Rosa Casafont

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Viaje de conocimiento a través de la

Neurociencia aplicada a la educación


Dra. Rosa Casafont i Vilar

Nº col 15721

AUDEC MONTEVIDEO

ProEducar XXV

Febrero de 2018

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GUIÓN

1ª exposición: “La estación de salida”

Autoconocimiento de nuestro órgano rector, el cerebro.

2ª exposición: “Segunda estación de conocimiento”

Inmersión al mundo de las emociones y del sentimiento.

3ª exposición: “Tercera estación de conocimiento”

Cómo aprende el cerebro y cómo podemos influir su máximo potencial.

4ª exposición: “Cuarta estación de conocimiento”

Pasar a la acción dirigiendo el cambio efectivo y saludable.

En este documento tenemos un extracto de las cuatro sesiones realizadas en nuestro


encuentro. Aquí encontraremos:

.- Reflexión sobre el enfoque del estudio desde la Neurociencia.

.- Fundamentos desde la Neurociencia.

Autoconocimiento estructural y de capacidades de cambio.

El cerebro evolutivo.

Cómo nos transformamos, aprendemos y desaprendemos.

¿Somos exclusivos? ¿Individuales o sociales?.

Dónde tenemos oportunidad.

La razón, la emoción y el sentimiento.

Qué es el pensamiento y sus efectos en cuerpo y mente.

.- La oportunidad para facilitarnos Dirigir el cambio:

Herramientas prácticas

.- Lecturas recomendadas.

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Viaje de conocimiento a través de la Neurociencia aplicada a la
educación.
Dra. Rosa Casafont i Vilar
Médico nº col 15721
Neurociencias por la U.B.

Reflexión sobre el enfoque del estudio desde la Neurociencia.

La mente, el cerebro y nuestros sistemas se exploran en gran parte a través de un estudio


reduccionista. El reduccionismo supone una relación entre teorías y no entre fenómenos.
Supone reducir interrelaciones complejas a principios más sencillos y en base a ello,
deducir como la esencia humana se manifiesta. Pero a pesar de esas limitaciones, ahondar
en los conocimientos que aporta la neurociencia, nos permite descubrir fundamentos
importantes para profundizar en nuestra complejidad, a pesar de que siga siendo un
enigma que nuestra mente cree “propiedades emergentes” que no se generan debido a las
características particulares de los componentes (células, estructuras…) de nuestro cerebro,
si no que se crean gracias a la interrelación que se establece entre ellos. Para poder
explicar los fenómenos que refleja nuestra esencia y mejorar el autoconocimiento,
requerimos una visión amplia y desde diversas disciplinas. Esto, nos permite adquirir
conocimiento, descubrir recursos interiores y a partir de aquí, creer en nuestra capacidad
de transformación dirigida para facilitar la proyección de nuestro potencial humano.

Vamos a hacernos una serie de preguntas para empezar, que tal vez puedan ayudarnos a
orientar los contenidos que desarrollaremos a continuación. Podemos preguntarnos:
¿Los humanos nos entrenamos sin saberlo, para ser felices o infelices? ¿Nuestras
estructuras cerebrales tienen la posibilidad de cambiar tanto de niños, como de adultos y
seguir cambiando cuando llegamos a ser ancianos? y nuestro cerebro ¿Sigue fabricando
neuronas durante toda la vida o esta capacidad sólo la tenemos en fases de desarrollo? ¿La
genética determina nuestra salud o enfermedad o también la influencia del entorno tiene
un importante protagonismo en nuestro estado de salud?

Con los conocimientos actuales en neurociencia y neurobiología del comportamiento


¿podemos confirmar que está en nuestra mano la capacidad de dirigir el cambio de
nuestras estructuras cerebrales? Y si esto fuera así ¿no supondría para nosotros la
posibilidad de facilitar la transformación, de muchas de las creencias que actualmente nos
inmovilizan, e impiden un cambio saludable? ¿No posibilitaría influir también en nuestro
entorno en el mismo sentido?

Podemos dar respuesta a estas y otras preguntas con los conocimientos que a día de hoy
tenemos en neurociencia. Hablar de ello, supone hablar de nuestra esencia como
humanos, supone conocernos un poco más e identificar moléculas, células, estructuras y
capacidades que sustentan pensamientos, sentimientos y comportamientos y supone

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entender también, por qué somos capaces de generar efectos saludables o efectos
contrarios en nuestras estructuras según la valencia de nuestros pensamientos y
sentimientos.
Será necesario que fundamentemos todas las respuestas sobre estas y otras preguntas que
puedan interesarnos para poder dirigir nuestro proceso de vida hacia un estado de
bienestar personal e influir en un estado de bienestar social.
Tras estas reflexiones de entrada, veamos algunos de los fundamentos importantes para
mejorar nuestro autoconocimiento.

Fundamentos desde la Neurociencia

Somos seres conscientes, no tenemos ninguna duda sobre ello. Ahora bien, debemos saber
que sólo somos capaces de pensar y sentir cuando nuestras neuronas sincronizan su
actividad. Saber esto puede suponer que nos preguntemos si la consciencia es tan solo un
conjunto de millones de neuronas conectadas, pero estoy convencida también, que si
hacemos esa reflexión, “SENTIMOS” que somos mucho más que eso. Aunque nos cuesta
explicarlo y demostrarlo, sentimos que hay aspectos del “ser” que suponen fenómenos de
difícil explicación.

Como dice Thomas Metzinguer:

Ningún investigador serio puede negar determinados aspectos del “SER”

Nuestra experiencia consciente tiene una cualidad única e intransferible. Tenemos la


facultad de experimentar nuestro “mundo personal”, nuestras vivencias, de una forma
determinada y exclusiva de sentirlas.
Cada mente es única, cada percepción es personal. Sabemos qué hace nuestro cerebro,
pero no cómo lo hace. Sabemos que convierte la actividad eléctrica en pensamiento y
sentimiento, pero no sabemos cómo lo consigue, ni sabemos tampoco
-cómo expresa el Dr. Ignacio Morgado Bernal- cómo convertimos la materia objetiva en
imaginación subjetiva.

Nuestra mente es una entidad compleja compuesta por múltiples procesos conscientes,
inconscientes e interdependientes y que podemos definir como “NO LOCAL”. No podemos
situarla en un “locus” concreto de nuestro cerebro ni de nuestro cuerpo. En cambio
nuestro cerebro, sí podemos localizarlo y por ello resulta más asequible su estudio. El
cerebro es un órgano complejo y cambiante. Algunas de sus estructuras tienen capacidad
de cambio. Más adelante veremos cuáles y la oportunidad que nos supone esa capacidad.

Nuestro cerebro aparte de ser un cerebro social y cambiante, es un órgano que toma
decisiones y que su finalidad es pasar a la acción.

Sigamos con otra pregunta: ¿Entrenarse, qué reflejo supone en nuestras estructuras
cerebrales? Supone dar habilidad a circuitos que posibilitan pensamientos, sentimientos y
comportamientos. Supone consolidar circuitos de capacidad que sustentan todas las
funciones mentales. Por tanto aprendemos, incorporamos, automatizamos hábitos y

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cambiamos. Pero esto no lo descubrimos ahora ¿verdad? Sabemos que tenemos la
capacidad de aprender y memorizar un texto, recordar una película, la lectura de una
novela, nuestra historia. Sin embargo, somos reticentes a pensar que este proceso es
posible cuando el aprendizaje o el cambio, implican a nuestro pensamiento, sentimiento o
comportamiento. Somos reticentes a creer, que cuando nuestro carácter está formado,
tengamos la posibilidad de desaprender conductas y aprender otras más adaptativas.
Estamos en lo cierto si pensamos que puede ser más complicado. Ahora bien, ¿realmente
este cambio es posible? y si es posible, ¿es posible durante toda la vida? La respuesta es:
No sólo es posible el cambio, sino que es INEVITABLE.

El cambio es constante

Cambia nuestro cuerpo, nuestro cerebro y nuestra mente. Y estos cambios se relacionan
con nuestro bienestar, o no, con la salud o la enfermedad, con nuestro mundo emocional,
con nuestro aprendizaje, con la toma de decisiones, con nuestras capacidades, habilidades,
actitud de afrontamiento. Por tanto podríamos deducir que la capacidad de cambio supone
una oportunidad para nosotros; pero, ¡NO siempre!

Sólo estamos ante una oportunidad, si realizamos cambios dirigidos.

Si no aprendemos a dirigir el cambio, cuando nos encontremos ante un entorno favorable,


su influencia la recibiremos satisfactoriamente, pero si la situación o entorno en el que
estamos inmersos en un determinado momento es desfavorable, nos amargaremos la
existencia. Por tanto nuestro bienestar no depende únicamente de “la valencia” del
entorno al que estamos expuestos, sino de nuestro conocimiento, habilidad, capacidad y
actitud para afrontarlo.

Los cambios efectivos siempre tienen una única dirección: de dentro hacia afuera

No podemos permitirnos que nuestro bienestar dependa de las circunstancias. Si el


proceso de cambio lo queremos vivir de forma satisfactoria, debemos facilitárnoslo. Y
¿cómo lo haremos? Hay cuatro pasos fundamentales en el proceso:

1.- Saber por qué y para qué, quiero realizar el cambio.


2.- Creer que puedo hacerlo.
3.- Saber de dónde parto, en el proceso de transformación.
4.- Saber cómo hacerlo.

Saber por qué y para qué

El por qué y para qué lo hemos apuntado anteriormente. Queremos determinar nuestro
estado de salud y bienestar e influir en el bienestar social.
Ahora bien, debemos partir de un autoconocimiento para saber si en realidad disponemos
de estructuras y funciones que nos permitan dirigir ese proceso de cambio. Por lo tanto,
vamos a centrarnos primero en el segundo punto: “Creer que puedo”. Nos convenceremos

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de ello si adquirimos conocimientos sobre moléculas, células, estructuras, funciones y
capacidades que pueden estar a nuestra disposición para facilitarnos el cambio dirigido.

Creer que puedo hacerlo

Tenemos un cerebro social, un cerebro de relaciones que toma constantemente decisiones


y siempre con la emoción implicada. No podemos decidir con la razón pura. Tomamos
decisiones sólo con la emoción, sin participación de la razón, cuando nos va la vida en ello y
el resto de nuestras decisiones las tomamos con la emoción y la razón aunadas. Por tanto,
podemos definir que:

Nuestro cerebro es un órgano de conocimiento más emocional que racional.

Nuestro cerebro es cambiante, con estructuras que tienen capacidad plástica, capacidad de
cambio en sus redes con cada experiencia. En consecuencia tenemos un cerebro, nuestro
“órgano rector”, en constante transformación, ¡tanto si queremos, como si no!

Además, existe añadida una capacidad de cambio a nivel de cada núcleo celular, de
cambios químicos que modifican la función de nuestro genoma sin que se modifique su
estructura y estos cambios se relacionan con el aprendizaje, la memoria, enfermedades
neurológicas, la neurogénesis, la capacidad plástica, nuestro mundo emocional, etc.

Nos vamos a centrar fundamentalmente en el conocimiento de estas tres importantes


capacidades de cambio: La neurogénesis (creación de nuevas neuronas), la capacidad
plástica de las redes neuronales y la epigenética (cambios químicos que modifican la
función de nuestros genes sin modificar su estructura).

Tenemos la capacidad de generar nuevas neuronas (neurogénesis) en diferentes


estructuras del cerebro: en el hipocampo, en los ventrículos laterales y células madre en
otras estructuras corticales. El hecho de disponer de estas “fábricas de neuronas” permite
que algunas de ellas (generadas en el Hipocampo), se recluten para nuestro aprendizaje y
memoria.

La neurogénesis es una capacidad que tenemos durante toda la vida.

Si bien de niños, esta capacidad, está en su momento álgido, seguimos produciendo


neuronas en nuestra edad adulta e incluso en la vejez.

Tenemos por otra parte capacidad plástica (neuroplasticidad) de las redes neuronales: si
bien las neuronas cambian poco, las redes que crean entre ellas tienen gran capacidad de
cambio. Cada 5 segundos podemos ver cómo se forman nuevas sinapsis de conexión entre
las neuronas.
Debemos puntualizar que en nuestro cerebro existen unas estructuras más plásticas que
otras. Una de ellas es el hipocampo. Lo denomino “el creador dinámico” porque posee
entre sus funciones, la capacidad de generar nuevas neuronas; se responsabiliza de

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diferentes tipos de memoria; está implicado en el aprendizaje y tiene gran capacidad
plástica.
Existe capacidad plástica en la corteza cerebral. Según manifiesta el Dr. Joaquín M. Fuster
(2014), la corteza cerebral llega al mundo con un potencial ilimitado de cambio y veremos
la importancia de ello, cuando analicemos las funciones que nuestro cerebro tiene
asignadas a la corteza.

Los cambios epigenéticos son la tercera posibilidad que hemos comentado. Son cambios
químicos que si bien no influyen en alterar la estructura de nuestros genes, influyen en su
función: en su expresión (pasan a ser funcionales); o en su silencio (dejan de ser
funcionales). Nos referiremos a ello un poco más adelante.

La corteza cerebral tiene gran plasticidad plástica.


El hipocampo tiene gran capacidad plástica.
La amígdala tiene una cierta capacidad plástica, memoria emocional y capacidad
para percibir estímulos de milisegundos de duración y sin ser conscientes de ello,
reaccionamos a los mismos.
El hipotálamo y el tronco encefálico son estables para proteger nuestra
supervivencia.
La corteza cingulada anterior es la responsable de integrar la emoción y la razón y
es una estructura muy importante relacionada con las emociones complejas. Forma
parte de la corteza prefrontal medial.

Hemos de señalar, que estas tres capacidades (neurogénesis, neuroplasticidad y


epigenética) no son sólo capacidades que nos permiten el cambio, sino que son también

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capacidades influenciables. Esto supone para nosotros una gran oportunidad. Podemos
estimularlas de forma saludable a través de cuidar hábitos físicos y mentales (alimentación,
ejercicio, sueño reparador, la calidad de vida mental) y evitando tóxicos, tanto físicos como
mentales, de los cuales el principal protagonista es para todos muy familiar: el estrés.

Saber esto justifica la necesidad de un proceso educativo emocional continuo.

Saber de dónde parto

Disponemos de dos tipos de neuroplasticidad, positiva (NPP) y negativa (NPN). Ambas, son
aprendizaje.

Se entiende por neuroplasticidad positiva crear nuevos circuitos de aprendizaje, o crear


nuevos circuitos añadidos a memorias almacenadas y esta asociación da como
consecuencia un nuevo conocimiento. Se entiende por neuroplasticidad negativa
desaprender, desconfigurar circuitos existentes, desestructurarlos y por tanto tener la
posibilidad de desaprender pensamientos, comportamientos, incluso a veces cuando se
han estructurado en hábitos.

En cuanto a descubrir nuestras estructuras y su funcionalidad, debemos primero observar


nuestro cerebro desde un punto de vista evolutivo y diferenciar estructuras más primitivas
de las más evolucionadas, como es el caso de la neocorteza. El cerebro reptil o de los
instintos, fue el primero en aparecer; a él se incorporaron estructuras que configuraron el
cerebro mamífero, que corresponde al sistema límbico en el cerebro humano. Sus
estructuras situadas en el subcórtex, corresponden al cerebro emocional primario

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responsable de las emociones básicas (miedo, ira, tristeza, alegría, sorpresa y asco). Estas
estructuras primarias son la base imprescindible para que se puedan generar emociones
más elaboradas que requerirán la participación de otros sectores de la corteza, algunos de
ellos integrados actualmente dentro del concepto de cerebro límbico.

El cerebro humano, por tanto, queda configurado por estos tres cerebros evolutivos
(neocórtex, sistema límbico, cerebro reptiliano). El neocórtex posee áreas de percepción,
áreas que crean programas motores y áreas de asociación que integran la información
procesada por otras áreas de la corteza y en su interior el cerebro emocional aunado al
cerebro instintivo.
Formando parte de la neocorteza, y detrás de la frente, hay una de las áreas de asociación
más importantes: la corteza prefrontal. Esta CPF tiene dos sectores con características más
emocionales, como son la corteza prefrontal medial y la corteza prefrontal orbitofrontal y
otro sector más racional, responsable de la planificación y de la memoria de trabajo, que es
la corteza prefrontal dorsolateral.

La corteza prefrontal no acaba su maduración hasta los 24-27 años de edad.

Desde nuestra llegada al mundo hay tres fases importantes de cambios programados
genéticamente en nuestro árbol de circuitería cerebral. Entre los 2 y los 4 años existe la
primera fase de poda programada. En la pre adolescencia, entre los 7-11 años, la segunda.
En la adolescencia, la tercera. Esas fases son influenciables por las condiciones del entorno,
de tal forma que, como afirma Álvaro Pascual-Leone, la responsabilidad del educador es
guiar la poda, no estimular la plasticidad, porque la plasticidad es una capacidad que
tenemos todos.
En los cerebros de nuestros adolescentes, existe una gran revolución, la integración de
procesos cognitivos y emocionales en sus cortezas frontales y temporales se enfrenta a
estructuras que aún no han acabado su maduración y además, en función del sexo, y
debido a las diferencias existentes de influencia hormonal entre chicos y chicas, existen
estructuras en distinta fase de maduración como el hipocampo, la amígdala, la ínsula
(implicada en autoconocimiento y capacidad empática) o la corteza cingulada anterior,
responsable de emociones complejas, donde se encuentran también neuronas implicadas
en la capacidad empática. Estos cambios en los adolescentes se traducen en una gran
necesidad a ser reconocidos, en una susceptibilidad al abandono y en una gran
impulsividad. Aunque también existe una gran oportunidad en esta fase evolutiva, dado
que poseen un valor desarrollado: su altruismo.

En el cerebro adulto, la corteza prefrontal es la sede del cerebro ejecutivo, donde se


generan pensamientos, sentimientos, anticipamos y prevemos el futuro, generamos
nuestras emociones sociales, morales y nuestros juicios; donde inhibimos conductas y se
toman las decisiones más elaboradas, con la integración de la emoción y la razón.

El cerebro emocional marca huella en absolutamente todas las funciones mentales. Por
eso, precisamente, somos más emocionales que racionales y ese cerebro emocional que
marca nuestra mente, tiene estructuras que serán sensibles al cambio. Se producen
cambios favorables si meditamos, si hacemos ejercicio físico, si ejercitamos nuestra mente,

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si somos buenos lectores, si nos relacionamos socialmente y enriquecemos nuestra
vivencia. Serán sensibles al cambio desfavorable si estamos sometidos a estrés. Para que
podamos entender los mecanismos de esta afirmación vamos un poco más allá en nuestro
autoconocimiento.

Si nos preguntamos ahora, qué pasa en nuestro cerebro y nuestro cuerpo cuando nos
afecta un estímulo, ya sea consciente o inconsciente, veremos que existe la participación
de muchas de sus estructuras. El estímulo afecta inicialmente al sistema límbico y éste, a
través de rutas químicas y neurales, produce cambios en el cuerpo, que a su vez por rutas
neurales y químicas afectará de nuevo al cerebro. Ante cualquier estímulo, incluso
estímulos tan rápidos (de milisegundos) que no despiertan la consciencia de ser percibidos,
nuestra amígdala, estructura situada en el seno del lóbulo temporal, dispara el sistema
produciéndose una activación del hipotálamo que activa a su vez la división simpática del el
sistema nervioso autónomo (SNA) preparando el cuerpo para actuar. Posteriormente el
sistema neuroendocrino, a través del eje hipotálamo-hipófisis–adrenal, fabrica cortisol
(regulador metabólico) y permite que el cuerpo actúe. Esta activación se traduce en
emoción en el escenario del cuerpo. Posteriormente nuestro cerebro, percibe los cambios
en el cuerpo y generará el sentimiento (en la corteza prefrontal medial), en el escenario de
la mente, como describe de forma excelente Antonio Damasio (2006, 2011).

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Esta situación de cascada neurobiológica se produce también ante un pensamiento, que no
es otra cosa que una unidad de información y energía, o una “propiedad emergente”, que
acaba expresándose en una dimensión espacio- tiempo, como una “ducha química”,
adaptativa o no, en función de que nuestro pensamiento sea saludable o todo lo contrario.
No todas las estructuras cerebrales tienen la misma capacidad plástica. Pero las
responsables de nuestros sentimientos, pensamientos, toma de decisiones, inhibición de
impulsos, de anticipar el futuro y prever, todas estas funciones forman parte de nuestro
cerebro ejecutivo cuya sede se sitúa en la corteza prefrontal y que dispone de estructuras
con capacidad de cambio.

Esto nos debe llevar a deducir que podremos cambiar pensamientos, podremos aprender y
desaprender para configurar hábitos diferentes y además podremos hacerlo de forma
dirigida a través de nuestra atención operativa consciente. Nuestra “herramienta máster”,
dado que nuestros circuitos son sensibles a la energía electromagnética y también a la
energía que imprimimos en ellos cuando prestamos atención.

Donde centramos la atención consciente o inconsciente, reforzamos.

Pero la oportunidad de dirigir el cambio la tenemos sólo con la atención consciente.

Si nuestro pensamiento es saludable generamos efectos neurobiológicos saludables, con


producción de serotonina, reguladora del estado de ánimo; de oxitocina, hormona del
apego; de las endorfinas, neurotransmisores de la felicidad que potencian el sistema
inmunitario, forman parte del sistema opioide endógeno, que disminuyen el dolor y con
efectos más potentes que la propia morfina; disminuyen la SP (Substancia P),

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(proinflamatoria) y fomentan la producción de dopamina, neurotransmisor de la
motivación por excelencia.
Si el pensamiento es negativo, disminuimos la producción de estos neurotransmisores y en
contrapartida se producen en exceso, el cortisol, el glutamato, la SP, la adrenalina y la
noradrenalina. Los efectos de este cóctel, si se mantiene en el tiempo, resultan nefastos
para nuestro sano equilibrio y se traducen en una depresión del sistema inmunitario,
alteraciones en la atención, la memoria y el aprendizaje; incluso muerte neuronal,
trastornos del estado de ánimo y enfermedades orgánicas a largo plazo.

Podemos automatizar tanto una forma de pensar saludable y adaptativa como


desadaptativa. Nos entrenamos para ello sin ser conscientes de hacerlo. La oportunidad es
identificarlo y aprender a dirigir el cambio. Pero por si esto fuera poco, debemos apuntar
que además somos absolutamente responsables de la influencia que ejercemos en los
demás, porqué tenemos una exquisita habilidad para aprender por imitación desde los
primeros meses de nuestra vida e influimos en uno u otro sentido en función de nuestro
“valor individual”.

Con tan sólo pocos meses de vida somos capaces de detectar el estado de ánimo de
nuestra madre o nuestro padre cuando entran en la misma habitación en la que nos
encontramos. Nuestra amígdala dirige la orientación de nuestra mirada para detectar la
expresión de las caras y los cuerpos.

Aprendemos por imitación, por atención compartida y por empatía.

Nuestras expresiones faciales y corporales no son sólo expresión de nuestras emociones,


son causa de ellas. Pero además la mente utiliza las acciones, las sensaciones, el
movimiento, para dar sentido a los conocimientos abstractos, como las percepciones, el
razonamiento, el lenguaje, los juicios… comunicamos de forma holística con la cara, el
cuerpo, y en esa comunicación intervienen de forma magistral nuestra amígdala que tan
solo necesita un impacto de milisegundos para reaccionar y las neuronas espejo
responsables de nuestra capacidad empática, a través de imprimir en nosotros un
conocimiento cognitivo (interpretamos lo que piensan los demás), emocional (sentimos lo
que sienten) y somático (percibimos en nuestro cuerpo las sensaciones que perciben).
Como podemos confirmar, todo nuestro cerebro interviene en nuestro aprendizaje, en
nuestra vivencia (pensar, sentir y comportarnos).

El ser humano puede entrenarse de forma muy hábil, para ser feliz pero también
para ser infeliz.

A esta habilidad se añaden los efectos epigenéticos, modificaciones en la expresión de los


genes, sin modificación de su estructura.

Una de las fuentes que produce más modificaciones epigenéticas,


es el factor ambiental.

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Los cambios químicos epigenéticos son radicales unidos al ADN o a las histonas,
proteínas que lo empaquetan dentro del núcleo celular. Estos cambios expresan o
silencian genes.
Si la genética estudia los genes, la epigenética estudia su regulación.
Continuamente se producen modificaciones epigenéticas que afectaran
fundamentalmente a la capacidad de neurogénesis, a la capacidad plástica, a nuestra
memoria, aprendizaje, a nuestras emociones, nuestra salud o enfermedad. Estas
modificaciones se producen a través del estilo de vida, de la alimentación, de si estamos o
no sometidos al efecto de tóxicos, a si hacemos o no ejercicio, de si nuestro sueño es
reparador o si estamos sometidos a estrés.

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Saber cómo hacerlo

Saber cómo hacerlo supone saber qué hacer, pero también saber qué evitar. Empezaremos
por esta última, dado que fundamenta más si cabe el hecho de orientar una construcción
de vida saludable. Evitaremos todo aquello que pueda dañar tanto a nuestro cuerpo como
a nuestro cerebro y mente. Hemos comentado anteriormente que el tóxico físico y mental
por excelencia en nuestra sociedad actual es el estrés y vamos a demostrarlo.

Qué evitar

El estrés mantenido es un factor de riesgo para nuestra salud a cualquier edad, desde
nuestro embarazo, hasta la senectud.
Dentro del concepto estrés debemos incluir los estímulos sutiles estresantes tan arraigados
en nuestra sociedad como la multitarea, la autoexigencia o exigencia externa, las creencias
limitantes, la saturación de información, la falta de límites, el aislamiento social, etc.

Un embarazo con estrés mantenido ha demostrado aumentar la actividad del eje


hipotálamo-hipófisis-adrenal. Sus efectos se prolongan en el bebé, hasta alcanzada la
preadolescencia y se refleja en TDAH (trastorno por déficit de atención con o sin
hiperactividad), trastornos del sueño, trastornos del estado de ánimo y de la conducta.
Estas alteraciones se asocian a dificultades en la autorregulación emocional, en
alteraciones de aprendizaje y memoria, en predisposición al consumo de drogas
posteriormente y a tener una menor capacidad empática futura.
El estrés en la primera infancia suele dar alteraciones fundamentalmente en hipocampo y
como consecuencia habrá una atención deficitaria y un apagado emocional.
Cuando se han analizado las consecuencias del estrés en el adolescente se confirma que
existen menos neuronas en su corteza prefrontal; la corteza cingulada anterior (CCA) se
reduce, recordemos que interviene en el proceso de emociones complejas además de
regular el SNA (Sistema Nervioso Autónomo). Si esta corteza se daña, puede reflejar
comportamientos agresivos e inestabilidad emocional. Se producen alteraciones del sueño,
tanto de las fases REM, que conducirán a alteraciones de la memoria, irritabilidad, falta de
motivación y de curiosidad; como de las Fases No REM, que como consecuencia conducirán
a alteraciones en el sistema inmunitario. La corteza prefrontal es la más sensible al daño en
la adolescencia y recordemos que en su seno están la ínsula y la CCA, ambas relacionadas
con la capacidad empática, que por tanto tenderá a alterarse.
Nuestra reflexión es importante. Necesitamos recursos y estrategias, tanto personales
como interpersonales, para poner en práctica en nuestra experiencia vivencial.
Necesitamos educación emocional, educar el afecto, reestructuración cognitiva y aprender
a regular el comportamiento.

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Qué hacer

Cuidar el cuerpo, el cerebro y la mente, pasa por no olvidar cuidar células y moléculas,
estructuras, funciones y capacidad funcional de esas estructuras. ¡A veces lo olvidamos! A
partir de cuidar el cuerpo y el cerebro que soportan nuestra mente, podremos aprender a
crear y desestructurar hábitos, adquirir conocimientos, habilidades, competencias
emocionales y actitud de vida en base a los valores fundamentales y esta educación nos
permitirá influir en la sana educación de nuestros compañeros de vida.

Para cuidar estructuras y su funcionalidad

Una alimentación que aporte polifenoles (antioxidantes, antiinflamatorios, protectores del


sistema inmunitario y de la función cardiovascular entre otras) y presentes en productos de
origen vegetal como frutas rojas, zumos, bayas, café, chocolate con alto índice de cacao,
aceite de oliva, frutos secos, legumbres y cereales. Los folatos, presentes en la soja, pipas
de girasol, acelgas, espinacas, frutos secos, coles, brócoli… La vitamina B12, presente en el
hígado, sardinas, ostras, foie gras, conejo, mejillones, atún… y los Ácidos grasos Ʊ3,
presentes en productos de origen animal, como el pescado azul, el marisco y la yema de
huevo, o en productos de origen vegetal como aceite o semillas de lino, germen de trigo,
frutos secos, brócoli, espinacas y soja. La dieta mediterránea es un buen ejemplo de ello.
Esta alimentación favorece los cambios epigenéticos favorables. No olvidar beber agua en
abundancia.

Ejercicio habitual. El ejercicio, y sobre todo el aeróbico, provoca cambios favorables en


moléculas, células, estructuras, funciones y capacidades. Mejora la memoria a corto, medio
y largo plazo; favorece la neurogénesis, la creación de nuevas sinapsis y nuevos vasos.
Tiene efectos antiinflamatorios, antiálgicos (disminuyen el dolor) y de potenciación del
sistema inmune. Estos tres efectos debido a la producción de endorfinas.
Mejora la tolerancia al estrés y la reserva cognitiva en el adulto que practicó ejercicio
durante la infancia. Protege de trastornos alimentarios y de trastornos del estado de
ánimo, mejora las habilidades cognitivas y las funciones ejecutivas y además facilita la
capacidad resiliente a corto, medio y largo plazo.

El sueño reparador. El cuidado del cuerpo y el cerebro requiere hábitos regulares y nuestra
mente quiere diversidad. Es importante preservar los horarios y prepararse para poder
descansar durante el sueño. Proteger el sueño No REM mejora nuestro sistema inmune y
regenera cuerpo. Proteger el sueño REM mejora la memoria, regenera nuestra mente,
elimina circuitos que podrían ser negativos, mientras que consolidamos en la memoria
aquellos que nos ayudan a fomentar la calidad de vida mental.

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Herramientas rápidas del método Thabit, que cuidarán nuestras estructuras.
La risa, el humor, el juego, la visualización saludable, relajación, mindfulness, u otras
técnicas meditativas, El KIT de emergencia técnica descrita en el método thabit y que aúna
la respiración, la postura corporal correcta y la salivación; la música, el baile, mimar los
sentidos, las artes plásticas, el afecto, las caricias, los abrazos etc. Todas estas prácticas han
demostrado beneficios a todos los niveles.

Estrategias para cuidar nuestra mente. Educar el afecto, identificar, conocer, regular y
adquirir competencias cognitivo-emocionales. En definitiva, la necesidad de aprender
cómo generar pensamientos saludables y de fomentar una educación emocional a lo largo
de toda la vida.
Aprender a reestructurar nuestro pensamiento. Adquirir habilidad para modular la
atención y centrarla en lo que queremos y no en lo que no queremos. Adquirir habilidad
para automotivarnos, aprender a reevaluar nuestras creencias y practicar el pensamiento
creativo.

Hemos comentado que si tener conocimientos y adquirir habilidades es importante,


nuestra actitud para afrontar la vida es muy trascendente, por lo tanto adquirir
herramientas tanto personales como interpersonales para la comunicación afectiva y
efectiva. Crear coherencia entre pensar, sentir y comportarnos y crear coherencia entre
nuestro comportamiento y los valores fundamentales, marcará nuestra capacidad para
crear nuestro bienestar e influir en el bienestar de nuestros semejantes.

20 Estrategias para facilitar la incorporación del conocimiento en los espacios educativos.

1.- Siempre inicialmente centrar la ATENCIÓN EN EL AUTOCONOCIMIENTO.


2.- Cuestionar el HACER y no el SER.
3.- Incorporar de forma habitual EL JUEGO.
4.- Facilitar el MOVIMIENTO.
5.- Incorporar como hábito REMEMORAR.
6.- Recordar valorar la REPETICIÓN de los aprendizajes.
7.- Estimular la CURIOSIDAD.
8.- Prestar atención a las SENSACIONES.
9.- Incorporación de MÚLTIPLES SENTIDOS.
10.- Imprescindible crear VÍNCULO.
11.- Fomentar la EMPATÍA.
12.- Fomentar orientar la atención en el PUNTO DE INFLUENCIA, donde tenemos la
oportunidad y depende de nosotros.
13.- HACER PREGUNTAS sobre los aprendizajes.
14.- Ilusionar y fomentar la LECTURA. Introducirla como práctica habitual.
15.- CREAR EXPECTATIVAS POSITIVAS, personales y sobre los contenidos, juegos,
materiales…
16.- VISUALIZAR POSITIVAMENTE. Creamos redes de posibilidad.
17.- Fomentar el aprendizaje de lenguas. BILINGÜISMO.

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18.- HACER ASOCIACIONES. Aprovechar la Metacognición tras los aprendizajes (pensar
sobre lo que pensamos).
19.- Realizar ejercicios, actividades e incentivar materias que fomenten la MEMORIA DE
TRABAJO.
20.- Crear espacios para que entre nosotros se EXPLIQUE Y RAZONE lo aprendido.
Recordemos que aprendemos haciendo y razonando, junto a los demás, los aprendizajes
que hemos realizado.

Para terminar, te planteo un reto ilusionante:

Observa tus sueños, crea ilusiones y regálate la experiencia de experimentarlos.


Ejerce este arte de forma dirigida

Dra. Rosa Casafont i Vilar

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Lecturas recomendadas

Aragay, X. (2017). Rimaginando la ducación. 21 claves para transformar la escuela. Paidós


educación. Grupo Planeta.
Casafont i Vilar, R. (2012). Viaje a tu cerebro. El Arte de transformar tu mente. Barcelona:
Ediciones B. (Grupo Random).
Casafont i Vilar, R. (2014). Viaje a tu cerebro emocional. Una inmersión al mundo de las
emociones. Barcelona: Ediciones B. (Grupo Random).
Casafont i Vilar, R. Casas L. (2017) Educarnos para educar. Neuroaprendizaje para
transformar la educación. Paidós educación. Grupo Planeta
Damasio, A. (2011). El error de Descartes. Barcelona: Destino.
Damasio, A. (2006). En busca de Espinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos.
Barcelona: Crítica.
Fuster, J. M. (2014). Cerebro y libertad. Barcelona: Ariel.
Gazzaniga, M. (2006). El cerebro ético. Barcelona: Paidós Ibérica.
Goldberg, E. (2002). El cerebro ejecutivo. Barcelona: Crítica.
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Enlace a Revista 20 (2016) de Rizoma Freireano:


http://www.rizoma-freireano.org/bases-neurocientificas-del-aprendizaje-dra-rosa

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