Adolfo Suárez. El Presidente Que Se Hizo A Sí Mismo (Charles Powell)
Adolfo Suárez. El Presidente Que Se Hizo A Sí Mismo (Charles Powell)
Adolfo Suárez. El Presidente Que Se Hizo A Sí Mismo (Charles Powell)
1
Adolfo Suárez, el presidente que se hizo a sí mismo.
Charles Powell
A
Miguel M. Hueta Maroto
alumno y amigo
In memoriam
2
Introducción.
3
sesenta y setenta, en la que un jovencísimo funcionario de provincias podía llegar a
tutear al futuro Rey de España, Suárez nunca terminó de dejar atrás el mundo en el que
había nacido, como refleja el orgullo con el que se haría bordar su flamante corona
ducal en sus inmaculadas camisas blancas, o la casa falsamente señorial que se hizo
construir al pie de las murallas de Ávila. En suma, para Suárez la política fue, entre
otras cosas, un medio óptimo para el avance social, como lo sería no mucho tiempo
después para la generación de jóvenes políticos y funcionarios que llegaron al poder en
1982.
Además del factor social, al analizar la figura de Suárez también debe tenerse en
cuenta el hecho generacional. Rodolfo Martín Villa ha dejado escrito en sus memorias
que la transición democrática fue posible gracias a la colaboración producida entre los
jóvenes reformistas del régimen y los veteranos de la oposición. Como toda fórmula que
combina brevedad y contundencia, ésta plantea algunos problemas: excluye
injustamente a Felipe González, por ejemplo, e incorpora indebidamente a José María
Gil Robles, entre otros. Sin embargo, no por ello es menos acertada su observación en
lo que a la actitud generacional de los jóvenes reformistas se refiere. Con ocasión de un
indulto aprobado por el régimen de Franco en 1969, un sondeo posterior reveló que el
grupo de edad más partidario de la reconciliación entre los españoles era el que tenía
menos de nueve años de edad en 1939, y que contaría entre treinta y ocho y cuarenta y
siete años en 1977; es decir, aquel que, sin haber sufrido directamente la guerra civil, sí
padeció sus consecuencias, y por ello mismo, era el más proclive a querer evitar otro
conflicto fratricida en el futuro. Suárez fue ante todo un producto de esa generación, y
sin duda uno de quienes más hizo por convertir sus anhelos en realidad.
Para su primer su primer biógrafo, la historia de Suárez es ante todo la “historia
de una ambición”. 1 Ciertamente, esa fue una de sus características más notables, que no
pasó desapercibida por quienes le trataron desde muy joven. Sin embargo, desde la
perspectiva de éste trabajo, lo relevante es que supiera poner esa ambición al servicio de
un proyecto tan noble como ilusionante, que no fue otro que la devolución de la
soberanía al pueblo español. Uno de los argumentos más utilizados por sus detractores
ha consistido en afirmar que fue un mero instrumento de voluntades ajenas, y que
cuando le faltó el guión, se precipitó al vacío. Como se verá a lo largo de éstas páginas,
las cosas fueron algo más complejas y sutiles: la transición no se diseñó en ninguna
pizarra, pero tampoco se dejó todo a la improvisación. Es más: uno de los factores
comunes a muchas transiciones es precisamente el insólito protagonismo que ofrecen a
4
ciertos actores políticos individuales, generalmente heterodoxos, a la hora de maniobrar,
negociar y decidir, posibilidades que no suelen darse en contextos más estables e
institucionalizados. En circunstancias así, tan infrecuentes como decisivas en la vida de
un país, la ausencia de ataduras, la audacia combinada con astucia, y sobre todo el ansia
de triunfar, son a menudo las cualidades que distinguen a los verdaderos protagonistas
de la Historia.
5
Capítulo 1
La forja de un ‘chusquero’ de la política
6
vocación religiosa, que le llevó a crear la asociación De Jóvenes a Jóvenes, siendo
elegido posteriormente presidente del Consejo Diocesano de Jóvenes de Acción
Católica a los veinte años. Este sentimiento religioso, que le llevó incluso a plantearse
brevemente la posibilidad de entrar en un seminario, nunca fue incompatible con un
acendrado interés por las chicas, entre las que siempre tuvo gran éxito. En lo que a la
política se refiere, es importante observar que, a pesar de su posterior vinculación a las
instituciones del Movimiento, durante estos años nunca militó en ninguna de las
organizaciones juveniles de la Falange.
Una vez finalizado el Bachillerato en 1948, Suárez se matriculó por libre en
Derecho en la Universidad de Salamanca, ciudad donde solían estudiar la carrera los
jóvenes abulenses que podían acceder a ella. Con la ayuda de un profesor particular,
Mariano Gómez de Liaño, logró aprobarla a trancas y barrancas, obteniendo un total de
veinte aprobados, cinco notables y un único sobresaliente, en Derecho Romano. (A
pesar de ello, el curriculum vitae oficial de Suárez distribuido tras su nombramiento
como presidente del gobierno haría referencia a las “excelentes calificaciones”
obtenidas, lo cual sugiere la existencia de un cierto complejo de inferioridad al
respecto). Una vez obtenida la licenciatura en Derecho, y tras haber cumplido sus
obligaciones militares con las milicias universitarias durante los dos últimos veranos de
la carrera, Suárez efectuó seis meses de prácticas en Melilla, donde “organizó diversos
actos culturales para la tropa”, a decir de su currículum oficial. En Melilla entró en
contacto con el capitán del Ejército José Casinello, cuyo hermano Andrés habría de
convertirse en uno de sus colaboradores más estrechos. A diferencia de una gran
mayoría de sus coetáneos, a Suárez le pareció provechosa su experiencia como alférez
de complemento, que suscitó en él un interés por las Fuerzas Armadas que le
acompañaría durante el resto de su vida.
Suárez se embarcó en su primer trabajo remunerado a los veintitrés años, como
oficial interino en la Beneficencia en el Ayuntamiento de Ávila. Sin embargo, al poco
tiempo su padre, hombre aficionado a las cartas, a los devaneos sentimentales y a los
negocios engañosamente fáciles, se marchó de Ávila para instalarse en Madrid,
abandonando a la familia Suárez a su suerte. Adolfo, que era el mayor de cinco
hermanos, y que siempre estuvo muy unido a su madre, tuvo que hacerse cargo de la
situación económica de la familia, preocupación que habría de acompañarle durante
mucho tiempo. Para fortuna suya, poco tiempo después, en julio de 1955, fue nombrado
gobernador civil de Ávila y jefe provincial del Movimiento el jovencísimo Fernando
7
Herrero Tejedor, un fiscal de Castellón muy vinculado al Opus Dei, quien no tardó en
ofrecerle el puesto de jefe de la Sección Primera del Gobierno Civil, con
responsabilidad sobre los ayuntamientos de la provincia. Sin embargo, la crisis política
provocada por los incidentes universitarios ocurridos en Madrid a principios de 1956,
que dieron lugar a la detención de estudiantes que luego desempeñarían un importante
papel en la vida española –entre ellos Gabriel Elorriaga, Enrique Múgica, José María
Ruiz Gallardón, Javier Pradera, Ramón Tamames y Fernando Sánchez Dragó- hizo que
Herrero Tejedor abandonara Ávila en agosto de ese año con destino al gobierno civil de
Logroño, privando a Suárez de su puesto. En vista de ello, a finales de 1957 decidió
trasladarse a Madrid con la esperanza de hacer fortuna en la capital de España.
El joven abogado abulense también aprovechó el traslado a Madrid para intentar
reconciliarse con su padre, que malvivía en la capital como procurador de tribunales, a
pesar de carecer del titulo necesario para ello. Suárez no dudó en inscribirse en el
Registro de Procuradores de los Tribunales del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid
para que su padre pudiese ejercer con él, pero tras un nuevo episodio de irregularidades
económicas decidió interrumpir su colaboración profesional. Tras intentar defenderse
económicamente desempeñando todo tipo de trabajos –entre ellos, el de vendedor de
electrodomésticos- Suárez acudió por segunda vez a Herrero Tejedor, cuya imparable
carrera política le había aupado al cargo de delegado nacional de Provincias de la
Secretaría General del Movimiento. A requerimiento de su esposa, Joaquina Algar, que
había sucumbido a la proverbial simpatía de Suárez en Ávila, Herrero Tejedor accedió a
ofrecerle la jefatura de su secretaría particular a principios de 1958, cuando contaba
todavía veinticinco años.
La relativa estabilidad económica que le proporcionó su nuevo trabajo permitió a
Suárez abandonar la pensión donde se alojaba y trasladarse al colegio mayor Francisco
Franco, donde conoció a varios de quienes serían sus colaboradores políticos más
cercanos, entre ellos Rodolfo Martín Villa, Juan José Rosón (que había nacido el mismo
día que él) y Eduardo Navarro. Su cargo también le permitió entrar en contacto con el
gobernador civil de Sevilla, Hermenegildo Altozano, un monárquico partidario de Don
Juan vinculado al Opus Dei que se había negado a jurar su cargo de jefe provincial del
Movimiento, que iba aparejado con el de gobernador, porque no estaba dispuesto a
vestir la camisa azul, haciéndolo finalmente con uniforme de marino. Altozano, que
también pertenecía al Cuerpo Jurídico de la Armada, animó a Suárez a preparar
oposiciones al mismo, actividad que podría compaginar con la de colaborador suyo en
8
el Gobierno Civil de Sevilla. Sin embargo, Suárez suspendió el primer ejercicio en
noviembre de 1959, en vista de lo cual regresó a Madrid y a su puesto en la Secretaría
General del Movimiento. Más adelante prepararía la oposición a técnico de Información
y Turismo, pero su aversión a los idiomas –nunca aprendió inglés ni francés- le haría
desistir.
En febrero de 1961 Herrero Tejedor fue ascendido de nuevo, en esta ocasión al
puesto de vicesecretario general del Movimiento, y Suárez fue nombrado jefe de su
Gabinete Técnico. Dicho cargo tenía mayor enjundia política que los anteriores, ya que
la vicesecretaría era responsable de la supervisión de la financiación de las instituciones
del Movimiento, incluidos sus servicios de información. Su nuevo puesto también le
permitió actuar durante varios años de secretario general de los cursos de formación en
Administración Local que el Movimiento organizaba en Peñíscola, y conocer
personalmente a las más destacadas figuras del régimen franquista, tales como Manuel
Fraga Iribarne, Jesús Fueyo y Torcuato Fernández Miranda, así como a catedráticos de
reconocido prestigio, algunos de los cuales –como Manuel Clavero Arévalo, Jaime
García Añoveros y Sebastián Martín Retortillo- serían luego ministros suyos.
El puesto de Suárez en el gabinete técnico de Herrero Tejedor tuvo ante todo la
virtud de otorgarle una mínima estabilidad económica, que le permitió casarse con
Amparo Illana, hija de un coronel del Cuerpo Jurídico del Ejército a la que había
conocido en Ávila, en julio de 1961, así como adquirir su primer piso madrileño. Sin
embargo, su actividad en la vicesecretaría general no logró colmar sus ambiciones, y no
paró hasta que, gracias de nuevo a los buenos oficios de Herrero Tejedor, se colocó por
las tardes como jefe adjunto de Relaciones Publicas de la Presidencia del Gobierno, a
las órdenes de Rafael Ansón Oliart. De esta manera, Suárez logró situarse
simultáneamente en la esfera del Movimiento, controlada en buena medida por el
ministro secretario general, José Solís, y en la de la Presidencia del Gobierno, ámbito
que entonces dominaban el almirante Luís Carrero Blanco y su acólito Laureano López
Rodó. Cuando éste fue nombrado comisario del Plan de Desarrollo en 1962, su sucesor
al frente de la secretaría general técnica de la Presidencia, José María Hernández
Sampelayo, intentó que el nuevo responsable de Planes Provinciales, Fernando de
Liñán, se llevase a Suárez como adjunto, pero al final tuvo que conformarse con el
puesto de jefe de la Inspección de Planes Provinciales, ya que “desconfiaba de ese chico
que quería ir tan rápido”. 3 Inasequible al desaliento, Suárez quiso consolidar su
situación profesional por otros medios, y en 1963 se convirtió en funcionario por
9
oposición del Instituto Social de la Marina, ingresando en el mismo con el nivel de
oficial técnico administrativo de tercera clase, y siendo su principal tarea la de
supervisar la edición de una modesta publicación, la Hoja del Mar, labor que
compatibilizaba con su trabajo en la vicesecretaría general y en la presidencia del
gobierno. Poco después, en 1964, ganó también un concurso-oposición para cubrir
plazas de oficiales del Cuerpo Técnico Administrativo del Movimiento. Y por si fuera
poco, en ese mismo año fue nombrado asimismo director del Gabinete Jurídico de la
Delegación Nacional de Juventudes, acumulando así un total de cuatro sueldos.
Como se verá, durante estos años Suárez se dedicó prioritariamente a labrarse un
futuro profesional en las instituciones del Movimiento y de la Administración, sin
mayores consideraciones sobre el significado político o la función social de las mismas.
Durante esta etapa, la actividad que desplegó en los cargos que ocupó fue esencialmente
administrativa, y se le puede considerar un mero observador pasivo de las luchas
fratricidas que se desarrollaban en el seno del propio régimen. Para su desgracia, hacia
mediados de la década de los sesenta el conflicto cada vez más abierto entre los
tecnócratas del Opus Dei encabezados por López Rodó y apadrinados por Carrero
Blanco y los hombres del Movimiento-organización, dirigidos por el incombustible
ministro secretario general, Solís, acabó por alcanzar a Herrero Tejedor, que aprovechó
el nombramiento de Antonio María de Oriol como ministro de Justicia para obtener una
salida honrosa como fiscal del Tribunal Supremo a finales de 1965.
Dotado desde siempre de un notable instinto político, para entonces Suárez ya
había decidido orientar sus esfuerzos hacia el ámbito de los medios de comunicación del
Estado. Ya en noviembre de 1964 ocupó un despacho en las instalaciones recién
estrenadas de Televisión Española en Prado del Rey, en calidad de secretario general de
las Comisiones Asesoras de RTVE, organismo consultivo integrado por personalidades
de la vida política y cultural cuyo único deber consistía en reunirse semanalmente para
opinar sobre la programación televisiva. A pesar de su escasa experiencia en este
campo, al cabo de muy poco tiempo, en marzo de 1965, Suárez fue nombrado director
de programación de RTVE. Durante sus primeros meses en el cargo hubo de hacer
grandes esfuerzos para ganarse la confianza del secretario general de RTVE, Rosón (a
quien nombraría ministro del Interior en 1980), hasta el punto de mudarse a su mismo
bloque de pisos con el propósito de confraternizar con él, lo cual dice mucho de su
tesón. En contra de lo que cabría pensar, Suárez no interpretó su nombramiento como
director de la primera cadena de TVE en 1967 como un ascenso, ya que conllevaba la
10
perdida del control de la incipiente segunda cadena, no obstante lo cual representaba
una cierta consolidación de su posición en el Ente público.
Evidentemente, lo que más interesaba a Suárez de la Televisión era el poder que
podía otorgar el control de un medio todavía nuevo en España pero de creciente
influencia social. Como ha señalado su biógrafo Carlos Abella, fue en RTVE cuando
Suárez descubrió lo que significaba tener poder, ya que hasta entonces había conocido
solamente el poder que delegaban en él sus superiores. 4 En Prado del Rey adquirió y
disfrutó del poder de apoyar económicamente a sus familiares y amigos –sus hermanos
Ricardo y José María ingresaron ambos en la nómina de RTVE- y de hacer favores a
quienes podían ayudarle a escalar puestos en el futuro.
Tras la aprobación de la Ley Orgánica del Estado mediante referéndum en enero
de 1967, Suárez decidió que ese futuro pasaba por su presentación a las elecciones a
procurador en Cortes por el nuevo tercio familiar en su provincia natal, Ávila. Para ello
buscó el apoyo de Carrero Blanco, que habló con el ministro de la Gobernación, Camilo
Alonso Vega, a quien manifestó su interés por contar con Suárez en la IX Legislatura de
las Cortes de Franco. (Desde 1965, Suárez alquilaba un apartamento de verano en la
Dehesa de Campoamor, en Alicante, muy cerca del que ocupaban desde hacía muchos
años el ministro y su familia, con la que había establecido cierta relación). También
recurrió a su viejo protector Herrero Tejedor, que se prestó a visitar Ávila en su
compañía en varias ocasiones, y no dudó en modificar la programación de la primera
cadena de TVE para que dicha provincia recibiese una inusitada atención televisiva.
Suárez se enfrentaba a dos rivales de peso, el diplomático y ex gobernador civil
de Ávila, José Antonio Vaca de Osma, y el alcalde de la ciudad, Antonio Sánchez. Los
resultados provisionales hechos públicos el 10 de octubre de 1967 dieron el triunfo a sus
rivales, pero tras un recuento posterior Suárez desbancó a Vaca de Osma, conquistando
el segundo escaño en liza. La Junta Electoral, debidamente requerida por el perdedor,
reconocería posteriormente que se habían producido algunas irregularidades, sin que
ello alterara el resultado global.
Una vez en las Cortes, Suárez se inscribió en las comisiones de Justicia e
Información y Turismo, en las que apenas se mostró activo. Al parecer, también hubiese
querido participar en los debates sobre la futura Ley de Secretos Oficiales, presentada
por Fraga para contrarrestar los temores suscitado por la Ley de Prensa. Sin embargo, en
esta ocasión los esfuerzos de sus valedores le jugaron una mala pasada. A petición suya,
Carrero Blanco intercedió ante el presidente de las Cortes, Antonio Iturmendi, para que
11
pudiese formar parte de la Comisión de Leyes Fundamentales que habría de elaborar
dicha ley, pero éste se confundió y nombró por error a Fernando Suárez González.
Sea como fuere, el objetivo de Suárez no era darse a conocer en la Carrera de
San Jerónimo, sino acceder cuanto antes al puesto de gobernador civil. Tanto desde la
vicesecretaría general del Movimiento como desde la presidencia del Gobierno, había
constatado personalmente el poder y la influencia que podían llegar a ejercer los
representantes de la Administración central (y del Movimiento) en las capitales de
provincia, y llevaba muchos años con la vista puesta en este cargo. Arropado por
Carrero Blanco y sus hombres, y con el espaldarazo inestimable de Alonso Vega, en
junio de 1968 Suárez fue nombrado finalmente gobernador civil de Segovia, provincia
especialmente codiciada por la clase política de la época debido a su proximidad a la
capital, su tranquilidad social y su belleza natural, factores que la habían convertido en
una especie de finca de recreo del régimen.
Al igual que su efímero mentor, el monárquico Altozano, Suárez acudió a su
toma de posesión vestido con camisa blanca, proclamando así sus orígenes no
falangistas. Sin embargo, donde realmente se puso de manifiesto su audacia y confianza
en sí mismo –realmente notables en una persona de treinta y cinco años- fue en su
primer encuentro con Franco, recogido por su primer biógrafo en los siguientes
términos:
“¿Cómo le va a usted, Suárez?”
“No sé que decirle, Excelencia”, respondió Adolfo, con una sonrisa amigable.
Sin darse por aludido, porque el gobernador tenía las manos bien firmes, Franco
insistió:
“¿Qué quiere decir?”
“Que no sé, Excelencia, si los segovianos se sienten ciudadanos de segunda
clase”. 5
Gracias a este curioso intercambio, en el que Suárez hizo un alarde de
galleguismo digno del propio Jefe del Estado, éste le invitó a una audiencia particular en
enero de 1969, y le animó a pedir una entrevista con López Rodó para tratar los
problemas de la provincia. Como resultado de estas gestiones, Suárez lograría la
calificación de Segovia como provincia de acción especial en el II Plan de Desarrollo.
El otro gran logro del joven gobernador civil fue la creación del Colegio Universitario
Domingo de Soto, que contribuyó a paliar un déficit de instituciones académicas en las
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provincias colindantes con la capital de la que él mismo había sido víctima durante su
etapa de formación universitaria.
A pesar de este aparente interés por cultivar a Franco, al igual que otros muchos
políticos del régimen de su generación, en realidad Suárez ya tenía la vista puesta en la
sucesión. Su primer encuentro con Don Juan Carlos tuvo lugar el 6 de enero de 1969,
con motivo de una visita de éste a Segovia en compañía de Doña Sofía y sus cuñados
Constantino y Ana María de Grecia. Alfonso Armada, que entonces actuaba de
secretario de Don Juan Carlos y que tampoco conocía al gobernador civil, le había
llamado para anunciarle la visita, y “al llegar a la gasolinera que hay antes de entrar en
Segovia, estaba Adolfo Suárez con dos ramos de flores; le dio uno a la princesa y otro a
la reina Ana María”. Según el testimonio de Armada, fue el príncipe quien propuso que
se les uniera en la comida, aunque Suárez insistió en que invitaba “la provincia de
Segovia”. El joven político abulense le pareció un hombre “discreto y simpático”, que
“demostró afecto hacia sus altezas”, algo que no todos los gobernadores civiles hacían
por aquel entonces, dada la incertidumbre todavía existente en torno al futuro político de
Don Juan Carlos. 6 El príncipe volvería a menudo por Segovia, solo o en compañía de
Doña Sofía. Según la versión (no exenta de malicia) del entonces ministro Gonzalo
Fernández de la Mora, Suárez y el futuro monarca coincidirían a menudo en la villa que
el preceptor de éste, el Duque de la Torre, había obtenido en su día del Ministerio de
Educación en la sierra de Guadarrama “para que el príncipe descansara los fines de
semana en unión de algunas amistades”, anudando allí “lazos de camaradería casi
estudiantil”. 7
Con independencia de los factores de índole personal que pudieran contribuir a
forjar su relación personal, Suárez no dudó en apoyar políticamente a Don Juan Carlos
desde su primer encuentro. En este sentido es sin duda significativo que, a pesar de su
juventud y relativa insignificancia política, López Rodó se tomara la molestia de
visitarle en su domicilio segoviano para pedir su apoyo de cara al pleno de las Cortes al
que se habría de someter el nombramiento de Don Juan Carlos como sucesor de Franco
a título de Rey. Durante un encuentro posterior de ambos con Herrero Tejedor, López
Rodó sugirió la conveniencia de redactar un informe jurídico favorable a que la
votación no fuese secreta, a lo que Suárez apostilló que tenía noticia de que algunos
procuradores pretendían votar “Sí, a Franco”, tal y como les había pedido Solís, que era
contrario a la designación de Don Juan Carlos. Una vez redactado, el informe fue
distribuido por Suárez entre los procuradores familiares, que se reunieron a solas en
13
vísperas del pleno del 23 de julio, prestando así su primer servicio, menor pero no
desdeñable, al futuro Rey de España.
Fue también en Segovia donde Suárez conoció y trabó relación con quien habría
de convertirse en su colaborador político más próximo, Fernando Abril Martorell.
Nacido en Valencia en 1936, Abril era un joven ingeniero agrónomo que se había
trasladado en 1960 a Segovia, la ciudad natal de su mujer, Marisa Hernández, para
trabajar en el servicio de Concentración Parcelaria. Segovia era entonces una pequeña
capital de provincia, de unos cuarenta mil habitantes, y Suárez fue recibido inicialmente
con cierto recelo por las fuerzas vivas del lugar. Por ello mismo, él y su mujer valoraron
mucho la buena disposición de los Abril, incorporándose rápidamente a su circulo de
amistades. Casi de inmediato, Suárez vio en Abril al futuro presidente de la Diputación
provincial de Segovia, seguramente porque necesitaba delegar en una persona de su
confianza durante sus desplazamientos cada vez más frecuentes a Madrid, y a pesar de
que a su nuevo amigo no le atraía la política, no desistió hasta verle tomar posesión en
febrero de 1969. Algunos de quienes asistieron a dicho acto no dejaron de constatar el
notable contraste entre ambos: Suárez era un seductor nato, que no ocultaba su
ambición, y que utilizaba como trampolín todo lo que se le cruzaba; Abril, en cambio,
era tímido e irónico, y se entregaba a su trabajo como si fuese el último que jamás
tuviese que realizar. 8
En su toma de posesión, Abril afirmaría con su proverbial modestia que Suárez
“ha creído adivinar en mí algunas cualidades, sacándome de mi habitual trabajo técnico
para encomendarme una gran responsabilidad”. Por su parte, y en tono más solemne, el
gobernador civil definió a su amigo como “un hombre joven que pertenece a esa
generación puente que tiene que soldar indestructiblemente los pilares de nuestra más
reciente historia con los de ese futuro esperanzador que social, política y
económicamente se vislumbra ya en España”. Acaso sin saberlo, Suárez estaba
definiendo el papel que ambos habrían de desempeñar en el proceso político que se
iniciaría al cabo de no mucho tiempo. 9
Sin embargo, no todo fueron alegrías durante la etapa segoviana de Suárez. El
domingo 15 de junio de 1969 se desplomó el techo del nuevo restaurante de la
urbanización Los Ángeles de San Rafael, sepultando al medio millar de personas que se
encontraban en él con ocasión de una convención de empresa. El edificio, cuyo
promotor era Jesús Gil y Gil, se había inaugurado hacía apenas un año, y el desastre se
produjo por culpa de una ampliación del mismo realizada apresuradamente y sin
14
licencia de ningún tipo. Suárez se personó inmediatamente en la urbanización, y según
las declaraciones del alcalde del vecino pueblo de El Espinar al diario ABC, “no perdió
en ningún momento los nervios”. 10 A pesar de cobrarse cincuenta y ocho vidas, y de
que la comisión provincial de Urbanismo estaba presidida por el gobernador civil, el
desastre no salpicó políticamente a Suárez, ya que Gil no había solicitado de ésta los
permisos pertinentes. El inefable constructor fue condenado posteriormente a cinco años
de prisión menor, de los que solo cumpliría veintisiete meses, al ser indultado por
Franco en 1972. Si caso, el comportamiento de Suárez en tan difíciles momentos sirvió
para acrecentar su prestigio entre la clase política del régimen, hasta el punto de ser
condecorado con la Gran Cruz del Mérito Civil.
Habiendo superado con éxito el derrumbe de Los Ángeles de San Rafael, Suárez
recibió de lleno el impacto de la onda expansiva causada por el estallido del caso
MATESA en el verano de 1969. Tras años de forcejeos, el conflicto larvado entre los
tecnócratas del Opus Dei protegidos por Carrero Blanco, partidarios entusiastas de la
proclamación del príncipe Don Juan Carlos, y los hombres del Movimiento
capitaneados por Solís, que preferían una regencia, surgió a la superficie con inusitada
violencia, obligando a Franco a tomar partido por los primeros. En octubre Fraga fue
cesado como Ministro de Información y Turismo y sustituido por Alfredo Sánchez
Bella, mientras que el nombramiento de Fernández Miranda como ministro secretario
general del Movimiento ponía fin al largo reinado de Solís al frente del mismo.
Al parecer, Suárez había soñado con ser él quien sustituyera a Fraga, si bien el
hecho de no haber cumplido todavía los cuarenta años militaba en su contra. Como en
tantas otras ocasiones, acudió a Herrero Tejedor, que logró convencer a Carrero Blanco
de la conveniencia de que Sánchez Bella le otorgase un puesto relevante en su
departamento, que le permitiese mantener una relación directa tanto con el almirante
como con Don Juan Carlos. Carrero Blanco accedió fácilmente a la petición del fiscal
general del Tribunal Supremo, seguramente porque el príncipe ya se había interesado
por Suárez en el mismo sentido. Por su parte, Sánchez Bella, que había sido nombrado
directamente por Franco, mostró poco entusiasmo por incorporar al todavía gobernador
civil a su departamento, pero, presionado por Herrero Tejedor, finalmente accedió a su
nombramiento como director general de RTVE en noviembre de 1969.
Además de suponer un triunfo casi total para los tecnócratas vinculados al Opus
Dei que actuaban bajo la protección de Carrero Blanco, la crisis de 1969 permitió la
incorporación a puestos destacados de la Administración de muchos políticos de la
15
generación de Suárez que habrían de participar activamente en el proceso de transición
a la democracia tras la muerte de Franco. Entre otros, cabe destacar los nombramientos
de Martín Villa (secretario general de la Organización Sindical); José Miguel Ortí
Bordas (vicesecretario general del Movimiento); José Luís Meilán Gil (secretario
general técnico de la Presidencia); y Fernando Benzo (subsecretario de Industria).
En la dirección de RTVE, Suárez se rodeó de un pequeño grupo de
colaboradores más bien atípicos, lo cual dice mucho de su heterodoxia como político. El
jefe de su secretaría era José María Calviño, un curioso personaje de ideas republicanas
que habría de convertirse en director de la televisión publica tras el triunfo electoral del
PSOE en octubre de 1982. También fichó como ayudante a Carmen Díez de Rivera, hija
natural de Ramón Serrano Suñer y la marquesa de Llanzol, una bellísima joven que
contaba entonces veintisiete años de edad y que hablaba varios idiomas, a la que luego
nombraría jefe de relaciones internacionales. 11 Ya en 1972 conocería a José Luís
Graullera, entonces interventor económico de TVE, que se convertiría en uno de sus
mejores amigos, además de ser socio del despacho que montaron ambos para la compra-
venta de solares y pisos en Madrid.
Sabedor de que debía su nombramiento al príncipe, Suárez dedicó sus mejores
esfuerzos como director general de RTVE a la promoción de la figura de Don Juan
Carlos, estableciendo lo que él mismo ha definido como “un enlace continuo” con La
Zarzuela, granjeándose así no solo su gratitud sino también su amistad. 12 El
subsecretario de Información y Turismo, Hernández Sampelayo, un hombre de López
Rodó cuyo nombramiento había impuesto Carrero Blanco, convocaba semanalmente
una reunión para coordinar el tratamiento informativo de las actividades de los
príncipes, a la que nunca dejó de asistir Suárez durante sus cuatro años en el cargo. A
dichas reuniones asistía también Armada, que siempre vio en él a un colaborador
entusiasta de la causa juancarlista. Poco después de su llegada a la dirección general de
RTVE, Suárez ordenó la creación de un archivo gráfico dedicado a la figura del
príncipe, para poder documentar mejor sus viajes y visitas. Según Armada, el director
“ayudó mucho en esa labor de, vamos a llamarla así, propaganda por televisión”. 13
El apoyo cada vez más explícito de Suárez a Don Juan Carlos, y su acceso
directo a López Rodó y a Carrero Blanco, fueron motivo casi permanente de fricción
con Sánchez Bella. Tan es así que, cuando el ministro de Relaciones Sindicales, Enrique
García Ramal, sufrió un infarto en 1970, su ministro se mostró partidario de que Suárez
le sustituyese, plan que desbarató la rápida recuperación del propio interesado. Más
16
adelante, Sánchez Bella habló también con el ministro de la Gobernación, Tomás
Garicano Goñi, para que ofreciese a Suárez un buen gobierno civil, pero éste solo
hubiese aceptado el de Barcelona, que no estaba disponible.
El ministro de Información y Turismo estuvo a punto de lograr su objetivo a
principios de 1972, con ocasión del enlace entre la nieta mayor de Franco, María del
Carmen Martínez-Bordiú y Alfonso de Borbón Dampierre, nieto mayor del Rey
Alfonso XIII y rival del príncipe Don Juan Carlos. Ante el temor a que ciertos sectores
del régimen utilizasen la boda para promover la candidatura al trono de Don Alfonso,
Suárez presentó la dimisión cuando Sánchez Bella le ordenó que se retransmitiera en
directo. Una vez mas, Carrero Blanco acudió en su ayuda, y el 8 de marzo de 1972 la
televisión publica dedicó mucha menos atención a la ‘boda del año’ de lo que Don Juan
Carlos había temido. 14
Lógicamente, Suárez también aprovechó su paso por RTVE para fortalecer su
relación con Carrero Blanco, cuyo nombramiento como presidente del Gobierno se
intuía ya cercano. Según el testimonio del entonces coronel José Ignacio San Martín,
responsable del servicio de inteligencia de presidencia del Gobierno (el SECED), el
director de RTVE visitaba con asiduidad el palacete de Castellana 3 donde Carrero
Blanco tenía su despacho, “pues no había prácticamente ni un solo sábado que dejara de
intentar ver a ‘Luís’, como familiarmente llamaba Adolfo al almirante. Allí acudía para
contarle cosas y chismorreos de todo el mundo e incluso de su propio ministro, con el
que no se llevaba bien, y asimismo para recibir instrucciones sobre programas y
enfoques de espacios formativos e informativos de televisión. En Presidencia era muy
bien recibido, como ‘hombre de la casa’, y Carrero mostraba por él singular afecto y
simpatía”. En la misma línea, San Martín afirma que Suárez se mostraba muy
colaborador “cuando se decidía que TVE retransmitiera partidos de fútbol, corridas de
toros, espectáculos o telefilmes importantes para desaconsejar a la gente asistir a
manifestaciones o actos de tendencia separatista como los del Aberri Eguna”. 15
Debido en parte a su deseo de agradar a Carrero Blanco, y sin duda pensando
también en su propio futuro, Suárez también mostró especial interés por cultivar a las
Fuerzas Armadas. Aunque fue él quien desprogramó el conocido espacio de orientación
militar Por Tierra, Mar y Aire, a sugerencia de su antiguo compañero de milicias
universitarias, comandante Casinello, y del capitán Restituto Valero, que poco después
sería uno de los fundadores de la clandestina Unión Militar Democrática (UMD), a
cambio de ello le ofreció al Ejército, de forma gratuita, un programa de reclutamiento
17
que le valdría la Gran Cruz de la Orden del Mérito Militar. Durante aquellos años
también profundizó su amistad con Andrés Casinello, que ocupaba un puesto destacado
en los servicios de inteligencia militar, y conoció a Sabino Fernández Campo, el jefe de
la secretaría del ministro del Ejército, Juan Castañón de Mena, que cuando tenía un
problema no dudaba en decirle: “Acuda a Suárez, que es muy eficaz”. 16
A pesar de haberle dedicado muy poco tiempo a su actividad en las Cortes
orgánicas, Suárez quiso presentarse de nuevo a las elecciones a procurador familiar por
Ávila. En septiembre de 1971 se anunció la presencia en liza de otros tres candidatos,
Francisco Abella, Faustino Cermeño y Alberto Zamora, pero los dos últimos se
retiraron de la contienda, ante lo cual Suárez y Abella fueron proclamados
automáticamente. Sin embargo, esta situación no satisfizo a Suárez, que instó a la Junta
Electoral Provincial a forzar una votación. En los comicios celebrados el 29 de
septiembre de 1971, Suárez derrotó a su adversario Abella por 68.671 votos contra
38.126, con un nivel de participación de casi el 69 por 100. Sin embargo, poco después
sería Abella, un influyente abogado del Estado de origen falangista, quien frustraría su
intento de obtener un escaño en el Consejo Nacional del Movimiento.
Poco antes de las elecciones a procuradores en Cortes, López Rodó había
intentado, sin éxito, que el ministro secretario general del Movimiento, Fernández
Miranda, nombrara a Suárez delegado nacional de Provincias, para garantizar la
presencia de un grupo nutrido de candidatos partidarios de la causa del príncipe. Sin
embargo, Fernández Miranda no consideró oportuno el nombramiento, en parte porque
veía en Suárez a un posible submarino de la presidencia del Gobierno. Este percance le
hizo constatar que, además de cultivar a Carrero Blanco y López Rodó, en el futuro le
convenía tener más en cuenta a Fernández Miranda, decisión que refleja una vez más su
notable olfato político, ya que la influencia de éste sobre Don Juan Carlos era entonces
un secreto muy bien guardado.
Tras largos años de dilación, en junio de 1973 Franco accedió finalmente a
nombrar presidente del Gobierno a su hombre de confianza, Carrero Blanco. El
almirante tenía inicialmente previsto nombrar a Fernando Liñán ministro de la
Gobernación, y a Suárez ministro de Información y Turismo. Sin embargo, como
resultado de la presión ejercida en El Pardo por el entorno familiar del dictador, fue el
alcalde de Madrid, Carlos Arias Navarro, quien se alzó con la cartera de Gobernación,
en vista de lo cual Carrero Blanco tuvo que ofrecer a Liñán el puesto inicialmente
reservado a Suárez. La decepción sufrida por éste fue descomunal, ya que, a pesar de su
18
juventud, había dado por hecho que su sueño de ser ministro se haría finalmente
realidad. Sumido en un estado de depresión poco común en él, ante sus más allegados
lamentaría con rabia que “no soy ministro porque ni vivo en Puerta de Hierro ni estudié
en el Pilar”. 17 Lejos de rendirse, y haciendo gala de su tesón habitual, no mucho tiempo
después Suárez vendería su piso de la avenida del Generalísimo (hoy Paseo de la
Castellana) para trasladarse a otro en la calle San Martín de Porres, sito en la
urbanización Puerta de Hierro.
El desenlace de la crisis pareció confirmar su sospecha de que Carrero Blanco y
López Rodó no habían tenido sus intereses suficientemente en cuenta. 18 Con la audacia
que le caracterizaba, Suárez pidió audiencia a Fernández Miranda, que había sido
elevado a la categoría de vicepresidente del Gobierno, con la esperanza que le ofreciese
la vicesecretaría general del Movimiento, pero no tuvo éxito. Varios meses antes, López
Rodó había comentado este posible nombramiento en La Zarzuela, pero el príncipe
había objetado que Suárez tenía excesivas ganas de ser ministro, lo cual posiblemente
explique el hecho de que no presionara a Fernández Miranda. 19 También hizo gestiones
con el nuevo ministro de Trabajo, Licinio de la Fuente, que resultaron igualmente
infructuosas.
La aparente falta de interés del príncipe por ver en el gobierno a Suárez no
significaba que no contase con él para el futuro, sino todo lo contrario. El periodista
José Luís Navas ha narrado recientemente que, estando en La Zarzuela a mediados de
junio de 1973, tomando datos para escribir una biografía oficial de Don Juan Carlos, en
un momento de la conversación Doña Sofía preguntó a su marido si Suárez era “del
Opus o falangista”. El entonces Príncipe de España hizo un aspaviento, soltó una
carcajada, y contestó: “¡Por Dios, Sofi! ¡Adolfo Suárez es adolfista! Según Navas, el
príncipe “lo dijo con el mayor cariño”, y el periodista interpretó que se le consideraba
un hombre libre de ataduras, y que se tenía un óptimo concepto de él. 20
El verano de 1973 fue uno de los más difíciles de la vida política de Suárez. Tras
cuatro años al frente de RTVE, no tenía sentido permanecer más tiempo en el cargo, en
vista de lo cual presentó la dimisión. A diferencia de Sánchez Bella, Liñán era un firme
partidario de Don Juan Carlos, lo cual auguraba que su sucesor en la dirección de la
televisión pública también lo sería. Suárez pensó dedicarse a los negocios de la mano de
su amigo Juan Gómez Arjona, pero pronto comprobó que no le interesaban: aunque
siempre quiso tener dinero, nunca le gustó someterse a la disciplina necesaria para
acumularlo. Afortunadamente, en diciembre de 1973 le ofrecieron la presidencia de la
19
Empresa Nacional de Turismo (ENTURSA), organismo dependiente del INI, así como
la presidencia, más bien simbólica, de la Comisión de Turismo del Plan de Desarrollo.
El mundo político en el que se había movido Suárez desde hacía varios lustros se
vino abajo con estrépito en la mañana del 20 de diciembre de 1973. El brutal asesinato
de Carrero Blanco a manos de ETA y el posterior nombramiento de Arias como
presidente del Gobierno no solo puso fin al protagonismo político de los hombres
vinculados al almirante (incluido López Rodó), sino que también dio lugar al cese de
Fernández Miranda, a pesar de la notable cordura con la que manejó la crisis. Todo ello
privó a Suárez de sus valedores más influyentes, aunque pudo no haber sido así. Arias
Navarro hubiese querido contar con Herrero Tejedor como ministro secretario general
del Movimiento, y su nombramiento estaba ya impreso en las galeradas del Boletín
Oficial del Estado, cuando intervino José Antonio Girón de Velasco cerca de Franco
para imponer el nombre del falangista José Utrera Molina. 21
En contra de lo inicialmente esperado, en un primer momento Arias quiso
protagonizar un modesto intento de apertura interna, que presentó a la opinión publica
en su famoso discurso de 12 de febrero de 1974 ante las Cortes, pero no tardó mucho en
sucumbir a las presiones de los sectores más reaccionarios del régimen, que contaron
con el apoyo creciente de un Franco en vías de extinción física y mental. Como
resultado de dichas presiones, en octubre de 1974 abandonó el gobierno el ministro de
Información y Turismo, el aperturista Pío Cabanillas, y Arias, tras largos forcejeos con
el propio Franco, quiso compensar su marcha con el cese, en marzo de 1975, de Utrera
Molina, que se había convertido en el abanderado de los inmovilistas en el seno del
propio gabinete. Con más de un año de retraso, el presidente del Gobierno pudo cumplir
así su deseo inicial de contar con Herrero Tejedor como ministro secretario general del
Movimiento, que tras algunos titubeos decidió ofrecer a Suárez la vicesecretaría
general.
El hijo de Herrero Tejedor, el periodista Luís Herrero, ha desmentido la leyenda
según la cual su padre justificó su decisión de contar una vez mas con su antiguo
protegido con las palabras: “si no lo nombro, se me muere”. En cambio, ha confirmado
que “la presión familiar en casa del nuevo ministro jugó decididamente a favor de la
candidatura de Adolfo Suárez”, aunque en su opinión esto no fue lo realmente decisivo,
porque Herrero Tejedor “no se dejo influir por las voces familiares –que hablaban
mucho más desde el afecto irracional que desde el criterio de la oportunidad política-
sino por el consejo prudente de quien ya se había convertido en el principal valedor de
20
la carrera política de Suárez: el príncipe Juan Carlos”. El flamante ministro conocía a
Suárez desde hacía más de veinte años, y siempre le había servido con eficacia y lealtad.
Si dudó algunos días antes de ofrecerle el cargo, fue más bien porque temía que, al
vincularle tan explícitamente a lo que quedaba del Movimiento en vísperas de la
inminente muerte de Franco, podría estar haciéndole un flaco favor. De ahí la formula
un tanto alambicada que utilizó para plantear su ofrecimiento a Suárez: “¿Le viene bien
a tu carrera política ser ahora vicesecretario general del Movimiento?” Una persona más
prudente quizás se lo habría pensado dos veces, pero, como afirmaría el propio Herrero
Tejedor en la toma de posesión de su protegido, Suárez era un “hombre político joven,
audaz, de talante alegre y de vocación política difícil de medir”. 22
Herrero Tejerdor vino a sustituir a un falangista ultra ortodoxo que se había
ganado la confianza de Franco, y para Arias era importante que el cambio no suscitara
excesivo rechazo entre los sectores más intransigentes del régimen. Los enemigos
políticos de Fernández Miranda nunca le perdonaron que vistiese camisa blanca en su
toma de posesión como ministro secretario general del Movimiento en 1969, y tanto
Herrero Tejedor como Suárez tuvieron buen cuidado de hacerlo enfundados en la
camisa azul de la Falange. El flamante vicesecretario general no ahorró esfuerzos en su
afán por ganarse al auditorio, recordándole que “he permanecido en esta casa durante
diecisiete años y en sus muros mas de ocho”, y manifestando asimismo su lealtad “a un
régimen nacido en la necesidad de recuperar la identidad nacional del país y su
legitimidad como estado”, aunque también se refiriera a la habilidad de Franco a la hora
de “mantener unido su destino como país, acelerar su progreso y posibilitar su vida
democrática”.
Herrero Tejedor era un hombre del Movimiento muy cercano a Don Juan Carlos
que creía necesario comenzar a prepararse políticamente para el posfranquismo en vida
del dictador. Durante el año anterior a su nombramiento la vida política del régimen
estuvo dominada por un penoso forcejeo entre aperturistas y continuistas en torno al
Estatuto Jurídico del Derecho de Asociación Política, finalmente aprobado en diciembre
de 1974, que Franco resolvió a favor de los segundos. A pesar de las evidentes
limitaciones de la nueva ley, el flamante ministro quiso aprovecharla al máximo para
crear dos o tres grandes asociaciones políticas que, tras la muerte de Franco, pudiesen
convertirse en partidos políticos más o menos homologables con los existentes en otros
países de la Europa occidental, que pudiesen competir con éxito con las formaciones de
la izquierda no marxista que pudieran legalizarse. El propio ministro reconocería en
21
abril ante un grupo destacado de políticos del régimen que las asociaciones que
proponía serían todas de derechas, ya que organizar una asociación socialista seria
insincero. 23
El éxito de esta operación parecía pasar entonces por la participación de Fraga,
considerado entonces el más prometedor abanderado del aperturismo, que ya en enero
de 1975 había exigido una serie de requisitos mínimos a cambio de su participación,
tales como la elección de una cámara baja por sufragio universal, que fueron rechazados
por Arias. Herrero Tejedor no se daba fácilmente por vencido, y al poco tiempo de
asumir su cargo ofreció a Fraga la jefatura de una futura “gran asociación continuista,
mas que reformista”, a decir del entonces embajador de España en Londres, que declinó
la oferta. Más adelante, Fraga y otros políticos vinculados al régimen pero de talante
reformista, como José María de Areilza, harían explícito su rechazo mediante la
creación de FEDISA, plataforma que aglutinó a muchos futuros protagonistas de la
transición.
A pesar de este fracaso, Herrero y Suárez no cejaron en su empeño de incorporar
a su asociación –inicialmente denominada Alianza del Pueblo- a sectores de la clase
política del régimen plenamente identificados con el Movimiento pero dispuestos a
tolerar un marco de pluralismo limitado institucionalizado. El propio Suárez intentaría
reclutar a López Rodó en junio de 1975, pero éste le objetó que “la lista de promotores
era muy floja y predominaban en ella el ‘desecho de tienta’ del Partido Único”, llegando
a calificar a la futura asociación de “engendro”, reacción que molestó profundamente a
su interlocutor. 24 A pesar de ello, ese mismo día Herrero Tejedor presentó los estatutos
de la asociación –finalmente bautizada como Unión del Pueblo Español (UDPE)- en el
registro del Consejo Nacional. Tampoco quisieron sumarse a ella los representantes más
destacados de la familia demócrata cristiana del régimen, encabezada entonces por
Federico Silva Muñoz, que prefirieron constituir su propia Unión Democrática
Española. Por su parte, la mayoría de los jóvenes reformistas vinculados al grupo
Tácito, también de orientación democristiana, al menos en sus inicios, rechazaron el
nuevo marco asociacionista delimitado por el régimen por considerarlo demasiado
estrecho, optando por mantenerse al margen.
Suárez desarrolló una actividad frenética durante los apenas cien días que estuvo
en la secretaría general del Movimiento a las ordenes de Herrero Tejedor. Este quería
conocer a fondo la situación política del país, y para ello no dudó en iniciar contactos
discretos pero eficaces con representantes de los partidos de la oposición al régimen,
22
tanto ‘alegales’ como clandestinos. Para ello contó con la colaboración entusiasta de
Suárez, que entabló relación con personalidades tan dispares como el antiguo presidente
de la Internacional Liberal, Salvador de Madariaga, el pretendiente carlista Carlos Hugo
de Borbón Parma, el poeta y disidente ex falangista Dionisio Ridruejo, y Antonio
Gracia López, un curioso hombre de negocios posiblemente vinculado a la CIA que
luego crearía su propio partido socialdemócrata. Suárez también tuvo relación con el
Partido Socialista Popular de Enrique Tierno Galván, cuyo hombre de confianza, el
catedrático Raúl Morodo, vivía en su mismo bloque de pisos. 25 En cambio, ni Herrero
Tejedor ni su hombre de confianza parecen haber establecido ningún vinculo con el
PSOE renovado, encabezado desde octubre de 1974 por el joven abogado sevillano
Felipe González, aunque Suárez recuerda haberle oído decir a su jefe que la policía no
le detenía porque “si lo metemos en la cárcel, solo conseguiremos ennoblecer su
biografía”. 26
Visto todo lo anterior, parece evidente que los esfuerzos de Herrero Tejedor y su
segundo por preparar a la derecha para el posfranquismo tenían pocas probabilidades de
éxito. Sea como fuere, el 12 de junio de 1975 el ministro secretario general del
Movimiento encontró la muerte en un brutal accidente de automóvil que conmocionó a
la clase política del régimen. Se ha repetido a menudo que Don Juan Carlos había
pensado en Herrero Tejedor para el puesto de presidente del Gobierno tras la muerte de
Franco, pero a Suárez no le constaba que fuese así, o al menos nada supo al respecto por
boca de su mentor. 27
Suárez era el sucesor lógico de Herrero Tejedor al frente del Movimiento, pero
en El Pardo hacía ya tiempo que no se confiaba en él. Siendo todavía director general de
RTVE, Franco había comentado a su medico particular que “este hombre es de una
ambición peligrosa, Pozuelo. No tiene escrúpulos”. Cuando el médico comentó el
reciente fallecimiento del ministro con Franco, éste reconoció que “era todo un
caballero, con una gran capacidad de trabajo”, pero añadió a continuación que algunos
de sus colaboradores le estaban traicionando. Al parecer, en El Pardo se había tenido
noticia del breve informe que Suárez, al igual que otros muchos políticos jóvenes del
régimen, había enviado a La Zarzuela a petición de Don Juan Carlos, resumiendo sus
puntos de vista sobre el porvenir político de España. Suárez reconocía haber
abandonado el palacio de La Quinta ingenuamente convencido de que “el futuro pasaba
por mis manos”, y confesaba con humor la decepción que sufrió al comprobar que no
era el único a quien el príncipe había hecho este encargo. No obstante, siempre
23
estableció cierta relación entre el contenido de su informe –claramente partidario de una
democratización de la vida política española- y la decisión de Don Juan Carlos de
nombrarle presidente del Gobierno. 28 Sea como fuere, en el verano de 1975 Franco ya
no estaba para experimentos, e impuso a Arias el nombramiento del incombustible
Solía, que había ocupado esa cartera entre 1957 y 1969.
En realidad, Suárez ya no ocultaba sus veleidades reformistas, como demostraría
valientemente en su discurso de despedida como vicesecretario general del Movimiento,
pronunciado el 3 de julio de 1975. Suárez aprovechó la ocasión para rendir homenaje a
su mentor, que “como el centinela de Isaías, vio venir la mañana en la noche”, lo cual le
había llevado a trabajar “por la constitución de una democracia libre y apacible”. Tras
expresar su fe en “la innovación y no en la nostalgia, en la comprensión y no en la
exclusión, en la seriedad del servicio y no el extremismo romántico”, Suárez se
manifestó partidario de “una democracia que traduzca el pluralismo legítimo que se da
en la sociedad y la implantación de una justicia social que es el fundamento de toda
democracia real”, para terminar afirmando que la monarquía de Don Juan Carlos “es el
futuro de una España moderna, democrática y justa, que no nos ha de caer como un
regalo del cielo, sino que ha de ser el resultado del esfuerzo de todos, ganándola a pulso
día a día, sin extremismos, con rigor y seriedad”. Y por si alguien pudiese pensar que
hablaba desde el rencor de quien se había visto apartado inesperadamente del poder,
concluyo así: “Vine con estas ideas y me voy con ellas reafirmadas. Estos cien días al
lado de Fernando me han ratificado mis lealtades de siempre al pueblo español, que es
el verdadero protagonista de su destino”.
La actitud de Suárez frente al futuro no pasó desapercibida en La Zarzuela. Poco
antes, Don Juan Carlos había pedido a Luís María Ansón, por entonces director del
Blanco y Negro, que arropara al todavía vicesecretario general, y la revista no tardó en
ofrecerle una cena-homenaje para proclamarle ‘político del mes’. Tras su cese, el
príncipe intercedió ante las autoridades para que le nombraran delegado del Gobierno en
la Compañía Telefónica, cargo que conllevaba un pingüe sueldo, y obtuvo de Solís su
elección como presidente de la UDPE, la incipiente asociación política concebida por
Herrero Tejedor. Ya en el otoño, el príncipe comentaría al periodista alemán Michael
Vermehren que esperaba poder contar con Suárez para puestos de la máxima
responsabilidad política en un futuro próximo. 29
A los pocos días de hacerse cargo de la UDPE, Suárez acudió a El Pardo al
frente de su cúpula directiva para presentársela a Franco, escandalizando a sus
24
acompañantes al definirla como “un embrión imperfecto e insuficiente del pluralismo
político que será inevitable cuando se cumplan las previsiones sucesorias”. Lejos de
sorprenderse, el jefe del Estado, que acababa de concederle la Gran Cruz de la Orden
del Yugo y de las Flechas, le pidió que volviese otro día para conversar a solas. Suárez
nunca ha pretendido ser un ‘demócrata de toda la vida’, pero para entonces sabía que “el
sistema hacia agua” y estaba convencido que “el régimen no podía sucederse a si
mismo”. En la que sería su última entrevista con Franco, éste le preguntó qué opinaba
del futuro del Movimiento y sus instituciones, a lo que respondió que, a su entender, no
tenían futuro. A continuación se le pidió que definiese lo que quedaría del franquismo
tras la muerte de su fundador, a lo que Suárez respondió que “un sentimiento”. Por
último, el general quiso saber si creía inevitable el establecimiento en España de un
sistema político similar al de las democracias europeas occidentales, obteniendo una
respuesta afirmativa. 30
De este intercambio cabe destacar tanto el hecho de que Franco parecía
resignado a que todo cambiaría cuando él faltase, como la notable audacia de un hombre
de poco más de cuarenta años que se atrevía a hablarle con tal franqueza. En suma,
como ha escrito Paul Preston, Suárez “era un buen ejemplo del político profesional que
se había hecho dentro del régimen, pero percibía instintivamente que este era una
camisa de fuerza para una sociedad que había superado sus constricciones”. 31
25
Capítulo 2
Suárez, Ministro Secretario General del Movimiento.
26
calló, sin hacer ni un solo comentario”. 32 Aunque Don Juan Carlos tuvo la tentación de
forzar la dimisión de Arias una vez logrado el nombramiento de Fernández Miranda, el
primero se negó a presentársela, en vista de lo cual tuvo que confirmarle en el cargo el 4
de diciembre, si bien el presidente no lo hizo público hasta el día siguiente.
La composición del nuevo gobierno se acordó en una reunión celebrada en la
Zarzuela el sábado 6 diciembre, en la que, además de sugerir los nombres de varios
políticos de la llamada ‘generación del príncipe’, Don Juan Carlos propuso los de Fraga
(Gobernación), Areilza (Asuntos Exteriores) y Antonio Garrigues y Díaz Cañabate
(Justicia), tres pesos pesados que Arias aceptó sin dificultad. A sugerencia del Rey, el
lunes 8 de diciembre Fernández Miranda acudió a casa del presidente para cerrar la lista
de ministros, esforzándose por dar la impresión que no tenía interés en ningún
nombramiento concreto. En el transcurso de la conversación, el anfitrión dio la
sensación de querer prescindir del ministro de Trabajo, Fernando Suárez, ante lo cual su
visitante le propuso “una larga cambiada”, consistente en sustituirle con Solís, a quien
Arias no deseaba cesar por haber sido nombrado personalmente por Franco, dejando así
libre el puesto de ministro secretario general del Movimiento para el protegido del rey.
Fernández Miranda actuó así por indicación del monarca, y porque necesitaba poder
contar con la presencia en el gobierno de “un ministro afecto, de confianza, que pudiera
sintonizar con las acciones que había que ejecutar, capaz de ser mas leal a él que a su
presidente”. 33
Suárez ha confesado que apenas se sorprendió cuando Arias le llamó para
ofrecerle el puesto de ministro secretario general del Movimiento. Pocas semanas antes,
el embajador de Estados Unido, Wells Stabler, le había vaticinado que seria el próximo
presidente del gobierno, y aunque no le hizo mucho caso, sí pensó que confirmaba su
condición de ‘ministrable’. Aunque luego tuvo conocimiento de la gestión realizada por
Fernández Miranda cerca de Arias, siempre supo que el responsable último de su
nombramiento había sido el rey. 34
El sábado 13 de diciembre de 1975 Suárez vio finalmente cumplido su viejo
sueño de ser ministro, y a finales de mes pudo presidir la toma de posesión de su nuevo
equipo, integrado por Ignacio García López (vicesecretario); Eduardo Navarro
(secretario general técnico), que era rector del colegio mayor Francisco Franco cuando
Suárez se instaló en él en 1960; su buen amigo Graullera (gerente de Servicios); Manuel
Ortiz (delegado de Provincias); y la historiadora Carmen Llorca (delegada de Cultura).
En un primer momento el ministro mantuvo en su puesto al delegado de Prensa del
27
Movimiento, el veterano periodista abulense Emilio Romero, pero en febrero decidió
cesarlo para demostrar quién mandaba en la casa. La inquieta e inquietante Díez de
Rivera volvió a ocuparse de su secretaría, pero al cabo de poco tiempo le confesó que
“cada vez que entro me dan ganas de devolver”, a lo que Suárez respondió lacónico:
“pues todo menos eso”. En vista del rechazo que le producía el gigantesco yugo y
flechas que todavía campeaban en la fachada de Alcalá 44, entre marzo y junio de 1976
pasaría a convertirse en asesora de la delegada de Cultura.
El nombramiento de esta última ofrece algunas pistas interesantes sobre el
talante y la forma de actuar de Suárez en aquella época. Cuando el ministro la llamó
para ofrecerle el cargo, la historiadora, que era entonces secretaría general del Ateneo
de Madrid, objetó que nunca había estado vinculada a la Falange ni al Movimiento, a lo
que Suárez respondió: “precisamente por eso”. Más adelante, la delegada contó con el
visto bueno de su nuevo jefe para llevar a la secretaría general de la Delegación al
escritor Juan Pablo Ortega, un militante del PSP de Tierno Galván. Tras observar y
trabajar con Suárez durante varios meses, la delegada nacional pudo constatar que “era
un gran desconocedor del tema de la cultura”, seguramente porque poco podía ayudarle
a alcanzar su objetivo, que no era otro que el poder. Quizás por ello mismo, era
“sumamente celoso del poder, del poder total que asume íntegramente sin querer
compartirlo con nadie”. También observó en él una cierta ingratitud, o más
exactamente, una sorprendente capacidad para “cancelar el pasado con la fría
indiferencia de aquel que considera que ya no le sirve para nada”. Suárez también
aplicaba esta filosofía a las personas, lo cual no era obstáculo para que volviese a
recurrir a ellas si las necesitaba de nuevo, portándose como si las acabara de conocer.
En otras palabras, era el tipo de persona que “podría casarse con su primera esposa, si se
separase de ella, y hacerlo de gala como en la primera ceremonia y con los mismos
padrinos”. A título más general, Llorca llegó a la conclusión de que estaba ante “uno de
los personajes más complejos de nuestro mundo político, aunque probablemente uno de
los más desprovistos de preparación y bagaje cultural”, si bien era cierto que “para lo
que hace, no lo necesita”. Ya en un plano más personal, también pudo observar que
“apenas comía ni bebía pero fumaba sin cesar y tomaba café”. 35
Aunque obrara con cautela para no enemistarse con los sectores más
intransigentes del régimen, Suárez dejó alguna constancia pública del talante que
percibieron en él sus colaboradores más allegados. En una entrevista concedida en
marzo al diario Pueblo, por ejemplo, no dudó en afirmar: “me siento, y creo serlo,
28
demócrata. Aspiro a una convivencia armónica, sostenida sobre la representatividad y la
participación. Creo que para que no haya traumas ha de haber evolución. Considero que
el mayor peligro histórico consiste en los extremismos, y que el mejor antídoto es la
reforma en profundidad”. Más sorprendente aun resulta su premonitorio análisis de lo
que debía ser el futuro sistema de partidos, basado en “el juego fecundo entre un
socialismo democrático, dotado de un fuerte sentido nacional, y una derecha moderna,
homologada con los esquemas europeos”, así como la presencia de “una gran fuerza
intermedia en la que se embalsen a la vez herencias del pasado y aspiraciones
sociales”. 36
El ejecutivo creado tras la proclamación de Rey a finales de 1975 suele
conocerse como el primer gobierno de la monarquía o el segundo gobierno de Arias,
pero en realidad no fue ni lo uno ni lo otro. No fue lo primero porque el presidente no
sintonizaba en absoluto con las prioridades del monarca, cuyo hombre de confianza,
Fernández Miranda, carecía del poder necesario para imponer plenamente su criterio.
Tampoco fue realmente lo segundo porque, a cambio de su continuidad, Arias sacrificó
a sus colaboradores mas allegados de la etapa anterior, cediendo buena parte del
protagonismo que le correspondía a Fraga y Areilza, que ansiaban sucederle cuanto
antes. En realidad, Arias nunca tuvo un proyecto político propio, y en sus dos años al
frente del gobierno anterior solamente había logrado sacar adelante una Ley de
Asociaciones que había sido rechazada por los sectores evolucionistas del régimen.
Increíblemente, Arias pareció conformarse con una modesta actualización del ‘espíritu
del 12 de febrero’, como si ignorara el hecho mismo de la muerte de Franco. A partir de
ese momento quedó atrapado entre su lealtad al pasado y su vanidosa pretensión de
protagonizar el futuro. El resultado fue un peligroso impasse que se prolongó a lo largo
de casi siete meses, y que a punto estuvo de dar al traste con la Corona y con la
posibilidad de organizar una transición pacífica hacia formas de gobierno
democráticas. 37
La declaración programática del gobierno, elaborada por Fraga y hecha pública
el 15 de diciembre, alimentó fugazmente la esperanza de una operación reformista
viable. El ejecutivo se manifestaba partidario de una “reforma de las instituciones
representativas para ensanchar la base”, así como de “la ampliación de las libertades y
derechos ciudadanos, en especial el derecho de asociación”, y del reconocimiento
institucional “de todas (las) regiones y en general de las autonomías locales”, a fin de
que el ordenamiento jurídico político español tendiese “a una mayor homogeneidad con
29
la comunidad occidental”. Sin embargo, cuando Arias acudió a las Cortes el 28 de enero
para concretar estas propuestas, lo hizo mediante un discurso atravesado de referencias
al pasado, suscitando el rechazo no solo de la oposición democrática, sino de la mayoría
de los reformistas y buena parte de sus ministros. Aunque prometió la creación de unas
Cortes bicamerales, lo hizo sin precisar cuales serían sus poderes, su composición ni su
forma de elección, y además sembró la confusión con referencias a la combinación de
representaciones directas e indirectas. Además, dio la sensación de que el Consejo
Nacional vería aumentados sus poderes, sobre todo en materia de reforma
constitucional. Aunque reconoció que el fracaso del Estatuto de 1974 hacía necesaria
una nueva Ley de Asociación, se negó a referirse a los partidos políticos por su nombre,
a la vez que excluía del proceso a quienes amenazasen “la sagrada unidad de la patria”,
así como a los partidarios del “comunismo y de la dictadura del partido único”,
observación no poco paradójica en labios de quien ostentaba la jefatura nacional del
Movimiento por delegación del jefe del Estado.
Debido a la falta de liderazgo de Arias, el gobierno tardó algún tiempo en definir
su estrategia reformista, e incluso el método de trabajo a seguir. Inicialmente se pensó
en crear una comisión real, al estilo de las británicas, formada por expertos
independientes, pero Arias se opuso por temor a no poder controlarla. En cambio, el
presidente aceptó la propuesta de Suárez, previamente consultada con el presidente de
las Cortes, de elaborar las reformas planteadas en una comisión mixta formada por
ministros del gobierno y miembros del Consejo Nacional del Movimiento (similar a la
creada por Fernández Miranda en 1973 para estudiar el asociacionismo), que podía
justificarse con el argumento de que el Consejo tendría que emitir su opinión (no
vinculante pero sí difícil de ignorar) sobre cualquier proyecto que el ejecutivo quisiera
enviar a las Cortes. Suárez pretendía congraciarse así con Fernández Miranda, que pudo
formar parte de la misma por ser consejero nacional, y que aceptó la idea porque, si bien
no esperaba nada de un gobierno presidido por Arias, ello al menos le permitiría ganar
un tiempo precioso para preparar el relevo de éste. Visto desde Alcalá 44, la creación de
la comisión mixta Gobierno-Consejo Nacional tenía la virtud adicional de otorgar a
Suárez, que actuaba de vicepresidente de la misma, un mayor protagonismo frente a
otros miembros del consejo de ministros, además de permitirle codearse con políticos de
peso como Fraga y Areilza, que tendían a mirarle por encima del hombro. 38
Las interminables reuniones celebradas por la comisión mixta entre febrero y
abril de 1976 pusieron de manifiesto la existencia de discrepancias irreconciliables
30
sobre el alcance y ritmo de las reformas constitucionales que se pretendían acometer. Ya
en la primera de sus reuniones, Fernández Miranda causó una cierta conmoción al
afirmar que la Ley de Principios Fundamental era una Ley Fundamental como cualquier
otra, y que por lo tanto podía modificarse con el acuerdo de dos terceras partes de las
Cortes, así como de la nación, expresado mediante referéndum. El mentor del monarca
no era partidario de una reforma sustantiva de las Leyes Fundamentales, por considerar
que la única opción genuinamente reformista consistía en crear un cauce para la
expresión de la voluntad popular mediante la elección de unas Cortes democráticas que
–de facto, aunque no de iure- tendrían carácter constituyente. Fraga, por su parte, no
rechazaba la tesis de la reformabilidad de la Ley de Principios, pero no creía probable
que las Cortes orgánicas aceptasen una reforma radical de la misma. Por ello, estimaba
preferible desarrollar al máximo el potencial democrático de la legislación vigente,
como ya había propuesto al gobierno anterior a principios de 1975. Para el ministro de
la Gobernación la clave de la reforma era la elección de una cámara baja por sufragio
universal, que iría acometiendo gradualmente la democratización de las instituciones
heredadas.
Suárez también quiso hacer su aportación a los trabajos de la comisión mixta,
encargando un informe propio desde la secretaría general del Movimiento. Este
proponía la refundición de las Leyes Fundamentales en una nueva Ley Fundamental del
Reino o Constitución de la Monarquía, así como el mantenimiento de las Cortes y del
Consejo Nacional “sin crear una nueva cámara ni eliminar o fraccionar alguna de las
existentes”. El texto planteaba también mantener los cauces representativos de la
‘democracia orgánica’ (familia, municipio, sindicato), pero admitiendo para todos ellos
el sufragio universal directo, igual y secreto. Sin embargo, solo el cauce familiar podría
servirse de las “asociaciones familiares y agrupaciones políticas” a la hora de presentar
candidaturas. Fernández Miranda no dudó en hacerle saber a Suárez la opinión que le
merecía el informe, que pasó rápidamente al olvido. 39
Como había temido el presidente de las Cortes, con el paso de las semanas se fue
imponiendo la tesis de la inmutabilidad de la Ley de Principios, así como la necesidad
de acometer una reforma sustantiva de las demás Leyes Fundamentales. Por si fuera
poco, y en contra del criterio de Fraga, que deseaba limitar dicha reforma a ciertas
modificaciones de la Ley de Cortes, se opto por incluir también una mini reforma del
sistema sindical, así como algunos retoques a la Ley de Sucesión, que la muerte de
Franco había dejado obsoleta. Como anotaría en su diario Fernández Miranda, la
31
comisión mixta dio a luz un conjunto inconexo de proyectos, inviables como reforma,
cuyo pecado original era que “desconocía el planteamiento y la situación del rey”.
Como es evidente, toda operación reformista que aspirase a ser viable debía
contar con las fuerzas de la oposición al régimen, sin cuya participación habría carecido
de credibilidad cualquier consulta electoral. Sin embargo, Arias se negó en redondo a
recibir a los dirigentes de la misma, incluso los más moderados, con el peregrino pero
revelador argumento de que Franco tampoco lo habría hecho. Esto hizo necesaria la
intervención del Rey, que recibió a varios dirigentes destacados –entre ellos, el veterano
demócrata cristiano José María Gil Robles- con el propósito de convencerles de la
viabilidad de una reforma auspiciada por la Corona. En esta tarea el monarca contó con
la colaboración de varios ministros, entre ellos Suárez. Este compartía la preocupación
del monarca en relación con la política de mano dura aplicada por Fraga a la oposición,
sobre todo tras la creación de Coordinación Democrática (la llamada Platajunta) en
marzo de 1976, que frustró sus esfuerzos por evitar la unidad de acción de comunistas y
socialistas. En abril el monarca intentó que Suárez se entrevistara con González, que
había afianzado su posición al frente del PSOE, pero el joven dirigente socialista se
negó a mantener relación alguna con el ministro secretario general del Movimiento por
el solo hecho de serlo. Poco después sería Fraga quien se reuniría con González,
facilitando así la celebración del XXX Congreso de la UGT.
Dada la naturaleza de su cargo, Suárez era en cierta medida un ministro sin
cartera, lo cual le dejaba mucho tiempo libre para seguir cultivando a Fernández
Miranda y al monarca. En este sentido fue especialmente importante su actuación
durante los incidentes ocurridos en Vitoria, ciudad tradicionalmente tranquila donde se
produjo uno de los peores estallidos sociales de la época como resultado de una larga
huelga que el gobierno no supo controlar. El 3 de marzo, el intento de desalojo de los
huelguistas reunidos en la iglesia de San Francisco de Asís por parte de la policía se
saldo con la muerte de tres obreros y decenas de heridos de bala, dando lugar a varios
días de grandes movilizaciones y protestas. Al encontrarse Fraga fuera de España,
Suárez era el ministro de la Gobernación en funciones, y no tardó en hacerse cargo de la
situación, imponiendo un mando único que asumió la autoridad al margen de un
gobernador civil desbordado por la crisis. Alarmado por la situación creada, Arias
pretendió declarar el estado de excepción, pero Suárez, arropado por Martín Villa y
Alfonso Osorio, logró disuadirle. Tras pasar esa noche y todo el día siguiente pendiente
del teléfono, el día del entierro de las víctimas mortales –que al final sumaron cinco- el
32
ministro tuvo que emplearse a fondo para evitar un posible conflicto con la Guardia
Civil. Con su actuación serena e inteligente, Suárez se ganó el respeto de los demás
ministros, y también la gratitud del Rey. Tras los entierros, éste preguntó a Osorio, no
sin cierta ironía, si Suárez había estado “tan bien como dice”, a lo que el ministro de la
Presidencia contestó lealmente que “Estuvo muy bien, Señor, anteayer y hoy también ha
estado muy bien”. 40 En mayo, un nuevo viaje de Fraga al extranjero obligaría a Suárez a
ocuparse de los sucesos producidos con ocasión de la tradicional romería a Montejurra,
en la que un enfrentamiento entre facciones rivales del movimiento carlista se saldó con
dos víctimas mortales.
En el consejo de ministros Suárez entabló de inmediato una buena relación con
varios ministros, entre ellos el de la Presidencia, Alfonso Osorio, que habría de
convertirse en un aliado fiel. Osorio, juancarlista entusiasta y democristiano moderado,
le llevaba diez años de edad y tenía también ambiciones presidenciales, a pesar de lo
cual pronto alcanzaron un pacto de no-agresión y apoyo mutuo. En mayo, por ejemplo,
Osorio se hizo acompañar por Suárez a una reunión informal con las figuras más
destacadas del mundo financiero español, en la que el joven consejero nacional del
Movimiento Miguel Primo de Rivera explicó los proyectos reformistas del gobierno. A
decir de Osorio, Suárez, a quien apenas conocían la mayoría de los comensales, tuvo
una intervención “brillante, persuasiva y conservadora” que fue muy bien recibida por
los presentes. 41
En relación con el comentario anterior, es interesante constatar que fueron
muchos quienes trataron a Suárez durante esos meses quienes apreciaron en él una
actitud dilatoria, incluso obstruccionista, lo cual explica en parte la sorpresa –cuando no
decepción- que causaría en algunos círculos su posterior nombramiento como presidente
del gobierno. Areilza, por ejemplo, ha descrito como, tras una reunión de la comisión
mixta gobierno-Consejo Nacional celebrada en abril en la que se opuso frontalmente a
mantener elementos ‘orgánicos’ en las futuras Cortes, Suárez le comentó que “para
tener el respeto de la izquierda, no necesitas definirte”, ya que “todo el mundo sabe cual
es tu posición”. Poco antes, en otra sesión del mismo órgano, el ministro secretario
general había manifestado, en referencia al referéndum prospectivo propugnado por
algunos sectores de la oposición moderada (y por el ministro Garrigues), que “la prisa
que manifiestan algunos en que se haga pronto una consulta popular puede ser una
trampa”, insistiendo a continuación en la necesidad de acometer las reformas de acuerdo
con los procedimientos previstos en las propias Leyes Fundamentales. Como veremos
33
mas adelante, esta postura, que reflejaba en buena medida la de Fernández Miranda, no
era sino un anticipo de la filosofía que inspiraría la Ley para la Reforma. Por su parte,
Fraga nunca comprendió la oposición de Suárez a la celebración de las elecciones
municipales y provinciales previstas para los primeros meses de 1976, que en realidad
ocultaba el deseo de posponerlas hasta después de la aprobación de las reformas
constitucionales previstas. 42
También pudo contribuir a forjar esta imagen de Suárez su empeño por
presentarse a la vacante producida en el Consejo Nacional del Movimiento, en el grupo
de los llamados ‘cuarenta de Ayete’, por la muerte de José Antonio Elola Olaso. En
realidad, el ministro presentó su candidatura en respuesta a la de Cristóbal Martínez
Bordiú, que pretendía hacer explícito el rechazo que suscitaban los planes del gobierno
alzándose con el apoyo mayoritario del Consejo. El yerno de Franco incluso tuvo la
osadía de llamar a Arias poco antes de la elección, celebrada el 25 de mayo, para exigir
la retirada del ministro con el argumento de que su derrota podría arrastrar al gobierno.
Increíblemente, el presidente llegó a pedirle a Suárez que reconsidera su candidatura,
ante lo cual este prometió dimitir si perdía. Al final, Suárez obtuvo 66 votos frente a los
25 de Martínez Bordiú, fortaleciendo notablemente su posición a ojos de la clase
política franquista.
A pesar de ser uno de los ministros más jóvenes de aquel gobierno, Suárez
aprovechó con gran habilidad las pocas oportunidades que tuvo para el lucimiento
personal. En marzo el ejecutivo acordó enviar a las Cortes un nuevo proyecto de Ley de
Asociación Política, que había sido redactado por el equipo de Fraga. Lo lógico era que
fuese el propio ministro de la Gobernación quien lo defendiese, pero Arias recelaba de
su creciente protagonismo, y quiso que lo hiciera Osorio. Sin embargo, éste, actuando
en plena sintonía con el monarca, que seguramente deseaba comprobar si estaba
preparado para acceder a responsabilidades más altas, propuso que lo defendiese
Suárez, y Arias no tuvo inconveniente al respecto.
El ministro secretario general, que no había pronunciado nunca un discurso tan
importante, lo preparó con gran esmero durante varias semanas, con la ayuda de sus
colaboradores más cercanos, Navarro y Ortiz, así como del periodista Fernando Ónega y
de su asesor en relaciones públicas, Rafael Ansón. Para comprobar si se entendía bien lo
que quería decir, se lo pasó a su amigo Casinello, el militar al que había conocido en
Melilla durante las milicias universitarias, que se mostró entusiasmado. También se lo
envío a Fraga, que se lo devolvió con las anotaciones de sus colaboradores en los
34
márgenes, lo cual molestó tanto a Suárez que le exigió una explicación por escrito. El
ministro de la Gobernación tuvo incluso que ir a su casa para pedirle excusas, al no
habérselas aceptado por teléfono. 43
En su versión original, el proyecto de Ley de Asociación Política incluía entre
las posibles causas de ilicitud el propósito de implantar un régimen totalitario, los
atentados a la soberanía, la unidad, la integridad, la independencia o la seguridad de la
nación y la admisión o la preconizaron de la subversión o la violencia. Sin embargo, ya
en las Cortes, la ponencia, formada mayoritariamente por reformistas, remitió la
decisión de la ilicitud a un Código Penal que todavía no se había reformado, formula
aparentemente simplificadora que en realidad no haría sino complicar las cosas. En todo
caso, lo más novedoso del proyecto defendido por Suárez el 9 de junio de 1976 era que
trasladaba el control de las futuras asociaciones –la palabra partido solo aparecía una
vez, en el preámbulo- de las instituciones del Movimiento al ministerio de la
Gobernación.
En su discurso, Suárez afirmó que el reconocimiento de derechos políticos
básicos como el de asociación no representaba una ruptura con el pasado, sino más bien
la culminación de un proceso de reconstrucción nacional que había durado cuarenta
años. Con Franco, los españoles habían conocido la paz, la justicia social y el desarrollo
económico y cultural, pero los derechos políticos “no alcanzaron una plena operatividad
practica”. Tras cuatro décadas de evolución, había llegado el momento de ponerlos en
práctica, y de “terminar la obra”. A decir del ministro, el proyecto pretendía ante todo
reconocer el pluralismo de la sociedad española y crear canales para su expresión.
“Además de este pluralismo teórico –argumentó- existen ya fuerzas organizadas. Nos
empeñaríamos en una ceguera absurda si nos negásemos a verlo. Esas fuerzas, llámense
o no partidos, existen como hecho publico”. El gobierno, que no podía permanecer
indiferente, sin combatirlas ni legalizarlas, había optado por lo segundo. “Este pueblo
nuestro no nos pide milagros, ni utopías. Nos pide, sencillamente, que acomodemos el
derecho a la realidad; que hagamos posible la paz civil por el camino del dialogo, que
solo se podrá entablar con todo el pluralismo social dentro de las instituciones
representativas”. En suma, y en frase que habría de hacer fortuna, había llegado el
momento de “quitarle dramatismo a la vida política”, y de “elevar a la categoría política
de normal lo que a nivel de calle es normal”.
De lo anterior no debía concluirse que los partidos debían legalizarse meramente
porque ya existiesen; para Suárez no eran un mal necesario, sino algo positivo e
35
imprescindible. Los partidos evitarían que los grupos de presión se instalasen entre el
pueblo y sus gobernantes, y permitirían a la mayoría silenciosa expresarse libremente,
contribuyendo a aislar a quienes no deseaban participar en el juego democrático. A más
corto plazo, la legalización de los partidos tendría la virtud adicional de permitir al
gobierno alcanzar un acuerdo con una oposición cuya representatividad todavía estaba
en duda. En opinión del ministro, “solo después de las primeras elecciones existirán
interlocutores validos y sujetos legitimados”.
Al final de su discurso, Suárez reconoció que el término “partido” todavía
suscitaba emociones encontradas, pero insistió en que los cambios experimentados por
la sociedad española desde la Guerra Civil la habían preparado para la convivencia
democrática. “Pensar a la altura de 1976 –concluyó, en uno de los párrafos que mejor
resumía la filosofía reformista- que la eficacia transformadora del sistema no ha sido
capaz de fundar sólidas bases para acceder a las libertades públicas, es tanto como
menospreciar la gigantesca obra de ese español irrepetible al que siempre deberemos
homenajes de gratitud y que se llamaba Francisco Franco”.
El discurso de Suárez tuvo un gran impacto, sobre todo entre quienes todavía
creían posible un proceso democratizador impulsado por la Corona. Olvidando su
propio pasado, Areilza había tendido a menospreciar al ministro tanto por su juventud
como por sus credenciales ‘azules’, pero en ésta ocasión tuvo la gallardía de reconocer
que “has dicho lo que debía haber hecho el presidente Arias hace seis meses”. Incluso
su colaborada más critica, Díaz de Rivera, a quien emocionó que citara a Antonio
Machado –“Hombres de España, ni el pasado ha muerto, ni está el mañana –ni el ayer-
escrito”- calificaría el discurso de “espléndido”. Poco antes de su intervención, el Rey le
había llamado desde Burgos, donde estaba presenciando unas maniobras militares, para
infundirle ánimos y subrayar la importancia de su cometido. “No te puedes imaginar –le
diría mas tarde- lo mucho que me facilita esto las cosas”. Poco después, tras una
conferencia de Osorio en al Club Siglo XXI sobre la Monarquía, el monarca comentaría
en broma: “Adolfo Suárez y tú me habéis copiado”. 44
El proyecto de Ley fue aprobado con 337 votos favorables, 91 en contra y 24
abstenciones, pero la satisfacción del ministro no duraría mucho. Esa misma tarde, el
gobierno tuvo que aceptar la devolución de su proyecto de reforma del Código Penal,
tras acordar que éste debería ilegalizar a las organizaciones que, “sometidas a disciplina
internacional, pretendan implantar un régimen totalitario”, en obvia alusión a los
comunistas. Por si fuera poco, dos días después, el Consejo Nacional torpedeaba el
36
proyecto de Ley de Reforma de las Cortes y demás leyes fundamentales remitido por el
gobierno. La ponencia nombrada por Suárez, entre cuyos miembros figuraba alguno de
sus colaboradores más allegados, como Eduardo Navarro y Baldomero Palomares,
había sugerido varios cambios importantes, como la ruptura de la igualdad entre las dos
futuras cámaras de las Cortes, con el propósito de hacerlas más democráticas, lo cual no
hizo sino provocar las iras de los consejeros más inmovilistas. Horas después, Osorio
comentaría a Don Juan Carlos que, en vista de las dificultades surgidas, “al final vamos
a tener que pensar en una ley más flexible y más rápida”, a lo que este contesto: “quizás
tengas razón; probablemente ese es el camino”. 45
Para esas fechas, nadie dudaba ya de la necesidad de sustituir a Arias con
alguien más cercano al rey, compatible con Fernández Miranda y partidario de una
verdadera democratización. En realidad, la búsqueda de un sustituto había comenzado
nada más producirse la confirmación del presidente en el cargo. En cierto sentido, el
candidato obvio era el propio presidente de las Cortes, pero su presencia al frente del
Consejo del Reino, la institución encargada de presentar al rey con una terna de la cual
saldría el futuro presidente del gobierno, complicaba considerablemente las cosas.
Además, el propio interesado prefería ejercer su influencia desde la sombra, sabia que
tenía muchos adversarios en la institución que presidía, y no quería que el rey tuviese
que emplearse a fondo en defensa de su candidatura.
A lo largo de la primavera de 1976, el rey y su mentor político debatieron
largamente las cualidades que debía reunir el sucesor de Arias. Don Juan Carlos nunca
había tenido una buena relación con Fraga, que tenía una agenda política propia, y
nunca confió plenamente en Areilza, a pesar de sus evidentes cualidades. A decir de
Fernández Miranda, buscaban a alguien “dirigible” y “disponible”, que estuviese
“abierto a las ideas directivas”, y Suárez había dado numerosas muestras de estarlo. Ello
no significa, sin embargo, que su nombre fuese el único que se tuvo en cuenta. A pesar
de la serenidad con la que se enfrentó a la crisis de Vitoria, y del cariño que le
profesaba, en abril el monarca todavía le encontraba “muy verde”, hasta el punto de
situarle séptimo en una lista de posibles candidatos, que entonces encabezaba Areilza y
en la que también figuraban Fraga, José María López de Letona, Carlos Pérez de Bricio,
Federico Silva Muñoz y Gregorio López Bravo. De ahí que, todavía en mayo,
preguntara a los dirigentes democristianos Fernando Álvarez de Miranda e Iñigo Cavero
por la opinión que les merecía Suárez, al que habían conocido apenas unas semanas
antes. 46
37
Fernández Miranda compartía entonces las dudas del monarca. En el transcurso
de una conversación celebrada en marzo en la que Suárez le había animado
insistentemente a postularse para la presidencia, el presidente de las Cortes le había
respondido: “¿Por qué no tú?” Este anotaría después en su diario que “su reacción me
impresionó, pues no dijo, ni por cortesía, ‘Hombre, no’. Se calló, lo aceptó como
posible, o se hizo rápidamente a esa idea. Pero lo que me impresionó fue su mirada,
como si en fondo de ella estallara el sueño de una ambición”. Era como si “el fondo de
aquella mirada fuera turbio y hubiera en ella algo así como una desmesurada codicia de
poder. Nada fue claro, pero sí desazonante. Él no ganó nada aquella noche con respecto
a mi idea de contar con él para la operación que me preocupaba”. 47
Tras muchas vacilaciones, en el transcurso del mes de junio de 1976 el Rey y
Fernández Miranda se convencieron mutuamente de la idoneidad de Suárez. A pesar de
su reciente éxito en las Cortes, sería un error pensar que fue su talante reformista lo que
acabó por inclinar la balanza a su favor. Con ocasión del viaje del Rey a Washington,
Cambio 16 publicó una caricatura suya vestido como Fred Astair y bailando contra un
cielo neoyorquino que Suárez estimó intolerablemente irrespetuoso. Poco después, en
su audiencia con el rey del 13 de junio, el ministro se lamentaría que varios de sus
colaboradores –entre ellos Navarro- habían complicado innecesariamente las cosas al
gobierno en el Consejo Nacional al sugerir la desaparición de los ‘cuarenta de Ayete’,
posibilidad que solo se avino a contemplar a instancias del monarca. A la semana se
publicaron unas declaraciones de Fraga en el New York Times en las que juzgaba
inevitable la futura legalización del PCE, que provocaron la indignación de varios
ministros militares, ante lo cual Suárez se solidarizó de inmediato con ellos,
aconsejando a Osorio que hiciese otro tanto. En suma, el ministro no hizo gala de un
pensamiento propio excesivamente definido, más allá de constatar que la situación era
claramente insostenible, y su virtud más valorada fue seguramente su evidente
disponibilidad. El propio monarca ha explicado que le eligió “porque era un hombre
joven y moderno”, y debido también a su procedencia, “porque no se le podía hacer
sospechoso de pretender cambios demasiado radicales”. 48
Don Juan Carlos ya tenía tomada la decisión de destituir a Arias nada más volver
de su primera visita oficial a Estados Unidos, pero fue la intervención de los ministros
militares lo que le obligó a ponerla en practica a principios de julio. Poco antes, Pérez
de Bricio le había informado que el vicepresidente segundo para Asuntos de la Defensa,
el teniente general Fernando de Santiago, se proponía enviarle una carta exigiendo la
38
dimisión de Arias por su debilidad frente a la oposición. El Rey consultó, entre otros,
con Suárez, para quien había dos opciones posibles: o bien cesaba a Arias de inmediato,
antes de recibir la carta, o cesaba a De Santiago y mantenía en su puesto durante algún
tiempo al presidente, para que los sectores más recalcitrantes de las Fuerzas Armadas no
pensaran que habían impuesto su criterio. Tras meditarlo bien, Don Juan Carlos optó
por la primera respuesta. 49
Aunque no podía estar completamente seguro al respecto, Suárez intuyó su
inminente nombramiento con algunos días de antelación. El sábado 26 de junio, Don
Juan Carlos asistió a la final de la primera Copa del Rey, que disputaron en el Estadio
Bernabeu el Atlético de Madrid y el Real Zaragoza. El presidente del Real Madrid,
Santiago Bernabeu, estaba ya muy mayor, lo cual contrastaba con la juventud del
presidente del Zaragoza, José Ángel Zalba. A pesar de que Arias no estaba lejos, antes
de comenzar el partido el monarca se inclinó hacia atrás para comentarle a Suárez con
su gracejo habitual: “Adolfo, qué bueno es tener presidentes jóvenes en todo, ¿eh?”. 50
Otras consideraciones más sutiles determinaron finalmente la fecha precisa de la
destitución de Arias. Desde enero, el siempre previsor Fernández Miranda venía
celebrando reuniones quincenales del Consejo del Reino, el organismo responsable de
elaborar la terna presidencial que sería elevada al rey. Al hacerse más frecuentes, las
reuniones del Consejo perdieron interés mediático, lo cual permitió convocar la sesión
prevista para la tarde del viernes 2 de julio de 1976 sin levantar sospechas. La víspera,
Don Juan Carlos se reunió con Arias en el pequeño despacho que solía utilizar Alfonso
XIII en el Palacio de Oriente, donde se había celebrado la presentación de credenciales
de varios embajadores extranjeros. Según el testimonio del presidente, al comprender de
lo que se trataba por “el gesto apesadumbrado” del monarca, y dado lo que le costaba
iniciar la conversación, él mismo se apresuró a presentar la dimisión, si bien en su diario
personal describiría lo ocurrido con la palabra “cese”. En su última comparencia ante
sus ministros, el propio Arias compararía su entrevista en el Palacio Real con la famosa
ocasión en la que, al entrar Maura para despachar con Alfonso XIII, éste le recibió con
un abrazo y las palabras: “Gracias, don Antonio, por su gesto patriótico. ¿Qué le parece
Moret como sucesor?” La analogía histórica era quizás correcta, salvo que Arias
abandonó el palacio con la convicción errónea de que sería sustituido por Areilza. Esa
noche, Suárez habló largamente con Osorio, mostrándose convencido de que solo ellos
dos, y quizás Pérez de Bricio, tenían realmente posibilidades de suceder a Arias. 51
39
Lejos de trasladarles directamente ninguna consigna del rey, en su primera
reunión Fernández Miranda propuso a los miembros del Consejo del Reino que
elaboraran un retrato-robot del candidato ideal, emergiendo como cualidad importante
la de la juventud. A continuación les pidió que cada uno eligiese a tres candidatos,
escogidos en función de su pertenencia a las tres grandes familias políticas del régimen:
los democratacristianos, los tecnócratas y los ‘azules’, dando lugar a una lista de treinta
y dos nombres. Previamente, Fernández Miranda había obtenido el apoyo de uno de los
consejeros mas jóvenes, Miguel Primo de Rivera, que además de sobrino del fundador
de la Falange, era amigo del Rey, consejero nacional del Movimiento en el grupo de los
‘cuarenta de Ayete’ y pariente de otros dos miembros del Consejo del Reino, Iñigo
Oriol e Ybarra y Antonio María Oriol y Urquijo. Con su colaboración, Suárez fue
superando las sucesivas votaciones realizadas, la última de las cuales arrojó el resultado
de 15 votos para Silva Muñoz, 14 para López Bravo y 12 para Suárez. Silva Muñoz
habría obtenido el apoyo unánime de los 16 consejeros, dificultando sin duda el
nombramiento de Suárez, de no haber sido porque Fernández Miranda le pidió a Primo
de Rivera que no le votase. Logrado su objetivo, el sábado 3 de julio el presidente del
Consejo del Reino informó a la prensa: “Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que
me ha pedido”, frase que se prestaba a más de una interpretación. En opinión de Suárez,
fue el único desliz que cometió durante aquellos días difíciles. 52
La mayoría de las versiones publicadas hasta la fecha sobre aquellos
acontecimientos afirman que Suárez se encontraba solo aquella tarde en su piso de la
calle San Martín de Porres, debido a que su mujer se encontraba de vacaciones en Ibiza
con algunas amigas. Sin embargo, el diario de Díez de Rivera revela que llevaba varias
horas en casa de su jefe y amigo cuando finalmente se produjo la llamada del monarca,
que ella misma contestó cuando sonó el teléfono. El rey le preguntó con naturalidad qué
hacia, y le invitó a la Zarzuela a tomar un café. Siempre pendiente de su imagen
pública, Suárez acudió a la cita en el Seat 127 de su mujer, y no en el Mercedes Benz
blanco que había adquirido pocos años atrás. De camino de la Zarzuela, pensó que
quizás no seria presidente después de todo, sino ministro de la Gobernación, puesto para
el que se creía bien dotado. El rey, haciendo gala de su notable sentido del humor,
recibió a Suárez escondido detrás de una puerta corredera, desde donde pudo observar
su creciente nerviosismo. “Te quiero pedir un favor, Adolfo –le dijo finalmente saliendo
de su escondite- acepta la presidencia del gobierno”. A lo que Suárez exclamó con
jubilo: “¡Ya era hora!” 53
40
Capítulo 3
Suárez y su annus mirabilis: 1976-1977.
41
para darle la enhorabuena. Ofuscado por la euforia, durante el almuerzo Areilza hizo
incluso planes para su futuro gobierno en compañía de sus más allegados. Así parece
confirmarlo el hecho de que, cuando Suárez le llamó tras conocer su propio
nombramiento por boca del rey, se le informó que no podía ponerse al teléfono porque
“el señor presidente está descansando”. A pesar de este percance, Suárez lo intentó de
nuevo el domingo, procurando convencerle de que continuase en el gobierno, aunque
sin mucha convicción, pero Areilza se negó. En los días venideros el conde de Motrico
se dejaría querer por varios políticos –entre ellos Cabanillas- que pretendían que Suárez
fracasara en sus esfuerzos por formar un gobierno propio, con la esperanza de forzarle a
presentar la dimisión. Ello no hizo sino confirmar al nuevo presidente en el deseo de
poder nombrar un gabinete disciplinado al que pudiese controlar, incluso si no era bien
recibido inicialmente, en lugar de verse obligado a contar con la colaboración siempre
dudosa de los pesos pesados del equipo anterior. 56
Como ha reconocido el propio Suárez, don Juan Carlos “se jugó la Corona” con
su nombramiento. El cese de Arias fue recibido con enorme satisfacción tanto por los
reformistas del régimen como por la oposición democrática, que se tornó en
desconcierto, cuando no decepción, cuando se hizo público el nombre de su sustituto.
Mientras que en noviembre de 1975 la opinión democrática supuso que don Juan Carlos
se había visto obligado a mantener a Arias contra su voluntad, en julio de 1976 se pensó
que el rey, actuando libremente, había cometido un gran error. Un amigo de la infancia
llamó al monarca por aquellas fechas para decirle que “acabas de tirar la monarquía por
la ventana”, y el propio interesado comentaría algún tiempo después que “ignoraba que
fuese posible sufrir tanto”. En aquellos momentos Suárez era un gran desconocido, y los
escasos datos que aportaban las biografías oficiales no inducían a la tranquilidad. En
este sentido puede considerarse muy representativa la opinión del editorialista de El
País, que a pesar de haber nacido en mayo de ese año pronto se convirtió en el periódico
español de referencia, para quien “la tarea que le aguarda es mucho mayor que las
ilusiones que suscita, sobre todo si se piensa que quien ahora accede a la máxima
responsabilidad ejecutiva lo hace desde la Secretaría General del Movimiento”. Más
adelante, el editorialista reconocía que había dado algunas muestras de “brillantez,
inteligencia y discreción”, cualidades muy de agradecer en un político, para concluir
con cierto pesimismo que “no es esta hora de políticos, sino de estadistas”. Otros
analistas menos sosegados vieron en su nombramiento un triunfo de los sectores más
intransigentes del régimen, y las interpretaciones de algún medio extranjero tan
42
influyente como desorientado obligarían a Suárez a realizar unas declaraciones a la
agencia de noticias Logos negando que su llegada al poder representara el retorno de los
tecnócratas afines a Carrero Blanco. 57
La oposición democrática no supo inicialmente como interpretar el
nombramiento. El comité ejecutivo del PCE estimó que el inminente fracaso de lo que
calificaba de “gobierno de verano” llevaría aparejado el desgaste “del hombre que lo ha
formado a su imagen y semejanza”, es decir el rey, y advirtió que “la Monarquía, a ojos
del país aparece hoy como el símbolo del continuismo”, si bien Santiago Carrillo
reconocería que las primeras palabras de Suárez le habían parecido “sensatas”. El
editorialista de El Socialista, aunque desafortunado en su elección de metáfora, anduvo
sin duda mucho más atinado que Mundo Obrero al admitir que “puede resultar útil el
nombramiento de un presidente del Gobierno que no fue protagonista de la guerra civil,
sin un pasado político relevante, que procede del Movimiento y que, por conocerlo
perfectamente”, podía ser “un buen arquitecto para derribar las instituciones”. No
obstante, la revista del PSOE advertía también que si el nuevo gobierno no avanzaba
rápidamente por la senda democratizadora entraría en crisis todo el sistema, “y la
Corona sería la principal protagonista de esa crisis”. 58
Dado su curriculum y su juventud, los amigos políticos de Suárez no eran los
más adecuados para ser nombrados ministros en un momento en que la opinión pública
nacional e internacional esperaba una confirmación de la voluntad democratizadora del
rey. Uno de los menos conocidos, Abril Martorell, llegaría a sentarse en la mesa del
consejo como ministro de Agricultura, mientras que el vicesecretario general del
Movimiento, García López, era ascendido a la secretaría general. El presidente había
pensado contar también con el general Manuel Gutiérrez Mellado, pero dada la
oposición del rey a cambiar a los ministros militares, solo pudo ofrecerle la cartera de
Gobernación, que no quiso aceptar. En cambio, Suárez sí incorporó a varios de los
ministros del gobierno anterior con los que más había congeniado, como Martín Villa,
que se hizo cargo de Gobernación, y Leopoldo Calvo Sotelo, que pasó a Obras Públicas.
La persona que más le ayudó en la configuración del nuevo gobierno fue sin
duda Osorio, a quien mantuvo como ministro de la Presidencia pero con rango de
vicepresidente para Asuntos Políticos. Debidamente requerido por la Zarzuela, éste puso
a su entera disposición sus excelentes relaciones con ciertos sectores reformistas del
régimen, sobre todo los miembros del grupo Tácito, y con la oposición democristiana
más moderada, encabezada por Álvarez de Miranda, que puso excesivas condiciones a
43
su posible incorporación como ministro de Educación. Como resultado de esta
colaboración se unieron al nuevo ejecutivo Marcelino Oreja (Asuntos Exteriores),
Eduardo Carriles (Hacienda), Enrique de la Mata (Sindicatos), Andrés Reguera
Guajardo (Información y Turismo), y Landelino Lavilla (Justicia), entre otros. A
cambio de su apoyo, Osorio pidió al presidente que se comprometiera con la creación de
una gran fuerza política de orientación democristiana, cuyo liderazgo podría ejercer si
triunfaba en su acción de gobierno, condición que Suárez aceptó encantado “porque en
el fondo soy un democristiano”. 59 Sorprendentemente, Fernández Miranda se mantuvo
al margen de la génesis del gobierno casi por completo, aunque sí apoyó el
nombramiento de su amigo el catedrático Aurelio Menéndez como ministro de
Educación.
En un esfuerzo por contrarrestar la sorpresa, y en algunos casos la hostilidad,
con la que había sido recibido su nombramiento, el 6 de julio Suárez se dirigió a la
nación por televisión, mediante un mensaje grabado en el salón de su piso de Madrid,
opción escogida para darle mayor calidez e intimidad. En su alocución, el presidente se
presentó como alguien que pertenecía a “una generación de españoles que solo ha
vivido la paz”, así como a “una mayoría de ciudadanos que desea hablar un mensaje
moderado, de concordia y conciliación”. Mas adelante recordó que “la Corona tiene
voluntad expresa de alcanzar una democracia moderna para España”, lo cual llevaba
implícito el reto de lograr que “los gobiernos del futuro sean el resultado de la libre
voluntad de la mayoría de los españoles”. Suárez se presentó en todo momento como el
instrumento de la voluntad del Rey, subrayando que “el gobierno que voy a presidir no
representa opciones de partido, sino que se constituirá en gestor legítimo para establecer
un juego político abierto a todos”, y en contraste radical con el tono habitual de Arias,
prometió “respetar al adversario y ofrecerle la posibilidad de colaborar”. Aunque no
anunció medidas concretas, el mensaje –en el que repitió de nuevo su intención de
“elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal”-
causó sin duda una buena impresión. El ex ministro de Justicia, Garrigues, que tampoco
había querido seguir en el gobierno a sus ordenes, comentaría tras escucharlo que “esto
60
no es lo que nos habían dicho que iba a pasar”.
Si bien es cierto que el intento de reconstruir aquellos acontecimientos desde
nuestra perspectiva actual puede darles una coherencia y sentido del que entonces
carecieron, no lo es menos que existen testimonios que avalan la existencia muy
temprana de objetivos y métodos razonablemente bien definidos. Apenas una semana
44
después de su nombramiento, Suárez se reunió con un grupo de periodistas no
especialmente afines, pertenecientes al colectivo Blanco White, ante quienes afirmó off
the record que “para que la soberanía vuelva al pueblo español”, era necesario “la
legalización de todos los partidos políticos, la amnistía de los delitos políticos y
sindicales, la celebración de una elecciones generales, la implantación de un sistema
electoral proporcional que permitiera (…) elaborar una Constitución por consenso y con
el apoyo de la mayoría del pueblo español”. Para el presidente era imprescindible que
todo ello se realizara desde la legalidad vigente, ya que tanto él como el Rey habían
jurado las Leyes Fundamentales. Vista la incredulidad de los periodistas, Suárez les retó
a reunirse un año después en el mismo lugar para rendir cuentas; cuando lo hicieron,
uno de los periodistas, Federico Ysart, le regalaría un cómic del Capitán Trueno como
testimonio de su admiración. 61
El reducido equipo de colaboradores que se trasladó con Suárez a la Presidencia
del Gobierno, ubicada entonces en el viejo palacete de Castellana 3, a la sombra de las
torres construidas por Rumasa en la Plaza de Colón, ha sido definido con precisión
como “cuatro gatos llenos de ilusión”. El subsecretario técnico era José Manuel Otero
Novas, un miembro de Tácito que había sido director general de Política Interior con
Fraga, pero que no dudó en sumarse al equipo de Suárez. También contó con la
colaboración de sus fieles Navarro y Graullera, que le habían acompañado desde la
secretaría general del Movimiento, así como con Manuel Ortiz, el nuevo secretario de
estado de Información. Su secretaría pasó a manos de su cuñado Aurelio Delgado, alias
Lito, mientras Díez de Rivera se convertía en directora de su gabinete, ocupándose
preferentemente de la prensa, sobre todo la extranjera. Ésta ha recordado que una de las
primeras instrucciones que recibió del flamante presidente fue: “No quiero ni un papel
sobre la mesa. Aquí hemos venido a hacer política”. 62
Decidido a demostrar a sus muchos críticos que se equivocaban, Suárez puso
manos a la obra de inmediato, con el propósito de que “los primeros treinta o cuarenta
días de mi gobierno fueran una sorpresa constante, dando pasos que no se habían
intentado nunca”. A su entender, “parecía claro que el desencanto que se producía con
mi nombramiento había que llenarlo con hechos muy concretos y a muy cortísimo
plazo”. Su programa del gobierno, presentado el 17 de julio, proclamaba
inequívocamente que “la soberanía popular reside en el pueblo”, afirmación que había
sumido en la consternación al vicepresidente para Asuntos de la Defensa, teniente
general De Santiago. El gobierno se comprometía a trabajar por “la instauración de un
45
sistema político democrático basado en la garantía de los derechos y libertades cívicas,
en la igualdad de oportunidades políticas para todos los grupos democráticos y en la
aceptación del pluralismo real”. Asimismo, se mostraba partidario de que “puedan
surgir las mayorías que conformen en el futuro la composición de las instituciones
representativas y el gobierno de la nación”, lo cual constituía la primera indicación de
que el en futuro los gobiernos serían responsables ante unas Cortes democráticamente
elegidas. Por último, el ejecutivo se comprometía a celebrar un referéndum sobre la
futura reforma constitucional, así como elecciones generales antes del 30 de junio de
1977. 63
Las fuerzas de la oposición democrática organizadas en la llamada Platajunta
tacharon de insuficientes los objetivos planteados por Suárez, exigiendo una vez más la
creación de un gobierno verdaderamente representativo. Sin embargo, ello no evitó que
un amplio grupo de personalidades políticas convocadas por el profesor Carlos Ollero –
entre quienes se encontraban los socialistas Tierno Galván y Morodo, el comunista
Tamames, los democristianos Álvarez de Miranda y Oscar Alzaga, el socialdemócrata
Francisco Fernández Ordóñez y el liberal Joaquín Garrigues Walker- publicaran un
documento valorando muy positivamente la declaración del ejecutivo, y reconociendo
que “por primera vez se reconoce la conveniencia de un dialogo con la oposición”. Más
aun, una encuesta de opinión elaborada a petición del gobierno revelaría que la
declaración había gustado a un 51% de los encuestados, y solo había dejado de hacerlo a
un 12%, careciendo los demás de opinión al respecto.
Antes de poder perfilar su proyecto de reforma, Suárez hubo de hacer frente a
situaciones heredadas de la etapa anterior. Así, durante la semana del 5 al 12 de julio, la
Platajunta y otras organizaciones de la oposición convocaron numerosos actos a favor
de la amnistía que alcanzaron su punto álgido en una multitudinaria manifestación
celebrada en Bilbao. Sensible a esta presión ‘desde abajo’, el 30 de julio el gobierno
decretó una primera amnistía, que era en realidad un indulto ampliado, y de la que
pudieron beneficiarse todos los presos políticos, salvo aquellos acusados de actos
terroristas, y que por ello mismo mereció el rechazo de buena parte de la oposición
vasca. Gracias a esta medida recobraron la libertad algunos dirigentes históricos del
PCE, como Santiago Álvarez, así como los oficiales pertenecientes a la UMD que
habían sido condenados y expulsados de las Fuerzas Armadas en marzo de 1976, si bien
la medida de gracia no comportaba su reincorporación a filas. El debate de esta medida
en el consejo de ministros dio lugar a una intervención desabrida del teniente general De
46
Santiago, a quien Suárez tuvo que quitar la palabra, pero el enfrentamiento sin duda
valió la pena. Según una encuesta del Instituto de Opinión Publica, que dirigía Rafael
Ansón, un 67% de los encuestados respaldó la medida, que para muchos observadores
imparciales fue la primera evidencia tangible de la voluntad democratizadora del
gobierno. 64
Incluso antes de definir su futura acción de gobierno, Suárez quiso establecer
contacto personalmente con los dirigentes de una oposición democrática que se
mantenía tan expectante como escéptica. El 19 de julio, las Cortes habían aprobado la
reforma del Código Penal aplazada en junio, momento a partir del cual era técnicamente
posible la legalización de los partidos, con la posible excepción del PCE, ya que el texto
aprobado mantenía la ilicitud de aquellas organizaciones que, “sometidas a disciplina
internacional, pretendan instaurar un régimen totalitario”. Durante el verano Suárez se
vio en primer lugar con Gil Robles, siempre muy reacio a reconocer que los reformistas
del régimen anterior serían capaces de cumplir sus promesas. También se entrevistó con
los dirigentes socialistas Luís Gómez Llorente, del PSOE, y Tierno Galván y Morodo,
del PSP, así como con los socialistas catalanes Joan Reventós y Josep Pallach, y con el
dirigente nacionalista Jordi Pujol. A todos ellos les animó a someterse al procedimiento
de la ‘ventanilla’, mediante el cual el ministerio de la Gobernación decretaría la licitud
de las organizaciones políticas que le presentasen su documentación, trámite que
algunos rechazaban por entender que el gobierno carecía de legitimidad para decidir
sobre su derecho a operar libremente. En palabras del propio Suárez, se trataba de
“conocer sus posiciones para hacerles saber que el objetivo fundamental que buscaban
lo iban a conseguir de todas maneras”, si bien en aquellos momentos “la mayoría de
ellos no me creyó”. 65
Uno de los más reticentes era sin duda Felipe González, que no quiso acudir a
Castellana 3, y solo accedió a reunirse con Suárez -el 10 de agosto de 1976- en territorio
neutral, que resultó ser la casa de un hermano de Abril Martorell. En su primera
entrevista con el dirigente socialista, el presidente pudo constatar que su objetivo era el
establecimiento de una democracia de tipo occidental, y que le importaba menos el
método a seguir para lograrlo. (Una semana después, en la escuela de verano Jaime
Vera del PSOE, González reconocería que era improbable la creación de un gobierno
provisional como el de abril de 1931, o el del 25 de abril en Portugal, porque “la
oposición… no tiene fuerzas suficientes para desplazar a las fuerzas que ocupan el
poder”, y en todo caso “yo quiero elecciones generales, las convoque quien las
47
convoque”). La preocupación principal de Suárez era que González reconociese la
Monarquía, pero éste insistía en someter la cuestión a referéndum, y para el primero una
consulta de este tipo “era romper con lo anterior y con la posibilidad de hacer la
transición desde el poder”, y además en aquellos momentos era probable que el
resultado fuese favorable a la opción republicana. No obstante, al día siguiente le
comentaría a Osorio que su interlocutor era “un hombre inteligente, españolista y
patriota”. Por su parte, González ha recordado que “fue una entrevista muy abierta”, de
la que “se me quedó grabada su simpatía”. También sacó la impresión de que su
interlocutor “tenía cierto carácter de esponja”, y que “tenía las antenas perfectamente
abiertas para saber que viento estaba soplando y para recoger las ideas que se le dieran
que él pudiera aprovechar”. 66
Otero Novas, uno de los hombres del presidente que mejor conocía el PSOE,
siempre estuvo convencido de que “en aquella tarde-noche se produjo la ‘flexión’ de
Felipe González en el tema monárquico”. Es posible, como observa Otero, que el
dirigente socialista se mostrase “dispuesto a reconocer la Corona, pero a unos precios no
suficientemente concretados”, lo cual explicaría la ausencia de cambios en la posición
pública del partido, al menos a corto plazo. En la escuela de verano antes citada,
González advertiría a sus seguidores contra el peligro que supondría participar en un
gobierno bajo don Juan Carlos, fuese éste un “gobierno de concentración nacional”,
como proponía el PSP, o un “gobierno de reconciliación nacional” (es decir, con
participación comunista”, como deseaba el PCE. Y ello porque “un partido que es
netamente republicano” como el PSOE no debía legitimar ni fortalecer a la Monarquía
con su presencia en un gobierno de este tipo. En suma, González no creía posible la
creación de un gobierno provisional “de verdad”, al margen de la monarquía, ni
tampoco estimaba deseable la colaboración con la Corona, visto lo cual la única
estrategia viable era seguir presionando al rey y a su gobierno para que éstos impulsaran
un proceso democratizador que diese lugar a la convocatoria de elecciones libres. 67
Aunque varias personas de su entorno más inmediato, como Díez de Rivera,
sostienen que Suárez fue inicialmente muy reacio a contemplar la legalización del PCE,
lo cierto es que, ya en agosto de 1976, y con el visto bueno del monarca, el presidente
autorizó al empresario José Mario Armero que entrase en contacto con Carrillo, que se
encontraba veraneando en Cannes. Suárez deseaba conocer de primera mano las
opiniones del dirigente comunista sobre la nueva situación política, así como
transmitirle la exigencia de que el PCE respetase la Monarquía, la unidad nacional de
48
España y la integridad de las Fuerzas Armadas. Según Osorio, que tuvo conocimiento
del informe elaborado por Armero tras su encuentro, Carrillo se mostraba dispuesto a
reconocer la Monarquía si ésta aceptaba una Constitución democrática. El dirigente
comunista todavía insistía en la creación de un gobierno de reconciliación nacional,
pero mientras tanto aceptaría que el gobierno se limitase a reconocer a todos los partidos
y gobernara por decreto-ley, aunque siempre de acuerdo con la oposición. Según el
testimonio de Armero, Carrillo se mostró sumamente “realista”, mostrando especial
interés en que se le proporcionara un pasaporte con el cual poder regresar legalmente a
España, petición que le fue denegada. Más aun, Suárez no dudó en destituir al
embajador de España en París por el mero hecho de haber accedido a entrevistarse con
Carrillo para discutir la recuperación de su pasaporte. 68
49
Crecientemente preocupado e indeciso, el 15 de agosto Suárez llamó a
Fernández Miranda a Asturias, que regresó rápidamente a Madrid. Tras reunirse cuatro
días consecutivos con el presidente y encerrarse en su chalet de Navacerrada durante un
largo fin de semana, el 23 de agosto le entregó un primer borrador de una Ley Básica de
la Reforma Política, diciéndole: “Aquí tienes esto, que no tiene padre ni madre”. En el
consejo de ministros del día siguiente el presidente distribuyó el texto a la vez que
anunciaba que “yo creo que deberíamos hacer una cosa como esta”, sin citar su
procedencia, tras lo cual pasó a la comisión restringida del Gobierno, que lo mejoraría
significativamente. 69
El texto original del presidente de las Cortes preveía la creación de un Congreso
de los Diputados compuesto por 350 representantes elegidos por sufragio universal, así
como de un Senado de 250 miembros, de los cuales 102 serian elegidos por las
provincias, 40 por las universidades y corporaciones culturales, 50 por las corporaciones
profesionales, 40 por el Rey y 18 por el gobierno. Evidentemente, la composición del
Senado, que recuerda a la contemplada en la reforma presentada por el gobierno
anterior, tenía como propósito facilitar la aprobación de la ley por parte del Consejo
Nacional y de las Cortes, muchos de cuyos componentes podrían aspirar a reciclarse
como senadores. En todo caso, si el Senado se oponía a las reformas constitucionales
aprobadas por el Congreso, bastaría el apoyo de dos tercios de los diputados para
sacarlas adelante.
Tras pasar por el tamiz de la comisión restringida del Gobierno, a la que se
habían sumado Calvo Sotelo y Abril Martorell, el texto definitivo pasó a denominarse
Proyecto de Ley para la Reforma Política, modificándose asimismo la composición del
Senado, que constaría de 204 representantes de “las entidades territoriales” (que luego
serían 207), así como de un numero de senadores designados por el Rey “no superior a
la quinta parte del de los elegidos” (que luego fueron 41). En su afán por magnificar el
papel de su pariente y minimizar el de otros protagonistas, los biógrafos oficiales del
presidente de las Cortes, Pilar y Alfonso Fernández- Miranda, su hija y sobrino, restan
importancia a este cambio, cuando en realidad fue lo que permitió eliminar casi por
completo las connotaciones ‘orgánicas’ de la versión original, que suscitaban el rechazo
visceral de la oposición democrática.
El texto del proyecto de Ley para la Reforma Política presentado a la opinión
publica el 10 de septiembre disponía asimismo que tanto el gobierno como el Congreso
de los Diputados podrían iniciar las reformas constitucionales ulteriores, las cuales
50
requerirían su posterior aprobación mediante referéndum. También contemplaba la
supervivencia del Consejo del Reino, Díez de cuyos miembros serían elegidos por las
Cortes, y cuyo presidente sería nombrado directamente por el rey. Al parecer, en
aquellos momentos don Juan Carlos deseaba contar en el futuro con un organismo
consultivo de esta naturaleza, y quizás fuera también reacio a premiar al padre
intelectual de la reforma privándole de su puesto. Suárez reconocería posteriormente
que el proyecto contenía alusiones explícitas al rey en cuatro de sus cinco retículos
debido en parte al deseo de “poder justificar después que la monarquía ya había sido
refrendada por el pueblo”. Por último, el texto permitía al rey someter a referéndum
cualquier cuestión política de importancia, fuese o no de carácter constitucional, cuyos
resultados serian vinculantes para el gobierno, cláusula que recogía en cierta medida la
filosofía del referéndum prospectivo defendida por Herrero de Miñón. La futura ley
tendría rango de Ley Fundamental, y carecía de cláusula derogatoria; ambas cuestiones
introdujeron un elemento de ambigüedad imprescindible para poder sostener la ficción
política –que no jurídica- de que era compatible con el sistema político vigente. 70
El propio Suárez ha dejado escrito que “hacía falta una ley puente, breve, clara y
sencilla. Encargué el diseño de ese proyecto a un reducido número de personas, y el
propio Fernández Miranda y yo nos pusimos a trabajar sobre el mismo. Torcuato
elaboró una propuesta absolutamente válida que coincidía con otras, y por supuesto, con
el diseño propuesto. El Gobierno pudo, sobre todas ellas, elaborar el proyecto de ley
para la Reforma Política”. El producto final era un fiel reflejo de la filosofía reformista
de Fernández Miranda, que pretendía tan solo la creación de un instrumento –unas
Cortes democráticas- que permitiese consultar a la nación, para lo cual era necesaria su
aprobación por dos tercios de las Cortes orgánicas y un posterior referéndum. En otras
palabras, se trataba de una ley para la reforma, no de reforma. Sin embargo, para crear
dicho instrumento era necesario efectuar una pequeña reforma constitucional que
afectaba a varias instituciones del régimen, sobre todo las propias Cortes. En éste
sentido la ley sí era una ley de reforma, o si se prefiere, de reforma para la reforma. En
todo caso, el objetivo de la ley era, sencillamente, una convocatoria de Cortes con
potestades constituyentes. 71
En su alocución televisada del 10 de septiembre, Suárez adoptó la postura de un
estadista imparcial que actuaba en nombre del rey y cuyo objetivo principal era
garantizar la transición pacifica “de un sistema de delegación legítima de autoridad a
otro de participación plena y responsable”. El presidente reconoció que podía haber
51
sucumbido a la tentación de redactar su propia constitución, pero había preferido invitar
a la nación a expresar sus opiniones a través de las futuras Cortes democráticas.
También podía haber llegado a un acuerdo con la oposición, pero eso habría sido poco
democrático, ya que el derecho a hablar en nombre de otros solo podía adquirirse en las
urnas. En suma, la democracia debía ser “obra de todos los ciudadanos y nunca
obsequio, concesión o imposición, cualquiera que sea el origen de esta”. Suárez subrayó
asimismo que la reforma prevista “arranca de la legalidad fundamental vigente,
llevándose a cabo a través de los acontecimientos previstos”, insistiendo a continuación
que “no puede existir ni existirá un vacío constitucional, ni mucho menos un vacío de
legalidad”, recogiendo así el afán de Fernández Miranda por pasar “de la ley a la ley”.
En un tono que pretendía infundir confianza, afirmó también que “nada de lo que espera
al pueblo español en el futuro puede ser más difícil de superar que lo que ya ha sido
resuelto en el pasado”, concluyendo con la afirmación de que “no hay que tener miedo a
nada; el único miedo racional que nos debe asaltar es el miedo al miedo mismo”.
Como era de esperar, la oposición democrática recibió el proyecto con frialdad.
La Platajunta reconoció que el gobierno había realizado “el máximo esfuerzo de que es
objetivamente capaz”, y admitió incluso que, como había sostenido Suárez, “ni el
gobierno ni la oposición gozan de plena legitimidad democrática”. Sin embargo,
también rechazaban tanto el referéndum previsto como la posterior convocatoria de
elecciones generales, por entender que no habían sido negociadas con la oposición y por
no representar la apertura de un verdadero proceso constituyente. Poco después, una
nueva encuesta del IOP revelaría que el 60% de los encuestados conocían el proyecto de
Ley para la Reforma Política, y que un 58% lo valoraba positivamente.
Antes de dar a conocer el texto del proyecto, Suárez tuvo noticia de que el
teniente general De Santiago, actuando en calidad de vicepresidente para Asuntos de la
Defensa, pretendía reunir a una treintena de altos mandos militares para estudiar la
situación política. Tras consultar al rey, que no deseaba de ninguna manera convertir a
“los vencedores de la guerra civil en los vencidos de la democracia”, el presidente
decidió convocar el mismo a los generales, entro otros motivos para impedir que se
tomasen decisiones contrarias a sus planes. Fue así como se produjo la reunión del 8 de
septiembre, a la que asistieron 29 altos mandos, entre ellos los cuatro ministros
militares, los nueve capitanes generales y los jefes de Estado Mayor de los tres ejércitos,
a los cuales procuró convencer de la bondad de la reforma en curso, que en ningún caso
supondría una amenaza para la Monarquía, la unidad nacional o las propias Fuerzas
52
Armadas. Al ser informado de la reunión, el influyente ex ministro y diplomático
Gonzalo Fernández de la Mora, a quien Suárez acababa de cesar como director de la
Escuela Diplomática, entregó a De Santiago una nota contraria a la reforma para éste la
leyera, pero al final nadie hizo uso de ella, confirmando así la sospecha del primero de
que las Fuerzas Armadas “se habían retirado a la ultima línea de resistencia, lo que suele
ser preludio de rendición”. 72
Si bien los testimonios de los asistentes a esta reunión no siempre coinciden
entre sí, al parecer Suárez descartó la legalización del PCE en aquellos momentos por
ser incompatibles sus estatutos con la legalidad vigente, sin vincularla en ningún
momento a una futura modificación de los mismos, que Armero ya estaba negociando
con Carrillo. Desplegando a fondo su proverbial simpatía y encanto personal, el
presidente logró crear un clima de compañerismo y afecto, hasta tal punto que el general
Ángel Campano, conocido por sus posiciones ultramontanas, llegó a exclamar: “¡Viva
la madre que te parió!” En todo caso, sería inexacto afirmar que el presidente negoció la
reforma con las Fuerzas Armadas, y a las pocas semanas se vio obligado a destituir a De
Santiago, tras un enfrentamiento verbal en el que éste se manifestó contrario a los
planes del gobierno. De Santiago fue sustituido por el teniente general Gutiérrez
Mellado, un discípulo del teniente general Manuel Díez Alegría partidario de la
profesionalización de las Fuerzas Armadas con fama de liberal, cuyo nombramiento fue
muy mal recibido por los militares más conservadores, incluidos los ministros del
Ejército y de la Marina. A iniciativa de éste, el almirante Gabriel Pita da Veiga, los tres
ministros acudieron a la Zarzuela para quejarse de que Gutiérrez Mellado no tenía ni la
antigüedad ni la autoridad necesarias para ocupar dicho puesto. Pita, que había sido
nombrado por Carrero Blanco en 1973, se había sentido relegado al no ser promovido a
la vicepresidencia del gobierno cuando murió Franco, y el monarca tuvo que apelar a su
patriotismo y sentido del deber para evitar su dimisión. Según Gutiérrez Mellado, “al
rey no le hizo ninguna gracia que Suárez cesara a De Santiago”, pero el presidente lo
justificó alegando que éste “había filtrado información secreta del gobierno a sus
colegas militares”. La medida tampoco gustó a Osorio, quien veía en De Santiago a “un
hombre a quien convencer, un hombre para convencer a otros”, dando lugar a su primer
desencuentro con el presidente. 73
Aunque Suárez le permitió disfrazar el cese como una dimisión, tras la
publicación de una carta de despedida en la que De Santiago atribuía su marcha a la
inminente legalización de las organizaciones sindicales “responsables de los desmanes
53
cometidos en la Zona Roja” durante la guerra civil, que suscitó el apoyo público de un
notorio reaccionario, el ex director general de la Guardia Civil, Carlos Iniesta Cano, el
gobierno ordenó el pase a la reserva de ambos militares. El todavía coronel Sabino
Fernández Campo, que entonces ocupaba la subsecretaría del ministerio de Información
y Turismo, hizo saber a Osorio que la decisión del gobierno era recurrible e incluso
ilegal, y que debían tener un cuidado especial ya que el decreto de pase a la reserva
debía ser firmado por el rey en calidad de jefe supremo de las Fuerzas Armadas. Pocas
semanas después un tribunal del ejército dictaminaría en contra de la medida,
debilitando la autoridad de Suárez a ojos de ciertos militares. Fueron sin duda acciones
como esta las que hicieron pensar al rey que, en contra de lo que parecía pensar el
propio presidente, los militares “formaban parte de un mundo que le era ajeno”. 74
Tampoco puede afirmarse con propiedad que Suárez negociara la reforma con el
Consejo Nacional del Movimiento, que aprobó un informe crítico hacia el proyecto
gubernamental el 8 de octubre. Como este no era vinculante, el gobierno se limitó a
remitirlo a las Cortes, si bien accedió a suprimir el preámbulo del proyecto de Ley, en el
que había trabajado mucho el equipo de Lavilla, y que había suscitado especial rechazo
en el Consejo por entender algunos de sus miembros, como así era en efecto, que
legitimaba un posterior proceso constituyente.
El debate del proyecto de Ley para la Reforma Política fue preparado con gran
minuciosidad por Fernández Miranda y Suárez, que trabajaron bajo la mirada siempre
atenta del monarca, a fin de garantizar su aprobación por al menos dos terceras partes de
los procuradores en Cortes. El presidente de las Cortes anduvo especialmente
afortunado en el nombramiento de la ponencia que habría de defender el proyecto, sobre
todo en lo que se refiere a la incorporación del ex ministro Fernando Suárez, un viejo
amigo y pupilo suyo a quien muchos consideraban el mejor orador de la cámara, y del
joven Primo de Rivera, elegido por el peso de su apellido y su talante reformista. Por su
parte, Suárez encargó a sus ministros que se repartieran a los procuradores por grupos,
en función de la competencia de cada uno, y en ocasiones, de su afinidad ideológica y
los vínculos de amistad y parentesco existentes. Así pues, al ministro de Educación le
correspondió hablar con los procuradores que eran rectores de universidad, mientras que
el de Gobernación hacia otro tanto con los alcaldes y presidentes de Diputación. El
presidente se reservó a los más reacios, entre ellos a los ‘cuarenta de Ayete’, mientras
que Osorio se ocupaba de otro medio centenar, generalmente más proclives a la
reforma. Fernández Miranda también habló personalmente con algunos pesos pesados,
54
como el ex ministro Gonzalo Fernández de la Mora, a quien dijo simplemente que “el
rey lo ha decidido y vamos a un régimen pleno de partidos”.
Según el testimonio de Suárez, el objetivo de aquellas conversaciones era
“hacerles ver la inviabilidad de una posición regresiva (…), y que en el futuro podrían
jugar también sin quedar marginados”. Dado que “muchos se creían auténticamente
representativos de su provincia”, se les animaba a presentarse en las futuras elecciones,
lo cual seguramente hizo pensar a más de uno que contaría para ello con el apoyo
gubernamental. Si bien “no hubo compraventa de votos”, Suárez ha reconocido que
“jugó mucho el conocimiento de las personas”. A decir de Osorio, “con algunos
utilizamos argumentos más ‘contundentes’, pero en muy pocos casos”. Martín Villa, por
su parte, recuerda que “salvo acostarnos con ellos, hicimos de todo”. 75
En el pleno de las Cortes celebrado el 14 de noviembre de 1976, Primo de
Rivera abrió el fuego argumental a favor del gobierno defendiendo la necesidad de
“pasar de un régimen personal a un régimen de participación, sin rupturas ni
violencias”, lo cual implicaba “hacer una nueva constitución basada en la legalidad de la
constitución vigente”. Sus argumentos no convencieron a los defensores de la ortodoxia
franquista, destacando por su contundencia y perspicacia José María Fernández de la
Vega, quien se lamentó que “todo estaba atado y bien atado (…) pero no estaba atado,
ni podía estarlo, para los de dentro, para los de casa (…) y éstos, sencillamente,
impunemente, han desatado el nudo”. También estuvo elocuente el notario
ultraderechista Blas Piñar, que hasta entonces no había hablado en un pleno, y que
objetó que “si los principios del Movimiento son inmutables por su propia naturaleza, y
así se autoconsagraban”, no se podía aprobar una ley que, al introducir el sufragio
universal, “violaba las esencias juradas y la filosofía política del Estado que surgió de la
Cruzada”. Por su parte, Fernando Suárez sostuvo que aunque la Ley de Principios los
declarara inmutables, se trataba de una ley fundamental como otra cualquiera, y por lo
tanto podía reformarse por el procedimiento contemplado para todas ellas en la Ley de
Sucesión. En línea con la argumentación global del gobierno, también objetó que “quien
tenga confianza en que sus deseos coincidan con los del pueblo no debe poner reparos a
que el pueblo se manifieste”, apelando a la lealtad de los procuradores al afirmar que
“porque somos fieles al último mensaje del Caudillo tenemos que prestar al rey idéntico
apoyo y no podemos ser obstáculo para que el rey consulte a todo su pueblo”. A pesar
de sus esfuerzos, el veteranísimo Raimundo Fernández-Cuesta sentenciaría que, con la
Ley para la Reforma Política, el “después de Franco, las instituciones”, quedaría
55
sustituido por un “después de Franco, las instituciones contrarias a él y vencidas por él”.
No puede afirmarse, pues, que los procuradores ignorasen el alcance de lo que allí se
debatía; por si alguno no lo hubiese comprendido, el sindicalista Dionisio Martín Sanz
se encargaría de advertirles que “a través de la democracia inorgánica ya estamos
despedidos”.
En el segundo día del debate el gobierno percibió con claridad que la obtención
de una mayoría suficientemente amplia dependería de los 183 procuradores adscritos a
la recientemente creada federación de partidos de Alianza Popular. Tras negarse a servir
a las ordenes de Suárez en julio, Fraga se había retirado a meditar su futuro político
durante el verano, y a su regreso anunció su propósito de encabezar una coalición de
notables franquistas, abandonando la estrategia reformista-centrista que hasta entonces
había desarrollado. El político gallego justificó su decisión, que Cabanillas no dudó en
calificar de “error increíble”, en función de la necesidad de incorporar al proceso a
sectores conservadores de la sociedad que, de otra manera, podrían apartarse del camino
democrático. “A Fraga -observó Areilza tras visitarle- le parece que este es su puesto:
en la derecha, convirtiéndola en ‘derecha civilizada’ previamente”. Es posible que
también contribuyera a esta decisión el propio Suárez, que a principios de septiembre le
humilló innecesariamente al ofrecerle la presidencia del Tribunal de la Competencia,
que para Fraga representaba “un cargo sin categoría, una jubilación de tercera”. Sea
como fuere, a lo largo del otoño se fue produciendo una curiosa inversión de papeles:
Suárez, que en 1975 había encabezado una asociación netamente continuista como era
la UDPE, fue adoptando posiciones cada vez más avanzadas a lo largo de 1976,
mientras que Fraga, que había sido uno de los primeros teóricos del reformismo
centrista, acabó por crear un grupo político donde fueron a recabar muchos de los
procuradores adscritos a la UDPE, aunque ya como miembros de Alianza Popular. A un
agudo comentarista de la época la creciente rivalidad entre ambos le recordó el juicio
lapidario de Clemenceau, cuando afirmó que “Poincaré lo sabe todo y no entiende nada;
Briand no sabe nada y lo entiende todo”. 76
Durante el debate sobre la Ley para la Reforma Política en las Cortes, Alianza
Popular, representada por el ex ministro Cruz Martínez Esteruelas, se mostró partidaria
de un sistema de escrutinio mayoritario para ambas cámaras, y no solamente para el
Senado, como proponía el gobierno. (Al parecer, Suárez también había sido
inicialmente partidario del sistema mayoritario para el Congreso de los Diputados, pero
Osorio le convenció de la superioridad del método proporcional). Tras arduas
56
negociaciones, de las que el gobierno mantuvo informada a la oposición democrática
para garantizar su visto bueno al resultado final, Alianza Popular aceptó la
representación proporcional para el Congreso, a condición de que se introdujesen una
serie de mecanismos correctores tendentes a evitar “la excesiva fragmentación” de la
cámara, entre ellos el establecimiento de la provincia como circunscripción electoral, la
fijación de un porcentaje mínimo de votos para acceder a la representación y la
concreción de un numero mínimo de diputados por provincia. En la práctica, esto
supuso que en provincias poco pobladas el sistema actuaría como mayoritario, mientras
que en las más pobladas permitiría mayores niveles de proporcionalidad.
La intención de Alianza Popular no era torpedear la reforma, sino condicionarla,
para demostrar a la opinión publica que era una fuerza política a tener en cuenta. Una
vez alcanzado el acuerdo con el gobierno, el debate se cerró sin mayores dificultades,
aprobándose la Ley para la Reforma Política el 18 de noviembre de 1976 por 425 votos
a favor, 59 en contra, 13 abstenciones y 34 ausencias. (Quince de los ausentes se
encontraban viajando por el Caribe, formando parte de una delegación sindical oficial).
El hecho de que solo 14 de los 28 procuradores militares presentes en las Cortes (entre
ellos cuatro ex ministros y cinco generales que no estaban en servicio activo) votaran
afirmativamente refleja la resistencia que estaba suscitando la reforma en este sector. 77
Para Suárez, la aprobación de la Ley fue quizás el triunfo más importante de su
vida política, y nunca se volvería a mostrar tan feliz en público. Sin ánimo de restarle un
ápice de mérito, el triunfo del gobierno quizás no fuese tan sorprendente como en
ocasiones se ha pretendido. Como ya vimos, en 1967 y 1971 se habían incorporado a las
Cortes muchos procuradores jóvenes, con una mentalidad más abierta que la de sus
mayores, y que veían el proyecto gubernamental con simpatía. Además, Fernández
Miranda había dejado claro que, si el proyecto resultante no era del agrado del gobierno,
este podría retirarlo de las Cortes en connivencia con el rey y suspender la prórroga de
la que entonces disfrutaba la cámara. Muchos procuradores contrarios a la ley se dejaron
convencer porque sabían que el fracaso del gobierno pondría en un grave apuro a la
Corona, que era en realidad su mejor defensa contra una ruptura de imprevisibles
consecuencias. Y otros, en fin, pensaron sin duda que al régimen al que habían servido
le convenía más pasar a la historia facilitando una salida pactada que protagonizando un
último episodio de resistencia numantina. Como escribiría Martín Villa, el llamado
‘hara-kiri’ de las Cortes “fue un gesto patético, no exento de dignidad y sentido
común”. 78
57
El éxito del gobierno en las Cortes puso en un serio aprieto a la oposición
democrática, que ya en la ‘cumbre del Eurobuilding’ celebrada el 4 de septiembre se
había mostrado incapaz de acordar una alternativa a las propuestas del gobierno. A
finales de ese mes, el conflicto entre los posibilistas, partidarios de una negociación con
Suárez, y los maximalistas encabezados por Antonio Gracia Trevijano, que insistían en
las tesis rupturistas, se saldó con la salida de éste de la Platajunta. Tras complejas
negociaciones, el 23 de octubre ésta se unió a las organizaciones opositoras de ámbito
regional en una nueva Plataforma de Organismos Democráticos, en cuyo programa se
afirmaba que “la soberanía popular determinará libremente la nueva Constitución del
Estado”, lo cual conllevaba una renuncia a la celebración de una consulta previa sobre
la monarquía. Sin embargo, el 4 de noviembre la nueva Plataforma confirmó su rechazo
al referéndum previsto por el gobierno, anunciando su ‘abstención activa’. De allí salió
también la convocatoria de una huelga general para el 14 de noviembre, que no contó
con el apoyo de la oposición moderada, y que tuvo un escaso seguimiento.
Curiosamente, la oposición nunca se molestó en explicar qué sucedería si no se
aprobaba la ley, o si se hacía con una participación muy escasa, debido quizás a que
daba por hecho que el resultado sería similar a los de las consultas populares realizadas
en época de Franco.
En vista de la imposibilidad de modificar la estrategia del gobierno mediante la
presión en la calle, el 27 de noviembre la oposición se reunió para fijar las condiciones
mínimas para su participación en el referéndum y las posteriores elecciones generales.
Las llamadas ‘siete condiciones’ contemplaban la legalización inmediata de todos los
partidos políticos y organizaciones sindicales; el reconocimiento, la protección y la
garantía de las libertades políticas y sindicales; la disolución del Movimiento y la
neutralidad política de la Administración; una amplia amnistía política; el acceso
equitativo a los medios de comunicación de titularidad estatal; la negociación de las
normas por las cuales se regularían el referéndum y las elecciones; y el reconocimiento
de la necesidad de institucionalizar políticamente a todos los países y regiones
integrantes del Estado español. Implícitamente, se reconocía así que sería el gobierno
quien conduciría el proceso que desembocaría en las elecciones generales; como había
anotado Fernández Miranda en su diario, “la oposición sólo se integrará si se sabe
débil”. 79
Evidentemente, para que las elecciones pudiesen considerarse un éxito, era
imprescindible la concurrencia de los principales partidos de la oposición, y muy
58
especialmente el PSOE. De ahí que, una vez superada la votación en las Cortes, y a
pesar de haberse negado a realizar el trámite de la ventanilla, Suárez autorizara la
celebración de su XXVII Congreso a principios de diciembre, el primero celebrado por
los socialistas en España desde 1932. En su discurso inaugural, González reconoció que
Suárez había sabido “entrar en el terreno de la oposición”, y dio por sentada la
participación del PSOE en las futuras elecciones, proponiendo al resto de la oposición
un ‘compromiso constitucional’ postelectoral que garantizara el carácter constituyente
de las futuras Cortes. Willy Brandt, el entonces presidente de la Internacional Socialista
y máximo dirigente de la socialdemocracia alemana, aprovechó la ocasión para
entrevistarse con Suárez, que, a pesar de no hablar ningún idioma extranjero, supo
causarle una buena impresión, gracias en parte a los buenos oficios de su directora de
gabinete, Díez de Rivera, que actuó de intérprete. 80
El congreso del PSOE alarmó profundamente a los dirigentes comunistas,
siempre temerosos de que sus principales rivales en la izquierda pudiesen acceder a
participar en las primeras elecciones aunque el PCE no pudiese hacerlo. De ahí que
Carrillo decidiese desafiar al gobierno, convocando una rueda de prensa en Madrid el 10
de diciembre, con el propósito de recordarle a Suárez que el PCE poseía medios
suficientes para deslegitimar unos comicios en los cuales no pudiese participar. A
finales de mes, la detención y posterior puesta en libertad del dirigente comunista
supondría, de facto, el inicio del proceso que conduciría a la legalización de su partido.
Aunque Martín Villa estaba muy orgulloso de que la policía hubiese sido capaz de
detener a Carrillo tras varios meses de informaciones confusas sobre su paradero,
Suárez no dudó en preguntar: “¿Pero no os dais cuenta que se ha dejado prender?” 81
La posibilidad de que Suárez llevase a buen puerto su proyecto reformista nunca
fue contemplada con agrado por los extremistas de uno y otro signo. El 4 de octubre,
ETA (m) había asesinado al presidente de la diputación provincial de Guipúzcoa y
miembro del Consejo del Reino, Juan María Araluce, y a cuatro de sus escoltas. El 11
de diciembre, a tan solo cuatro días del referéndum, el Grupo Revolucionario
Antifascista Primero de Octubre (GRAPO), que se había dado a conocer el 18 de julio
anterior con unos atentados menores, secuestró a otro miembro del Consejo, Antonio
María de Oriol, que era también presidente del Consejo de Estado. Suárez,
profundamente consternado por la noticia, acudió una vez más a las cámaras de RTVE
para transmitir un mensaje de tranquilidad a la población, ante las que pidió a los
españoles que acudiesen a votar “no solo sin sentirse heridos, sino con la frente alta y la
59
conciencia limpia”. En aquellos momentos existía cierta confusión sobre la verdadera
identidad del GRAPO, que decía ser el brazo armado del PCE (R), pero que
probablemente estuviese infiltrado por elementos ultraderechistas. Sea como fuere, es
posible que la acción de los secuestradores, que exigieron la liberación de varios
terroristas convictos además de expresar su rechazo a “la farsa del referéndum fascista”,
favoreciera los designios del gobierno, que había instado a la participación en el
referéndum con el eslogan: “Para que calle la violencia”.
A pesar del escaso entusiasmo con el que defendió su consigna abstencionista
buena parte de la oposición, el resultado del referéndum sobre la Ley para la Reforma
Política celebrado el 15 de diciembre de 1976 superó con creces los cálculos más
optimistas del gobierno. La participación alcanzó el 77,4% de los ciudadanos con
derecho a voto, de los cuales el 94,2% votaron a favor, un 3% en blanco y tan solo el
2,6% en contra. En Cataluña la abstención fue muy ligeramente superior a la media
nacional, llegando al 26%, y en el País Vasco, donde la situación política estaba ya
contaminada por la violencia terrorista, la abstención alcanzó el 55% en Guipúzcoa y el
48% en Vizcaya, mientras Álava arrojaba niveles próximos a la media nacional. A
finales de octubre, el gobierno había derogado finalmente el decreto-ley de 1937
mediante el cual el franquismo había castigado a las llamadas ‘provincias traidoras’
durante la guerra civil, pero Suárez no quiso legalizar la ikurriña, a pesar de que incluso
la Guardia Civil lo aconsejaba. Es posible –aunque no seguro- que una actitud más
audaz por parte del gobierno en el terreno simbólico hubiese sido recompensada con
unos resultados más favorables.
60
dos y una secretaria en su gabinete técnico; dos periodistas y otro a tiempo parcial en su
oficina de Prensa”; en suma, Suárez “no era austero; era franciscano”. 82
Inevitablemente, el referéndum cambió la relación del presidente con sus dos
grandes valedores, y las reuniones a tres que solían celebrar los domingos se hicieron
cada vez menos frecuentes. Por un lado, una vez aprobada la Ley para la Reforma,
Suárez ya no necesitaba tanto al presidente de las Cortes, y además tenía acceso directo
al monarca. Durante la segunda mitad de 1976, “el rubio y el cebrereño”, como le
gustaba referirse a sí mismo y al rey en privado, habían sido inseparables. Sin embargo,
con el referéndum el presidente alcanzó su mayoría de edad política, y Otero Novas no
tardaría en observar que ya no mostraba la misma avidez que antes a la hora de
contestar sus llamadas telefónicas. Fernández Miranda solía decir que la reforma era
como una obra de teatro, que había tenido un empresario (el rey), un autor (el mismo), y
un actor principal (Suárez). A partir del referéndum, tanto el rey como el presidente de
las Cortes descubrirían que el actor comenzaba a escribirse su propio guión. 83
Suárez ha dejado escrito que, “aprobada la Reforma era preciso aplicar la
segunda táctica: entablar un diálogo constructivo con las fuerzas políticas que emergían
de una clandestinidad de cuarenta años”. Notablemente fortalecido por la aprobación de
la Ley, el presidente accedió a recibir a los representantes de la oposición, que habían
logrado finalmente crear una Comisión de los Nueve con ese fin, y con representación
de los partidos liberales (Joaquín Satrústegui); democratacristianos (Antón Cañellas);
socialdemócratas (Francisco Fernández Ordóñez); socialistas Felipe González y Enrique
Tierno Galván) y comunistas (Santiago Carrillo, o en su defecto Simón Sánchez
Montero), así como de la oposición gallega (Valentín Paz Andrade), catalana (Jordi
Pujol), y vasca (Julio Jáuregui). El 23 de diciembre recibió a Tierno y Pujol con carácter
oficial por vez primera, advirtiéndoles que no negociaría directamente con los
comunistas. Tras su puesta en libertad una semana más tarde, Carrillo accedió a que
otros hablaran en su nombre, al saber que el PSOE acudiría a la negociación con los
comunistas o sin ellos. El 11 de enero Suárez recibió a una subcomisión más
restringida, para discutir la legalización de los partidos políticos, sin duda la condición
más importante de las siete planteadas por la oposición. Poco después, un decreto-ley de
8 de febrero de 1977 judicializaba la legalización de los partidos y atribuía al Tribunal
Supremo la ultima palabra en la materia, de acuerdo con las exigencias de la
subcomisión, dando paso a una inscripción masiva de partidos. Animados por el
reciente restablecimiento de la unidad de jurisdicciones y la abolición del temido
61
Tribunal de Orden Publico el 4 de enero, los comisionados de la oposición reclamaron
también una amnistía general, pero Suárez solo se comprometió a estudiar formulas que
permitiesen vaciar las cárceles de presos políticos antes de las elecciones. 84
Aunque desde el gobierno no siempre se percibiera así, una de las paradojas de
la transición fue que los sectores que se oponían a una democratización pacifica
mediante una estrategia de terror contribuyeron involuntariamente a facilitar un
entendimiento entre el ejecutivo y la oposición. Así pudo comprobarse durante la
llamada semana negra de Madrid, entre el 23 y el 28 de enero de 1977, que puso a
prueba el temple de Suárez y sus colaboradores. El día 23 murió un estudiante a manos
de unos pistoleros de ultraderecha durante una manifestación proamnistía. Al día
siguiente, sin que todavía se conociera el paradero de Oriol, el GRAPO secuestró
también al teniente general Emilio Villaescusa, presidente del Consejo Supremo de
Justicia Militar, lo cual pareció confirmar su deseo de provocar una intervención de las
Fuerzas Armadas. A las pocas horas fallecía una joven estudiante tras ser golpeada por
un bote de humo de la policía durante una manifestación de protesta por la muerte del
día anterior. Y esa misma noche del fatídico 24 de enero, tres pistoleros de ultraderecha
irrumpieron en un bufete de abogados laboralistas de la calle Atocha de Madrid
pertenecientes al PCE y a Comisiones Obreras, asesinando a cinco de ellos e hiriendo de
gravedad a otros cuatro. Por ultimo, el 28 de enero el GRAPO actuó de nuevo, matando
a tres miembros de las fuerzas de seguridad.
En contra de lo que sin duda habían esperado los extremistas de uno y otro signo
que las protagonizaron –“alguien está intentando provocar un golpe militar”, le
comentaría Suárez a un allegado- ni el gobierno ni la oposición perdieron la calma,
pudiendo celebrarse en público el funeral por los abogados laboralistas el 26 de enero,
en lo que de hecho constituyó la primera manifestación tolerada del PCE. A pesar de los
temores iniciales del gobierno, incluido el propio Suárez, lejos de provocar alarma
alguna, el espectáculo proporcionado por unos ataúdes que flotaban en un silencioso
mar de claveles rojos y puños alzados suscitó la admiración y el respeto de muchos
españoles.
A decir del ministro de la Gobernación, Martín Villa, la semana negra de enero
fue el único momento del proceso democratizador durante el cual temió que éste
pudiese descarrilar. También pensó que Suárez podría verse obligado a destituirle y
nombrar a un general en su lugar, sucumbiendo a la presión de quienes acusaban al
gobierno de falta de autoridad. Sin embargo, el 29 de enero el presidente optó mas bien
62
por emitir un nuevo comunicado televisado con el propósito de tranquilizar a la opinión
pública, en el que, por vez primera en su carrera política, la tensión y el cansancio eran
claramente perceptibles en su rostro. “Somos conscientes –afirmó- de la importancia del
desafío: se trata de hacer inviable nuestro camino hacia una convivencia civilizada (…),
liquidar el proceso político en el que estamos inmersos y conseguir que las fuerzas
políticas del país se enfrenten entre sí violenta y radicalmente”. Esa misma tarde, en el
entierro de los policías asesinado el día anterior, el general Gutiérrez Mellado fue
recibido con gritos de ¡Ejército al poder! y ¡Gobierno dimisión!, protagonizando un
incidente con el capitán de navío Camilo Menéndez, que adquirió cierta notoriedad en
círculos involucionistas al exclamar: “¡Por encima de la disciplina está el honor!”
Afortunadamente, el 11 de febrero la policía logró liberar a Oriol y Villaescusa,
restableciendo en buena medida la credibilidad de Suárez y su gobierno.
63
El 20 de enero de 1977, en el transcurso de una cena organizada en Barcelona
por la revista Mundo, que había elegido a Suárez ‘español del año’, la directora de su
gabinete, Díez de Rivera, tuvo ocasión de conocer personalmente a Carrillo, de quien se
despidió con una frase inocente -“a ver cuando nos tomamos un chinchón”- que
recogieron todos los medios de comunicación. Díez días después se reunieron en
secreto, sin el conocimiento previo de Suárez, y Carrillo le pidió encarecidamente que
hiciera lo posible para que el presidente accediera a verle. Por su parte, la intrépida
colaboradora del presidente le transmitió que el control del gobierno sobre las Fuerzas
Armadas era “muy relativo”, y que no se podía descartar una tentativa de golpe de
estado. A Suárez no le agradó en absoluto la audacia de su jefe de gabinete, que llegó a
presentar una dimisión que no le fue aceptada. Sin embargo, influido sin duda por el
ambiente propicio generado por el funeral de los abogados de Atocha, tras consultar a
don Juan Carlos, el 27 de febrero concitó finalmente una entrevista secreta a través de
Armero, que se celebró en la casa de éste a las afueras de Madrid. A decir de Carrillo,
Suárez se presentó “cordial y simpático, como si fuéramos viejos amigos”, mientras que
éste ha recordado que “cuando le vi tuve la percepción de que nos podíamos entender”,
y se dijo a sí mismo: “Carrillo y yo no somos tan antagonistas como algunos quisieran o
como yo había creído que íbamos a ser”. Por lo pronto, ambos eran fumadores
empedernidos, aunque Suárez era adicto al tabaco negro nacional (Fetén), mientras que
Carrillo prefería el rubio extranjero (Peter Stuyvesant).
En el transcurso de la entrevista, que se prolongó durante más de cinco horas, el
presidente reconoció que una democratización genuina requeriría la legalización del
PCE, pero objetó que éste no dependía exclusivamente de él ni del Rey, en alusión
evidente a las Fuerzas Armadas, sugiriendo incluso que los comunistas participasen en
las primeras elecciones en calidad de independientes, posibilidad que fue rechazada por
Carrillo. Por su parte, éste le aseguró que, a pesar de su vocación republicana, su partido
aceptaría una monarquía que fuese compatible con un sistema político verdaderamente
democrático. Como gesto de buena voluntad, Suárez autorizó la reunión de Carrillo con
Enrico Berlinguer y Georges Marchais en una ‘cumbre eurocomunista’ que se celebró
en Madrid el 2 y 3 de marzo, y que el PCE aprovechó para transmitir una imagen
moderada e independiente de Moscú. Aunque Suárez no aclaró como se produciría
finalmente la legalización del PCE, Carrillo salió de la reunión convencido que su
partido podría participar en las primeras elecciones. 87
64
Años después, Carrillo escribiría: “Se ha fantaseado mucho sobre mis relaciones
con Suárez, sobre lo que se ha llegado a denominar incluso ‘el flechazo’. Las cosas son
más simples. En mis conversaciones con los líderes de la oposición democrática yo les
veía fluctuar, guardarse siempre una carta en el bolsillo, reservarse para maniobrar
según vieran las cosas. La conversación con Suárez, en cambio, es la más clara que he
tenido en ese periodo. Hemos tratado problemas concretos y hemos llegado a soluciones
concretas. Y él ha cumplido sus compromisos seriamente. Además, pese a venir de
donde viene, me ha dado la impresión que, de mis interlocutores de ese periodo, es el
que tiene menos resabios anticomunistas. ¡Sorprendente, pero verdadero!” 88
En contra de lo que en ocasiones se ha pretendido, el proceso que condujo a la
legalización del PCE no pudo realizarse como estaba previsto, lo cual obligó al
gobierno a forzar un tanto los mecanismos legales disponibles. El 11 de febrero los
comunistas se presentaron para la inscripción con unos estatutos “tan asépticos como
los de una sociedad anónima”, a decir de Osorio, que subrayaban, entre otras cosas, “su
plena independencia nacional en la elaboración de su línea política”, tal y como les
había indicado Armero. El gobierno remitió la solicitud al Tribunal Supremo, con la
esperanza de que éste se responsabilizara de la legalización, pero tras varias peripecias
inesperadas, provocadas por el fallecimiento del presidente de la sala correspondiente,
el alto tribunal se declaró incompetente, ante lo cual Lavilla presentó una dimisión que
no le fue aceptada. Según el ministro del Ejército, al tener noticia de la decisión del
Supremo, el presidente exclamó: “Esto es lo peor que podía habernos sucedido”. 89
A decir de Abril Martorell, por aquellas fechas Suárez atribuía una gran
importancia a una encuesta del IOP según la cual el 40% de los españoles eran
partidarios de la legalización (porcentaje que solo alcanzaba el 25% en octubre) y un
25% contrarios, y que arrojaba asimismo el dato tranquilizador de que solo el 9%
votaría al PCE si pudiese hacerlo. Cuando el presidente informó a sus ministros más
allegados el 4 de abril que había llegado el momento de reconocer al PCE, Osorio
insistió en la necesidad de basar una medida de tal trascendencia en un dictamen
favorable de un organismo judicial de alto rango, para que los militares no se sintieran
engañados por un gobierno que había prometido respetar la legalidad. “Cuidado –
advirtió el ministro- no nos juguemos la Corona”. A modo de respuesta, y tras una
rápida visita a la Zarzuela, al día siguiente Suárez le aseguró que el propio rey no veía
más alternativa que seguir adelante con la legalización. Al final el gobierno pudo
ampararse en el visto bueno de la Junta de Fiscales del Tribunal Supremo,
65
produciéndose la inscripción del PCE el sábado 9 de abril de 1977, en plenas vacaciones
de Semana Santa. El presidente había animado a sus ministros a que se marcharan de
Madrid a descansar, e instó a los reyes a que no cancelaran una visita privada a Francia.
Aunque no lo confesara, había pensado que si el Ejército daba un golpe seria mejor que
el rey y el gobierno no quedaran atrapados en la capital. 90
Ya en febrero, Suárez había comentado la posible legalización del PCE con sus
ministros militares para observar su reacción. El ministro del Aire, Carlos Franco
Iribarnegaray, le había asegurado que los aviadores aceptarían la decisión sin
problemas, mientras que el del Ejército, Félix Álvarez Arenas, manifestó preocupación
por la reacción de la oficialidad. Por su parte, el almirante Pita da Veiga le advirtió de
una posible reacción adversa de los marinos, tradicionalmente mas conservadores, y
confeso que él mismo tendría problemas de conciencia al respecto. En vista de su
respuesta, Suárez pensó relevarle a la primera oportunidad, pero no encontró un
sustituto adecuado, y a corto plazo procuró ganarse a la Marina aprobando fuertes
inversiones en material naval. 91 Por si acaso, a principios de marzo puso en marcha una
operación de cuarenta días de duración con el fin de ‘neutralizar’ al Ejército mediante
medidas tales como la limitación del suministro de carburante a la División Acorazada
Brunete, acuartelada a pocos kilómetros de la capital. 92
Los ministros militares tenían noticia del propósito de Suárez de proceder a la
legalización del PCE, pero ignoraban las circunstancias precisas en las que se
produciría. El 6 de abril el vicepresidente para Asuntos de la Defensa, Gutiérrez
Mellado, les comunicó que la medida era inminente y les animó a ponerse en contacto
con el presidente si albergaban alguna duda al respecto. Sin embargo, no les informó
que la legalización se produciría durante el fin de semana, ni esperaban tener
conocimiento de ella por los medios de comunicación. Cuando el entonces subsecretario
de Información, Fernández Campo, tuvo noticia de la decisión adoptada, se extrañó
sobremanera de que la cúpula militar no hubiese sido informada. Esto fue precisamente
lo que más ofendió al ministro de Marina, que presentó su dimisión irrevocable el 11 de
abril, obligando a Suárez a nombrar a un almirante en la reserva, Pascual Perry
Junquera. En suma, en su afán por no desvelar información que pudiese ser utilizada por
los enemigos de la legalización, Suárez ocultó parcialmente la verdad a los ministros
militares, suscitando en ellos la sensación de haber sido engañados.
De la tormentosa reunión del Consejo Superior del Ejército celebrada el 12 de
abril surgió un enérgico comunicado que dejaba constancia de la “repulsa general” que
66
había provocado la medida, a pesar de lo cual se admitía disciplinadamente “el hecho
consumado” en consideración “a intereses nacionales de orden superior”. El texto
recordaba asimismo al gobierno la indeclinable obligación del Ejército de defender “la
unidad de la Patria, su bandera, la integridad de las instituciones monárquicas y el buen
nombre de las Fuerzas Armadas”, o lo que es lo mismo, los elementos del status quo
que éstas consideraban innegociables.
Pocos días después, Suárez tuvo un serio enfrentamiento en la Zarzuela con
Armada, el secretario general de la Casa, quien sostuvo ante el monarca que, lejos de
estar resuelta como pensaba el presidente, la situación le hacía temer incluso por el
futuro de la Corona. A partir de ese momento, Suárez y Armada fueron claramente
incompatibles, y el primero se propuso apartarlo de la Zarzuela cuanto antes, algo que
lograría tras las elecciones, llegando a intervenir el teléfono de su casa para conocer sus
movimientos. El día anterior, Armada había mantenido una actitud similar ante Calvo
Sotelo, advirtiéndole: “¡Me aterra la poca información que tenéis! Se puede hacer
cualquier cosa con las bayonetas menos sentarse encima. Del gobierno será la
responsabilidad de lo que suceda”. 93
A petición de Armero, Carrillo saludó la legalización de su partido con unas
declaraciones en las que definió a Suárez como un “anticomunista inteligente” que
había comprendido que la credibilidad de la Reforma pasaba por la incorporación del
PCE. Informado por el gobierno de la gravedad del malestar militar, el dirigente
comunista no dudó en aprovechar la primera reunión legal del Comité Central para
proponer el reconocimiento inmediato de la monarquía y sus símbolos, a fin de evitar
males mayores. “La opción hoy no es entre monarquía y república –afirmó con
dramatismo- sino entre dictadura o democracia”. A pesar de la tradición republicana del
partido, y del estupor que causó su propuesta, sobre todo entre los dirigentes vascos y
catalanes, su propuesta fue aprobada por amplia mayoría. En la rueda de prensa que se
celebró a continuación, Carrillo apareció junto a la bandera nacional, que definió como
“la de todos los españoles”, y se comprometió a defender “la unidad de lo que es nuestra
patria común”. Tras reconocer que el PCE había recibido “con grandes reservas” la
instauración de la monarquía, aceptó que bajo ésta se estaba “avanzando hacia el
restablecimiento de las libertades democráticas”, en vista de lo cual su partido podría
aceptar una futura monarquía parlamentaria. El texto de su intervención suponía el
cumplimiento íntegro de las promesas realizadas a Suárez, quien tuvo además la
tranquilidad adicional de conocer una encuesta según la cual el 55% de la población
67
respaldaba su decisión, frente a un 22% que era contraria. La legalización del PCE fue
sin duda el punto de no retorno de la transición, y también la medida que más hizo por
demostrar la voluntad democratizadora de su principal protagonista.
En comparación con la legalización del PCE, las otras condiciones exigidas por
la oposición para su participación en las elecciones no planteaban grandes dificultades.
En el ámbito sindical, las negociaciones iniciadas por el ministro De la Mata con los
representantes de los sindicatos ilegales en el otoño que tanto habían alarmado a De
Santiago no tardaron en dar su fruto. El 4 de marzo se aprobó un decreto-ley sobre
relaciones laborales que reconocía el derecho de huelga, y el 1 de abril se aprobó una
nueva ley reguladora del derecho sindical, que puso fin a la sindicación obligatoria y
permitió la legalización de CCOO, UGT, USO y demás organizaciones sindicales.
La oposición tenía especial interés en que desapareciera el Movimiento antes de
las elecciones por temor a que el gobierno utilizase sus recursos para sus propios fines,
como ya había sucedido con el referéndum. Suárez no tuvo objeción en decretar la
extinción de la Secretaría General y del Consejo Nacional el 1 de abril de 1977,
precisamente en el aniversario del triunfo de las tropas de Franco en la guerra civil,
coincidencia que suscitó el rechazo de Osorio, pero tuvo buen cuidado de reservarse el
control de su amplia red de medios de comunicación. En esta tarea de
desmantelamiento, que apenas suscitó reacción en la sociedad española, Suárez contó
con la colaboración tan discreta como eficaz del ministro secretario general, García
López.
Desde la óptica de los partidos políticos, su concurrencia a las elecciones
dependía fundamentalmente de las normas electorales que adoptara el gobierno, en cuya
elaboración pretendieron participar, aunque sin éxito. El 18 de marzo el gobierno
aprobó un decreto-ley sobre normas electorales que establecía para el Congreso de los
Diputados la elección de un mínimo de dos diputados por provincia (aunque en la
practica todas, salvo Ceuta y Melilla, elegirían al menos tres), a los que se añadiría un
diputado más por cada 144.500 habitantes o restos superiores a los setenta mil,
realizándose la distribución de escaños de acuerdo con la regla d’Hondt y quedando
excluidas las listas que obtuviesen menos del 3% de los votos emitidos en la provincia
en cuestión. En opinión de Suárez, el objetivo era que “el sistema electoral que se
68
estableciera proporcionara una radiografía lo mas autentica posible de las tendencias
políticas del país”. No obstante, el entonces secretario general técnico del ministerio de
Justicia, Herrero de Miñón, ha reconocido que se buscó un sistema en que “las hectáreas
se representaban (…) mas que los ciudadanos” por entender que podía favorecer a los
partidos conservadores, y el PSOE denunció inicialmente “una ley electoral que sirve a
la derecha”, pero que no sería obstáculo para que dicho partido ganase las elecciones de
1982 por mayoría absoluta. Las candidaturas al Congreso se presentarían en listas
“completas, bloqueadas y cerradas”, mientras que para el Senado, donde se sentarían
cuatro senadores por provincia (a excepción de Canarias, Baleares, Ceuta y Melilla), los
electores podrían escoger a tres candidatos. A sugerencia de Suárez, y como gesto de
buena voluntad hacia la oposición, el gobierno declaró inelegibles a los altos cargos de
la Administración, desde director general a ministro, salvo que dimitiesen al menos
veinte días antes de las elecciones. Irritado por tener que elegir entre mantenerse en el
gobierno o dimitir para presentarse, un ministro comentaría a Osorio que “no sé si eres
bueno o eres tonto, pero te dejas meter cada gol… con esto vas a conseguir que después
de haber llevado nosotros el peso de la reforma y de la transición, en las Cortes se
sienten los que en julio de 1976 nos pusieron a parir, como Fernández Ordóñez y
Cabanillas”. Para completar esta medida, el 21 de abril se aprobó un decreto que
prohibía a los militares la actividad política y sindical. 94
Alguna de las condiciones exigidas por la Comisión de los Nueve para la
participación de la oposición en las primeras elecciones podía prejuzgar el resultado del
futuro proceso constituyente, motivo por el cual Suárez se negó tajantemente a
discutirlas. Entre ellas cabe destacar la institucionalización política de “todos los países
y regiones integrantes del Estado español”, espinoso asunto que el presidente prefirió no
abordar hasta después de las elecciones. El documento elaborado por la oposición al
respecto exigía el reconocimiento del carácter “multinacional y multirregional” del
Estado, y distinguía claramente entre las “nacionalidades” con rasgos históricos propios
(Cataluña, País Vasco y Galicia), y las demás “regiones” de España. En relación con las
primeras, se exigía el restablecimiento de sus respectivos estatutos de autonomía, o al
menos la creación de órganos de poder ejecutivo (Generalitat, Diputación General,
Xunta) que garantizasen la concesión de una autonomía plena. En cambio, el documento
nada decía sobre como se plasmarían los derechos de las demás regiones.
A lo largo del otoño, Osorio había animado a Suárez a contemplar un posible
reconocimiento de la Generalitat en la persona de su presidente exiliado, Josep
69
Tarradellas, que se había puesto en contacto con el ministro a través del empresario
catalán Manuel Ortínez. El presidente incluso accedió a que un hombre de su confianza,
el teniente coronel Casinello, de los Servicios de Información de Presidencia, viajara al
Clos de Mosny, la residencia de Tarradellas en Saint-Martin-le-Beau en noviembre,
informando favorablemente al respecto. A diferencia de la mayoría de los nacionalistas
catalanes, Tarradellas no exigía la restauración inmediata del Estatuto de 1932, sino su
reconocimiento como presidente de la Generalitat, y se mostraba además dispuesto a
aceptar la monarquía. Aun así, en su primer encuentro con Ortínez el presidente le
preguntó “si no era mejor Jordi Pujol”, afirmando incluso que “en las próximas
elecciones Pujol sacará mayoría y nosotros le ayudaremos”, a lo que el empresario
contestó que “Tarradellas era un catalán universal y Pujol de partido”. En todo caso, los
buenos resultados del referéndum en Cataluña hicieron que Suárez perdiera interés por
el ilustre exiliado, y la posterior incorporación de Pujol a la Comisión de los Nueve
pareció consolidar su protagonismo. 95
Poco antes de finalizar el año 1976, Suárez visitó oficialmente Cataluña, visita
que habría tenido lugar antes del referéndum de no haber sido por el secuestro de Oriol,
en la que anunció la inminente co-oficialidad del catalán con el castellano. En un
discurso pronunciado en el antiguo Palau de la Generalitat, el presidente reconoció que
“el hecho catalán tiene como base y consecuencia diferenciadas la existencia de una
lengua propia y de una cultura vinculada al idioma”, afirmando a continuación que “de
la misma manera que el bilingüismo castellano-catalán es un hecho normal en la vida
familiar, cultural y social, puede serlo también en la vida oficial”, contribuyendo así a
corregir la mala impresión causada por unas declaraciones suyas a Paris-Match el
verano anterior, en las que, a pesar de mostrarse partidario de que los catalanes (así
como los vascos y gallegos) pudiesen utilizar su lengua y su bandera, había puesto en
duda la utilidad del catalán para tratar materias complejas, como la química nuclear, de
las que el propio Suárez tenía conocimientos más bien escasos. 96 También anunció la
creación de un Consejo General de Cataluña, al que pertenecerían los diputados y
senadores elegidos por las cuatro provincias catalanas, más tres representantes por cada
una de las cuatro diputaciones, que supuestamente sería el órgano encargado de elaborar
el futuro Estatuto, función que nunca llegó a desempeñar.
Suárez también hizo lo posible por favorecer la aceptación de la reforma política
en el País Vasco. Ya en el primer consejo de ministros celebrado en la Moncloa en
enero, se había decidido legalizar la ikurriña a propuesta del ministro de la
70
Gobernación, Martín Villa, y con la resistencia de varios ministros militares y de
Osorio, así como de los gobernadores civiles de Vizcaya y Guipúzcoa, que presentaron
la dimisión. Poco después, Suárez comentaría a su vicepresidente que iba a proponer
más medidas de gracia “porque o distendemos la situación o el País Vasco se nos
convertiría en un Belfast, añadiendo que deseaba “convencer al pueblo vasco de que no
es rentable apoyar a ETA”. De ahí el decreto aprobado en marzo permitiendo la
restauración de las Juntas Generales de Guipúzcoa y Vizcaya, y sobre todo la medida de
gracia adoptada poco después, que afectó por vez primera a los presos acusados de
delitos de terrorismo, y que el Partido Nacionalista Vasco había exigido para poder
participar en las elecciones. Sin embargo, ETA (m) anunció que seguiría actuando hasta
que se alcanzara la amnistía total, y en vista de la tensión reinante el gobierno se vio
obligado a prohibir la celebración del Aberri Eguna. En un último esfuerzo por llegar a
las elecciones en un clima mas distendido, el gobierno negoció una tregua con ETA (m)
que se inició el 20 de mayo, a cambio de la cual se permitió la salida de España a una
veintena de terroristas, cuyas penas fueron conmutadas. Sin embargo, ello no evitó que
los comandos Bereziak, que habían abandonado la disciplina de ETA (pm) para
integrarse en ETA (m), secuestraran al ex alcalde de Bilbao, Javier de Ybarra,
asesinándole poco después. Por si fuera poca la presión a la que ya estaba sometido el
gobierno, esta escalada de violencia coincidió con el asesinato en Barcelona, a manos de
los independentistas de Terra Lliure, del empresario José María Bultó. Tal y como había
exigido la Comisión de los Nueve, apenas habría etarras en las cárceles españoles
cuando se celebraron las primeras elecciones; sin embargo, las concesiones realizadas
por Suárez para garantizar su celebración transmitieron una sensación de debilidad que
seguramente no contribuyó a la estabilización del País Vasco.
En el verano de 1976, al poco tiempo de ocupar la presidencia, un Suárez
eufórico había exclamado ante Osorio: ¡Vamos a ganar y gobernar veinte años!” Para
eso era necesario contar con un partido político que le permitiera presentarse a las
elecciones, asunto al que apenas prestó atención hasta después del referéndum, a pesar
del empeño de su vicepresidente por interesarle en la creación de un gran partido
centrista de tendencia democristiana. Una vez superada esa prueba, Suárez le planteó al
rey –en presencia de Fernández Miranda- la necesidad de crear desde el gobierno un
partido capaz de ganar las elecciones, a fin de garantizar que la operación reforma
llegase a buen puerto. Ante su asombro, sus interlocutores objetaron que ésa era una
tarea que no le competía, como si diesen por sentado que su trabajo concluiría con la
71
convocatoria de elecciones. Osorio también tuvo la sensación de que en la Zarzuela solo
se pensaba en Suárez como “presidente-puente” entre la dictadura y la democracia,
debido quizás a que eso fue lo que dio a entender inicialmente a sus colaboradores el
propio interesado. De ahí que Díez Rivera anotara en su diario el 11 de enero, con
recelo no exento de irritación: “me da en la nariz que el señorito va a seguir tras las
elecciones”. 97
En un primer momento, Suárez pensó crear ex novo un partido a su imagen y
semejanza, formado por jóvenes profesionales conocidos en sus respectivas provincias y
de talante esencialmente populista. El presidente ya no contaba con UDPE, buena parte
de la cual se había unido a Alianza Popular, y en todo caso pensaba más bien en
hombres como los procuradores del llamado Grupo Parlamentario Independiente a los
que pastoreaba Martín Villa. Sin embargo, no tardó en comprender que para diluir su
propia imagen de funcionario franquista era conveniente asociarse con la oposición
moderada, que contaba con dirigentes de impecable pedigrí democrático, e incluso un
cierto reconocimiento exterior. El dilema lo captó perfectamente el ministro de la
Gobernación, quien afirmó a sus gobernadores civiles en febrero que “el gobierno tiene
dos posibilidades: o apoyar una gran alianza, o crear una opción bajo el liderazgo del
presidente”. Al final, la solución encontrada sería un híbrido entre ambas, lo cual
explica tanto sus virtudes como muchos de sus defectos.
El político que con más decisión apostó por Suárez como líder de una gran
alianza política fue sin duda el infatigable Cabanillas, que ya en junio de 1976 había
fundado el Partido Popular en colaboración con sus amigos de Tácito y FEDISA. A
diferencia de Fraga, el ex ministro de Información pensaba que el futuro político de
España pasaba por el espacio centrista que su antiguo mentor acababa de abandonar, y
en contraste con Osorio, creía saber que la etiqueta democristiana restaba más de lo que
aportaba, análisis que compartían tanto el cardenal Enrique y Tarancón, presidente de la
Conferencia Episcopal Española, como su segundo, el brillante jesuita José María
Martín Patino.
Alarmado por el creciente protagonismo de Areilza al frente del Partido Popular,
en febrero de 1977 Suárez vetó su nombramiento como presidente del mismo, a lo que
accedieron sin excesivas objeciones los correligionarios de Motrico. A partir de ese
momento, y bajo la supervisión de Cabanillas, se produjo una creciente convergencia
entre los diversos grupúsculos liberales, socialdemócratas y democristianos que habían
aflorado con la intención de presentarse a las elecciones, y que en marzo formalizaron
72
su colaboración como Centro Democrático. A ello contribuyó decisivamente una
encuesta del IOP que Suárez conoció el 10 de marzo por medio de Osorio, según la cual
solamente la creación de un bloque de estas características podía evitar un triunfo del
PSOE. La coalición hubiese tenido más peso de haberse unido a ella los democristianos
capitaneados por Gil Robles y Ruiz-Jiménez, pero el primero insistió en presentarse a
las elecciones por su cuenta, y el segundo no supo negarse. No obstante, la
incorporación del Partido Demócrata Cristiano, fruto a su vez de la fusión del grupo
liderado por Álvarez de Miranda y del sector de UDE encabezado por Osorio,
compensó en alguna medida su ausencia. 98
El desembarco de Suárez en Centro Democrático se inició el 19 de marzo de
1977, en el transcurso de una cena celebrada en casa del abogado José Luís Ruiz
Navarro, a la que acudieron buena parte de los dirigentes reformistas de la época, así
como varios ministros. Cabanillas, que desde hacía varios meses actuaba de topo de la
Moncloa en los círculos reformistas, planteó la necesidad de que Suárez aclarase si iba
apoyar o no a Centro Democrático, advirtiendo que “si el gobierno se inhibe tendremos
que replantear toda la operación”. Ese mismo día el presidente había comentado a
Osorio que “Areilza quiere ser una alternativa de poder más que una opción de apoyo al
gobierno, y eso no”, y en la cena el vicepresidente les hizo ver que “o sobra Areilza o
sobra Suárez”. Cuando éste le llamó para saber como había transcurrido la cena, Osorio,
que comenzaba a cansarse de su aliado, anotaría en su diario que “se ha mostrado
encantado de que yo haya dado la cara”. Pocos días después, el presidente convocó a
Cabanillas y Areilza para exigirles que entregaran el control de la coalición a personas
de su confianza, que se encargarían de financiar la campaña y seleccionar a los
candidatos. Como sin duda había previsto, Areilza rechazó sus demandas, abandonando
el PP poco después. Los demás dirigentes de Centro Democrático tampoco acogieron su
intromisión con mucho agrado, y durante varias semanas actuaron como si pensaran
concurrir a las elecciones sin el respaldo del presidente. Sin embargo, el poco éxito de
los primeros mítines celebrados por la coalición en abril, su escaso impacto en los
sondeos y la dificultad que implicaba financiar una campaña nacional les obligaría a
cambiar de actitud.
El propio Suárez parece haber albergado ciertas dudas sobre su presentación a
las elecciones, y posiblemente pensara que podría volver a ocupar la presidencia sin
necesidad de ser diputado. Así, el 25 de marzo les comentó a Joaquín Garrigues Walker
e Ignacio Camuñas que dudaba entre presentarse por Madrid o Barcelona y apoyar a la
73
coalición desde fuera, a través de una serie de intervenciones en televisión.
Sorprendentemente, el 14 de abril –fecha de especial significado para él- el padre de
Suárez, que hasta entonces no había efectuado declaración alguna, afirmó públicamente
que su hijo no se presentaría. Algunos sectores de la oposición aprovecharon sus
titubeos para pedir que abandonase la presidencia si pretendía presentarse, y un sondeo
realizado en abril reveló que, si bien el 53% de los encuestados era partidario de que
fuese candidato (algo que solo le parecía mal al 12%), un 30% también prefería que
dimitiese antes para garantizar la limpieza de los comicios. Ante la necesidad de romper
este impasse, el 3 de mayo Suárez recurrió una vez mas a las cámaras de televisión para
anunciar su candidatura como “independiente”, subrayando que se presentaba “sin
privilegio alguno de organización, sin apoyo de los órganos de gobierno, y, por
supuesto, sin ningún apoyo de la Corona, que está por encima de las opciones y
contiendas”, a la vez que se comprometía a no participar activamente en la campaña
electoral.
Ese mismo día se formalizó la coalición electoral de Unión de Centro
Democrático, compuesta por quince partidos de muy diverso pelaje, cuyos dirigentes
aceptaron la autoridad delegada por Suárez en Calvo Sotelo, que había dejado el
gobierno para organizar la campaña electoral. El ex ministro se encargó de coordinar la
elaboración de las listas de candidatos, tarea urgente y compleja que culminó con no
pocas dificultades en apenas unos días. Salvo el PP y el PDC, los socios fundadores de
Centro Democrático carecían de candidatos viables en muchas provincias, ante lo cual
Suárez hubo de recurrir a Martín Villa, que pronto se destapó como un verdadero
maestro del arte del ‘encasillado’. El presidente no se involucró excesivamente en
aquellos preparativos, debido quizás a que, como escribiría Calvo Sotelo con acierto,
“confiaba más en sí mismo, en su carisma, en su dominio de la televisión, en su
simpatía desbordante, que en la base sustentadora de una organización política”. 99
No resulta fácil cuantificar el impacto del desembarco de Suárez y su gobierno
en las listas de UCD, ya que algunos de sus candidatos (los llamados ‘independientes’,
o ‘azules’), formaron sus propios partidos para ingresar en la coalición, caso de Enrique
Sánchez de León y su Acción Regional Extremeña, o Lorenzo Olarte y su Unión
Canaria, mientras que otros se unieron a los partidos ya existentes, sobre todo el PP. No
obstante, sí es sabido que de los 166 candidatos de UCD que obtuvieron un escaño, el
33,4% eran independientes o azules, mientras que los candidatos del PP y el PDC solo
ocuparon el 30,4% de los escaños de la coalición. También puede deducirse el peso del
74
gobierno del hecho que 17 de los 51 candidatos que encabezaron las listas de UCD al
Congreso habían sido previamente procuradores de las Cortes orgánicas.
En mayo de 1977, el éxito de las reformas impulsadas por Suárez y su gobierno
dio lugar a dos acontecimientos políticos de primer orden. El primero fue la decisión del
padre del monarca, Don Juan, de materializar la renuncia a sus derechos dinásticos que,
informalmente al menos, ya había transmitido a su hijo al poco tiempo de su
proclamación. La sencillez del acto de renuncia, celebrado en la Zarzuela el 14 de mayo
de 1977, fue atribuido por algunos juanistas a la reticencia de Suárez y de Fernández
Miranda hacia un acontecimiento que podía utilizarse para cuestionar la legitimidad de
todo lo realizado desde noviembre de 1975, pero aun en el caso de haber existido esa
actitud por su parte, el monarca difícilmente la hubiese tolerado de no haberla
compartido. Al parecer, años después Don Juan se opondría a la concesión de un ducado
a Suárez debido a la actitud supuestamente cicatera de éste en relación con su renuncia.
A los pocos días de la renuncia del Conde de Barcelona presentó
inesperadamente su dimisión el presidente de las Cortes y del Consejo del Reino.
Algunos observadores relacionaron ambos acontecimientos, atribuyendo su decisión a
un desacuerdo grave con don Juan Carlos con motivo de la renuncia. Sin embargo, en
una rueda de prensa celebrada el 31 de mayo, Fernández Miranda explicó que nunca
había pretendido perpetuarse en el cargo, ya que el futuro presidente de las Cortes
democráticas habría de ejercer una acción moderadora para la cual no creía estar
capacitado. Además, la prensa comenzaba a compararle con Richelieu o el Conde-
Duque de Olivares, lo cual le hacía temer que su presencia al lado del rey pudiese
interferir con “el claro y nítido papel de la Corona”. Hubo también quien vio en su
dimisión un intento de reservarse para un supuesto futuro en el que, al no obtener
Suárez los votos necesarios para gobernar en solitario, y dada la rivalidad de éste con
Fraga, Fernández Miranda pudiese aprovechar la situación para presentarse como
candidato-puente. (Según Osorio, el presidente de las Cortes siempre fue partidario de
que AP y UCD presentasen candidaturas conjuntas al Senado, algo que Suárez se negó
siquiera a considerar). Por su parte, cuando el presidente informó a Osorio de la
dimisión, no dudó en confesarle: “le he dicho al rey que no sirve para la nueva
situación”. Suárez afirma que nunca supo explicar la decisión de su antiguo mentor, si
bien pensó que podía deberse a su enfado por haber sido excluido de las conversaciones
con los dirigentes de la oposición, con la perdida de influencia sobre don Juan Carlos
que ello conllevaba. Sin embargo, es mucho más probable que Fernández Miranda
75
conociese sobradamente sus limitaciones y se supiese poco dotado para la lucha
partidista que se avecinaba, aunque no deja de ser sorprendente que dimitiera tan pocos
días antes de que la legislatura tocara naturalmente a su fin. Con el paso de muy poco
tiempo, la relación entre Suárez y su antiguo mentor se enfrió rápidamente, hasta
desaparecer; según el primero, “en un momento dado, dejó de llamarme, y ante mis
requerimientos, afirmó que nunca vendría a verme, ni se reuniría conmigo. Nunca
obtuve otra respuesta”. 100
El objetivo prioritario de Suárez en relación con las primeras elecciones era que
nadie pudiese cuestionar su carácter plenamente democrático. El presidente dio por
hecho que el partido que él apoyase ganaría con cierta comodidad, y su obsesión era que
la oposición obtuviese unos resultados que garantizasen su plena integración en el
proceso democratizador. Tan es así que, cuando Otero Novas quiso saber por qué se
había demorado tanto la organización de un partido gubernamental, Suárez argumentó
que ello permitiría al PSOE conquistar un número razonable de escaños. De ahí también
que instara a Calvo Sotelo a presionar a los bancos para que concedieran los créditos
que les solicitaba la izquierda, y que autorizara al propio Otero Novas a contribuir a la
financiación de la democracia cristiana de Gil Robles y Ruiz Jiménez con fondos de
UCD, a pesar de tratarse de sus rivales más directos. Ello explica asimismo la
consternación de Suárez al conocer los sondeos del IOP, que vaticinaron correctamente
que estos no obtendrían ni un solo escaño. 101
Todo parece indicar que Suárez subestimó inicialmente a sus contrincantes,
hasta el punto de prometer que no se involucraría en la campaña, pero los sondeos cada
vez más favorables al PSOE le obligaron a intervenir. El 2 de junio se acercó por la sede
de UCD en la calle Cedaceros, donde observó que los partidos de izquierda se
mostraban demagógicos en sus mítines y moderados ante la televisión, anunciando
también que no pactaría con AP tras las elecciones. Al día siguiente, Jaime Peñafiel
publicó un gran reportaje sobre el presidente y su familia en ¡Hola!, que tuvo un gran
éxito de ventas, y poco después se presentó con su mujer en su pueblo natal, Cedaceros,
donde departió amigablemente con sus paisanos. El fin de semana anterior a las
elecciones declaró a Europa Press que tanto la reforma como la ruptura perseguían el
mismo objetivo, que no era otro que hacer posible una democracia de corte occidental,
declarándose partidario de que las futuras Cortes elaboraran una nueva Constitución.
Preocupado por los resultados que las encuestas vaticinaban a UCD en Cataluña, su
última salida tuvo como destino Barcelona, por cuyas calles paseó en compañía de los
76
candidatos Carlos Sentís y Manuel Jiménez de Parga. El 14 de junio, y en plena
connivencia con Osorio, el diario Ya publicó un sondeo que daba ganador al PSOE, a
pesar de que la Moncloa lo había desaconsejado, provocando el consiguiente enfado de
Suárez.
Durante la noche electoral del 15 de junio de 1977 se vivieron momentos de
gran tensión en la Moncloa al comenzar a constatarse los buenos resultados obtenidos
por la izquierda, sobre todo en las grandes ciudades. En presencia de su vicepresidente,
Suárez llegó a comentar: “que gobiernen ellos si ganan. A ver si son capaces con el
ejército que tenemos. Yo mientras tanto me dedicaré desde la oposición a organizar el
partido”, a lo que aquel respondió con cierta crueldad: “el partido tenías que haberlo
organizado ya hace tiempo”. No obstante, Osorio pretendió consolarle haciéndole ver
que “con AP hay mayoría suficiente para gobernar”, a lo que Suárez objetó: “¿qué
precio tendría que pagar por ello?” Con el paso de las horas, los resultados fueron
mejorando gradualmente, pero en la Moncloa solo se tuvo la certeza de haber ganado,
aunque con menos holgura de la esperada, hacia las seis de la mañana. 102
Las elecciones de junio de 1977 pueden considerarse un gran triunfo colectivo
de la sociedad española, y la elevada participación registrada –del 79% del electorado,
cifra solo superada en 1982- reflejó tanto el entusiasmo generado como la credibilidad
que se les otorgó. La UCD obtuvo el 34,6% de los votos y 165 escaños en el Congreso,
que representaban un 47% del total, quedándose a once de la mayoría absoluta. El
PSOE recibió el 29,4% de los sufragios y 118 escaños, el 34% del total, pasando a
convertirse en el principal partido de la oposición. A mucha distancia de ambos, el
PCE-PSUC obtuvo el 9,3% de los votos y veinte actas, mientras AP cosechaba el 8,8%
de los sufragios y dieciséis escaños. Por último, la coalición PSP-Unidad Socialista de
Tierno Galván captó el 4,5% de los votos y seis escaños. Como había predicho Herrero
de Miñón, el sistema electoral benefició a los dos partidos más votados, sobre todo a
UCD, en detrimento de los tres partidos menores de ámbito nacional, aunque también
primó a las fuerzas de ámbito regional.
Los resultados electorales de 1977 fueron seguramente los mejores que cabía
concebir para la etapa constituyente que entonces se iniciaba. De haber obtenido UCD
la mayoría absoluta, es posible que la izquierda hubiese cuestionado la limpieza de los
comicios; además, el partido gubernamental podría haber sucumbido a la tentación de
imponer su propia constitución. En cambio, de haber triunfado la izquierda, como
posiblemente hubiese ocurrido de no haberse presentado Suárez, es posible que las
77
Fuerzas Armadas hubiesen hecho acto de presencia. Los resultados obtenidos por el
PSOE, que tuvo motivos sobrados para considerarse el vencedor moral de la contienda,
implicaban su reconocimiento como alternativo de gobierno, garantizándose así su
plena incorporación al proceso. Aunque en menor medida, lo mismo cabe afirmar del
PCE y de AP, aunque no obtuviesen los resultados que creían merecer. Por ultimo, las
elecciones garantizaron la presencia en el Congreso del nacionalismo vasco y catalán,
sin cuya participación activo no parecía viable el proceso democratizador español en su
conjunto.
78
Capítulo 4
Suárez y la era del consenso, 1977-79.
79
junio de 1977, los barones del nuevo partido fueron recompensados con sendas carteras
ministeriales, con las que se pretendió garantizar su lealtad al presidente. Ello explica la
presencia en el gobierno del fundador del PP, Cabanillas (Cultura); los socialdemócratas
Fernández Ordóñez (Hacienda) y Juan Antonio García Díez (Comercio y Turismo); del
democristiano Cavero (Educación); de los liberales Garrigues Walker (Obras Públicas)
y Camuñas (ministro adjunto para las Cortes); y de los regionalistas Manuel Clavero
Arévalo (ministro adjunto para las Regiones) y Sánchez de León (Sanidad y Seguridad
Social). Otros dos barones centristas, el democristiano Álvarez de Miranda y el liberal
Antonio Fontán, fueron premiados con las presidencias del Congreso y del Senado,
respectivamente, mientras Calvo Sotelo era relegado (debido a los malos resultados
electorales) a la presidencia del grupo parlamentario de UCD en la cámara baja.
Suárez también quiso contar con numerosos ministros del equipo anterior, entre
ellos el teniente general Gutiérrez Mellado, vicepresidente primero, ministro de Defensa
y único militar del gabinete tras la desaparición de los ministerios del Ejército, Marina y
Aire; su amigo Abril Martorell, que fue elevado a la vicepresidencia tercera para
Asuntos Políticos; y Oreja, Lavilla y Martín Villa, que se mantuvieron en sus antiguos
puestos. Otro hombre de la etapa anterior, Otero Novas, fue premiado por sus servicios
a la Reforma con el ministerio de la Presidencia. La novedad más importante fue sin
duda la incorporación del profesor Enrique Fuentes Quintana al nuevo ministerio de
Economía, con rango de vicepresidente segundo para Asuntos Económicos, mientras
que la ausencia más llamativa fue la de Osorio, que se había ido distanciando
paulatinamente de Suárez durante la primera mitad del año hasta llegar a la ruptura
total. En una de sus últimas conversaciones éste sostuvo que las elecciones habían
demostrado que los españoles se inclinaban por opciones de centro-izquierda,
obligándoles a entrar en ese espacio ideológico, lo cual no debía plantearles problemas
porque “en el fondo, Alfonso, nosotros lo que somos de verdad es socialdemócratas”, a
lo que Osorio replicó sorprendido que él se consideraba “monárquico por convicción,
democristiano de formación y liberal de talante”. 103
A pesar de los esfuerzos del presidente por incorporar a los barones de UCD, el
hecho de que nueve de los 19 ministros de su segundo gobierno ya lo hubiesen sido con
el primero, y por lo tanto antes de que existiera el partido, parecía confirmar que éste
era, ante todo, un instrumento creado por Suárez para presentarse a las elecciones y
mantenerse en el poder. También contribuyó a crear esta impresión el que la mitad de
los ministros no fuesen diputados, así como la escasa presencia en el gobierno de
80
barones liberales y democristianos, que contrastaba con la abundancia de
‘independientes’.
La UCD inició formalmente su andadura como partido al quedar inscrito en le
registro del Ministerio del Interior el 12 de agosto de 1977. Incluso antes de las
elecciones, Suárez ya había decidido que su amigo Abril Martorell tomase las riendas
del partido, decisión que fue cuestionada por Osorio por tratarse de un ‘independiente’
sin ideología conocida y sin apenas relación con los barones de la antigua coalición.
Tras la creación del primer consejo político de UCD en septiembre, Abril no tardó en
delegar sus funciones en el secretario de organización del partido, Sánchez-Terán, otro
‘hombre del presidente’ que era visto con recelo por los barones, a la vez que procuraba
controlar al grupo parlamentario a través de su secretario general, José Pedro Pérez
Llorca, que no tardó mucho en sustituir a Calvo Sotelo. A fin de reforzar su autoridad
personal, en el otoño Suárez exigió la disolución total de los partidos representados en
UCD, a lo que finalmente accedieron sus dirigentes en diciembre, con la abstención de
Álvarez de Miranda y la oposición solitaria de Camuñas. Sin embargo, hasta la
celebración del primer congreso nacional de UCD en octubre de 1978, en el que se
definió como “democrático, progresista, interclasista e integrador”, el partido
gubernamental no se dotaría de una estructura institucional estable, dificultando
notablemente su consolidación. Suárez cometió un grave error al negarse a nombrar de
inmediato a un secretario general en quien pudiese delegar, atribuible quizás al temor a
que éste pudiese llegar a cuestionar su propia autoridad, y prefirió funcionar de acuerdo
con la vieja máxima de ‘divide y vencerás’.
Algunos protagonistas de aquellos acontecimientos han atribuido las dificultades
internas que habría de experimentar UCD con el paso de no mucho tiempo a estas
características fundacionales. Martín Villa, por ejemplo, ha lamentado el “error
unitario” que llevó a Suárez a crear artificialmente un partido, en lugar de favorecer la
institucionalización de una federación de partidos independientes, cada uno con su
propia idiosincrasia. Sin embargo, para la etapa constituyente el presidente precisaba
ante todo de un partido unido y razonablemente disciplinado, y dada la génesis de la
coalición, la inexperiencia partidista de muchos de sus dirigentes y su tendencia al
faccionalismo, es probable que las tendencias centrifugas que se manifestaron desde el
primer día hubiese hecho inviable una federación de esa naturaleza.
En octubre de 1977, Suárez expuso por vez primera su teoría del triciclo, según
la cual UCD debía apoyarse por igual en tres ruedas: el gobierno, el grupo
81
parlamentario y el partido propiamente dicho. Sin embargo, esto no fue posible debido a
la peculiar relación establecida entre las tres esferas a lo largo de 1977-78. En primer
lugar, los militantes de la nueva UCD no tardaron en superar en número a los
seguidores de los diversos partidos centristas que se habían unido para presentarse a las
elecciones. Escasamente preocupados por la indefinición ideológica del partido, estos
nuevos militantes se consideraban ante todo seguidores de Suárez, y estaban al margen
de las disputas fundacionales entre las ‘familias’ supuestamente disueltas en diciembre
de 1977. Tan es así que Rafael Arias Salgado, nombrado coordinador general de UCD
en mayo de 1978, pretendió ante todo evitar que las bases del partido fuesen
contaminadas por sus dirigentes. En cambio, dichos enfrentamientos estaban muy
arraigados en el grupo parlamentario, compuesto en buena medida por los efímeros
dirigentes provinciales y regionales de unos partidos que ya no existían como tales. Por
último, y como ya vimos, la composición del gobierno no reflejaba paritariamente la del
grupo parlamentario –a muchos de cuyos miembros Suárez apenas había tratado- lo cual
dificultó la relación entre ambos. Así se constató en septiembre de 1977 con la dimisión
de Camuñas como ministro responsable de las Relaciones con las Cortes, provocada por
la constante interferencia de Abril Martorell en el trabajo del grupo parlamentario
centrista en el Congreso. El presidente, que lógicamente carecía por completo de cultura
parlamentaria, pretendió resolver el problema haciendo desaparecer esta cartera, lo cual
no hizo sino agravar el malestar existente en el grupo parlamentario. En general, la
reacción de Suárez ante estos problemas consistió en reforzar el carácter populista y
presidencialista de su liderazgo, alimentando a la vez el descontento de unos diputados
que se sentían cada vez mas relegados. En todo caso, es en ésta relación triangular entre
Suárez, el grupo parlamentario y el resto del partido donde deben buscarse los orígenes
remotos de la posterior crisis y destrucción de UCD, que sería también la de su
fundador.
El problema más acuciante de cuantos tuvo que hacer frente el segundo gobierno
de Suárez fue sin duda la crisis económica que desde 1974 arrastraba el país. El
presidente carecía por completo de formación económica, pero procuró mejorar sus
conocimientos en largos encuentros privados con el director del servicio de estudios del
Banco de España, el catedrático Luís Ángel Rojo. Ya en el verano de 1976, en sus
82
primeros contactos con los dirigentes de la oposición, Suárez se había referido a la
imposibilidad de actuar eficazmente en el ámbito económico sin la existencia previa de
un gran acuerdo entre todas las fuerzas políticas y sociales, y éste fue también uno de
los temas suscitados en su primera entrevista con Carrillo. Sin embargo, como había
reconocido públicamente Osorio en otoño de 1976, al afirmar que “una parte importante
de nuestra legislación laboral, económica y fiscal está desfasada y hay que cambiarla”,
la superación de la crisis exigía reformas estructurales que no se podían acometer hasta
después de las elecciones. Ello no hizo sino agravar los tres grandes problemas que
entonces aquejaban a la economía española, como eran la inflación, el paro y el déficit
del sector exterior.
El programa político presentado por el nuevo gobierno el 11 de julio de 1977
hacía referencia a la necesidad de lograr “la colaboración responsable de todos los
grupos sociales y partidos políticos” para luchar contra los desequilibrios económicos
básicos a través de un proceso de ajuste “costoso y continuado”, que podría sanear la
economía en dos años. El 23 de julio se aprobó un plan económico de urgencia, cuyo
objetivo prioritario era la lucha contra la inflación, que en 1976 creció un 17,5% sobre
el año anterior, y cuyo elemento más importante era la devaluación de la peseta en un
20%. El gobierno pretendía reducir la inflación mediante una política de rentas, a
cambio de la cual prometía acometer una reforma fiscal largamente aplazada, que
permitiese dotar al Estado de una verdadera política tributaria. Al mismo tiempo, y a fin
de mitigar el impacto social del paro, se comprometía a aumentar el subsidio por
desempleo, así como el gasto en empleo público y la inversión en las zonas mas
deprimidas. Ello comportaría un aumento del gasto publico que no podría ser financiado
con el aumento de la recaudación derivado de la reforma fiscal, iniciándose así una
escalada del déficit publico que sería una constante de la época.
El plan económico del gobierno, concebido por el vicepresidente Fuentes
Quintana, fue recibido sin entusiasmo por los sindicatos recién legalizados y los
principales partidos de la oposición, suscitando asimismo el rechazo de la patronal, a
quien disgustó el gravamen sobre el patrimonio contemplado en el mismo. A pesar de
ello, en un primer momento Suárez pensó obtener su aprobación por el Congreso con el
apoyo de algún grupo minoritario, como el PNV o los andalucistas. Sin embargo,
Fuentes Quintana insistió en buscar un acuerdo con los agentes sociales, sin los cuales
se le antojaba inviable su puesta en práctica, en vista de lo cual el presidente inició una
larga ronda de contactos con los sindicatos y la patronal a lo largo del verano. Nicolás
83
Sartorius, que acudió en representación de CCOO, ha recordado que “era la primera vez
que veía y me cayó muy bien”, añadiendo con cierta malicia que “nos recibió muy
efusivamente, con un abrazo a cada uno, por lo que comprendimos en seguida que algo
nos iba a intentar sacar”. Mientras que CCOO y el PCE se mostraron partidarios del
pacto social, movido éste por el deseo de superar el relativo ostracismo al que le había
condenado el resultado electoral, UGT y el PSOE se manifestaron muy poco partidarios
de corresponsabilizarse de la política económica del gobierno. Por su parte, los
empresarios, que habían constituido la Confederación Española de Organizaciones
Empresariales (CEOE) en junio, tampoco fueron partidarios de un acuerdo de gran
alcance. En opinión de Fuentes Quintana, ello se debió en parte a que “la derecha
empresarial no perdonaba el triunfo de Adolfo Suárez”. Tanto los sindicatos como la
patronal carecían de experiencia en el terreno de la negociación, ya que apenas contaban
con unos meses de vida institucional normal en su haber. En última instancia, eso fue lo
que obligó a Suárez a sacrificar la estrategia del pacto social en aras de un pacto político
con los partidos, con un contenido socioeconómico que fuese asumible por los agentes
sociales. 104
A raíz del fracaso del pacto social buscado por el ejecutivo, hubo voces, sobre
todo comunistas, que defendieron la formación de un gobierno de concentración
nacional que hiciera frente a la crisis económica y supervisara el proceso constituyente.
En un último esfuerzo por resucitar el gobierno provisional contemplado en el programa
de ruptura democrática, ampliamente superado por los acontecimientos, Carrillo se
ofreció a dar su apoyo a un gobierno de estas características aun sin participar en él.
Según su testimonio, Suárez llegó a plantearle un escenario en el cual el gobierno
despacharía los asuntos corrientes mientras ellos dos, Fraga y González tomaban las
grandes decisiones, formando una suerte de “supergobierno”. En aquellas
conversaciones, el presidente solía repetirle, refiriéndose a los principales dirigentes
políticos, que “jugaban a lanzarse un frágil jarrón –la transición- y que él tenía que
hacer increíbles saltos para cogerlo en el aire y no se rompiese en el suelo”. Sea como
fuere, el PSOE rechazó en todo momento la fórmula del gobierno de concentración, por
entender que solo podía contribuir al fortalecimiento de sus dos rivales principales, así
como a desdibujar su perfil como alternativa de poder. Sin embargo, cuando Suárez y
Carrillo alcanzaron un acuerdo previo sobre la necesidad de superar la crisis económica
mediante un amplio pacto cuya puesta en práctica gestionaría el gobierno, el PSOE
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accedió a sumarse, ya que no le comprometía tanto, y le dejaba además las manos libres
para criticar al ejecutivo en caso de incumplimiento. 105
La negociación entre el gobierno y los partidos se inició el 8-9 de octubre de
1977, en largas sesiones de mañana y tarde celebradas en el palacio de la Moncloa,
centrándose la discusión en el Programa de Saneamiento y Reforma elaborado por
Fuentes Quintana. Allí se aprobaron unas bases en las que se hablaba de superar la crisis
en el marco de una economía de mercado, entendiendo que los costes que implica su
superación serian “soportados equitativamente por los distintos grupos sociales”, lo cual
exigiría una “democratización efectiva del sistema político y económico”. Todos los
partidos aceptaron que las prioridades del gobierno debían ser la lucha contra la
inflación, la creación de empleo y la reducción del desequilibrio exterior, pero a cambio
la izquierda exigió contrapartidas tales como un plan extraordinario de escolarización y
un plan de acceso a la vivienda. El texto final fue firmado por Suárez y los máximos
representantes de los partidos con representación parlamentaria el 25 de octubre,
ratificándose en el Congreso dos días después. De forma casi simultánea, el 18 y 21 de
octubre se reunieron los representantes de los partidos para estudiar las reformas del
ordenamiento jurídico necesarias para dar paso a las instituciones y practicas políticas y
legales que exigía el nuevo contexto democrático. Este Programa de Actuación Jurídica
y Política, que fue aprobado por el Congreso del 27 de octubre, no fue suscrito por AP,
por estar en desacuerdo con la desmilitarización de las fuerzas de orden público. Entre
las medidas que contemplaba cabe destacar la revisión de la Ley de Orden Publico, la
liberalización de la legislación vigente sobre derecho de reunión y asociación, así como
de libertad de expresión, y una reforma del Código Penal que permitió despenalizar el
amancebamiento y el adulterio, así como regular el uso de los anticonceptivos.
Las medidas de saneamiento contempladas en los acuerdos de la Moncloa
tuvieron un impacto inmediato. Ante todo, permitieron controlar la inflación, que tras
situarse en un 26% al finalizar 1977, se redujo al 16% en 1978. También se recuperó el
equilibrio de la balanza por cuenta corriente, obteniéndose un superávit en 1978, a la
vez que la reserva de divisas pasaba de los 4.000 millones de dólares de mediados de
1977 a los 10.000 millones de finales de 1978. En cambio, los acuerdos no pudieron
frenar la destrucción de empleo iniciada en 1974: el año 1977 terminó con un paro del
6,3%, que alcanzaría el 10% en 1978. Tampoco pudieron llevarse a la practica buena
parte de las reformas estructurales propuestas por Fuentes Quintana, que dimitió en
febrero de 1978, siendo sustituido por Abril Martorell, al comprobar la falta de interés
85
de sus colegas de gobierno -y del propio Suárez- por sacar adelante unas medidas que
en muchos casos no se acometerían hasta después del triunfo del PSOE en 1982.
86
presidente de la institución que encarnaba. En un momento de la entrevista, Suárez le
recordó que “yo tengo el poder”, a lo que Tarradellas contestó que “yo tengo un millón
de personas en la calle dispuestas a reclamar mi retorno”, zanjando el asunto el primero
con un tajante “no me impresiona eso. Usted no es nadie. Usted es lo que yo digo que
es. Nada más”. 107 Tras este comienzo escasamente halagüeño, y después de
entrevistarse con el rey, Tarradellas visitó de nuevo a Suárez el 1 de julio. Este segundo
encuentro resultó más distendido, y dio lugar a un texto negociado que reconocía la
posibilidad de restaurar “las instituciones históricas de Cataluña” (no se mencionaba a la
Generalitat) aprovechando la Ley de Bases de Régimen Local de 1975, que
contemplaba la creación de entidades de ámbito territorial distinto al de la provincia. A
cambio, no se hacia mención alguna del Estatuto de 1932, y Tarradellas reconocía
además el derecho a la autonomía de otras regiones, dentro de “la irrenunciable unidad
de España”.
La negociación entre Tarradellas y el representante del gobierno, Sánchez-Terán,
se inició en París el 10-11 de agosto de 1977. Este accedió fácilmente al
restablecimiento provisional de la Generalitat con Tarradellas como presidente, así
como a la derogación de la ley de 1938 que había puesto fin al Estatuto de 1932. Para el
honorable, lo esencial era que le permitieran nombrar un Consell propio, que él
presidiría, aunque sus poderes fuesen inicialmente simbólicos. Sin embargo, la
Asamblea de Parlamentarios insistía en participar en el nombramiento del Consell,
reclamando para las instituciones catalanas la redacción del futuro estatuto, en vista de
lo cual Suárez consideró brevemente la posibilidad de poner fin a las negociaciones y
posponer un acuerdo hasta que hubiese Constitución. Sin embargo, sus colaboradores
lograron que recapacitase con el argumento de que el restablecimiento provisional de la
Generalitat solo afectaría a Tarradellas y su Consell, pero no a la Asamblea; además,
sería la Constitución la que determinaría quien redactaría el estatuto.
Se ha dicho en ocasiones que fue la participación de más de un millón de
personas en la Diada del Onze de Setembre de 1977, la mas concurrida en la historia de
Cataluña, la que indujo al gobierno a restablecer la Generalitat, cuando en realidad
Suárez, Tarradellas y los parlamentarios catalanes ya habían alcanzado un acuerdo
básico al respecto. Este se formalizó en Perpiñán el 28 de septiembre, y tras
restablecerse provisionalmente la Generalitat por decreto-ley al día siguiente, y
producirse su nombramiento como presidente por el Rey, a propuesta del presidente del
gobierno, el 23 de octubre Tarradellas regresó finalmente a Barcelona, poniendo fin a
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un exilio de treinta y ocho años con su memorable “Ja sóc aquí”. Al día siguiente, en la
toma de posesión del honorable, Suárez explicaría que su retorno era fruto de “una
operación de Estado que servirá para consolidar el proceso de democratización de la
vida española”, afirmando también que la autonomía no era “algo que viene a romper la
unidad de España, ni del Estado español”, sino “un fenómeno de profundo sentido
político que puede y debe superar el carácter centralista y uniforme de la organización
de nuestra vida pública”, concluyendo en tono optimista: “una autonomía que nace en
estas circunstancias no puede fracasar”.
Suárez hubiese deseado realizar una operación similar en el País Vasco, pero
ello no era posible sin lograr previamente una cierta normalización de la vida política
vasca. Tras largas negociaciones entre el gobierno y la oposición vasca a lo largo del
verano de 1977, que finalizaron en un clima envenenado por el asesinato del presidente
de la Diputación de Vizcaya y sus escoltas el 8 de octubre, se acordó finalmente una
amnistía general que afectaba a los delitos cometidos desde la aprobación de la Ley para
la Reforma. Para subrayar su dimensión simbólica, la amnistía fue sometida al
Congreso, aprobándose el 14 de octubre con solo dos votos en contra y 18 abstenciones,
casi todas ellas de diputados de AP. Ello permitió la excarcelación del último preso
político vasco en diciembre de 1977, momento a partir del cual ni el Estado ni una gran
mayoría de ciudadanos atribuirían ya esa condición a los terroristas de ETA.
Por desgracia, la amnistía no dio lugar a un acuerdo político en el País Vasco de
calado comparable al restablecimiento de la Generalitat, aunque también debe
recordarse que el PNV -con el 29% de los sufragios, frente al 28% del PSOE- había sido
el partido más votado en las primeras elecciones. El gobierno vasco en el exilio,
presidido por el veterano peneuvista José María de Leizaola, estimó que las
negociaciones con el gobierno Suárez debían ser protagonizadas por la Asamblea de
Parlamentarios Vascos, constituida en junio en la Casa de Juntas de Guernica, en la que
los nacionalistas se encontraban en minoría. En diciembre de 1977 se creó el Consejo
General del País Vasco, resultando elegido presidente el veterano socialista Ramón
Rubial, y no Juan Ajuriaguerra, como había pretendido el PNV. También dificultó un
acuerdo entre la oposición vasca la actitud de los parlamentarios navarros de UCD,
absolutamente contrarios a la integración de Navarra en el País Vasco, pretensión que
entonces apoyaba el PSOE. A diferencia de la Generalitat restaurada, pues, el Consejo
General nació débil y no pudo dar satisfacción a las pretensiones nacionalistas,
limitando así su contribución a una posible normalización de la situación.
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La presión ejercida por los partidarios del autogobierno en Cataluña y el País
Vasco durante la etapa constituyente no tardó en ser emulada por los representantes
electos de otras zonas de España, incluidos los de UCD, fenómeno al que respondió el
gobierno con una generalización un tanto precipitada del principio autonómico. Así
pues, entre enero y octubre de 1978 el gobierno accedió a la creación de entes
preautonómicos en Navarra, Galicia, Asturias, Castilla y León, Aragón, Castilla-La
Mancha, País Valenciano, Extremadura, Andalucía, Murcia (sin Albacete), Baleares y
Canarias. Esta política de café para todos, auspiciada por el ministro Clavero Arévalo,
supuso la extensión del sistema por casi todo el territorio nacional, de tal manera que a
finales de 1978 resultaba impensable que alguna de las catorce preautonomías
renunciara al autogobierno una vez aprobada la Constitución.
Uno de los motivos por los cuales don Juan Carlos no había pensando
inicialmente en Suárez como dirigente político capaz de gobernar el país en una etapa
plenamente democrática fue sin duda su absoluta falta de conocimientos y experiencia
en el ámbito internacional. Ciertamente, en su etapa como director general de RTVE
había efectuado algunos viajes al extranjero, pero su poca facilidad para los idiomas y
su escasa curiosidad intelectual le mantuvieron ajeno a los grandes acontecimientos
europeos e internacionales contemporáneos. Como ha escrito alguien que le trató mucho
durante aquellos años, “no tenía una idea clara de las relaciones internacionales ni del
papel que España podría desempeñar en el mundo”. 108
Los primeros viajes de Suárez al exterior pueden interpretarse en clave
doméstica, antes que internacional. Su visita relámpago a París el 14 de julio de 1976, la
primera efectuada como presidente, se debió a una sugerencia del monarca, que estimó
conveniente que se diera a conocer en Europa cuanto antes, a la vez que reforzaba su
precaria imagen en casa. Tras el referéndum, Suárez viajó a Bonn, donde agradeció a
Helmut Schmidt la actitud de la socialdemocracia alemana hacia el proceso
democratizador en curso, así como su influencia moderadora sobre el PSOE. Más
adelante, en abril de 1977, viajó a Nueva York para dar visibilidad a los cambios
producidos en España, acudiendo a las Naciones Unidas para entregar los instrumentos
de ratificación de los Pactos sobre derechos civiles y políticos y sobre derechos
económicos, sociales y culturales. En ese mes también estuvo en México, país que se
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había negado a reconocer al régimen de Franco, y con el que se habían establecido
relaciones diplomáticas en marzo de 1977. A pesar de su simpatía por el pueblo árabe y
la causa palestina, Suárez también era partidario de la reconciliación con Israel, otro
estado que tampoco había reconocido a la España franquista, y en mayo de 1977
Armero viajó a Washington en su nombre para entrevistarse con un alto funcionario
israelí, sin que las conversaciones llegaran a cuajar. En cambio, sí fue posible el
establecimiento de relaciones diplomáticas, a lo largo de los primeros cuatro meses de
1977, con Rumanía, Yugoslavia, Bulgaria, Polonia, la Unión Soviética, Hungría, y
Checoslovaquia.
Dada la importancia que España atribuía a su relación con los Estados Unidos,
confirmada en enero de 1976 mediante la firma de un nuevo Tratado de Amistad y
Cooperación, Suárez no podía dejar de visitar Washington, donde se entrevistó con
Jimmy Carter el 1 de mayo de 1977. Al no existir contenciosos bilaterales de
importancia, el presidente aprovechó la visita tanto para tranquilizar a Carter sobre las
posibles consecuencias de la legalización del PCE como para reforzar su perfil de
estadista ante la opinión publica española. Fue en el transcurso de este viaje a Estados
Unidos que se produjo el ‘flechazo’ entre Suárez y el diplomático Alberto Aza, que
pasó a convertirse en su jefe de gabinete en sustitución de la díscola Díez de Rivera, y a
cuya influencia se atribuye en ocasiones la deriva tercermundista –o quizás,
simplemente Castiellista- del presidente del gobierno. Aza, sin embargo, ha negado
siempre que Suárez fuese antinorteamericano, atribuyendo su interés por mejorar las
relaciones con Cuba, la OLP y Argelia a la necesidad perentoria de neutralizar las
diversas amenazas terroristas –tanto internas como externas- que se cernían sobre
109
España.
A título general, cabe afirmar que el objetivo prioritario de Suárez en materia de
política exterior era la normalización de relaciones bilaterales y la plena incorporación
de España a ciertas instituciones de ámbito regional. Su segundo viaje al exterior, en
noviembre de 1976, tuvo como destino Lisboa, y permitió preparar el terreno para la
firma de un nuevo acuerdo de amistad y cooperación exactamente un año después, que
vino a sustituir al anticuado Pacto Ibérico de 1942. Algo similar puede afirmarse de las
relaciones con la Santa Sede: tras la renuncia del monarca al derecho de presentación de
obispos a los pocos días de formarse el primer gobierno de Suárez, en septiembre de
1977 éste visitó oficialmente el Vaticano, aprovechando la ocasión para explicar a Pablo
VI el alcance del proceso democratizador. Como buen católico practicante que era,
90
Suárez otorgaba una gran importancia a la opinión de la Santa Sede, y le gratificó
mucho el apoyo del Papa al proceso constituyente recientemente iniciado, esforzándose
a su vez por garantizarle que la reforma del Concordato de 1953 no perjudicaría los
intereses de la Iglesia en España.
El presidente pretendía ante todo que la política exterior sirviese para reforzar en
la medida de lo posible el consenso interno imprescindible para llevar a buen puerto el
proceso constituyente, y ningún objetivo suscitaba más unanimidad entonces que el
ingreso de España en la Comunidad Económica Europea. Tras aprobar el Parlamento
Europeo una resolución reconociendo la validez de las elecciones de junio, el 28 de
julio Oreja depositó en Bruselas la solicitud de adhesión española, aunque no sin antes
obtener el visto bueno de las demás fuerzas políticas. En apoyo de la misma, entre
agosto y diciembre de 1977, Suárez visitó las capitales de los nueve Estados miembros
de la CEE. A pesar del aburrimiento que le producían los asuntos comunitarios, el
presidente disfrutó mucho en este periplo, ya que fue agasajado por doquier como el
verdadero héroe de la transición española, si bien no tardó en comprender que el
levantamiento del veto político impuesto al régimen de Franco en 1962 no garantizaba
necesariamente una pronta adhesión. Para reforzar las negociaciones, en febrero de
1978 nombró a Calvo Sotelo ministro para las Relaciones con las Comunidades
Europeas, a pesar de lo cual no se iniciarían formalmente hasta un año después.
Inicialmente, ello no preocupó en exceso a Suárez, ya que lo que en realidad se
pretendía era el apoyo exterior al proceso democratizador interno. Ese era también el
objetivo que perseguía el ingreso de España en el Consejo de Europa, formalizado en
noviembre de 1977.
Europa no fue el único ámbito geográfico en el cual Suárez pudo contar con el
pleno apoyo de la oposición. En el Norte de África, el gobierno heredó una situación
envenenada por la retirada del Sahara y su entrega a Marruecos y Mauritania, con el
consiguiente rechazo de Argelia. Las autoridades argelinas no solo apoyaron al Frente
Polisario saharaui, sino también al Movimiento para la Autodeterminación e
Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC) y a ETA, llegando a suscitar la
‘africanidad’ de las Canarias ante la Organización de la Unidad Africana. Ello obligó al
gobierno a poner en marcha una política de contención en la que involucró a las demás
fuerzas políticas, sobre todo el PSOE, dados sus lazos con el Frente Polisario. El
ejecutivo también se benefició de la ayuda de Castro, que presionó a los gobernantes
marxistas-leninistas del continente. Todo ello contribuyó a que la OUA votara en contra
91
del reconocimiento del MPAIAC como movimiento de liberación africano, haciendo
posible una visita de Suárez a Argel en abril de 1979, en la que se manifestó partidario
de la autodeterminación del pueblo saharaui.
A diferencia de otros ámbitos, como el socioeconómico, en aquellos momentos
no existía un verdadero consenso en materia de política exterior, ni sobre el lugar que
España debía ocupar en el mundo, ni sobre como debía configurarse el orden
internacional. La izquierda era contraria a la presencia de tropas estadounidenses en
suelo español, pero se comprometía a no hacer casus belli de ello si el gobierno se
abstenía de favorecer la adhesión de España a la OTAN. Por su parte, Suárez tendía a
compartir con los partidos de la izquierda su visión de la Alianza como un mero
instrumento de los intereses estadounidenses, y no estaba dispuesto a permitir que
disfrutasen en exclusiva de la causa de la neutralidad y del no alineamiento, que gozaba
entonces de un indudable atractivo electoral. Es probable que temiese además que una
toma de postura inequívocamente atlantista limitaría sus posibilidades de desempeñar
un papel diplomático arbitral, tanto en Latinoamérica –recuérdese su visita a Fidel Casto
en septiembre de 1978- como en el mundo árabe. Sea como fuere, para el presidente lo
fundamental era evitar la ruptura del consenso constituyente por culpa del debate sobre
el ingreso en la OTAN, lo cual explica la actitud cauta, cuando no ambigua, del propio
Oreja, así como las discrepancias surgidas al respecto en el primer congreso nacional de
UCD, celebrado en octubre de 1978. En suma, la necesidad de salvaguardar a toda costa
el consenso constituyente interno no permitió a Suárez y sus gobiernos avanzar gran
cosa en la definición de una nueva política exterior, más acorde con los intereses de una
joven democracia europea y occidental como la española.
92
parlamentarios quienes protagonizaran el proceso, creándose a tal fin una ponencia de
siete personas en el seno de la Comisión de Asuntos Constitucionales y Libertades
públicas del Congreso de los Diputados. A la hora de constituirse la misma, el gobierno
se inclinó inicialmente por incluir solamente a representantes de UCD y del PSOE, pero
los socialistas insistieron en incorporar a los partidos menores, con la única excepción
del PSP de Tierno Galván. En aquellos momentos el PNV y CiU compartían grupo
parlamentario, motivo por el cual el nacionalista catalán Miquel Roca fue nombrado
representante de ambos, decisión que luego fue utilizada por los peneuvistas para
afirmar que se les había querido excluir del proceso.
La ponencia redactó el anteproyecto de Constitución entre agosto y diciembre de
1977, y una vez procesadas las enmiendas presentadas, elaboró un proyecto que se
publicó en abril de 1978. Dadas sus muchas ocupaciones, Suárez delegó el seguimiento
del proceso constituyente en el ministro de Justicia, Lavilla, quien a su vez se apoyó
fundamentalmente en el ponente Herrero de Miñón, ocupando un papel mucho menos
destacado los otros dos ponentes centristas, Gabriel Cisneros (propuesto por Martín
Villa) y José Pedro Pérez Llorca (apoyado por Calvo Sotelo). Con el visto bueno del
ministro, a lo largo de los meses Herrero fue forjando un pacto tácito con Fraga y con
Roca que le permitió imponer sin grandes dificultades las tesis de su partido. Sin
embargo, ello provocó la irritación de la izquierda, hasta tal punto que el 6 de marzo
Gregorio Peces-Barba, el representante del PSOE, abandonó espectacularmente la
ponencia, si bien había firmado antes el proyecto elaborado por ésta. Al iniciarse los
debates en la Comisión Constitucional en mayo, pronto se comprobó que la mayoría de
los artículos se aprobaban por 19 votos (los de UCD y AP) contra 17, lo cual suscitó en
Suárez el temor a que el texto resultante fuese considerado “una Constitución de
derechas”. Así pareció entenderlo el PSOE, que amenazó con abandonar la Comisión el
18 de mayo, obligando a Suárez a tomar cartas en el asunto. Una vez más, éste se apoyó
en su incondicional Abril Martorell, a quien encomendó la delicada tarea de alcanzar un
entendimiento global con el principal partido de la oposición, con el consiguiente
alejamiento de Lavilla y Herrero. En las interminables pero fructíferas reuniones
nocturnas protagonizadas a partir del 22 de mayo por Abril y el numero dos del PSOE,
Alfonso Guerra, se fraguó un nuevo consenso constitucional, al que pronto se sumaron
comunistas y nacionalistas, aunque no los representantes de AP. Aprovechando un viaje
de Fraga al extranjero, éstos incluso abandonaron brevemente la comisión en protesta
por su exclusión, si bien su máximo dirigente impuso luego su regreso.
93
Superados los debates de la Comisión, en junio el texto fue remitido al Pleno del
Congreso, donde fue aprobado el 21 de julio de 1978 por 258 votos a favor, dos en
contra (Silva Muñoz, de AP, y Francisco Letamendía, de Euskadio Eskerra), y catorce
abstenciones. En esta ocasión los ocho diputados del PNV se ausentaron del hemiciclo
para no tener que votar. Tras ser debatido y aprobado en el Senado, el 31 de octubre se
produjo la votación final del texto en ambas cámaras. En el Congreso, el texto fue
aprobado por 325 votos a favor, seis en contra (Letamendía y cinco diputados de AP),
catorce abstenciones (entre ellas siete del PNV y tres de AP) y cinco ausencias. En el
Senado, el texto obtuvo 226 votos a favor y cinco en contra, con ocho abstenciones.
Una de las grandes satisfacciones que obtuvo Suárez durante el proceso
constituyente fue la votación celebrada el 11 de mayo de 1978 por la que se aprobó la
proclamación de la monarquía parlamentaria como la forma política del Estado español
por 23 votos a favor (incluidos los del PCE), ninguno en contra y la abstención del
PSOE. Los socialistas habían logrado alarmar al gobierno al insistir en defender su
enmienda republicana a pesar de estar condenada al fracaso, pero tras ser derrotada por
13 votos a favor, 22 en contra y una abstención, no dudaron en proclamar su respeto por
la institución mientras ésta hiciese lo mismo con la futura Constitución.
En cambio, Suárez experimentó una gran desilusión al constatar que el PNV no
votaría a favor de la Constitución, poniendo en entredicho el carácter consensuado de
ésta, y mermando notablemente el éxito del proceso democratizador en el País Vasco.
La causa la ruptura fue la disposición adicional primera, según la cual “la Constitución
ampara y respeta los derechos históricos de los territorios forales”, cuando el PNV
exigía un reconocimiento explícito de la soberanía originaria del pueblo vasco como
base de un pacto con la Corona renovado. Xabier Arzalluz, que negoció en nombre del
PNV, aceptó inicialmente la fórmula propuesta, pero fue posteriormente desautorizado
por el Euskadi Buru Batzar. Si bien es cierto que los representantes de UCD se
mostraron indecisos y cometieron algunos errores, no lo es menos que el PNV siempre
prefirió no sentirse comprometido con ninguna Constitución española, aunque no
tuvieran reparo en reconocer que, desde una perspectiva nacionalista, la de 1978 era
mejor que la de 1931. Sea como fuere, la decisión del PNV de no votarla, aunque
acatándola, supuso sin duda una derrota política dolorosa para Suárez.
El texto constitucional aprobado tras quince meses de intenso trabajo
parlamentario fue sometido a referéndum el 6 de diciembre de 1978, registrándose una
participación del 67% de los votantes, porcentaje sensiblemente inferior al del
94
referéndum de 1976. La elevada abstención hizo que los 15,7 millones de votos
favorables (el 87%) representaran tan solo el 59% de la población censada, mientras que
los 1,4 millones de votos contrarios (el 8%) supuso el 5%. Como había temido el
gobierno, en el País Vasco votó tan solo el 45% de los censados, de los cuales el 69% lo
hizo a favor y el 23% en contra; solo el 31% del electorado vasco aprobó la nueva
Constitución, confirmando así que ni la amnistía ni la preautonomía habían logrado
legitimar mayoritariamente el nuevo sistema político en esa comunidad. Como ya había
sucedido en 1976, en Cataluña los niveles de participación y de apoyo a la Constitución
fueron similares a la media nacional.
El objetivo prioritario del consenso que Suárez pretendió forjar entre las fuerzas
políticas con representación parlamentaria no fue otro que la defensa del proceso
democratizador frente a las dos grandes amenazas que podían desestabilizarlo: el
involucionismo de ciertos sectores de las Fuerzas Armadas y la acción terrorista de
ETA, que se alimentaban mutuamente. Puede afirmarse incluso que si el ruido de sables
fue en aumento a partir de 1977 ello no se debió tanto al rechazo provocado por las
reformas de Gutiérrez Mellado como al creciente malestar suscitado en ámbitos
castrenses por el proceso autonómico, así como al impacto de la mayor ofensiva
terrorista jamás desatada por ETA a lo largo de su triste historia.
Tras las primeras elecciones democráticas, Suárez delegó los asuntos militares
en el teniente general Gutiérrez Mellado, sin duda el ministro que más horas de ocio
compartió con el presidente, a excepción de Abril Martorell. Durante el bienio 1977-79,
Gutiérrez Mellado centró sus esfuerzos en la creación de un verdadero Ministerio de
Defensa, que nació en 1977 con un cierto carácter dual, ya que constaba en realidad de
dos estructuras paralelas: una rama operativa, en cuya cúpula se encontraba la Junta de
Jefes de Estado Mayor, y otra político-administrativa. En la práctica, y a pesar de su
empeño por integrarlas, a lo largo de su mandato ambas ramas se mantuvieron
separadas, situación que no hizo sino confirmar la Ley Orgánica de Criterios Básicos
sobre la Defensa Nacional y Organización Militar, aprobada en junio de 1980. Desde
una perspectiva política fue quizás más significativa la reforma de las Reales
Ordenanzas de Carlos III efectuada en diciembre de 1978, que adaptó el funcionamiento
interno de las Fuerzas Armadas al nuevo espíritu constitucional. Los mismo cabe
95
afirmar de la reforma del Código de Justicia Militar, remitida las Cortes en noviembre
de 1978, y que tardaría dos años en aprobarse.
Consciente de la resistencia que suscitarían estas reformas en algunos sectores
de las Fuerzas Armadas, Gutiérrez Mellado quiso apoyarse en generales cuya lealtad a
la Corona y al gobierno no estuviese en duda, a la vez que procuraba apartar de los
puestos de máxima responsabilidad a los elementos más irreconciliables.
Inevitablemente, sus detractores no tardaron en acusarle de politizar en exceso los
ascensos, con el consiguiente peligro de polarización. Al mismo tiempo, debido tanto a
la escasez de candidatos idóneos como a la necesidad de asegurar la lealtad de oficiales
poco afines al nuevo sistema político mediante nombramientos aparentemente
contradictorios, Gutiérrez Mellado también provocó el desconcierto entre sus más
firmes partidarios. El nombramiento que más disgusto causó fue sin duda el del general
José Gabeiras como jefe del Estado Mayor en mayo de 1979, para lo cual fue necesario
ascenderle a teniente general no solamente a él, sino también a los cinco generales de
división que le antecedían en el escalafón. El resultado fue que Gabeiras nunca gozó de
la autoridad imprescindible para desarrollar satisfactoriamente su misión, como se
comprobaría durante el intento de golpe de estado de 1981.
A pesar de estos nombramientos de generales supuestamente compatibles con
los cambios en curso, Gutiérrez Mellado hubo de hacer frente a varios episodios de
indisciplina –cuando no de incipiente golpismo- a lo largo de su etapa como ministro. El
más grave fue sin duda la llamada operación Galaxia, abortada en noviembre de 1978,
cuyos promotores, el teniente coronel Antonio Tejero, adscrito a la Guardia Civil, y el
capitán Ricardo Sáenz de Ynistrillas, que prestaba sus servicios en la Policía Armada,
pretendían asaltar el palacio de la Moncloa durante la celebración del consejo de
ministros, nombrando a continuación un gobierno de salvación nacional presidido por
un militar. Poco después, en el funeral por el gobernador militar de Madrid, general
Constantino Ortín, asesinado por ETA en enero de 1979, docenas de jefes y oficiales
insultaron y pidieron a gritos la dimisión del vicepresidente, ante el entusiasmo de los
ultras civiles presentes, que se apoderaron del féretro entre gritos de ¡Ejército al poder!
A decir de un colaborador y amigo suyo, este episodio afectó profundamente a
Gutiérrez Mellado, que se mostró cada vez más “desconfiado, quisquilloso, casi
violento en ocasiones”, hasta tal punto que “cuantos le habían conocido en etapas
anteriores se quedaban sorprendidos al observar la crispación que se apoderaba del
96
vicepresidente si se le ponían objeciones, o se disentía de su forma de enfocar
determinados asuntos”. 110
Buena parte del malestar que se respiraba entonces en las salas de banderas
puede atribuirse a los esfuerzos de ETA por desestabilizar la situación mediante
asesinatos que pretendían provocar una intervención de las Fuerzas Armadas y la
Guardia Civil en la vida política que, sin llegar quizás a un golpe de estado que diera
paso a una dictadura militar, dificultase al menos la consolidación de un nuevo orden
democrático capaz de dar respuesta a las demandas de autogobierno de la mayoría de la
sociedad vasca. ETA inició su campaña contra las FAS en junio de 1978 con los
asesinatos del general Juan Sánchez Ramos y el teniente coronel José Antonio Pérez
Rodríguez, coincidiendo con la aprobación del proyecto de Constitución en el
Congreso. En enero de 1979, pocos días antes de la Pascua militar, los etarras
asesinaron al comandante José María Herrera y al general Ortin, y en marzo cayó el
general Agustín Muñoz Vázquez. En mayo fueron abatidos el general Luís Gómez
Hortiguela, dos coroneles y un conductor, en vísperas del Día de las Fuerzas Armadas, y
en octubre ETA saludó la aprobación del Estatuto de Guernica con los asesinatos de un
general, un coronel y un comandante. A lo largo de 1979 fueron doce los militares que
perdieron la vida a manos de la banda terrorista, que asesinó a otros nueve en 1980. En
total, ETA se cobró 66 víctimas mortales en 1978, 76 en 1979 y 92 en 1980, el año más
sangriento de toda su historia. Increíblemente, algo más de trescientos policías, guardias
civiles y militares fueros asesinados en España por distintas organizaciones terroristas
entre las elecciones de 1977 y el intento de golpe de estado de 1981, lo cual dice mucho
tanto del ensañamiento de éstas como de la escasa capacidad de respuesta del gobierno.
Tras la aprobación de la Constitución, Suárez tuvo que optar entre disolver las
Cortes y convocar elecciones o prolongar la legislatura sin pasar por las urnas. Durante
el proceso constituyente, algunos dirigentes de UCD habían manifestado en privado sus
dudas sobre la conveniencia de hacer lo primero, actitud reflejada en la disposición
transitoria octava de la Constitución, que preveía que las Cortes pudiesen asumir
automáticamente las funciones y competencias que ésta les atribuía, estableciendo como
limite a su mandato el 15 de junio de 1981. Dicha disposición hubiese permitido a
Suárez presentar la dimisión y ser reinvestido por el Congreso sin necesidad de
97
someterse a las urnas. Esta opción fue defendida con ahínco por Abril Martorell, que era
partidario de prolongar el consenso, y rechazada con igual tesón por Fernández-
Ordóñez, que ya se había reunido en secreto con la cúpula del PSOE, y que amenazó
con abandonar el partido si no se disolvían las cámaras.
Al final, Suárez optó por convocar elecciones con la esperanza de recoger el
fruto del trabajo constituyente y aumentar la presencia de UCD en las Cortes, sin
descartar la conquista de una mayoría absoluta. A pesar de su actitud contraria, a decir
de Abril Martorell, “estaba empeñado en redondear su imagen para la historia”; no
convocar elecciones hubiese sido como “haber diseñado un aeroplano y negarse a
hacerlo volar”. También influyó en la decisión del presidente el deseo de demostrarse a
sí mismo, y a los demás, que era capaz de ganar unas elecciones en igualdad de
condiciones, sin la ayuda del Rey. 111
Para entonces, UCD había celebrado ya su primer congreso en octubre de 1978,
en el que Suárez revalidó su liderazgo carismático, siendo elegido presidente del partido
con 1.460 votos favorables, de un total de 1.589 compromisarios, si bien el comité
ejecutivo y el consejo político impuestos por él se eligieron con un tercio de votos en
blanco. El Congreso eligió como secretario general a Rafael Arias Salgado, que venia
ejerciendo de coordinador general desde mayo, y que pretendió construir un gran
partido de masas, interclasista, de implantación nacional, acaudillado por su presidente,
que pusiera fin a las familias y las baronías. Como él mismo confesaría, el gran
problema fue que Suárez nunca quiso ejercer el liderazgo del partido, y al no convertirse
en un factor de integración, provocó su centrifugación. Increíblemente, el secretario
general nunca logró que el presidente se reuniese con su grupo parlamentario,
mostrándose igualmente reacio a convocar al consejo político y al comité ejecutivo. En
suma, a decir de Arias Salgado, Suárez “no se tomó en serio, o no quiso asumir, la
dirección del partido”. 112
A diferencia de 1977, y a pesar de su escasa fe en los mítines, en ésta ocasión
Suárez se empleó a fondo en la campaña, logrando convocar a 200,000 personas en el
aeródromo de Cuatro Vientos. Antes, sin embargo, se habían producido varios
incidentes desagradables con activistas de extrema derecha, que le corearon en Badajoz:
“¡Suárez, traidor, cantaste el Cara al Sol!”. El presidente se negó a debatir con González
en la televisión, pero no dudó en utilizar su medio preferido para apelar abiertamente al
voto del miedo en un mensaje emitido el 27 de febrero, en el que se refirió a “los
partidos marxistas, sean socialistas o comunistas”, atribuyendo al PSOE la intención de
98
implantar el aborto libre y gratuito, abolir la enseñanza religiosa e imponer una
economía colectivista y autogestionaria. Uno de sus asesores ha recordado que el
presidente pretendía grabarlo “en el jardín de la Moncloa, con sus hijos y acariciando a
un perro”, pero lograron convencerle que, en vista de los resultados poco favorables que
vaticinaban los sondeos, resultaba aconsejable endurecer el mensaje. Como reconocería
el propio Suárez en su discurso de investidura, con este acto de beligerancia electoralista
el consenso constituyente podía darse por terminado. No obstante, a decir de algunos
analistas, el mensaje le había reportado un millón de votos, y seguramente contribuyó a
torpedear los esfuerzos de Fraga por centrarse con la ayuda de Osorio y Areilza, que se
habían unido a AP en una nueva Coalición Democrática. Por otro lado, seguramente
contribuyó también a forzar el abandono formal del marxismo por parte del PSOE,
medida sin duda positiva tanto para este partido como para el conjunto de la sociedad
española. 113
A pesar de los esfuerzos de Suárez, el 1 de marzo de UCD obtuvo un 35% de los
votos y 168 escaños, solo tres más que en 1977, quedándose a ocho de la mayoría
absoluta, mientras el PSOE recibía el 29% y 121 escaños, sumando también tres actas
más. El gran perdedor fue sin duda Fraga, cuya Coalición Democrática cosechó tan solo
el 6% de los votos y nueve escaños, siete menos que los logrados por AP en 1977. Por
su parte, el PCE mejoró ligeramente, recibiendo el 10% de los votos y 23 escaños. En el
País Vasco el PNV retrocedió levemente, hasta el 26%, mientras irrumpía con fuerza la
coalición abertzale Herri Batasuna, que acaparó el 15%, a poca distancia de UCD, que
recibió el 16%. En Cataluña, en cambio, el 19% de los votos recibidos por el partido
gubernamental le convirtió en la segunda fuerza más votada, por delante de CiU (17%)
y del PSUC (16%). En suma, las elecciones de 1979 arrojaron unos resultados muy
similares a los de 1977, lo cual quizás no justificaba suficientemente la ruptura
unilateral del consenso cuando todavía faltaban por desarrollar asuntos cruciales para la
consolidación de la democracia como la definición de la nueva organización territorial
del Estado.
99
Capítulo 5
De la ruptura del consenso a la debacle final, 1979-81.
100
liberal Garrigues Walker, a quien tuvo la deferencia de nombrar ministro adjunto al
presidente porque padecía un cáncer terminal; su correligionario Fontán, que se ocupó
de la Administración Territorial; y el democristiano Cavero, que se hizo cargo de
Justicia. También supuso una novedad el nombramiento de un civil al frente del
ministerio de la Defensa, puesto que Suárez ofreció inicialmente a Martín Villa, pero
que éste rechazó porque quería dejar el gobierno, y que finalmente ocuparía Agustín
Rodríguez Sahagún. Por lealtad personal, el presidente no quiso prescindir de su buen
amigo Gutiérrez Mellado, a quien nombró vicepresidente para Asuntos de Seguridad y
Defensa. Tampoco resultó muy acertada la sustitución de Martín Villa por el teniente
general Antonio Ibáñez Freire, atribuible a la negativa de Suárez a nombrar a un antiguo
rival, Juan José Rosón. Como cabía esperar, la exclusión de los barones les dejó tan
airados como ociosos, con el resultado de que apenas tardaron unos meses en cuestionar
el liderazgo de quienes les había proporcionado un nuevo triunfo electoral.
101
censada. Por su parte, ETA agradeció al gobierno el trabajo realizado secuestrando al
diputado y secretario de relaciones internacionales de UCD, Javier Rupérez, el 11 de
noviembre. A pesar de los esfuerzos realizados por Suárez, a quien El País había
elogiado por haber tomado las riendas de las negociaciones “en una de las operaciones
más difíciles y complejas de su carrera”, UCD sería la gran perdedora de las primeras
elecciones autonómicas vascas, celebradas el 9 de marzo de 1980, en las que se
convirtió en la cuarta fuerza política de la comunidad, con tan solo el 8,5% de los votos.
En vez de procurar capitalizar su contribución a la aprobación del Estatuto de Guernica,
Suárez se negó a hacer campaña, resignándose de antemano a un rotundo triunfo
nacionalista –el PNV obtuvo el 38% de los votos- seguramente con la esperanza de que
ello les animase a incorporarse definitivamente al nuevo orden político, y a
corresponsabilizarse por la gobernabilidad del Estado autonómico. Sin embargo, y pese
a que el gobierno vasco en el exilio finalmente aprobó su disolución, como luego
reconocería el lehendakari Garaikoetxea en sus memorias, el PNV veía en el Estatuto
“una solución históricamente transitoria y no un objetivo estratégico definitivo”.
Aunque el Estatuto vasco fue el primero en aprobarse, los parlamentarios
catalanes habían sido los más madrugadores a la hora de elaborar el suyo, que se
comenzó a estudiar en el parador de Sau, en septiembre de 1978, aprobándose dos
meses después. Al igual que en el caso vasco, la interrupción causada por las elecciones
de 1979 provocó cierta irritación, como puso de relieve una manifestación
multitudinaria celebrada en Barcelona en abril. Por otro lado, Tarradellas no tenía prisa
por abandonar la presidencia de la Generalitat provisional, como tampoco la tenía
Suárez por verle marchar. Una vez remitido el proyecto a la comisión constitucional, se
inició una negociación con el gobierno que resultó más compleja y lenta que la anterior
debido a su carácter multilateral, y a diferencia de lo ocurrido en el caso vasco, en el
catalán los socialistas jugaron un papel central. Al final el Estatuto mereció el apoyo de
todas las fuerzas políticas catalanas (a excepción de AP), y en el referéndum del 25 de
octubre de 1979 mereció la aprobación del 88% de quienes votaron, aunque solo lo
hiciera el 59% de la población.
A diferencia de las elecciones vascas, Suárez participó activamente en la
campaña electoral catalana previa a los comicios del 20 de marzo de 1979, pese a lo
cual también aquí UCD fue relegada al cuarto lugar, cosechando solamente el 11% de
los votos. Sin embargo, la gran sorpresa fue el triunfo de Pujol, que obtuvo el 27% de
los sufragios, frente al 22% del PSC-PSOE. En cierto sentido, pues, puede afirmarse
102
que, tras apoyar a Tarradellas durante el bienio 1977-79, finalmente se impuso la
estrategia diseñada por Suárez para Cataluña antes de las primeras elecciones, aunque
ello supusiera reconocer de antemano el papel testimonial de su propio partido en dicha
comunidad. A la larga, quizás hubiese sido mejor ofrecer a Tarradellas el apoyo de
UCD, opción que Suárez contempló brevemente pero que no obtuvo el visto bueno de
su partido.
Decepcionado por la escasa participación ciudadana en los referéndums
celebrados en Cataluña y el País Vasco, y alarmado por la dinámica política desatada
por las negociaciones de sus respectivos estatutos, a partir del otoño de 1979, Suárez se
mostró cada vez más partidario de una cierta racionalización del proceso autonómico.
Inspirándose en un informe de Martín Villa sobre el futuro del Estado autonómico que
le había encargado el presidente, en enero de 1980 el comité ejecutivo de UCD acordó
reconducir la aprobación de los demás estatutos por la vía ordinaria del articulo 143,
que desembocaba inicialmente en un nivel inferior de competencias, pero que con el
tiempo podía igualarse a las autonomías del artículo 151. Según el informe de Martín
Villa, de no ser así el proceso autonómico podría provocar un caos administrativo y un
crecimiento incontrolado del gasto publico, amen de tener que celebrarse varias decenas
de consultas populares hasta 1983, tanto pre- como post-estatutarias.
Sobre la base del documento de Martín Villa, UCD inició conversaciones con el
PSOE, que decía compartir su preocupación, pero ninguno de los dos supo imponer su
autoridad a los políticos de ámbito regional de sus propias formaciones. En la primavera
de 1979, los ayuntamientos de Andalucía habían comenzado a votar a favor de la vía
reforzada y del máximo nivel competencial previsto en el artículo 151 de la
Constitución, ejemplo que no tardaron en emular los concejales de Canarias y el País
Valenciano. Aunque a finales de 1979 varios de sus ministros le aconsejaron que cesara
al de Cultura, Clavero Arévalo, que siendo presidente de la UCD de Andalucía estaba
apoyando públicamente la vía del 151, Suárez no quiso escucharles. Tras fracasar en su
intento de alcanzar un acuerdo con el PSOE, atribuible en buena medida a la postura del
presidente de la Junta, Rafael Escudero, que amenazó a González con crear su propio
partido si se oponía a la vía del artículo 151, el 15 de enero de 1980 el presidente
decidió que UCD debía propugnar la abstención en el inminente referéndum
autonómico, provocando la dimisión de Clavero Arévalo. Aunque sin duda mal
planteada, la decisión de Suárez fue atacada demagógicamente por el PSOE, y aunque
el 28 de febrero de 1980 el gobierno logró formalmente su propósito, al haber dos
103
provincias, Jaén y Almería, donde los votos afirmativos no superaron el 50% del censo,
el nivel de participación alcanzado –de un 64%- fue interpretado como un gran triunfo
de los partidarios del artículo 151, que finalmente sería la ruta utilizada. El propio
Suárez reconocería que su partido “había tomado tarde la decisión de enfocar por el
artículo 143 la autonomía de todas las regiones españolas, con resultado preocupante”,
admitiendo que “ha habido errores de gobierno, especialmente míos, pero son errores no
respecto del proceso autonómico, sino respecto a las vías”. Lamentablemente, los
‘Pactos de la Moncloa autonómicos’ que Martín Villa reclamaría en noviembre de 1980
no se plantearon seriamente hasta después de la caída de Suárez. 115
El año 1980 fue, con mucha diferencia, el más duro de la vida política de Suárez.
La primera causa fue el agravamiento de la situación económica, atribuible en parte al
incremento del precio del petróleo que se produjo tras el estallido de la guerra entre Irán
e Irak. La crisis frenó en seco la recuperación incipiente de la economía española
propiciada por los pactos de la Moncloa, sumiéndola en una recesión que se prolongaría
hasta 1984. La consecuencia más grave de la misma fue una destrucción masiva de
puestos de trabajo: en 1980 había un millón y medio de españoles en paro, un 12% de la
población activa, cifra que sería del 15% en 1981. A pesar de ello, en marzo de 1980 se
pudo firmar el Estatuto de los Trabajadores, que hizo posible una disminución
significativa de la conflictividad laboral, que había sido muy elevada a lo largo del año
anterior. Sin embargo, también se produjo un aumento notable del déficit público,
debido tanto al incremento del gasto en pensiones y en subsidios de desempleo como a
la crisis de ciertas industrias obsoletas, que no tardó en provocar, a su vez, una profunda
crisis bancaria. Lo único que experimentó una cierta mejoría fue la inflación, que se
redujo hasta el 16,5% en 1980, a lo cual contribuyó muy favorablemente el Acuerdo
Marco Ínter confederal firmado por UGT y la CEOE en enero de ese año.
Con la perspectiva que otorga el paso del tiempo, y dada la magnitud de las
consecuencias económicas del conflicto Irán-Irak, la creciente preocupación de Suárez
por la inestabilidad de la región, que algunos detractores llegaron a tildar irónicamente
de ‘síndrome del Estrecho de Ormuz’, quizás estuviese más justificada de lo que
entonces pudo parecer. Sin embargo, a decir de uno de sus colaboradores, durante el
último año de su mandato el presidente pasaría largos ratos haciendo girar un vistoso
104
globo terráqueo iluminado que había instalado en su despacho, y es posible que sus
problemas domésticos le llevaran a evadirse en contemplaciones geoestratégicas de
dudosa utilidad. En éste sentido cabe recordar su segunda visita a Washington, en enero
de 1980, concebida para que Carter pudiese conocer de primera mano sus opiniones
sobre la región, sin que al parecer lograra suscitar el interés de su anfitrión. A pesar de
ello, en febrero de 1980 Suárez se entrevistaría con Sadam Hussein en Irak, viajando
luego a Siria, Jordania y Arabia Saudita en mayo. 116
Lamentablemente, a lo largo de su mandato el frente exterior proporcionó a
Suárez muy pocos motivos de satisfacción. Como era de esperar, el asunto que más
controversia suscitó fue el de la futura relación de España con la OTAN. En su discurso
de investidura de 1979 se había proclamado partidario de la adhesión de España a la
Alianza Atlántica por coherencia con su “vocación europea y occidental”, para matizar
después que ésta debía tener en cuenta “los condicionamientos que se derivan de
nuestras peculiaridades y de nuestras exigencias de seguridad”, y ser objeto de “un
amplio respaldo parlamentario”. Sorprendentemente, Oreja afirma no haber tenido
nunca ocasión de discutir a fondo este asunto con el presidente, a pesar de lo cual
concedió una entrevista en junio de 1980 en la que se declaraba “totalmente favorable”
al ingreso de España en la OTAN, cuestión que a su entender no exigía un referéndum,
y que debía plantearse en 1981 para que pudiera cerrarse antes de las elecciones
previstas para 1983, si bien citaba como requisitos previos el inicio de conversaciones
sobre Gibraltar y que las negociaciones con la Comunidad avanzaran a buen ritmo. Sus
declaraciones no gustaron en absoluto a Suárez, quien alegó incomprensión ante su afán
por quemar etapas, situación que se agravó diez días después cuando Carter, en su
primera y única visita oficial a España, se manifestó igualmente partidario de su
adhesión a la Alianza, provocando el enfado de la izquierda. Rota la confianza entre el
presidente y su ministro, éste fue cesado a la vuelta del verano. 117
Las declaraciones de Oreja se produjeron poco después de que el presidente de
Francia, Valery Giscard d’Estaing, que había apoyado con entusiasmo la candidatura
española durante su visita triunfal a Madrid en 1978, anunciara públicamente que no era
partidario de la adhesión de España a la Comunidad mientras no su hubiesen resuelto
los problemas planteados por la llegada del Reino Unido en 1973. Este cambio de
postura del presidente francés –que pasaría a conocerse como el ‘giscardazo’- desbarató
por completo la estrategia negociadora española. Por si fuera poco, la CEOE, que ya
entonces comenzaba a favorecer la opción de una ‘mayoría natural’ para hacer frente al
105
supuesto izquierdismo de Suárez, aprovechó la ocasión para pronunciarse en contra de
una adhesión a la Comunidad negociada ‘a cualquier precio’. Debilitado por el escaso
éxito de su gestión, en septiembre de 1980 Calvo Sotelo fue sustituido como
responsable máximo de la negociación por Eduardo Punset, personaje excéntrico cuyo
nombramiento produjo perplejidad entre los expertos en la materia. 118
La actitud de Francia hacia España durante estos años puso de manifiesto
algunas de las carencias de la acción exterior desarrollada por Suárez durante esta etapa.
A pesar del respeto e incluso admiración que suscitaba su figura en Europa, el
presidente nunca se movió con soltura por el Viejo Continente, ni mostró especial
interés por la política comunitaria. Tanto es así que, tras su periplo de 1977, solo
accedió a volver a Bruselas en una ocasión, en diciembre de 1979. Es posible, como ha
sugerido Calvo Sotelo, que algo tuviera que ver con ello su radical monolingüismo, así
como el hecho de haber viajado por el extranjero mucho menos que la mayoría de sus
ministros. También cabe atribuir su escasa capacidad para intimar políticamente con
otros jefes de gobierno europeos a su indefinición ideológica, factor que no solo
dificultó la homologación exterior de UCD, algo de por sí bastante difícil dada la
heterogeneidad del partido, sino que también limitó sus posibilidades de proyección
internacional. Sin embargo, no debe excluirse la posibilidad de que Suárez pretendiera,
de forma un tanto intuitiva e ingenua, encontrar una tercera vía en las relaciones
internacionales, al margen del enfrentamiento Este-Oeste, y que creyese posible
implementarla en relación con América Latina y el mundo árabe. En cierto sentido, no
se trataba sino de trasladar el papel arbitral y suprapartidista que le hubiese gustado
ejercer dentro de España al plano internacional. De ahí quizás algunos de sus gestos más
audaces, como el fraternal abrazo con el que recibió a Yasser Arafat en Madrid en
septiembre de 1979, cuando éste todavía no era recibido por los jefes de gobierno de la
Europa occidental, o su decisión de que España participara como observadora en la
sexta Cumbre de Países No Alineados, celebrada en La Habana ese mismo año. Por
último, tampoco debe subestimarse el placer personal que le producía la posibilidad de
mostrarse trasgresor en cuestiones remotas y relativamente poco importantes para los
intereses inmediatos del Estado español, sobre todo en unos momentos en los que su
margen de maniobra interno era cada vez más estrecho.
Suárez podría haberse enfrentado a estos problemas con más tranquilidad de no
haber sido por el estado de crisis permanente en que se encontraba su propia formación
política. En realidad, la crisis de UCD se comenzó a fraguar en el momento mismo en
106
que se anunció el fin del consenso, tras las elecciones de 1979. Durante la legislatura
anterior, el presidente pudo gobernar en minoría sin excesivas dificultades porque se lo
permitió el consenso constituyente. Sin embargo, la desaparición de éste dio paso a una
etapa caracterizada por la competencia partidista, aunque Suárez tardó algún tiempo en
percibirlo debido a la crisis interna del PSOE (debido al abandono del marxismo) y la
debilidad inicial de AP (tras la debacle electoral de 1979). Para fortalecer la posición de
UCD hubiese necesario un pacto de legislatura con otra fuerza política, pero eso habría
dificultado el proceso de consolidación democrático. Una alianza con el PSOE habría
privado al país de la única alternativa de gobierno existente, favoreciendo además a los
partidos que ocupaban los extremos del espectro político, AP y PCE. Por otro lado,
Suárez siempre rechazó un posible acuerdo con Fraga por temor a que ello pudiese
polarizar la vida política nacional y dejar expedito el centro del espectro político al
PSOE. Además, la primera solución habría irritado a los sectores más conservadores de
UCD, mientras la segunda hubiese hecho lo propio con su ala más progresista,
acelerando quizás el proceso de desintegración interna. Por ultimo, tampoco era viable
un acuerdo estable con el PNV o CiU, que hubiese condicionado excesivamente al
gobierno a la hora de desarrollar el nuevo sistema autonómico.
Con independencia de estas cuestiones estructurales, también entró en crisis el
propio liderazgo de Suárez. En un primer momento sus más allegados lo atribuyeron a
un grave problema dental que le causaba tales dolores de cabeza que los médicos
llegaron a diagnosticarle un tumor cerebral. A lo largo de esta segunda legislatura, sus
ministros comprobaron que su entusiasmo por las grandes cuestiones de Estado solo era
comparable al aburrimiento que le producían los asuntos aparentemente menores a los
que debía enfrentarse el gobierno a diario. Si antes había presidido los consejos de
ministros con habilidad y paciencia, a partir de 1979 sus paseos y apartes se hicieron
cada vez más frecuentes y prolongados. También pareció abandonarle su legendaria
capacidad de decisión, convirtiéndose en un dirigente escasamente resolutivo e incapaz
de arbitrar en las disputas entre ministros, lo cual alimentó una creciente sensación de
desgobierno. Atrincherado en el recinto presidencial con sus hombres de confianza, los
influyentes fontaneros, Suárez se mostró cada vez más reacio a relacionarse con el
mundo exterior, convirtiéndose en la primera víctima del síndrome de la Moncloa.
Uno de los síntomas más visibles del declive político de Suárez fue su tendencia
a delegar cada vez más asuntos en su amigo Abril Martorell, dependencia que pronto
llegó a ser excesiva, y que paradójicamente suscitó un creciente recelo en el primero.
107
Esta situación no pasó desapercibida, y González, no sin cierta malicia, llegaría a
comentarle al Rey que Suárez se estaba comportando más como un jefe de Estado que
como jefe de gobierno. A tal punto llegaron las cosas que en marzo de 1980 los
ministros económicos Juan Antonio García Díez y Carlos Bustelo le anunciaron que ya
no podían someterse a la autoridad del vicepresidente. En un primer momento Suárez
pretendió sustituir a éste, pero al no encontrar un candidato idóneo, tuvo que volver a
ponerse en manos de Abril Martorell, que recompuso el equipo económico a su antojo.
Presionado por el vicepresidente, Suárez tampoco dio entrada en el nuevo ejecutivo a
los barones del partido, que acababan de obligarle a crear una nueva comisión
permanente de UCD, con vistas a mitigar en la medida de lo posible su
presidencialismo. Lo más positivo de la crisis de mayo fue sin duda el cese de Ibáñez
Freire, que había sido poco eficaz como ministro del Interior, y a quien finalmente
sustituyó Rosón, que lo haría mucho mejor.
En un esfuerzo por borrar el recuerdo que había dejado su negativa a debatir su
programa de investidura el año anterior, Suárez quiso aprovechar la remodelación
ministerial para exponer ampliamente sus proyectos ante el Parlamento. Contra todo
pronóstico, fue el PSOE quien aprovechó la ocasión para plantear una moción de
censura, que justificó basándose en la gravedad de la crisis económica y las carencias de
la política autonómica del gobierno. Ansiosos por recuperar el tiempo perdido a lo largo
de 1979, y alarmados por los pésimos resultados cosechados en las elecciones catalanas
y vascas, los socialistas habían abandonado su pretensión de conquistar el poder
mediante un aplastante triunfo electoral, optando por la creación de una ‘nueva
mayoría’ en colaboración con los sectores progresistas de UCD, que también pudiera
recibir el apoyo parlamentario de algún grupo nacionalista. Como el desmembramiento
de UCD requería la erosión del liderazgo de su fundador, el PSOE no dudo en instigar
una despiadada campaña de descalificación personal y política que pretendía, no ya la
derrota, sino el aniquilamiento de su adversario. De ahí que en el debate de la moción de
censura Guerra no dudase en afirmar que “ni Suárez soporta la democracia ni la
democracia soporta por más tiempo a Suárez”. Aunque la moción fue rechazada el 29
de mayo por 166 votos contra 152 y 21 abstenciones, para el presidente, que ni siquiera
se atrevió a subir a la tribuna para medir sus fuerzas con sus contrincantes, haciéndolo
en su lugar Abril Martorell, supuso una dolorosa derrota moral. Como afirmó el
dirigente andalucista Alejandro Rojas Marcos, Suárez era ya “un árbol caído”.
108
Por primera vez desde 1976, a partir de ese momento el presidente dejó de ser el
político mejor valorado por los españoles según las encuestas del CIS, puesto que cedió
al dirigente del primer partido de la oposición. Debilitado por el golpe, en julio se
reunió en una propiedad del Canal de Isabel II próxima a Manzanares del Real con la
comisión permanente de UCD, algunos de cuyos miembros cuestionaron abiertamente
su liderazgo; en palabras de Suárez, “se planteó casi directamente la necesidad de mi
dimisión”. Pocos días después, y consciente de haber perdido la confianza del
presidente, presentaba su dimisión irrevocable Abril Martorell, que se haría efectiva en
septiembre, privándole del apoyo de quien más había hecho por él desde 1977. Más allá
de los celos y malentendidos que pudieron suscitarse entre ellos, el vicepresidente
confesaría algún tiempo después que estaba “más a la derecha” que Suárez, y que sus
esfuerzos por velar por los intereses de la Iglesia o de los empresarios, en un intento de
“representar a nuestra base electoral y social”, no siempre fue comprendido en la
Moncloa. En última instancia, lo que realmente enfrentó a Suárez con sus colaboradores
más cercanos, primero Osorio y luego Abril Martorell, fue su empeño por disputar el
espacio electoral de la izquierda al PSOE. 119
En la reunión de la ‘casa de la pradera’ los barones decidieron seguir apoyando
al presidente a condición de que cambiase su forma de dirigir el gobierno y el partido, lo
cual permitió su participación en el que habría de ser el último gobierno de Suárez,
formado en septiembre de 1980, y que éste definiría como “el mejor de los que podían
extraerse de UCD en aquellas circunstancias”. El síntoma más evidente de que se abría
una nueva etapa fue quizás la presencia de Fernández Ordóñez –a quien hasta entonces
había vetado Abril Martorell- al frente del ministerio de Justicia. Aparentemente
recuperado tras el verano, el presidente aprovechó la presentación del nuevo gobierno
para someter al Congreso una cuestión de confianza, que ganó por 180 votos frente a
164, gracias al apoyo de CiU y del PSA. Sin embargo, en octubre se puso una vez más
de manifiesto el descontento del grupo parlamentario de UCD, que eligió como
portavoz a Herrero de Miñón, uno de los críticos más acerados del presidente, que ya
había sentado las bases de un futuro acuerdo con Fraga, resultando derrotado el
candidato de Suárez, Santiago Rodríguez Miranda, por 103 votos contra 45, sorpresa
que su mentor calificaría de “varapalo absoluto”. También preocuparon a éste los
conflictos internos provocados por la tramitación parlamentaria de la Ley de Autonomía
Universitaria y la Ley del Divorcio, que enfrentaron públicamente a las facciones
109
socialdemócrata y demócrata cristiana de UCD, demostrándose una vez mas que la
presencia de los barones en el gobierno no resolvía los problemas de fondo. 120
Para entonces ya habían surgido ruidosos rumores sobre la necesidad de dar
respuesta a los problemas que tenía planteados el país –y muy especialmente, la
supuesta incapacidad de Suárez- mediante la creación de un gobierno de gestión,
posiblemente presidido por un militar. Este asunto mereció la atención de una reunión
del Comité Federal del PSOE celebrada en octubre, tras la cual dos de sus dirigentes,
Enrique Múgica y Joan Reventós, se entrevistaron en Lérida con el general Armada,
entonces al mando de la División de Montaña Urgel número 4, para informarse al
respecto. Al parecer, Armada habló de la necesidad de crear un gobierno UCD-PSOE
presidido por una figura independiente, y Reventós le sondeó sobre su disponibilidad
para presidirlo, sin que se pronunciara al respecto con claridad. Al parecer, el presidente
tuvo conocimiento del encuentro no por boca del ministro de Defensa ni del propio
PSOE, sino por medio de la Zarzuela. Sin embargo, González afirma haber
comprendido que Armada se estaba postulando como sucesor de Suárez, en vista de lo
cual informó al vicepresidente Calvo Sotelo de la gravedad de la situación en el
transcurso de una entrevista celebrada en noviembre. Comentando los rumores sobre la
creación de un gobierno presidido por Armada con apoyo del PSOE con Álvarez de
Miranda en diciembre, Suárez llegaría a exclamar: “¡No aceptaré ese tipo de presiones
aunque tenga que salir de la Moncloa en ataúd!” Al parecer, el plan consistía en derribar
a Suárez mediante una segunda moción de censura, lo cual permitiría una salida
constitucionalmente impecable si la candidatura de Armada recibía el apoyo del PSOE y
de algunos sectores de UCD. 121
En este ambiente de crisis larvada, a lo largo de los últimos meses del año
Suárez tuvo la sensación cada vez más nítida de estar perdiendo la confianza del Rey.
Este era plenamente consciente de que la opinión pública y la clase política todavía le
asociaban muy estrechamente con la persona que había elegido en 1976 para conducir la
transición, y temía que su caída pudiese comprometer a la Corona. Como no se cansaba
de advertirle Armada, el rechazo que suscitaba la figura del presidente entre muchos
militares de alta graduación comenzaba a extenderse a la persona y la institución que
aparentemente le amparaban. Así las cosas, a finales de diciembre don Juan Carlos
advirtió muy seriamente a Suárez del riesgo de un inminente golpe de Estado,
animándole a hacer todo lo posible para evitarlo. Sin embargo, el presidente se mostró
contrario a cualquier tipo de gobierno de coalición, descartando asimismo una
110
convocatoria electoral anticipada, ya que las encuestas pronosticaban un claro triunfo
del PSOE, que no haría sino provocar aquello que se pretendía evitar. La única salida
que estuvo dispuesto a contemplar era el nombramiento de un nuevo presidente de
gobierno que contara con el apoyo unánime de UCD. Poco después, Suárez se sentiría
agredido por el mensaje de Nochebuena del monarca, en el que, a pesar de las
correcciones realizadas a petición suya por Arias Salgado, don Juan Carlos recordó que
“los políticos desde el poder o desde la oposición han de poner la defensa de la
democracia o el bien de España por encima de limitados y transitorios intereses
personales, de grupo o de partido”. 122
La tensión de aquellas jornadas fue tal que el distanciamiento pudo trocarse en
enfrentamiento. El 22 de enero de 1981 don Juan Carlos informó a Suárez de su deseo
de nombrar a Armada segundo jefe del Estado Mayor del Ejército, produciéndose una
acalorada discusión al respecto. Tanto el presidente como Gutiérrez Mellado se oponían
a un nombramiento que permitiría al general instalarse en Madrid y participar
activamente en las conspiraciones en curso, mientras el rey parecía creer que teniéndole
cerca podría controlarle mejor. Al final, el nombramiento de Armada sería una de las
últimas decisiones firmadas por Rodríguez Sahagún como ministro de Defensa.
También hubo discrepancias entre Moncloa y Zarzuela provocadas por la organización
del inminente viaje oficial del monarca al País Vasco, el primero de su reinado, que en
opinión de Suárez se estaba planteando como un viaje a un país extranjero.
Durante los últimos días de su mandato como presidente del gobierno, Suárez
dedicó una atención prioritaria a la organización del II Congreso de UCD, que debía
celebrarse los días 29-31 de enero en Palma de Mallorca. A finales del año anterior,
Herrero y Lavilla habían organizado un movimiento crítico dentro de UCD, formado
mayoritariamente por militantes de las facciones liberales y democristianas de UCD,
que pretendían aprovechar el congreso tanto para imponer una dirección colegiada del
partido como para corregir su supuesta desnaturalización izquierdista en sentido
conservador. (Por aquellas fechas, Lavilla declararía públicamente, y no sin razón, que
“si discutibles son, en todo caso, las ventajas de una excesiva concentración formal de
poder, son indiscutibles los inconvenientes de un poder concentrado y no ejercido por
111
su titular”). En vista de ello, Suárez concluyó que era aconsejable aprovechar el
congreso para incorporar al sector crítico a la dirección del partido.
Sin embargo, abrumado y asqueado por el acoso interno y externo al que venía
siendo sometido casi sin interrupción desde hacía mas de un año, el lunes 26 de enero
Suárez informó a los dirigentes de UCD que deseaba dimitir. A decir de uno de sus
fontaneros, Josep Meliá, había tomado la decisión durante el fin de semana, al leer un
párrafo del discurso que le habían preparado para el congreso que afirmaba: “soy el
primero que, llegado el caso, si en términos políticos estrictos hubiera de elegir entre
UCD y Adolfo Suárez, elegiría a favor de UCD”. El presidente hizo referencia a la
presión ejercida por los llamados ‘poderes fácticos’, entre ellos la Iglesia y la banca,
pero no al Ejército, salvo para afirmar que “por lo menos os dejo resuelto el problema
militar”. También se refirió a la pinza formada por el PSOE y AP, reconociendo que
habían logrado su propósito de dividir a UCD. Y tras recordarles que ya había dimitido
en dos ocasiones a lo largo de su carrera, subrayó que también pretendía demostrar a sus
críticos que se equivocaban cuando le denostaban por su supuesto apego al poder,
reconociendo finalmente que “yo soy el que ha fallado”. Sorprendidos, los dirigentes
centristas le expresaron su afecto y comprensión, sin oponer la mayoría de ellos mucha
resistencia. No obstante, algunos de los convocados, capitaneados por Arias Salgado y
Calvo Sotelo, volverían a la Moncloa ya entrada la noche con el propósito de hacerle
reconsiderar, aunque sin éxito. A la mañana siguiente el primero lo intentó de nuevo tras
reclutar la ayuda de Abril Martorell, que nada pudo hacer por convencerle. 123
El martes 27 de enero Suárez acudió a la Zarzuela, donde comió con los reyes y
anunció a don Juan Carlos su dimisión. Nada mas llegar al palacio había informado de
sus planes a Fernández Campo, para que el monarca no pudiera sucumbir a la tentación
de atribuirse luego el mérito de su dimisión; en palabras del propio Suárez, todavía tenía
la obligación de “defender al rey incluso del rey mismo”. (De ahí también su decisión
de informar previamente a la plana mayor de UCD). El secretario general de la Casa del
Rey pensó inicialmente que Suárez pretendía emular la maniobra efectuada por
González en 1979, abandonando la dirección del partido en un congreso, para regresar a
ella por aclamación tras derrotar a sus adversarios en otro, pero se equivocaba. Por su
parte, el monarca estuvo afectuoso, pero no mostró excesivo empeño por disuadirle y sí
cierta prisa por nombrar un sucesor, lo cual no hizo sino reafirmarle en su decisión.
Como ya había hecho con Arias Navarro, el rey no dudó en ofrecerle un ducado en
112
agradecimiento por los servicios prestados, pero Suárez vio frustrado su sueño de recibir
también el Toisón de Oro al que creía tener derecho, honor que sí había merecido
Fernández Miranda tras dimitir en 1977. 124
El miércoles 28 de enero Suárez reunió por la noche a la comisión permanente
de UCD, que acordó proponer como sucesor al entonces vicepresidente segundo para
Asuntos Económicos, Calvo Sotelo, después de que Lavilla, cabeza visible del sector
crítico, se auto excluyera con el argumento de que era presidente del Congreso. Sin
embargo, en la reunión de la comisión ejecutiva del partido celebrada el día siguiente, el
sector crítico, encabezado por Herrero de Miñón, se negó a avalar su candidatura, a
pesar de que Lavilla ya lo había hecho. Según el testimonio de Herrero, en privado
Suárez les explicó que se trataba tan solo de una solución temporal, ya que pretendía
retomar el timón y conducir el partido a un nuevo triunfo electoral en 1983. Resulta no
poco paradójico que el presidente dimisionario pretendiera convencer a sus adversarios
más implacables anunciándoles su inminente regreso, pero en todo caso revela que no
era su intención abandonar definitivamente la actividad política. 125
Suárez acudió por última vez a las cámaras de televisión para comunicarse con
la ciudadanía en la noche del 29 de enero. En su mensaje dijo haber dimitido “sin que
nadie me lo haya pedido (en alusión evidente al monarca, a quien no nombró
directamente ni una sola vez, algo que Fernández Campo estimó “muy significativo”) y
con el propósito fundamental de corregir “la imagen que se ha querido dar de mí como
la de una persona aferrada al cargo”, y con la esperanza de que ello actuara como un
revulsivo. Al mismo tiempo, sus referencias al “ataque irracional sistemático” y a la
“permanente descalificación de las personas” como formas no legitimas de hacer
política permitían intuir algunos de los motivos de su abandono. Suárez reconoció
también el “desgaste personal” sufrido desde 1976, pero se manifestó orgulloso de una
obra política cuya continuidad exigía un cambio de personas, ya que no deseaba “que el
sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de
España”. Lejos de tranquilizar a la opinión pública, esta frase alimentó el temor a un
inminente golpe de estado, a la vez que parecía confirmar la sospecha de que dimitía en
respuesta a la presión ejercida por los sectores involucionistas del Ejército, algo que
Suárez siempre ha negado. 126
En contra de lo que él mismo había esperado, la dimisión de Suárez no
contribuyó a la solución de los problemas de UCD, como no tardó en comprobarse en el
II Congreso del partido, aplazado hasta principios de febrero debido a una huelga de
113
controladores aéreos. Los críticos no obtuvieron el respaldo necesario para cambiar el
rumbo del partido, pero sí lograron presentar una candidatura alternativa encabezada por
Lavilla, que obtuvo el apoyo del 39% de los compromisarios frente a lista oficialista de
Rodríguez Sahagún, que resultó elegido presidente de UCD. Suárez tuvo al menos la
satisfacción de ser elegido miembro de la ejecutiva con 1.281 votos, cosechando más
que ningún otro candidato, pero en realidad el congreso solo sirvió para institucionalizar
una ‘presidencial dual’ que no haría sino agravar la situación interna del partido y
dificultar su relación con el gobierno.
Al cabo de muy poco tiempo se sabría que la marcha de Suárez tampoco había
servido para disuadir a los golpistas. Antes al contrario, su dimisión facilitó la puesta en
marcha de los planes de Armada, ya que la votación de la investidura de Calvo Sotelo le
permitió aunar el elemento ‘duro’ que representaba la toma del Congreso por parte de
Tejero, y la dimensión ‘blanda’ que aportaba su pretensión de presidir un gobierno
mixto de ‘salvación nacional’. Por otro lado, el hecho de que el golpe se hubiese
preparado bajo su presidencia, sin que le llegaran noticias fidedignas al respecto antes
de su dimisión, no deja de plantear serias dudas sobre su dominio de la situación, así
como sobre la competencia de algunos de sus colaboradores más cercanos.
A diferencia de la mayoría de sus compañeros de escaño, Suárez y Gutiérrez
Mellado al menos supieron identificar al teniente coronel que irrumpió en el Congreso
en la tarde del 23 de febrero de 1981, interrumpiendo la segunda votación de investidura
de Calvo Sotelo. Junto con Carrillo, fueron también los únicos diputados que no
obedecieron los gritos de los guardias civiles a su mando, ordenándoles que se tirasen al
suelo. Cuando Gutiérrez Mellado abandonó su escaño para encararse con Tejero, en un
gesto que le valdría la admiración imperecedera de una gran mayoría de españoles,
Suárez intentó retenerle sin éxito, ayudándole después a vencer los esfuerzos del
fanático guardia por derribarle. Varias horas después, el todavía presidente abandonó su
escaño en busca de Tejero, lo cual provocó su reclusión en una sala de ujieres, donde
tres guardias civiles le vigilarían durante el resto de la noche. De madrugada, el
cabecilla de los golpistas irrumpió inopinadamente en la estancia, poniéndole el cañón
de la pistola en el pecho, ante lo cual Suárez se incorporó, ordenándole a gritos que se
cuadrara. Sorprendido por su reacción, el teniente coronel optó por retirar la pistola y
abandonar la sala.
Una vez fracasado el golpe, al abandonar el palacio de la Carrera de San
Jerónimo, Suárez saludó efusivamente a Armada, a quien creía responsable de la
114
rendición de Tejero. Al llegar a la Zarzuela, comenzó a disculparse ante el rey por haber
dudado de la lealtad del militar en el pasado, hasta que don Juan Carlos se apresuró a
corregirle: “no te equivocaste, Armada era el jefe de la conspiración”. Esa misma tarde
se reunió la Junta de Defensa Nacional, en el transcurso de la cual se les informó con
todo lujo de detalles sobre la responsabilidad del antiguo secretario general de la
Zarzuela. Cuando Suárez ordenó al general Gabeiras que arrestara de inmediato a
Armada, el Jefe del Estado Mayor del Ejército se volvió hacia el rey, haciendo exclamar
al presidente en funciones: “No mire usted al Rey, míreme a mí”. Algún tiempo
después, cuando se conocieron las sentencias inicialmente benévolas impuestas a los
golpistas, Suárez escribiría un articulo de prensa titulado “Yo disiento”, en el que
subrayaría la importancia de “dejar muy claro que en España no existe un poder civil y
un poder militar; el poder es solo civil”. 127
A pesar de haber sido idea suya el nombramiento de Calvo Sotelo, y de estar
atravesando el país un momento político especialmente delicado, Suárez efectuó un
traspaso de poderes un tanto peculiar. Tras regresar juntos a la Moncloa de la toma de
posesión del nuevo presidente el 26 de febrero, Suárez le anunció que disponía tan solo
de media hora para despachar con él, ya que se marchaba un mes de vacaciones y le
esperaba el avión. Calvo Sotelo nunca comprendió que su predecesor no aplazara su
merecido descanso tras el golpe, confesando que “yo me sentí muy abandonado”. El
líder de la oposición, siempre más colorista, acertó plenamente al calificar aquella
decisión de “espantá”. 128
Los acontecimientos posteriores demostrarían sobradamente que Suárez no era
el único, ni siquiera el principal responsable de los problemas de UCD. Para Calvo
Sotelo, Suárez era como el clavillo que mantiene unidas las varillas de un abanico,
motivo por el cual siempre le pareció descabellado pretender arreglar el abanico roto
que era UCD prescindiendo del único elemento que podía evitar su desintegración.
Suárez había pensado en él como sucesor precisamente por ser el único barón que
carecía de familia política propia, y su neutralidad no tardaría en disgustar tanto a la
facción crítica encabezada por Herrero y Alzaga como a los socialdemócratas de
Fernández Ordóñez. Este dimitió del gobierno en agosto de 1981 y abandonó el partido
tres meses después, creando su propia formación política como paso previo a su
integración en el PSOE. Por su parte, Herrero dimitió como portavoz parlamentario en
enero de 1982, abandonando el partido e ingresando en AP poco después, mientras que
Alzaga prefirió crear su propio partido democristiano para poder pactar con Fraga desde
115
una posición de mayor fuerza. Antes, en noviembre de 1981, Rodríguez Sahagún había
dimitido como presidente de UCD tras los malos resultados cosechados en las
elecciones gallegas, obligando a Calvo Sotelo a hacerse con las riendas del partido.
Visto lo anterior, tampoco puede atribuirse la desintegración de UCD a la
decisión de Suárez de abandonar el partido que él mismo había fundado. Molesto con
Calvo Sotelo por su decisión de acelerar el ingreso de España en la OTAN, así como
por la supuesta deriva derechista de su gobierno, en noviembre de 1981 Suárez dejó el
comité ejecutivo de UCD, anunciando un abandono definitivo que no se materializaría
hasta julio de 1982. Tras la debacle de las elecciones autonómicas andaluzas celebradas
en mayo de ese año, en las que UCD fue superada tanto por el PSOE como por AP,
Calvo Sotelo le ofreció la presidencia del partido en junio, pero Suárez se negó a
aceptarla si no se le garantizaba antes el control total del mismo, lo cual seguramente
habría provocado nuevas fugas en el grupo parlamentario, e incluso la caída del
gobierno. En vista de la negativa del presidente, en julio Suárez no solo abandonó UCD,
sino que anunció la creación de una formación política propia, el Centro Democrático y
Social, a pesar de que la mayoría de sus antiguos colaboradores prefirieron hundirse con
la nave en la que él les había embarcado cinco años antes. Un mes después confesaría a
un grupo de corresponsales extranjeros que le ilusionaba la posibilidad de “hacer un
partido desde fuera del poder”, aun reconociendo que ello suponía iniciar una larga
travesía del desierto. 129
116
A modo de balance final
117
actuación durante la decisiva reunión de septiembre de 1976 con la cúpula militar pudo
granjearle luego algunos enemigos irreconciliables, pero no podía permitirse el lujo de
un enfrentamiento abierto antes de la aprobación de la Ley para la Reforma en las
Cortes, y al menos le permitió ganar tiempo. Sus detractores (e incluso algunos
admiradores) han insistido con frecuencia que hizo mal en apoyarse tanto en Gutiérrez
Mellado, dado el rechazo que éste provocaba en los sectores militares menos partidarios
del cambio, pero alguien con un perfil más bajo quizás no hubiese sido capaz de
acometer con suficiente ímpetu las reformas necesarias. Además, el abandono de
Gutiérrez Mellado tras las elecciones de 1979 hubiese transmitido una sensación de
debilidad, envalentonando a los involucionistas.
También se ha sostenido con frecuencia que Suárez tuvo un proyecto
razonablemente bien definido hasta las elecciones de 1977, y que después perdió el
rumbo, improvisando sobre la marcha. Él mismo aceptaría sin duda que, a diferencia de
la Reforma Política, el proceso constituyente era, por definición, un proceso más
abierto, de resultados inciertos. De ahí, por ejemplo, que UCD no presentara nunca un
proyecto de Constitución propio, prefiriendo trabajar sobre las aportaciones de otros. En
realidad, a Suárez le importaba más el hecho en sí de poder contar con una Constitución
ampliamente aceptada, que los contenidos específicos de la misma. Esto era cierto
incluso del asunto más controvertido de cuantos se debatieron durante el proceso
constituyente, es decir, la futura organización territorial del Estado. Evidentemente,
Suárez no tuvo nunca un modelo claramente definido de antemano; pero no es ocioso
recordar que, salvo muy contadas excepciones, los demás tampoco.
En relación con lo anterior, son muchos quienes han lamentado que no se optara
entonces por un modelo que diferenciara claramente entre las comunidades ‘históricas’
y las demás. Sin embargo, quienes así opinan pecan de cierta ingenuidad: como ya se
comprobó durante la II República, la llegada de la democracia llevaba implícita la
posibilidad de cuestionar la relación entre gobernantes y gobernados en todos los
ámbitos, incluido el territorial. A esto habría que añadir la dificultad que siempre
entraña, en Estados donde existen fuertes presiones centrífugas, el desarrollo simultáneo
de un proceso de reorganización territorial y la creación de un nuevo sistema de
partidos. Desde la perspectiva de las dos grandes formaciones políticas de la época,
ambos procesos obedecían a lógicas distintas, no siempre compatibles entre sí.
También se ha criticado a Suárez en ocasiones por carecer de una visión clara de
la relación entre las reformas iniciadas y la futura naturaleza del sistema de partidos
118
español. A diferencia de Fraga, que siempre tuvo en mente un sistema bipartidista
similar al británico, Suárez seguramente pensó que, para una etapa constituyente, era
preferible un sistema multipartidista, que permitiera reflejar en las Cortes un abanico lo
más amplio posible de opciones políticas. No obstante, debe recordarse que el sistema
electoral adoptado con su visto bueno en 1977, y que pretendía alcanzar un equilibrio
razonable entre gobernabilidad y representatividad, no sería obstáculo para la dinámica
bipartidista que se impuso a partir de 1982.
Como era de esperar, el aspecto de la actividad política de Suárez que más
críticas ha recibido se refiere a su supuesta incapacidad para crear, dirigir y consolidar
un partido político moderno. Este es un aspecto que merece especial atención, tanto por
su importancia intrínseca como por lo que revela del personaje en su conjunto. Uno de
los rasgos políticos más definitorios de Suárez fue que nunca se vio a si mismo como un
hombre de partido, sino como un hombre del Rey, o si se prefiere, un hombre de la
transición. (De ahí también que se le pueda considerar juancarlista, antes que
monárquico a la antigua usanza). Había sido llamado para desmantelar un sistema
político y dar paso a otro nuevo, y si se presentó a las primeras elecciones fue en gran
medida porque la continuidad de la operación iniciada así lo requería. Más adelante,
durante el bienio 1977-79, pretendió gobernar por consenso, casi al margen de su propio
partido, al que apenas conocía, porque en realidad su mandato no era de índole
partidista, y sus objetivos eran esencialmente sistémicos. Las dificultades surgieron a
partir de 1979, con el abandono del consenso, cuando Suárez finalmente comenzó a
gobernar, lo cual implicaba escoger entre diferentes opciones, que tendrían
consecuencias distintas dependiendo de la solución elegida. Al mismo tiempo, la
sociedad comenzaba a salir de su letargo autoritario, y a organizarse para, entre otras
cosas, presionar u oponerse al gobierno. En este nuevo contexto, ya netamente
democrático, en ocasiones pareció como si Suárez no supiese bien a quien representaba,
ni en nombre de quien ostentaba el poder político. Por otro lado, en el fondo siempre le
repugnó el enfrentamiento partidista, lo cual explica el rechazo íntimo que le produjo su
propia alocución televisiva de la campaña electoral de 1979, y también su negativa a
defenderse de los ataques de sus adversarios. Seguramente se habría sentido más
cómodo en un sistema político netamente presidencialista, como los de América Latina,
sin control parlamentario, sin necesidad de someterse excesivamente a los dictados de
su partido, y gobernando en la medida de lo posible au-dessus de la mêlé.
119
A partir de 1979, algunos sectores de su partido se lamentarían que Suárez
estaba ‘gobernando para la izquierda con los votos de la derecha’. Este argumento,
engañosamente convincente, sería desmentido por acontecimientos posteriores, cuando
ya era demasiado tarde para reconocer el error cometido. En contra de lo que pensaron
algunos, la suma de los votos más conservadores de UCD y los de Coalición
Democrática no permitían alcanzar la tan añorada ‘mayoría natural’: en las elecciones
de1982, tres millones de antiguos votantes centristas optaron por la coalición de Fraga,
pero otros dos millones se repartieron entre los restos de UCD y el CDS, y más de un
millón migraron al PSOE. El resultado fue que Coalición Democrática recibió casi un
millón de votos y 61 escaños menos que UCD en los comicios de 1979.
No obstante lo anterior, es indudable que Suárez manifestó siempre una cierta
dificultad para la auto-ubicación ideológica. Esto nunca fue un problema durante su
etapa franquista, en la que la política se reducía para él a un juego de poder, ni tampoco
durante los primeros años de la monarquía, ya que sus objetivos eran sistémicos, más
que ideológicos, y además estaban consensuados con otras fuerzas políticas. Sin
embargo, es evidente que nunca se consideró a si mismo un hombre conservador, ni de
derechas, y le molestaba que otros le percibiesen así. Debido a una compleja suma de
factores, tales como sus orígenes sociales, la lejana pero recordada militancia
republicana de su padre, su profundo sentido religioso, y quizás también la influencia de
cierta retórica franquista socializante, Suárez nunca se identificó con los sectores más
privilegiados de la sociedad, a los que sin embargo pretendía emular. Esto le hizo
adoptar en ocasiones actitudes que podrían calificarse de populistas, y que le
distanciaron de algunos de sus colaboradores más cercanos, como Osorio, Abril
Martorell e incluso Calvo Sotelo. A ello cabe unir un evidente interés por hacerse
perdonar su actuación política bajo el régimen franquista, que todavía sería recordada
por sus adversarios en momentos cruciales de su vida política, como la moción de
censura presentada por el PSOE en 1979. En suma, de haberse podido reinventar a sí
mismo, sin duda hubiese preferido postularse como un hombre progresista, de izquierda
moderada, como haría posteriormente como dirigente del CDS, aunque fuese con muy
escaso éxito electoral.
De un tiempo a esta parte parece estar de moda cuestionar las bondades de la
transición española, así como atribuir todas las deficiencias del actual sistema político
español a la forma en la que se realizó el cambio de régimen. Por ello mismo, no está de
más recordar que, según un sondeo realizado en 1997, la forma en que se llevó a cabo la
120
transición constituye un motivo de orgullo para el 79% de los encuestados, sentimiento
que solo dejan de compartir un 8%, mientras un 13% carece de opinión al respecto.
Tampoco sería justo olvidar que, según el mismo estudio, un 81% estimaba que la
actuación de Suárez en aquel momento histórico fue muy/bastante importante,
valoración que el 65% otorgaba a la de González, el 51% a la de Fraga, y el 50% a la de
Carrillo. Como recordaría el Rey durante la entrega del premio del Grupo Correo-
Prensa Española a su antiguo protegido, “si quisiéramos resumir el secreto de su éxito
en aquella etapa de su trayectoria en la que la Historia de España dio un vuelco, o mejor
dicho, volvió a donde debía, tendremos que cifrarlo desde luego en la bondad de su
proyecto, pero también, y quizá más, en el modo y la manera con los que los propuso y
gestionó … Adolfo Suárez nunca quiso ser más que nadie, ni pretendió arrogarse la
exclusiva de la verdad. Por eso acertó”. 130
121
1
Morán (1979).
2
Este primer capítulo se nutre abundantemente de Morán (1979) y Abella (1997).
3
Morán (1979), págs. 130-131.
4
Abella (1997), págs. 18-19.
5
Morán (1979), p. 180.
6
Armada (1983), p. 149. Cuenca Toribio (2001), p. 70.
7
Fernández de la Mora (1995), p. 260. Según el propio Suárez, Don Juan Carlos “venía a visitarme con
alguna frecuencia allí y cambiábamos impresiones sobre la vida política, como es normal”. Prego (1996),
p. 21.
8
Lamelas (2004), págs. 49-51. En opinión de Marisa Hernández, que entabló una profunda amistad con
Amparo Illana, “Adolfo era un hombre seductor. Ninguna palabra condensa mejor su personalidad como
político, como ser humano, como padre, como amigo, seguramente también como esposo”.
9
El Adelantado de Segovia, 27 de febrero de 1969, recogido en Lamelas (2004), p. 51.
10
Abella (1997), p. 24.
11
Según el testimonio de Carmen Díez de Rivera, en su primera entrevista ella le pregunto con
desparpajo: “¿Cómo usted tan joven puede ser fascista?”, a lo que su futuro jefe respondió con aplomo
que “Eso no es así”. Al poco tiempo de empezar a trabajar con él, le propuso que descolgara el cuadro de
Franco que había en su despacho, a lo que Suárez accedió. Con el paso de no mucho tiempo corrió el
rumor de que eran amantes, lo cual sin duda incomodó al muy puritano Sánchez Bella, con quien Suárez
tenía “una pésima relación”. A pesar de su escasa simpatía por el régimen, al final de su vida Díez de
Rivera recordaría que “la situación en el país estaba cambiando, y Suárez era un hombre más joven y más
abierto. Tenía mucha lidia, sabia torear muy bien”. Romero (2002), págs. 71-78.
12
Testimonio de Adolfo Suárez al autor.
13
“Por ejemplo, en el viaje a Asturias, Adolfo mandó un helicóptero para que saliese el primero el
Príncipe, cuando era muy poco conocido”. Cuenca Toribio (2001), págs. 70-71.
14
Charles Powell (1995), p. 103.
15
San Martín (1983) págs. 266-67.
16
Soriano, (1995), p. 39.
17
Morán (1979), págs. 261-62.
18
No obstante, el director del servicio de inteligencia ha recordado que pocos meses antes, en abril,
Carrero Blanco le había dicho: “San Martín, apoye al director general de Radiodifusión y Televisión y
arrópelo”. San Martín (1983), p. 268.
19
López Rodó (1992), p. 334.
20
José Antonio Navas, La salud de Adolfo Suárez, www.elsemanaldigital.com, 20 de junio de 2004.
21
Antonio Carro Martínez, en Rafael Borras (ed.), Franco visto por sus ministros, p. 354.
22
Herrero (1995), págs. 185-86.
23
López Rodó (1992), p. 118.
24
Ibíd, págs. 126-27.
25
Testimonio de Suárez al autor.
26
Herrero (1995), p. 192.
27
Ibíd.
28
Ibíd, pág. 195. Testimonio de Adolfo Suárez al Seminario sobre la Transición Política Española
organizado por la Fundación José Ortega y Gasset en Toledo en mayo de 1984.
29
Herrero (1995), págs. 194-99; Ansón (1994), p. 403.
30
Testimonio de Adolfo Suárez (Toledo, 1984). La versión recogida por Luís Herrero es muy parecida, si
bien pone en boca de Franco una ultima consideración harto llamativa: “Entonces, Suárez, también habrá
que ganar, para España, el futuro democrático”. Herrero (1995), págs. 199-200.
31
Preston (2003), p. 340.
32
Romero (2002), p. 80. Silva Muñoz (1993), págs. 323-24.
33
Fernández-Miranda Fernández-Miranda (1995), págs. 120-21.
34
Testimonio de Adolfo Suárez (Toledo, 1984).
35
Carmen Llorca (1986), p. 128.
36
Entrevista con José Luis Alcocer, Pueblo, 2 de marzo de 1976, en Ysart (1984), págs. 67-68.
37
Powell (2001), p. 146.
122
38
Fernández Miranda y Fernández Miranda (1995), p. 146.
39
Ortega y Díaz Ambrona (1983-84), págs. 234-35.
40
Osorio (1980), págs. 88-90.
41
Ibíd, p. 110.
42
Areilza (1978), págs. 137 y 131; Fraga Iribarne (1982), págs. 64-65.
43
Abella (1997), p. 77.
44
Testimonio de Adolfo Suárez (Toledo, 1984); Romero (2002), p. 88; Osorio (1980), p. 120.
45
Testimonio de Eduardo Navarro al autor; Osorio (1980), p. 120.
46
Álvarez de Miranda (1985), págs. 104-6. Suárez les había hablado sobre las reformas planteadas por el
gobierno, convenciéndoles de que “por esa vía, no llegaríamos jamás a la salida democrática”.
47
Fernández-Miranda y Fernández-Miranda (1995), págs. 199-200.
48
Tusell (2003), p. 321. Vilallonga (1995), p. 90.
49
Testimonio de Adolfo Suárez (Toledo, 1984).
50
Prego (2000), págs. 22-23.
51
Bayod (1981), págs. 312-13. Martín Villa (1984), págs. 107-8; Osorio (1980), p. 127.
52
Primo de Rivera (2002), págs. 170-73. Silva Muñoz (1993), págs. 334-35.
53
Romero (2002), p. 98. Testimonio de Adolfo Suárez (Toledo, 1984).
54
Testimonio de Adolfo Suárez (Toledo, 1984). Suárez reveló buena parte del contenido de la entrevista a
los periodistas del colectivo Blanco White, que se reunieron con él a la semana de su nombramiento.
Oneto (1985), p. 154.
55
Fraga Iribarne (1987) p. 53.
56
Areilza (1983), p. 15. Testimonio de Adolfo Suárez (Toledo, 1984).
57
Testimonio de Adolfo Suárez (Toledo, 1984). Entrevista del Rey con Édouard Bailby y Jean François
Revel en L’Express, 25 de diciembre de 1977.
58
Powell (1991), págs. 181-82.
59
Osorio (1980), p. 132.
60
Ibíd, p. 134.
61
Oneto (1985), págs. 155-59.
62
Romero (2002), págs. 93-96.
63
Prego (2000), p. 27.
64
Ysart (1984), p. 89.
65
Testimonio de Adolfo Suárez (Toledo, 1984).
66
Osorio (1980), p. 162. Navarro (1995), p. 197. Testimonios de Adolfo Suárez y de Felipe González
(Toledo, 1984).
67
Otero Novas (1987), págs. 57-59.
68
Carrillo (1987), págs. 53-54. Osorio (1980), págs. 166-67; Testimonio de José Mario Armero al autor.
69
Fernández-Miranda y Fernández-Miranda (1995), p. 223.
70
Testimonio de Adolfo Suárez al autor.
71
Suárez (1995), págs. 208-9.
72
Fernández de la Mora (1995), págs. 261-62.
73
Según Suárez, “me preguntaron si iba a legalizar al PCE y les aseguré que con los estatutos que en esos
momentos tenía, de ninguna manera lo legalizaría. Y era verdad. No les dije mas, es decir, no añadí que si
el PCE modificaba los estatutos, y dependiendo de cómo fuera esa modificación, entonces si procedería a
su legalización”. Navarro (1995), p. 82. Testimonio de Manuel Gutiérrez Mellado (Toledo, 1984). Osorio
(1980), p. 185.
74
Osorio (1980), p. 185. Vilallonga (1995), p. 126.
75
Testimonio de Adolfo Suárez (Toledo, 1984). Prego (1996), p. 556. Testimonio de Rodolfo Martín
Villa al autor.
76
Areilza (1983), págs. 36-38 y 42-44. Fraga (1987), págs. 56-58. Blanco y Negro, 9 de octubre de 1976.
77
Sánchez Navarro (1998), págs. 431-32.
78
Martín Villa (1984), p. 53. A diferencia del gobierno, los procuradores contrarios a la ley no hicieron
proselitismo alguno entre sus compañeros. Fernández de la Mora (1995), p. 269.
79
Fernández-Miranda y Fernández-Miranda (1995), p. 233.
80
Romero (2002), págs. 124-25.
81
Ysart (1984), p. 127.
82
Ónega (1955), p. 214.
83
FOESSA (1981), p. 121 y ss; Testimonio de José Manuel Otero Novas al autor; Martín Villa (1984), p.
50.
84
Suárez (1995), p. 212.
123
85
Osorio (1980), p. 282.
86
Vilallonga (1995), págs. 121-24.
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Carrillo (1993), págs. 650-54. Osorio (1980), p. 284. Navarro (1995), p. 140 y 83.
88
Carrillo, (1987), págs. 147-48.
89
Testimonio de Félix Álvarez Arenas al autor.
90
Testimonio de Fernando Abril Martorell al autor. Testimonio de Adolfo Suárez (Toledo, 1984).
91
Lo lógico hubiese sido nombrar al jefe del Estado Mayor de la Armada, almirante Buhigas, pero éste
tenía un hijo que militaba en el PCE y se había reunido públicamente con Tamames, imprudencia por la
que Suárez tuvo que reprenderle. Palacio Atard (1989), págs. 135-36.
92
Testimonio de Adolfo Suárez (Toledo, 1984)
93
Cuenca Toribio (2001), págs. 68-69; Calvo Sotelo (1990), p. 21.
94
Suárez (1985), p. 209; Herrero de Miñón (1993), págs. 102-4.
95
Ortínez (1993), págs. 134-38.
96
Para frenar la avalancha de protestas, el gobernador civil de Barcelona tuvo que emitir una nota de
prensa aclarando que “no ofrece ninguna duda al presidente del Gobierno la capacidad de la lengua
catalana para acometer los más profundos y actualizados estudios universitarios y científicos”. Sánchez
Terán (1988), p. 166.
97
Testimonio de Adolfo Suárez (Toledo, 1984). Van Halen (1986), p. 167. Romero (2002), p. 133.
98
Osorio (1980), p. 301.
99
Calvo Sotelo (1990), p. 55.
100
Osorio (1980), págs. 313-14. Testimonio de Adolfo Suárez (Toledo, 1984); Fernández-Miranda y
Fernández-Miranda, p. 187. Suárez (1995), p. 209.
101
Otero Novas (1987), págs. 29 y 31; Testimonio de Leopoldo Calvo Sotelo al autor; Díez Nicolás
(2003), págs. 167-68.
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Osorio (1980), p. 314.
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Ibíd, p. 329.
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Suárez, en http://www.casareal.es/casareal/corredi2.html
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