El color que cayó del espacio
4.5/5
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Howard Phillips Lovecraft
H.P. Lovecraft (Estados Unidos, 1890 – 1937) es uno de los grandes pioneros de la ciencia ficción y de terror de la historia. Difundió sus relatos a través de revistas y sólo después de su muerte aparecieron en forma de volúmenes. Entre sus obras destacan: El modelo de Pickman, La casa encantada o En las montañas de la locura.
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Comentarios para El color que cayó del espacio
9 clasificaciones2 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Excelente novela y el plus es la ilustración que tiene. La narración de Lovecraft es increíble, hace que te metas de lleno a la lectura, no quería soltar esta historia y en unas horas la terminé, es corta así que te hace pasar un buen rato. Definitivamente tenía inspiración de Edgar A. Poe y te mantiene con una sensación "oscura". Continuaré leyendo sus obras.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Me sorprendió
No imagine que era así
Para su época un genio
Excelente libro
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El color que cayó del espacio - Howard Phillips Lovecraft
H. P. Lovecraft
EL COLOR QUE
CAYÓ DEL ESPACIO
Ilustraciones de Albert Asensio
Traducción de Colectivo Lovecraft BdL
019imagenAl oeste de Arkham las colinas se elevan salvajes y hay valles con profundos bosques que ningún hacha ha cortado jamás. Hay cañadas estrechas y oscuras donde los árboles se inclinan exuberantes, y donde pequeños riachuelos gorgotean sin haber recibido nunca un rayo de sol. En las suaves ondulaciones de las laderas se yerguen antiguas granjas hechas de piedra junto a casas de campo en ruinas y cubiertas de musgo que guardan eternamente los secretos de la antigua Nueva Inglaterra al abrigo de grandes salientes de roca; pero ahora todas están vacías, las anchas chimeneas se desmoronan, y las paredes se hinchan peligrosamente bajo los tejados abuhardillados.
Los antiguos habitantes se han marchado y a los foráneos no les gusta habitar este lugar. Los francocanadienses lo han intentado, los italianos lo han intentado; los polacos han llegado y se han marchado. No es por algo que se pueda ver, oír o tocar, sino por algo que se percibe. El lugar no es idóneo para mentes fantasiosas y no invita a un sueño reparador. Debe de ser eso lo que mantiene alejados a los foráneos, ya que el viejo Ammi Pierce nunca les ha contado nada de lo que recuerda de los días extraños. Ammi, cuya mente no ha estado en sus cabales desde hace tiempo, es el único que sigue allí o que habla de aquellos días; y se atreve a hacerlo porque su casa está situada muy cerca de los campos abiertos y de los caminos transitados que circundan Arkham.
Hubo una vez un camino que discurría en línea recta sobre las colinas y a través de los valles, donde ahora se encuentra el yermo asolado; pero la gente dejó de transitarlo y se trazó un nuevo camino que se desviaba hacia el sur. Todavía se pueden encontrar vestigios del antiguo camino entre la maleza salvaje que regresa. Sin duda, algunos de ellos perdurarán incluso cuando la mitad de los valles sean anegados por el nuevo embalse. Entonces, los oscuros bosques desaparecerán y el yermo asolado descansará anegado por las aguas azules, cuya superficie reflejará el cielo y dibujará ondas bajo el sol. Así, los secretos de los días extraños se fundirán con los de las profundidades; se fundirán con el acervo oculto del viejo océano y con todo el misterio de la tierra primigenia.
imagenCuando me adentré en las colinas y valles a explorar el terreno para el nuevo embalse, me dijeron que aquel lugar estaba maldito. Eso me dijeron en Arkham, pero al tratarse de una ciudad muy antigua y llena de leyendas de brujas, pensé que lo de la maldición sería algo que las abuelas habían contado en susurros a los niños durante siglos. El nombre de «yermo asolado» me pareció muy extraño y teatral, y me pregunté cómo habría llegado a formar parte de la tradición de un pueblo puritano. Fue entonces cuando vi con mis propios ojos la maraña oscura que se extendía hacia el oeste de cañadas y laderas, y dejé de preguntarme por cualquier otra cosa que no fuera aquel viejo misterio. Era por la mañana cuando lo vi, pero la penumbra siempre estaba al acecho. Los árboles crecían demasiado juntos y los troncos eran demasiado grandes como para ser madera sana de Nueva Inglaterra. Había demasiado silencio en los sombríos pasadizos que los separaban, y el suelo estaba excesivamente blando debido al musgo húmedo y a las capas de infinitos años de descomposición.
A lo largo del antiguo camino, sobre todo en los claros, había pequeñas granjas en la ladera; a veces con todas las edificaciones en pie, a veces con solo una o dos, y a veces tan solo una chimenea solitaria o una bodega derruida. Reinaban las hierbas y las zarzas, y la furtiva naturaleza crujía en el sotobosque. Sobre todas las cosas pesaba una neblina de inquietud y opresión; un toque irreal y grotesco, como si algún elemento esencial de la perspectiva o el claroscuro no estuviera en su lugar. No