Freire
Freire
Freire
uno recibe, sino como una forma de ser, de encarar, de comportarse, de comprender, todo lo
cual se crea a través de la práctica, en búsqueda de la transformación de la sociedad.
No son cualidades abstractas, que existen antes que nosotros, sino que se crean con
nosotros (y no individualmente).
Las virtudes de las cuales voy a hablar no son virtudes de cualquier educador, sino de
aquellos que están comprometidos con la transformación de la sociedad injusta, para crear
una sociedad menos injusta.
Discurso y práctica.
Obviamente que en este intento de coherencia, es necesario señalar en primer lugar, que no
es posible alcanzar la coherencia absoluta y que, en segundo lugar, ello sería un fastidio.
Imagínense ustedes que uno viviera de tal manera la coherencia, que no tuviera la
posibilidad de comprender lo que es coherente, porque sólo se es coherente!. Entonces no
se sabe lo que es.
Palabra y silencio.
Otra virtud que emerge de la experiencia responsable, es la virtud de aprender a lidiar con
la tensión entre al palabra y el silencio. Esta es una gran virtud que los educadores tenemos
que crear entre nosotros.
¿Qué quiero decir con esto?
Se trata de trabajar esa tensión permanente que se crea entre la palabra del educador y el
silencio del educando, entre la palabra de los educandos y el silencio del educador.
Si uno, como educar, no resuelve bien esta tensión, puede que su palabra termine por
sugerir el silencio permanente de los educandos.
Vivir apasionadamente la palabra y el silencio, significa hablar “con” los educandos, para
que también ellos hablen “con“ uno.
Los educandos tienen que asumirse también como sujetos del discurso, y no como
repetidores del discurso o de la palabra del profesor.
Hay que aprender algunas cuestiones básicas como éstas, por ejemplo: no hay pregunta
tonta, ni tampoco hay respuesta definitiva.
Es preciso que el educador testimonie en los educandos el gusto por la pregunta y el respeto
a la pregunta.
Por ejemplo, a veces el educador percibe en una clase que los alumnos no quieren correr el
riesgo de preguntar, justamente porque a veces temen a sus propios compañeros.
Yo no tengo duda en decir que, a veces, cuando los compañeros se burlan de una pregunta,
lo hacen como una forma de escaparse de la situación dramática de no poder preguntar, de
no poder afirmar una pregunta.
A veces el propio profesor, frente a la pregunta que no viene bien organizada, dibuja una
sonrisa, de esas que todo el mundo sabe qué significan por su manera especial de sonreír.
De manera general, los profesores contestan a preguntas que los alumnos no han hecho.
Subjetividad y objetividad.
Otro equívoco que está en esta tensión es el de reducir la subjetividad a un puro reflejo de
la objetividad. Entonces, esta ingenuidad asume que solo debe transformarse la objetividad
para que, al día siguiente, cambie la subjetividad. No es así, porque los procesos son
dialécticos, contradictorios, procesuales.
Cuando yo les digo que es difícil que uno ande por las calles de la historia sin sufrir alguna
de estas dos tentaciones, quiero decir que yo también tuve estas tentaciones y anduve
cayéndome un poco para el lado de la subjetividad.
Recuerdo, por ejemplo, que en la “Educación como Práctica de la Libertad” tuve algunos
momentos que anunciaban que había sido picado por el subjetivismo.
Cuando leo la palabra “concientización” – palabra que nunca más usé desde 1972 – la
impresión que tengo es que el proceso de profundización de la toma de conciencia aparecía
en ciertos momentos de mi práctica como algo subjetivo.
Otra virtud del educador y la educadora, es cómo no sólo comprender sino vivir la tensión
entre el aquí y el ahora del educador y el aquí y el ahora de los educandos.
Porque en la medida que yo comprendo la relación entre “mi aquí” y “el aquí” de los
educandos es que empiezo a descubrir que mi aquí es el allá de los educandos.
No hay allá sin aquí, lo cual es obvio. Sólo reconozco que hay un aquí porque hay algo
diferente que es el allá. Solamente es posible conocer un aquí porque hay un contrario.
Si yo estoy en una calle, hay sólo tres posiciones posibles: en el medio, en un lado o en el
otro. Los demás son aproximaciones a estas tres posiciones básicas. Si yo estoy en el lado
de acá, y quiero ir al otro lado, debo atravesar la calle.
Es por esa razón que nadie llega allá partiendo de allá. Esto es algo que los políticos-
educadores y los educadores-políticos nos alvidamos, es decir respetar la compresión del
alumno, de la sociedad, la sabiduría popular, el sentido común que tienen los educandos.
Yo no estoy diciendo que los educadores deben quedarse permanentemente en el nivel del
saber popular. Hay una diferencia muy grande entre quedarse y partir.
Yo hablo de partir del nivel en que el pueblo se encuentra, porque alcanzar el allá pasa por
el aquí.
Espontaneísmo y manipulación.
Hay otra virtud que es evitar caer en prácticas espontaneístas sin caer en posturas
manipuladoras.
Esto no es así. El contrario de estas dos posiciones es lo que yo llamo una posición
radicalmente democrática.
A esta altura quiero decir que no hay que temer pronunciar la palabra democracia. Porque
hay mucha gente que, al escuchar esa palabra, la asocia con socialdemocracia e,
inmediatamente, con reformismo.
Teoría y práctica.
Hacer esto demanda una enorme seriedad, una gran rigurosidad (y no superficialidad).
Exige estudio, creación de una disciplina seria.
Pensar que todo lo que es teórico es malo, algo absurdo, es absolutamente falso. Hay que
luchar contra esta afirmación. No hay que negar el papel fundamental de la teoría.
Sin embargo, la teoría deja de tener cualquier repercusión si no hay una práctica que motive
la teoría.
Paciencia e impaciencia.
Si uno enfatiza la paciencia, cae en el discurso tradicional que dice: “ten panciencia, hijo
mío, porque tuyo será el reino de los cielos”. El reino debe ser hecho aquí mismo, con una
impaciencia fantástica.
Texto y contexto.
Finalmente, yo diría que todo esto tiene que ver con la relación entre la lectura del texto y
la lectura del contexto.
Esta es una de las virtudes que deberíamos vivir para testimoniar a los educandos,
cualquiera que sea su grado de instrucción (universidad, básico o de educación popular), la
experiencia indispensable de leer la realidad, sin leer las palabras. Para que incluso se
puedan entender las palabras.