Narrativas 01
Narrativas 01
Narrativas 01
"Escribir un libro es una lucha horrible y agotadora, como una larga y penosa
enfermedad. Nunca debería uno emprender esa tarea si no le impulsara algún
demonio al que no se puede resistir y comprender."
● Ensayo:
La écfrasis literaria en “Un día en la vida de Julia” de
Juan García Ponce, por Magda Díaz-Morales
● Relatos:
Alesia, por Óscar Sipán
Madre Medea, por Pilar Adón
Las fauces del cocodrilo, por Martín Piedra
Toñita, por Beatriz E. Mendoza
El último inquilino, por Pedro M. Martínez
La idea de dios, por Carlos Manzano
Las vueltas que da la vida, por María Dubón
● Novedades editoriales
● Reseñas
● Noticias
N a r r a t i v a s . Revista de narrativa contemporánea en castellano
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Presentación
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N
a r r a t i v a s es una revista electrónica que nace como un proyecto abierto y
participativo, con vocación heterodoxa y una única pretensión: dejar constancia de la
diversidad y la fecundidad de la narrativa contemporánea en castellano. Surge al
amparo de las nuevas tecnologías digitales que, sin querer suplantar en ningún
momento los formatos tradicionales y la numerosa obra editada en papel, abren innumerables
posibilidades a la publicación de nuevas revistas y libros al abaratar considerablemente los
costes y facilitar la circulación y distribución de los ejemplares. En este sentido, hemos optado
por editar la revista en formato PDF, ya que permite aplicar técnicas de diseño y maquetación
propias de la edición tradicional y a la vez facilita considerablemente su lectura, ya sea desde la
propia pantalla o una vez impresa en papel.
La filosofía de N a r r a t i v a s es bien sencilla: todo aquel narrador que tenga algo que contar y
quiera presentarlo al público, tendrá su espacio aquí. Obviamente, a la hora de seleccionar los
relatos siempre se atenderá a la calidad literaria y se exigirá un mínimo de esmero en la
redacción, pero sobre todo se valorará la posibilidad de dar a conocer voces nuevas en nuestra
narrativa. No obstante, una de nuestras más firmes intenciones es no cerrar este espacio a nadie,
ni a los nombres consagrados ni a los todavía desconocidos, tratando de conjugar todos los
estilos y los temas, para ofrecer de ese modo una visión lo más comprensiva posible de la
narrativa contemporánea.
N a r r a t i v a s quiere tener una periodicidad trimestral. Su descarga será siempre gratuita y se
realizará desde la página principal de nuestro espacio web, www.revistanarrativas.com. En
principio, no va a estar limitada de antemano a un número máximo de páginas; el hecho de ser
realizada en formato digital facilita esta circunstancia. Todo va a depender, como es lógico, del
número de colaboraciones recibidas y de la respuesta obtenida por los lectores. Los contenidos
versarán fundamentalmente sobre narrativa breve, aunque tampoco estarán cerrados a otro tipo
de colaboraciones, admitiendo reseñas, artículos, comentarios varios e incluso adelantos de
novelas de inmediata edición. Todo dependerá de cómo vayan yendo las cosas y de vuestra
respuesta.
Nada más. Este primer número supone la puesta de largo de N a r r a t i v a s . Esperamos que, a
pesar de su modestia y su falta de pretensiones, vaya poco a poco haciéndose un lugar en el
panorama literario en castellano. No pretendemos sustituir ni enmendar a nadie; tampoco
competir en mercado alguno. Simplemente nos gustaría ofrecer una mirada más, incorporar una
ventana abierta a la realidad literaria actual, fuera de las limitaciones impuestas por el mercado
y libres, gracias a las características de su edición, de todo tipo de constricciones económicas.
Gracias a todos. Aquí tenéis el primer número. Esperamos que os guste.
SUMARIO - núm 1
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I. Umbral
El pensamiento de Juan García Ponce se empieza a conocer en los primeros años de la década de los
sesenta, desde este espacio histórico reflexiona sobre las condiciones del periodo anterior, la
modernidad, a través de la expresión artística y literaria. 1 En este lapso en México, se puede decir que
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la suma de varios sucesos le dieron una expresión nueva al país; fue el tiempo de la música de
protesta, del pronunciamiento y el ímpetu de la juventud por los ideales socialistas a favor de un
cambio de las estructuras sociales y un futuro igualitario. En el ámbito literario, tras la vigencia del
existencialismo de los años cuarenta y cincuenta, surge un fenómeno singular conocido como la nueva
novela, con modalidades o inclinaciones de superar el realismo testimonial que tendía a reproducir
fielmente la realidad, de manera que todos los acontecimientos vividos (las dos guerras mundiales, la
impresión aterradora de Hiroshima, la Revolución cubana, etc.) fueron narrados, interpretados; así,
Kafka, Broch, Musil, Proust, Joyce, Beckett, entre otros, lo hacen en Europa; Faulkner en Estados
Unidos, como Rulfo, Arreola, Borges, Cortázar, después García Márquez entre otros, lo hacen en
Latinoamérica. Todos estos notables escritores vigorizan el terreno para nuevas experiencias literarias,
es cuando en México vemos surgir a Juan García Ponce, un escritor que busca nuevos caminos
estéticos, dejar atrás las tendencias nacionalistas al asumir un progresivo distanciamiento con los
patrones realistas imperantes. Arthur C. Danto, en su libro Después del fin del arte, manifiesta que en
esta época “los artistas se libraron de la carga de la historia y fueron libres para hacer arte en cualquier
sentido que desearan, o sin ningún propósito”, aunque la mayoría no dejó de asumir preocupaciones
histórico-sociales en sus textos literarios.
Leer a este escritor mexicano es siempre subyugante, en su obra hay un constante interés por temas y
motivos alrededor de la mujer, 2 de la mirada como esa “distancia íntima [que] se esboza entre quien
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mira y el objeto de su mirada” al decir de Blanchot, del poder de la evocación, así como una reflexión
sobre la escritura y el arte en la vida humana: eso sí, siempre enfrentado a las formas instituidas. Todo
aquello que la sociedad establecida impone como cánones de conducta regidos por la doctrina y el
dogmatismo de lo considerado sagrado encuentra revelación en las reflexiones del escritor. Expresa en
Cruce de caminos:
Nuestra época ha tenido y tiene que enfrentarse a un indiscutible derrumbe de los valores que creados y
elegidos por el hombre mismo habían permitido que éste se desarrollara dentro de las exigencias del
principio de actuación, asegurando la permanencia y la continuidad del progreso y la sociedad. 3
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1 Óscar Rivera Rodas manifiesta que “García Ponce es uno de los primeros pensadores en lengua castellana que
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teoriza sistemáticamente sobre la modernidad, lo cual demostraron sus conferencias sobre los Clásicos del Siglo
xx en la Casa del Lago de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1962”, en “Categorías de la
posmodernidad en Juan García Ponce”, Juan García Ponce y la Generación de Medio Siglo, Col. Cuadernos, Xalapa:
Universidad Veracruzana, 1998, p. 39.
2 En su artículo “Celebración de Juan García Ponce”, en línea, internet La Jornada semanal, 22 de oct. de 2000,
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Elena Poniatowska escribe: “Ese gran creador de atmósferas que es Juan García Ponce es el escritor mexicano que
con mayor ternura vigila a la mujer, no se le va una; su pluma, lenta, morosa, se detiene en el más mínimo de sus
movimientos, sus pinceladas son puntillistas, arma un todo redondo, terso y fascinante que en realidad termina
siendo un homenaje parecido al que Stendhal o Flaubert o Lawrence rindieron a la mujer. Ana Karenina o
Natasha de Tolstoi son referencias obligadas. Las mujeres de Juan García Ponce se nos parecen aunque Juan nos
haga el favor y nunca hemos sido mejor vistas que por su ojo inocente y perverso a la vez, cruel y dador de luz”.
3 Que Vattimo, en “Nietzsche, Heidegger y la posmodernidad”, Ética de la interpretación (Barcelona: Paidós,
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1991), señala cómo “el anuncio de la muerte de Dios en el sentido que Nietzsche le atribuía (fin del pensamiento
Su obra se caracteriza no sólo por su extensión, también por su intensidad. Su constante interrogación
mediante el otro, ese otro con el que dialoga y evoca (sus presencias e influencias) como con Robert
Musil, para él figura de cabecera y el escritor más grande del siglo XX:
Siempre recuerdo el comentario de Robert Musil, para mí el escritor más grande del siglo xx, viviendo
en Suiza por la situación que crearon en Europa los nazis, al cumplir sesenta años: “El silencio es
impresionante”.¡Qué injusto destino el de Musil! Unánimemente considerado en muchas lenguas y del
cual se decidió en Alemania al terminar el siglo XX que el suyo era el mejor alemán del siglo. Pensar que
murió a los sesenta y un años sin que las condiciones cambiaran y en cambio ahora se recogen, después
que ni su esposa, a la que él adoraba, alcanzó a conocer su triunfo póstumo, todos los papeles inéditos
basados hasta en los comentarios de su hijastra, que se fue con su madre a Estados Unidos, y que
recuerda de pronto haber oído a su madre comentar la existencia de sus voluminosos diarios, escritos
desde antes de que empezara el siglo xx. Se recoge como un valioso documento hasta un papel
escondido en un abrigo de su madre, que está en el Museo Musil, en el que Musil comenta: “Sesenta
años, sin c...” (la c significa coito). Hablo más de Musil que de mí: se debe a que lo considero
infinitamente superior a mí, que en cambio he recibido múltiples reconocimientos en vida. ¡Ojalá mi
gloria póstuma fuese como la de él! Pero lo dudo. Las dos cosas son para lamentarse: el haber ignorado
a Musil en vida y el tener una actitud tan negativa sobre la manera en que tal vez me trate la posteridad. 7
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Muchas afinidades temáticas existen entre García Ponce y Musil: la búsqueda del tiempo perdido, ese
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“arrebatar al olvido lo que nos pertenece, atrapar otra vez el vértigo de lo que hemos vivido, mirar
hacia el pasado invisible para hacerlo transparente”; 8 el amor y el éxtasis, la locura y la obsesión, lo
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contingente de la existencia, el subrayar la necesidad de hallar una nueva moral porque, como dijera
Musil, “con la vieja no llegamos a ninguna parte”; la búsqueda de la naturaleza del carácter femenino,
las paradojas existenciales, el estilo muchas veces irónico y la realidad entendida algo más de lo que
podemos aprehender con los sentidos. Estas ocupaciones narrativas revelan, en uno y otro escritor, la
presentación no sólo de un nuevo modo de escribir, sino la de una forma distinta de concebir la
literatura, el arte. Para abarcar la afinidad entre García Ponce y Musil tomo las palabras que Blanchot
expresa, (en “Musil”, El libro que vendrá, Venezuela: Monte Ávila Editores, 1992) para definir al
segundo: “Hombre[s] enteramente moderno[s], dispuesto[s] a darlo todo a la literatura, pero también
de la fundamentación) de la autoridad del Ground; y por tanto fin de todo hombre de violencia, de esa violencia
que acompaña a lo “sagrado”); es también el anuncio heideggeriano del final de la metafísica”, p. 53.
4 La aparición de lo invisible (México: Siglo XXI, 1968), p. 115.
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5 Prólogo, Juan García Ponce. Cuentos completos (México: Seix Barral: 1997), p. 7.
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6 “Celebración de Juan García Ponce”, en línea, internet La Jornada Semanal, 22 de octubre, 2000.
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concederme, Juan García Ponce: polígrafo total. Entrevista, en Corre, Lee y Dile. El mensajero del lector, Dirección
General Editorial de la Universidad Veracruzana, no. 2, Invierno 2001-2002, p. 2.
8 Hermann Broch, Adiós a Musil, en línea, internet Nexos virtual, 31 de julio de 1980.
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dos volúmenes en su publicación para imitarlo”, nos dice el escritor mexicano refiriéndose a El
hombre sin atributos, novela que el autor austriaco nunca acabaría y “cuyo carácter –expresa García
Ponce en El reino milenario 10 – descansa en la necesidad de convertir en literatura la realidad, toda
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realidad, incluso la del autor, porque la realidad sólo puede encontrarse en la literatura, en el nuevo
espacio y el nuevo tiempo con una forma y un orden propios que crea el arte”.
Estoy totalmente de acuerdo con Christopher Domínguez cuando expresa, en su Prólogo citado, que
“el lector de García Ponce establece con su obra un pacto de amor que incluye la rabia y la
indulgencia”; en lo particular, la “rabia” proviene de sentir que toda competencia es poca para penetrar
a su universo literario como éste lo merece, no sólo por lo que en sí la calidad de la obra exige sino
sobre todo por ese pacto de amor que se establece y que anima el compromiso con lo que se ama; por
todo esto se pronuncia la “indulgencia” para una misma. Los temas que García Ponce recrea
incesantemente en su narrativa son a la vez varios y el mismo. Su pensamiento gira en torno a unas
cuantas obstinaciones, pero su giro es para indagar, siempre para profundizar. Me parece que recorrer
uno de sus relatos hará posible acercarnos un poco más a estos temas y a lo que ellos revelan.
¿acerca de qué o de quién está hablando este texto? Cinco mujeres es un caso de referencia, de
contenido Intencional diría Searle. Es de Tres mujeres 12 de Robert Musil de quien García Ponce
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abraza 13 el título de Cinco mujeres. Musil en su libro reúne tres relatos, García Ponce en el suyo cinco,
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tanto los relatos de uno como de otro escritor están precedidos por la figura de una mujer, en Musil:
Grigia (una mujer campesina e infiel), La portuguesa (una enigmática extranjera) y Tonka (una
doncella sencilla que despierta una obsesiva pasión); en García Ponce: Enedina (la nínfula deseada),
Julia (la estudiante de Historia del Arte, una mujer libre y abierta a la experiencia), Vanya (una ama de
casa simple y pueril), María (la amante siempre evocada) y Carmen (la figura de la ilusión y el
ensueño).
9
TP Christopher Domínguez, Prólogo, op.cit., p. 8.
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10
TP (México: UNAM, 1992).
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11 (México: CONACULTA/Del Equilibrista, 1995), a esta edición pertenecen las referencias que haré al cuento “Un
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breves prosas poéticas incluidas en las Obras póstumas, cerrarían el ciclo de la tarea narrativa de Musil antes de la
publicación de la gran novela” El hombre sin atributos.
13 García Ponce llama homenajes a este proceso de penetrar en las obras literarias y plásticas que a él le
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obsesionan: “ellas forman mi obra, si puedo llamar así a un cierto número de cuentos, relatos, novelas, obras de
teatro, ensayos sobre literatura y pintura, crónicas, juicios sobre acontecimientos, en suma, opiniones sobre
figuras, obras, sucesos que hieren o se graban en mi imaginación y han alimentado a lo largo de muchos años mis
intentos por llegar a la literatura a través de esas formas a las que adjudico la misma importancia”, De viejos y
nuevos amores, vol. 1, Arte, México: Mortiz/Planeta, 1998, p. 9. Juan Bruce Novoa, “La novelística de Juan García
Ponce. El deseo por el modelo” (en Juan García Ponce y la Generación de Medio Siglo, Col. Cuadernos, México:
Universidad Veracruzana, 1998), manifiesta que “para comprender lo que Musil no logró plasmar bien en La
realización del amor hay que leer La cabaña, ese espacio donde Musil, Blanchot y Bataille se encuentran en el claro
del bosque que resuena con los ecos de lo sagrado de un ensayo o de una novela de Pavese, todo para fundirse en
una presencia del ángel tan caro a Rilke”, p. 70.
cerrado de la realidad al tiempo que manifiesta la manera en que el amor la cambia, la hace revelarse
en una forma nueva y asombrosa. Encontramos a cinco mujeres dueñas de una belleza absoluta que
reconocen y exhiben, mujeres siempre apasionadas, deseadas y admiradas. En la vida de estas cinco
mujeres tienen lugar situaciones que viven tal y como se les presentan, sin hacer conflictos ni
aspavientos y, en sucesivas ocasiones, hasta veleidosamente. Esta disponibilidad femenina se percibe
en dos sentidos: por un lado como una manera de encontrarse y sentirse con y en el otro; de la misma
manera, como una forma de descubrirse y sentirse en el mundo, específicamente en una sociedad
gobernada por reglas que estas cinco mujeres rechazan y transgreden.
Enedina, la ninfeta provocativa e inocente admirada por su belleza, contemplada intensamente por el
amante de su madre y cuyo deseo jamás satisfecho en su totalidad siempre está presente. A Julia la
advertimos poseedora de sus pasiones, en ocasiones voluntariosa, pero siempre dueña de sí misma. La
imagen primera que tenemos de Vanya es siempre una y la misma a través del relato: bella aunque
pueril, un tanto irresponsable, trivial e insulsa. María, es la mujer que mora en la memoria de quien la
recuerda, la convoca y la nombra, que la hace presente. Por último advertimos a Carmen, la imagen
que se percibe a través de la ventana, figura solitaria que despierta la imaginación y el deseo de aquél
que la observa.
El título de Cinco mujeres como paratexto es, pues, un homenaje de García Ponce a Robert Musil,
escritor muerto en el exilio y la miseria. Esta admiración la expresa García Ponce en varios ensayos,
particularmente en el El reino milenario:
En la forma del ensayo la palabra tiende un puente hacia otras palabras que la esperan en la orilla
opuesta [...] Esta es la fe dentro de la que fueron escritos estos ensayos que forman este libro. Todos
ellos giran alrededor de la obra de Robert Musil. Su meta, sin embargo, no es sólo esa obra, sino la
literatura e incluso, más allá de ella, el sentido que Musil encuentra al crear la suya.
Como acertadamente ilustra José Emilio Pacheco en la contraportada de este libro: “García Ponce
interpreta desde adentro el pensamiento y la estética de Musil [...] Analiza el lugar de Musil. Pero
sobre todo explora la unión de arte y vida en este campo imposible de delimitar: el espacio donde
mora el espíritu”, como veremos a continuación, en la lectura de “Un día en la vida de Julia”.
14
TP En el sistema narrativo de García Ponce la relación amorosa por antonomasia es la relación sexual; es decir, la
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aunque sea por unos instantes. Después, al reintegrarse a ese orden social prescrito que rechazan,
llevan consigo la experiencia excepcional de lo vivido.
La segunda, presentar a la mujer como figura central del relato, dueña de una belleza absoluta que la
mirada masculina contempla y admira. Hallamos a la mujer como “centro de la vida y la existencia,
ese centro que, convertido en inevitable punto de referencia, nos permite reconocer la vida,
contemplarla y entrar en ella”. 16 Esta forma voyeurística de la mirada no se detiene tan sólo en la
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contemplación del cuerpo y la belleza femenina, también trata de fijarla en otro objeto para convertirla
en modelo, en una figura siempre contemplada, deseada y fulgurante. 17 De este modo, la vemos
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exhibirse como si posara para un cuadro aceptando con gozoso placer los meritorios tributos a su
belleza, mostrando lo que su representación emana desde adentro y consciente del poder de sus
cualidades estéticas percibidas por el mirón o voyeur quien, fascinado ante la belleza, la contempla
como objeto de deseo, pero no en el sentido degradante del término, sino como el objeto de deseo que
todos deben admirar. 18 Así, cuando la mujer advierte en quien la mira ese deslumbramiento y
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seducción que su belleza provoca se entrega al abrazo erótico abandonándose, penetrando a lo que
García Ponce señala, en La aparición de lo invisible, como el espacio de lo sagrado, 19 ámbito donde el TPF FPT
15 La condición existencial del individuo es su aislamiento respecto a los demás, cada ser humano es discontinuo
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de los demás y sólo el erotismo, al ser un estado comunicativo, les permite la ruptura de su discontinuidad y
alcanzar la continuidad con otro ser, aunque sea por unos instantes puesto que el absoluto no logra conservarse,
como dice Musil. Es un concepto que García Ponce toma de Georges Bataille quién entiende la particularidad
individual en una concepción ontológica.
16 Juan García Ponce, “Lo femenino del feminismo”, Las huellas de la voz (México: Coma, 1982), p.110.
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17 Opina Juan Bruce-Novoa en “La novelística de Juan García Ponce. El deseo por el modelo” anteriormente
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citado, que “Esas mujeres, sin embargo, no sólo son el modelo en el sentido de objeto de la contemplación, sino
también de paradigma de la mujer deseada. De este modo dejan de ser limitadas por su identidad particular para
convertirse en el cuerpo modelo de todo cuerpo. Al pasar a ese nivel de participación en lo que Aristóteles
llamaría lo genérico universal de la presencia femenina en el mundo, la mujer en particular trasciende su
existencia en la contingencia. Participa de lo que Virginia Woolf describía como ‘el mundo visto sin un ego’ ”, p.
69.
18 Para García Ponce es objeto “todo lo que puede ser materia de conocimiento o sensibilidad de parte del sujeto,
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incluso éste mismo”, en “El objeto, la cosa, el simulacro: la pintura”, De viejos y nuevos amores, vol.1, op.cit., p. 53.
Asimismo, la contemplación es como esclarece Etienne Souriau, Diccionario Akal de Estética (Madrid: Akal, 1998),
al señalar que “el sujeto que contempla se proyecta con el pensamiento hacia el objeto de su contemplación y
adquiere una especie de conocimiento por el interior” p. 345. La contemplación en nuestro escritor mexicano es el acto
estético por excelencia.
19 La concepción de lo sagrado, o sentimiento místico (que Bataille llama experiencia interior) de García Ponce,
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se asemeja a la filosofía que sobre este concepto construye Bataille en El erotismo (Barcelona: Tusquets, 2000), para
quien “La fenomenología de las religiones nos enseña que la sexualidad humana es directamente significativa de
lo sagrado [...] Para entendernos. Nada más lejos de mi pensamiento que una interpretación sexual de la vida
mística. Si bien, de algún modo, la efusión mística es comparable con los movimientos de la voluptuosidad física,
es una simplificación afirmar [...] que las delicias de las que hablan los contemplativos siempre implican un cierto
grado de actividad de los órganos sexuales [...] [Sin embargo], la experiencia de la contemplación se ha vinculado
desde muy temprano con la conciencia más atenta respecto a las relaciones entre el gozo espiritual y la emoción
pintor vienés, tomando de la mano al lector para recorrer juntos “los hermosos y atrevidos dibujos de
fina línea de las bellas modelos vienesas” mientras los actores del relato, como señala Genette,
“siguen, en otra parte, dedicados a sus ocupaciones o, esperan para reanudarlas a que el relato vuelva a
ellos y les devuelva la vida”. El narrador, situado en un punto de observación frente a la belleza de los
dibujos y la maestría de Klimt, informa al lector lo que su mirada percibe, su punto de vista y su
fascinación ante el arte, es una recreación a manera de armonía entre el tiempo-del-hablar y el tiempo-
del-mirar, voz y mirada (literatura y pintura, narrador y lector) como sinécdoques configurando
de los sentidos [...] Hay similitudes flagrantes, o incluso equivalencias e intercambios, entre los sistemas de
efusión erótica y mística”, p. 230-231.
20 Hay momentos en que esta comunicación con el lector llega a un determinado extremo. En el punto en que la
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relación que guarda con la historia le conmueve, va y se lo informa al lector, tiene efecto lo que Genette, en
Figuras III, define como la función testimonial o de atestación del narrador, puesto que nos entrega, dice, “los
sentimientos que despierta en él determinado episodio”, por ejemplo leemos en el relato: “[Julia] se burlaría de
Rodrigo apenas lo viera porque Obdulia le decía "señorito”. ¡Claro que era señorito, por mucho que hiciera el
amor nunca dejaría de ser señorito! [...] Entonces volvió a dejar el libro, sin hojearlo, a pesar de la belleza de los
dibujos, de la maestría de Klimt. ¡Triste es el destino del arte para las bellas estudiantes de Historia del arte a las que nada
más les gustan sus maestros y la oportunidad de tentarlos, aunque sólo sea planeando trabajos que después no sabrán cómo
escribir! De la misma manera, lo vemos a veces adoptar un papel didáctico e irónico en su discurso, dentro de lo
que Genette apunta en este mismo libro como función ideólogica del narrador: “El señorito Rodrigo no había ido a
comer. Julia sintió un odio intenso. ‘Recuerde el alma dormida, /avive el seso y despierte / contemplando...’.
Julia no recordaba esos versos, pero sí que Jorge Manrique había muerto muy joven durante un sitio a Toledo. La
manera en que la cultura ayuda a jóvenes temperamentales puede ser bastante inesperada”. Los énfasis son míos.
modelo de su descripción, invitación que le hace llegar a través de Raymundo Ochoa, 22 un personaje TPF FPT
el narrador construye “otro” relato “que es más afín al texto que lo rodea que a su referente y que, sin
embargo, no deja de remitir a ese objeto que desencadena la actividad descriptiva: ese otro que puede
reconocerse como tal”. 24 En el cuento, la información narrativa nos detalla que exactamente ese día de
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la vida de Julia se encontraba en su mesa de noche un libro de dibujos bastante eróticos de Gustav
Klimt, esta afirmación nos orienta a indagar sobre el horizonte de sentido de la alusión. El relato nos
ofrece puentes, indicios textuales que remiten a reconocer en el relato la existencia de un “otro”
extratextual al que se refiere continuamente y que pasa, incluso, a ocupar un primer plano: “el delgado
libro azul, con los hermosos y atrevidos dibujos de fina línea”, “tan eróticamente como el pintor había
utilizado a sus bellas modelos vienesas”, “recogiendo automáticamente el libro de Klimt”, “volvió a
dejar el libro, sin hojearlo, a pesar de la belleza de los dibujos, de la maestría de Klimt”, etcétera.
Vayamos, sin más digresiones, a la ecfrasis verbal y, análogamente, a conocer su referente plástico en
lo que se da respuesta a la modelo del texto: “–¿Dónde puedo cambiarme? –preguntó Julia [...] Si
quieres puedes ir ahí, a mi cuarto [...] Una nueva Julia y ningún espejo en el cual contemplarse”.
21 García Ponce puntualiza en “El arte y lo sagrado”, La aparición de lo invisible (op.cit.), que “el secreto del gran
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arte, de la gran obra, se encuentra en su capacidad para guardar el secreto y mantenerlo vivo. Su papel no sólo es
el de un trasmisor, sino también el de un almacén en el que se conserva ese secreto en su verdad sin principio ni
fin, contenida, como ha señalado Maurice Blanchot a propósito de la literatura crítica, en ‘el infinito de la palabra
no dialéctica’, ese infinito con miras a la acción interior, ligado al espacio creador, contenido en él, que la crítica
debe de seguir como una búsqueda de la posibilidad de la experiencia”, p. 85.
22 Nos cuenta el narrador que Raymundo Ochoa es de “esa clase de hombres que no pertenecían a la categoría
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del poli, ni a la de su padre, ni a la de su maestro, ni a la de Rodrigo. [...] apenas se bajó del coche advirtió que
uno de los hombres de esa categoría había empezado a seguirla después de admirar sus piernas sin medias
mientras se bajaba, y de seguirla admirando toda entera al cerrar el coche” p. 41.
23 Véase Michael Riffaterre, “La ilusión de écfrasis” (en Literatura y pintura, Madrid: Arco/Libros, 2000).
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24 Luz Aurora Pimentel, “Espejimos y fascinaciones ecfrásticas”, en Teorías de la interpretación. Ensayos sobre
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Julia se levantó y abrió las cortinas que creaban una oscuridad demasiado total [...] podía ver la basta
dimensión de pasto apenas ondulada en la que sólo había una magnolia, frondosa, cuidada, mimada por
Julia; después estaba la alberca, cuyo azul era más oscuro que el del cielo y más allá otros muchos
árboles:
Julia era de buena familia, una familia rica, así que no se podía asegurar que los negocios del padre
fuesen decentes. Vestía un ligero y transparente camisón blanco, cuyos delgados tirantes mostraban la
anchura de sus hombros, cuyo escote en pico revelaba la largura de su espalda por detrás y el principio
de sus pequeños pechos separados por delante. El pelo castaño claro, tan claro que a veces se podía
decir que era rubio, le caía más allá del principio de la espalda. Ella siempre se lo recogía a la altura del
cuello con un broche de carey:
25 Fue a partir del sentido del texto, y desde mi punto de vista sobre este sentido, que consideré la elección de los
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referentes plásticos. Todos los cuadros expuestos en el análisis de este relato, “Un dia en la vida de Julia”, son del
pintor vienés Gustav Klimt, exceptuando Cuadro III (1960), Sárcófago para Felipe II (1963), Sin título (1960) y Galería
de mina (1963) que son del pintor canario Manuel Millares (1926-1972). El énfasis en las citas de los cuentos es
mío.
Antes de pensar en bañarse, fue hacia su cama, se sentó, y marcó el teléfono colocado en su mesa de
noche, recogiendo automáticamente el libro de Klimt y poniéndolo en sus piernas sin abrirlo. El teléfono
llamó tres veces antes de que una mujer contestara. Rodrigo Mendiola, su novio, no estaba, la criada no
sabía a donde había ido [...] el señorito Rodrigo nunca decía adónde iba. Julia colgó molesta hasta con la
criada española que la familia de Rodrigo había importado de su heredad en Castilla. Se burlaría de
Rodrigo apenas lo viera porque Obdulia le decía “señorito”. ¡Claro que era señorito!, por mucho que
hiciera el amor nunca dejaría de ser señorito!:
Entonces volvió a dejar el libro, sin hojearlo, a pesar de la belleza de los dibujos, de la maestría de
En vez de vestirse, se puso de nuevo el camisón y se metió a la cama. Desayunaría ahí, ahí esperaría a
Marina.
[...] En ese momento entró al cuarto de Julia su nueva conocida. Marina vestía totalmente de negro.
Zapatos negros, una estrecha falda recta negra, una blusa de manga larga cerrada hasta el cuello de
seda negra. El pelo largo, muy lacio, le caía a ambos lados de la cara. Tenía los ojos verdes, la nariz
respingada y una boca delgada, sin pintar, a diferencia de la línea negra alrededor de sus ojos que los
hacía ver más verdes:
26
TPLa inscripción en el cuadro dice: “No puedes satisfacer a todos con tu forma de actuar y tus obras de arte.
PT
¿No tienes calor vestida de negro? Marina le sonrió por primera vez.
–Lo sentí viniendo hacia acá –dijo
Seguía mirando a Julia cuando automáticamente, como si ésa fuera la única acción posible, se
desabrochó los tres primeros botones de la blusa. Fue Julia la que sonrió otra vez. ¿Iban a estar
sonriéndose toda la mañana o es tan sólo la falta de imaginación del escritor?:
Desnudas las dos, la piel de Marina era aun más blanca que la de Julia, su cuerpo más rotundo.
Suspiraban mucho. Al bajarse Marina para besar a Julia, ella movió de un lado a otro la cabeza. —Nooo
—dijo. Me gusta más con el dedo y sintiéndote sobre mi. Marina obedeció. Mordió muy despacio el
abultado labio inferior de Julia. Ella se vino dos veces. Marina sólo una:
El padre de Julia por supuesto no fue a comer. “El pobre está tan ocupado que ni siquiera eso puede”,
explicaba la madre a todos los que quisieran oírla, mientras Julia pensaba en su infeliz madre a la que
nadie en su sano juicio podía creerle. La madre había sido una belleza que no se parecía a Julia sino a su
segunda hermana, pero después del quinto hijo empezó a engordar y el padre a estar cada vez más
ocupado en sus negocios.
Cuando entró al enorme comedor con su gran mesa en la que la cabecera estaba vacía, su madre y sus
cuatro hermanos ya estaban ahí: 27
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27 La ironía es una figura evidente en el texto desde el inicio, el narrador presenta a su personaje y, en la
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caracterización que hace de ella, aparece por primera vez un contraste paradójico: se nos dice que Julia, la
protagonista, había leído a Calderón de la Barca en una aburrida clase de literatura cuando cursaba la secundaria,
asignatura donde sólo se aprendían fechas, épocas, estilos, pero jamás se leían las obras, precisamente por eso
Julia no conocía la sentencia con tinte teológico de Calderón de la Barca donde advierte que “las estrellas señalan
pero no rigen”. Julia forma parte de una familia de la alta burguesía, una “buena familia, una familia rica, así que
no se podía asegurar que los negocios del padre fueran decentes, aunque de esas cosas no se hablaba nunca y
todos en la familia, por tradición, por educación, por convencimiento, se consideraban y esperaban que los
consideraran decentes”. El señuelo burlón de esta ironía tiene un curioso efecto en el lector: la evidencia de una
familia sin honestidad, desintegrada y económicamente sostenida gracias a los negocios turbios de un padre
En el comedor, además de los aparadores, había varios cuadros de pintores modernos, mexicanos y
extranjeros [...] Cuadros había por toda la casa, incluyendo un Miró, un Tàpies y un Millares, con la tela
negra muy arrugada, que se veía apenas se entraba a la casa, que a Julia le encantaba y su padre nunca
pudo explicarle a su entera satisfacción:
siempre ausente, nos va llevando a no esperar, como lectores y a medida que se acerca la conclusión del cuento,
que ocurra algo que resuelva la situación anímica y ética de Julia y su familia. Que Julia sea la disponibilidad
total, que el hermano no querido por Julia sea de izquierda, lea a Marx y sea un hipócrita en las discusiones con
su padre, tenga, además, una colección de películas pornográficas que no comparte con Julia porque “su ingenuo
hermano, con su ridículo bigotito y el pelo largo, creía que era lo que ella no era, una muchacha decente” y sus
hermanas estén tan cerca de su madre, una madre totalmente infeliz que se pasa la vida disculpando las
ausencias del padre, plantean la imposibilidad de tener otras expectativas. El contraste y la paradoja están en la
base misma de los acontecimientos: la casa de Julia está en el Pedregal, donde según el padre de la protagonista
está lleno de ladrones. Esta paradoja, trasladada a los personajes, será la de que, aun siendo deshonestos,
superficiales, incultos y disolutos, “se consideraban y esperaban que los consideraran decentes”.
Al salir del comedor, Julia subió a su cuarto y le hablo de nuevo por teléfono a su novio. El señorito
Rodrigo no había ido a comer. Julia sintió un odio intenso. “Recuerde el alma dormida / avive el seso y
despierte / contemplando…”. Julia no recordaba estos versos, pero sí que Jorge Manrique había muerto
muy joven durante un sitio a Toledo. La manera en que la cultura ayuda a jóvenes temperamentales
puede ser bastante inesperada:
Seguía haciendo calor. Un día antes Julia se había puesto las últimas gotas del frasco negro con tapa roja
de su perfume favorito: Joy de Jean Patou. Decidió salir hasta la tienda donde estaba segura de
encontrarlo […] En camino hacia el almacén, Julia ya había decidido que además de comprarse su
perfume, durante esa tarde sería otra. Dentro del estacionamiento, apenas se bajó del coche, advirtió
que uno de los hombres había empezado a seguirla después de admirar sus piernas sin medias mientras
se bajaba, y de seguirla admirando toda entera al cerrar el coche […] Sin dejar de mirarla, sin hablarle,
el hombre la vigilaba. Julia se compró un ceñido pantalón morado y una escotada blusa negra con unos
estrechos tirantes. Entró a probárselos. Poco después que los pagó, el hombre le habló por primera vez
[…] Fueron en el automóvil de Julia al departamento de él que estaba cerca de ahí. Era un departamento
moderno con muebles antiguos. –¿Dónde puedo cambiarme? –preguntó Julia […]
–La señorita Julia, con su peinado tan serio, sus cejas espesas y ese cuerpo maravilloso –dijo Raymundo
Ochoa–. Si quieres puedes ir ahí, a mi cuarto. Julia entró al cuarto. [...] Una nueva Julia y ningún espejo
en el cual contemplarse. Salió del cuarto:
¡Se le debían ver las piernas más largas con los ceñidos pantalones, la blusa negra señalaba la anchura de
sus hombros y mostraba el principio de sus separados pechos! […]
–Te ves muy bien –comentó Raymundo.
Julia lo estaba comprobando detenidamente por sí misma. Miró por el espejo ponerse de pie a
Raymundo y avanzar hacia ella, sintió sus manos acariciándole el pelo, recorriendo sus hombros y
bajando uno de los tirantes. Echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en Raymundo:
Después, Raymundo la cargó y la llevó hasta la cama de su cuarto. La dejó ahí y fue a cerrar las
cortinas. La misma semipenumbra que en la sala. Julia no se había movido. Fue Raymundo el que le
quitó primero los zapatos, luego los pantalones y la blusa […]
Se desvistió y besó a Julia en el sexo hasta que ella se vino. Hicieron el amor dos veces. Acostados boca
arriba, Julia tenía los ojos cerrados y Raymundo le decía: “Eres muy bella, Julia, muy bella y casi tan
caliente como bella, no, sin el casi”:
28 En este cuadro se recrea la leyenda griega en la cual Zeuz, transformado en lluvia de oro, amó a la joven; es el
TP PT
momento de la posesión erótica. García Ponce señala que Danae es “hija del rey de Argos, Acrisio, y de Eurídice,
hija de Lacedemón y de Esparto, madre de Perseo que cortaría la cabeza de Medusa. En la lluvia de oro de Gustav
Klimt la lluvia se transforma como en Tiziano en monedas de oro, pero a diferencia de Tiziano, las monedas ya no
lo son sino que forman una verdadera lluvia como si para ser realistas tuvieran que ser primero monedas y luego
transformadas en una copiosa lluvia. Y realista antes de ser Dánae es el modelo que sirve para representar a
Dánae. Se trata de una belleza de los tiempos de la Imperial y Real Corona Austro-Húngara. Ella, claro, está
entregada al éxtasis de la posesión. No todos los días podemos despertar el deseo de un dios que además es el
padre de los dioses. Del éxtasis nos habla todo el cuadro”, en “El oro en la visión de Gustav Klimt”, De viejos y
El amigo la miró con sorpresa mezclada con un gusto infinito […] Muy pronto estaba besándola en la
boca y el brazo libre de Julia rodeó su cuello […] Estaban haciendo el amor todavía, cuando Raymundo,
desnudo ya, le pidió a Gastón: –Ponte tú boca arriba, bajo ella. Gastón obedeció y Raymundo entró a
Julia por detrás. Eso ella no lo había hecho nunca. ¡Cuánto le gustaba! No quería que pasara el tiempo en
que se sentía entre dos cuerpos y penetrada por dos lados:
Idilio, 1884
nuevos amores, vol.1, op.cit., p.168. Para una descripción de los cuadros Danae y El beso del pintor vienés, léase este
espléndido ensayo.
Desde el sofá, Gastón, que había apagado su cigarro, admiraba la belleza de Julia […] –¿Cuándo vienes
de nuevo?
–Nunca –contestó Julia.
–No puedes hacernos eso, no puedes hacernos eso –contestó Raymundo. –Ni a mí tampoco –agregó
Gastón.
–Como poder, claro que puedo. Pero también puedo cambiar de opinión. Quién sabe. Espérenme aquí
[…]
Su madre y su hermana estaban en la cocina. Su hermana tenía clases al día siguiente, muy temprano. –
Ni tan siquiera vacaciones te dan –comentó Julia:
Las dejó ahí y fue a sentarse a la sala, perdida en sus pensamientos, como se dice […] El señorito llegó
poco antes de las ocho […] –¿Dónde estuviste todo el día? –preguntó de pie ya, esquivando el beso que
Rodrigo intentó darle en la boca. –Con el maestro Gutiérrez Lugo, tenía que hacer un trabajo sobre
producción industrial y él se ofreció a ayudarme –explicó Rodrigo. En vez de sentarse de nuevo, Julia
empezó a caminar de un lado a otro, con las manos entrelazadas por detrás. Ésa era una mala señal,
Rodrigo lo sabía:
La expectativa, 1905/09
¡Te va a pegar el sida! –estalló Julia. Rodrigo también estalló: –Si me pega el sida yo también te lo
pegaría a ti y no estaría mal! ¡Todos nos vamos a morir de algo! Esa respuesta era definitiva. ¡Qué
inteligente era Rodrigo! ¡Cuánto lo quería Julia!:
Dejó de caminar de un lado a otro, descruzó sus largas y hermosas manos, las apartó de su espalda,
volvió a unirlas detrás del cuello de Rodrigo y él la besó:
Julia había sacado a escondidas una copia de la llave del enorme estudio que su padre nunca utilizaba
[…] Julia y Rodrigo se encerraron en el estudio y se acostaron en el sofá:
Rodrigo se “marchó” a las doce en punto. Julia lo acompañó hasta la puerta de la casa. Frente al Millares
comentó una vez más que su maestro de Arte contemporáneo lo encontraba espléndido […] La respuesta
de Rodrigo también ya se había repetido muchas veces con muy pequeñas variantes: –Valdrá mucho,
pero para mí se robaron a tu padre y tu maestro es un farsante. Sólo son un montón de manchas negras y
de tela arrugada:
29 “El beso es una alegoría en la que se anuncia la entrega al amor físico [...], es el preludio de una inevitable
TP PT
entrega. Esa consentida entrega al olvido del placer está marcada por la voluntad de subrayar la decadencia que
muestra toda la representación. [...] como si el atributo que acompaña a la extrema belleza fuera la extrema
disolución. En esa belleza hay una crueldad, un ignorante gesto de despedida”, Ibid., p.170.
Julia se quedó con su hermana viendo la televisión […] Al terminar la película, su hermana se estiró y
bostezó ruidosamente. –¡Qué tedio! –comentó.
Julia ni siquiera contestó. Subieron juntas la escalera y cada quien se metió a su cuarto. Apenas apoyó la
cabeza en la almohada, Julia se quedó dormida:
¿Quién habla cuando hablan los libros?, pregunta García Ponce en Las huellas de la voz, y él mismo
nos responde: “Habla la escritura. En la escritura, allí donde la palabra encuentra su voz convertida en
un murmullo interminable, en un puro camino sin fin, que no se dirige a ningún lado y se recoge una y
otra vez sobre sí mismo, volviendo siempre a empezar”. No es casual que la écfrasis concluya con la
descripción verbal del cuadro de Klimt titulado La poesía porque para García Ponce, como para
Heidegger, en la poesía, como arte de la palabra, 30 se encuentra la esencia, el origen de todas las artes.
TPF FPT
30
TP García Ponce encuentra una estrecha relación entre el cuerpo, el lenguaje y la poesía y así lo expresa: “El
PT
lenguaje que la poesía ha sabido poner en libertad debe encontrar su relación con el mundo mostrando cómo el
En “Un día en la vida de Julia” voz y mirada llegan juntos al lugar adonde habita el arte, la écfrasis
nos ha permitido acceder a su revelación. Vamos a la pintura de Klimt a través de la escritura y de la
mirada ajena, pero también de la nuestra para, finalmente, al cesar nuestra lectura llevarnos en el
recuerdo el mirar y lo mirado, el decir y lo dicho, convertidos en cómplices de las palabras e imágenes
que se reflejan en nuestra retina. Este diálogo del narrador con el lector adquiere sentido no sólo en el
momento en que la palabra se exhala y el lector la recibe, al decir de Gadamer, sino también cuando
esta palabra, y el lienzo que la acompaña, vuelven a nuestra memoria y logran otra vez maravillarnos:
Uno no es más que el espectador pero, por serlo, desde la soledad de la contemplación, su experiencia es
única. Lo que ha ocurrido ante esta exposición es personal y probablemente incomunicable. Sin embargo
uno conoce esa experiencia; todo amante de la pintura la conoce: la imposibilidad de apartarse de ella. 32
TPF FPT
La écfrasis literaria
Entre la écfrasis literaria y la écfrasis ejercida por la crítica del arte existen diferencias:
La écfrasis crítica se refiere a un cuadro ya existente, y solo tiene sentido si está basada en el análisis
formal de su objeto, mientras que la écfrasis literaria presupone el cuadro, sea este real o ficticio. Por
tanto, la écfrasis literaria se basa en una idea del cuadro, en una imagen del artista, en lugares comunes
del lenguaje y a propósito del arte. La écfrasis crítica formula juicios de valor variados y basados en
principios estéticos explícitos, condena o elogia, quiere formar el gusto de sus lectores. Por el contrario,
la écfrasis literaria busca su admiración: al ser una variedad del encomio, se convierte de hecho en un
blasón de la obra pictórica. 33
TPF FPT
Esta representación de la representación (la obra de arte inserta en la obra literaria) denominada por
Riffaterre mímesis doble, no es un localizar en el relato dos planos intercalados, el lector “en lugar de
estar guiado por la doble mímesis debe sacar sus propias conclusiones de indicios metalingüísticos y,
además, de la sustitución del discurso descriptivo por un discurso hermenéutico”. En nuestro texto, por
ejemplo, los indicios metalingüísticos comprenden:
1) La referencia al arte pictórico al que iterativamente se alude: “un libro de dibujos bastante eróticos
de Gustav Klimt”, “los hermosos y atrevidos dibujos de fina línea”, “hablar tan eróticamente como el
pintor había utilizado a sus modelos vienesas”, “un rostro y una figura que podrían recordar a las
modelos de Klimt”, “la maestría de Klimt”, “cuadros había por toda la casa, incluyendo un Miró, un
Tàpies y un Millares, con la tela negra muy arrugada, que se veía apenas se entraba a la casa”, “Desde
su lugar podía admirar el Tàpies y un collage de Motherwell”, “Frente al Millares comentó una vez
más que su maestro de Arte contemporáneo lo encontraba espléndido”, “Para mí que robaron a tu
padre y tu maestro es un farsante. Sólo son un montón de manchas negras y de tela arrugada”;
2) Y el tema que se designa: el erotismo como arte corpóreo por excelencia.
Otra de los consideraciones importantes es que al texto de la écfrasis se agrega un relato aclaratorio
que permanece adyacente, exterior a la imagen comentada, en este caso son las apostillas a veces
irónicas que realiza el narrador para opinar sobre el arte y la cultura, 34 veamos algunos ejemplos: “Era
TPF FPT
de una buena familia, una familia rica, así que no se podía asegurar que los negocios del padre fuesen
cuerpo es capaz de adquirir la misma cualidad de signo desde la cual se convierte en expresión de esa libertad. En
la poesía, el cuerpo y el lenguaje pueden entrar en relación y convertirse en un signo en común”, en “Realidad e
imaginación”, Apariciones (Antología de ensayos), Selección y Prólogo de Daniel Goldin, (México: F.C.E., 1994), p.
322.
31 Hugo Mujica, Poéticas del vacío (Madrid, Trotta, 2002), p.19.
TP PT
32 Juan García Ponce, “Roger Von Gunten: El poder de la belleza”, Apariciones. (Antología de ensayos), op.cit., p.
TP PT
458.
33 Michael Riffaterre, “La ilusión de écfrasis”, op.cit., p.162. Todas las citas que haré a partir de este momento
TP PT
© Magda Díaz-Morales
'El gato' de Juan García Ponce". El próximo mes de julio de este año se publica su libro El erotismoT
perverso de Juan García Ponce. Lenguaje y silencio. Asimismo, es la Editora del Sitio del Escritor:
T T T
http://www.garciaponce.com
ALESIA
por Óscar Sipán *
SE NECESITAN DOS PUENTES para fijar una ciudad como Alesia. Una ciudad de rectos bulevares
para reprimir revoluciones que nunca llegan, de tabernas ruidosas donde forjarse una leyenda
jugando a la ruleta rusa y de sombríos jardines de magnolias, crisantemos y jacarandás, escribe en su
cuaderno de viaje Ludovic Sindone. El tranvía está casi vacío. Una mujer, que se debate entre cruzar o
no la frontera de la vejez, mira al frente con un niño sentado en su regazo; el niño inventa estrofas de
una canción sobre una luna rellena de serrín. El conductor se masajea las sienes en una parada, como
intentando amortiguar el peso de septiembre. En el asiento posterior un padre le dice a un hijo:
Muchacho, desconfía de las mujeres pecosas; por algo las ha marcado Dios. La avenida principal
desemboca en el Obelisco de los Cobardes y es allí donde Ludovic Sindone se apea con su maleta.
Consulta el mapa. El Hotel Stauros se encuentra a tan sólo tres manzanas. Es una ciudad pequeña, que
huele a acuario olvidado y a laurel. De un puente a otro, cuarenta mil almas y tres hoteles: el Stauros,
El Vällim y el Tzmisce. Camina distraído, interiorizando que las ciudades pertenecen a los holgazanes
sin reloj, que el mundo gira porque hay gente que se
«El Hotel Stauros es un edificio de detiene, cuando le sorprende la lluvia. Y no es una
ladrillo georgiano combinado con lluvia cualquiera la de Alesia: un zumbido en el cielo y
piedra, balcones de malaquita azul y hay que buscar abrigo de inmediato. Por toda la ciudad
enormes ventanas con maineles y
se han habilitado refugios para guarecerse de las
travesaños, flanqueado a su vez por
tortugas clérigo. Las nubes vierten su extraña
dos torreones que le otorgan un
propaganda y Ludovic Sindone sonríe en soledad,
disfraz de fortificación.»
conmovido ante la belleza de lo que otros ven como
castigo. Tan sólo dura un instante. En la temporada de
lluvias se refuerza drásticamente la plantilla de limpiadores municipales para poder afrontar con
eficacia y rapidez la retirada de las tortugas clérigo, pequeños bultos desorientados sobre el pavimento.
El Hotel Stauros es un edificio de ladrillo georgiano combinado con piedra, balcones de malaquita
azul y enormes ventanas con maineles y travesaños, flanqueado a su vez por dos torreones que le
otorgan un disfraz de fortificación. A la entrada una inscripción reza: TEMOR DE DIOS. Los
mendigos, emboscados a ambos lados de la puerta giratoria, dificultan el paso y suplican una limosna,
por caridad con las palmas de las manos extendidas, recibiendo bastonazos del portero que defiende
su propina y se ensaña con los mutilados y los pobres de espíritu. La propina es la única bandera que
saludan los porteros, el único lenguaje que comprenden, piensa Ludovic Sindone. No le da ni una sola
moneda. La puerta giratoria le deposita en un vestíbulo, elegante y decimonónico, de cómodos sofás
modernistas donde leer la prensa extranjera y de un color que recuerda a las flores amarillas del
muérdago, revestido de mármol portugués y de madera noruega, con un suelo de baldosas que van
disminuyendo de tamaño para crear una falsa sensación de lejanía y de una lámpara de araña que
ilumina hasta el último recoveco. Un botones, que abandona la adolescencia para no volver a
recuperarla, como un soldado en las playas de Normandía, recibe órdenes de una dama que tiene la
La niebla avanza sobre Alesia, primero cubriendo los puentes y luego todo, anota en el cuaderno de
viaje Ludovic Sindone antes de abandonar la ciudad.
***
* Este relato constituye un adelanto del libro Guía de hoteles inventados escrito por Óscar Sipán e ilustrado
por Óscar Sanmartín (www.oscarsanmartin.com), el cual acaba de obtener el IX Premio del Libro Ilustrado
T
El autor:
U U
Óscar Sipán (Huesca, España, 1974) ha publicado cuentos en diversas revistas de ámbito nacional
e internacional y ha sido galardonado en numerosos certámenes literarios. En 1998 recibe el
premio de novela “Odaluna” y publica Rompiendo corazones con los dientes, su primera incursión
editorial en solitario. Posteriormente publica en 2003 el libro de relatos Pólvora mojada (XVII
Premio de Narrativa “Santa Isabel de Aragón, Reina de Portugal”, Leyendario, Monstruos de agua
(March Editor, 2004) y Escupir sobre París (March Editor, 2005). Acaba de terminar, junto al
ilustrador Óscar Sanmartín, el libro Guía de hoteles inventados. Su arma secreta es el entusiasmo.
MADRE MEDEA
por Pilar Adón *
Regresó a Madrid con diez carretes de fotografías, unos cuantos pañuelos del Soho, algún anillo,
pantalones de diseño escocés, galletas, unas gafas de sol, una camiseta blanca con un dibujo «Snowing
in London», libros comprados en Dillon’s, frascos de mermelada, cajas de té, una maleta que le
rompieron en el aeropuerto y por la que hizo una reclamación en la que tuvo que detallar todo lo que
llevaba dentro, sellos, tazas, envoltorios de chocolatinas, papel de regalo, cinco CDs, revistas y un
niño.
En aquella época se dedicaba a escribir e ilustrar libros de viajes en los que incluía sus propias
fotografías y, cuando el niño tenía casi un año de edad, decidió que con el dinero recibido por la
última actualización de su guía de Londres junto con lo que sacara del alquiler de su antiguo piso,
podría permitirse el traslado a otro piso más grande en un barrio en el que nadie preguntara nada y en
el que nadie supiera quién era. Y así lo hizo. No se lo pensó dos veces, porque para realizar el plan que
tenía en la cabeza debía estar sola con el niño, completamente sola. Los demás tienden a moralizar
sobre temas que no comprenden. Moralizan, dan consejos, opinan, consideran… Y su proyecto era
ciertamente inmoral. Extraño. Socialmente reprobable, incluso. Por lo que debía mantener el secreto
más absoluto para poder lograr una personalidad pura, completa y únicamente intelectual, libre de los
perniciosos contactos directos con el resto de la humanidad.
Al cabo de unos años, la única relación que el niño Jason mantenía con el mundo se producía a través
de ella, de los libros, la música y de algunos programas de televisión cuidadosamente seleccionados
con anterioridad. Sólo se le permitía ver informativos, programas culturales y alguna película
especialmente interesante. Como ella no veía ningún otro espacio, al niño no le resultó difícil
amoldarse a las directrices de su madre, ya que se produjo en él un proceso de mimetización
considerablemente más agudo del habitual. El niño no tuvo otro progenitor al que emular más que a
Elena Ocampo. No tuvo profesores de los que adquirir pautas de conducta o hábitos. Tampoco jugó
con otros niños, por lo que no conocía el afán de superación física que se adquiere cuando se pierde un
partido de fútbol o no se gana en la competición de relevos, ni experimentó la mezcla de sensaciones
amor-odio hacia los alumnos de cursos superiores que, en cierta forma, sustituyen la de otro modo
absorbente figura de los padres. Por todo esto, Jason sólo imitaba a Elena Ocampo, y lo que ella hacía
lo hacía también él de la manera más espontánea, porque era lo que había visto desde que nació: leía al
poner la mesa y escuchaba música clásica mientras se lavaba los calcetines.
Naturalmente, el niño Jason poseía una cara extremadamente pálida y unos ademanes lentos, pesados
y oscilantes. Nunca había recibido directamente la luz del sol y su actividad corporal se limitaba a
caminar por la casa, tomar un libro de una estantería o levantarse para beber agua. Elena Ocampo
pensaba que los ejercicios gimnásticos eran del todo inútiles porque lo único que lograban era
extenuar el cuerpo hasta el límite de no permitir ninguna otra labor posterior y, como ella quería
obtener un ser eminentemente culto, no podía permitirse perder el tiempo en la elaboración de una
adecuada masa muscular. Así que el pequeño Jason estaba flaquito y bastante poco desarrollado
físicamente para sus ocho años. Si alguien hubiera llegado a conocerle entonces, habría calculado que
no pasaba de los cinco y, además, habría percibido inmediatamente un intenso parecido con Elena
Ocampo en todos los aspectos: movimientos, gestos, voz, la forma de tomar los cubiertos al comer, los
libros al leer, los cuadernos al escribir… Se podría decir que mantenían una relación casi teatral entre
Elena Ocampo se movía algo inquieta en el asiento trasero del taxi. El conductor dedujo que se trataba
de impaciencia:
–No se preocupe, señorita. Ya pasamos el accidente. Mire ahí. Mire… Menudo golpe. Seguro que hay
heridos… ¿No se lo decía? Si es que no me extraña. Con esta lluvia…
Ella se fijó en el bulto que estaba extendido en el suelo, inmóvil, y no dejó de mirarlo hasta que el taxi
avanzó lo suficiente como para perderlo de vista. Aquellas luces rojas y aquellas luces azules.
Aquellos hombres intentando ayudar a otros hombres. Hombres informando, redactando… Vendría
una grúa, retirarían el coche, limpiarían los restos de sangre, harían desaparecer los cristales, y allí,
Al llegar a su calle salió del taxi y le dijo al conductor que se quedara el cambio. Una vez en el
ascensor, empezó a buscar sus llaves. Las llevaba en algún lugar de su bolso, pero nunca las
encontraba con facilidad dado el desorden que mantenía entre sus cosas más cotidianas. Salió del
ascensor, recorrió el breve espacio que conducía a su casa y, cuando abrió la puerta, notó que,
extrañamente, no se oía ninguna música. El niño no había salido a recibirla y Elena comenzó a
llamarle. Al no recibir respuesta, recorrió la biblioteca, la cocina, el larguísimo pasillo, hasta que, por
fin, le encontró en su propia habitación. Jason estaba pálido, pequeño y delgado, como siempre, pero
además tenía de nuevo las manos llenas de sangre e intentaba esconder una cuchilla manchada de un
rojo opaco debajo de la butaca que ella reservaba para colocar los libros que estuviera leyendo. Esta
vez se había herido una pierna, y Elena Ocampo le encontró aterrorizado mientras intentaba detener el
flujo de sangre que rodaba lentamente hacia sus tobillos. Se acercó a él, observó el carácter de su
herida y preguntó:
–¿Vas a hacer esto con mucha frecuencia? ¿Se va a convertir en una costumbre?
El niño no contestó, y Elena salió un instante de la habitación para volver poco después con unas gasas
y agua oxigenada.
–Me gustaría que me lo dijeras para estar preparada y no llevarme estos sustos cada vez que llegue a
casa. Si tienes previsto seguir lesionándote haz el favor de decírmelo ahora, porque te aseguro que no
es nada agradable entrar y encontrarte lleno de sangre.
Su hijo Jason continuaba sin decir nada, temblando. Hizo algunos gestos de dolor cuando su madre
volcó el frasco de agua oxigenada sobre sus piernas, pero no se quejó y ella actuó con la mayor
frialdad igualmente.
–Supongo que te estará escociendo, pero esto no es nada. Nada comparado con lo que te puede llegar a
pasar si sigues experimentando con este tipo de cosas.
Dejó de curarle la herida, se puso de pie y tomó de una de las estanterías cuantos libros pudo abarcar
con ambos brazos. Luego los dejó caer cerca del niño y, volviendo a arrodillarse junto a él, dijo:
* Este relato forma parte del libro de relatos Viajes inocentes (2005), publicado por la editorial Páginas de
T T
La Autora:
U U
Pilar Adón (Madrid, España, 1971). Ha publicado las novelas El Hombre de Espaldas (1999), I
T T
Premio Ópera Prima de Nuevos Narradores, y Las hijas de Sara (2003), en la colección Alianza
Literaria, de Alianza Editorial, así como el libro de relatos Viajes inocentes (2005) en la editorial
T T
Páginas de Espuma, por el que obtuvo el Premio Ojo Crítico de Narrativa 2005. Ha sido incluida en
T T
diversos volúmenes de poesía y relato, entre los que cabe mencionar la antología perteneciente a
la colección Biblioteca de Escritoras de la Editorial Castalia, Ni Ariadnas ni Penélopes. Quince
T
escritoras españolas para el siglo XXI o la antología de relatos eróticos femeninos Todo un placer,
T
Él es gestor comercial. Ahora comparte secretaria con otros dos compañeros, pero en la última reunión
con su superior insistió en su disponibilidad para viajar y éste le ofreció un puesto importante si estaba
dispuesto a ganárselo.
Ella es enfermera. Se queja de los turnos nocturnos que tiene que cumplir, pero la supervisora de
planta la tiene muy bien considerada.
Los dos se ven alegres, dinámicos y comprometidos con el tiempo que les ha tocado vivir. Creen que
todo esfuerzo merece una recompensa. Entre semana se ven poco, sólo por las noches –y ni eso si ella
tiene jornada de tarde– pero se llaman por teléfono varias veces al día para hacerse confidencias y
hablar de sus respectivos compañeros. Cuando él llega a casa a media tarde se afloja el nudo de la
corbata y se considera un triunfador. Se lo dice a ella, y si ella no está, al perchero en el que cuelga la
chaqueta.
Más de un día ella aparca su coche en el garaje, llega a casa –mientras abre la puerta sus ojos miran el
felpudo que pisa y en él está escrito «bienvenido»– recorre de puntillas el pasillo, se ducha y luego,
acariciándose el pelo mojado, mira por la ventana para comprobar si es de noche o de día. Después le
gusta apoyar la frente en el cristal, sentir su frío y descansar.
Él va al fútbol cada dos o tres domingos con sus amigotes y luego regresa a los brazos de ella, que, si
coincide el turno, le espera en la cama para preguntarle por el resultado, aunque no le importe nada
quien ganó. A esa hora les gusta abrazarse como si afuera hubiera lobos.
Ella acude al gimnasio un par de veces por semana. En la
«Los dos se ven alegres, bicicleta estática mira al jovencito que hace pesas a su lado y
dinámicos y comprometidos con desea que se dirija a ella y le pida que le pase la botella de
el tiempo que les ha tocado vivir. agua mineral. Siente su mirada de caimán y se avergüenza de
Creen que todo esfuerzo merece los pensamientos que la asaltan. Luego sonríe mientras sigue
una recompensa.» pedaleando.
Los fines de semana se despiertan tarde. Miran extrañados
las manecillas del reloj y se levantan de la cama con la vitalidad de los osos tras el invierno. Compran
el periódico y constatan que el mundo va a la deriva. Piensan que son unos privilegiados y que
merecen serlo. El domingo suelen salir a comer. A los dos les gusta la comida exótica. Acuden de vez
en cuando a un restaurante tailandés en el que les atienden muy bien y donde ya les conocen. Allí, sus
pasos crujen sobre el suelo de madera como si hubieran llegado procedentes de algún lugar
importante. Además, digan lo que digan, los camareros siempre sonríen.
Llevan varios meses haciendo planes sobre las próximas vacaciones de verano. Ella prefiere playa. Él
lo que sea, montaña, Europa, lo que sea, con tal de que no sea playa. Es un juego. A él le encanta que
ella se enfade de esa manera tan cómica y, aunque sabe que al final irán a la playa, insiste para ver
cómo arruga la nariz y tartamudea de rabia.
De lunes a viernes una chica polaca –de confianza, por supuesto, y con referencias– les echa una mano
en casa llevando al cole al niño, que luego se queda al comedor y asiste a actividades extraescolares –
kárate, iniciación al inglés, pintura y desarrollo psicomotor. A las siete le espera en el vestíbulo del
cole, le da un beso en nombre de sus padres, lo agarra de la mano y lo conduce dócilmente a casa. Esta
muchacha, que se casará la próxima primavera, también limpia la casa y plancha las camisas de él y
los uniformes de ella. De vez en cuando les prepara una sopa originaria de su país a base de col
fermentada y salchichas blancas. No piensa de ellos que sean una pareja especialmente feliz –como
ella y su novio– pero nunca se le ocurrirá comentárselo porque todos los viernes dejan el dinero de su
paga al lado de la cafetera, junto con una nota en la que agradecen sus servicios. Eso sí, adora al niño
y lo abraza de vez en cuando.
El sábado quedaron con una pareja de amigos en casa. Pidieron comida china por teléfono y después
se tomaron un par de copas. Luego, ellos salieron a fumar a la terraza y hablaron sobre inversiones en
El autor:
U U
TOÑITA
por Beatriz E. Mendoza *
Era una tarde soleada de junio, de esas en que el calor es insoportablemente húmedo y cuando dan las
cinco el sol se pone de un anaranjado tan fuerte que tiñe de azafrán las fachadas de las casas. Lo mejor
de esos domingos era llegar a asaltar la nevera de la casa de mis abuelos. La cocina, como casi todas
las habitaciones de la casa, era de paredes altas con telarañas en las esquinas y polvo debajo de los
muebles.
Mis abuelos siempre tuvieron dos señoras que cuidaban de ellos: María y Toñita. Toñita era una negra
extremadamente flaquita y un poco encorvada, de cabellos hirsutos y grises recogidos en una moñita y
ojos azules por las cataratas. La verdad es que a mis hermanos y a mí su aspecto nos parecía aterrador,
y como ella era la encargada de la cocina y de hacer la limpieza, asaltar la nevera se convertía
entonces en una aventura. Aparte de su aspecto de bruja y de sus ropas un tanto harapientas y algo
grandes para su talla, Toñita poseía un carácter de cascarrabias insufrible. Cada vez que nos veía
asomando el pico en la vieja nevera General Electric, situada en medio del corredor que comunicaba la
cocina con el comedor, nos espantaba pegándonos con un viejo trapo rojo de sacudir. Nos azotaba
como si fuéramos un mueble más de la casa que tuviera una costra inarrancable de polvo. La nevera en
el corredor era una trampa en la que siempre caíamos, pues cuando nos sorprendía por lo general la
puerta de la nevera estaba abierta, obstruyendo la salida hacia el comedor. Entonces ella se paraba
frente a nosotros con su trapo rojo y no nos dejaba otra escapatoria que pasar por debajo de sus faldas,
correr hacia la cocina y escabullirnos por las escaleras que daban al patio de atrás.
El éxito de la hazaña era determinado por la cantidad
«Mis abuelos siempre tuvieron dos de galletas macarenas que hubiéramos logrado sacar
señoras que cuidaban de ellos: María de la inmensa lata que compraban para el postre de
y Toñita. Toñita era una negra mis abuelitos. Si además de eso, alguno de nosotros
extremadamente flaquita y un poco había logrado untar un par de tostadas o galletas de
encorvada, de cabellos hirsutos y
soda con mantequilla (un poco rancia y siempre a
grises recogidos en una moñita y ojos
punto de derretirse porque Toñita se negaba a meterla
azules por las cataratas.»
en la nevera), entonces se podía decir que el éxito
había sido rotundo. Pero si por encima de todas estas y
otras golosinas que la nevera atesoraba, uno de nosotros, en un intento suicida, había logrado
apoderarse de uno de los pudines de chocolate o vainilla vaciados en recipientes de latón labrado que
almacenaban en la parte más alta de la nevera, entonces ya no era un éxito, ni una hazaña, sino una
verdadera proeza digna del más fiero de los piratas sacado de un libro de Emilio Salgari.
Después de habernos librado de las garras huesudas y negras de Toñita, que aparte de sacudirnos
intentaban también agarrarnos por la oreja, nos íbamos a repartir el botín a nuestra guarida. Como
todas las casas en la ciudad, la de mis abuelos estaba separada de la de los vecinos por un paredón más
alto que cualquiera de los adultos. Entre la casa y el paredón se dejaba siempre un espacio apenas lo
suficientemente ancho para una persona, que daba lugar a un estrecho callejón, que en época de brisas
se llenaba con las hojas secas de los árboles. Era en este callejón en donde mis hermanos y yo
teníamos nuestros cuarteles generales y en donde Toñita detenía su persecución y nos miraba con ojos
de perro rabioso, desde la entrada del mismo, jurando que esperaría a que saliéramos para pegarnos
por el rabo con la escoba y que le contaría a mi mamá todas nuestras malacrianzas.
Después de oírla refunfuñar durante un tiempo cerca del callejón, siempre atacados por una risa
nerviosa que tratábamos de sofocar poniendo una mano sobre la boca, escuchábamos cómo arrastraba
sus chancletas de plástico por el patio hasta subir las escaleritas que daban a la puerta de atrás de la
cocina. Entonces soltábamos las carcajadas hasta que la panza nos dolía o hasta que descubríamos a
las hormigas, atraídas por el olor de los dulces, intentando cargar con nuestro botín al hombro. La
© Beatriz E. Mendoza
* Este relato forma parte del libro de relatos Rompiendo el silencio, relatos de nuevas escritoras
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La autora:
U U
EL ÚLTIMO INQUILINO
Había varios mirlos posados en los aleros del tejado. Los pájaros, de ojos brillantes y picos amarillos
puntiagudos, estaban muy quietos, como si fueran gárgolas que quisieran proteger las medianerías del
edificio. Fueron aquellas asquerosas aves, de plumas negras como la nada, lo último que vio el viejo.
El hombre estaba tendido sobre el cemento cuarteado del patio, con los ojos fijos en el cielo azul que
se derramaba sobre las ventanas cerradas, de sucios cristales. Todas cerradas salvo una, precisamente
la que él abría cada mañana, con un gesto de desafío hacia el resto de los pisos, ahora deshabitados. El
último de sus vecinos se había marchado hacía años y, desde entonces, sólo el transistor de Prudencia
–su mujer– se oyó desde la cocina de la cuarta planta, en donde siguieron viviendo a pesar de las
amenazas del casero.
–Nadie me va a echar de mi propia casa –contestó secamente a Prudencia, cuando ésta le pidió que
aceptara la oferta de realojo de aquél.
Partisano de sus recuerdos, el último inquilino se atrincheró
«El hombre estaba tendido sobre
al final del pasillo de la vivienda en disputa. No le
el cemento cuarteado del patio,
inquietaban las escaleras vacías, las puertas atrancadas o la
con los ojos fijos en el cielo azul
suciedad que se iba acumulando en el portal de la finca. A
que se derramaba sobre las
quien odiaba era a Prudencia. Ella era peor que el casero,
ventanas cerradas, de sucios
con sus silencios cargados de incomprensión y sus miradas
cristales.»
torcidas. No se marcharía, él no se iría a ningún piso de
mierda en el extrarradio.
El viejo intentó moverse y no pudo. No sentía ningún dolor. Ni siquiera se dio cuenta de la postura en
que se hallaban sus piernas, torcidas en un trágico escorzo a consecuencia del impacto contra el suelo.
Oyó el transistor, pero sabía que ella no le ayudaría. Perra de mujer, al fin lo había conseguido, pensó.
Notó un líquido viscoso en los oídos. Sangre. Si pudiera, se habría estremecido.
Atardeció y las ventanas fueron perdiendo el brillo azulado. Los mirlos del tejado parecían vigilar,
impávidos, al moribundo. Cada agonía es sustantiva y en la del viejo no había túneles alargados, luces
maravillosas, lagos cristalinos ni zarandajas de esas. Las imágenes que veía eran sobre momentos
fugaces de su vida, instantes mugrientos y rutinarios que chisporroteaban en la aceitosa penumbra del
vestíbulo de la muerte: Prudencia rompiendo sus cigarrillos; Prudencia gritándole por haber salpicado
de orín la tapa de la taza del retrete; Prudencia
«El viejo intentó moverse y no pudo. No
olvidándose de comprarle el vino o Prudencia
sentía ningún dolor. Ni siquiera se dio
ordenando vete a comprar el pan, como si ella
cuenta de la postura en que se
tuviera otra cosa que hacer. Prudencia hasta el
hallaban sus piernas, torcidas en un
último momento, sempiterna en las imágenes
trágico escorzo a consecuencia del
crepusculares que le asaltaban.
impacto contra el suelo.»
Recordó el pasillo que los separaba. Le pareció tan
largo como los últimos años que había padecido al lado de la gorda y encanecida mujer. Nada que ver
con aquella preciosa muchacha de pelo rubio ensortijado, que miraba desde una amarillenta fotografía
presa en el marco del espejo del cuarto del matrimonio, donde él hacía años que no dormía. En los
últimos meses quiso romper aquel retrato cuarteado por la roña del tiempo y hoy lo había conseguido,
El viejo dejó de oír la radio. Luego, la vida se le escapó como una húmeda pepita de limón se escurre
de entre los dedos.
Sonaron golpes y gritos desde la puerta de su casa, que él ya tampoco pudo escuchar:
–¡Abre, que tienes una citación del Ayuntamiento! Creo que es sobre el nicho de Prudencia...
Una rata correteó alrededor del cuerpo y olfateó la sangre que encharcaba el patio.
–¡Abre, que no te miento! –el casero siguió aporreando la puerta, pero sólo le respondió el silencio.
Alas negras de pájaros en el cielo. Los mirlos, asustados por los gritos, levantaron el vuelo.
El autor:
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Pedro M. Martínez Corada (Madrid, España, 1951) es narrador y fotógrafo. Llegó a la escritura
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de la mano del Taller Literario de El Comercial, del que es uno de sus miembros fundadores, en
cuyo trabajo participa desde el año 2000. Varios de sus relatos se encuentran publicados en los
libros «Los cuentos de El Comercial» (Taller de El Comercial, Madrid-2002) y «Vampiros, ángeles,
viajeros y suicidas» (Kokoro Libros, Madrid-2005). Es cofundador del colectivo de cultura Margen
Cero y director de la revista digital de Arte y Cultura «Almiar», socio fundador de la Asociación de
Revistas Digitales de España (A.R.D.E.).
En el año 2005 fue elegido finalista en los Certámenes Literarios de la Universidad Popular de
Alcorcón (Madrid). Varios de sus relatos han sido publicados, asimismo, en revistas digitales de
varios países: «Heterogénesis» (Suecia); «Proyecto Patrimonio» (Chile); «El Escribidor» (España);
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LA IDEA DE DIOS
por Carlos Manzano
–Indudablemente, la idea de dios no encaja muy bien en la mentalidad del hombre contemporáneo,
una mentalidad dominada por el sentido de la rentabilidad, la eficacia, el pragmatismo y yo qué sé
cuántas modernidades más. Pero eso, a mi juicio, la dota de mayor atractivo.
Enrique tenía una habilidad especial para llevar siempre la contraria, para situarse desde el principio al
margen de modas y corrientes. Disfrutaba refutando cualquier aserto que se le pusiera a tiro; pocas
posas debían de proporcionarle más placer que observar el rostro circunspecto de su interlocutor al
comprobar cómo, frente a la lógica, mesura y conveniencia de sus argumentos, él esgrimía el más
peregrino de los subterfugios con el fin de echar por tierra su escrupulosa proposición.
Sin embargo, en esta ocasión no fingía: sus palabras destilaban un aire de sinceridad que, conocedor
como era yo de sus entrañas y manías, no se me podía pasar por alto.
–No entiendo que asumas una verdad como tal únicamente porque ya no esté de moda. Solo se puede
creer en dios desde el desprecio a la ciencia y al razonamiento concienzudo y constante; solo huyendo
de lo concreto y refugiándonos en abstracciones banales podemos asumir la existencia de un ente
superior que nos vigila y nos controla: el ser, la esencia, el alma o yo qué sé cuántas vaciedades más,
no son más que una sencilla reacción cerebral, el resultado de un simple proceso de autoconciencia. Y
es ahí donde deberías situar el tema, Enrique.
A diferencia de otros interlocutores, yo nunca perdía los nervios ante él, y creo que eso era
precisamente lo que más daño le hacía. Buscar razonamientos verosímiles partiendo de posiciones
siempre iconoclastas le exigía un esfuerzo mayor, un uso más riguroso de los silogismos y de la
dialéctica.
–Ahí te equivocas, porque jamás puedes llegar a lo concreto si no partes de lo abstracto. Piensa en los
primeros pensadores griegos y en su búsqueda de la virtud como actitud central y rectora de lo
humano: ¿tiene algo de concreto la virtud? ¿Tiene forma, peso, dimensiones físicas? Pero solo desde
la virtud puede uno asumir lo cotidiano, solo un ideal tan caro de conseguir como la areté puede
conducirnos a la auténtica libertad. Y lo mismo vale para el sexo, para la pasión; nada hay tan etéreo e
inconcreto como el deseo. El problema de los racionalistas, o de los que os llamáis racionalistas, es
que carecéis de profundidad de miras, de auténtica perspectiva.
Hacía calor. Aquel verano, las temperaturas apenas habían bajado de los treinta y cinco grados durante
el día, y lo único que se nos ocurría para combatirlo era darnos a la bebida. Yo iba por mi tercera
cerveza y me encontraba completamente empapado de sudor, que no paraba de fluir de mi cuerpo
como de una fuente marchita, pero me gustaba aquel ambiente distendido que habíamos creado entre
él y yo. Era agradable sentir de vez en cuando las ráfagas del ventilador que a nuestras espaldas
luchaba inútilmente contra las altas temperaturas, mientras los argumentos de Enrique iban tomando
posesión de la atmósfera con una liviandad extrema, suave, incluso me atrevería a decir que
inmensamente dulce.
–Hablar de dios, por muy abstracta que sea su idea, es hablar de un ente. La pasión o el valor son
reacciones químicas que emanan de nuestro cerebro, surgen de lo concreto para convertirse en
principios. Es justo lo contrario de lo que planteas tú. Pero es que además no puedes hablar de dios sin
referirte al dios de los libros sagrados, llámese Corán o Biblia, y la descripción que allí se hace de él
no puede ser más específica y delimitada. No podemos entender nada si no lo hacemos desde nuestra
propia experiencia, a partir de nuestras propias emociones, por lo que cualquier dios, para ser
aceptado, debe tener inexorablemente dimensiones humanas.
© Carlos Manzano
El autor:
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Carlos Manzano (Zaragoza, España, 1965). Es autor de la novela Fósforos en manos de unos
niños (2005), publicada por Septem Ediciones. Finalista del I Premio Letras de Novela Corta con
Las fuentes del Nilo (2002). Página personal: h t t p : / / w w w . c a r l o s m a n z a n o . n e t
***
La escritora que conozco
U
Es flaca, nerviosa y con sentido del humor. La abajo firmante la conoce desde hace tiempo, es una de
esas amistades que no se eligen, que te caen como una cadena perpetua, pero que no cambiarías por
nada en el mundo. Empezó a escribir de niña y a los catorce años recogió su primer premio. Toca
todos los palos literarios: prosa, verso..., lo mismo pergeña un ensayo filosófico que se despacha con
un cuento de porno duro. Y es que tiene un talento que le sale por los jirones del alma, un optimismo
inquebrantable y desesperado y las trazas del bohemio que no se resigna. Si algún día canta bingo en
una editorial, será famosa. Entre tanto lee y escribe, espera y confía. Como ella suele decir, es dura la
vida del artista.
Cuando un editor le pide su biografía o un seguidor entusiasta desea saber quién es, ella se niega a
dar datos, no quiere que se la conozca. Sostiene la idea de que jamás debe conocerse la vida de un
escritor. Los libros pertenecen a los lectores, que proyectan en ellos sus sueños. El libro es lo que
importa, lo que tiene de vida propia, y el autor debe ser siempre alguien anónimo. Por eso encuentra
tan patético el espectáculo de los que se aferran a su obra, incapaces de esfumarse, obligados por
vanidad o por marketing a seguir ahí con la mueca sonriente, presumiendo de sus logros y explicando
lo que ningún lector necesita que le expliquen. Por eso su biografía la escribo yo.
María
***
Entrevista
NARRATIVAS: Para comenzar, ya que es una de las características que más te identifican como
escritora, parece obligado preguntarte acerca del papel que juega el erotismo y el sexo en tu obra
literaria.
MARÍA DUBÓN: Escribo sobre personas, y las personas somos seres sexuados; por tanto, me
parece lógico que haya sexo, más o menos explícito, en todas mis obras. Además, le debo mucho
al erotismo. Con este género he ganado mi primer sueldo como escritora, el reconocimiento de la
crítica y la gratitud de miles de lectores, que han pasado un buen rato gracias a mis “Cuentos para
leer con una sola mano”.
N.: Otro de los aspectos que he creído apreciar en tus relatos es la soledad que parece amenazar
siempre a tus personajes, como una espada de Damocles de la que les resulta muy difícil escapar.
MD.: Todos estamos solos, rodeados de gente, pero solos.
N.: Eres autora de una novela, Un año de mi vida. ¿No escribes más novela por los enormes
problemas que conlleva encontrar editores que arriesguen, o porque realmente te encuentras más
cómoda en el relato breve?
MD.: Soy autora de siete novelas y media, la octava está en fase de gestación. También he
perpetrado unos 70 relatos, cerca de 1.000 artículos, un puñado de ensayos, biografías y críticas,
poemas… No escribo para publicar, escribo impelida por una acuciante necesidad, porque no puedo
evitarlo. Encontrar un editor para mi obra es algo secundario que no me preocupa, prefiero antes
encontrar un buen lector.
N.: Para algunos escritores, la escritura funciona muchas veces a modo de catarsis, como una
manera de exorcizar demonios internos. ¿Sería también tu caso?
MD.: Al final todos acabamos escribiendo de nuestras obsesiones.
***
Relato
Sus ojos siguen siendo exactamente igual a como yo los recuerdo, almendrados y de un intenso color
avellana, están humedecidos y todo indica que pueden llorar. Un mechón de pelo rebelde se empeña
en caer sobre su frente. Su boca trata de sonreír, de hecho sonríe, es una sonrisa apenada. No parece
tener treinta y seis años, pienso enfrente de mi antigua compañera de estudios. Nadie diría que el
tiempo pase por ella, todavía conserva su belleza profunda, en la plenitud de sus encantos y formas,
aún podría lucir los tejanos y la camiseta ceñida que llevaba
«El flujo de los recuerdos corre en el instituto.
sobre los malos momentos,
limados por la distancia del Ahora ella viste de riguroso negro, la ocasión así lo requiere.
pasado, y solamente toca los –Las vueltas que da la vida –me dice.
días agradables, los sucesos
memorables o los Y yo asiento ante esa verdad irrefutable.
acontecimientos que han sido
mejorados por la lejanía.» Helena se reúne con su suegra y ocupa el lugar que le
corresponde, junto al ataúd de su esposo. Desde mi ubicación,
«He acudido al entierro con Ahora Julio es el reputado chef de un distinguido restaurante,
la única intención de ver a está casado y es padre de cinco hijos, muy de tarde en tarde nos
Helena, algo me ha vemos, acudo a cenar alguna de sus especialidades y después del
impedido dejarla sola en un cierre de la cocina nos tomamos algo y recordamos el pasado.
momento especialmente Sara se casó con un diplomático, cada Navidad recibo una
duro para ella.» felicitación suya desde un país distinto. He perdido todo
contacto con Manolo, lo último que supe de él es que enseñaba
en Oxford, Historia, por supuesto, y el rastro de Alex lo he seguido por la prensa. Con cierta
frecuencia aparecía en las páginas de economía cerrando importantes negocios internacionales o en las
de sociedad, del brazo de su esposa, Helena Jimeno; siempre impecable, exhibiendo su sonrisa
triunfal, comiéndose el mundo. Su fulgurante carrera lo había ascendido directamente a la cima del
sector empresarial, ganaba dinero a espuertas, vivía en una suntuosa mansión y tenía a la mujer que yo
amaba desde que la vi el primer día en el instituto, era un perfecto cabrón.
Cuatro fechas atrás yo me había entrevistado con Alex, él ya no era ni la sombra del hombre que yo
recordaba. Me explicó que su empresa había conseguido de forma fraudulenta una contrata del
Ministerio de Obras Públicas y que además estaba enmerdado hasta el cuello con otros sucios
manejos, quería abandonar el país antes de que se destaparan unas malversaciones y se acordó de que
yo era aviador porque alguna vez Julio se lo había mencionado, consiguió a través de él mi dirección y
vino a verme, pues pretendía alquilar una avioneta y que yo lo llevase a Sudamérica; se le notaba
nervioso y no parecía muy seguro de sí mismo, comprendí que se hallaba en un lío gordo porque
estaba dispuesto a pagarme una fortuna a cambio de mi favor y de mi silencio, y mi respuesta fue no.
La satisfacción de tener al gran hombre arrodillado e implorante a mis pies me compensaba con creces
de la pérdida de varios millones que acababa de rechazar. Alex farfullaba insistiendo, sin aceptar mi
negativa, tenía miedo de algo y su miedo era justificado porque dos días después apareció muerto,
asesinado.
Helena me telefoneó en cuanto desapareció su marido, sobre el escritorio del despacho de casa había
encontrado un papel con mis señas, se extrañó mucho y me llamó, no tuve más remedio que
mencionarle lo que sabía. También la policía me interrogaría luego respecto a la conversación que
mantuve con el finado, ignoro si mi declaración les habrá ayudado a esclarecer los hechos.
He acudido al entierro con la única intención de ver a Helena,
«Concluido el sepelio, Helena
algo me ha impedido dejarla sola en un momento
me pide que la acerque a su
especialmente duro para ella. Las circunstancias trágicas de la
casa, entonces subimos al
muerte de Alex y el escándalo financiero en el que estaba
coche y mientras conduzco
involucrado y que finalmente ha quedado al descubierto, la voy pensando en el destino,
han convertido en una viuda solitaria, los supuestos amigos le en cómo cambia todo.»
han dado la espalda, nadie desea verse mezclado ni
relacionado con un asunto turbio, todos procuran preservar su
buen nombre. Somos siete las personas congregadas en el funeral: el sacerdote, el monaguillo, el
difunto, su madre, su esposa, su secretaria y yo.
El oficio religioso termina y acompaño a Helena al cementerio, ella se coge de mi brazo y yo la miro y
fuerzo una sonrisa, estamos tan cerca que nuestras caderas se rozan y yo le aprieto la mano temiendo
que se me pueda escapar, pero la mano sigue ahí, debajo de la mía, y descubro un temblor oculto, muy
© María Dubón
Acerca de Roderer
Guillermo Martínez
Ediciones Destino, 2006
La novela narra el enfrentamiento entre dos jóvenes de inteligencia privilegiada. Uno
utiliza esta inteligencia de modo práctico para adaptarse al mundo, el otro para la
búsqueda de un conocimiento absoluto que le permita comprender el mundo. Esta
búsqueda se verá amenazada por la locura y el suicidio. Una novela de suspense y
ambigüedad por el autor de Los crímenes de Oxford.
Contra Natura
Álvaro Pombo
Anagrama, 2005
Una novela que refleja un discurso independiente y políticamente incorrecto, tan lejos
de las condenas de la Iglesia católica como de las figuritas del pastel de un edulcorado
matrimonio gay. El editor jubilado Javier Salazar vive confortablemente en su piso de
Madrid. Tiene la sensación de hallarse por fin compensado por la vida... Hasta que una
tarde de lectura interrumpida para dar un paseo le conduce a un parque, al encuentro
con un muchacho malagueño, Ramón Durán, con el que intercambia palabras y
bromas. El inicio de una relación entre ambos disparará antiguos resortes de la
conciencia de Salazar: una conciencia atormentada, cargada de brillantez y encanto,
pero también de desprecio, vanidad y afán de destrucción.
«Para mí, creo que Eclipse de cuerpo es un homenaje al Stevenson de Jeckyll y Hide. El
lector de seguro no lo asocia; aquí no hay estremecimientos nocturnos, ni metamorfosis
fantásticas; el drama no divide al personaje en facetas malignas y bondadosas. Pero
justamente en este último aspecto está el homenaje, en que el personaje está dividido
por dentro. No hay hechos extraordinarios. Deliberadamente no los hay, el personaje y lo
que cuenta podrían existir en las coordenadas de lo que –con optimismo y candidez–
solemos llamar realidad.» (P-J. Valencia).
En un agreste lugar del litoral de Asturias, los Del Río, un tejedor de tapices y una
concertista de arpa, disfrutan de una vida apacible, dedicada casi en exclusiva al
desarrollo de sus quehaceres artísticos. Sin embargo, un terrible y macabro hallazgo los
lanzará hacia un torrente de situaciones extremas y despertará en ellos la fuerza de
unos sentimientos que nunca habrían creído poseer. El empuje del instinto maternal y el
descubrimiento de una sexualidad oculta formarán parte también del gran secreto de sus
vidas, un secreto que los conecta directamente con la mitología de la tierra y los árboles
asturianos, con los habitantes reales e irreales de sus bosques y sus montañas, con la vida que lucha siempre
por triunfar sobre la muerte.
El hijo menor del maestro del pueblo, don Fulgencio, escribe a partir de sus recuerdos
de veraneo la «historia» de Elías y su familia. El relato arranca con la Guerra recién
terminada. El padre de Elías, Hilario, había sido concejal republicano tras las
elecciones del 31 y se había empeñado en poner en práctica la reforma agraria. Su
muerte en el frente marcará la vida de Cecilia, su mujer, y Elías, su hijo. La vida de
Elías dará un giro cuando se traslada a la ciudad y comienza a trabajar en la imprenta
«Calatrava» propiedad de su tío, Blas, y comenzará a saber y experimentar lo que es
la lucha contra el Régimen con su participación activa, la impresión de libros
prohibidos, el exilio de los republicanos...
La sagrada familia
César Gavela / Alberto Gimeno
Algar Editorial, 2005
Un hombre sale de la abadía de Montserrat, sube hasta la peña más alta y busca su
último salto en el vacío. Tras él abandona una vida en la que sólo encontró consuelo en
el engaño. Quizá, en su ascensión sin retorno, crucen por su mente las preguntas que
dejó sin respuesta. Las que convirtieron su existencia en una trampa incesante. ¿Cómo
amar a un padre que dispuso su herencia igual que un potro de tortura? ¿A qué límite
nos lleva el flujo de la sangre si su cauce está contaminado por la muerte? ¿Es posible
la cordura cuando nuestra familia ha roto todos sus lazos con la razón? Este libro da
testimonio del esplendor y de la ruina de la casa de los Gigante, en Barcelona.
novela corta y en un estilo de sorprendente agilidad, se aproxima a los diversos rostros del
amor. De un amor tierno y violento y de un deseo que no sabe frenar su impulso... Los
personajes buscan siempre lo que no se tiene, anhelan lo prohibido, lo que está más allá
de las reglas, lo imposible. Ellos presienten que nunca conseguirán lo que quieren, pero lo
intentan y los vuelven a intentar. Son como soledades resistentes que buscan sin
descanso. Que sólo piden un poco de amor y, con él, una nueva vida, alejada de la triste
rutina que convierte todo en polvo y cenizas. Ellos no son más que soñadores en busca de
su sueño. Perdedores resueltos a no dejarse vencer, aun cuando se sepan vencidos. El
valenciano Sergio Llorens cierra su primer libro con una serie de relatos irónicos, ácidos y
muy surrealistas, aunque siempre contados desde la ternura del perdedor, desde la condición de no poder dejar
de fracasar nunca, porque perder es una profesión, una forma de vida, algo inevitable.
Metamorfosis
Juan Francisco Ferré
Editorial Berenice, 2006
Metamorfosis es un sorprendente conjunto de cuentos en los que el sexo, el deseo, la
nietzscheana voluntad de poder (en cualquier sentido) y el influjo de los medios de
comunicación visuales son los verdaderos personajes del libro. Historias increíbles se
urden sin tregua en los dieciséis relatos que componen Metamorfosis mostrando una
kafkiana visión del mundo mezclada con el humor más inteligente. El lenguaje del escritor
malagueño, autor de la polémica novela La fiesta del asno, no pasará desapercibido al
lector pues es una de las características más señaladas del libro: un estilo alambicado y
culto, actual y asombroso.
Ángeles del abismo de Enrique Serna, atrapa desde el inicio. Dos historias
T T
órdenes está Tlacotzin, es su pilguanejo], que estaba al borde de la cama doblado de dolor. Tenía
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el camisón empapado en sudor y jadeaba como un moribundo, tocándose el vientre con ambas
manos.
–Tengo unos retortijones de padre y señor mío –se quejó.
–¿Quiere la bacinica? –le ofreció Tlacotzin–. A lo mejor obrando se le quita.
–Ya lo intenté pero no puedo, estoy constipado. –Dijo Cárcamo.
–Esto me pasa por cenar tanto.
–Si quiere le puedo preparar un té de yerbabuena, para que le quite las cámaras.
–No, lo que necesito es una lavativa.
Preparado el enjuagatorio, Cárcamo le ordenó sacar el clíster que tenía debajo de la cama. Era un
grueso tubo en forma de jeringa que desembocaba en una vejiga.
Entonces el prior se puso en cuatro patas, con el camisón arremangado hasta la cintura. Tenía las
nalgas gruesas y peludas, y un ano sonrosado trémulo de angustia.
–Apaga la vela –Ordenó Carcamo–, no está bien que me veas así.
[Como el sacerdote no puede, dado las reglas de su orden, tocarse las "partes pudendas", ordena
T
Como un explorador aventurándose en aguas pantanosas, Tlacotzin tentó las velludas nalgas del
prior y trató de encajar el tubo en el ano con la mayor suavidad.
–Más fuerte –le ordenó el enfermo–, tiene que entrar hasta el fondo.
Tlacotzin empujó el clíster de un fuerte envión y arrancó un gemido de dolor a Cárcamo.
–¡Me cago en mis muertos! –Dijo entre dientes, y Tlacotzin se quedó un momento paralizado.
–Sigue, sigue –le exigió el prior, y para descargar la tensión hincó los dientes en la almohada.
Volvió a encajar el tubo con fuerza y ahora sintió que entraba con más facilidad, gracias al
ensanchamiento del recto.
–¡Ay, cuitado de mí! –se quejó Cárcamo, pero esta vez suspiró como si el dolor le causara placer.»
Ambientada en el México colonial del siglo XVII, esta novela picaresca escrita en el siglo XXI retrata
con gran ingenio los vicios de la sociedad novohispana: la Inquisición, el saqueo, la corrupción, el
engaño, la sed insaciable de poder de la iglesia católica que, junto a la monarquía española se
adueñaron de un país sumiendo a los indígenas, dueños y señores de estas tierras, en la
mansedumbre, el pánico, la humillación y la apatía consecuente.
narrada con maestría, con un humor estupendo y con personajes excelentemente configurados. Y
hablando de éstos, además de los ficcionales recorren la narración personajes tomados de la realidad
(ya comentaba sobre Teresa Romero), como una niña de ocho años que entrega a Tlacotzin y
Crisanta una temprana pieza de teatro de su autoría; sí, es Juana Inés de la Cruz, nuestra Décima
musa, antes de ser Sor, claro está. Asimismo, vemos transitar al poco conocido poeta y dramaturgo
Luis de Sandoval Zapata (1618 o 1620-1671) (1), cuya obra fue tema para la tesis de licenciatura de
P P
Enrique Serna («quizá el mejor poeta novohispano después de Sor Juana», expresa Serna) y que,
como atinadamente señala Eve Gil, «pudo ser el Lope novohispano si los intelectuales en el poder,
acaso envidiosos de su talento –"en el alma de los letrados mediocres, los laureles ajenos dolían
como rejones al fuego"–, no le hubieran puesto el pie encima»:
–––
(1)
P José Pascual Buxó escribió un libro titulado Luis de Sandoval Zapata (FCE, 1986), es una edición homenaje-
P
estudio de los textos en verso y prosa de este poeta, antecedido de un amplio ensayo introductorio que incluye
un análisis del romance "Relación fúnebre". También está el libro de Arnulfo Herrera Tiempo y muerte en la
T
Magda Díaz-Morales
Doctora en Literatura
March Editor
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Diez relatos componen el último libro de Óscar Sipán, relatos todos ellos
en los que se pone de manifiesto la sutileza y el dominio del lenguaje
alcanzado por este joven narrador oscense. Estamos hablando de un
escritor concienzudo, meticuloso incluso, a quien le gusta escoger con
mimo cada adjetivo, cada giro estilístico, y que como uno de los
personajes de sus cuentos –el escritor que se esmera en dar forma a un texto y que, claro alter ego
del propio autor, aparece en el relato que da título al libro– se descubre como un narrador altamente
exigente y riguroso consigo mismo, al mismo tiempo que como un enamorado de la palabra.
Todos los relatos de este libro han recibido alguna distinción, entre las que destacan los premios del
certamen "Dulce Chacón", el Internacional de Narrativa "Lo más sur II" de Buenos Aires, el Nacional
de relato "Fernando Quiñones" o el Nacional de cuentos "Jóvenes creadores" del Ayuntamiento de
Salamanca.
Carlos Manzano
Precio:11.90 Euros
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Páginas: 256
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La rutina de las lecciones impartidas en este pequeño universo docente apenas si se quebrantará por
ciertos acontecimientos políticos ocurridos en el último año del Aznarato. Y es que la Guerra de Irak
puede ser importante, pero el paro es crónico y los toros no se ven igual desde el otro lado de la
barrera, tal como nos desgrana el antiheroico alumno narrador de esta historia, hombre que ha hecho
de la indiferencia su armadura. La única razón para no llamarlo cínico es que a su lado se encuentra,
otro alumno, Gerardo, verdadero maestro en el arte contar las cosas como son, en vez de cómo
deberían ser. Resultan impagables los comentarios salidos de su boca sobre algunos libros y autores
tenidos por vacas sagradas entre masas y elites lectoras. No menos irónicos y divertidos son esos
paseos didácticos en los que el grupo de alumnos transita por los templos y templetes de la cultura
libresca, dentro de los cuales aspiran a trabajar algún día: ¿qué sitios se ocultan bajo los paródicos
nombres de las librerías Fuentidueña, Juan de Mairena, o la libertaria y ecológica de la calle
Hortaleza número 18 (entresuelo) conocida como El Ladrón de Ideas?
Escrita en un tono cansino por el que desearíamos matar a palos a su narrador, tal vez ese sea el
propósito final. A su manera, una novela costumbrista madrileña de comienzos de milenio. Negro y
sarcástico, el relato de Fernando San Basilio nos dice que esto es lo que hay.