La Familia en Los 150 Años Del Código Civil Chileno
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RESUMEN: La regulación de la familia que estableció Andrés Bello a partir de los mode-
los del derecho castellano y el Código francés, experimentó sucesivas reformas, las que no
obstante, hasta fines del siglo XX, no afectaron la fisonomía de la familia que el autor del
Código chileno había concebido originalmente. Sin embargo, las reformas de los últimos
años han modificado seriamente las instituciones en que se funda el Derecho de familia
planteando un desafío en orden a discernir la identidad jurídica de la familia y que nos
sugiera nuevo y más adecuado modelo jurídico.
ABSTRACT: Andrés Bello legislated upon family from the models existing in Spanish law
and in the French Code. His framework underwent several reforms, though none of those
affected family as designed by the author of the Chilean Civil Code, much unlike the late
reforms, which critically modified the existing Family law institutions. These reforms
challenge us to find out the legal identity of family and to build up a new and more
appropriate legal framework.
* El texto corresponde al comentario que realizara el autor a la exposición del profesor Luis Díez-Picazo y
Ponce de León, en el Simposio Internacional de Derecho Civil “El Código Civil chileno. Vigencia y
proyección de sus instituciones fundamentales en conmemoración de los 150 años de su promulgación.
Visita del profesor Luis Díez-Picazo y Ponce de León”, organizado por la Universidad de Valparaíso, y
realizado en Valparaíso los días 17 y 18 de octubre de 2005.
** Decano y profesor de Derecho Civil. Universidad de los Andes.
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1 Una comparación entre el Code y el Código de Bello en esta materia puede verse en Corral Talciani,
Hernán, “La familia en el Código Civil francés y en el Código Civil chileno”, en Corral, H. y Henríquez I.
edits., El Código Civil francés y el Código Civil chileno de 1855. Influencias, confluencias y divergencias.
Escritos en conmemoración del bicentenario del Código Civil francés, Cuadernos de Extensión Jurídica (U. de
los Andes) 9, Santiago, 2004, pp. 51-67.
2 El Derecho canónico vigente disponía que era competente el cura párroco del lugar donde la mujer
tuviere su domicilio al menos con un mes de anterioridad al matrimonio. Cfr. S OMARRIVA UNDURRAGA,
Manuel, Evolución del Código Civil chileno, Nascimento, 1955, p. 79.
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3 Sin embargo, generó una fuerte resistencia en la población. Ello motivó que se sancionara con penas de
multa y presidio a quienes contraían matrimonio religioso sin celebrar matrimonio civil (art. 43 ley Nº
4.808, de 10 de febrero de 1930). Los problemas se disiparían al imponer la Iglesia Católica, como criterio
práctico y general, la realización del acto civil antes de la celebración del matrimonio canónico.
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ción total de bienes. El Decreto-Ley 328 y la Ley Nº 5.521 permitieron que se pactara la
separación en las capitulaciones anteriores al matrimonio. La Ley Nº 7.612, de 21 de
octubre de 1943, permitió dicho pacto durante la sociedad conyugal mediante una
convención matrimonial que pasó a regularse en el art. 1723 del Código. La Ley Nº
10.271, finalmente, posibilitó el pacto en el acto del matrimonio, sin otra solemnidad
de dejar constancia de él en la inscripción del matrimonio en el Registro Civil.
La evolución se cierra con la Ley Nº 19.335, de 23 de septiembre de 1994, que
introduce como segundo régimen alternativo convencional el de participación en los
gananciales en su modalidad crediticia, que posteriormente, en virtud de una edición del
texto refundido del Código, es agregado como nuevo título XXII-A al libro IV del
Código, dividiéndose el art. 1792, en 27 nuevos preceptos.
La multiplicidad de opciones es, sin embargo, restringida por esta ley por medio
de un estatuto protector de la vivienda familiar que se aplica como régimen primario,
independientemente del régimen de bienes elegido por los cónyuges.
4Cinco años antes, la Ley Nº 4.808, de 10 de febrero de 1930, había dispuesto que si, a petición del padre
o madre, se dejaba constancia de su nombre en la partida de nacimiento del hijo, este hecho permitía al
hijo ilegítimo reclamar alimentos.
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5 El matrimonio de los códigos decimonónicos deja de centrarse en la relación de justicia que nace del
consentimiento mismo del hombre y la mujer que deciden compartir sus vidas, para focalizarse en la
recepción legal y estatal de dicho consentimiento. La moral burguesa verá además en el matrimonio legal
una especie de cobertura institucional de las relaciones sexuales y procreativas, sin tener en cuenta que lo
decisivo para juzgar su dignidad o indignidad no son las formas legales, sino el acto personal de entrega y
compromiso que representan. En esto el puritanismo de antaño llega a coincidir en sus fundamentos con el
liberalismo sexual de nuestros tiempos: ambos niegan que la sexualidad tenga por sí misma una dimensión
de justicia. Cfr. CARRERAS, Joan, Las bodas: sexo, fiesta y derecho, Rialp, Madrid, 1998, pp. 117-118.
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Las reformas realizadas al Código Civil en materia de familia en los últimos seis
años están marcadas, ya no por el interés de perfeccionar la normativa del Código, sino
por una tensión entre estas dos formas de concebir la familia y, por ende, el matrimonio
y la filiación. Diríamos, sin embargo, que todas las nuevas leyes han sido el resultado de
un compromiso o transacción entre estas dos posturas, sin que hasta el momento pueda
decirse que haya primado una sobre la otra.
Veamos, de qué forma, se han producido estas reformas de transacción6.
V. REFORMAS DE TRANSACCIÓN
A) LA LEY DE FILIACIÓN
La primera ley que establece una modificación transaccional o de compromiso es la
Ley Nº 19.585, de 26 de octubre de 1998, en vigor desde el 27 de octubre de 1999, que
reformó el Código en materia de filiación y derechos sucesorios. Sin duda es la reforma de
mayor envergadura que ha sufrido el Código de Bello en sus 150 años de historia. La ley
tuvo por objeto suprimir la distinción entre hijos legítimos y naturales e igualar la condi-
ción jurídica de todos los hijos, al mismo tiempo que abrir la investigación de la paterni-
dad o maternidad regulando la presentación en juicio de las nuevas pruebas biológicas.
La ley, por cierto, puede ser interpretada como un triunfo de la concepción
individualista y minusvaloradora del matrimonio, ya que, se establece que “la ley consi-
dera iguales a todos los hijos” (art. 33 CC); norma que, aisladamente y fuera del
contexto de la regulación en la que se inserta, podría interpretarse como un desinterés
del legislador por las formas de uniones procreativas, sean matrimoniales o no.
Pero ello no es así. La ley es de compromiso y, si bien declara en una parte la
consideración de igualdad de todos los hijos, mantiene la distinción legal entre filiación
matrimonial y filiación no matrimonial (así como la filiación no determinada que susti-
tuye a los antiguos hijos simplemente ilegítimos). Por lo tanto, la igualdad se refiere a
los efectos de la filiación (derechos alimenticios y hereditarios), pero no al estado civil
en sí mismo considerado, que continúa teniendo una estructura interna diferenciada (de
allí las diferentes formas de determinación, de impugnación, reclamación y repudiación
que se observan para los hijos matrimoniales y para los hijos no matrimoniales).
Por otro lado, incluso respecto de los derechos, el legislador previó un considera-
ble aumento de los derechos sucesorios del cónyuge, con lo que podría decirse que
favoreció indirectamente a los hijos matrimoniales que heredarán a ambos padres casa-
dos. Así, si bien mermó la relevancia jurídica del matrimonio para distribuir los dere-
chos de los hijos, la realzó al aumentar los derechos del cónyuge sobreviviente7.
6 T APIA R ODRÍGUEZ , Mauricio, Código Civil 1855-2005. Evolución y perspectivas, Editorial Jurídica de
Chile, Santiago, 2005, pp. 409 y ss., siguiendo a Jean Carbonnier, destaca la existencia y actualidad de las
leyes de compromiso en el Derecho civil contemporáneo.
7 La ley tiene varias otras fórmulas de transacción, como por ejemplo la que atribuye, a falta de acuerdo
entre los padres, el cuidado personal de los hijos menores a la madre (art. 225 CC), pero la patria potestad
al padre (art. 244); o la que renuncia a la primacía de las pruebas biológicas en favor de la posesión notoria
del estado de hijo (art. 201 CC).
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B) LA LEY DE ADOPCIÓN
Junto con la ley de filiación, entró en vigencia la Ley Nº 19.620, de 5 de agosto
de 1999, que reformó la adopción. Esta ley suprimió las adopciones que no constituían
estado civil para regular únicamente una forma de adopción que solo se aplica a menores
de edad y que siempre constituye el estado civil de hijo. Nuevamente podemos apreciar
la tensión entre las diversas formas de concebir la familia al discutirse quienes pueden
ser adoptantes.
La opción del legislador es, una vez más, de compromiso. Se reserva la adopción
preferentemente para los matrimonios, sean residentes en Chile o en el extranjero. Solo
a falta de ellos puede considerar hábil para adoptar una persona sola, soltera, viuda o
divorciada. No se admite en ningún caso la adopción por uniones de hecho, aunque
sean heterosexuales.
43, que penalizaba el contraer vínculo religioso sin celebrar matrimonio civil. Ya Somarriva, M., ob. cit.,
pp. 54-55, señalaba que la norma era criticable tanto desde el punto de vista doctrinario como práctico.
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91, que dispone que si se ejercen conjuntamente una acción de divorcio y una acción de
nulidad, el juez debe resolver primero la cuestión de la validez10.
Estas leyes de compromiso, sin embargo, no han cerrado el debate entre las
posiciones antagónicas sobre lo que debe entenderse por familia ni sobre cuáles deben
ser las funciones actuales del Derecho de Familia, y en particular de la legislación civil
sobre las relaciones familiares.
Al conmemorarse este aniversario de la promulgación del Código Civil, como
sociedad y como juristas, se nos presentan serios desafíos sobre la regulación de la
familia. Creo poder simplificar las opciones que se abren en un futuro próximo en las
tres que se refieren en la sección siguiente
10Aunque por razones en parte diversas, Tapia, M., ob. cit., pp. 109 y 405, califica esta ley como “estatuto
de compromiso”.
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Esta manera de enfrentar la familia es una política pública que se muestra clara-
mente contraria a los valores de amor conyugal, estabilidad, solidaridad y bienestar de
las personas y de los hijos, como lo muestran las estadísticas realizadas en las sociedades
que llevan más tiempo desarrollándolas (por ejemplo, Estados Unidos). Siempre puede
discutirse que estos males sociales no son atribuibles a la ley, sino al cambio de las
costumbres y de las percepciones morales que determinaron las reformas legislativas.
Pero es claro que se trata de un proceso bidireccional: el derecho es influido por la
sociedad, pero a su vez las leyes influyen, contienen un efecto orientador, en las conduc-
tas sociales.
El argumento que a veces se ofrece sin mayor reflexión de que las leyes deben
obedecer la realidad social es poco plausible tratándose de materias de políticas públicas
como esta. Claramente el legislador debe tomar en cuenta lo que sucede en la sociedad
antes de regular pero no puede excusarse de realizar un juicio valorativo sobre dicha
realidad de manera de tener que elegir entre una regulación que estimule y apoye dicha
realidad o la reprima o desincentive. Esto se ve claramente en las leyes, también de los
últimos años, que intentan revertir la costumbre socialmente tan arraigada en las socie-
dades latinoamericanas del machismo, o que castigan el maltrato infantil y el abuso de
menores, o las que reprimen la violencia doméstica. Nadie puede sostener que como
existen estas realidades en la sociedad o en las costumbres la autoridad debe limitarse a
reconocerlas y a regularlas para que se sigan reproduciendo. Lo mismo debe aplicarse a
las uniones afectivo-sexuales que puedan existir en un medio social: algunas serán san-
cionables (como las incestuosas, las pedofílicas, las poligámicas), otras serán toleradas
pero no promovidas (como las uniones homosexuales), otras podrán ser objeto de regu-
laciones puntuales (como los concubinatos) y otras serán incentivadas o promovidas en
pro del bienestar personal y social (como las uniones estables convenidas seriamente
para formar familia: los matrimonios).
Una lectura profundizada del concepto de matrimonio que Bello redactó hace 150
años en el Código Civil nos puede llevar a entender lo necesario que resulta reconocer y
promover aquella comunidad natural nacida del consentimiento por el cual un hombre
y una mujer se unen, de manera incondicional, para procrear y amarse mutuamente,
como el fundamento de una renovada regulación personalista de la familia.