Guerra y Revolución en España - Tomo I
Guerra y Revolución en España - Tomo I
Guerra y Revolución en España - Tomo I
TOMO
GUERRA Y REVOLUCIN EN
ESPAA
1936-1939
TOMO
Editorial Progreso
MOSC 1967
3
NDICE
A manera de prlogo........................................................................................................... 9
C A P T U L O I
I.-
II.-
C A P T U LO II
I.-
II.-
III.
V.-
La No Intervencin.............................................................................................. 241
Primeras felonas....................................................................................................... 241
Una monstruosidad jurdica y poltica................................................................. 244
Doblez britnica....................................................................................................... 246
Temores de los socialistas franceses.................................................................... 248
El Comit de Londres.............................................................................................. 250
II.-
A MANERA DE PRLOGO
El 17 de julio de 1936, el ejrcito destacado en el territorio marroqu ocupado por Espaa, se sublev contra la Repblica.
Este fue el primer acto del levantamiento de los jefes militares y de
la extrema derecha espaola contra el rgimen legalmente constituido. La
rebelin se extendi con rapidez por toda la Pennsula.
El pueblo espaol, con certero instinto de lo que significaba la rebelin militar, se lanz a la calle, dispuesto a salvar la Repblica y en intento
heroico de contener la avalancha fascista que se extenda por Espaa.
Cerca de tres anos dur la tremenda y desigual contienda entre las
masas populares, mal armadas, y las fuerzas sublevadas, apoyadas en su prfida agresin a la Repblica por la Italia fascista y la Alemania hitleriana.
A pesar del herosmo de los combatientes republicanos y de los
tremendos sacrificios de todo el pueblo, la lucha termin, por causas que
sern analizadas a lo largo de estas paginas, con la derrota de la Repblica
y con el establecimiento de una dictadura fascista en Espaa.
Acerca de este levantamiento militar fascista se han dado a la publicidad por los vencedores y sus partidarios versiones falsas o deformadas,
tanto de las causas de la sublevacin, cuanto de la situacin poltica de
Espaa en vsperas de aquella, as como de los acontecimientos de todo
orden que se sucedieron a lo largo de la guerra.
Historiadores extranjeros, con dudosa imparcialidad y a veces de
manera tendenciosa y unilateral, han recogido y prohijado, en sus Historias de la guerra de Espaa, esas versiones franquistas y otros no menos
interesados testimonios, que trastruecan los hechos y presentan la realidad
espaola en ese momento histrico a travs del curvo cristal de sus conveniencias polticas.
Y as ruedan por el mundo, vestidas de respetable apariencia, historias
y leyendas tendentes a justificar el Gran Crimen contra Espaa, cometido
por quienes desde 1939 imponen su ley de hierro y de sangre a un pueblo
que no se ha sometido y que con su resistencia y. hostilidad est desmantelando las posiciones de sus vencedores de ayer.
Durante siglos pes sobre Espaa la leyenda negra inventada por las
potencias que le disputaban el dominio del mundo.
Se presentaba a los espaoles de manera grotesca, como enemigos
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DEL
DERRUMBAMIENTO
DE LA
MONARQUA
A LA
SUBLEVACIN
ANTIRREPUBLICANA
CAPTULO
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El advenimiento de la repblica
El 14 de abril de 1931 se estableci en Espaa la Segunda Repblica. El
pueblo espaol iniciaba una revolucin que abra amplias perspectivas democrticas, de progreso y de bienestar. Su suerte dependa del cauce por
que los nuevos gobernantes haran discurrir los acontecimientos. Bien vale
la pena detener la atencin del lector sobre tan importantes hechos.
Ahondar en la historia poltica de los cinco primeros aos de la
Repblica, significa facilitar la comprensin de cmo fue posible la sublevacin militar fascista, y el final trgico de un rgimen que el pueblo haba
recibido con tanta alegra y entusiasmo, y defendido ms tarde con coraje
y herosmo incomparables.
Al entrar Espaa en la cuarta dcada del siglo, termin el periodo
dictatorial del general Primo de Rivera, que haba durado desde septiembre
de 1923 hasta enero de 1930.
En ese periodo, que el pueblo llam de los siete anos indignos,
fueron polarizndose grupos de oposicin compuestos de intelectuales,
de militares y de polticos burgueses, muchos de los cuales haban sido
monrquicos, y que abandonaban el campo de la Monarqua, indignados,
asqueados y ofendidos por la ligereza con que Alfonso XIII haba convertido
en un papel mojado la Constitucin, Ley fundamental de la Monarqua,
dejando en desairada situacin a sus partidarios, no confiando mas que en
la fuerza del ejercito, que tampoco le respald hasta el final, para garantizar
y asegurar la continuidad del rgimen.
Expresando el sentir de esos sectores conservadores que en la etapa
agnica de la Monarqua optaron por la Repblica, Miguel Maura ha
escrito:
EI problema que se nos planteaba era el siguiente: la Monarqua se
haba suicidado, y, por lo tanto, o nos incorporbamos a la revolucin naciente, para defender dentro de ella los principios conservadores legtimos,
o dejbamos el campo libre, en peligrossima exclusiva, a las izquierdas y a
las agrupaciones obreras[1].
1.- Miguel Maura: As cay Alfonso XIII, Mxico, 1962. p.48.
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Esa misma noche, en una circular a los capitanes generales y a todas las autoridades militares, el ministro de la Guerra, general Berenguer,
reconoca que:
Los destinos de la Patria han de seguir, sin trastornos que la daen intensamente, el curso lgico que les impone la suprema voluntad
nacional.[2]
17
Miguel Maura, libro citado, Pgs. 70-71. (Miguel Maura menciona a Azaa como representando a Izquierda Republicana, sin embargo, en aquella poca, ste perteneca
a Accin Republicana. Nota de los autores).
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Este documento, publicado como una declaracin de principios del Gobierno Provisional, demostraba que este careca de programa y de voluntad para acometer transformaciones democrticas
urgentes como la reforma agraria, el reconocimiento de los derechos
nacionales de Catalua, Euzkadi y Galicia, la democratizacin del
Estado, etc.
De todos estos problemas, el ms acuciante era el de la tierra, que
exiga medidas radicales para acabar con la gran propiedad latifundista de
origen feudal. Sin embargo, el Estatuto Jurdico, al referirse en su articulo
V a esta cuestin, empezaba proclamando que la propiedad privada quedaba garantizada por la ley [1] y terminaba con una nebulosa declaracin
acerca de la necesidad de que el derecho agrario debe responder a la
funcin social de la tierra.
El Gobierno Provisional, con esa frmula eclctica, hurtaba el enfrentarse con la exigencia clamorosa del agro espaol.
Aqu no se trataba del derecho agrario en abstracto, sino del derecho
a la vida de millones de campesinos pobrsimos y de obreros agrcolas
carentes de tierra, mientras existan millones de hectreas, cultivadas unas,
sin cultivar otras, que hubieran podido remediar el hambre de pan, de tie1
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actividad de la gran burguesa monopolista, profundamente ligada, entrelazada y en gran parte fundida con la aristocracia latifundista.
Contrariamente a lo ocurrido en otros pases, el desarrollo del capitalismo en Espaa no haba llevado al quebrantamiento del poder de
la aristocracia latifundista, sino a un compromiso entre esta y los grandes
capitalistas. Expresin poltica de ese compromiso fue la restauracin
borbnica de 1874. Y desde entonces hasta 1931 Espaa fue gobernada,
independientemente de las cambiantes frmulas polticas, por el bloque
de los grandes terratenientes y capitalistas, que pesaba duramente sobre
la vida de la clase obrera y de las masas campesinas.
Lastrado por su ayuntamiento con la aristocracia latifundista, el capitalismo se desarroll en Espaa en condiciones anormales. No se realiz
la Reforma Agraria, no se cre un amplio mercado nacional ni se llev a
cabo una verdadera industrializacin que cambiaran la fisonoma del pas.
De hecho, solamente en Catalua, Euzkadi, Asturias y Valencia se crearon
ciertas industrias modernas, mientras en el resto del pas segua predominando una estructura caduca, artesanal y agraria.
La inicial subordinacin de la burguesa a las clases e instituciones
semifeudales, fue origen de su debilidad intrnseca y acreci el peso de los
rasgos parasitarios en el capitalismo espaol.
Otro factor que contribuy a acentuar ms an esos rasgos fue la
proteccin que el Estado otorg a los intereses de los grandes propietarios
agrarios a travs de una poltica aduanera y fiscal en beneficio de estos y
en detrimento del desarrollo industrial.
Desde mediados del siglo XIX, los capitalistas espaoles vivieron y
crecieron a la sombra de empresas capitalistas extranjeras.
Sometida a capitulaciones de nacin mediatizada[1], Espaa apareca
como un pas en el que las empresas y capitales extranjeros desempeaban
un papel primordial, desorbitado.
Sus extraordinarias riquezas minerales no fueron explotadas para la
industrializacin y el progreso del pas, sino que sirvieron, en primer lugar,
para desarrollar la metalurgia inglesa. Espaa qued cubierta de verdaderos Gibraltares econmicos como Riotinto, Luchana Mining, Orconera,
Pearroya, Societe Royale Asturienne des Mines, ms tarde la Telefnica,
etc., etc.
A comienzos del siglo XX, el capitalismo, en escala mundial, entr
en su etapa imperialista, uno de cuyos rasgos esenciales es el predominio
de los monopolios y del capital financiero. Y tambin en Espaa, pese a la
1.
Snchez de Toca: Los problemas actuales de mayor urgencia para el Gobierno de Espaa,
1916. Artculo en el libro de Tamales: Desarrollo econmico de Espaa.
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estrecha y dbil base que ofreca la industria espaola, sobre sta se alzaron
rapaces monopolios que fueron acaparando progresivamente sectores cada
vez ms amplios de la economa nacional.
EI principal instrumento de esta concentracin monopolista fueron los
grandes Bancos de los Urquijo, los Ruz Senn, los Herrero, los Careaga, los
Juan March y Cia. Y siendo Espaa un pas subdesarrollado industrialmente, era, no obstante, ya a principios de siglo, un pas extraordinariamente
moderno por el dominio y control del capital bancario sobre la vida
econmica.
Con la dictadura primorriverista surgen en Espaa las primeras manifestaciones del capitalismo monopolista de Estado. Esta tendencia se
plasm en la creacin de la C.A.M.P.S.A., de la red de Firmes Especiales,
en la utilizacin, por diversos canales, de los fondos del erario pblico para
facilitar los negocios de las grandes empresas capitalistas.
A medida que se iba fortaleciendo la burguesa monopolista, se
hacia ms estrecho, ms apretado, su ensamblamiento con la aristocracia
latifundista. La burguesa financiera adquira ttulos nobiliarios y tierras. La
aristocracia de sangre, por su parte, compraba acciones y ocupaba puestos
en los consejos de administracin de los Bancos y compaas industriales.
El compromiso poltico entre ambas, sellado como se ha dicho en 1874
con la Restauracin, iba trocndose en fusin econmico-social.
As fue cristalizando la oligarqua financiera terrateniente, cuyo tronco
lo constituyen una centena de familias, que acaparan una porcin fabulosa
de las riquezas del pas y que son, de hecho, los verdaderos dueos de
Espaa.
A partir de 1931, al perder la aristocracia los privilegios polticos de
que disfrutaba con la Monarqua, el capital monopolista se convirti en la
fuerza dirigente del bloque oligrquico.
Una de las encarnaciones ms tpicas de la oligarqua financiera era
Juan March, el hombre ms rico de Espaa y una de las fortunas mayores
de Europa.[1]
Juan March empez su carrera con una flotilla basada en las
Baleares como contrabandista de tabaco, que combin con el contrabando de armas durante la guerra de Marruecos. Estuvo a punto de ser
encarcelado, en tiempos de la Monarqua, como delincuente comn, pero
fue blanqueado por el dictador Primo de Rivera.
Durante la primera guerra mundial ya haba utilizado sus barcos para
abastecer a las flotas inglesa y alemana y ayudar a los servicios de espionaje
de ambos bandos contendientes.
1.
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28
La propiedad latifundista segua predominando en el campo. En relacin con las grandes empresas capitalistas, los gobernantes de la Repblica
siguieron el mismo derrotero. No se tom ninguna medida de nacionalizacin de servicios pblicos ni de restriccin de los privilegios y beneficios
de las compaas monopolistas ni de los Bancos.
Pese a las rotundas afirmaciones del dirigente socialista Indalecio
Prieto, no fueron reducidos ni limitados los privilegios abusivos del capital
norteamericano, dueo de la Telefnica, que la dictadura de Primo de
Rivera haba concedido a la International Telegraph and Telephon Co., del
grupo Morgan.
El capital extranjero quedo intacto.
El Banco de Espaa, llamado a financiar la Reforma Agraria y el programa de obras publicas, no fue convertido en Banco del Estado espaol;
continu en manos de la oligarqua financiera, que desde su Consejo de
Administracin saboteaba impune, pero eficazmente, las tmidas reformas
republicanas. Ni siquiera fue modificado de manera apreciable el sistema
fiscal espaol, hecho a la medida de las clases oligrquicas.
Cuando Marcelino Domingo, siendo ministro de Economa, decidi
constituir un Consejo Ordenador de la Economa Nacional, con cierta
orientacin planificadora, incluy en dicho Consejo a los propios agentes
del gran capital monopolista.
Para comprobarlo basta sealar cual ha sido la carrera ulterior de algunas de esas personalidades seleccionadas por Marcelino Domingo, entre
las que figuraban: Pedro Gual Villalbi (nombrado ministro del Gobierno
de Franco en 1957); Epifanio Ridruejo (Gobernador del Banco de Espaa,
nombrado por el Gobierno de Franco); Antonio Garrigus (ex embajador
del Gobierno de Franco en Washington y posteriormente en el Vaticano),
etc. Estos datos confirman hasta qu punto el aparato estatal de la Repblica, incluso en el periodo en que los socialistas participaban en el poder,
estaba mediatizado y controlado por la oligarqua financiera.
4.
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As pudo darse el hecho de que el Gobierno republicano, con participacin socialista, tardara ms de dos aos en reconocer a la Unin
Sovitica, reconocimiento que qued, adems, en el papel, pues no lleg
ni siquiera al intercambio de misiones diplomticas.
Reformismo y aventurerismo
En su perodo de colaboracin gubernamental con los republicanos, el
Partido Socialista era, con una superioridad indiscutible, la primera fuerza
poltica organizada de la Repblica. El nmero de sus afiliados haba pasado
de 30.000 en 1930 a 80.000 en 1932, este fue el cenit del crecimiento numrico del P.S.O.E., que diriga adems la poderosa central sindical llamada
Unin General de Trabajadores (U.G.T.).
Los dirigentes socialistas atemperaron su conducta a la oportunista
consideracin de que corresponda a la burguesa dirigir la revolucin
democrtica y de que las luchas de la clase obrera y de los campesinos
perjudicaban a la Repblica.
Como ha escrito el historiador socialista Ramos Oliveira:
...la misin del Partido Socialista estribaba, segn criterio tcitamente
aceptado por todos, en auxiliar a los republicanos y plegarse a la lnea poltica
de estos partidos. En una palabra, en ser un partido republicano mas....[1]
Esto est confirmado por la prensa socialista: que abiertamente declaraba que la colaboracin de los ministros socialistas
...implica un sacrificio de todas las horas de cada uno de nuestros principios, y de muchas de las conveniencias de los proletarios. Ellos, los ministros
socialistas, ponen su inteligencia y actividad en estos momentos al servicio
de la causa burguesa.[2]
Esta poltica del P.S.O.E. provocaba el descontento y llevaba la decepcin a amplias masas trabajadoras, contribuyendo, de rebote, a fortalecer
la influencia del anarquismo. Se confirmaban las palabras de Lenin:
...el anarquismo es con frecuencia una especie de penitencia por los
pecados oportunistas del movimiento obrero.[3]
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Pequeo bar en el que solan reunirse algunos dirigentes comunistas, entre ellos Jos
Daz.
33
1.
La dictadura del general Primo de Rivera, instaurada como se sabe en 1923, lanz a
la clandestinidad al Partido Comunista, que apenas contaba tres aos de vida y estaba
todava en estado embrionario.
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36
C. Marx, F. Engels: La revolucin espaola, ed. en espaol, Mosc, 1955, Pg. 70.
37
R. G. Colodny: The Struggle for Madrid; central epic of the Spanish conflict. (1936-39).
New York, 1958, pg. 153.
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La Sanjurjada
La victoria de la Repblica fue una sorpresa desagradable para los polticos
monrquicos y los grupos ms reaccionarios. Pasado el momento de la
sorpresa, estos empezaron a conspirar y a poner obstculos a la obra del
Gobierno de la Repblica.
Cuando a finales de 1931 salieron del gobierno Alcal Zamora, Lerroux, representantes de los partidos republicanos derechistas, los elementos
ms agresivos e impacientes de la aristocracia terrateniente y de la gran
burguesa, comenzaron los preparativos de un golpe militar.
En abril de 1932, el aviador Ansaldo, por encargo del general Ponte,
realiz un viaje a Roma donde se entrevist con el mariscal Balbo y otras
personalidades y solicit la ayuda de la Italia fascista para la militarada que
se preparaba en Espaa.[1]
El 10 de agosto de 1932 estall en Madrid y Sevilla la primera sublevacin militar contra la Repblica, acaudillada por el general Sanjurjo,
secundada por los generales Barrera, Ponte, Cavalcanti, Villegas y otros.
El general Franco, as como Goded, Varela y otros africanistas estaban
complicados en el movimiento; pero temiendo un fracaso, dejaron en la
estacada a Sanjurjo.
Incapaz de medir los cambios histricos acaecidos en Espaa, Sanjurjo
acariciaba la idea de realizar un pronunciamiento al estilo ochocentista.
Su objetivo final era barrer la Repblica. Previendo que ello no sera
tarea fcil, haba concertado con Lerroux y otros polticos conservadores
una solucin repliegue, consistente en entregar el gobierno a la derecha
republicana.
EI promotor de la sanjurjada fue la aristocracia terrateniente, apoyada
por la gran burguesa.
Tiempo ha escriba el entonces teniente coronel Esteban-Infantes,
ayudante de Sanjurjo y futuro jefe de la Divisin Azul que se requera continuamente al general Sanjurjo por muy diversos y poderossimos elementos
para que se decidiera a poner coto a los males nacionales.[2]
Esos poderossimos elementos ofrecieron al general sumas cuantiossimas a cobrar tan pronto hubiese triunfado la subversin militar.[3]
1.
2.
3.
Juan Antonio Ansaldo: Memories dun monarchiste espagnol, Mnaco, 1953, pg. 20.
Emilio Esteban-Infantes: La sublevacin del general Sanjurjo, Madrid, 1953, pg. 28.
El teniente coronel Emilio Esteban-Infantes, en el libro citado (pg. 29) dice, refirindose
a los graves problemas sociales del pas, que el general Sanjurjo ...lleg a tener ofrecimiento hasta de 800 millones que se pondran en sus manos tan pronto pudiera ser el,
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La Monarqua fusilaba a los sublevados, como en el caso de los artilleros del cuartel del Carmen, de Zaragoza, y de los capitanes Galn y Garca
Hernndez. La Repblica indultaba a sus enemigos alzados en armas contra
ella y los colocaba en situacin de poder seguir conspirando.
Del fracaso de la sanjurjada, la reaccin extrajo experiencias para
su actividad ulterior:
Primera, que en la nueva situacin de Espaa, con la presencia en la
vida poltica de grandes masas obreras organizadas, el pronunciamiento al
viejo estilo ochocentista ya no serva. Haba que buscar nuevos mtodos.
Segunda, que con sus propias fuerzas, incluso recurriendo a la violencia, no podra derrotar a la democracia. Para destruir la Repblica, tendra
que contar con apoyos exteriores.
La amenaza fascista
En enero de 1933, se produjo en Alemania un acontecimiento que habra
de tener trgicas consecuencias para toda Europa: Hitler, apoyado y respaldado por los Thyssen, los Krupp, los Shroeder y todos los grandes tiburones
de la industria y de las finanzas, subi al poder y estableci una sangrienta
dictadura, cuyos objetivos fundamentales eran, en el plano exterior, la conquista de espacio vital para Alemania, es decir, la liquidacin del Tratado
de Versalles, la preparacin de un nuevo reparto del mundo y, por tanto, de
una nueva guerra. En el plano interior, el hitlerismo significaba la puesta del
aparato estatal al servicio del gran capital monopolista y el aplastamiento por
los mtodos terroristas ms salvajes, del movimiento obrero y democrtico
en Alemania. El objetivo de los hitlerianos era liquidar la democracia y la
libertad no slo en Alemania, sino en todos los pases de Europa. A tal fin,
fomentaban el anticomunismo, apoyaban por todas partes a las fuerzas ms
reaccionarias y desplegaban en todos los terrenos una lucha implacable
contra la Unin Sovitica, bastin del socialismo y de la paz.
Con el ascenso de Hitler al poder, la extrema derecha espaola recibi
un fuerte estmulo en su lucha contra la Repblica y la democracia.
En los planes agresivos de las dos potencias fascistas ms importantes
de la poca, Alemania e Italia, Espaa, situada en un lugar estratgico clave,
entre el Mediterrneo y el Atlntico, poseedora de extraordinarias riquezas
mineras, adquira singular importancia.
Hitler y Mussolini empezaron a interesarse en las cosas de Espaa
con el propsito de instalar en Madrid un gobierno dispuesto a servirles. Ni
el uno ni el otro desconocan la carencia de sentido nacional de las capas
superiores de la aristocracia y gran burguesa espaolas, acostumbradas a
considerar las riquezas y la soberana de la patria como una mercanca de
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Despus del fracaso de Sanjurjo en 1932, la reaccin espaola emprendi el reagrupamiento de sus fuerzas y constituy, con el propsito de
crearse una base de masas, nuevos partidos polticos adaptados a las nuevas
exigencias de la lucha contra la democracia y el movimiento obrero.
EI 16 de marzo de 1933 sali el primero y nico nmero del peridico El Fascia, en el que toda una serie de fascistas o fascistizantes, como
Rafael Snchez Mazas, Ramiro Ledesma, Jimnez Caballero y Jos Antonio
Primo de Rivera (hijo del dictador) expresaban su admiracin fervorosa por
Hitler y Mussolini.
Muchos de los artculos publicados en ese peridico eran meras
traducciones de los textos doctrinales del fascismo italiano y del nazismo
germnico.
En el verano de 1933, Jos Antonio Primo de Rivera, ayudado por El
aviador Ruz de AIda, realiz las labores preparatorias para constituir en
Espaa un partido fascista.
1 Eduardo Auns: Calvo Sotelo y la poltica de su tiempo, Madrid, 1941, pgs. 155-156.
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subsidios de Juan March, de Antonio Goicoeehea (jefe monrquico y abogado de la oligarqua financiera y latifundista), de Jos Flix de Lequerica
(poltico vinculado a los grandes capitalistas de Bilbao) y del Banco de
Vizcaya, controlado en parte por los jesuitas.[2]
El 20 de agosto de 1934 se firm un pacto secreto en siete puntos
entre Antonio Goicoechea, jefe del Partido monrquico Renovacin
Espaola, y Jos Antonio Primo de Rivera, en virtud del cual Falange no
atacara en su propaganda ni obstaculizara en modo alguno las actividades de Renovacin Espaola o del movimiento monrquico. A cambio de
ello, Renovacin Espaola se esforzara en procurar ayudas financieras a la
Falange en la medida en que lo permitiesen las circunstancias.[2]
El pacto secreto Falange-Renovacin Espaola estipulaba asimismo
que la primera se comprometa a utilizar la mitad de los subsidios recibidos
en constituir una organizacin obrera sindicalista antimarxista. Y en aplicacin del compromiso que haban contrado con los banqueros y aristcratas
de Renovacin Espaola, los jefes falangistas intentaron crear, en agosto
de 1934, apoyndose en un puado de pistoleros y obreros desclasados,
una llamada Confederacin de Obreros Nacional-Sindicalista (C.O.N.S.),
que result un fracaso absoluto.
Si Falange encubra sus servicios a la reaccin con un barniz de
demagogia social, revolucionaria, e incluso anticapitalista, Renovacin
Espaola era el partido tpico, abierto, de las fuerzas ms retrgradas de la
sociedad espaola. Fundado en virtud de un acuerdo tomado en enero de
1933, en presencia de Alfonso XIII, por los aristcratas emigrados en Pars,
agrupaba al grueso de la nobleza latifundista, a algunos de los principales
elementos del capital financiero, a dignatarios eclesisticos y a jefes militares
ligados a la destronada familia real.
Renovacin Espaola slo aspiraba a renovar la dominacin terrorista de la oligarqua y a tal fin conjugaba el monarquismo a ultranza
con posiciones de abierta factura fascista. Como cabeza ms visible tena
entonces a Antonio Goicoechea, que posteriormente en 1935, deleg
la jefatura en el poltico Calvo Sotelo.
Al lado de los monrquicos alfonsinos, reagrupados en Renovacin
Espaola, formaban en la Comunin Tradicionalista los carlistas, encabezados por el conde de Rodezno y por Fal Conde, siempre dispuestos a
1.
2.
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Los partidos polticos de la reaccin aprovecharon los errores, las vacilaciones y la actuacin antipopular de los gobiernos republicano-socialistas
para desencadenar contra ellos una campaa de descrdito.
Disponiendo de centenares de peridicos y revistas de todo tipo, as
como de cuantiosos medios econmicos, realizaron una delirante propaganda antidemocrtica y antirrepublicana; calificativos como ladrones,
asesinos y antipatria, refirindose a los gobernantes republicanos, eran
en ellos moneda corriente para escndalo incluso de algunos catlicos
honestos que llegaban a dudar de la catolicidad de quienes recurran a tan
ruines calumnias contra sus adversarios polticos.
En junio de 1933, Gil Robles se entrevist en Fontainebleau con el ex
rey Alfonso XIII para conseguir que los monrquicos apoyasen una amplia
coalicin de derechas en las elecciones que ya entonces se prevean para
una fecha no lejana.[1]
Y mientras las derechas apretaban sus filas, el Gabinete republicanosocialista se desmoronaba bajo el peso de sus propios errores. El 12 de
septiembre de 1933, Azaa present la dimisin, y la conjuncin republicano-socialista se disgreg al encargarse de formar gobierno el aventurero
poltico Lerroux, sustituido el 10 de octubre en la Presidencia del Consejo
de Ministros por Martnez Barrio, del Gran Oriente de la Masonera, quien
todava militaba en las huestes radicales.
Martnez Barrio disolvi las Cortes Constituyentes y convoc a elecciones generales en noviembre de 1933.
A ellas acudieron, separados, los partidos de izquierda, y an combatindose, acusndose mutuamente del fracaso del Gobierno republicanosocialista, frente a las fuerzas de derecha, que se presentaban en bloque
compacto y que disponan de sumas ingentes para la campaa electoral,
puestas a su disposicin por la oligarqua financiera y terrateniente.
El resultado fue la victoria de la reaccin y la derrota de las fuerzas
democrticas. El camino del fascismo hacia el poder quedaba abierto.
Se inicio as el llamado Bienio Negro, etapa en que la Repblica fue
gobernada por las fuerzas de derecha.
1.
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financiera espaola, de los partidos de derecha y de los generales africanistas, con gobernantes alemanes e italianos, negociaciones preparadas por
los agentes fascistas que residan en Madrid, bajo el amparo y cobertura de
embajadas, consulados y representaciones comerciales y culturales.
Los principales polticos fascistas y fascistizantes espaoles, como Calvo Sotelo, Gil Robles, Goicoechea, ,Jos Antonio Primo de Rivera, Olarzabal
y otros muchos, cumplieron misiones en Italia y Alemania.
J. A. Primo de Rivera se entrevist con Hitler, por primera vez, a
principios de 1934.[1]
En marzo de 1934, Antonio Goicoechea, Olarzabal y Lizarza (representantes de los tradicionalistas), y el general Barrera, concluyeron en
Roma un pacto con Mussolini, en virtud del cual ste se comprometa a
ayudar a los partidos derechistas a derribar el rgimen republicano, y si
era necesario a desencadenar una guerra civil.[2]. Como prueba de tales
intenciones, Mussolini se declaraba dispuesto a facilitarles inmediatamente
20.000 fusiles, 20.000 granadas, 200 ametralladoras y un milln y medio
de pesetas en metlico.
Tales auxilios dice el texto del pacto tendrn solamente un carcter
inicial y sern oportunamente completados por otros mayores, a medida que
la tarea realizada lo justificase y las circunstancias lo hiciesen necesario.[3].
2.
3.
4.
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51
1.
2.
52
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57
armados al servicio del Estado sobre las mismas bases democrticas diseadas
para reformar el ejrcito y con la condicin indispensable de una adhesin
verdaderamente leal al nuevo rgimen. Ncleo principal de estos institutos
seria una milicia reclutada exclusivamente, preponderantemente entre los
afiliados a las organizaciones que realicen la transformacin apuntada en
este programa.
7. Modificacin esencial de todos los rganos de la administracin
publica a base de una mayor flexibilidad y eficiencia de los mismos, de un
riguroso cumplimiento de los deberes por parte de todos los funcionarios, de
una revisin implacable de las condiciones de capacidad de los mismos y de
una separacin de aquellos que por su desafecto al rgimen lo sabotearon
en una u otra forma.
8. No siendo conveniente realizar de momento de la mayor parte
de la industria espaola modificaciones esencialmente socializadoras que
ofreceran por su complejidad los peligros de un fracaso ante las circunstancias de la debilidad incipiente de nuestra industria, el programa en ese
aspecto quedara, por ahora, limitado a una serie de medidas encaminadas
al mejoramiento moral y material de los trabajadores industriales, cuidando
de su dignificacin e independencia y ofrecindoles los medios de controlar la marcha de aquellas organizaciones industriales a cuyo servicio estn
adscritos.
9. Reforma de nuestro sistema tributario partiendo de la modificacin
de las cuotas en el impuesto de la renta y en las transmisiones hereditarias
principalmente.
10. Todas las medidas derivadas de los puntos enunciados en este programa serian implantadas rpidamente mediante decretos para los cuales en
su da se habra de solicitar la convalidacin por los rganos legislativos que
libremente se diera al pueblo y estimando que este programa revolucionario
no obtendra el asentimiento de quien ahora desempea la presidencia de la
Repblica procedera la cesacin de este en sus funciones.[1]
Como puntos concretos de la accin a desarrollar, la Comisin Ejecutiva del P.S.O.E. aprob los siguientes:
1. Organizacin de un movimiento francamente revolucionario con toda
la intensidad posible y utilizando los medios de que se pueda disponer.
2. Declaracin de ese movimiento en el instante que se juzgue adecuado incluso antes de que el enemigo, cuyos preparativos son evidentes, tome
precauciones definitivas o ventajosas.
3. Ponerse el Partido y la Unin General; evitando confusionismos, en relacin con los elementos que se comprometan a cooperar al movimiento.
4. Hacerse cargo del poder poltico el Partido Socialista y la Unin
General, si la revolucin triunfase, con participacin en el gobierno, si a ello
1.
58
EI autor del programa aprobado por la Comisin Ejecutiva del Partido Socialista fue Indalecio Prieto. (Vase F. Largo Caballero: Mis recuerdos, Mxico, 1954, pg. 135.) Pero
este se pronunci en desacuerdo con los cinco puntos sobre la accin a desarrollar por
el P.S.O.E. para tomar el poder, inspirados por Caballero.
59
60
61
Cartas del C.C. del P.C.E. a la Ejecutiva del P.S.O.E. de fechas: 20 de enero de 1934; 1
de febrero; 15 de febrero (solidaridad con los trabajadores de Austria); 26 de mayo; 9
de junio (en apoyo de la huelga campesina); 12 de julio; 23 de julio, etc. (Archivo del
P.C.E.).
62
Las Ejecutivas del P.S.O.E. y de la U.G.T. resolvieron que en el caso de ser detenidas, para
salvar a la organizacin obrera y al Partido Socialista se declarase que el movimiento
haba sido espontneo, como protesta contra la entrada en el Gobierno de la Repblica
de los enemigos de esta.
66
Diego Hidalgo: Por que fui lanzado del Ministerio de la Guerra?, Madrid, 1934, pg. 80.
Arrars: Franco, Valladolid, 1939, pg. 186.
Diego Hidalgo, libro citado, pg. 30.
67
68
Felipe Bertran Gell: Momentos interesantes de la Historia de Espaa en este. siglo: Preparacin y desarrollo del Alzamiento Nacional, Valladolid, 1939, pg. 114.
Jos Daz: Tres aos de lucha, Pars, 1939, pgs. 40-41.
70
Ibidem.
71
73
la salvedad que el proyecto no sera entregada a examen de la representacin de los partidos republicanos en tanto no hubiese sido conocido y
aprobado por los comits nacionales del P.S.O.E. y de las organizaciones
obreras mencionadas.
EI proyecto de programa del P.S.O.E. constaba de dos partes, una en
la que se enumeraban las resoluciones a adoptar antes de las elecciones,
y, otra, las medidas de gobierno y legislativas post-electorales.
Entre las medidas preelectorales figuraban el restablecimiento inmediato de las garantas constitucionales, el indulto de las organizaciones
obreras disueltas y reposicin de los Ayuntamientos elegidos el 12 de abril
de 1931. Respecto a las medidas post-electorales se proponan la concesin
de una amplia amnista para los condenados por delitos polticos, restablecimiento de las leyes sociales promulgadas por las Cortes Constituyentes y
la aprobacin de una ley de control obrero, la nacionalizacin de la Banca,
la nacionalizacin de la tierra (con excepcin de la pequea propiedad
siempre que fuera trabajada por sus dueos) entregndola en usufructo
a las sociedades obreras para su explotacin colectiva; depuracin de los
institutos armados, creacin de una milicia civil armada, integrada por
republicanos y socialistas; nombramiento de un embajador de Espaa en
la U.R.S.S. y formalizacin con este pas de un tratado comercial, y, por
ultimo, restablecimiento del Estatuto de Catalua y aprobacin de los que
presentaran las dems regiones.[1]
1.
74
75
76
Consecuente con la posicin de que la clase obrera deba ser representada exclusivamente por el Partido Socialista, Prieto expresaba tambin
su disconformidad con el acuerdo de la Comisin Ejecutiva del P.S.O.E. de
que el Partido Comunista, iniciador de la poltica de Frente Popular, y las
Juventudes Socialistas, expresin ms viva de las tendencias izquierdistas
en el seno del movimiento socialista, participasen en la elaboracin del
proyecto de programa electoral de las organizaciones obreras antes de ser
sometido a la consideracin de los partidos republicanos.
El Partido Comunista coincida con el Partido Socialista en la mayora
de los puntos del proyecto de programa, sin embargo, en su contraproyecto
de programa defenda una posicin distinta en algunas de las soluciones a
los problemas fundamentales que se abordaban en el documento.
A diferencia del P .S., el Partido Comunista propona la libertad inmediata de todos los detenidos gubernativos y la libertad provisional de
los procesados por delitos polticos, as como una amplia amnista para
todos los presos polticos. En el proyecto de programa del P.S. haba dos
peticiones que se contradecan al exigir la libertad provisional o la prisin
atenuada de los procesados y la sustanciacin ntida de todos los procesos
en tramitacin, lo que supona el nuevo encarcelamiento de los encartados,
cuando lo lgico era que, ante la proximidad de una probable amnista, los
procesos no se vieran.
El Partido Comunista tambin estimaba necesaria la creacin de una
milicia popular armada, de obreros y campesinos, pero no una integrada
exclusivamente de militantes socialistas y republicanos, como propugnaba
el proyecto de programa de la Comisin Ejecutiva del P.S.O.E.
En la cuestin agraria se pusieron de manifiesto las posiciones distintas
1.
Carlos de Baraibar: Las falsas posiciones de Indalecio Prieto, Madrid, 1935, pgs.
144-145.
77
que mantenan sobre este problema el Partido Socialista y el Partido Comunista. El P.C.E. era contrario a la nacionalizacin de la tierra y a su entrega
en usufructo a las sociedades obreras para su explotacin colectiva, como
propona el Partido Socialista. Esta solucin ignoraba los anhelos seculares
de los campesinos espaoles de recibir la tierra en propiedad; se privaba
de la tierra a los obreros agrcolas y campesinos pobres no afiliados a las
sociedades obreras y se les impona la colectivizacin forzosa; por otra
parte, los campesinos con poca tierra eran condenados a la indigencia.
Sobre este problema cardinal el Partido Comunista propona la confiscacin sin indemnizacin de las tierras de seoro, de los ex nobles, de
los grandes terratenientes y su entrega inmediata y gratuita a los obreros
agrcolas y campesinos pobres para que la trabajasen individual o colectivamente. Propona tambin que las tierras pertenecientes al Estado fueran
puestas a disposicin de los campesinos pobres y obreros agrcolas para
su explotacin y que los bienes comunales fueran devueltos a los Ayuntamientos.
A la vez, el Partido Comunista abogaba por la ayuda a los pequeos
propietarios y a las explotaciones colectivas que se organizaran voluntariamente. Demandaba la anulacin de las hipotecas, deudas atrasadas y
arriendos de carcter semifeudal.[1]
1.
78
79
80
Concesin a las familias de las vctimas producidas por hechos revolucionarios o por actos represivos de una adecuada reparacin.
Restablecimiento del imperio de la Constitucin. Exigencia de responsabilidades por las transgresiones de la ley fundamental y por los casos de
violencia de los agentes de la fuerza publica acaecidos bajo el mando de los
gobiernos reaccionarios.
Iniciacin inmediata de trabajos de utilidad pblica construccin de escuelas, casas
populares, hospitales, etc. para absorber el paro forzoso.
Urbanizacin de la poblacin rural, dotndola de los medios sanitarios y culturales
indispensables y creando rpidamente los medios de comunicacin y transporte entre
la ciudad y los pueblos que cree y afirme la solidaridad entre sus intereses.
8 Nacionalizacin de la Banca y adopcin de medidas contra la evasin de
capitales.
Impuesto progresivo sobre la renta y los beneficios industriales. Anulacin de la
Ley de Restricciones. Rebaja general de los impuestos a los pequeos comerciantes e
industriales. Unificacin de los impuestos y su aplicacin a tasa reducida.
9 Expulsin de las rdenes religiosas y confiscacin de sus bienes en beneficio
del Estado.
10 Instruccin laica obligatoria. Creacin de comedores escolares y roperos para
que los nios necesitados reciban alimentos y vestidos.
11 Desarme y disolucin de las organizaciones monrquicas y fascistas.
Clausura de sus centros y clubs de conspiracin y confiscacin de sus propiedades
y bienes.
12 Transformacin profunda y radical de todos los institutos armados, modificando
la composicin, funcionamiento y atribuciones de los mismos. Disolviendo aquellos
que por su actuacin son odiados por el pueblo. Depuracin del ejrcito y de todas
las instituciones armadas de los oficiales monrquicos y fascistas. Designacin para el
mando a los hombres civiles y militares fieles a la Repblica y a la causa popular y que
mejor interpreten la funcin que le est encomendada.
13 Creacin de una milicia popular armada formada por obreros y campesinos.
14 Reforma de la organizacin judicial y de su funcionamiento. Eleccin de los
Jueces y Justicia por Jurado popular. EI ciudadano que fuere detenido ser entregado
inmediatamente al Juez correspondiente, prohibindose a los funcionarios de polica o
de la fuerza publica, someterlo a interrogatorios, que en ningn caso habrn de tener
validez. Tampoco podr permanecer en las comisaras, cuartelillos o dependencia de
la Direccin General de Seguridad en calidad de detenido. Transformacin total del
rgimen de prisiones en todos sus grados y prohibicin de todo castigo a los detenidos.
Abolicin inmediata de la pena de muerte. Limitacin jurisdiccional del cdigo de justicia
castrense a los delitos netamente militares.
15 Reforma de la administracin publica en todas sus esferas. Depuracin de la
administracin de todos los elementos monrquicos, fascistas y enemigos del pueblo.
16 Estrechar las relaciones con la U.R.S.S. y apoyar su poltica de paz.
Aplicacin de las sanciones al pas agresor. Participacin de Espaa en los pactos
de seguridad colectiva. Formalizacin de un tratado comercial con la U.R.S.S.
17 Restablecimiento en toda su integridad del Estatuto de Catalua, aprobado por las Constituyentes y sometiendo a discusin y aprobacin de las Cortes,
de estatutos para las otras regiones. Continuacin de la poltica autonomista y
reconocimiento a los pueblos de su propia personalidad a travs del derecho de
autodeterminacin.
81
82
1.
83
Cortes elegidas
en 1933
7
23
23
58
1
9
80
113
39
9
24
18
32
71
Los falangistas no obtuvieron ni un solo diputado: J. A. Primo de Rivera consigui 7.000 votos en Cdiz, contra los 95.000 de los candidatos
de izquierda. Y en Madrid, 5.000 votos, contra 220.000 de los candidatos
del Bloque Popular.
En total, el Frente Popular contaba con 269 diputados; el aumento
global de los partidos que lo integraban era de 148 diputados.
Los partidos del centro tenan en el nuevo Parlamento 48 diputados,
lo que representaba una prdida de 91.
Los partidos de derecha pasaron de 213 a 157 diputados, con una
perdida de 56 diputados.
Estas cifras destruyen con su peso los infundios franquistas que presentan el triunfo del Bloque Popular como el prlogo de una inminente
revolucin socialista. El triunfo poltico de la democracia era indiscutible;
mas era igualmente claro que tal Parlamento no representaba una amenaza
para el rgimen capitalista.
El 16 de Febrero abra la perspectiva de un desarrollo pacfico y parlamentario de la democracia en Espaa. Pero la reaccin estaba dispuesta
a impedirlo, fuera como fuere.
84
85
por la ley para la reunin del nuevo Parlamento sin entregar el poder
a las izquierdas era dejar el campo libre a los que conspiraban contra la
legalidad constitucional. Por eso decidi dimitir y dar paso a la formacin
inmediata de un gobierno apoyado por el Frente Popular.
EI 19 de febrero declar Portela, refirindose a estos hechos, en un
discurso ante las Cortes el 1 de octubre de 1937 tena ante mi el dilema de
entregar el poder a quienes legtimamente le haban conquistado o declarar
el estado de guerra que hubiera sido adelantar la fecha del golpe de Estado
y franquear traidoramente el acceso al poder de las derechas.[1]
86
EI 21 de febrero, la accin popular, que haba conseguido ya la liberacin de los presos polticos en varios lugares, impuso que la amnista
fuese votada por la Diputacin Permanente de las viejas Cortes, en las que
las derechas tenan mayora.
Preparativos de la rebelin, dentro y fuera de Espaa
En el plano internacional, el xito rotundo del Bloque Popular en Espaa
tuvo hondas repercusiones. Tres meses ms tarde, en Francia, el Frente
Popular sala victorioso en las elecciones parlamentarias.
Esta doble victoria de la democracia provoc una profunda inquietud
entre los imperialistas de todo el mundo, que teman que el ejemplo de
Espaa y Francia fuese contagioso, ya que mostraba a todos los pueblos
que el camino para vencer al fascismo era el bloque de todas las fuerzas
democrticas y obreras sobre la base de un programa de lucha por el desarrollo de la democracia y la defensa de la paz.
En Espaa, el triunfo del Frente Popular abra la perspectiva de una
profunda renovacin democrtica. Tal perspectiva asustaba a las potencias imperialistas, que preferan, como una parte decisiva de su poltica
en el Mediterrneo, una Espaa dbil, a merced de las presiones y de las
influencias extranjeras.
Adems, la instauracin de gobiernos apoyados en el Frente Popular,
tanto en Francia como en Espaa, modificaba en cierto modo la situacin
europea e internacional. Era evidente que si estos dos pases defendan en
el Occidente de Europa la poltica de seguridad colectiva propugnada por
la U.R.S.S., se podra crear un amplio y poderoso frente de la paz, lo que
cambiara de manera sensible la correlacin de fuerzas en Europa. Alemania e Italia difcilmente podran seguir aplicando con impunidad su poltica
agresiva. La poltica de los imperialistas ingleses, franceses y americanos,
encaminada a fomentar la agresividad fascista, y a canalizarla contra la
U.R.S.S., sufrira un rudo golpe.
Cerrar esta perspectiva de paz, se convirti en un objetivo esencial
de Hitler y Mussolini. Los imperialistas ingleses, franceses y americanos,
independientemente de las contradicciones que en Espaa misma les
enfrentaban con los Estados fascistas, coincidan con estos en la aspiracin
de liquidar el Frente Popular en Espaa.
El 5 de marzo de 1936, Hitler dio un golpe de fuerza en las mismas
fronteras de Francia, ocupando con sus tropas la zona desmilitarizada
de Renania. El 5 de mayo, Mussolini ocup con sus tropas la capital de
Abisinia; el fin de esta campaa liberaba tropas italianas que podan ser
empleadas en otro teatro de operaciones. La pasividad de Francia e Ingla87
88
J. R. Hubbard: How Franco financed his war, artculo en la revista The Journal of Modern
History, editada en Chicago, diciembre de 1953, pg.394.
89
Citado por Ramos Oliveira en su libro Historia de Espaa, tomo III, pg.238.
90
91
Junto con el Partido Comunista, varios diputados y polticos republicanos y socialistas denunciaban ante el gobierno los preparativos de un
levantamiento militar.
Cuando a primeros de mayo la reaccin present la candidatura del
general Franco para la segunda vuelta de las elecciones de Cuenca, Indalecio Prieto denunci acertadamente, en un discurso, los propsitos de la
reaccin de hacer de Franco el caudillo de una subversin militar.[1]
Se busca la investidura parlamentaria dijo para un caudillo
militar.[2]
92
los hilos de la conspiracin militar fascista. Se negaban a escuchar las advertencias del Partido Comunista, de la U.G.T. y de Las otras organizaciones
antifascistas.[1] Las escasas medidas que adopto el gobierno, tales como la
detencin de algunos jefes de Falange, fueron tan tardas, habida cuenta
de la amplitud y gravedad del complot antirrepublicano, que resultaban,
adems de ineficaces, grotescas.
Cuando el 10 de julio, despus de muchas otras gestiones semejantes,
los jefes de las minoras del Frente Popular visitaron a Csares Quiroga para
demandar medidas contra los generales conspiradores, ste se neg y dio
a la prensa la siguiente nota:
EI jefe del gobierno estima que las instituciones y fuerzas armadas responden perfectamente y con absoluta disciplina a los mandos legtimos.[2]
Largo Caballero, libro citado, pg. 162; Dolores Ibrruri: El nico camino, Pars, 1962,
pg. 240.
El Sol, 11 de julio de 1936.
93
94
Esta primera tentativa fracas. Dos das antes del plazo sealado Rodrguez del Barrio expuso a Varela la conveniencia de suspender la accin
proyectada. Muy pronto, el gobierno, sospechando que algo se tramaba,
y como medida preventiva, residenci a Varela en Cdiz y a Orgaz en
Canarias. Otra intentona planeada para el mes de mayo, coincidiendo
con la exaltacin de Azaa a la Presidencia de la Repblica, abortara de
anloga forma.[4]
Esta computacin de fechas destruye de manera rotunda como
hemos dicho el mito fascista de que la sublevacin fue preparada a la
vista del pretendido caos reinante en Espaa.
Los desrdenes que en el periodo anterior al 18 de julio tuvieron lugar
en Espaa, fueron provocados precisamente por las fuerzas reaccionarias
y fascistas, que conspiraban contra la Repblica y que vean en ellos un
aspecto esencial de los preparativos de la rebelin.
1.
2.
3.
4.
95
96
de ciertos militares reaccionarios se presentaban como medidas de persecucin sectaria y de destruccin del principio de autoridad.
Naturalmente, la labor de sabotaje y desorganizacin econmica de
las derechas, las provocaciones polticas y los atentados de sus agentes,
no podan por menos de exasperar a los trabajadores, de crear conflictos,
de enconar la lucha de clases.[1]
Ms, con todo, en el pas predominaba un ambiente de normalidad;
el pueblo apoyaba al gobierno; y slo se poda hablar, objetivamente, de
caos, desorden y anarqua refirindose a la actividad disolvente de
las fuerzas reaccionarias.
El entonces embajador de los EE.UU. en Madrid, Claude Bowers, aporta un testimonio muy valioso por cuanto recorri en su coche, precisamente
aquellos meses, las provincias de Levante, Castilla y Andaluca.
No habamos visto nada escribe de los desrdenes, tan pintorescamente atribuidos en la prensa extranjera a la regin por la cual nosotros
habamos pasado en busca de la anarqua de la que se nos habla a diario, ni
omos hablar de nada que se le pareciera.
Y agrega:
Estaba convencido entonces como lo estoy ahora, de que esos fantsticos
relatos eran parte de un plan sistemtico para crear la impresin de que Espaa
se hallaba en un estado de anarqua, a fin de justificar la rebelin fascista...[1]
Otra de las falsedades que manejaba y maneja la propaganda franquista es que la sublevacin se produjo para evitar la implantacin del
comunismo en Espaa. Pero, quines integraban el Gobierno de Espaa el
18 de julio de 1936? Lo integraban exclusivamente polticos e intelectuales
republicanos extremadamente moderados.
Azaa era Presidente de la Repblica. El gobierno estaba formado por
Csares Quiroga (Izquierda Republicana), Presidente del Consejo y Ministro de la Guerra; Moles (I. R.), Gobernacin; Barcia (I. R.), Estado; Ramos
(I. R.), Hacienda; Giral (I. R.), Marina; lvarez Buylla (Unin Republicana),
Industria y Comercio; B. Giner de los Ros (D. R.), Comunicaciones; Lluhi
(Esquerra Catalana), Trabajo; Barns (I. R.), Instruccin Pblica; Blasco
Garzn (D. R.), Justicia.
En el gobierno no estaban representados ni el Partido Comunista ni el
Partido Socialista; no haba ningn ministro de los partidos ni de las organizaciones obreras. Era un gobierno netamente republicano y burgus.
1.
97
EI propio Calvo Sotelo ha dejado un testimonio claro de que el pretexto de complot comunista, inventado posteriormente por los sublevados,
es una grosera mentira. En la maana del 11 de julio de 1936, respondiendo
a preguntas del corresponsal en Madrid del peridico argentino La Nacin,
Calvo Sotelo dijo que no crea en el peligro de que el marxismo intentara
aduearse del poder.
Tem mucho ms agreg una convulsin comunista en febrero
ltimo.[2]
La lnea poltica del Partido Comunista en aquel perodo ha quedado claramente reflejada en los discursos de sus dirigentes, en su prensa,
en los documentos de su Comit Central,[3] en las intervenciones de los
diputados al Parlamento. Resumiendo su poltica, la minora parlamentaria
comunista public la siguiente nota al producirse la crisis gubernamental
de mayo de 1936:
1.
2.
3
D. T. Cattell: Communism and the Spanish Civil War, D.C.L.A. Press, Los Angeles, 1956,
pg. 43.
EI Sol, 15 de julio de 1936.
Vase la resolucin del Pleno del C.C. del P.C.E. de marzo de 1936. Mundo Obrero, 31
de marzo de 1936.
98
Numerosos escritores e historiadores muy alejados de los comunistas, al referirse a ese perodo de la historia espaola, subrayan el carcter
constructivo de la poltica seguida por el Partido Comunista.[2]
La lnea poltica del Partido Comunista de Espaa era clara y concluyente: apoyar al Gobierno republicano sobre la base del cumplimiento del
programa del Frente Popular.
Sus esfuerzos se orientaban a garantizar el desarrollo pacfico, parlamentario de la revolucin democrtica, defendiendo los intereses de las
grandes masas populares: obreros, campesinos, empleados y pequea
burguesa, frente a los grandes capitalistas y terratenientes que boicoteaban la Repblica, que realizaban una obra sistemtica de provocacin y
de incitacin a la revuelta.
1.
2.
99
El plan de la sublevacin
Despus de fracasar los intentos de golpe militar de abril y de mayo de
1936, los militares comprometidos hubieron de someter a revisin crtica
todos sus planes.
A fines de mayo, Mola fue confirmado como jefe de la sublevacin,
hasta que Sanjurjo retornase a Espaa para presidir el Directorio Militar
que se constituira.
En el orden estratgico, las primeras variantes de golpe militar en
Madrid, al estilo de los pronunciamientos ochocentistas, fueron definitivamente descartadas.
Mola elabor un nuevo plan que comunic el 25 de mayo a los
principales conspiradores.
En Madrid deca no se encuentran las asistencias que eran de esperar.
Ignoramos si falta el caudillo o faltan las huestes: quiz ambas cosas.[1]
El plan Mola prevea que la rebelin se desencadenara en la totalidad del pas. El levantamiento se iniciara con la proclamacin del estado
de guerra, a fin de paralizar la resistencia de las masas populares y de ocupar
los puntos estratgicos en cada ciudad.
Sobre Madrid se lanzaran cuatro columnas mviles siguiendo las
principales carreteras de acceso a la capital: desde Aragn por Guadalajara,
desde Navarra por Somosierra, desde Valladolid por los puertos de Guadarrama y Navacerrada y desde Valencia por Tarancn. Mientras Madrid
resistiese, Pamplona seria el centro poltico del alzamiento.
En consonancia con el nuevo plan y con las sucesivas modificaciones
introducidas en l los generales conspiradores procedieron al siguiente
reparto de papeles:
Mola dirigira de manera directa el levantamiento de los militares y
de los requets en Navarra, mientras el general Franco tomara el mando
del ejrcito expedicionario de frica. Goded pidi a ltima hora que se
le confiase la direccin del alzamiento en Barcelona, permutando en tal
cometido con el general Gonzlez Carrasco, que pasara a encabezar la
rebelin militar fascista en Valencia. Alicante y Murcia se subordinaran
tambin a las rdenes de este ltimo. Fanjul y Garca de la Herrn dirigiran la cuartelada en Madrid, en vista de que el general Villegas declin su
compromiso de acaudillar a los sublevados de la capital. Saliquet actuara
en Valladolid y Gonzlez de Lara en Burgos. En Asturias se alzara en armas
el coronel Aranda.
1.
Instrucciones de Mola del 25 de mayo de 1936, citadas por Bertrn Gell en su libro ya
mencionado, pg. 123.
100
101
Esta nota produjo una reaccin inmediata en Mola, que tena fundados
temores de que los soldados no secundaran una sublevacin que alzase
bandera monrquica. En respuesta a los carlistas, el 15 de junio entreg su
contrapropuesta, en la que, al lado de la implantacin de un Directorio Militar
que suspendera la Constitucin de 1931, figuraba la propuesta de mantener
la separacin de la Iglesia y del Estado, y una apostilla precisando:
3.
2.
Estado Mayor Central del Ejrcito: Historia de la Guerra de Liberacin, 1936-1939, Madrid,
1945.
L. Redondo, libro citado, pg. 355.
102
103
104
Mientras esto escriba, el general Franco conspiraba contra la Republica, mantena correspondencia, sirvindose de clave., con los dems
confabulados y hacia los mayores esfuerzos por convencer a sus cmplices
de la necesidad de sublevar contra el rgimen constitucional al ejercito de
frica.
Ya hemos dicho que en los primeros planes de la rebelin, las tropas coloniales de Marruecos no haban sido incluidas en el dispositivo de
combate, ante el temor de las desfavorables repercusiones polticas que su
empleo pudiera tener dentro y fuera de Espaa. Menos escrupuloso que
sus compaeros, Franco insisti en su utilizacin.
Desde los primeros momentos afirma el general Luis Redondo el
general Franco indic su preferencia por alzarse en frica al frente de aquel
ejrcito, que era efectivamente la pieza ms importante del mecanismo
blico.[1]
Franco vea en el ejrcito de frica la fuerza decisiva de la sublevacin y, por lo tanto, el instrumento que le permitira desempear un
papel prominente en la marcha de la guerra y disputar el caudillaje a sus
rivales.
Al principio, se accedi a la utilizacin de las tropas coloniales de frica como fuerza de reserva, que slo entraran en juego en caso de extrema
necesidad; ms tarde ya en los primeros das de julio de 1936 se las
incluy como la principal fuerza de choque de la sublevacin y se design
a Franco jefe del Ejrcito Expedicionario de frica. Desde este momento,
haba ganado la primera batalla por el caudillaje.
Primeros chispazos
El domingo 12 de julio, a las 9 de la noche, los pistoleros fascistas cometieron un nuevo crimen: al salir de su casa, cay acribillado a balazos el
teniente Jos Castillo de la guardia de asalto, conocido por su adhesin
entusiasta a la Repblica. El alevoso asesinato realizado con fines de provocacin poltica, colm de indignacin a los compaeros y subordinados
de Castillo. Horas despus, a las 3 de la madrugada del 13 de julio se
produca la muerte violenta de Calvo Sotelo, principal figura poltica, en
aquel momento, del bloque que preparaba el alzamiento armado contra
la Republica.
Los franquistas han dicho ms tarde que la sublevacin fue la res1.
105
2.
3.
Causa asombro la irresponsabilidad con que Anthony Eden, titular del Foreign Office
en aquella poca, relata en sus memorias los acontecimientos de Espaa. Veamos la
siguiente muestra: En la noche del 12 al 13 de julio, el teniente Castillo, un oficial de la
polica militar, comunista, fue asesinado en Madrid. A la noche siguiente, un grupo de
guardias uniformados mataba a Calvo Sotelo, cumpliendo la siniestra profeca de La Pasionaria, una mujer comunista, miembro de las Cortes. Despus de la ltima intervencin
de Sotelo, en un debate, ella exclam: Este ser su ltimo discurso! (The Memories of
Anthony Eden, Earl of Avon. Facing the Dictators, Cambridge, U.S.A., 1962.)
Si el Sr. Eden se hubiera tornado la molestia elemental en cualquier persona
seria de consultar el Diario de Sesiones de las Cortes espaolas, habra descubierto
que la diputada comunista por Asturias jams pronunci tales palabras inventadas por
la propaganda fascista. EI Sr. Eden puede leer el discurso a que hace referencia, incluso
en un libro editado hace poco en Espaa: La Guerra, 1936-1939, de Fernando DazPlaja, Madrid, 1963.
Pero al Sr. Eden le resulta, sin duda, ms cmodo repetir las calumnias de la prensa
reaccionaria, para as poder justificar su propia poltica no-intervencionista.
Bertrn Gell, libro citado, pg. 130.
Manuel Aznar: Historia militar de la guerra de Espaa, 3a ed., Madrid, 1958, pg. 38.
106
dicho avin aterrizaba en Lisboa, donde uno de sus pasajeros, Luis Boln,
celebr una conferencia con el general Sanjurjo para darle cuenta de que
todo estaba en marcha. Inmediatamente, el avin sala para Las Palmas de
la Gran Canaria, donde qued a la espera de Franco.
EI da 11 de julio, sin duda mal informados acerca de las fechas fijadas
por Mola, los falangistas de Valencia asaltaron la radio y lanzaron por los
micrfonos discursos y gritos fascistas hasta que fueron desalojados, al cabo
de poco rato, por la polica y por el pueblo.
EI da 12, es decir, antes de producirse la muerte de Calvo Sotelo,[1]
haban terminado en el macizo montaoso del Rif Central las maniobras
conjuntas de las tropas de la Zona espaola del Protectorado de Marruecos,
que dieron fin con el clebre desfile del Llano Amarillo. Despus del desfile,
Yage envi a Mola un mensaje urgente, comunicndole que a partir del
da 16 estaran todas las fuerzas en sus bases de partida esperando la seal
de lanzarse a la sublevacin. La carta terminaba as:
Tengo todo preparado; los Bandos de guerra hechos. No dudo un
momento en el triunfo.[2]
No hay exageracin al afirmar que para el da 12 de julio la sublevacin estaba ya prcticamente iniciada y sin posibilidad de retroceso. Slo
un extremo restaba por ajustar: las discrepancias entre Mola y los carlistas,
que creaban la amenaza de una ruptura peligrosa para la marcha de la
sublevacin en Navarra.
El 7 de julio, Mola haba escrito al jefe carlista Fal Conde:
Tiene Ud. que comprender que todo est paralizado por su actitud.
Algunas cosas estn tan avanzadas que sera imposible volverse atrs.[3]
107
Pero las fuerzas del orden haban encontrado pretexto para justificar
el gran crimen que tan minuciosa y tenazmente haban preparado. EI Conde
de Vallellano anunci que el Bloque Nacional se retiraba de las Cortes, y
1.
2.
3.
108
1.
2.
109
110
LA
SUBLEVACIN
MILITAR FASCISTA
Y LA
HEROICA RESPUESTA
DE LAS
MASAS POPULARES
CAPTULO
111
II
112
...Como los locales de la polica son muy exiguos para dar cabida alas
numerosas personas detenidas, se ha trasladado ya a la mayor parte de ellas
a un campo de concentracin de las inmediaciones de Tetun...[1]
2.
3.
116
Esta versin se halla confirmada por la frase que Franco dirigi a los
oficiales que le rodeaban en el momento en que esperaba la comunicacin
telefnica con Madrid para dar cuenta al gobierno de la muerte del general
Balmes. Segn el testimonio de su bigrafo oficial J. Arrars, Franco dijo:
A lo mejor aprovechan esta ocasin para destituirme. [3]
3.
2.
3.
Sir Robert Hodgson: Spain Resurgent, Londres, 1953, pgs. 40-41. 8-1837.
Jess Prez Salas: Guerra en Espaa (1936-1939), Mxico, 1947, pg. 93.
J. Arrars, libro citado, pg. 261.
117
por Juan Antonio Ansaldo, que deba trasladarle de Estoril a Burgos para
asumir la jefatura de los sublevados. El propio Ansaldo, en su libro Para
qu? no descarta la posibilidad de que el accidente fuese el resultado de
un acto de sabotaje.[1]
El beneficiario de la muerte de Sanjurjo fue, naturalmente, Franco.
El gobierno ante la sublevacin
La sublevacin del ejrcito de frica sorprendi al Gobierno republicano,
a pesar de las constantes denuncias que reciba a este propsito.
El Presidente de la Repblica, Manuel Azaa, daba ms crdito a las
falsas protestas de lealtad de los militares antirrepublicanos que a las advertencias leales y sinceras de los partidos obreros y de los sindicatos.
Los generales sediciosos se sirvieron de ese estado de nimo de Azaa, conjugando la actividad clandestina con las ms hipcritas protestas
de lealtad.
Al ser Azaa exaltado a la Presidencia de la Repblica, en mayo de
1936, fueron Franco, Goded, Cabanellas, Queipo de Llano, Aranda y otros
organizadores activos de la rebelin los primeros en expresar su adhesin
al nuevo Presidente.[2]
La doblez y el engao eran armas al uso entre los conspiradores
militares antirrepublicanos.
Todos esos militares, a los que la Repblica dio si no estaban dispuestos a acatar el nuevo rgimen la posibilidad de abandonar las filas
del ejrcito activo con el sueldo, grado y emolumentos correspondientes a
su calidad militar, fueron dos veces perjuros: una en 1931, y otra despus
de febrero de 1936, estampando su firma al pie de una declaracin en la
que decan:
Prometo por mi honor servir bien y fielmente a la Repblica, obedecer
sus leyes y defenderla con las armas.
119
Pocos aos despus de escrito esto, ste mismo general era una de
las figuras mas destacadas de la sublevacin antirrepublicana.
Todava el 16 de julio, interrogado por el general Batet, su superior
jerrquico, Mola le dio palabra de honor de que no se lanzara a ninguna
aventura, jactndose despus de haber engaado con su equvoca frase
al general, a quien ms tarde mandara fusilar, por mantenerse leal a la
Republica.
En Asturias, el coronel Aranda, conocido por su pertenencia a la
masonera, blasonaba de republicano ntegro y, hasta el instante mismo de
sublevarse, estuvo reiterando su lealtad a las autoridades.
EI 18 de julio, los generales facciosos Capaz y Virgilio Cabanellas
visitaron al jefe del gobierno para hacer protestas de lealtad. El teniente
coronel Yage haba hecho otro tanto en su ltima visita a Madrid antes
de la sublevacin.
Bajo la influencia del Presidente Azaa, el jefe del gobierno, Casares
Quiroga, incurri en los mismos errores de aqul. Incluso cuando la sublevacin era ya un hecho, Azaa y Casares Quiroga se resistieron a actuar con
arreglo a la situacin. La alarmante nueva del levantamiento militar comenz
a correr por Madrid en la misma tarde del 17 de julio. Aquella noche, se
celebr Consejo de Ministros ordinario y slo despus de despachar los
asuntos de trmite, comunic el jefe del gobierno a sus ministros las noticias
llegadas de Marruecos, sin concederles gran importancia.
El desconcierto y las contradicciones en que se hallaba sumido el
Gobierno republicano ante la sublevacin se expresaba en la actitud de
Casares Quiroga frente a sus subordinados jerrquicos.
Mientras telefoneaba a los gobernadores militares en demanda de
lealtad, prohiba a los gobernadores civiles armar al pueblo, bajo ningn
concepto para no herir susceptibilidades.
Entretanto que el gobierno bogaba a la deriva, los dirigentes de los
partidos y organizaciones obreras, comprendiendo la gravedad de la situacin, llamaban a las masas a la resistencia y exigan del gobierno armas
para defender la Repblica frente a los sublevados.
Alzado en armas el ejrcito; minadas y debilitadas por la traicin y las
vacilaciones las fuerzas armadas en general; lanzados por la pendiente de
la guerra civil los partidos de derecha, la Repblica slo poda contener el
alud fascista armando al pueblo, confiando a ste la defensa del rgimen.
No pocos historiadores burgueses reconocen que, en aquel trance,
la nica fuerza capaz de oponerse a los rebeldes eran los sindicatos y los
partidos obreros.[1]
1.
120
Sin embargo, esto no era tan fcil como la lgica poda hacerlo creer,
teniendo en cuenta el carcter del gobierno y la mentalidad de muchos
dirigentes republicanos. En torno al problema del armamento del pueblo,
se desarroll una gran lucha poltica.
Das antes de la sublevacin, el 13 de julio, cuando ya la inminencia
de sta era evidente, se reunieron en Madrid los dirigentes del P.C.E., del
P.S.O.E., de la Juventud Socialista Unificada y de la U.G.T. para establecer
una lnea de accin comn.
Fue nombrada una delegacin para entrevistarse con el jefe del gobierno, a quien ofrecieron el concurso de las masas ante la eventualidad
de un golpe de Estado que estaba en el ambiente y cuyos sntomas eran
evidentes.
Casares Quiroga se neg a dar armas para preparar la defensa de la
Repblica.
El 17 de julio, cuando en Madrid se supo que la sublevacin acababa
de estallar en Melilla, las masas se lanzaron a la calle expresando su adhesin
al gobierno y reclamando nuevamente las armas.
La respuesta del gobierno a la apremiante demanda del pueblo fueron
sucesivas notas radiadas a lo largo del da 18. En la primera, difundida por
Unin Radio a las 8 de la maana, afirmaba que la ayuda mejor que se
poda ofrecer al gobierno era garantizar la normalidad de la vida cotidiana
para dar un elevado ejemplo de serenidad y de confianza en los resortes
del poder.
En justificacin de sus palabras agregaba que se haba frustrado el
intento criminal contra la Repblica; que el movimiento estaba exclusivamente circunscrito a determinadas ciudades de la Zona del Protectorado
y que el gobierno no tardara en anunciar a la opinin publica que se ha
restablecido la normalidad.[1]
A las 3 y 10 de la tarde afirmaba en otra nota que gracias a las medidas de previsin que se haban tomado poda considerarse desarticulado
el amplio movimiento de agresin a la Repblica, que no ha encontrado
aada en la Pennsula ninguna asistencia y slo ha podido conseguir
adeptos en una fraccin del ejrcito que la Repblica Espaola mantiene
en Marruecos.[2]
Entretanto, las llamas del incendio se haban propagado al territorio
peninsular. Alas 2 de la tarde del da 18 de julio se sublevaba en Sevilla el
general Queipo de Llano.
Alas 7:20 de la tarde de ese mismo da, la emisora Unin Radio, de
1.
2.
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122
3.
123
Si yo acordara con usted una transaccin, habramos los dos traicionado a nuestros ideales y a nuestros hombres. Mereceramos ambos que nos
arrastrasen.[1]
Fracasaba el intento conciliador del ala moderada de la burguesa republicana, encabezada por Azaa y Martnez Barrio, con los sublevados[2] . Fracasaba porque stos rechazaron de plano el intento de compromiso, decididos
a marchar por la senda de la violencia y de la guerra civil.
Este sector de la burguesa republicana confiaba en que, rompiendo
con la clase obrera, conseguira llegar a un acuerdo con los generales en
rebelda y con la reaccin.
Creamos que ellos (los sublevados) escribira aos despus Martnez
Barrio ante ste cambio de poltica, cambiaran a su vez de actitud.[3]
3.
Bertrn Gell, libro citado, pg. 76. La misma versin dan Canovas Cervantes, Clara
Campoamor y otros autores.
No deja de ser interesante el siguiente hecho, relatado por Largo Caballero en sus
memorias: el 19 de julio, llamado por Martnez Barrio, acudi ste a Palacio. All se
encontraban el Presidente de la Repblica, Snchez Romn, Indalecio Prieto, Martnez
Barrio y un diputado lerrouxista.
Don Diego nos manifest que el Presidente le haba encargado de formar gobierno por haber dimitido Casares Quiroga, pero habindose producido manifestaciones
pblicas contra su designacin declinaba los poderes por no creer prudente ponerse
frente a la opinin manifestada. Agreg que haba conferenciado con el capitn general
de Zaragoza por telfono a fin de buscar una solucin al conflicto armado, habiendo
recibido como respuesta: No hay nada que hacer. Tambin manifest que, de cualquier
modo, no estaba dispuesto a dar armas al pueblo.
Prieto expres su opinin diciendo que no crea fuera un obstculo insuperable
para constituir gobierno lo de la manifestacin refirindose a don Diego, porque una
vez formado y en funciones, la opinin publica se calmara ante el hecho consumado.
(Francisco Largo Caballero, libro citado, pgs. 166-167.)
S. Madariaga, prlogo del libro ya citado.
124
125
El domingo da 19, en la madrilea Puerta del Sol, otra vez se congregaron las multitudes exigiendo armas.
El pueblo, dirigido por los partidos obreros, estaba dispuesto a conseguir las armas y a imponer un gobierno resuelto a luchar.
En los propios partidos republicanos del Frente Popular se produjeron
profundas disensiones y acab prevaleciendo la corriente de los partidarios
de la resistencia.
Martnez Barrio dimiti. A las 4 de la tarde del 19 de julio se haca
pblica la constitucin de un nuevo gobierno presidido por Jos Giral. Las
carteras de Guerra y Gobernacin eran confiadas a dos militares republicanos: el general Castell y el general Pozas, respectivamente.
Era este, al igual que el precedente, un gobierno republicano neto,
donde no haba ni un slo representante de las organizaciones y partidos
obreros, si bien unas y otros le haban ofrecido su apoyo.
La constitucin de ste gobierno en aquella situacin trgica y
complicada, mostraba que la pequea burguesa y sectores importantes
de la burguesa media, ante el ataque y la conducta brutales del fascismo
e impresionados por la disposicin de las masas a defender la Repblica,
se colocaban en la va de la lucha, al lado del pueblo, junto a las masas
trabajadoras.
EI Gobierno Giral orden a los gobernadores civiles distribuir las armas
disponibles entre las organizaciones obreras. Las vacilaciones del Gobierno
de Casares Quiroga haban costado ya a la democracia espaola la prdida
de una parte no pequea del territorio nacional. A pesar de ello, las masas
populares, mal armadas, pero derrochando herosmo, consiguieron asestar
a los facciosos serias derrotas en muchos lugares.
La decisin del pueblo espaol y del gobierno de resistir y de luchar
con las armas contra: una sublevacin fascista era un ejemplo de entereza
y dignidad en una Europa minada por las corrientes de claudicacin ante
el fascismo.
La sublevacin en Andaluca.
En los planes de los generales rebeldes, Andaluca era el eslabn obligado
que engarzara la sublevacin del ejrcito de frica con la del ejrcito peninsular. Los puertos del litoral andaluz deban servir para el desembarco
del ejrcito expedicionario de frica, que desde all avanzara sin mayores
resistencias sobre Madrid.
De acuerdo con el plan concertado antes del movimiento ha escrito
el general Kindelan las tropas de Mola y Cabanellas iniciaran una manio-
126
bra combinada que deba culminar con un ataque a Madrid por el Norte,
simultneamente con la llegada a la Corte por el Sur, de las tropas Africanas
en marcha, que se supuso fulminante... [1]
Pero una cosa piensa el potro y otra el que le monta. Y en ste caso,
los propsitos de los sublevados de lograr una victoria rpida se estrellaron
ante la heroica resistencia del pueblo, que se puso en pie en toda Andaluca,
dispuesto a defender su libertad.
A las dos de la tarde del da 18 de julio, mientras el gobierno en Madrid radiaba notas tranquilizadoras que confundan al pueblo, comenz la
sublevacin en Sevilla. El general Queipo de Llano, masn y conocido por su
participacin en las conspiraciones antimonrquicas de 1930, acompaado
de un grupo de oficiales, dio por sorpresa una serie de golpes de mano en
la Comandancia Militar de la Plaza y los cuarteles de la guarnicin; detuvo
en primer lugar al jefe de la Divisin Orgnica, general Villa Abrille. El general Lpez Vistas, el comandante Hidalgo y los dems oficiales del Estado
Mayor de dicha divisin, en lugar de defender a su jefe y de oponerse a su
detencin, pidieron que les detuvieran a ellos tambin.
Con parecida facilidad fueron destituidos y detenidos el jefe del
regimiento de infantera N 6, coronel Allanegui, el jefe del regimiento de
caballera y otros oficiales.
Esta extraa conducta de los oficiales y jefes de la guarnicin sevillana
muestra que si la sublevacin sorprendi a algunos honestos pero excesivamente confiados militares republicanos, como el general Villa Abrille, el
coronel Allanegui y otros, los conspiradores contaban con mltiples complicidades que no se manifestaban abiertamente por temor a un fracaso
como el de la sanjurjada en 1932.
...la preparacin del movimiento ha escrito uno de los cronistas de la
rebelin en Sevilla estaba encomendada casi ntegramente a los oficiales;
eran contadsimos los jefes que tomaban parte activa en las operaciones
preliminares, aunque en realidad era extraordinario el de militares de graduaciones superiores que conocan los manejos de la oficialidad y que la dejaban
actuar ni ms ni menos que si no se dieran cuenta de ello[2]
127
128
1.
129
131
En Lora del Ro, las tropas coloniales cercaron e incendiaron un eucaliptal, donde ardieron vivos los campesinos que les opusieron resistencia,
tras lo cual fusilaron a mil ochocientas personas (hombres y mujeres) de
la pequea villa.[1]
La ferocidad con que actuaron los militares rebeldes fue superada por
los falangistas. Falange se convirti en una organizacin de especialistas de
la tortura y del asesinato. Los dirigentes falangistas mataron a millares de
personas por una simple delacin, por una sospecha o por bajos motivos
de venganza personal.[2] En el campo, los seoritos latifundistas organizaron
caceras de hombres saciando su odio en los jornaleros mas rebeldes.
Nadie sabr nunca cuantos millares murieron en esas orgas de la
aristocracia ha escrito Charles Foltz, familias enteras, pueblos enteros
fueron exterminados.[3]
De las ocho capitales andaluzas, cuatro fueron ocupadas par los rebeldes: Cdiz, Sevilla, Crdoba y Granada, aunque su dominio se limitaba
casi exclusivamente al recinto de las ciudades y villas de aquella zona. Las
otras cuatro capitales Huelva, Jan, Mlaga y Almera quedaron en poder
de la Repblica gracias a la actuacin heroica del pueblo andaluz, de sus
trabajadores, de sus mineros, jornaleros y campesinos.
En Mlaga, los facciosos declararon el estado de guerra el da 18, pero
el general Patxot, cabeza del alzamiento en aquella ciudad, comenz a vacilar ante la poderosa movilizacin popular. El proyectado desembarco de
tropas Africanas no se produca. Los trabajadores haban obtenido algunas
armas de los guardias de asalto, fieles a la Repblica.
El 18, por la noche, en la Plaza de la Trinidad, obreros y guardias de
asalto haban intentado persuadir a la guardia civil de que se uniera al pueblo,
pero sta se neg, manteniendo una sospechosa neutralidad.
Aquella misma noche, los destacamentos obreros rodearon el cuartel
de Capuchinos, donde las tropas se hallaban acuarteladas. Cuando a las 3
de la madrugada comenz el asalto, los soldados salieron en grandes grupos
para incorporarse alas filas del pueblo. Los oficiales capitularon.
Ese da, el jubilo de la victoria popular alcanzara su cenit al atracar en
el puerto de Mlaga el Snchez Barciztegui, de donde fueron desembarcados los oficiales facciosos detenidos por la tripulacin, Mlaga quedaba
firmemente al lado de la Repblica.
En Almera, para hacer frente a la sublevacin que se esperaba de un
momento a otro, se reunieron varias veces los partidos del Frente Popular.
Una comisin de ste se entrevisto con el Gobernador Civil para examinar
1.
2.
3.
132
Este grupo de guardias de asalto estaba mandado por el capitn Peafiel, que ms tarde
se pasara al enemigo con una compaa.
133
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136
138
Manuel D. Benavides: La escuadra la mandan los cabos, Mxico, 1944, pgs. 134-135.
139
Los primeros en aduearse del buque son los marineros del Libertad.
Al llegar a la altura de Cdiz, los mandos del crucero empiezan a esgrimir
toda clase de pretextos para incumplir la orden gubernativa de bombardear
los objetivos militares de la ciudad. El radiotelegrafista Antonio Cortejosa
capta la voz de Madrid: Os estn traicionando a vosotros y a la Repblica. Empuad las armas. Los cabos Romero y Bertalo se aduean de los
paoles, distribuyen 200 fusiles entre la marinera, organizan la lucha. Poco
despus se telegrafa a Madrid:
Dotacin detuvo jefes y oficiales, que se encuentran vigilados en sus
camarotes. Ponernos buques a disposicin del gobierno.
Cuando el Jaime I lleg a Tnger el 21 de julio, ya se haban concentrado all los buques hroes. Era una Armada asombrosa, rescatada
1.
140
141
145
Georges Oudard: Chemises noires, brunes, vertes en Espagne, Pars, 1938, pg. 40.
Georges Oudard, libro citado, pg. 41.
Dr. Junod: Warrior without Weapons, Londres, 1951, pg. 89.
Pedro de Basalda, libro citado. pg. 80.
146
en Vitoria, en los pueblos de la Rioja... Inventario calamitoso que en los meses siguientes alcanz proporciones monstruosas con los fusilamientos de
prisioneros de guerra y de civiles en Mondragn, en Marquina, en la regin
de Guernica, en Bilbao, etc.[1]
Catalua triunfante
EI 19 de julio comenz la sublevacin en Catalua.
EI episodio central de aquel gigantesco choque entre las fuerzas
rebeldes y el pueblo cataln se desarroll en Barcelona. Las masas, con
muy pocas armas, pero impulsadas por la pasin revolucionaria y ayudadas
eficazmente por la guardia de asalto, las fuerzas de seguridad y la guardia
civil, derrotaron en el espacio de 32 horas a tres regimientos de infantera,
tres de artillera, dos de caballera: y uno de ingenieros, que fueron arrastrados por sus jefes a la sublevacin, y que se haban adueado de las arterias
centrales de la ciudad.
Los comprometidos haban preparado cuidadosamente el plan de
ataque y ocupacin de Barcelona. Pero sus clculos resultaron fallidos. La
gran urbe mediterrnea, eje de la vida poltica de Catalua, ncleo dirigente
del movimiento nacional y, sobre todo, centro de un potente movimiento
obrero de abolengo rebelde y combativo, se levant inconquistable ante
los facciosos.
La influencia anarquista segua siendo predominante entre la clase
obrera de Catalua, aunque esta influencia haba sufrido durante los ltimos
cinco aos sensibles quebrantos. Segn datos publicados por el peridico
anarquista Solidaridad Obrera, los ocho principales sindicatos de la capital
catalana haban visto reducirse el nmero de sus afiliados de 105.200 en
abril de 1931 a 67.180 en mayo de 1936.[2]
En cambio se registraba un crecimiento sensible de las organizaciones
de signo marxista. EI Partido Comunista de Catalua ganaba adhesiones
y simpatas entre la masa laboriosa; su poltica unitaria se traducira por
aquellos das, como ya hemos dicho en el captulo I, en la creacin del
Partido Socialista Unificado de Catalua.
EI alzamiento militar fascista se produjo cuando los partidos obreros
catalanes culminaban el proceso de su unificacin. Y si esta circunstancia
acrecent la extraordinaria contribucin de herosmo y de sangre de sus
militantes a la lucha popular contra los rebeldes, no pudo impedir, en las
primeras semanas despus del aplastamiento de la sublevacin, el intento
de los anarquistas de monopolizar la direccin poltica en Catalua: y de
1.
2.
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148
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151
y aislar los barrios obreros haban sido desbaratados; ahora eran ellos
quienes resultaban fragmentados en pequeos focos, que iban cayendo
uno tras otro.
Alas 2 de la tarde se rindieron en la Universidad; a las tres, en el convenlo de la calle Claris; a las cinco, hacia Capitana marchaban centenares
de trabajadores armados.
La pieza ganada ante la Consejera de Gobernacin, mandada por
el comandante Prez Farrs, hizo certeros impactos en la guarida de Goded.
A las 6 de la tarde asom una bandera blanca por una ventana; pero
los obreros que se adelantaban hacia el edificio eran recibidos con una
descarga cerrada. Un grupo de trabajadores, desafiando el fuego enemigo,
forz la puerta, irrumpi en tromba en el interior del edificio y detuvo a
Goded y su Plana Mayor.
La sublevacin en Barcelona haba sido vencida. En la Generalitat,
Goded pronunci ante el micrfono estas palabras:
Declaro ante el pueblo espaol que la suerte me ha sido adversa.
En adelante, aquellos que quieran continuar la lucha no deben contar ya
conmigo.
153
155
que haban sido arrojados al calabozo por los facciosos, fueron puestos
en libertad.
As termin el combate por el Cuartel de La Montaa, que quedar
como un episodio de trascendental importancia en la epopeya que el
pueblo espaol iba a escribir y a vivir a lo largo de casi tres aos de una
difcil y desigual guerra.
EI gran poeta Antonio Machado, comparando la toma del Cuartel de
La Montaa con la jornada del 2 de mayo de 1808 escriba:
La inmortalidad del pueblo consiste, precisamente en eso: en que no
muere cuando se le asesina.
No muri entonces porque de la sangre humeante de aquellos mrtires,
surgi la primera Guerra de la Independencia, las hazaas de Mina y Juan
Martn y la derrota del Primer capitn del siglo.
No muri, egregios capitanes de nuestros das, porque el pueblo aquel,
es el mismo que lucha hoy contra el fascio de Europa entera, por defender
la integridad del suelo espaol y la libertad del mundo.
Los sublevados llevaban como rehn al hijo del lder socialista Largo Caballero.
157
158
160
Quedaba an el cuartel de Loyola, donde los facciosos se haban hecho fuertes. Las milicias populares, con las armas ganadas en los combates,
organizaron el asalto a dichos cuarteles. Urga acabar con la resistencia
rebelde, pues tropas venidas de Navarra haban llegado a Oyarzn y se
acercaban ya a Rentera.
Un factor esencial que contribuy a la derrota de los facciosos de
Loyola fue la actitud de los soldados, que huan del cuartel y se unan a las
fuerzas republicanas.
El 20 de julio, despus de varios das de asedio, los rebeldes capitularon. La mayora de los prisioneros del Loyola fueron identificados como
falangistas introducidos en el cuartel la vspera de la sublevacin y armados
y uniformados por los jefes rebeldes.
Con las armas conquistadas all por los milicianos, se equiparon varias columnas de voluntarios, que se dirigieron sobre Vitoria y salieron al
encuentro de las columnas de requets navarros que pugnaban por abrirse
camino hacia Tolosa y a los que se cerr el paso en Berstegui.
Alrededor de Irn y de los centros industriales de Guipzcoa Eibar,
Mondragn, Beasain, Villafranca, Pasajes se movilizaron las fuerzas vascas
para rechazar las columnas lanzadas por Mola sobre Irn y San Sebastin.
En sta fase se incorporaban a la lucha armada, y ya de una manera organizada, las masas nacionalistas, en particular los jvenes.
El proceso de formacin de batallones y columnas de milicianos
comienza muy pronto. Cristbal Errandona, dirigente del P.C. de San
Sebastin, mand una de las primeras unidades de milicianos que defendieron Irn.
Una columna de 600 hombres avanz hacia Vitoria y ocup Arlabn, Ochandiano y Ubidea. El frente se estableci a 20 Km. de Vitoria.
En el monte Gorbea, que se alza entre lava y Vizcaya, combatan los
mendigoxales.[1] al mando del mdico ngel Mara de Aguirretxe.
Los guardias de asalto, en una columna de 500 hombres, marcharon
sobre Ordua, en los lmites con Burgos, para impedir las infiltraciones
facciosas.
El frente Sur de Euzkadi empez a delinearse a lo largo de las Encartaciones.
Asturias en pie
Despus de la insurreccin de los mineros asturianos en octubre de 1934,
las fuerzas de derecha haban aprovechado el paso de Gil Robles por el
1.
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EI coronel Aranda se neg a armar la columna, arguyendo que en Len podan recibir
todas las armas necesarias. Aunque tena mucha prisa en hacer salir de Oviedo ese ncleo
combativo de fuerzas obreras, slo despus de una fuerte pugna accedi a entregar 250
fusiles de los guardias de asalto. Con ello, al mismo tiempo, Aranda restaba armamento
a los guardias de asalto, de los que desconfiaba.
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Los esfuerzos de las organizaciones obreras para lograr que las autoridades abandonaran sus ilusiones legalistas fueron intiles.
El general Rogelio Caridad Pita, Gobernador Militar de la plaza, reuni a los jefes y oficiales de la guarnicin pidindoles palabra de que no
se sublevaran.
Fue un intento totalmente vano. EI da 20 se sublevaron los mandos
fascistas del regimiento de infantera y de la guardia civil. Los generales Ca167
ridad Pita y Salcedo fueron detenidos por los rebeldes as como el coronel
de artillera Torrado. Todos ellos fueron fusilados.
Las sirenas del puerto llamaron a los trabajadores a la lucha. A las 2
de la tarde, una manifestacin de mujeres desfil por las calles cntricas
vitoreando la Repblica. En las barriadas obreras se levantaron barricadas,
mientras una muchedumbre inmensa de obreros, pescadores y campesinos
de los pueblos cercanos se congregaban ante el Gobierno Civil, clamando
les diesen armas.
Slo cuando las tropas cercaban la residencia del Gobernador, recibieron algunas armas sus voluntarios defensores. All se bati heroicamente el
luchador obrero Horacio Crcamo, fusilado por los falangistas. All aprendi
su ltima leccin de legalismo el Gobernador, capturado y fusilado por
los sublevados. Su valerosa mujer sera tambin detenida y asesinada, a
pesar de estar embarazada. EI pueblo cuenta que los fascistas la hicieron
abortar y luego la trasladaron en camilla al lado de la tumba de su marido
donde fue fusilada.
Al anochecer, los edificios del Gobierno Civil, el Palacio de Justicia, la
Radio y la Telefnica:, defendidos por guardias de asalto y paisanos, haban
cado tras empeada lucha. Los combates seguan en los barrios obreros.
Socialistas, comunistas, anarquistas y republicanos derramaban su sangre
en heroica hermandad.
En la calle de Fernndez Latorre, un grupo de obreros resisti hasta el
da 21, en que sucumbi entre los escombros del edificio donde se haba
hecho fuerte, que fue destruido por la artillera.
EI da 22, cuando los rebeldes eran ya dueos de la ciudad, irrumpieron
en ella los mineros de San Finx-Noya, llegados de Santiago. Con dinamita:
y algn rifle se hicieron fuertes en la estacin ferroviaria, penetraron en el
barrio de Santa Luca y salieron al centro de la ciudad, llegando hasta las
inmediaciones del Ayuntamiento.
Pero los mineros tuvieron que replegarse. En la pelea haban cado los
mejores. Varios centenares de muertos atestiguan la tenacidad y el herosmo
del pueblo corus en aquel encuentro a vida o muerte con el fascismo.
En EI Ferrol, a pocos kilmetros de La Corua, ya haba sido aplastada
tambin la resistencia republicana. La lucha comenz el da 19. Una delegacin conjunta de la U.G.T. y la C.N.T. se entrevist aquel da con el alcalde
para exigir armas: en el Arsenal las haba. Las gestiones, sin embargo, no
dieron resultado. EI jefe del Arsenal, contraalmirante Azarola, permaneca
leal a la Repblica, pero se negaba a armar al pueblo, pretextando que as
lo haba prometido a ciertos oficiales que le visitaron.
Frente al pueblo desarmado, salieron a la calle el Regimiento de Artillera de Costa N 3 el de Infantera N 29 Y uno de infantera de marina.
168
Los sublevados declararon el estado de guerra y atacaron el Ayuntamiento y la Casa del Pueblo, donde paisanos y guardias de asalto resistieron
varias horas. Al caer la noche, la ciudad haba sido ocupada y se combata
saudamente en el Arsenal. Dos ncleos leales mantenan all la resistencia:
el cuartel de las brigadas de instruccin y la drsena.
En el primero se alzaron los marineros, bajo el mando del auxiliar
Mourio. Un grupo de stos valientes rompi un tabique que separaba el
cuartel de las Escuelas y se apoder de ellas: otro grupo, encabezado por
Mourio, tom por asalto la estacin radiotelegrfica, haciendo prisioneros
a los oficiales que la defendan; al continuar su avance hacia la puerta del
dique, el heroico auxiliar fue muerto por el disparo de un oficial.
En la Base Naval, despus de la salida de los cruceros Libertad y
Miguel de Cervantes, que zarparon rumbo al Estrecho el da 18, se hallaban el crucero Cervera, el acorazado Espaa, el destructor Velasco,
el guardacostas Xauen y los torpederos 2 y 7. Todos estos barcos, con
excepcin del Velasco, se mantuvieron leales a la Repblica. En el Cervera, donde la tripulacin se vio reforzada por obreros de la Constructora
Naval, dirigi la defensa su comandante, Snchez Ferragut. En los dems
buques, la oficialidad estaba comprometida en el levantamiento fascista y
fue reducida por la marinera.
El guardacostas Xauen y los torpederos se hicieron a la mar,
con la esperanza de alcanzar un puerto leal. Pero slo lo consigui el
guardacostas Xauen; los torpederos, faltos de combustible, fueron
apresados en Puentedeume y Viveros por los fascistas, que fusilaron a
las dotaciones.
Mientras tanto en El Ferrol, una vez neutralizado el buque faccioso
Velasco por los artilleros del Cervera, quedaron este y el Espaa batindose a la desesperada. Eran dos gigantes encadenados: El Cervera estaba
en dique: el Espaa, desartillado, en reparacin. Los fascistas, dueos ya
del Arsenal, barran con fuego de ametralladora el dique, impidiendo las
operaciones de puesta a flote del Cervera.
El da 21, los sublevados recurrieron a un prfido engao: desde la
emisora de radio fingieron una llamada del Ministerio de Marina al comandante del Cervera ordenndole poner fin a la resistencia para evitar
mayores derramamientos de sangre.[1] El leal Ferragut cay en el cepo:
iz bandera blanca y comenz las negociaciones para cesar la lucha. La
condicin fundamental fue que no habra represalias. El crucero se entreg;
y los fascistas, faltando una vez ms a su palabra, fusilaron a Ferragut y a
la mayor parte de los marinos y clases.
1.
169
Lo que han hecho en Galicia, Editorial Alfa, La Habana, 1938, pg. 21.
170
171
Las vctimas del terror fascista muy pronto se contaron por millares.
En la Corua, las mujeres de los presos permanecan durante la noche
a las puertas de la crcel para tratar de impedir las sacas del amanecer.
Segn el testimonio de Hernn Quijano,[2] en la capital gallega y su trmino
se saba de ms de 7.000 hombres fusilados. En El Ferrol ya no haba lugar
en el cementerio para tanto cadver.[3]
El pueblo gallego verti raudales de sangre en La Corua, en El Ferrol,
en Vigo, en Cerdero, en Betanzos, en Mugardos, en Cerdeira, en decenas
de pueblos y villas. Galicia poda haberse salvado. La ceguera suicida de las
autoridades republicanas, que se negaron, con celo digno de mejor causa,
a darle las armas que precisaba para su legtima defensa, la condenaron a
la derrota y al martirio.
Levante derrota al fascismo
El fracaso de la sublevacin en todo Levante, y particularmente en Valencia, que el mando faccioso consideraba segura para su causa, fue uno
de los ms serios golpes que en aquellos primeros das de la sublevacin
recibieron los rebeldes.
En la historia poltica contempornea espaola, Valencia aparece
tradicionalmente como un baluarte republicano.
En que fuerzas pensaba apoyarse Franco para arrancar Valencia a
la Repblica?
En el ejrcito. En el reaccionarismo de los jefes de la guarnicin de
Valencia, situados all por Franco desde el Ministerio de la Guerra, en el
perodo del Gobierno Gil Robles, como un punto seguro de apoyo en
cualquier eventualidad poltica.
Levantndose entre Madrid y Catalua; la regin levantina encabezada
por Valencia, hubiera podido representar un eslabn clave en manos de
los sublevados, completando el cerco de la capital por el Este, y aislando a
Madrid de Catalua, de la frontera pirenaica y del litoral mediterrneo.
Los generales africanistas daban por descontada la victoria en aquella
regin, cuyas guarniciones incluan entre las que podan calificarse como
ms seguras.[4]
1.
2.
3.
4.
172
175
ron sobre el. Los dems se entregaron. Se abrieron las puertas del cuartel
y en el penetraron centenares de trabajadores que abrazaban con alegra
al sargento Fabra y a los valientes que con su decisin haban puesto fin a
una peligrosa situacin.
El Partido Comunista consider llegado el momento de atacar los
cuarteles y liquidar sin contemplaciones el peligro que representaba la
guarnicin sublevada.
EI Gobernador Civil trat de disuadir al diputado comunista Jos
Antonio Uribes de que no se emprendiese ninguna accin hasta tanto no
se conociese el resultado de las gestiones que estaban realizndose por
Senz de San Pedro, un capitn republicano, al que se haba enviado a
parlamentar con los sublevados.
El ministro de la Guerra, general Castell, hizo un viaje especial a
Valencia con el vano propsito de convencer a la guarnicin de esta ciudad
de que se mantuviera fiel a la Repblica.
Pero los militares se haban hecho fuertes en los cuarteles y no estaban
dispuestos a hacer honor a sus promesas de lealtad.
Result que el capitn Senz de San Pedro haba sido detenido por
los sublevados y, despus de un simulacro de fusilamiento, lo tuvieron en
un calabozo, de donde sali con el pelo completamente blanco.
Al amanecer comenz el asalto al cuartel. A los pocos momentos en
ste izaban bandera blanca. El Regimiento N 13 anunciaba que se renda,
pero no a las milicias, sino a la guardia civil.
Despus, y con ayuda de los guardias de asalto, se atac el cuartel de
caballera, que se entreg sin resistencia. Quedaba otro cuartel de infantera,
que igualmente se rindi poco despus. Quienes lo cercaban entraron en
l sin disparar un slo tiro.
Pudo armarse a todas las milicias antifascistas y enviar a Madrid 20.000
fusiles que los madrileos solicitaban con apremio.
De Asturias llegaron dos avionetas en demanda de ayuda y fueron cargadas con mosquetones y tercerolas que pesaban menos que los fusiles.
Poco antes de ser dominada la sublevacin lleg a Valencia Don
Diego Martnez Barrio. El mismo da de su llegada, 27 de julio, el Gobernador convoc a los representantes de los partidos y organizaciones del
Frente Popular.
La reunin fue presidida por el propio Martnez Barrio, quien inform
del objeto de su llegada.
Se trataba dijo de que el gobierno, en previsin de que Madrid
pudiera caer en manos del enemigo o quedara cercado, haba decidido
constituir en Valencia una Junta Delegada que l en nombre de aqul,
presidira, y que estara integrada por todos los partidos.
176
Recordamos que despus del triunfo del Frente Popular en las elecciones del 16 de
febrero, todos los Presos polticos que cumplan condena en las crceles y presidios
espaoles por su participacin en la insurreccin antifascista de octubre de 1934, fueron
puestos en libertad. Quedaban en los establecimientos penales la poblacin habitual de
estos.
177
Cuando llegaron los das duros para Madrid, y el enemigo clavaba sus
garras de acero en los accesos de la capital de la Repblica, la Columna de
Hierro abandon el frente de Teruel y se dirigi a Valencia so pretexto de
hacer una incursin por la retaguardia al objeto de limpiarla de las fuerzas
parasitarias que ponan en peligro los intereses revolucionarios (Sic.)[1]
El verdadero propsito de la Columna de Hierro era acudir en ayuda
de los incontrolados y establecer su dominio en la regin Levantina. El
Gobernador Civil de Valencia, Zabalza, del Partido Socialista, que haba
sustituido al republicano Solsona, no se atreva a poner coto a los desmanes
de la Columna de Hierro, temeroso de que surgieran complicaciones que
perjudicasen a la grave situacin de Madrid.
El Partido Comunista crey, por su parte, que la mejor manera de
ayudar a Madrid era poniendo coto a la bravuconera y al matonismo de la
Columna de Hierro, y as lo hizo con la firmeza y decisin que exigan las
circunstancias. Con ello se liquid una situacin de desconcierto en Levante
que poda hacer caer esta zona en manos de los sublevados.
De esta manera, la Repblica pudo disponer de todo el litoral mediterrneo, que le garantizara las comunicaciones martimas con otros pases,
hasta el fin de la guerra.
1.
Jos Peirats: La C.N.T. en la Revolucin Espaola, Toulouse, 1951, tomo I, pg. 249.
178
Henry Buckley: Life and Death of the Spanish Republic, London, 1940, pg. 216.
179
nariamente a la pasividad, amparada en pretextos legalistas, de los gobernantes, fueron derrotadas. Donde ese legalismo fue superado a tiempo,
donde las masas se aduearon de las armas por los medios a su alcance y
pasaron a, la accin ofensiva contra los facciosos, triunfaron sobre stos.
Los historiadores reaccionarios, con perfecta unanimidad, han intentado buscar la explicacin de la derrota inicial de los sublevados en la
presunta distribucin previa de armas, que, de creerles, llev a cabo el
Gobierno republicano.
La verdad histrica es que no hubo tal distribucin previa.
Ni Casares Quiroga ni Martnez Barrio dieron armas al pueblo, slo
en las ltimas horas del da 19, cuando la sublevacin ya haba estallado
en casi toda Espaa, el Gobierno. Giral dio la orden de distribuir armas; y
an entonces qued aquella sin cumplimiento, bien porque llegara tarde
o porque las autoridades militares se negaran a obedecerla.
La orden de Giral fue un acto que hace honor a los dirigentes republicanos espaoles, pero que, por lo tarda, sirvi, mas que nada, para
legalizar el armamento del pueblo que ste haba realizado por su propia
iniciativa.
Las inculpaciones lanzadas por la propaganda reaccionaria a propsito de la supuesta entrega previa de armas al pueblo; que el escritor
reaccionario Enrique Esperab llega a calificar como el hecho ms criminal
y malvado que se ha ejecutado desde que el mundo existe,[1] resultan,
adems de inconsistentes, hipcritas, ya que fueron los militares facciosos
quienes procedieron en todas partes donde pidieron a la distribucin previa
de armas entre los elementos civiles adheridos a los partidos derechistas.
R. Fernndez de Castro revela que en MeliIla los falangistas fueron al
Parque de Artillera en la maana del 17 de julio para recoger las pistolas
que all haban de facilitrseles.[2]
Segn han escrito los historiadores fascistas franceses BrasiIlach y
Bardeche, en Zaragoza, falangistas y requets se armaron febrilmente con
la ayuda de los militares facciosos.[3]
En Barcelona, estos armaron y uniformaron a 500 militantes de los
partidos de derecha.[4]
En Valladolid, en el cuartel de San Quintn los jvenes nacionalistas
encuentran todas las armas que quieren.[5]
Otro tanto hicieron los militares rebeldes en Madrid, Valencia, Gijn,
1.
2.
3.
4.
5.
180
San Sebastin y otras muchas ciudades. En fin, es bien sabido que en Navarra se haban dado armas previamente a 8.400 requets. Si los militares
facciosos no distribuyeron ms armas fue porque no tenan a quien.
La unidad de las fuerzas obreras
El motor de aquella impresionante unidad popular en la lucha contra la
rebelin militar fascista, fue la unidad obrera.
Ha venido el 19 de julio y hemos visto, que en aquella maana histrica,
como todos, absolutamente todos, sin mirarse a la cara, sin recordar, sin ver
quien tena al lado, sin ver si era el adversario de la vspera, luchaban juntos y no
tenan ms que un objetivo: asaltar la fortaleza de los elementos fascistas.[1]
181
Las M.A.O.C. fueron no slo la primera fuerza organizada y disciplinada de choque contra los facciosos, sino tambin el armazn que permiti
encuadrar en unidades de combate a millares de antifascistas, a los que no
por azar llam el pueblo milicianos.
Gracias a toda esta labor de los comunistas, uno de los factores del
plan rebelde, el de la sorpresa, considerado de primordial importancia para
el rpido triunfo de la sublevacin, qued anulado. Y el No pasaran!, que,
llamado a tener resonancias universales, lanz el Partido Comunista en aquellos das de julio, se convirti en la divisa de combate de todo el pueblo.
La Espaa leal se transform en miliciana. E incluso los que en el
campo republicano haban negado el peligro del fascismo y la necesidad
de organizaciones de autodefensa, se apresuraron a organizar sus propias
milicias.
En octubre de 1934 las masas trabajadoras de Espaa haban aprendido el valor de la unidad. A partir de entonces, sta fue encarnando en
realizaciones que no tenan pareja en ningn otro pas: el Frente Popular,
la unidad sindical, la unificacin de las juventudes, las relaciones cada da
ms estrechas entre socialistas y comunistas... Todo ello haba creado aquel
terreno fecundo en el que germin la esplndida cosecha de la unidad
combativa de julio de 1936.
Clara expresin de ste ambiente unitario fue el documento firmado
el 13 de julio de 1936 por Manuel Lois en nombre de la U.G.T.; Santiago
Carrillo, por la J.S.U.; Jos Daz, por el P.C.E.; Edmundo Domnguez, por
la Casa del Pueblo de Madrid, y Luis Jimnez de Asa, por el P.S.O.E.,
en el que se estableca una coincidencia absoluta y unnime frente a la
amenaza del golpe militar.
Esta coincidencia deca el documento no es meramente circunstancial; por el contrario, se propone subsistir permanentemente, en tanto
las circunstancias lo aconsejen, para fortalecer el Frente Popular y dar cumplimiento a los designios de la clase trabajadora, puestos en peligro por los
enemigos de ella y de la Repblica.[1]
El 18 de julio, al conocerse la sublevacin del ejrcito en Marruecos, los rganos dirigentes del Partido Comunista y del Partido Socialista
publicaron otra nota conjunta poniendo en pie de guerra a sus militantes.
Al mismo tiempo el Comit Regional de la C.N.T. de Catalua, en un
manifiesto firmado el da 18, proclamaba:
Hay que actuar, pero con energa, firmeza y AL UNSONO, A LA VEZ,
TODOS JUNTOS. Que nadie se asle! Que se estrechen los contactos. Que
1.
182
En Asturias, en Levante y en otras regiones se crearon Comits unitarios a los que por primera vez se incorporaba la C.N.T.
Cierto que hubo errores en algunos lugares; cierto tambin que unos
actuaron con ms decisin o ms intensidad que otros. Pero, en conjunto,
fueron aquellos das de maravillosa unidad, das gloriosos y heroicos para
todas las fuerzas populares, bien fueran comunistas, socialistas, anarcosindicalistas, republicanos o nacionalistas. Todos lucharon en emulacin
ejemplar.
La unidad combativa de la clase obrera y del pueblo espaol en su
conjunto, salvaron a la Repblica.
Espaa dividida
El 22 de julio de 1936 ya se poda hacer el primer balance de la lucha entre
los sublevados y las masas populares.
Las previsiones estratgicas del plan elaborado por los generales
africanistas haban fallado en sus puntos bsicos.
Al fracasar la sublevacin en la flota, slo una mnima parte del ejrcito
de frica pudo ser trasladada rpidamente a la Pennsula.
En Santander, Euzkadi y Levante, donde el xito de la sublevacin se
daba por descontado, esta haba sido dominada por las fuerzas populares.
De las cuatro columnas que los facciosos imaginaron lanzar sobre
Madrid, slo dos pudieron ser enviadas la de Valladolid y la de Navarra y
an estas haban sido contenidas en la Sierra.
Los generales africanistas, equivocados por el espectculo de desmayos y claudicaciones que daban los gobernantes republicanos, se haban
olvidado del pueblo espaol al elaborar su plan de la sublevacin.
sta, como tal, haba fracasado. Ahora, la lucha armada, enconada y
violenta, discurra ya por otros derroteros y en una nueva situacin, determinada por la divisin geogrfica y poltica de Espaa que la rebelin haba
provocado. Durante mucho tiempo habra que hablar de dos Espaas: la
republicana y la fascista. En otras palabras, la sublevacin haba desembocado en una guerra civil.
Pero una guerra civil que los sublevados tenan perdida, de mantenerse
en el marco de una contienda entre espaoles.
Para persuadirse de ello bastaba lanzar una ojeada al mapa de Espaa.
1.
183
184
185
Segn el ex ministro de Estado lvarez del Vayo, de. 15.000 jefes y oficiales con que
contaba el ejrcito espaol (de ellos 10.698 en activo), 500 participaron en la lucha contra
la sublevacin fascista. El general Vicente Rojo, en su libro Alerta a los pueblos, asegura
que 2.000 militares profesionales se mantuvieron fieles al rgimen constitucional.
187
dez Reina; los comandantes Seco, Izquierdo y Juan Villasn; los capitanes
Rotger y Laret y otros muchos.
En Andaluca los generales Villa Abrille y Campins, el comandante de
artillera Mariano Zapico Gobernador Civil de Cdiz, el coronel Allanegui, el teniente coronel Berzosa, el capitn de fragata Toms Azcrate, el
capitn de corbeta Biondi y el capitn de aviacin Burguete.
En Valladolid, el general Molero, el comandante Leal Travieso y el
capitn Rioboo. En Burgos, los generales Batet y Mena. En Pamplona, el
comandante Rodrguez Mendel. En Zaragoza, el general Nez de Prado y
el comandante Len. En Madrid, el coronel Carratal. En Alcal de Henares,
el coronel Monterde. En Gijn, el capitn Gmez. En Oviedo, el comandante Ros. En la Corua, los generales Salcedo y Caridad Pita. En El Ferrol,
el contraalmirante Azarola y el capitn Snchez Ferragut. En Pontevedra,
el capitn Juan Rico Gonzlez.
Esta lista recoge slo los nombres ms conocidos y podra ser completada con los de decenas de jefes y oficiales que, detenidos inicialmente
por los sediciosos, desaparecieron despus sin dejar rastro.
A pesar de que consiguieron incorporar al movimiento faccioso a la
gran mayora de los jefes y oficiales del ejrcito, los generales que encabezaban la rebelin mostraron, desde el primer momento, que tenan poca
confianza en las unidades de la Pennsula para la lucha contra el pueblo. Por
eso su estrategia se basaba en el empleo de las tropas legionarias y marroques del ejrcito de frica y en los apoyos exteriores de Italia y Alemania.
Reflejando esta actitud de los jefes rebeldes si bien incurriendo en
una evidente exageracin, el historiador franquista Manuel Aznar afirma
en su libro Historia Militar de la Guerra de Espaa que fuera del ejrcito de
frica los sublevados no contaban con soldados.[1]
La realidad es que los jefes rebeldes no se fiaban de los soldados
espaoles.
Es cierto que en muchas guarniciones pudieron sacar las tropas a la
calle. Pero las causas que haban permitido a los jefes facciosos arrastrar a
sus tropas a la rebelin, eran fundamentalmente las siguientes: la coaccin
de una disciplina terrorista, el engao sobre los fines de la sublevacin (en
casi todos los sitios los soldados salieron a la calle al grito de Viva la Repblica!) y el aislamiento de los soldados, encerrados en los cuarteles y casi
privados de contactos excepto en Barcelona, Madrid y en algunos otros
sitios con las organizaciones obreras. Ni el gobierno ni la mayora de los
oficiales republicanos se haban preocupado de advertir y preparar a los
soldados para que no se dejasen maniobrar por los jefes fascistas.
1.
188
189
190
M. Aznar, libro citado, pg. 111. (Vanse tambin las pgs. 134 y 144.)
Ibidem, pg. 144.
Arrars, libro citado, pgs. 273-274.
191
2.
192
LA
INTERVENCIN
EXTRANJERA
CAPTULO
193
III
194
195
196
llegaron el 22 de julio, siendo recibidos por el ministro de Negocios Extranjeros de Italia, y yerno de Mussolini, conde Ciano. A Roma lleg tambin,
desde Burgos, el 24 de julio, el dirigente monrquico que haba firmado
en 1934 el pacto con Mussolini, Antonio Goicoechea, acompaado
por Sainz Rodrguez. Juan March se traslad asimismo, en esos das, a la
capital italiana, en la que actu como representante de Franco cerca del
Gobierno de Mussolini.[1]
La primera ayuda de Mussolini a Franco consisti en el envo de once
aviones Savoia 81, que salieron de Cerdea el 27 de julio en direccin de
Nador, Marruecos. Dos de dichos aviones, por falta de gasolina, tuvieron
que hacer un aterrizaje forzoso cerca de Bekrane (Marruecos Francs); otro
se estrell en Zaida (Argelia).
Para ayudar a los pilotos italianos a disimular su condicin de tales,
una avioneta espaola lanz cerca del lugar donde se hallaban los aviones
italianos un paquete con uniformes de la Legin Extranjera.[2] Pero el ardid
fracas. Los pilotos haban sido detenidos por la gendarmera francesa. Sus
documentos atestiguaban que eran oficiales y suboficiales de la Aviacin
Militar Italiana.
La llamada batalla del Estrecho
La primera victoria de Franco, segn relata el general italiano Belforte en su
libro La campagna dei voluntari italiani, fue ganada en el Estrecho de Gibraltar, al conseguir el paso de tropas legionarias y moras. A esta victoria se debe
el hecho de que la revolucin no fuera sofocada en su nacimiento.[3]
El que la revolucin no fuera sofocada en su nacimiento no se debi
al genio de Franco. Fue el resultado de la intervencin militar y poltica de
Hitler y Mussolini y de las grandes potencias imperialistas en ayuda de los
sublevados.
Lo que se ha dado en llamar batalla del Estrecho tuvo dos fases principales: una, militar, el paso por aire y por mar del Ejrcito Expedicionario
de frica, al mando del general Franco, de Marruecos a la Pennsula. Esta
operacin fue llevada a cabo principalmente por la aviacin de Alemania
e Italia, con el apoyo de las flotas de guerra de dichos pases.
La otra fase, poltico-diplomtica, consisti en la decisin de las autoridades internacionales de Tnger (ciudad que se hallaba entonces regida
por un Estatuto Internacional sui generis, pero en el marco del cual predominaba la influencia de Inglaterra y de Francia) de obligar a la flota de
1.
2
3.
197
Y reconoce que ello fue posible gracias al envo por Hitler y Mussolini
de fuerzas areas propias, tripuladas por alemanes e italianos.[4]
Herbert Feis (que ha ocupado altos cargos en la Embajada de EE.UU.
en Espaa) escribe que ese puente areo poda asegurar el traslado, utilizando aviones Junkers, de mas de 14.000 hombres en el plazo de una
semana.[5]
Fueron asimismo transportados por avin cientos de toneladas de
material: un numero elevado de caones.[6] muchas ametralladoras pesadas,
municin, etc., etc.
Esa operacin de guerra, llevada a cabo por aviadores militares alemanes, fue colocada bajo una cobertura comercial: la HISMA (abreviatura
de Compaa Hispano-Marroqu de Transporte) que se fund precisamente a ese efecto, y que haba de convertirse muy pronto en una poderosa
compaa econmico-militar, dependiente directamente de Goering, y
encargada de transportar y distribuir todos los envos de material de guerra
1.
2.
3.
4.
6.
198
de Alemania a la zona ocupada par los sublevados y de llevar a Alemania las mercancas espaolas. Al frente de la HISMA se encontraba el ya
citado Johannes Bernhardt, que habiendo regresado de su viaje a Berln y
Bayreuth, actuaba como el enviado personal de Hitler cerca de Franco.[1]
y dispona incluso de un enlace telefnico directo para comunicarse con
este en cualquier momento del da o de la noche.[2]
La aviacin alemana no se limit a organizar el puente areo al que
nos hemos referido. Junto con los aviones italianos, emprendi6 el sistemtico
bombardeo de los barcos de guerra fieles a la Repblica, que patrullaban en
la zona del Estrecho.[3] Los aviones alemanes e italianos, desde su aparicin
en el cielo espaol, empezaron sus criminales bombardeos de ciudades
abiertas, de aldeas y zonas donde no haba ningn objetivo militar. Numerosas ciudades, entre ellas Guadix, Mlaga, Badajoz, Cartagena, y un poco
ms tarde Irn y Madrid, fueron vctimas de los centenares de bombardeos
efectuados por los alemanes e italianos slo en los meses de julio y agosto,
bombardeos con los que queran poner de rodillas al pueblo espaol.
Otro factor vino a modificar profundamente la situacin en la zona del
Estrecho: la llegada, el 2 de agosto, de una escuadra alemana encabezada
par el acorazado de bolsillo Deutschland, a la sazn la unidad ms potente de la flota alemana. El Deutschland fonde en el puerto de Ceuta;
el almirante Carls, jefe de la escuadra alemana, baj a tierra y se traslad
a Tetun, donde celebr, acompaado por Bernhardt y Langenheim, una
entrevista con Franco.
Era la primera vez, desde haca ms de 20 aos, que un barco de
guerra alemn tocaba un puerto de Marruecos. La actitud capituladota de
Inglaterra y Francia alentaba a Hitler a hacer acto de presencia en una regin
que haba estado vedada hasta entonces al imperialismo alemn.
La visita del Deutschland a Ceuta responda a objetivos polticos
y militares.
Era una primera demostracin oficial y pblica, de parte de Alemania, de su simpata hacia la sublevacin fascista, y personalmente hacia el
general Franco.
Desde el punto de vista militar, el Deutschland, y otros barcos de
guerra alemanes, intervinieron en operaciones navales contra la flota republicana y contribuyeron en gran medida a posibilitar el paso de un convoy
de tropas de frica a Espaa. El 3 de agosto, cuando Franco preparaba en
Ceuta el embarco de las tropas destinadas a Algeciras, el Deutschland
1.
2.
3.
199
200
Foreign Relations of the United States-Diplomatic papers, 1936, vol. II, pg. 469. En adelante se mencionarn estos documentos por las siglas D.D.EE.UU., indicando adems
el ao y el volumen.
D.D.EE.UU., vol. II, 1936, pg. 445.
He aqu la descripcin que hace el escritor fascista francs Georges Oudard, en la pg.
193 de su libro ya citado, de ese hecho:
La aviacin legionaria italiana mandada por el general Federigi, explora atentamente el mar por la maana y consigue hacer huir, arrojndoles algunas bombas, a varios
barcos de la flota enemiga. Despus del medioda, un aparato italiano ejecuta un nuevo
reconocimiento, y persigue con encarnizamiento a un contratorpedero que huye a toda
marcha echando humo para cubrir su retirada. EI avin lanza entonces por radio la seal
convenida a Ceuta: el convoy puede pasar ahora.
201
202
203
204
205
Segn lvarez del Vayo, libro citado, pg. 59, fueron mas de 50.000.
D.D.EE.UU., vol. I, 1937, pg. 247.
Heinrich Doehle: Die Orden und Ehrenzeichen des Grossdeutschen Reichs, Berln, 1941,
pgs. 14 y 15.
D.P.E.A. (Ed. Inglesa), pg. ,892. (Es muy probable que esta cifra est por debajo de la
realidad, puesto que, en septiembre de 1937, en una conversacin con Mussolini, el
Consejero Von Bulow declar, que los compromisos contrados por Alemania sumaban
ya entonces unos 500 millones de marcos.) Ver D.P.E.A. (Ed. inglesa), vol. I, pg. 5.
206
207
Desde el primer momento, y por obvias razones estratgicas, Mussolini tuvo un empeo especial en hacer acto de presencia en las Baleares.
Cuando las milicias catalanas desembarcaron en Mallorca, Mussolini
envi all aviones de caza y de bombardeo que, a partir del 27 de agosto
de 1936,[1] atacaron sistemticamente a las tropas republicanas y al barcohospital Marqus de Comillas.
Poco despus, destacamentos de Camisas Negras se trasladaron a
Mallorca, que fue durante varios meses, hasta finales de 1936, el feudo casi
personal del siniestro cabecilla fascista Arconovaldo Bonaccorsi (Conde
Rossi); las bandas capitaneadas por ste, llamadas Dragones de la Muerte, cometieron all crmenes sin cuento.[2] Ejecutaron a 2.000 personas, en
Palma de Mallorca, en un plazo de das.[3]
Pollensa se convirti en una base naval italiana.
En Mallorca tuvo la aviacin italiana, en todo el curso de la guerra,
una de sus principales bases de operaciones.
Mucha sangre italiana se ha derramado, y las Baleares han sido salvadas
con la ayuda de hombres y material italiano
3.
4.
5.
208
Los siguientes datos generales permiten hacerse una idea de las dimensiones gigantescas que tuvo la intervencin italiana:
Mussolini envi a Franco en el curso de la guerra:
1.930
7.514.537
240.747
324.900.000
10.135
7.633
950
caones.
proyectiles de artillera.
armas ligeras.
cartuchos para armas ligeras.
armas automticas.
vehculos de motor, etc.[1]
tanques y carros blindados.[2]
Por otro lado, 91 barcos de guerra, de superficie y submarinos, italianos tomaron parte en la guerra contra la Repblica. Mientras que otros
92 buques se ocupaban del transporte.[3]
Mussolini, en septiembre de 1937, durante una de sus visitas a Alemania se ufanaba de que su flota haba hundido ya 200.000 toneladas de
barcos mercantes; y que los torpedeamientos continuaran.[4]
En cuanto a la aviacin, Ciano declar en su entrevista con Hitler del
28 de septiembre de 1940, que mil aviones italianos haban participado en
la guerra de Espaa.[5]
Segn los datos publicados en la prensa italiana de junio de 1939, los
pilotos italianos efectuaron en Espaa 5.318 bombardeos, y en total 86.420
raids. Arrojaron 11.584 toneladas de explosivos.[6]
Las cifras siguientes son la mejor prueba del predominio abrumador
de los alemanes e italianos en la aviacin que combata contra el pueblo
espaol: de los aviadores hechos prisioneros por la Repblica en el curso
de 1-2 meses, 98 (0 sea, el 60%), eran italianos; 49 (0 sea, el 30%) eran
alemanes, y 16 (0 sea, el 10%), espaoles.[7] Esa era la aviacin llamada
nacionalista!
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
Cifras publicadas por la agencia de prensa fascista Stefani el 27 de febrero de 1941 (ver
New York Times del 28 de febrero de 1941).
Cifra publicada por el coronel Vivaldi, y citada por Pierre Brou y Emile Temin: La
Revolutin et la Guerre dEspagne, Pars, 1961, pg. 320.
Agencia Stefani (vide supra).
D.P.E.A., vol. I, pg. 5. Muchos autores utilizan la cifra de fuente italiana, de 72.800 toneladas, publicada despus de la guerra, pero que a todas luces es inferior a la realidad.
D.P.E.A. (Ed. inglesa), vol. III, pg. 933. La agencia Stefani dio la cifra de 763 aviones,
repetida luego por muchos autores.
John T. Whitaker: Prelude to World War, artculo publicado en la revista oficiosa norteamericana Foreign Relations, octubre, 1942, pg. 111.
lvarez del Vayo, libro citado, pg. 66.
209
A diferencia de Alemania, Italia envi unidades completas de su ejrcito de tierra a Espaa. Segn las fuentes oficiales alemanas, ya en agosto
de 1936 Mussolini mand los primeros destacamentos de infantera.
En cuanto a la cifra global de soldados y oficiales italianos enviados
a Espaa, la revista oficiosa italiana Forze Armate, del 8 de junio de 1939,
destacaba que 100.000 soldados italianos,[1] armados y equipados, participaron en la guerra contra la Repblica espaola.
El dirigente socialista italiano Pietro Nenni da en su Libro Spagna La
cifra de 120.000 italianos.[2]
Neville Chamberlain refiere que, en Munich, Mussolini
me dijo que estaba harto de Espaa, donde haba perdido 50.000
hombres entre muertos y heridos.[3]
210
211
212
La intervencin de las potencias fascistas en la guerra contra la Repblica espaola persegua asimismo objetivos econmicos. El capital monopolista alemn quera asegurarse posiciones preferentes en la economa
espaola en detrimento de sus rivales ingleses, franceses y norteamericanos.
Sobre todo en las minas.
En un artculo publicado en el peridico National Zeitung en 1938,
Goering, el dictador econmico de la Alemania nazi, escriba:
En el Oeste de Europa ha surgido un Estado nacional aliado al Eje RomaBerln. Este Estado es el ms rico de Europa en materias primas necesarias para
una guerra moderna.
213
214
215
216
217
Sobre la fecha de esta reunin existen discrepancias entre los diferentes autores franquistas. Kindeln da la fecha (desconocida en el calendario) del 31 de septiembre. Pero
es una cuestin de detalle que no reviste mayor importancia.
Kindeln, libro citado, pg. 55.
Ibidem. (El subrayado es nuestro.)
Kindeln, libro citado, pg. 56.
218
Ibidem.
Ibidem.
D.P.E.A. (Ed. norteamericana), pg. 107.
Payne, Iibro citado, pgs. 129-130. (El subrayado es nuestro.)
219
mismo Jefe del Estado y designando una Secretara General del Jefe del
Estado, una Junta Tcnica, una Secretara de Relaciones Exteriores y un
Gobernador General, a la vez que disolva la Junta de Burgos. Mola fue
confirmado como jefe del ejrcito del Norte; Queipo, del del Sur; Orgaz,
Alto Comisario en Marruecos; Dvila fue nombrado jefe del Estado Mayor
General y Presidente de la Junta Tcnica; Cabanellas qued totalmente
desplazado, con el ttulo de Inspector General del Ejrcito.
No se interrumpieron, despus del nombramiento de Franco, sus ntimas relaciones con Canaris. Al contrario. Este hizo muy frecuentes viajes
a la Pennsula durante toda la guerra de Espaa.
Cuando Hitler tena que plantear a Franco alguna cuestin de excepcional importancia, no enviaba a un ministro de su gobierno, no utilizaba
al embajador nazi en Salamanca ni a los generales alemanes que tenan
mando en Espaa... El almirante Canaris vena a Espaa y se entrevistaba
secretamente con Franco.
Despus de la muerte de Canaris en 1945, Franco no slo acogi a
su viuda en Espaa, sino que le asign una pensin personal a cuenta del
erario espaol.[1]
1.
220
221
Oliveira Salazar intervino personalmente en esta cuestin, segn declara, en un informe del 22 de agosto de 1936, el Encargado de Negocios
alemn en Lisboa:
El Presidente del Consejo Salazar dice ...es quien facilita a los revolucionarios (lase fascistas. Nota de los autores) la adquisicin de material de
guerra de todo tipo. El revoca pura y simplemente a los aduaneros que no
parecen seguros... Me informan de fuente cierta que incluso ha autorizado
el trnsito por Portugal de un transporte de municiones de Sevilla a Burgos,
antes de que la toma de Badajoz permitiese el enlace entre los ejrcitos del
Norte y del Sur, y que el mismo vigil la ejecucin de este paso.[1]
222
1.
223
224
Un aspecto peculiar de la intervencin extranjera fue la utilizacin por los rebeldes de carne de can marroqu para la guerra contra la Repblica.
No se trataba en este caso de la intervencin de un Estado extranjero:
Marruecos se hallaba totalmente privado de soberana y dividido en dos
zonas de Protectorado, la francesa y la espaola. EI Sultn estaba sometido
a los dictados del Residente General francs.
Hubo, no obstante, intervencin extranjera en el sentido de que
Franco pudo reclutar y utilizar un nmero muy elevado de soldados extranjeros procedentes de las regiones ms atrasadas e incultas de Marruecos,
y lanzarlos al asalto de las aldeas y ciudades espaolas, ofrecindoles el
monstruoso aliciente del pillaje.
Y esto, que moralmente era un crimen sin precedente en la historia
europea contempornea, y jurdicamente una violacin descarada de los
tratados internacionales referentes a Marruecos, fue aceptado, e incluso facilitado por las potencias imperialistas signatarias del Acta de Algeciras.[1]
Las tropas moras desempearon en los primeros momentos un papel
muy importante. Ya hemos visto con qu urgencia Franco envi a la Pennsula, por aire y mar, gracias a las flotas y aviaciones de Italia y Alemania,
las tropas regulares moras que se hallaban ya encuadradas en el ejrcito
espaol de frica. Pero eso no le bastaba. Rpidamente fue organizada
la movilizacin en masa de la poblacin masculina de Marruecos, con el
apoyo de los cades, viejos servidores del colonialismo espaol.
Algunas regiones del Norte de Marruecos quedaron casi despobladas
de varones: desde los muchachos de 16 aos hasta los ancianos, todos
estaban en el ejrcito fascista. Los generales sublevados hacan personalmente responsables a los cades y seores feudales de ese reclutamiento,
aplicndoles brutales medidas represivas en caso de desobediencia.
Franco movilizaba preferentemente a los moros procedentes de
los territorios donde la poltica colonialista espaola haba mantenido a
los habitantes en condiciones infrahumanas de atraso, de ignorancia y
primitiva rudeza, como el Rif, Ifni, etc. Y se aprovechaba de ese atraso, de
1.
225
esa incultura y de esa rudeza para incitar a las tropas moras a cometer los
crmenes ms monstruosos y las violencias ms bestiales y sembrar el terror
entre la poblacin espaola.
Las tropas marroques constituyeron, al lado del Tercio Extranjero,
la fuerza de choque con la que Franco pudo apoderarse de gran parte de
Andaluca y avanzar desde Algeciras hasta las puertas de Madrid.
Pero si los cades de la zona Norte de Marruecos prestaron desde el
primer momento una ayuda considerable a los generales sublevados, en
otros sectores de la poblacin marroqu no tardaron en levantarse voces
de protesta contra el reclutamiento de soldados moros para hacer la guerra
contra el pueblo espaol. Y uno de los factores que empujaba a Franco a
acelerar al mximo el embarco de las tropas moras con destino a la Pennsula, era precisamente el temor de que los chispazos de inconformismo
consiguieran soliviantar el nimo de los soldados marroques.
Los ,grupos comunistas que existan entonces en Marruecos, sobre
todo en la Zona francesa, pese a su escasa fuerza y dbil organizacin,
realizaron una abnegada y enrgica accin de solidaridad con el pueblo
espaol.
Los antifascistas marroques, residentes en Espaa, considerando que
los generales rebeldes eran enemigos del pueblo marroqu, constituyeron
en Madrid un batalln de milicias que se integr en las filas gloriosas del
5 Regimiento.[1]
En el territorio mismo de Marruecos se produjeron acciones importantes de resistencia al reclutamiento de tropas moras para el ejrcito de
Franco.
En el Rif, en el Sahel y en otros lugares, se produjeron choques entre
las tropas fascistas y grupos de marroques que se oponan al alistamiento,
a las requisas de ganado y al cobro de los impuestos ordenados por los
generales sublevados.
En Alcazarquivir, el cad se neg a cumplir las instrucciones que le
dieron los fascistas.
EI antiguo Gran Visir de Abd el Krim, Sidi Mohamed Aser Kan, que
se encontraba en la Zona francesa, dirigi un mensaje a las cbilas de Beni
Urriaguel, en el Rif, llamndolas a no dejarse alistar por los fascistas.
EI 5 de septiembre de 1936, el Sultn de Marruecos dirigi una carta
al Residente General de Francia en Rabat en la que deca:
Asistimos con gran tristeza a las luchas que desgarran a un pas amigo
Adems de sentirnos emocionados por los sufrimientos de nuestros sbditos,
lamentamos profundamente que algunos de ellos puedan ser llamados a
1.
226
sostener una guerra sin merced, no para defender contra una intervencin
extranjera el gobierno con el que estamos en relacin, sino al contrario,
para sostener las empresas de aquellos de sus propios hijos que pretenden
derribarlo.[1]
227
Los hechos ocurrieron, en lo fundamental, como los describe Rezette, independientemente de que su interpretacin sea discutible y de que
cometa ciertos errores.
Habiendo fracasado en sus gestiones en Madrid, la delegacin marroqu se dirigi a Barcelona y se puso en contacto con los dirigentes de
los partidos polticos y organizaciones sindicales de Catalua.
Sobre esta segunda etapa del viaje de la delegacin marroqu estamos
mejor informados gracias al testimonio del dirigente del P.S.U.C. Rafael
Vidiella, el cual estuvo personalmente en relacin con ella.
Lo que reivindicaban los delegados nacionalistas marroques no era la
independencia del Rif, como dice Rezette. Eran ms modestos: pedan una
declaracin del Gobierno de la Repblica concediendo a la Zona espaola
del Protectorado de Marruecos la misma autonoma poltica y administrativa
de la que gozaba Catalua en virtud de su Estatuto.[2]
Todas las fuerzas polticas catalanas decidieron apoyar esa reivindicacin, y teniendo en cuenta que, entretanto, se haba constituido un nuevo
gobierno, el presidido por Largo Caballero, acordaron enviar a Madrid una
delegacin catalana para gestionar se diese satisfaccin a las demandas de
los marroques.
La delegacin, de la que formaba parte en nombre de la U.G.T. Rafael
Vidiella, se entrevist en primer lugar con Prieto, recin nombrado ministro
de Marina y Aire; este dijo que, de plantearse el problema en el Consejo
de Ministros, votara contra la concesin de la autonoma a Marruecos, ya
1.
2.
228
229
Mientras rechazaban las propuestas del Partido Comunista encaminadas a facilitar el levantamiento contra Franco de la poblacin marroqu, el
Jefe del Gobierno y otros ministros tomaron iniciativas que estaban llamadas
a fracasar por su falso abordamiento del problema.
Fue enviado al Marruecos francs uno de los hombres de confianza
de Largo Caballero, Carlos de Baraibar, que se haba distinguido en las
columnas de Claridad por el tono demaggico y violento con que excitaba
las diferencias en el seno del Partido Socialista. Las gestiones de Baraibar
partan no de una base poltica democrtica, sino de una concepcin tpicamente colonialista: su plan era comprar a determinados cades o jefes
de cbilas. El resultado fue doblemente lamentable: el gobierno perdi
enormes cantidades de divisas confiadas a Baraibar y no se obtuvo ningn
resultado prctico.[2]
Mientras tanto, los nacionalistas burgueses de la Zona espaola de
Marruecos, a la vista del fracaso de las delegaciones enviadas por ellos a
Madrid y Pars, se orientaron resueltamente hacia la colaboracin con los
generales facciosos. Estos desarrollaron una poltica demaggica y prfida
de cara a los nacionalistas marroques, prometiendo concederles las libertades de palabra, de prensa y de reunin, la autonoma de Marruecos, e
incluso la independencia, despus de la guerra. Pusieron en libertad al lder
nacionalista Abd el Jalek Torres
una vez que este prometi que el movimiento nacionalista controlado
por l dara su adhesin al general Franco.[3]
Franco necesitaba reclutar hombres y garantizar la seguridad de su
retaguardia escribe Rezelle para llevar a cabo la aventura que haba emprendido. Por ello estuvo contentsimo de negociar con Abd el Jalek Torres
para obtener que los nacionalistas de la zona abandonasen a sus antiguos
aliados y diesen apoyo a los rebeldes.[4]
1.
2.
3.
4.
230
231
232
La Ley de Embargo
La poltica oficialmente proclamada por el Gobierno de EE.UU., al estallar
la guerra de Espaa, fue la de observar una actitud neutral y abstenerse
de toda interferencia.
La primera definicin oficial de esta actitud fue una circular enviada el 7
de agosto de 1936 por Phillips, que haca las veces de Secretario de Estado,
a todos los cnsules norteamericanos en Espaa, en la que se aconsejaba
a los ciudadanos de EE.UU. que, siguiendo el ejemplo de su gobierno, se
abstuviesen de toda interferencia en la lucha espaola.[1].
En esa misma circular, el Gobierno yanqui reconoca que la Ley de
Neutralidad votada par el Congreso de EE.UU. en 1935 (y que prohiba a
las empresas norteamericanas vender armas a los pases en guerra) no era
aplicable al caso de Espaa, por tratarse de un conflicto interior y no de
una guerra entre diferentes Estados. Por lo tanto, no exista ninguna base
legal para modificar o interrumpir el sistema vigente de un libre intercambio
comercial entre el Gobierno legal de Espaa y los EE.UU.
Dejar las cosas como estaban, eso hubiese sido una autntica no
interferencia en los asuntos de Espaa.
Pero muy pronto los hechos demostraron que el Gobierno de EE.UU.
se colocaba de hecho al lado de los facciosos, participando en el cerco de
la Repblica espaola y negndole los medios que necesitaba para defenderse de la agresin de que era vctima.
La poltica oficial yanqui se perfil el 10 de agosto de 1936:
Al consultar la compaa Glenn L. Martin al Departamento de Estado
sobre la conveniencia de cumplir un contrato, ya antiguo, con el Gobierno
espaol, referente a la venta de 8 aviones, la respuesta del Gobierno de
EE.UU. consisti en enviar a esa compaa copia de la citada circular a los
cnsules, con la siguiente coletilla: la venta de los aviones... no correspondera al espritu de la poltica del gobierno.[2]
1.
2.
233
F. J. Taylor, The United Status and The Spanish Civil War, Nueva York, 1956, pg.81.
234
235
2.
3
Herbert Feis, libro citado, pg. 269; Van der Esch, libro citado, pg. 49; Colodny, libro
citado, pg. 1; Manuel Aznar, en su libro Historia militar de la guerra de Espaa (edicin
de 1940, pg. 876), confirma lo dicho por los dems historiadores del modo siguiente:
Una gestin afortunada cerca de una gran compaa, de antiguo conocida, resolvi el
problema, aunque dicha compaa estaba ligada a la CAMPSA roja por un contrato. La
mencionada Sociedad, comprendiendo perfectamente el sentido del movimiento espaol
(fundamentalmente anticomunista y de independencia patria) se ofreci a los requerimientos de Burgos, vendi al Gobierno de Franco todos los productos que necesitaba la
Junta Tcnica y puso su flota a disposicin del alzamiento; cuando se le consult sobre
la forma de pago, contest, en telegrama cursado un da de octubre de 1936... no se
preocupe del pago... EI hecho es que las autoridades militares encontraron casi resuelto
este gravsimo problema del combustible, y las Fuerzas del Aire han podido consumir
ms de 100 millones de litros sin que jams se haya interrumpido el suministro.
Foltz emplea el termino Familia en el sentido de la oligarqua.
Charles Foltz, libro citado, pg. 52. (EI subrayado es nuestro.)
236
de Italia y 1.800 de Alemania. Hay que agregar que los camiones de EE.UU.
eran vendidos a precios inferiores a los de las potencias del Eje.[1]
En cuanto a las cantidades de gasolina que fueron enviadas por los
EE.UU. a Franco, Herbert Feis (que fue consejero econmico de la. Embajada
norteamericana en Madrid en los aos 1941-42) ha publicado los datos
siguientes, referentes exclusivamente a las ventas de la Texaco:
1936
1937
1938
1939
434.000 toneladas
420.000
478.000
624.000 [2]
Independientemente de si hubo una consulta de los trusts del petrleo al Gobierno de EE.UU. acerca de la cuestin poltica de si deban, o
1.
2.
3.
4.
5.
237
Las dudas o el arrepentimiento que pudo tener Roosevelt, no modifican el hecho de que la poltica de EE.UU., en relacin con la guerra de
Espaa, fue determinada, en todo momento, por los intereses de los rapaces
1.
2.
The Public Papers and Addresses of F: D. Roosevelt, 1938, London, 1941, pg. 285. (El
subrayado es nuestro.)
F. J. Taylor, libro citado, pg. 206.
238
1.
2.
*
3.
239
240
V. LA NO INTERVENCIN
Primeras felonas
Cuando estall la guerra, las relaciones econmicas entre Espaa y Francia
estaban regidas por un Tratado de Comercio firmado en diciembre de 1935,
una de cuyas clusulas secretas, incluida a peticin del Gobierno francs,
obligaba al espaol a comprar a Francia material de guerra, especialmente
de aviacin, por la suma de 40 millones de francos.[l]
Estaban incluso en curso de ejecucin ciertos contratos (uno con la
casa Hotchkiss) para dar cumplimiento a la citada clusula.
La existencia de ese Tratado, la tradicional afinidad poltica entre las
fuerzas de izquierda de Espaa y Francia, vitalizada por la existencia en
ambos pases de gobiernos apoyados en mayoras de Frente Popular, la
amistad que una al Presidente del Consejo de Ministros del pas vecino,
Len Blum, con varios dirigentes socialistas espaoles, eran causas ms que
suficientes para que el Gobierno Giral, poco despus de su constitucin, se
dirigiera al Gobierno francs solicitando la adquisicin de ciertas cantidades
de armamento diverso, y en particular de aviones.
La primera respuesta de los crculos gubernamentales franceses fue
favorable. Ello no caus sorpresa en Madrid, pues la posibilidad de recibir
material de guerra de parte de Francia se daba por descontada.
Inmediatamente se pusieron en movimiento, por muy diferentes
canales, las fuerzas imperialistas interesadas en impedir la derrota de la
sublevacin fascista.
EI 22 de julio por la tarde, el embajador francs en Inglaterra, Corbin,
telefone a su gobierno expresando la inquietud de los crculos oficiales
britnicos y rogando a Blum acompaase al da siguiente a su ministro de
Negocios Extranjeros, Delbos, en la visita que este deba efectuar a Londres segn planes fijados ya con anterioridad. Blum decidi ir a la capital
inglesa.
EI 23 Y 24 de julio tuvieron lugar las conversaciones anglo-francesas a
orillas del Tmesis. EI Primer Ministro, Baldwin, y el titular del Foreign Office,
Eden, manifestaron a los gobernantes franceses sus temores de que cual1.
241
quier ayuda de Francia al Gobierno espaol pudiese crear gravsimas complicaciones internacionales,[1] preconizaron una poltica de no-intervencin
y presionaron directamente a Blum para que Francia tomase la iniciativa de
proponer dicha poltica al conjunto de los pases europeos.
La capitulacin del socialista Blum ante el gobierno conservador
presidido por Baldwin, que representaba a la extrema derecha del imperialismo britnico, fue el punto de partida de la llamada No-Intervencin
en la guerra de Espaa.
Paralelamente a los conservadores ingleses, la gran burguesa francesa
echaba toda la carne en el asador para impedir los envos de armas a la
Repblica.
Los peridicos de derecha de Pars se lanzaron a una campaa frentica, para la cual encontraron una eficaz ayuda, meticulosamente preparada de antemano, por parte del embajador espaol en Pars, Crdenas,
y del agregado militar, Barroso, elementos profascistas complicados en la
rebelin, y a los que el Gobierno republicano, con inaudita ceguera, haba
encomendado las primeras gestiones para la compra de armamento. Documentos robados por estos funcionarios, y sus declaraciones sensacionalistas,
alimentaron la campaa histrica de la prensa derechista.
El general Franco en persona intervino, a travs de canales que an hoy
no es posible descubrir con certeza absoluta, para ejercer presin sobre el
gobierno presidido por el socialista Blum. En una conversacin que sostuvo
el 24 de julio con el cnsul alemn en Tetun, expres su temor de que el
Gobierno francs entregase 25 aviones al Gobierno republicano, y agreg:
Estn en curso negociaciones para impedir esa entrega.[2]
242
Ms tarde fue Primer Ministro del Mariscal Petain y partidario entusiasta de la colaboracin con Hitler, cuando Francia estaba ocupada por el ejrcito alemn.
Les Evenements survenus en France de 1999 a 1945. Temoignages et documents recueillis
par la Commission dEnquete Parlementaire, t. I, Pars 1951, pg. 218.
Broue, libro citado, pg. 303. (EI subrayado es nuestro.)
244
Mas tarde, Jimnez de Asa reconocera alguno de los errores en los que haba incurrido,
y en su informe secreto ante una sesin del Comit Nacional de su partido, en julio de
1937, declar lo siguiente: Se nos apareca como catastrfico que el Gobierno Blum
cayera... luego hemos visto que no hubiera sido as. (Archivo del P.C.E.)
245
246
247
1.
2.
3.
248
Carta citada por Colette Audrey en Len Blum ou la politique du juste. Pars, 1955, pg. 127.
Ibidem, pg. 122. (El subrayado es nuestro.)
249
251
Roma y Berln saban que su intervencin en Espaa no poda ser ignorada por los gobiernos de Pars y Londres. Las pruebas de esa intervencin
se multiplicaban incluso en las pginas de peridicos derechistas como el
Times y el Daily Telegraph. Cmo iban a reaccionar ante esos hechos irrebatibles los gobiernos francs e ingls, as como los otros gobiernos europeos
sometidos a su influencia, y que figuraban en el Comit de Londres?
Mientras ese interrogante no se aclar, Alemania e Italia mostraron
ciertas reservas hacia el Comit de Londres. Su actitud era la siguiente: si
ste Comit pretende imponer que se aplique en serio el acuerdo de NoIntervencin, nosotros nos retiramos.
Para crear las condiciones ms favorables a Alemania e Italia, el presidente Ingls del Comit de Londres implant la siguiente norma: ninguna
denuncia sobre incumplimiento del acuerdo de No-Intervencin ser
tomada en cuenta por el Comit si esa denuncia no es hecha por uno de
los gobiernos representados en su seno.
Esto significaba cerrar la puerta a las denuncias de la Repblica espaola, que era la que dispona de las pruebas irrebatibles de cmo intervenan
las fuerzas armadas de Alemania e Italia en apoyo de los rebeldes.
Esa maniobra, no obstante, fracas.
La presencia del representante de la U.R.S.S. en el seno del Comit
de Londres tir por tierra los planes de Lord Plymouth. La Repblica espaola tuvo all en todo momento un defensor incansable, un abogado
consecuente y eficaz. Los delegados de la U.R.S.S. en Londres (primero el
ministro Cahan, despus el embajador Maisky) presentaron ante el Comit
las pruebas irrebatibles de la persistente intervencin de Hitler y Mussolini
en apoyo de Franco.
En ese momento, Inglaterra y Francia dieron, por as decir, el tercer
paso en su monstruosa poltica de estrangulamiento del pueblo espaol:
primero, haban tomado la iniciativa de proponer un acuerdo internacional
prohibiendo el abastecimiento de armas, tanto a la Repblica como a los
rebeldes; despus, el 8 de agosto, Francia haba implantado unilateralmente
esa prohibicin en detrimento de la Repblica, alegando que su ejemplo
incitara a las potencias fascistas a suspender sus ayudas a Franco. Ahora,
ante las pruebas fehacientes de la intervencin militar ilalo-alemana, los
1.
253
254
Hitler contest:
Alemania se ha comprometido a fondo en la cuestin espaola... Ahora
estamos prestos y decididos a hacer un esfuerzo mayor...[2]
255
1.
2.
3.
Carta particular de Claude G. Bowers a F. Gay Taylor mencionada por ste en la pg.
74 de su ya citado libro.
Broue, libro citado, pg. 293.
John F. Whitaker, loc. cit., pgs. 103-112.
256
EL
GOBIERNO
GIRAL
CAPTULO
257
IV
258
Estado
Guerra
Gobernacin
Hacienda
Justicia
Instruccin Pblica
Obras Pblicas
Trabajo
Industria
Agricultura
Comunicaciones
Augusto Barcia
Izquierda Republicana
General Castell
Sin filiacin poltica
General Pozas
Sin filiacin poltica
Enrique Ramos
Izquierda Republicana
Blasco Garzn
Unin Republicana.
Francisco Barns
Izquierda Republicana.
Antonio Velasco
Izquierda Republicana.
Juan Lluh
Esquerra Catalana.
lvarez Buylla
Unin Republicana.
Ruz Funes
Izquierda Republicana.
Bernardo Giner de los Ros Unin Republicana.
260
para la vida del pas, paralizados por la rebelin o por la desercin de las
autoridades legales, incorporando al mismo tiempo a las grandes masas
campesinas a la lucha contra la sublevacin fascista, que respaldaban los
grandes terratenientes.
Uno de los rasgos que permiti al movimiento popular adquirir
tanta fuerza, vencer a la rebelin en gran parte de Espaa, y suplir luego
al desfallecimiento del Estado, fue el alto grado de organizacin, no slo
del proletariado urbano, sino de los trabajadores del campo y del pueblo
en general.
En el ambiente de gran tensin poltica que sigui a la victoria del Frente Popular en febrero de 1936, los partidos obreros y democrticos crecan
y extendan su influencia y organizacin a nuevas regiones del pas.
En la C.N.T. y la U.G.T. estaba organizada una parte importante del
proletariado industrial; estas centrales sindicales contaban adems en sus
filas con un elevadsimo porcentaje de los obreros agrcolas.
La J.S.U. era una organizacin juvenil de masas, amplia, unitaria,
combativa, como no exista en ningn otro pas capitalista.
El Comit Nacional de Mujeres Antifascistas y otras agrupaciones
extendan y acrecentaban su influencia por todo el pas.
El Partido Comunista se haba convertido en el partido poltico numricamente ms importante entre las fuerzas de izquierda. Su lnea poltica
de unidad combativa contra el fascismo ejerca una gran influencia sobre
los trabajadores de otras tendencias.
Sin embargo, los socialistas, mediante el control de la mayor parte de
la U.G.T., y los anarquistas, con la C.N.T. en sus manos, tenan una fuerza
mayoritaria, organizada sindicalmente, entre los trabajadores de la industria
y obreros agrcolas.
Al producirse la sublevacin, ante la traicin de las autoridades que
se sumaban a ella y la pasividad suicida de aquellas que permanecan fieles
a la Repblica, pero que no hacan nada por defenderla, las masas slo
confiaban en sus partidos y en sus sindicatos; confiaban en los dirigentes
con los cuales haban peleado en el perodo anterior de lucha pacfica,
para que las encuadrasen y dirigiesen en la nueva etapa de la lucha, en la
lucha armada.
As, los partidos y los sindicatos se convirtieron en los reclutadores
y organizadores directos y materiales de los primeros destacamentos y
batallones armados de milicias.
Las organizaciones obreras espaolas estaban moralmente preparadas
para pasar a la lucha armada, sobre todo despus de la dura prueba de
octubre de 1934. Pero lo nuevo y digno de destacar era la actitud de los
partidos republicanos que, siguiendo el ejemplo de los partidos obreros,
262
267
Los dirigentes anarquistas ms extremistas vean en la toma de Zaragoza, que consideraban inminente.[1], no slo la consolidacin del dominio
que haban impuesto en Catalua, sino el camino hacia Madrid y hacia el
establecimiento de la dictadura anarquista en toda Espaa.
Al fracasar la conquista relmpago de Zaragoza, la F.A.I. concibi otro
proyecto dirigido a imponer sus planes al Gobierno republicano. Diego
Abad de Santilln lo describe en los trminos siguientes:
...habamos expuesto desde las primeras semanas a algunos representantes autorizados de la regin levantina y Aragn la necesidad de constituir
con esas regiones y Catalua una especie de federacin defensiva y ofensiva
para obligar al Gobierno de la Repblica a ponerse a tono con la nueva
situacin,[2]
J. Peirats, libro citado, pg. 192: Zaragoza caer: lo reclama a gritos el honor confederal...
Lo har la C.N.T.!
D. Abad de Santilln, libro citado, pg. 115.
268
270
Duquesa de Atholl: Searchlight on Spain, Londres, 1938, pg. 105. Ver tambin G. Brenan,
libro citado, pg. 318.
272
dio de la Cruz Roja, y por otros canales, para humanizar la guerra, para
disminuir el nmero de las vctimas, reducir los sufrimientos de las familias
espaolas, de uno y otro lado, fueron rechazados, de una forma brutal e
inhumana, por los rebeldes fascistas. A una propuesta de intercambio de
los prisioneros polticos, la respuesta de Mola al representante de la Cruz
Roja, el doctor suizo Junod, fue la siguiente:
Cmo puede usted esperar que cambiemos un caballero por un perro
rojo?[1]
273
275
La Sierra
Desde el 22 de julio hasta finales de agosto de 1936 la Sierra de Guadarrama
y Somosierra fueron escenario de encarnizados combates que constituyen,
en su conjunto, la batalla de apertura de la guerra espaola y, al mismo
tiempo, la primera batalla por Madrid.
El general Mola anunci jactanciosamente que para el 25 de julio,
da de Santiago, sus tropas seran dueas de la capital de Espaa. Contaba
para ello con la ventaja que le daba disponer de un ejrcito regular perfectamente encuadrado y armado frente a la carencia casi total de fuerzas
militares organizadas en el campo republicano; contaba tambin con las
ventajas de la iniciativa y la sorpresa.
Mola decidi operar con rapidez, apoderarse de los principales pasos
que, atravesando la Sierra de Guadarrama y Somosierra, comunican ambas
Castillas y caer por sorpresa sobre Madrid.
En los das 21 y 22 de julio tuvieron lugar los primeros encuentros
armados en los puertos de montaa situados al Norte de la capital, entre
las fuerzas rebeldes y los grupos de obreros y campesinos que defendan
la Repblica.
Desde el momento en que cesaron los combates en las calles de
Madrid, las organizaciones obreras de la capital movilizaron a sus militantes
para ir a luchar a la Sierra.
Las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas, que contaban en Madrid con unos 1.500 afiliados antes de la sublevacin, haban desempeado
un importante papel en la derrota de los reductos rebeldes de la capital.
En cuanto el Cuartel de La Montaa cay en manos del pueblo, las
M.A.O.C. redoblaron su actividad para organizar la defensa de la Repblica.
Las M.A.O.C. del distrito Norte se incautaron de un convento salesiano en la calle de Francos Rodrguez. En la misma tarde del 20 de julio,
la direccin nacional de las M.A.O.C. dio la orden a todos sus destacamentos de organizar la recluta de voluntarios en los locales comunistas de
los distintos distritos, y de concentrar a los voluntarios en dicho convento,
convertido en cuartel.
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Baena, por ejemplo, haba sido dominada en los primeros das por la
guardia civil y los elementos fascistas armados, que trataron a la poblacin
con brutalidad inaudita. Los jornaleros y campesinos que lograron escapar,
unidos a los de otros pueblos prximos, formaron una columna y atacaron
con escopetas y hoces a los fascistas y los derrotaron. El 28 de julio, una
columna facciosa de artillera, soldados marroques y falangistas, apoyada
por algunos aviones, contraatac y logr tomar, calle a calle, el pueblo.
Los ltimos defensores se hicieron fuertes en la iglesia de San Francisco.
Pronto se agotaron las municiones; un minero de Linares, con las ltimas
bombas de dinamita, caus grandes estragos a los sitiadores que intentaban
asaltar la iglesia. Faltos de toda posibilidad de defensa, pocos fueron los
trabajadores que se salvaron. Cuantos cayeron en manos de los fascistas
fueron asesinados ferozmente.
El 5 de agosto, otra columna de soldados leales, guardias de asalto
y campesinos de Castro del Ro y Bujalance liber de nuevo Baena. Pero
das despus la abandon por orden del jefe del sector, que aduca consideraciones tcticas. La villa nuevamente fue teatro de terribles represalias
y asesinatos.
Con unas u otras variantes, la historia de Baena se repiti en Carmona,
Morn y otros muchos pueblos, que cambiaron varias veces de mano.
La causa de sta situacin estaba en el singular equilibrio de las fuerzas
que all se enfrentaban. Los facciosos eran demasiado dbiles mientras no
desembarc en la Pennsula el grueso del ejrcito de frica para someter
a las extensas zonas agrarias andaluzas, en las que la llama de la lucha no se
apagaba. Por su parte, los campesinos, jornaleros y mineros de Andaluca
no tenan ni las armas, ni la organizacin, ni la experiencia militar necesarias
para aplastar los focos de la sublevacin.
Todo esto, unido a los agudos antagonismos que caracterizaban la
vida social de aquella regin, imprimi a la lucha en Andaluca un dramtico
encarnizamiento.
La atomizacin de la lucha armada en las primeras semanas cada
pueblo era un campo de batalla no permiti crear fuertes columnas milicianas, sobre todo en Andaluca Occidental. Cada pueblo tuvo que asumir
la tarea de defenderse a s mismo, haciendo frente a la guardia civil, a las
partidas de seoritos fascistas y a las columnas enviadas por Queipo de
Llano para someterlos.
Desde los primeros das, tomando como base de partida Sevilla, las
columnas facciosas de Queipo de Llano desplegaron una accin encaminada a consolidar sus posiciones, asegurando el enlace entre las ciudades
donde la sublevacin haba vencido.
La primera fase de esta accin militar, que dur hasta finales de julio,
287
Esta columna y otras fuerzas populares organizadas en tierras malagueas fueron apretando el cerco de Granada por el Este y por el Sur,
apoyndose en Sierra Nevada.
En uno de los combates librados en este frente muri la herona Lina
Odena, dirigente de la J.S.U.[1]
En Crdoba los facciosos contaban inicialmente con un regimiento
de artillera pesada, un regimiento de caballera, dos tercios de la guardia
civil, fuerzas de asalto y algunos destacamentos de fascistas armados, pero
a pesar de tal lujo de fuerzas no pudieron dominar la provincia.
El proletariado agrcola cordobs, ayudado por los trabajadores de
Jan, luch heroicamente contra los rebeldes en casi todos los pueblos
de la provincia y cre sobre la marcha unidades de milicias que libraron
grandes combates con las formaciones militares enemigas.
Una de las primeras columnas milicianas que luch en el frente
cordobs fue organizada por el dirigente de la J.S.U. Ignacio Gallego, los
comunistas Cristbal Valenzuela y Nemesio Pozuelo y el socialista Cuchillo;
la integraban mineros de Linares, La Carolina y Santa Elena y campesinos
de Porcuna, Marmolejo, Martos, Andjar, Jan, Bailn, Torredonjimeno,
Arjona, Lopera y otros.
Con escopetas y utilizando la dinamita, la columna liber Villa del Ro,
Montoro, Pedro Abad, El Carpio y Villafranca de Crdoba, llegando hasta las
proximidades de Crdoba. Posteriormente se convirti en batalln Jan,
bajo el mando del socialista Peris y del comunista Francisco Ortega.
No menos heroica fue la actuacin del batalln Bautista Garcs,
mandado por el sargento Vzquez y el comisario Guerreiro, y compuesto
por obreros y campesinos de Crdoba y Villanueva de Crdoba; de la
columna de mineros de Linares, mandada por Joaqun Feij, y de la encabezada por Antonio Prtiz, con las milicias de Espejo, surgidas a base de las
M.A.O.C. de dicha villa, y otras.
A fin de alejar el peligro de envolvimiento que amenazaba a Granada,
las milicias organizadas en las provincias de Crdoba y Jan, reforzadas por
tres columnas de soldados y guardias de asalto, emprendieron un ataque
para liberar la ciudad de Crdoba, mientras el general faccioso Varela
realizaba incursiones represivas.
1.
289
enero de 1937 y obligara a las masas populares a poner en tensin todas sus
fuerzas para conjurar el peligro mortal que se cerna sobre la Repblica.
Tres columnas motorizadas, al mando de Asensio, Castejn y Tella
y a las rdenes inmediatas de Yage, penetraron por Extremadura, zona
latifundista poco poblada, donde, tras no haber centros ni ciudades de
consideracin en muchos kilmetros a la redonda, brillaban por su ausencia
tambin las milicias populares.
Apoyado su flanco izquierdo en la frontera de Portugal, donde contaba con la complicidad del Gobierno Salazar; acompaado desde el aire
por una masa de Junker 52, Fiat y Caproni, pilotados por aviadores
alemanes e italianos, se lanz por la ruta, que doce siglos antes siguiera la
primera invasin rabe, el ejrcito de marroques y de mercenarios de la
Legin Extranjera, que Franco llamaba, sin duda para disimular su extranjera,
las tropas nacionales.
En su avance inicial, este ejrcito aplicaba invariablemente la misma
tctica totalitaria y terrorista, los pueblos y villas por donde deban pasar
eran sometidos previamente a brutales bombardeos desde tierra y aire, a
pesar de que en ellos no exista ningn objetivo militar ni otra fuerza armada
que alguna patrulla de escopeteros. Luego entraban los moros y legionarios
a punta de bayoneta y asesinaban a todos los hombres conocidos por sus
ideas izquierdistas y, con frecuencia, a sus mujeres y a sus hijos.
De esta suerte, despus de vencer el 6 y 7 de agosto las dbiles defensas establecidas por los campesinos extremeos en Zafra y Almendralejo,
el da 10 el ejrcito expedicionario lleg a los accesos de Mrida, donde
choc con la primera resistencia seria.
Unos centenares de milicianos detuvieron en las mrgenes del Guadiana
a las columnas de moros y legionarios que, slo despus de ataques masivos
de la aviacin y la artillera, pudieron forzar el ro y penetrar en la ciudad. En
los das posteriores los milicianos contraatacaron repetidamente.
Despus de la cada de Mrida, Badajoz quedaba en situacin extremadamente crtica. La carretera y el ferrocarril Badajoz-Madrid haban sido
cortados por los rebeldes y el envo urgente de refuerzos a los defensores
de la capital extremea se hizo imposible.
La aviacin alemana e italiana someti la ciudad a constantes bombardeos, partiendo con frecuencia de aerdromos portugueses. Los Junker
52, concretamente, tenan su base en el aerdromo luso de Caia. El 12 de
agosto, 20 Junkers, 5 aviones de caza alemanes y 7 Capronis hacan, segn
un despacho del corresponsal de Le Temps, su primer ensayo contra la
ciudad de Badajoz.[1]
1.
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293
Posteriormente los franquistas pusieron en juego todos sus recursos para borrar las huellas de la horrenda matanza, pero los hechos son
implacables y la historia no se puede hacer de nuevo, y un hecho es que
los crmenes fascistas fueron reconocidos y confirmados por el propio
jefe de las columnas que ocuparon la ciudad, el teniente coronel Yage.
Enterado el periodista norteamericano John Whitaker, por medio de su
compatriota Jay Allen, del fusilamiento de 2.000 prisioneros en Badajoz,
pregunt directamente a Yage sobre la autenticidad de tal informacin.
Este le respondi textualmente:
Claro que los hemos fusilado.[2]
Jay Allen, corresponsal del Daily News y Chicago Tribune. Sus crnicas fueron reproducidas en las pginas de muchos diarios de todo el mundo. La cita ha sido tomada del
peridico Claridad del 18 de septiembre de 1936.
J. T. Whitaker, loc. cit., pg. 106.
Citado por el periodista alemn Arthur Koestler en The Spanish Testament, London, 1937,
pg. 81.
294
1.
296
Milicias y Partidos
A la vista de lo que estaba sucediendo en el valle del Tajo, de las derrotas
sufridas a pesar del herosmo demostrado por los combatientes, haca crisis
un problema que, en el fondo, estaba planteado desde el comienzo mismo
de la contienda: la necesidad de militarizar las milicias, de ir a la creacin
de un ejrcito.
La lucha haba llegado a un punto en que los defectos orgnicos de
las milicias acarreaban consecuencias desastrosas.
Como hemos visto ms arriba, la creacin de milicias de sindicato o
de partido haba sido, en los primeros momentos, una etapa obligada de
la autodefensa del pueblo, agredido por el fascismo.
Mas al generalizarse la guerra, al recurrir los sublevados al ejrcito de
frica, al producirse la intervencin armada cada da ms brutal e intensa
de Alemania e Italia, se puso en un primer plano, como cuestin de vida
o muerte, la necesidad de crear un verdadero ejrcito popular dotado de
disciplina, de mando nico y de medios tcnicos, es decir, adecuado a una
guerra como la que haba sido impuesta al pueblo espaol.
Las milicias revelaban gravsimos defectos de origen. Era poco menos que imposible su utilizacin racional en el punto y en el momento en
que se hacan ms necesarias; armas y hombres se distribuan en muchos
casos sin criterio y sin coordinacin. No exista un Estado Mayor Central
que pudiera elaborar un plan de accin conjunta. Cada sindicato o partido
tena sus medios de transporte, sus cuarteles, sus bases de aprovisionamiento. Las necesidades, a veces angustiosas, de las unidades vecinas o
lejanas eran totalmente ignoradas: as, mientras en los accesos de Madrid
se estaba librando el combate decisivo, del que dependa la suerte de la
Repblica, en Valencia, en Catalua, en Aragn y en otros lugares, haba
millares de hombres y cantidades importantes de armas inmovilizados o
mal empleados.
El Partido Comunista vio claramente que aquella tremenda dispersin
de energas era el taln de Aquiles de la Repblica y exigi la creacin de
un ejrcito popular, en el que se fundieran el mpetu revolucionario de las
milicias con los valores tcnicos de los militares patriotas.
297
Vanse pgs. 305-309: Manifiesto del C.C. del P.C.E. del 18.VIII.1936.
Decreto: Es propsito del gobierno premiar la heroica actuacin de los milicianos
populares que al lado de las fuerzas leales de la Repblica contribuyen de manera tan
decisiva al aplastamiento de la subversin.
Quiere el gobierno, al mismo tiempo, recoger los deseos, reiteradamente expresados
por tan entusiastas luchadores, de encuadrarse en organizaciones regulares de combate,
ajustndose a normas de disciplina que multipliquen la eficacia del esfuerzo y permitan
obtener, con el mnimo sacrificio, el mximo rendimiento.
Todo ello determina al gobierno a crear los batallones de voluntarios, cuya organizacin se concretar primeramente a Madrid y se extender ms tarde a otras provincias
si as se estima conveniente.
Por lo expuesto, de acuerdo con el Consejo de Ministros y a propuesta de su
Presidente, vengo en decretar:
Art 1. Se crean en Madrid los batallones de voluntarios, cuya recluta se har entre los actuales milicianos cuya edad est comprendida entre los veinte y treinta aos.
Los batallones sern mandados por oficiales y clases del ejrcito, guardia civil, asalto
o carabineros. Los voluntarios estarn uniformados, llevarn un distintivo especial y su
compromiso abarcar a todo el tiempo que dure la campaa y, como mnimo, a dos
meses.
Art. 2. Los milicianos que ingresen en los batallones de voluntarios tendrn derecho
a alojamiento, manutencin y vestuario en las mismas condiciones que los soldados del
ejrcito regular en campaa y disfrutarn de sus mismos haberes y pluses, as como de
los grados que vayan adquiriendo en el servicio de las armas.
Los que presten sus servicios a la Repblica en los batallones de voluntarios creados
a virtud de este Decreto:
a) Tendrn derecho preferente para el ingreso en asalto, guardia civil y Cuerpos
subalternos de auxiliares del Estado, provincia o municipio.
b) Durante el tiempo que permanezcan en filas les ser reservado su puesto de
trabajo. Podrn designar persona que les sustituya mientras dure su compromiso militar,
y si el patrono de la oficina, obra o taller en que trabajasen no aceptara la sustitucin,
298
En una octavilla, firmada por el Comit Regional de la C.N.T. de Levante, del 8 de octubre de 1936, se dice lo siguiente:
como sera de una ingenuidad extraordinaria entregar al control
absoluto del gobierno nuestras fuerzas, porque es a la C.N.T. a quien coestar obligado a abonar el 60 por 100 del jornal a los familiares del voluntario que
ste designe.
Art. 3. Ningn voluntario podr abandonar el servicio de las armas mientras dure la
campaa. Ser dado de baja, con prdida de todos sus derechos, si su comportamiento
no se ajustara a las normas indispensables de obediencia y disciplina, sin perjuicio de
las sanciones de otra ndole en que pudiera incurrir.
Art. 4. Por los Ministerios a que afecta este Decreto se dictarn las disposiciones
complementarias para su aplicacin.
Dado en Madrid, a dos de agosto de mil novecientos treinta y seis.
MANUEL AZAA. El Presidente del Consejo de Ministros, Jos Giral Pereira.
(Gaceta de Madrid, 3 de agosto de 1936, N. 216, pg. 1.011.)
1.
299
300
Alegaban que la eficacia militar de las milicias, incluyendo, naturalmente, el ejrcito popular
No poda ser sobrepasada por ninguna otra organizacin armada.
Preconizaba se creasen mandos autnomos en cada zona; esos mandos seran rganos colectivos, unas comisiones integradas por los delegados de los partidos, de los sindicatos .Y de los militares; el mando central
se constituira reuniendo a los representantes de los mandos regionales.
Hay que constituir el mando de abajo arriba y no de arriba abajo.
remachaba Claridad.
Tal posicin negaba las normas ms elementales de una estructura
militar. Tenda no a corregir, sino a perpetuar los males que tantos daos
causaban a las milicias cuando se enfrentaban con el ejrcito fascista.
El 5 Regimiento
A la vista de estas posiciones no es exagerado afirmar que slo el Partido
Comunista mantuvo una postura ajustada a la realidad y a los intereses de
la democracia espaola en su conjunto. Los comunistas consideraban que
era tan contraproducente intentar la constitucin de un ejrcito mandado
exclusivamente por militares profesionales, como deslizarse por el camino
de atomizar la energa y los recursos blicos del pueblo en un mosaico de
milicias de jvenes y de adultos, de un sindicato o de otro, de tal o cual
partido.
El mrito del Partido Comunista, en esta cuestin, que era la decisiva, consiste en que no se limit a defender sus concepciones mediante la
prensa, la propaganda, etc. Supo predicar con el ejemplo y ayudar a que
las propias masas hiciesen la experiencia y cubriesen las etapas conducentes a la creacin de una potente fuerza armada, genuinamente popular y
democrtica, y a la vez disciplinada, autnticamente militar.
Con esta mira fue creado el 5 Regimiento, donde el Partido Comunista plasm la poltica militar que propugnaba.
El 2 de agosto, constituido ya el 5 Regimiento, su peridico Milicia
Popular escriba:
La Repblica necesita su ejrcito. Se han sentado ya las bases para l
con la creacin del 5 Regimiento. 5 Regimiento que frente a la desorganizacin de las primeras columnas que marcharon al frente, ofrece una nueva
organizacin; que frente a la carencia de una educacin militar de las milicias
primitivas ofrece fuerzas con una fuerte educacin tcnico-militar. Porque el
302
ejrcito del pueblo, reflejo del Frente Popular, como aglutinante de las fuerzas
antifascistas del pas, debe ser, por su organizacin, por su disciplina, por sus
conocimientos tcnico-militares, por su composicin poltica, la garanta de
que la Repblica democrtica tendr millares de bayonetas sostenidas por
hombres que luchan...
303
Casi en el mismo instante de comenzar la lucha, empez el 5 Regimiento a organizar el servicio de intendencia, a cuyo frente estuvo el mdico
y diputado comunista Daniel Ortega, que fue luego jefe de servicios en el
ejrcito del Centro.[1]
La iniciativa del 5 Regimiento contribuy mucho a crear en Madrid
una intendencia centralizada, nica para todas las unidades republicanas,
que evit, al menos parcialmente, la desigualdad irritante que pronto empez a notarse en el suministro de los combatientes de diversas unidades,
resultado de la actividad especulativa de ciertos polticos que ocupaban
cargos importantes en la direccin de la guerra, y de algunos dirigentes
sindicales.
Modelo de organizacin y eficacia fue el servicio de sanidad del 5
Regimiento, a la cabeza del cual estuvieron los doctores comunistas Juan
Planelles ms tarde Director General de Sanidad de la Repblica y
Manuel Recadero.[2]
El 5 Regimiento puso en marcha los servicios de transportes y de
enlaces y transmisiones: desde los primeros das de la guerra cre un sistema ininterrumpido de enlaces, con motos, con las unidades de primera
lnea, que el propio Ministerio de la Guerra utilizaba como medio nico,
entonces, de obtener una informacin veraz y a tiempo.
A fin de paliar la falta de municiones y armamento que se dej sentir
inmediatamente en los frentes del Centro, donde las tropas facciosas realizaban el principal esfuerzo, el 5 Regimiento organiz talleres y pequeas
fbricas de carga de proyectiles y cartuchos, de granadas de mano y otras
armas.
Una de las cuestiones a que dedic su atencin el 5 Regimiento fue
a, la propaganda dirigida a los soldados arrastrados a la guerra fratricida
por los generales traidores. A travs de octavillas arrojadas con sencillos
aparatos lanzacohetes, de la radio y la propaganda oral por medio de
altavoces, se llevaba la verdad a los soldados de las filas rebeldes. A esta
importante labor consagraron sus esfuerzos los comunistas Benigno Rodrguez y Francisco Ganivet.
En esta obra, someramente reseada, de edificacin y ordenacin
militar, as como en los principios polticos sobre los que se asentaba la
estructura interna del 5 Regimiento est, sin duda, la clave de la eficacia
combativa de sus unidades.
La historia del 5 Regimiento es una parte de la historia de la guerra
nacional revolucionaria del pueblo espaol, de la etapa romntica y heroica
1.
2.
Preso por los traidores casadistas al finalizar la guerra fue entregado a los franquistas y
fusilado por stos.
Asesinado por los franquistas despus de la guerra.
305
En el 5 Regimiento, codo a codo con los nuevos militares del pueblo, lucharon muchos de los antiguos militares profesionales: Luis Barcel
que en los ltimos das de la guerra, mandando un cuerpo de ejrcito, fue
fusilado por los casadistas en Madrid; Emilio Bueno, comandante de otro
de los cuerpos de ejrcito del Centro; Manuel Mrquez, comandante de la
primera de las famosas Compaas de Acero del 5 Regimiento y comandante de cuerpo de ejrcito; los comandantes de brigada Francisco Cacho,
capitn al comenzar la guerra; Jos Montalvo, del cuerpo de guardias de
asalto antes de la subversin militar; el antiguo sargento ngel Snchez,
que lleg a ser jefe del Servicio de Transmisiones del V Cuerpo de Ejrcito;
el comandante de batalln, antiguo capitn profesional, Miguel Valverde,
muerto al frente de los milicianos, en el asalto de Cerro Rojo, el capitn
Gallo y otros muchos.
Larga es la lista de los comisarios del 5 Regimiento que en sus filas
y, luego, en las del ejrcito popular, cayeron en la lucha por la democracia:
Belmonte, socialista, muerto en los combates del Jarama; Antonia Portero,
delegado poltico de una compaa de ametralladoras, cado heroicamente
en Guadalajara frente a los invasores italianos; el comisario de batalln Ortiz
de Zrate, muerto en 1937 en el frente de Aragn; ngel Barcia, comisario
de divisin, que cay en la batalla del Ebro; el obrero albail de El Viso del
Marqus, Fortunato Monsalve, comisario de brigada, muerto en los combates de la regin de Casteldans, en 1938, y tantos y tantos otros.
En las filas del 5 Regimiento empezaron su aprendizaje otros muchos
combatientes que luego ocuparon puestos de comisarios en las unidades
del ejrcito popular: el comisario de ejrcito Luis Delage, empleado; el de
cuerpo de ejrcito Santiago lvarez, campesino gallego; el de divisin Jos
del Campo, obrero madrileo; los de brigada Manuel lvaro Carbajosa,
que regres a Espaa en 1946, fue detenido y pas 12 aos en prisin;
el obrero Castrillo; Andrs Cuevas; el obrero Simn Snchez Montero,
preso en las crceles franquistas y conocido en Espaa entera por su viril
comportamiento ante los jueces y en la crcel; el campesino Jos Terrn;
el comisario de Transportes del V Cuerpo, Lobo, combatiente voluntario
en la segunda guerra mundial en las guerrillas soviticas; el comisario de
Sanidad del V Cuerpo, Juan Menor, que pas despus de la guerra 14 aos
en las prisiones de Franco; el obrero Lucas Nuo, comisario de Intendencia
del V Cuerpo, que regres a Espaa despus de la guerra y fue detenido y
fusilado por los franquistas.
El 5 Regimiento, que al constituirse contaba tan slo con 600 hombres
en el cuartel de Francos Rodrguez, aument rpidamente sus efectivos. A
los diez das dispona ya de 6.000 hombres y al disolverse, en diciembre
de 1936, contaba en sus filas con 70.000.
307
Del folleto Hacia el Ejrcito Popular. Documentos histricos. Ediciones del 5 Regimiento.
Madrid, 1936.
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ni una cobarda! Adelante, hacia la victoria, que nuestro triunfo abrir para
nuestro pas una larga etapa de paz, de trabajo y de prosperidad!
VIVA LA REPBLICA DEMOCRTICA! VIVA EL PUEBLO HEROICO
DE ESPAA! VIVAN LAS FUERZAS LEALES!
VIVAN NUESTROS VALIENTES AVIADORES Y NUESTROS BRAVOS
MARINOS!
VIVAN LAS MILICIAS POPULARES!
COMIT CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA
316
Era acertada y eficaz esta actitud del Gobierno Giral ante la poltica
de No-Intervencin, la cual, en su principio mismo, privaba al Gobierno
legal espaol del derecho inalienable a adquirir armas en el extranjero?
El dirigente socialista lvarez del Vayo, que haba de heredar, poco
despus, al hacerse cargo de la cartera de Estado, la lnea marcada, por su
predecesor Augusto Barcia, juzga las cartas de Albornoz citadas ms arriba
en los trminos siguientes:
Al fin y al cabo, la Repblica haba aceptado la propuesta de No-Intervencin tal como nos fue hecha. Habamos abandonado nuestro derecho
legal a comprar armas para nuestra defensa. Hicimos as mi predecesor lo
hizo as mediante la carta dirigida al Gobierno francs por nuestro embajador
en Pars, Don lvaro de Albornoz, a comienzos de agosto, porque se nos
asegur que los rebeldes tampoco recibiran ayuda. Quiz fue desacertado
abandonar, en primer trmino, nuestros derechos. Yo as lo creo. Pero haba
sido por la fuerza de la presin, y ya no caba hacer otra cosa sino jugar el
1.
2.
Texto citado segn el libro, ya mencionado, del entonces ministro de Estado Augusto
Barcia, pg. 32.
Ibidem, pg. 34.
317
juego en el que habamos entrado, a pesar de que sabamos que los dados
estaban falseados.[1]
lvarez del Vayo, libro citado, pg, 209 (El subrayado es nuestro).
318
Uno de los muchos ejemplos que a este respecto se pueden aducir es el de un contrato
negociado por Fernando de los Ros, y en virtud del cual el Estado republicano otorgaba
a una potente sociedad capitalista europea una especie de monopolio sobre todo el comercio exterior de Espaa; y ello sin plazo determinado. El contrato era tan monstruoso,
por la amplitud y vaguedad de los poderes concedidos a esa Ca., que sobrepasaba los
lmites autorizados por los Cdigos franceses. Sobre esa base, los consejeros jurdicos
de la Embajada obtuvieron, ante los tribunales franceses, tras larga porfa legal, que ese
contrato fuese anulado.
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ANEXO
FOTOGRFICO
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Jos Daz.
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Mitin de informacin sobre el VII Congreso de la Internacional Comunista. (Organizado por el P,C.E. en el Coliseo Pardias de Madrid el 3 de noviembre de 1935).
Manifestacin con motivo del triunfo del Frente Popular, (madrid, 17 de febrero
de 1936).
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Mitin en la Plaza Monumental de Madrid, despus del triunfo del Frente Popular,
Dolores Ibrruri se dirige a las masas.
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La guardia de asalto y la guardia civil, al lado del pueblo, (Barcelona, julio de 1936).
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La Cruzada.
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Montando guardia.
Campesinos aragoneses.
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Milicias campesinas
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Voluntarios
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