La Tradición Como Reliquia: Nación y Estudios Culturales
La Tradición Como Reliquia: Nación y Estudios Culturales
La Tradición Como Reliquia: Nación y Estudios Culturales
MEMORIA, HISTORIA,
TRADICIN, 39
Post scriptum
Ma. del Carmen de la Peza Casares 249
Autores 253
El tropo de nuestro tiempo es ubicar
la cuestin de la cultura en el campo del ms all.
Homi Bhabha
Me encierran en la prosa
as como de nia
me encerraban en el bao
para tenerme quieta.
Emily Dickinson
La tradicin como reliquia
Nacin e identidad desde los estudios culturales
Mario Rufer1
Introduccin
En este trabajo analizo por qu ciertas herramientas de los estudios culturales
entendidos desde una lectura que recupera trabajos en la lnea de Raymond
Williams o Stuart Hall, y ms recientemente de Lawrence Grossberg pueden
ser fructferas para trabajar sobre los modos en que se usan polticamente cier-
tas representaciones de temporalidad y tradicin en nuestros contextos estatal-
nacionales (ms an si a esas herramientas se las complementa con las sensi-
bilidades de la crtica poscolonial). El objetivo preciso es mostrar, a partir de
ciertas bases empricas de referencia, de qu forma esos estudios culturales me
han permitido formular preguntas (y trazar estrategias metodolgicas) sobre el
rol que desempean exhibiciones de la tradicin, formulaciones de identidad y
1
Universidad Autnoma Metropolitana, Unidad Xochimilco.
2
Entrevista del autor a don Fermn, visitante del Museo Comunitario de Teotitln del
Valle, Oaxaca, julio de 2014.
[61]
NACIN Y ESTUDIOS CULTURALES
3
Si bien en este trabajo no hay en absoluto una genealoga de estudios culturales, s
pretendo poner en claro que mi lectura parte de la interlocucin con ciertos autores que no
abandonaron la variable poltica que ampar los proyectos britnico y latinoamericano, gene-
rados a ambos lados del Atlntico casi en la misma poca (vase De la Peza, 2009). Las apro-
piaciones que realiz el grueso de la academia estadounidense aunque toda generalizacin es
errnea viendo en cada gesto semitico una expresin autnoma de la cultura, terminaron por
producir el efecto inverso: las manifestaciones de la cultura podran ser formas ms o menos
generativas (de subjetividades, de textualidades, de expresiones locales) que poco tienen que
ver con las dinmicas hegemnicas y con prcticas bio y tecnopolticas de dominacin. Pero
en justicia, una excepcin destacable es el trabajo de George Ydice (2008), un autor clave y
claramente preocupado por la dimensin poltica.
4
El uso de la primera persona desde el inicio es crucial no slo como un posicionamiento
de autor sino como marca de honestidad intelectual: stas son mis preguntas, mi derrotero. No
quiero decir que los estudios culturales, tal y como los entiendo, tengan la respuesta a todas las
formulaciones de objetos empricos y analticos que exceden las fronteras de una disciplina (en
trminos de eleccin del corpus, estrategia metodolgica dominante y tcnica de escritura pro-
pia). Escribo, en todo caso, desde una experiencia particular en la eleccin de interlocutores,
en los planteamientos y en la inscripcin epistemolgico-poltica desde la teora.
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LA TRADICIN COMO RELIQUIA: NACIN E IDENTIDAD...
los sentidos del pasado hacia otras memorias, stas estn siempre en dilogo
y en tensin con las mediaciones que impone el complejo pedaggico-perfor-
mativo del Estado-nacin. Por supuesto, no estoy diciendo que las formaciones
discursivas hegemnicas agoten cualquier iniciativa de formas oposicionales de
habitar el pasado, sino ms bien que en nuestros contextos poscoloniales, como
dira ejemplarmente Dipesh Chakrabarty, la nacin se vuelve un concepto
inadecuado y a la vez indispensable para registrar las pugnas de sentido sobre
el pasado (Chakrabarty, 2000: 18 y ss).
Por qu el pasado? No podra hablar sino en primera persona. Porque me
he formado como historiador y me resulta extremamente difcil comprender
cualquier fenmeno sin su dimensin temporal. Con el tiempo he advertido,
sin embargo, que dimensin temporal no significa slo su manifestacin en
el tiempo, sino tambin su inscripcin en la temporalidad; esto es: no su desa-
rrollo en el tiempo aparentemente dado e indiviso de la continuidad, lo que co-
nocemos llanamente como pasado, sino el uso explcito de la temporalidad como
signo, como una variable sustancial para la comprensin del fenmeno. Primer
problema: a medida que fui adentrndome en este punto, comprend que la
nocin filosfica de tiempo histrico con la que opera de facto la disciplina, no
slo no era problematizada por la narrativa histrica sino que resultaba poco til
para comprender las operaciones de temporalidad en esas ceremonias, rituales y
festivales que estudiaba. All haba muchos tiempos entrelazados, abreviados
y yuxtapuestos: la comunidad que pretende ser testigo in praesentia de memorias
ancestrales; el Estado-nacin que ubica esas memorias en algn espacio de-
finido del tiempo nacional (aun desde el presente), y una clara relacin distante
entre aquel tiempo atvico como fondo inmemorial y el profundo pero discreto
y discernible pasado de la nacin en tanto Historia nacional.
Fui ampliando las lecturas: desde las nociones de historia pblica y usos del
pasado hasta las crticas poscoloniales a la historiografa como prctica; desde
la antropologa histrica y las etnografas de la cultura contempornea hasta,
por fin, los estudios culturales britnicos. A medida que eso pasaba fui com-
prendiendo ms a cabalidad lo que trabajar en este texto.
Resumir as la idea-fuerza central: por un lado, como dice Bhabha, la na-
cin fabrica su diseminacin significativa en trminos de la ambigedad irre-
soluble sobre el tiempo (la que plantea que su nico destino posible es el pro-
greso indefinido hacia un futuro donde las cosas nunca sern como antes, pero
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NACIN Y ESTUDIOS CULTURALES
5
El clebre trabajo de Ranger y Hobsbawm justamente a contrapelo de la historia y la
antropologa como disciplinas estancas fue pionero no slo en mostrar el carcter inventa-
do (en tanto que histrica y estratgicamente producido) de las tradiciones nacionales, sino
tambin en evidenciar la fuerza del imperialismo en la reparticin de caracteres nacionales
y de las formas de tradicin entre Occidente y el resto. De alguna manera, todo lo que digo
aqu es consonante con esa pionera compilacin de hace ms de tres dcadas (Ranger y Hobs-
bawm, 1983), pero con una marca crucial de los estudios culturales: la nocin de invencin
debe ser desplazada hacia las de performance, mmesis, productividad.
6
El concepto de herldica aplicado a la exhibicin del pedigree cultural se lo debo a Rita
Segato (2007). Lo trabajo ms en relacin con exhibiciones musesticas mexicanas en Rufer
(2014: 114).
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Haba entonces dos ncleos duros con los que me interesaba discutir. El
primero tena que ver con la vieja corriente de pensamiento (ya desmantelada
por los trabajos crticos de la antropologa desde los aos setenta) que consi-
dera el pasado como herldica, que propone el descubrimiento del patrimonio
ancestral como el tiempo que respalda, sostiene y potencia la definicin del
futuro nacional: lo que Roger Bartra condens en la oracin la modernidad
mexicana necesitaba del cadver cultural del indio para alimentar el mito de
la unidad nacional (Bartra, 2004: 332). El segundo frente tena que ver con la
fuerza de una corriente de pensamiento orientada a considerar la emergencia
de lo comunal-comunitario-comunalidad como una visin radicalmente sub-
terrnea, autnoma pero sobre todo innovadora desde los mundos indgenas
y, en cierta forma, mestizos, que era necesario poder ver, teorizar y explicar a
cabalidad como la otra historia nunca contada, nunca oda (Delgado, 2005;
Rivera, 2010).
En ambos bloques de anlisis hay, creo, un elemento que sale disparado
por la borda: el juego del tiempo en las articulaciones ideolgicas de la cultura. Tanto
la nocin de lo radicalmente nuevo en cuanto expresin de la temporalidad
oculta de las civilizaciones de un pasado propio transmitido de forma prstina
por mecanismos que no se habran contaminado con la accin del Estado, ni
de la escuela, ni de las pedagogas varias de la nacin como la nocin de un
pasado que es susceptible de ser exorcizado y dejado atrs, pierden de vista
que los juegos de la imaginacin con el tiempo son profundamente polticos y
responden a lgicas de articulacin hegemnica y a su contestacin. El Estado-
nacin poscolonial en sus formas de poltica pblica que toma en cuenta la
necesidad que tienen las comunidades de narrar con sus propias voces, pro-
pone la relevancia de hacer presente su tradicin viva como manifestacin
de los muchos Mxicos de hoy y de siempre, y as cambia el discurso de la
herldica por el de la reliquia.7 Sin embargo, para la historia y la antropologa
Entre comillas consigno las palabras con las que se anunci la Cumbre Tajn-Festival
7
Nacional de la Identidad Mexicana en 2011. Cumbre Tajn es un festival que se realiza cada
ao desde 2000 en la zona arqueolgica de El Tajn, parque temtico Takilhsuhut, en el estado
de Veracruz. Es co-organizado por la Direccin Integral de la Familia-Veracruz, el Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y el Instituto Nacional de Antropologa e
Historia (INAH). En 2011 la ceremonia inaugural, presidida por el gobernador del estado
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LA TRADICIN COMO RELIQUIA: NACIN E IDENTIDAD...
este punto era muy difcil de abordar desde los objetos, tcnicas y teorizaciones
cannicas de cada una.
Javier Duarte, cont con la presencia honoraria del Consejo de Sabios del pueblo totonaco.
Ese ao el INAH local anunci el primer Encuentro de los Sabios Ancestrales, con repre-
sentantes de las 14 etnias originales del estado que prepararn espiritualmente a los asistentes
para que se acerquen a la espiritualidad de los totonacas. En 2014 Cumbre Tajn recono-
cida por la Organizacin de las Naciones Unidas para la Educacin, la Ciencia y la Cultura
como el principal acto promotor de la preservacin de las culturas histricas y el patrimonio
inmaterial de Mxico recibi un reconocimiento de la Fundacin Miguel Alemn por pre-
servar la voluntad del ex presidente Alemn, y honrar y enaltecer el pasado de Mxico (El
Universal, 2014).
8
Tomo este concepto de los trabajos de David W. Cohen. Plantea este autor: Produccin
de historia como un marco de referencia que ensancha los sentidos convencionales de la his-
toria y la historiografa refiere a los modos de procesar el pasado en sociedades y contextos
histricos de todo el mundo, y a las luchas por el control de voces y textos en innumerables
espacios, las cuales animan estos procesos de conocimiento del pasado. Este campo de prctica
la produccin de historia abarca desde las convenciones y paradigmas sobre la formacin de
conocimiento y textos histricos, hasta las sociologas que organizan los proyectos y eventos
historizantes, incluyendo exhibiciones y conmemoraciones; comprende desde la estructura-
cin de formas de conservacin de registros [] hasta la confrontacin de modelos y fuer-
zas que subyacen a la interpretacin; desde la recepcin social en el manejo y la respuesta a
las presentaciones del conocimiento histrico, hasta las contenciones y luchas que evocan y
producen textos y literatura histrica. Como concepto, produccin de historia busca al mismo
tiempo evadir y tener como teln de observacin cuidadosa a los marcos de referencia y los
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to, al orden del discurso). El archivo cumple un rol crucial tanto entre aquellos
que conservan su pasado (Occidente) como entre aquellos que viven en/con
el pasado confundiendo los tiempos y sus dinmicas (el resto). En gran medida
ese a priori separ el terreno de la historia y de la antropologa clsicas, y an
sigue operando en mecanismos no explcitos.11
Opt por un dilogo con los insumos de la antropologa, disciplina que pro-
porciona ciertas herramientas insoslayables para los estudios sobre la actua-
cin del pasado y su conversin en reliquia.12 Los aportes clsicos de Turner
son cruciales para comprender de qu manera los dramas sociales en acciones
rituales precisas dotan a los procesos de una retrica, un modo de narracin
y un sentido (Turner, 1982). En cuanto a este punto, las ceremonias patrias
11
En su conocida obra Time and the Other, Johannes Fabian expuso la forma en que el
saber antropolgico espacializ el tiempo y coloc al otro habitando el pasado (Fabian,
1983: 31 y ss). La trama poltica de la modernidad posibilita que el antroplogo metropolitano
y el nativo colonial co-habiten en el espacio, pero nunca el mismo tiempo. Los nativos viven
en el pasado, en el atraso de la lnea proceso-progreso. A esa fabricacin de la temporalidad
como operacin antropolgica, Fabian le llam la negacin de la coetaneidad. Podramos
llevar esta divisin a muchas de las representaciones imaginarias actuales de nuestros Estados-
nacin, donde siempre hay algn otro (generalmente grupos indgenas) que es representado,
concebido y tratado como habitando el pasado, el atraso, el sub desarrollo, y por ende ne-
cesita ser tutelado en el presente. A su vez, la feminista zimbabwense Ann McClintock
propona otra arista a la discusin: esa visin del presente (metropolitano) que es una forma
de pasado en los otros, es factible porque existe un tiempo panptico, de raz imperial, que
lo posibilita. Un tiempo imaginado por un sujeto terico que se piensa universal (Europa) y
abarca a todos los dems tiempos, y sobre todo abarca el presente de esos otros, para trans-
formarlos en pasado por medio de una compleja matriz ideolgica que abarca la literatura, la
antropologa, la historia, la prensa y las polticas pblicas (McClintock, 1995: 15 y ss). Ese
tiempo es un punto cero de observacin, blanco, heteronormativo, patriarcal. Sobre l, a su
vez, no es posible tomar ningn punto de vista (Castro, 2005).
12
Utilizo adrede los artculos totalizadores: la antropologa, la historia, sabiendo que
algo as no existe. Pero lo que s existe son las formas como operan los medios de publicacin,
se ensea en las universidades, se procede muchas veces en los congresos y se distingue en
las tcnicas y procedimientos de investigacin. En la convocatoria que lanz la Asociacin
Latinoamericana de Antropologa 2015, a celebrarse en octubre en la Ciudad de Mxico, la
clusula inicial solicita, como requisito de inscripcin de simposios, que al menos uno de los
coordinadores de la mesa tenga ttulo diploma en alguna de las ramas de la antropologa.
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Trabajo esto con detenimiento en Rufer (2012b).
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fue el gesto de palmada y las palabras que me dijo una colega antroploga doce
aos despus cuando me anim a escribir sobre eso y ya tena entrenamiento
etnogrfico al final de mi intervencin en un coloquio:
Eso nos pasa siempre.14 Efrn no te quiso decir lo que sabe, lo que tiene. Te lo
escondi. Eso fue para ti. Pero claro que saben memorias ancestrales, claro que
tienen otras vestiduras, por supuesto que transmiten sus memorias desde la colo-
nia. Pero se lo guard, y t no estuviste el tiempo suficiente para extraerlo y verlo
claro, es todo.
Los debates sobre evidencia etnogrfica, co-presencia y sobre la no transpa-
rencia del texto, que dieron lugar a tanto encono en las corrientes disciplinares
desde los aos setenta del siglo pasado, se borraban sbitamente para producir
la alegora etnogrfica de Occidente de la que habla James Clifford (1986):
en el fondo, pareca querer decirme mi colega, la verdad est escondida en
ellos, y hay que saber mirar mejor. No importa qu digan. Tampoco importa
tanto lo observable en situacin etnogrfica. Importa la capacidad inquisitiva
14
El nos, por supuesto, inclua a los antroplogos, entre los que claramente yo no estaba
contemplado. No importa que mi posgrado haya consistido (a veces a mi pesar) en un entre-
namiento fuerte en teora antropolgica, en tcnica etnogrfica y en antropologa histrica.
Mi diploma dice otra cosa, tengo un ttulo en Estudios de rea (cosa rara en estos tiempos).
Adems, la marca a fuego de mi formacin de historiador en la licenciatura, empaaba la
posibilidad de ver estructuras sincrnicas, como se me dijo alguna vez. Recuerdo la cara
de estupor que puse cuando un profesor visitante del posgrado que curs en El Colegio de
Mxico, al explicarle mi investigacin sobre los imaginarios de la temporalidad en situaciones
de excepcin, como el apartheid sudafricano y la dictadura argentina, me dijo: El tiempo lo
tie todo de una bruma demasiado entusiasta. S, claro, cambia todo cambia. Pero muchas
veces hay que despejar el cambio. El camino es como la flecha, pero en las grietas se ven
las estructuras que acechan. En ese momento no entend el guio borgiano. Hace poco
tiempo, mientras preparaba una clase, cay en mis manos el poema introductorio de Borges a
la traduccin que hace Richard Wilhelm del I-Ching: pero en algn recodo de tu encierro/
puede haber una luz, una hendidura/ el camino es fatal, como la flecha. / Pero en las grietas
est Dios que acecha (Borges, 1995). Aquella ancdota no sucedi cuando Lvi-Strauss
escriba Las estructuras elementales del parentesco. Fue apenas en 2007; y estoy seguro de que
alguna nocin de estructura sigue siendo deidad para ms de un antroplogo actualmente.
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para saber extraer de esa situacin la pura diferencia. Son depositarios ances-
trales bsicamente, porque si no qu seran? (Noms pobres, dira Efrn).
Despus de algn tiempo y con gran resignacin me consider inepto para
hacer esa labor de rescate que se me peda. Y me qued con la idea de que
era un psimo etngrafo sin ttulo; a pesar de haber ledo a los clsicos y a los
posmodernos, siempre encontraba a sujetos del presente que se rean de m y
conmigo, cuya conversacin era regularmente un texto liminar que hablaba
sobre mis voces y las llevaba a su campo; sujetos que saban perfectamente qu
era el Estado, cmo operaba, qu ofreca y qu sera incapaz de ofrecer; per-
sonas que tenan bastante claro qu lugar traicionero ocupaba la tradicin, la
cultura propia y la memoria ancestral en todo esto.
A esas alturas tuve serias dudas de lo que poda ofrecer la antropologa a mi
intencin de comprender los pasados exhibidos como herldica y reliquia en
los museos y festivales; por dos razones bsicas: por esa propensin a buscar
una pureza salvadora (y a creerla encontrada en un sujeto, aun antes de empe-
zar la investigacin), y por la fuerte connivencia de la disciplina con el ncleo
duro y hegemnico de la cultura nacional (al menos en Mxico).
Mis dudas eran prejuiciosas, por supuesto. Tanto Michael Taussig como
Peter Wade o Jean & John Comaroff entre otros haban mostrado que la
pulsin epistmica de algunas antropologas ya no es educar al soberano ni
modernizar al indio, ni siquiera definirlo. Al contrario, se cifra en la necesidad
de encontrar en el Gran Otro una parcela del nimo prstino de los guardia-
nes de algo puro, algo maravilloso que eche luz ante las voluntades del Capital
de subsumirlo todo (real, formal y sgnicamente).15 El vocabulario sobre lo
15
Taussig hace un estudio ejemplar sobre la capacidad mimtica que Occidente ve en los
primitivos. La incorporacin que hacen algunos indgenas de la tecnologa sera, a ojos de
Occidente, la exteriorizacin de su poder mgico. Peter Wade trabaja con sutileza de qu
modo los indgenas en Colombia se han vuelto guardianes del medio ambiente en dcadas
recientes; esto sera menos por el anlisis de contextos de uso y contacto histricos, que por
la creencia sostenida (del Estado, de ciertos agentes y tambin de activistas) de que ellos son
depositarios de una fuerza ancestral, poderes mgicos como patrn prstino de cultura que de
algn modo la evolucin del capital ha sustrado a los que somos simple y llenamente mo-
dernos. Por supuesto, esto tiene consecuencias polticas complejas. Por ltimo, los Comaroff
han desarrollado con agudeza de qu modo diferentes presentaciones de la etnicidad, entraron
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en la mercantilizacin y en la reificacin del fetiche haciendo uso entre tantas otras cosas de
una modalidad de pasado atvico que confiere al sujeto tnico poderes de accin inexistentes
en el presente moderno (Taussig, 1993; Wade, 2004: 245-256; Comaroff y Comaroff, 2012).
16
Sera errneo plantear que estas contradicciones no han sido discutidas en las antropo-
logas actuales. Pero sta tuvo ms que ver con los alcances y lmites del concepto de etnicidad
y con consideraciones sobre los procesos de re-emergencia tnica o de emergencia de
nuevas identidades en contextos multi (pluri) culturales (vase por ejemplo Briones, 2005).
17
Las diferentes posturas dentro de lo que hoy podramos englobar como estudios de
performance-performatividad, han intentado disipar la tensin que la teora de la represen-
tacin clsica (como mmesis de segunda naturaleza) impuso a lo actuado al calificarlo de
impostado, falso. En esto fueron cruciales los aportes de Turner (1982), quien estudi la fuer-
za narrativa (y en ese sentido significativa) del drama social; tambin Goffman aludi a la
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20
El primer debate en esta lnea es muy conocido dentro del marxismo y se da entre Thomp-
son y Althusser. No tengo espacio aqu para especificarlo, pero dir que primero Thompson
y bastante despus Stuart Hall le discutirn a Althusser un punto crucial: la importancia de
la esfera de la produccin simblica (para Thompson todava sern valores, creencias;
para Hall ya sern lenguajes) en la construccin de las experiencias sociales que se articulan
dentro y fuera de la clase social. sta no necesariamente las agota y tampoco las subsume en la
nocin de sobredeterminacin y de autonoma relativa clsicas de Althusser (Thompson,
1981: 12-22; Hall, 2010a).
21
Este parmetro que aqu simplifico de manera excesiva, plante una crtica al marxismo
tradicional, el cual tenda incluso con cierta sofisticacin a identificar las manifestaciones
de la cultura con los mecanismos de operacin de la ideologa (en su versin restrictiva epis-
temolgica, como falsa conciencia). En este sentido, la nocin de hegemona es indispensable
en los estudios culturales no como una estructura estable de formas objetivas e interiorizadas
de dominacin, sino como mecanismos de articulacin sujetos al cambio, a la recomposicin y
a la reestructuracin de sentidos (Hall, 2010b: 136-138). La ideologa cumple una funcin en
la articulacin de significados, evidenciados en enunciados precisos que son la manifestacin
material de las prcticas culturales. Dichos enunciados estn en relacin directa con las forma-
ciones hegemnicas (entendidas como disputas agnicas nunca del todo resueltas sobre
las concepciones dominantes de mundo). Como articulacin, la determinacin siempre es
histrica, mltiple y contingente. De ah que este concepto haya sido la clave para que Stuart
Hall propusiera un marxismo sin garantas (Hall, 2010a: 196-198). Desde esta acepcin la
cultura no puede agotarse nunca en una esfera normativa, mucho menos en el mbito de los
valores y del espritu, y tanto menos en la alegora del sistema. En todo caso, para estos au-
tores cultura es prctica (como acto), es experiencia (como interiorizacin), es lenguaje (como
mediaciones y simbolizacin), es historia (en tanto que articulacin contingente y contextual)
y es poltica (en tanto puja constante con instancias de dominacin/hegemona-resistencia).
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22
Esta marca de Birmingham (en relacin con la discusin de Thompson y luego de Hall
con Althusser) permitira entender por qu es un error considerar la adopcin que los sujetos
realizan de los lenguajes institucionales (heternomos, hegemnicos, de Estado) solamente
en trminos de formas de dominacin (como sustitucin y prdida de elementos propios, valores
prstinos y puros de clase). Tampoco sera acertado tenerlos por explotados e ideologizados,
aunque su esfera de produccin cultural no dejara de expresar el carcter autntico y atvico de su ser, al
que habra que rescatar. En el primer caso se optara por la clsica visin de la falsa conciencia
y la enajenacin; en el segundo, por la reificacin de la cultura como la expresin esencial,
sustantivada, del ser social. Ambos dejan fuera la nocin histrica y contextual de articulacin,
mediada por la materialidad de los lenguajes y de la significacin de la experiencia.
23
En los aos ochenta del siglo XX las ideas de democratizacin (dentro de la ola neolibe-
ral) dieron cabida a una nocin bastante distinta del concepto cultura nacional, nocin que
se evidenci en las reformas a las constituciones de varios pases latinoamericanos (Argentina,
Ecuador, Colombia y Mxico) en los aos noventa. El Estado reconoca la existencia de los
otros de la nacin no por haber sido dejados atrs en la lnea del proceso-progreso, ni por ser
remanentes de una cultura que deba solidificarse, sino como sistemas simblicos por derecho
propio, por lo que su diferencia deba ser preservada por el Estado-nacin. Estas polticas,
llamadas multiculturales (aunque en realidad difieren bastante del paradigma liberal hegem-
nico del multiculturalismo estadounidense, por ejemplo), forman parte de lo que Segato ha
llamado formaciones regionales de alteridad (Segato, 2007). Lo cierto es que en Mxico
hubo dos elementos que coadyuvaron a la presentacin de este panorama de la diversidad
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LA TRADICIN COMO RELIQUIA: NACIN E IDENTIDAD...
nacional: los festivales de la cultura nacional (coordinados de manera conjunta por la Secre-
tara de Turismo y el Conaculta) y la creacin por parte del INAH del Programa Nacional de
Museos y Entornos Comunitarios. Parte de la nueva estrategia del programa Mxico: Nacin
Multicultural, impulsado por el Conaculta desde 2001, fue la decisin de devolver la voz a
los actores y permitir la narracin de s mismos en las varias voces que componen Mxico.
Conaculta, Programa Mxico: Nacin Multicultural, 2007.
24
La primera apora que podemos plantear es la siguiente: las formas en que operan los
museos comunitarios para promover pblicamente formas de hacer memoria colectiva no
tradicionales, donde lo comunitario sea una memoria propia expresada por formas locales
de rescatar patrimonio, se amparan cada ao en encuentros nacionales a los que acuden dis-
tintas delegaciones (a veces ms de 50) de diferentes partes del pas. Esos encuentros naciona-
les tienen dos caractersticas bsicas: primero, un alto carcter ritual (en trminos de acciones
convencionales, repetitivas y performticas); segundo, la presencia y custodia de las autori-
dades del INAH. Quiero decir: la formacin discursiva comunitaria de lo propio, lo local
y lo no hegemnico estn amparados bajo la tutela de lo aparentemente ajeno (el Estado),
lo regional (el territorio soberano del Estado-nacin) y lo hegemnico (la historia nacional).
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NACIN Y ESTUDIOS CULTURALES
Hidalgo, pues los rostros de estos prceres estaban pintados en el muro exte-
rior de la escuela. Detrs de las jarochas se dispusieron, por orden alfabtico,
las delegaciones de cada uno de los estados de la repblica (sin identificacin
de la comunidad especfica), incluido el Distrito Federal (ms atrs Hidalgo,
Guanajuato, Morelos, Oaxaca, Puebla, Quertaro, San Luis Potos, Tabasco,
Yucatn).25
Los espectadores eran asegurados: los nios iban haciendo postas en las
filas de la acera, y en el estrado aparecieron las autoridades del estado de Vera-
cruz, del INAH y de Jamapa. En medio de la fiesta, el grupo Mallinali Ce Actl
performa una danza mexica mientras el anfitrin de la celebracin anuncia
que la finalidad de sta es celebrar como hace miles de aos lo hacamos en comu-
nidad pero con las nuevas manifestaciones de la cultura del presente El
anfitrin profera desde el escenario:
Lo haremos como se haca en los tiempos de la mayordoma, en los tiempos colo-
niales donde el patrn comparta algo con el servicio, con los trabajadores, con la
casa grande. Eso se perdi como tantas cosas fuimos perdiendo y ahora vienen
todos como en aquel entonces [] mixtecos y otomes, con la memoria de los an-
tepasados hecha cuerpo en sus regalos, en sus trajes, en sus piezas. Eso queremos
recuperar los Museos Comunitarios tambin, esa memoria, no slo objetos.26
25
El desfile es un dispositivo de Estado, una apropiacin de la procesin religiosa que
mostraba al santo patrono a modo de celebracin y comunin. El desfile colonial funcion
en los territorios latinoamericanos como una accin ritual altamente dramatizada que a la
sombra de una imagen religiosa como condensacin simblica, sostena la soberana territo-
rial y espiritual de la Iglesia y remarcaba la familiaridad del paisaje, una forma de volver a
fundarlo. A partir del siglo XIX, el Estado-nacin hizo uso indiscriminado de esa accin ritual
despojando de carcter sagrado a la procesin pero adjudicndole al carcter sacro-mgico de
las fuerzas que vigilan y aseguran el territorio (Vias, 1982: 123 y ss). De alguna manera
el desfile pas a ser monopolizado por el Estado; no dejaron de existir las procesiones religio-
sas, pero el Estado concentr el carcter performtico del desfile como ritual pedaggico de
afirmacin de jurisdiccin.
26
Esta aparente contradiccin entre lo ancestral y lo percibido como nuevo no es
casual. Habla tambin de la relativa claridad con que las polticas culturales del Estado pro-
mueven una nocin de tradicin que combina la cultura regional con la cultura nacional. La
cultura regional abona la cultura nacional, sin dudas. Pero sta est siempre ya informada
por una nocin acotada de tradicin que tiene sus referentes propios (lo azteca o mexica, da
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LA TRADICIN COMO RELIQUIA: NACIN E IDENTIDAD...
lo mismo aqu) y sigue expandindose como el espacio de soberana cultural que escruta,
vigila y limita lo que comunidad pueda significar en estos contextos. Esa vigilancia pa-
rece reproducir, a modo de sintagma desplazado, la organizacin jerrquica del Museo de
Antropologa e Historia de la Ciudad de Mxico, donde la sala mexica cierra (en el sentido
de culminacin y tambin de significacin discursiva) la exposicin de las culturas prehisp-
nicas de Mxico: todas las comunidades estn custodiadas por el performance ritualizado de
un desfile viejo dispositivo de Estado y una danza que es ante todo mexica; este adjetivo
es suficiente como elemento aglutinante. Vase Rufer (2014).
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Stuart Hall analiza cmo la funcin del estereotipo es una herencia colonial, y de qu
modo siempre que opera un estereotipo como formacin discursiva que se torna hegemnica
(sobre el indio, el mixteco, el judo, el transexual, etctera) se reactiva el esquema binario de
sentidos: el estereotipo siempre existe para afirmar un Yo a travs de la fijacin del Otro. Said
lo marc en Orientalismo. Hall lo reactiva para hablar de la negritud en Inglaterra. Aqu
pensaramos en la forma en que el estereotipo hecho reliquia abona lo polticamente correcto
del discurso nacional multicultural actual.
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Williams previene sobre la incorporacin de las culturas romantizadas campesinas al
mbito del orden capitalista dominante con un juego de tiempos sobre la tradicin, lo novedo-
so y lo testimonial de la cultura campesina. En este sentido lo residual es, si se quiere, liminal
y ambiguo. Puede apropiar, transformarse en emergente o ser apropiado y fagocitado por las
articulaciones dominantes en un momento dado (Williams, 1988: 145).
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Coda
Lo residual puede articularse con las direcciones hegemnicas de la tradicin
como reliquia, o constituirse en puente hacia una forma de oposicin que opera
generalmente en la liminalidad, en la contradiccin y en aquello que las formas
de articulacin hegemnica (las polticas culturales, las polticas de identidad)
no pueden cerrar, domesticar y circunscribir por completo (como muestra, de
algn modo, el caso de Efrn).
El punto es, creo yo, que en nuestros anlisis debemos ser sensibles al modo
en que opera el tiempo como enunciado y como sub-texto en las expresiones de
la cultura-recurso. Los estudios culturales ensearon que la cultura es prctica
Denominacin genrica para los provincianos que migran a la Ciudad de Mxico y para
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