Antología Educación y Ciudadanía. Blanca Espinosa
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Presentación
Propósito
Metodología
Unidades temáticas
Referencias Biliográficas
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Presentación
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salud y ambiental, como los son: Educación para la paz y los derechos humanos,
equidad de género, convivencia escolar pacífica, educación integral en sexualidad
y la educación ambiental.
Se espera que al término de este curso los alumnos adquieran conciencia sobre
los temas abordados y reflexionen con sensibilidad y ética de las acciones
emprendidas en su entorno y a la vez desarrollen proyectos que generen
propuestas de solución a las necesidades que se presenten en su comunidad
escolar.
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Propósito general
Que el participante reflexione, conozca y desarrolle conocimientos, habilidades,
actitudes, valores y normas que le permitan actuar con responsabilidad ante el
medio natural, social, la salud y la diversidad para contribuir a la mejora de la
comunidad escolar y su persona.
Metodología
Esta asignatura pretende adoptar como método de trabajo el enfoque experiencial-
situacional donde a partir de las experiencias de cada uno de los participantes
acorde con las temáticas a abordar se contrasten con la información presentada y
deconstruirlas a la luz de un análisis crítico.
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Educación y ciudadanía
Dr. Juan Benito Martínez
Dr. en Pedagogía y profesor de la Universidad de Murcia.
Director en Murcia del Instituto de Estudios para la Paz y la Cooperación (IEPC1)
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de los demás y con el entorno en el que vivimos. Todo ello desde las inevitables
relaciones de conflicto y poder que acompañan a la convivencia humana (Jares,
2001). Los objetivos y contenidos fundamentales de la Educación para la
ciudadanía deben estar ligados, lógicamente, al desarrollo de los conceptos que
acabamos de expresar. En este sentido, lo que podemos denominar
conocimientos, habilidades y actitudes de ciudadanía, los estructuramos en cinco
grandes áreas, que deberían formar parte de los contenidos de la nueva propuesta
de asignatura.
1. La Educación para la ciudadanía debe servir para reflexionar y sensibilizar
sobre
la convivencia y el ejercicio de la ciudadanía democrática en el centro y en su
entorno, lo que constituye al mismo tiempo una consideración metodológica
fundamental: las formas de convivencia, el respeto, el afrontamiento no violento de
los conflictos, la aceptación de la diversidad y el rechazo de cualquier forma de
discriminación, etc.
2. Abordar las causas y las diferentes formas de violencia –escolar, de género,
pobreza, terrorismo, etc.-, así como las alternativas a ésta que existen.
3. Dar lugar a la comprensión del significado de lo que es el estado de derecho
laico y la normativa fundamental que lo regula, así como los derechos y deberes
fundamentales de la vida en sociedad. Igualmente, conocer las condiciones y
posiciones ideológicas, económicas, políticas y religiosas que cuestionan los
presupuestos de la democracia.
4. El análisis histórico, filosófico, jurídico, político y ético de los derechos humanos.
5. El creciente proceso inmigratorio en España y el actual proceso de construcción
europea. El primero implica, fundamentalmente, contemplar el currículo desde la
dimensión intercultural, el segundo exige acrecentar la dimensión europea de la
educación.
En este sentido, Intermón-Oxfam (2005) propone como objetivos generales de la
“Educación para la ciudadanía global”:
. Facilitar la comprensión de las relaciones que existen entre la vida en nuestros
contextos y la vida de las personas de otras partes del mundo.
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A MODO DE CONCLUSIÓN
¿Cómo conciliar la educación para la ciudadanía, la educación cívica basada en la
deliberación racional de los individuos y en la no discriminación de ningún grupo
minoritario, con la identidad cívica que aúne a todos los miembros de la
comunidad
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BIBLIOGRAFÍA
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Madrid: MEC.
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Hace dos siglos, Kant planteó que la unión perfecta de la especie humana vendría
a través de una ciudadanía común. El autor pensaba sobre todo en la finitud de la
Tierra: al ser una esfera, no permite más expansión; por tanto, nos obliga a vivir en
un espacio común. Ello, a la larga, implica un principio de solidaridad universal:
todo el mundo tiene derecho a habitar la Tierra y todos tenemos el derecho a no
ser tratados como enemigos.
Retomando esa idea, es necesario que la educación Se necesita una mirada cosmopolita
emancipadora que nos permita
para la ciudadanía global aborde la identidad entender esta interconexión del
mundo y que nos ayude a compartir
terrenal, es decir, la condición del ser humano desde un mismo proyecto ético y político
Derecho a una ciudadanía global Gimeno Sacristán señala que para conseguir
este proyecto político común, el ciudadano y la ciudadana deben imbuirse de
valores sociales que les conduzcan a “una verdadera transformación hacia un
sistema de vida armonioso”.
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Frente a esta realidad compleja e injusta en la que “la extensa extrema pobreza
puede persistir porque no
situaciones de extrema pobreza conviven al lado de sentimos que su erradicación
un consumismo sin medida. Es aquí donde la sea moralmente imperiosa”.
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Ejemplo de solidaridad
como espectáculo
Justicia y
solidaridad en la
educación para la
ciudadanía global
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La realidad económica del mundo en que vivimos dista mucho de esa perspectiva
global de justicia y solidaridad a la que aspiramos desde la educación para la
ciudadanía global. Y es que, como denuncia Eduardo Galeano, nunca la economía
mundial ha sido menos democrática, nunca ha sido el mundo tan
escandalosamente injusto y nunca ha habido tanta distancia entre ricos y pobres.
A pesar de que existe la tendencia a identificar pobreza con “personas sin techo” o
mendicidad, en los países ricos existen pobres con techo cuyas rentas no les
permiten satisfacer sus necesidades de manera digna. La realidad es que la
pobreza atraviesa transversalmente nuestro mundo globalizado.
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- Asimismo, desde las ONG existen campañas para hacer de la pobreza historia, e
incluso iniciativas para declarar la pobreza ilegal (como se hizo en el siglo XIX con
la esclavitud) 27 y crear conciencia de ello en las escuelas.
la protesta: por ejemplo, ante las reuniones de los organismos internacionales que
son el motor de las políticas económicas más agresivas, la propuesta: por
ejemplo, mediante la organización de foros sociales mundiales. - Para que se
produzcan cambios, es necesaria la educación que conciencie sobre las
consecuencias de la injusticia global.
Compromiso personal: no ser cómplice del sistema, sino apostar por otras vías de
comportamiento.
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Eran aquellos los tiempos en que el saber constituía una unidad. En su vertiente
teórica se ocupaba sobre todo de lo verdadero, y en la práctica, de lo bueno, pero
desde esa intrínseca articulación del ser humano, que es a la vez inteligencia y
deseo, afán de verdad y aspiración a la vida feliz. Por eso dirá Aristóteles
expresamente que el hombre es inteligencia deseosa o deseo inteligente. Un
precedente claro de lo que en nuestros días se ha venido entendiendo de nuevo
como “razón sentiente” y como “inteligencia emocional”.
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Sin embargo, al hilo del tiempo esta concepción armónica de la sabiduría fue
destruyéndose poco a poco y el saber racional quedó supuestamente en manos
de los científicos y los técnicos. Si un pueblo quiere progresar en el concierto
universal, inmediatamente se piensa que debe mejorar su economía y, para
lograrlo, entre otras cosas, debe incrementar el gasto en el “I+D+I” que se refiere a
las “ciencias duras” y las tecnologías. Al parecer, son esas actividades científicas y
tecnológicas las que pueden hacernos económicamente competitivos, es la
competencia para las matemáticas la que mide el Informe Pisa. Esa es –se dice –
la clave del progreso de las personas y la riqueza de las naciones. Lo cual es
verdad solo en parte y sabemos que una verdad parcial es pura y llanamente
falsedad. Al parecer, nuestros mentores en esto del progreso no han aprendido en
libros tan sabios como el de Charles Dickens, Tiempos difíciles , qué ocurre
cuando el progreso científico-técnico se quiere independiente del moral, qué
ocurre cuando las ciencias presuntamente rigurosas prescinden de las
humanidades.
“Lo que quiero son hechos”, predicaba Thomas Gradgrind en la escuelita que
había concebido en el más puro y neto sentido positivista –cuenta Dickens. Y
continuaba:
No enseñéis a esos chicos y chicas sino hechos. Solo los hechos son necesarios
en la vida. No plantéis otra cosa y arrancad todo lo demás. Solo con hechos
podréis formar las mentes de los animales que razonan: nada más les prestará
nunca ningún servicio. Este es el principio en el que educo a mis propios hijos, y
este es el principio en el que educo a estos niños. ¡Aférrese a los hechos, señor!.
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Pero los hechos puros no existen en el mundo humano. Siempre se leen a través
de interpretaciones, siempre se comprenden desde el carácter del lector, siempre
se estiman desde lo que estamos habituados a valorar. De ahí que el final de la
novela sea sobrecogedor. Los dos hijos de Gradgrind, educados para apreciar
solo los hechos científicos e ignorar valores y razones sentientes, se convierten
respectivamente en un delincuente y en una desgraciada, incapaces de preferir
algo que les ayude en el camino de la justicia y la felicidad. Porque preferir es
valorar, estimar en más o en menos, y es esa una capacidad que no confieren los
puros hechos, sino esa razón sentiente que comprende las interpretaciones de los
hechos y sabe orientar su vida desde los mejores valores. Saber elegir los mejores
valores exige forjarse un buen carácter.
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Por eso una fuente esencial de la riqueza de las naciones y de los pueblos, una
baza indeclinable para asegurar el futuro en la medida de lo humanamente
posible, es contar con buenos ciudadanos, con ciudadanos activos capaces de
forjarse un buen carácter, un buen instinto para lo justo y lo felicitante. Un instinto
para elegir no tanto lo bueno, que tal vez nos sea inaccesible, como lo mejor, que
siempre es inteligente preferir.
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conquistar la autonomía, pero que solo puede lograrlo junto con los que son sus
iguales en el seno de una comunidad política, que cada vez más es universal.
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Y esto revela, como he intentado mostrar en otros lugares, que existe ya de hecho
un vínculo entre todos los seres humanos, de forma tal que quien se niega a
reconocer el derecho de otros no es que deja de hacer, sino que hace: rompe un
vínculo que ya existía. Un vínculo que obliga a quien sabe reconocerlo tanto al
respeto activo como al diálogo en situaciones de conflicto.
Ciudadanos activos son, entonces, los que valoran la libertad. Pero no solo
entendiendo la como independencia, como la posibilidad de disponer de un
perímetro de acción sin interferencias ajenas, sino también como autonomía,
como la capacidad de orientarse por normas que valdrían para toda la humanidad,
asimismo como participación en los asuntos públicos y, por último, como no-
dominación.
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No se aprende a ser ciudadano activo solo leyendo prospectos, por muy valiosos
que sean, ni siquiera conociendo cómo llegaron a elaborarse los productos que
figuran en ellos.
Ni es de recibo educar emociones y sentimientos, sin aducir con luz y taquígrafos
las razones por las que se considera que ciertos valores y conductas son
superiores a otros. Educar en la autonomía, en la ciudadanía activa, supone
pertrechar a niños y jóvenes también de razones y ayudarles a ponderar cuáles
son más poderosas, de forma que puedan ir decidiendo por su cuenta.
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Como muy bien decía Ortega, la filosofía occidental ha preferido hablar del ser y
del bien antes que hablar del valor, porque es este un tema sumamente lábil y
complejo. Tal vez por eso, y a pesar de que Kant nombrara el valor absoluto de las
personas y el valor relativo de los instrumentos, los valores más conocidos en el
mundo moderno fueron los económicos. Solo más tarde entró en liza la filosofía
del valor y sobre todo la ética de los valores, que inauguró Max Scheler.
En lengua hispana y en esto de los valores contamos con una tradición intelectual
muy valiosa, en cuya nómina figuran al menos José Ortega, Xavier Zubiri, Eugenio
D’Ors, José Luis Aranguren, Pedro Laín, Julián Marías, Riseri Frondizi... Desde
ella sabemos que los valores no los inventamos sin base alguna en la realidad,
sino que “los hay”, “valen”. Son cualidades de las personas, las acciones, las
instituciones o las cosas, que atraen cuando son positivos y repelen cuando son
negativos. Como la justicia o la libertad, que atraen, mientras que la injusticia y la
dominación repelen. Son cualidades que nos permiten acondicionar el mundo,
haciéndolo habitable, porque mal se viviría en un mundo sin solidaridad o sin
belleza, como se malvive en un edificio sin ventanas, con mugre y mal olor. Pero
hay valores de diverso tipo, desde los religiosos y los intelectuales a los estéticos,
los vitales y los de utilidad.
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Valores éticos, por su parte, serían –a mi juicio – aquellos que cualquier persona o
cualquier pueblo puede apropiarse, porque dependen de su libertad, está en su
mano apropiár selos y, además, debe incorporarlos, si es que quieren
considerarse humanos. Jugar bien al tenis no es un deber moral, afirmaba
Wittgenstein en su Conferencia sobre Ética , pero, si digo una mentira
escandalosa, no puedo responder a quien me critique que no quiero comportarme
mejor, sin que su réplica sea: “¡Pues debería hacerlo!”.
Por eso la ética de los valores afirma que los valores son captados por una suerte
de estimativa; que, de la misma manera que tenemos unos sentidos para captar el
color, el olor o el sabor, tenemos una capacidad –la estimativa– que nos lleva a
estimar los valores. Esta capacidad no se identifica, en principio, con las
facultades de conocer intelectualmente, que van dirigidas al mundo del ser, porque
el valor pertenece a un orden distinto. “Estimar” no es lo mismo que “entender” o
“calcular”. Es captar valores positivos y negativos, y saber priorizarlos de tal
manera que en la jerarquía situemos en el nivel más alto los valores positivos que
realmente son más elevados. Saber estimarlos correctamente significa saber
situarlos en la jerarquía.
Por eso, cuando una persona tiene atrofiada la estimativa, es incapaz de degustar
los valores, como es incapaz de disfrutar del buen vino quien carece de paladar.
Pero es preciso recordar que la enología es un tipo de saber que se desarrolla y
que requiere un cierto aprendizaje, como también la estimativa requiere un cierto
aprendizaje y un proceso de degustación.
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¿Qué valores tienen una gran presencia en nuestro momento y cuáles importa
cultivar para generar una ciudadanía activa? A mi juicio, podría hablarse de unos
“valores reactivos”, presentes en exceso, y de unos “valores proactivos” que, a mi
juicio, merece la pena cultivar.
Los valores reactivos generan un mundo reaccionario; los proactivos, un mundo
creador. De ellos nos ocupamos a continuación, advirtiendo –claro está– de que la
relación no pretende ser exhaustiva, ni tampoco relacionar cada valor reactivo con
uno proactivo.
a) Cortoplacismo
En nuestra época impera el corto plazo y eso imposibilita la forja del carácter, que
precisa del medio y largo plazo. El mundo de la empresa es un buen ejemplo de
ello, porque es preciso tomar decisiones ya, antes de que las tome el competidor.
No es extraño, pues, que se produzcan crisis financieras, como la que se ha ido
revelando poco a poco, desde que agentes económicos desaprensivos tomaron
rápidamente decisiones irresponsables, que están perjudicando a todos, sobre
todo a los más débiles.
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La idea clásica del carpe diem (“disfruta el momento”) hace que el presente se
apodere de nosotros y perdamos, entre otras cosas, algo esencial de nuestro
horizonte: el arte de hacer promesas. Decía Nietzsche con razón que el hombre es
el único animal capaz de hacer promesas. Las promesas son para el futuro, los
compromisos y las responsabilidades son para el futuro. Cuando el presente se
pone en primer lugar y es casi el tiempo único, se van perdiendo las nociones de
compromiso y de responsabilidad. La responsabilidad, como decía Kierkegaard,
pertenece fundamentalmente al modo de vida ético, a diferencia del modo de vida
estético, que responde a ese carpe diem del disfrute ya, ahora, que deja aparcada
la promesa.
b) Individualismo
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d) Ética indolora
Decía Lipovetsky en El crepúsculo del deber que la nuestra es una época de ética
indolora. Las gentes están dispuestas a exigir derechos, pero no a pechar con las
responsabilidades correspondientes, no a asumir obligaciones. No interesa el
discurso de los deberes, repugnan los sermones, pero no por ello podemos
afirmar que estemos en una época carente de ética, porque la gente sí que exige
sus derechos 24 . Pero, si los ciudadanos no asumen sus responsabilidades, difícil
será que vean protegidos sus derechos, por mucho que los reclamen.
Es cierto que existen cambios estructurales en las familias actuales y que estos
cambios conllevan una gran cantidad de riesgos. Pero –a mi juicio – el valor del
individualismo, que se introduce también en las familias, es el mayor valor de
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riesgo. Porque lo esencial en una familia, sea cual fuere el tipo de familia, es que
quienes entren a formar parte en ella, estén dispuestos a asumir las
responsabilidades por los demás miembros y por sí mismos.
Y no deja de ser curioso en este sentido que en las encuestas en que se pregunta
a los jóvenes por sus valores, la familia resulte ser el valor más apreciado. A fin de
cuentas, es en ella donde los jóvenes encuentran un lugar seguro, una
salvaguarda económica, incluso la ayuda para encontrar un puesto de trabajo.
Pero en familias cuyos miembros estén dispuestos a disfrutar de las ventajas y, sin
embargo, no están dispuestos a asumir las responsabilidades, los más vulnerables
quedan desprotegidos.
f) La exterioridad
g) La competitividad
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Emprender una lucha a muerte por el primer puesto es la opción que parece
insustituible por cualquier otra, con lo cual se rompen los vínculos entre las
personas, que ya solo se ven mutuamente como adversarias, como competidoras,
no como gentes con las que merece la pena cooperar.
h) Gregarismo
i) La falta de compasión
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a) Meso- y largoplacismo
Decía Aristóteles con buen acuerdo que disfrutamos más con aquellas actividades
que exigen la mayor cantidad posible de facultades a poner en juego. Es
aburridísimo –por poner un ejemplo jugar horas y horas al juego de la oca, que no
requiere sino tirar los dados. Mientras que el ajedrez exige concentración,
capacidad de anticipar jugadas, creatividad, intuición y reclama largos
entrenamientos. Cuanto más facultades se ponen en marcha, más felicitante es la
actividad, cuanto menos facultades se ejercitan, más insulsa acaba siendo.
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recuperar ese sentido de los proyectos vitales, tanto en el caso de los jóvenes
como en el de los adultos, porque al fin y al cabo, los jóvenes acaban imitando lo
que ven en los adultos.
Son estas tres formas de libertad las que realmente empoderan a las personas,
las que les llevan a enfrentar el futuro creativamente, a estar en su pleno quicio y
eficacia vital; las que permiten construir juntos una sociedad en la que la gente
podamos mirarnos directamente a los ojos, en que nadie tenga tanta fuerza que
pueda dominar a los otros, ni nadie tan poca que sea dominado por los demás.
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económico: aquel al que “le hacen” la vida económica no es su propio señor, junto
con sus iguales, sino que es siervo, es vasallo. Por eso he propuesto en otro lugar
que los consumidores asumamos nuestra condición de ciudadanos y hagamos
uso de las mercancías desde nuestra libertad, desde el sentido de la justicia y
desde nuestros proyectos de felicidad. El ciudadano no puede ponerse al servicio
de los productos del mercado, sino que ha de servirse de ellos para apropiarse de
sus mejores posibilidades vitales. Por eso, es preciso propiciar no solo un
comercio justo sino también un consumo libre, justo, responsable y felicitante.
d) No se debe exigir ningún derecho sin estar dispuesto a exigirlo para todos los
demás
e) Recuperar la interioridad
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f) La autoestima
La autoestima es un gran valor, qué duda cabe. Como bien decía John Rawls, es
uno de los bienes básicos, que cualquier persona desearía tener para llevar
adelante su vida. Sin autoestima una persona apenas tiene fuerzas para enfrentar
los retos vitales, para proyectar, para crear.
De forma tal, que las sociedades que deseen ser justas, han de poner las bases
sociales para que las personas puedan estimarse a sí mismas.
g) Sociabilidad
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Es social, pues, el que tiene la capacidad para reunirse con las demás personas y
deliberar con ellas sobre lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo. Y añadía
Aristóteles: “Eso es la casa y eso es la ciudad”. La casa, la comunidad doméstica
y la comunidad política son el conjunto de personas que deliberan conjuntamente
sobre lo justo y lo injusto, no el gregarismo del animal del rebaño.
Reforzar los vínculos familiares (“la casa”) es central para cualquier ser humano y
sobre todo para los jóvenes y los mayores, que son los grupos más débiles y
vulnerables. La familia responsable sigue siendo una auténtica red de protección.
Los seres humanos llegamos a reconocernos como personas, porque otros nos
reconocen como tales. Al fin y al cabo, el niño sabe que es una persona, porque
sus padres, sus maestros, sus amigos lo reconocen como persona. No existe un
individuo abstracto: existe la persona en sociedad, que se sabe persona, porque
otros la han reconocido como tal y ella misma es capaz de reconocer a los otros.
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2. Equidad de género
a. Equidad de género y prevención de la violencia en primaria
b. Equidad de género y prevención de la violencia en secundaria
Referencias Bibliografícas
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