ser es el tiempo.¹⁰ Sin embargo, el pensamiento occidental, al interpretar el ser desde las categorías arriba mencionadas, comprendió el ser desde el ámbito de la presencia estática
, de tal forma escindió ser y tiempo. Esta separación dio origen al olvido del ser y a su entificación. En realidad habría que decir que el olvido del ser es el olvido del tiempo como aquello que lo constituye y determina.¹¹
La pregunta por el sentido del ser y no ya la pregunta por el ser, que había encontrado formulación y respuesta en la tradición, será justamente la pregunta de la (llamada así por Heidegger) ontología fundamental
, que consistirá en mostrar que la cuestión del ser sólo puede ser abordada, en un primer momento, desde la analítica del Dasein.¹² Analítica que se mueve siempre en un doble registro, que es importante destacar: el Dasein como fondo, horizonte desde el cual (sentido ontológico), y el Dasein como el ente humano (sentido óntico). La consideración de este doble registro
se hace imprescindible para evitar la interpretación que reduciría Dasein a hombre, como si lo único que buscara la analítica fuera describir al hombre como el ente privilegiado que es capaz de preguntar por el ser. En realidad el privilegio del ente Dasein, es decir del hombre, consistiría justamente en que no es únicamente hombre al modo en que lo ha comprendido la tradición. A lo largo del pensar heideggeriano, el análisis se mantendrá en este doble registro entre lo óntico y lo ontológico, con vistas a una deshumanización del término Dasein.
El Dasein comprendido como el Ahí del ser, esto es, como el Ahí del sentido, implica la aniquilación de toda polaridad –como aquella que existe entre sujeto y objeto– porque, una vez instalados en el ámbito del sentido, no podríamos hablar por un lado del Dasein y por el otro del ser, sino del Dasein como relación de ser. Por ello sería equivocado interpretar al Dasein como donador
de sentido. En rigor, la comprensión, y por ende el sentido, sólo tiene lugar porque el Dasein es esta relación
. Es justamente esta relación
la que se traduce como sentido. El sentido no es algo que venga a colocarse junto a otro algo. Cuando afirmamos que hay sentido sólo desde la comprensión, no debe entenderse ésta como un atributo o capacidad del Dasein. No podría ser así, en la medida en que el Dasein no es sujeto. Comprensión no alude a ningún tipo de facultad u operación de índole intelectual; ha de ser entendida como estructura no de un sujeto sino de la existencia. De este modo, hay que afirmar que no es la comprensión en sí misma la que hace posible el sentido, sino el ser como relación de ser
, relación que cabe entender (y nombrar) como Dasein
, lo que hace posible el sentido. De acuerdo con ello, se desprende que dicha relación no puede ser considerada como la de un ente a otro: del hombre y el Ser, de una substancia a otra, en la cual recaería mayor peso
sobre el ser. Cuando afirmamos que el Dasein es relación
de ser estamos aludiendo a su carácter de apertura, al Ahí que lo constituye. Con el Ahí
aludimos a esta correspondencia que se expresa con el término relación
.
Ahora bien, hemos afirmado hasta ahora que el ser emerge única y exclusivamente como sentido, sentido que es fondo, horizonte desde el cual…
. Ser
es ese mismo sentido que no se encuentra, en un más allá o un más acá, sino que es precisamente esa reiterada retracción y desistimiento que, como ya mencionamos y volveremos a ello en el capítulo dos, no es otra cosa que el fenómeno. Sin embargo, resulta importante mencionar ahora que esta retracción, este desistir propio del fenómeno, es señal del carácter eminentemente temporal que lo constituye. El cual debe ser comprendido como la finitud misma, en la medida en que es señal de lo no-absoluto.
Afirmar, como lo hace Heidegger, que el tiempo constituye el horizonte (el sentido) del ser, es decir: el tiempo es el fondo, el desde
que no aparece y que, en la medida en que no aparece, debe ser comprendido como desistencia y, por lo tanto, como no-absoluto, esto es finito. El tiempo no es un ente, algo separado del ser, es el ser mismo. El punto clave está justamente en ese no-aparecer constitutivo del ser. Es esa retracción originaria la que indica su temporalidad constitutiva, temporalidad que sólo puede ser pensada, a su vez, desde el sentido. La temporalidad debe ser entendida como la propia retracción. El tiempo es, por decirlo así, lo que impide la presencia en términos absolutos.
Podríamos decir que la constitución temporal del ser es causa
de esa retracción, de su condición no-óntica. De que no sea ente, y de que –como lo afirma Heidegger en Ser y tiempo– sea tiempo; o, como lo afirmará en ¿Qué es metafísica?, nada. Dicho esto, se hace comprensible lo que el propio Heidegger señala al inicio de Ser y tiempo: "[…] la elaboración concreta de la pregunta por el sentido del ‘ser’ es el propósito del presente tratado. La interpretación del tiempo como horizonte de posibilidad para toda comprensión del ser en general, es su meta provisional."¹³
Notas
1] "Porque manifiestamente vosotros estáis familiarizados desde hace mucho tiempo con lo que propiamente queréis decir cuando usáis la expresión ‘ente’; en cambio, nosotros creíamos otrora comprenderlo, pero ahora nos encontramos en aporía." M. Heidegger, Ser y tiempo, tr. Jorge Eduardo Rivera, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 2002. p. 23. En adelante ST. (M. Heidegger, Sein und Zeit [SuZ], Tübingen, Max Niemeyer Verlag, 2006, p. 1).
2] Idem. (SuZ, p. 1: "Haben wir heute eine Antwort auf die Frage nach dem, was wir mit dem Wort ‘seiend’ eigentlich meinen? Keineswegs. Und so gilt es denn, die Frage nach dem Sinn von Sein erneut zu