El Concepto de Musicoterapia A Través de La Historia
El Concepto de Musicoterapia A Través de La Historia
El Concepto de Musicoterapia A Través de La Historia
19-31
EL CONCEPTO DE MUSICOTERAPIA
A TRAVÉS DE LA HISTORIA
RESUMEN
El recorrido histórico vivido por la Musicoterapia ha pasado por estadios mágicos, religiosos, filo-
sóficos y científicos, de ahí su significado polisémico. Siempre ha habido consciencia de los efectos musi-
cales en las personas y en la sociedad, por lo que ha resultado necesaria la aplicación de la música en la
curación de pacientes, en la educación, en la expresión de emociones y en otras muchas situaciones, como
así lo atestiguan una larga lista de opiniones y testimonios literarios. Desde 1950 tiene rango científico y
se imparte como disciplina académica en muchas Universidades, centros especializados y organizaciones,
aunque en España, con una gran historia tras de sí, está en proceso de desarrollo.
ABSTRACT
The history of Music Therapy has passed through various stages: magic, religious, philosophical
and scientific, this its multifaceted significance. The effect of music on people and society have long been
known which is why it has been used to cure patients, in education, to express emotions and in many other
situations as demonstrated by a long list of literary references. Since 1950 it has been a science and is
imparted as an academic subject in many Universities, specialized centres and organizations, although in
Spain despite its long history, it is still developing.
PALABRAS CLAVE
KEY WORDS
CONSIDERACIONES PREVIAS
La música es posiblemente una de las Bellas Artes más difundidas y con mayor capaci-
dad de comunicación; la forma más antigua de expresión, que surge con la misma palabra
hablada, y una forma de terapia para el compositor, para el intérprete y para el oyente. La músi-
ca no sería tan importante si no arrastrara tras de sí estos elementos, llamémosles «adicionales»
(Naranjo, 1997). El sonido es capaz de producir impactos en la conducta humana, individual o
colectivamente, y convertirse en expresión de estados anímicos. La cinética musical se ve alte-
rada por la melodía, los estados de ánimo se refuerzan; en definitiva, el significado musical es
tan amplio como la misma cultura, la religión o la propia sociedad en la que viven.
Para Serafina Poch (I, 1999, p. 43-44) la Musicoterapia en España debe estar
indicada como:
• «Ayuda para establecer el diagnóstico médico a través de la expresión musical libre.»
• «Con los niños neuróticos, psicóticos y autistas.»
• «En los casos de niños con problemas orgánicos.»
LA ETAPA PRIMITIVA
Parece que hace un tiempo muy remoto las canciones de los hombres estaban asociadas
a diversos ritos para los momentos más importantes de la vida: danza, momentos de caza, fune-
rarios, para el nacimiento, las cosechas, para las celebraciones nupciales, para la curación, etc.
Hay numerosos grupos de pinturas rupestres que han plasmado algunas escenas de este tipo,
que, con toda probabilidad, tenían un carácter mágico. Los médicos de la antigüedad practica-
ban gran número de cantos, gritos y recursos vocales, unidos al movimiento, con el fin de miti-
gar los efectos malignos y atraer los efectos benignos implorados (sirva de botón de muestra
algunas danzas del mundo celta relacionadas con ritos de la prosperidad, lluvia y fecundidad).
En cualquier caso, «para comprender el significado profundo es estos ritos, se precisa detener-
nos a pensar en la filosofía de estos pueblos» (POCH, II, 1999, p. 389).
Las culturas semitas e indoeuropeas nos han dejado importantes elementos médicos:
• El concepto divino de la música.
• Procedimiento terapéutico de la música.
• La enfermedad tenía connotaciones de malignidad y ofensa a los dioses, y nada mejor
que la música para obtener los favores divinos y ahuyentar a los espíritus malignos.
• El concepto dual del bien y el mal (Laín Entralgo, 1961).
cualquiera de las tres variedades: alegre, solemne y triste (Scott, 1969). Para los egipcios la
música actuaba sobre las emociones, y ello se aprendía en las escuelas. Ayudaba a tener un
carácter ecuánime, servía para realizar algunas de las tareas faraónicas —referido también al
tamaño—, y curaba enfermedades (la música ya se usaba en los hospitales hacia el año 1284 a.
C.). El caso más significado ha sido el del médico alejandrino Herófilo, que regulaba la pulsa-
ción arterial en consonancia con escalas musicales (Poch, II, 1999, p. 395). También en China
existen referencias a la música con propiedades curativas.
El mundo griego construyó una cultura a camino entre el culto musical a los dioses y un
importante componente intelectual que se convertiría en modelo social. Los mitos de Homero
y Orfeo dan buena cuenta de su experiencia en la práctica del canto (éste domesticaba a las fie-
ras) y postulaban efectos beneficiosos en la educación de la personalidad del aristócrata. La
música también servía para disipar el dolor del héroe Aquiles, que cultivaba la música al con-
tar sus hazañas (Mayans, 1992). Los pitagóricos —a mitad de camino entre una filosofía y una
religión— llegaron a heredar estas habilidades destinadas a la curación y la purificación, con
una gran amplitud y categoría, ya que producía un efecto sedante, calmante y de evasión.
(Guthrie, 1973). Así sucedía con pensadores tan ilustres como Sotérico de Alejandría, Platón o
Aristóteles. Creían que el ejercicio de la música era esencial en la praxis de los hombre, por su
origen divino. Pero sin duda alguna, la teoría del ethos —enumerada principalmente por
Aristóteles en La Política (V, 5) y tomada de los egipcios— asocia estados anímicos (dolor,
pereza, embriaguez, paz, oración, persuasión...) a los diversos modos de la música griega: cada
ritmo, la altura de los sonidos y las escalas tenían su propio ethos. Además, Platón utiliza por
primera vez los términos consonancia y disonancia en la República (III, 389 e), por lo que el
mundo griego será pionero en el pensamiento occidental de la música y de la Musicoterapia.
Los romanos heredaron muchos elementos de la cultura griega, curaban ciertas pato-
logías con la «música amorosa», como el insomnio o las enfermedades mentales. Galeno
(131-201 a. J.C.) tenía la convicción de que la música tenía poderes para contrarrestar las
picaduras de serpientes, la depresión o los estados de tristeza. Entre la abundante literatura
conservada, destacaremos las referencias que hacen Ovidio, Virgilio o Catón, a la hora de
tener referencias musicales y recomendar el uso de las liras y el canto, y Apuleyo en su tra-
tado De Musica. En la España del siglo II a. J.C. Estrabón nos ha dejado el testimonio de
unas bailarinas gaditanas que hacían las delicias de los romanos y que refleja la importancia
de esa música (Poch, II, 1999).
primero, y edificar los muros de Tebas, al segundo. Clemente refuta la anterior y propone una
nueva música para alabar al Dios verdadero, que había de aliviar los dolores, la ira, y ser una
medicina de persuasión (Alexandría, 1979).
De todos son conocidos los efectos beneficiosos (en algunos caso para prevenir la caída
del cabello) de paz y sosiego que genera el canto gregoriano, además de predisponer para la
meditación trascendente, pudiendo cada modo provocar una resonancia diferente sobre nuestra
fisiología (Janneteau, 1985).
EL MUNDO MEDIEVAL
La Edad Media absorbió buena parte de las culturas anteriores y las hizo suyas para
readaptarlas a las exigencias de un periodo complejo y poliformal. Pero a pesar de las con-
vulsiones culturales que sufrió nos dejó una pléyade de autores que hacen referencias a con-
ceptos musicoterapéuticos. Los personajes más significativos son Quintiliano, Séneca, San
Isidoro de Sevilla, Avicena, Aebn Tofail, Alfonso X «El Sabio» y Juan Ruiz, el Arcipreste de
Hita. Quintiliano llama la atención sobre las propiedades de excitación del modo frigio y las
ventajas de la música para ayudar a trabajar. Séneca llega a afirmar que «quien desconoce la
música no conoce nada que tenga sentido» (POCH, II, 1999, p. 414). De este modo curó del
insomnio escuchando música armoniosa, la misma que San Agustín con sentido cristiano
admitía si no era disonante. La figura de San Isidoro sirve de puente cultural para la difusión
de la música y sirve de enlace con Boecio y Casiodoro (Subirá, 1953). En las Etimologías de
San Isidoro de Sevilla aparece un nuevo concepto, el de la modulación, dentro de las teorías
medievales de los afectos, heredada del mundo clásico y actualizadas por Boecio (480-524).
Él en su De Institutione musica se ocupa de la influencia de la música sobre los estados vio-
lentos, trayendo a colación curaciones que realizó Pitágoras a un borracho, Empédocles a un
loco, ciáticas y como los pitagóricos conciliaban el sueño con ayuda de una melodía dulce
(Potiron, 1961, p. 38).
A lo largo del Renacimiento proliferan los tratados y los tratadistas, en un doble afán de
educar y de establecer criterios de cientificidad sobre las teorías musicales, a partir de la filo-
sofía musical de los antiguos. La polifonía y las tres nuevas consonancias, propuestas por
Zarlino y defendidas por Descartes, marcan las teorías modernas que desembocan en Rameau,
con el Traité de l´harmonie de 1722 (Shirlaw, 1969). En España son abundantes las referencias
de la música sobre el ser humano: Pedro de Mejía (uno de los primeros que tratan el tarantis-
mo), Andrés de Laguna, fray Luis de León, Miguel de Cervantes, etc, y en Europa Mersanne
(1588-1648) dedicó en sus escritos algunos pasajes a la música.
Uno de los más importantes fue Pedro Cerone con El Melopeo. Como tantos otros
humanistas del siglo XVI recogen las ideas de autores clásicos, especialmente de Boecio, y
anuncian ideas estéticas, científicas y terapéuticas, tales como el gusto innato de los hombres
por la música, la interrelación con las actividades del hombre y el ser el arte liberal más noble,
el más digno y el que opera mayores efectos, que en términos actuales llamaríamos
recreación (Cerone, 1613).
Con toda probabilidad la música jugó un papel muy importante en la evangelización del
Nuevo Mundo, del mismo modo que su presencia era esencial en la liturgia católica, luterana y
anglicana. Destaca Olivia Sabuco, que se refiere a la música y a sus acciones benéficas
racionales localizadas principalmente en el cerebro (Poch, II, 1999).
Los puntos reseñados anteriormente tuvieron continuidad con el padre Benito Jerónimo
Feijóo (1676-1764) en la obra Cartas eruditas. En ella aparece la recreación relacionada con el
alma y el cuerpo, la excelencia de la música dentro de las Bellas Artes y la predisposición de la
música hacia la virtud, sin olvidar algunos efectos curativos. Es el caso de un músico atacado
por fiebres y delirios, que sanó escuchando música (Feijóo, 1774). Asimismo, Feijóo es más
conocido por el ensayo titulado Música en los templos, en donde estableció unos cánones que
perdurarán hasta Menéndez Pelayo, a la vez que realiza observaciones sobre ciertas músicas
cromáticas practicadas en las iglesias y que se aplican en Musicoterapia para crear tensión
(Menéndez Pelayo, 1940).
La primera obra de Musicoterapia como tal escrita en España se debe al monje cister-
ciense Antonio José Rodríguez, y lleva por título Palestra crítico-médica (1744). En uno de
los volúmenes antepone una medicina psicosomática a la tradicional y considera a la música
como un medio capaz de modificar el estado de ánimo de las personas. También atribuye,
efectos anestésicos, catárticos y ciertos influjos influir sobre algunas funciones del cuerpo. Es
más, llega a afirmar que «la música es ayuda eficaz en todo tipo de enfermedades» (POCH, II,
1999, p. 429).
EL TARANTISMO Y LA ILUSTRACIÓN
En el pensamiento ilustrado del s. XVIII subyacen teorías de cómo obra la música en los
enfermos. Los tratadistas compaginan un enfoque racionalista con otro de carácter empírico,
basado en la observación directa de los hechos. Al menos son trece los escritos aparecidos en
España entre 1744 y 1793, que han sido recogidos y estudiados por Pilar León Sanz (1993).
Diez fueron redactados por facultativos y dos por religiosos aficionados a las artes médicas. Sus
nombre son: fray Vicente de la Asunción, Francisco Xavier Cid, Manuel Irañueta y Jáuregui,
Domenech y Amaya, Valentín González y Centeno, José Pascual, fray Antonio José Rodríguez,
Bartolomé Piñera y Siles, Bonifacio Ximénez de Lorite o Bernardo Rodríguez Rosains (León
Tello, 1974). Todas las fuentes se refieren al tarantismo, enfermedad con posibilidades de cura-
ción, si bien ya durante la Edad Media en Francia se convirtió en un fenómeno sociológico. Los
autores españoles aportan interesantes detalles de carácter fenoménico junto a las citas de
Baglivio (Bagivlio, 1745), ya que de su lectura el tema cobró un gran interés en el último
tercio de siglo.
La obra más importante sobre este tema es la de Francisco Xavier Cid, que recopila
treinta y cinco historias. Define la tarantela tanto por la picadura, como por el baile que causa
en los mordidos dicho animal. En todos los casos los cuadros clínicos fueron los mismos y se
combinaron los tratamientos convencionales de sangrías y aplicación de productos naturales (el
uso del álkali era generalizado) con música de diferentes tarantelas, tocadas con guitarra. La
reacción provocaba en el enfermo efectos secundarios; es decir, movimientos acompasados con
al música, vómitos, sudor y frío.
Cid además elabora diversos comentarios teóricos sobre la música, en relación con la
teoría de los afectos y sus efectos. En ese mismo año de 1787 Bartolomé Piñera y Siles escribe
la Descripción de una nueva especie de corea o bayle de San Vito. Es un estudio más detallado
del tarantismo y del uso de la música como tratamiento (entonces fue una vihuela con aire de
tarantela o baile al que dio nombre) (Poch, II, 1999). Marius Schneider encontró paralelismos
entre la tarantela y la danza de espadas de culturas primitivas, a partir del carácter medicinal de
autovacuna de ambas (Schneider, 1947). Distingue tres fases en base a interválica de sonidos,
siempre en ritmos ternarios de 3/4 y 6/8:
Durante este periodo debemos recordar los efectos sugestivos que producían los cantos
de Farinelli (1705-1782), soprano masculino de gran consideración en Europa y en la corte
madrileña. Su atractivo radicaba en las audacias vocales ejecutadas por un superdotado y en la
capacidad de irradiar sentimientos entre el público que lo escuchaba, especialmente entre los
reyes Felipe V y Fernando VI (Vallejo-Nájera, 1986).
EL ROMANTICISMO
Es a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y más en concreto con el médico Rafael
Rodríguez Méndez, cuando se preconiza el uso de la música como tratamiento terapéutico
(Corbella y Doménech, 1987). Será otro médico y catedrático de la Universidad de Madrid,
Francisco Vidal y Careta, quien en 1882 realiza la primera tesis musical que compagina la
música y la medicina: La música en sus relaciones con la medicina. En ella llega a las
siguientes conclusiones:
• La música es un agente que produce descanso y distrae al hombre.
• Es un elemento social.
• Moraliza al hombre.
• Es conveniente aplicarla en la neurosis.
• Sirve para combatir estados de excitación o nerviosismo (POCH, II, 1999).
En la misma línea se sitúa José de Letamendi, que como músico estaba imbuido pro-
fundamente de las corrientes de la época; a saber, Wagner y su música. Eligió las composicio-
nes musicales como remedio para mitigar una larga enfermedad que arrastró durante los últi-
mos años de su vida (Poch, 1971). Cerraría este largo corolario de nombres y hechos históricos
el primer discurso realizado en un acto público, en concreto para la apertura del Curso de la
Academia de Medicina de Zaragoza en 1935, llevado a cabo por Víctor Marín Corralé, con el
título La música como agente terapéutico.
A todos ellos hay que unir los nombres de Joan Amades, Castillo de Lucas, Isamat Vila,
Betés y otros muchos que escribieron sobre la influencia de la música.
En Estados Unidos antes de la I Guerra Mundial se conocen casos asilados del empleo
de la música en hospitales. Con la aparición del fonógrafo se amplió su uso, llegando a elimi-
nar tensiones antes de entrar el paciente en el quirófano. Eva Vescelius fue la pionera en la pri-
mera década del siglo, y entre otros nombre relevantes cabe citar a Isa Maud Islen, que empleó
la música con soldados afectados con neurosis; Willem Van de Wall, Jarriet Ayer Seymour,
Samuel T. Hamilton y Loretta Bender, dedicada a la aplicación de la danza-terapia en niños
deficientes (Poch, II, 1999). Pronto también se vio como la música de jazz de comienzos de
siglo, con sus ritmos sincopados característicos, tenía efectos fisiológicos acusados.
LA MUSICOTERAPIA HOY
En la actualidad el uso de la música como terapia tiene carácter científico y hay profe-
sionales dedicados a tales tareas. En los principales países de Europa está bastante extendida en
la teoría y en la praxis, aunque su incorporación al mundo universitario data de hace unos
cuarenta años.
El América son bastantes países en los que la Musicoterapia ya tiene una presencia con-
solidada en los últimos años. En Argentina el pionero y máximo exponente es Rolando O.
Benenzon, fundador, a su vez, de la Asociación Argentina de Musicoterapia y que ha impartido
en cursos en todo el mundo. Así mismo, ofertan cursos la Universidad Nacional de Buenos
Aires y la John F. Kennedy. Brasil es el país con mayor número de asociaciones. Allí, en 1950
surge una corriente de educación para disminuidos, que tuvo continuidad con los trabajos de la
profesora Cecilia Conde en 1972.
Pero sin duda alguna, Estado Unidos es el país en donde más se han desarrollado la
Musicoterapia, el de más profesionales y en donde hay una especial labor de investigación y un
afán por el asociacionismo. La Musicoterapia tiene una consideración social y científica, e
incluso el estado llega a financiar programas de rehabilitación. Las grandes figuras de este siglo
en EE. UU. han sido Thayer Gaston y Myrtle Fish Thompson. En China, Japón, Sudáfrica y
Australia hay datos de asociaciones y estudios relacionados con esta disciplina, cuyo boom,
como en casi todos los países, sucede a partir de 1950 (Poch, II, 1999).
La Musicoterapia en España ha sido estudiada con todo lujo de detalles por Serafina
Poch (II, 1999). En el año 1977 se celebraba en Madrid el I Symposium Nacional de
Musicoterapia, con la presencia de renombrados especialistas. A partir de entonces hasta
nuestros días se suceden los cursos y actividades docentes en las Universidades españolas,
como el reciente Curso de Postgrado celebrado en la Universidad de Valladolid (1999-2000),
dirigido por las profesoras Morante, Poch, Brotons y con la colaboración de profesores de
nuestro departamento, entre los cuales me incluyo. Asimismo, es obligado mencionar la pre-
sencia de la Musicoterapia en los planes de estudio de la Universidad de Valladolid desde el
año 1989, tanto en el terreno de la medicina como en las diversas especialidades del título de
maestro, bajo la responsabilidad de la profesora Rodríguez Espinilla. Paralelamente, Vitoria
se ha convertido en otro referente de la Musicoterapia en España de la mano de Aitor Loroño,
creador del Centro de Investigación de Musicoterapia, y de Patxi del Campo, organizando
cursos, congresos, y editando varios volúmenes de la colección Música, Arte y Proceso (del
Campo, ed., 1997). Finalmente, en Valencia, Cádiz y Madrid aparecen especialistas y cursos
de formación a distintos niveles.
Los manuales de Musicoterapia más conocidos en España son el tratado escrito por
Thayer, que puede ser considerado como una de las obras más completas (1982), el de Edgar
Willems (1970), Alvin (1978), Benenzon (1985), Josefa Lacárcel Moreno (1990) y el reciente-
mente aparecido compendio de Serafina Poch (I y II, 1999), que viene a cubrir un importante
vacío que había en este terreno.
Sólo me queda reseñar un último apunte, que es necesario traer a colación. Todas estas
teorías no son nada sin la realidad sonora. La Musicoterapia necesita de la reproducción de can-
ciones y música de todos los tiempos para conseguir los efectos deseados. La lista sería inter-
minable y siempre abierta a cualquier revisión; es algo necesario en la Musicoterapia, ya sea
grabada ya en vivo, puesto que el proceso de recepción es su objeto.
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