Agentes de Socializacion

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PSICOLOGIA DE LA COMUNICACIÓN

El proceso de socialización. Apuntes para su exploración en el


campo psicosocial. Simkin, Hugo; Becerra, Gastón 2013

III. Agentes de Socialización

III.1. Familia como el agente socializador primordial


Numerosos autores sostienen que la familia constituye uno de los principales agentes de
socialización (Grusec y Hastings, 2007) en la medida en que padres e hijos funcionan como un
sistema bio-psico-social que tiene por objeto asegurarse responder las demandas sociales de
formar una familia, dada la necesidad humana de relacionarse con otros, que, en el caso de los
padres a los hijos, supone la necesidad de protegerlos, nutrirlos y expresarles afecto. En este
sentido, se observa que, en la mayoría de las sociedades, los padres se encuentran
formalmente (conforme a la ley) asignados al proceso de socialización. Por otra parte, es
importante destacar que las prácticas familiares reflejan y transmiten los valores que se
encuentran presentes y disponibles en la cultura. Los padres no se limitan a crear sus prácticas
de crianza "de cero", sino que reproducen el rol social de "ser padres"a partir de sus propias
experiencias de socialización. Sin embargo, la cultura puede dar mayor o menor libertad a los
padres para variar los patrones de conducta, actitudes y valores que transmiten, de acuerdo a
una socialización -en términos de Arnett (1995)- más "estrecha"o "amplia".
Las familias están adquiriendo progresivamente diferentes formas, más allá de la tradicional de
una madre y un padre casados (ej. familias homoparentales, uniparentales). En la actualidad se
observa que otros factores pueden ser más determinantes para el bienestar subjetivo que la
estructura familiar, como por ejemplo, los recursos de la familia, el apoyo social, la calidad de
las interacciones entre padres e hijos y las relaciones, así como el clima y la estabilidad
emocional de la familia. Así, se ha observado que los chicos y chicas que crecen en familias
homoparentales presentan valores medios o medio-altos en competencia académica,
competencia social y autoestima, y no presentan problemas clínicos en ajuste emocional ni
comportamental, gozando buena aceptación por parte de sus compañeros de clase (Gómez,
2004; González et al, 2004). En el mismo sentido, Tuñón (2009) destaca como un factor de
mayor impacto negativo las desiguales trayectorias que se asocian a un conjunto de factores
de índole socio-económico y político-institucional
A pesar de que la influencia de los padres decrece a medida que las personas se acercan a la
adolescencia, existe una amplia evidencia de que la familia sigue siendo fundamental en el
transcurso de toda la vida (Bugental y Grusec, 1998) al punto que la socialización parental
puede amortiguar efectos de experiencias negativas entre pares en la adolescencia (Grusec,
2011). Grusec y Davidov (2010) identificaron cinco dominios de socialización en el interior de la
familia: 1) protección, 2) reciprocidad mutua, 3) control, 4) aprendizaje guiado y 5) participación
en el grupo. Cada uno de estos ámbitos tiene su propia historia de la investigación.
Además, cada dominio se activa bajo condiciones diferentes, implica una relación padre-hijo
diferente, requiere respuestas diferentes de los padres, y se asocia con resultados diferentes
de socialización.
1) Protección: los padres exitosos proporcionan un entorno seguro, así como la ayuda
adecuada y apoyo emocional para el enfrentamiento de la angustia por parte del niño. Una
gran parte de las investigaciones indican que los niños cuyos padres responden
adecuadamente a la angustia, en un clima cálido y buscando eliminar la fuentes de los
malestares, presentan un fuerte apego seguro, el cual predice una serie de resultados positivos
de socialización, tales como la regulación de las emociones negativas, la capacidad para hacer
frente al estrés o la preocupación empática por la angustia de los demás (Grusec, 2011).
2) Reciprocidad mutua: este dominio requiere que los agentes de socialización respondan
adecuadamente, o con sensibilidad, a las solicitudes razonables de un niño. El resultado es
una buena voluntad por parte del niño para cumplir con las directivas del agente de
socialización. Así, la capacidad de respuesta mutua y buenos momentos compartidos predicen
cooperación voluntaria en los años preescolares y en niños pequeños, así como
manifestaciones de la conciencia en la infancia tardía (Laible y Thompson, 1997).
3) Control: los padres y los niños no siempre funcionan en un aura de reciprocidad mutua, y
sus objetivos pueden diferir, particularmente cuando los niños comienzan a ganar progresiva
autonomía. Actualmente, se reconocen dos estilos relevantes para el dominio de control
(Kawabata et al, 2011). El primero es el control autoritario, que se caracteriza por la
incapacidad de compartir el poder de decisión con los niños, así como una asunción de la
infalibilidad de los padres, que resulta en la imposibilidad de diálogo. El segundo, con más éxito
como estilo de socialización, es el control autoritativo, que se caracteriza por la exigencia de
que los niños cumplan con las directivas de los padres, pero en un contexto de sensibilidad
hacia las necesidades y deseos de los hijos.
4) El aprendizaje guiado: implica un razonamiento dentro de la zona de desarrollo próximo del
niño, facilitando el aprendizaje, dado que permite que padres y niños puedan llegar a un
entendimiento común de la tarea, fomentando la acción autónoma del niño.
5) Participación grupal: en este ámbito, los padres, como parte del proceso de socialización,
incentivan a que los niños participen en los rituales y rutinas, gestionando el medio ambiente de
sus hijos para que sean expuestos a las influencias que consideran adecuadas.
Aunque suele pensarse que, en el proceso de socialización, sólo los padres tienen influencia
sobre sus hijos, se ha sugerido que esta relación se puede estudiar como dialéctica o
bidireccional entre ambos (Grusec y Hastings, 2007). En este sentido, la socialización no es un
proceso unidireccional, sino que los niños son agentes activos en el proceso según lo
concebido por Kuczynski y Parkin (2003). Estos nuevos enfoques se centran en los
mecanismos de mutua influencia entre padres e hijos, dando cuenta de una relación compleja
que involucra cooperación y enfrentamiento. Así, dichos enfoques critican el supuesto de que,
en la socialización, los padres tienen un efecto causal directo e inmediato sobre sus hijos,
proponiendo que tal influencia debe ser estudiada como mediada por la relación en sí. De esta
manera, los niños limitan la influencia parental, a veces desvirtuando ciertos mandatos o
rechazándolos activamente (Grusec, 2011). También socializan a sus cuidadores, o modifican -
al menos- algunas de las creencias y valores.

III.2. Grupo de pares


De acuerdo con Wolf (2008), un "grupo de pares"es un conjunto de individuos que comparten
categorías sociales comunes y ciertos ámbitos de interacción en tanto grupo. Así, durante la
infancia, los grupos de pares se componen principalmente de compañeros de clase, mientras
que en la adolescencia y juventud lo hacen de personas que comparten actividades, intereses
o un mismo estatus socioeconómico.
Si bien la socialización en el grupo de pares suele tener lugar en la escuela, de acuerdo al nivel
socioeconómico, los niños suelen invertir una buena parte del tiempo en las calles del barrio u
otros ámbitos públicos como plazas (De grande, 2013), así como en instituciones dedicadas a
la socialización en otros aspectos, como iglesias, centros comerciales, etc. De acuerdo con
Arnett (1995), se espera que, en el marco de una socialización "estrecha", los grupos de pares
presenten una restricción más importante respecto de la selección de los miembros del grupo,
como por ejemplo, según el género, la clase social o el grupo étnico. Para el autor, la
socialización en el grupo de pares se vuelve más restrictiva en la juventud y adultez incluso en
sociedades caracterizadas por una socialización "amplia". En la infancia y la adolescencia,
ciertos períodos de desafío a la autoridad y a las normas impuestas por los adultos son
tolerados y aceptados. Sin embargo, cuando las personas se convierten en adultas, se espera
que cumplan con las normas de su cultura y las transmitan posteriormente a los niños y
adolescentes.
Se han propuesto diversos mecanismos de socialización que tienen lugar en el marco de los
grupos de pares. Uno de ellos sería la sincronía interaccional, que se define como el proceso
por el cual diversos miembros de un grupo tienden a asemejarse en cuanto a sus
pensamientos y modos de conducta (Cairns, 1979; Dishion, McCord y Poulin, 1999). En este
sentido, el comportamiento de los individuos en el interior de un grupo tiende a ser reforzado
positiva o negativamente por el resto de los miembros, lo que determina que, con el correr del
tiempo, los integrantes de un mismo grupo tiendan a parecerse (Patterson, DeBaryshe y
Ramsey, 1989). Otro sería el mecanismo basado en la comparación grupal, que parte de la
base de que las personas tienen una tendencia a comparar sus habilidades y opiniones con las
de otros individuos y grupos, de modo que, si existiera alguna discrepancia en cuanto a sus
creencias, se producirían ciertos cambios en alguna persona o en el grupo, que conducirían a
reducirla (Festinger, 1954). En este sentido, Boxer et al. (2005) observaron que el
comportamiento agresivo de una persona estaba modulado por la agresividad del grupo, de
modo que aumentaba si el grupo era más agresivo y disminuía si era menos agresivo. En
tercer lugar estaría el proceso de influencia normativa, que es el mecanismo a partir del cual
las personas tienden a adherir a determinadas normas endogrupales a efectos de evitar
emociones negativas, como la vergüenza o el rechazo grupal (Kruglanski y Webster, 1991). En
la adolescencia, los grupos de pares suelen tener una estructura jerárquica (Harris, 1995), de
modo que los miembros de mayor estatus tienden a ser más influyentes que sus pares (Adler y
Adler, 1998; Dunphy, 1963; Hartup, 1993). En la medida que el estatus social implica beneficios
sociales y materiales, los miembros del grupo tratan de asimilar los comportamientos de
quienes se encuentran en la cima de tal estructura jerárquica. Así, Dijkstra, Lindenberg y
Veenstra (2008) observan que el grado de aceptación delbulling (acoso) en un determinado
contexto varía de acuerdo a si los bullers (acosadores) tienen mayor o menor estatus dentro
del grupo.

III.3. La escuela
La educación representa una influencia importante en el proceso de socialización, aunque sus
características particulares y grado de influencia puede variar de acuerdo a cada sociedad y
cultura (Arnett, 1995): en el marco de una socialización "estrecha", los estudiantes se
encuentran más presionados para la obediencia a los maestros y la conformidad a los
estándares académicos, mientras que las culturas con socialización "amplia"suelen promover
conductas individualistas y prestar mayor atención al desarrollo de cada estudiante individual,
en lugar de pensar a la clase como una totalidad.
El sistema educativo tiene como objetivo tanto una formación académica, centrada en
contenidos curriculares, como contenidos informales propios de un aprendizaje de
conocimiento social (Wentzel y Looney, 2007). Por ejemplo, para desempeñarse correctamente
en la escuela, se necesita adquirir habilidades específicas, como la capacidad de coordinar los
objetivos propios con los ajenos, regular el comportamiento para complementarse con los
demás y postergar ciertas gratificaciones para poder cumplir con las tareas propuestas.
Además, el trato con los docentes es más distante que el trato con la familia o con los pares en
general.
En la visión de Durkheim, la escuela tiene como uno de sus principales objetivos el facilitar la
integración socioeconómica, la participación social, la integración cultural y normativa. En este
sentido, Wentzel y Looney (2007) sostienen que la escuela tiene el objetivo de contribuir en el
aprendizaje de la adquisición de las habilidades necesarias para responsabilizarse y adaptarse
a los objetivos grupales, comportarse de una manera pro-social y cooperativa con pares,
desarrollarse académicamente en áreas de interés para el desempeño eventual en un rol
laboral y adquirir ciertos valores socialmente esperados para el ejercicio de la ciudadanía.
Los estudios acerca de la socialización en el contexto educativo han procurado explorar el peso
relativo de los diferentes factores en el cumplimiento de estos objetivos. Coleman et al. (1966)
han observado que la estructura física y administrativa de las escuelas, el financiamiento y la
cantidad de estudiantes en relación a los docentes explican sólo una mínima parte de la
varianza en cuanto a los resultados en relación a variables no escolares como la familia o
factores socio demográficos. Sin embargo, otros investigadores han encontrado que las
escuelas más pequeñas tienen un efecto positivo en los resultados académicos, aun cuando se
controlen las características de los estudiantes y los docentes (Lee y Burkam, 2003). Las
creencias de los estudiantes de que su escuela es receptiva y que se ocupa de la comunidad
predice en los adolescentes una menor incidencia de conflictos con la ley, incluso cuando se
controlan algunas diferencias entre establecimientos escolares, tales como el grado de
financiamiento o la clase social a la que pertenece la comunidad que allí estudia (Battistich y
Hom, 1997).
En la vida adulta, el trabajo reemplaza a la escuela como el lugar en donde las personas pasan
la mayor parte de su tiempo. En la mayoría de los trabajos, la socialización es "estrecha"en la
medida en que muchos de ellos suponen expectativas de desempeño específicas en ciertas
tareas, combinadas con recompensas y castigos por el cumplimento o el fracaso en el logro de
los objetivos, lo que supone consecuentemente altos niveles de conformidad y obediencia
(Arnett, 1995). En este sentido, Busso (2011) describe el modo en que los trabajadores
feriantes argentinos socializan, construyen y reproducen sus prácticas laborales en las ferias
comerciales. De manera similar, Padawer et al. (2009) identifican características particulares de
los procesos de socialización en fabricas recuperadas. Otros trabajos en el contexto local se
han interesado por el papel de la socialización de las prácticas profesionales, por ejemplo, en
estudiantes de abogados (González, 2010).
III.4. Medios de comunicación

De acuerdo a Arnett (1995), las sociedades varían en relación a la cantidad y el acceso a los
medios de comunicación que poseen sus miembros. En la actualidad, en la mayoría de las
sociedades occidentales existe una amplia variedad de medios que tienen incidencia en el
proceso de socialización. Si bien en algunos países existen restricciones legales en relación a
qué tipos de contenidos se ofrecen a los niños a través de los medios, se tiende a considerar
que tanto niños, como adolescentes y adultos, se encuentran actualmente expuestos a una
oferta mediática enorme, dándose así el caso de lo que Arnett ha llamado socialización
"amplia". A la vez, en culturas caracterizadas por una socialización "estrecha", los medios
pueden encontrarse parcialmente controlados por grupos de intereses, con el objeto de
promover la conformidad.
Existen varios estudios que exploran las relaciones entre niños, adolescentes y jóvenes y
medios de comunicación, especialmente en torno sus capacidades socializadoras. Estos
estudios no se limitan a la población infanto-juvenil sino que también hay varios trabajos que
exploran las relaciones entre el consumo de medios de comunicación y los adultos,
específicamente en cuanto a sus prácticas electorales, a la publicidad y consumos de bienes y
servicios, entre otros.
A la hora de clasificar los medios de comunicación, Pindado Pindado (2003) los divide en: 1)
"medios audiovisuales": televisión, video, cine y música, sin importar sus soportes físicos (CD,
formatos electrónicos, cassettes), y 2) "nuevos medios": computadoras, videojuegos e internet.
Dicha distinción supone usos y habilidades distintas, siendo los segundos parte del mundo
"interactivo".
En vistas de esta clasificación, a continuación se revisan dos medios de comunicación
(televisión e internet) en particular:

III.4.1. Televisión como agente en el proceso de socialización


Quienes investigan la relación entre la televisión y los grupos sociales (tanto en torno a la
socialización de valores, actitudes y creencias, como en relación a otras conceptualizaciones),
suelen advertir que ver televisión es una actividad social que involucra distintos ámbitos,
objetivos, contenidos diferenciales, y distintos contextos en los que se interacciona con otros
agentes (Abelman y Atkin, 2000; Hagen, 2005).
En muchos casos, dichas investigaciones relacionan el consumo o la exposición televisiva con
la construcción de la identidad etaria. En este sentido, Aasebo (2005) postula que los niños
construyen una noción de "jóvenes"al distinguirlo de "más jóvenes", por medio de la
interpretación que hacen de las imágenes disponibles en la televisión. Por lo que corresponde
a las prácticas sexuales, diversos autores sostienen que la televisión presenta diferentes
contenidos en distintos contextos y épocas (Kunkel et al., 2007).
También otros autores relacionan a la televisión con la adquisición de habilidades personales y
competencias sociales. Por ejemplo, Coats y Feldman (1995) vinculan un mayor consumo
televisivo con una mejor capacidad de expresar no-verbalmente ciertas emociones
comúnmente televisadas -tales como alegría o tristeza-, en detrimento de otras no tan comunes
en este medio -por ejemplo, el miedo-. Otros autores relacionan el consumo televisivo con la
reproducción de ciertos valores por parte de niños y jóvenes. Tan et al. (1997) postulan que
ciertos valores tienen mayor probabilidad de ser aceptados cuando son más reconocidos en
televisión por parte de los adolescentes televidentes. Otras investigaciones exploran la relación
entre el consumo y el desarrollo de otros hábitos sociales. Por ejemplo, Vandewater et al.
(2005) sostienen que, en casas con alto o constante consumo televisivo, incluso cuando la
televisión está encendida pero "de fondo"(sin ser foco exclusivo de atención), los niños hacen
un uso del tiempo muy distinto al de aquéllos donde hay un consumo menor de televisión. Así,
los del primer grupo pasan más tiempo usando medios electrónicos como consolas de juego y
computadoras, reproductores de música o películas (los cuales varían de acuerdo a la edad del
niño), en detrimento de otros hábitos como la lectura. El estudio también vincula inversamente
este consumo televisivo con la capacidad de lectura en niños menores a 6 años, si bien otros
factores deben ser considerados, como por ejemplo, el nivel de ingreso de los padres.
El tema que mayor polémica ha desatado -sin duda, por la repercusión social que los mismos
medios han producido- es el consumo de violencia televisiva por parte de los niños y su
relación con actos de agresión. Las conclusiones son contradictorias: algunos investigadores
consideran que hay una relación causal entre ambas variables (Atkin, 1983; Murray, 2008),
mientras que otros advierten que estas explicaciones causales deben ser revisadas (Grimes y
Bergen, 2008) a fin de incluir otros factores que mediarían en el consumo, en rangos tan
amplios como la personalidad (Gunter, 2008) o el contexto de práctica de dicho consumo
(Edgar y Edgar, 1971). Como concluye Pindado Pindado (2003), también hay una falta de
consenso y una cierta falta de precisión conceptual sobre lo que se debe entender por
"violencia"(desde conductas antisociales, actitudes agresivas hasta comportamientos que
involucran la violencia física o simbólica).

III.4.2. Internet como agente en el proceso de socialización


Las nuevas generaciones de jóvenes viven una socialización diferente de las anteriores,
relacionada a un especial uso de la técnica por medio de la cual se enfrentan a nuevos mundos
de experiencia que modifican cómo se construyen las relaciones sociales y qué tipo de
competencias sociales se incorporan. Tully (2007) afirma que se vivencia una "informatización",
comprendida como la disolución de vínculos clásicos, tales como los que se obtienen en
agentes como la escuela o la familia, y un "desanclaje", siendo esto la postergación del
aprendizaje de las competencias sociales clásicas que se reproducen en dichos contextos.
Como resultado de éstas, los individuos aprenden a manejarse con "conexiones distendidas",
que les permiten una mayor libertad de elección, es decir, en un marco de socialización
"amplia"(Arnett, 1995).
Por su parte, Buckingham (2004, 2005a, 2005b) sostiene que las nuevas tecnologías han ido
modificando las competencias sociales de los niños (o al menos de aquéllos que tienen acceso
a las mismas en tanto "nativos digitales"). Buckingham (2004:108) afirma que: "tal como con la
noción de infancia en sí misma, a la tecnología se la ha investido usualmente con nuestros
mayores miedos y fantasías"por parte de los adultos fundados en la ansiedad que provoca el
desconocimiento. Dicho cambio ha habilitado la emergencia de un doble discurso que, por una
parte, percibe a los niños y jóvenes como agentes "vulnerables"en relación a un contexto de
riesgo -originado en la incapacidad de control de los adultos, con quienes existiría una suerte
de brecha generacional digital-, pero, por la otra, ve a los mismos agentes como poseedores de
nuevas habilidades. De hecho, una revisión sobre el fenómeno de internet y la socialización de
niños y jóvenes nos enfrenta con posiciones encontradas: "pesimistas"y
"optimistas"(Mohseni et al., 2008). Los "pesimistas"tienden a resaltar ciertos cambios negativos
en relación a la socialización, tal como el riesgo al "aislamiento social", un fenómeno definido
como la falta de lazos sociales suficientes para proveer soporte social a un individuo. De esta
manera, Sanders et al. (2000) sostienen que niveles mayores de uso de internet se encuentran
asociados a relaciones intrafamiliares más débiles y baja autoestima. Por su parte, los
"optimistas"consideran que la socialización y el desarrollo de la identidad se ven potenciados
por el uso de medios interactivos, especialmente al poner a disposición nuevas esferas
sociales de interacción que fomentan las oportunidades de auto-expresión, o al posibilitar el
desarrollo de nuevas comunidades de interacción en torno a intereses que podrían resultar en
mayores interacciones cara-a-cara.
De acuerdo a Buckingham (2004), la investigación sobre el uso de internet por los niños se
encuentra aún en sus inicios, en la búsqueda de evidencia que justifique las preocupaciones de
los pesimistas, así como a las esperanzas de los optimistas. Sin embargo, los resultados
empíricos recabados hasta el momento, parecieran refutar ambas posiciones (Buckingham,
2004). De acuerdo con Lee (2005), tal esfuerzo requerirá de un cambio conceptual y
metodológico que contrarreste el reduccionismo y el determinismo asociados a la relación
tecnologíainfancia. No obstante, existen actualmente varios trabajos que relacionan el uso de
internet con objetos de socialización. Por ejemplo, Thing (2009) explora las posibilidades de
internet en el desarrollo de identidades de género por medio de redes trasnacionales, en las
cuales circulan ciertos discursos sobre lo que implica "ser homosexual"junto a la reproducción
de normas y prácticas propias para tal comunidad. Por otro lado, Peter y Valkenburg (2008)
examinan las relaciones entre el consumo de internet, más específicamente la exposición a
contenido de naturaleza sexual, y el desarrollo de las actitudes hacia la exploración sexual,
concluyendo que mayores niveles de exposición a contenidos sexual en internet se asocian
con una mayor incertidumbre sexual y una actitud más positiva en relación con la exploración
sexual. En el contexto local, Galera (2010) señala que, por medio del chat, está emergiendo
una sub-cultura que involucra nuevas formas de expresión que mixturan diferentes registros de
comunicación.

IV. Conclusión
El proceso de Socialización ha motivado numerosos trabajos de diversas disciplinas. En sus
formulaciones originales, y en relación a la constitución de las sociedades modernas, muchas
veces ha sido visto en función del mantenimiento social, con agentes de socialización clásicos
cuyo campo de acción se encontraba delimitado y estructurado por límites sociales claros.
Actualmente, con su campo de indagación expandido al interés de varias disciplinas, se ha
constituido una imagen más compleja, tanto del proceso de socialización como de la sociedad.
Las investigaciones reseñadas dan cuenta de la emergencia de varios actores de socialización,
así como de reorganización y cambio en los fenómenos asociados a los agentes clásicos, de
mecanismos de influencia bidireccionales que se oponen a la imagen pasiva del sujeto de la
socialización, quien a su vez se inserta en múltiples ámbitos -generalmente con límites difusos
y varias veces en conflicto- y por medio de distintos recorridos que resultan en una
individualización.
Todas estas situaciones, lejos de llevar a un rechazo de la noción de socialización, suponen
desafíos que incentivan el desarrollo de nuevos estudios, formando un verdadero programa
progresivo de investigación. Particularmente, quisiéramos destacar el espacio dedicado al
estudio de las modernas tecnologías de la información y comunicación, en tanto la emergencia
de un nuevo agente de socialización.
Se constituyen así renovados campos de exploración, como -por ejemplo- la relación entre su
consumo y la internalización de actitudes y valores sociales. De este recorrido, se pueden
extraer dos nociones generales: en primer lugar, que el proceso de socialización como teoría
general, si bien amplia y heterogénea, permite enfrentar el estudio de diversos fenómenos
sociales de mayor relevancia para la sociología y la psicología con una perspectiva metateórica
en las coordenadas de la revisión indicada. Al respecto, creemos fructíferos y deseables estos
acercamientos disciplinares que permiten la recomplejización del fenómeno y la consolidación
de la perspectiva metateórica.
No obstante, y en segundo lugar, cabe destacar que los fenómenos que se enfrentan con el
estudio de la socialización constituyen un campo abierto y con límites dinámicos que, en última
instancia, se modifican con los mismos procesos de cambio social.

Referencias bibliográficas

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8. BERGER, P; LUCKMAN, T. (1968). La construcción social de la realidad. Buenos Aires:


Amorrortu.

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