Consejería Pastoral Ii

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Facultad Cristiana Teológica

De Venezuela a.c.
Convenio
Theological Metropolitan College
Inc. N.Y.

Coordinación de Altos Estudios Teológicos


Coordinación de Pregrado
Consejería Pastoral II
Facultad Cristiana Teológica de Venezuela Convenio Theological Metropolitan College

Dr. JAMES D. HAMILTON

Associate Professor of Biblical Theology (2008)

B. A., University of Arkansas; Th.M., Dallas Theological Seminary; Ph.D., the Southern Baptist
Theological Seminary. Dr. Hamilton served as Assistant Professor of Biblical Studies at
Southwestern Baptist Theological Seminary’s Houston campus and was the preaching pastor at
Baptist Church of the Redeemer. His first book, God’s Indwelling Presence: the Ministry of the
Holy Spirit in the Old and New Testaments, was published in 2006, and he has contributed
chapters to many other books, and has authored many scholarly articles.

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Consejería Pastoral II

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Capítulo Nº 1

La Naturaleza del Pastor Consejero

El ministro contemporáneo tiene muchas oportunidades para


involucrarse en un amplio campo de actividades consejeras en su
pastorado. Buscan su consejo personas de todas edades, angustiadas
con muchos y variados problemas. No hay ministro que pueda negarse
a aconsejar a menos que se encierre en su cuarto de estudio.  Con fre-
cuencia el ministro tiene la responsabilidad de un grupo grande de
personas con diferentes antecedentes, personas que luchan con
perturbadoras dificultades emocionales de toda clase.
El pastor no es un psicólogo, no obstante, se le busca para dar
consejo como si lo fuera. No es un consejero por vocación, pero se
supone que ayude en este campo. No es un consejero en asuntos
educativos, pero con frecuencia los jóvenes vienen a él con problemas
de sus estudios. Tampoco es un psiquiatra; pero algunas veces
confronta profundos problemas de personas que necesitan atención de
un psiquiatra, y por esto, debe conocer las manifestaciones de estos
problemas para que pueda aconsejarlos inteligentemente.
Sobre todas las cosas, tendrá que saber aconsejar a personas con
problemas religiosos, y por lo tanto debe ser un perito en este campo
hasta donde le sea posible.

LA NECESIDAD DE UN PASTOR CONSEJERO

Esta es una edad compleja. Es una edad de crisis y tensión en


que la industria y la maquinaria aprietan a los individuos dentro de su
engranaje confrontándolos con problemas de varios grados y magnitud.
Decisiones forzosas son la regla más bien que la excepción y estas
decisiones causan profundas implicaciones interpersonales. El hombre
moderno no puede vivir aislado. Esto quiere decir que sus acciones y

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reacciones, más que en ningún otro tiempo en la historia, afectan las


acciones y reacciones de sus prójimos. Un gran número de personas se
tambalea ante el impacto de “la vida” y sus miles de problemas; sienten
la necesidad de ayuda y consejo. Claro que no todos ellos buscarán el
consejo del ministro, pero muchos sí lo harán. Es por esto que el pastor
debe esforzarse en ser un consejero competente que pueda satisfacer
las necesidades de las personas que acuden a él con sus problemas.
El consejo pastoral es tan viejo como el ministerio.  Holman dijo:
La curación de las almas—el cuidado espiritual de los miembros de una
congregación—es una función antigua de la iglesia cristiana y del
ministro. Quizás el mayor aspecto fundamental de la labor ministerial
haya sido siempre su trabajo con individuos miembros de su
congregación. En contacto personal íntimo con su pueblo, el pastor ha
procurado ayudar al tentado, renovar espiritualmente al derrotado,
asegurar al penitente de su perdón, confortar al preocupado, dirigir al
perplejo, dar valor al enfermo y afligido, y en una multitud de maneras,
ver cómo enfrentarse con las necesidades puramente particulares de los
que componen su congregación.
Siempre ha sido la labor del pastor funcionar como mediador
entre el hombre y sus problemas. El escritor Wood dice que no es
cuestión de si el ministro ha de aconsejar o no, sino qué tan bien lo
hará. Dice que el 87 por ciento de los laicos creen que la técnica en
aconsejar ha de ser parte de la preparación del ministro.

¿QUE ES EL ACONSEJAMIENTO PASTORAL?

El consejero pastoral es muy diferente de otros tipos de dirección


terapéutica, pues incluye una dimensión religiosa. “El propósito del
aconsejamiento espiritual es traer a personas de ambos sexos dentro de
una sana relación con Dios, y dirigirlos dentro de una vida abundante.”
“Salvar,” en griego quiere decir sanar o hacer completo; por lo tanto,
salvación es salud, racionalidad, libertad de todo desperfecto o mancha
que deforme la personalidad humana y que impida la amistad con Dios.
El elemento de cambio en nuestra sociedad tiene sus
implicaciones para el consejo pastoral. El cambio no es un fenómeno
nuevo; siempre ha estado presente. Por siglos los filósofos se han estado
preguntando, “¿Qué, en medio de todo cambio, no cambia?” La
respuesta es, “nada”. Heráclito, hace siglos, dijo: “Uno no puede pararse
en el mismo río dos veces”. Con esto, quiso afirmar la vieja idea del
cambio. Todas las sociedades pasadas han tenido que hacer frente a los

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cambios, pero la nuestra está pasando por cambios más rápidos y


complejos que nunca. Goldstein se permite observar que los líderes
sociales serán instrumentos para afectar las formas de adaptación que
la sociedad necesita tener al afrontar el cambio. Esto quiere decir que el
pastor consejero que sirve como líder social, tiene que estar equipado
para servir a las familias de su iglesia como un consejero sabio bajo las
complicadas condiciones causadas por los cambios tan rápidos. Hulme
dice: “Las características de nuestra era que llevan a las personas a
buscar la sombra protectora del aislamiento, también originan
disturbios emocionales que les obligan a buscar un consejero.
Muchos que confrontan este complejo mundo carecen de
preparación para resolver los problemas que resultan de esta
complejidad. Los que tienen una orientación religiosa van con su pastor
en busca de ayuda. Esto hace que se vuelva una labor del ministro, el
ayudarles a adoptar una actitud saludable y adecuada hacia la vida. Es
necesario desarrollar dentro de ellos la fortaleza humana que, junto con
los recursos divinos, los prepare para enfrentarse con las demandas de
un mundo altamente complejo. Esto quiere decir, que la función de la
relación del consejero será doble: (1) “fortalecer el ego, el yo, o las
funciones conscientes de la persona a través de las cuales se obtienen
los procesos de integración y madurez” (la dimensión humana) y (2)
“apropiar los recursos espirituales que Dios da” (la dimensión divina).
El pastor consejero tendrá que recordar que las heridas
emocionales que el individuo ha sufrido han venido a través de
relaciones incorrectas con personas emocionalmente significativas.
Estas heridas quizá puedan ser curadas por otra persona quien,
también sea emocionalmente significativa. En muchos casos, será el
pastor quien ayudará con su ministerio de consejo a estos individuos
lastimados. “Con frecuencia las personas que vienen a consultar un
ministro han perdido la fe en ellos mismos, tanto como en Dios, y en
sus semejantes”. El ministro tendrá que ayudar a reconstruir esa
confianza para obtener una más clara perspectiva.
El aconsejamiento pastoral y la psiquiatría se parecen, pero no
son sinónimos. La psiquiatría, aunque no se opone necesariamente al
aspecto religioso, no depende de él para su diagnosis o tratamiento. El
aconsejamiento pastoral, por el otro lado, se basa fundamentalmente
sobre una perspectiva e interpretación religiosa. Conscientemente trata
de desarrollar en el individuo una relación con Dios que le dé acceso a
los recursos espirituales que brotan de Él. Bonneli caracteriza la tarea
del pastor de esta manera:

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El ministro que conduce a hombres y mujeres hasta un contacto


vivo con Dios, que les enseña cómo usar su Biblia para desarrollo
espiritual, cómo meditar, cómo orar, cómo desarrollar una fuerte y
radiante fe, contribuirá un estimable servicio a las mentes y cuerpos de
sus feligreses y también a sus espíritus.

Una verdadera situación de aconsejamiento no existe


necesariamente cuando el pastor y un feligrés se ponen a conversar
juntos. Aconsejar no es solamente un intercambio de palabras. Es
menester que haya una necesidad de la que se dé cuenta el que busca
consejo y que se dé también cuenta de que necesita ayuda para la
solución del problema que le preocupa. Hiltner escribe:

Una verdadera situación de aconsejamiento existe cuando el


feligrés reconoce que algo anda mal, y siente que esto de algún modo
tiene que ver con él y está convencido de que alguna persona
profesionista pueda tal vez ayudarle, no dándole la respuesta sino
ayudándole a esclarecerla él mismo.

Así pues, aconsejar es una relación interpersonal en la que el


pastor y el feligrés se concentran en aclarar los sentimientos y
problemas de este último, relación en que los dos comprenden que es
esto lo que se empeñan en lograr. Y será necesario que el ministro
ayude a quien busca su ayuda a vencer sus conflictos y tensiones
internas, ayudándole a hablar de sus problemas a fin de que sean
examinados críticamente. Cuando esto se ha logrado, ya hay una
verdadera situación de aconsejamiento.

REQUISITOS PERSONALES

Stolz dice, “La personalidad del pastor mismo es de primera


importancia en su trabajo. Para un buen servicio pastoral, la madurez y
una perspectiva saludable de la vida son esenciales”. El indica que
cuando un ciego guía a otro ciego, los resultados son desastrosos para
ambos.
Mientras más maduro emocionalmente sea el pastor, mayor será
su facultad de entender y aceptar lo que sus feligreses le expresan. Si él
no está bajo presión por la vida, y si puede comunicar su madurez y
saludable modo de ver a sus feligreses, ellos lo buscarán para que les
ayude a resolver sus problemas. Bonneli dijo que ningún pastor podía
adecuadamente ministrar a las más profundas necesidades del corazón
humano si no ha aprendido a tratar efectivamente con las suyas.

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En un sentido, la marca de su propia adaptación será su


capacidad de atraer a su gente. Esto se obtendrá con su propia vida, no
solamente invitando a la gente a venir a él con sus necesidades: “Una
persona no puede comunicar los más profundos e íntimos aspectos de
su vida a otra, a menos de que tenga un sentido de seguridad,
confianza y fe en ella.” Esto es absolutamente esencial si el consejo ha
de llevarse a cabo. Las personas acudirán al pastor sólo si confían en él
y si ven en él la madurez que desearían ellos.
De primera importancia en evaluar las cualidades personales del
pastor es una consideración de su capacidad de entenderse él mismo—
sus actitudes, sus móviles, y su carácter. Sócrates expresó: “Conócete a
ti mismo”. Este debe ser el objetivo de cada pastor. Sin este
conocimiento propio las cualidades y capacidades del pastor serán de
muy poco valor. Hiltner dice:

Es de gran importancia conocer a su feligrés, su inmensa realidad


e individualidad única. Pero tal vez sepamos todo lo que se puede saber
de los feligreses y todavía no hayamos podido establecer una relación
fructífera de consejo… He llegado a sentir que aprender cuáles son
nuestras actitudes en aconsejar es el más sutil pero más importante
aspecto de nuestra labor.

FILOSOFIA Y VALORES DEL ACONSEJAMIENTO

En 1955, Cribbin hizo un estudio minucioso de doscientos libros


de texto y artículos para aprender el lugar de la filosofía y los valores de
esta clase de aconsejar. Lo que sigue es un resumen de los principios
filosóficos que él descubrió en su investigación:
1.            Aconsejar se basa en el reconocimiento de la dignidad y
valor del individuo y su derecho a una ayuda personal en tiempos de
necesidad.
2.            El aconsejamiento se centra en el paciente, y está al
tanto del mayor desarrollo de la persona total y una completa
realización de sus potencialidades para fines individuales y sociales.
3.            El aconsejar es un proceso continuo, con orden entre
sus fases y educativo.
4.            Aconsejar tiene una responsabilidad ante la sociedad
como también a los individuos.

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5.            El consejero debe respetar el derecho de cada persona


para aceptar o rechazar la ayuda y los servicios que ofrece.
6.            La actividad está orientada a la cooperación, no a la
compulsión.
7.            El aconsejar implica asistencia dada a personas para
que hagan decisiones, planes e interpretaciones sabias y decisiones y
ajustes en las situaciones críticas de la vida.
8.            El aconsejamiento demanda un estudio comprensivo
del individuo en su cultura local, con el uso de cada técnica científica
posible.
9.            El aconsejar debe confiarse sólo a los que están
naturalmente dotados para la tarea y tienen la preparación y la
experiencia necesarias.
10.          El énfasis del aconsejamiento está en ayudar al
individuo a darse cuenta y actualizar lo mejor de lo que él es para
solucionar problemas, ya sean problemas de él mismo, o de la escuela o
de otras instituciones.
11.          El aconsejar debe evaluarse continuamente en forma
científica por lo que se refiere a su efectividad.

ACONSEJAR PARA LOGRAR UN CAMBIO

El propósito final de aconsejar es efectuar un cambio en el


aconsejado. Lo que sigue son algunos cambios específicos que el pastor
ayudará a sus feligreses a obtener:
1.            Reducción de ansiedad. Esto hace que la persona
redirija su energía hacia la solución de su problema inmediato, en lugar
de usarla para alimentar su ansiedad.
2.            Lograr una mayor objetividad. El aconsejar sirve para
disminuir la subjetividad a través de la clarificación del problema y un
entendimiento de la relación del aconsejado hacia este problema.
3.            Un adelanto en motivación. Esto resulta cuando uno
principia a ver que hay base para una verdadera esperanza de que su
problema pueda ser resuelto.
4.            La capacidad de realizar pruebas de estado emocional.
Esto se logrará cuando uno aprende el por qué de el qué que le causa el
problema.

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5.            Una capacidad creciente para evaluar y confrontar la


culpa. Esto resulta cuando uno aprende a examinar la validez de su
culpa (no todos los sentidos de culpa son válidos), y trata con ellos de
un modo constructivo tanto en la dimensión humana, como en la
divina.
6.            Un creciente concepto de él mismo. Esto se obtiene
efectuando una relación más cercana entre la percepción de sí mismo y
sus experiencias propias.
7.            Una creciente destreza en sus relaciones
interpersonales. Esto se efectúa de dos modos: (1) Una experiencia
franca con el pastor y en relación de aconsejamiento; y (2)
experimentando franqueza con otros en las situaciones de su vida.
8.            Una creciente capacidad para trabajar, para amar, y
para ser. Estos resultados se obtienen cuando la persona aprende a
dirigir sus energías e intereses, partiendo de una inútil subjetividad
hacia una liberadora objetividad.
9.            Una creciente confianza al enfrentarse al futuro. Esto
resulta cuando uno tiene la experiencia del “dulce sabor de la victoria”
en tratar con un problema serio, lo cual le da la creencia de que puede,
con la ayuda de Dios, resolver los problemas que vengan en el futuro.
10.          Un mejor concepto de Dios y un mayor entendimiento de
su amoroso carácter. Esto resulta cuando el pastor ayuda a su feligrés a
aceptar verdaderamente al Dios de la Biblia y a descartar, si la tiene,
una opinión de Dios basada en sus propios sentimientos.
11.          Una creciente semejanza a Cristo en actitud y
comportamiento. Esto se obtiene cuando uno aprende a practicar los
preceptos de nuestro Señor tanto en la dimensión intrapersonal como
en la interpersonal.
12.          Una capacidad creciente para expresar la fe cristiana en
el servicio. Esto se efectúa aprendiendo a entender que somos salvos
para servir.

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Capítulo Nº 2

Los Límites del Aconsejamiento


Pastoral
INTRODUCCIÓN
La función de consejero del pastor es completamente vieja o
completamente nueva. Es vieja en el sentido de que siempre ha habido
intermediarios entre el hombre y sus problemas. Esto quiere decir que
siempre ha habido personas que han actuado como consejeros de
personas que se enfrentan a problemas serios.
A veces estos consejeros se ofrecían ellos mismos, en ocasiones
eran designados por otros, en virtud de su posición o edad, como en el
caso de videntes, sabios, reyes magos, o profetas. Así era
particularmente en el mundo oriental. Cuando uno estudia la historia
bíblica puede ver qué lugar tan prominente se le daba al que actuaba
como consejero en el pensamiento y la vida de los judíos. El Antiguo
Testamento, particularmente el libro de los Proverbios, hace muchas
referencias al aconsejamiento. Históricamente, el aconsejar ha sido
visto más como una función que como una profesión. El aconsejar se
veía más bien como un producto de otra profesión.
Aconsejar es una función nueva en el sentido de que como
disciplina profesional separada principió a resaltar en este siglo.
Históricamente estaba relacionada con tres cosas: (1) El surgimiento de
la psicología de factor y tendencia; (2) El desarrollo de la psicología
motivacional; y (3) El surgimiento de la enseñanza vocacional, que data
desde la publicación del libro de Frank Parson titulado “Escogiendo una
Vocación” (Choosing a Vocation). El movimiento moderno de
aconsejamiento principió cuando este libro fue publicado a principios
de esta centuria.
Ha habido un continuo cambio de énfasis, de problemas a
personas en el movimiento consejero. En esa forma la meta de esta
actividad ha venido a ser que el individuo haga los ajustes necesarios

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en su vida. Se cree que es la persona quien necesita ayuda y no el


problema lo que necesita resolverse.
Aconsejar quiere decir muchas cosas diferentes para muchas
gentes. Actualmente, el término “consejero” ha sido motivo de mucho
abuso. No nos sorprenda descubrir que hay personas que sirven como
consejeros de préstamos, de campamentos, de modelos, y aún para el
cuidado del césped. Estos son usos descuidados de una buena palabra.

RECOMENDAR, ACONSEJAR Y PSICOTERAPIA

El consejo pastoral abarca dos extremos: el de recomendar y el de


una psicoterapia a fondo. El consejo pastoral no es recomendar, porque
recomendar intenta primordialmente resolver el problema en forma
superficial. Tampoco se puede decir que el consejo pastoral es una
psicoterapia a fondo, porque ésta busca hacer cambios de orden mayor
en la estructura de la personalidad. Entre estos dos extremos: el de
recomendación y de psicoterapia a fondo, se hace el trabajo de consejo
pastoral. El consejo pastoral puede caracterizarse por los siguientes
elementos:
1.            Es una interacción espiritual-psicológica entre el pastor
y el feligrés, los métodos y propósitos de los cuales, tal como se ha
notado, yacen entre dos extremos: el de recomendar y el de la
psicoterapia a fondo.
2.            Los recipientes del consejo son consultantes o feli-
greses.
3.            El aconsejamiento se hace con personas normales o a
quienes se cree normales.
4.            El aconsejamiento se hace con personas normales que
están frustradas con frecuencia.
5.            Su propósito es lograr un auto-entendimiento a luz de
la potencia de la persona y requiere la modificación de actitudes y
conducta.
6.            Le da más énfasis al presente y a lo consciente que al
pasado y al inconsciente.
7.            Se hace dentro de un contexto cristiano y sus metas
son enteramente cristianas.
Puesto que los límites del consejo pastoral se determinan por
estas siete características, es muy importante que se examinen más de

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cerca. Al hacerlo, sabremos qué es el aconsejamiento pastoral y cómo se


distingue de otros métodos de ayuda personal. Esto nos provee los
límites dentro de los cuales opera.
1.            El aconsejamiento pastoral es una interacción psi-
cológica y espiritual entre el pastor y el feligrés con el propósito de
resolver las dificultades de éste. Esto quizás se extienda desde la
dificultad en enfrentarse con el problema de la vida en general, hasta la
dificultad en enfrentarse con un problema particular. Este encuentro
espiritual-psicológico puede formalizarse; esto es, puede arreglarse anti-
cipadamente en un tiempo definido y en un lugar especial para la
situación de consejo. Pero también puede ser informal, o sea, se puede
establecer una relación de ayuda con el feligrés cuando el pastor está
en contacto con él en algún otro tipo de relación y la situación de
consejo resulta de ello. Puede iniciarse simplemente cuando el feligrés
dice, “de paso, pastor, hay algo que me ha estado preocupando y
quisiera hablar con usted acerca de ello”. No importa cómo se principie
el contacto, sea formal o informalmente. Lo esencial es que cada uno se
dé cuenta de su papel en esta relación.
Esta interacción espiritual y psicológica quizá requiera varias
sesiones o quizás sólo requiera una sola conversación. El pastor sabio
sabe que los problemas serios no se resolverán en una sola sesión. Por
tanto, ayudará a su feligrés a ver la necesidad de continuar recibiendo
consejo hasta que el problema esté adecuadamente resuelto. Esto no
quiere decir que los problemas grandes no se puedan resolver en una
sesión. Sin embargo, en la mayoría de los casos, esto no es posible.
Tanto el pastor como el feligrés desearán pero no esperarán una
solución rápida.
Como ya se ha dicho, la interacción psicológica-espiritual no es ni
una mera recomendación ni una psicoterapia a fondo. La primera se
hace generalmente con un mínimo de encuentro personal o
interpersonal. Es más bien unidireccional entre la persona que aconseja
y la persona que recibe el consejo. Esto hace a un lado el valor de una
profunda interacción interpersonal. Y ésta es de vital importancia para
la continuación de una relación válida y de ayuda. La psicoterapia a
fondo trata de hacer cambios mayores en el individuo a través de una
larga y ardua reestructuración de la personalidad. Solamente personas
con una intensa preparación, gran técnica y mucha experiencia, están
capacitadas para hacer esta clase de terapia. La mayoría de los pastores
no lo están.
2.            Los recipientes del consejo pastoral se conocen como
consultantes o feligreses. Los que buscan ayuda de un consejero

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profesional o psicólogo se llaman clientes. A las personas que van con


un psiquiatra se les llama pacientes. Aunque estas distinciones no
parezcan importantes, de hecho lo son. Un cliente es el que emplea los
servicios de un profesionista y usualmente paga una cantidad por estos
servicios. El término “paciente” ubica la relación de ayuda dentro de un
marco de referencia médica. Como el pastor no es ni un consejero
profesional, ni un médico, no es propio que llame a sus feligreses
clientes o pacientes.
3.            El consejo pastoral se hace con gentes normales. El
término normal, cuando se relaciona a la personalidad, es muy difícil de
definir. Unos piensan que es imposible definirle. Otros niegan que
exista una persona verdaderamente normal. Esta posición resulta de la
idea muy extendida por cierto, de que la diferencia entre la salud
mental y una enfermedad mental no es cuestión de clase, sino de grado.
Esta teoría sostiene que hay vestigios de enfermedad en la persona
mentalmente sana y vestigios de salud en la persona mentalmente
enferma.
Cuando le pidieron a un psiquiatra que describiera una persona
normal, contestó: “No puedo, nunca me he encontrado con una”. No
obstante, este libro asegura que las personas normales sí existen.
Sin intentar definir adecuadamente la normalidad, haremos un
intento de describirla. Una persona normal es aquella que tiene
suficiente contacto con la realidad para enfrentarse, en un grado
razonablemente adecuado, con los más grandes aspectos de su vida.
Puede trabajar, jugar, comer, dormir, estudiar, manejar su automóvil y
conversar de tal manera que mantenga su vida en orden. Aunque
algunas veces se halle frustrado, no está desintegrado. Sus amigos no lo
consideran raro, extraño, o peligroso. El pastor puede ayudar a
personas “normales” en tanto que ellas confrontan los problemas en su
vida. Por otro lado, no puede ayudar inmediata o indirectamente a
personas “anormales”. Estas son personas que han perdido o están
perdiendo contacto con la realidad, quienes se están comportando en
una forma extraña, y que son un peligro para ellos mismos y para otros.
Estas personas necesitan ser recomendadas a una clínica de psicología
o a un psiquiatra.
4.            El consejo pastoral se hace con personas
normales que están frustradas. La frustración es un bloque o inter-
ferencia de una necesidad o meta por causa de una barrera u
obstrucción. La frustración es frecuente e inevitable. Una vida sin
frustraciones es inconcebible, porque las necesidades básicas del
hombre frecuentemente quedan insatisfechas y sus metas son

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bloqueadas. Por lo tanto, la frustración se presenta en varios grados en


cada persona. No es cosa de si la frustración ocurrirá; sino cuán grande
será. La frustración crea un gran dolor emocional y hace que uno pierda
su objetividad. Uno se pierde en sus problemas. No ve con claridad el
modo de salir de ellos, es por esto que busca ayuda. La frustración está
presente en un grado intenso en la mayoría de las personas que buscan
consejo pastoral.
5.            El consejo pastoral busca un auto-entendimiento a la luz
de la potencialidad de la persona y requiere una modificación de
actitudes y conducta. Las actitudes y la conducta son los dos campos en
que el pastor trabaja.
6.            En el consejo pastoral se le da más énfasis al presente y
al consciente que al pasado y al inconsciente. En este aspecto el consejo
pastoral difiere mucho del psicoanálisis. El psicoanalista trata en su
mayor parte con las experiencias pasadas de la persona y sus impulsos
inconscientes. Cree que la persona puede ser entendida solamente en
términos de su pasado y que el pensamiento consciente y conducta de
uno se determinan por fuerzas inconscientes. El pastor no tiene la
preparación, técnica y experiencia para hacer esta clase de trabajo. Por
eso debe concentrar su énfasis sobre el presente y el consciente. Estas
son dos dimensiones con las que él cuenta inmediatamente, y son las
dos áreas en las que él está capacitado para trabajar. Este dominio está
dentro del cuadro de la tradición cristiana y de la teología cristiana.
El pastor consejero sabe que su aconsejamiento debe tener una
dimensión divina. Sabe muy bien que el hombre es un ser espiritual
cuyas necesidades espirituales sólo pueden ser atendidas por Dios. El
pastor consejero considera al hombre en su relación con Dios y ve al
hombre en términos de valores eternos. Trata de traer al hombre dentro
de una verdadera relación con Dios. El pastor tiene una meta
primordial y es que su feligrés, por sus consejos, llegue a un mejor
entendimiento de la fe cristiana, y “a la medida de la edad de la plenitud
de Cristo” (Efesios 4:13).

ACONSEJAMIENTO Y TEOLOGIA

El pastor consejero necesita hacer un estudio completo de


teología, para que pueda trabajar dentro de un marco bíblicamente
acertado. Su teología tiene que estar completamente apoyada por la
Palabra de Dios. Si su teología se deriva de la literatura secular de
aconsejamiento, tendrá un conocimiento incompleto, si no inválido de la

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teología. Aun si limita su lectura a la literatura de aconsejamiento, el


pastor adquirirá una teología inadecuada porque la literatura del
consejo pastoral, desafortunadamente, ha sido influenciada más por la
psicología que por la teología bíblica. Una cuidadosa lectura de la
literatura existente revelará que solamente ha sido rociada con palabras
sagradas sobre una estructura puramente secular.
Una de las áreas en las que la teología bíblica tiene algo que
decirle al pastor consejero es la naturaleza del hombre. Este es uno de
los campos más cruciales en el arte de aconsejar. Al estudiar la
literatura de consejo y psicoterapia, uno descubre que hay una gran
divergencia en las teorías de la naturaleza del hombre. Los rogerianos
creen que el hombre es sin pecado; los freudianos afirman que el
hombre carece de bien, y los behavioristas (o comportamentistas)
sugieren que el hombre carece de voluntad. Pero el punto de vista
bíblico del hombre, salvará al consejero del optimismo de los
rogerianos, del pesimismo de los freudianos y del neutralismo de los
comportamentistas.
Otro campo crucial de la teología bíblica tiene que ver con el
pastor consejero en relación a la existencia, naturaleza y actividad de
Dios. Si uno limita su lectura a libros de aconsejamiento y psicoterapia,
encontrará que en ellos frecuentemente se niega a Dios. Algunas veces
se le tolera pero usualmente se le hace a un lado. Por supuesto, el
pastor consejero no puede aceptar ninguna de estas perspectivas,
porque sabe que el Dios de la Biblia está activo tanto en la historia
como en la experiencia humana. Un conocimiento de la teología bíblica
relacionada tanto al hombre como a Dios permitirá al consejero
cristiano saber qué es el hombre y que Dios trata con el hombre dónde
él está y cómo él es.

EL VALOR DE LAS PERSONAS

Hay un concepto básico en las enseñanzas de Jesús que tiene una


gran relación en el consejo pastoral: el valor de las personas. Este
concepto afecta mucho lo que Jesús dijo e hizo. Jesús afirmó que el
hombre era de más valor que todo el mundo. Oxnam dijo:

Jesús creía que la personalidad era de un


valor supremo. Puso al hombre sobre las cosas. La
cuestión sobre el bien y el mal se decidió al referirla
a su estimación del valor de la persona. Enriquecer

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la personalidad es hacer el bien. Destruirla es hacer


el mal. El hombre tiene un valor infinito .1

Luego asegura que “el hombre y no las cosas, son la meta de la


vida social”.2 Jesús, en sus enseñanzas revela la gran importancia que
le da al individuo. El no estaba interesado primordialmente en las
razas, nacionalidades, grupos selectos, o familias aisladas como fin en
sí mismas. Su interés yacía en los individuos que formaban estas
relaciones. Brooks dice que para Jesús, “la unidad final es el hombre y
esa unidad de valor nunca salió del alma de Jesús. Quitarle a la
cristiandad la importancia de las personas sería privarla de su mismo
hálito viviente”.3 Este concepto de la personalidad cautivó tanto el
pensamiento de Jesús que hizo de ello el fin de la acción humana. La
regla de oro refleja este principio con claridad: “Y como queréis que os
hagan los hombres, así hacedles también vosotros” (Lucas 6:31). Así
pues, Oxnam nos dice, “Jesús hace al hombre la meta de la vida
social”.4 Jesús consideró las cosas ligeramente pero a las personas en
alto grado. El hombre no era cosa para usarse sino una persona para
ser respetada. Scott dice, “Para Jesús el hombre tenía valor a la vista de
Dios no solamente como unidad social sino como persona humana.” 5
Quizás esta parábola de Jesús refleje mejor que nada su concepto
personal de valor del hombre:

Entonces él les refirió esta parábola, diciendo:


¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si
pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en
el desierto, y va tras la que se perdió, hasta
encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre su
hombro gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus
amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo
porque he encontrado mi oveja que se había perdido.
Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un
pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve
justos, que no necesitan arrepentimiento (Lucas 15:3-
7).

Jesús dedicó su vida a la labor de buscar la oveja perdida. La


oveja perdida era tan valiosa que era digna de que El viviera buscándola
y de que muriera por ella.
Jesús estaba firmemente convencido de que el individuo era más
importante que el grupo. Scott dice, “Jesús no piensa en términos de
masas sino en términos del individuo.”6 Bogardus expresa un
pensamiento similar cuando dice, “Trató con personalidades antes que
con instituciones. Miró al individuo antes que a las masas.” 7 No sola-

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mente fue el valor de las personas el concepto que Cristo enseñó; fue un
principio que El ordenó a sus discípulos que siguieran. El ideal de las
enseñanzas de Cristo era que uno había de volverse desinteresado en
sus perspectivas, que la acción de uno fuera de una benevolencia
natural a los individuos, sin consideración de nivel social. Lo siguiente
expresa este punto:

¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o


desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos
enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y
respondiendo el Rey, le dirá: De cierto os digo que en
cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más
pequeños, a mí lo hicisteis (Mateo 25:38-40).

La historia de Zaqueo el publicano es una buena ilustración del


interés de Jesús en las personas. Los publicanos eran aborrecidos por
todos. El peor nombre que se le podía dar a un individuo era
“publicano”. Jesús notó el valor de Zaqueo, sin importarle lo que otros
pensaran y se propuso ir a su casa y cenar con él. Lo hizo a expensas
de su prestigio. El vio una persona que necesitaba el impacto de su
vida. La respuesta de Cristo a la tan amistosa recepción de Zaqueo fue,
“el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que había perdido”
(Lucas 19:10).
Consideremos a los leprosos. Eran desterrados de la sociedad por
su enfermedad. No teniendo la ventaja de nuestros leprosorios, los
leprosos de los tiempos bíblicos tenían que separarse a sí mismos del
resto de la sociedad, gritando, “inmundo” para que los demás no se
contaminaran. Cristo no los rechazó porque estaban en esa condición.
Los recibió y los curó. Reconoció su valor.
Uno de los primeros discípulos de Jesús fue Mateo, recaudador de
rentas. Como los recaudadores de renta trabajaban con los romanos a
base de comisión, podrían hacerse una fortuna con sobre-evaluar y
añadir el impuesto a la propiedad. Y era por esto que los colectores de
impuestos eran odiados por la gente. Jesús, pasando por la oficina de
impuestos, vio en Mateo lo que otros no vieron: —un hombre—y lo hizo
uno de sus discípulos.
O veamos al joven rico. Este joven poseía muchas cualidades. Era
honrado, sincero, y había ganado un gran prestigio. Cristo
inmediatamente se impresionó de él. Marcos escribe que cuando se
encontraron, “Jesús mirándole, amóle” (Marcos 10:21). Este amor de
Cristo para el joven no fue por ser quién era sino por lo que era, —un
hombre.

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El amor era la llave. Toda la vida de Jesús estuvo saturada con


amor. El demostró ese amor en su vida y en su muerte. Durante su vida
dijo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced
bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os
persiguen” (Mateo 5:44). Desde la cruz, vio hacia los que le habían
crucificado y dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”
(Lucas 23:34).
¿Qué le dice todo esto al pastor consejero? Le dice que el pastor
debe darle un gran valor a las personalidades, como Jesús lo hizo; que
el individuo viene a ser su motivación y la esfera de todo su trabajo
pastoral.

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Capítulo Nº 3

Factores Positivos y Negativos en la


Tarea de Aconsejamiento Pastoral

LA IMAGEN CULTURAL DEL MINISTRO

Los ministros hacen más labor de aconsejar que ningún otro


grupo profesional. Esto se debe a la imagen cultural del ministro. Las
personas se acercan al ministro con sus problemas porque muchos los
consideran como personas de prestigio y respeto en la comunidad. Los
ministros, históricamente, se han considerado como personas servi-
ciales y competentes para ayudar a la gente en tiempos de crisis.
Aunque ha habido un cambio general muy marcado en la actitud de la
sociedad hacia los ministros, el ministerio se considera todavía como
una profesión de dignidad y respeto. Las personas se acercan a ciertos
pastores porque para ellos son el símbolo de una profesión respetada.
Tienen confianza en su carácter como persona y en su capacidad como
consejero y esto enteramente aparte de su imagen como hombre de
Dios. La imagen cultural del ministro crea oportunidad y
responsabilidad para el pastor. Muchos vendrán a él por la sencilla
razón de que es un pastor y esto le traerá muchas oportunidades para
ayudar a los demás. Sin embargo, estas grandes oportunidades también
quieren decir que le acarrearán una gran responsabilidad, no sólo con
las personas a quienes aconseja, sino con la profesión que representa.
Aunque aconsejar es relativamente una nueva disciplina
profesional, ha florecido rápidamente y ha desarrollado muchas otras
ramas. El consejero pastoral es una de las ramas que han surgido de la
noche a la mañana en el movimiento de aconsejamiento. Aunque hay
algunos elementos básicos comunes a todas las ramas de

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aconsejamiento, hay también disparidad entre ellos. En algunos


aspectos, se puede decir que el consejo pastoral es superior a otros
tipos de consejo y en otros aspectos se puede decir que es inferior. Al
compararlo con otros tipos, notaremos que tiene tanto sus puntos
fuertes como sus puntos débiles.

PUNTOS FUERTES DEL ACONSEJAMIENTO PASTORAL

1.            Relación previamente establecida. El pastor consejero


está un paso más adelante de otros consejeros en que, en la mayoría de
los casos, ya conoce a sus consultantes. Esto quiere decir que ya ha
establecido esa buena relación entre él y la otra persona, que es tan
básica en todo tipo de consejo, relación que se ha obtenido por la razón
de la relación entre el feligrés y el pastor. Las personas que vienen al
pastor por consejo lo hacen porque ya saben que pueden confiarle, que
los ama y que está muy interesado en su bienestar. Esto no existe en la
mayoría de los otros tipos de aconsejamiento, en los que ha de
obtenerse esa clase de relación durante el proceso de aconsejar.
Personas que buscan otros consejos con frecuencia lo hacen con
muchas dudas. La verdad es que estas dudas con frecuencia les evitan
buscar la ayuda que necesitan, y si la buscan, no la prosiguen hasta el
fin. Algunas personas frecuentemente hacen citas en centros de consejo
y no acuden a ellas o van a una entrevista y no regresan. Aunque no
puede decirse que esto siempre revela desconfianza del consejero o del
consejo, muchas veces sí lo es. Esto no sucede en el consejo pastoral.
Cuando uno va al consejero que no conoce, pasa bastante tiempo
al principio poniendo a prueba al consejero para descubrir si es de
confianza. Los que vienen al pastor por consejo lo hacen con la
seguridad ya establecida de que él puede ayudarles con los problemas
que les confíen. Esto es una ventaja considerable que él tiene sobre
otros tipos de consejeros.
2.            Disponibilidad del pastor. Los feligreses saben que el
pastor siempre está disponible a cualquier tiempo de día o de la noche.
Aunque esto ponga una gran carga sobre el pastor, le proporciona a los
feligreses “24 horas de servicio”. Si bien algunos feligreses abusan de
que el pastor está disponible, esta inconveniencia es más que compen-
sada por el hecho de que él tiene la oportunidad y privilegio de ayudar a
su pueblo cuando ellos lo necesitan más.
3.            El consejo es gratis. El decir que el consejo es gratis
parece chiste, pero no lo es. El hecho de que sea gratis no quiere decir

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sólo un ahorro para el feligrés. Quiere decir que obtiene ayuda que de
otro modo no sería posible obtener. Muchos no piensan en pagar por
esta clase de ayuda. Son personas que con gusto pagarían dinero al
plomero, al pintor, al médico o al dentista por sus servicios, pero no
piensan en pagar a quien les aconseja. Así que el problema no es el
precio por la consulta sino la idea de pagar por esta clase de servicio.
4.            La dimensión espiritual. El aconsejamiento pastoral es
único pues da un lugar elevado a la dimensión espiritual. Acepta la
creencia de que el hombre es un ser espiritual tanto como físico e
intelectual. Este amplio concepto bíblico del hombre impone al pastor la
necesidad de ver al hombre no como parte de un todo sino como un ser
total.
Aquí cabe bien una palabra de precaución. No sólo es cierto que la
literatura y práctica generales de aconsejamiento pasan por alto la
dimensión espiritual del hombre, sino que también y como sería de
esperarse, la literatura sobre el aconsejamiento pastoral ha recibido a
tal grado la influencia de la literatura de aconsejamiento secular que no
recalca propiamente el aspecto tan importante de la dimensión
espiritual del hombre.
El pastor que sea un estudiante diligente de la literatura general
de consejo y de consejo pastoral en particular, necesitará evaluar
ambas a la luz del punto de vista bíblico del hombre. Si no lo hace, se
convertirá sencillamente en otro consejero secular y habrá abandonado
el campo de su peculiar jurisdicción.
5.            El aspecto sobrenatural. El reconocer ambos,
pastor y feligrés, la dimensión espiritual del hombre, les será fácil creer
que lo sobrenatural está disponible en la solución de problemas
humanos. Aunque no hay que ver a Dios como el camino más fácil para
salir de los dilemas humanos, puede considerarse como la mejor
solución. Esto quiere decir que tanto el pastor como el feligrés creen
que Dios obra en la personalidad humana y en las relaciones humanas
y que sus medios pueden ser utilizados cuando se busca seriamente la
solución de su problema. El Espíritu Santo trae iluminación y
penetración a la relación de consejo haciéndola una verdadera
experiencia para el pastor y para el feligrés. El aceptar la dimensión
espiritual del hombre y la creencia de que el elemento sobrenatural
puede intervenir en el proceso consejero, hacen natural y apropiado que
se haga uso de la oración. El pastor halla fácil y natural orar con el
feligrés antes y después de aconsejar y orar con él durante el proceso de
consejo.

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6.            El escogimiento de un consejero cristiano. Las personas


vienen al pastor porque es pastor, porque es representante de Dios,
porque apoya los preceptos de la Biblia, y porque creen que la fe
cristiana en la cual él cree, la fe que predica, y vive, tiene algo que decir
a los problemas con los que tratan. Así que su escogimiento de un
consejero cristiano es deliberado pues sienten que él puede ayudar de
un modo que otros consejeros no pueden.

LAS DEBILIDADES DEL CONSEJO PASTORAL

1.            El feligrés admite fracaso. Muchas personas dejan de


buscar consejo pastoral porque, al hacerlo, sienten que están
admitiendo fracaso en vivir la vida cristiana. Creen que si hubieran sido
la clase de cristiano que debiera ser, no tendrían necesidad de buscar
consejo. Esto no es en sí una limitación del consejo pastoral, pero sí le
impide al pastor proveer la ayuda que de otra manera podría propor-
cionar.
2.            Vergüenza del feligrés. Esto está estrechamente re-
lacionado con el asunto de admisión de fracaso del feligrés. Muchas
veces los feligreses tienen vergüenza de revelar los problemas de sus
vidas a quien quizás los ha considerado ejemplos de cristianos
victoriosos. Sienten que esto los hará verse como algo menos que
cristianos y menos que lo que el pastor los consideraba antes. Aunque
el pastor no tiene este concepto tan alto de perfección para sus
feligreses, ellos a veces piensan que sí lo tiene, así que encuentran
difícil, y hasta imposible, comunicarle algunos de sus secretos íntimos.
3.            Miedo de ser desenmascarados. En muchos casos las
personas no van con su pastor con sus problemas porque tienen miedo
de que él los revele. Esto es una lástima. Aunque uno no lo quiera
aceptar, muchos tienen razón válida para este temor. Algunos pastores
no han sabido guardar secretos. Son lenguaraces. Han sido personas a
quienes no se les puede confiar. Los feligreses también saben que
algunos pastores usan las situaciones de consejo como ilustraciones
para el sermón. Tienen miedo de que sus problemas se conviertan en
ilustraciones en el próximo sermón. Ningún feligrés quiere ser
descubierto ante los miembros de su congregación en esta forma. Si el
feligrés sabe que su pastor tiene la costumbre de “personalizar” sus
sermones, aunque lo haga en forma anónima, no está seguro de que su
problema no será revelado a la congregación. Así que este miedo de ser
revelado le impide recibir la ayuda que el feligrés quiere y necesita.

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4.            La falta de preparación en los pastores. Este libro ha


mencionado ya la naturaleza múltiple del ministerio pastoral, y el hecho
de que el aconsejamiento pastoral es solamente una de las muchas
labores que el pastor desempeña. Durante su preparación, recibe una
cierta cantidad de instrucciones para aconsejar, pero esto no le imparte
la pericia de un consejero profesional, cuya preparación para esta sola
labor es tan larga y tan intensa como es la preparación del pastor para
todas sus labores. La falta de preparación del pastor es la más grande
debilidad del aconsejamiento pastoral. Y por cuanto su preparación es
limitada no se espera que sepa el trabajo tan bien como uno que ha
dedicado muchos años estudiándolo y practicándolo. Además, en
muchos casos el pastor no tiene el beneficio de la preparación clínica
que lo introduzca a los problemas humanos en los niveles más
profundos. El consejero profesional recibe esta clase de preparación y
tiene el beneficio no solamente de ver estos problemas tan profundos
sino de trabajar con ellos bajo la dirección especializada de un maestro
capacitado. La mayor parte del conocimiento del pastor en aconsejar se
obtiene a base de experiencia, a veces buena, a veces mala. Aunque no
se niega el valor de la experiencia, tampoco se puede decir que la
experiencia sola capacita al pastor para ser la clase de consejero que se
necesita en esta sociedad compleja.
Su preparación no incluyó el conocimiento de cómo dar, marcar e
interpretar cuestionarios de medición psicológica. Aunque no se puede
decir que estos instrumentos (tests) revelen un valor total de datos
acerca de la personalidad humana, son de mucha ayuda.
Sin los beneficios del conocimiento que puede resultar de estos
tests el pastor se pone en una posición muy peligrosa al tratar con
algunos problemas.
Se ha dicho que el consejo pastoral tiene sus puntos fuertes y sus
debilidades, pero los puntos fuertes exceden a las deficiencias. Por
tanto, el pastor debe derivar la mejor ventaja posible de sus puntos
fuertes a la vez que procura mejorarse en sus flaquezas. Al mismo
tiempo que se da cuenta de que sus limitaciones pueden darle un
sentido propio de modestia, al mismo tiempo debe estar completamente
consciente de que puede tratar con algunos problemas mejor que otros
consejeros.

CERRANDO LA BRECHA CON EL CONSEJO

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Algunas veces el pastor se da cuenta de que hay una zanja o vacío


en el proceso de aconsejar. Este vacío no es entre él y su feligrés; sino
más bien entre el verdadero ego del pastor y su yo ideal. Por supuesto
este hueco está presente en todos los pastores y todos los feligreses y
representa un hueco con el cual tratan todos los cristianos sensitivos.
Pero lo que lo hace especialmente amenazante y una fuente de
culpabilidad al pastor es que el feligrés trate de cerrar el hueco de su
vida, en presencia de un ministro que sabe bien en su interior que él
está luchando con más o menos la misma clase de problema.
El pastor se sentirá a veces como hipócrita porque sabe que
muchos feligreses creen que él ha alcanzado el ideal. Aunque sabe que
no es así y tampoco lo ha afirmado, de todos modos se siente que vive
una falsedad al llevar adelante el proceso de aconsejar. (Esto también lo
siente cuando predica, pero esto no lo trataremos aquí). Esto lo pone a
él en una posición vergonzosa e inoportuna de aconsejar “cerrar la
brecha”. Hay que recalcar aquí que no nos referimos a ningún pecado,
que se define como una trasgresión voluntaria a la ley conocida de Dios.
Más bien tiene que ver con el proceso de crecimiento en la vida cristiana
y de luchar con las implicaciones más profundas de la fe cristiana.
Al pastor le están abiertas dos opciones cuando se da cuenta de
este hueco. (1) Negar que el hueco existe, o (2) Admitírselo a sí mismo y
a Dios. El primero lo debilita, el último lo libera. La primera “solución”
obliga al pastor a proteger una clase de yo que no existe; la segunda lo
libera para ser el santo que lucha y que él sabe que es. El primer
camino le hace asumir una posición falsa de superioridad sobre su
consultante, tentándole a manejarlo o a considerarle inferior; el
segundo le deja estar en el mismo nivel que su feligrés, dejándole en
libertad de relacionarse con su pastor y de tocarlo.

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Capítulo Nº 4

Aconsejar, una Funció n del Ministerio

LA NATURALEZA DEL MINISTERIO PASTORAL

El ministro es llamado a servir a una generación que no


solamente está amenazada por los problemas que todo hombre ha
confrontado, sino también por una multitud de problemas que plagan la
generación presente. Entre ellos están: (1) la amenaza del hambre para
millones por causa de la explosión humana; (2) el peligro de
aniquilación bajo la guerra nuclear; (3) las amenazas de rebelión por los
jóvenes cuya adolescencia se complica por la incertidumbre de la
sociedad entre la libertad excesiva o la autoridad y por ende escoge
ambas; (4) el problema de su opulencia resultando en un materialismo
que hace que los hombres sean politeístas prácticos que hacen ídolos de
las cosas; (5) la tragedia de la rápida disolución del hogar; (6) el
problema de la explosión educativa que ha dado por resultado que
algunos sean educados más allá de su sabiduría; y (7) el problema de
un secularismo que hace a Dios a un lado y a la iglesia anticuada e
innecesaria.
Así es el mundo al que ha sido llamado el pastor. A esta clase de
edad tiene que servir significativamente. El ministerio pastoral puede
entenderse mejor si se le basa en una trinidad de premisas: (1) Es de
Dios; (2) es por el Espíritu Santo; y (3) es para la gente.

1.            Es de Dios

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Ningún estudiante serio de la Biblia puede poner en tela de duda


que el ministerio es de Dios. Esto se afirma tanto en el Nuevo como en
el Antiguo Testamento. El pastor nunca debe alejarse de la profunda
verdad de que ha sido llamado por Dios para hacer la obra de Dios del
modo que Dios quiera. Una visión clara del punto de vista bíblico de su
llamado y de la misión de la iglesia será, como Jowett dice, “nuestra
salvación de volvernos oficiales pequeños en empresas transitorias. Nos
hará en verdad grandes, y por tanto, nos evitará pasar nuestro tiempo
en nimiedades.” Esto también le permitirá dedicarse a actividades cuyo
propósito es el cumplimiento de la misión de Cristo para la iglesia. ¡Qué
tanta “administración trivial” pastoral se eliminaría si los pastores
conservaran una perspectiva clara de que su obra es de Dios, y de que
esta obra debe siempre guiarse por los objetivos que Dios ha dado para
su iglesia!
La Biblia no es muda acerca del carácter del ministro ni acerca de
la naturaleza de su ministerio. Las siguientes citas demuestran esta
perspectiva bíblica:

Pero es necesario que el obispo sea


irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio,
prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar;
no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de
ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no
avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus
hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no
sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la
iglesia de Dios?); no un neófito, no sea que
envaneciéndose caiga en la condenación del diablo.
También es necesario que tenga buen testimonio de
los de afuera, para que no caiga en descrédito y en
lazo del diablo (I Timoteo 3:2-7).

Y de San Pedro:

Apacentad la grey de Dios que está entre


vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino
voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino
con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los
que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de
la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pas-
tores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de
gloria (I Pedro 5:2-4).

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Una pequeña estaba dibujando con sus crayolas. Su madre le


preguntó qué estaba dibujando. “A Dios” respondió ella. Su madre
contestó, “Pero hija, nadie sabe cómo es El”. “Ya lo conocerán cuando
yo termine”, dijo ella. Cuando el pastor ha terminado su ministerio en
una iglesia dada, sus feligreses han de conocer cómo es Dios porque
han visto su retrato en el trabajo del pastor. Si su ministerio es de Dios,
representará a Dios.
El hombre que está firmemente convencido de que su ministerio
es de Dios estará por encima de la lucha por prestigio que capta la
atención de muchos pastores contemporáneos. Mucho se ha escrito
recientemente sobre la “crisis de identidad” que confrontan los
ministros. Se da por sentado que socialmente, el ministro sufre por la
falta de una adecuada definición de su actuación. Ningún pastor, por
más listo que sea, escapa las implicaciones de la multiplicidad de
expectaciones de su actuación impuesta sobre él por una sociedad que
no está segura de lo que debe ser el trabajo de un ministro.
Recientemente una agencia de evaluación pedagógica envió un
cuestionario a mil líderes laicos de varias denominaciones
preguntándoles su concepto de “un ministro sobresaliente”. Los datos
fueron turnados a un grupo de examinadores psicológicos y se les pidió
que dijeran a quién estaban describiendo. Su respuesta fue, “Uno de los
vicepresidentes de Sears y Roebuck.”
William E. Hulme dijo, “El ministro sufre de un sentido de
inferioridad profesional. Ante sus propios ojos él ocupa el último lugar,
él está al pie de la lista de las profesiones”. Y siendo así, muchos
ministros anhelan ser reconocidos como doctores, licenciados,
psiquiatras y psicólogos. De esta manera, reflejan la enorme tendencia
de la cultura a formar clasificaciones y agrupar a la gente en ella. Hay
que afirmar que si el ministro alguna vez gana un rango igual con otras
profesiones, será un paso atrás para el ministerio. Quizás los ministros
debieran estar al tanto de los resultados de un estudio comprehensivo
hecho hace algunos años por una comisión federal sobre la salud
mental. En respuesta a la pregunta: “¿A dónde acude usted a buscar
ayuda con un problema personal?”, La gente contestó así: el 42 por
ciento fueron con su clérigo; el 29 por ciento con su doctor; el 18 por
ciento con psiquiatras o psicólogos; el 13 por ciento acudió a agencias
de trabajo social; el 6 por ciento con licenciados; el 3 por ciento con sus
consejeros matrimoniales, y uno por ciento acudió a maestros,
enfermeras, policías y jueces.
El estudio reveló además que los resultados fueron tan favorables,
si no más, quizás, para la persona que consultó a un clérigo, que para

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los que buscaron los servicios de otros profesionistas. El ministro debe


darse cuenta de que en la opinión de muchos, él ya posee el prestigio
que con toda el alma desea. Quizás él deba dar su atención a las cosas
que en verdad importan. Si el ministro está deseoso de una clasificación
¿qué tiene de malo la de “siervo de Dios”? ¿Qué más puede uno desear?

2.            Es por el Espíritu Santo

Esto no significa que es el ministerio del Espíritu aparte del


ministro; sino más bien a través del ministro. La Iglesia Primitiva
consideró de sumo valor el ministerio de personas llenas del Espíritu,
aún para personas escogidas para ministrar en puestos subordinados.
En los Hechos de los Apóstoles se recalcó que los diáconos tenían que
ser hombres “llenos del Espíritu Santo” (Hechos 6:3). El Espíritu Santo
llamó literalmente a Bernabé y a Saulo diciendo: “Apartadme a Bernabé
y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hechos 13:2). La historia
nos informa que fueron “enviados por el Espíritu Santo” (Hechos 13:4).
Sanders dice, “Hombres llenos del Espíritu Santo pueden ejercer
sólo el liderato espiritual. Otras cualidades son de desearse. Esta es
indispensable.”5 Asegura también que “la espiritualidad no es fácil de
definir, pero su presencia o ausencia fácilmente puede ser discernida.”6
Un ministerio sin el Espíritu es como un guante sin mano; tiene la
forma, pero no la sustancia. El pastor que hace el intento de ministrar
significativamente a personas que están luchando con las realidades
ásperas de la sociedad contemporánea, muy pronto llegará a la
bancarrota de sus propios recursos humanos. El pastor debe confrontar
que tiene que depender intensamente en los medios del Espíritu Santo
si quiere seguir pastoreando con un sentido de suficiencia.
El pastor puede ver los rostros de sus feligreses en cualquier día
del Señor, y ver problemas reflejados en ellos, cuyo número es excedido
sólo por su profundidad. En una congregación de cualquier tamaño, se
puede encontrar personas azotadas por hondos complejos de culpa;
personas cuyas vidas no tienen sentido; jóvenes que han sido atrapados
en las tormentas y preocupaciones de la adolescencia; ancianos que se
enfrentan a la cercanía de su propia muerte; los temerosos, los
abandonados, los que buscan amor. El tiene que servir a todos estos,
los desheredados, el desengañado, y el desmayado. ¡Qué labor tan

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grande tiene el pastor y cómo necesita el poder del Espíritu Santo en su


vida!
Hace algunos años el que esto escribe fue confrontado con una
pregunta de la que no ha podido escapar. La incluyo aquí con la
esperanza de que trastorne a otros como lo trastornó a él. El Dr. Carl
Bates preguntó: “¿Qué está usted haciendo que no logrará hacer a
menos que el poder de Dios descienda sobre su ministerio?”7

3.            Es para la Gente

Un ministro le dijo una vez a su psiquiatra, “Mi vida se caracteriza


por una multitud de contactos y una pobreza de relaciones”. ¡Cuánta
verdad hay en esto para muchos ministros! Los contactos
automáticamente existen por la naturaleza misma del ministerio, pero
las relaciones que resultan de estos contactos son enteramente la
creación del ministro. La profundidad del ministerio de un hombre se
mide por las profundidades de sus relaciones interpersonales con su
congregación. De estas relaciones se originan tanto la agonía como la
pasión del pastor, sólo que hay más pasión que agonía.
Uno de los errores más trágicos que un pastor puede hacer es el
de no reconocer el valor de las personas. Es el día más oscuro en la vida
del pastor cuando mira a una persona, y ve una “cosa”. Las cosas
pueden usarse, pero las personas son para ser amadas. ¡Cuán sutil es
la tentación del pastor de dominar a su pueblo en vez de servirlo!
Séneca dijo, “Dondequiera que hay un ser humano, allí hay una
oportunidad de ser amable”. Un proverbio japonés dice, “Una palabra
cariñosa puede dar calor a tres meses de invierno”. El éxito de un
pastor se determina, no por el número de congregantes que tiene, sino
por el número de personas a quienes sirve.
Muchos ministros tienen un “complejo de edificios” que hace
poner los templos como lo principal en su ministerio. ¡Qué preocupados
están muchos pastores de que sus edificios sean suficientemente
amplios para contener a sus oyentes! De mayor interés debería ser la
pregunta; ¿tengo lugar para todos ellos en mi corazón?
Si uno quiere servir a la gente, ha de principiar entendiéndolos.
Lindgren dijo, “Mientras más profundo sea su entendimiento de las
personas y más cercana su relación pastoral con ellos, más éxito
logrará en hablarles significativamente”. Clinebell aseguró: “La única
relación que en verdad es importante, es la relación a las necesidades
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profundas de las personas”. Una mujer le dijo a su aconsejador, “Cada


persona es alguien buscando ayuda”. El pastor tiene que responder a
este clamor, y el no responder es tanto como negar que esas personas
necesitadas son personas.
Jesús sentó el patrón en la parábola del buen samaritano. ¿No es
acaso extraño que de las tres personas que vieron el hombre herido—el
sacerdote, el levita y el samaritano—fuese este último, el que no era
clérigo, el único que hizo algo por él? Es triste que el sacerdote y el
levita estuvieran tan ocupados con su ministerio, (o lo que fuera) como
para servir. Se ha dicho que “pretendemos amar a todos, y al
generalizar nuestro amor para todos, dejamos de captar la relación de
tú y yo. En vez de la intensidad de una relación que hace algo por
alguien, hemos aceptado el pobre substituto de darnos la mano con
alegría y de hacernos amigos e influir en la gente.”
En su evangelio, San Marcos afirma que quien quiera una
posición prominente tiene que ser el esclavo de todos, y recalca el
argumento recordándonos que nuestro Señor “no vino para ser servido,
sino para servir” (Marcos 10:45).
En conclusión, debemos reafirmar que el ministerio pastoral descansa
sobre esta trinidad de premisas: (1) Es de Dios; (2) por el Espíritu Santo;
(3) Es para su pueblo. Dejemos afuera el “de Dios” y el ministerio se
convertirá en una decisión vocacional en lugar de un llamamiento.
Quitemos el “por el Espíritu” y el ministerio será una actuación
humanitaria. Quitemos el “para el pueblo” y el ministerio se convertirá
en una manipulación, no en una mediación.

EL LUGAR DEL ACONSEJAMIENTO EN EL MINISTERIO PASTORAL

Por ser el ministerio pastoral lo que es, el ministro tiene que


enfocar todo, en vez de ser un especialista. Cuando el pastor principia a
“especializar” cualquier aspecto del ministerio, tal vez los otros aspectos
de su trabajo sufran. El pastor contemporáneo tiene que orar, estudiar,
predicar, enseñar, planear, organizar, visitar, administrar, aconsejar,
amén de miles de responsabilidades diversas. Las labores pastorales
son tantas y tan diferentes que sería indeseable e imprudente que el
ministro omitiera alguna o le diera poca atención a otra.
El pastor tiene que aprender a organizar su tiempo para que una
actividad no absorba demasiado de su tiempo. Los pastores que escogen
especializarse en una sola función de su ministerio carecen de una
percepción adecuada del ministerio pastoral. La cosa más cercana a

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una especialidad en el trabajo pastoral sería predicar, pero aún este


objetivo valioso tiene sus peligros. Los pastores pueden dedicar a tal
grado su tiempo y atención en preparar sus sermones que se encierren
como ermitaños alejados de su pueblo. Un pastor que no está en
constante contacto con sus ovejas no es un pastor.
Aconsejar es una parte importante del ministerio pero no es todo.
El pastor que dedica mucho tiempo aconsejando no sólo tiene una falta
de comprensión de su ministerio pastoral, sino una evaluación impropia
de su técnica de aconsejar. Algunos que se creen muy buenos
consejeros quizá ni merezcan esta auto-evaluación, que los hace
dedicarse tanto al aconsejamiento para compensar su deficiencia en
otras labores pastorales. “Anuncian” su ministerio de consejo, lo que
resulta en una carga siempre en aumento. Esto “justifica” —ante sus
ojos— que no le dan el debido tiempo y atención a otras labores del
pastorado.
La mayoría de los pastores tienen tanta oportunidad de aconsejar
como ellos quieran, o necesiten, sin titularse como “especialistas” en
este campo. Una gran desventaja de dedicar demasiado tiempo al
aconsejamiento es que absorbe demasiado tiempo y energías del pastor
para unos cuantos de sus feligreses, al grado que no puede rendir
servicios adecuadamente a los demás. Si unos cuantos feligreses
demandan continuamente una cantidad excesiva del tiempo del pastor,
es casi seguro que la iglesia sufrirá en lo general mientras solamente
unos cuantos reciben ayuda. Es mejor ser conocido como un pastor que
aconseja, antes que como un consejero que pastorea. Alguien ha
contado las veces que el Nuevo Testamento informa que Jesús actuó
como consejero, y encontró sólo 35. Sin embargo, Jesús se destacó
como el Predicador y Maestro. El pastor contemporáneo no puede ser
mejor.
Si bien es posible que un pastor gaste demasiado tiempo en
aconsejar, también es cierto que algunos lo menosprecian, cosa que les
hace evitar tantas situaciones de consejo como pueden. A algunos
pastores les repugna aconsejar, razonando que si los feligreses tuvieran
una experiencia religiosa adecuada, el consejo no sería necesario.
Algunos tienen desconfianza de ellos mismos en este campo y tienen
miedo de meterse en estas relaciones con sus gentes. Algunos tienen
miedo de las crudas realidades de la vida que posiblemente descubran
así, y por eso titubean en meterse en las experiencias de
aconsejamiento en manera formal.
El altar y el sofá. Algunos pastores, particularmente los de
carácter conservador, no pueden ver la relación entre el altar, y la silla o

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el sofá, en el proceso de consejo. Creen que la necesidad de aconsejar


niega lo que puede suceder y sucede en el altar de la oración. En un
sentido amplio, muchos creen que el altar es el símbolo de la teología
conservadora, mientras que la silla de consejo es el símbolo de la
teología liberal. Pero esta es una caracterización innecesaria y falsa que
resulta en una desagradable polaridad. En realidad el altar y la silla de
consejo no se oponen mutuamente: más bien se complementan.
Muchas personas cuyo arrepentimiento es real, cuya consagración es
definitiva y cuyo servicio cristiano y testimonio son indubitables, toda-
vía necesitan hacer decisiones en una situación de consejo. Tanto el
pastor que se da cuenta de esto, como el feligrés que no se siente
amenazado por ello, se sienten en libertad de poner sus energías en
libertad para la búsqueda de respuestas a estos problemas, sin sentir
que esto sea una negación de la fe del laico, una admisión de
inefectividad del ministro o un insulto a la tradición teológica de ambos.

Desventajas en un énfasis exagerado al aconsejamiento:

1.            Limita el ministerio del pastor a unos cuantos, cuando


los muchos lo necesitan.
2.            Les da a los feligreses neuróticos demasiada opor-
tunidad de recibir la atención que ellos quieren, en lugar de hacer los
cambios que necesitan.
3.            Evita que el pastor se dedique a otras labores pas-
torales que tienen igual o más importancia.

Desventajas de descuidar esta actividad:

1.            Impide que los feligreses reciban la ayuda que necesitan


en el consejo pastoral.
2.            Aísla al pastor de las crudas realidades de la vida que
sus feligreses experimentan.
3.            Impide el desarrollo de una relación interpersonal entre
el pastor y su gente, la cual puede resultar de la relación de consejo.

Normas de guía para el pastor:

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El pastor puede mantener su aconsejamiento ministerial en


perspectiva adecuada en la forma siguiente:
1.            Manteniéndose al tanto de todas sus responsabilidades,
para que no deje que su tiempo se consuma solamente en actividades
de consejo.
2.            Limitando cada entrevista de consejo, a una hora como
máximo, excepto en casos muy raros.
3.            Espaciando las entrevistas con cada persona una vez a
la semana, para que los feligreses tengan tiempo de aplicar a sus
problemas la penetración y aprendizaje de las entrevistas anteriores.
4.            Reconociendo que muchos neuróticos buscan atención,
y no necesariamente encontrar la solución de sus problemas.
5.            Recomendando a sus feligreses a otras personas o
agencias cuando sus problemas estén más allá de su competencia.

ACONSEJANDO Y PREDICANDO

Generalmente hablando, el predicador puede hacer tres cosas


relacionadas con el consejo: (1) puede cerrar la puerta; (2) puede abrirle
la puerta a esta actividad; y (3) puede reducir la necesidad para
aconsejar.
Hay dos factores que determinan si la predicación abre o cierra la
puerta al aconsejamiento: (1) la actitud del pastor, y (2) el contenido de
su predicación. La actitud del pastor que se proyecta en su predicación
determina en gran parte la cantidad de consejo que él dará. Si en su
predicación su actitud es dura, fría, y propensa a criticar, sus oyentes
inmediatamente sentirán que él no es la clase de persona a quien ellos
pueden comunicarle los aspectos más íntimos de sus vidas. (Por
supuesto, la actitud del pastor se revela en sus relaciones, además de la
predicación, pero en ninguna más claramente que en ésta). Si por el
otro lado, su predicación revela simpatía, ternura y entendimiento, sus
feligreses sentirán que pueden hablarle sobre cualquier clase de
problema, sabiendo que él los aceptará. Lamentablemente, algunos
pastores comparan la amabilidad con la debilidad y sienten que esta
actitud es una negación de las demandas del evangelio. Sin embargo,
un examen de la predicación de Jesús desvanecerá esta creencia porque
el Nuevo Testamento claramente deja ver que la verdad más cortante es
el amor.

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El contenido de la predicación tiene la tendencia de determinar la


cantidad de consejo que dará el pastor a su feligrés. Si la predicación es
severa y crítica (sobre la ley) alejará a los feligreses del pastor; si es
compasiva (llena de gracia) los unirá a él. Jackson dice:

Cuando sus palabras desde el púlpito son


evidentemente el esfuerzo de un pastor que está
consciente de las personas, para mediar el amor
saludable de Dios, él abrirá las puertas del corazón
de las gentes, a la vez que las puertas del cuarto de
consulta. Porque la predicación efectiva siempre será
una invitación a ir más allá en la exploración de las
necesidades personales.

La predicación puede eliminar la necesidad de muchas


situaciones de consejo, al ministrar propiamente a las necesidades
personales con los recursos del amor y la gracia de Dios. La mejor clase
de predicación demuestra como la zafia entre la debilidad de la
humanidad y las normas de la Deidad pueden salvarse por el puente de
la gracia. Así que la predicación es tanto una confrontación como una
mediación que son dos elementos presentes en una relación consejera
sana.
Esto no quiere decir que la predicación puede eliminar la
necesidad de todo consejo. Sólo quiere decir que la clase de problemas
que pueden ser resueltos por la predicación deben ser resueltos de ese
modo.

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Capítulo Nº 5

Las Té cnicas de Aconsejar


INTRODUCCIÓN
El pastor-consejero no necesita “entregarse” a ninguna teoría,
escuelas o punto de vista respecto al aconsejamiento. No hay una sola
teoría que haya probado ser efectiva en todas las situaciones o siquiera
en tipos específicos de situaciones. Es por eso que no hay un método
“correcto” para aconsejar. Realmente muchas maneras de abordar el
asunto y teorías pueden ser correctas, es decir, tal vez resulten efectivas
en ciertas situaciones, mientras que en otros casos aparentemente no
hay teoría o tratamiento que dé resultados satisfactorios.
Al estudiar la literatura sobre el aconsejamiento, resulta aparente
que hay un amplio campo de teorías de las cuales se puede escoger. El
consejero vehemente tratará de aprender tantos tratamientos como le
sea posible, sabiendo que en ciertas ocasiones necesitará usar una
técnica que no acostumbre usar. Lo más cercano al tratamiento
correcto es aquel que el consejero encontró ser el más efectivo y con el
cual se encuentra más seguro. Así como el mejor pianista usa todo su
teclado al tocar, el pastor debe estar al tanto de todo el teclado de
aconsejamiento y su técnica, para que pueda emplear la porción que
desea usar cuando la necesidad llegue.
El aconsejamiento tiene que ver con el proceso de cambio en el
consultante. Es muy interesante notar que todas las escuelas de

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aconsejamiento tienen el mismo objetivo, de crear cambio en los


consultantes, pero su metodología para lograrlo es muy diferente.

ACONSEJAMIENTO INDIRECTO Y DIRECTO

En términos generales, todos los métodos de consejo se ubican


entre dos extremos: indirectos y directos. El indirecto de abordar el
asunto es el que tiene su centro en el aconsejado, mientras que el
acercamiento directo se centra en el consejero. En el indirecto la
persona se vuelve el centro del proceso de consejo, mientras que en el
acercamiento directo el problema es el centro. En el método indirecto el
énfasis está en aprender, mientras que en el método directo se da el
énfasis a la enseñanza, la que se hace por el consejero.
En la teoría indirecta la base para el cambio descansa en la
comprensión que gana o adquiere del consultante. Sin embargo, en el
punto de vista directo la base del cambio es la razón. La teoría indirecta
pone su énfasis sobre la dimensión de lo afectivo que es la de los
sentimientos y la emoción. En la teoría directa se le da énfasis a lo
cognoscitivo, que tiene que ver con el proceso de percibir y saber. En el
acercamiento indirecto el proceso se hace con el individuo, mientras que
en el acercamiento directo el proceso de consejo es para el individuo.
La actitud del estilo indirecto es democrática mientras que el
estilo directo es la actitud de autoridad. El consejero indirecto indulge
en poca interpretación, en tanto que el consejero directo sí interpreta
mucho. El consejero indirecto asume poca responsabilidad por el tema
de conversación, en tanto que el directo asume mucha responsabilidad
en ello.
El método indirecto de aconsejamiento podría más
adecuadamente llamarse “teoría centralizada en el cliente”. Principió en
1942 cuando Carl Rogers publicó un libro titulado: Counseling and
Psychoterapy. “El Aconsejamiento y la Psicoterapia”. Este libro fue el
intento de Rogers para formular una teoría sobre su propio método psi-
coterapéutico. Como practicante de psicoterapia, consideraba la
entrevista como el centro de origen para la intuición o comprensión (de
su propio problema) que el consejero recibe. Por tanto, el aspecto
importante del aconsejamiento es la naturaleza subjetiva de la
interacción entre cliente y consejero. Rogers nunca ha declarado su
teoría como una realidad, aunque algunos de sus seguidores lo han
hecho. Su teoría ha cambiado y sigue cambiando. Cuando por primera
vez presentó su método indirecto, lo presentó en una forma extrema.

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Sin embargo, desde ese tiempo, él ha cambiado la teoría para incluir


más actividad del consejero en el proceso de aconsejamiento.
Una de las características distintivas del método rogeriano o
indirecto es el concepto del hombre. Rogers cree en el ideal democrático,
es decir, la dignidad, y el valor del individuo. Siente que el hombre tiene
derecho a su opinión propia, a su propio destino, a la libertad y a la
independencia y a dirigirse a sí mismo. Siente que el hombre es
predominantemente una criatura subjetiva que vive en un mundo
objetivo. Cree que en cada persona hay una tendencia hacia la
actualización. Con esto quiere decir que intrínsecamente el hombre
camina hacia el crecimiento, la salud, el ajustamiento, la socialización,
la realización de sí mismo, la independencia y la autonomía. Cree que el
hombre es honrado y es por esto, básicamente bueno. La “maldad” es el
resultado de defensas que separan al hombre de su naturaleza
inherente. Rogers también cree que el hombre es más sabio que su
intelecto. Con esto quiere decir que el hombre cuando funciona a la no-
defensiva (o no en una forma defensiva), lo intuitivo se combina con lo
cognitivo haciendo que el total sea mayor que el pensamiento
consciente solamente.
Rogers cree que el hombre existe en un mundo de cambio de
experiencia del cual él es el centro. Al mundo privado del hombre se le
llama el campo de lo fenomenológico o campo de lo que se experimenta
y sólo el individuo puede conocerlo. El hombre reacciona a su campo tal
como lo experimenta y observa, este campo perceptual es la realidad. La
conducta, como Rogers la ve, es el intento del hombre para satisfacer
sus necesidades tal como las experimentó y observó. El hombre
reacciona no a la realidad, sino a la percepción de la realidad. La
realidad para él, es en efecto, percepciones de la realidad, háyanse
confirmado o no.
Rogers cree que la conducta se entiende mejor desde el punto de
vista de su “cuadro (o estructura) de referencia”. Este término significa
todas las experiencias, sensaciones, percepciones, emociones, y
significados de uno, en cualquier momento dado de conciencia. El
aconsejamiento trata de conocer este cuadro interno de referencia
concentrándose en la realidad subjetiva del aconsejado. Rogers siente
que en este proceso se necesita empatía. Cuando el consejero siente
empatía, ve al aconsejado como una persona. Sin embargo, si ve al
aconsejado desde un cuadro externo de referencias, hay la tendencia de
tratarlo como un objeto.
Rogers cree que la mayoría de la conducta está en armonía con el
concepto de uno mismo. El concepto propio (o auto-concepto) es la vista

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que uno tiene de uno mismo, en relación a otras personas y cosas, El


concepto propio es flexible y cambiable, pero en un momento dado es
una entidad fija. Rogers cree que la falta de adaptación resulta de
maniobras defensivas para hacer que las percepciones de conducta
sean consistentes con el concepto propio.
Rogers habla acerca de lo que él llama incongruencia o
disociación. El cree que esto resulta cuando hay una separación entre
el concepto propio y las experiencias del yo. Esto se origina en la
temprana edad, cuando el niño necesita mucho amor de parte de sus
padres y otros. Este amor de sus padres o de otros es condicional; esto
es, el niño recibe amor si se porta como ellos requieren. Así que, él vive
por valores que no son los de él. Son contrarios a su proceso normal de
evaluar su experiencia. Por tanto, el niño procura actualizar su yo que
es contradictorio o incongruente con los procesos organísticos de su
tendencia a actualizarse. Rogers siente que cuando uno vive por valores
adoptados de otros con la idea de identificarse con ellos, está viviendo
bajo las condiciones de valor. Esto es, se vuelve de valor (vale algo)
cuando hace lo que otros quieren que haga. Esto quiere decir que está
viviendo su vida por los valores de otros, antes que por los valores
suyos.
La teoría centralizada en el cliente sostiene que cuando la
experiencia contradice el concepto de sí mismo, y uno se da cuenta de
ello, existe un estado de ansiedad. En otras palabras, la incongruencia
percibida amenaza el concepto propio y da por resultado la ansiedad.
Así, uno niega la experiencia o se equivoca en su percepción, y la hace
más consistente con el concepto propio. Esto lo protege, pero deforma la
realidad. El cambio resulta al crear condiciones donde hay menos
amenaza y menos necesidad de resistir. Rogers cree que una relación
correlativa (el aconsejamiento) con otra persona puede disminuir la
necesidad de actuar sobre las condiciones de valor y aumentar la
dignidad positiva de uno. La meta importante es relajar, poco a poco,
los límites del concepto propio del cliente, para que pueda asimilar las
experiencias negadas o deformadas. De este modo, el yo se vuelve más
congruente con la experiencia.
Rogers cree que toda persona debe ser una persona que pueda
funcionar completamente. La persona completamente funcional puede
considerarse como una persona idealmente ajustada quien acepta todas
sus experiencias:
Esto es, no demuestra estar a la defensiva, no vive bajo
condiciones de valor, y experimenta un interés positivo incondicional.
Su concepto propio es congruente con su experiencia y él actúa en

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términos de su tendencia actualizadora básica que actualiza el yo. Y al


confrontar situaciones cotidianas, su estructura propia las asimila.
Es aparente que la teoría rogeriana no tiene el respaldo de la
Biblia. El hombre no es, de hecho básicamente bueno. El hombre no es
fidedigno. Esto quiere decir, entonces, que el pastor no puede aplicar
toda la teoría rogeriana. Sin embargo, sí hay muchas intuiciones válidas
y de valor que el método rogeriano le ofrece al pastor. Y aunque no se
pueda decir que la teoría de Rogers acerca del hombre es bíblica, puede
decirse que su teoría del valor de la personalidad humana es bíblica. El
método rogeriano le da un lugar elevado a la personalidad humana.
Pone mucho énfasis sobre el valor de las personas. Por eso, este aspecto
del método rogeriano se usará frecuentemente en el aconsejamiento
pastoral.
En contraste directo con el método indirecto, está el método directo, que
es la forma más vieja de aconsejamiento. Esta es la técnica del consejo
que se ha usado por siglos. En esta técnica, el consejero se vuelve la
figura central, quien posa como una autoridad, alguien que sabe las
respuestas a los problemas de las personas. En esta perspectiva, el
consejero funciona primordialmente como un consejero o dador de
información; toma el papel de maestro. El método directo da por
sentado que el consejero tiene mayor conocimiento, mejor experiencia, e
intuición mayor que el aconsejado. Esto quiere decir que el consejero
tiende a tratar al aconsejado con condescendencia, en vez de en un
plano de igualdad. Tiende a actuar como el especialista que hace el
diagnóstico, y quien afirma que conoce tanto la enfermedad como el
remedio. Hay un sentido en que el consejero directo opera desde una
posición de presunción. Da la apariencia de que tiene las respuestas a
todas las preguntas. Por tanto, solamente necesita una comprensión del
problema para que pueda recetar el remedio.
Se puede ver inmediatamente que en este proceso el consultante
no está muy involucrado. Su más grande actuación como consultante
es describir verbalmente su problema. Una vez que el consejero conoce
el problema, procede a dar el consejo necesario para resolverlo. Muchos
pastores encontrarán fácil, casi natural, participar en esta forma de
aconsejamiento, debido a que la posición del ministro es vista por
muchas personas como una figura de autoridad. Los pastores que están
inseguros encontrarán un gran refugio en esta posición de autoridad.
Les será más fácil hablar condescendientemente a sus feligreses que
trabajar con ellos. Cuando un pastor así habla a su gente, como “desde
un pedestal” a los que están abajo, no está en verdad interesado en
ellos. Esto quiere decir que en realidad no experimenta lo que ellos
experimentan y no entiende completamente lo que ellos sienten. Por eso

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muchas personas rehúsan acudir a su pastor para aconsejamiento. No


quieren que se les predique a quemarropa.
La mayoría del tiempo el pastor estará operando entre los dos
extremos de aconsejamiento indirecto y directo. Al no entregarse
completamente a ningún extremo puede utilizar los valores de ambos
métodos al mismo tiempo que evitar sus limitaciones. Habrá ocasiones
cuando el pastor será muy indirecto. Esto será particularmente cierto
en las fases iniciales de la primera entrevista de consejo con el
individuo, porque es durante este tiempo que el pastor se da cuenta de
lo que su feligrés experimenta. Lo oye contarle sus problemas y procura
introducirse en su estructura de referencia, para poder entender de
lleno sus problemas. Aunque el pastor puede principiar con el método
indirecto en su entrevista de consejo, no es bueno, ni deseable, que
permanezca en ese extremo. Habrá veces cuando le será saludable
volverse un tanto directo, compartiendo sus sentimientos y enseñándole
lo que él piensa que el feligrés debe hacer. Una vez hecho esto, le
convendría tomar una posición media, un acercamiento de cooperación,
en el cual él trabaja con el consultante en resolver el problema
específico. Así que no se trata de escoger una alternativa entre los
métodos directo e indirecto. No tiene que ser “uno u otro”. Esta
desafortunada polaridad ha existido por algún tiempo en el campo de
aconsejamiento, forzando a los consejeros a escoger un método, usarlo
y defenderlo. No hay ya la necesidad de continuar una lucha que de por
sí nunca debió haber principiado.

OTRAS TECNICAS DE ACONSEJAMIENTO

Hay dos categorías amplias de terapia; la orientada a lo emocional


(de los afectos) y la orientada o lo intelectual (cognoscitiva). Hasta hace
poco las terapias orientadas emocionalmente constituían la mayoría de
sistemas psicoterapéuticos. Sin embargo, están emergiendo nuevas for-
mas de terapia intelectualmente orientadas para que el desnivel no sea
tan grande. En esta sección se explicarán brevemente algunas de las
nuevas maneras de abordar el aconsejamiento. El propósito de esta
discusión es enseñarle al pastor algunos métodos de consejo, parte de
los cuales logre emplear en su ministerio de aconsejamiento.
1.            Logoterapia. El originador y principal proponente de
esta teoría es Víctor Frankl. Su teoría puede encontrar-se en sus libros:
Man’s Search for Meaning (La Búsqueda del Hombre por su Identidad),
Psychoterapy and Existencialism (Psicoterapia y Existencialismo), The
Doctor and the Soul (El Doctor y el Alma), y The Will to Meaning (El

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Deseo de Identidad). Esta teoría se centraliza en el concepto del deseo


de ser. Frankl fue prisionero de los nazis en la Segunda Guerra
Mundial, y durante ese período sufrió mucho, y observó a otros sufrir
tanto como él. A Frankl le pareció que muchos de sus compañeros de
prisión murieron porque habían perdido el significado de la vida, aun
bajo esas condiciones adversas.
La logoterapia tiene su raíz en la antropología. El hombre es libre
de tomar cualquier actitud que escoja hacia su situación existencial.
Puede escoger atribuirle o dar significado y valor a cualquier cosa que
confronte. Este “deseo de (hallar) significado” se vuelve la fuerza
motivadora en la existencia humana.
La logoterapia da un lugar muy grande a la dimensión espiritual
del hombre. Es una psicoterapia personalista que intenta causar un
cambio de actitud en una persona hacia su síntoma en vez de tratar
directamente el síntoma. Así que su énfasis es sobre el hombre total.
Aunque Frankl no escribe desde una perspectiva cristiana, el
pastor encontrará que la logoterapia es paralela en un grado
considerable al pensamiento cristiano. Donald F. Tweedie, quien
estudió bajo Frankl, ha procurado poner la logoterapia dentro del marco
de la teología cristiana. El pastor encontrará que los dos libros de
Tweedie Logotherapy and the Christian Faith (Logoterapia y la Fe Cris-
tiana), y The Christian and the Couch (El Cristiano y el Diván) ayudan
mucho y son lectura interesante.
2.            Terapia de integridad. Esta teoría fue originada por O.
Hobart Mowrer, y se puede encontrar en dos libros: The Crisis in
Psychiatry and Religion (La Crisis en la Psiquiatría y la Religión), y The
New Group Therapy (La Nueva Terapia de Grupo). Tiene su centro en
dos campos amplios: culpa e integridad. Desilusionado por la perspec-
tiva freudiana para resolver la culpa, Mowrer, por su experiencia
personal, logró ver que la culpa tiene que resolverse por la confesión. La
terapia de integridad busca el desenvolvimiento de los individuos en
personas responsables, por medio de un sistema de franqueza (diálogo),
confesión y por acción positiva. Asegura que cada individuo es una
persona responsable con un sistema de valores. Cuando se viola este
sistema de valores (conciencia) el resultado es la culpa. La solución de
la culpa no se hace por represión sino por confesión. La confesión lleva
a la restitución.
La terapia de integridad usa mucha terminología cristiana, como
culpa, pecado, confesión y restitución, pero no es en realidad una
terapia cristiana. Sin embargo, John W. Drakeford ha sistematizado la
teoría y la ha puesto dentro de un marco cristiano. Su libro, intitulado:

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Integrity Therapy (Terapia de Integridad) se recomienda a pastores como


ayuda y guía en aconsejar desde este punto de vista, teórico.
3.            Análisis transaccional. Esta teoría originó con Eric
Berne, quien escribió: Transactional Analysis in Psychoterapy (Análisis
Transaccional en Psicoterapia). Esta teoría fue elaborada
posteriormente por Paul MacCormick y Leonard Campos en su libro
pequeño llamado: Introduce Yourself to Transactional Analysis (Conozca
el Análisis Transaccional), y por Thomas Harris en su libro intitulado:
I’m O.K., You’re O.K. (Yo Estoy Bien, y Tú Estás Bien).
La teoría sostiene que hay tres estados del yo, en cada individuo:
(1) el padre, que siente, habla y se porta como su padre lo hizo; (2) el
adulto, el cual clasifica los hechos separándolos de los sentimientos; y
(3) el niño, que siente, habla y se conduce como uno lo hizo cuando era
niño. En cualquier momento dado uno de estos estados del yo, puede
ejercer el control. Las relaciones entre las personas se llaman
transacciones (intercambios) entre personas. Las transacciones pueden
ser intercambios como de adulto a adulto, de adulto a padre, de padre a
padre y de padre a niño. Cuando las líneas de intercambio no se
cruzan, resultan las transacciones simples, esto es cuando el estado del
yo, en una persona, está relacionado y responde al idéntico estado del
yo en otra persona. Transacciones cruzadas es cuando el estado del yo
en una persona, se relaciona y responde a un estado diferente del ego
en otra persona, resultando en una interrupción de comunicaciones.
El pastor encontrará que esta teoría le ayudará mucho al procurar
resolver problemas de matrimonios y de familia, particularmente los
primeros. El mejor uso de esta teoría se hace en el aconsejamiento de
matrimonios por grupo.
4.            Terapia de realidad. Este método lo originó William
Glasser. En 1965, publicó un libro intitulado: Reality Therapy (Terapia
de Realidad), en el que aparece su teoría. Es una protesta contra el
interés de la psicología freudiana en el pasado. La terapia de la realidad
tiene que ver con la realidad del presente y su énfasis sobre una
conducta de responsabilidad. Tiene que ver más con la conducta que
con las actitudes. El fin de la terapia de realidad es capacitar a las
personas a funcionar en una conducta caracterizada por el deseo de
aceptar responsabilidad por sus acciones. La terapia de realidad busca
ayudar a las personas a enfrentarse con la vida tal como es y ayudarles
a enfrentarse a las consecuencias de su propia conducta.
El pastor encontrará que hay mucho en la terapia de realidad que
él puede usar en su trabajo de aconsejamiento. Nos parece que da

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mejores resultados con personas que tienen un fuerte deseo de cambiar


y que tienen suficiente fuerza en su ego para hacerlo.
5.            Terapia racional. Esta terapia fue fundada por Albert
Ellis, pero sus raíces vienen desde el período griego filosófico cientos de
años antes de Cristo. Trata de ayudar a las personas a resolver sus
problemas a través de la razón. Ellis colaboró con Robert Harper y
publicó un libro en 1961 intitulado: A Guide to Rational Living (Guía
para una Vida Racional). Este libro señala los postulados básicos de la
teoría racional. La presuposición básica de la terapia racional es que los
problemas del hombre son el resultado de un pensamiento irracional, y
que sus problemas se podrían evitar y resolverse haciendo que su
conducta esté de acuerdo con la razón. Sostiene que el hombre puede
vivir una vida completa, creadora y emocionalmente satisfactoria,
organizando inteligentemente y disciplinando su manera de pensar.
Aunque este método tiene mucho que ofrecerle al pastor
consejero, la teoría tiene también mucho con lo cual él no puede estar
de acuerdo. Hay cuando menos dos razones para esto: (1) Es una
perspectiva humanística, la cual no deja lugar a la dimensión divina; (2)
niega el poder de las emociones para deformar la razón.

EL PROCESO DEL CONSEJO PASTORAL

Si el ministro quiere ser de verdadero servicio a sus feligreses,


necesita tener un conocimiento completo de las técnicas de consejo. Si
él no está seguro de lo que es el proceso del consejo pastoral, esto irá en
contra de las posibilidades de su éxito. Por eso tiene que estar bien
versado en las técnicas de aconsejamiento, al grado que se sienta como
en “su casa” en el proceso de consejo.
Hay tres factores que afectan la manera en que el ministro aborda
el aconsejamiento: (1) sus actitudes hacia las personas y sus
problemas, (2) su interpretación religiosa del hombre, y (3) su concepto
de sí mismo y su actuación como ministro. Estos factores determinan el
curso y la calidad del proceso de aconsejamiento.
Si el ministro da por sentado que él vale más, que es más
inteligente y que tiene más fuerza moral que sus feligreses, quizás tome
una actitud autoritaria al aconsejar. Tal vez se vea tentado a dar
consejos en vez de lo que es propiamente el aconsejamiento. Quizá
quiera manipular la entrevista haciendo preguntas directas, dando
interpretaciones y ofreciendo soluciones y respuestas de cajón. Carroll
Wise advierte, “El tendrá que confrontar la tentación a demostrar

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verbalmente su conocimiento superior y resolverla en sí mismo. La


mayor razón para esta demostración (de ese conocimiento superior) es
la satisfacción del ego que le da al consejero.” El pastor no debe ser
agresivo, porque hay un daño muy considerable que se le puede hacer
al feligrés al forzarlo, al interrogarlo y al confrontarle con más de lo que
él puede soportar. Forzar al aconsejado a que acepte ciertas
interpretaciones puede crear un ataque y hostilidad.
Según Karl Stolz, “En su connotación más pura, aconsejar es…
una forma de interacción creadora. Es más que un intercambio de
opiniones.” Así que debe ser una empresa de cooperación en que haya
más que sólo hablar; tendrá que ser una transmisión de experiencias en
términos de lo que significan. “Lo importante no es lo que el consejero
hace para el aconsejante; lo importante es lo que pasa entre los dos.”
Esto es el corazón del verdadero consejo. May lo llama la llave al
proceso de aconsejar.
La comunicación es más que la conversación. Las expresiones
faciales, la postura de cuerpo, los gestos y otros tipos de conducta son
también vías de comunicación. El ministro tendrá que saber qué es lo
que le quieren decir aun los gestos silenciosos.
La labor del consejero no es la de interpretar, sino de ayudar al
aconsejado a hacer sus propias interpretaciones. Esto quiere decir que
el consejero tendrá que ser un experto en captar, en intuir, y debe estar
dispuesto a dejar que el aconsejado desarrolle su propia intuición. Wise
llama a la intuición “la meta del aconsejamiento”. A una persona con
sentido de culpabilidad habrá que permitirle encontrar una completa
liberación de ésta al comunicarse con su ministro, quien ha creado una
atmósfera de aceptación y entendimiento. El pastor consejero tendrá
que cuidarse para no dar una seguridad verbal a su aconsejado.
Algunos psicólogos insisten en que estas experiencias de tranquilidad
son realmente expresiones de las propias ansiedades del consejero. La
seguridad “no se trasmite por el consejero, sino que es más bien el
resultado de los dos (consejero y aconsejado) tratando juntos en un
intento de encontrar un sentido más profundo de realidad positiva en
las experiencias del aconsejado.” La tranquilidad viene como un
resultado de compartir una experiencia entre el pastor y su feligrés.
El pastor debe evitar el imponer sus convicciones sobre su
aconsejado. Esto no es conveniente, porque hace que el consejero antes
que el aconsejado sea el punto focal en la situación de aconsejamiento.
Hiltner dice, “Es un error si (el aconsejamiento) se hace en forma de
explotación o de coerción, porque tal acción hará a un lado la dignidad
inherente de la persona. Bonnell lo expresa de este modo: “Toda

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intimidad que se le da al consejero, éste ha de recibirla con espíritu de


plena comprensión. No es su labor ser el juez de la gente.” Deberá
desarrollar una actitud tal que nunca se sorprenda por lo que le digan
en confianza. Bonnell ha dado algunos principios generales para el pas-
tor consejero, que son dignos de consideración:

1.            Pocas personas, ya sean feligreses o


extraños, que vienen a hablar con el
ministro, presentan al principio con
franqueza y claridad la realidad del
propósito de su visita.
2.            Oiga con paciencia al feligrés que ha
venido a hablar con usted.
3.            No acepte el diagnóstico que el
feligrés le exprese a usted de su propio
problema.
4.            Familiarícese con los problemas de
sus feligreses, a fin de desarrollar una
penetración de sus necesidades básicas.
5.            Toda revelación que se le haga a
usted en entrevista personal debe
mantenerse inviolable.

La actitud del ministro hacia sus feligreses debe ser una actitud
de respeto. A medida que ellos aprenden a confiar en él, él también debe
confiar en ellos. Su actitud constante hacia ellos debe revelar que tiene
fe en la humanidad y en el bien que reside en los seres humanos.

FUNCIONES DEL ACONSEJAMIENTO

1.            Escuchar. El consejero debe dejar que la historia del


aconsejado proceda con naturalidad, sin inyectar dominación o coerción
alguna. Cuando el pastor intenta que el problema “nazca mediante una
operación cesárea”, hay la posibilidad de lastimar al paciente. El
nacimiento natural de la historia es más lento, pero ofrece mucho
menos peligro. El aconsejado experimenta una forma de sanidad
mientras relata su historia de acuerdo a su propio paso. A muchas
personas no les es fácil cambiar de su aislamiento a la intimidad.
Cuando el consejero procura acelerar este cambio, aumenta la ansiedad
del aconsejado en lugar de reducirla.

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Cuando el pastor está escuchando bien, es llevado por la corriente


de emociones del aconsejado. Como el hombre que flota en un río que
no es muy profundo, puede dejar que la corriente lo cargue y al mismo
tiempo “tocar el fondo”. Asimismo, él puede sentir las emociones del
aconsejado sin dejar que lo inunden. Puede ser llevado, pero sin ser
dominado por ellas.
Muchas personas no son buenos oyentes. Solamente un
porcentaje pequeño de lo que se dice es escuchado. Sin embargo,
millones están muriéndose (emocionalmente) porque no se les ha
escuchado. Una mujer, frustrada porque su esposo no la escuchaba,
hizo esta dramática declaración: “Ya nadie escucha a nadie”. Ella casi
tenía razón. Nuestro más grande medio de contacto interpersonal es
hablar. Cuando se escucha lo que dice una persona cierta terapia
ocurre; cuando no se le oye, viene la frustración.
El pastor está en posición de ayudar a las personas simplemente
escuchándolas. Lamentablemente muchos pastores no saben escuchar.
Lo cual es fácil de entender, al recordar que su mayor preparación es
para comunicar, no para escuchar. Sus amplios estudios en los campos
bíblicos, teológico e histórico, como también su preparación en muchos
de los campos prácticos, lo equipan a comunicar sus conocimientos a
otros. Ciertamente esto es de vital importancia. Pero aunque su
efectividad en el púlpito depende de su habilidad para comunicar
(comunicar la verdad) mucho de su éxito en la iglesia depende de su
capacidad de escuchar.
Muchos pastores no pueden hacer fácilmente la transición entre
hablar y oír. Al fallar en este particular, impiden o casi destruyen su
éxito al tratar de aconsejar.
Casi las únicas personas que verdaderamente oyen a otros en
nuestra sociedad, son los psiquiatras, los psicólogos y los consejeros, y
a ellos se les paga considerablemente por sus servicios. ¡Oidores
pagados!
El consejo del pastor no puede ser mejor que su información.
Solamente hay una persona que tiene cierta información que el pastor
necesita: el aconsejado. El único modo de recibir esta información es
oyendo. El consejo de Shakespeare, “Dale a cada hombre tu oído, y a
pocos la voz”, se aplica especialmente al pastor consejero. El pastor que
escucha aprende. Cuando un pastor consejero está hablando, el
aconsejado está aprendiendo poco y el pastor no está aprendiendo
nada.
Algunos africanos se expresaron así acerca de un misionero:
“Tiene orejas suaves”. El oído suave puede ser una de las más grandes

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posesiones del pastor consejero. Y aunque estamos de acuerdo en que


el pastor debe tener más que un “oído atento” debe ver el valor de
escuchar, y debe escuchar con exactitud como el fundamento en que
descansa el resto de su arte de aconsejar.
Una mujer se quejó de su esposo con su consejero. “El no oye con
su corazón.” No todos los oidores “sin corazón” se encuentran en los
hogares de los feligreses; algunos están en las oficinas pastorales. El oír
con el corazón permite al pastor oír gemidos silenciosos y ver las
lágrimas invisibles. El arte de escuchar, de un pastor dado, no está
completamente desarrollado sino hasta que no solamente oye lo que se
le dice, sino también lo que no se le dice.
Un error común es el de oír más rápidamente de lo que el
aconsejado está hablando. En esta forma el consejero se adelanta al
aconsejado y principia a derivar conclusiones sobre lo que piensa que el
aconsejado va a decir. El aconsejado sabe que el consejero no “está con
él” y se sentirá frustrado mientras intenta hablar de su problema.
2.            Responder. Ya hemos dicho que escuchar es el fun-
damento sobre el cual descansan todas las técnicas del consejero. Una
de estas técnicas es la de responder. Respondiendo propiamente a su
conversación, el aconsejado siente que su pastor en verdad le ha oído.
Esto sucede cuando el pastor responde a lo que se ha dicho de tal
manera que pueda proyectar lo que siente, al menos en cierto grado,
como el aconsejado siente. A esto se le llama empatía. La empatía se ha
definido como, “Tu dolor en mi corazón”. Sin embargo, la empatía que
uno siente no es suficiente. Debe comunicársele al aconsejado. Esta es
la técnica de responder.
El responder le comunica al aconsejado la idea, “sí, yo sé cómo se
siente” o, “Sí, yo también he estado en esa situación”. Este proceso de
oír y responder puede ser muy terapéutico para el aconsejado. Esto no
quiere decir que todos los problemas se resuelven por el proceso de oír y
responder; pero, quiere decir que esto forma un vínculo entre consejero
y aconsejado, del que puede nacer una relación benéfica. Aconsejar no
es tanto una identificación de mentes como de sensaciones. La función
del aconsejamiento no es lograr que los feligreses se enteren en qué
condición está el pastor; sino saber en qué condición están ellos. Esto
se obtiene principalmente escuchando sus sentimientos y respondiendo
a ellos.
3.            Apoyar. Otra función del consejero es apoyar, término
que aquí usamos con varias definiciones tales como: sostener, llevar el
peso o fuerza, soportar o evitar que uno se hunda. Todas estas
definiciones son aplicables a la actuación del ministro. Muchos vienen a

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su ministro con una carga tan grande que ya no pueden soportar. Su


función es la de ayudar a su feligrés sosteniéndole, elevándole y
evitando que se hunda. Esto no quiere decir que él asume todo el peso y
responsabilidad de los problemas de sus aconsejados. Pero sí que le
ayuda a soportar su carga en tanto que llegan mejores tiempos para
ellos, a través del aconsejamiento y tratando con sus problemas. El
pastor dedicado ayuda con alegría y decisión a llevar esas cargas
porque en verdad le interesan sus feligreses.
4.            Aclarar. Otra función del aconsejamiento es la de
ayudar a aclarar la naturaleza del problema de su feligrés. En muchos
casos esta aclaración se necesita porque el feligrés ha estado tan cerca
de su problema que ha perdido su perspectiva en relación con él. Está
tan hundido en él que no puede verlo objetivamente. Los problemas
profundos evocan emociones profundas que con frecuencia le impiden
al feligrés ver aquello que el pastor puede ver fácilmente. La emotividad
del feligrés afecta negativamente su razón. Se ve impulsado por la
emoción en vez de ser guiado por la razón. Aquí la actuación del pastor
es doble: (1) Reducir la emotividad dejando al feligrés ventilar sus
sentimientos; y (2) aumentar la racionalidad ayudándolo a examinar
con la prueba de la realidad su condición emotiva.
Habrá que obtener la aclaración del problema si se quiere una
adecuada solución. De otro modo el intento del feligrés de resolver su
problema resultará en tomar un camino incierto hacia un destino
indefinido.
5.            Interpretar. Este es un proyecto combinado del pastor y
el feligrés. Incluye tener un entendimiento de lo que es el problema, qué
lo ha causado, cómo ha afectado al aconsejado, y qué dirección general
habrá que tomar hacia su solución. Esta es una etapa crucial en el
proceso de aconsejamiento.
6.            Formular. Esta función del aconsejamiento consiste en
ayudar al feligrés en la formulación de una solución de su problema.
Este proceso será doble: (1) Una formulación de actitud, y (2) una
formulación de acción. La formulación de actitud incluirá un nuevo
modo de reacción y conducta. Debe haber un cambio de actitud antes
de que haya un cambio de acción. El cambio de actitud es intrapersonal
en naturaleza mientras que el cambio de conducta es generalmente
interpersonal.
Hay que señalar que en la función de formulación, el papel del
pastor es el de ayudar. Tiene que darse cuenta de que es problema del
feligrés y no de él; por tanto el feligrés mismo tiene que formular la
solución del problema, con la ayuda del pastor. Ocasionalmente, es

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posible que la solución propuesta a cierto problema sea principalmente


el trabajo del pastor, pero el feligrés tiene que aceptarlo como “suyo
propio” en el sentido de que ve la validez de él y esté dispuesto a
utilizarlo. Así lo adopta y se convierte en suyo.
El pastor tiene que evitar la práctica de andar dando recetas como
soluciones a los problemas de sus feligreses. Esta manera de abordar
los asuntos niega la validez de una perspectiva de cooperación, y tiende
a facilitar que el pastor imponga planes de afuera antes que permitir
que aparezcan del fondo mismo de la relación de consejo.
7.            Guiar. La última función del pastor consejero es la de
guiar al feligrés hacia una meta, usando el mapa que fue creado
durante el proceso de formulación. En los primeros escalones del viaje
del feligrés, tal vez el pastor tendrá que estar muy activo en su
actuación como guía. A medida que su feligrés progresa hacia su meta,
el pastor tomará menos parte hasta que finalmente su ayuda no será
necesaria.
Y siendo que su meta final para sus feligreses es el crecimiento, la
madurez y la totalidad, el pastor consejero está buscando siempre cómo
perder su trabajo a base de solucionar el problema. Esto es, tal es el
cambio operado en sus feligreses, que ya el pastor no es necesitado del
mismo modo que lo necesitaban cuando estaban en crisis.

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Capítulo Nº 6

La Entrevista de Aconsejamiento

LA NATURALEZA DE LA ENTREVISTA

El pastor debe tratar de recabar tanta información como sea


posible de su aconsejado y de su problema. Esto se hace
primordialmente en una entrevista. La técnica de la entrevista es ya
vieja, pero no conocemos una técnica más fundamental y valiosa. Por
cuanto uno de los más grandes propósitos de la entrevista de consejo es
ayudar al aconsejado a desarrollar mejores planes para el futuro, es
importante que el pastor se dé cuenta de que en efecto, está ayudando a
modelar el futuro de sus aconsejados. Tendrá que darle mucha atención
a cómo se relaciona él mismo con la tarea de la entrevista, dándose
cuenta de que ésta afectará las acciones futuras de su feligrés.
Paterson, Schneidler y Williamson dicen:

La entrevista continúa siendo el aspecto más


subjetivo del procedimiento en diagnosticar. Sin
embargo, a pesar de sus limitaciones, es un paso
indispensable en el programa de guiar. Su propósito
es triple. Incluye el reunir todos los hechos

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pertinentes disponibles, hacer un diagnóstico sobre


la base en la evidencia y formular un plan apropiado
de acción de acuerdo con el diagnóstico.

La entrevista, en su estado más refinado, es semejante al arte—


una destreza desarrollada del entrevistador, la cual se manifestará en
su forma diestra de escuchar, de observar y de hablar.
Generalmente, es mejor que el pastor le dé a su aconsejado un
poco de tiempo para que se oriente a la relación de consejo antes de
principiar a hablar de su problema. Esto se puede obtener principiando
la entrevista con una referencia acerca del juego de pelota reciente, o
haciendo una observación acerca del tiempo, o hablando sobre alguna
cosa de interés o algún pasatiempo del feligrés. Este elemento de la
entrevista no debe tomar mucho tiempo; así que después de darle
atención breve al tema introductorio, la entrevista debería proceder
lenta y naturalmente al problema que confronta el aconsejado.
El pastor consejero principiante debe tener cuidado de no dar por
hecho que el problema presentado (la expresión inicial del problema) es
en verdad el problema o que es todo el problema. Algunas veces el
consultante usa el problema, tal como él lo presenta para examinar al
consejero. En estos casos puede ser un intento premeditado de ver
cómo reacciona el pastor, o también puede ser una manera del feligrés
para ver cómo responde el pastor. A veces, el problema presentado es
un intento premeditado para esconder del pastor un problema más
profundo. Sin embargo, en la mayoría de los casos no es intencional,
sino inconsciente.
El pastor necesita saber que el problema expuesto quizá sea como
una montaña flotante de hielo, de la que sólo una séptima parte está al
descubierto y las otras seis séptimas partes están sumergidas. Si el
pastor ataca el problema tal como se presenta al principio nunca
confrontará el problema completo. Cuando pasa esto, el feligrés se irá
todavía frustrado y el pastor creerá falsamente que ya resolvió el
problema.
Es importante darle al aconsejado todo el tiempo que necesite.
Esto permitirá expresar completamente su problema y en el proceso,
proveerá un descanso emocional necesario. Si se le permite al
aconsejado esta clase de expresión libre, él sentirá que el pastor no lo
está forzando. Esto también le ayudará a sentir que puede confiarle. Si
lo está apurando o forzando, el aconsejado quizá se calle y el problema
no sólo no se resolverá sino que se hará más profundo. Si el aconsejado
cae en un período de silencio, el pastor no debe alarmarse o
preocuparse por la falta de progreso. Muchos escritores han dicho que

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este silencio puede ser un modo de forzar el problema a que salga a la


superficie. Por tanto, los períodos de silencio, y los momentos que le
siguen inmediatamente, pueden ser una parte muy significativa de la
entrevista.
Una vez que el problema ha sido adecuadamente presentado y los
dos están convencidos que es el verdadero problema, pueden trabajar
juntos hacia la solución. La técnica básica que se necesita en el
consejero es la capacidad de hacer preguntas pertinentes y con sentido,
cuyas respuestas den las causas del problema del aconsejado. La
entrevista tiene que tener una meta. “Si queremos lograr mucho, se
necesitará una clasificación de los objetivos, de otra manera la
entrevista caerá en un período de conversación inútil.”
Hacia el final de la entrevista, es conveniente y necesario un
resumen del progreso adquirido. Este resumen será iniciado y dirigido
por el pastor, pero en realidad hecho por el aconsejado. Esto dará
mayor claridad a ambos sobre lo que se ha hecho y lo que falta por
hacer.
Shostrom y Brammer sienten que la parte más importante de la
entrevista es la etapa de hacer síntesis. Esta etapa es la que cristaliza
toda la información recibida en la entrevista en un plan de acción
definido. Erickson está de acuerdo, y añade que el aconsejado debe irse
con algunos planes para acción y con alguna decisión de llevar a cabo
estos planes en su programa de acción. El aconsejado debe irse con un
sentido de satisfacción sabiendo que su consejero lo ha ayudado, tanto
a ver su problema objetivamente como a encontrar la solución.
Erickson concibe la técnica de la entrevista como un servicio
profesional muy delicado. Esta técnica se obtiene solamente con un
cuidadoso estudio y mucha experiencia. El pastor necesita desarrollar
flexibilidad y como las personas son distintas, también las técnicas de
la entrevista serán distintas. El consejero que desarrolla esta cualidad
de adaptación (a la diversidad de situaciones) habrá dominado su
problema principal en su entrevista de éxito.
Hahn y MacLean dicen: “A pesar de que la entrevista es tan
antigua en la historia profesional, ha sido sujeta relativamente a poca
investigación de tipo crucial.” Con el desarrollo continuo en la
investigación y metodología de la entrevista, tal vez esta información
abrirá áreas desconocidas e inexploradas hasta ahora en el campo de
aconsejamiento, que ayudará inmensamente al pastor en su función de
ministerio de aconsejamiento.

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EL LUGAR PARA CONSEJO

Aunque el sitio para el aconsejamiento es un asunto importante,


no es de primordial importancia. Mucho se ha escrito acerca del lugar
ideal, dando al lector la impresión de que si no se puede conseguir lo
ideal, la relación de consejo no podrá ser efectiva. Aunque el ideal es de
desearse, está muy lejos de ser lo necesario. Hay dos factores
primordiales que recordar: (1) debe haber una situación privada hasta
lo máximo posible, un “máximo de aislamiento” y (2) debe haber un
mínimo de interrupción. “El máximo de aislamiento” quiere decir que
las cosas que se están discutiendo, las oyen solamente el consejero y el
aconsejado. “El mínimo de interrupción” quiere decir que el proceso de
aconsejamiento debe proceder sin intrusiones abruptas que hagan
difícil para el aconsejado hablar libremente y para el consejero escuchar
libremente.
Es posible establecer una relación de consejo en varios lugares,
como el estudio del pastor o en otra parte del templo, en la casa del
aconsejado o del pastor, en un automóvil, en un restaurante o en el
campo.
1.            En el estudio. De acuerdo a las dos consideraciones
arriba mencionadas, es posible que el mejor lugar para el
aconsejamiento sea el cuarto de estudio del pastor. Aunque no hay
garantía de que éste ofrezca un máximo de aislamiento y un mínimo de
interrupciones, la posibilidad de ambos factores allí es mayor que en
cualquier otro lugar debido al factor de control.
Si un visitante llama a la puerta, el pastor puede tratar el asunto
en unos cuantos segundos o, si no, simplemente decir: “Estoy en
conferencia en este momento. ¿Podríamos hablar después?” Del mismo
modo, si su teléfono suena durante la entrevista de consejo, esa
interrupción se puede resolver rápidamente. En los casos en que tiene
secretaria, ésta puede interceptar a los visitantes y las llamadas por
teléfono, para que el proceso de aconsejamiento continúe en completo
aislamiento y sin interrupciones.
2.            En la iglesia. El consejo pastoral se puede hacer en la
iglesia misma, pero hay siempre la posibilidad de ser interrumpido por
una maestra que llegue a arreglar su cuarto para la próxima lección del
domingo, o la organista o pianista que viene a practicar, el conserje a
hacer sus faenas, o un repartidor que trae los materiales de la iglesia.
Por el otro lado, el feligrés siente que otras gentes, además del pastor
están oyéndolo, por cuanto está en un edificio público, abierto a
cualquiera y en cualquier tiempo.

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3.            En el hogar. El consejo pastoral se puede hacer en el


hogar del feligrés, pero aquí también hay las posibilidades de falta de
aislamiento y de interrupciones. En cualquier momento pueden llegar
otros miembros de la familia, o puede sonar el teléfono o un vecino
llegará de visita, o un vendedor llamará a la puerta. Donde hay niños
pequeños se vuelve extremadamente difícil para una relación de consejo
sin interrupciones.
4.            En la casa pastoral. Esta ofrece un lugar posible para la
entrevista de consejo, pero muchas personas no quieren ir allí,
particularmente las mujeres, porque sienten que están entrando en el
dominio privado de otra mujer. Además, si se han de discutir asuntos
que debe saber solamente el pastor, el feligrés quizá no se sienta libre
para “explayarse completamente” aún si los miembros de la familia del
pastor no están en el cuarto, sino en otras partes de la casa.
5.            En un automóvil. El aconsejamiento se puede hacer
también en un automóvil, pero no ofrece el mejor lugar para una buena
relación de consejo. Se está a la vista de todos y las posibilidades de
interrupción son enormes. Además, estos lugares de consejo son
adecuados solamente a miembros del mismo sexo del pastor pues de
otro modo creará sospecha, reflejando dudas sobre el carácter del
pastor y del feligrés.
6.            En un restaurante. El consejo pastoral puede hacerse en
un restaurante, o en otro edificio público, pero hay desventajas grandes
en hacerlo, precisamente por las razones ya mencionadas.
7.            En un campo. Mucho se ha dicho en favor de dar
consejo pastoral cuando el pastor va de cacería o de pesca o en alguna
otra clase de excursión con alguno de sus adultos o jóvenes.
Generalmente, el consejo puede continuar con calma bajo las
condiciones de aislamiento e intimidad. Sabio es el pastor que pueda
convertir un tiempo de placer en una actividad genuina de relación de
ayuda a sus feligreses.

FACTORES FISICOS

Suponiendo que el pastor elija hacer la mayoría de sus consultas


en su estudio, puede lograr mucho a muy poco costo, para que el lugar
de consejo sea agradable. Si el pastor participa de la construcción y los
planes de su estudio, debe darle atención a varias cosas: (1) la puerta
del estudio debe ser puesta de modo que al abrirse, no revele al
consultante que está dentro; y (2) el cuarto debe estar a prueba de

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ruido de ser posible, (con alfombras y cortinas, si se puede); (3) no debe


ser ni muy grande, ni muy pequeño; (4) y debe arreglarse de tal manera
que el pastor pueda sentarse en otro lugar que no sea atrás de su
escritorio durante la consulta; (5) las sillas deben ponerse de modo que
ni el pastor ni el feligrés tengan enfrente la luz del sol; (6) la iluminación
debe ser un poco baja y arreglada para que ni al pastor ni al feligrés les
dé directamente; y (7) el estudio debe tener una entrada fácilmente
identificada y accesible desde la calle. Si la iglesia tiene secretaria y una
oficina para ella, la oficina debe estar situada de tal manera que sea un
cuarto de recepción para el estudio del pastor.
El pastor debe darle atención también a las sillas en las que sus
consultantes se sentarán. Deben ser cómodas, de preferencia con
brazos, y un tanto erectas y rígidas.
La oficina o estudio debe estar en orden y limpio. El escritorio del
pastor debe estar limpio de papeles, cartas y libros para que el feligrés
no sienta que está interrumpiendo el “trabajo” del pastor. (El aconsejar
es su trabajo como cualquier otra cosa que él haga). En fin, el estudio
debe estar bien arreglado y amueblado, la atención del pastor y su
actitud deben ser tales como para sugerirle al feligrés que es bienvenido
y que tiene “derecho” a una entrevista de consejo.

FACTORES PSICOLOGICOS

Si ha de obtenerse una relación en las situaciones de


aconsejamiento, el pastor debe darse cuenta de los factores psicológicos
presentes en la relación de consejo. El pastor debe recordar que en
muchos casos el consultante viene con timidez. Esto tal vez sea una
característica de su personalidad, o a un sentido de temor, o a la falta
de información sobre “lo que le pasará” o “qué será lo que el pastor
hará”. Quizás sea sólo cuestión de vergüenza debido a que, en realidad,
el hecho de que está aquí ante el pastor, es evidencia de su incapacidad
para enfrentarse a su problema. Estos elementos deben enseñarle al
pastor la necesidad de crear una condición de amistad y sin
restricciones que reduzcan la tensión, el temor y la ansiedad del
feligrés.
Cuando dos personas se encuentran por primera vez, formulan su
propia opinión la una de la otra, opiniones que son alteradas o
aprobadas más tarde. Si en la reunión inicial el aconsejado forma
opiniones contrarias, el proceso de consejo irá más lento hasta que se
establezca una relación de trabajo. Le será de ayuda al consejero

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examinarse el mismo al principio de cada entrevista para que haya el


mínimo de obstáculos de opinión.
El feligrés debe recibir la impresión de que su problema es el
trabajo más importante, y el único trabajo del consejero en este
momento. Esto le ayudará a entrar en un intercambio saludable de
ideas y pensamientos. Hahn y MacLean ven el establecimiento de
relación* como una responsabilidad mutua del consultante y del
consejero.
Dicen:

De parte del consultante incluye el desarrollo


de un sentido de quietud nacido de una confianza
creciente en la competencia, interés, conocimiento y
destreza del consejero, y en un sentido de libertad
para revelar tantos eventos y hechos como
emociones. De parte del consejero significa tratar al
consultante como un adulto responsable y ser
considerado en cuanto a sus actitudes y
sentimientos.

La mayoría de los pastores no consideran necesario tomar notas


durante la sesión de consejo. Aunque esto se hace regularmente en las
clínicas o centros de aconsejamiento, no se recomienda a los pastores
consejeros. Esto es por varias razones; (1) la mayoría de pastores
consejeros conocen a sus feligreses y sus problemas tan bien, que no
necesitan tomar notas, (2) algunos feligreses no quieren que sus
pastores conserven los aspectos íntimos de sus vidas en forma escrita;
y, (3) el tomar notas puede distraer tanto al pastor como al feligrés. Sin
embargo, si el aconsejamiento del pastor es mucho y variado, y su
memoria es tan raquítica, que crea necesario tomar notas durante la
entrevista, puede hacerlo pero sin intentar hacerlo “a escondidas” del
consultante.
En muchos casos el pastor puede escribir sus datos después de la
entrevista, evitando así los aspectos negativos de tomar notas ya
mencionadas. Cuando se toman notas de una entrevista, el pastor debe
conservarlas cuidadosamente, y estar seguro de que él es el único que
tendrá acceso a ellas, excepto cuando tenga la aprobación escrita de la
persona implicada para su divulgación.
Lo que se ha dicho acerca de tomar notas también se puede decir
acerca de cintas grabadas en una entrevista. Muchos pastores no
considerarán necesario o conveniente el conservar sus entrevistas en
cintas. Sin embargo, si algún pastor lo hace, debe hacerlo sólo con el

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conocimiento y consentimiento del feligrés y debe tenerse un gran


cuidado de conservar la anonimidad y el secreto del individuo.
Aunque el lugar de consulta es importante, es necesario que se
entienda que la cosa más importante es la relación de consejo. Si la
relación entre el pastor y el feligrés es fuerte y positiva, puede
celebrarse una sesión fructífera aún en las circunstancias más
adversas. Por el otro lado, si la relación no está caracterizada por un
entendimiento franco de relación y confianza, el resultado será de muy
poco valor aunque la consulta se lleve a cabo en un lugar ideal. Aunque
el pastor no logre hacer su aconsejamiento bajo condiciones ideales,
siempre puede crear un clima de interés, y esta es la circunstancia que
de veras importa.

LO QUE NO SE SABE ACERCA DE ACONSEJAR

Aunque hay muchas cosas que sabemos acerca de aconsejar, hay


algunas cosas que no sabemos. Estas son algunas de ellas:
1.            No sabemos exactamente qué es lo que ayuda a las
personas a resolver sus problemas. Estamos seguros que no es la
técnica que el consejero usa. A medida que uno lee la literatura de
aconsejamiento y aprende los varios estilos y técnicas que se están
empleando, se puede ver que hay un amplio campo de métodos. La
mejor deducción a la que uno puede llegar es que la razón por la cual la
persona recibe ayuda es la relación que ella establece con el consejero.
La mayoría de libros sobre este campo que uno lee afirmará esto, pero
debe señalarse que esto no puede probarse científicamente.
2.            No se sabe por qué la persona cambia. Es probable que
sus heridas lo fuercen a buscar una existencia caracterizada por menos
dolor y más placer. Esto parece ser una deducción válida, pero es sólo
una suposición.
3.            Tampoco se sabe cómo la persona cambia. ¿Hay
alguna forma de mecánica de cambio que reside en el interior de la
persona? A esto, tampoco encontramos respuesta.
4.            Y no se sabe si debemos abordar un caso dado
primordialmente mediante una modificación de la conducta o por una
modificación del medio ambiente. Aunque en muchos casos será
necesario el cambio de los dos, el problema es saber cuál de éstos debe

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seguirse primero y en qué área recibirá la mayor atención durante el


proceso de aconsejamiento.
5.            No se sabe por adelantado qué tan directo o indirecto
debe ser el consejero en un caso dado. La literatura de este campo
sugiere que las personas jóvenes, los menos maduros y con menos
conocimientos recibirán mejor ayuda por un aconsejamiento más
directo, en tanto que una persona de más edad, madurez o educación,
responderá mejor al método indirecto. Sin embargo, todo consejero con
experiencia sabe que esta teoría no siempre da buen resultado. Esto
quiere decir, entonces, que la relación precede a la técnica y que la
sesión de consejo misma dictará cuál es la mejor técnica, con una
persona dada en un tiempo dado.
6.            No se sabe si hay una correlación directa entre la
cantidad y el tipo de preparación del consejero y su éxito en el consejo.
Por supuesto, se cree que hay tal correlación directa, y este libro ha
sugerido que tal correlación existe. Sin embargo, no hay una verdadera
forma de probar que sea así. Los estudios han demostrado que han
obtenido mucho éxito esas personas designadas como “consejeros
laicos”, cuya preparación es limitada.
Por cuanto hay tanto que no se sabe acerca del aconsejamiento, la
empresa debe abordarse con mucha modestia. No debemos aferrarnos a
opiniones preconcebidas; al contrario, uno debe estar dispuesto a
despojarse de ellas en cualquier tiempo cuando la evidencia haya
demostrado que no son correctas.

ALGUNAS COSAS QUE EL PASTOR CONSEJERO NO DEBE HACER

1.            No apure al consultante.


2.            No pida inmediatamente una aclaración en algún punto
si el consultante está hablando libremente. El asunto puede aclararse
después.
3.            No dé por hecho que la razón es más fuerte que la
emoción en la persona que está pasando por una crisis.
4.            No busque información que no es necesaria o que no
será usada.
5.            No se muestre escandalizado con ningún problema que
se le presente.

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6.            Procure no probarle al consultante que él está correcto


o equivocado.
7.            No intente forzar al consultante a que acepte ciertos
valores éticos o morales.
8.            No dé por sentado ni diga que usted sabe la solución de
todos los problemas que le traigan.
9.            No dé por sentado que se espera que usted sepa la
solución de cada problema que le presentan.
10.          No tenga miedo de recomendar al consultante algún
consejero profesional si usted no puede ayudarle.

ALGUNAS COSAS QUE EL PASTOR CONSEJERO DEBE HACER


1.            Recuerde que el consultante le ha ofrecido una
invitación de intimidad que requiere que usted aborde su problema con
tanto tacto y competencia como se pueda.
2.            Reconozca que usted nunca debe traicionar la confianza
que ha depositado esa persona en usted.
3.            Debe ser comprensivo, compasivo, e interesado en el
consultante.
4.            Escuche mucho y hable poco.
5.            Debe estar atento a lo que se dice y a lo que no se ha
dicho.
6.            Recuerde que la frustración de su feligrés ha causado
en él una subjetividad que tiene que ser diluida por la objetividad de
usted.
7.            Usted debe creer que su consultante es normal hasta
que se convenza de que no lo es.
8.            Debe creer en la capacidad de usted de ayudarlo hasta
que se compruebe lo opuesto.
9.            Busque conceptos torcidos acerca de Dios que su
consultante pudiera tener.
10.          Mantenga un punto de vista bíblico del hombre.
11.          Debe estar alerta de los medios divinos que tanto usted
como su consultante pueden usar.

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Capítulo Nº 7

Principios Bíblicos del Arte de


Aconsejar
1. AMPLIANDO NUESTRA VISIÓN

La mayoría de la gente tiene problemas. Hay personas que no se llevan


bien con sus maridos o con sus esposas; otras están abrumadas por
problemas de dinero o de educación de los hijos; otras sufren depresión
nerviosa; otras sienten una especie de vacío interior que les impide
realizarse; hay en fin otras esclavizadas por el alcohol o por el sexo. No
hay suficientes consejeros profesionales para dar abasto con tantos
problemas. Y aunque los hubiera, son relativamente pocas las personas
con dinero y paciencia suficientes para aguantar las caras y lentas
series de sesiones que a menudo exigen los tradicionales métodos de
esta clase de psicoterapia profesional. Además, es preciso admitir que el
porcentaje de éxitos por parte de psicólogos y psiquíatras no justifica la
conclusión de que una terapia profesional que esté al alcance de todos
los bolsillos, sea la respuesta deseada.

El aumento de problemas personales y una creciente desilusión en los


esfuerzos profesionales por resolverlos, han dado paso al intento de
buscar nuevas vías de solución. Ha llegado el momento preciso para
que los creyentes que tomen a Dios en serio, desarrollen un método bí-
blico de aconsejar que afirme la autoridad de la Escritura y la necesidad
y suficiencia de Cristo. La amargura, la culpabilidad, la preocupación,
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el resentimiento, el mal genio, el egoísmo quejumbroso, la envidia y la


lascivia están consumiendo a nivel psíquico, espiritual (y, a menudo, a
nivel fisiológico) las vidas de los hombres. Al menos en nuestro
subconsciente, se ha encastillado la idea de que, para nosotros los
creyentes, la entrega a Cristo y la dependencia del poder y de la guía del
Espíritu Santo, nos exigen someternos a lo que el médico prescriba.
Pero el caso es que la psicología y la psiquiatría profanas se han
empeñado en meternos en la cabeza la noción de que los problemas
emocionales son efecto de un desequilibrio psíquico y dentro de esos
límites se mueve todo el diagnóstico, así como la terapia, del
especialista en psicología. Un renombrado psicólogo, O. Hobart Nowrer,
ha recriminado a la Iglesia el haber vendido su espiritual primogenitura
en cuanto al derecho a enseñar a la gente el modo de vivir con eficacia,
a su colega el psiquiatra, no pocas veces su antagonista, a cambio de
un plato de lentejas en forma de propaganda.

Estoy convencido de que la iglesia local debe y puede asumir con éxito
la responsabilidad de contar entre sus filas hombres capaces de restau-
rar en la gente con problemas la salud espiritual que les permita llevar
una vida plena, productiva y creadora. Un psiquiatra comentaba
recientemente que sus pacientes todos estaban básicamente
hambrientos de cariño y acogida y dónde debería manifestarse mejor el
cariño que en una iglesia local centrada en Cristo. Jesús oró para que
todos los suyos fuesen uno. Pablo habla de alegrarse con el que se
alegra, de llorar con el que llora y de sobrellevar los unos las cargas de
los otros. En la medida en que se cumple el objetivo que el Señor le fijó
a su Iglesia, queda también satisfecho dentro de la Iglesia el profundo
anhelo de ser amado y acogido, el cual engendra tantos problemas
psicológicos cuando no encuentra la debida satisfacción.

Según explicaremos en detalle más adelante, la gente no sólo necesita


amor, sino también un objetivo para sus vidas. La vida debe tener un
sentido, un destino y una meta que no son pasajeros ni se producen
automáticamente. Y es la iglesia local la destinada a suministrar una
orientación al respecto. El Espíritu Santo ha distribuido sus dones
espirituales entre todos y cada uno de los miembros del Cuerpo. El
ejercicio de tales dones contribuye a la más importante de todas las
actividades que tienen hoy lugar en el mundo, es a saber, la edificación
de la Iglesia de Jesucristo. ¡Qué objetivo tan magnífico y de una
importancia eterna para la vida, queda específicamente a disposición de
los hombres en el interior de las estructuras organizadas de la iglesia
local. Más adelante, explicaré más detenidamente mi creencia en que la
iglesia local ha recibido en exclusiva de parte de Dios el ministerio de

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satisfacer las necesidades de la gente que padece trastornos


emocionales.

Si hemos de esperar algún éxito del desempeño de una responsabilidad


tan inmensa y tan seriamente descuidada, los pastores necesitan volver
al modelo bíblico, que no consiste en que el pastor sea el único que
ejerce este ministerio con todos, sino en equipar a los miembros de la
congregación para que ellos mismos puedan cumplir esta tarea por
medio del ejercicio de sus dones espirituales. Las congregaciones
necesitan recobrar aquel maravilloso sentido de la «Koinonía» o
comunión, practicando una verdadera comunicación de bienes. Los
pastores necesitan también entender la perspectiva bíblica sobre los
problemas personales y enfatizar desde el pulpito la necesidad de
aconsejar según la Biblia. En cada iglesia debería haber hombres y
mujeres adiestrados en este ministerio sin par, de aconsejar de acuerdo
con la Palabra de Dios. El desarrollo de una iglesia local hasta
convertirse en una comunidad equipada para aconsejar, utilizando sus
recursos singulares de comunión fraternal y ministerio, es una idea
apasionante que necesita mucha reflexión. Como base para dicha
reflexión es preciso que contestemos antes a la pregunta siguiente:
¿Cuál es el método bíblico que ha de usarse en el arte de aconsejar? Es
preciso dedicar una atención urgente, inteligente y de mucha amplitud
a la tarea de desarrollar un método para ayudar a la gente, el cual, al
par que eficiente, sea en todo consecuente con la Biblia.

Todo concepto sobre el arte bíblico de aconsejar debe basarse en el


principio fundamental de que existe realmente un Dios infinito y
personal que se ha revelado a Sí mismo en forma de proposiciones
escritas, en la Biblia, y personalmente en una Palabra viva y encarnada,
Jesucristo. Conforme al testimonio de ambas, la Biblia y Jesucristo, el
problema primordialmente básico de todo ser humano es su separación
de Dios, el abismo creado entre ambos por el hecho de que Dios es
santo y nosotros no lo somos. Mientras no se establezca comunicación
entre ambas orillas, la gente podrá dar a sus problemas personales
ciertas soluciones transitorias y parciales, echando mano en mayor o
menor cuantía de los principios que ofrece la Biblia, pero nunca podrán
disfrutar de una existencia completamente satisfecha ni en esta vida ni
más allá de la tumba. El único modo de encontrar a Dios y disfrutar de
la vida en comunión con El, es por medio de Jesucristo. Cuando
estamos de acuerdo con Dios respecto a nuestra condición pecadora,
nos arrepentimos de nuestros pecados y ponemos toda nuestra fe y
confianza en la sangre de Jesús como el precio total de nuestro rescate
de la esclavitud del pecado y del demonio, ello basta para conducirnos a

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una íntima relación con Dios (un hecho verdaderamente asombroso) y


nos abre la puerta a una vida plena y con sentido.

Ahora bien, si los cristianos se sienten inclinados a sustituir la pura


psicoterapia profana por unas normas bíblicas aplicadas en el contexto
de la iglesia local, hemos de decirles que el justo medio consiste en no
quitar importancia a los aspectos científicos y en no contentarnos con
ellos. Los Evangélicos suelen irse a uno de los dos extremos. No basta
con decirle sin más a una persona que sufre depresión, que es pecadora
y que debe confesar sus pecados al Señor prometiéndole no volver a
pecar. Tal modo de proceder presentaría al mundo el rostro de un
Cristianismo más opresivo que liberador, como un sistema insensible
lleno de normas duras de cumplir. Recientemente se ha intentado
programar un arte cristiano de aconsejar a la manera en que se
planearía una cacería de brujas: localizar el pecado y echarlo a la
hoguera. Más adelante explicaré las razones que tengo para creer que
este modo de obrar, aunque correcto en su base teológica, es incorrecto
y no precisamente bíblico en su metodología. Es un error muy grave el
pensar que Cristo sólo puede ayudar en problemas específicamente
espirituales, pero que no le compete el resolver problemas de tipo
psíquico personal (como la depresión), para cuya solución es preciso
echar mano de la psicoterapia profana. Los que repiten sin más que
«Jesús es la respuesta», no suelen tener mucha experiencia en el trato
concreto y personal de los problemas cotidianos que afectan al hombre
de la calle. Cuando llega el caso de enfrentarse con la cruda realidad de
un problema personal, emocional, familiar, etcétera, o se limitan a
animarles o que tengan más fe, más oración y más estudio de la Biblia
(buen consejo, pero a menudo tan poco útil como el decir a un enfermo
que se tome la medicina) o recogen velas y se van al otro extremo,
diciéndoles: «Su problema no es espiritual, sino mental. Yo no puedo
ayudarle; más le vale acudir a un psiquiatra».

Debemos desarrollar un método sólidamente bíblico para aceptar en el


arte de aconsejar, un método que tenga en cuenta los avances de la
psicología sin traicionar los principios de la Biblia, que sepa encarar
con todo realismo y en toda su hondura los problemas de la gente, así
como la probabilidad de éxito y la importancia que su solución tiene
para la existencia personal y lo que es más importante, con una fe
inquebrantable y apasionada en la inerrancia de la Biblia y en la
completa suficiencia de Jesucristo.

La primera parte de este libro está destinada a quienes aconsejan con


regularidad a los creyentes con problemas, que «busquen la ayuda de
un profesional». Aun cuando la intervención de un consejero profesional

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puede servir de ayuda, a veces tiene el inconveniente de basarse en


principios doctrinales diametralmente contrarios a los de la Biblia. Aquí
vamos a analizar brevemente y dar nuestra opinión crítica, desde una
perspectiva bíblica, de un determinado número de posiciones que
representan las corrientes de pensamiento de la psicología profana.

El resto del libro presentaré mis ideas sobre un método realmente


bíblico de practicar el arte de aconsejar.

2. CONFUSIÓN EXISTENTE EN EL ARTE DE ACONSEJAR

Antes de que una persona preste oídos a una solución, es preciso que
sepa que hay un problema. En este capítulo y en el siguiente, voy a en-
focar el problema analizando la situación corriente en la psicología
profana. Los mayores esfuerzos del hombre por construir una torre que
llegue hasta el cielo, siempre resultan inútiles. La inteligencia del
ingeniero, el genio del teórico y el esfuerzo del obrero especializado, se
han conjugado para construir la torre de la psicología con resultados
sorprendentes. Pero, mientras no veamos que dichos resultados están
lejos de alcanzar las metas soñadas, no nos sentiremos inclinados a
buscar otra alternativa.

Vivimos en un tiempo en que se tiende a difuminar las diferencias, las


cosas más opuestas se aparean para engendrar productos híbridos que
no son ni una cosa ni otra, y los compromisos económicos son jaleados
como prueba de amor y de apertura mental. Están incluso
desapareciendo las diferencias entre hombre y mujer para darnos un
ser unisexual: niños bonitos y muchachos de pelo en pecho. Los
conceptos del bien y del mal (que siempre se pensó que eran opuestos)
han adquirido ahora una relatividad tal, que lo bueno es a veces tenido
por malo, y lo malo es tenido por bueno moralmente. Las creencias
religiosas se han ampliado hasta abrirse a puntos de vista antagónicos
entre sí, dentro de una estructura tan simple como elástica. En el fondo
de todos estos fenómenos se oculta la extendida y creciente suposición
de que no existe lo absoluto, ni realidades objetivas fijas que confronten
a una persona, porque siendo la existencia de un sujeto personal lo
único verdaderamente real, el hombre rehúsa simplemente someterse a
ninguna presión. Y cuando se abandona la creencia en los valores
absolutos, inevitablemente sobreviene una enorme confusión en las
masas. Cada cual tiene sus propias ideas sobre cómo deberían marchar
las cosas, sin que exista norma alguna absoluta y exterior al hombre,
con la que poder contrastar la validez de una idea determinada. Y en

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ninguna parte proliferan tan notoriamente las distintas nociones


difíciles de contrastar, tanto como en los despachos de los psicólogos.

En 1959 se publicó un libro con el título de Psicoanálisis y Psicoterapia,


36 Métodos. Si se escribiera una edición de dicho libro, puesta al día,
habría que doblar, por lo menos, el número de sistemas de psicoterapia
al presente en boga. Si a esto se añade el que cada sistema queda
modificado por la personalidad, estilo, trasfondo educacional y sesgo
peculiar de cada consejero, tenemos que encarar el hecho inquietante
(quizás exageramos, pero sólo muy poco) de que hay tantos métodos
distintos de aconsejar como son los consejeros profesionales. Y, con
todo eso, seguimos hablando como si el término «aconsejar» se refiriese
a una entidad o proceso razonablemente uniforme y fácil de identificar.
Conozco una pareja que fueron a ver a un «consejero», quedaron
escamados de la experiencia y desde entonces se han decidido a no
volver jamás a ver a un «consejero». No se dan cuenta de que puede
haber otro consejero que piense y hable tan diferente del primero como
para no admitir comparación alguna.

Es obvio que la necesidad más urgente en este terreno del aconsejar, es


que existiese una unidad básica claramente establecida, dentro de la
que cupiese una diversidad de detalle. En otras palabras, debemos
disponer de una estructura fija, un cupo acorde e inmutable de
verdades con un sentido claro, capaz de aglutinar los diversos ele-
mentos que caen bajo el dominio de la psicoterapia. Francis Schaeffer
habla de forma y libertad en la iglesia local. La Biblia especifica una
forma fija con límites perfectamente delineados. Dentro de la forma
prescrita, hay sitio para una considerable libertad de acuerdo con las
circunstancias del momento, los sujetos que intervienen y una caterva
de otros factores de varias índoles. Cuando no existe dicha forma, la
libertad queda sin marchamo y a la deriva, desembocando en palos de
ciego y confusión sin límites (es de notar que la confusión se cura, a
veces, con dogmatismos).

Los psicólogos tratan a menudo de dignificar la confusión aplicándole la


etiqueta de «eclecticismo». Pero cuando falta la sólida base de una
comprensión clara, objetiva e inmutable de la naturaleza del hombre y
de sus problemas, el eclecticismo puede convertirse en el disfraz técnico
de la osada chapucería o de la conjetura. Sencillamente, no cabe
esperanza de llegar a una diversidad razonable (o, como la llama un psi-
cólogo, un «eclecticismo técnico»), mientras no se haya fijado una norma
estable y unificadora. Sólo puede darse verdadera libertad dentro de
una forma fija y clara en su sentido.

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Hasta hace poco, creía que la unidad necesaria podía obtenerse y


perfeccionarse mediante la investigación científica; pero son ya muchos
los que ahora sostienen que los métodos de investigación científica
carecen en sí de la adecuada capacidad para definir la verdad. La
ciencia no puede suministrar ni pruebas ni sentido. En otro lugar, hice
notar que la moderna filosofía científica confiesa la incurable
impotencia de la ciencia sibilina para hacer ninguna afirmación
categórica. La ciencia nos proporciona probabilidades, pero no puede
llegar a más. Alcanzar certidumbre exige de nosotros el sobrepasar (no
el negar) la razón y ejercitar la fe. La tesis del optimismo humanístico de
que el hombre se basta a sí mismo para resolver sus problemas, se ha
demostrado bajo el peso de la incapacidad de la ciencia para asegurar
con claridad y certeza el que una sola proporción sea verdadera.
Necesitamos principios universales demostrados y la ciencia es incapaz
de ofrecerlos. Por tanto, debemos por fe alargar la mano más allá de
nuestro propio alcance, si queremos obtener lo que necesitamos.

La fe dispone, en último término, de dos opciones entre las que elegir.


Cuando las cuestiones que plantea la filosofía se comprenden en su
sentido propio, la gama de posibles respuestas se torna reducida. La
final apelación que, con todo acierto, lanzó Sartre a la especulación
filosófica: «¿Cuál es la razón de que exista algo en vez de nada?», admite
únicamente dos modos posibles de contestarla de manera definitiva: o
existe un Dios personal, que piensa, siente y escoge, o existe un Dios
impersonal, más bien un objeto que un sujeto, algo que, a falta de
personalidad propia, obra al azar según los principios de la casualidad.
Dicho de otra manera: o nuestro mundo ha sido diseñado por un
Diseñador infinito, o todo ha sucedido accidentalmente por pura
casualidad. Estas son las dos opciones que se ofrecen a la fe; no hay
otra alternativa. La unidad tan necesaria para poner orden en el caos de
los métodos de aconsejar, tiene que depender de Dios o de la
casualidad. Si el azar constituye la realidad última, el orden que
observamos es accidental, toda predicción se vuelve imposible, y los
esfuerzos sistemáticos para ver de aconsejar conforme a unos patrones
previamente observados, se tornan por fuerza de la misma lógica
indefendibles (aunque a veces suene la flauta por casualidad). El
aconsejar de una forma consecuente con la negación de Dios equivale a
aconsejar de una forma consecuente con la creencia en el azar y en
nada más. Pero si un consejero obrase así, su profesión tendría los días
contados. No hay un solo terapeuta, ni cualquier otra persona que
tenga algo que ver con esta materia, que se comporte en la práctica
como si el azar fuese la última realidad. Ahora bien, esto les deja en la
incómoda posición de seguir viviendo como si Dios existiera, pero

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negándose a tomar una dirección que conduzca a Dios. Uno de los


Huxley dijo en cierta ocasión que, aunque no hay Dios, las cosas
marchan mucho mejor cuando creemos que existe. El arte de aconsejar
funciona mejor cuando los consejeros presuponen que hay un orden,
que las cosas pueden predecirse y que existe la responsabilidad,
elementos o fenómenos que, según el cálculo de probabilidades, no se
darían a menos que exista un Dios personal.

Por supuesto que todos los consejeros dan por cierta la existencia de
una determinada estructuración coordenada (por ejemplo los
mecanismos mentales instintivos de Piaget) y pueden trabajar
eficientemente en la medida en que las supuestas categorías
universales que dan por ciertas, corresponden a lo que la observación
empírica les proporciona. La metodología científica puede aumentar
nuestra confianza en que nos hemos posesionado de alguna parcela de
la realidad mediante la detección experimental de los que parecen ser
elementos invariables de la naturaleza humana. Nadie se atreve
seriamente a poner en tela de juicio que existe alguna forma de orden y
que dicho orden puede ser observado y descrito. La pregunta relevante
en esta materia es si este orden guarda un sentido lógico.

El negar la existencia de Dios y por tanto, el aceptar, al menos de modo


implícito, que el universo es, en último término, un mero producto del
azar, conduce necesariamente a dos resultados que con mucha
frecuencia se pasan por alto: primero, que, según el cálculo de
probabilidades, habríamos de esperar de este mundo mucho menos
orden del que observamos en él (del caos, es más probable que surja el
caos que no el orden); segundo, sea cual sea el orden que encontramos,
hemos de considerarlo como una ocurrencia casual (aunque realmente
ordenada). El único sentido que un evento casual puede ofrecer (no
importa lo ordenado que aparezca) es un hecho presente, concreto en
su existencia fenoménica, sin más relevancia que el presentarnos «una
realidad actual, dentro de la presente experiencia». Lo más que se puede
afirmar de lo que es una realidad actual es que es una realidad actual.
(El énfasis en la experiencia del momento presente, característico del
moderno movimiento de grupos de encuentro, se parece mucho a una
puesta al día de la antigua filosofía «comamos, bebamos y nos
divirtamos, que mañana moriremos.») Lo único que tiene sentido es el
radical ahora.

 El orden que pueda encontrarse en un universo fruto del azar, no


comporta ninguna implicación acerca de lo que debería ser; se limita a
describir cómo están las cosas y cómo reaccionan a determinadas
fuerzas. El mejor modo de actuar conforme al orden que observamos no

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puede estar determinado por el orden mismo. Y, sin embargo, todo


consejero desea hacer algo con el orden que percibe. En el caso de que
un consejero decida seguir una determinada dirección respecto de un
cliente, debería tener una razón convincente para hacerle seguir una
determinada dirección y no otra. Si piensa defender sus procedimientos
como «correctos» y «buenos», debe apelar a algo que trascienda el orden
que le sirve de orientación para su trabajo. Pero si, al mirar más allá de
la gama de regularidades observadas por él, no encuentra más que el
azar (o, como lo describe Schaeffer, no encuentra ningún hogar en el
Universo), carece de base lógica para recomendar un determinado curso
de acción a seguir. En realidad, no existe lógicamente razón alguna que
dé sentido a nuestras acciones. En un Universo de azar, el orden se
limita simplemente a existir por casualidad, pero no lleva a ninguna
parte, porque, en fin de cuentas, no tiene ningún sentido. Una
Psicología sin Dios nunca puede proveer una estructura consistente
para poder desenvolverse en el terreno del aconsejar.

En pocas palabras, mi argumento es el siguiente: el campo del


aconsejar requiere una unidad segura y provista de sentido, cosas que
la ciencia no puede suministrar de sus propios fondos. Podrá otorgar
mayor o menor probabilidad a ciertas hipótesis, pero nunca puede
demostrar una sola proposición. Puede describir las regularidades que
observe en la naturaleza humana, pero no alcanza a establecer el
sentido invariable de ninguna clase de estructura. En cada caso, el
metido a consejero tiene que escoger sus procedimientos de acuerdo
con una teoría, quizás definida y descrita de un modo muy pobre e
impreciso, pero teoría al fin. Si dicha teoría no está religada a Dios
como a última realidad, las diversas técnicas no se podrán desenvolver
libremente dentro de una forma segura y provista de sentido.

El pensamiento que late en el presente libro es muy simple: si


realmente existe un Dios personal, entonces existe una verdad última
acerca de la gente y de sus problemas, la cual puede suministrar la
base necesaria o la estructura requerida para una variedad de técnicas
en el arte de aconsejar. Y las verdades básicas que no se refieren
directamente a la existencia misma de Dios, no se pueden conocer con
certeza a no ser mediante la revelación divina. Hemos de concluir, pues,
que la tarea del psicólogo cristiano consiste en proveer una
comprensión de la gente, de sentido universal y verdadero, derivada de
la revelación bíblica. Si se descarta la revelación como fuente de verdad,
nos encontramos encerrados en la incertidumbre. El capítulo siguiente
analiza lo que ha ocurrido en psicología por haber ignorado la
revelación de Dios.

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Capítulo Nº 8

Sin Base de Sustentació n


           

Los creyentes se sienten a veces inclinados a prestar su apoyo a


cualquiera que tenga en menos la sabiduría humana y enfatice la
suficiencia de la Biblia como base de todo nuestro pensar. Pero el
rotular como inútil todo el pensar profano, equivale a negar el hecho
evidente de que todo conocimiento verdadero procede de Dios. Está
claro que Dios a dado al hombre una inteligencia y que bendice el
ejercicio mental con una mayor comprensión del mundo creado por
Jesucristo.

Los psicólogos han venido ejercitando durante años sus mentes y han
acumulado un gran acervo de información útil y técnicas provechosas,
como las pruebas de inteligencia y los métodos para curar a los
tartamudos. Han contribuido enormemente a comprender cosas como el
por qué la gente reacciona a ciertas clases de estímulo de la manera que
lo hace, cómo piensa el hombre y la relación que existe entre el pensar y
la acción o la emoción, así como las etapas de desarrollo por las que
pasa un niño. No quiero que nadie vaya a ver en este capítulo algo así
como un desprecio olímpico de la psicología científica. Creo firmemente

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que la psicología, como disciplina totalmente secular (lo mismo que la


odontología o la ingeniería) tiene su valor real. Lo que aquí pretendo es
analizar los presupuestos básicos acerca del hombre y de sus
problemas, conforme los defiende la psicología científica y mostrar, a la
luz de la Biblia, que dichos presupuestos son totalmente inadecuados
como estructuras fijas y dignas de todo crédito en el arte de aconsejar.
Sólo la Palabra de Dios puede suministrar la base estructural que
necesitamos. Los esfuerzos de la Psicología, aunque arrojen luz en
muchas direcciones, no le prestan al consejero que vaya en busca de
sólidas bases, mayor utilidad que la que pueden prestar a un barco las
anclas a bordo, en medio de un mar proceloso. El diagrama n.° 1
presenta un esbozo demasiado simplificado, pero preciso, del
pensamiento central de cinco teorías representativas de sendas
escuelas sobre la salud mental. Cada posición explica el problema
básico de la gente y sugiere una solución. En el diagrama, cada círculo
simboliza al ser humano. El presente capítulo analiza cada teoría con
detalles suficientes para sacar la conclusión de que ninguna de ellas
suministra una base terapéutica compatible con la revelación bíblica.

SIGMUND FREUD

Freud es digno de estudio por varias razones. Antes de él, los problemas
personales o emocionales solían en general atribuirse o a una posesión
diabólica o a un defecto orgánico oculto. La responsabilidad por la
curación caía así o sobre el exorcista o sobre el médico. Freud levantó la
tapa de la mente y abrió de esta manera una caja de Pandora que
contenía el miedo, la envidia, el resentimiento, la lujuria, la agresividad
y el odio. Años de profunda investigación convencieron a Freud de que
en el centro de la personalidad humana latían dos instintos básicos que
pugnaban por encontrar satisfacción: la inclinación hacia el placer
sensual (eros) y la inclinación al poderío y a la destrucción (thánatos).

Cuando a estos instintos se les negaba el expresarse libremente,


surgían según Freud los problemas emocionales. En otras palabras.
Freud afirmaba que el instinto primordial del hombre era la
autosatisfacción. La gente es radicalmente egoísta. El signo menos (—)
en el círculo del diagrama' representa el egoísmo. Pero Freud añadía
que la mayoría de la gente no se da cuenta de que es egoísta (así lo
indican las rayas que cortan oblicuamente el círculo) o, para ser más
exactos, no llegan a atisbar una motivación egoísta en su conducta,
sino que revisten de nobles ropajes sus motivos egoístas: «Yo no quiero

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sino lo que más le conviene» —dice la esposa que se niega a aceptar a


su marido tal cual es y le urge a cambiar. El motivo real se camufla en
el inconsciente a fin de proteger al súper-ego (la conciencia) de sentirse
ofendido.

Permítaseme exponer estos mismos conceptos de un modo algo más


técnico. La trama que la gente teje en el taller de su neurosis representa
el retorcido esfuerzo por satisfacer sus propios deseos de una forma que
no aparenta violar las normas introyectadas en la conciencia.

La ansiedad, que según Freud es el factor básico que subyace a todo


desequilibrio psíquico, tiene lugar cuando un impulso inaceptable («Yo
querría matar a mi padre porque lo odio tanto») se hace tan fuerte, que
el individuo se ve casi forzado a admitir conscientemente la existencia
de tal impulso. Las señales de peligro que avisan a la inminencia de un
choque entre los deseos egoístas de uno (lo que Freud titula el id o
«ello») y la escala de valores impuesta por la conciencia (el súper-ego),
producen en el sujeto un sentimiento de ansiedad.

En este punto, hay cierto paralelismo con el punto de vista de la Biblia.


Según la Palabra de Dios, el hombre vive para sí mismo; insiste en
conducir su vida por un camino que, en su propia opinión, le llevará a
la felicidad. «Cada uno hacía lo que bien le parecía» (Jue. 21:25); es
decir, lo que creía más conveniente para satisfacer sus propias
necesidades. La gente tiende a llenar el vacío que siente en su interior,
siguiendo su propio parecer, más bien que ajustándose al plan de Dios.
El paralelismo entre el punto de vista freudiano y el bíblico se quiebra
súbitamente cuando se busca una solución al problema. Para resolver
el problema de la oculta motivación egoísta, propone Freud un proceso
de curación en tres etapas:

(1)     descubrir la oculta motivación;

(2)     suavizar la conciencia hasta un punto en que resulte aceptable el


motivo de autosatisfacción;

(3)     promover la autosatisfacción dentro de unos límites realistas y


aceptables socialmente.

Cuando un paciente llega a percatarse de que toda su conducta está


teñida de egoísmo desde el núcleo de sus motivaciones, puede llegar a
sentirse molesto. Su reacción emocional ante la vista de su egoísmo
radical es producida por una conciencia intolerante y rígida.
Suavizando la conciencia y rebajando su normativa hasta un punto en
que el egoísmo aparezca como inevitable biológicamente (al fin y al
cabo, para Freud, el hombre es meramente un animal instintivo) y, por
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tanto, al menos como tolerable, el paciente encontrará el remedio para


relajar la tensión entre lo que es y lo que debería ser.

Mowrer ha demostrado hasta la evidencia que el aceptar el «es»,


olvidando el «debe ser», lleva a una conducta auto-dirigida (autónoma),
sin la contención del freno moral, condición que los psicólogos llaman
sociopatía. (Sociopatía. También llamada psicopatía, es una
enfermedad mental denominada como trastorno di-social de la
personalidad.) Está claro que la terapia freudiana consiste realmente en
promover una vida autónoma sin la carga de una conciencia. La etapa
tercera viene a subsanar este vacío de conciencia en la conducta con el
disfraz de una permisiva aceptación por parte de la sociedad. Después
de haberse desembarazado de una conciencia neurótica a causa del
moralismo impuesto, el paciente se acepta a sí mismo como un animal
que necesita satisfacer sus instintos y se dispone a procurarse dicha
satisfacción de la manera más inteligente posible, decidido a encontrar
los medios que no le creen conflictos con la sociedad Freud llama a esto
vivir según los principios del realismo, en vez de hacerlo según los
principios del simple hedonismo. Por ejemplo, si uno desea satisfacer su
instinto sexual, no es conveniente que recurra al rapto, porque podría
incurrir en la indignación de gran parte de la sociedad; lo más
aconsejable es que busque un cómplice dispuesto a complacerle o que
lo pague de su bolsillo. Las cuestiones de inmoralidad no deben
inquietarle. Dentro del conocido esquema de Freud: id, ego y súper-ego,
la conducta ha de tener en cuenta el id (el instinto) y el ego (el contacto
personal con el mundo) y desentenderse de las normas morales o
súper-ego. Lo más que hace Freud es aconsejar un hedonismo
socialmente aceptable. En último término, la terapia freudiana conduce
a sus pacientes hacia la sociopatía. Los creyentes debemos rechazar
completamente la solución básica freudiana como amoral y anti-bíblica.

LA PSICOLOGÍA DEL «EGO»

Los psicólogos de esta escuela operan dentro de la óptica freudiana,


pero creen que Freud (especialmente en sus primeros tiempos) puso de-
masiado énfasis en el egoísmo básico del hombre y no acertó a prestar
suficiente atención a la capacidad del hombre para conducirse de una
personalidad realista y flexible. La diferencia entre la psicología del ego
y la antigua posición clásica freudiana consiste en un cambio de énfa-
sis. Los psicólogos del ego tratan de desarrollar el potencial necesario
para modelar una conducta prudente, razonable y forjada a base de

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decisiones inteligentes (un ego estructural), capaz de domesticar los


instintos brutales y canalizarlos de una manera aceptable y fructífera.
El círculo correspondiente en el diagrama n.° 1 incluye un más (+),
representando un ego débil, pero potencialmente fuerte. La tarea del
psicólogo adicto a esta escuela consiste en fortalecer esta capacidad de
adaptación que existe dentro del ser humano (construir el ego), a fin de
equiparle con una carta de navegar que le permita disfrutar de una vida
plena y satisfecha.

En este punto, algunos creyentes podrían inclinarse a aseverar con toda


fuerza que, a menos que Dios le capacite para ello, el hombre no dis-
pone de los medios para poder vivir como debe (no importa el desarrollo
que su ego haya podido alcanzar). Así es, en efecto, pero no es una obje-
ción de peso contra la posición de un psicólogo del ego. Este no dice que
la gente sea capaz, por un mero acto de su libertad, de vivir de acuerdo
con las normas de su conciencia. Lo que sí asegura es que una persona
que se conozca bien a sí misma y tenga una confianza realista en sí
misma, puede programar su vida de tal manera que sus deseos de
placer y de dominio puedan encontrar satisfacción razonable, sin entrar
en serios conflictos con su ambiente social. Queda, pues, claro que la
psicología del ego participa del mismo error culpable y catastrófico de
negar a la conciencia moral su función directiva. El énfasis que la
psicología del ego pone en la adaptación funcional, exige a pesar de todo
una ulterior respuesta por parte de la Biblia (una respuesta que tiene
validez para el sistema de Freud, pero adquiere una resonancia más
clara en el caso presente). Al hablar de adaptación de las necesidades
biológicas dentro de una estructura social realista, los psicólogos del
ego presuponen implícitamente que el ser humano es meramente un ser
biológico, sin más necesidades primarias que las biológicas. (Digamos
de paso que resulta un absurdo metafísico el hablar de verdadera racio-
nalidad —que es condición indispensable para la correcta funcionalidad
del ego— en un ser biológico que se desarrolla al azar. Cómo pueden las
operaciones mentales evadir el encasillamiento dentro de la categoría de
fenómenos biológicos casuales —exclusión necesaria para que puedan
llevar adecuadamente la etiqueta de racionales— en un mundo
desprovisto de un supremo Diseñador personal, es algo difícil de
concebir).

El creyente en la Biblia, se apresurará a responder que el hombre es


algo más que un ser biológico, pues de hecho es un ser personal tam-
bién, creado a imagen de un Dios personal. Como ser personal, tiene
necesidades personales (concepto que analizaremos más adelante) que
requieren urgente satisfacción, se ha de disfrutar, y aún tener una mera
experiencia, de su condición de persona. Como quiera que esté caído y,

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por ello, separado del Dios personal que es el único que puede
satisfacer cumplidamente sus necesidades personales, el hombre sin
Dios debe forzosamente quedar incompleto como hombre (tanto a nivel
personal como biológico).

Es, pues, obvio que la psicología del ego centra su atención en las
necesidades biológicas y exhorta a encontrar los medios propios de que
valerse para satisfacerlas dentro de una adaptación inteligente. En la
medida en que esta terapéutica le da buenos resultados, se desarrolla
un orgulloso sentido de independencia y el paciente se siente más
alejado de Dios que antes de la curación. Pero como las necesidades
personales básicas quedan insatisfechas, es inevitable que surja en él
una profunda sensación de vacío y frustración. La conocida queja: «Algo
marcha mal; no sé en qué consiste, pero lo cierto es que no me siento
plenamente realizado», saldrá a la superficie o quedará drásticamente
suprimida por los agresivos esfuerzos de una mayor confianza en sí
mismo. Las dos únicas salidas que ofrece la psicología del ego —el
orgullo o la frustración— no merecen la pena de que un consejero
bíblico las tenga por dignas de consideración.

CARL ROGERS

El próximo a analizar es Carl Rogers, pionero del movimiento de trabajo


en equipo (encuentro a nivel de grupo) en Norteamérica. Según Rogers,
Freud está en un error: el hombre no es un ser negativo; los psicólogos
del ego también están equivocados; el hombre no es un ser negativo con
un embrión positivo en espera de desarrollo. Rogers se complace en
creer y enseña con firmeza que en el interior del hombre, todo es
positivo. Todo lo que hay dentro de su círculo propio es bueno. La
corrupción le viene de fuera. El ser humano dispone de una tendencia
congénita a realizarse a sí mismo, que sólo necesita verse libre de
restricciones o forzados encauzamientos, para conducirle a la
satisfacción personal y a la armonía social. Esta ilusión utópica (que sin
duda ha de provocar en cualquier padre sincero una sonrisa de
incredulidad) está representada en el diagrama n.° 1 por una gruesa
circunstancia que sugiere el entorno social rígido, moralizante y
opresivo, que bloquea la bondad interior (el signo +), impidiéndole
expresarse. A mí me parece que Rogers podría curar la rebelión
eliminando las normas contra las que rebelarse (sin ley no hay
conocimiento del pecado). Cuando yo sigo este procedimiento con mis
hijos, los resultados no tienden precisamente a una mayor integración

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personal ni a una mayor unidad de la familia. Quizá Rogers replicaría


que debo continuar permitiéndole que se expresen libremente, que por
muy desastrosa que parezca su conducta, no es más que una reacción
contra la presión ambiental sutilmente mantenida, y que cuando
desaparezcan completamente las inhibiciones de una libertad total, es
cuando podré observar la verdadera naturaleza de mi hijo. Estoy de
acuerdo. Es precisamente dicha perspectiva la que me mantiene en la
actitud de imponerle una normativa.

Para Rogers, todos los problemas tienen su raíz en no acertar a ser uno
mismo. Naturalmente la solución a este problema es la liberación. Qui-
temos toda traba, confiemos enteramente en la persona, animémosla a
que exprese libremente todo lo que lleva dentro («si lo siente, hágalo»), y
llegará un día en que el impulso hacia la adecuada realización del yo, se
manifestará en un sentimiento externo e interno de integración. La
angustia, que según la mayor parte de los psicólogos es la raíz de los
problemas mentales, surge cuando a las internas experiencias
viscerales (sentimientos viscerales) no se les permite integrarse en el
campo de la conciencia, a causa de una evaluación negativa impuesta
por la educación. Por ejemplo, a mí se me ha enseñado que el odio es
cosa mala (evaluación negativa aprendida). Cuando alguien se comporta
conmigo de una manera ruin (quizás un padre o una madre poco
acogedores), surge automáticamente en mí un sentimiento de odio
(interna experiencia visceral). Pero como califico el odio como cosa mala,
me niego a reconocer que el odio es algo corriente en mí y de esta
manera, se produce una especie de escisión en mi propia personalidad.
Estoy separando el «yo» aceptado por mí, del «yo» que realmente soy. La
tensión por mantener esta dualidad se siente en forma de angustia.

La correcta respuesta cristiana a Rogers no consiste en rechazar con


mofa todo lo que dice como si fuesen desvaríos de un optimista equi-
vocado. Rogers ha puesto el dedo en la llaga de un problema que aqueja
de verdad a la gente, incluyendo a muchos creyentes. Como se supone
que los creyentes aman de verdad, nos resistimos a admitir la realidad
cuando no amamos, y entonces lo fingimos. Toda hipocresía separa a la
persona de su íntima realidad y reduce al nuevo hombre en Cristo a un
fantasma despedazado. Rogers está en lo cierto al insistir que debemos
reconocernos tales cuales somos, incluyendo nuestros sentimientos
viscerales, pero está trágicamente equivocado al creer que el mejor
modo de conseguir la integración es estimular a la gente a que exprese
todo lo que hay en su interior. Estimular la libre expresión de mis
pecaminosos sentimientos de odio supondría hacer traición a mi
conciencia y contristar al Espíritu Santo que mora en mí. La integración
está maravillosamente al alcance de cualquier persona que sincera-

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mente reconozca sus sentimientos de odio, los califique como obra de la


carne, los confiese como pecaminosos, y aprenda a amar bajo la con-
ducción y el poder del Espíritu de Dios.

Rogers sufre una terrible equivocación al suponer que, dejado a mi


propio impulso, sin direcciones ajenas, escogeré siempre el mejor modo
de obrar. Al suponerlo así, niega tajantemente la enseñanza bíblica
acerca de la depravación de nuestra naturaleza. La Escritura nos dice
que no hay ni uno bueno, ni uno solo; que los malos están descarriados
desde el vientre de sus madres. Retirar toda dirección impuesta desde
fuera supone una invitación a una conducta autónoma y caótica. Como
ha dicho Dorothy Sayres: «Si quieres seguir tu propio camino. Dios te
dejará marchar por él. El infierno es el disfrute eterno del propio
camino». Durante algún tiempo, parece agradable. El relativismo
funciona bien a ratos, pero conduce ineludiblemente al hedonismo
absoluto y al libertinaje. Rogers piensa que el permitir a la gente seguir
sus propios caminos comporta gozo, armonía y amor, pero la Escritura
proclama que dichas cualidades son el fruto del Espíritu Santo,
mientras describe las obras de la carne (seguir su propio camino) en
términos radicalmente diferentes. El que un consejero cristiano adopte
para su trabajo el sistema rogeriano supone una abierta rebelión contra
la Palabra de Dios. Pero insisto de nuevo en que el rechazar todo cuanto
Rogers dice y hace, por el hecho de que sus presupuestos básicos son
trágicamente erróneos, no es precisamente lo que se le pide a un
creyente. Como hemos mencionado anteriormente, Rogers ha clarificado
ciertos problemas de la personalidad, para los que la Biblia ofrece
soluciones adecuadas. También ha contribuido en gran manera a
resaltar el valor de la sinceridad, el calor humano y la mentalidad
positiva como cualidades necesarias para un consejero eficiente. La
Sagrada Escritura no sólo reconoce la importancia de tales valores, sino
que proporciona una base realista para su promoción y desarrollo.

B. F. SKINNER

B. F. Skinner es el cuarto de esta lista. En su opinión, el ser humano no


es algo negativo (Freud), ni tampoco una mezcla de negativo y positivo
(psicología del ego), ni totalmente positivo (Rogers). Según Skinner, el
ser humano es simplemente un cero enorme y vacío, es realmente nada.
En su reciente libro, Más allá de la Libertad y de la Dignidad, Skinner
afirma explícitamente e insiste con ardor en que el hombre es un ser
totalmente controlado fatalmente. Haríamos bien, añade, en anunciar

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que debemos zafarnos todo lo posible del hombre en cuanto hombre. La


interpretación que Skinner da a los datos que nos suministran los
laboratorios nos urge, a su juicio, a rechazar la ficción de que el hombre
es un ser personal, con iniciativa propia, capaz de escoger y
responsable. Estos puros mitos sin prueba son sólo un obstáculo para
el desarrollo de su utopía mecanicista. El ser humano no es más que
una especie de perro más complicado, absolutamente determinado por
su ambiente hasta en los más insignificantes detalles de su pen-
samiento, de su sentimiento y de su conducta. Es de notar que este
concepto determinista no es exclusivo de Skinner. También Freud
enseñó que el hombre está determinado por el dinamismo de unas
fuerzas interiores que escapan a su control. Pero Skinner rechaza la
dinámica de Freud como una objetivación de abstracciones mentales y
traslada el centro controlador del hombre a fuerzas físicas exteriores
(incluyendo las estructuras genéticas) y a factores fisiológicos (los es-
tados químicos del organismo). El creyente necesita reaccionar con
violencia contra esta teoría, pues lo que Skinner hace es nada menos
que despojar a la persona humana de todo valor. Todo el concepto de
responsabilidad personal absolutamente vaciado de sentido. El
problema del crimen queda resuelto diciendo simplemente que no
existe. Ya no hay criminales, sino circunstancias que inducen a lo que
llamamos crimen. Mientras que Freud trata de integrar la interna es-
tructura de la personalidad, Skinner quiere modificar el entorno de la
persona de tal modo que pueda cambiar automáticamente su conducta
en la dirección que el modificador escoja.

En el diagrama n.° 1, las flechas que apuntan hacia el círculo


representan el impacto del ambiente, mientras que las flechas que
parecen partir del círculo representan la reacción del organismo, como
resultado que se sigue inevitablemente de dicho impacto y que puede
predecirse con toda seguridad. El problema que agobia a la gente es que
nos vemos controlados por formas que impiden nuestra adaptación
normal, a causa de las diversas contingencias que surgen sin que
podamos percatarnos de ellas, pues son debidas a un destino ciego (la
gente siempre hace lo que surte efectos que refuerzan su propio
mecanismo). La curación sólo se obtiene descubriendo estas fuerzas
que controlan la conducta y manipulándoles sistemáticamente a fin de
producir el tipo de conducta que deseamos. Reflexionen ustedes sobre
estos conceptos durante unos momentos. Adviertan que todo esto
reduce al hombre a una colección impersonal de reacciones potenciales.
No hace mucho, me contaba un psiquiatra cristiano cómo se las había
arreglado para vencer la «inercia matinal», consistente en un sentimien-
to depresivo que cada mañana le hacía ver como una labor difícil y un

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peso inaguantable el levantarse de la cama y acudir al trabajo. Para


curarse, planeó que su primera hora mañanera incluyese un café
caliente y uno de sus pasteles favoritos tan pronto como llegase a su
oficina, como recompensa a su esfuerzo por ir a trabajar. No es que yo
tenga nada que objetar a que alguien quiera comenzar el día de un
modo agradable; pero sí me preocupa el que un psiquiatra creyente (que
debiera conocer mejor la materia) se trate a sí mismo como un objeto
manipulante, más bien que como un hijo de Dios que debería dedicar
responsablemente su tiempo al Señor y dejarse conducir por el Espíritu
que mora en él y recibir así el poder necesario para conducirse como
Dios desea de él. Hacer de un dulce el motivo estimulante, cuando se
tiene a mano el designio y el poder de Dios, es una necedad culpable.
Con tal que la voluntad de Dios sea lo que guíe nuestro hacer cotidiano,
el café y las galletas pueden ofrecer también un legítimo placer
mañanero (e incluso algo que estimule a trabajar mejor).

La teoría de Skinner ofrece, a lo más, el reajuste mecánico de una


persona que no fue creada para reaccionar mecánicamente jamás.
Andando el tiempo, el camino que Skinner desea que andemos nos
llevaría directamente a una tiranía tecnocrática. Un jefe de control (o un
grupo de controladores) asumiría el papel de manipular todas las
fuerzas que controlan la conducta (alimento, vestido, abrigo, etcétera) y
distribuirlas entre la gente que se conduciría de acuerdo al plan
establecido.

En un folleto titulado Retorno a la Libertad y a la Dignidad, Francis


Schaeffer señala dos fallos centrales en el pensamiento de Skinner.
Primero, si todos están realmente controlados, ¿quién controlará al
controlador? El concepto de control recíproco (todos nos controlamos
los unos a los otros) sostenido por Skinner, es sólo una evasión al
problema. Si ha de existir un plan de control organizado en la sociedad,
debe haber alguien por encima de todos los controles, a fin de
seleccionar y proyectar con sentido dichos controles de acuerdo con un
plan. Pero en el sistema de Skinner, no existen agentes libres; por
tanto, no hay nadie cualificado para el oficio de controlar, sino que todo
el mundo está controlado ya. Segundo, dando por supuesto que fuese
posible dicho control, habría de determinarse en qué dirección debería
conducirse a la gente y rectificar su rumbo. Toda decisión acerca de un
cambio, presupone implícitamente un sistema de valores. Pero en el
sistema de Skinner, radicalmente mecanicista y evolucionista, no caben
bases lógicas para determinar lo que está bien o lo que está mal. Como
hace notar Schaeffer, el sistema de valores del ateo se reduce
necesariamente a la creencia del Marqués de Sade de que todo lo que
ocurre está bien. Skinner despacha esta objeción como una polémica

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innecesaria, e insiste en comenzar estableciendo el valor notoriamente


manifiesto de la supervivencia. Pero resulta difícil el admitir que la
supervivencia en un universo casual y totalmente mecanicista, sea algo
más que una coincidencia casual. Cualquier sentimiento positivo que
nosotros abriguemos hacia este destino (o negativo acerca de lo que nos
ocurra) es meramente el producto de un azar ciego y, por tanto, sin
sentido alguno. Aunque no es mi intención el hacer ahora un análisis
más profundo, unos pocos minutos de reflexión bastarían para
percatarse de la cantidad y complejidad de problemas éticos que
habríamos de afrontar, aun en el caso de que diéramos por supuesto el
valor básico y primordial de la supervivencia.

Los creyentes debemos rechazar la enseñanza de Skinner de que el


hombre no es más que un perro más complicado. Cristo murió por
nosotros porque hemos sido hechos a imagen de Dios y se nos ha
otorgado un valor real como personas. La libertad que el hombre posee
para escoger su dirección, es un concepto claramente enseñado en la
Biblia y resulta necesario para vindicar la justicia de Dios cuando
castiga el pecado. A un nivel más pragmático (no deseo entrar en la
discusión sobre el tema de la soberanía de Dios y el albedrío del
hombre, pues cualquiera que sea la posición que se adopte en el plano
teológico, no es preciso que aporte un peso decisivo en el punto que
quiero enfatizar), yo, como consejero creyente que soy, hago a mis
pacientes responsables del modo con que eligen ordenar sus vidas. Si
eligen el desconocer las normas divinas son reprensibles. Reconozco su
dignidad y su libertad. Una persona no debe cargar a cuenta de su
ambiente la responsabilidad de sus propias acciones. El marido que
dice: «Mi esposa se negó a tener conmigo trato sexual, y por eso he
cometido adulterio», da de su conducta una parcial explicación, pero no
una justificación. La responsabilidad por el pecado recae enteramente
en el pecador; nunca debe achacarse a las circunstancias, por muy
difíciles que éstas puedan ser.

Con todo, los cristianos le deben a Skinner el haber especificado de qué


modo la conducta es influenciada (no controlada) por las circunstan-
cias. En otro lugar he desarrollado este concepto con detalle.
Permitidme que repita que un conocimiento no debe ser rechazado
como anticristiano por el solo hecho de que proceda de una fuente no
cristiana. La obra de Skinner sobre reflejos condicionados incluye algún
conocimiento verdadero acerca de mi relación con el mundo
circundante (como agente activo que soy, más bien que pasivo) y puede
ser provechosa para un consejero creyente que trabaje exclusivamente
dentro de unas estructuras cristianas. Por eso, no estoy de acuerdo con
Jay Adams en rechazar en bloque la tecnología de Skinner. En su

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Hand-book of Christian Counseling, habla de cómo vencer un hábito


evitando las circunstancias que sirven de tentación. Si una persona es
golosa, no debe fomentar la tentación paseándose junto a una
pastelería. Skinner ayuda a analizar el influjo de dicha tentación en su
obra sobre el control de los estímulos; así que un consejero cristiano,
familiarizado con las investigaciones de Skinner se hallará en mejor
posición para aconsejar a su cliente sobre el modo de comportarse, que
otro que no sepa nada de las teorías de Skinner.

EXISTENCIALISMO

La última posición teórica en el diagrama número 1, no es tanto un


punto de vista unificado, cuanto una colección de ideas más o menos
afines y agrupadas bajo el común denominador, por llamarlo de alguna
manera, de existencialismo. En mi opinión, de las cinco teorías
expuestas en este capítulo, el existencialismo es el que más atrevi-
damente se encara con las necesarias implicaciones del naturalismo: si
la causa es impersonal y, por tanto, ciega, el resultado debe ser también
impersonal y, por tanto, casual. Cualquier comienzo impersonal que
uno escoja, ya sea la materia o la energía, no puede sobrepasarse a sí
mismo para producir algo que implique una finalidad. No puede haber
un proyecto sin un programador. Y si no existe ningún proyecto, no hay
ninguna cosa con sentido que la razón pueda descubrir. El hombre es
algo incognoscible, sencillamente porque no hay nada que pueda
conocerse racionalmente. Desde este punto de vista, el ser humano es
un gran signo de interrogación. Es evidente que es algo, porque está
ahí, pero como se trata de un mero conjunto de fenómenos casuales, no
hay nada que la razón pueda afirmar de él con sentido. Es un puro
accidente, un evento surgido no se sabe de dónde, que no obedece a
ninguna ley y marcha a la deriva sin destino fijo. El psicólogo
existencialista no dice acerca del hombre otra cosa más  sino  que  «es». 
Pero terapeutas como Víctor Frank1 insisten enfáticamente (y con toda
razón) en que una persona no puede vivir sin un destino o sin una
dirección. El problema básico de la gente, según Frankl, consiste en lo
que él llama neurosis noogénica, una crisis de sentido. La gente no sabe
quiénes son ni por qué están aquí. El  existencialista  no  parece  darse
cuenta de que resulta por lo menos curioso el que toda la gente haya
desarrollado casualmente (según su teoría) una necesidad de alcanzar
un sentido dentro de un mundo que no tiene ningún sentido. Esto

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significa o un cruel y consecuente quiebro burlón que nos hace el


destino (aunque el término «cruel» pierde su sentido estimativo en un
Universo casual: lo que llamamos «cruel» es un simple y anodino «así
es»), o es una demostración evidente de que hay un sentido objetivo,
perceptible, al menos tenuemente, para toda criatura humana.

Un estudio atento de la logoterapia de Frankl nos convence de que


Frankl no es partidario de la teoría del sentido objetivo. El trata más
bien de solucionar el problema de la neurosis noogénica (falta de
sentido) persuadiendo a sus pacientes a que se agarren a ciegos,
arbitrariamente, a algo por lo que merezca la pena vivir. Puesto que no
existe cosa alguna real u objetiva que dé sentido a la vida, su solución
se reduce a una fe ciega: hacer algo, sentir algo, ser algo, vivir por algo,
y esperar que esto le aporte a uno el sentido que echa de menos en la
vida. Quizás la pasión sexual, la euforia de las drogas, el encanto de la
música, la experiencia de una libertad sin límite, la satisfacción que
comporta la educación, escribir libros o construir hospitales, podrán
suministrar el sentido tan apasionadamente deseado. Sea cual sea el
destino que uno quiera dar a su vida, carecerá de base racional, puesto
que para el existencialista todo es absurdo. La solución propuesta es
claramente un intento irracional de vivir felizmente. Una esperanza
irracional se asirá a cualquier objeto que, mediante un acto de la vo-
luntad, pueda proporcionar un sentido transitorio. Pero la gente
persiste en ser racional. Estamos acostumbrados a pensar, a hacer
preguntas, a buscar respuestas. Y el pensamiento derriba súbitamente
los puntales sobre los que se nos haya ocurrido levantar un sentido
para nuestra vida. Y como a todos nos llega un momento en que nos
paramos a pensar (hasta el más simple de los mortales es consciente de
que anhela conocer las razones de algo), la solución existencialista se
derrumba sin remedio, para dar lugar a la desesperación más profunda:
nada tiene sentido y nos tenemos que conformar de por vida con no ser
otra cosa que un gran signo de interrogación, un desdichado error,
producido por un sádico accidente para hacernos anhelar algo que
nunca podremos conseguir.

Los creyentes debemos afirmar muy alto que nuestra fe se basa en


hechos, no en sentimientos. Todo el sistema cristiano se apoya en la
historicidad de Jesucristo, su real identidad de naturaleza con Dios, su
muerte verdadera y su resurrección corporal. El cristianismo comienza
con un Dios personal que suministra un sentido objetivo. El hombre no
es un signo de interrogación, sino que ha sido creado a imagen de Dios,
aunque ahora es un ser caído. Ya sea que lo sienta en su interior, o
crea que todo ello es una realidad, eso no afecta a la condición real de
los hechos. Se trata de verdades objetivas que pueden ser analizadas y

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conocidas racionalmente. El problema del hombre consiste en que,


como agente moral con libre albedrío, situado en un mundo proyectado
por Dios, ha escogido voluntariamente afirmar su propio derecho a la
supremacía autónoma y a la autodeterminación. Por tanto, está real-
mente separado, a causa del pecado, de la única fuente que da
verdadero sentido a la vida. Desde el punto de vista cristiano, la
neurosis noogénica del hombre es algo real que sólo tiene una solución
en este mundo nuestro, que tiene un sentido, pero se halla en estado de
caída. La solución al dilema del hombre no es una esperanza arbitraria
en el sentido de «¡adelante, a ver si esto funciona!». La esperanza bíblica
nunca es un intento irracional de ignorar las conclusiones del racioci-
nio, sino más bien un conjunto de verdades fijo, seguro, comunicable y
proposicional, basado en el nacimiento, la vida, la muerte y la
resurrección de Jesucristo, y que encara racional y lógicamente el
problema objetivo del pecado. Los consejeros cristianos siempre
trabajan sobre una base conocida. Nunca cabe la duda acerca de la
dirección que una persona debe tomar si desea en serio resolver su
problema. Los creyentes no disponen de libertad para recomendar a un
cliente que trate de encontrar su propia solución, sino que siempre
deben dirigirle a una solución que se ajuste a lo que enseña la Biblia.

Freud dijo que el hombre es egoísta y lo primero que tiene que hacer es
reconocerlo y después aceptarlo como cosa normal. La psicología del
ego proclama que al hombre se le pueden dar fuerzas suficientes para
canalizar con éxito su egoísmo por cauces aceptables tanto a nivel
personal como social. Rogers niega que alberguemos en nuestro interior
ningún elemento malo y añade que el hombre está lleno de bondad y,
por tanto, debe permitir que se manifieste todo lo que hay en su
interior. Skinner defiende que el hombre no es bueno ni malo, sino un
enredado ovillo de reacciones que, en términos de valor intrínseco,
equivalen a un gran cero. Como quiera que el hombre pueda ser
controlado, dejemos que los expertos psicólogos de la escuela de
Skinner lo manipulen hacia unos fines deseados, en último término, por
un controlador que a su vez está totalmente controlado (un casual
círculo vicioso que no admite escape). Los existencialistas no saben si el
hombre es malo (como dice Freud), o bueno (Rogers), o ambas cosas a
la vez (psicólogos del ego), o ninguna de las dos (Skinner). El hombre es,
en pura lógica, un absurdo, pero necesita algo aparte de su irracional
sin sentido; así que debe echarse la racionalidad a la espalda y esperar
a ciegas que venga alguna experiencia a llenar el vacío.

La metodología científica no es apta para establecer la validez de ningún


concepto sobre la naturaleza básica del hombre. Sin el peso de la
certeza, cualquier sistema es un ancla flotante. El escoger una posición

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básica acerca de la naturaleza del hombre, el principio universal tan


urgentemente necesario en el campo de la psicoterapia, es como una
flecha lanzada a ciegas al blanco, si no existe a nuestra disposición
alguna fuente objetiva de conocimiento. Para encontrar la certeza,
sencillamente no hay otro camino por andar, excepto la revelación
bíblica.

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