Michelena Mariela - Mujeres Malqueridas

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A mi Beba.

A mi mam.

Agradecimientos

A mis pacientes, a todos, fuente constante de estmulo y de conocimiento.


A Elina, a Corina y a Loreto, lectoras generosas.
A mis proveedores bibliogrficos: Corina, Elina, Jos Jaime y Patricia.
Y por supuesto a Fernando, que maneja el bolgrafo rojo con la precisin de
un bistur para escarbar y extraer lo mejor de mis textos. Nunca agradecer
bastante la suerte que tengo de contar con su punto de vista.

1
Malqueridas

A lo largo del ltimo siglo son muchos y muy valiosos los territorios que la
mujer ha conquistado. El voto, la independencia econmica y decidir cmo,
cundo, dnde y con quin tendr sus hijos, son logros indiscutibles. Sin embargo,
en medio de los aplausos por tantas victorias, llevamos algn tiempo escuchando
las quejas de mujeres independientes y emancipadas, que sufren por un mal amor.
Hace no tantos aos su lamento encajaba perfectamente en el listado interminable
de maltrato y postergacin social del que la mujer ha sido vctima. Su
padecimiento por amor era una queja ms, o casi podra decirse que una queja
menos, porque entre tanta reivindicacin fundamental, una lgrima, una espera,
un nudo en la garganta o un insomnio, parecan detalles insignificantes. Tomando
en cuenta las condiciones de menoscabo que ha sufrido durante siglos la mujer,
interrogarse por su felicidad en el amor hubiera sido como si, ante un nio que
empuja una carreta de carbn en una mina de Gales, nos hubiramos preocupado
por el estado de sus uas o de sus dientes.
Hoy, que otros problemas ms acuciantes estn resueltos, las voces de las
mujeres que sufren por amor se escuchan con ms intensidad. Sus lamentos
chirran en un mundo que muchas dan por conquistado. Todos conocemos a ms
de una mujer que se queja de que la quieren mal. El eco de su pena se escucha en
los lugares de trabajo, en el gimnasio, en las animadsimas comidas entre amigas y
en las series de televisin. Dicen que es un tema femenino de actualidad. Por

supuesto que conozco y frecuento todos esos foros, pero en este libro voy a hablar
desde mi experiencia como psicoanalista.

Malqueridas

Cuando hablemos de malqueridas hablaremos de mujeres que padecen por


un mal amor, no necesariamente de mujeres maltratadas fsicamente, sino de
mujeres enzarzadas en relaciones imposibles, destructivas, que lloran por un amor
perdido o sin futuro aunque pasen toda la vida enganchadas a ese llanto y a esa
relacin. Mujeres fieles a parejas intermitentes. Amores furtivos, prohibidos,
clandestinos. Mujeres extraordinarias que se transforman en nias enfermizas si un
hombre no las llama. Mujeres encadenadas a una pena de amor, condenadas a ser
la horma de cualquier zapato, o a instalarse debajo de cualquier zapato. Mujeres
que no se cansan de escuchar: No quiero compromisos. Mujeres sumisas,
mansas, asustadas, complacientes. Mujeres que son fuertes ante todos los retos de
la vida, brillantes para resolver sus tareas, para enfrentarse a cualquier desafo,
valientes para todo, excepto para resguardarse de ese hombre que las quiere mal.
Mujeres dispuestas a esperar y a esperar y a esperar. Engaadas, traicionadas,
malqueridas
De sus parejas sera arduo delimitar dnde empieza el maltrato emocional y
dnde termina la malquerencia. Y cuando digo que las malquieren, no me refiero a
que NO las quieran, al contrario, puede incluso que las quieran muchsimo, lo que
ocurre es que las quieren mal. Quieren a una que no es ella, la quieren raro,
torcido, al revs, y ella se retuerce y se contorsiona hasta encontrar la forma exacta
que encaje con el trazado caprichoso de ese mal amor. A veces el hombre quiere a
otra que tiene en su imaginacin y pretende transformar a su amada en alguien
que no es ella, y la amada descoyunta su ser intentando complacerle. A la mujer
verdadera apenas la tiene en cuenta, a veces ni siquiera se ha preocupado por
conocer sus gustos, sus inclinaciones, sus dificultades; para qu? Es suficiente con
que ella siempre est all para l. Se trata de un amor que suele quedar un poco
estrecho de cintura y holgado de espalda. Es un amor de otra talla que no le
sienta bien a casi nadie y que, no obstante, esa mujer insiste en llevar a cuestas a
pesar del sufrimiento que le supone. Una mujer subida a un amor como se, debe
tener la misma sensacin que una mujer subida a unos zapatos prestados,
estrechos, puntiagudos y de tacn muy alto. Mientras todos los que la rodean la

ven haciendo malabares y tambalendose, ella se cree elegantsima y maravillosa,


incapaz de reparar en que no es ms que una mujer que sufre y que se siente
profundamente desgraciada.
Lo que yo sostengo es que en toda mujer malquerida por una serie de
hombres, hay una mujer que se quiere mal a s misma. Y cuando digo que se quiere
mal, quiero decir que se quiere con un amor tergiversado. Con sus palabras ella
dice que quiere una cosa, pero sus actos revelan que quiere otra. No estoy hablando
de que no se quiere suficiente; no me refiero a que tenga una baja autoestima.
Puede que, sin saberlo, incluso, se quiera a s misma en exceso y se sienta en el
fondo tan fuerte y tan poderosa como para ser capaz de salvar, por amor, todas las
dificultades que se le presenten en el camino, aunque en el empeo se deje la
sangre y la piel. Alguien que hace un mal negocio no necesariamente es alguien
que no tiene dinero, puede quedarse sin dinero por no haber sacado bien las
cuentas, a causa de un negocio torcido,
o de una mala inversin. Pero quedarse sin dinero es una consecuencia, no
una causa. Quedarse sin autoestima puede ser la consecuencia de haber invertido
mal el amor propio. A veces el amor propio tiene una preocupante tendencia al
herosmo, a adornarse a s mismo con una capita de superhroe, que lleva a su
duea a sentirse capaz de acometer ciertas proezas titnicas que no le reportarn ni
el xito, ni la fama mundial, ni siquiera le servirn para asegurarse un lugar en el
Cielo. Slo obtendr cansancio, humillacin y sufrimiento.

Ellas tienen la palabra

Desde mi experiencia como psicoanalista, he tenido ocasin de toparme con


muchas mujeres malqueridas. Sus historias aparecen en estas pginas lo
suficientemente enmascaradas como para que ni siquiera ellas mismas puedan
reconocerse. Todas ellas me han enseado algo. Todas y cada una me han
permitido descubrir una fascinante y singular respuesta. A todas ellas, para
empezar, mi agradecimiento. A cada una de sus historias me acerco como si fuera
la primera y no puedo dejar de preguntarme y por qu?. Y por qu esta mujer,
tan inteligente, tan desenvuelta y exitosa en su trabajo, no se da cuenta de cunto
est sufriendo? Y, si lo sabe, por qu lo acepta como si no tuviera otra alternativa?
Y por qu sufre tanto por el final de una relacin que iba tan mal? Y por qu
vuelve con l despus de todo lo que ha sufrido a su lado? Y por qu lo echa tanto
de menos si apenas se soportaban? Y por qu sigue esperando a que cambie, si es
evidente que nunca va a cambiar? Y por qu le parece que ese hombre es tan
extraordinario si tampoco es para tanto? Y por qu se ha buscado a otro hombre
exactamente igual al anterior?
De todas estas preguntas se desprende una que resulta esencial: qu ventaja
saca ella de todo esto? Qu extraa y secreta transaccin ha realizado ella, consigo
misma, con su pareja, con la vida, para creer que una situacin tan dolorosa le
resulta rentable? Cmo explicar que se resista con tanta voluntad a abandonar ese
lugar que aparentemente es tan incmodo? Intentar responder a estas preguntas es
el tema que va a recorrer como un hilo rojo las pginas de este libro y lo que va a
diferenciarlo de otros.

Qu he hecho yo para merecer esto?

En mi consultorio, yo no soy la nica que se hace preguntas. La paciente que


acude a una consulta tambin est buscando respuestas. Cuando alguien,
cualquiera, hombre o mujer, sufre y reza ante otro su letana de quejas, al final,
aunque no pronuncie las palabras, hay algo en l o en ella que reclama: Qu he
hecho yo para merecer esto?. Generalmente, repito, aunque no se pronuncien las
palabras, el tono suena ms a un reclamo que a una interrogacin y no parece que
el afectado est esperando una respuesta sino un consuelo. Con frecuencia, lo que
espera escuchar de su interlocutor es algo muy parecido a:
T no has hecho nada, esto es una injusticia, t eres estupenda(o), claro que
no te mereces una situacin como sta. Las circunstancias son duras y el malo es
el otro.
Claro que hay sufrimientos que nadie se merece. Nadie merece ser
malquerido y mucho menos maltratado. Pero cuando un paciente formula esa
misma queja en la consulta de un psicoanalista, ste se toma en serio la pregunta
del paciente, en un sentido literal, y se pone a la faena de ayudar a comprender al
paciente qu ha hecho l para merecer tal o cual situacin. Se empiezan a anudar las
preguntas del paciente con las del terapeuta y se emprende un camino conjunto en
busca de respuestas. Con el correr del tratamiento y la ayuda del psicoanalista, el
paciente termina por responderse con el reverso de su propia pregunta:
Pues s, puede que yo haya hecho tal o cual cosa para contribuir a esta
penosa situacin que estoy viviendo.
En el caso de las mujeres que sufren por amor, las respuestas a estas
preguntas suelen ser mltiples. A la mujer malquerida que pregunta qu he hecho
yo?, podramos empezar por contestarle que lo primero que ha hecho es ser mujer.
Y luego indagaramos en cada caso particular para entender cmo deambula ella, a
su manera, por el territorio de su feminidad, un deambular que vendr
determinado por su historia infantil, por una familia, una madre, un padre, un

lugar entre los hermanos, un carcter y una forma de ser.


Si bien encontraremos rasgos comunes en unas y otras malqueridas, no hay
una causa nica que explique todos los casos. Hay que pensar ms bien en una
dialctica constante entre lo general y lo particular, entre aquello que atae a todas
las mujeres, como gnero, ese extremo burdo de la generalizacin, del eterno
femenino y lo estrictamente particular y personal que concierne a cada mujer
segn su propia historia.
Si slo tuviera importancia lo general, lo universal, escribir este libro no
tendra demasiado sentido porque todas las mujeres, sin excepcin, estaramos
abocadas, condenadas, a ser mujeres malqueridas. Si, por el contrario, slo tuviera
peso la historia personal, tambin nos veramos obligados a abandonar nuestro
empeo, pues no tendramos nada que aportar con un solo libro, tendramos que
escribir un libro para cada lectora, que diera cuenta de su propia biografa. As que,
en estas pginas iremos permanentemente de lo general a lo particular y viceversa.
No son pocos los rasgos de lo femenino que contribuyen a que una mujer
se preste a representar en su vida el papel de malquerida, sin embargo, en este
libro veremos que algunos de ellos parecen ms relevantes que otros.
Desde la perspectiva de lo particular, nos encontramos ante el peso de la
historia infantil y su influencia en la vida adulta que har que esos rasgos
femeninos se modelen de una forma peculiar en cada mujer. Esa historia infantil va
a generar una especie de agenda oculta, un plan secreto que escapa a la lgica
formal y a la conciencia. Se trata de una gua silenciosa que se sigue a pies juntillas
y a ciegas. Una gua que no siempre lleva al usuario por el mejor camino, ni mucho
menos por el ms despejado, ni el ms sencillo. Al contrario, lo lleva a repetir
situaciones dolorosas, una y otra vez, sin saber ni cmo, ni cundo, ni por qu. Se
trata de la gua secreta de los nudos del inconsciente que con frecuencia nos
domina y nos traiciona.

Los hombres y las mujeres

Buscando analogas que nos permitan acercarnos en toda su complejidad al


misterio de lo femenino y lo masculino, he pensado que Hamlet, la tragedia de
Shakespeare, cuenta con dos personajes que encarnan, cada uno en su propia
tragedia, a lo que pueden conducir el extremo de la posicin femenina y el extremo
de la posicin masculina. Me refiero a la pareja malograda de Hamlet y Ofelia.
Hamlet y Ofelia estn locamente enamorados el uno del otro. Todo est bien
hasta que el Rey, el padre de Hamlet, muere en extraas circunstancias y l, como
su nico hijo, est obligado a vengar esa muerte. A partir de ese momento toda su
vida gira en torno a convertirse en el digno vengador de su padre. El resto del
mundo deja de interesarle, incluida Ofelia. Slo lo mueven la obsesin de venganza
y la duda de si ser o no capaz de dar la talla y de cumplir con lo que el padre
espera de l. A lo largo de la tragedia, acosado por la indecisin, Hamlet se hace
muchsimas preguntas, pero entre todas ellas, hay una que lo caracteriza: Ser o no
ser? Su pregunta me parece tpicamente masculina; algo as como soy
suficientemente hombre para cumplir con mi padre?, cmo tendra que
demostrarlo?. Su pregunta encarna la preocupacin masculina, el hombre est
mortificado por ser, por parecer lo que se supone que debe ser: un hombre. Para
la posicin masculina es importante demostrar activamente que l tiene lo que
hay que tener y suele pasarse buena parte de sus das poniendo sus atributos sobre
todas las mesas. l tiene que ser el ms valiente, el ms potente, el ms listo, el
ms conquistador. En fin, ha de ser siempre el primero de alguna lista, de alguna
competicin que continuamente est librando con algn otro hombre en su cabeza.
De hecho, en la tragedia de Shakespeare, Hamlet est dispuesto a matar y mata
para ser un hombre, digno hijo de su padre, para defender su lugar en el
mundo.
Pero qu pasa con las mujeres?, qu pasa con Ofelia? Mientras Hamlet est
obsesionado por la venganza, ocupado en dilucidar si l es o no es, en averiguar
qu tendra que hacer para ser un hombre como su padre; Ofelia, ajena por
completo a las luchas por el poder, slo sabe que ella sigue enamorada de Hamlet y

que l la ignora. Incapaz de tomar ninguna iniciativa, slo atina a soar con su
amor. Es as como Ofelia se pasa las horas perdidas, entregada a preguntarse otra
cosa. Ofelia se vuelve loca de amor y se rinde sin moderacin a su locura. Ha
perdido la razn porque Hamlet no la quiere. Rodeada de flores, dedica los ltimos
das de su vida a deshojar margaritas y a preguntarles me quiere? o no me
quiere?. Ofelia est dispuesta a morir y muere, se quita la vida por amor.
Ofelia encarna el extremo de la pasividad femenina.
La queja de Ofelia es la queja que ms se escucha en boca de una mujer,
quien, ms tarde o ms temprano se preguntar: Me quiere?, no me quiere?,
cunto me quiere?, cmo me quiere?, me querr siempre?, qu tengo
que hacer para que me quiera ms?.
Estas preguntas: Me quiere?, no me quiere?, no suelen ser el mejor
camino para despejar dudas respecto a una relacin maltrecha. No es suficiente con
que la respuesta sea S! Me quiere!. Tambin los maltratadores quieren
muchsimo a sus vctimas, tanto, que no soportan estar sin ellas y verlas vivir lejos
de su control Las quieren, s, pero las quieren mal, las quieren con un amor
monstruoso, con un amor enfermo. Las quieren tanto que prefieren verlas muertas
antes que en brazos de otro, por ejemplo. As que me quiere?, no me quiere? son
preguntas que arrojan respuestas engaosas. Para empezar, la respuesta est en
manos de la otra persona y siempre es preferible plantear preguntas que pueda
responderse cada quien, por ejemplo: Una relacin as, me compensa o no me
compensa?, Es esto lo que yo quiero para mi vida?, Estoy dispuesta a
perdonarle otra infidelidad?, Cuntos aos ms puedo esperar hasta que se
decida?, Tengo que creer en sus palabras o en sus actos, en sus promesas o en
los hechos?.

Slo mujeres?

Vamos a hablar de mujeres malqueridas, para entendernos y porque son


mayora, pero por supuesto que tambin hay hombres malqueridos. Excepto la
Barbie, no conozco a ninguna otra mujer que sea cien por cien una mujer, ni a
ningn hombre, excepto Rambo, que sea cien por cien un hombre (y digo Rambo
porque me parece que ni siquiera el Ken, la pareja de la Barbie, tiene su identidad
sexual muy definida). El ser humano se distingue, entre otras cosas, por su
disposicin a la bisexualidad.
Ante cada persona concreta, ms que de hombres y de mujeres en
estado puro, cabe hablar de posicin masculina o posicin femenina, identificando
femenino con pasividad y masculino con actividad. Para explicar en qu
sentido identifico el par femenino/masculino con el par pasividad/actividad, voy
a recurrir a la expresin biolgica ms elemental: la fecundacin. Desde el punto
de vista ms descriptivo, en la fecundacin, aun a riesgo de ser considerados
polticamente incorrectos, podemos afirmar que el vulo espera (pasivamente) la
llegada del espermatozoide, mientras que el espermatozoide ha de buscar
(activamente) el encuentro con el vulo. As se forja la historia de amor entre el
vulo y el espermatozoide.
Qu pasa cuando esa expresin biolgica elemental se hace ms compleja,
cuando hablamos de seres humanos? Entonces contamos con un abanico muy
variado, en el que lo femenino y lo masculino, la pasividad y la actividad, se
mezclan en distintas proporciones, dando como resultado una gama amplsima de
actitudes humanas que recorre desde los extremos ms caricaturescos de la
homosexualidad en la que se supone, por ejemplo, que un hombre se coloca
netamente en una posicin femenina o una mujer en una posicin
indiscutiblemente masculina; a la supuesta heterosexualidad sin mcula
representada por los iconos del macho ibrico y la mujer objeto, pasando por
la ejecutiva agresiva de ordeno y mando, uniformada con su impecable traje de
chaqueta, o el metrosexual atildado que se depila, usa el secador de pelo durante
ms tiempo que su mujer y gasta en cremas tanto o ms que ella.

Una vez aclarado que parto de la idea de un gradiente masculino-femenino


de infinitas combinaciones, quiero destacar que en la posicin femenina pasiva hay
una mayor disposicin a sufrir por amor, que en la posicin masculina activa.
Para Simone de Beauvoir, el estilo de querer considerado como tpicamente
femenino es la consecuencia inevitable de la situacin de desventaja social en la
que se encuentra la mujer, una situacin de dependencia que le impide situarse en
la vida como sujeto y ser protagonista de su historia. Segn su punto de vista, la
mujer, condenada a depender de un hombre, no tendra otra alternativa que
transformar a ese hombre en un dios y, a partir de ah, convertir su condicin de
esclava en una virtud, y el amor en su nica razn de ser. Lo curioso es que la
mujer no se revela contra esta situacin, antes bien, la mujer sometida se siente
orgullosa de su esclavitud, y experimenta una especie de honra de sierva. Es as
como el amor, para la mujer, ms que una forma de expresin afectiva, se
constituye en una religin.
Personalmente yo comparto la opinin de Simone de Beauvoir respecto a la
mayor parte de las mujeres hasta hace escasos decenios. Pero este planteamiento
me resulta insuficiente para explicar la situacin de un enorme nmero de mujeres
que sufren por amor en la actualidad. Hoy en da hay cada vez ms mujeres que
cuentan con una entrada econmica estable y que son las nicas dueas de las
riendas laborales de su vida. Cualquiera conoce a una mujer que se ha labrado a
pulso un lugar propio en el mundo, sin tener que depender de un hombre.
Sabemos que, a pesar de que persisten las diferencias por razones de sexo, cada vez
hay ms mujeres que alcanzan puestos de alta responsabilidad en la poltica, en los
negocios, en la cultura, etctera. Simone de Beauvoir se sentira orgullosa de todas
ellas porque son la demostracin de que su lucha y sus palabras, inspiradoras del
feminismo ms fecundo, no han sido en vano.
Y, a pesar de todos esos logros, la misma Simone de Beauvoir se
sorprendera si comprobara hasta qu punto las consultas psicolgicas se siguen
nutriendo de mujeres autnomas, emancipadas, independientes, que, cuando
nadie las ve, lloran desconsoladas las heridas que deja un amor desdichado, como
solan llorarlo sus antecesoras. Esas mujeres brillantes, reconocidas, a quienes no
les queda casi nada por demostrar desde el punto de vista laboral, siguen
emulando a Ofelia y, a escondidas, deshojan la mustia margarita del me quiere?,
no me quiere?.
Visto as, el argumento de la subordinacin econmica y social de la mujer

respecto al hombre, no es suficiente para explicar este estilo femenino de querer.


Tenemos que buscar la explicacin en otra parte. En este caso, la verdad no slo
est all fuera, en la sociedad, sino tambin aqu dentro, en la misma condicin
femenina, lo que veremos en el prximo captulo.

El ciclo de la repeticin

Hacerme las mismas preguntas a lo largo de tantos aos me ha llevado a


concebir la ilusin de que se pueden responder. El amor es un animal extrao y
caprichoso que se mueve sin brjula, y sus razones escapan a toda lgica
consciente. El amor es un animal que se alimenta de certezas absurdas y de
verdades falsas. El caso es que la experiencia teraputica repetida con este tipo de
casos me ha permitido vislumbrar un patrn reiterativo.
La repeticin es una marca de identidad de la conducta humana. Solemos
repetir a ciegas desde la conducta ms sublime hasta la ms impresentable. Quiero
que a travs del libro recorra conmigo una especie de ciclo que se repite y que
empieza con toneladas de ilusin y expectativas que, sin entender muy bien por
qu, naufragan una y otra vez en un amor lastimoso.
Despus de acercarnos a esa disposicin tpicamente femenina para el amor
incondicional y el sacrificio, continuaremos la historia con la propia eleccin de
pareja que siempre es fruto de todo menos del azar. Me referir a esos casos en los
que se establece un tipo de relacin en el que la mujer convierte a su hombre en un
dios y ella pasa a ocupar el lugar de su sierva, de su duea. Repasaremos lo que he
llamado pecados capitales de una relacin, algunas de esas situaciones, actitudes
o vicios inevitables pero que, en exceso, se convierten en pecados que llevan a la
mujer a verse envuelta en relaciones destructivas y sin futuro.
Recorreremos varios de los ingredientes tpicos de este tipo de relaciones: la
infidelidad, la Otra, los celos. Repasaremos tambin algunos de los recursos de los
que echa mano una mujer atrapada en este tipo de relaciones; en el mejor de los
casos empieza a funcionar un radar que la lleva a buscar ayuda y compaa.
Recurre a sus amigas, que se convierten en pilares firmes que la sostienen; adems
busca consejo con el mismo inters en un libro de autoayuda, en el horscopo o en
las cartas del tarot y, finalmente, cuando nada de lo anterior le ha funcionado y el
sufrimiento persiste, acude a un terapeuta para pedir ayuda psicolgica. Veremos
que cada una de estas tablas de salvacin cumple una funcin diferente, tiene sus

peculiaridades y ninguna de ellas sustituye a las dems.


La mayora de estos amores imposibles, por suerte, no son eternos, y aquel
que hasta ayer era un dios y ocupaba el lugar ms alto de un pedestal, una maana
cae sin remedio y casi sin explicacin. Un buen da resbala el velo que no dejaba
ver a la mujer con claridad y su dolo se presenta en toda su humanidad. Ser
cuando ella est preparada para desprenderse internamente de l, aunque se hayan
separado mucho tiempo atrs.
Cado el dolo del pedestal, empieza el proceso de reconstruccin de la
mujer, que habr de atravesar un duelo inevitable. Veremos que son muchas y muy
variadas las estrategias que puede emplear una mujer para evitar ese duelo, para
darle de lado, sin embargo sin ese trabajo de duelo, no hay final. En los casos de
peor pronstico, una mujer todava convaleciente de un amor desdichado, que no
conoce las verdaderas razones que la mantuvieron atada a esa relacin, se prepara
sin saberlo para emprender otra relacin igual de perniciosa para ella que la
anterior y repetir el mismo ciclo. Slo cuando la mujer ha podido determinar qu
papel ha desempeado ella misma en su sufrimiento, en esa desgraciada historia,
entonces podr restituir su propia identidad, su vala y su razn de ser, ms all de
la relacin que mantenga con un hombre. Slo entonces ser capaz de relacionarse
consigo misma y con los dems, de una manera menos destructiva y ms
provechosa. Si lo consigue, habr deshecho la rueda de la repeticin y su prxima
historia de amor, su propia historia, ser otra.

No espere un GPS

En este libro no va a encontrar recetas infalibles. Lo siento, no existen, a


menos que alguien est dispuesto a curarse de su propia humanidad o a vacunarse
contra las pasiones. Encontrar descripciones, explicaciones que responden a otros
tantos por qus?. Aclaraciones que acompaan, que tranquilizan, que le
permitirn comprenderse y conocerse mejor. En este libro encontrar algo as como
el trazado de un mapa. Una suerte de cartografa emocional que indica cules son
los ros; cules las montaas; que mucho ojo que por aqu hay precipicios; y que
esto es una carretera comarcal y no una autopista. Se sealan alarmas, signos de
alerta, zonas marcadas con bandera roja que adviertan: Prohibido estacionar. Se
indicar que a este lado est la inmensidad del ocano, y al otro extremo un lmite
infranqueable. Pero se trata de un simple mapa, sin GPS. No encontrar
indicaciones del tipo ahora gire a la derecha y en el prximo semforo a la
izquierda y al final del trayecto llegar a su destino: la felicidad!. En este libro
ofrezco slo un mapa. La brjula y la decisin ltima del camino a seguir estn en
las manos de cada quien.

2
Amor de madre

Lo que entiende la mujer por amor


no slo es abnegacin, es un don total de cuerpo
y alma, sin restricciones
Esta ausencia de condiciones es lo que
convierte su amor
en una fe, la nica que tiene.

F. Nietzsche

La forma exagerada de amar que muestran algunas mujeres ha hecho correr


ros de tinta, las razones que explican por qu una mujer est dispuesta a amar de
esa manera, no son menos.

En este captulo nos vamos a centrar en uno de los rasgos universales que
explicara por qu una mujer tiene esa curiosa disposicin al sacrificio y a la
entrega y cmo esa inclinacin est directamente ligada a la maternidad.
Desde el punto de vista de la lgica evolutiva, la mujer est hecha de la
mejor manera que se puede ser para asegurar la supervivencia de la especie; est
superdotada para constituirse en rgano de crianza. Alguien tiene que cuidar de la
cra, alguien tiene que postergar sus propias necesidades en nombre de las
necesidades del beb, y ese papel suele desempearlo la mujer, que es la que
siempre est presente en el momento del parto. Slo ella puede parir al nio, slo
ella puede amamantarlo. Este rasgo tiene implicaciones extraordinarias para la
historia de la humanidad y, sin embargo, llevado a un extremo, veremos que puede
tener implicaciones patolgicas para la propia mujer cuando ejerce esta cualidad
fuera del contexto evolutivo y maternal para el que est prevista. Un hombre no es
lo mismo que un nio, aunque muchos hombres se empeen en reclamar su
equivalencia.

Por qu somos capaces de amar as?

Noem, una paciente ex malquerida, deca en una sesin:

En mi vida hay muchas cosas que me interesan y a las que podra dar
prioridad sin ningn esfuerzo porque son cosas que me gustan. Mi trabajo en el
laboratorio me apasiona, la fotografa, mis cursos de cocina, mis amigas. La verdad
es que no me faltan aficiones, pero en cuanto aparece El Hombre, es como si todo
pasara a un segundo plano. El Hombre pasa por encima de todo, incluso por
encima de m misma. Despus me agobio, claro. Pero soy as, mi vida gira en torno
a tener una persona y a colocarla en el centro de todo. Quizs tenga que ver con el
deseo de tener una pareja para formar una familia y tener hijos. Para m es muy
importante tener hijos y me angustia pensar que no lo pueda conseguir.

La de Noem es una vida rica y entretenida, le gustan cosas muy distintas y


disfruta de cada una de ellas con entusiasmo. Es muy apreciada en los crculos en
los que se mueve. En principio, no necesita de un determinado hombre ni para
mantenerse econmicamente, ni para pasrselo bien. Sin embargo, cuando ese
hombre determinado aparece en su vida, Noem se vaca para dejarle a l todo el
espacio, y si l se va, ella se queda hueca. En esa sesin Noem propona una
explicacin a todas esas concesiones que ella realiza. Le pareca que esto le ocurra
por su deseo de tener hijos. Pienso que algo de razn tena.
Mi forma de entenderlo es que muchas mujeres se entregan a un mal amor
no slo para poder tener hijos, sino porque son capaces y estn en disposicin
de tener y cuidar a sus hijos. Me explico. Noem habla de una entrega total en la
que todos sus intereses, incluida ella misma, pasan a un segundo plano. Yo slo
conozco un estado vital en el que una donacin semejante por parte de un ser
humano a otro sea necesaria: y es el que hace la madre al hijo durante el embarazo

y los primeros meses del beb. No hay mayor entrega que compartir el propio
cuerpo. Durante las primeras semanas de vida del beb, no queda ms remedio
que prolongar esa situacin de entrega incondicional que hubo durante la
gestacin. El beb est completamente indefenso y su dependencia es absoluta.
Para asegurar la supervivencia a un ser tan frgil, se precisa de una entrega de la
misma magnitud: la entrega tiene que ser extrema. Es necesario que la madre se
olvide de s misma y de sus propias necesidades durante un periodo de tiempo.
En mi libro Un ao para toda la vida, dedicado al primer ao de vida del nio,
compar la disposicin que tiene la madre para entregarse al beb con el
enamoramiento. Deca entonces que la mam consigue enamorarse locamente de
su beb, olvidarse de s misma y de sus propias necesidades, para atenderlo
incondicionalmente. Se trata de esa capacidad que Winnicott (pediatra y
psicoanalista ingls) denomin preocupacin maternal primaria. Si su beb llora,
la madre se olvida de comer y no le importa pasar la noche en blanco y que el beb
la ensucie y que le chille y que la vuelva a ensuciar. Ella lo mira embelesada, l
gime, l sigue sin dormir, ella lo mira, l sonre y, no hay duda, se trata del ser
ms maravilloso de la tierra!
Hoy, recurro a la preocupacin maternal primaria para explicar el
enamoramiento. Si entonces dije que la mam de un beb recin nacido se
comporta como una mujer enamorada, hoy dir que una mujer enamorada se
comporta como si fuera la mam de un beb recin nacido.
Hay mujeres, demasiadas mujeres, dispuestas a ejercitar el msculo de la
entrega incondicional que tienen preparado para un beb con el primer mequetrefe
que pase por su puerta. Nadie, excepto el beb, necesita de una entrega tan radical.
Un hombre que llama por telfono no es un beb que llora porque tiene hambre. Y,
sin embargo, muchas mujeres son incapaces de dejar pasar por alto una llamada
telefnica y responden con la misma solicitud con la que responderan al beb que
reclama de su madre el alimento desde la cuna.
El mejor filete para el nio, yo puedo esperar, el pobre todava es muy
pequeo, yo por mis hijos soy capaz de cualquier cosa son frases que
escuchamos constantemente sin sorprendernos. La madre siempre est all. De
alguna manera es lo que se suele esperar de una madre ms o menos normal y
corriente. Independientemente de la exigencia radical del beb recin nacido, la
maternidad predispone a la mujer a estar preparada para postergarse. No digo que
est instintivamente obligada a hacerlo, digo que la predispone.

Al padre, en cambio, los hijos, particularmente en su primer ao, le quedan


un poco ms lejos. No me refiero a que no se ocupe o a que no tenga que hacerlo,
digo que su preocupacin tiene caractersticas radicalmente distintas a las de la
madre. En general, los hombres estn menos dispuestos que las mujeres a ponerse
ellos en segundo lugar respecto al hijo. Con frecuencia, les vemos incluso competir
con el pequeo por el afecto y la atencin de la madre. Ya escucho las voces de
quienes protestarn recordando que conocen a un padre que es una madraza. Lo
s, yo tambin los conozco. Hablo de la mayora. Recordemos de nuevo aquello de
la posicin masculina y femenina. Un hombre con capacidad para asumir en
determinadas circunstancias una posicin femenina, puede estar mucho ms
dispuesto y preparado para olvidarse de s mismo en nombre de un hijo.

Un hombre no es un beb

Lo cierto es que con frecuencia atiendo en la consulta a mujeres atrapadas en


relaciones destructivas y sin futuro que han transformado a su novio, a su amante
o a su marido en su beb, y al que exigen que dependa de ellas y que les permita
demostrar su desmedida capacidad de entrega y sacrificio. Una vez aceptado ese
pacto secreto, ellas sacrifican todo en su nombre, le rinden tributo como a un rey y
le adoran como a un dios.
Tal y como lo contaba Noem en la consulta, cuando aparece el beb en
escena, los horarios vienen marcados por su reloj. La propia respiracin le
pertenece, y El Hombre decidir si esa mujer va a respirar o si va a ahogarse de
dolor. Se produce una especie de indiferenciacin casi fsica y una
incondicionalidad irracional. No obstante, esta entrega tiene una contrapartida. A
cambio, esa mujer entregada recibe el trofeo de sentirse indispensable. El Otro, el
nio, el hombre, necesita algo, y ella, en su imaginacin, es la nica que lo tiene y
que se lo puede dar. Si ella tiene lo que l necesita, ella es todo.
En ese tipo de relaciones, no hay lugar para el perdn porque no hay ofensa
posible. Cuando se trata de la madre de un beb recin nacido, la mujer debe estar
preparada para el maltrato, para la indiferencia, para el llanto inexplicable, para
sus cacas a deshora, para su ingratitud y su arrogancia. Ningn maltrato se
identifica como tal, porque se es su beb, y eso lo convierte en un dios adorable.
Ya dormir y, cuando se duerma, la dejar descansar. Ya sonreir, y una sola de sus
sonrisas borrar cualquier ofensa.
El problema surge cuando se hace exactamente lo mismo con un hombre con
toda la barba. Esto es lo que convierte a una mujer en malquerida: soportar sus
bufidos, su indiferencia, su traicin y sus accesos de clera con un estoicismo
maternal. Ella se ha convertido en malquerida cuando es suficiente una sonrisa, tan
slo una pausa, para que se precipite a dar el tema por zanjado y le llene de besos y
de perdones. Se habr convertido en malquerida cuando una llamada suya baste
para sanarla de un desprecio, de un insulto, de una traicin, de un abandono. Ella

estar de nuevo all, dispuesta a todo, convertida en una perfecta malquerida y


adems encantada de haber recuperado su lugar junto a ese ser que le hace sentir
tan importante. A este tipo de entrega sin restricciones se le conoce como amor
incondicional.

Qu significa amor incondicional?

A veces, las palabras, de tanto usarlas, se desgastan, pierden fuerza y se


diluye su significado, as que voy a detenerme un poco en esta frase que se utiliza
con tanta frecuencia y a veces se ejecuta con una cierta ligereza, sin demasiada
consciencia del horror que supone.
Un amor incondicional, como la palabra indica, es un amor sin condiciones.
Es un amor que no se rige por las leyes del mercado, nada de tanto vales, tanto
pago por estar a tu lado. Un amor incondicional no est sujeto a la oferta y la
demanda; en un amor incondicional no hay nada parecido a si te portas bien te
quiero, si te portas mal no te quiero. Un amor incondicional es un amor que nace,
crece, se desarrolla y casi nunca muere, independientemente de la persona a la que
vaya dirigido. Esa persona no necesita hacer nada para merecer un amor as. No
hay nada que pueda hacer para perder ese amor del que es objeto, por mucho dao
que ocasione. Con la misma arbitrariedad con la que Dios reparte su Gracia, quien
ama con un amor incondicional lo otorga porque s, porque le da la gana y porque
en sus amores manda l.
Pase lo que pase, el amor incondicional seguir all, inmune a la realidad. No
es un amor vincular que se establece entre una y otra persona para que algo fluya
con cierta reciprocidad no. El amor incondicional no necesita reciprocidad, eso
sera un amor fallido, un signo de debilidad. En realidad el amor incondicional no
necesita de nada. Es un amor que ignora al otro, porque se basta y se sobra a s
mismo. All, subido a su olimpo, un amor incondicional no cometera la ordinariez
de tambalearse o disminuir por causa del maltrato o por la indiferencia que la otra
persona manifieste. Un amor incondicional es inmenso, inconmensurable, pero no
se sabe bajar a la tierra para conocer y querer a un ser humano corriente.
Irene es una malquerida a la que veremos en varias de estas pginas.
Hablaba as de Juan, el chico con el que viva y que no la trataba demasiado bien:

Juan no necesita hacer mritos para que yo lo quiera. l, de entrada, slo por
ser l o por ser chico ya tiene todos los mritos ganados, porque se los he dado
yo. Y por supuesto que todos los mritos que le doy a l me los quito yo, as que
mientras a l lo veo cada vez ms maravilloso, yo me siento cada vez ms sosa

Con el correr del tiempo y del tratamiento entendimos cunto necesitaba


Irene sentirse indispensable, y cmo estaba dispuesta a transformar a Juan en
alguien que Juan no era, con tal de conseguir ese lugar privilegiado junto a l. Un
da dijo:

Si lo pienso mejor, me doy cuenta de que hay una gran parte de mi relacin
con Juan, en la que Juan no pinta nada.

Irene haba descubierto algo fundamental. Resulta que ella estaba locamente
enamorada de Juan, pero no saba muy bien de qu Juan. Como ella misma dice, el
Juan verdadero, el de carne y hueso, el que se levanta cada maana de mal humor,
no pinta nada en el amor inmenso que ella le profesa. Y en eso consiste la
incondicionalidad. A simple vista parece que un amor as tiene muchas ventajas
para el que recibe ese regalo, pero si lo miramos ms de cerca, es una especie de
fraude. Crear y amar a un dios es ms sencillo que conocer, y ver si queremos y
aceptamos a un hombre normal y corriente, tal cual es.
Hay una frase popular que describe muy bien esta situacin: No te quiero por
lo que t eres, sino por lo que soy yo cuando estoy contigo. Parece que Irene hubiera
creado la frase. Ella no quiere a Juan por lo que l es, Irene se inventa a un Juan
extraordinario de quien ella es la artfice, la duea de ese dios que ha elaborado a
su medida. Esto la convierte en alguien de suma importancia. Cuando est con
Juan, dice Irene que se siente muy disminuida, pero, en el fondo, estar al lado de
Juan la hace sentirse muy importante, indispensable. Su sentimiento de
disminucin junto a su Juan es el precio que paga por entrar en el club de las
dueas de un dios.

Omnipotente o indefenso?

La frase acuada por Freud His majesty the baby contiene de una forma
magistral esa pattica contradiccin en la que incurre un beb recin nacido, segn
la cual, a pesar de ser el ser ms indefenso y ms frgil de la tierra, exige pleitesa y
se comporta como si fuera un dios. Cuando se trata de un beb, esta combinacin
incompatible y explosiva puede resultar hasta simptica, enternecedora. Sin
embargo, cuando hablamos de un hombre hecho y derecho ya no hace ninguna
gracia. Y si pensamos en ese beb con barba, satisfecho, no se nos debe olvidar que
transformar a un hombre en un beb tiene una doble consecuencia: se le trata como
a un rey, pero, a la vez, se le considera un intil, un pobre ser incapaz de sobrevivir
sin los cuidados oportunos, sin la grandeza de un amor como el que esa mujer est
dispuesta a darle. Soy tu esclava s, pero, sobre todo, soy tu duea. Nadie va a quererte
como yo te quiero. El servilismo da paso a la condescendencia y de la
condescendencia a la dominacin no hay ms que un paso, porque entre un amo y
un esclavo no siempre est claro quin depende de quin.
Y no hay que perder de vista que un hombre dispuesto a encarnar un
equvoco semejante espera de la mujer que le ha elegido el amor incondicional de
una madre perfecta que no existe y que nadie ha tenido jams. Una mujer que se
preste a bailar un baile tan extravagante acepta el encargo encantada de poder
creerse esa mujer completa, omnipotente, en cuyas manos est el destino de un ser
tan diminuto y a la vez tan inmenso. Algunas mujeres parecen decir, bajando un
poco la mirada, Hgase en m segn tu palabra, en el fondo, complacidas de ser la
elegida. La honra de sierva consiste en sentirse, como la Virgen Mara, la duea de
un ser indefenso que en el fondo es ese dios que ella misma ha creado.

3
La eleccin

Mi soledad no es completa. Me hace falta un hombre.

C. Michelena

Elegimos deliberadamente a una pareja? Una posible pareja nos elige? O


es el azar el que se encarga de unir a dos personas? Probablemente no haya una
respuesta que se ajuste a todos los casos. Lo cierto es que a Cupido hijo de Marte
y de Venus, del amor y de la guerra lo pintan como a un nio revoltoso,
insensato, que lanza sus flechas a diestra y siniestra con los ojos vendados, con
mala puntera y peor criterio. El amor nos parece, sobre todo, arbitrario. La una se
enamora del otro porque s, y el otro se enamora de la una por la misma razn.
Qu es lo que hace que entre todos los asistentes a una reunin social una

mujer detenga la mirada en un hombre, slo en se, y no en el que estaba sentado a


su lado? A ciencia cierta no lo sabemos. Y, si no lo sabemos, por qu dedicarle un
captulo a algo que est en las manos traviesas de Cupido y sobre lo que no
tenemos apenas control? A lo largo de mi experiencia como terapeuta me ha
parecido observar que algunos estilos de relacin se repiten con una precisin
sospechosa. He visto a mujeres salir maltrechas de una relacin desastrosa y
encaminarse con paso firme a otra relacin de las mismas caractersticas. Las he
visto sufrir a manos llenas gracias a un hombre X que las quera muy mal, y
pretender curarse del mal amor junto a otro hombre igual que X, copia calcada del
X anterior, y obtener los mismos resultados. Cmo se opera esa repeticin? Qu
especie de imn maldito ejerce su poder para acercarla una y otra vez al mismo
tipo de hombre?

La ratita presumida

Todas las buenas historias de amor, empiezan con un rase una vez.
Pero esta vez, rase no era un lejano reino, ni una hermosa princesa, ni un rey
muy poderoso. Esta vez, rase era una pobre ratita que decide emprender un
casting para elegir a un compaero.
Recuerdan el cuento de La ratita presumida? Una ratita muy aseada y
vanidosa barra la puerta de su casa y encontr una moneda. Como cualquier
chica, pas mucho tiempo cavilando hasta decidir en qu gastarse su dinero, hasta
que tuvo una idea: buscara novio! Y acto seguido corri a comprarse un enorme
lazo para adornar su rabito y resultar ms atractiva al sexo opuesto. El lazo en el
rabo dio el resultado previsto y empezaron a desfilar por su puerta todo tipo de
pretendientes para proponerle amor eterno y matrimonio. El gallo y el len, el lobo
y el cerdo, todos queran casarse con ella, pero ninguno pareca colmar las
aspiraciones de esta ratita coqueta y presumida. De modo que esperara hasta que
apareciera el candidato idneo, ella barrera la puerta de su casa, luciendo mientras
tanto el brillo del lazo de su rabo.
Finalmente, una noche, ese candidato llam a su puerta. Esbelto, de formas
sinuosas, de pelaje atractivo, haca gala de una elegancia natural para desplazarse.
Sus ojos eran rasgados, su mirada penetrante y su verbo prodigioso. l era, sin
duda, el chico de sus sueos. Ni ms ni menos que el gato!
A estas alturas del cuento ya hemos tomado cario a la ratita, y cuando la
vemos dispuesta a cometer el peor error de su vida tenemos ganas de gritarle:
No, ratita, con el gato no! Csate con cualquiera, menos con el gato!. Y es que en
el manual de instrucciones bsicas de la vida de las ratitas, lo primero que pone es:
Mucho cuidado con los gatos!, y en la primera pgina del manual de los gatos
dice: Cuando sientas hambre, come ratitas.
La historia sigue, implacable, como el destino. No hay nada que hacer. La
ratita ha perdido por completo su olfato animal y se casa con el gato. Una vez

celebrada la boda, el novio se transforma en Anbal Lecter y se merienda a la ratita.


En qu momento del proceso de seleccin fall la ratita? No se le puede
echar en cara que actuara impulsivamente ni que tomara una decisin precipitada.
No parece que corriera detrs del primero que vino a piropearla. Al contrario, el
casting fue laborioso. Desde luego no hizo las preguntas adecuadas. Qu haces
t por las noches? es, sin lugar a dudas, una pregunta crucial para la salud sexual
de una pareja. Es una pregunta excitante, provocativa. Pero cuando eres un roedor
susceptible de ser alimento de una variedad de depredadores, la pregunta vital,
adecuada, es: Y a ti qu te gusta comer?. Pero el problema no es tan sencillo
como elegir cualquier pregunta menos la adecuada. Lo que realmente convierte a
nuestra ratita en candidata nmero uno a malquerida es que, aunque ella hubiera
hecho la pregunta oportuna, y el gato hubiera sido sincero y le hubiera confesado
su identidad y su aficin a comer ratas, ella no ha adoptado la decisin ms
racional, a saber, salir corriendo en direccin contraria, sino que ocurre algo del
todo inexplicable. En vez de huir, la rata elige de entre todos los animales al gato y
se casa con l. Qu tipo de atraccin ejerce el gato para ella?
Nunca sabremos qu habra pasado si se hubiera casado con algn otro de
los pretendientes que desfilaron por su balcn. Lo cierto es que el nico de entre
todos los animales que sin lugar a dudas se iba a comer a la ratita era el gato. Se
vea venir. Seguramente sus amigas, su familia y sus compaeros de trabajo le
avisaron. Pero ella no escuch. Cmo es posible que despus de haber
entrevistado a uno por uno, eligiera al peor?

La agenda oculta

Si la ratita presumida hubiera acudido a la consulta de un psicoanalista, ste,


en vez de llevarse las manos a la cabeza, se hubiera preguntado: Pero eligi al
peor o eligi al mejor?
Me explico; con frecuencia escuchamos a una persona que dice que quiere
una cosa y sin embargo la vemos hacer todo lo que puede para obtener otra,
completamente diferente. Por ejemplo, tenemos el caso de La, una paciente de
treinta y muchos aos, que sola repetir en la consulta: Yo lo nico que quiero es
casarme y formar una familia, y, sin embargo, pasaba ms de doce horas en la
oficina, trabajaba los fines de semana y haca muy poca vida social. Y por otra parte
tenemos tambin el caso de Graciela, con casi cuarenta aos, que slo sala con
bohemios, hombres casados o tarambanas, con quienes se embarcaba en relaciones
que no duraban ms de dos meses. Despus de cada ruptura, suspiraba: Yo lo que
quiero es una pareja estable. Qu quieren realmente La y Graciela? Lo que
dicen que quieren o lo que hacen para conseguir lo que tienen? A qu parte
de ellas habra que creer? Pues a las dos, porque ninguna miente. El problema es
que los que no son psicoanalistas, es decir, la mayor parte de la gente normal, suele
escuchar slo a la La o a la Graciela que dice, y nos parece que la Graciela o la
La que hace, hace lo que hace porque es vctima de unas circunstancias externas
que le son ajenas.
La es que tiene un trabajo de mucha responsabilidad y la pobre Graciela no
ha tenido suerte con los hombres. De hecho, la La que dice es la que suele
preguntarse perpleja Qu he hecho yo? y la nica que puede responder a esa
pregunta es la La que hace.
En el caso de La, despus de un tiempo de tratamiento, descubrimos que su
agenda oculta tena escrita la historia de una nia pequea, la ms pequea de
una familia numerosa, cuyo mximo inters en la vida consista en demostrar a
todos los mayores: Yo puedo sola. Acaso es mentira que se quiere casar y tener
hijos? Por supuesto que se quiere casar y tener hijos! Slo ocurre que hay algo que

es mucho ms importante para ella que sus deseos de mujer adulta, algo que la ha
marcado y que son sus deseos de nia pequea. Sin saberlo, La sacrifica una vida
de mujer y madre de familia para poder demostrar que ella es muy mayor y
puede solita. A quines tendra que demostrrselo? Con toda seguridad a los
miembros de su familia, pero de una familia imaginaria que La tiene en su cabeza,
una familia con una supuesta madre envidiosa de su hijita pequea, deseosa de
verla fracasar y hacer el ridculo en sus intentos por hacerse mayor y con un
supuesto hermano mayor desdeoso y despreciativo de los intentos que su
hermanita hace por agradarle y captar su inters. Una familia imaginaria con la que
La convive slo en su cabeza, pues a sus verdaderos padres, o sus verdaderos
hermanos, nada les hara ms felices que verla frgil, normal, casada y atribulada
con tres nios.
Graciela, por su parte, dice que quiere una pareja estable, est convencida
de que slo quiere una pareja estable y es la primera sorprendida cuando descubre
que una y otra vez sus intentos de formar pareja fracasan y el resultado nada tiene
que ver con sus deseos conscientes. Lo que ocurre es que, sin que ella misma se
entere, hay otros deseos secretos, que ella no controla y que son los que marcan el
camino a seguir. En su caso, descubrimos un resentimiento ancestral contra un
padre que se fue repentinamente de casa con otra mujer cuando ella slo tena siete
aos. Un resentimiento que la obliga a decir: En los hombres no se puede confiar,
en el momento ms inesperado te dejan tirada. Y, en efecto, cada uno de esos
hombres con los que ella entablaba relaciones vena a demostrar su mxima: En
los hombres no se puede confiar. De hecho, pareca que los elega a conciencia
para que cumplieran con el secreto guin que ella les tenan asignado, y cada uno
la dej tirada cuando ms enamorada estaba, tal y como haba hecho su padre
cuando ella tena siete aos. Graciela sufra, s, pero con su vida demostraba su
tesis: En los hombres no se puede confiar. Si Graciela eligiera otro tipo de
hombre, cualquier otro, en vez de un gato, probablemente podra lograr una
pareja estable, pero entonces su teora quedara hecha pedazos.
Otro texto que explicara la repeticin interminable de Graciela podra ser:
Esta vez voy a conseguir que el tarambana de pap no se vaya y se quede
conmigo. Para lo cual es imprescindible que se busque a un tarambana tan
tarambana como fue pap y que lo someta a la prueba del algodn una y otra vez,
aunque una y otra vez ella salga perdiendo. Alguna vez lo conseguir!, es el
espritu secreto que la gua.
Volviendo al caso de la ratita, es como si, en el fondo, lo ms importante para

ella no fuera casarse y ser feliz, sino demostrar que ella era una ratita diferente,
fuerte y especial. En ese caso, aceptar a cualquier otro pretendiente no le habra
permitido exhibir sus superpoderes.
Slo el gato cumpla los requisitos necesarios para llevar a cabo ese plan
secreto, a saber, mostrarle al mundo que, ni ella era una ratita cualquiera, ni su gato
era un gato ms.
Si vemos a la ratita desde esta otra perspectiva de quien necesita poner sobre
el tapete su singularidad, comprendemos que el casting fue impecable y que eligi
al mejor de los pretendientes posibles. Eligi al nico de ellos que le permitira
poner de manifiesto su extraordinario valor y su capacidad de sacrificio. A la ratita,
la podemos imaginar diciendo:
No te preocupes gato, que yo voy a ayudarte. Conmigo las cosas sern
diferentes. Te voy a ensear a confiar en las ratas, y a quererlas. Yo estar siempre
aqu. Te voy a querer tanto y tan bien, que a m no podrs hacerme dao Ya
vers! Y si me haces dao, yo podr soportarlo y esperar, porque yo s que, en el
fondo, t eres un gato extraordinario. No ser hoy, no ser maana, tendr
paciencia porque s que algn da me amars tanto que no desears devorarme.
Todos pensbamos que la ratita era presumida porque le encantaba verse
guapa y gustar. Todos pensbamos que era presumida porque su casa era la ms
limpia del condado y el lazo de su rabito el ms reluciente. Ahora conocemos el
alcance de la presuncin de la ratita. La ratita presume de ser muy superior a las
ratas mortales. Presume de ser nica, la nica ratita en la historia de su especie
capaz de enamorar a un gato y doblegarlo.
Todos hemos escuchado a alguna mujer decir cosas en el mismo sentido de
la ratita: A mi lado dejars de beber, o de drogarte. A mi lado aprenders a ser fiel.
A mi lado tu carcter agrio ser dulce. Yo voy a despertar al ser maravilloso que
hay en ti. Cuando descubras lo mucho y lo bien que yo te quiero, perders el miedo
al compromiso y dejars de dudar... y un da, algn da querrs estar por
siempre conmigo y entonces seremos muy felices.

Las oportunidades perdidas

Elegir a un gato produce efectos adversos directos: el gato te har sufrir, no


te tomar en cuenta, exigir y exigir sin ofrecer nada a cambio, te har esperar por
un futuro que no llegar nunca, te ser infiel, en fin, una lista que, la que ms la
que menos, cualquiera podra completar. Pero esa eleccin tambin viene
acompaada de efectos colaterales, efectos indirectos que no dejan de tener su
importancia. Cuando se elige a un gato se pierden otras opciones, se dejan pasar
trenes que llevaran a mejor puerto, se descarta de antemano una cierta cantidad de
candidatos interesados que pasan por la vida de la ratita sin haber tenido ninguna
oportunidad, y todo porque la ratita slo tena ojos para su gato. Eso fue lo que le
ocurri a Marta.
Toms se enamor de Marta, compaera de la facultad, en la primera
semana del primer curso que tomaron juntos. Mientras se preguntaba cmo pasar
del estatuto de compinche de pupitre al de pretendiente, se dio cuenta de que otro
compaero, Mauricio, tambin estaba enamorado de ella. Entonces, entre Mauricio
y Toms se estableci una competencia feroz. Manejaron el altercado en los mejores
trminos, como corresponde a personas inteligentes y con muchsimo sentido del
humor. Si coincidan con Marta, competan por ser el ms ingenioso, el ms
divertido, el ms ocurrente de los dos. Incluso sus expedientes se vieron
favorecidos por el concurso: alguna matrcula de honor le deben a su amor por
Marta y a la competencia que cada uno de ellos entabl con el otro.
Una ancdota describe el ambiente que reinaba entre los tres. Una tarde que
caminaban juntos, Marta, jugando, propuso que hicieran una carrera a ver cul de
los tres llegaba primero a su destino. Los caballeros le dieron una cierta ventaja a la
dama y le permitieron que empezara a correr. Mientras los chicos se preparaban
para salir, se miraron, se midieron, y los cuchillos afilados de sus ojos se
intercambiaron mudas amenazas de muerte. Los dos salieron dispuestos a ganar.
Los dos pasaron junto a Marta, adelantndola, y los dos pasaron de Marta. En
aquel momento, lo ms importante para ellos era competir y demostrar cul de los
dos era el mejor. Recuerdan la importancia que ser o no ser? tena para

Hamlet y para los hombres en general? El caso es que en su lucha por ser el ms
hombre y tener lo que hay que tener para demostrarlo, haban olvidado por
completo cul era el premio. En el juego de la carrera llegaron empatados, y en el
juego de la vida tambin, Marta no eligi a ninguno de los dos.
Y perdieron los tres. Suceda que Marta, aunque coqueteaba con ambos,
segua tercamente enamorada de un tercero, un cierto italiano llamado Gino, que
olvidaba llamarla, que perda el avin si algn fin de semana vena a verla a
Madrid, que la obligaba a cancelar sus viajes con dos das de antelacin por algn
imprevisto, que dudaba cada tanto de su amor por ella y que la mantena
perennemente en vilo. Con aspecto de maldito y seductor, Gino insista en dejar
claro que l no quera compromisos prematuros. Y ella estaba dispuesta a esperar
por l todo lo que hiciera falta. Al principio, Marta se refugiaba en la idea de que a
ella tampoco le convena una relacin cerrada, comprometida, agobiante, porque
ella era muy joven, porque su carrera era muy importante para ella, porque
porque Pero, con el tiempo, empez a sufrir ms con este acuerdo, que a
disfrutar de l.
Han pasado aos de esta historia. S que Toms remont el tropiezo con
mucha dignidad y hoy est junto a una mujer atractiva y divertida que borr a
Marta de su pensamiento. Del destino de Mauricio nada s. Y Marta?, nuestra
herona, tan altiva, tan fascinante, tan capaz de poner a competir a dos hombres
estupendos por su amor. Qu fue de aquella que tuvo la suerte de elegir entre
varios? Marta sigue en su tnica habitual: despierta pasiones que desprecia y sigue
enamorada de Gino, su gato particular, esperando por l, sujeta a sus olvidos, a
sus dudas, a sus plazos. Marta todava suspira a distancia por el nico de sus
pretendientes que, sin lugar a dudas, se la puede comer cruda.
De Marta no se puede decir que sea una mujer simple o ingenua. De Marta,
como de la ratita, slo podemos decir que es presumida y que elige desde una
lgica que se nos escapa, desde una lgica que va ms all de ese principio que
suponemos que rige todas nuestras acciones y que consiste en buscar el placer y
huir del sufrimiento. El placer que Marta busca en su eleccin no es el placer
corriente y ms o menos inmediato de querer y sentirse querida, de amar a un
hombre y ser feliz con l. El placer que ella busca parece que es ms complicado.
Lo que Marta intenta es domear a Gino, transformarlo. Si se hubiera decantado
por Mauricio, por Toms,
o por cualquier otro de los hombres que tuvo a su alrededor, su ambicin

habra considerado su felicidad simplona, sin gracia, sin mrito. De todos los
amores que la vida ha puesto a sus pies, a Marta slo le interesa alcanzar el ms
difcil, el que supone un reto para ella. La presuncin, la vanidad de Marta, la
empuja ciegamente a optar por un gato: Gino. A Marta no la conoc directamente,
de manera que el contenido de su agenda oculta se me escapa, pero estoy segura
de que algo habr en su historia que explique esta especie de obstinacin en
permanecer con Gino. Su terquedad, a pesar de toda evidencia, me haca recordar
el viejo chiste de la rana y el escorpin.

La rana y el escorpin

Un escorpin se encuentra a una ranita atribulada a la orilla del ro:


Qu te pasa ranita?
Es que tengo que atravesar el ro y me da miedo.
Sbete a mis espaldas que yo te llevo.
La ranita lo mira desconfiada y le dice:
No gracias escorpin, te conozco y s que vas a comerme.
El escorpin se ofende:
Yo he cambiado mucho en estos aos. Te prometo, por lo ms sagrado, que
esta vez no te voy a hacer dao.
De verdad que no me vas a comer?
Claro que no, ranita.
Cruzan el ro y en la otra orilla, exactamente en la otra orilla, el escorpin da
un zarpazo, para engullir a la ranita.
Pero si me juraste que no me ibas a comer!
S, si yo no quera, pero es que est en mi naturaleza

Las personas, generalmente, son lo que parecen y casi siempre atienden al


llamado de su naturaleza. Un escorpin es siempre un escorpin y tiene una
naturaleza determinada contra la que es incapaz de luchar. Uno que parece un

gato, suele ser un gato y ms tarde o ms temprano comer lo que han comido
siempre los gatos, a saber, ratones y ratitas presumidas est en su naturaleza y no
lo pueden evitar

A quin elegir?

A veces la eleccin, como en el caso de Marta, como en el caso de la ratita


presumida, como en el caso de la ranita y el escorpin, se hace a conciencia. Desde
una (in)conciencia torpe y secreta que al comn de los mortales se nos escapa, pero
se puede advertir algo deliberado, un empeo que busca cumplir el mandato de
esa agenda oculta. Algo as como: S, s que los gatos comen ratitas, pero no me
importa, es ms, eso es lo que ms me gusta de l. Conozco la naturaleza de los
escorpiones y s que siempre que pueden hacen dao, pero y la emocin de
cruzar el ro a bordo de un escorpin? Y la experiencia excitante del riesgo?.
Otras veces la eleccin se sustenta en una ceguera que desde fuera nos
parece del todo inexplicable. Se pasa por alto a la persona real que est delante y la
candidata a malquerida se inventa un ser a su medida. Es como si la ratita dijera:
l dice que es un gato. Por fuera parece un gato, malla como si fuera un gato, a
veces se ha comido alguna ratita como hacen los gatos, pero eso es porque est
pasando un mal momento. Yo s que l en el fondo es un ratn estupendo y slo
hace falta que alguien tenga la paciencia y el amor suficientes para que aflore el
maravilloso ratn que hay en l. Y si es verdad que el escorpin ha cambiado
mucho? Por qu no darle otra oportunidad?. ste es el caso de muchas
malqueridas, entre otras, Irene.
Irene es una paciente a la que conoceremos mejor en el captulo dedicado a
la sumisin. Lleg a mi consulta aquejada del mal amor que Juan le procuraba. Su
relacin pareca ms una prueba de obstculos que una manera de compartir la
vida. Irene era capaz de hacer cosas insospechadas con tal de complacer a Juan y,
complacer al bueno de Juan, era una tarea prcticamente imposible.
La relacin con Juan, con el tiempo, termin y, muchos meses despus de ese
final que tanto la hizo sufrir, una noche, Irene se encontr casualmente con l. La
ocasin les permiti conversar un rato, lo justo para saber qu tal estaba cada uno
sin llegar a remover las heridas de los viejos tiempos. Irene vino a la sesin
siguiente muy sorprendida.

Estoy curada de Juan!, me pas una cosa muy curiosa, creo que por primera
vez he visto al Juan de verdad. Est igual que siempre: malencarado, pesimista y
amargado, lo que pasa es que ahora puedo verlo. Antes, cuando estbamos juntos,
siempre pensaba que lo malo era temporal y que su verdadera esencia, lo de
verdad, estaba por llegar. Estaba segura de que l, en el fondo, era fantstico.
Cmo no iba a serlo? Lo bueno llegara slo haca falta que yo hiciera tal o cual
cosa que yo lo quisiera cada vez mejor y que esperara. Cmo me habr
inventado todo eso? Anoche lo vi como mis amigas dicen que lo han visto
siempre Un pobre hombre enfadado con el mundo, resentido y adems pedante,
que cree que la vida est en deuda con l. Debe ser que es as, no? Cuanto ms lo
pienso ms cuenta me doy de que la imagen que yo tena de Juan tena muy poco
que ver con el verdadero Juan.

A quin haba elegido Irene? A qu Juan? De quin se haba enamorado?


Del verdadero o de uno que ella solita se haba inventado? Segn su plan secreto,
ella estaba con un diamante en bruto al que el tiempo, y su infinito amor, tallaran.
El argumento de l en el fondo es bueno y yo soy la nica que lo conoce y que
sabe lo maravilloso que es es muy comn. Se apuesta por lo que se sospecha
que el otro puede llegar a ser, por una promesa altamente improbable y no por lo
que es, por lo que hay, por lo que se ve y se comprueba en la realidad.
Esa capacidad de intuir a un diamante tallado y pulido detrs de una roca
suele jugar en contra de la rana o la ratita. Puede que juegue a favor del plan
secreto que ella tiene. Tal vez su plan consista en ser la artfice de un milagro; el de
transformar a un escorpin en un osito panda, o convertir a un sapo verde en un
prncipe azul, gracias a un beso.
Lo cierto es que no todo el mundo est dispuesto a desempear un
determinado papel. Por eso es necesario hacer un casting. Ni Mauricio ni Toms
estaban dispuestos a hacer el papel de malqueredor que Gino representaba con
tanta destreza y que a Marta le encantaba. Aunque conocemos a muchos Juanes, a
muchos Ginos, a muchos gatos y escorpiones que estn sueltos por la vida,
esperando a que venga alguna presumida a transformarlos en dioses, no
cualquier hombre est dispuesto a ser tratado como alguien que no es, por muy
maravilloso que sea el personaje que le propongan.

Dejarse llevar es elegir

Otra manera de elegir consiste en creer que en realidad no se est eligiendo.


De la misma manera en que el pecado de omisin tambin es un pecado, el no
tomar una decisin en un momento determinado es una forma pasiva de tomar
una decisin y de elegir.
Los argumentos que suelen utilizarse con ms frecuencia en estas
situaciones son: Voy a vivir el momento, S cmo es l (s que est casado, s
que bebe, s que no se compromete) pero no me importa porque no me pienso
implicar, S que no es el hombre de mi vida, pero mientras dure qu ms da,
o Por ahora no me importa, pero si veo que me hace sufrir lo dejo y punto.
Mientras no aparezca nada mejor, estoy con l, despus ya veremos.
Lo cierto es que la mayora de las mujeres que conozco que han utilizado
este argumento para enfrascarse en relaciones desastrosas mientras esperan al
prncipe azul, terminan implicadas hasta los tutanos en cada relacin y, lo que es
peor, cuando caen en la cuenta de que estn sufriendo, suele ser demasiado tarde
para dejarlo y punto. Pueden dejarlo, s, pero, en el intento, suelen arrancarse los
ojos y la piel.

Cometer dos errores en vez de uno

Si uno comete el error de comprarse algo que le sienta mal, no es preciso


cometer un segundo error y ponrselo. Eso deca mi amigo Carlos hablando de la
ropa y siempre me pareci un consejo muy sabio. Inspirada en esa recomendacin
regal a tiempo y sin estrenar unas cuantas prendas que me habran hecho parecer,
como poco, ridcula. Lo mismo ocurre con las parejas. Cuando alguien se equivoca
eligiendo, no es preciso perpetuar la equivocacin permaneciendo junto a un
hombre que slo puede hacer sufrir. Sin embargo, es muy frecuente ver a una
mujer defendiendo una mala eleccin, con el mismo fervor con el que un jugador
de bolsa se aferra a una inversin ruinosa.
Se puede elegir a un hombre que sienta fatal porque est de moda, por las
prisas, por el color o porque estaba rebajado. A veces se elige a un hombre que
sienta fatal porque la interesada pensaba que lo quera para una cosa, y resulta que
en realidad lo buscaba para otra. Y en vez de devolverlo a tiempo para recibir el
reembolso, cambiarlo por otro, o donarlo rpidamente a una ONG, la malquerida
se empea en transformarlo, en cambiarle las mangas, en cambiarse ella misma y
convertirse en otra, o en adornarlo a l, intilmente, con alhajas de la propia
cosecha.
Si desprendernos de una falda equivocada es tan difcil, podemos
imaginarnos cunto ms difcil ser reconocer el error cuando el chasco nos lo
llevamos con un hombre que nos gusta y al que adems hemos elegido con
muchsimo cuidado. Con una precisin extraa, s, incluso inexplicable desde el
punto de vista de la lgica consciente, pero una precisin que obedece a algn
mandato secreto de la historia infantil.

4
Creacin de un dios

Soporto tus defectos. Uno se acostumbra


a los defectos de Dios. Soporto tu ausencia.
Uno se acostumbra a la ausencia de Dios.

Marguerite Yourcenar

El enamoramiento: A la cuenta de tres

A la cuenta de tres te quedars profundamente dormido. Son las nicas palabras


que pronuncia el hipnotizador y en ese mismo instante el cuello del hipnotizado
pierde su razn de ser y su cabeza cae como un plomo sobre su pecho, sin fuerzas,
sin destino.
El hipnotizador se dirige a la audiencia, para explicar en qu consiste el
nmero que va a representar. A travs del escenario le vemos ir y venir. Mientras
tanto, el hipnotizado permanece en of. Desmadejado, sin voluntad, a la espera de
que la voz de su amo le devuelva la vida. A partir de ese momento, el hipnotizado
estar dispuesto a hacer cualquier cosa que su dueo le ordene por ridcula,
absurda o vergonzosa que parezca: puede rugir o gemir, dar saltitos a la pata coja,
vestirse de lagarterana o desvestirse por completo. Entonar baladas infantiles,
bailar danzas regionales, o puede que estornude cada vez que escuche la palabra
azul.
La destreza del hipnotizador es prodigiosa y arranca bravos a un pblico
enardecido que aplaude satisfecho ante la sumisin sin condiciones que un ser
humano puede imponer sobre otro, sin usar la fuerza bruta. Los aplausos se
redoblan. Espectculos como ste se representan en todas las esquinas sin que nos
percatemos.
Mi amiga Laura es una pintora reconocida. A lo largo de sus aos de
formacin gan becas que la llevaron a vivir en Roma y en Nueva York y la
convirtieron en una mujer de mundo. Hoy presume, con razn, de poder vivir de
su pintura. Laura lleva tres aos locamente enamorada de Guillermo. Si se pelean,
ella no est para nada ni para nadie. No tiene ganas de pintar, ni de hablar, ni de
comer, ni de dormir. En esos casos apenas es una mujer de trapo atada a un
telfono mvil, que slo es capaz de esperar a que la musiquita de la llamada de
Guillermo suene y la despierte del letargo. Es completamente irrelevante quin
tuvo la culpa de la pelea. Ella siempre est dispuesta a responder a la primera
llamada.

No lo hago por Guillermo explica. Lo hago por m, porque me muero


si no hablo con l.
Si suena la musiquita y detrs de la musiquita se oye la voz de Guillermo,
Laura empieza a cobrar vida. Regresan los colores al lienzo que est pintando y a
su cara. Respira, y se comporta como si fuera una mujer normal. Otra vez tiene
ganas de vivir y de salir del taller. Hace la compra y prepara verdaderos banquetes
para Guillermo y para los amigos.
A Guillermo nadie lo aplaude cuando va por la calle y, sin embargo, ha
conseguido hacer con mi amiga Laura exactamente lo mismo que hace el
hipnotizador con su hipnotizado. A la cuenta de tres parece decir Guillermo cada
vez que aparece, A la cuenta de tres cada vez que desaparece y eso basta para que
Laura baile al son que l le marca. Ella no es nadie si l no est, y slo recobra la
vida cuando escucha su voz.
Freud fue el primero en comparar el estado del enamoramiento con la
sugestin hipntica. El enamorado est como abducido por su amo(r), literalmente
hipnotizado. Pierde toda la voluntad junto a l. Todo lo que escucha de su boca le
parece una genialidad, porque la grandeza de su amo(r) est ms all de toda
medida. El enamorado, que hasta ayer era una persona capaz de distinguir lo que
le pareca bien de lo que no le gustaba, el blanco del negro, lo dulce de lo amargo,
la noche del da, ha perdido su vieja capacidad de discernir, no tiene voluntad. De
ahora en adelante, slo aquello que salga de la boca de su amo(r) ser palabra de
Dios.

El efecto hipntico pasa

Por supuesto que enamorarse de verdadverdad requiere estar ciego y estar


loco. Volverse necio y creer en los Reyes Magos. Aleluya! El amor no es ecunime
ni racional. Enamorarse es estar dispuesto a morir o a matar por amor. Enamorarse
es descubrir la plvora y el queso rallado el mismo da. Doctorarse con honores en
cursilera y no poder dominar esa sonrisa bobalicona que se impone y que se lleva
colgada en la cara. Tanto es as que estoy de acuerdo con cierta propuesta que
escuch: debera existir una baja laboral transitoria por enamoramiento, que
dispense al enamorado de toda responsabilidad hasta que consiga poner de nuevo
los pies sobre la tierra.
Si el amor es correspondido, se opera un proceso de vasos comunicantes que
podemos comparar con el funcionamiento de las parejas de siameses: te presto mis
piernas, djame usar tu corazn o algo as. Todas las posesiones personales del uno
pasan a nombre del otro y viceversa. El otro ser el listo, el simptico, el ms
profundo, el ms inteligente y el ms gracioso. Sin duda, ser el ms guapo y
tendr los dientes ms perfectos de Occidente. Todo lo que hasta ayer era propio,
pasa a engrosar las cuentas del otro. La capacidad de discernir y de decir esto me
gusta y esto no me gusta, con esto estoy de acuerdo y con esto no, est ahora en
manos del otro. As, mientras ms se embellece y se encumbra al amo(r), ms
dependiente y empobrecido se queda el enamorado.
Al amado se le ofrece un manojo de llaves: Te entrego todas las llaves de mi
vida. Las de mi casa con todos sus armarios, sus cajones y su caja fuerte. Te entrego
las llaves de mis pensamientos, las que guardan mi pasado, y las que esconden mi
futuro, que ya no es un enigma porque voy a vivirlo junto a ti. Las llaves de mi
cuerpo son tuyas, puedes usarlas cada vez que quieras. Te entrego las llaves de mis
dioses. La llave de mis deseos, la de mis miedos, la de mi risa y la de mi dolor: soy
toda tuya. Y en ese momento la amada se queda desnuda, expuesta
completamente a la intemperie.
En el momento ms lgido del enamoramiento nadie corre peligro, porque el

uno est locamente enamorado del otro, y al otro se le supone tambin locamente
enamorado del uno, el hipnotismo es mutuo y la entrega sin condiciones del
manojo de llaves se opera en forma de intercambio.
Pero lo siento, el enamoramiento enloquecido del principio pasa. S, ya s
que es una pena, pero es que tenemos que volver a comer, y a dormir y regresar al
trabajo. Varias cosas pueden pasar entonces. Una forma de evitar el encuentro con
la realidad es mantener la relacin dentro de los lmites de lo imposible, la
clandestinidad o la distancia son buenos aliados en estas circunstancias.
Cuando Mara y Andrs se conocieron ya estaban casados con otras
personas. Desde que se vieron la primera vez se enamoraron con un flechazo
desesperado, sus respectivas relaciones haban cado ya en el tedio y no fue difcil
reencontrar la ilusin en la mirada enamorada que ese nuevo desconocido les
brindaba. Son amantes desde hace cuatro aos. Se gustan, saben excitarse el uno al
otro slo con la voz; se miman, se entienden, se adoran. Tanto es as que hace poco
tomaron la decisin de separarse de sus respectivas parejas para estar juntos. Los
primeros meses, a pesar de las dificultades de cada separacin y del dolor que
causaron a su alrededor, la felicidad reinaba entre ellos. La pasin era su plato
preferido. Pasaron juntos un verano inolvidable La vuelta al cole fue ms dura.
Poco a poco, para su sorpresa, cayeron en la cuenta de que no se conocan. Los
tropiezos que haban padecido durante esos cuatro aos siempre fueron achacados
a las dificultades propias de los amantes. La aventura de descubrirse en la vida
cotidiana no fue tan emocionante como los encuentros furtivos en la
clandestinidad. As que, antes de un ao, Andrs tena otra amante y Mara haba
regresado junto a su marido.
Otra posibilidad es que el amor desenfrenado del principio no soporte la
desilusin que impone la realidad y pasemos del amor al odio. Del eres el mejor
al extremo del eres el peor. Recuerdo una amiga del colegio que tena una gran
facilidad para seducir. Todos sus novios eran perfectos durante unos dos o tres
meses, hasta que se convertan en seres abominables, malcriados o aburridos.
Tengo entendido que sigue buscando al hombre perfecto.
Tambin estn aquellos que son capaces de hacer el duelo por el ser
idealizado de los comienzos, por su dios y quedarse con un simple ser humano,
un compaero o compaera suficientemente bueno. Ese momento marca el inicio
de la construccin de una relacin ms slida que ha sobrevivido al desenfreno
maravilloso de los primeros tiempos y ha sobrevivido tambin al final de ese

desenfreno.
Que el enamoramiento es un antdoto muy eficaz contra los rigores de la
vida cotidiana es algo en lo que todos estamos de acuerdo. Pero instalarnos a vivir
en el parque de atracciones tiene su precio, as que, la mayora de los mortales
normalitos, nos conformamos con ir al cine o soar. Todos, tengamos pareja o no,
soamos, fantaseamos con enamorarnos locamente otra vez y volver a creer en lo
que hasta ayer nadie crea, y descubrir el nico amor por primera vez en la historia
de la humanidad, inventarlo, ilusionarnos y desempolvar los boleros y soar con
bailar y bailar. Y temblar con la palabra de una boca, embriagarnos con el olor de
un cuello y una mano que nos haga parpadear la piel y la piel en fin

El amor es como el gazpacho?

Odio tener que escribirlo, pero al final, otra vez, como ocurre con todas las
medicinas, todo es cuestin de dosis, de cantidades, de dficit o excesos, de
indicacin y de posologa para que la (lo)cura del amor no se convierta en
perniciosa. El enamoramiento es exagerado por definicin, es atrevido, nos vuelve
tontos, torpes, vulnerables Hasta dnde esa pasin nos puede avivar sin
devorarnos? Cunto de masoquismo se precisa para no sufrir de ms? Cuarto y
mitad? Una pizca? Dos kilos? Depender s, pero hasta dnde?, a qu precio? En
definitiva, cmo domesticar a la fiera salvaje del amor?
No hay que pensar que tengo la frmula. Ya querra! El amor es como el
gazpacho, al final cada quien tiene su propia receta y ningn gazpacho se parece a
otro. Todos son gazpachos, todos llevan los mismos ingredientes, o casi, pero en
distintas proporciones y mezclados a travs de procedimientos diferentes. Yo no le
pongo pan. Es mejor aliarlo al final. Mitad de tomates normales, mitad de
tomates de pera. Nada de ajo. Hay que dejarlo reposar con hielo. En fin, que
conozco tantos trucos para preparar el gazpacho como cocineras y tantas formas de
amarse como parejas.
Lo cierto es que, por mucho que haya infinitas recetas, algunos gazpachos
son objetivamente malos. Repiten, dan acidez, no saben a nada o saben mal.
Demasiados ajos, cantidades indecentes de vinagre, exceso de pimiento o de
cebolla, una mezcla espesa que hace mucho que dej de ser un gazpacho y se ha
convertido en una bonita mayonesa de tomate, etctera, etctera. Gazpachos, en fin,
que slo satisfacen a una sola cocinera y a un solo comensal. Ese vnculo ser
aceptable exclusivamente entre ellos dos, pero como idea de negocio en hostelera,
sera ruinoso. Hay gazpachos que intoxican y hay amores que matan. Lo
importante es descubrir qu busca esa cocinera en el ejercicio de su pasin? Qu
negocio pretende montar con un amor as? Por qu invierte toda su energa en
defender un gazpacho que a todas luces es desastroso para su salud? Hay casos en
los que suele haber elementos comunes ms o menos identificables. Signos, al
principio imperceptibles, que con el tiempo pueden ser seales de alarma que nos

ponen sobre aviso de que nos encontramos ante el peligro inminente de un amor
retorcido.

Dios

Al principio hubo un dios. Era una madre mtica la madre de la gestacin


y los primeros momentos que nos haca sentir completos, que se encargaba de
hacernos creer que no nos faltaba de nada. Poco a poco descubrimos que no slo
no estbamos completos sino que, adems, dependamos terriblemente de ese dios,
para comer, para desplazarnos, para sobrevivir. Por si fuera poco, camos en la
cuenta de que la dependencia no era recproca y que ella era autnoma, que no nos
necesitaba en absoluto y que en cualquier momento nos poda dejar
irremediablemente solos, abandonados a nuestra torpe autonoma. Todo esto nos
produjo un sentimiento de vrtigo y de horror contra el que luchamos, sin saberlo,
cada da, cada minuto de nuestra vida.
Venimos al mundo desprotegidos, pero con una herramienta muy original
que es nuestra habilidad para construir imgenes narrativas; historias, mitos,
cuentos, leyendas, religiones, que nos permiten hacer ms soportable una vida que,
as, sin ms, nos resultara incomprensible y muy difcil de digerir. Para olvidarnos
del desamparo, y tambin, claro est, porque nos gusta, hacemos amigos, tenemos
hijos, trabajamos, escuchamos msica, hacemos el amor, viajamos, escribimos,
silbamos, vemos la televisin, jugamos a los videojuegos, leemos, rezamos y
cantamos rancheras. Para no sentirnos tan solos y a la deriva, una vez abandonada
la ilusin del paraso terrenal, tambin creamos dioses.
La creacin de un dios, de cualquier dios, obedece a una necesidad muy
primitiva del ser humano de regresar a ese estado imaginario de sentirnos
completos, en el que nos pareca que no haba necesidades, ni carencias y que los
peligros de la vida nada tenan que ver con nosotros, porque estbamos a cubierto
de las desdichas, protegidos por un ser superior. As, el amor a un dios, el amor a
secas, nos devuelve la ilusin de pertenencia y trascendencia sin la cual la vida
quedara reducida a una rutina hueca y sin sentido.
Creamos dioses que pueden fijar su residencia en el cielo o dos calles ms
all de la nuestra, en el Olimpo o al lado derecho de nuestra propia cama. Podemos

dedicarnos al culto del cuerpo, del trabajo, del dinero, de la amistad, o de aquel
dios que para cada quien ser su nico dios verdadero, aquel que d un sentido
trascendente a su vida.
Si pensamos, con Simone de Bouvoir, que el amor ocupa el centro de la vida
de muchas mujeres y que en esa medida se convierte para ellas en una religin,
entendemos que transforme al objeto de su amor en un dios, con todas las
consecuencias y las peculiaridades que reviste relacionarse con ese dios en vez de
hacerlo con un hombre.
Cuando caemos en la cuenta de lo que supone que una mujer est
enamorada de dios, tal vez nos resulte un poco ms fcil comprender la
disposicin de algunas de ellas a inmolarse por amor. Porque ningn hombre ni
ninguna mujer es lo suficientemente extraordinario como para merecer tanto
sacrificio, tanto sufrimiento y tanta entrega como aquella que observamos en
ciertas relaciones.

Crear un dios

En qu consiste crear un dios? Segn las Sagradas Escrituras, fuimos


nosotros los creados por Dios que nos hizo a su imagen y semejanza. En cambio la
mujer suele crear a su dios a imagen y semejanza de un otro. De un otro que suele
recordar sospechosamente a sus otros ms significativos, a su padre, a su madre,
o tal vez al padre o a la madre que en el fondo hubiera deseado tener y que no
tuvo.
Imaginemos por un momento lo que supone ser la artfice, la creadora de ese
dios. Para empezar, esto debe conferir una sensacin de poder incalculable. As, la
mujer que se dedica a convertir a su hombre en ese dios tiene la potestad de usar la
varita mgica de su amor para asignarle atributos a su antojo: Sers inteligente,
sers frgil, sers sensible, sers fuerte, pero, por sobre todo, sers muy vulnerable
y no podrs vivir sin m. Sers un dios todopoderoso, pero incapaz de sobrevivir
sin las ofrendas de tu sierva, de tu duea.
Conocemos realmente al otro o lo inventamos, lo creamos? Como vimos en
el captulo anterior, no todo el mundo se presta a representar ese papel. Hay quien
se siente identificado con esa imagen divina y se ofrece encantado a jugar al juego
de ser dios, encaja a la perfeccin con el disfraz que una mujer enamorada ha
confeccionado para l. Es necesaria una cierta inclinacin al propio
endiosamiento para encajar en el papel con comodidad, con naturalidad como
si alguien se mereciera un lugar tan comprometido como el lugar de Dios. Hay
otros, los ms realistas, que dudan, sospechan pero si yo no soy as! Yo no soy
tan maravilloso como t me ves!. Son los que abandonan con pena el brillo del
pedestal porque se sienten mejor en tierra firme.
A Dios, a cualquier dios, lo imaginamos, para empezar, omnipotente.
Sentado en las alturas, en su propia nube, ni siquiera necesita de una varita mgica
para mostrar su poder. Le basta con levantar el dedo ndice de la mano derecha
para crear y descrear, para mandar y desmandar. A nuestro hombre, a nuestro
dios, lo vamos a imaginar dando rdenes a travs de un artilugio que adora: el

mando a distancia.

El mando a distancia

Junto con el manojo de llaves del que hablamos antes, la enamorada tambin
hace entrega de un mando a distancia a travs del cual nuestro dios puede
controlar a su sierva sin moverse de casa. Si ese dios llama a la interesada, si viene
a verla, si la trata bien, la propia imagen de ella ante s misma quedar ms ntida,
se sentir mejor y ver la vida en colores. En cambio, si su dios desaparece un par
de das, si no llama, si ignora la existencia de la amada, el volumen de su propia
vida disminuye, la vida no se escucha como antes, su imagen empieza a verse
borrosa y puede llegar a desaparecer. Algo le ha cambiado en la cabeza. Del canal
de estar contenta con su vida, pasa en un segundo, con un solo click, al canal del
vaco, ese canal en el que su vida no tiene mucho sentido y todo se ve gris verdoso.
El caso de Mercedes ilustra con gran claridad lo que intento explicar:
Mercedes y Jorge estaban haciendo planes de boda cuando, una tarde, Jorge
le confes a Mercedes que no estaba preparado para dar un paso como se, que lo
senta muchsimo pero que prefera seguir soltero y adems solo. Al principio,
Mercedes pens que era una broma. Aquello no poda ser verdad. Despus de una
larga conversacin, muy dolorosa para ambos, result que era cierto. Jorge se fue y
Mercedes quera morirse. O ni siquiera quera morirse, tambin morir le supona
un esfuerzo que no hubiera sido capaz de enfrentar. Mercedes, simplemente, no
quera estar. No quera estar despierta, ni dormida, ni sentada, ni de pie. No quera
ni comer, ni hablar con las amigas. No quera tumbarse en el sof a ver la
televisin, ni poda ir a trabajar de tanto dolor. Lloraba sin consuelo, sin fin. En sas
estaba Mercedes, muriendo, llorando, cuando Jorge llam para pedir perdn, con
una disposicin inequvoca de reconquistarla y de volver a intentar la relacin. A
Mercedes le volvi la sangre a las venas, renaci. Explic su regreso a la vida de
una manera muy curiosa. Me dijo: Cuando colgu el telfono volv a saborear el
caf con leche. Es que hasta algo tan cotidiano como el caf con leche se me haba
borrado.

La resurreccin de Mercedes por la puerta grande del caf con leche nos
sirve para ilustrar esa disposicin que tienen algunas mujeres para entregarse en
alma y cuerpo a los antojos del amor. Desde los latidos ms intensos del corazn,
hasta los ms mnimos caprichos gastronmicos, todo est a merced de un mando
a distancia que controla otro. La vida de Mercedes iba bien junto a Jorge, de pronto
la vida click, se acaba. De pronto la vida click regresa.

Efecto pausa

Sin embargo, de todos los registros que es capaz de abarcar ese mando a
distancia, me parece que el ms estremecedor es la funcin de pausa, como
cuando estamos viendo una pelcula en DVD y necesitamos atender el telfono o
hacer una excursin por la cocina, en esos casos apretamos el botn de pausa y la
imagen permanece congelada, los actores, muy amables, esperan paralizados a que
regresemos al sof para verles. No importa lo que estuvieran a punto de hacer, da
igual si se estaban besando, si el avin iba a caer en picado o estaba despegando.
All nadie mueve ni un msculo hasta que nosotros volvemos a apretar el botn de
pausa y damos la voz de continuar; entonces s, muy naturales, retoman el beso,
la explosin o el paseo.
Sara es una paciente especialista en dejarse arrastrar por el efecto pausa.
Lleva aos en una relacin intermitente (on & of que es como se califica en ingls,
de una manera muy grfica, a este tipo de relaciones) con Javier, que es un cruce de
play boy seductor con intelectual atormentado a quien casi nadie soporta excepto
Sara. Como en aquella cancin de Jacques Brel, Ne me quitte pas, Sara est un
escaln por debajo de la sombra del perro de Javier. Completamente fascinada con
cualquier cosa que Javier haga o diga, Sara est convencida de que ha descubierto
una joya, piensa que tiene muchsima suerte de que Javier se haya fijado en ella y se
siente tan afortunada, que agradece y disfruta cualquier migaja de compaa que l
le ofrezca.
Sara goza, claro que goza. Sara sufre, claro que sufre, porque con el mismo
entusiasmo con el que Javier la lanza a los cielos, la hace bajar de un golpe a los
infiernos cuando no llama o cuando la deja plantada. Las subidas y las bajadas
bruscas dan vrtigo y Sara ha fijado su residencia en una montaa rusa que se
enciende y se apaga sin avisarle. Cuando Javier desaparece, cuando no la llama, si
no responde el telfono, o ni siquiera responde a sus mensajes, la vida de Sara se
detiene como hace el DVD a la voz de pausa. No es capaz de hacer nada con
naturalidad y lleva un nudo en el estmago que no la deja respirar. Duerme mal,
llora por los rincones y pierde el apetito. Entonces sustituye a Javier por una buena

dosis de ansiolticos para calmar un poco la angustia, pero lo pasa mal. Lo pasa
muy mal. A veces se enfada y jura a sus amigas que sta ser la ltima vez.
Asegura que ella no se merece un trato as, que cuando vuelva a llamarla se va a
enterar etctera, etctera, etctera Hasta que una maana aparece el nombre de
JAVIER brillando en la pantalla de su mvil y se acaban todos los enfados.
se es el momento en el que Javier desactiva el botn de pausa que
mantena a Sara detenida. Sara vuelve a ser exactamente la misma que haba
quedado congelada dos meses, tres das, cuatro horas y siete minutos atrs. Nada
ha ocurrido para ella entre la desaparicin de Javier y su regreso. Sabemos que es
Sara y no un personaje de DVD porque ha bajado un poco de peso, pero en
realidad, para ella, en su vida, no ha pasado ni un segundo entre la ltima escena y
la siguiente. Es como si Sara no tuviera acceso a su propia vida, porque no puede
hacer nada ni para activar ni para desactivar ese botn de pausa. El mando a
distancia est en las manos de Javier. l aprieta un botn y, mientras tanto, puede
continuar con su vida haciendo caso omiso del estado de Sara, como ocurre con el
DVD del saln de su casa (va al bao, atiende el telfono o se prepara un bocadillo;
trabaja, ve ftbol por televisin, se va de copas). Cuando Javier llama de nuevo a
Sara, pone voz de aqu no ha pasado nada y se sorprendera muchsimo si ella se
enfadara o respondiera con una voz ms seca de lo normal.
Si en este libro hubiera alguna recomendacin, alguna insinuacin respecto
al camino a seguir en el trazado de este mapa complicado de la vida y de las
relaciones afectivas, esa recomendacin sera la del camino de la independencia y
de la autonoma, de manera que nunca hay que perder de vista ni el manojo de las
propias llaves ni el propio mando, no hay que dejarlo en manos extraas por
muy maravillosas y bienintencionadas que esas manos nos parezcan.
No obstante, la entrega del manojo de llaves y del mando a distancia no es la
nica, ni la ms esencial. Se puede llegar a entregar algo tan personal, tan
fundamental como los propios deseos.

Tus rdenes son mis deseos

La vieja frase de Tus deseos son rdenes para m no refleja con toda justicia la
envergadura de la donacin que algunas mujeres son capaces de realizar. Habra
que modificarla para que diera cuenta del alcance de la incondicionalidad a la que
estn dispuestas. Si a cambio escuchramos: Tus rdenes son mis deseos, la frase
describira de una manera ms fiel la situacin. Tus deseos son rdenes para m
sera como decir: Vale, entiendo que es eso lo que quieres y lo acepto, me guste o
no me guste, estoy dispuesta a complacerte porque te quiero. En esa postura hay
un cierto reconocimiento de la diferencia: No me gusta, no obstante, te complazco,
porque te quiero. El resultado al final ser el mismo? Puede que s. En cualquier
caso se cumplen los deseos del amado? Probablemente. Sin embargo, en este caso
se conserva algo de autonoma y los lmites de la propia persona siguen estando
ah.
La segunda manera de entender la frase: Tus rdenes son mis deseos,
expresa una posicin de rendicin ms tajante. Sera como decir: Me he entregado
a ti, de tal manera, que ya no tengo deseos propios ni criterio de lo que me gusta o
lo que no me gusta. Estoy disponible, y slo espero a que t quieras algo, para yo
convertir tus deseos en mis propios deseos. Entonces los cumplir sin rechistar
porque yo misma querr para m, como si fuera mo, aquello que t quieras. Ni
ms ni menos que lo que el hipnotizado le manifiesta con su actitud de entrega a su
hipnotizador. El otro nos ha devorado por completo. El amor es el amo.
Pero un amor como este amor tiene truco. Aquello que parece el puro amor
amante, generoso y entregado, tiene otra cara: es tambin una manera de llevar al
extremo aquello de amar al otro como a nosotros mismos. Ama la amante al
otro? O se ama a s misma a travs de la grandeza que ella sola ha inventado y que
atribuye al otro? Cul ser la frase que gobierna una agenda secreta de esta
naturaleza? Ella ama su propia creacin. Ama en el otro todo aquello que era suyo
o que ella quera para s y que ahora sirve para adornar a su amo(r). Todo lo que
antes la haca sentir orgullosa de s misma, ahora le pertenece al amado. Ella se
ama a s misma a travs de l.

Pobre dios!

Todos hemos odo hablar de lo poderoso que puede llegar a ser Dios, pero
qu pasara si el mismo Dios descendiera desde sus alturas para pedirnos un
favor? O para rogarnos entre lgrimas perdn? Irene recordaba llorando el da en
que Juan la dej:

l me dejaba a m y yo era la que le consolaba. Cada vez que lo pienso me


da muchsima rabia! Ese da yo le consol y l llor, el pobre! l me estaba dejando
porque se haba enamorado de otra, y el muy cerdo lloraba. Seguro que se senta
culpable, pero el caso es que l era el que lloraba y yo la que le consolaba. Cuando
me acuerdo me muero de la rabia.
Al da siguiente l ya estaba aliviado, estaba todo resuelto, ya haba llorado y
haba descargado su culpa. Se haba ido con la otra, ya haba puesto todas las cosas
en su sitio y el sitio que me haba tocado a m era el peor. Era el sitio de consolarle
primero, y despus quedarme sola con mi pena, hecha polvo. Y hasta hoy

Saber que se trata de un dios es la nica manera de entender cmo es posible


que, mientras que Juan dejaba a Irene por otra, l lloraba destrozado, e Irene, la
abandonada, la malquerida, la engaada, se comportaba como si fuera la fuerte y
era la encargada de consolar y comprender.
Hemos creado a un dios, hemos creado a un monstruo. Se trata de un dios
muy peculiar, ese dios es todopoderoso y desvalido a la vez. Es un nio-dios,
porque hay que comprenderle y perdonarle todo. Porque ese dios s es dios, pero es
frgil y cualquier cosa le altera el humor o le ofende. Este personaje que
inventamos a veces es un beb recin nacido y otras veces un dios implacable, casi
nunca es un hombre. Porque es que el pobre dios tuvo una infancia muy difcil, y
tiene abiertos muchos frentes en el trabajo, y est muy estresado, y su mujer no le

comprende o, lo que es peor, su mujer s le comprende y l no podra hacerla sufrir.


Tiene problemas econmicos y le han partido el corazn ms de una vez, y no
puede confiar y est un poco confundido. Y quiere muchsimo a su chica, pero no
se puede comprometer por ahora y por el bien de ella, claro est y es que est
saliendo de una relacin muy traumtica, y no est preparado y slo quiere que
se le tenga paciencia y que se sepa esperar por l y que se le perdonen una vez ms
sus errores. Slo una vez o dos Pobre dios!
Qu ms puede pedir una mujer que ver a ese dios postrado, frgil,
indefenso pidindole ayuda, tiempo, comprensin, perdn? Cmo podra
resistirse? Cmo no darle a ese dios cualquier cosa que pida?
Porque al parecer la mujer que le quiere no tiene problemas en el trabajo ni
ha tenido infancia y, si por casualidad la tuvo, fue una infancia esplndida, y si fue
dura le sirvi para fortalecerle su carcter y hacerla mucho ms poderosa y mejor.
Generosa, dispuesta y disponible para atender sus quejas y comprender las
miserias del pobre dios Adems, ella es fuerte y sabe cuidar muy bien de s
misma, y es autosuficiente, ejecutiva y prctica, y sabe escuchar, as que podr
echarle una mano al pobre dios que est tan confundido, perdonarle otra vez y
tener un poco ms de paciencia.
Tengo la impresin de que los maltratadores son dioses parecidos, llevados a
extremos siniestros. Frgiles. El vuelo de una mosca despierta sus celos o su
enfado. Tienen mucha fuerza bruta y casi ninguna fortaleza de espritu, muy poco
empaque moral para tolerar las frustraciones o la espera. Ser dios es fcil ser un
hombre mortal y estar sujeto a los vaivenes de la vida comn y corriente es mucho
ms complicado.
Imaginemos cmo sera el extremo trgico del caso de Juan y de Irene. l
llega a casa y la cena no est preparada. Ella pide perdn por su pecado y empieza
a prepararla. l protesta, se enfada, la insulta. Ella se atreve a replicar y explica que
slo tendr que esperar media hora. l no sabe esperar, no entiende por qu SU
CENA no est preparada. Qu otra cosa podra hacer ella ms importante que
preparar SU CENA? Discuten. l le pega. En un momento de autntica locura
como se, los dos estn convencidos de que esos golpes estn justificados. l se va
de casa, ella pide ayuda y consigue a duras penas llegar al hospital. Esta vez se ha
pasado. Aconsejada por un familiar o por su mdico, se atreve, finalmente, a poner
una denuncia. Varias costillas rotas y el rostro desfigurado la obligan a permanecer
ingresada. No hay duda, ella es la vctima. A los dos das alguien viene a robarle

protagonismo. El pobre dios est sufriendo mucho ms que ella y llora con ms
fervor y se mesa los cabellos con desconsuelo. El pobre dios no puede, no sabe
vivir lejos de ella, pide perdn, reconoce su error, promete no volver a pecar, no
volver a pegar. Est arrepentido, se siente culpable. Ella, todava con las costillas
rotas y el ojo izquierdo en paradero desconocido, acude a la llamada de ese dios
desvalido y lo perdona. Dios muestra su cara de beb y ella, como buena madre
le perdona. Retira la denuncia y el pobre dios! arrepentido en muy pocos das
vuelve a ser el dios todopoderoso del mes pasado. El beb muestra su cara de dios
despiadado y vuelta a empezar.
A veces el arrepentimiento y la culpa son tales, que el verdugo se suicida.
Cuando leo alguno de estos casos en el peridico siempre me pregunto por el
orden de los factores que, en este caso, altera muchsimo el producto: por qu ese
dios no empez por suicidarse?
Para una mujer malquerida, y en este caso, adems, maltratada, el
espectculo de ver a un dios sumiso, pidiendo perdn, es muy conmovedor, y esas
lgrimas de culpa suelen allanar el camino de regreso a la comisara y ser la llave
con la que tantas mujeres, todava amoratadas por los golpes, retiran sus denuncias
por malos tratos. Me parece que muchas confunden sentirse necesarias con sentirse
queridas. El aspecto beb de ese dios que ella ha creado la necesita, en cambio, el
aspecto omnipotente del mismo ser, la malquiere.
Sin llegar al extremo de las mujeres maltratadas, en el territorio de las
malqueridas merece la pena no perder de vista estos secretos pactos indelebles de
fortaleza y de debilidad, de servidumbre y tirana. En alguna parte de este horror,
la sierva se siente reconfortada de ser la duea de su propio dios, ese pobre dios!
enclenque que no es capaz de sobrevivir sin ella.

5
El pedestal

Todo dios necesita de un altar en el que se le rindan tributo y sacrificio. Para


construirlo, la malquerida se deja las pestaas y las uas, se arranca la piel a jirones
y con las hilachas de su propia piel le saca brillo a ese pedestal sobre el que ella
solita ha elevado a su dios.
Recuerdan a Graciela? Es la paciente que slo quiere una pareja estable. Ella
suele utilizar de una forma muy natural la metfora del pedestal para referirse a
la idealizacin con la que bendice a sus distintos dioses.
Graciela no tiene ninguna dificultad para enamorar y enamorarse, de
manera que desde que empez el tratamiento ya ha tenido varias parejas. No le
cuesta encontrar pareja, a Graciela lo que le cuesta es ser feliz. As, contaba en una
sesin:

Ahora que lo pienso me doy cuenta de que me he visto obligada a bajar a


unos cuantos chicos del pedestal. Alguno, incluso, se ha lanzado al vaco por su
propia cuenta. El caso es que yo sigo subiendo y bajando chicos uno tras otro.
A lo mejor lo que debera hacer es directamente cargarme el pedestal y as ya

no tendra dnde subir a nadie. Si no hay ms pedestal ya no tendr ni que subirlos


ni que bajarlos. De ahora en adelante, cualquier relacin ser de igual a igual

Despus de un silencio prolongado y nostlgico prosigue:

No es tan fcil. Tengo que reconocer que yo me siento muy bien cuando
tengo a un hombre subido al pedestal. Esa situacin de querer a un hombre, de
cuidarlo, de mimarlo, de admirarlo y de sentirme orgullosa de estar con l, a m me
va. Me siento llena, importante.

Parece que Graciela busca hombres que, de entrada, no parecen muy fciles
ni de querer, ni de admirar, hombres que necesitan tener un pblico, un esclavo,
alguien que los encumbre. Ella, a su vez, se siente llena e importante con la
funcin que cumple junto a estos hombres. A m me recuerda a lo que una pila
consigue hacer con un juguete: darle vida. Pensemos por un momento Entre la
pila y el juguete cul de los dos es dios?

El cuento de la pila y el juguete

rase una vez una pila solita en el mundo. Estaba muy triste porque no
encontraba un sentido a su vida.
No saba quin era, ni cmo era, ni para qu ni por qu era lo que era.
Entonces se tropez con unos trozos de latn y unos pedazos de plstico de colores
muy vivos, y unos cables y unas cuentas de vidrio. La pilita encontr su lugar en
el mundo! Ahora su vida s tena sentido, ahora saba por qu y para qu estaba en
el mundo. Y ese juguete que ella haba construido y que tanto necesitaba de ella
para respirar, era lo ms importante de su vida, y estaba dispuesta a hacer por l
cualquier cosa, porque l era su razn de SER.
La pilita, por cierto, se llamaba Seorita Frankenstein, creadora, ella sola, de
un ser extraordinario.
Imaginemos a un juguete en su caja, de formas atractivas y colores
llamativos pero inerte, incapaz de lucir sus encantos por s solo. La pila, en
cambio, llena de energa, llega dispuesta a infundirle vida a su juguete, y consigue
que ese montn de plstico se mueva, hable, camine, encienda sus luces y se
comporte como si fuera un coche de Frmula Uno o un payaso. Pero esa misma
pila tan suficiente ante el juguete, es muy poquita cosa sin su amasijo de plstico y
de metal. Sera un cadver intil; lleno de posibilidades, s, pero slo un cadver
hasta que se demuestre lo contrario, hasta que justifique su existencia al unirse con
otro ser al que pueda dar vida.
Ninguno de los dos ni juguete ni pila, ni el dolo de barro y su malquerida
es nada sin el otro, la fusin con el otro es lo que a cada uno le da vida. El
encuentro entre ambos conduce a situaciones muy curiosas, uno de ellos el que
hace de juguete en el juego ser el visible, el llamativo, el hermoso, aqul al que
hay que admirar; se es el que sin duda estar encaramado en el pedestal. El otro
generalmente ella se mantiene oculto en el anonimato. Escondida, se cuida
mucho de disimular su importancia y su valor. Aquello tan trillado de que detrs

de un gran hombre siempre hay una gran mujer, es otra forma de decir lo mismo.
La malquerida, la pila, la mujer en la sombra, necesita tambin de ese lugar para
sobrevivir, aunque a nosotros, desde fuera, nos parezca horrible. No es un lugar
impuesto, es un lugar que ella misma ha elegido aunque no tenga conciencia de
haberlo hecho, porque ese lugar le permite sentirse indispensable y poderosa, y ya
se sabe, para sentirse muy indispensable, hace falta buscarse a uno que est muy,
muy necesitado, a uno muy tmido o muy incompetente, por ejemplo. Esto es
mucho mejor que aquella sensacin de vaco, de inconsistencia, que mostraba la
pilita perdida antes de construir y darle vida a su hombre, a su monstruo, a su
dios.
Algo de esta naturaleza explica que una mujer est dispuesta a pasar una y
otra y otra vez por el mismo suplicio, a pesar de la experiencia de maltrato y de
abandono que haya podido sufrir.
Entre juguete y pila, dios y sierva, dolo y malquerida, se establece un
equilibrio muy peculiar que ya Hegel describi en su conceptualizacin de la
dialctica del amo y del esclavo. En esa relacin de dependencia extrema, no se
convierte el amo en esclavo de su esclavo? Esto me recuerda la pelcula de Joseph
Losey El sirviente, que recrea la situacin se dependencia del amo respecto al criado
de una forma inquietante: un joven aristcrata ingls contrata a un mayordomo a
su servicio. Paulatinamente, el mayordomo se hace cada vez ms indispensable
para el amo, llega a dominar su vida por completo. La trama se complica con
amores, pasiones y desamores hasta que el sirviente consigue mantener postrado al
amo y verlo humillado, literalmente, rendido a sus pies. Quin manda? Quin
necesita ms de quin? Las relaciones de poder dentro de una pareja no son
lineales y mucho menos inequvocas.

Separacin de bienes y de males

Cuando Viviana y Hernn se separaron hicieron cuentas y se repartieron los


bienes y los males a partes iguales. A cada quien lo suyo. Dividieron el botn de la
convivencia al 50 por ciento y ese reparto dio como resultado que, desde entonces,
ninguno de los dos es ni tanto, ni tan poco, como en otras pocas haban
imaginado.
Durante el tiempo que vivieron juntos, el deprimido oficial era Hernn, l
era el que pasaba los fines de semana en el sof viendo la televisin, l era el
aburrido, el del ftbol, el que no tena inquietudes, ni ganas de nada. Viviana, en
cambio, era la alegra de la huerta, la animada, la dispuesta, la que siempre tena a
mano un plan entretenido con amigos. Cuando se separaron, por iniciativa de
Viviana, sucedi una cosa muy curiosa. Todos esperaban que Hernn se hundiera y
que Viviana, liberada de la carga que supona para ella su pareja, saliera adelante
triunfante y llena de vitalidad. Hernn lo pas mal al principio, pero muy poco
tiempo despus haba encontrado a otra pareja, probablemente a otra
supermujer, dispuesta a inyectarle toda su energa. Viviana, por su parte, en un
primer momento, s, se sinti aliviada, liberada. Tras unos meses de euforia y de
sexo en Nueva York, en Albacete y en el bao de algn restaurante Viviana se
deprimi como no haba imaginado nunca que poda llegar a deprimirse. Cuando
cay la ilusin, y el escenario qued al descubierto como tal, fue el momento en
que Viviana lleg a mi consulta buscando ayuda. Comprendimos que en el reparto,
junto a los platos y los cubiertos, las propiedades, las fotos y los libros, a cada quien
le haba tocado su propia cuota de melancola, de vaco y ella tambin pas por
una depresin muy profunda. La ausencia de Hernn la oblig a enfrentarse con
sus propios duelos y se senta hundida e inservible, perdida en un cajn, como una
pila intil. Hernn le haba servido para ocultar su propia depresin. Junto a l,
ella poda encarnar el personaje vital de la historia. Lejos de l sus propias penas
quedaban al desnudo. A lo largo del tratamiento, Viviana no slo se recuper de su
pena, sino que encontr en ella misma razones para vivir por y para ella misma.

Los pecados capitales

Es o no es amor?

En algunos de los libros dedicados al tema del amor y las relaciones, he ledo
cosas como: Eso que sientes no es amor, es dependencia, esto tampoco es amor,
es pasin, no le quieres, tienes un problema de adiccin, eso no se llama amor,
se llama masoquismo. Afirmaciones semejantes siempre me dejan pensando
Es o no es amor? Si no lo es, entonces qu es el amor? Quin lo sabe? Si a ese
sentimiento que nos hechiza y nos descoloca y nos devuelve los colores y nos quita
el aliento, lo despojramos de todos esos atributos, con qu nos quedaramos?
Seguramente con una especie de afecto gris, polticamente correcto, pero soso, muy
soso.
Desde que descubrimos que no estamos solos en el mundo, todas nuestras
relaciones, todas, sean amorosas
o no, sean o no relaciones de pareja, estn teidas de dependencia.
Dependemos de la seora de la limpieza, del que nos vende el peridico el
domingo, del mecnico que nos monta la rueda del coche y de la esteticin que no
tiene hora para atendernos esta misma tarde; y ellos tambin dependen de
nosotros. La sola existencia del vnculo, implica una dependencia recproca. Para
que el intercambio sea posible, una orilla necesita del puente, tanto como la otra. Si
no hay dependencia no hay relacin y por lo tanto no hay amor.
Y la pasin? Me temo que sin pasin no hay amor, habr cario, tolerancia,
conveniencia, resignacin, pero algo en el otro nos tiene que apasionar para
mantener viva una relacin. Parece que cuando hablamos de pasin slo nos
referimos a la sexual, pero no siempre es el cuerpo del otro lo nico que nos
apasiona de l, la pasin carnal es la ms difundida, la que tiene mejor y peor
prensa, la ms saludable, la ms atrevida, pero no es la nica. Nos puede apasionar
del otro su inteligencia, su sabidura, su encanto, su disposicin para querernos,
sus cualidades de buen padre, su sentido del humor, su capacidad de entrega, o su
cuenta corriente, cualquier cosa, pero algo que exceda la costumbre tiene que
permanecer encendido.

Por otra parte, sin un cierto grado de adiccin por el otro, sin una cierta
necesidad respecto a l, no seramos capaces de perdonarnos mutuamente ciertas
cosas. Tenemos que necesitarnos ms all de las convenciones y de la buena
educacin para levantarnos cada maana junto al mismo ser sin salir corriendo. A
la vez, sin una mnima dosis de masoquismo, no podramos olvidarnos un poco de
nuestro propio ombligo, de nuestro exclusivo inters, para mirar al otro, para
aceptarlo en todo el esplendor de su diferencia.
La convivencia, cualquier convivencia, requiere una mnima capacidad de
olvidarse de uno mismo, de poder esperar, de perdonar. Se necesita una dosis
homeoptica de masoquismo para vivir en sociedad y tolerar a ese extrao que
tenemos al lado en el metro, en la cola del cine, en el trabajo y en la cama! De
hecho, las normas de urbanidad y educacin son una manera de sistematizar esa
obligada postergacin del propio narcisismo.
En cierta medida, hay que estar dispuestos a sufrir. Ya nada ser como fue.
No estamos solos, ahora hay otro por quien sentirnos concernidos, otro por quien
velar, otro a quien estar atentos, otro que puede echar a volar y dejarnos sin su
compaa. A nuestras preocupaciones laborales, vendrn a sumarse las suyas, a
nuestra salud, la del consorte. Tambin ese otro aportar su preocupacin por
nosotros, su inters por las cosas importantes de nuestra vida, su atencin, su
complicidad, en definitiva, su amor. Tengo la impresin de que ms o menos en eso
consiste hacer pareja, en hacer equipo.
La pasin desbordada del principio, el efecto hipntico del enamoramiento
inicial cede, y ha de ceder en nombre de la relacin, por culpa de la relacin y a
favor de la relacin. El amor desesperado est destinado a morir o a matar. O
muere en brazos de la cotidianidad,
o mata al usuario de sufrimiento y de zozobra. Cada quien va a reaccionar
de una forma distinta ante este cambio en el carcter de la relacin, ante esta
muerte impuesta por la rutina.
Amar a otro supone dependencia, masoquismo, adiccin, sacrificio y pasin.
Pero, como vimos en el apartado dedicado al enamoramiento, todo ser cuestin
de cantidades, como con el gazpacho. En el exceso est el pecado.

Pecados capitales

Los pecados capitales de toda la vida son aqullos a los que la


naturaleza humana, en su debilidad, est inclinada. Nosotros, los humanos, por el
hecho de ser humanos, somos endebles, egostas, propensos por ejemplo a desear
para nosotros lo que otros tienen envidia, a irritarnos profundamente cuando
no conseguimos nuestros objetivos ira, a querer acaparar para nosotros la
mayor cantidad de bienes avaricia o a dejar para maana lo que tendramos
que haber hecho ayer pereza. Estos pecados se merecen la denominacin de
capitales, no por su magnitud, sino porque son el origen de otros muchos pecados.
A cada pecado capital se ofrece una virtud para combatirlo, as, por ejemplo, contra
la soberbia se opone la humildad, el remedio contra la gula es la templanza, o la
pereza se disipa con la diligencia. Esto es lo que dice el Catecismo.
En nuestro caso, llamaremos pecados capitales a esas debilidades de la
pareja que aseguran el sufrimiento y que presagian un fracaso en la relacin. No se
trata de un problema moral, no es que est feo comportarse de tal o cual manera, es
que estos pecados suelen ser un psimo negocio por el que se paga un precio
demasiado alto.
A lo largo de mi actividad clnica he reconocido algunos patrones de
funcionamiento de la pareja, que indefectiblemente conducen al fracaso de la
relacin y a un sufrimiento inconcebible. La deteccin de estos pecados tendra que
funcionar como una seal de alarma, como un pitido, que advierta al usuario de
que algo marcha mal, como esas lneas blancas de las autopistas que cuando un
coche las pisa chillan como si les doliera, para avisar de que alguien se est
pasando de la raya. En el mapa que estamos trazando, estos pecados servirn como
un aviso de que se est pisando un terreno peligroso.
Por supuesto que hay infinitas modalidades de relacin, por supuesto que
cada pareja escribe una historia que ninguna otra pareja podra plagiar, pero hay
grandes pecados que traen consigo aparejada su penitencia. Se trata de una
clasificacin arbitraria, como todas las clasificaciones, pero tiene a su favor la

ventaja de ser grfica y permitir una va clara de identificacin.


He conseguido identificar cuatro pecados capitales: la sumisin, la
intermitencia, la adiccin y la impostura.
El pecado de la sumisin se refiere a esos casos en los que la disposicin a la
entrega hace que se borren los propios lmites. El sumiso se pierde, diluido en el
otro. Con el pecado de la intermitencia, me refiero a esas relaciones on & of, que
terminan y comienzan una y otra vez, y otra vez y otra, con la esperanza de que
alguna de esas muchas veces sea la definitiva. La adiccin caracterstica
ampliamente tratada por muchos autores describe a esas personas que, a pesar
de estar inmersas en relaciones desastrosas, que procuran sobre todo sufrimiento,
no son capaces de separarse; y, si se separan, regresan humillados en busca de su
dosis de maltrato. La impostura describe a aquellas mujeres-Cenicienta que,
junto a su pareja, no pueden ser como ellas son, mujeres que se sienten bajo el
escrutinio de un prncipe que les prueba una y otra vez el zapatito de cristal a ver si
la chica se ajusta o no se ajusta a sus expectativas.
Todos estos pecados tienen su explicacin, su porqu, su cara, pero tambin
tienen su cruz, y, como se sabe, cada pecado trae su penitencia bajo el brazo. Como
sucede con los pecados de toda la vida, tampoco estos pecados son excluyentes
entre s, as, como se puede mentir y codiciar a la mujer del prjimo
simultneamente; robar y matar a la vez; no honrar a padre y madre y cometer
actos impuros, tambin estos pecados pueden superponerse. Es muy frecuente
pecar a la vez de sumisin y de intermitencia, o de impostura y de adiccin, de
intermitencia y adiccin.

7
La sumisin

Dnde est Irene?

Irene siempre tiene la ltima palabra, que suele ser: Perdn, lo siento. Te
entiendo. No te preocupes. Vale, est bien. No volver a ocurrir. No
importa, esto no te lo voy a tener en cuenta.
Irene es la mejor amiga de todas las amigas. La que siempre est dispuesta a
hacer favores, a ayudar a los dems, a correr a buscar lo que supone que el otro
necesita, a escuchar las quejas de todo el mundo contra todo el mundo sin echar
lea al fuego. La que consigue reconciliar las situaciones objetivamente
irreconciliables. Irene es un manual de urbanidad con pelo largo. Sabe lo que hay
que decir, cundo hay que decirlo y en qu tono. Lo correcto, lo incorrecto, lo que
corresponde en cada situacin. Lo justo. Irene sabe exactamente cmo hay que
tratar a los dems, pero hasta ahora no ha conseguido que un hombre la trate a ella
como se merece.
Irene llega a la consulta porque est cada vez ms angustiada y no sabe qu
es lo que le pasa. Est incmoda en su vida y no entiende por qu. Le parece que
su relacin con Juan no marcha bien y no puede comprender que no sea una
relacin perfecta, porque ella ha puesto todo de su parte para que lo sea.
La historia que me cuenta es ms o menos sta:
Chico conoce chica, se enamoran locamente y empiezan a salir. Juan es
absorbente y quiere estar con Irene todo el da. Ella est enamorada y quiere estar
con Juan todo el da. Los fines de semana los pasan juntos, solos, en la casa que l
tiene en la sierra. A Juan le descansa mucho ver la televisin, Irene prefiere el cine,
pero no le importa quedarse en casa con tal de estar con Juan. Ahora que pasan los
fines de semana fuera de la ciudad, tienen menos ocasin de quedar con amigos,
Juan no tiene demasiados amigos e Irene no tiene inconveniente en postergar a los
suyos con tal de estar con Juan. Juan prefiere las mujeres con pelo corto y a Irene
no le importa cortrselo. Total, cuando quiera se lo deja crecer otra vez. Irene sola
vestir con ropas ajustadas, provocativas, que a Juan no le hacan mucha gracia. As

que Irene fue cambiando de look. Total, seguramente antes vesta as para buscar
novio, y ahora que ya lo tiene Irene est siempre disponible, nunca tiene otra
cosa ms importante que hacer, ni otras relaciones, ni ganas de otra cosa, ni
opiniones distintas a las de Juan. El reclamo Te quiero toda para m, te quiero slo para
m que Juan le hizo cuando se enamoraron, Irene lo tom al pie de la letra y se ha
ido transformando en una mujer hecha de ese material de costilla que es tan dctil,
y que permite a Juan modelar a Irene a su gusto.
Mientras tanto, Irene ha olvidado lo que le gusta y lo que no. Ya no recuerda
cmo prefiere la carne, si poco hecha o muy pasada. Pero no le importa. Total, ha
llegado a gustarle cualquier cosa de cualquier manera. Ella es as de complaciente.
Con esa filosofa del TOTAL Irene se alej de la familia, de las amigas, del
estudio y sobre todo de s misma, perdi su forma, sus contornos, sus rasgos
parecan borrados Dnde estaba Irene? Se haba quedado hueca, hecha como de
aire, vaca, para que Juan pudiera llenarla a su antojo.
En el tratamiento descubrimos que Irene no era consciente de todos los
cambios sutiles que ella misma haba hecho con la intencin de complacer a Juan.
Desde los comienzos de su historia de amor ya se poda advertir que en la mente
de Irene no estaban muy claros los lmites entre uno y otro. En lo que a Juan
concierne, no se podra hablar de maltrato, ni siquiera de acoso o de presin. Irene
ha ido perdiendo sus contornos sin darse cuenta. Nadie podra decir que Juan haya
exigido nada de Irene. l pide e Irene concede, por qu no iba a volver a pedir?
Irene se ha vuelto de tal modo incondicional para Juan que ya le sale natural. La
sumisin de Irene no es obligada, es congnita y la practica siempre que tiene
ocasin y con cualquiera. En el trabajo, con las amigas y con su familia. Slo que
con Juan le parece que est todava ms justificada.
Juan, por su parte, no es ya que pida, sino que encima protesta porque Irene
lo agobia. La distancia justa, cmoda para los dos, parece imposible de alcanzar. La
excesiva diligencia de Irene le hace sentir a Juan presionado, atado, pero Irene no
puede alejarse ni un poquito, pues esa pequea distancia le hace temer que Juan
pueda borrarla de su vida y olvidarla.
Recuerdo un incidente que ilustra con claridad el tipo de relacin que exista
entre Irene y Juan: Irene comentaba con insistencia que estaba aburrida de los fines
de semana siempre idnticos junto a Juan. Lo haban hablado pero la actitud de
Juan era de lentejas, o lo tomas o lo dejas y nada haba cambiado. En la consulta
veamos la absoluta incapacidad de Irene para realizar cualquier gesto de

autonoma como, por ejemplo, salir a dar una vuelta con una amiga un domingo
por la tarde, en lugar de clavarse tantas horas frente al televisor. Lo cierto es que
corran tiempos difciles para la lrica de la pareja. Por esas fechas, una
compaera de Irene se casaba y las amigas haban organizado una despedida de
soltera que consista en un fin de semana fuera de Madrid. Irene no saba qu
hacer. Juan prefera que no fuera.
Y usted qu quiere? le pregunt.
Yo? No s, yo tengo ganas de ir pero no me atrevo.
Esa palabra me llam la atencin. No se atreve? Uno no se atreve a hacer
algo peligroso, o algo que est prohibido, pero un fin de semana a unos cuantos
kilmetros de su casa con unas amigas? Era tan arriesgado? En qu consista la
osada?
A qu le tiene tanto miedo? pregunt.
Se qued unos minutos en silencio, pensando, empez a llorar y finalmente
dijo:
A pasrmelo bien. Tengo miedo a pasrmelo bien y a poder prescindir de
Juan y a que Juan pueda prescindir de m. Tengo miedo a darme cuenta de que
estoy mejor sin l que con l.

El caso es que Juan tampoco estaba feliz con esa situacin. Paradjicamente,
mientras ms eficiente era ella en cumplir con la entrega absoluta que Juan pareca
pedirle, a Juan, esa Irene, atenta y diligente le resultaba cada vez ms sosa, ms
cargante y menos atractiva. Ella, por su parte, aunque no se senta capaz de hacer
ninguna otra cosa, tampoco se senta atractiva para s misma. No se gustaba. A
Irene se le haba perdido Irene y no tena idea de dnde poda ir a buscarla. Ya no
recordaba dnde se haba dejado olvidada la ltima vez que se vio. Por si fuera
poco, con el correr del tratamiento descubri que hacer feliz a Juan, no aseguraba
su propia felicidad, y que encima, a pesar de tanto sacrificio, su actitud distaba
mucho de hacer feliz a Juan.

La relacin no se sostuvo. Un buen da, con muchsima pena y desendole


todo lo mejor, Juan la dej por otra chica. Cuando se separaron, Irene pas mucho
tiempo muriendo en el vaco, hueca, sin rumbo, sin sentido de orientacin, sin
ningn sentido. Ella estaba dispuesta, como arcilla, a tomar forma junto a Juan, sin
l, se quedaba amorfa, desvitalizada.
Tras largos y dolorosos meses de duelo, empez a recuperarse, regres a sus
amigas, retom los estudios, se volvi a dejar crecer el pelo, volvi al cine y a sus
vaqueros ajustados y alguna vez, muchos meses despus de la ruptura, me dijo en
una sesin:

Lo echo de menos a l, ya s que es absurdo, pero todava lo echo de menos.


Pero lo mejor de todo esto es que ya no me echo de menos a m misma.

Esta frase de Irene, que parece retrica, un mero juego de palabras, fue todo
un logro para ella. Despus de haber estado tanto tiempo perdida, iba por buen
camino. Se haba recuperado y ahora contaba consigo misma! Que al final es lo
nico con lo que todos contamos a ciencia cierta.

Un pecado con muchas adeptas

Por qu ser la sumisin un pecado con tantas adeptas? Para comprender


cmo funciona esta propensin al sacrificio, tenemos que regresar sobre nuestros
pasos y recordar, primero, aquello de la maternidad. Evolutivamente la mujer tiene
que estar preparada para olvidarse de s misma y de sus aficiones, para poder
ocuparse de ese pequeo tirano que es el beb. Entonces, por qu no puede
practicar su habilidad? En qu circunstancias es deseable sacrificarse y en qu
circunstancias no? Una clave: si el beb tiene bigote, ya es pecado.
Pensemos tambin en la dialctica del amo y del esclavo, o en el cuento de la
pila y el juguete. Es innegable la ventaja que supone para la pequea pila sentir que
ella es la nica capaz de dar vida a ese juguete, pensemos en ese dios que cada
Irene crea para su consumo personal, en ese pobre Juan! que hace de su sierva su
duea.
Cuando escucho a algunas de estas mujeres extremadamente diligentes,
sacrificadas, que estn siempre dispuestas a socorrer al de al lado aunque no se lo
pidan, que no se conforman con hacer bien su trabajo sino que suelen hacer los
deberes del otro, etctera, suelo imaginarlas con una capita atada al cuello que las
identifica como Sper Irene o Sper Marta o Sper Josefina. Una capita
imperceptible, pero muy eficaz, que las eleva ante s mismas y las convierte en
Sper herona, Sper mujer, Sper amiga Debajo de la debilidad se
esconde la fantasa de fortaleza, debajo de la entrega, el deseo de poder Una
fortaleza triste, un poder caducado, un psimo negocio, un mal pecado.
Si el pecado de sumisin consiste en el deseo de ser una Sper alguien, la
penitencia es desdibujarse y perderse a s misma y el nico camino de vuelta es
reencontrarse.
El desdibujamiento progresivo y gradual de los propios lmites debera
funcionar como una voz de alarma. La sumisin no es una virtud, sino un pecado.
Algunos signos, a manera de pitido, pueden ayudar a reconocer el peligro: la

malquerida debera preguntarse, por ejemplo, desde cundo no hace aquello que
sola gustarle hacer antes de conocer a su Juan? Seguro que recuerda las tres
ltimas ocasiones en las que dej de hacer algo para complacerle. Recuerda las
tres ltimas veces en las que l dej de hacer algo que le gustara para complacerla a
ella? Alguna vez es capaz de hacer planes por su cuenta, con sus amigas o con sus
compaeros de trabajo? Se atrevera a hacer algo inofensivo con lo que su Juan
no estuviera de acuerdo?
De nuevo, y a riesgo de parecer tozuda, insisto: no tenemos otra cosa que lo
que somos. Poco o mucho, sea lo que sea, eso es lo nico con lo que de verdad
contamos. Bien es verdad que ese concete a ti mismo es una labor que puede
llevar aos. Irene se haba perdido a s misma de tal forma que para ella fue toda
una aventura reencontrarse. Ahora, una vez que sabe quin es, conservarse a s
misma, es su siguiente labor.

8
La intermitencia

Ahora s, ahora no

Parece que yo siempre voy a estar ah, que no importa lo que l haga. Nada
ser suficientemente doloroso como para hacerme dejarle. Porque cada vez que le
dejo, regreso. Nunca voy a apartarme de su lado. Y si me aparto, volver.

As describa Sara su relacin con Javier. Era una relacin tempestuosa,


terrible. Nadie poda explicarse qu haca una chica como ella, junto a un seor
como aqul. Las broncas sin motivo justificado se sucedan y Sara tena el
privilegio de ser elegida por Javier como la nica responsable. Ella tena que
disculparse y arrepentirse de lo que haca y de lo que Javier le haba hecho. Sara
tena una lgica desconcertante para explicarlo:

As como muchas parejas se dividen las tareas de casa y ella plancha y l


hace la compra, nosotros nos dividimos las tareas de la pareja, y en esa divisin a
m siempre me toca pedir perdn.

Sara y Javier se llevaban francamente mal. Javier no perda ocasin para


enfadarse, ni para desaparecer. Y ella tena un carcter lo suficientemente fuerte
como para no soportar cualquier cosa. A veces, Sara se senta como un valor
sometido a los vaivenes de la bolsa; sus cotizaciones suban o bajaban ante Javier
arbitrariamente y sin explicacin. Sorprenda que esa Sara, que en otras
circunstancias era una mujer decidida, exigente, casi malcriada, esa misma que era
capaz de reivindicar sus derechos y montarle a Javier unas broncas monumentales,
se transformara en una niita asustada cuando dejaba de ver a Javier durante unos
das. Cuando l se apartaba de su lado, ella slo quera que volviera, a cualquier
precio, se olvidaba de la bronca y peda perdn aun sin saber muy bien por qu.

Javier haba desaparecido muchas veces, sin avisar. Otras veces lo haba
dejado ella definitivamente porque no estaba dispuesta a tolerar ciertas cosas. Daba
igual la razn que tuviera el uno para marcharse o la otra para enfadarse, ms
tarde o ms temprano Sara llamaba, l responda y por el camino agitado y
luminoso de la reconciliacin, ambos regresaban a compartir su trocito de infierno
junto al otro.
A la maana siguiente de una de sus mltiples reconciliaciones, Sara me
cont:

Creo que nunca haba echado un polvo como se. Vali la pena todo. La
ruptura, esos dos meses horribles en los que crea que me iba a morir, la
humillacin de haber sido yo quien llamara despus de haber jurado que no quera
saber nada de l. Todo lo que me ha hecho sufrir se me olvid cuando lo vi. Estoy
en una nube. Esto es lo ms maravilloso que me ha pasado. Yo soy de las que
prefiere la pasin a la costumbre. Javier me hace sufrir, pero es que los otros me
hacan morir de aburrimiento. A partir de ahora cualquier cosa que pase entre
nosotros no me importa, est justificada. Despus de la noche que pasamos juntos,
me puedo morir maana, que ya he vivido el mejor momento de mi vida.

Ningn argumento racional puede enfrentarse a la contundencia de una


reconciliacin apasionada. La excitacin desbordada del reencuentro barre todos
los buenos propsitos y sobre todo barre la memoria. Si Sara se hubiera muerto a la
maana siguiente con ese cuerpo contento, y esa sonrisa fresca que llenaba su cara,
no habra tenido que pasar por los tormentos que la esperaban dos semanas
despus. A pesar de que era la fotocopia exacta de tantas ocasiones anteriores, ella
no era capaz ni de recordar ni de prever el desenlace. Prefera estar dispuesta a
morir de amor al mejor estilo Julieta, que reconocer que en realidad llevaba el
camino triste de ser una Ofelia desdeada.
Pero algo habra en esa relacin que les compensara. La pasin del
reencuentro, la excitacin que produce la incertidumbre, el miedo a perderlo todo
y el triunfo de poseerlo todo, son los alimentos que mantienen viva una relacin
que no puede pasar la prueba de la costumbre. El pecado de la intermitencia goza
y sufre los rigores de un parque de atracciones emocional: un da, la cueva del

miedo llena de fantasmas aterradores; al da siguiente, el castillo encantado del


mundo de la fantasa, en el que todo se ve color de rosa; poco despus el jardn de
los horrores con sus torturas y sus bestias salvajes; y siempre, siempre, la montaa
rusa con sus subidones y sus declives, con su vrtigo y su emocin y todo eso por
un solo ticket y con la misma persona!
Las amigas de Sara, que preferan tierra firme, vean con mucha claridad que
esa relacin estaba enferma y que estaba enfermando a Sara. Les resultaba difcil
entender sus reconciliaciones. Si lo habis dejadole decan, por qu no
aprovechas el tirn y terminas de una vez para siempre? Por qu intentarlo por
dcima vez, si es evidente que no va a funcionar?.
Daba igual que todas las veces anteriores hubiera salido mal, Sara saba con
certeza, cada vez, que sta s seran felices. Adems, en cuanto alguno de los dos
pronunciaba las palabras mgicas: Yo te quiero, la teora de que la relacin
tendra el xito asegurado quedaba cientficamente demostrada.
Durante el tratamiento de Sara, entendimos, entre otras cosas, la razn de su
disposicin incondicional a apuntarse culpas y errores. Si Sara era la culpable de la
bronca, ella tendra en su mano la obligacin moral de regresar y de ser ella la
primera en llamar. Era una buena manera de acortar la espera. Si ella era la
responsable de los males de la relacin, entonces tambin estara en su mano la
posibilidad de curarla. Ella, con un poco ms de voluntad, con otro poco de
paciencia y mucha fe; ella, poniendo un poco ms de su parte, mejorando su
carcter, poda conseguir que las cosas funcionaran. Era una gran responsabilidad,
pero ella estaba al mando.
Lo ms difcil para Sara fue reconocer la autonoma de Javier, sus
limitaciones e imposibilidades y el hecho de que nada, o casi nada, tuvieran que
ver esas limitaciones con ella. En los lmites de Javier, Sara se topaba con sus
propios lmites, con unas fronteras infranqueables que no poda pasar por alto. Era
como si algo en la actitud de Javier le dijera: Hagas lo que hagas, hasta aqu
hemos llegado. Con la iglesia hemos topado, Sancho. Y cuando alguien topa
con la iglesia del otro, ha topado con su propia iglesia, porque la iglesia de cada
quien es la iglesia del otro. All donde el otro no puede dar ms de s, cualquier
intento externo es intil.
Con muchsima pena, con horror, Sara descubri que, por mucho que
perdonara, por mucho que estuviera dispuesta a darlo todo, o incluso ms que

todo, haba algo que no dependa de ella, ni de su buena voluntad, ni siquiera de


su inmenso amor por l. Javier era Javier. Javier tena su propia historia, sus
propios cdigos para manejarse en el mundo. Esa manera de querer, esa manera de
reaccionar y no otra, eso era Javier. Y ella no poda hacer nada al respecto. No es
que Javier no la quisiera, es que sta era su forma de querer.

Pedir peras al olmo

El viejo refrn que dice: No se pueden pedir peras al olmo, Sara lo haba
convertido en algo as como Ya s que es mejor no pedir peras al olmo pero y si
yo?. As, transformaba la miseria de la impotencia humana en una vaga
promesa llena de posibilidades. El problema es que el olmo no es el responsable de que
le pidan peras.
Durante su tratamiento, Sara comprendi que le estaba pidiendo peras a un
olmo y descubri tambin que eso es un mal negocio. Lo nico que se asegura es la
insatisfaccin y una queja que de ningn modo puede obtener arreglo: Hay que
ver, este olmo tan desconsiderado que no me quiere dar peras, a pesar de que llevo
aos pidindole peras con muchsimo amor!. O la promesa estril: Como me
llamo Sara que este olmo va a dar peras. No ser hoy, no ser maana, pero yo
puedo conseguirlo!.
Sara comprendi que poda recurrir a sus amigas buscando consejos, leer un
libro que le enseara el camino de la felicidad, o continuar con la terapia, pero
todas estas alternativas tenan algo en comn: slo podran servirle a ella. Javier
seguira siendo Javier y Sara slo poda decidir si aquella relacin le compensaba o
no le compensaba.
En sas estaba Sara cuando volvieron a romper y por primera vez decidi no
hacer nada. No iba a llamar, ni a provocar un encuentro, ni a mandar un mensaje.
Tena curiosidad por saber qu pasaba si ella no mova pieza. Si Javier la llamaba,
le respondera, pero esta vez ella no dara el primer paso. Slo iba a esperar, y as
fue: esper. Y esper y esper y esper Javier se evapor, se desvaneci como si
hubiera sido un espejismo. Sara no volvi a saber nada de l
Hasta que cay en la cuenta de que ese silencio era lo nico que le quedaba
de Javier, atraves una poca muy dolorosa, la ms dolorosa de todas las pocas.
Sufri lo indecible. Entendi, desde ese sufrimiento, por qu todas las otras veces
ella haba dado el paso de llamar y volver. Entendi que su miedo a que l no

regresara, estaba plenamente justificado. La desaparicin de Javier la llev a releer


la relacin desde otro ngulo y a preguntarse por muchas situaciones que antes no
se hubiera atrevido ni siquiera a nombrar. Fue difcil descubrir que haba estado
sumida en una mentira costossima. Le pareca imposible que algn da pudiera
dejar de llorar.
Dej de llorar. Le llev su tiempo, pero dej de llorar, y se recuper. La
ltima vez que la vi todava estaba sola aunque no paraba de salir con unos y con
otros. Todava estaba asustada, tena miedo a equivocarse otra vez. La vida le daba
otras oportunidades y en esta ocasin quera tomarse su tiempo para elegir. Tena
muy claro que ella quera peras y no se iba a conformar con cualquier olmo,
por mucha sombra y mucho alivio que el olmo le diera a su miedo y a su
soledad.

La montaa rusa

Mantener con vida el xtasis del enamoramiento con el mtodo de dejarlo y


volver, a costa de cometer el pecado de la intermitencia, no es fcil y requiere pagar
un elevado peaje. A cambio de estrenar, cada tanto, un amor con la misma persona,
es necesario estar dispuesto a sufrir en la misma medida. La angustia de la
incertidumbre cunto tiempo va a durar el idilio esta vez? La repeticin inexorable de
las rupturas. La agona obstinada de la espera, los abismos, Si no me llama hoy
voy a morirme. La amenaza continua de la ruptura definitiva: Y si es verdad
que esta vez me deja para siempre?. stas son frases propias del sufrimiento, las
otras, las del reencuentro y la reconciliacin (el mejor polvo de mi vida, esta vez
s saldr bien, vale la pena luchar por este amor apasionado) son las que hacen
pensar que el sufrimiento vale la pena y est justificado.
La nica manera de no sufrir los rigores de las bajadas consiste en renunciar
a la emocin de las subidas y apearse de la montaa rusa. Una relacin que
necesariamente tiene que terminar, una relacin que necesariamente tiene que
reanudarse, es una relacin que est enferma. Es una relacin que est en la unidad
de cuidados intensivos. Es probable que slo se sostenga gracias al calvario de las
rupturas, y a la emocin de los reencuentros. Una relacin sometida a sucesivas
rupturas y reconciliaciones no es una relacin: es un pecado. Un pecado cuyo
placer consiste en mantener viva la emocin de un nuevo amor, una nueva
ilusin, pero siempre con la misma persona y a costa de un sufrimiento
asegurado, exagerado.

9
La adiccin

En ocasiones el amor tiraniza e intoxica como una droga, crea dependencia y


provoca sndrome de abstinencia con todos sus derivados: angustia, insomnio,
prdida de apetito, nuseas, opresin en el pecho y una tristeza horrible cuando
no se tiene cerca al objeto adictivo! Son los casos en los que la relacin con el otro se
transforma en una adiccin.
Por supuesto que esta idea del amor como adiccin no es nueva. El sndrome
de adiccin al amor cuenta con una extensa bibliografa a sus espaldas y con
estudiosos de todos los mbitos dispuestos a describirlo, a explicarlo, a
comprenderlo. Neurlogos, psiquiatras, psiclogos, socilogos, cada quien desde
su propio vrtice tiene algo que contar, o que aadir. Yo aportar algo de mi
experiencia clnica, comentar un caso en el que pueden verse con claridad los
efectos del pecado de adiccin.

Andrea y Marcos

Andrea tena cuarenta y pocos aos cuando vino a mi consulta buscando


ayuda. Se notaba demacrada. Su ropa cara, de marca, pareca prestada. Le sobraba
por todas partes, delatando una delgadez reciente, inesperada. Era la primera vez
que visitaba a un profesional y estaba nerviosa. Relat sus sntomas: estaba
angustiada, inquieta, se senta incapaz de concentrarse en el trabajo, con un
insomnio que llevaba semanas perturbando la normalidad de su vida cotidiana. En
su relato intercalaba frases como:
No s qu me pasa, Yo estoy bien con Pablo, mi marido, No lo
entiendo, Mi marido y mis hijos son mi vida, Mi trabajo me gusta, Tengo
unos hijos preciosos, Yo quiero mucho a mi marido. Me llam la atencin que,
en sus pocas frases, haba insistido sospechosamente en lo mucho que quera a su
marido y pregunt:
Cunteme un poco de su relacin con su marido.
Se ech a llorar.
Llevan diez aos casados, no tienen una relacin muy apasionada, pero se
quieren mucho y se llevan bien. Tienen dos hijos de siete y cinco aos. Ambos
comparten profesin, lo que les permite apoyarse en el da a da de su vida laboral.
Eso fue todo cuanto pudo decir de Pablo y de su relacin con l. Inmediatamente
pas a contarme lo que en verdad la haba llevado a la consulta y la estaba
haciendo sufrir.
Haca seis meses Andrea recibi un email que no esperaba. Marcos, aquel
hombre que haba partido su vida en dos mitades, haba averiguado su correo
electrnico y le haba escrito un mensaje inofensivo. Haca doce aos que no saba
nada de l. Haban tenido una relacin muy tormentosa y en una de las rupturas
Andrea conoci a Pablo. Durante un tiempo estuvo indecisa entre los dos, hasta
que la incapacidad de Marcos para dar la cara qued otra vez patente y Andrea
eligi. Se cas con Pablo y no volvi a saber de Marcos hasta ese mail que l envi.
Su vida haba cambiado tanto en este tiempo, y ella estaba tan bien, que pens que
verle no tendra ningn efecto sobre ella. Quedaron a tomar un caf.
Marcos la busc porque necesitaba decirle que ella era la mujer de su vida.
Que siempre se haba arrepentido de haberla dejado escapar. Que durante estos
doce aos haba pensado en ella cada da y que no se perdonaba a s mismo el
haberla perdido, se haba sido el peor error de su vida y esta vez estaba dispuesto

a cualquier cosa con tal de recuperarla. Andrea lo escuch y se sinti muy


halagada con sus palabras, pero tuvo miedo de volver a la misma situacin de
antes, a creer en las mismas promesas que el viento se lleva. Tuvo miedo, s, pero
su miedo lleg tarde, lleg cuando ya le haba credo.
Me explica con estas palabras cmo es que siente lo mismo de hace doce
aos:

Le iba a decir que tengo miedo de volver a caer, pero es que ya he cado. No,
peor que eso, es que sigo exactamente igual. Quiero que me entienda, no es que
recuerde con mucha claridad lo que pas hace aos y por eso s cmo me senta.
No, es que han pasado doce aos y hoy siento exactamente lo mismo que senta
entonces. No necesito hacer memoria, lo estoy viviendo. Tengo miedo. Me llama, y
me escribe mensajes y estoy pendiente del correo y del mvil como si fueran mi
bombona de oxgeno y cuando no me llama me pongo enferma. Igual que siempre.
No ha pasado ni un da.

Desde el primer caf, Andrea vive atada al telfono mvil. Lo mira fijamente
a los ojos, lo pone cabeza abajo y lo zarandea para que escupa ese mensaje de
Marcos que el aparatito tiene escondido en algn rincn de su memoria El
mensaje llega. (Segn Andrea, la literatura universal se est perdiendo millones de
cartas de amor de una belleza sublime!?). No lo s, lo cierto es que ella espera el
riiinggg de los mensajes de Marcos con la misma zozobra con la que cualquier
enamorada del siglo XIX esperaba al cartero y adems est convencida de que
transcurre la misma eternidad que transcurra en el siglo XIX entre el sms que ella
enva y el que recibe.

La clandestinidad

Poco a poco me revel los pormenores de su relacin con Marcos. Cuando se


conocieron l estaba casado y tena dos hijas y ella estaba soltera. Sus encuentros
eran esplndidos, espordicos y apasionados, aunque no slo el sexo les una.
Exista entre ellos una confianza que les permita contarse todo, apoyarse
mutuamente y, sobre todo, rerse. Se lo pasaban muy bien juntos, compartan
sentido del humor y cada uno poda mostrarse con el otro tal cual era sin temor a
sentirse juzgado o criticado. Nunca, ninguno de los dos haba tenido una relacin
tan completa y tan satisfactoria como sa. Pareca ms que evidente que estaban
hechos el uno para el otro.
Todo era sencillamente perfecto. Perfecto, hasta que sonaba la campanada
del final del encuentro y tenan que regresar con un golpe seco a la realidad.
Cinco minutos ms mendigaba ella, pero Marcos no poda permitirse el delito de
perder la nocin de la hora. Una ducha tristsima para borrar los rastros del
pecado. Un beso ms, el ltimo, un abrazo de despedida, el ltimo, una prxima
cita marcada en el calendario para sobrevivir. Con qu gesto volveran a sus vidas,
si todo lo importante transcurra en esa pequea habitacin impersonal con cama y
con bao, sin flores ni fotos? Entre un encuentro y el siguiente, la respiracin de
Andrea quedaba sometida al efecto pausa.
Pero esa situacin era transitoria porque estaba escrito que ellos dos iban a
estar juntos para siempre. Slo haca falta que Marcos encontrara el momento
oportuno para dar el paso. Sus hijas eran todava pequeas, su mujer padeca de un
trastorno de personalidad, no tena muchas amigas y no era capaz de conservar un
trabajo estable. La pobre! No la poda dejar sola, en la calle, de un da para otro.
Slo necesitaba un poco ms de tiempo.
Andrea sufri, uno por uno, los tormentos indecibles de la espera. Lleg a
dominar el vocabulario reiterado de la clandestinidad: Ven, tiene que ser ya,
Ahora no puedo hablar, A ella slo me unen los nios y la costumbre, Esta
semana no te puedo ver, Creme, hace meses que dormimos en habitaciones

separadas, Hoy tengo que irme ms temprano, No me llames a esa hora, Yo


nunca te voy a fallar, Ten paciencia, Confa en lo nuestro, Esprame, Cree
en m, Aydame!.
Ni qu decir que la relacin estuvo sujeta a sucesivas rupturas y
reconciliaciones. Andrea y Marcos tambin pecaban de intermitencia. Con cada
ruptura Andrea se hunda en una maraa de desolacin de la que no era capaz de
escapar. Sus constantes vitales dejaban mucho que desear y el nico hilo que la
mantena ligada a la vida era el telefnico. Una palabra tuya bastar para sanarme,
pensaba Andrea mientras esperaba a que sonara el telfono. Una palabra tuya
bastar para engaarme, se deca a s misma cuando volva a creer en sus promesas.
Probablemente Marcos quera mucho a Andrea, pero la quera mal.
Probablemente ni siquiera menta cuando peda perdn y juraba amor eterno.
Seguro que la echaba de menos y enfermaba cuando no la vea, pero enfermarse o
curarse, echar de menos o hacer promesas, no lo comprometa a nada respecto a
ella. l no se senta obligado a dar; al contrario, slo se le vea dispuesto a pedir.
Era Andrea quien tena que hacerse cargo de lo que l necesitaba: tiempo,
paciencia, comprensin
Andrea pasaba por alto los hechos, sus propias necesidades, el trato
confinado a las sombras que reciba. Slo escuchaba las palabras de Marcos y, si
Marcos deca te echo de menos, todo estaba dicho. Andrea no tena nada que
objetar ni que aadir. Cualquier gesto de Marcos era suficiente para que ella
proclamara un s, quiero solemne, pattico y unilateral que nadie le haba pedido
y con el que slo ella quedaba comprometida: en la pobreza y en la riqueza. En la
salud y en la enfermedad.
El caso es que despus de doce aos de silencio, cuando se encontraron para
ese primer caf, todo entre ellos segua intacto. El deseo, la pasin, la camaradera.
Nada haba cambiado en la disposicin adictiva de Andrea y en cuanto prob a
Marcos qued enganchada con la misma intensidad de entonces Ella, con ms
aos, con ms hijos, con un marido al que quera de por medio l, con ms aos,
con la misma mujer, las mismas hijas, la misma letana de promesas que tantas
veces haba incumplido. En fin, l, con la misma etiqueta de PELIGRO! pegada a
la frente.

Lo tengo controlado

Pero esta vez ella estaba a salvo. Ha pasado tanto tiempo, que nada ser
como antes, Ahora ser diferente, porque yo tengo una vida, un marido y unos
hijos que antes no tena, En estos aos he madurado mucho y ya tengo superado
lo de Marcos. Estas frases le sirvieron de coartada para engaarse y poder ver a
Marcos. El problema es que Andrea responde al primer sorbo de Marcos como
hacen los alcohlicos sobrios ante una sola gota de alcohol: se embriaga.
Y es que el mal amor es como el buen whisky: engaa. En cuanto el primer
trago calma el sndrome de abstinencia y dejan de temblar las manos, cesa la
sudoracin y los escalofros del mono abandonan el cuerpo, sobreviene la certeza
inocente de que esto se puede dejar en cualquier momento. Lo tengo
controlado, Un da de stos, cualquier da de stos, en cuanto me lo proponga, lo
puedo dejar. Y tantas otras promesas insostenibles
Con esa conviccin vivi Andrea los primeros meses del reencuentro. Y aqu
estaba ahora, derrotada, consciente de sus propias limitaciones, sentada en mi
consulta, como quien va a una clnica de desintoxicacin para desengancharse de
las anfetaminas. Poda haber empezado su entrevista conmigo proclamando: Me
llamo Andrea, y soy adicta a Marcos. Andrea vena a buscar ayuda para volver a
ser la duea de su vida.
Empezamos un tratamiento de dos sesiones semanales. Al principio, Andrea
slo hablaba de Marcos. Volvieron a verse, reanudaron la relacin y aunque
hablaban de separarse de sus respectivas parejas, lo cierto es que ninguno de los
dos haca ningn movimiento concreto para conseguirlo.
Lo dejaron una vez ms y pude presenciar en directo el proceso de
reconciliacin. Los mensajes de Marcos seguan una trayectoria definida: despus
de alguna semana de silencio l enva un mensaje. Cualquiera. Es el mensaje exacto

que Andrea est esperando para vivir. Ella responde. Un poco seca, pero responde.
Entonces l la llama. Andrea deja sonar el telfono, pero al final responde. Seca,
pero responde. Marcos le cuenta lo mucho que la ha echado de menos. Andrea le
cree. Seca, pero le cree. Despus de lo ltimo que le hizo pasar, ella tena claro,
clarsimo, que nunca ms le iba a volver a ver. Pero l insiste y ella, seca, muy seca,
se resiste. Con pocas palabras Marcos la convence de que slo van a encontrarse
una vez ms para hablar de lo que ha pasado y Andrea piensa acudir a la cita
porque est indignada y tiene muchas cosas que reclamarle y muchos puntos que
poner sobre las es. Enfadada, sin fe, distante y seca, muy seca, Andrea acude a la
cita. En cuanto huele a Marcos se humedece, lo ama y est dispuesta a creer
cualquier promesa El juego entre ellos se reanuda en la casilla que dice Volvamos
a intentarlo.
Mientras Andrea se enganchaba y se desenganchaba de Marcos, como era de
esperar, la relacin con Pablo, su marido, iba cada vez peor. Sin saber qu pasaba,
Pablo notaba a Andrea ausente, ida, como en su mundo. Hablaron del problema
varias veces, pero la situacin no mejoraba y Pablo no estaba interesado en
mantener una relacin as. Propuso separarse. Andrea lo pas muy mal en esa
poca. La presencia de Pablo en su vida era una constante que ella daba por
sentada y la idea de verse lejos de l le horroriz. En ese momento supo cunto lo
quera.
El tratamiento avanzaba y poco a poco empez a emerger otra Andrea en la
consulta, una mujer que tena una vida ms all de Marcos y de Pablo: apareci la
madre de Juan y de Toms, la profesional sagaz, la amiga, la hermana menor de
una familia de cuatro hermanas, la nia que rivalizaba con sus hermanas mayores
y con su madre por la atencin del nico hombre de la casa: pap. Apareci una
mujer que disfrutaba con la cocina y preparaba autnticos manjares para su familia
y sus amigos, y una amante del cine. El caso es que mientras haba ms cantidad de
Andrea ocupando el escenario, quedaba menos espacio disponible para adorar a
Marcos y empez a verlo con cierta distancia, casi, casi, como a un hombre normal.
Marcos haba dejado de ser dios. Por otra parte, la actitud distante de Pablo hizo
que Andrea lo viera de otra manera. Empez a valorar su presencia y a disfrutar de
lo que l s le daba.
Puedo asegurar que durante el tratamiento yo no tom partido por ninguno
de los dos, cmo iba a hacerlo? Quin podra saber qu era lo mejor para
Andrea? Mi objetivo no era mostrarle cul era el hombre que ms le convena, cul
le ofreca ms prestaciones como si de un coche o de una lavadora se tratara.

Tampoco me corresponda adoptar una postura moral del estilo: El adulterio est
muy feo. Lo importante era entender qu le pasaba a Andrea, dnde estaba ella
en todo este enredo? Mi nica funcin era ayudarla a crecer, de manera que
pudiera decidir y elegir libremente lo que ella quisiera, y todo esto desde su vida
de mujer adulta y no desde la nia que permanentemente estaba impelida a
competir con otras hermanitas por el trofeo de un pap que siempre estaba con
alguna otra (como Marcos, que tambin la postergaba por otras, su mujer, sus
dos hijas). Andrea, que era la menor de cuatro hermanas y que siempre se haba
sentido perdida en medio del harem de chicas que rodeaba a su padre, haba
conseguido dar la vuelta a la tortilla de su situacin infantil y ahora, en vez de ser
una nia ms, era la nica mujer en medio de este harem compuesto por un
montn de hombres que la reclamaban: Pablo, Marcos, sus hijos Juan y Toms, su
jefe
La terapia haba tenido distintos efectos en Andrea. La relacin con Marcos
termin. Ella reconoci sus propios lmites y decidi no volver a verle. Su carrera
empezaba a tener un ritmo de ascenso progresivo y ahora tena ms trabajo. La
relacin con sus hijos, que cada vez exigan ms de ella, era mucho mejor. A la vez,
intentaba remontar la crisis que atravesaba su relacin con Pablo, aunque ese
aspecto de su vida no estaba del todo definido. Alguna vez lo estara?
Andrea no vino a mi consulta para elegir entre dos hombres, sino para
hacerse duea de s misma. Quera llevar las riendas de su vida y elegir el rumbo
que iba a seguir, con tanta libertad como su condicin de ser humano se lo
permitiera. Andrea recuper su propio mando. La autonoma que rescat no slo
le sirvi en el terreno afectivo respecto a Marcos, sino que tambin la hizo ms
independiente y ms segura de s misma en la arena laboral, lo que no tard en dar
sus frutos.
Cuando una mujer se aferra inexplicablemente a una relacin que la hace
infeliz, que no la satisface o que no tiene ningn futuro, cabe pensar en un pecado
de adiccin. Ella ha perdido el control y se ve controlada por una necesidad que la
supera y ante la cual no tiene voluntad. El pecado consiste en apostar una y otra
vez, como los jugadores, con la certeza ciega de que esta vez voy a ganar, con
un poco ms de paciencia, si lo intento. Se apuesta por una promesa, y no por
una realidad. Las promesas suelen tener formas muy parecidas: Esta vez todo va a
cambiar, estaremos juntos, no volver a ser infiel, no volver a tratarte mal.
La penitencia que este pecado trae consigo es la humillacin y el sufrimiento; la
incapacidad misma de gobernar la propia vida.

No al primer caf!

Como en todas las adicciones, la salvacin de este pecado empieza por


reconocer la propia debilidad: Soy adicta a mi Marcos y me siento incapaz de
gobernarme a m misma respecto a l. El siguiente paso es la abstinencia. Si los
alcohlicos dicen: No a la primera copa, las mujeres adictas a un mal amor
tendran que decir: No al primer caf. Ese primer caf es el ms peligroso.
Siempre hay coartadas, excusas para tomar esa primera copa o asistir a ese
primer caf; son trampas, atajos, que en cualquier adiccin, conducen directamente
a la dependencia y al dolor.
Despus de la abstinencia, como siempre, el reencuentro de la mujer consigo
misma, ser ella su propia duea. Habr que llenar el vaco que dejan el alcohol o el
amor, las anfetaminas o los reencuentros, con emociones ms leves, pero ms
seguras. El premio es tener las riendas, las llaves y el mando de su vida entre sus
manos.

10
La impostura

Isabel

Cuando digo que los hombres nos malquieren, me refiero tambin a esos
amores malentendidos, mal dirigidos, aquellos casos en los que parece que quieren
mucho a una mujer estupenda que tienen en su cabeza, pero que poco o nada tiene
que ver con esa mujer de carne y hueso que tienen delante.
Hace muchos aos tuve una paciente a la que llamaremos Isabel. Estaba
casada y trabajaba como intrprete en congresos mdicos. Cuando lleg a mi
consulta sufra una depresin posparto, acababa de tener a su primera hija pero se
senta incapaz de atenderla, tena la certeza de que, hiciera lo que hiciera, se iba a
equivocar. Estaba casada con Enrique, un hombre bastante mayor que ella, con
quien se llevaba bien. Isabel se senta querida y cuidada por su marido, aunque
acusaba una cierta sensacin de incomodidad que no poda identificar.
Deca que sola sentirse en falta junto a l. No s, me siento torpe,
insegura, tengo miedo de hacer las cosas mal. Enrique, mayor y con ms
experiencia, se comportaba como un adorable Pigmalin que disfrutaba
educando a Isabel. Por ejemplo, antes de salir con sus amigos, familiares o

compromisos de trabajo, Enrique someta a Isabel a una inspeccin implacable,


aunque apenas perceptible, nada exagerado, nada desagradable: Cario,
acurdate de que para beber de la copa tienes que levantar el codo de la mesa.
Te vas a poner ese vestido...? No, si te queda muy bien, pero recuerda que ya no
tienes quince aos. Cuidado con lo que dices esta noche, mira que stos no
tienen mucho sentido del humor y no van a entender tus bromas.
Con comentarios como stos, Enrique iba modelando a Isabel a su gusto.
Isabel deca que no le haca mucho caso, pero no poda evitar una sensacin bsica
de inadecuacin, como un cierto temor a equivocarse, a meter la pata, a no ser
capaz de dar la talla. Cuando naci la nia, esta situacin se agudiz. No estaba
claro si Enrique cuidaba a la nia o si vigilaba a Isabel. Supervisaba cada gesto que
realizaba sta con su hija, cmo la coga en brazos, cmo le daba de mamar, cmo
la cambiaba, cmo la dorma. Isabel recordaba indignada el da en que su marido
la dej sola con la nia por primera vez durante un fin de semana, y le dijo: A ver,
quiero ver cmo preparas el bibern para comprobar que lo haces bien. Cuando
Isabel protest l le explic: Cario, no te pongas as, reconoce que t eres muy
distrada y que yo suelo tener los pies sobre la tierra. Con otras cosas no me
importa, pero la nia no puede sufrir tus despistes.
Cuantos ms detalles me contaba Isabel, yo no me poda quitar de la cabeza
que su depresin posparto haba sido la explosin de una bomba de relojera que
vena haciendo tictac desde haca ya mucho tiempo.
Empezamos a indagar desde cundo y, como no poda ser de otra manera,
nos remontamos a su infancia. Isabel fue la nica hija de una pareja ya mayor
marcada por los avatares de la Guerra Civil. Cuando naci, la situacin econmica
de la familia era precaria. Su padre era el portero de un edificio en una zona de
abolengo en Madrid. Esta situacin, que puede parecer anodina, generaba serias
contradicciones en Isabel. Para empezar, siendo prcticamente una nia pobre,
creci rodeada de nias ricas a las que admiraba y envidiaba, y con las que le era
imposible competir. Con la intencin de que esta diferencia no la marcara y la
ayuda y proteccin de una acaudalada seora mayor que viva en el tercero, los
padres hicieron un esfuerzo importante para conseguir que Isabel estudiara en el
mismo colegio bilinge de sus amigas. Esta situacin, destinada a borrar las
diferencias, la mayor parte de las veces las acentuaba. Sola sentirse entre sus
compaeras de prestado, incmoda, inadecuada, torpe. La sensacin que
experimentaba en su vida cotidiana con Enrique le recordaba mucho a esa vivencia
de la infancia.

El fake

En su vida actual de adulta, Isabel disfrutaba del ejercicio de su profesin y


haba llegado a dominarla de tal manera, que ya no le supona ningn reto. Se
manejaba perfectamente en tres idiomas y, si bien el ingls no era su lengua
materna, el haber estudiado desde pequea en un colegio bilinge le permita
conocer el idioma como si fuera el propio. Durante sus sesiones, Isabel rara vez
haca referencia a su trabajo o al contenido de las traducciones que realizaba. Sin
embargo, un da me dijo:

Le quera comentar algo que seguramente le parecer una tontera. Hoy he


tenido un traspis con una palabra. Fue un segundo y me parece que nadie lo not,
pero ya es la tercera vez que me pasa. Siempre es con la misma palabra. Es raro,
no? Se lo quera contar porque seguro que usted le encuentra alguna explicacin.
La palabra es fake. Es una palabra que conozco perfectamente. Dependiendo del
contexto, puede significar falso, impostor, fingir, falsificar. El caso es que
algo me debe estar pasando con la palabrita porque cada vez que aparece se me
escapa.

Entre las dos rebuscamos en el cajn de su infancia y le encontramos una


explicacin a su lapsus. Efectivamente, fake era una palabra clave en la vida de
Isabel. Una palabra que condensaba su historia, su drama. Ser y no ser, el simulacro
permanente, la impostura como forma de estar en el mundo. El disfraz como
primera piel. Y el temor constante a ser desenmascarada.
En esa sesin, Isabel record y entendi la fascinacin que haba sentido de
pequea por la Cenicienta y cay en la cuenta de que, de mayor, senta la misma
atraccin por personajes cinematogrficos parecidos: My Fair Lady, Armas de mujer

o Pretty Woman, modernas Cenicientas, mujeres disfrazadas, impostoras que se


hicieron pasar por algo que no eran. En fin, sus heronas preferidas eran las reinas
del fake.
Mientras hablaba animadamente de La Cenicienta y teorizaba con soltura
respecto a la importancia que tiene el personaje para algunas mujeres, algo cruz
por su mente que desvi su atencin. Pas unos minutos en silencio y empez a
llorar. Cuando retom el hilo de sus pensamientos, me explic que lloraba porque
acababa de recordar un episodio de su infancia que haba olvidado por completo y
del que le costaba hablar, aun despus de tantos aos.

Cuando era pequea, a pesar de que me senta siempre un poco incmoda,


como fuera de lugar, si estbamos en el colegio poda pasar por ser una ms
porque todas llevbamos el mismo uniforme. Lo peor eran los fines de semana,
cuando mis amigas estrenaban sus vestidos y yo llevaba los vestidos viejos que
ellas haban desechado y que siempre me quedaban cortos o estaban desteidos. El
recuerdo es de un domingo. Lo revivo como si fuera hoy. Estbamos en misa, yo
tendra unos ocho aos y llevaba un vestido azul con adornos blancos lo estoy
viendo. La antigua duea del vestido me vio y chill a su madre delante de todo
el mundo que por qu me haba regalado ese vestido, que a ella todava le gustaba.
Fue espantoso. Nunca me he sentido peor en mi vida. Me senta tal cual como
cuando a la Cenicienta las hermanastras le arrancan el vestido y ella no puede ir a
la fiesta. Igual pero sin hada madrina. Esa misma tarde tuvo que ir mi madre a
devolverle el vestido a la nia. Todava recuerdo que enferm, imagino que de rabia
y de vergenza, lo que s es que esa semana no fui al colegio.

Una vida bilinge

Isabel no slo haba estudiado en un colegio bilinge, sino que haba llevado
siempre una vida bilinge. Su profesin de traductora, no era una eleccin casual,
se las haba arreglado para poder vivir simultneamente en dos mundos; el del
ingls y el del espaol, el de los ricos y el de los pobres, el de los jvenes
despistados y el de los adultos responsables padres de familia. Dominaba todos
los cdigos y pasaba de un registro a otro sin apenas notarlo. Haba aprendido a
compensar las diferencias en uno y otro bando. Pareca estar igualmente integrada
en cada uno de los mundos que habitaba, a pesar de no pertenecer por completo a
ninguno. Pagaba un precio alto: sentir que su vida era un puro artificio, un fake, que
el ms mnimo descuido poda ponerla en evidencia y que tena que cuidar cada
detalle porque el engao poda quedar al descubierto en el momento ms
inesperado, y alguien, cualquier maana, cualquier domingo en misa, poda
delatarla y quitarle el disfraz.
Comprendimos que su sensacin de inadecuacin no haba surgido con la
maternidad, ni siquiera haba empezado con Enrique. Bien es verdad que nuestra
Isabel haba encontrado en Enrique al hombre perfecto, capaz de encarnar a ese
personaje que ella necesitaba para representar una y otra vez su historia infantil
con su cara y su cruz. En el pecado de soar con ganar a todas las dems y ser
proclamada princesa!, llevaba la penitencia de sentirse siempre disfrazada, y vivir
bajo el temor constante de que en cualquier momento sonaran las doce
campanadas y alguien viniera a arrancarle el disfraz y a devolverla a sus cenizas.
El descubrimiento del fake dio mucho juego. El tratamiento de Isabel result
sin duda exitoso y fue emocionante verla surgir de las cenizas de su papel de
Cenicienta para enfundarse en sus propios zapatos, en los trajes a medida
propios de una mujer inteligente e ingeniosa. Su marido estuvo muy desconcertado
con los cambios, no entenda tanta desenvoltura y lleg a pensar que Isabel
mantena otra relacin. Atravesaron una crisis de pareja importante que los llev a
plantearse la separacin. Consiguieron remontar el bache. Enrique sigue
intentando hacer de Pigmalin (ya se sabe, est en su naturaleza), pero Isabel ya

no se presta al juego de probarse el zapatito y de adaptarse a ciegas a las


sugerencias de su marido, ni a las de sus amigas, ni a las de su madre, ni a las de su
jefa, ni a las mas.
El caso de Isabel es un extremo ntido de una mujer que no est segura de
quin es, que duda de su propio valor y siente que tiene que hacer esfuerzos y
disfrazarse para agradar, pero conozco otros casos menos dramticos en los que el
zapatito termina siendo igual de incmodo; recuerdo, por ejemplo, a Cristina, una
amiga a la que no le cuesta nada ligar. Un da me cont que haba encontrado a un
hombre genial, un fotgrafo inteligente, interesante y un poco bohemio con el que
estaba feliz. Se rean mucho juntos, era un estupendo interlocutor, la cama
funcionaba muy bien y, en fin, que si no eran perfectos, al menos pareca que cada
uno era ms que suficiente para su cada otro. Estoy segura de que esta vez las
cosas van a funcionar!, me dijo.
Meses despus, cuando volv a encontrarme con ella, me cont que lo haban
dejado. No lo entend, por qu?, si todo iba tan bien? Me explic que su prncipe
era fotgrafo a tiempo completo, que de pronto la miraba y le pareca que una de
sus cejas estaba un poco ms estrecha que la otra. Que sbitamente le confesaba
que a l, ella, de cintura para arriba le gustaba mucho, pero que de cintura para
abajo Que a veces la miraba y le daba la impresin de que haba ganado un poco
de peso adems, el dedo medio de su mano derecha tena una forma muy
curiosa y as sucesivamente. En fin, que Cristina, junto a su fotgrafo, no poda
ser una mujer de carne y hueso, con sus das mejores y sus das peores, con sus
luces y sus sombras. Se senta continuamente observada a travs de un teleobjetivo
implacable que recoga todas sus imperfecciones. El novio fotgrafo no se
conformaba con reflejar a travs de su cmara la realidad de lo que vea, adems, se
dedicaba a jugar con ella al Photoshop y se pasaba el da hacindole pequeos
retoques: un poco ms por aqu, un poco menos por all, quitemos este lunar,
iluminemos esta parte y oscurezcamos aqulla
Nadie podra decir que ese fotgrafo no quera a Cristina, porque no era
desamor, al contrario, la quera muchsimo y en esa medida deseaba lo que segn
l era lo mejor para ella que fuera perfecta! El caso es que era un amor tan
exigente, que vivir bajo la mirilla de un microscopio como se a Cristina le
resultaba humillante, y sobre todo agotador. Descubri a tiempo que era imposible
que un pie humano encajara en ese zapatito de cristal tan implacable y en vez de
complacerlo y abonarse a una clnica de ciruga esttica, tom otra decisin: le dio a
elegir entre el zapatito de cristal o el pie. l eligi el zapatito y ella opt por su pie.

As que, con muchsima pena y una buena dosis de alivio, Cristina lo dej. De su
poca con el fotgrafo le quedaron un recuerdo incmodo, un buen amigo y
unas fotos preciosas!
Pero, siguiendo con Cenicienta, a cuntas de nosotras, de pequeas, no nos
gust el disfraz? Quin no bail un da, tambalendose, en los zapatos altos de
mam? Quin no jug a maquillarse como ella y a envolverse en sus collares?
Quin no quiso ser la ms lista, la ms guapa o la ms rica de la clase? Quin no
so con acostarse como Cenicienta y despertarse Princesa? Entonces jugbamos a
ser otras, distintas, mayores, mejores En fin, simplemente jugbamos, que es la
manera ms sana y ms natural de fingir, de impostar, de soar despiertas. Y
ahora, ya mayores, mujeres hechas y derechas, cuntas de nosotras no soamos,
todava, con que alguien venga a descubrirnos y a revelar la verdadera maravilla
que se oculta tras una apariencia ordinaria? Y a la vez, quin no ha sentido alguna
vez el temor de que suenen las doce campanadas y se rompa el hechizo?

El sndrome de Cenicienta

El personaje de Cenicienta y sus mltiples ramificaciones ejerce verdadera


fascinacin en mujeres de todas las edades, desde los tres a los setenta y ocho aos.
De hecho, Cenicienta es el ms extendido de los cuentos de hadas tradicionales.
Bruno Bettelheim, psicoanalista viens afincado en Estados Unidos, dedic parte
de su obra al estudio de los cuentos de hadas y, segn su opinin, la importancia
del cuento estriba en que toca un tema que atae por igual a nios y nias: la
rivalidad entre los hermanos.
Desde mi punto de vista, La Cenicienta es la puesta en escena de un aspecto
estructural de la evolucin de todas las mujeres. La Cenicienta nos representa en esa
edad imposible que transcurre entre la infancia y la primera adolescencia. La nia,
que hasta ayer estuvo a cargo de una madre maravillosa a la que admiraba y
adoraba, hoy tiene que convivir con una madrastra insoportable que no la
comprende y con la que adems rivaliza. Por si fuera poco, como sucede en el
cuento, tambin esta chica ha perdido a su padre. Ese hombre apuesto y divertido
que la sentaba en sus piernas, que la abrazaba, le daba besos y le haca cosquillas
en la cama antes de irse a dormir, ha desaparecido. En su lugar hay un extrao, un
seor distante, serio, un poco ausente, que se ha visto obligado a retirarse porque
su hija empieza a crecer y l tiene que respetarla. Y la nia all, sola, perdida, ya no
quiere jugar con la Barbie, pero todava no es una Barbie Se debate entre aorar
ese pasado en el que ella era la reina consentida entre mam y pap, o soar con el
futuro, todava tan lejano y tan incierto. Cualquier cosa menos este presente triste y
gris. En la vida, como en el cuento, ms tarde o ms temprano la nia abandona su
rincn, se sacude las cenizas, se hace mayor y, con suerte, encuentra a un hombre
que, aunque no recuerde mucho a un prncipe, comparte la vida con ella lo mejor
que puede.
Sin perder de vista esa dimensin estructural, nosotros miraremos el cuento
desde la perspectiva de una mujer que, de todo el recorrido de la historia, ha
elegido el momento Cenicienta para quedarse paralizada, fijada en esa etapa.
Una mujer que piensa: Nunca podr dejar de ser Cenicienta por m misma, un

prncipe tendr que rescatarme, y para conquistarlo, me ver obligada a hacer


muchos esfuerzos y a disfrazarme. Una mujer que se siente insuficiente, piensa
que para ingresar en el mundo de los adultos, en el mundo de las que pueden ser
elegidas por un prncipe, tiene que ocultar lo que es. As, vive bajo la amenaza
constante de ser descubierta en el disfraz. Tiene que demostrar a toda costa que
merece ser reina y que es capaz de cualquier cosa, incluso de mutilarse, con tal de
encajar en las medidas exactas de algn zapatito de cristal.
Independientemente de sus logros personales y/o profesionales, la MujerCenicienta se siente como una becaria que est perennemente en periodo de
prueba. Como si no pudiera aprobar oposiciones y ocupar un lugar firme en su
vida. La Mujer-Cenicienta es la eterna interina que necesita constante aprobacin.
Siempre est alerta, se siente obligada a hacer buena letra, suele mostrarse
hiperresponsable, diligente, amable, generosa y sacrificada. Tanto es as, que no es
suficiente con que el Prncipe la haya elegido entre todas las asistentes al baile de la
vida para que ella est convencida de que se lo merece, el Prncipe y su Cenicienta
pueden llevar aos de casados, pero la Mujer-Cenicienta siempre sentir que ella
tiene algo que ocultar y algo que demostrar.
Probarse el zapato una y otra vez, a ver si le vale o no le vale, es una manera
de colocarse en los zapatos de la Cenicienta, en su papel, y es terrible, no digo yo
que no, pero hay otra versin de la Cenicienta que me parece todava ms
inexplicable, ms absurda. Se trata del papel que desempean las hermanastras en
el cuento.

Las hermanastras

Segn la versin del cuento de los hermanos Grimm, las hermanastras no se


conformaron con arrugar un poco los deditos de los pies para hacerlos encajar en el
zapato, y tampoco desistieron del intento con el primer fracaso. Estaban dispuestas
a todo con tal de conseguir su objetivo. Les transcribo literalmente un fragmento
del cuento:

La mayor entr con el zapato en su cuarto para probrselo, su madre estaba


a su lado, pero no se lo poda meter porque sus dedos eran demasiado largos y el
zapato muy pequeo; al verlo, su madre le dijo alargndole un cuchillo: Crtate
los dedos pues cuando seas reina no irs nunca a pie. La joven se cort los dedos.
()
Entr la segunda hermana en su cuarto con el zapato y se lo meti bien por
delante pero el taln era demasiado grueso; entonces su madre le alarg un
cuchillo y le dijo: Crtate un pedazo del taln, pues cuando seas reina, no irs
nunca a pie. La joven se cort un pedazo de taln.

La madrastra de Cenicienta se comporta como una verdadera madrastra con


sus propias hijas y les da unos consejos desastrosos. Segn ella, llegar a ser reina
justifica cualquier renuncia o sacrificio. Su argumento viene a decir algo as como:
Lo que hace falta es conseguir a un hombre a cualquier precio. Total, si tienes a un
hombre junto a ti, nunca ms tendrs que caminar por ti misma.
Es fcil comprender que alguien quiera ocultar sus defectos y disimular sus
imperfecciones para seducir a otra persona. Pero qu pasa cuando una mujer se
siente obligada a disimular sus virtudes y a esconder sus logros para sentirse
aceptada por un hombre? Qu pasa cuando una mujer se mutila una parte

importante de s misma con tal de conseguir a un hombre?


Increble pero cierto. Si echamos un vistazo a nuestro alrededor, y nos
fijamos con atencin, va a resultar que conocemos a unas cuantas mujeres que no
han dudado en amputarse a s mismas el taln o los dedos con tal de encajar en
algn estrecho zapatito de cristal.

Ingrid

Ingrid, estudiante brillante de arquitectura con una carrera prometedora,


est enamorada de Eduardo, camarero. Ingrid pasa noches en blanco porque tiene
que entregar proyectos, pero si al da siguiente Eduardo quiere salir, ella sale. No
viven juntos, pero cuando Ingrid se queda en casa de Eduardo, en vez de estudiar
para sus exmenes, aprovecha para plancharle las camisas y demostrarle que a ella
no se le caen los anillos por cuidar bien de l, porque su amor es mucho ms
importante para ella que su carrera. En realidad Eduardo es mucho ms
importante para ella que cualquiera de sus actividades.
A Eduardo le gusta la noche y si l quiere trasnochar hay que trasnochar,
aunque Ingrid tenga que madrugar al da siguiente. Ingrid no sera capaz de
quejarse ni de protestar porque no quiere parecer aburrida. Ya dormir otro da. A
lo largo de los meses de relacin, apenas ha recibido algn detalle de su Eduardo,
pero eso s, si salen juntos, ella paga. No se queja, porque no quiere subrayar la
diferencia econmica que hay entre ellos, para no hacerle sentir mal, ni parecer
materialista.
Eduardo piensa que el reloj es un instrumento anticuado que slo sirve para
amargar la vida a los burgueses, y como l no lo es vive al margen del tiempo y
del reloj. As, cuando dice inmediatamente paso a por ti, y llega tres horas ms
tarde a recogerla, no entendera que Ingrid se enfadara, de manera que ella,
aunque est furiosa por haber perdido tres horas esperando, se aguanta y no
protesta para no parecer una esclava de los horarios y del trabajo. Ingrid esconde
sus xitos profesionales para no agobiar a Eduardo y sus temas de conversacin
han quedado reducidos a los pocos terrenos que Eduardo domina: coches, ftbol y

algo de msica. Todo lo dems est vedado, porque segn l son gilipolleces.
Ingrid se aburre terriblemente con los amigos de Eduardo, pero se aguanta para no
desentonar, adems, sus propios amigos estn prohibidos porque a Eduardo le
parece que sus compaeros de facultad siempre estn hablando tonteras y son
unos pijos. Hace mucho que Ingrid no va al cine a pesar de que le encanta y as
sucesivamente
Es evidente que los mundos de Eduardo y de Ingrid son muy distintos, pero
eso no sera un problema, porque ambos podran enriquecerse con la diferencia. El
problema es que esas diferencias, que Ingrid siente que los separan, ella las
resuelve amputando aspectos importantes de s misma: sus estudios, sus intereses,
sus inquietudes. Que no se sepa que ella es lista, que nadie note que a ella le
interesa la literatura, que nadie vaya a pensar que ella es una de esas pijas que
estudia y que disfruta con su profesin. Si quiere mantenerse al mismo nivel de
Eduardo y no desentonar, tendr que recortarse el taln para entrar en el zapatito.
La historia de Ingrid y Eduardo termin. l dej a Ingrid por otra, por otra
que nadie se habra atrevido a comparar con Ingrid. Una ms simple, menos
guapa, ms rstica y menos fascinante que Ingrid. Una, cuyo pie encajaba con
naturalidad y sin que nada le sobrara en el nico zapatito de cristal que Eduardo
poda ofrecerle a una mujer.
Mientras que el hombre Pigmalin piensa que su Cenicienta es una mujer a
la que l puede transformar en princesa y dedica un gran esfuerzo e inters en esa
transformacin, la Mujer-Hermanastra tiene peor concepto de su pareja. Ella piensa
que su pobre Eduardo es un ser incapaz de cambiar y que es ella la que
generosamente tiene que renunciar a sus propios logros para adaptarse, por eso se
mutila los talones y se hace la coja para acoplarse a l. La de Ingrid y Eduardo es
una pareja compuesta por una Sper Cenicienta! y un Pobre dios!
Por mucho que un hombre nos prometa que junto a l nunca ms
tendremos que ir andando, ms vale contar con nuestras extremidades al
completo para poder pisar firme y caminar con nuestros propios pies. En la vida no
tenemos que restarnos nada, todo lo que sea sumar y multiplicar est muy bien.
Para dividir, para restar, ya est la realidad, no hace falta que nosotras mismas nos
quitemos mritos.
Ya s que en las zapateras este tema es mucho ms fcil de tratar que en la
vida, pero por qu una mujer no se prueba unos cuantos hasta encontrar uno de

su talla? Ms o menos de su talla, tampoco el hombre elegido tiene que ser la


horma de su zapato. Basta con uno que le siente bien, ni demasiado estrecho ni
demasiado holgado. Uno con el que pueda atravesar una larga jornada sin sufrir
demasiado. Uno que no le obligue ni a estirar los dedos de los pies, ni a pasar todo
el da de puntillas, ni a mutilarse el taln.
El pitido que anuncia que estamos en presencia de un pecado espantoso de
impostura es la incomodidad. Esa sensacin de esfuerzo permanente, de tener que
estirar el cuello o meter tripa para dar la talla, portarse bien o no excederse para
que el otro se sienta cmodo.
Contra este pecado no hay ms virtud que algo aparentemente tan sencillo
como ser tal cual como uno es, y colocarse en los propios zapatos. No poder ser tal
cual como uno es, es un pecado penossimo. Ni tanto, ni tan poco, ni ms ni menos,
ni mejor ni peor.
Puestas a ser Cenicientas, el nico papel que vale la pena representar es el de
esa que sale corriendo a las doce y deja al Prncipe con las ganas, dispuesto a
buscar a la mujer de sus sueos donde se esconda, dispuesto a poner la ciudad
literalmente patas arriba hasta encontrarla.

Los hombres

No quisiera terminar estas pginas dedicadas a los pecados capitales


dejando la impresin de que slo pecamos las mujeres. Es cierto que el espritu que
recorre este libro es el de responder a ese qu he hecho yo para merecer esto?, lo que
puede hacernos pensar que slo las mujeres hacemos algo que est equivocado
para encontrarnos en una determinada situacin. Es verdad que muchas mujeres
tienen exacerbado el instinto maternal, y toda la entrega que un beb recin nacido
exigira, la despliegan con un seor barbudo que est a punto de cumplir los
cuarenta. Otras slo se sienten fuertes y poderosas cuando son capaces de soportar
todo tipo de sacrificios; algunas se empean en que el olmo d peras, o esperan
hasta conseguir que el gato se transforme en ratn o que el escorpin prescinda de
su verdadera naturaleza. Saber lo que cada quien hace para modelar su vida es
importante para discriminar cmo puede deshacerse el entuerto y as poder
responder a una pregunta crucial: qu puedo hacer yo para salir de donde estoy?
Todo esto es cierto, pero no hay que perder de vista que hay cada gato,
cada escorpin, cada dios y cada prncipe sueltos cada penitencia con
forma de hombre, que es como para que todos nuestros pecados nos fueran
perdonados de antemano. Y es que los hombres son la mayor debilidad y el peor
pecado que cometemos las mujeres.
Hay hombres impacientes y exigentes que parecen bebs. Los hay que slo
hacen sufrir y que no son capaces de dejar escapar a su presa y la persiguen con
llamadas o mensajes para que ella no se pueda curar de su adiccin. Hay otros que
responsabilizan a su pareja de su insatisfaccin y esperan que sea ella quien
resuelva todos sus problemas y cure todos sus males. Los hay que piden tanto,
tanto!, que ms que ofrecer una relacin, parece que proponen a la mujer enrolarse
en una ONG que lleva su nombre.
Ellos son como son, responden a su naturaleza, no lo tienen claro, no se
quieren comprometer, etctera, etctera. Lo cierto es que a cada una de nosotras
nos toca decidir qu hacer ante un gato que intenta zamparnos durante la noche

de bodas, un escorpin que no nos respeta, o un prncipe que pretende probarnos


cada semana el zapatito de cristal. Nos compensa o no nos compensa?

11
La infidelidad

La infidelidad es un tema central en las relaciones de pareja, su sombra


amenaza constantemente con atrapar a los amantes. Ser infiel y/o ser objeto de una
infidelidad es una fantasa universal que puede, o no, convertirse en realidad. En
tanto que fantasa, es una idea que ronda todas las mentes. Dependiendo del lugar
en el que se ubique el soador, la fantasa de infidelidad puede tomar la forma de
una ilusin algn da llegar mi verdadero prncipe azul, volver a
enamorarme locamente o comportarse como una pesadilla si me deja por
otra me muero, si me entero de que me es infiel la mato.
El monstruo de la infidelidad adopta muchas formas: mujeres casadas que
aprenden a convivir, sabindolo o no, con la amante del marido; mujeres solteras
que saben que comparten a su amante con otra mujer; hombres expertos en
mantener relaciones paralelas; mujeres casadas que encuentran la pasin en unos
brazos ajenos; hombres y mujeres comunes y corrientes que puede que no sean ni
mejores ni peores personas que tantos otros.
Hablar de los hombres y de las mujeres como si fueran dos grandes
masas homogneas siempre me ha parecido un error, sin embargo, no hay duda de
que se trata de una simplificacin muy habitual y probablemente muy necesaria y
muy til para ponernos de acuerdo sin perdernos en los detalles y en las
peculiaridades de cada caso en particular. As que, a lo largo de este captulo,

hablaremos de hombres y mujeres a sabiendas de que nos estaremos


refiriendo slo a algunos de ellos o a algunas de ellas, aunque en ocasiones
esos algunos/as sean multitud.

Los tringulos

Los tringulos siempre despiertan una enorme curiosidad, porque ms tarde


o ms temprano remiten a ese tringulo amoroso del que todos participamos:
mam, pap e hijo. Ese juego tan emocionante, que va del tringulo a la pareja y de
la pareja al tringulo, dura toda la vida y se juega bien en la realidad o en la
imaginacin. Hay ocasiones en las que el adulterio no es un producto accidental
del amor, sino su condicin necesaria; hay otras situaciones en las que el adulterio,
como dijo Margarite Yourcenar, es una forma desesperada de fidelidad. A veces el
tringulo es una manera de protegerse contra el peligro de la intimidad y el
compromiso y otras es el camino ms corto de alcanzarlo.
De los muchos modelos posibles de infidelidad, el tringulo compuesto por
un hombre y dos mujeres nos servir como paradigma para rastrear los procesos
subyacentes ms comunes en este tipo de relacin. No tengo estadsticas que avalen
la eleccin, pero estoy segura de que todos conocemos el caso de un hombre que
mantiene dos relaciones simultneamente: una con su mujer, a la que quiere,
respeta y venera; y otra, ms pasional, con una amante. Es frecuente el caso de una
mujer casada que es la nica que no sabe que ese marido que la adora est con otra;
o el caso de una mujer sola que est enamorada de un hombre casado y que se
consume esperando por l. En este captulo nos vamos a mover sobre este
escenario, intentando entender qu busca un hombre en una situacin as, qu
busca cada una de esas dos mujeres y por qu ser que cada uno busca y encuentra
lo que tiene.

Qu quiere el hombre?

Podemos decir que el hombre que se embarca en una situacin triangular


como sa lo quiere todo. Entre dos alternativas, l no opta y prefiere quedarse con
las dos. Quiere la seguridad y el sosiego que le brinda el hogar y adems sentir la
emocin del riesgo, ver colmado su deseo por lo prohibido. Quiere ser el caballero
salvador que rescata a la princesa desde un brioso corcel y simultneamente se
pide ser el nio indefenso que se acurruca en las faldas de mam, o el que se
esconde debajo de la cama esperando a que mam vaya a rescatarle. Quiere ser
nmada y sedentario a la vez. Quiere ir en busca de una aventura excitante sin
abandonar la tierra firme del hogar. El hombre lo quiere todo.
Hay un bolero que cuenta en primera persona lo que siente y lo que piensa
un hombre en esa situacin. Corazn loco es el ttulo de ese viejo bolero de
Richard Dannemberg, que recientemente han popularizado Bebo Valds y El
Cigala en su disco Lgrimas negras.
La letra, que no tiene desperdicio, reproduce el dilogo imaginario de un
hombre con su propio corazn, al que tacha de loco porque quiere a dos mujeres
a la vez:

No te puedo comprender,
corazn loco.
No te puedo comprender
ni ellas tampoco.
Yo no me puedo explicar
cmo las puedes amar

tan tranquilamente.
Yo no puedo comprender
cmo se pueden querer
dos mujeres a la vez
y no estar loco.
Merezco una explicacin
porque es imposible
seguir con las dos.
Aqu va mi explicacin,
a m me llaman sin razn
corazn loco.
UNA es el amor sagrado,
compaera de mi vida,
esposa y madre a la vez.
Y LA OTRA es el amor prohibido,
complemento de mis ansias
y al que no renunciar.
Y ahora ya puedes saber
cmo se pueden querer
dos mujeres a la vez
y no estar loco.

Parece que ese hombre que lo quiere todo, no lo quiere de cualquier forma,
sino por partes. Por partes que, adems, mientras ms alejadas y disociadas se
encuentren entre s, mucho mejor.
Segn el bolero la una, de la cancin y de la vida, es la esposa y representa
literalmente a la madre, que es sagrada, es decir, intocable, aqulla cuya
profanacin supondra un sacrilegio. A sta la imaginamos como una buena
esposa y compaera abnegada y desprendida.
La otra, en cambio, tiene, para empezar, el atractivo de ser lo prohibido, un
atributo que suele funcionar como un imn. Parece que esa otra es la encargada
de calmar el apetito sexual del interesado.
Me temo que Freud no conoci el bolero, pero no se habra escandalizado
con la letra, ya que en 1910 observ que a veces el hombre elige como pareja a una
mujer que le inspira respeto, pero que no le excita sexualmente y, en cambio, slo
es potente sexualmente con otras mujeres, las prohibidas, a las que no ama y con
frecuencia no es capaz de respetar.
De acuerdo con este razonamiento, si el hombre del bolero, por un milagro,
se encontrara a una mujer completa, no tardara en fragmentarla y en desactivar en
ella algunos de sus atributos y convertirla en esa media mujer que l necesita que
ella sea. Si la convierte en esposa y madre la tendra confinada al silencio del
cuerpo. La venerara con esa adoracin que se profesa a las divinidades, a mam
ni tocarla, pero no podra permitirse el lujo de desearla, y de este modo
conseguira desterrar en ella a la amante. Si la colocara en el papel de amante, la
deseara con impaciencia pero no podra respetarla. Si llegara a respetar a la
amante y a ponerla en el lugar de la esposa (si se casara con ella, por ejemplo),
dejara de desearla como amante y volvera a empezar la cacera hasta encontrar a
otra

Marina y Boris

Mi amiga Marina lleva ya muchos aos en una relacin con un hombre


casado. Las cosas entre ellos estn claras, de manera que no hay falsas promesas ni
vanas ilusiones. Desde el primer momento Boris hizo su declaracin de
intenciones: Nunca me voy a casar contigo. Aunque me separara de mi mujer.
Incluso sola comentar a los amigos: Si me casara con Marina, en cuanto me casara
con Marina, empezara a buscar a otra Marina. Y sta me gusta mucho como para
perderla.
Al menos Boris ha hablado claro y Marina no espera lo que es intil esperar.
Eso le deja un margen de libertad en la relacin, una cierta dignidad de amante,
que no la obliga a casi nada. Una libertad que seguramente no se permitira si
creyera que es posible ganarle puntos a la mujer de Boris, o si pensara que ella
puede hacer algo para conseguir completo ese trofeo.
Una puntualizacin ms respecto al bolero: lo que convierte al corazn del
hombre en un loco, no es que quiera a dos mujeres a la vez, sino la pretensin de
que las dos acepten con naturalidad la situacin pobre dios! Seguro que el loco
corazn quiere a las dos mujeres, no lo dudo, pero, lo ms probable es que a las
dos las quiera mal. Si tuviramos que filmar una pelcula que reflejara lo que
sucede en este tipo de relaciones triangulares, tendramos que titularla Un hombre y
dos malqueridas. Una de ellas lo perdonar pensando: Es que l es muy fogoso, est
muy estresado y necesita una amante. La otra puede que lo exculpe diciendo: Es
que es muy buena persona y no quiere hacer sufrir a su mujer En fin, que cada
una de ellas encontrar una manera de justificarlo. Lo cierto es que en una
situacin de tres, necesariamente, alguien tiene que sufrir y no s cmo se las
arreglan, pero casi nunca son ellos quienes sufren

Madre o amante

Esta bsqueda constante de una situacin dual no ocurre por casualidad ni


es un capricho. Hay hombres que necesitan disociar la figura femenina de una
forma radical para que la madre que hay en toda mujer no se contamine con la
amante que convive con ella. Aunque en la realidad el hombre tenga una lista de
razones que expliquen el porqu de sus dos amores, y realice esta operacin con la
madre de sus hijos y con esa otra mujer a la que le une la pasin; en el fondo, esta
divisin est destinada a mantener inmaculada la figura de su propia madre y a
borrar de ella cualquier rastro que recuerde que esa mujer a quien l necesita
completamente pura es tambin la amante de su padre. As que, cuando creamos
estar ante un superhombre capaz de querer a dos mujeres a la vez, y no estar
loco, en el fondo, a quien tendremos delante ser a un niito enloquecido de celos,
incapaz de conciliar en su cabeza y en su vida que su madre idealizada es a la vez
la amante de pap.
El horror de ver a la madre convertida en una mujer sexuada es una vivencia
universal con la que todos los hombres conviven con una cierta dignidad. Algunos,
los ms afortunados, consiguen integrar a las dos figuras y aman a la madre de sus
hijos. Otros, necesitan mantener la dualidad, son los que quieren a dos mujeres a
la vez; hay algunos, incluso, que no se conforman con querer a dos, sino que
necesitan querer a varias y cada tanto buscan agregar una nueva conquista a su
lista, a este tipo de hombre no le llamaramos Mster Boris como al amante de mi
amiga Marina, sino Don Juan. Los hay que slo pueden relacionarse con
prostitutas, a quienes intentan redimir y transformar en buenas madres. Hay
casos extremos en los que la sola sospecha de que se puedan superponer ambas
figuras (amante y madre, madre y amante) llega a enloquecer al hombre por
completo. Es el caso de algunos asesinos domsticos, que parece que no tienen
muy claro a quin tienen delante cuando atacan a su vctima. Hace poco le en el
peridico que un hombre haba asestado 176 pualadas a su ex mujer. Estarn de
acuerdo conmigo en que las dos primeras habran sido suficientes para matar a
cualquier ser humano. A quin iban destinadas las restantes 174? Puede que con
ellas intentara exterminar a un fantasma. A la figura imaginaria de una madre a la

que se prefiere muerta que impura, una madre que le sigue persiguiendo porque
las imgenes mentales no desaparecen con unas cuantas pualadas.

Los cuentos infantiles

El objetivo, en todo caso, es apartar a la madre objeto de la pasin, de la


madre sujeto de la traicin y mantener en la mente las dos imgenes bien
disociadas. Esta necesidad del ser humano ha sido recogida y reflejada en la
literatura.
Podemos considerar que los cuentos de hadas son los primeros libros de
autoayuda que se inventaron especialmente para los nios. En ellos, el pequeo
puede ver reflejadas, con una cierta distancia, sus preocupaciones, sus terrores y
sus deseos ms inconfesables. Por eso los nios leen una y otra vez el mismo
cuento, porque les acompaa en su travesa de hacerse mayores y les resulta muy
teraputico. As que no es de extraar que los cuentos infantiles recojan la
mortificacin de los nios respecto a la dualidad de la figura materna.
En los cuentos nos encontramos una y otra vez con dos personajes femeninos
muy bien diferenciados: por una parte est la madre buena. Esta buena mujer suele
estar muerta. Fue sin duda inmejorable, pero ya no existe. Si hubiera existido!, si
existiera!, el destino del hroe sera otro. El nico error de esta madre estupenda,
idealizada, fue morir. Digamos que su gran equivocacin suele ser no existir.
El otro aspecto de la madre est encarnado por la madrastra, que como todo
el mundo sabe es una autntica bruja, una mala mujer que ha embaucado al bueno
de pap y que slo quiere deshacerse de los nios para quedarse con TODO, con
pap, con el dinero, con el secreto de la belleza eterna En fin, que ella manda,
que ella reina, que ella es mala, muy mala. El destino del personaje central del
cuento, como el destino del hombre del bolero, se juega entre estas dos figuras:
entre la madre perfecta que no existe, y la siniestra madrastra guiada por oscuras
intenciones.

Eva y Lillith

Sin embargo, antes, mucho antes que las brujas y las madrastras de los
cuentos infantiles, hubo una madre universal: Eva. Todos sabemos que Eva fue la
primera mujer y que naci mansamente de una costilla de Adn. Fue la esposa de
Adn, madre de Can y de Abel y a travs de ellos madre de toda la humanidad.
Una nica mujer reina en el Paraso, redonda, completa, sin dobleces. No? Pues
no. Ni siquiera Eva se salva de tener una Otra que la complete. Eva tiene tambin
su cara oculta, y la cara oculta de Eva, su lado oscuro, se llama Lillith.
Segn la mitologa hebrea, antes de Eva fue creada Lillith, a imagen y
semejanza de Dios, igual que Adn. No provena de su costilla, sino que era su
igual. Segn alguna versin del mito, Lillith abandon a Adn. Segn otras, fue
repudiada por l. En ambos casos su pecado consisti en querer disfrutar del sexo
tanto como Adn y a su manera. Otros le atribuyen la osada de haber pronunciado
el nombre de Dios. El caso es que Lillith era una mujer libre que haca las cosas a su
manera y por ser libre fue exiliada al mar Rojo, regin que abunda en demonios
lascivos y nunca ms pudo ser ni esposa, ni ama de casa. Segn la Biblia de los
cabalistas, Lillith desempea dos papeles: estrangular a los nios ajenos y seducir a
los hombres que suean mientras duermen solos. Segn Isaas, vive acompaada
por stiros en las ruinas del desierto. Dicen de ella que, para intentar saciar su
insaciable sexualidad, acostumbraba a salir por las noches en busca del semen
desperdiciado por los hombres que duermen solos para fertilizarse y crear
demonios. Lillith es la diosa vehemente y multiorgsmica del erotismo femenino.
Con su sexualidad desbordada, esta mujer tan atractiva como peligrosa comparte
cartel con sirenas y amazonas, las figuras femeninas de la mitologa que estn entre
las que gozan de una representacin ms inquietante.
Casi nadie parece haber odo hablar de Lillith, y es que la familia mtica, la
originaria, funciona como todas las familias tradicionales. A la amante no hay que
nombrarla. Todos saben que la amante existe porque la huelen, porque la intuyen,
pero lo cierto es que nadie habla de ella, la Otra est borrada. Lilith no ha sido
una excepcin. Tambin a Lillith la han borrado de la historia de la familia

humana. Su frivolidad fue castigada con dos exilios, primero con el exilio fsico al
mar Rojo, ltimo rincn de la tierra donde fue expulsada, condenada a vivir
rodeada de seres infernales y luego, por si acaso, fue condenada al peor de los
exilios, al exilio simblico del silencio. En la historia oficial, en la Biblia, como en
las mejores familias, apenas se menciona el personaje de Lillith, slo el profeta
Isaas reconoce su existencia (34, 14).
Desde el principio de los tiempos, los dos aspectos de lo femenino estn
drsticamente separados, de un lado Eva, la buena, la abnegada, honesta, madre de
toda la humanidad, ama de su casa, esposa fiel. Del otro lado, muy apartada, en las
profundidades del mar Rojo, est Lillith, la mujer apasionada, la amante insaciable
devorada por la lujuria, la mala, la madrastra traidora y peligrosa. Dos aspectos de
una misma mujer separados en las Sagradas Escrituras y en la mente del hombre y
la mujer.
Y el comn de las mujeres? Somos Eva o Lillith? Madres o amantes?
Tenemos que elegir? La disyuntiva de la mujer es muy compleja. Eva y Lillith son
dos aspectos de s misma. Tendremos que desterrar a Lillith al silencio para ser
una Eva respetable? O nos veremos obligadas a renunciar a Eva para poder
disfrutar de Lillith? En todo caso, lo que parece cierto es que la sombra de una
Otra planea continuamente sobre la feminidad, y la mujer, en su bsqueda,
tendr que vrselas con esa dualidad.

Qu quiere la mujer?

Qu quiere una mujer? Es una pregunta que se han hecho a travs de los
siglos muchos hombres, entre ellos Freud, que la expres formalmente en uno de
sus textos sobre la sexualidad femenina. Todos pretenden responderla, como si
alguien pudiera llegar a saber con exactitud qu es lo que quiere una mujer.
As como dije que el hombre lo quiere todo, la mujer siempre quiere otra
cosa. Me explico: imaginemos a una mujer comprando ropa. Se prueba todo y,
cuando digo todo, quiero decir TODO, hasta que, finalmente, muy finalmente,
elige algo. Problema resuelto! Al fin! Pues no, porque cuando llega a su casa y se
lo prueba, se da cuenta de que eso que eligi no termina de convencerla. Ella, en el
fondo, lo que quera era otra cosa. As que al da siguiente tiene que regresar a la
tienda para cambiar eso que acaba de comprar y que hasta ayer le haca ilusin
tener y que hoy ya no le gusta nada.
No en vano, popularmente, se juega mucho con la caricatura de la tpica
mujer que mira con desaliento un armario abundante y que repite esa frase que
entonamos todas las mujeres de la tierra y que seguramente invent Eva (o habr
sido Lillith?):

No tengo nada que ponerme!

Y es que, de todas las hojas de parra del Paraso, no hay nada que ella se
quiera poner hoy Hoy, justamente hoy, ella quera ponerse otra cosa.
El ejemplo ms claro que se me ocurre es el de mi amiga Vanessa. Cuando va
a comprar algo, suele llevarse dos de cada, uno de cada color Para elegir con
calma, dice ella.

Imaginemos, por ejemplo, que se quiere comprar un abrigo, pues se llevar


dos: el negro y el marrn Mientras que no se ha decidido por ninguno, los quiere
a los dos, los cuida a los dos. En cuanto elige uno, devuelve el otro y de inmediato
desprecia al elegido y echa de menos al despreciado. Ya no le gusta el suyo, no era
eso lo que ella quera Ella quera otra cosa!
Todo lo que Vanessa se compra es maravilloso mientras lleva puesta la
etiqueta y todava no lo ha estrenado.
En cuanto le arranca la etiqueta, el objeto en cuestin pierde su encanto y eso
ya no es lo que ella quiere. Lo que ella quera, lo que ella siempre quiso era otra
cosa Y entonces empieza a buscar otra vez. En cambio Boris, el amante de mi
amiga Marina, el seor del bolero, o Don Juan, no se habran sentido obligados a
elegir y se habran quedado con los dos abrigos, o con dos bolsos parecidos, como
hicieron en la vida con dos
o ms mujeres.
Y es que Vanessa (la mujer) est marcada por la insatisfaccin y, tenga lo que
tenga, siempre querr otra cosa. Si tuviera un amante hubiera preferido un
marido, si tuviera un marido, echara de menos al amante, si tuviera al amante y al
marido a la vez, le parecera que no, que eso tampoco era lo que ella quera, que
su corazn no est tan loco como para convivir con dos amores y que ella quiere a
un solo hombre que contenga a los dos.
Querer siempre otra cosa no es slo un rasgo exasperante a la hora de
probarse la ropa. Tambin es una bendicin de la condicin femenina, un rasgo
generador de bienestar, de crecimiento y creatividad. Es sinnimo de ambicin, y la
ambicin bien situada en la realidad siempre ayuda a crecer. Suele ser la mujer la
que quiere otra cosa. Una casa ms grande, con otra habitacin para los nios,
otro viaje, otra amiga, otro libro En fin, se trata de una cierta capacidad
para poner en cuestin el estado de la cuestin y no conformarse a ciegas con lo
que hay.
Esta diferencia entre lo que quiere un hombre y lo que quiere una mujer
explica por qu un hombre suele llevar mejor los tringulos amorosos y cmo se
instala en ellos, los prolonga y los eterniza. l no elige, l se queda con las dos. Sin
la madre no sabe vivir y a la amante no est dispuesto a renunciar. Un hombre
envuelto en esta situacin puede quedarse satisfecho en esta especie de disociacin,

pero no necesariamente es feliz. Tambin puede asaltarle el sentimiento de culpa.


Mientras tanto, la mujer no termina nunca de estar contenta. Ser ste el hombre de
mi vida? Ser el otro? No me estar equivocando? Le ganar a la otra? Ella me
vencer? Porque en estos tros, suele haber UN l y DOS otras.

La Una y la Otra

Cuando alguien habla coloquialmente de la Otra, sabemos que se refiere a


la amante. La otra es la querida como se dice con desprecio (la
malquerida, dira yo). Sin embargo, desde el punto de vista de la amante, la Otra
es la esposa, la mujer oficial.
En definitiva la Otra, as, con maysculas, quien quiera que ella sea, es esa
mujer imaginaria que seala que estamos incompletas y a la que atribuimos el
poder de saber con precisin en qu consiste ser una mujer. Cmo ser
exactamente esa mujer que el hombre espera que seamos? Est claro que yo no lo
tengo todo, lo que a m me falta seguro que es ella quien lo tiene. Qu tendr
ella que no tenga yo?

Rebeca

La pelcula Rebeca funciona como una metfora perfecta para entender mejor
este tema tan complicado de la Otra. Rebeca es una pelcula de Hitchcock basada
en una novela homnima de Daphne du Maurier, en la que una joven y tmida
dama de compaa conoce a un acaudalado viudo cuya bella esposa, Rebeca, acaba
de morir. La nueva pareja se casa y se traslada a vivir a Manderley, la mansin del
viudo.
Cuando la joven llega a ocupar su sitio en el nuevo hogar, descubre que no
hay espacio para ella porque la casa est plagada de recuerdos de Rebeca, la esposa
difunta. En cada rincn algo evoca a la muerta. Pero no slo los objetos la tienen
presente, tambin los familiares y amigos del marido la recuerdan y la comparan
continuamente con la nueva mujer. En las comparaciones, Re beca siempre gana.
La nueva, en cambio, est convencida de que nunca podr ocupar el lugar que dej
vacante aquella mujer extraordinaria que desde el ms all parece respirarle en la
nuca. La nueva se siente tan insignificante, tan poca cosa, que le resulta imposible
competir con esa muerta perfecta. Su marido nunca podr quererla como quiso a
Rebeca. Lo curioso es que no es el marido quien ms la recuerda, l apenas
menciona a Rebeca y no parece que la eche mucho de menos. Quien se ocupa de
rendirle culto y de mantener viva su memoria es una siniestra ama de llaves. Una
oscura mujer solterona, amargada, reseca, que ha convertido a Rebeca, en su
Otra, hasta el punto de enloquecer de veneracin por ella.
Habrn notado que cuando me refiero a la nueva mujer, a la chica, a la
nueva no le pongo nombre. No es capricho, ni es descuido, es que no s cmo se
llama. Nadie lo sabe, a quin le importa? A lo largo de toda la pelcula nadie la
menciona. Esa pobre mujer, la malquerida, la segundona, la pobre Cenicienta,
siempre dispuesta a prestar su pie para pasar alguna prueba no tiene nombre, no
tiene identidad, no existe ms que como alguien que pretende usurpar el lugar de
la fabulosa Rebeca. Durante las dos horas de pelcula vemos a la chica entrar y
salir, subir y bajar y, sin embargo, nadie le pregunta su nombre, nadie la nombra, ni
echa de menos saber cmo se llama, porque a pesar de ser ella la que est viva,

parece que no existe


De hecho, en Espaa, la palabra rebeca designa esa especie de chaquetita
de punto muy til, muy prctica y muy poco glamurosa que la chica de la pelcula
sola llevar. S, incluso esa prenda de abrigo que la protagonista populariz lleva el
nombre de La Gran Rebeca, a pesar de que a la verdadera Rebeca nunca la vimos
aparecer en escena, y a pesar de que a Ella, a la fantstica, a la muerta, a la
inalcanzable, no podramos imaginarla luciendo una prenda tan insignificante
como sa. Ella habra llevado escotes de vrtigo, abrigos despampanantes, corpios
ceidos que realzaran su figura perfecta, pero nunca una rebequita tan
conveniente, tan cmoda y tan de andar por casa.
As que a la que vemos nadie la nombra, y a la que todo el mundo nombra
nadie la ve. La muerta est mucho ms presente que la viva. Ni siquiera en las
escenas en las que el marido hace recuento del pasado aparece Rebeca a modo de
flash back. No podra. Perdera fuerza su misterio. Porque Rebeca es la Otra
idealizada, y como ocurre con la madre muerta de los cuentos infantiles, para que
la idealizacin funcione en toda su grandiosidad, no puede haber ni cara ni cuerpo
real, porque ninguna cara poda ser tan bella como la que le atribuimos a Rebeca,
ningn cuerpo sera lo suficientemente perfecto como para ser el cuerpo de esa
Rebeca que imaginamos, ninguna risa humana podra compararse con el encanto
de la risa de Rebeca, que todava resuena por los rincones de Manderley.
Vamos a valernos de la figura de Rebeca para representar ese fenmeno
psquico que consiste en que cada mujer tiene en su mente una cierta Otra con la
que se compara, a la que quiere vencer, a la que intenta imitar, a la que busca
suplantar, como la que quiere llegar a ser, con la que quiere completarse, a la que
quiere desterrar. Tambin podramos decir que cada Eva tiene en su mente a una
Lillith, o que cada Lillith lleva en la trastienda de su pensamiento a alguna Eva. Por
motivos prcticos, ser Rebeca la que nos sirva de representante de la Otra
universal.

Rebeca en pasado, presente y futuro

Esta Rebeca conjuga su poder sobre cada mujer en todos los tiempos
verbales. La pelcula est dedicada a la que podemos denominar la Rebeca en
pasado. La protagonista de la historia vive bajo la estela que dej una mujer que se
fue. Carmen Posadas dedica su libro El sndrome de Rebeca a esta Rebeca pasada, a
las heridas que deja un viejo amor. En la realidad, podemos estar hablando de la ex
novia, la ex mujer, la ex amante, cualquier mujer que haya ocupado ese lugar
antes que ella.
Esta Rebeca tiene un poder y una fuerza asombrosos sobre su vctima. All
donde hubo otra mujer quedan los pliegues que dej su cuerpo entre las sbanas,
queda su aliento y quedan sus olores. Se puede tropezar con su cepillo de dientes
olvidado en el cuarto de bao, o con una nota de su puo y letra que diga algo tan
intrascendente y tan personal como: Cario, no te olvides de llevar esta ropa a la
lavandera. Desde su ausencia, esa Rebeca en pasado parece justificar la
curiosidad y el inters que despierta. Como ella fue primero (como la madre), ella
personifica la medida de lo que significa ser una mujer. Me quieres ms que a
ella?, Eres ms feliz conmigo que con ella?, Cul de las dos te gusta ms?
son el tipo de frases que despierta con ms frecuencia la Rebeca en pasado.
La Rebeca que conjuga su poder en presente es la rival propiamente dicha, el
enemigo a batir. Es la Otra oficial con la que la mujer tendr que competir en
vivo y en directo. Segn el tringulo que tenemos sobre la mesa, esta Rebeca ser la
mujer del amante, o la amante del marido. Esta Otra suele ser de carne y hueso.
Curiosamente, su condicin de ser tangible, en vez de hacerla ms peligrosa, la
convierte en un contrincante ms accesible, con virtudes y defectos, alguien con
quien se pueden medir fuerzas, alguien a quien incluso sera posible vencer. Es
verdad que hay mujeres que en su tesn por querer otra cosa siempre se
empean en conseguir lo que tiene la de al lado, y slo se fijan en hombres que
estn acompaados de alguna Rebeca para ganrselos a ella.
La Rebeca que conjuga su poder en futuro tiene, en cambio, una fuerza y una

contundencia imposibles de enfrentar, porque es pura invencin. Con ella la batalla


est perdida de antemano. Ella la gan in absentia, antes incluso de existir. De ella
no se tienen, ni siquiera, los pliegues de las sbanas. No se sabe qu estatura
tendr, pero se sabe que ser fantstica! Ser perfecta. Esta Rebeca es la Otra que
ocupar el lugar que la mujer dej vacante.
Hace meses que Aurora rompi su relacin con Santiago. No haba nada que
hacer, lo haban intentado durante aos y no pudieron encontrar la manera de ser
razonablemente felices juntos. La apata reinaba entre los dos y, aunque Aurora se
aburra a morir junto a Santiago, ella se consideraba la nica responsable de tanta
infelicidad. Lo haban probado todo. Con frecuencia se la vea ms preocupada por
su incapacidad de hacer feliz a Santiago que por encontrar la manera de ser ella un
poco menos desdichada.
El caso es que ms tarde que temprano la relacin se dio por terminada. Ya
separados, Aurora se dedic a torturarse con sus propios reproches: Y si en vez
de hubiera hecho, y si no le hubiera dicho, y si. No soy capaz de
recordar el contenido de cada uno de los dardos con los que se martirizaba
pensando en lo que pudo haber sido y no fue. Lo que no podra olvidar es ese
pensamiento que sobresala por encima de todos los dems y que deca: Ser feliz
con otra. Si se dedicaba a recordar los buenos momentos perdidos, al final se
lamentaba diciendo: Ser feliz con otra. Si se llenaba de rabia contra Santiago y le
pareca injusto haber cargado ella con toda la responsabilidad del fracaso, al final
se deca: Ser feliz con otra. Como una letana, cualquiera de sus reclamos, de sus
recuerdos o de sus comentarios, se cerraba con ese mismo broche: Ser feliz con
otra. Otra vendr a hacer bien el trabajo que yo no supe hacer.

La Otra para la mujer

Hay mujeres que se miden continuamente con el fantasma de alguna otra


mujer a la que endiosan, a la que admiran, a la que odian y aman a la vez. Una
Otra a la que se venera tambin como a una diosa, porque no hay ninguna mujer
(por muy Rebeca, Eva o Lillith que ella sea) tan completa como esa que ella tiene
en la cabeza y que imagina que la mira con un poco de desprecio y de indiferencia.
La Otra acompaa, acosa y se convierte en pblico objetivo. La mujer se
viste para ella como si se la fuera a encontrar a la vuelta de la esquina. Se compara
y se mide continuamente con ella: Qu hara ella en esta ocasin? Qu dira?
Ella s sabra qu ponerse. Ella s sabra qu quitarse. Ella s es una buena mujer, o
ella s es una mujer que est buena.
Cada mujer es la Otra de alguna Una y ambas son la Una para alguna
Otra. Todas somos la Rebeca de alguna despistada, todas tenemos escondida, en
un oscuro desvn de la mente, a nuestra propia Rebeca.
Si el hombre no puede soportar a una mujer completa, la contrapartida de
esta situacin es una mujer desdoblada, que se siente incompleta, que tiene que ir
continuamente en busca de su otra mitad. Es as que con frecuencia, la mujer no va
en busca de su media naranja, sino de su media mujer, del reverso de su
propia medalla. La mujer suele ir en busca de s misma, de esa parte cercenada de
s misma que ella dej perdida, y que imagina que ostenta otra mujer. Esto
funciona as en secreto, a pesar de que tanto la Una como la Otra desplieguen
hacia el exterior, ante los dems, su desdn hacia lo que la otra tiene o representa.
Lillith despotrica contra Eva y Eva habla pestes de Lillith, se odian y se desprecian
mutuamente y, sin embargo, ninguna de las dos pierde detalle de cualquier gesto
de la otra.

Teresa

Todos hemos odo hablar de algn caso en el que una mujer se ha


enamorado locamente del marido de su mejor amiga. La amiga de la infancia, la
compaera ms cercana del trabajo, las dos parejas de amigos que comparten cenas
y fines de semana con los nios, la compaera cmplice del instituto, en fin, hay
tantas!
La que yo conoc se llamaba Teresa y me consta que puso todo de su parte
para resistirse a los embates de esa pasin que inexplicablemente la arrastraba. Ella
aseguraba que ese hombre nunca le haba parecido un ser especial, ni siquiera le
cay bien cuando su amiga se lo present. Sin embargo, aos despus, Teresa
sucumba postrada a los pies de ese insignificante Andrs. Teresa tambin estaba
casada, sin embargo, la infidelidad hacia su propio marido, que la haca sentir tan
mal, no era lo que ms le preocupaba. Lo que de verdad la atormentaba era la
deslealtad para con su mejor amiga.

Es curioso deca Teresa, cmo le puedo estar haciendo esto a Blanca


con lo mucho que la quiero? Ella fue la que me recomend para el trabajo que
tengo. Siempre ha estado all y s que cuento con su ayuda si la necesito. Ni
siquiera mi hermana se ha portado conmigo como Blanca. Es la mejor persona que
conozco, y yo debo ser la peor!
Todava me acuerdo de las bromas que hacamos cuando estbamos en el
instituto. Nos llevbamos tan bien y nos divertamos tanto, que solamos decir que
si no encontrbamos marido, nos iramos a vivir juntas las dos

Tal vez la relacin que mantuvo Teresa con Andrs fue una forma segura de
cumplir esa broma de la adolescencia que consista en vivir con su mejor amiga.
Teresa cumpla un sueo del que ella misma no era consciente. Eso s, lo haca a
travs de un tercero y sin tener que poner en juego su identidad sexual. El sueo
secreto de Teresa es un sueo que tienen todas las nias del mundo y que se llama:
quiero casarme con mam, porque mam es el primer objeto de amor tanto para las
nias como para los nios. Ms adelante, cuando pap entra en escena, ese primer

sueo toma otra forma y pasa a llamarse: ahora quiero parecerme a mam para poder
enamorar a pap. Es el momento en el que la nia empieza a taconear con los
zapatos de su madre y se decora entera con su lpiz de labios.
A Teresa no le bastaba con querer ser como su amiga. Para eso habra
bastado con copiarle el perfume o cortarse el pelo como ella. Teresa quera ser su
amiga, ocupar su lugar, y necesit hacerlo de una forma concreta, usurpando su
cama.

Fascinacin por la Otra

La Otra no slo desempea el papel de una rival persecutoria. La Otra


es tambin un modelo a seguir, una figura de identificacin, alguien que nos anima
a ser mejores personas, ms eficaces, ms guapas o ms felices. La fascinacin que
siente la mujer por la Otra es un hecho que han descubierto hace ya mucho las
industrias cinematogrfica y editorial. Eva al desnudo, Fuego en el cuerpo,o Mujer
blanca soltera busca son algunas de las pelculas que reflejan esta situacin tan
inquietante y tan comn de una mujer que quiere apropiarse de la identidad de la
Otra y ocupar su lugar. Conozco tambin a muchas mujeres yo misma,
lectoras empedernidas de diarios, cartas o biografas de otras mujeres. La
curiosidad respecto a esas otras vidas las lleva por un sendero lleno de
interrogantes: Cmo lo hizo? En qu consisti su genialidad? Por qu sufri tanto?
En qu se equivoc? Cmo se atrevi? Cmo pudo? Estas mismas preguntas que
antes se dirigan al personaje famoso, a la protagonista de la biografa, se formulan
tambin en primera persona cuando una mujer lee un libro de autoayuda como
ste escrito por otra mujer, es como si le preguntara al libro: Cmo lo hago? Por
qu sufro tanto? En qu me estoy equivocando? Me atrever? Cmo podra? Por si
fuera poco, las revistas de moda nos ofrecen cada semana pginas y pginas llenas
de cientos de Otras a las que podemos intentar imitar a duras penas, a las que
algunas querremos parecernos, con las que podemos identificarnos.
El juego de la Otra se empieza a jugar con la madre, y sigue despus con
las hermanas, con las amigas, con las otras mujeres compaeras, contrincantes,
hasta llegar a la suegra, que representa a la rival por excelencia. Sin tener que llegar
a los extremos de la India, en donde cada ao mueren alrededor de siete mil
mujeres a manos de sus suegras, hemos de reconocer que la relacin suegra-nuera
se ha merecido, a travs de los siglos, ocupar el lugar del paradigma caricaturesco
de la rivalidad entre dos mujeres.
A veces la existencia de la Otra supone una coartada estupenda para la
mujer. Me explico, la presencia de la Otra explicara la infelicidad, la
insatisfaccin en la que ella vive, y se imagina que si la Otra no existiera su

felicidad estara asegurada. Si ella no estuviera, si l no estuviera casado, seramos


felices juntos. Si la amante no se le hubiera metido por los ojos y no se hubiera
interpuesto entre los dos, seguiramos siendo felices.
Con un hombre casado, la amante-malquerida juega a eludir la realidad.
Juega al ilusionismo del ahora lo tengo, ahora no lo tengo. Es mo por unas
horas, por una noche, con muchsima suerte, por un fin de semana que parece
eterno y que no dura ms que unos segundos. S que NO es mo, pero durante
esa hora, esa noche, esa tarde, fue ms mo de lo que nunca fue de nadie Es mo,
aunque s que no es mo. Ese juego de burlar la realidad tiene su gracia hasta
que la amante-malquerida cae en la cuenta de que es la realidad la que se burla de
ella. Cada maana, cuando ella se despierta sola y sabe que l est con su mujer en
otra cama, siente como si la realidad le sacara la lengua y se burlara tristemente de
ella.
Es as como en nombre de la promesa de esa felicidad imposible las
malqueridas (una y otra) se someten a situaciones humillantes esperando el
milagro. Esperando otra cosa se dedican a soar: Dejar a su mujer, Se
cansar de la amante, Slo tengo que resistir un poco ms esperar tener
paciencia, El milagro se har realidad y este dios ser slo para m.

12
Los celos

Pablo

El colega que me remiti a Pablo lo describi como un nio de nueve aos


que no quiere vivir y que tiene ganas de morirse. Pablo es el mayor de tres
hermanos y su madre est francamente angustiada por l. No entiende que un nio
de nueve aos, en vez de divertirse, como todos los nios, diga que se quiere morir.
Pablo tiene estallidos de clera incontrolables, sobre todo contra su madre, a quien
le espeta a gritos: T no eres mi madre y yo no te quiero. Entonces ya no la trata
de t, sino que habla de su madre en tercera persona y se refiere a ella como
sa, con un cierto desprecio. Luego se arrepiente, se echa a llorar y dice que
quiere morirse porque es muy malo. La queja ms desesperada que Pablo grita a su
madre, lo que no le perdona, es: T me has traicionado tres veces. Primero,
casndote con se y despus cuando tuviste a mis hermanos. T no eres mi
madre.
Pablo est enfermo de celos. Ha hecho un descubrimiento brutal: el gran
amor de su vida no es suyo. Su primera mujer, su madre, sa, que le hizo creer
que estaba en el mundo slo para l, no le pertenece en absoluto. Ahora resulta que
sa, primero se pertenece a s misma, despus le pertenece a se (que es el

padre) y ahora resulta que, por si fuera poco, Pablo est obligado a compartir a
sa con dos intrusos a los que tiene que cuidar y llamar hermanitos.
El padecimiento de Pablo es tan horrible, que a sus nueve aos prefiere
morir antes que soportar el dolor que est sufriendo.
Si en el relato de Pablo cambiramos madre por mujer y nueve aos
por cuarenta y cinco, estaramos ante un hombre celoso, que probablemente
maltratara a su pareja, torturndola a gritos con sus sospechas y sus reproches.
Con cierta frecuencia recibo a padres desesperados que consultan porque
tienen un hijo que sufre del mal de celos por culpa de la llegada de un hermano
menor. A los padres, generalmente, les cuesta entender el porqu de esas
reacciones tan desmedidas y dicen sorprendidos: Slo por la llegada de un
hermanito!, como si fuera poca cosa.
El caso de Pablo era extremo. Sus ataques de ira no slo perturbaban sus
relaciones familiares sino su vida escolar. Su sufrimiento era de tal intensidad, que
a sus nueve aos no se senta capaz de soportarlo y prefera morir. Pablo tard
algn tiempo en enterrar el hacha de guerra, en sepultar sus celos y en aceptar su
lugar en la vida: ese lugar un poco triste que todos compartimos y que consiste en
ser uno ms.
Para casos de celos infantiles ms cotidianos, por los que con frecuencia me
consultan, he encontrado una manera infalible de ayudar a los padres a ponerse
irremediablemente en el lugar de su hijo y comprender el derecho que tiene el
pequeo a estar celoso.

El truco consiste en decirle a la madre:

Imagnate que tu marido llega un da con flores y con champaa y te dice:


Cario, tengo una sorpresa para ti s que te vas a poner muy contenta!. T
empiezas a imaginarte, ser un viaje?, ser un regalo especial?, y l
contina: TENGO UNA AMANTE! y a que no sabes? Mi amante se vendr a
vivir a casa con nosotros! Te va a encantar! Es mucho ms joven que t, as que
tendrs que cuidarla, prestarle tu ropa, compartir tus cosas con ella y ser buena y
cariosa.

No hace falta continuar. Los padres ya se han puesto en la piel de su hijo y


entienden perfectamente el calvario que atraviesa. Ni ellos mismos pueden
soportar el horror que supondra, para cualquiera de los dos, una situacin como la
que les he descrito.
Parece que los celos del adulto son los que nos dan la medida del resto de los
celos. Sin embargo, los celos infantiles, los primeros, son el molde en el que se
cocinan todos los celos que un ser humano puede llegar a sentir. Son los ms
desgarrados y los ms crudos. En ese momento de la vida an no se cuenta con las
herramientas mentales necesarias para dar una cierta explicacin a la situacin de
exclusin responsable de provocar los celos, de manera que se viven sin asidero y
sin argumentos.
Convencido como est de ser lo ms importante para la madre, esos
primeros celos pillan al nio desprevenido y le procuran una humillacin
inesperada, insoportable. Nadie le haba contado que en el guin de su vida
tambin estaban la autonoma de su madre y su traicin. El nio no tiene cmo
defenderse de esos celos obscenos, porque no cuenta ni con las armas, ni con las
armaduras necesarias para resguardarse de ellos y desterrarlos. Nuestro pequeo
Otelo todava no domina las frases de consuelo con las que ms tarde va a
defenderse un adulto celoso: Le pagar con la misma moneda , l se lo pierde,

Se va a enterar, Me da igual, ya me buscar a otra, Esto no puede ser verdad,


Ya me las pagar o No me importa. Si el nio est confiado y desarmado, la
lava del volcn de los celos lo arrastra y lo calcina sin remedio.

La unidad perdida

Detrs de esos celos est la aoranza de la unidad primordial originaria y


mtica con la madre (insisto en calificarla de mtica porque tampoco est tan claro
que alguna vez haya existido una unin tan extraordinaria como la que queremos
imaginar). El nio y el adulto celosobusca recobrar el sentimiento ocenico de
formar parte de un todo, de volver a ser UNO con el otro.Quiere dejar de ser tres:
Yo, mi madre y su autonoma, Yo y las dos caras de mi madre, Yo, mi madre y
sa que dira Pablo o, como dira un adulto,Yo, Eva y Lillith. En
definitiva: Yo, el otro y el espacio insalvable que me separa del otro. Ese espacio
que obliga al nio y al adulto a reconocerse como un ser separado y vulnerable
y le obliga a renunciar a la ilusin de SER UNO, de formar parte de un TODO en el
que nada falta. Un otro que en su funcin de completarle, tendra que saber lo que
l necesita sin que haga falta decrselo. Alguien que debera ser capaz de adivinar
lo que l piensa, lo que l siente, lo que l espera, sin que tenga que pronunciar ni
una sola palabra, alguien que tendra que comportarse como si fuera su propia
mano.
Si el inconsciente no existiera y el tiempo mental funcionara con una
cronologa lineal primero el uno, despus el dos y luego el tres, lo normal sera
que los celos infantiles fueran primero y los celos adultos aparecieran despus, as
las cosas, lo natural sera explicarle a un seor que tiene celos de su mujer lo
siguiente:

Se acuerda usted de cuando tena dos aos, y era el rey de la casa? Se


acuerda de cuando descubri que su madre le haba sido infiel con se?
Recuerda el miedo que sinti de llegar a perderla? Recuerda cuando lleg a su
reino un hermanito, un extranjero que se qued en su casa y ocup su territorio
para siempre!? Se acuerda de cuando usted era Pablo?

Lo normal sera que cualquier adulto que escuchara este relato se tapara los
odos horrorizado y no me dejara continuar: No me lo recuerde, que es lo peor
que me ha pasado en la vida!. Eso tendra que decir y, sin embargo, lo que
cualquiera dir es: No, no lo recuerdo. Yo Pablo? Nunca! Yo no. No debi ser tan
grave, porque no lo recuerdo. Y no mentira, claro que no lo recuerda!
Es que los celos infantiles son tan dolorosos y estn tan mal domesticados
que, para no querer morirse como Pablo, para poder seguir viviendo a pesar de
ellos, para no seguir los pasos de Can, para aprender a leer y escribir, para
abandonar la pataleta por la cartilla y las pasiones desenfrenadas por la tabla de
multiplicar, es necesario enterrarlos, mantenerlos bajo llave y comportarse como si
nunca hubieran existido. Desde entonces, slo se tiene acceso a los celos desde la
experiencia adulta actual.
Y el celoso se cree muy maduro
El caso es que esos celos, aqullos, los primeros, los que nos dejaron
marcados para siempre, los olvidamos. As de simple, los borramos de nuestra
mente. Sin embargo, por mucho que los borremos, no desaparecen del todo.
Duermen sepultados en el ltimo rincn del inconsciente, en ese desvn al que han
ido a parar los deseos y las pasiones inconfesables, el miedo, los amores y los odios
en su estado ms puro. All descansan escondidos, dormidos, pero no muertos, nos
acechan desde su guarida y nos basta con escuchar el rumor de los ronquidos del
dragn de ojos verdes como bautiz Shakespeare a los celos para hacernos
temblar y sufrir como si fuera el primer da.
La experiencia actual lo nico que hace es despertar al monstruo infantil, y
estos celos nuevos cobran la forma exacta de los celos de antao y los ojos verdes
del dragn se quedan ciegos por el dolor, el dragn est loco de celos Lo que
estaba sepultado en el inconsciente resucita con la misma intensidad de ayer y
atrapa a su vctima sin previo aviso.
Gracias a ese olvido tan bien ejecutado, casi perfecto, nos cuesta tanto
comprender los celos de los nios y la sexualidad infantil y necesitamos acudir a la
informacin ms reciente que tenemos a mano como si fuera la nica, como si
fuera nueva y no estuviera teida por el pasado.
Los celos son sentimientos normales que cumplen ms de una funcin en la
vida afectiva del sujeto. Para empezar, aparecen como esa seal de alarma que nos

obliga al reconocimiento del tercero, pero el tercero no es slo ese que nos arranca
a la madre nos la quita, sino tambin ese que nos arranca de la madre
nos salva de su dominio es decir, el tercero nos permite escapar de la relacin
asfixiante con la madre. La salida de esta situacin de exclusividad tambin tiene
sus ventajas: el nio adquiere su pasaporte de autonoma una promesa costosa
pero necesaria.

El tringulo de los celos

El celoso vive entre la espada del amado y la pared del rival. En la mente del
celoso siempre hay tres. Dos que se pegan y uno que mira a los que se estn
pegando En algunos casos los dos que se pegan son el amado y el rival, y se
pegan en el sentido de juntarse, de acercarse entre s. Entonces, el celoso est
condenado a mirar, es el excluido que observa cmo los otros dos se aman.
O bien hay dos el celoso y el rival que se pegan en el sentido de luchar
entre s, en cuyo caso el celoso cobra un papel protagonista y su mximo inters
est concentrado en pegarse con el rival, en luchar contra l, en medirse con l.
En este caso el que mira es el amado. El trofeo por el que los dos rivales se estn
peleando, supuestamente el ms importante de los tres, se convierte en el tercero
excluido. Recordemos el caso de Marta, Mauricio y Toms. Cuando ellos dos
competan entre s por conseguir a Marta, estaban tan concentrados en su
contienda, que solan olvidarse de Marta Tambin hay mujeres celosas que estn
ms pendientes de la Otra, de su Rebeca particular, que de su amado.
Todo Can tiene su Abel, toda Desdmona su Otelo, todo Jasn su Medea y
viceversa. Hay dos maneras en las que una persona se puede ver obligada a
convivir con los celos: con los que siente o con los que despierta. No recomiendo
ninguna de las dos, cualquiera de ellas puede ser un infierno.
La primera modalidad consiste en sentir celos, ser el excluido. Es el caso de
la mujer que est con un hombre que hace su vida y que la expone a contemplar
sus aventuras. En una situacin como sa se mezclan sentimientos contradictorios
de dolor; de angustia por la prdida; de odio o admiracin por el rival, con
reproches a s misma por no haber podido conservar el objeto de amor. Los
sentimientos de culpa y de desvalorizacin vienen a sumarse a la prdida. A veces
la mujer se siente engaada en una doble vertiente, no slo por la infidelidad de la
que ha sido objeto, sino por el engao de fondo: por no haber previsto que podan
engaarla.

En el caso de la amante, de la mujer que est en una relacin a sabiendas de


que comparte al amado con otra, los celos forman una parte fundamental del
escenario. Sin embargo, en ocasiones, la amante ni siquiera tiene permitido mostrar
sus sentimientos y se ve obligada a interpretar el papel de la fuerte, la generosa, o
la mujer paciente que todo lo comprende y todo lo perdona. Si, por equivocacin,
llegara a expresar su rabia, su dolor o sus celos, es probable que escuche frases
como: T sabas desde el principio que esto es lo que hay o A qu viene ahora
esta escena de celos?. Me parece que en situaciones como stas hay que aceptar
las reglas del juego, es cierto, pero tambin me parece que eso los implica a los
dos. S, l es de otra y ella tiene que ser postergada, vale, sa es la parte del trato
que ella ha firmado. Pero l no puede pretender que ella lo viva siempre con
elegancia y con resignacin. La parte del trato que habr de firmar l se refiere a
tolerar sus enfados, su mal humor y sus temidas escenas de celos.
Vivir con un celoso, bajo el acoso de un ojo escrutador que la persigue, es
otra manera en la que una mujer puede padecer por causa de los celos. En este caso
la malquerida es objeto de un cuidado extremo, de estrecha vigilancia y es
sometida a constantes interrogatorios. Tal vez una mujer inmersa en una situacin
como sa confunda persecucin con amor, vigilancia con atencin e interrogatorios
con dilogo. El hombre celoso que desconfa de su mujer no la quiere? S, s la
quiere, pero la quiere mal.

El miedo

Conocemos muchas relaciones infelices que son a todas luces perjudiciales


para alguno de los dos. Por qu no le deja?, nos preguntamos los observadores
externos. No le deja porque tiene miedo, es la respuesta ms corriente. En las
grandes pasiones, el miedo es un inquilino con el que se convive desde el principio.
A qu tiene miedo una mujer que no se atreve a separarse de un hombre
que la hace sufrir?
Tiene miedo a perder la seguridad econmica, por ejemplo. Puede ser,
seguro que es el caso de muchas mujeres que se ven obligadas a enfrentar la vida
solas con algn hijo a su cargo. Sin embargo, conozco a ms de una que no tendra
nada que temer en ese sentido, porque gana ms que el marido, o porque proviene
de una familia acomodada que est dispuesta a dar la cara, y, no obstante, no se
separa porque tiene miedo.
Tiene miedo a que l le haga dao si le abandona. sta es una respuesta
que no conseguimos entender. Pero si ya le est haciendo dao, si la vida con l es
un calvario, si permanentemente la est haciendo sufrir! Qu ms puede temer?
Es verdad que conocemos casos de hombres tan dbiles que slo pagan el
abandono con la muerte, pero no son la mayora, de manera que muchas mujeres
deben tener un miedo ancestral que va un poco ms all de lo que se puede
constatar en la realidad.
Tiene miedo de que si no hace todo lo que l le dice
o l le pide, le haga dao a terceros, a los hijos, o la perjudique en su
trabajo. Tambin puede ser, pero la mayora de las veces se atribuye un poder al
otro que ste no ostenta en la realidad. No me refiero a que el otro sea bueno.
Probablemente es malo, muy malo, y estara dispuesto a hacer dao, mucho dao,
pero no siempre tiene cmo hacerlo y, sin embargo, el miedo sigue all.
Tiene miedo a quedarse sola. A perder la seguridad que esa persona le

brinda, aunque se la brinde envuelta en sufrimiento. Muchas de estas mujeres, en


el da a da, estn continuamente solas, bien porque a pesar de formar una familia
l hace vida de soltero, o porque l est casado y su tiempo lo distribuye a su antojo
y sin tomar en cuenta a la asustada.
El caso es que el miedo toma muchas caras y la mayora estn justificadas.
Perder pie, perder seguridad, quedarse solo o hacer dao a terceros no son platos
de buen gusto. Sin embargo, a veces me parece que algunas de esas caras, ms que
caras, son mscaras, es decir, son fachadas de miedo, que esconden el verdadero
miedo, el temor ms profundo, el ms aterrador que no es otro que el desamparo,
la indefensin, la desconfianza ante lo desconocido, sentimientos todos muy
infantiles y muy profundos.
Quiero aclarar que cuando digo sentimientos infantiles no me refiero a
que sean sentimientos destinados en exclusiva a los nios, y que sea un signo de
inmadurez mostrarlos. Digo que son vivencias que se sembraron en la infancia y
que desde all siguen germinando con toda su fuerza. No es que porque
sentimos celos o miedos en la infancia, sentimos celos o miedos ahora; es que los
sentimos igual que entonces. Las emociones de la edad adulta las vivimos de la
misma manera en la que las sufrimos cuando ramos pequeos. Las vivencias
infantiles no son las culpables de lo que vivimos; sino el molde segn el cual
tomar forma lo que sentimos hoy. La autonoma del otro es un incordio y una
ordinariez, de acuerdo, a nadie le gusta sentirse prescindible, lo s, pero es que
cuando la dependencia respecto a la madre es radical, sentirse olvidado por ella,
perderla, no es ya una cuestin de orgullo y dignidad sino de vida o muerte. Los
celos, entonces, se constituyen en una voz de alarma, en un gesto de supervivencia.
El miedo manda. Si sta me deja abandonado a mi suerte me muero o, como
deba pensar Pablo: Temo tanto a lo que me puede pasar si ella me deja, que
prefiero morirme.

La pasin y el miedo

Siempre me ha parecido que la pasin y el miedo estn ntimamente


relacionados, que forman una amalgama comprimida y explosiva en la que es
difcil discriminar los componentes de la bomba para desactivarla. Las relaciones
ms apasionadas, las que ms hacen gozar, las que ms hacen sufrir, son las que
ms miedo da cerrar. La pasin despierta la vivencia de plenitud y el horror al
vaco con la misma intensidad.
Una mujer vive su vida tranquilamente, se levanta por la maana, trabaja
con eficiencia, habla con las amigas digamos que lleva una vida en blanco y
negro, pero con un cierto sosiego. Conoce a un hombre y se enamora. Todo cambia,
ahora la vida transcurre en colores. Todo es maravilloso excepto por el miedo.
Hace dos semanas, cuando todava no lo conoca poda vivir sin l, hoy, cada vez
que l tarda en llamar le parece que se muere, ya no puede trabajar como antes, la
angustia cunde, la taquicardia no la deja respirar, las amigas no le sirven de nada y
duerme mal. Ha tocado la felicidad plena y ahora vive bajo la amenaza constante
de perderla. No es slo miedo a perder a alguien que se llama Jos, no es miedo a
una vida gris; al contrario, cuando la angustia aprieta, esa mujer que ha estado
encantada con el esplendor de los colores, dara lo que fuera por regresar al blanco
y negro de su vieja vida y volver a respirar y a dormir una noche completa. Lo que
siente es algo muchsimo peor: es un miedo de muerte.
El enamoramiento y la pasin son algunas de las experiencias capaces de
arrasar todas las murallas con las que habitualmente nos defendemos en la vida
cotidiana. Gracias a su intensidad, el amor pasional se acerca peligrosamente a un
ncleo vivo, crudo y blando, que solemos tener muy resguardado y que queda
dramticamente expuesto slo en circunstancias extremas: en situaciones
traumticas, en momentos de peligro, durante un duelo, durante los segundos
culminantes de un orgasmo, con ciertas drogas, despus de un parto, con algn
tipo de experiencia religiosa o en brazos del amor. Se trata de un ncleo en el que
habitan la mayor dependencia, el ms profundo desamparo y la ms plena
indefensin.

La manera en la que nos acerquemos a ese ncleo va a determinar si


llegaremos a tocar el cielo o si vamos a arrastrarnos por las arenas del infierno.
Pero el slo hecho de tocar ese ncleo, de despertarlo de su letargo, de sacarlo de
su escondite, nos coloca en situacin de riesgo. Si nos vemos colmados, arropados,
la sensacin de plenitud ser completa y la vivencia de una emocin ocenica lo
inundar todo. El orgasmo, las experiencias religiosas, el mejor momento del
enamoramiento y el mejor momento de la intoxicacin por drogas dan muestra de
ello. El interesado siente que ha valido la pena arriesgarse! Si, por el contrario, ese
ncleo quedara al descubierto, despierto y a la vez desatendido, se instalarn el
vrtigo, el terror y el horror al vaco, una angustia de muerte con la que es difcil
convivir. Muestras de estas vivencias son el reverso de la moneda que nos procura,
por ejemplo, un mal amor, la otra cara de las drogas, la depresin posparto, un
accidente grave o la prdida de un ser querido.

De la dependencia a la autonoma

El nico antdoto con el que contamos para sobreponernos a los estragos de


la dependencia que tenemos respecto a la pareja, es la propia autonoma. Si la
autonoma del otro slo supone rendicin, la propia independencia es libertad.
Cuando alguno de mis pacientes ha descubierto el horror de que est siendo
engaado por su pareja, no puedo ms que mostrarle el camino de su propia
autonoma mental. Yo no soy quien para recomendarle: Recupere a su marido o
deje a su mujer, pero s puedo hacerle saber que puede decidir, que tiene algo
que decir en su propia historia, que si quisiera podra separarse, que puede
intentar reconquistar a su pareja, que no tiene que permanecer castigado en el
lugar pasivo de la vctima. Aunque est maltrecho, destrozado de dolor, puede
salir airoso de esa situacin. Puede perdonar o condenar, hay algo que puede hacer
por s mismo. En estos casos la margarita del me quiere?, nome quiere? no es la
ms apropiada para deshojar, en estos casos es preciso deshojar otra, la del me
compensa? o no me compensa?.
Hay heridas de amor que no se curan con amor sino con independencia
Poder decir soy duea de mi tiempo, de mis horas de trabajo y de mi ocio, tengo
amigos, hay vida despus de una relacin!, soy duea de m misma, me tengo
es el mejor sana, sana con el que se puede contar, es lo nico que nos va a
devolver la dignidad ante nosotras mismas.
A veces la propia autonoma no se vive con satisfaccin, como una
herramienta para crecer, sino como una penitencia, como si se regresara castigada
al rincn en el que la vida transcurre en blanco y negro. Cuando esto sucede es
porque en donde dice independencia se lee soledad y en donde dice soledad se lee
abandono.
La autonoma del otro es una cruz con la que tenemos que aprender a vivir
desde muy pronto. Por fuertes que sean los lazos que mantienen unida a una
pareja, por reiteradas que sean sus promesas de amor eterno, sabemos que hay un

reducto de libertad individual que, en ltima instancia, llevar a cada quien a


decidir si cumple o no cumple con su compromiso de lealtad. Ese territorio
inconquistable del otro, en el que slo reina su independencia, es el nctar del que
se nutren los celos y el deseo. De esa horrible verdad slo podemos defendernos
con nuestra propia independencia. Cada uno de nosotros es dueo de su propio
territorio. Nadie es dueo de nadie.
Y es que todos, hombres y mujeres, vivimos bajo el efecto de esa primera
pasin demoledora: mam. Todos sufrimos una primera traicin imperdonable:
mam. Esa pasin, seguida de esa traicin, nos deja vulnerables de por vida. Y
todos, hombres y mujeres, hacemos cuanto podemos, como Pablo, como Marina,
como Boris, como Luisa, como Teresa, como tantos otros, como cualquier Rebeca,
para sobrevivir, con mayor o menor fortuna, a los estragos de esa pasin, a las
heridas de esa traicin.

13
Las amigas

No conozco a ninguna mujer que pueda sobrellevar ella sola los quebrantos
de un mal amor. A quin recurrir? Cmo resguardarse? Ante quin plantar el
pliego de reclamaciones? Las opciones son mltiples. Sin embargo, me parece que
las tres alternativas ms solicitadas, las que suelen tenerse ms a mano, las
constituyen las amigas, los terapeutas y los orculos.
Las amigas son orejas perpetuas capaces de soportar el alelamiento de los
comienzos felices, las venidas, las peleas y los reencuentros. Soportan los
desplantes: Si, ya s que habamos quedado, pero es que hoy me ha llamado. No
te importa, no? T me entiendes. Y s, la mayora de las amigas s que entiende, y
a pesar del plantn siguen ah, paos de lgrimas que nos sujetarn cuando
seamos nosotras las olvidadas, las malqueridas.
En el otro extremo est el terapeuta, que no aparecer en escena ms que en
caso de necesidad y a peticin de la interesada. Ya veremos que el terapeuta
cumple una funcin especfica, diferente a la de las amigas. El terapeuta empieza
donde las amigas ya no pueden llegar.
Y entre las amigas y el terapeuta se echa mano de todo lo dems. He
designado con el trmino orculo a todos aquellos recursos a los que se acude en
busca de respuestas en momentos de angustia o de incertidumbre. En el epgrafe

entraran instancias tan diversas y variopintas como el horscopo, las adivinas o


los libros de auto ayuda, cualquiera de esas cosas que ofrecen al usuario un destino
mejor, una salida airosa, al menos hasta nuevo aviso.

Las amigas

Por supuesto que, como mujer, he conocido de cerca la importancia de tener


amigas y el papel que cumple ese vnculo nico a lo largo de la vida de una
persona.
Pero ms all de la experiencia personal, desde mi lugar de terapeuta, tengo
la certeza de que la amistad es un vnculo de un gran valor, especialmente entre
mujeres; tanto, que cuando tengo a una paciente nueva en mi consulta, entre otras
cosas, en las primeras entrevistas indago cmo se mueve en el terreno de la
amistad.
Tiene o no tiene amigas? Qu tipo de relacin tiene con sus amigas? Son
amigas de toda la vida, de esas que vienen desde el colegio? Slo tiene amigas
recientes? Es de muchas amigas o slo de una o dos? Cuenta con sus amigas para
momentos difciles? Sus amigas cuentan con ella? Todas esas cuestiones arrojan
una informacin privilegiada.
Las amigas miden la capacidad que tiene una mujer para vincularse.
Especialmente en la poca de la adolescencia, las amigas son un punto de partida.
Son el nico espejo en el que esa chica que est cambiando por segundos puede
reconocerse. Las amigas son un marco de referencia. Son hermanas, gemelas
elegidas, dobles. Asesoras para algunos temas y discpulas para otros.
Los caminos de la amistad se ramifican y lo que una amiga nos da hoy, otra
nos lo pedir prestado maana. Por ejemplo, tengo una amiga desde la poca del
colegio que es tan, tan bella, que en su momento lleg a ser Miss Venezuela. Yo
nunca habra podido competir con ella en ese terreno, pero ella me ense a
perfilarme las cejas y a esparcir el colorete en la direccin adecuada. Durante aos,
tuve acceso directo a un armario repleto que pareca la cueva de Al Bab. A
cambio, yo le ofreca mi oreja, siempre dispuesta para escuchar sus historias. Yo era
la intelectual y de vez en cuando le recomendaba leer algn libro. Despus de
todos estos aos, mi amiga de la infancia todava me llama a larga distancia para

comentarme sus preocupaciones con sus hijos o para contarme algn sueo. Ahora
es ella la que me recomienda qu leer y sigue supervisando milimtricamente el
estado de mis cejas.
Tengo otra amiga, ms reciente, con quien no me atrevera a competir en el
terreno intelectual. Se trata de una colega brillante que conoce la obra de Freud casi
como si la hubiera escrito ella misma. La librera de su consulta est a mi
disposicin como estuvo en su momento el armario de Miss Venezuela. En este
caso, yo soy la frvola que sugiere modas y recomienda los colores ms adecuados.
Con una y con otra cuento y ambas cuentan conmigo a ciegas para los
desconsuelos y las dichas; y lo mejor: con una y con otra me ro a carcajadas!
La amistad entre dos mujeres depender de la capacidad que cada una de
ellas tenga para no quedar sepultada por la envidia. En la amistad, la envidia y la
competencia se subliman; no es necesario apropiarse o robar los atributos de
una amiga porque se tienen a libre disposicin, en la misma medida en la que ellas
cuentan con los nuestros. La envidia se desactiva porque todo lo suyo es nuestro y
todo lo nuestro es suyo, porque ella soy yo y yo soy ella, porque sus triunfos son
mis xitos y sus fracasos mis derrotas. Las amigas nos complementan y estn ah
para utilizarse mutuamenteen el mejor y en el peor de los sentidos. Las amigas
han de funcionar como funciona el osito de peluche de un nio y han de usarse
unas a otras de la misma manera. Segn el momento el pequeo no puede respirar
si no tiene muy cerca al osito, al instante siguiente lo abandona tirado en un rincn
porque se siente muy mayor, y sbitamente lo va a buscar y lo recupera con
desesperacin cuando ha tenido un hermanito y se siente desplazado.
Sin duda es una suerte tener amigas y es un arte cultivarlas.
No recuerdo a qu famosa le escuch contar el secreto de su xito para tener
amigas. No pareca muy complicado, pero llevarlo a la prctica requiere de una
cierta habilidad. Su secreto consista en saber pedirle a cada amiga, slo lo que cada
amiga puede dar. A la amiga que es capaz de quedarse contigo hasta las tres de la
maana porque sufres mucho, no le pidas que responda a tus mensajes
diariamente. La que est al tanto de tu vida y te llama todas las semanas nunca te
prestara veinte euros. De la que est dispuesta a prestarte la suma que necesites no
esperes que recuerde tu cumpleaos y as. Lo cierto es que con frecuencia
incumplimos esta mxima tan mnima y a todas las suponemos preparadas para
todas las faenas de amiga, de ah los problemas, los desencuentros y los
resentimientos entre amigas.

Amigas testigos

En lo que a los amores de cada una se refiere, las amigas cumplen un ciclo
ms o menos previsible. Al principio son el pblico objetivo, ellas aplauden el
prodigio y la suerte que tuvo la elegida de haber topado con ese ser sobrenatural.
Las amigas asisten a la retransmisin en directo de cada movimiento: los
comienzos, la incertidumbre, la emocin de cada encuentro. Hoy la ha mirado!.
Llamar o no llamar? Es como si todas juntas respondieran al telfono
cuando l llama, como si todas se acicalaran y asistieran juntas al primer
encuentro Y al da despus de ese encuentro, y a la espera, y al otro da. Hasta
que llega un momento en el que ya las amigas no caben todas juntas en la escena y
se quedan solas haciendo un corro, ilusionadas y sin ella, porque la elegida ya no
las necesita. Cuando ella est con l, las amigas sobran, y es as como tiene que ser.
Las amigas podran hacer un grfico del estado preciso en el que se
encuentra la relacin de una determinada mujer en cada momento. Si las cosas van
bien con el chico, ellas estn de ms y no existen. Cuando la relacin empieza a ir
mal, ellas son las primeras en enterarse. Escuchan las desdichas e inmediatamente,
las muy ingenuas, se ponen en contra del malo y de parte de su amiga. Entonces
la amiga se ofende porque no la entienden. No entienden que su queja no pretende
poner en tela de juicio las bondades de su dios.
Las amigas deberan haber comprendido que la protagonista ha sido la
elegida para recibir una revelacin divina y por eso hay que pagar un cierto precio,
nada ms. Ella es la nica que sabe quin es el verdadero-dios-verdadero. Ella sabe
que se hace llamar Antonio o Hugo para despistar, pero ella, que le conoce
profundamente, ella, que le ha visto por dentro, ella, que ha tenido la suerte de
pasar alguna noche junto a l ella sabe que es dios!
Las amigas padecen, disfrutan, se ocupan con los avatares, las idas, las
venidas, las peleas definitivas y las violentas reconciliaciones. Cuando l la deja,

ella va a buscar a sus amigas. Cuando l regresa son las amigas las abandonadas.
Para merecer el ttulo de amiga, hay que estar all, como si no se tuviera otra
cosa que hacer que esperar por el parte de la climatologa emocional de la amiga:
borrascas, sol radiante, marejadas, nubosidad variable y el tsunami! Despus del
tsunami las amigas son especialmente necesarias para encontrar uno por uno los
pedazos de ella, que quedaron esparcidos por la orilla, y han de guardarlos con
cario hasta que puedan reconstruirla. Las amigas restauran, remiendan con hilos
de su piel, con los hilos que sobraron de la ltima vez que otra amiga las
recompuso a ellas. Las amigas zurcen los pedacitos, llevan de la mano, dan de
comer y ensean otra vez a caminar. Las amigas prometen un futuro mejor, ese que
segn ellas su amiga se merece. Y as una vez y otra vez, a pesar de que, cuando la
convalecencia parece encaminada, toda la filigrana se va al traste. Con una sola
llamada de telfono, con slo escuchar la voz de Adn, la artesana emocional que
la amiga ha bordado se desbarata.
Y hay que saber moverse en ese nuevo escenario! Porque despus de la
reconciliacin, las amigas son testigos incmodos. Las agujas de remendar y el hilo
de zurcir todava caliente entre las manos de la amiga, recuerdan a la enamorada el
dolor de ayer y ella slo quiere saber de la dicha de hoy. Ella slo pide ser feliz
junto a ese hombre extraordinario que la quiere tanto y que tanto la hizo sufrir sin
querer. Lo que pasa es que sus amigas no lo conocen como ella y por eso no lo
entienden. En momentos como stos las amigas se transforman en el enemigo de la
felicidad de la pareja. Hay que evitarlas, mantenerlas alejadas para que no
estropeen la imagen idlica de esa supuesta unin feliz.
Esto es as en todas las relaciones, con los buenos y los malos amores, con las
amigas a las que sus parejas quieren bien y con las malqueridas. Pero cuando las
cosas no van bien, las amigas se convierten en el mensajero inoportuno, portador
de un mensaje que no se quiere escuchar.
La malquerida desaparece, se evapora, se avergenza de haber cado por
ensima vez. Le da pudor incluso con las amigas ms cercanas y se encierra en su
bnquer de dolor, porque ella es la nica que sabe que la felicidad verdadera estar
por llegar. Oculta a las amigas las buenas nuevas, la llamada que esta maana le
hizo dios directamente a su telfono mvil, y el encuentro apasionado,
desesperado, que tuvieron anoche. No hay duda: es dios! Y as, hasta la prxima
Regresar, desgraciadamente ms tarde o ms temprano, la amiga regresar

abochornada, lastimada, malquerida, ms malquerida que nunca, amoratada por la


angustia. Vendr buscando un refugio, la madriguera de un caf por la tarde, un
desayuno o una copa. Entonces las amigas se convertirn en sbanas capaces de
secar todo su llanto, en esparadrapos para vendar, para vengar su desconsuelo.
La amiga observadora ha escuchado la historia cien veces, la misma historia,
con el mismo final previsible de la otra vez y la vuelve a escuchar como si fuera
nueva
o diferente. La amiga lo piensa, pero casi nunca dice aquello de: Lo saba, te
lo dije, qu esperabas?, se vea venir. Da igual lo que la amiga diga o lo que se
calle, lo importante es que est all. Y sa es la funcin de una amiga, estar all.

Amigas sin Fronteras

Una vez conoc a una Eva, cualquier Eva, que cuando supo que yo estaba
escribiendo este libro me cont su historia. Se haba entregado sin reservas a los
quebrantos de un mal amor. Su Adn era del tipo pecador intermitente, de estos
que van y vuelven. De los que despus de una noche deliciosa de diversin y de
pasin, en vez de decir: Maana nos vemos, dice: No me llames, que ya te llamo
yo. Y por supuesto que no llama, y no llama, y no llama. Y no responde a las
llamadas que Eva jur no hacer y que Eva hizo. Y parece que se lo ha tragado la
tierra hasta que una tarde, dos meses despus o dos aos, llama otra vez como
si nada.
Sometida a ese rgimen de pasiones e imprevistos, de abandonos y
reencuentros, Eva haba empezado a perder peso y dorma mal. Adn, en vez de
darle un hijo, la haba dejado preada de angustia y Eva estaba obligada a convivir
con un nudo en el estmago que creca como si fuera un monstruo en su interior;
un demonio peludo con uas y dientes, que la morda y la araaba por dentro. Eva
no poda vivir con Adn y no saba vivir sin l.
Cuando la conoc, Adn era pasado en la vida de Eva. Fue entonces cuando
ella misma se enter de lo que sus amigas haban hecho aos atrs. Eva tena
muchas amigas de distintos mbitos, pero haba dos de esas amistades que forjan
sus cadenas en el patio del colegio. De esas con las que se comparte con la misma
naturalidad los lpices de colores, la merienda, el primer beso y la primera regla.
Digamos que las amigas de esta supuesta Eva se llamaban Marta y Mara.
Marta y Mara, tan amigas de Eva, no llegaron a conocer a Adn porque l
no quera compromisos. El caso es que en una de las tantas recadas de Eva, una de
esas veces en las que el sufrimiento la haba llevado a urgencias presa de una crisis
de ansiedad, sus amigas se constituyeron en Comando Antiangustia de Eva, en
Amigas sin Fronteras, dispuestas a todo con tal de salvar a su Eva de las garras de
ese Adn.

Una de ellas busc y busc hasta dar con el lugar de trabajo de Adn y lo
llam. Concert una cita con l como si fuera por una cuestin laboral, y all que se
fueron Marta y Mara a hablar de hombre a hombre con el malhechor para
ponerle unos cuantos puntos sobre unas cuantas es y prohibirle terminantemente
que volviera a torturar a su Eva. Ni qu decir que Adn fue un encanto con las dos,
ni qu decir que desactiv el comando con una promesa firme de no seguir
perjudicando a Eva, ni qu decir que jur guardar esa visita en el ms absoluto
secreto, ni qu decir que desaloj el despacho en quince minutos y que sigui en su
tnica habitual, haciendo lo que le vena en gana.
Entiendo que invadir el despacho de un Adn, incluso de ese Adn, es ir
demasiado lejos, pero, una amiga puede ir demasiado lejos? Lo que es verdad
es que las amigas estn all para ir demasiado lejos y meterse hasta la cocina. Y
nunca mejor dicho, porque hay cocinas clidas, inventadas para las confidencias
entre mujeres. Las amigas opinan, aconsejan Estn en su obligacin. Para eso son
amigas. Una salvedad. Hay que saber meterse hasta la cocina y saber detenerse en
el umbral del cuarto de bao. Hay intimidades que ni siquiera la mejor amiga debe
violar, hay sinceridades que no alivian, que slo duelen.
Si la amiga tiene las puertas abiertas, el terapeuta, en cambio, espera.
Escucha con la misma atencin el desastre, la cada y la recuperacin. El
reencuentro y la despedida. Y es que el terapeuta est escuchando otra cosa, otra
historia, no la historia oficial sino la otra, la secreta, la historia original, la infantil, el
origen de todas las historias.

Amigas termmetro

Adems de todo lo anterior, que no es poco, las amigas son un termmetro


insustituible para calibrar el verdadero estado de una relacin y vale la pena estar
atenta a las seales de alarma que lanzan, porque casi nunca se equivocan.
Cuidado, algo va mal cuando entre las amistades de una mujer aparecen algunos
de estos sntomas:

Cuando las amigas empiezan a odiar a su chico.


Cuando su pareja empieza a ser un tema tab que algunas de sus
amigas evitan y ella termina tambin por soslayar.
Cuando empieza a contarles lo ltimo que le hizo, y sus amigas huyen en
direccin contraria para no escuchar otra vez la misma historia.
Cuando ella misma siente pudor y prefiere no comentar con ellas que se
ha reconciliado otra vez con su Adn.
Cuando sus amigas empiezan a exasperarse y a perder la paciencia con
sus pecados.
Cuando sus amigas se constituyen en comando y se renen a hablar
seriamente con ella o, como Marta y Mara, se las arreglan para hablar seriamente
con l.
Cuando sus amigas no caben en su relacin y las deja completamente
abandonadas por l, porque Adn prefiere mantenerse a distancia de sus amigas y
no comprometerse.
Cuando ms de tres amigas le regalan este libro o un libro que se llama
Mujeres que aman demasiado.

Cuando sus amigas la secuestran para llevarla de la oreja a un terapeuta.

Cualquiera de estas circunstancias debe hacer a esa mujer detenerse y pensar


en qu estar pasando en su relacin que sus amigas no la aprueban?
Generalmente, no es que sus amigas no la quieran, no es que no la comprendan, no
es que le tengan envidia. Lo que suele suceder es que sus amigas la quieren y
quieren lo mejor para ella.
Pero no hay que preocuparse, que cuando se acaben las historias de amor,
esas amigas estarn all para llorar, para rerse con ella, para acompaarla en el
proceso de duelo, echar una mano en la reconstruccin y ayudarla a encontrar a
otro hombre que la quiera mejor.

14
Los orculos

La lectura de cartas

Victoria

Victoria llevaba unas semanas ms callada que de costumbre, un poco


lnguida, pareca estar sufriendo. Durante una sesin me confes que la razn era
que le gustaba un chico que se llamaba David, pero que haba un problema:
Es que es ms alto que yo me dijo. Pero es que a m me gusta
aunque sea ms alto que yo....
Quera saber mi opinin. En principio la estatura no tendra por qu ser un
impedimento para un amor as, tan esplndido como el que ella le profesa, aunque,
efectivamente, David es bastante ms alto que Victoria. Cuando Victoria est en la
universidad, esa diferencia de estatura no tendr ninguna importancia. El
problema es que ahora Victoria slo tiene seis aos y David ya tiene once.
Esa pequea diferencia hace que David no haya reparado en la existencia de
Victoria, pero ella no se resigna y sigue pensando en l noche y da.
Victoria suea con ser famosa algn da porque piensa que as David no
tendr ms remedio que mirarla. Y entonces, si la mira, en cuanto la mire, ella sabe
que l se enamorar locamente de ella y corresponder a su pasin. Slo hace falta
que l sepa que ella existe.
Corran los tiempos de mayor furor de la primera edicin de Operacin
Triunfo y Victoria me confesaba:
Yo quiero ser famosa como Chenoa.
Claro! le deca yo, adems Chenoa tiene un novio que se llama
David.

Y las dos nos reamos de la casualidad.


En su intento por llegar a ser famosa como Chenoa y tener un novio que se
llame David, Victoria inventaba canciones de amor para su amado con letras
como stas: David, David, ven a mi casa y dame un beso, que yo te dar mi
felicidad, o David, mi corazn te espera. Ven a mi corazn, David, David.
En la consulta, Victoria y yo jugbamos, entre otras cosas, a las cartas. Su
abuela era una gran jugadora de cartas y Victoria conoca muchos juegos que me
enseaba. Dominaba el vocabulario bsico de hacer tros y hacer escaleras. Un
da, Victoria propuso un nuevo juego:
Vamos a hacer parejas! dijo.
Yo pens que era otro de los juegos de la abuela, pero no, ste era de su
propia cosecha y me lo explic con cuidado:
Se ponen todas las cartas boca abajo. Las rojas las colocamos a un lado, y
de ahora en adelante sern las chicas. Y las negras van al otro lado, y de ahora en
adelante sern los chicos. Las cartas rojas refunfuan porque quieren conseguir
novio, y van a buscar novio donde estn las cartas negras. Y sacan, sin mirar!,
una de las cartas negras para hacer parejas.
El juego consista en hacer parejas; en el sentido ms literal del trmino. El
nmero de cada carta representaba la edad de la chica o del chico. Empezamos a
jugar. bamos haciendo parejas y las apartbamos:
Una nia de cinco con un nio tambin de cinco Esos dos deben estar en
la misma clase deca Victoria. Mira, una chica de siete se va a casar con un
nio de dos!!!
Entonces yo aprovechaba la ocasin para nombrar alguno de los problemas
por los que Victoria haba venido a mi consulta:
Te imaginas que el chico de dos todava lleve chupete, o se haga pis en la
cama?
Y las dos nos reamos
As seguimos un rato haciendo un montn de parejas intiles. Hasta que,

por fin, un seis de diamantes eligi a una J de trboles! Victoria sonri, me mir
con los ojos entornados, casi en blanco, suspir y confirm:
Ves? Una nia de seis aos con un chico de once!
Se levant dando saltitos y gritando:
Yo lo saba! David, va a ser mi novio! David es mi novio! David es mi
novio!
Victoria tiene slo seis aos y ya apunta maneras. No me parece que esta
lectura de cartas sea muy distinta que aqulla por la que pagan tantas mujeres a
una bruja. El azar lleva a un rey junto a una reina, un arcano mayor junto a otro,
y la suerte est echada: el destino est escrito y as como gracias al juego de
hacer parejas Victoria y David ya son novios, una mujer descubre, por el azar
de una carta que se desliza en el momento justo, que ella ser eternamente feliz
junto a su rey de corazones.
Convicciones como stas permiten a los humanos evadir unos ms, otros
menos, el yugo de la realidad. Qu importa si un hombre nos ignora, como
ignora David que Victoria existe? La verdad se esconde entre esas cartulinas de
colores frgiles y gastadas por el peso del destino. Las cartas tienen la razn: el rey
de corazones ser nuestro.

Gustavo

A Gustavo, con tres aos, le encanta mirar cuentos y, como todava no sabe
dibujar, me pide que le dibuje en hojas sueltas ciertos personajes que para l son
fundamentales: Chico y Chica (ms conocidos en todo el mundo como Hansel y
Gretel), Pap (padre de la Sirenita), la Sirenita, la mam de la Bella Durmiente, la
MadrastraBruja de Blancanieves, el cocodrilo de Peter Pan, la Cenicienta con
tacones, diversos Prncipes y as sucesivamente. Una vez dibujados, Gustavo
recorta el trozo de papel donde aparece el dibujo y pasa a ordenar en distintos
montones a esos personajes tan significativos de su mundo interno. En un montn

coloca a las brujas y al cocodrilo. Y en otro a todos los dems, esta vez la
clasificacin consiste en buenos y malos. Despus los ordena por chicos y
chicas, independientemente de que sean buenos o malos y luego por quequeos o
mayores. As, el universo de Gustavo est en sus manos y l lo puede organizar a
su antojo. Por ahora todo se divide siempre en dos grupos, que no necesariamente
ocupan las mismas categoras: buenos y malos; chicos y chicas; o grandes y
pequeos. A veces esconde a los mayores o castiga a los malos y los encierra.
Observando este juego me pareci que Gustavo haba inventado las cartas
del tarot sin saberlo y que se echa las cartas a s mismo a su manera, con esas
representaciones mentales que aparecen en esos pequeos pedazos de papel y que
son una suerte de Arcanos Mayores, figuras que estructuran el psiquismo y le
permiten a un nio de tres aos sentir que l puede controlar su destino.
A travs de este juego, Gustavo ha puesto orden en su cabeza y algo de su
caos interno ha quedado hbilmente organizado merced a ese juego de cartas tan
simple y a la vez tan universal.
Con el juego de Gustavo quiero ilustrar que los personajes significativos de
la humanidad, sus grandes preocupaciones: buenos y malos (que representan al
amor y al odio), grandes y pequeos (que representan la diferencia entre
generaciones), chicos y chicas (que representan la diferencia entre los sexos)
encuentran una va de representatividad a travs de esas figuras mticas que toman
cuerpo y aspecto humano en las cartas que el nio crea y utiliza para jugar. Estas
cartas no son un invento casual de Gustavo, sino la consecuencia lgica de una
necesidad.
Aunque yo est convencida de que fue Gustavo, a sus tres aos, quien
invent las cartas del tarot, dicen los libros que su historia se remonta al ao 1000
antes de Cristo, cuando los chinos lean su fortuna por medio de dados de papel.
En el 1000 despus de Cristo, los rabes de El Cairo jugaban con naipes pintados a
mano muy parecidos a una serie del siglo XIV conservada hoy en Estambul y que
se supone dictada directamente por Toth, el dios egipcio encargado de las medidas
del tiempo y de predecir el futuro. A finales de ese mismo siglo surge en Italia el
juego del tarot, compuesto por una baraja similar a la espaola, con veintids
figuras simblicas denominadas Arcanos Mayores. Un ejemplar de esa poca se
conserva en la Biblioteca Nacional de Pars. Con el tiempo, los naipes dejan de ser
de uso exclusivo de los reyes y la nobleza. La fabricacin de papel y ciertos medios
tcnicos permiten su divulgacin. Los nobles encargan las barajas a artistas y

doradores, mientras que el pueblo se conforma con cartas realizadas por medio de
la xilografa, la clase media juega con naipes grabados, y as se han ido
popularizando, hasta llegar a las manos de Victoria.
Desde las culturas ms antiguas, el hombre busca una forma de explicar y
controlar eso tan enigmtico que se llama el porvenir y cuyo paradigma est
representado por el misterio de la muerte.
Probablemente el primer orculo que calm la incertidumbre de una mujer
enamorada fue la margarita a la que Eva interrog, comprimindole el tallo y
sometindola al tercer grado: Adn me quiere? o no me quiere?, me quiere? o
no me quiere? Me quiere!!!. Adn David es mi novio y adems s me
quiere!!.

El pensamiento mgico

Ir a una bruja, leer el horscopo, consultarle al I Ching, recurrir a la religin,


incluso leer un libro de autoayuda, son cosas que muchas personas ocultan con
cierto pudor. Siempre se echa mano de ellas por casualidad, sin querer, como al
pasar. Como esos programas deplorables de televisin que logran una mxima
audiencia y que nadie ve jams porque todo el mundo est concentrado en los
documentales de La 2. Para disimular nuestro uso del orculo, tambin recurrimos
a excusas parecidas al zapping: Una amiga me regal este libro, la prima de una
conocida me ley las cartas en su casa, pero yo no creo en eso, no me afecta, porque
no me lo creo.
Mi pas de origen Venezuela, es un lugar en el que reina el pensamiento
mgico. La lgica no existe, cualquier cosa que ocurre es un milagro o una
desgracia inexplicable, somos unos irreverentes encantadores y unos expertos
tomadores de pelo profesionales. As que en ese pas, y en mi poca de muchacha,
hace unos cuantos, pocos, aos, cualquier chica de mi edad y condicin contaba con
una modista que haba heredado de su madre, con una manicurista recin
descubierta que era muchsimo mejor que la de su madre y con una bruja de
cabecera (o dos), que alguna amiga le haba recomendado, y que sola compartir
con su madre. Todava hoy, cuando la ayuda psicolgica est tan difundida en mi
pas, el terapeuta y la bruja se superponen sin competir, y a ninguno de los dos se
le ocurrira poner en duda la importancia y la pertinencia del otro.
As que el tema no me escandaliza en absoluto. Yo misma he sido usuaria.
Adems de la cartilla, me han ledo muchas veces las cartas. En plural, todo tipo de
cartas. Y tambin el tabaco, el caf, la carta astral, la cera de una vela y su llama, las
lneas de la mano, las de la otra, las hojas del t En fin, que en Venezuela las
mujeres visitamos con ms frecuencia a las brujas que al gineclogo. He de decir
que los dioses me han bendecido con una psima memoria, de manera que no
recuerdo ni sus promesas ni sus profecas, as que no puedo decir si se han
cumplido.

Mi experiencia de primera mano me permite no escandalizarme y hablar con


conocimiento de causa. S lo que una mujer espera encontrar en esos casos. Busca
un futuro extraordinario, un amor con maysculas, un guio del destino. En
cambio los hombres consultan al orculo como lo hizo Edipo, ms preocupados
por el destino de Tebas, la ciudad que tienen a su cargo, que por su porvenir
amoroso. Preguntan por su situacin laboral, el dinero, el poder, la salud. Nosotras
siempre preguntamos por el amor. Y no es un problema de edad, la madre de mi
amiga Lorsa enviud a los cincuenta y tantos y no ha vuelto a tener una pareja.
Ahora tiene ms de ochenta, y todava hoy, de vez en cuando, se hace leer las cartas
del tarot en busca del hombre de su vida, un rey de corazones que la rescate y la
descubra y la cubra y la quiera
Como Gustavo, mi paciente de tres aos, como Victoria, mi pacientita de
seis, ni ms ni menos que como Victoria, buscamos que el ms all nos brinde lo
que nos niega el ms ac. Esperamos que el destino nos tenga reservado lo que la
cruda realidad nos escatima.
Sin embargo, he de decir que no slo en el Caribe prolifera el pensamiento
mgico. En Espaa, he comprobado que en provincias, la mayora de los canales
locales de televisin no estn dedicados a los deportes, ni a los documentales de
sexo y de violencia que protagonizan los animales de La 2. La mayora de los
canales locales estn dedicados a la lectura del tarot y cuentan con un nutrido
pblico de personas que llaman para hacer preguntas, para saber, a travs de esas
cartas, un poco ms de s mismos, de su vida, de su destino.
El futuro que ofrece el destino se supone que es irremediable y que no hay
nada que se pueda hacer ante l, excepto dejarse arrastrar y revolcarse en sus
designios. Lo que est escrito, escrito est. Sin embargo, querer conocer el destino
con el fin de estar preparado para afrontarlo, esconde la ilusin de que, de
alguna forma, se puede modificar.
Desde que descubrimos la peor de las noticias: que ni somos todo ni somos
lo ms importante para el otro, nuestros mayores empeos van dirigidos a
restaurar una situacin ilusoria que vuelva a poner las cosas en su sitio. S, somos
todo. S, podemos controlar el entorno. S, podemos conocer y controlar al otro. S,
somos dueos de nosotros mismos y de aquello que nos va a ocurrir. se es el
objetivo ltimo de quien recurre al orculo: controlar el destino, recuperar el trono
y el poder que perdi en la cuna. Algo que constituye una bsqueda universal y de
lo que todos participamos cada ao cuando compramos lotera, cuando esperamos

la llegada de los Reyes Magos: la ilusin.


Nadie va a que le lean las cartas buscando la verdad, sino buscando la
felicidad. Un golpe de suerte te espera a la vuelta de la esquina. Vas a conocer
a un hombre que te har feliz. Alguien de tu entorno te tiene envidia y te ha
echado mal de ojo. Nadie quiere saber que este ao tampoco se har rico, ni que el
cafre que comparte su vida volver a tratarla mal el mes que viene. Ni que las cosas
que no le salen bien en la vida tienen que ver con lo que ella hace o deja de hacer.
Eso ya lo sabe, para saberlo no necesita las cartas. En el tarot se buscan las buenas
noticias, para las malas ya tenemos el peridico.
As que estas consultas al ms all cumplen una funcin fundamental para el
psiquismo que es la de abrir un espacio de tregua entre la dureza de la vida
cotidiana y la esperanza de una vida mejor.

Los libros de autoayuda

Conocen algn libro que no sea de autoayuda? Todos los son. Todos los
libros nos ayudan con algo en cierto momento de la vida. Desde la cartilla que nos
autoayuda a aprender la maravilla de leer y escribir; pasando por los cuentos de
hadas que guardan en su interior nuestros ogros y nuestras brujas; las novelas
rusas del siglo XIX; o la poesa que nos presta palabras para amores o sufrimientos
innombrables; hasta llegar a los ensayos que nos inundan de preguntas En fin,
que despus del pan, el libro es el mejor invento de la humanidad.
Pero vamos a hablar de lo que todos conocemos como el clsico libro de
autoayuda. Si tuviera que caricaturizar cul es el elemento comn que, a bote
pronto, me ha parecido encontrar en las pginas de muchos libros de autoayuda,
vendra a ser algo as como: Ser feliz es algo muy sencillo, slo tienes que seguir
unos cuantos pasos que yo me s y que pongo a tu entera disposicin. Piensa en
positivo, cambia el color de la moqueta y arranca los espejos de tu habitacin. O:
Controla tus emociones, toma una dieta sana y busca el justo medio. O su
variante: No te estreses, encuentra el equilibrio entre la vida personal y la vida
laboral, hblale a tu hijo como si le quisieras. Y, por supuesto: S t mismo, cete
a un presupuesto y no gastes ms de lo que ganas. Ni qu decir de: Proyecta tu
energa interior, cuerpo sano mente sana (o era al revs?). Sin olvidar: No le
llames o no dudes en llamarle, y sobre todo, no tomes ninguna decisin hasta que
Saturno no haya salido de tu casa IV.*
As de fcil. De manera que, si no eres feliz, que sepas que adems eres
tonto, porque con poner un poco de tu parte esto de la felicidad est al alcance de
cualquiera. Pero no, claro que no somos tontos, porque hemos comprado y adems
ledo el libro que conoce el secreto de la felicidad. Ahora, pondremos en prctica
sus consejos y todo ser diferente. Manos a la obra! Cambiamos el color de la
moqueta, aprendemos a ser profundamente espontneos, apartamos de nuestra
mente cualquier pensamiento sospechoso y bajamos de peso. Slo falta esperar a
que llegue la felicidad. Pero no llega.

Lo cierto es que tras esa tregua de actividad, un tiempo despus y, sin


advertir ni cmo ni por qu, volvemos a ensimismarnos y a estar tristes y
malhumorados, y las cosas vuelven a no ir bien en el trabajo, y nuestra relacin
vuelve a no funcionar, y otra vez no llegamos a fin de mes, y los nios se nos suben
a la chepa y nosotros por las paredes
Por suerte, la industria editorial no deja de pensar en nosotros, y para
cuando llegamos a la conclusin de que estamos otra vez hechos un lo, ya habrn
salido diez o doce ttulos nuevos, con su promesa de felicidad y sus recetas
infalibles.
Sergio Bulat ha dedicado gran parte de su vida laboral a traducir libros de
autoayuda, de manera que se ha visto obligado a leer muchos y a conocerlos bien
por dentro. Dedic un libro al tema que se titula Ms de lo mismo. En l intenta
explicar el porqu del fracaso de la mayora de estos textos. Aporta una
justificacin bastante evidente, pero que tiene el valor de ser la exposicin de un
entendido. Dice Bulat que los libros de autoayuda dependen ms del lector que del
autor. En tanto que libros de AUTOAYUDA, es el lector quien tiene en sus manos
hacer o no hacer lo que le parezca, seguir o no seguir los consejos que el libro le
propone.
Creo que el problema reside en la misma condicin humana: en ser como
somos. El libro tendra que empezar por un consejo universal: deje usted de ser
humano y a lo mejor entonces ser completamente feliz. Ningn consejo es fcil de
seguir, porque cualquier recomendacin que nos venga dada desde fuera tiene que
luchar contra la inercia de nuestra propia naturaleza, contra los espritus burlones
de la resistencia al cambio y contra esa tendencia tan cansina que nos caracteriza y
que consiste en repetir un repertorio muy limitado de pautas de relacin que
vienen desde nuestra infancia y adolescencia, y que no obedecen a nuestros
propsitos racionales.
Si no funcionan, si no nos cambian, si no nos dan la felicidad, por qu se
venden tantos libros de autoayuda? Por qu alguien que no ha encontrado
respuesta a sus dificultades en un libro vuelve a comprarse otro? Tal vez sea
porque hay que buscar al verdadero, el que s nos d la clave de la felicidad. Pero,
y si resulta que todos y cada uno de esos libros s cumplieron su cometido, y por
eso se compran una y otra vez?

La verdadera funcin de un libro de autoayuda

Tambin el libro de autoayuda funciona en el lector como las cartas del tarot
o como comprar la lotera: su sola promesa de felicidad es suficiente para
alimentarle. En el fondo no se le pide ms. Todos queremos ganar a la lotera, pero
las muchsimas veces que hemos apostado a un nmero equivocado no nos
persuaden para que dejemos de comprarla. Claro que comprar lotera es un paso
fundamental si uno quiere ganarla.
El libro de autoayuda acompaa al lector cuando estaba dispuesto a gritar:
Mi reino por un consuelo!. En la cama, en el metro, en los momentos en los que
ms solo y ms perdido se siente, ah est el libro al alcance de la mano.
El libro de autoayuda tiene otra cualidad y es que es un espejo
caleidoscpico. Por muy variado que sea el pblico objetivo al que el libro va
dirigido, cualquiera se puede sentir descrito en alguno de sus prrafos. Esto
tambin acompaa mucho. Permite pensar algo as como: Quien quiera que haya
escrito este libro est hablando de m, de mi marido, de mis nios, de mi jefe, de mi
compaera de despacho De mi ambicin, de mi pasin o de mis dudas. Hay
alguien en el mundo que piensa en m y que sabe cmo me siento y cmo soy.
Ese reflejo tiene adems otra cualidad y es que, en ese espejo, la imagen del
lector aparece rodeada de otras muchas personas con el mismo perfil. El lector no
est solo. En ciertas circunstancias, a veces es suficiente con saber que a otras
personas les pasa lo mismo, que no somos ni los primeros ni los nicos, que no
somos bichos raros.
El libro de autoayuda presta al lector la ilusin de que el desenlace favorable
de sus problemas no slo es posible sino que podra ser, adems, ms o menos
inmediato. Y, lo que es mejor, est en sus propias manos. Infunde la creencia de
que se puede ser dueo del propio destino.

Otra funcin caracterstica del libro de autoayuda es regalarlo! Pens en ti,


Me pareci que poda ayudarte, Yo no lo he ledo, pero a lo mejor a ti te sirve.
Son frases con las que se envuelve el libro de autoayuda igual que con un lazo o
con papel de celofn. Es una manera de preocuparse por el otro sin agobiarle, sin
comprometerlo. Una suerte de no soy yo quien lo dice, lo pone aqu.
Tuve una paciente que lleg a tratamiento gracias a un libro de autoayuda.
Se haba separado y durante una poca lo pas francamente mal. Estuvo
deprimida, le costaba salir de la cama, no quera ver a nadie, ni que nadie la viera
derrotada. Por entonces, alguien le regal un libro de autoayuda. Trataba del
optimismo y de la felicidad. No me cont si lleg a leerlo. Pero s que, con slo
recibirlo, el libro cumpli su cometido: tras mirarse a s misma horrorizada en ese
libro decidi buscar ayuda profesional. Se lo haba regalado alguien a quien le
importaba mucho su bienestar. Alguien que no soportaba verla sufrir, alguien
capaz de juntar todos los ahorros de su vida con tal de comprar ese libro y
asegurarle a ella la felicidad: ese alguien era Clara, su hijita de siete aos.
Tambin de los libros de autoayuda se pueden tomar consejos tiles,
prcticos, que nos facilitan la vida y que podemos adoptar e integrar como si nos
fueran naturales. Todava recuerdo el primer libro de autoayuda que le. Se titulaba
La mujer total, hablaba de cmo hacer al marido tan insoportablemente feliz, que no
pudiera abandonarnos ni aun cuando se lo propusiera. Lo le cuando de m no se
poda decir ni tan siquiera que era una mujer parcial, creo que no tena ms de
nueve aos. Una amiga del colegio lo haba descubierto escondido entre los
secretos de su madre y all que lo llev a la clase. Por las tardes, unas cuantas
niitas, conscientes de nuestra verdadera misin en la vida, reemplazamos las
pginas todava tibias del Catecismo de la primera comunin, por la Biblia de La
mujer total. Mientras los chicos hojeaban sus primeras revistas porno, nosotras nos
dedicbamos a aprender los secretos de la felicidad conyugal. El libro estaba
plagado de trucos!, pero yo slo recuerdo tres:
1. Es necesario hacer cada maana una lista de las obligaciones.
2. Esa lista tiene que estar priorizada en orden de importancia y nunca pasar
al apartado nmero 2, antes de haber completado el apartado nmero 1.
3. Ah!, y lo ms urgente de cualquier lista siempre ser recoger las camisas
del marido en la lavandera.

Probablemente el resto de los consejos fueran igual de productivos pero, lo


siento, no soy capaz de recordarlos. Me parece que sos fueron los nicos que
entend. Me sirvieron de mucho: desde los nueve aos priorizo todas mis listas y
jams dejo la lavandera para maana!
El verdadero objetivo del libro de autoayuda no consiste en situar
firmemente al lector en el reino de la felicidad, aunque sa sea su intencin
declarada. El libro de autoayuda tampoco sustituye la compaa de un amigo ni un
proceso teraputico. Lo que s logra, y con mucho xito, es dar unos cuantos trucos
que pueden ser de utilidad, adems de un paseo efmero y reconfortante por el
pas de la ilusin Y no es poco. La vida es dura, en ocasiones espantosa, pero es
el nico lugar en el que uno puede enamorarse, ver el mar, bailar y tener nietos. Tal
como yo lo veo, cualquier cosa que eche una mano en el camino de sufrir menos y
renovar la esperanza bienvenida sea!

15
Los terapeutas

Ahora que sabemos lo importantes que son las amigas para muchas mujeres
en cuanto a sus relaciones de pareja y la utilidad que para otras tantas supone
contar con los distintos tipos de orculos, nos toca preguntarnos: y los
terapeutas?, qu utilidad tienen?, cundo y por qu consulta una persona a un
terapeuta?
Cuando una persona busca ayuda profesional suele ser porque ya ha echado
mano de las amigas, del horscopo y de unos cuantos libros de autoayuda y aun
as sigue sufriendo. Porque ni las amigas, ni las cartas del tarot, ni los consejos de
los libros han logrado que deje de sufrir. Y en el caso del tipo de terapia con la que
yo trabajo (soy psicoanalista), suele ocurrir que el paciente acude cuando tambin
ha visitado a un psiquiatra y tampoco la medicacin, que ha aliviado sus sntomas,
le ofrece cambios ni mejoras en determinados aspectos de su vida. Sin embargo,
veremos que quienes se ponen en terapia, con frecuencia, vienen buscando adems
una mezcla de amigo eficiente, consejero infalible y medicacin tranquilizadora.
Lo cierto es que el terapeuta ha de hacer su trabajo sin invadir el terreno de
las amigas y sin ofrecer esas promesas reveladoras propias de los orculos. Cada
cual ha de ejercer su labor dentro del mbito de sus funciones. Doble racin de
pimienta no suple la sal, ni al contrario.

La funcin del terapeuta consiste en ayudar al paciente a pensar y a


comprender su propio relato. Cmo pudo llegar hasta all? Cul es la historia
infantil que se ve obligado a repetir? Para poder pensar y hacer bien su trabajo, un
terapeuta debe resistir la corriente de simpata que el paciente despierta en l y
mantenerse en su lugar de terapeuta sin pisar territorios ajenos. Eso no se llama
frialdad, sino profesionalidad.

Perdonas o consientes?

Recuerdo cuando Irene (enferma del pecado de sumisin) sola contarme su


lista de agravios:

Juan me grit en pblico y me hizo quedar en ridculo delante de sus amigos


y lo perdon. Prometi acompaarme a la cena con mi familia y al final dijo que no
iba y tuve que ir sola. Pues no se lo tuve en cuenta y lo perdon. Una semana
despus tuvo la cara de pedirme que fuera yo a recoger a su hermana al aeropuerto
y fui, aunque no me lo reconoce, pero yo se lo perdon.

Varias sesiones despus poda insistir en la misma tnica. Recuerdo que


mientras Irene hablaba de esa manera, se iba elevando por encima del silln en el
que estaba sentada. Irene levitaba. Le empezaron a salir unas alitas en la espalda y
una coronita de luz brillaba por encima de su cabeza. Ella era buena, Qu digo
buena? Buensima! Comprensiva, compasiva y magnnima.
Con cada historia que contaba, la figura del Juan de Irene se transmutaba. Le
crecan los colmillos, se haca cada vez ms peludo e iba perdiendo el don de la
bipedestacin. Juan era una bestia. Estaba claro quin era el malo, un malo muy
malo, despiadado, insensible, un monstruo, un animal. Cmo pueden relacionarse
dos seres que viven en sitios tan apartados? La una, en las alturas, por all arriba,
encaramada en una nube. l, en cambio, en lo hondo, en el rincn ms oscuro del
infierno, donde las llamas han perdido el violeta y ya no son ni tan siquiera llamas,
son ceniza.
Qu se puede hacer ante una situacin as? En la historia anterior, la de
Eva y Adn, vimos lo que unas buenas amigas fueron capaces de hacer:
presentarse en el despacho del malo y ponerlo en su sitio.

Ante una situacin tan desigual, qu puede hacer un terapeuta? Lo cierto es


que yo slo contaba con las palabras de Irene y su significado, con su relato de la
historia actual y lo que me haba contado de su historia infantil. Yo saba de Irene
que era la nica hija de una madre viuda, y que desde muy pequea se haba
sentido una pesada carga y, por otra parte, el nico consuelo para aquella mujer
deprimida que haba perdido a su marido prematuramente. No sabemos cmo
vivi la madre de Irene esta situacin, pero s el efecto que tuvo en su hija. De
sentirse un peso para su madre, la responsable de su desgracia y la culpable de que
la madre no hubiera podido rehacer su vida hasta haca muy pocos aos, Irene
haba pasado a sentir que ella ocupaba el lugar del marido y estaba a cargo de su
madre, obligada a procurar su bienestar, para lo cual se esforzaba en exceso. Esto
que le pasaba con su madre, le pasaba tambin, como vimos, con sus amigas, con el
trabajo, y por supuesto con su Juan!
El haber perdido tan pronto la una al marido y la otra al padre hizo que
madre e hija se unieran de una manera muy particular, tanto, que con frecuencia
no saban entre ellas dnde empezaba la una y dnde acababa la otra. O, mejor
dicho, Irene no lo saba, pareca que su madre s, pues era tan capaz de pedirle que
durmiera con ella en la misma cama como de mandarla a su habitacin sin cenar
segn soplaran para ella los vientos de soledad
o de compaa.
El caso es que durante esas sesiones, las palabras que Irene repeta respecto a
Juan, ese yo lo perdon, yo lo perdon, resonaban de una forma insistente.
Entonces se me ocurri repetirlas para que ella se escuchara a s misma. As, cada
vez que ella pronunciaba:
Yo lo perdon.
Yo repeta como un eco con signos de interrogacin:
Usted lo perdon?
Al principio Irene no se dio por aludida y pas por alto mi manera de
preguntar, pero en un momento dado ella misma puso en cuestin tanto perdn y
dijo: No, no es que yo le perdone todo eso, es que yo le consiento que me haga
todo eso.
Cuando Irene dice: Yo no perdono, yo consiento, no slo est cambiando

una palabra por otra, sino que cambia una cierta posicin ante la vida por otra muy
diferente. Si en vez de pensar que perdona, Irene descubre que consiente, para
empezar, deja de ser slo vctima de una situacin ante la que no tiene nada que
hacer, para pasar a sentirse cmplice de esa misma situacin que deplora. As, deja
de ser objeto pasivo para ocupar el lugar de un sujeto activo. Irene descubre que en
la pelcula de su propia vida, ella no es un extra que pasaba por all por
casualidad, sino la actriz principal. Es verdad que el guin lo han escrito las
circunstancias de su historia infantil y las caractersticas de su historia actual, pero
ella slo podr participar en el libreto una vez que caiga en la cuenta de que Juan
no es su madre, de que esa historia ya pas y de que las cosas pueden ser de otra
manera.
Aunque aparentemente ella es una vctima pasiva que est siendo
malquerida, lo cierto es que cuando Irene reconoce que lo que ella hace es
consentir una y otra vez, lo que est diciendo es algo parecido a: Yo no quiero
ser una carga para ti, y estoy dispuesta a hacer lo que haga falta para no resultarte
pesada. A m no me duele nada de lo que t hagas porque me lo merezco y yo
puedo soportarlo todo. Entonces Irene descubre que su capita de supermujer no
la convierte en todopoderosa, sino en una niita con Sndrome de Estocolmo que
quiere complacer a su madre para tenerla contenta a cualquier precio.
Cuando Irene descubre todo esto, el halo de luz en torno a su cabeza se
esfuma, las alitas desaparecen de su espalda e Irene desciende aquellos centmetros
de divinidad, de sufrida dignidad, que la haban elevado a las alturas de su
incmoda nube y vuelve a ser humana, tal vez ms humana que nunca. Perder ese
lugar en el firmamento es duro, no tiene gracia. Por suerte, este cambio tambin
tiene ventajas. Ahora Irene sabe que ella podr hacer otra cosa, algo distinto a
perdonar pasivamente. Es probable que si rompe la cadena de consentimientos,
rompa tambin la compulsin de perdonar ya no dar ocasin a la ofensa y al
maltrato continuados.
La prxima vez, en vez de consentir en silencio, o perdonar
magnnimamente, podr decir con claridad: Esto no me gusta y no estoy
dispuesta a tolerarlo. Para esto es preciso que sepa que el cielo, o el amor del otro,
no se ganan a travs del sacrificio y que sentirse capaz de sufrir muchsimo, ms
que los dems, es una forma muy triste de quedar rebajado, por encima del otro y
de obligarle a que la quieran.

El lugar del terapeuta

Si el terapeuta se quedara deslumbrado por la coronita de luz que emana de


la frente de Irene, si la injusticia de su dolor le impidiera escuchar y pensar y se
hubiera quedado en la apariencia del discurso manifiesto del pobrecita Irene, no
estara haciendo bien su trabajo. Estara ocupando el lugar de una amiga, tal vez,
pero no el de terapeuta. Es fcil pasar a engrosar la lista de amigas de Irene, pero el
papel de terapeuta quedara vacante y la tranquilidad mental de Irene,
desatendida.
Hay terapeutas que se comportan como amigos y abandonan el lugar
imparcial que les permite pensar y entender del paciente lo que el paciente no es
capaz de saber de s mismo. Cuando el terapeuta no toma partido, no es que se
encierre en una posicin distante y fra, sino que se ocupa de esa persona que tiene
delante y que ha venido a buscar respuestas. Slo con ella, por ella, podr hacer su
trabajo, que consiste en descubrir qu historia est repitiendo que la obliga a
permanecer sufriendo en una situacin determinada. Qu repite? Cul sera esa
primera historia de amor nica, inimitable seguramente junto a mam y pap
que la dej marcada de esa forma?
Para dar respuesta a esas preguntas emprendemos junto al paciente una
exploracin por esos territorios desconocidos de su historia infantil sin una idea
preconcebida de dnde nos va a conducir. Vamos destejiendo con l los apretados
nudos del pasado que lo mantienen amarrado a una situacin de infelicidad.
En la terapia de corte psicoanaltico se desdibujan los rasgos universales,
pierden peso frases como todos los neurticos, la mayora de las
malqueridas, tpico de los masoquistas, los adictos siempre, los
obsesivos nunca y a cambio empiezan a cobrar fuerza los trazos ms personales
de cada paciente en particular, los rincones escondidos de cada historia infantil, tan
ntima e intransferible como las huellas digitales. En ese relato que se ir forjando

con el tiempo habr una madre particular y no las madres, un padre peculiar y
no los padres, unos hermanos y un lugar preciso en la constelacin familiar. No
es lo mismo ser hijo nico, ser el hermano mayor, ocupar el tercer lugar o ser el
ms pequeo de una familia numerosa. Incluso personas que ocupan un mismo
lugar en la familia tienen formas distintas de encarar su situacin familiar. El hijo
menor de una familia numerosa, por ejemplo, puede ser el mimado por todos, o el
que siente que lleg a destiempo, o puede que tenga la sensacin de ser el que
sobra, o que le parezca que tiene que demostrar que l vale tanto como los
hermanos mayores, o puede tener la impresin de que est destinado a salvar a la
pareja de los padres No hay una manera unvoca de ocupar un lugar. Vamos a
descubrir las claves de la biografa del paciente con el mismo asombro y la misma
perplejidad que el interesado. Sus sueos, sus recuerdos, sus lapsus, son algunos
de los instrumentos que aporta el paciente a la investigacin y que nos sirven de
gua en este viaje. Nos dejamos llevar donde el discurso ms espontneo del
paciente nos conduzca. En ocasiones, por ejemplo, dice ms un olvido que un
recuerdo preciso.
Esa historia infantil de la que tanto hemos hablado no aparece en forma de
cuento con planteamiento, nudo y desenlace. Esa historia va apareciendo de a
pocos, como piezas sueltas de un rompecabezas que hay que armar con paciencia
hasta descubrir si este azul corresponde al cielo o al mar, si se trata de un paisaje,
de una reproduccin de Van Gogh o de un retrato. Pieza a pieza, sesin a sesin,
vamos del presente al pasado, del pasado al presente, hasta llegar a ese ncleo
encendido que mantiene unido un tiempo y otro tiempo a travs de la repeticin.
Es una investigacin nica, fascinante, irrepetible, tanto para el paciente como para
el psicoanalista.
Como vimos en el caso de Irene, no es un problema de contenidos, sino de
que el paciente pueda llegar a la posicin de descubrir, y que descubra por s
mismo cules son los rasgos de su historia que se repiten. Cuando Irene llega a la
conclusin de que ella no perdona como pensaba sino que consiente que el
otro la invada como haca su madre, Irene se apropia de su propia realidad
segn sus palabras; de una realidad nica que en nada se parece a lo que le
ocurre a muchsimas otras mujeres que pasan por una historia de amor similar. Las
plantillas universales tienen una vida corta, el molde de cada quien sin embargo
tiene un camino largo por recorrer, pero es un camino seguro, singular y
apasionante.
Un terapeuta tampoco debe emprender el viaje con las manos vacas. En su

mochila de explorador debe llevar, para empezar, la experiencia de un profundo


autoconocimiento que le brinde la oportunidad de conocer los vericuetos y las
tretas de su propio mundo emocional. sta ser su principal herramienta para
descubrir y reconocer las trampas del mundo emocional de sus semejantes. Como
el cirujano que esteriliza y afina el instrumental antes de operar, un psicoanalista
debe haber puesto su propio psiquismo, su instrumento de trabajo, en las mejores
manos. Ser su nica garanta de que har con su paciente el trabajo ms serio y
eficaz que l sea capaz de hacer.

Un alivio inmediato

Ante las bondades del alivio inmediato que el orculo garantiza, parece que
el terapeuta tiene poco que ofrecer. El analista, para empezar, en vez de leer el
futuro, lee el pasado. Al destino no lo busca en el porvenir sino en lo que ya
ocurri y se fue, o tal vez no se ha ido? Lo cierto es que el paciente tambin espera
por parte del terapeuta una imposicin de manos, unas palabras milagrosas, una
pocin que le arranque el sufrimiento en un abrir y cerrar de ojos, un sana, sana
que aparte de l ese cliz

Psicoanalista o mago?

Esta disyuntiva entre la magia y la terapia siempre me hace recordar un


cuento de Woody Allen que no me canso de leer. Se trata de El experimento del
profesor Kugelmass y pertenece a su libro Perfiles. El cuento transcurre ms o
menos as: un profesor universitario lleva ya varios aos tumbado en un divn
psicoanalizndose. Un da insiste en que lo nico que l desea es tener una
aventura amorosa que le saque del tedio. Una hazaa romntica, a ser posible con
una joven mujer extraordinaria. El analista, que conoce muy bien a su paciente, lo
mira desalentado y le dice: Oiga, despus de todo yo soy un analista, no un
mago.
Las palabras del terapeuta resultan muy esclarecedoras para Kugelmass. Es
cierto, l no necesita a un analista sino a un mago! Y da por terminada la terapia.
Ahora que sabe lo que quiere, contrata los servicios de un mago de
reconocido prestigio: el Gran Persky. El mago entiende a la primera lo que su
cliente le pide y consigue hacer realidad su fantasa. Inmediatamente, el hasta ayer
triste y aburrido profesor Kugelmass, empieza a vivir una apasionada aventura
amorosa con Emma Bovary, herona de la novela de Gustave Flaubert. Al principio,
como suele sucederle a Emma, la pasin se impone y la relacin va viento en popa.
Con el tiempo, como suele sucederle a Emma, decae la pasin y la relacin se
enfra. La invasin de la realidad por la ficcin y de la ficcin por la realidad se
hace insostenible. Emma se empea en conocer Manhattan y su amante comete el
error de complacerla. La chica se dedica a gastar cantidades desorbitadas de dinero
en Nueva York y el modesto profesor no puede hacer frente a las deudas generadas
por el consumismo desbordado de su amante. La relacin se deteriora y empiezan
a estar hartos el uno del otro. El profesor Kugelmass no sabe qu hacer con su vida
y vuelve a sentirse otra vez ansioso y angustiado. Desesperado, eleva su queja ante
el Gran Persky. Su angustia empieza a ser insufrible as que exige al mago una
solucin. El mago le responde: Y qu quiere que yo le diga? () En lo que a sus
angustias personales concierne, lamento no poder ayudarle. Yo soy slo un mago,
no un psicoanalista.

Qu necesitaba el Profesor Kugelmass: un mago, un psicoanalista o un


amigo?
El profesor Kugelmass es un personaje de ficcin, pero no slo los personajes
de Woody Allen buscan a un analista cuando en realidad querran a un mago o
consultan a un mago cuando lo que necesitan es un psicoanalista.

El divn o la vela?

Recuerdo a una paciente, Margarita, que estaba a punto de terminar su


psicoanlisis y so que se despeda de m. En su sueo yo le recomendaba que, en
el futuro, cuando tuviera algn problema, encendiera una velita. Empez a hablar
de lo que el sueo le sugera y dijo que, en ocasiones, algunas de las cosas que yo le
deca tenan en ella el efecto de encenderle una luz en la cabeza y ayudarle a
entender algo que siempre haba estado a oscuras. Sigui hablando y precis que
en el sueo, al contrario que en la realidad, el ambiente de mi consulta era como
muy esotrico, todo estaba como en penumbras. Me cont que lo de encender
velitas a los santos, que oficialmente est ligado a la religin catlica, en su pas
tiene ms vinculaciones con la magia y la santera. Record que su abuela tena en
su casa un pequeo altar en el que figuraban por igual las Vrgenes, las figuras ms
importantes de la teologa popular, algn hroe de la independencia y varios
actores de Hollywood. Su abuelita recurra indistintamente a cualquiera de sus
mentores para encomendarle sus problemas. Poda pedirle a Cary Grant por el
examen de un nieto con la misma soltura con la que le rezaba a la Virgen de su
pueblo para hacer frente a una letra a fin de mes. Siempre peda sus favores
encendiendo velitas. Margarita lo contaba rindose, con ternura, con nostalgia, y
reconoci que, cuando era pequea, aquellas velitas le daban muchsima
seguridad.
As, vimos que ante la inminencia de su despedida, Margarita me
identificaba con una abuela que resuelve problemas, que da seguridad. Una figura
protectora a la que ella siempre estara ligada, y a la que siempre podra recurrir
por mucho que se despidiera y se alejara de m. Pero, a la vez, buscaba que yo le
diera la receta de una solucin mgica sencilla, inmediata e infalible:
Encienda una velita.
Margarita continu diciendo:

Cuando vine a verla me imaginaba que un psiclogo te escucha, te dice unas


cuantas cosas que tienes que hacer, te dice lo que ests haciendo mal y ya. Yo
pensaba que el psiclogo me iba a solucionar el problema. Ahora s que el sistema
aqu es otro, que yo soy parte activa, que no puedo esquivar mi parte y eso lo hace
todo ms difcil, pero tambin mucho ms interesante. Al final cualquier cosa que
consiga ser ms slida y la habr conseguido yo.

Guard unos minutos de silencio y entre risas confes:

Pero la verdad es que hubiera preferido que esto hubiera sido tan fcil como
encender una vela.

Margarita reconoce las bondades de la terapia, pero a la vez le habra


encantado una solucin mgica. Est orgullosa de lo que siente que ha conseguido
por s misma, en mi compaa, pero hubiera preferido no tener que sufrir en el
proceso, ni esperar para obtener los resultados. Confa ms en la solidez de sus
hallazgos que en las velitas, pero aora la facilidad con la que su abuela sola
resolver los problemas con esas mgicas velitas.

El psicoanlisis

Dicen las malas lenguas que el psicoanlisis, la tcnica con la que yo trabajo,
no est de moda, que ha caducado. Mi experiencia cotidiana me cuenta otra cosa.
Cada vez conozco a ms gente que necesita de un espacio propio en el que poder
hablar de s mismo sin prisas y en profundidad. Personas que necesitan escucharse.
Cada vez hay ms personas entusiasmadas con el proyecto de adentrarse
minuciosamente en su pasado para poder cambiar su futuro. Cada vez hay ms
personas que buscan algo ms que la efmera eficacia de lo inmediato. A veces
resulta lento, largo, caro y doloroso, pero el psicoanlisis es apasionante y sus
logros son firmes y duraderos.
Confieso que yo tambin sueo con curas milagrosas. Reconozco la utilidad
de otros enfoques, de otras tcnicas que eliminan el sufrimiento inmediato, pero
que no son capaces de liberar a la persona de determinadas maneras de pensar, de
querer y de relacionarse.
La experiencia me ha demostrado que el psiquismo humano no funciona de
cualquier manera, que la magia se evapora como espuma, mientras que el ncleo
duro y ciego del inconsciente sigue haciendo de las suyas. El inconsciente es el
nico lugar en el que el camino ms corto entre dos puntos no es la lnea recta de
las buenas intenciones, sino las espirales de los sueos, de los traspis del lenguaje,
de la infancia, de las historias personales

16
La cada de un dios

La esperanza es una medicina muy fuerte,


que en su forma pura, sin diluir,
puede hacernos dao.

Michael Khlmeier

Hemos hablado de cmo una mujer transforma a su elegido en un dios.


Hablamos de un amor ciego, incapaz de reconocer los signos ms evidentes de su
propia enfermedad. Hemos hablado de un pedestal imaginario forjado en silencio,
que sirve para encumbrar a un ser que era uno ms mientras tena los pies sobre la
tierra, pero que, subido a ese podio, se parece muchsimo a un dios. Hemos
hablado de los pecados ms frecuentes que suelen cometerse en una relacin;
pecados indispensables, ingredientes necesarios para enamorarse de alguien, pero

que cuando se enquistan hacen ms dao que bien. Pero ni siquiera estos males
duran cien aos, y en algn punto de la historia, ms tarde que pronto, algo de ese
encumbramiento cae. Es el momento en el que la realidad se impone en toda su
desnudez y los rostros se miran tal cual son. En las situaciones normales siempre
hay algo que cae con el paso del tiempo, cae la idealizacin de los primeros
momentos dando paso a un amor ms realista. En este caso hablamos de una cada
ms aparatosa.
A ese momento de desilusin vamos a llamarle cada porque son varias las
cosas que caen y que dejan de ser como fueron. Cae el velo que no permita ver
con claridad, cae el dolo del pedestal y, adems, durante el duelo por la
separacin, se tiene la horrible sensacin de estar cayendo vertiginosamente por un
agujero sin final. No se trata de cualquier cada, parece que a ella, a la mujer, le
quitaran sbitamente el taburete en el que ha estado de puntillas, sobre un solo pie,
sujetando a duras penas el pedestal. Ella cae estrepitosamente, de bruces, y como
consecuencia l tambin cae, s, pero incluso en la cada l se hace mucho menos
dao porque cae en blando sobre el cuerpo desvencijado que ella ha puesto a modo
de alfombra sobre el suelo.
Las rupturas son siempre traumticas y dolorosas, aunque sean elegidas,
aunque sepamos que son inevitables. Las separaciones en una pareja casi nunca se
producen con un corte limpio como el de un bistur que aparta con nitidez un
pedazo de otro pedazo. Las parejas estn pegadas con chicle y cuando a duras
penas consiguen despegarse por un lado, ya estn rpidamente pegadas por otro y
cuando estn dispuestas a perder una hilacha de piel con tal de liberar del yugo a
ese otro lado, ya hay otra parte de su cuerpo, o de su fantasa, adherida al otro con
el mismo vigor del anterior. De manera que todas estas despedidas toman su
tiempo.
Hablaremos de cada y no del final de la relacin, porque aunque parezca
que son lo mismo, son situaciones distintas. Como casi todas las cosas que ataen
al amor, tambin la cada parece arbitraria y caprichosa y se manifiesta con sus
propios ritmos y su propia temporalidad. Esto significa que la cada no tiene que
coincidir necesariamente con el final de la relacin; puede presagiar el fin y dar
paso a la ruptura; o puede producirse muchos meses despus de que la relacin
haya terminado. Una mujer abandonada por su pareja puede seguir sufriendo y
adorando a su dios en secreto durante meses, incluso aos, despus de que la
relacin ya est acabada, con el nico fin de no enfrentar esa cada que suele ser tan
dolorosa. Y lo cierto es que hasta que no se produzca esa cada, no habr espacio

interno disponible para entablar otra posible relacin.


Los efectos de la cada los sufren todos los fieles de esta religin privada.
Cuando ese dios es desalojado del pedestal, el hombre pierde la gracia de que
gozaba en la mente de su pareja, pero tambin en la mujer hay algo que sucumbe.
La sierva, la encargada de sacar brillo al dolo con su propia piel, tambin pierde su
sitial al quedar desempleada, al verse forzada a reconocer que su dios no era un
dios verdadero. Supone tener que renunciar a la vivencia de completud que le
procuraba la parafernalia del pedestal. Sentirse la pila, el corazn que insufla vida
a un juguete tan especial, le confera sentido a su propia vida y la sujetaba, y esa
sensacin de unidad, de seguridad, desaparece con la cada. Correlativamente, su
Amor, su Amor con maysculas, pierde su brillo cegador y se humaniza.
Reconocer que no se trataba de un amor divino, sino de un amor humano, muy
humano, que adems estaba gravemente enfermo, cuesta mucho y da muchsima
pena.
Durante la cada se pasa de la ceguera selectiva, a la lucidez, haciendo una
parada en la perplejidad: Cmo no me haba dado cuenta de cmo me trataba?
Cmo pude creer que todo iba a cambiar? Y ste era el hombre por el que yo
estaba dispuesta a dar la vida? Y ahora, qu ser de m?.No es raro escuchar
frases como stas en boca de mujeres cuyo dolo ha empezado a caer.
A veces es difcil comprender la magnitud de la angustia y el vrtigo que
produce la cada. Desde fuera es difcil comprender por qu tanto sufrimiento si
apenas se trata de un hombre y una mujer que se separan y eso es algo que ocurre
todos los das, muchas veces cada da.
Por qu tanto dolor por el final de una relacin maltrecha que generaba
tanta infelicidad y que en el fondo estaba rota desde haca ya mucho tiempo? Estas
preguntas slo pueden responderse cuando se comprende la dimensin de la
sensacin de vaco y de bancarrota emocional a la que se sienten enfrentadas
algunas mujeres, ante el final de una relacin.
Hay mujeres que para huir precisamente de esos sentimientos, dan vueltas y
vueltas y vueltas, evitando dar por terminada una relacin. En ese camino hacen
una especie de va crucis con varias estaciones en las que pueden demorarse o
detenerse con el fin de postergar en lo posible la cada. A las estaciones ms
frecuentadas podramos llamarlas: Es que yo lo quiero, es mi inversin, o el
sentimiento de culpa. Como en el caso de los pecados capitales, tambin estas

estaciones suponen una clasificacin arbitraria y sobre todo incompleta, pero son lo
suficientemente grficas como para que casi cualquier mujer pueda identificarse
con estos momentos que se repiten con tanta frecuencia y que suelen ser los
responsables de que ella siga atada a una relacin destructiva y sin futuro.

Es que yo lo quiero

Todos conocemos a algunas mujeres psimamente malqueridas que se


empean en mantener una relacin imposible a pesar del sufrimiento y de la
insatisfaccin que les produce. Cuando alguien de su entorno, atnito ante tanta
obstinacin, reclama alguna explicacin, suele recibir una respuesta lapidaria: Es
que yo lo quiero.
Ya s que sufro, s que me trata fatal, que no me merezco que me traten as.
Duermo mal, hace meses que perd el apetito, lloro, la angustia me devora. Lo s
todo, pero no puedo hacer nada porque es que yo lo quiero!. Ms que un
argumento, ese es que yo lo quiero es un veredicto. Sentencia firme sin
posibilidad de apelacin. Palabra de dios.
Quien as habla est convencida de que el suyo es un amor capaz de mover
una montaa e incluso de cambiar a un hombre. Su amor no es de este mundo.
Porque es un amor que todo lo soporta. Su amor es dios. No hay amiga, ni
terapeuta, ni chamn que pueda enfrentarse al ejrcito indestructible de una frase
as. No hay evidencia que valga, porque un amor de esa categora est ms all de
la razn. Y un amor que pasa por encima de la razn, es un amor que est loco.
Cmo diagnosticar de loco a un amor? Qu define la prdida de juicio en
el amor? Imaginemos que el amor es como un baile, no importa cun
desenfrenado, apasionado y peculiar sea ese baile, siempre es algo que se hace
entre dos, y para que ese baile funcione, es necesaria una especie de acoplamiento,
de reciprocidad, algn tipo de sintona, un cierto acuerdo de que ambos estn
haciendo algo juntos, de que se est bailando el mismo baile. Puede que bailen fatal
y decidan tomar unas cuantas clases; puede que bailen a su aire, ajenos al ritmo de
la msica, pero que se lo pasen tan bien juntos que les d igual hacer un poco el
tonto; puede que slo conozcan un paso y que independientemente de la msica
que suene ellos bailen siempre lo mismo. Todo eso es bailar, nadie pretende un
baile de saln acompasado y milimtrico de esos artificiales que slo sirven para
los concursos. Es suficiente con que haya dos que estn de acuerdo y bailen juntos.

Ahora bien, cuando hay una que se est cayendo a trompicones por unas
escaleras y otro que est mirando impasible desde arriba, y se empean en repetir
el numerito, eso no es un baile, eso es un amor loco. Cuando l suele decirle: Vete
t bailando un tango que ahora vuelvo y la deja sola haciendo piruetas en la pista
mientras l se va a la barra a tomarse una copa con otra, eso no es un baile, eso es
un amor loco. Si ella se queda toda la noche sentada, rechazando otras invitaciones
porque est esperando a que la saque a bailar ese que est bailando apretado con la
rubia, quedarse sentada no es bailar, eso es un amor loco. Si se empea en hacer
sublimes pasos de vals en torno a uno que slo est interesado en bailar rap, eso
tampoco es un baile, eso es un amor loco. Si alguien la saca a bailar una y otra vez,
y una y otra vez l se da la vuelta y la deja dispuesta, sola y sin saber qu hacer en
medio de la pista porque se distrajo y se fue detrs de la primera que pas por ah,
eso no es un baile, eso es un amor loco. Si cada paso es una zancadilla y siempre es
ella la que termina con la frente marchita pegada al suelo, eso tampoco es un
baile, eso es un amor loco. Si hace horas que ella est con una copa aguada y
caliente entre las manos y se le acerca el encargado de la sala de baile para avisarle
que ya cerraron hace dos horas y ella insiste en esperar porque est segura de que
l regresar, eso tampoco es un baile, eso es un amor loco. Si l le propone un salto
mortal y le dice confa en m y en el ltimo momento aparta los brazos y ella
termina en el hospital, eso, definitivamente, no es un baile, eso es un amor loco.
Se trata de no perder el juicio de realidad y de reconocer el contexto. Un
baile, una pareja, es una cosa de dos, de dos que puede ser que equivoquen el paso,
que pierdan el ritmo, y lo retomen, que se tropiecen, que se den pisotones
alternativamente, que se caigan por turnos, que se caigan a la vez y se vuelvan a
levantar, pero de dos que se ocupan el uno del otro y que estn de acuerdo en que
estn haciendo algo juntos.
Un amor delirante, un amor loco, es el que est convencido de que puede
vencer en todas las batallas, como si fuera Napolen. Y ya sabemos cul es el
porvenir que les espera a quienes se creen Napolen: los pobres terminan
encerrados en un psiquitrico, narcotizados o con una camisa de fuerza. Igual
destino merecera un amor capaz de llevar a su dueo al abismo. Si un amor se
comporta como un loco, habra que tratarlo como tal, encerrarlo bajo llave y
protegerlo de los desmanes que pueda cometer contra s mismo. La locura no es
bella. Un amor de esa naturaleza parece fascinante, pero es pattico y sobre todo
peligroso. Cuando escuchamos pero es que yo lo quiero a una mujer que sufre
los embates de un mal amor, nos la imaginamos amoratada, malquerida, pero con
la cabeza muy en alto y una mano escondida en el pecho como Napolen

sealando el corazn, sujetando su corazn, para que no se le caiga en pedazos.


Ese es que yo lo quiero, se pronuncia a ciegas, sin tomar en cuenta ni la
realidad, ni el veredicto de la margarita.

La margarita

Ya hemos visto a lo largo de estas pginas que la vieja frmula de interrogar


a la margarita: Lo quiero?, no lo quiero?, me quiere?, no me quiere?, es una
frmula engaosa, que arroja una informacin viciada e incompleta. Para que las
respuestas de la margarita sean fiables, hay que hacerle preguntas ms complejas:
Me quiere como yo quiero que me quiera?, Me quiere realmente a m?, Me
quiere como yo necesito que me quiera?, Me quiere como yo me merezco que
me quiera?. En fin, la pregunta nuclear de este libro: Me quiere bien
o me quiere mal?. Para eso es preciso hacerse unas cuantas preguntas antes
de interrogar a la margarita: Qu cosas no estoy dispuesta a tolerar?, Qu
espero yo de una relacin?, Es aceptable que un hombre me ponga la mano
encima?. Las respuestas a estas cuestiones hay que buscarlas primero dentro de
nosotras mismas y luego en la realidad de los hechos concretos y no en las
palabras, tan fciles de pronunciar, tan agradables de escuchar y a veces tan
huecas. Con una cierta frecuencia el es que yo lo quiero tapona cualquier
cuestionario de esta naturaleza y hace que la interesada se olvide de ella misma y
de sus propias expectativas y exigencias.

Es mi inversin

En este tipo de relacin amorosa, la mujer implicada invierte todo el capital


emocional de que dispone en la empresa de forjar una pareja. Se juega todas sus
posesiones a un solo nmero, su tiempo, su presente, su futuro, su empeo, su
orgullo, su ilusin, lo mejor de s misma. Todo lo invierte en esa complicada
operacin afectiva, y est dispuesta a hacer lo que est a su alcance con tal de no
perder lo que lleva invertido.
Si la relacin en cuestin resulta ser un mal negocio, sucede como con
cualquier empresa en quiebra: tambin sta pide a gritos otra inyeccin de capital,
un poco ms de esfuerzo, ms tiempo, mejores sacrificios, ms amor. En ese caso, el
inversor la mujer est dispuesto a cualquier cosa para salvar su renta. Mientras
ms capital aporta, ms habr invertido y ms difcil le ser declarar a la pareja en
quiebra y reconocer el desastre. La inversin que se ha hecho es muy fuerte como
para abandonarla y aceptar que se ha perdido el tiempo, la esperanza y el esfuerzo.
Entonces se invierte un poco ms para revitalizar el negocio y aumentar los
enteros, y un poco ms y otro poco, y la rueda sigue, y mientras ms se invierte,
menos se puede abandonar lo invertido y la apuesta por recuperar algn da la
inversin, con intereses!, es cada vez ms peligrosa.
Cuando finalmente se declara la pareja en bancarrota, pasa un tiempo en el
que la persona suele sentirse en la ruina, empobrecida y furiosa consigo misma por
tener una visin tan mala para ciertos negocios. Sin embargo, pronto, muy
pronto, le invade una curiosa sensacin de alivio, de bienestar, propia de quien ha
abandonado a tiempo un barco que se hunde y se ha salvado. All, justo en ese
momento empieza el verdadero final de la relacin, empieza la cada, aunque la
relacin haya acabado aos atrs. La relacin termina cuando se vuelve a tener un
cierto capital disponible para invertir en otras empresas; en s misma, por ejemplo,
en negocios vitales ms seguros y ms gratificantes.
Es el caso de esas parejas que a todas luces van mal y que deciden irse a vivir
juntos para arreglar la situacin. Una vez bajo el mismo techo la relacin no mejora,

y entre unas y otras cosas llega un da en el que tienen una pelea monumental y
una reconciliacin con fuegos artificiales que les lleva a estrechar ms los lazos, en
ese momento descubren que lo que ellos necesitan es un compromiso ms
profundo y deciden casarse. Nada cambia. Tal vez si tuvieran un hijo tal vez
entonces si tuvieran otro Y as van, cada vez ms enredados en una telaraa
que les impide desatar los nudos equivocados que ellos mismos tejieron.
Suele suceder que la persona implicada en relaciones retorcidas no es capaz
de reconocer su mala inversin. Si alguien le contara su propia historia cambiando
los nombres de los protagonistas, seguramente se llevara las manos a la cabeza y
vera muy claramente el desastre; incluso sera capaz de proporcionar algn
consejo muy pertinente, pero ese mismo consejo ella no lo tendra en cuenta
porque, segn ella, se no es su caso, porque segn ella, su amor es un amor
especial.

El sentimiento de culpa

El sentimiento de culpa es como una piedra en el zapato que estorba y que


acompaa a partes iguales. Estorba, en tanto que mortifica y hace sufrir; pero
tambin acompaa, en la medida en que mantiene a la persona atada, en la
imaginacin, al ser amado.
Esa piedra toma diversas formas y sus efectos pueden perjudicar o beneficiar
a quien la padece. Saberse responsable de un error que se ha cometido no es una
mala cosa, por el contrario, es el nico camino para enmendar la falta y para
intentar no repetirla en el futuro. Cuando se ha hecho dao a alguien, es saludable
saber pedir perdn y reparar el quebranto que se le ha causado a la otra persona.
Sin embargo, el puro remordimiento torturador, que slo sabe dar vueltas sobre s
mismo y horadar la moral, es lo que no es ni sano, ni realista, ni productivo.
Cuando una relacin de pareja se rompe, las cosas que ataen a los dos
deberan distribuirse equitativamente: la custodia de los nios, las propiedades, los
platos, los coches, los cubiertos Sin embargo, con las culpas suele suceder que
saltan por los aires y se reparten de una forma desproporcionada. Hay quienes
siempre se van de rositas porque tienen una rara habilidad para culpar al otro y
hay quienes siempre estn buscando una culpa que anotar a su propia cuenta.
Cada uno de ellos, ya lo sabemos, es como es. En estos casos ya imaginamos con
qu criterio se han dividido las responsabilidades.

Clara, una paciente a quien su pareja haba dejado por otra,


deca:

Me levanto sobresaltada cada da pensando en l. Y lo que ms me preocupa


es que todava me siento culpable. Para convencerme de que yo no soy la nica
culpable me digo a m misma: Esto es cosa de dos y la culpa ser de los dos, pero
no me vale de nada porque siempre encuentro algo que reprocharme. A veces me
molestaban sus manas, y yo saba que l era as. Si hubiera aprendido a disfrutar
de las caas con sus amigos, o si lo hubiera ayudado ms en sus problemas
familiares. Si yo no hubiera sido tan celosa, a lo mejor l no se hubiera ido con
otra

Clara se echa en cara no haber sabido complacer cabalmente a su dios. En su


reproche hay un si me hubiera humillado un poco ms, si hubiera tenido ms
paciencia, si no le hubiera pedido tanto. Y desde afuera, todos sabemos que de
haber hecho cualquiera de esas cosas, su situacin habra sido todava peor de lo
que fue. Su sentimiento de culpa es una piedra, s, que slo cae sobre su propio
tejado y que la deja sin techo y sin salida. El reproche consiste en no haber sido
ms poderosa todava de lo que fue. El herosmo sigue dominando la escena.
Inspirada por este tipo de remordimientos, cualquier relacin que Clara emprenda
en adelante corre el riesgo de tener las mismas caractersticas de la anterior, porque
su propsito de enmienda no consiste en corregir sus errores sino en ahondar ms
en ellos, en perfeccionarlos.
Ins, en su poca de nostalgia despus de haber puesto fin a una relacin
intermitente que se prolong durante aos, deca:

Estoy saturada de esto. Quiero que llegue un da en el que ya no piense ms


en l, en el que no recuerde ni las cosas buenas ni las cosas malas. Quiero

olvidarme, quiero vivir, pasar pgina y vivir. No me he sentido querida de verdad.


Yo no digo que l no me haya querido, sino que yo no me he sentido querida. Me
cuesta trabajo pensar que he pasado tanto tiempo con alguien que no me quera de
verdad o que no me haca sentir querida. La culpa es ma porque he sido una
cabezota pensando: Yo puedo, ya me querr. Este mal trato es pasajero.

Despus de pasar aos soportando un maltrato soterrado y unas cuantas


infidelidades, Gloria pudo, finalmente, separarse de un marido del que estaba
enamorada pero que la trataba mal y le haca sentir profundamente infeliz.
Describa su sensacin de esta manera:

Antes me senta culpable porque pensaba que no haba hecho bastante, o


que lo que haba hecho estaba mal. Ahora s que de lo nico de lo que soy culpable
es de haber aguantado lo inaguantable. Si al primer insulto le pongo con las
maletas en la calle, hoy las cosas sucederan de otra manera.

En los dos ltimos casos el sentimiento de culpa cumple una funcin


diferente que en el caso de Clara. A travs de las palabras de Gloria y de Ins
sabemos que ambas pudieron delimitar y situar su responsabilidad en una justa
medida. Su error, su peor error, lo haban cometido contra s mismas y haba sido el
de ser muy cabezotas esperando un milagro, o el de haber aguantado lo
inaguantable. En fin, que ninguna de las dos se haba respetado a s misma como
se merecan ni haban sabido hacerse respetar. Ambas se sentan responsables,
cmplices, de la situacin que haban vivido.
Es muy probable que, en el futuro, ambas estn preparadas para entablar
relaciones ms placenteras porque ninguna de las dos se empear en ser muy
cabezota y ninguna de las dos se obligar a aguantar lo inaguantable.
Tambin hay casos como el de Sara, la recuerdan?, la pareja de Javier,
aquellos que iban y venan, que se peleaban definitivamente y regresaban a
adorarse para siempre. Quienes suelen pecar de intermitencia, como Sara, son
mujeres que utilizan la culpa como coartada para intentarlo una vez ms, para
pedir perdn y mantener con vida, aunque sea entubada y con respiracin

artificial, esa esperanza agonizante y perniciosa. Prometo que la prxima vez lo


har mejor es la tarjeta de presentacin de estas reconciliaciones.
El otro lado de la culpa es el reproche. Ese yo soy la culpable se invierte
por: El culpable eres t. Pero las dos caras de esa moneda pueden buscar la
misma finalidad. El truco y la estrategia son similares y consisten en mantener un
hilo con el otro a cualquier precio.
Detrs de todo reproche hay una advertencia, la intencin soterrada de dar
una especie de leccin: Esto no me lo vas a hacer nunca ms. Cuando una
relacinha terminado de verdad, no hay advertencia ni reclamo que valga.
Mientras haya moraleja, hay esperanza.
Lo cierto es que cuando una relacin termina, cada una de las partes debera
cargar con el peso de sus propios errores. Los reproches, el enfado, la pelea, el
echar en cara: Lo que me hiciste, lo que no me hiciste, lo que prometiste y no
fuiste capaz de cumplir, las mentiras, el desamor, el mal amor son una parte
imprescindible de las despedidas. Al menos por un tiempo, el enfado toma el
relevo del dolor. Esto no consuela, pero, para qu negarlo?, alivia mucho, pone las
cosas en su sitio y reemplaza a la justicia divina que a veces es tan distrada.
Tambin el reproche tiene su cara y su cruz. Por una parte est el reproche
que sirve para tenderle un puente de plata al enemigo. Ese que se formula para que
el otro se vaya muy, pero que muy lejos, y desaparezca para siempre con su parte
de culpa, con su trozo de responsabilidad en el fracaso, con sus errores.
Hay en cambio otro tipo de reproche que slo busca dar pena, lo utilizan
aquellos que se quedan adheridos al reproche intentando sujetar al otro a travs
del hilo de una deuda. El objetivo de esa deuda es retener al otro, mantenerlo
imaginariamente secuestrado bajo el peso de ese compromiso, de manera que esa
deuda ser impagable por definicin.
Volvamos con Sara, que slo tuvo por despedida el silencio de Javier. Ella
saba que si llamaba para reprocharle y echarle en cara su maltrato como haba
hecho tantas otras veces, sera como volver a abrir las puertas de un reencuentro:
Cmo pudiste, eso no fue lo que quise decir, esto no te lo voy a tolerar, me
has malinterpretado; tambin de una reconciliacin: Te echo muchsimo de
menos, necesito verte, no volver a ocurrir y de un futuro previsible: dos o
tres semanas de gloria y un infierno infinito. De manera que, esta vez, con

muchsimo esfuerzo, Sara sac bien las cuentas y eligi conformarse con sumar a
su dolor toda la rabia de no poder poner a Javier en su lugar.

No llamar y punto!

Como con cualquier problema de adiccin, se necesita estar convencido de


que se quiere abandonar la droga en la que se llega a convertir un mal amor. Hacen
falta una gran determinacin y mucha voluntad.
Ya conocemos a Sara, abanderada de los pecados de intermitencia y de
adiccin, que pas aos enganchada a Javier. Sabemos lo mucho que sufri junto a
l, sabemos lo difcil que fue para ella caer en la cuenta de la pattica realidad en
que viva. Sabemos tambin que la relacin termin gracias a que Sara no volvi a
llamarle. Nunca jams volvi a llamar!
Ese no llamar y punto, que se dice tan pronto y que parece fcil, fue un
verdadero calvario para ella. No llamar en absoluto, bajo ningn concepto, ni
para reclamar, ni para despedirse, ni para interesarse por su salud, ni para pedir
que le devolviera sus cosas, ni para exigir explicaciones. No volver a beber una gota
ms de Javier. Sencillamente no llamar, a secas, fue el nico remedio eficaz que
termin por curar los males de Sara. Llevar a cabo el tratamiento de abstinencia le
cost un esfuerzo enorme.
Como suele suceder en estos casos, cada maana, cada atardecer, Sara reuna
tres o cuatro argumentos impecables que, en condiciones normales, la obligaran
a marcar aquel telfono que haba borrado de su mvil y de su agenda, pero que
tena tatuado en la piel, como si fuera el nmero de identificacin del prisionero de
un campo de concentracin. Sin embargo, como estaba dispuesta a no llamar y
punto, cada maana, cada atardecer, Sara se teja trenzas de dedos en las manos
para no marcar ese nmero. A cambio, coma, lea, llamaba a alguna amiga, iba al
cine o trabajaba como una posesa. Se iba de compras o, con esos mismos dedos,

destejidos, haca algo ms placentero para ella, siempre a cambio de. Lo cierto
es que por muchas alternativas que encontrara, ninguna la consolaba.
Pero el tiempo fue transcurriendo y Sara, heroica, admirable, consigui no
llamar y punto. Gracias al paso del tiempo, aliado insustituible, Sara se levant
una maana y descubri que llevaba dos o tres das sin pensar en Javier entonces
volvi a recordarlo con dolor, ininterrumpidamente, hasta que otra noche, sin darse
cuenta, se escuch rer a carcajadas entre amigos, sin Javier, sin su sombra. Su
carcajada se convirti en una sonrisa satisfecha de estar orgullosa de s misma. As,
volva a echarlo de menos por oleadas. Un poco ms por las noches, pero siempre
un poco menos cada vez. Hasta que pudo sacarlo no slo de su vida sino de su
pensamiento. La ltima vez que habl con ella, haba vuelto a rerse a carcajadas, y
esta vez de un chiste ms que tonto de un compaero de despacho que segn ella
le haca gracia.

Orden de alejamiento

Lola, otra paciente que atravesaba un calvario de idas y venidas, de


reencuentros, peleas y reconciliaciones parecido al de Sara, dijo en una sesin algo
que me pareci muy interesante:

Ahora entiendo que exista la orden de alejamiento, porque yo no soy capaz


de no responder el telfono. Yo puedo hacer un enorme esfuerzo y no llamarle,
pero si el telfono suena, me da un vuelco el corazn y respondo. Me gustara que
alguien me pusiera a m una orden de alejamiento y otra a Luis, que nos
prohibieran llamarnos, que el telfono nos explotara en la oreja si marcamos el
nmero prohibido.

Guard silencio unos momentos y agreg:

Tambin entiendo a las mujeres maltratadas que retiran


la orden de alejamiento. Creo que si pasaran dos semanas sin saber nada de
Luis, yo tambin la retirara

Y continu:

S muy bien que el sentido de la orden de alejamiento consiste en que la ley


proteja a la vctima del verdugo. Cuando me identifico con ellas, entiendo que a las

mujeres maltratadas les falte la voluntad para mantenerse apartadas de sus


maltratadores. Ya s que su caso es diferente, ellas adems tienen miedo, estn
aterrorizadas, pero a veces me pregunto si a pesar de todo no seguirn, como yo,
enamoradas en secreto de su monstruo. Entonces me pregunto: cmo podra una
ley proteger a una mujer de sus propios deseos, cmo podra protegerla de s
misma?

El horror de las mujeres maltratadas es todo un mundo delicado y doloroso


en el que ahora no vamos a entrar. En los casos que nos ocupan de mujeres
malqueridas, cada cual tendr que echar mano de su propio juez interior para
dictar la orden de alejamiento que considere oportuna y decidir qu llamada hace
y qu llamada no, a qu llamada responde y a qu llamada no. No parece que sea
una decisin muy fcil de tomar.

El diablo o el demonio?

Todos contamos con una cierta manera de dirigirnos a nosotros mismos, con
una voz que resuena en nuestro interior como si fuera la voz de un juez. A veces
ese juez se comporta como un fiscal implacable que slo sabe acusar y reprochar.
Otras, toma la forma de un viejo amigo carioso y protector que nos defiende de
nosotros mismos y nos ayuda a poner las cosas en su sitio, y, en casos extremos,
parece que el juez est de vacaciones indefinidas y no hay ley.
Cuando nos referimos a una mujer que intenta desesperadamente
desprenderse de una relacin, y que con la misma intensidad desea mantener
aunque slo sea un hilo con el otro, es difcil saber qu juez habla cuando algo por
dentro le dice: No respondas el telfono, No le llames ms, o por el contrario la
anima: Atiende, a lo mejor le pasa algo, Llmale, total, la vida es muy corta.
Cuando Sara pona todo su empeo en su poltica de no llamar y punto a
Javier, me contaba en las sesiones lo mucho que le costaba decidir qu era lo que
realmente era bueno para ella y qu era lo que le haca dao. Un da intentaba
explicarme la lucha que se libraba en su interior y tuvo un lapsus muy revelador:
Siento que me pasa como en los dibujos animados, por un lado tengo un
diablo que me dice una cosa y por el otro lado tengo un demonio que me dice otra.
Un diablo y un demonio? repet, consciente de que Sara no se haba
dado cuenta de lo que acababa de decir.
No, no! Quise decir un ngel y un demonio!
El lapsus de Sara, como todos los lapsus, estaba cargado de razn. Para ella
se trataba de un diablo y de un demonio, de dos malos, a cual de los dos peor
A veces el juez diablo prohbe con la intencin de proteger, sera el juez
interior que dicta la orden de alejamiento y dice: No le llames ms, recuerda lo
ltimo que te dijo, no te mereces que te traten as, no respondas a su mensaje

como si no hubiera pasado nada, lleva seis meses desaparecido sin ninguna
explicacin. Lo que pasa es que esta alternativa de no llamar, de no atender,
parece triste, es aburrida, no complace a los deseos ms inmediatos de la
interesada, que correra al telfono. Visto as, este diablo parece un juez soso y
antiptico que no la quiere ver disfrutar del amor verdadero sino castigarla en un
rincn solitario.
En cambio, el otro juez, el demonio, es mucho ms comprensivo y
complaciente con ella y levanta la orden de alejamiento y le dice: Llmale otra vez,
total, qu ms da otra llamada, otro encuentro, si te apetece, no te prives,
tampoco lo que te hizo fue para tanto seguro que te hizo dao sin darse cuenta,
no seas egosta, piensa en l, a lo mejor le est pasando algo.
Ambas alternativas hacen sufrir por distintas razones. A quin atender?
Cul de los dos ser peor? No parece que haya una salida clara, porque lo que a
ella le conviene est por un lado y lo que en realidad desea est muy alejado y
mirando en direccin contraria, aunque sepa que es una alternativa que le hara
muchsimo dao. Como dijo Lola: Cmo podra una ley proteger a una mujer de
sus propios deseos, cmo podra protegerla de s misma?.

17
La habitacin del duelo

Pues todo dolor al que uno se abandona,


acaba por convertirse en serenidad.

Marguerite Yourcenar

La esperanza

Cuando alguien muere, sea por la causa que fuere, hay un ritual de
despedida, hay un funeral, una incineracin, un entierro y en el dolor de ese
entierro se cierra un ciclo y se empieza un duelo. Quedan la pena y la impotencia
ante una prdida que es siempre prematura. Pero el tiempo pasa y esa herida
abierta, en algn momento, se empieza a convertir en cicatriz.
Cuando, en vez de un muerto y un entierro, hay alguien que se ha perdido y
a quien se da por desaparecido, la esperanza de encontrarle con vida sigue viva y,
en la imaginacin del familiar, la vida de esa persona depende de su fe, de su
confianza en que siga vivo en algn lugar de la tierra. Por eso la familia no puede
permitirse el lujo ni de dejar de pensar en l, ni de llorarlo. La esperanza sigue all,
gangrenada, enfermando a quien la porta, impidiendo que el duelo haga su
trabajo, que es un trabajo ingrato pero sanador.
Algo muy similar ocurre con el final de algunas parejas. A pesar de ser
relaciones en las que nada queda por intentar ni nada por recuperar, hay mujeres
que se resisten a abandonar la esperanza de una posible reconciliacin. No son
capaces de situar la relacin en el territorio de las relaciones muertas, a las que hay
que enterrar, de las que hay que despedirse para siempre, por las que hay que
guardar luto y llorar a gritos y a sollozos; sino que la mantienen en una ambigua
situacin de relacin desaparecida, que en el momento ms inesperado habr de
reaparecer, por la que merece la pena esperar lo imposible y por la que se sigue
esperando en silencio durante aos con muchsima paciencia y mucha fe. Quienes
estn infectadas por el virus de la esperanza, toman cualquier signo, por equvoco
que sea, como una confirmacin del cumplimiento de sus expectativas.
Por supuesto que la esperanza no slo es perniciosa. Ante el final de una
relacin, es necesario concederle una mnima esperanza al corazn para que pueda
seguir con vida. En un primer momento slo se puede sobrevivir al dolor de una
ruptura gracias a la ilusin, aunque sea muy lejana, de que en el futuro las cosas
sern como tienen que ser: El prncipe regresar para quedarse y volveremos a

comer perdices. La necesidad de negar la realidad representada por la esperanza,


hace las veces de primeros auxilios y es lo que permite garantizar las actividades
vitales bsicas. Nos conformamos con apenas respirar, a pesar de ese dolor intenso
que oprime el pecho como si el peso de un gigante lo aplastara.
As que la esperanza, s, en algunos momentos cumple una funcin; pero, de
nuevo, como en el amor, como en el gazpacho, todo es cuestin de cantidades. Una
dosis moderada de esperanza est bien, un exceso es un enorme disparate que lo
nico que hace es provocar una enfermedad. De manera que, mantener por un
tiempo viva la esperanza, no slo es normal sino inevitable. El problema aparece
cuando esa esperanza se prolonga indefinidamente y lleva a menospreciar la
realidad, es entonces cuando el remedio se torna venenoso.

Ellas hablan

Ya s que es una locura, pero yo sigo deseando estar con l, no pierdo la


esperanza.
Me cuesta mucho aceptar que esto se ha terminado. Todava me pillo
pensando que tal vez alguna vez ms adelante nos podamos encontrar de
otra manera.
Tengo miedo de perderlo, aunque ya s que est perdido. Pero no me entra
en la cabeza que est con otra. Ya s que es una estupidez, pero yo todava tengo
esperanzas de que algn da vuelva conmigo.
A pesar del tiempo que ha pasado desde que lo dejamos, todava me
sorprendo a m misma imaginando que me llama otra vez, que me busca, que me
pide perdn, que le perdono, debo ser una idiota.

Esto decan algunas mujeres mucho tiempo despus de haber terminado


relaciones aciagas a las que se mantenan esposadas a travs de la cadena de la
esperanza.
La esperanza no es slo lo ltimo que se pierde sino lo primero de lo que se
echa mano para no enfrentar una prdida, y la prdida, ya lo sabemos, es la
realidad dolorosa por excelencia. La ilusin de que las cosas no son en verdad tan
horribles como parecen, o que pueden cambiar, es un recurso mental de primera
necesidad que cumple una funcin muy importante. Ante una muerte, por
ejemplo, cuando alguien dice esto no puede ser verdad, se est concediendo a s
mismo un tiempo precioso hasta poder asumir una situacin que es incapaz de
digerir de un solo trago. En este caso la esperanza est al servicio del duelo. El
problema es que hay algunos que se aferran a la esperanza y no pasan jams por el
mal trago.

Con la intencin de insuflarle vida a la esperanza, la mayora de las mujeres


malqueridas desarrolla una especie de Alzheimer transitorio y selectivo. Slo
tienen acceso a la memoria remota, recuerdan los primeros momentos del
enamoramiento, la pasin y la complicidad. En cambio los acontecimientos ms
recientes, el sufrimiento, las infidelidades, el poqusimo inters que l mostraba
por ella o por sus cosas o incluso el aburrimiento, se olvidan casi por completo.
Con qu facilidad se olvida lo malo!, me deca una paciente que
inexplicablemente pensaba con nostalgia en su ex marido.
Recuerdo a una amiga que se haba separado de su pareja haca poco tiempo
y me deca: No te imaginas cmo le echo de menos los fines de semana!.
Cules son los fines de semana que echas de menos? le pregunt.
Aqullos en los que l empezaba a beber desde el viernes y no paraba hasta el
domingo? Los que pasaba con los amigos y se olvidaba de ti? O los otros en los
que haba que ir a comer con su madre quisieras o no quisieras?.
Mis palabras eran slo el eco de algunas de sus propias quejas, de esas que
tantas veces haba comentado entre amigas y por las que haba decidido separarse.
Mi amiga haba realizado una delicada intervencin quirrgica en su memoria,
una especie de lifting destinado a embellecer una relacin que era horrible.
El problema con la esperanza es que, por muy escondida que se tenga, su
veneno ocupa un espacio psquico inmenso que no deja lugar ni para el duelo ni
para que se propicie una nueva relacin.

La habitacin del duelo

Laura lleg a mi consulta a raz de un divorcio muy traumtico. De un da


para otro, sin ningn tipo de seal que ella pudiera identificar, su marido, despus
de catorce aos de feliz matrimonio, se haba ido a vivir con otra mujer. Durante
los primero meses de tratamiento, anestesiada por la perplejidad, ni siquiera poda
sentir dolor. Pero el dolor lleg y Laura atraves un periodo de un sufrimiento
indescriptible. En una sesin me explic, a travs de una metfora grfica y
brillante, la relacin que ella mantena con sus recuerdos, la necesidad que tena de
pasar pgina, y la pena que esta situacin le supona:

Es como si todos los recuerdos de mi relacin con Ivn estuvieran en una


habitacin. l ya se ha ido, l ya no est, y yo estoy sola en esa habitacin
contemplndolo todo. De pronto me pongo de pie y empiezo a recoger la
habitacin y a poner las cosas en su sitio. Me duele estar en esa habitacin, prefiero
irme; pero tambin me duele irme. Es como si cometiera una traicin. Yo misma no
me puedo creer que no voy a estar siempre all, que no voy a quererle siempre.
Qu otra cosa poda hacer sino quererle siempre? Y, sin embargo, qu otra cosa
puedo hacer ahora sino irme?

Laura finalmente pudo entrar en la habitacin del duelo y salir de ella. La


habitacin del duelo es la ltima parada antes de despedirse de ese ser que se ha
ido. All estn todos los recuerdos, los buenos y los malos y no est de ms hacer
orden y poner las cosas en su sitio. Ni todo fue maravilloso, ni todo fue un
horror. Todo eso forma parte de la propia vida y habr cosas que ser mejor
desechar y cosas que valdr la pena conservar.
Estar en esa habitacin no es fcil. Como hemos visto, hay quienes se resisten
con uas y dientes a entrar all. Se pasean ante su puerta hacindose los distrados

y mirando a otro lado, recorren kilmetros en direccin contraria aunque su


carrera sea dolorosa e intil. stas prefieren todo tipo de torturas antes que
adentrarse en el dolor rido del duelo. Estn dispuestas a pagar precios altsimos, a
veces incluso la vida, con tal de no entrar en esa habitacin del duelo y despedirse
de lo que no ha podido ser. Estas personas necesitan ayuda profesional.
Otras van a atreverse a entrar o van a verse arrojadas en su interior. Y a pesar
de su valor para entrar, no van a tener valor para salir. Son quienes se aferran a
cada uno de los objetos, de los recuerdos que pueblan esa habitacin y creen que su
sola presencia podr resucitarlas y hacer que todo vuelva a ser como fue. stas son
las que sienten que estn cometiendo una traicin si abandonan la habitacin y
creen que son ellas las responsables de que todo haya terminado si se van. El
diagnstico de duelo patolgico se aplica para estas personas que no son capaces
de salir de esa habitacin en un tiempo razonable. Tambin ellas van a necesitar
ayuda profesional y mucho apoyo de amigas y familiares.
Por suerte, hay muchas a quienes les ocurre lo que a Laura. Se atreven a
entrar en la habitacin, permanecen en ella, lloran, sufren, reprochan, extraan,
reconocen sus propios errores, recuerdan, ponen orden y salen de la habitacin con
la cabeza un poco gacha pero habiendo aprendido algo de su propia experiencia
que les puede servir para el futuro.
Porque en algn momento, s, hay que salir de esa habitacin. Yo no dira
que haya que salir dando un portazo, porque tambin esa habitacin y sus
contenidos conforman lo que somos. Somos lo que hemos vivido, lo que gozamos,
lo que sufrimos y todo eso merece nuestro respeto. Pero, en todo caso, una vez
afuera, hay que asegurarse de que la puerta quede bien cerrada.
La habitacin del duelo no slo acoge a quienes sufren por un amor perdido,
sino por cualquier prdida significativa: un ser querido, el pas de origen, una
amistad importante

Los recuerdos

La memoria no es una compaera imparcial en los tiempos de duelo. Nos


recuerda una y otra vez lo que hubo, lo que pudo haber sido y no fue, lo que
tuvimos y perdimos. Nos recuerda mucho ms fcilmente lo que perdimos que
aquello de lo que nos libramos. Como ocurre en casi todas las despedidas, durante
por lo menos el primer ao de ausencia, la vida se convierte en un recordatorio
permanente. Todo lo que ocurre alrededor se comporta como un enorme lazo en el
dedo ndice que obliga a revivir situaciones pasadas. Un pasado que todava est
demasiado crudo como para llamarlo recuerdo. Hasta la vida cotidiana parece
diseada para meter el dedo en la llaga y causar dolor. Da igual si se trata del fin
de semana, que de un lunes o de los mircoles, de los das de lluvia o de las tardes
de sol. La ciudad entera parece cubierta de post-it que obligan a recordar cmo
fueron las cosas, y cmo deberan seguir siendo si la relacin no hubiera
terminado. En este caf, en este restaurante, en su casa, en la ma, en el
sof, en nuestra habitacin.... Quien atraviesa el duelo conoce de memoria los
pasos, las rutinas, los gestos, los gustos del ser perdido. Todava conserva respecto
a l un conocimiento enciclopdico que le resulta completamente intil ahora que
l ya no est. De qu le sirve a una mujer saber con precisin que para su dios el
peridico de los domingos es sagrado, que prefiere la tortilla poco hecha o que el
caf lo toma siempre con hielo?
Cuando una relacin termina, lo cotidiano se transforma en algo ajeno. La
rutina se queda hueca, porque todas las actividades que antes se compartan ahora
quedan lisiadas, incompletas, y es preciso inventarse una vida nueva. Por un
tiempo, quien antes caminaba con dos piernas, slo tiene disponible una pierna y
un bastn; ese bastn son los recuerdos. Mientras se consigue regenerar la propia
pierna y volver a caminar con los pies bien puestos sobre la tierra, los recuerdos
sirven para llenar ese vaco que no slo es psicolgico sino concreto. Los recuerdos
son una compaa agridulce para esos momentos de duelo y soledad.
Respecto a los recuerdos, a veces no se sabe muy bien qu actitud tomar.
Ser mejor gastar los recuerdos?, regodearse? abusar de ellos hasta desgastarlos

de tanto usarlos? O ser preferible ignorarlos y esperar a que el tiempo los destia
y les quite su sabor y su olor por la falta de uso? En fin, la pregunta vendra a ser
algo as como: los recuerdos, retrasan el duelo o lo favorecen? Recordar, es vivir?,
o es morir?
Recordar es inevitable y olvidar, ser capaz de olvidar al final de ese tnel, es
una bendicin. Con la memoria no se puede jugar, ms bien es ella la que juega con
nosotros y nos esconde cosas o nos impone sus recuerdos cuando, como y donde le
parece. La memoria es traicionera y suele aprovecharse de nuestros descuidos para
colarse en los detalles ms insignificantes, lo mismo ante un semforo a plena luz
del da, que en medio de una conversacin intrascendente. Creo que pelearse con la
memoria es una guerra intil, perdida de antemano. Es mejor dejarse llevar y
utilizar los recuerdos para olvidar.

Tnel o pozo?

El duelo es un dolor que slo se cura dolindose de l, es una enfermedad


que necesita reposo y convalecencia. El duelo por un amor es un tnel que, ms
tarde o ms temprano, se atraviesa. Durante el trayecto, parece un pozo sin fondo y
mientras se cae, da la sensacin de que para volver a respirar no tenemos otro
camino que horadar la tierra con los dientes, comer tierra, hasta sacar la cabeza en
las antpodas.
Ya sea real, ya sea imaginaria, esa impresin de caer y caer y precipitarse en
el abismo reproduce una vivencia infantil muy primitiva. Perder el regazo de la
madre, abandonar la contencin de su interior, nacer, significa verse expuesto a la
inmensidad del espacio abierto, y produce una sensacin muy parecida a la que
tendremos que soportar muchos aos despus, cuando una relacin de amor toque
a su fin, cuando un ser querido falte y nos veamos desasistidos y obligados a
empezar una nueva vida sin ese asidero.
En el pozo oscuro del duelo habita la desesperanza. Mientras se est all no
se tienen ganas de nada. El problema es que algunas pierden incluso las ganas de
salir de ese pozo. En los momentos ms difciles se tiene la impresin de que la
vida ha quedado atrs, de que todo lo bueno ya ha ocurrido y que delante slo
esperan la nostalgia, el vaco y la pena. Para qu continuar entonces, si as va a ser
el futuro? Hasta la higiene y el cuidado personal pierden sentido. Para qu, si ya
no hay vida?
Algunas de las mujeres que he tenido ocasin de acompaar durante estos
trances han dicho cosas como stas:

Llevo ms de tres meses sin depilarme, para qu?, para quin? Cuando me
ducho, mi cuerpo me parece intil. De qu me sirve ese cuerpo que l no va a
volver a tocar? Me da igual engordar, total, cuidarme para qu?, para quin?

Qu voy a hacer yo sola? Y si no me vuelvo a enamorar? Tengo miedo. Me


miro al espejo y no me gusto. Quiero que llegue el da en que pueda volver a salir a
la calle con la cabeza en alto. Pero hoy no slo veo imposible el salir, sino que ni
siquiera me apetece.

Mientras se atraviesa la habitacin del duelo, hasta los gestos ms cotidianos


pierden sentido, nada tiene una razn de ser. Pero de esto se sale. En algn
momento, el pozo recobra su posicin horizontal y vuelve a ser un tnel. El vaco
deja de ser vaco y se transforma otra vez en tierra firme, y al fondo, todava al
fondo, pero al alcance de la mano, estn el aire, la vida y la luz.
Lo peor ya ha pasado. Recobrar la sensacin de que se tiene toda la vida
por delante, de que lo mejor de la vida est an por llegar, es un signo inequvoco
de recuperacin.

Recuperacin

Le parecer una tontera, pero me alegro de haber pasado por todo esto. Al
final, venir aqu no slo me ha servido para superar lo de Andrs, sino que ahora
me valoro ms, me importo ms a m misma, me conozco mejor. Soy diferente, o
por lo menos ahora s cmo soy.

Las peores crisis que se atraviesan en la vida suelen tener ese efecto posterior
de crecimiento. Tengo una amiga que insiste en decir que ella no quiere seguir
creciendo, dice que ella ya est muy mayor para aprender ms cosas de la vida,
y siempre se pregunta por qu la vida no dictar cursos por correspondencia, con
los que se pueda aprender lo mismo, pero sin sufrir tanto. Tiene razn mi amiga, es
un agobio que el crecimiento est casi siempre ligado al sufrimiento, pero parece
que no hay alternativa.
Es cierto que una cierta experiencia de sufrimiento es inevitable en el
proceso de aprendizaje, esto no tiene nada que ver con justificar determinados
comportamientos violentos o de maltrato que generan sufrimiento como una forma
de pedagoga. Hay tropiezos que, en s mismos, no tienen nada que ensear. Pasar
por una situacin de maltrato no sirve ni favorece a una persona en ningn
sentido. No sirve para madurar ni para aprender, sino para complicar y dificultar
cualquier proceso de maduracin o aprendizaje, ya sea natural ya sea a travs de
una terapia. Mi paciente que se alegraba de haber venido a tratamiento no se
alegraba de haber pasado por la situacin de menosprecio que haba vivido junto a
su pareja, sino de haber podido salir de esa situacin, de conocerse mejor y ser ms
duea de s misma.
En todo caso, despus de un tiempo, tal vez de mucho tiempo, se puede
llegar a descubrir con alivio que ha sido una suerte haber podido desprenderse de
una relacin que sobre todo haca sufrir. El duelo deja paso al alivio, el alivio deja
paso a una especie de nostalgia serena respecto al pasado y sta a una vida llena de

proyectos para el futuro.


Uno de los efectos ms perniciosos de estas relaciones destructivas consiste
en que la mujer implicada parece que no tiene otra vida, ni otro tema de
conversacin, ni otros intereses que aquello que le dijo, aquello que le hizo o no le
hizo, su pobre dios. Volver a ser capaz de mirar en diferentes direcciones tambin
es un signo de mejora, denota que se empieza a vislumbrar una salida al encierro
que esa relacin supona.
As lo expresaba una de mis pacientes en los inicios de su vuelta a la vida:

Cada vez disfruto ms con mis amigas. Me doy cuenta de que ya no las
llamo slo para llorar mis penas, sino tambin para nada en especial. Tengo mucha
suerte porque son divertidas y me ro mucho con ellas. La verdad es que son un
encanto.

Con palabras parecidas, otra de ellas deca:

Ahora puedo escuchar lo que me cuentan mis amigas y eso tambin me


ayuda a tomar distancia. No soy yo la nica a la que le pasan cosas. Ya han dejado
de ser una va de escape y han vuelto a ser mis amigas.

Las amigas, de nuevo, son una pieza fundamental en el proceso de


recuperacin y vuelven a servir de termmetro, para medirlo. Cuando una mujer
puede dejar de mirar su propio ombligo encharcado en llanto y es capaz de
advertir la lgrima que corre por la mejilla de su amiga, podemos estar seguras de
que la reconstruccin personal est avanzando por buen camino.

Miedo al siguiente

En este punto la mujer empieza a poder concebir la posibilidad de una


nueva relacin, otro ciclo est llamado a cerrarse. En la medida en la que ella haya
comprendido el papel que represent en el fracaso anterior es muy posible que no
permita que el ciclo y el sufrimiento se repitan, y que se d a s misma la
oportunidad de una relacin ms placentera. En cambio, si ha atravesado a ciegas
el calvario de una relacin destructiva, es muy probable que a la vuelta de la
esquina se tope con otro gato muy parecido al anterior y que la mala experiencia
se repita. Discriminar a cul de los dos grupos se pertenece es una preocupacin
muy frecuente en quienes han buscado ayuda para superar los estragos de una
relacin desastrosa. Repetir la historia o ser capaz de relacionarme de otra
forma?
Ellas lo cuentan as:

Veo las cosas de otra manera, me doy cuenta de lo mucho que he cambiado.
Hoy me parecera una locura embarcarme otra vez en una relacin como sa. Me
parece que ya estoy curada de Ivn, y de cualquier otro Ivn que se me acerque.

Ver las cosas de otra manera supone colocarse en una posicin diferente,
abandonar el lugar de madre-sierva que se haba ocupado hasta el momento y
apostar por otro tipo de relacin. Sanar las heridas que deja un amor retorcido es
imprescindible para pensar en otra aventura amorosa, pero no es suficiente con
curarse de un cierto Ivn, es preciso estar vacunada contra cualquier otro Ivn
que pueda presentarse en el camino. La verdadera curacin no atae slo al
pasado sino que tiene que demostrarse en el futuro.

Ya s que con Juan no funcion. Funcionar con alguien? Me gustara


conocer a alguien, casarme, formar una familia, pero la idea de que me pase otra
vez lo mismo me asusta.

sta es una duda inevitable con la que conviven muchas mujeres despus de
haberse recuperado del mal trago de una relacin desastrosa. Hay una herida que
todava reacciona con dolor al ms mnimo roce. La desconfianza toma el mando y
la mujer no se atreve a confiar ni en otro hombre ni en s misma. Yo, como
terapeuta, puedo saber que no todos los hombres son iguales y que ella tampoco es
la misma que empez el tratamiento aos atrs. Ella, en alguna parte, tambin lo
sabe, sin embargo el susto no se disipa con facilidad. Su deseo de formar una
pareja y una familia tendr que luchar contra esa duda hasta vencerla.

Visto desde aqu, me parece evidente que no me puede volver a pasar, el


problema es que cuando uno est dentro de la situacin no puede ver nada claro.
Quin me iba a decir a m, con el carcter que he tenido siempre, que me iba a
dejar avasallar por un hombre de esa manera?

En efecto, cuando se ven los toros desde la barrera, es muy fcil asegurar:
A m nunca me pasara nada parecido!, yo no soy de sas!, yo sabra
hacerme respetar, o yo no me dejara engaar de esa manera.
Sin embargo, es muy diferente estar enamorada hasta los tutanos e
implicada en una relacin apasionada y destructiva de esas que prometen una
felicidad que nunca llega. A nadie, en su sano juicio, se le ocurrira apostar, en fro,
por una relacin como las que hemos descrito en estas pginas. Nadie, en su sano
juicio, elegira conscientemente algo as para s misma, sin embargo, todo cambia
cuando se impone la pasin, entonces el juicio de realidad se nubla y se empieza a
ver todo borroso. Se cometen todo tipo de pecados a diestra y siniestra y sin
saberlo. Se invierte a ciegas en una relacin que slo aporta sufrimiento y no es
fcil encontrar el camino de vuelta. Para cuando la interesada quiere darse cuenta
ya no es cosa de dar un paso atrs y punto. Ya es tarde, est comprometida, est
atrapada. Y quin le hubiera dicho! a cualquiera de ellas que estara alguna vez
enamorada de un hombre que la quera tan mal; quin le hubiera dicho a esa mujer

tan segura de s misma que iba a confiar a ciegas en un mentiroso compulsivo;


quin le hubiera dicho que a ella, tan sabia y tan autnoma, la podan estafar
afectivamente de esa manera, durante tantos aos. Nadie se mete en estas
situaciones deliberadamente, y el solo hecho de caer en la cuenta de que se est
dentro, es un paso de gigantes. Salir es otra historia, pero lo primero es darse
cuenta.

Me ha dejado tocada, dbil, insegura. Y no me refiero a la pena y a todo eso,


sino a que como mujer no me siento capaz de hacer que un hombre se enamore de
m. Supongo que ser cuestin de tiempo.

Aquella que se quera mal a s misma, que se quera torcido por exceso,
aquella que se crea capaz de todas las proezas, hoy sale de la contienda derrotada.
Algn hombre podr enamorarse de una mujer frgil y sin capita, de una mujer
normal y no de la supermujer que ella haba sido hasta el momento? Algn
hombre aceptar el compromiso de igual a igual? Ella podr comprometerse de
igual a igual, o seguir necesitando llevar la batuta de la esclavitud?

Me siento diferente, como si estuviera otra vez dispuesta a recibir a un


hombre en mi casa, en mi vida. Ya no como un felpudo (t pisa que no duele),
sino como una mujer. Es poco estar dispuesta a recibirlo? Es mucho pedir,
esperar a que venga?

El trayecto recorrido desde el felpudo a la mujer no se hace de un da


para otro, pero cranme, vale la pena! Estar dispuesta a recibir a un hombre
despus de un fracaso sentimental es un gran paso, sobre todo si se le espera con
otra disposicin. Y s, hay que tener confianza en que vendr.
Todas estas palabras las he escuchado en mi consulta de boca de esas
mujeres que han llenado con sus historias este libro. Todas ellas salieron airosas de
la situacin. La mayora de ellas tiene otra pareja y de momento los peores
errores no se han vuelto a cometer. Todas estn satisfechas de haber pedido ayuda

y la ayuda no se ha limitado al terreno de la pareja. Algunas necesitaron ms


tiempo que otras, pero todas ellas encontraron el camino de regreso a s mismas, a
su independencia interior y a una vida mucho ms digna y placentera.

Despedida

Cuando acept el reto de escribir este libro nunca me imagin las


dificultades que me esperaban. Qu hace una psicoanalista como yo, escribiendo
un libro como ste?, es una pregunta que me ha asaltado en un montn de
ocasiones mientras escriba estas pginas. Los libros de autoayuda dan consejos, los
psicoanalistas no; los libros de autoayuda se ocupan del presente y del futuro del
lector, el psicoanlisis se inmiscuye necesariamente en el pasado. El libro de
autoayuda no necesita saber nada del que lo lleva y lo trae entre sus manos, el
psicoanalista depende de las palabras del paciente para poder ayudarle. En los
libros de autoayuda se llama al pan, pan, y al vino, vino, sin titubeos; en
psicoanlisis, en cambio, un paciente necesita de muchos meses de divn para
escuchar y comprender algunos de los panes y algunos de los vinos que le
conciernen, sin que se le corte la digestin. Visto lo visto, pareca que las dos tareas
eran incompatibles.
Diferenciar entre paciente y lector ha sido la primera tarea a la que he tenido
que enfrentarme. La intimidad de la consulta, la estrecha relacin que se establece
entre paciente y analista, permite decir cosas muy duras al paciente y que ste
pueda aceptarlas sin excesivo dolor, comprenderlas, digerirlas y utilizarlas a su
favor. Entre otras cosas, porque son las palabras del propio paciente las que han
salido de su boca, con frecuencia sin que l mismo se haya dado cuenta, hasta que
se le hace reparar en ellas. Un lector merece el mismo cuidado y el mismo respeto
que un paciente, pero su anonimato hace difcil medir hasta dnde es capaz de
escuchar, o hasta dnde est dispuesto a saber sobre su propia participacin en su

sufrimiento, sobre su posibilidad de autonoma. Un paciente que se topa con algo


doloroso en una sesin sabe que muy pronto tendr otra sesin para hablar del
tema, para desmenuzarlo y digerirlo mejor. Un lector no necesariamente cuenta con
la contencin de esa red tan tranquilizadora. Ha sido un desafo encontrar una
distancia apropiada con el lector.
He intentado mantenerme en todo momento cerca del lector, cuidarle,
hacerle saber que estoy de su parte, sin abandonar mis conocimientos
psicoanalticos ni frivolizar con mis convicciones.
No ha sido nada fcil, pero confo en haber conseguido conjugar ambas
cosas. En todo caso, espero que este libro le haya servido de compaa.
Probablemente, ms de una vez ha podido reconocer cosas que le ocurren en sus
relaciones de pareja. Puede que algunas de estas pginas le hayan sorprendido
porque ataen a aspectos de su vida emocional que le son desconocidos, que le
amargan reiteradamente la existencia pero los vive como ajenos, extraos a s
mismo.
El amor es maravilloso, no hay duda, considerara un verdadero fracaso que
se quedara con la idea de que tiene que protegerse del amor. Pero a veces sus
destellos no dejan ver la realidad y, sin saber ni cmo ni por qu, un da se da
cuenta de que est enredada en una relacin desastrosa, y que ese dios al que
tantos sacrificios ha ofrecido, le quiere de una manera retorcida.
Este libro ha tratado de llamar su atencin sobre la importancia de quererse
bien, de descubrir de qu pie cojea para que pueda cuidarse de s misma.
Reconocer sus limitaciones. Quitarse la capita de supermujer, doblarla con
cuidado, agradecerle lo que en su momento hizo por usted, y esconderla en un
rincn olvidado del armario!, crame, es ms rentable que vivir en un pedestal. No
confunda la piel de un beb con una barba de tres das. Al de la barba no le va a
pasar nada porque no lo llame. No se conforme con menos de lo que espera. No se
resigne, siempre hay una alternativa aunque a veces le parezca impensable.
Eche mano de sus amigas sin dudarlo pues son un apoyo inestimable.
Afrrese a todo lo que tenga a mano para salvarse y curarse de una pareja que no la
quiere bien. Pero si ha pasado por ms de una relacin de esta naturaleza, si se deja
malquerer no slo por los hombres de su vida sino tambin por sus amigas, sus
hijos o sus compaeros de trabajo, busque ayuda profesional.

Si en todas sus relaciones tiene la impresin de que da ms de lo que recibe,


si sufre ms de lo que disfruta, si est angustiada o ansiosa, si sus penas de amor
detienen su vida laboral o interrumpen su vida social, busque ayuda.
Busque ayuda profesional, porque, seguramente, hasta ahora, ha hecho todo
cuanto ha podido y no ha sido suficiente. Enfrentarse sola a esta imposibilidad es
una tarea cruel. Con frecuencia usamos todo tipo de excusas para no enterarnos de
las malas noticias, y suele suceder que la afectada es la ltima en reconocer el
psimo negocio que est haciendo con su propia vida. Busque quien le ayude a
descubrir los secretos de esa historia infantil para que dejen de gobernar su vida
a sus espaldas.
Hay quienes piensan que buscar ayuda es un signo de debilidad. No estoy
de acuerdo. Hace falta coraje, mucho coraje, para mirarse en el espejo de aumento
que ofrece el anlisis. Pero no hay que asustarse, en ese espejo no slo se descubren
las lneas de expresin y las patas de gallo, tambin salen a la luz esa sonrisa
esplndida que haba estado escondida y ese rostro despejado, amable, que saca el
mejor partido de sus virtudes y convive de la mejor manera con sus
imperfecciones.
Busque ayuda, porque no es verdad que el tiempo lo cure todo. Y
seguramente hay un nudo muy atado, mal atado, que el tiempo, por s solo, no
podr desatar Y, encima, ese mismo tiempo no har ms que pasar y pasar y un
buen da descubrir que se ha ido sin avisarle. Piense que desde la primera pgina
de este mapa que hemos trazado, el norte es usted. Lo ms importante es que al
final de todo este proceso pueda recuperarse a s misma y contar consigo y con sus
capacidades, que recobre las riendas de su vida, la dirija lo mejor que sepa y
recupere su valiosa autonoma. Adelante!

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Nota

* No pienso mencionar las cosas que una mujer debera hacer en ayunas para
estar en forma, porque una vez lo intent y tena que levantarme cada maana dos
horas antes para completar la lista y empezar a tiempo mi jornada laboral.

Mariela Michelena Paggioli, 2007


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