Rosa Casafont
Rosa Casafont
Rosa Casafont
Nº col 15721
AUDEC MONTEVIDEO
ProEducar XXV
Febrero de 2018
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GUIÓN
El cerebro evolutivo.
Herramientas prácticas
.- Lecturas recomendadas.
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Viaje de conocimiento a través de la Neurociencia aplicada a la
educación.
Dra. Rosa Casafont i Vilar
Médico nº col 15721
Neurociencias por la U.B.
Vamos a hacernos una serie de preguntas para empezar, que tal vez puedan ayudarnos a
orientar los contenidos que desarrollaremos a continuación. Podemos preguntarnos:
¿Los humanos nos entrenamos sin saberlo, para ser felices o infelices? ¿Nuestras
estructuras cerebrales tienen la posibilidad de cambiar tanto de niños, como de adultos y
seguir cambiando cuando llegamos a ser ancianos? y nuestro cerebro ¿Sigue fabricando
neuronas durante toda la vida o esta capacidad sólo la tenemos en fases de desarrollo? ¿La
genética determina nuestra salud o enfermedad o también la influencia del entorno tiene
un importante protagonismo en nuestro estado de salud?
Podemos dar respuesta a estas y otras preguntas con los conocimientos que a día de hoy
tenemos en neurociencia. Hablar de ello, supone hablar de nuestra esencia como
humanos, supone conocernos un poco más e identificar moléculas, células, estructuras y
capacidades que sustentan pensamientos, sentimientos y comportamientos y supone
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entender también, por qué somos capaces de generar efectos saludables o efectos
contrarios en nuestras estructuras según la valencia de nuestros pensamientos y
sentimientos.
Será necesario que fundamentemos todas las respuestas sobre estas y otras preguntas que
puedan interesarnos para poder dirigir nuestro proceso de vida hacia un estado de
bienestar personal e influir en un estado de bienestar social.
Tras estas reflexiones de entrada, veamos algunos de los fundamentos importantes para
mejorar nuestro autoconocimiento.
Somos seres conscientes, no tenemos ninguna duda sobre ello. Ahora bien, debemos saber
que sólo somos capaces de pensar y sentir cuando nuestras neuronas sincronizan su
actividad. Saber esto puede suponer que nos preguntemos si la consciencia es tan solo un
conjunto de millones de neuronas conectadas, pero estoy convencida también, que si
hacemos esa reflexión, “SENTIMOS” que somos mucho más que eso. Aunque nos cuesta
explicarlo y demostrarlo, sentimos que hay aspectos del “ser” que suponen fenómenos de
difícil explicación.
Nuestra mente es una entidad compleja compuesta por múltiples procesos conscientes,
inconscientes e interdependientes y que podemos definir como “NO LOCAL”. No podemos
situarla en un “locus” concreto de nuestro cerebro ni de nuestro cuerpo. En cambio
nuestro cerebro, sí podemos localizarlo y por ello resulta más asequible su estudio. El
cerebro es un órgano complejo y cambiante. Algunas de sus estructuras tienen capacidad
de cambio. Más adelante veremos cuáles y la oportunidad que nos supone esa capacidad.
Nuestro cerebro aparte de ser un cerebro social y cambiante, es un órgano que toma
decisiones y que su finalidad es pasar a la acción.
Sigamos con otra pregunta: ¿Entrenarse, qué reflejo supone en nuestras estructuras
cerebrales? Supone dar habilidad a circuitos que posibilitan pensamientos, sentimientos y
comportamientos. Supone consolidar circuitos de capacidad que sustentan todas las
funciones mentales. Por tanto aprendemos, incorporamos, automatizamos hábitos y
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cambiamos. Pero esto no lo descubrimos ahora ¿verdad? Sabemos que tenemos la
capacidad de aprender y memorizar un texto, recordar una película, la lectura de una
novela, nuestra historia. Sin embargo, somos reticentes a pensar que este proceso es
posible cuando el aprendizaje o el cambio, implican a nuestro pensamiento, sentimiento o
comportamiento. Somos reticentes a creer, que cuando nuestro carácter está formado,
tengamos la posibilidad de desaprender conductas y aprender otras más adaptativas.
Estamos en lo cierto si pensamos que puede ser más complicado. Ahora bien, ¿realmente
este cambio es posible? y si es posible, ¿es posible durante toda la vida? La respuesta es:
No sólo es posible el cambio, sino que es INEVITABLE.
El cambio es constante
Cambia nuestro cuerpo, nuestro cerebro y nuestra mente. Y estos cambios se relacionan
con nuestro bienestar, o no, con la salud o la enfermedad, con nuestro mundo emocional,
con nuestro aprendizaje, con la toma de decisiones, con nuestras capacidades, habilidades,
actitud de afrontamiento. Por tanto podríamos deducir que la capacidad de cambio supone
una oportunidad para nosotros; pero, ¡NO siempre!
Los cambios efectivos siempre tienen una única dirección: de dentro hacia afuera
El por qué y para qué lo hemos apuntado anteriormente. Queremos determinar nuestro
estado de salud y bienestar e influir en el bienestar social.
Ahora bien, debemos partir de un autoconocimiento para saber si en realidad disponemos
de estructuras y funciones que nos permitan dirigir ese proceso de cambio. Por lo tanto,
vamos a centrarnos primero en el segundo punto: “Creer que puedo”. Nos convenceremos
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de ello si adquirimos conocimientos sobre moléculas, células, estructuras, funciones y
capacidades que pueden estar a nuestra disposición para facilitarnos el cambio dirigido.
Nuestro cerebro es cambiante, con estructuras que tienen capacidad plástica, capacidad de
cambio en sus redes con cada experiencia. En consecuencia tenemos un cerebro, nuestro
“órgano rector”, en constante transformación, ¡tanto si queremos, como si no!
Además, existe añadida una capacidad de cambio a nivel de cada núcleo celular, de
cambios químicos que modifican la función de nuestro genoma sin que se modifique su
estructura y estos cambios se relacionan con el aprendizaje, la memoria, enfermedades
neurológicas, la neurogénesis, la capacidad plástica, nuestro mundo emocional, etc.
Tenemos por otra parte capacidad plástica (neuroplasticidad) de las redes neuronales: si
bien las neuronas cambian poco, las redes que crean entre ellas tienen gran capacidad de
cambio. Cada 5 segundos podemos ver cómo se forman nuevas sinapsis de conexión entre
las neuronas.
Debemos puntualizar que en nuestro cerebro existen unas estructuras más plásticas que
otras. Una de ellas es el hipocampo. Lo denomino “el creador dinámico” porque posee
entre sus funciones, la capacidad de generar nuevas neuronas; se responsabiliza de
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diferentes tipos de memoria; está implicado en el aprendizaje y tiene gran capacidad
plástica.
Existe capacidad plástica en la corteza cerebral. Según manifiesta el Dr. Joaquín M. Fuster
(2014), la corteza cerebral llega al mundo con un potencial ilimitado de cambio y veremos
la importancia de ello, cuando analicemos las funciones que nuestro cerebro tiene
asignadas a la corteza.
Los cambios epigenéticos son la tercera posibilidad que hemos comentado. Son cambios
químicos que si bien no influyen en alterar la estructura de nuestros genes, influyen en su
función: en su expresión (pasan a ser funcionales); o en su silencio (dejan de ser
funcionales). Nos referiremos a ello un poco más adelante.
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capacidades influenciables. Esto supone para nosotros una gran oportunidad. Podemos
estimularlas de forma saludable a través de cuidar hábitos físicos y mentales (alimentación,
ejercicio, sueño reparador, la calidad de vida mental) y evitando tóxicos, tanto físicos como
mentales, de los cuales el principal protagonista es para todos muy familiar: el estrés.
Disponemos de dos tipos de neuroplasticidad, positiva (NPP) y negativa (NPN). Ambas, son
aprendizaje.
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responsable de las emociones básicas (miedo, ira, tristeza, alegría, sorpresa y asco). Estas
estructuras primarias son la base imprescindible para que se puedan generar emociones
más elaboradas que requerirán la participación de otros sectores de la corteza, algunos de
ellos integrados actualmente dentro del concepto de cerebro límbico.
El cerebro humano, por tanto, queda configurado por estos tres cerebros evolutivos
(neocórtex, sistema límbico, cerebro reptiliano). El neocórtex posee áreas de percepción,
áreas que crean programas motores y áreas de asociación que integran la información
procesada por otras áreas de la corteza y en su interior el cerebro emocional aunado al
cerebro instintivo.
Formando parte de la neocorteza, y detrás de la frente, hay una de las áreas de asociación
más importantes: la corteza prefrontal. Esta CPF tiene dos sectores con características más
emocionales, como son la corteza prefrontal medial y la corteza prefrontal orbitofrontal y
otro sector más racional, responsable de la planificación y de la memoria de trabajo, que es
la corteza prefrontal dorsolateral.
Desde nuestra llegada al mundo hay tres fases importantes de cambios programados
genéticamente en nuestro árbol de circuitería cerebral. Entre los 2 y los 4 años existe la
primera fase de poda programada. En la pre adolescencia, entre los 7-11 años, la segunda.
En la adolescencia, la tercera. Esas fases son influenciables por las condiciones del entorno,
de tal forma que, como afirma Álvaro Pascual-Leone, la responsabilidad del educador es
guiar la poda, no estimular la plasticidad, porque la plasticidad es una capacidad que
tenemos todos.
En los cerebros de nuestros adolescentes, existe una gran revolución, la integración de
procesos cognitivos y emocionales en sus cortezas frontales y temporales se enfrenta a
estructuras que aún no han acabado su maduración y además, en función del sexo, y
debido a las diferencias existentes de influencia hormonal entre chicos y chicas, existen
estructuras en distinta fase de maduración como el hipocampo, la amígdala, la ínsula
(implicada en autoconocimiento y capacidad empática) o la corteza cingulada anterior,
responsable de emociones complejas, donde se encuentran también neuronas implicadas
en la capacidad empática. Estos cambios en los adolescentes se traducen en una gran
necesidad a ser reconocidos, en una susceptibilidad al abandono y en una gran
impulsividad. Aunque también existe una gran oportunidad en esta fase evolutiva, dado
que poseen un valor desarrollado: su altruismo.
El cerebro emocional marca huella en absolutamente todas las funciones mentales. Por
eso, precisamente, somos más emocionales que racionales y ese cerebro emocional que
marca nuestra mente, tiene estructuras que serán sensibles al cambio. Se producen
cambios favorables si meditamos, si hacemos ejercicio físico, si ejercitamos nuestra mente,
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si somos buenos lectores, si nos relacionamos socialmente y enriquecemos nuestra
vivencia. Serán sensibles al cambio desfavorable si estamos sometidos a estrés. Para que
podamos entender los mecanismos de esta afirmación vamos un poco más allá en nuestro
autoconocimiento.
Si nos preguntamos ahora, qué pasa en nuestro cerebro y nuestro cuerpo cuando nos
afecta un estímulo, ya sea consciente o inconsciente, veremos que existe la participación
de muchas de sus estructuras. El estímulo afecta inicialmente al sistema límbico y éste, a
través de rutas químicas y neurales, produce cambios en el cuerpo, que a su vez por rutas
neurales y químicas afectará de nuevo al cerebro. Ante cualquier estímulo, incluso
estímulos tan rápidos (de milisegundos) que no despiertan la consciencia de ser percibidos,
nuestra amígdala, estructura situada en el seno del lóbulo temporal, dispara el sistema
produciéndose una activación del hipotálamo que activa a su vez la división simpática del el
sistema nervioso autónomo (SNA) preparando el cuerpo para actuar. Posteriormente el
sistema neuroendocrino, a través del eje hipotálamo-hipófisis–adrenal, fabrica cortisol
(regulador metabólico) y permite que el cuerpo actúe. Esta activación se traduce en
emoción en el escenario del cuerpo. Posteriormente nuestro cerebro, percibe los cambios
en el cuerpo y generará el sentimiento (en la corteza prefrontal medial), en el escenario de
la mente, como describe de forma excelente Antonio Damasio (2006, 2011).
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Esta situación de cascada neurobiológica se produce también ante un pensamiento, que no
es otra cosa que una unidad de información y energía, o una “propiedad emergente”, que
acaba expresándose en una dimensión espacio- tiempo, como una “ducha química”,
adaptativa o no, en función de que nuestro pensamiento sea saludable o todo lo contrario.
No todas las estructuras cerebrales tienen la misma capacidad plástica. Pero las
responsables de nuestros sentimientos, pensamientos, toma de decisiones, inhibición de
impulsos, de anticipar el futuro y prever, todas estas funciones forman parte de nuestro
cerebro ejecutivo cuya sede se sitúa en la corteza prefrontal y que dispone de estructuras
con capacidad de cambio.
Esto nos debe llevar a deducir que podremos cambiar pensamientos, podremos aprender y
desaprender para configurar hábitos diferentes y además podremos hacerlo de forma
dirigida a través de nuestra atención operativa consciente. Nuestra “herramienta máster”,
dado que nuestros circuitos son sensibles a la energía electromagnética y también a la
energía que imprimimos en ellos cuando prestamos atención.
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(proinflamatoria) y fomentan la producción de dopamina, neurotransmisor de la
motivación por excelencia.
Si el pensamiento es negativo, disminuimos la producción de estos neurotransmisores y en
contrapartida se producen en exceso, el cortisol, el glutamato, la SP, la adrenalina y la
noradrenalina. Los efectos de este cóctel, si se mantiene en el tiempo, resultan nefastos
para nuestro sano equilibrio y se traducen en una depresión del sistema inmunitario,
alteraciones en la atención, la memoria y el aprendizaje; incluso muerte neuronal,
trastornos del estado de ánimo y enfermedades orgánicas a largo plazo.
Con tan sólo pocos meses de vida somos capaces de detectar el estado de ánimo de
nuestra madre o nuestro padre cuando entran en la misma habitación en la que nos
encontramos. Nuestra amígdala dirige la orientación de nuestra mirada para detectar la
expresión de las caras y los cuerpos.
El ser humano puede entrenarse de forma muy hábil, para ser feliz pero también
para ser infeliz.
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Los cambios químicos epigenéticos son radicales unidos al ADN o a las histonas,
proteínas que lo empaquetan dentro del núcleo celular. Estos cambios expresan o
silencian genes.
Si la genética estudia los genes, la epigenética estudia su regulación.
Continuamente se producen modificaciones epigenéticas que afectaran
fundamentalmente a la capacidad de neurogénesis, a la capacidad plástica, a nuestra
memoria, aprendizaje, a nuestras emociones, nuestra salud o enfermedad. Estas
modificaciones se producen a través del estilo de vida, de la alimentación, de si estamos o
no sometidos al efecto de tóxicos, a si hacemos o no ejercicio, de si nuestro sueño es
reparador o si estamos sometidos a estrés.
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Saber cómo hacerlo
Saber cómo hacerlo supone saber qué hacer, pero también saber qué evitar. Empezaremos
por esta última, dado que fundamenta más si cabe el hecho de orientar una construcción
de vida saludable. Evitaremos todo aquello que pueda dañar tanto a nuestro cuerpo como
a nuestro cerebro y mente. Hemos comentado anteriormente que el tóxico físico y mental
por excelencia en nuestra sociedad actual es el estrés y vamos a demostrarlo.
Qué evitar
El estrés mantenido es un factor de riesgo para nuestra salud a cualquier edad, desde
nuestro embarazo, hasta la senectud.
Dentro del concepto estrés debemos incluir los estímulos sutiles estresantes tan arraigados
en nuestra sociedad como la multitarea, la autoexigencia o exigencia externa, las creencias
limitantes, la saturación de información, la falta de límites, el aislamiento social, etc.
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Qué hacer
Cuidar el cuerpo, el cerebro y la mente, pasa por no olvidar cuidar células y moléculas,
estructuras, funciones y capacidad funcional de esas estructuras. ¡A veces lo olvidamos! A
partir de cuidar el cuerpo y el cerebro que soportan nuestra mente, podremos aprender a
crear y desestructurar hábitos, adquirir conocimientos, habilidades, competencias
emocionales y actitud de vida en base a los valores fundamentales y esta educación nos
permitirá influir en la sana educación de nuestros compañeros de vida.
El sueño reparador. El cuidado del cuerpo y el cerebro requiere hábitos regulares y nuestra
mente quiere diversidad. Es importante preservar los horarios y prepararse para poder
descansar durante el sueño. Proteger el sueño No REM mejora nuestro sistema inmune y
regenera cuerpo. Proteger el sueño REM mejora la memoria, regenera nuestra mente,
elimina circuitos que podrían ser negativos, mientras que consolidamos en la memoria
aquellos que nos ayudan a fomentar la calidad de vida mental.
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Herramientas rápidas del método Thabit, que cuidarán nuestras estructuras.
La risa, el humor, el juego, la visualización saludable, relajación, mindfulness, u otras
técnicas meditativas, El KIT de emergencia técnica descrita en el método thabit y que aúna
la respiración, la postura corporal correcta y la salivación; la música, el baile, mimar los
sentidos, las artes plásticas, el afecto, las caricias, los abrazos etc. Todas estas prácticas han
demostrado beneficios a todos los niveles.
Estrategias para cuidar nuestra mente. Educar el afecto, identificar, conocer, regular y
adquirir competencias cognitivo-emocionales. En definitiva, la necesidad de aprender
cómo generar pensamientos saludables y de fomentar una educación emocional a lo largo
de toda la vida.
Aprender a reestructurar nuestro pensamiento. Adquirir habilidad para modular la
atención y centrarla en lo que queremos y no en lo que no queremos. Adquirir habilidad
para automotivarnos, aprender a reevaluar nuestras creencias y practicar el pensamiento
creativo.
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18.- HACER ASOCIACIONES. Aprovechar la Metacognición tras los aprendizajes (pensar
sobre lo que pensamos).
19.- Realizar ejercicios, actividades e incentivar materias que fomenten la MEMORIA DE
TRABAJO.
20.- Crear espacios para que entre nosotros se EXPLIQUE Y RAZONE lo aprendido.
Recordemos que aprendemos haciendo y razonando, junto a los demás, los aprendizajes
que hemos realizado.
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Lecturas recomendadas
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