Pavarini, Massimo - Control y Dominacion. Teorias Criminologicas Burguesas y Proyecto Hegemonico
Pavarini, Massimo - Control y Dominacion. Teorias Criminologicas Burguesas y Proyecto Hegemonico
Pavarini, Massimo - Control y Dominacion. Teorias Criminologicas Burguesas y Proyecto Hegemonico
criminolo$ía
Y
derecho
traducción de
IGNACIO MUÑAGORRI
CONTROL Y DOMINACION
Teoriu~crintinoZógicus bargae~as
y proyecto hegemónico
Por
MASSIMO PAVARNI
Epilogo de
ROBERTO BERGALLI
Siglo veintiuno editores Argentina s. a.
LAVALLE 1634 11 A (C1048AAN), BUENOS AIRES, REPÚBLICAARGENTINA
PRESENTACI~N
ADVERTENCIA DEL AUTOR A LA EDICIÓN ESPANOLA
PREMISA
I. MUÑAWRRI
Saii Sebastidn, diciembre de 1981
ADVERTENCIA DEL AUTOR .A LA EDICION ESPAÑOLA
..
Junto al proceso que contempla la acumulación de riquezas en
las manos de la nueva clase capitalista asistimos a un análogo
proceso de acumulación de fuerza de trabajo; una certera y pre-
cisa acumulación de hombres utiles, verdadera y precisa trans-
formación antropológica de la originaria clase campesina en cla-
se obrera. La invención institucional cambió de hecho la propia
organización interna de la manufactura y de la fábrica en lo que
se definió -no diversamente de cuanto sucederá en la nueva or-
ganización escolástica y militar- como realidad dependiente del
proceso productivo dominante.
En los orígenes de la sociedad capitalista el corazón de la polí-
tica de control social se encuentra precisamente en esto: en la
emergencia de un proyecto politico capaz de conciliar la auto-
noniia de los particulares en su relación respecto de la autoridad
s o m o libertad de acumular riquezas- con el sometimiento
de las masas disciplinadas a las exigencias de la producción
-
s o m o necesidad dictada por las condiciones de la sociedad
capitalista. Y es en la lógica de este proyecto que afloran las
primeras formas de conocimiento criminológico y de estrategia
de control social en relación con la desviación criminal. Exami-
némosla brevemente y por puntos:
* La teoría del contrato social encuentra en su propio funda-
34 C R I M I N O ~ ~ YA ORDEN ~ U R G U É S
mento una ética utilitarista: en cuanto que los hombres son por
naturaleza egoístas, sólo para eliminar el peligro de una guerra
perenne de todos contra todos es por lo que se llega al acuerdo
de mantener la paz y el orden con la limitacibn de alguna liber-
tad dentro de los limites de cuanto se habia pactado colectiva-
mente con la autoridad. En este sentido el delito es el ejercicio
de una libertad o un modo de ejercitar una cierta libertad a la
que se habia renunciado contractualmente.
* En cuanto el hombre es sujeto de necesidades posibles de
ser satisfeclias sólo con el dominio de los bienes, el pacto social
deberá disciplinar las relaciones sociales de propiedad. Conse-
cuentemente la legislación ya sea civil o penal definirá los di-
versos comportamientos humanos sobre la base cle su ~itilitlad
en una sociedad de clases, donde a una minoría de poseedores
se contrapone una mayoría de necesitados excluidos de la pro-
piedad. La recompensa por las actividades útiles y la condena
de las tlañosas no podrá fundarse más que en la aceptaciih aprio-
rística de una distribución desigual de la propiedad, desigualdad
reconocida como definitiva, e inmutable. La satisfacción de las
propias necesidacles a través del contrato será reconocida como
útil, moral y lícita; fuera de este esquema jurídico la accibn será
considerada socialmente nociva, inmoral, criminal. Se consigue
que el éntasis puesto sobre el principio de la igualdad de los
hombres en el estado de naturaleza no se extienda nunca a la
critica <lc la distribución clasista de las oportunidades de los
asociados en relación con la propiedad.
+Sólo la ley penal -como voluntad del príncipe, único titu-
lar del poder represivo- podrá definir las formas ilícitas en que
puede realizarse la satisfacción de las necesidades. Sobre el pre-
supuesto de la igualdad de todos los ciudadanos frente a la ley,
no se piiede sino atribuir a cada uno igtial responsabilidad para
sus propias acciones. El interés para quien viola la norma penal
queda así resuelto al nivel puramente formal de la accicin impn-
table, no pudiéndose de hecho aceptar un conocimiento distinto
del hombre que delinque, en cuanto supondría el reconoci-
miento de las desigualdades sociales e individiiales frente a la
propiedad. Pero al mismo tiempo, como efecto de la desgarra-
dora contradicción entre principio de igualdad formal y distri-
bución clasista de las oportunidades, la acción criniinal está
OR~CENES Y PRIMEROS DESARROLLOS TEÓRICOS 35
politicamente considerada como propia de los excluidos de la
propiedad y por lo tanto como atentado al orden y a la paz de
los poseedores.
* Si una organización social de propietarios que contratan
libremente pretende un hombre soberano de sus propias accio-
nes y por lo tanto libre frente a la elección entre el actuar licito
y el actuar ilícito, por otra parte el conocimiento de que la
violación de la norma es una forma propia de la condición de
no propietarios -y por lo tanto es siempre potencialmente aten-
tado politiro- sugiere las primeras definiciones del criminal
como sujeto irracional, primitivo, peligroso.
En otras palabras, la necesidad política de afirmar una racio-
nalidad igual de los hombres se diluye en la igualmente adver-
tida necesidad (le definir en términos de estigma, como distinto,
como otro, al enemigo de clase.
Como se ve, el conocimiento criminológico del periodo clá-
sico se detiene ante el umbral de la contradicción política entre
principio de igualdad y distribución desigual de las oportuni-
dades sociales; no resolviendo en ningún sentido este nudo,
desarrolla por tanto un saber contradictorio y heterogéneo. Junto
a las afirmaciones de la racionalidad de las acciones criminales
como consecuencia del libre arbitrio (sobre este paradigma se
desarrollarán las codificaciones penales) no faltará tampoco un
conocimiento del criminal como ser disminuido, no desarrolla-
do completamente, privado de su voluntad, más parecido al sal-
vaje y al niño que al hombre civilizado y maduro, o sea al
hombre burgués, al hombre-propietario. Y es precisamente en
esta interpretación donde se tiende a mistificar las desigualdades
socioeconómicas entre los hombres como desigualdades natura-
les, donde se encontrará el modo de desarrollar la voluntad
pedrigdgica de la época clásica como acción social en relación
con los excliiidos de la propiedad -y por ende en las relaciones
del criminal como del pobre, del loco- a fin de integrarlos en
el proceso productivo, a fin de educarlos para ser no propietarios
sin atentar contra la propiedad, es decir a ser clase obrera. Pero
en esta acción pedagógica nace también el conocimiento del
otro, de lo diverso. El saber criminológico nace en realidad en
la acción de integración del criminal. El lugar privilegiado de
este ejercicio del poder político y de la adquisición de conoci-
mientos será la penitenciaria.
sociedad civil- se hace por esto cada vez m& integrado y sub-
altemo a las exigencias de la producción: esto significa que la
parte del proceso capitalista que en los primeros estadios de la
sociedad burguesa era tan importante como específica, o sea la
fábrica, tiende a generalizarse. La fábrica -como lugar de pro-
ducción y de extracción de plusvalor- invade y penetra toda
la civil. En este nivel de socialización capitalista, el
capital, a travds del estado, extiende el propio nivel desde la
fábrica a la sociedad entera. Es la sociedad haciéndose fábrica.
Desde este momento serán las exigencias de la producción las
que determinen los precios de las mercancías y no el libre en-
cuentro de la oferta y la demanda; será el capital el que organice
el mercado y el consumo a travds de una práctica difusa de con-
dicionamiento (publicidad y mass-media); será una vez más el
gran capital monopolista el que imponga las nuevas formas de
orden social.
La inicial separación de la esfera de la producción respecto de
la esfera de la circulación, o sea de la sociedad civil, que había ca-
racterizado a la sociedad burguesa en su fase originaria y que
había por tanto permitido,-como se ha visto en los 5s 2 y 3
del cap. 1- que frente a las necesidades disciplinarias propias del
momento de la producción se colocasen los derechos individua-
les, las libertades burguesas que dominaban en las relaciones
sociales y jurídicas fuera de la fábrica, tiende a romperse ha-
ciendo así que las formas de dominio y de disciplina que desde
siempre imperaban en la fábrica fagocitasen el reino de las liber-
tades y de las autonomías. Las relaciones sociales no pueden ya
ofrecerse como independientes de las necesidades del nuevo pro-
ceso productivo: la fábrica debe disciplinar todo lo social; de
todo esto deriva que las nuevas necesidades de orden se califi-
quen en los tdrminos de la capilaridad y de la extensión. El con-
trol entonces no puede más que ser difuso, difuso de la misma
manera en que lo es el conjunto de las relaciones sociales.
En el interds mostrado por los ecólogos sociales de la escuela
de Chicago se lia podido ver cómo ahora el nuevo objeto de
análisis terminó siendo la metrópoli, la gran concentración ur-
bana, el habitat en que viven, en relación de simbiosis, especies
sociales diversas: el alcoholizado y el vagabundo junto al nuevo
obrero, los nuevos emigrantes marginados y la segunda genera-
cicín de emigrantes parcialmente integrados, etcétera.
Fuera de los límites de la fábrica, el obrero no puede ser de-
jado solo a si mismo sino que debe ser seguido y controlado en
su barrio, allí donde vive; y con mayor razón debe decirse esto
respecto de quien está excluido del proceso productivo, que es
siempre potencial atentador del orden social. Está claro que
en el fondo de esta obsesión de control total se descubre la
utopía neocapitalista de una gestión tecnocrdtica de la sociedad.
En efecto, el capitalista, en su dimensión monopolista, se sitúa
como capital racional. Debe por tanto disciplinar la anarquía
del capitalista individual que no quiere o no puede aceptar las
reglas del juego del nuevo proceso acumulativo; y al mismo
tiempo debe garantizar un control total sobre la clase obrera. Y
es precisamente sobre estas dos fundamentales exigencias que
también en lo especifico del conocimiento criminológico se des-
arrollan en las décadas de 1930 y 1940 dos corrientes: la primera
que se interesará por las ilegalidades económicas de la criminali-
dad de los cuellos blancos (véase la segunda parte, cap. rr, 8 2 b);
la segunda -que constituirá el cuerpo dominante de la produc-
ción criminológica norteamericana- que se interesará exclusi-
vamente por la desviación de las clases subalternas y de las clases
marginales y que encontrará el momento de síntesis teórica más
convincente en la interpretación estriictural de la anomia (véase
la segunda parte, cap. 1, 55 4 y 5).
vez m& necesidad de policías tiene tambidn cado vez menos ne-
cesidad de criminólogos.
IJn famoso jiirista tuvo qiie decir, tiempo atrás, qiie no se puecle
ser "buen" penalista si no se tiene también una nzaln concienciri.
1.0 mismo podría decirse Iioy taiiibiéii del "buen" criminólogo.
El mundo de las seguridades y de la feliz ingeniiiclacl -ciian-
(lo se podía ser criminOlogo <le "biiena fe"- ha catliicado cle
irianera tlelinitiva, precisamente en el inomento en qiie se ha
tomado conciencia tle que esta sociedad n o podía más explicarse
como fundada en el consenso (le la mayoría. El día en que el
criniintilogo tiivo que rendirse a la evidencia de qiie las tlefi-
riiciones legales de criminali<lad y de desviación no coinciden con
la opinión mayoritaria tle lo qiie debe considerarse jiisto y de lo
qiie debe entenderse injiisto, han eil~peza(lotambién para él las
;iiigustias, y angustias serias. Desde este momento, rota la certela
de iina dimensión ontolAgica de la (liversidad criminal, el criini-
nólogo lia comenzado a jugar al escondite con sil propia con-
ciencia, escondiéndose, una y otra vez, tletrás de la sentencia (le
reorizaciones cnpaces de legitimar este status qiio legil, si no
como el mejor ciertamente como el llieuos malo.
Como se ha visto, los tedricos tlcl c o ~ f l i c t oy (le la renccihn
social llegan a reconocer explícitamente qiie las clefiiiiciones le-
gales de criminalidad y de desviacitin tienen u n origen político
que remite directamente a las relaciones (le potler y hegemonía
en la sociedad; pero no van más allrl, y en la escéptica compro-
baciGn de que las prospectivas políticas realistamente practica-
bles no son más que las que tienden n tina racionalización clel
sistema dominante, terminan, qiiizri contra su voluntatl, por ce-
lebrar lo existente como inevitable.
No es muy distinta la perspecti\ra de quien se mueve en iina
perspectiva marxista: la interpretaci6n materialista de los pro-
cesos de criminalización no está lejos ciialitativamente del an6-
lisis realbado por los teóricos del conflicto y de la reacción
social, salvo para remitir toda contradicción a la que existe entre
capital y trabajo y para obviar el escepticismo de los crimind-
logos radicales con iin acto de fe en una cada vez más improbable
metamorfosis social.
Finalmente, la reflexibn tle la oi)tli)~ologiacritica se detiene
en los umbrales de iin niido teói-ico que clevela el equívoco
172 INDIVIDUO,
AUTOR~DAD Y CRIMEN
B. PARA ACTL'ALIZARSE
7. Criminologia y marxismo
ROBERTO BERGALLI
1 VQsc Doctrina Penal, afio 4, nilm. 16, Buenos Aires, Depalma, octubre-
diciembre de 1981.
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198 ROBERTO BERGALLI
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