Sobre la tierra húmeda
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Ileana Mulet Batista
ILIANA MULET (Holguín, 1952). Es una destacada artista de la plástica y poetisa perteneciente a la generación de pintores de los 80. Se ha dado a conocer por su peculiar paisajística lírica, renovadora de los cánones establecidos. Un lenguaje espontáneo, expresionista y cargado del tema histórico de la ciudad colonial que recrea abiertamente en su obra. Laureada por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y el Ministerio de Cultura de la República de Cuba. Premio Caracol de la UNEAC. (1993, 2008).
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Sobre la tierra húmeda - Ileana Mulet Batista
SOBRE LA TIERRA
HÚMEDA
Ileana Mulet
Cuento
Edición y corrección: Eliana Dávila Rodríguez
Ilustración de cubierta e interiores: Ileana Mulet Batista
Diseño y emplane versión impresa: Joyce Hidalgo-Gato Barreiro
Conversión e-book: Rafael Lago Sarichev
© Ileana Mulet Batista, 2018
© Sobre la presente edición:
Ediciones Cubanas, 2018
ISBN 978-959-7245-98-8
Sin la autorización de la Editorial
queda prohibido todo tipo de reproducción
o distribución del contenido.
Ediciones Cubanas, ARTEX
5ta. ave., esq. a 94, Miramar, Playa, Cuba
E-mail: [email protected]
Telf: (53-7) 204 5492, 204 3586, 204 4132
Ileana Mulet Batista (Holguín, 1952). Pintora, poeta y narradora. Estudió artes plásticas en la Escuela de San Alejandro. Es graduada en diseño de Interiores y diseño de Vestuario, especialidades donde se ha desempeñado durante años. Posee más de treinta exposiciones personales de pinturas, dibujos e instalaciones, combinando, en algunas, el tema poético con el arte de la plástica, y más de sesenta exposiciones colectivas, dentro y fuera del país. En 2008 participó en el 9º Encuentro Internacional Literario aBrace, Casa de la Poesía, La Habana, Cuba. Fue incluida en la antología latinoamericana Juegos florales (2010), con poemas en portugués y español, Editorial aBrace, Montevideo, Uruguay. Su obra poética ha sido incluida en las revistas Cenesex y Universidad de La Habana. Ha publicado los poemarios ¿Quién golpea las puertas?, Ediciones Cubanas, 2013, y Del dolor a las mieles, Ediciones Extramuros, 2016. Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
PALABRAS PRELIMINARES
Eusebio Leal, visionario como pocos, atrapó la sensibilidad de la artista Ileana Mulet mediante una frase inolvidable: «Como en puntas de pies, ha ingresado en el escenario de las bellas artes quien lleva la ciudad en su corazón más que en la retina de los ojos.»¹
Así es, así ha sido la experiencia de una creadora que, a lo largo de los años, ha sido visitada por la inspiración y, a la vez, por la necesidad de arte junto a esa carga enorme del esfuerzo personal y la dedicación a toda prueba.
De modo tal que Ileana ha ido transcurriendo —en su fiel escritura— de las luces y sombras proverbiales de nuestra ciudad, traspasándolas, hacia el mismísimo corazón de sus habitantes —no siempre ejemplares—, y en eso radica la fuerza de estas páginas que leemos como quien las vence a través de un pincel cubanísimo que se ha transformado en una pluma al viento. Toda frase, todo modismo, se reflejan aquí con enorme propiedad y, sobre todo, con un oído envidiable entrenado para captar el espíritu de cada carácter, de cada personalidad, como quien va del pincel al testimonio, es decir, de las imágenes a las palabras, y viceversa.
Su talento nos sorprende ahora con una mirada única hacia La Habana y hacia esa dinámica suya, de ambas, inexplicable, aunque descrita en estas originales viñetas con una eficacia y un estilo que nos la devuelve como un todo indivisible, con sus penas y glorias, nuestras, antes de haberse podido apropiar, como autora, de las esencias más puras de todo lo que respira por sus calles, atravesándolas, porque le devuelve su historia y ese misterio innombrable que ronda en cada esquina y en cada suspiro de sus habitantes, los más complejos, los más sencillos. Con una mirada de antropóloga, Ileana nos sumerge en las cavernas de la existencia urbana que hubieran sido las delicias del escritor francés Georges Perec,² aficionado impenitente del culto a las ciudades. O como el cubano Alejo Carpentier, quien dedicó páginas memorables a ese urbanismo al que debemos regresar de tiempo en tiempo.
Así describió Alejo esa Habana revisitada en nuestros días por Ileana Mulet:
En todos los tiempos fue la calle cubana bulliciosa y parlera, con sus responsos de pregones, sus buhoneros entrometidos […], sus carros de frutas […], tan atractivos ayer en los escenarios de bufos, como más tarde, en la vasta imaginería —mitología— de mulatas barrocas en genio y figura, negras ocurrentes y comadres presumidas, pintiparadas, culiparadas, trabadas en regateos de lucimiento con el viandero de las cestas, el carbonero de carros entoldados a la manera goyesca, el heladero…³ digamos hoy que ambulantes.
Porque una ciudad no es solo sus edificaciones y monumentos, sino el ánimo de los seres que la habitan para trabajar, amarse y, mientras tanto, cabalgar por los mismos rincones y compartir la plenitud de una vida tangible.
Lo cierto es que solo el ojo zahorí de esta mujer nos adentra en personajes populares que deambulan, como hormiguitas incansables que, en su rumbo diario, van cambiando la vida que está a su alcance y que pueden tocar con la mano, como quien está seguro de que un mundo mejor es posible. Ese es el acto de fe que entrega a los lectores Ileana Mulet en sus Cuentos sobre la tierra húmeda.
Nancy Morejón
La Habana, 14 de junio, 2017
1 Ver Eusebio Leal: «Palabras de un amigo», prólogo al catálogo Poemas y pinturas, de Ileana Mulet. Sevilla, España, 2000.
2 Ver Anne Roche: «Georges Perec et les faiseurs des villes», en Europe. Écrire l´Architecture, París, 95è année, #1055, marzo de 2017, pp. 85-92
3 Ver Alejo Carpentier: La ciudad de las columnas. Cap. III. Fotos de Paolo Gasparini. La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1998. (Sin paginar.)
Noticia
Los cuentos son testimonios matizados por la imaginación.
La semejanza entre la realidad y las historias contadas es accidental.
INTIMIDAD
Porque entonces estaba loco es por lo que hoy estoy cuerdo. ¡Oh, filósofo que no ves si no lo instantáneo, qué cortas son tus miradas! Tus ojos no están hechos para seguir el trabajo subterráneo de las pasiones.
Mme. Goethe
¹
—Vamos a jugar a los deseos —susurró al joven. Ella tomó un libro de Stendhal de su mesa de noche y lo puso en sus manos. Yacían desnudos en una cama sobre una alfombra de sutiles colores.
—Eso me gusta —dijo él pasando sus piernas velludas por entre los muslos desnudos de la mujer, amasándolos a intervalos, a flor de piel, como si en cualquier momento uno de ellos pudiera desaparecer y el otro quedara al desamparo entre pastizales con tormentas repentinas. Convinieron nombrarse Louse de Rênal y Mathilde de La Mole.
—¡Ven aquí, mi querida Mathilde, súbete a mi trono, bebe mi amor como naranjas de semillas blancas en tu boca roja! La empuja hacia las sábanas desordenadas que acababan de caer sobre el piso alfombrado, la toma como un fardo y la impulsa casi hasta el techo en un malabar poco acostumbrado, para ponerla luego en su caballo lleno de bríos, con las piernas temblorosas de ella al lado de sus brazos, y como si estuviera poseso por el diablo, comenzó un tránsito por toda la habitación: «¡Caballo!», dijo riendo y dando giros una y otra vez, para finalmente soltarla en la cama como un animalito muerto, ya en el hormiguero… Ella pensó en huir, pero no lo hizo porque ya estaba enternecida con aquel encuentro.
«Vio desde lejos la cruz de hierro dorado sobre la puerta; se acercó lentamente…» y frotó con la mano libre los cabellos de la mujer, hasta estremecer su delgado cuerpo de azules venas. Cayó el libro audaz de sus manos y atrapó las de ella sumiéndolas en el pubis, en un baile a cuatro manos que duró unos segundos. Bajaron las luces.
—Enciende una vela, amor —dijo él abrazando su cintura como un pájaro que fabrica su nido con finas pajitas del bosque.
—Encenderemos una vela y también mi luz que desprende olores mágicos.
—¿Infestas este recinto con tintes de traición?; ¡haced lo que yo digo…! —Y rieron al unísono. Ella apartó la mirada y los pensamientos tocaron su reloj. Su amigo Nelson los presentó en la Plaza de la Catedral; él iba acompañado de una joven con aires de dueña, y aunque le atrajo de inmediato, se dijo: «Hombre acompañado, hombre ahorcado», pero aun así depositó en sus manos una tarjeta con el pretexto de algún posible trabajo.
Ahora era imposible dejar de escuchar su voz timbrada. «Los recuerdos de estos momentos de heroísmo y de espantosa voluptuosidad la unían a él en el abrazo invencible. La idea del suicidio, tan obsesionante en sí misma, y hasta entonces tan alejada de aquella alma altiva, penetró en ella….» Hizo un gesto para continuar leyendo y retrocedió con tristeza; el rostro del hombre viril colmado de erotismo se posó sobre su pelvis y comenzó el cuerpo a cuerpo, como festín de perros sarnosos. Ella le suplicó que la poseyera sin miramientos, y él le regaló flores mágicas.
—Sabes —le dijo con un brillo