2 Ella Es Mi Pecado - Sueños y Pecados PDF
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***
Los siguientes meses los pasé entre el Donmar Warehouse (donde me
presentaba cada noche) y la academia, a la que asistía en las mañanas con el
objetivo de impartir charlas y talleres de actuación. De vez en cuando la veía
a ella caminando por los pasillos y la saludaba con una sonrisa muy sincera.
No obstante, solo eso obtenía a cambio: una simple sonrisa. No lograba
entender porque trataba de interpretar su lenguaje corporal, que no me
revelaba nada alentador. Ella estaba allí por una única razón. Aprender.
Sin poder evitarlo, su indiferencia hizo que mi interés por ella, creciera
cada día más.
Con el paso de los días, la obra de teatro en la que me presentaba, llegó
a su final y me dispuse a viajar a Manitoba, donde comenzó el rodaje de Red
Dragonfly4, una película de terror ambientada en el siglo XVII y dirigida por
uno de los directores más importantes del género del terror; el alemán Ewald
Wittgenstein.
Los primeros días en Canadá fueron de adaptación. Me costó un poco,
porque hacía un frío terrible.
En ese proyecto, compartí con grandes actores. Me dio mucha alegría
ver a una vieja amiga, después de tanto tiempo. Dannessa Finntrock era una
hermosa mujer de cabellera roja, de ojos azules y con talento de sobra.
Le di un fuerte abrazo en el momento que la tuve cerca. Sin poder evitar
recordar nuestro primer encuentro…
Era mediado de 2012 y me encontraba en una gala de beneficencia que
tuvo lugar en Londres. Mis ojos se fijaron en una bella pelirroja de vestido
violeta que sonreía al otro lado del salón.
—¿Quién es ella? —le pregunté a Aaron, mi publicista.
—Es Dannessa Finntrock, una actriz estadounidense en ascenso. Ha
participado en diversas películas, tales como...
La voz de Aaron se apagó a medida que me alejaba de él y caminaba
hacia la hermosa mujer frente a mí.
—Buenas noches —dije al acercarme.
Ella se giró y casi se atraganta con su bebida.
—¡Oh por Dios! No sabía que el regente de Frost Sea Fortress
estuviera entre los invitados a esta gala.
Reí con nerviosismo al comprender la referencia que hizo a Aldous
Kenrrang, uno de los personajes más emblemáticos que representé en el cine.
Extendí mi mano, tomé la suya y deposité un beso en el dorso de la misma.
»¡Oh! ¡Cuánta amabilidad! Es verdad lo que dicen de los británicos.
—¿Y qué es lo que dicen? —pregunté con picardía, sin apartar mis ojos
de los suyos.
—Pues que son muy caballerosos y que... —sonrió y sacudió su cabeza
con sutileza—, me encantó tu trabajo en “Remembranzas de Harvinder” —
hizo un cambio drástico de tema—. Soy fiel lectora de la saga y admito que
Aldous es uno de mis personajes favoritos. Cuando supe que lo iba a
interpretar un británico, supe que sin duda le daría ese carácter elegante que
define al personaje.
—¡Oh! Gracias, no creí que fueses el tipo de persona que ve esa clase
de películas —me sentí algo avergonzado, pues no me gustaba ser el centro
de atención.
—Pues te equivocas, me encanta ese tipo de películas... —rió de nuevo
—. De hecho he leído los libros un par de veces y déjame decirte que Aldous
Kenrrang es como si hubiese sido creado inspirado en ti. No sé, pero un
villano con cualidades de héroe, me fascina —reí a carcajadas y humedecí
mis labios con mi lengua lanzándole una mirada lasciva. No me di cuenta en
qué momento nos dejaron solos, estábamos tan cerca uno del otro, que pude
percibir el hipnótico perfume de Dannessa.
—¿Ah sí? Dicen que también es un poco travieso —susurré de manera
seductora y noté como ella se mordía el labio inferior y el rubor se
apoderaba de sus mejillas.
Me deseaba, eso era innegable y yo también la deseaba con locura.
Una mujer de tan deliciosa estampa podría seducir hasta al más frívolo de
los seres.
—Salgamos de acá —ella me sujetó del brazo. Yo arqueé mis cejas ante
su repentina invitación de ir a otro lugar.
—¡Uh! Eres fuego puro y me agrada —dije y en gesto divertido toqué
su brazo —¡Auchs! Me quemas —la miré con intensidad. Ella se volvió a
morder el labio—. Iré contigo a donde quieras, siempre y cuando me
prometas que me quemaras sin contemplación alguna.
—Te lo prometo —me dijo sin vergüenza alguna.
Se giró y comenzó a caminar en dirección a unas escaleras que
conducían a la segunda planta.
Al llegar al segundo piso pude ver dos largos pasillos que se extendían
de lado y lado, con hileras de puertas. Dannessa caminó delante de mí,
contorneando sus caderas con sensualidad y de vez en cuando girando su
cabeza para asegurarse de que la estuviera siguiendo.
Se detuvo frente a una puerta, la abrió y entró, haciéndome un ademán
con su mano para que entrara también. El lugar estaba oscuro por completo.
Lo siguiente que sentí, fueron sus brazos rodeando mi cuello a la vez que su
boca chocaba contra la mía. Su lengua exploró y tanteó en un intento por
enredarse con la mía.
Como pude, cerré la puerta y la aseguré. Lo que iba a suceder en esa
habitación no podía ser de dominio público. La devoraría sin ninguna
contemplación.
Mis manos recorrieron su cuerpo. Su piel ardió a mi tacto. Bastaron
pocos minutos para poder sentir sus suculentos pezones en mi boca.
La oscuridad nos abrazó y eso me excitó mucho más, pues mi
imaginación voló, tratando de descifrar sus gestos. Ella gemía de placer y yo
sudaba a causa de la pasión que desbordábamos.
Entre lametones, mordiscos y besos le di la vuelta. Dejé un rastro de
saliva a lo largo de su cuello, subiendo desde la clavícula hasta llegar a su
oreja. Bajé mi mano y levanté la falda de su vestido. Mi mano juguetona
buscó a tiendas su parte más íntima. Hice a un lado esa estorbosa tela y
tanteé con mis dedos su entrada, mientras mordisqueaba el lóbulo de su
oreja, ella se retorció de placer entre mis brazos. Moví mis dedos dentro de
ella y sentirla tan húmeda hizo que mi pulso se acelerara.
—Sí, sí, así... —gimió.
Mi miembro estaba a punto de estallar, así que mientras manipulaba
su punto de placer con una mano, con la otra aflojé mi cinturón y me deshice
de mi pantalón y ropa interior.
Ella se deshizo de su vestido, tomó mi desamparado amigo y lo guió
hacia su cobijo. Entré en ella muy despacio. Los vellos de mi nuca se
erizaron. Dannessa se inclinó hacia adelante invitándome a invadirla más
profundo. Su humedad me dio la bienvenida. La penetré repetidas veces,
mientras estrujaba sus senos. Ella movió sus caderas a un ritmo delicioso y
me hizo sisear de manera exagerada. Me incliné para abrazarla y arroparla
con mi cuerpo mientras las embestidas eran más lentas y más profundas. Ella
se giró muy suave, dibujando pequeños círculos con sus caderas.
—¡Dios! Me encantas —susurré y ella aceleró sus movimientos
obligándome a erguirme.
Aumenté la velocidad de las embestidas. Entraba y salía de ella a tal
ritmo que la hice estremecer a la vez que soltaba un grito ahogado. Ella
llegó a su culminación y yo estaba a escasos segundos de lograrlo también.
Embestí un par de veces más y salí con premura de ella, derramándome
sobre su espalda.
Todo quedó en silencio.
Al cabo de unos segundos, ella habló.
—Que esto quede entre nosotros, por favor —dijo con la respiración
entrecortada—. No acostumbro a involucrarme con colegas y pienso
mantener esa regla intacta —Se giró hacia mí—. Estuviste fabuloso. Tal y
como lo esperaba.
A raíz de ese incidente, las cosas se tornaron intensas e incómodas.
Dannessa estaba saliendo con un empresario y viajaba con frecuencia por
compromisos laborales y aunque manteníamos conversaciones subidas de
tono vía mensajes de texto, nuestra relación era solo sexual. En esa época yo
estaba con Adeline y la amaba, pero mis necesidades de hombre demandaban
por un cuerpo femenino y más cuando pasaba semanas o hasta meses sin
poder estar con mi novia.
Después de casi dos años, allí estaba Nessa, como ella me pidió que la
llamara, frente a mí, con esos ojos tentadores puestos en mí. Sonreí al notar
que se ruborizaba, tal vez, ella también estaba recordando lo mismo que yo.
—Muy bien damas y caballeros, sé que les envié el libreto hace dos
meses, pero hice algunos cambios de última hora —la voz de Ewald irrumpió
en la habitación. Nos entregó una copia del libreto a cada uno. Éramos cinco
actores principales—. Mi asistente se tomó la molestia de resaltar las partes
de cada uno. Si tienen alguna observación al respecto, no teman en decirlo.
Los días transcurrieron entre grabaciones y entrenamientos. Nessa y yo
pasamos mucho tiempo (más de lo normal) juntos. De vez en cuando, las
bromas por parte de algunos compañeros de la producción llegaron a ser
tediosas, quienes comentaban que Dannessa y yo parecíamos un par de recién
casados, aunque mi compañera de trabajo y yo siempre le dejábamos en claro
que solo éramos buenos amigos.
—Hoy nos toca rodar la escena —dijo Nessa, haciendo énfasis en la
última palabra, una tarde que nos encontrábamos en mi tráiler.
—¿Cuál escena? —divagué entre las líneas del libreto a la vez que el
rostro de cierta personita se adueñaba de mis pensamientos.
Estuve varios días sin pensar en Shirley Sandoval, pero esa tarde no
logré sacármela de la cabeza. Deseé tenerla a mi lado en ese momento. Verla
y charlar. Solo charlar…
—…y es allí cuando me sujetas con fuerza por el cabello, me dices “me
estoy hartando de esto” y luego me… —Nessa se quedó en silencio,
observándome con cautela— ¿Xander? ¿Me estás oyendo? —me sacudió el
hombro.
—¿Qué? ¿Cómo? —Vi molestia en sus ojos—. Lo siento Ness. Estaba
pensando en… —interrumpí la frase—. ¿Qué estabas diciendo? —cerré mis
ojos y me llevé la mano a la frente.
—Decía que… —ella se levantó de su silla y se acercó a mí—, tal vez
debamos ensayar esa parte —se sentó a horcajadas sobre mí. Abrí los ojos,
sorprendido. Me quedé inmóvil mientras ella rodeaba mi cuello con sus
brazos. Yo la bordeé con mis brazos, tocando su espalda con mis manos—.
¿Cómo está Anna? —susurró a mi oído seguido de un lametón.
Solté un gemido que ella ahogó con sus labios.
Esa era la clase de juegos que me encantaban, los que comenzaban sin
ser planeados. Dannessa poseía el don de encenderme al instante que su piel
entraba en contacto con la mía.
—¿Te dispones a abusar de mí y lo primero que pasa por tu cabeza es
preguntar por mi novia? —reí con malicia, mientras ella mordisqueaba el
lóbulo de mi oreja derecha. Un ronco gemido salió de mi boca.
—Te extrañé mucho, Xander —su lengua comenzó a recorrer mi cuello
—. Te deseo —susurró.
—Yo también te deseo, Shirley —su lengua se detuvo pero mis
gemidos no. Mi abultado amigo ya estaba atento, haciendo presión en mis
pantalones, pidiendo a gritos ser liberado. Abrí mis ojos al percibir que la
desbordante pasión se esfumó. Me encontré con la penetrante mirada de
Nessa.
—¿Quién es Shirley? —indagó ella entrecerrando sus ojos.
«Mierda».
Mi subconsciente me traicionó. Deseé estar con alguien, estando con
otra persona, y más allá de eso, me puse en evidencia.
Abrí mi boca para intentar hablar, aunque de seguro alguna estupidez
saldría de mi boca. Nessa se levantó de golpe y adecentó su ropa.
—Déjalo así, Xander. Veo que no soy la única que despierta tus deseos
—se dio la vuelta y salió de mi tráiler.
Compromiso
Estaba incómodo por lo que sucedió en mi tráiler, pues se suponía que lo
nuestro era fortuito. No había motivos para que ella se molestara conmigo. A
mi parecer, los celos de Dannessa eran absurdos y no quería que eso influyera
en nuestro trabajo. En ese instante comencé a entender por qué algunos de
mis colegas toman la radical decisión de no involucrarse con nadie del medio.
Cuando llegué al plató, el director nos indicó la posición de cada uno de
nosotros y nos explicó como deseaba que se representara la escena.
—¿Xander?—me habló a mí. Aparté mis ojos de Nessa—. Párate aquí.
Deseo hacer una toma de este plano —yo me situé en el punto que me
especificó. Volví a mirar a Nessa, quien evitaba a toda costa hacer contacto
visual conmigo—. Bien. ¿Nessa? —Ewald se giró hacia ella—. Quiero que tú
te pongas aquí, frente a Xander —ella obedeció—. En el momento en que él
te agarra del cabello, quiero que mires en esta dirección —él levantó su
mano, señalando hacia su derecha.
Después de darnos las últimas indicaciones, se alejó, se situó detrás de
su cámara y gritó “acción”. Comenzamos a filmar.
Me acerqué a Nessa y la sujeté con fuerza del cabello, cuidando todo lo
posible de no lastimarla. Ella levantó su rostro e hizo lo que Wittgenstein le
indicó.
—¡Corte! —gritó el director. Nessa y yo volteamos hacia él en el acto.
No entendíamos que sucedía, pues la escena estaba saliendo bien. —¡Joder,
Ernest! Te hice la señal. Debías bajar la intensidad de la luz —le llamó la
atención a uno de los asistentes de iluminación—. Disculpen. Tenemos un
inconveniente con las luces. No se muevan. Será un segundo no más.
En el momento en el que se retiró para solventar el problema, aproveché
para charlar con Nessa, no quería que lo sucedido, causara fricción entre
nosotros.
—¡Psss! Nessa —la llamé. Ella se giró hacia mí. Su semblante era
sereno, lo que me tranquilizó al instante—. Lamento mucho lo que...
—No, Xander —susurró ella, interrumpiéndome—. Discúlpame tú a mí.
No debí reaccionar de la manera que lo hice. No te preocupes. Ambos
estamos claros en esto. Tú tienes a Anna y yo a Paul, así que no...
—Es que no quiero que esto influya en nuestro trabajo y que…
—Cuando te dije que no me gusta involucrarme con colegas, es por esto
—hizo un gesto señalándonos a ambos—, pero tú tienes algo que no sé. No
pude evitarlo.
—Nessa. De verdad lo siento. No fue mi intención...
—No pasa nada, Xander. Ante todo somos amigos y lo entiendo —hizo
una pausa y arqueó una ceja—. Por cierto, ¿quién es Shirley? —su mirada
inquisitiva me hizo reír.
—¡¿Shirley?! Ehhhm... Ella es... —comencé a balbucear. De verdad no
sabía cómo explicarle a Nessa quien era Shirley. No podía decirle: "es una
chica que conocí hace meses atrás y no me la sacaré de la cabeza hasta que
me la lleve a la cama". Aunque en parte era cierto, era algo más complejo. Ni
yo sabía qué era, así que me incliné por la explicación más diplomática—. Es
una chica que descubrió Redman en uno de sus viajes a América, es muy
talentosa. Scott está fascinado con ella y yo pues...
—Te sientes atraído por ella —sentenció Nessa completando la
oración.
—¿Qué? ¡Por supuesto que no! No, no, no —negué repetidas veces
moviendo mi cabeza—. Es una colega. Ella solo…me recuerda a mí cuando...
—la mirada de Nessa decía: "Si claro. No me digas". Gesto que me hizo
carcajear—. No es lo que piensas, Nessa —comenté entre risas.
—Lo que yo pienso es que para ser una simple colega, te trae de cabeza
y creo que... —se calló de repente.
—¿Qué? —indagué.
—Bueno chicos, ya estamos listos. ¿Preparados?
La voz de Ewald Wittgenstein nos indicó que el inconveniente fue
solventado, así que Nessa y yo volvimos a nuestros roles, dispuestos a grabar
de una vez por todas.
***
Los días siguientes pasaron entre grabaciones, visitas al exterior del set para
atender a los fans, fotos, autógrafos por doquier y salidas entre colegas de vez
en cuando a algún bar de la localidad.
En dos días tendría que regresar a Londres para asistir a una entrega de
premios donde, si la buena fortuna me sonreía, obtendría el galardón al Mejor
Actor del año, así que me dediqué a adelantar lo máximo posible de mis
escenas para evitarle la molestia a Ewald de atrasar el trabajo.
Ese día telefoneé a Anna y la puse al tanto de la hora del vuelo y demás
detalles. Deseaba pasar esos dos días en Londres junto a ella. La extrañaba y
quería aprovechar toda esa añoranza que sentía por ella, para perderme en su
piel y sacar de mi cabeza a esa mujer que sin previo aviso se apoderó de mi
deseo.
Shirley Sandoval se convirtió en inquilina habitual de mis
pensamientos, no entendía por qué. Muchas veces me vi tentado en llamar a
Redman para pedirle el número de ella, pero lograba controlarme ante lo
irracional de mis impulsos. Muy dentro de mí, sabía que era un capricho de
esos que se te fijan entre ceja y ceja.
***
Todos se fueron a dar un paseo por la ciudad, así que Nessa y yo nos
quedamos en el hotel, ella porque se sentía indispuesta y yo porque no me
apetecía salir.
—¿Que sucede contigo? —me preguntó ella mientras nos disponíamos
a cenar.
—¿Suceder de qué? —espabilé. Sin querer me quedé con la mirada
perdida mientras le daba vueltas al albondigón en mi plato.
—Divagabas. Te hablo y ni siquiera me miras ¿Sucede algo? —indagó
ella.
Recordé lo bien que se veía Nessa junto a su prometido y por muy loco
que pareciera, sentí envidia. Sacudí mi cabeza con fuerza…
—No. No es nada, Nessa. Es solo que me puse a pensar en lo bien que
se ven tú y Paul juntos y…
—¿Quién es ella, Xander? —Nessa soltó la pregunta. Yo la miré sin
comprender a qué se refería—. Shirley. ¿Quién es ella? —replanteó la
pregunta.
—¿A qué se debe tu pregunta?
—Evasivas, ¿eh? —Ella enarcó una ceja—. Te noto distraído. Sé que
algo te atormenta.
—No es nada, Nessa. Solo estoy un poco nostálgico por volver a
Londres, ver a mi familia, a Anna…
—No. Tienes todos los síntomas de un loco enamorado —dijo ella en
tono burlón.
—¿De qué hablas? ¿Enamorado? ¿Yo? ¡Pfff! ¿De Shirley? ¡Apenas la
conozco!
—Me refiero a Anna. ¿O acaso no estás enamorado de tu novia? —
Nessa abrió los ojos, horrorizada de mi reacción. Me quedé mudo—. Puedo
notar el anhelo en tus ojos. Deseas vivir un romance intenso, una pasión que
te deje sin aliento y creo que eso no lo tienes con Anna. Eres un hombre muy
distinto al que conocí hace años atrás y sospecho que esa tal Shirley tiene
mucho que ver con eso. Eres un Xander más…
—Un Xander más pervertido que en lo único que piensa es en llevarse a
la cama a una mujer con la cual no ha mantenido una conversación por más
de cinco minutos.
Ella se partió de risa.
—No, es eso. Antes no te importaba serle infiel a tu pareja de turno —
comentó y no pude evitar sentirme como un completo canalla porque lo que
decía era cierto. Desde que Vivian, mi novia en la universidad, me rompió el
corazón, me convertí en un hombre cruel, que no le importaba usar a las
mujeres, cómo algunas mujeres lo hicieron conmigo. Mis tantos fracasos
amorosos me hicieron un hombre insensible—. Te llevabas a la que quisieras
a la cama, sin sentir el mínimo remordimiento, pero ahora…
—Ahora no dejo de pensar en ella —musite—, y no entiendo por qué.
—Llevándotela a la cama no se quitara eso que sientes por esa
muchacha. Te conozco, Xander. Conozco los trucos necesarios para seducirte
y todos han fallado.
—¿Qué? —Entorné los ojos—. ¿De qué estás hablando?
—Xander, aquella tarde en tu trailer, no fue mi primer intento de tener
sexo contigo.
—Yo no…
—No te diste cuenta —me interrumpió, completando mi frase—. Lo sé.
Estás cegado por esa chica. Tus pensamientos, tus deseos, tus anhelos… son
por ella. Acostarte con esa mujer solo intensificara lo que sientes.
—¿Y qué es lo que siento por ella, según tú?
—No tengo la más mínima idea, pero estoy segura de que es algo que
hace mucho tiempo no sentías. Lo veo en tu mirada.
Aunque me costara admitirlo, Nessa tenía razón, algo dentro de mí me
pedía a gritos un beso, una caricia, una mirada. Algo proveniente de Shirley.
La deseaba de tal manera, como nunca antes deseé a una mujer.
***
Tuve que regresar a Inglaterra para asistir a una entrega de premios. Durante
los días previos traté de adelantar todas mis escenas, de tal manera que la
producción de la película no se retrasara.
Abordé mi avión y salí rumbo a Londres.
Al llegar, una limusina esperaba por mí para llevarme hasta mi
departamento, donde me cambiaría de ropa lo más rápido posible para luego
dirigirme al Royal Opera House, donde se llevaría a cabo la premiación.
Una vez a las afueras del teatro me reencontré con mis geniales fans.
Aaron Wickerman, mi amigo y publicista, estaba allí. Me alegró mucho verlo
después de casi dos meses.
—¡Xander! ¡Qué alegría verte! —Nos dimos un abrazo fraternal—.
¿Qué tal el clima por allá? —preguntó él.
Continuamos charlando y poniéndonos al día mientras firmaba
autógrafos y me tomaba fotos con mis fans. De repente una voz familiar me
distrajo de lo que hacía.
—¡Xander! Pensé que no vendrías. Te creía grabando en Canadá —era
Redman, quien vestía un traje negro muy parecido al mío.
—¡Scott! ¿Qué haces acá?
—Estoy acompañando a Shirley —ese nombre hizo que mi cerebro se
congelara—. Ella está con el grupo de teatro Laurence Olivier. Le insistí para
que participara, así que acá estamos.
—¿Shi-shirley anda por acá? —los malditos nervios me hicieron
tartamudear.
—Sí. Se presentará en unos minutos, acá fuera, en la tarima lateral. Es
un pequeño performance... —mientras Scott hablaba, por inercia comencé a
buscar el rostro de esa mujer que me hacía sentir estúpido, entre la multitud.
Había mucha gente y comencé a frustrarme por no poder encontrarla en
medio de ese mar de caras. De repente, una voz a mi espalda, me hizo
temblar.
—¡Oh! Profesor Scott. Tengo rato buscándolo —me giré para
encontrarme con ese rostro que durante días me torturó. Sus ojos mostraron
sorpresa y cierta alegría. Le sonreí. Ella me devolvió el gesto—. Señor
Granderson —me saludó.
—Dime Xander, por favor —su mirada y la mía se conectaron por
escasos segundos, antes que Redman hablara.
—¿Para qué me buscabas, querida?—Shirley se giró hacia Scott.
—La profesora Jones lo busca. Está detrás del escenario. Es para algo
relacionado con los focos. Ella dijo que usted sabría resolverlo —expresó y
me miró de nuevo con una sonrisa tímida. Me quedé mirándola hipnotizado.
—¡Xander! —La voz de Aaron me ayudó a hacer contacto con la
realidad, evitando que me perdiera en esos bellos ojos—. Ya debes entrar —
me indicó.
Al girarme para despedirme de Shirley, ya no estaba. ¡Mierda! Pensé y
me encaminé hacia el recinto con Redman a mi lado.
Concedí algunas entrevistas, para luego entrar al teatro.
La ceremonia transcurrió como debía ser.
Una a una se fue presentando las categorías. Yo estaba ansioso y
deseoso por salir y poder ver los performances que estaban teniendo lugar en
las inmediaciones del recinto. El rostro de Anna retumbó en mi pensamiento
de repente, haciéndome recordar quién era la mujer que debía estar en mis
pensamientos.
Anunciaron mi categoría y mi atención volvió al Royal Opera House,
donde acontecía lo que debía importarme.
No fui el ganador de la noche, pero me sentí muy feliz al ver el rostro
de un excelente contrincante lleno de emoción al recibir el premio.
La celebración concluyó y yo hice caso omiso de las señales que me
hizo Aaron para retirarnos. Debía hacer algo primero, mi cuerpo lo
demandaba, debía verla una vez más antes de marcharme.
Bajé las escaleras laterales que conducían al exterior. Salí a nivel de las
tarimas dispuestas para los performances en la calle. Al salir, noté la multitud
que iba y venía. Personas con vestuarios en mano de un lado al otro, dando
órdenes y arreglándose los unos a los otros. En la distancia pude percibir su
silueta. Ella corría a toda prisa hacia el escenario.
—Tome asiento, señor. No puede quedarse de pie aquí —me dijo un
joven, quien al ver quién era yo, mostró una sonrisa nerviosa—. ¡Oh!
Disculpe señor Granderson. No sabía que era usted ¿Tiene una butaca
asignada? —Negué con mi cabeza—. ¿La desea acá o más adelante? —
preguntó con amabilidad.
—No se preocupe. Estaré bien aquí —dije señalando una butaca que
tenía cerca. Por nada del mundo deseaba que ella notara mi presencia entre el
público. Halé la silla y me senté con la mirada fija en el escenario.
Los siguientes minutos pasaron rápidos para mí, ella se veía tan
radiante, tan delicada y tan imponente. Por un momento me recordó a mi
madre cuando interpretó a la Reina Victoria, en aquella obra a la que acudí
cuando tenía ocho años.
Shirley poseía una magia única y un talento avasallador. Comprendí la
razón por la que deslumbró a Redman.
Sonó mi móvil y contesté sin siquiera mirar la pantalla, pues mis ojos
estaban atentos a cada movimiento que ejecutaba la bella dama frente a mí.
—¿Diga? —dije sin quitar mi mirada de Shirley.
—¿Amor? ¿Tardarás mucho? —la voz de Anna me hizo sentir culpable
y deshonesto.
«¿Qué diablo hago aquí, mirando a otra mujer?», pensé en el acto.
Sacudí mi cabeza con fuerza y me puse de pie, obligándome a retirarme
de allí.
—¡Querida! ¿Qué tal?
—Mi cielo. Aaron me contó lo que pasó. Lo siento.
—No te preocupes, linda. Si no gané hoy, vendrán otros premios. Voy
en camino —mentí.
—Bien, amor. Te espero.
Finalicé la llamada y me encaminé hacia mi coche. Sin perder tiempo
me dirigí al lugar donde me encontraría con ella, mi compañera sentimental,
esa dulce mujer que me esperaba con paciencia durante semanas, hasta
meses, para poder compartir conmigo escasas horas.
Al llegar, fui recibido por mi hermosa novia, quien llevaba un vestido
blanco ceñido a su cuerpo, su rubio cabello estaba arreglado en bucles y sus
ojos azules brillaron de alegría al verme atravesar el umbral de la puerta.
Corrió hacia mí y me abrazó. Una vez más, sentí esa culpa recalcitrante
golpeándome en el pecho, era como un duendecillo sentado en un rincón que
me decía, me miraba y me señalaba con su largo dedo verde diciéndome:
“bribón malvado, sabes que está mal”. Sacudí mi cabeza, rompiendo con el
agarre. Ella me miró un poco confundida.
—¿Sucede algo? —Con sus manos tomó mi rostro—. ¿No te alegras de
verme? —preguntó con voz trémula.
—¿Cómo? —Shirley estaba en mis pensamientos, atormentándome con
su sonrisa. «¡Maldición! ¿Por qué rayos esa mujer no sale de mi mente?».
Sacudí mi cabeza con fuerza—. No, amor. No es eso. Es solo que… estoy un
poco cansado —traté de excusarme.
—Bien, amor —se acercó a mí y me ayudó a deshacerme de la parte de
arriba de mi traje—. Dame tu saco —lo tomó y lo colocó en el perchero
detrás de la puerta—. La cena está lista. Preparé tu plato favorito.
Caminamos juntos hacia la mesa, donde nos dispusimos a charlar de
todo un poco y ponernos al día de lo que sucedió en mi ausencia. Sin
embargo, era la imagen de Shirley la que aparecía en mis pensamientos. Me
levanté con brusquedad del comedor y me acerqué a Anna, la sujeté del
cabello, la incliné hacia atrás para luego devorar su boca. Fuese como fuese,
debía sacarme a esa hechicera de la cabeza.
Me sentí frustrado y amargado, por desearla y no tenerla. Tal vez
Shirley era un capricho, tal vez fuese algo más. Lo cierto es que no
descansaría hasta tenerla, pero mientras tanto, saciaría mi sed con el cuerpo
de Anna.
No permití que mi novia apagara las luces, pues no quería verme
tentado a imaginarme otro cuerpo, quería permanecer con los ojos bien
abiertos y verla en todo su esplendor, llenarme de ella, manteniendo la
consciencia de que era Anna quien estaba allí y que debía ser la única
personas que despertara esa lujuria en mí, no Shirley.
Amaneció y desperté enredado en unas finas sábanas blancas. A mi
lado, el cuerpo desnudo de Anna.
La observé en detalle y vi que su rostro irradiaba paz absoluta. Ella era
mi compañera, a quien elegí para volver a intentarlo.
Después de Adeline, ninguna mujer logró darme la estabilidad
emocional que Anna me daba. Estaba harto de ir de flor en flor, quería sentar
cabeza de una buena vez y ella, la mujer que yacía a mi lado, me dio esa
seguridad. No entendía como permití que otra mujer se metiera tan dentro de
mí y me tentara a probar su piel canela. Deseaba a Shirley con locura.
Cuando creí haber encontrado lo que tanto buscaba, llegó ella para poner mi
mundo de cabeza.
El fin de semana transcurrió deprisa, entre paseos y visitas a algunos
amigos. No me di cuenta en qué momento abordé el avión de regreso a
Manitoba otra vez
Una vez en Canadá, los días pasaron más rápido, entre tomas, ensayos y
sesiones de fotos.
El último día de grabaciones llegó y esa noche tuvo lugar una pequeña
fiesta, donde celebramos haber culminado la filmación de la película sin
ningún contratiempo.
Los días continuaron su curso y tuve que viajar a Los Ángeles por
asuntos de trabajo. Vintage Studios5 se puso en contacto con mi agente para
ofrecerme el papel protagónico en su nueva película, Stone Heart6, una
película biográfica, basada en la vida de una gran leyenda del rock. Decidí
aprovechar esa pequeña brecha de casi un mes que tenía antes de comenzar
las grabaciones de mi nueva película para reunirme con la directiva de la casa
productora, pero antes de eso, llevaría a cabo esa loca idea que estuvo
rondando en mi cabeza durante los últimos días.
Me escapé con mi novia a una isla paradisíaca, a fin de reavivar la
pasión. Deseaba de todo corazón que las cosas funcionaran con Anna y que
fuese la única en mi vida. Tomaría una decisión.
Contemplé el plan una y otra vez en mi cabeza y me arriesgué —por
tercera vez— a pedirle matrimonio a una mujer. Estaba aterrado pues en las
dos veces previas las cosas no salieron como esperaba. En el primer intento
fui rechazado y en la segunda ocasión el compromiso terminó de manera
abrupta.
El destino de nuestras improvisadas vacaciones fue nada más y nada
menos que la paradisíaca isla de Maui, donde cualquier lugar parecía sacado
de un sueño. El lugar perfecto para dos amantes que desean apartarse del
mundo.
—Esto es muy hermoso, amor —dijo Anna en el momento que
entramos a nuestra habitación y se asomó por el balcón, divisando el hermoso
mar de aguas cristalinas. Pequeños islotes se divisaron a lo lejos y una brisa
fresca con olor a océano nos rozó la piel.
Me acerqué por detrás, rodeé su cintura con mis brazos y así
permanecimos en silencio por algunos segundos, contemplando el paisaje.
—¿Te gusta? —rompí el silencio.
—Me encanta, cielo. Esto es… el paraíso —se giró para darme un
apasionado beso.
Nos entregamos el uno al otro, una vez más, con los rayos del sol que
entraban por las ventanas como únicos testigos. Anna poseía un encanto
innato, una inocencia y dulzura que hacían que cualquier mortal olvidara su
lado más pervertido. Yo la quería demasiado. Con ella me sentía en paz y…
conforme.
«¿Conforme? ¿Desde cuándo el amor pasó a un segundo plano?»,
pensé, mientras besaba sus labios y entraba en ella.
Mi cuerpo estaba allí en plenitud, moviéndose al ritmo de sus
desinhibidos espasmos, pero mi mente divagaba por momentos
Cuando terminamos de hacer el amor, repasé mi plan. Ese día se lo
pediría. Ya era el momento y me sentía listo. Quería una familia y ella era la
mujer indicada para eso. Me lo demostró después de casi un año de noviazgo,
tiempo en el que nunca tuvimos una pelea por celos ni vivimos una escena
incomoda porque ella se sintiera desplazada por mis fans. Anna me aceptaba
tal cual yo era, así que no le daría más largas al asunto. Esa tarde, después de
cenar, le pediría que fuera mi esposa. Era el momento de que nuestra relación
fuera pública. Estaba harto de esconder a mi pareja. Mis fans tendrían que
asumirlo y superarlo.
Bajamos al restaurante y pedimos la cena. Mientras esperábamos que
llegara, miles de cosas pasaron por mi cabeza.
Ya iba a cumplir treinta y dos años y mi carrera como actor se
encontraba en su mejor momento, con una película por grabar, un contrato
recién firmado por otra película y tres ofertas más, para grabar el próximo
año. No podía pedir nada más, me sentía realizado y aunque a veces el
cansancio jugara en mi contra, esa era la vida que elegí y me sentía dichoso
de vivirla.
—¡Cielo! —La voz de Anna demandó mi atención—. Tengo rato
hablándote y no me estás prestando atención.
—Lo siento amor, yo… ando un poco distraído.
—¿Es por ella?
¿Por quién?¿Cómo? ¿Acaso se me escapó algún comentario sin darme
cuenta? ¿Ella? ¡Joder! Anna lo sospechaba.
«Lo arruiné. Lo sabe». Mis pensamientos se entrelazaron, formando
una maraña en mi cabeza.
—No entiendo. ¿De qué hablas? —indagué con fingida inocencia.
—Hay una chica en aquella mesa que no nos quita los ojos de encima.
Creo que se dio cuenta de quién eres… —me giré hacia la mesa y en efecto
vi una chica de tez oscura que nos miraba y sonreía con timidez. Sentí alivio
al saber que Anna no se refería a mi constante fantaseo con Shirley. De
manera cortés saludé a la dama que nos observaba, agitando mi mano en el
aire.
El alivio fue inmenso y luego de pasar el susto, recordé cual era mi
objetivo esa noche.
Me levanté de la mesa con la excusa de que necesitaba ir al baño.
Caminé hasta la parte trasera del restaurante, donde planeé encontrarme con
uno de los camareros del lugar. Él se encargaría de acercarse a la mesa y
colocar una caja de cartón mediana frente a Anna. Mientras yo observaba
desde mi escondite.
Pude ver la cara de asombro de mi novia, quien charlaba con el
caballero, como preguntando: “¿Qué está sucediendo?”. Se veía confundida y
la escena me pareció de lo más divertida.
Esperé unos minutos en el mismo punto, hasta que por fin la curiosidad
la dominó y abrió el paquete para revelar su contenido. Ella miró a los lados
y su cara de sorpresa se convirtió en recelo.
No pude aguantar más y me acerqué a la mesa para acelerar un poco el
proceso, pues comenzaba a sentirme muy ansioso.
—¿Qué es eso? —pregunté al sentarme en mi silla.
—No lo sé, un camarero la puso allí, sin decirme nada más. Yo creo que
debe tratarse de un error. Llamaré al encargado —hizo un gesto con su mano
para llamar a un camarero.
—Ábrelo. Tal vez sea de un admirador secreto—bromeé.
—¡Por Dios! ¿Un admirador secreto aquí?
—Nunca se sabe —me encogí de hombros y la miré con perspicacia,
mientras sonreía con picardía..
—¿Tienes algo que ver con esto? —entrecerró sus ojos y me miró.
—Tal vez, pero no lo sabrás si no lo abres.
Al cabo de unos minutos de titubear, Anna accedió abrir la caja.
Lo primero que se encontró fue una matrioska7 de veinte centímetros de
alto, la que desarmó hasta llegar a la más pequeña. La abrió y sus ojos se
llenaron de lágrimas al percibir el anillo de oro blanco de veinticuatro
quilates con un diamante de 9,4 milímetros de diámetro. Levantó su mirada
para ver que yo estaba de rodillas a un lado de ella.
Extendí mi mano.
—¿Te casarías conmigo?
Ella contempló la joya y sonrió con lágrimas en los ojos.
—Sí, sí, sí quiero —asintió con euforia.
La estreché entre mis brazos, mientras los presentes estallaban en
aplausos y algunos de los presentes nos tomaban fotos.
Al día siguiente la tormenta llegaría.
¿Obsesión?
El sonido de mi móvil me despertó y a tientas lo busqué en la mesita de
noche a mi derecha. Contesté sin siquiera ver la pantalla.
—¡Oh por Dios, Xander! Dime que no lo hiciste —Aaron sonaba muy
exaltado. Me contagió su incertidumbre.
—¿Qué fue lo que hice? —abrí los ojos de golpe.
—La noticia está en toda la red, una fotografía de Anna y tú, donde
dicen que estas en compañía de la Sra. Granderson… ¡Oh por Dios! Te
casaste en secreto y ni siquiera me dijiste a mí —me reprochó.
—¿De qué hablas? —no entendía nada.
—Entra a Twitter y lo verás —farfulló mi publicista.
Tomé mi iPad y entré en mi cuenta.
Lo primero que vi fue que tenía miles de menciones, pero hice caso
omiso a las mismas y fui directo al inicio. Una fotografía de Anna y yo, justo
en el momento en que ella me besaba después de haber aceptado casarse
conmigo, adornaba el timeline8 de todos.
Al parecer la camarera cometió el gran error de subir la imagen a su
cuenta, refiriéndose a Anna como la Sra. Granderson, lo que desató una
polémica con mensajes que iban desde: ¡Felicidades, les deseo lo mejor!
Pasando por: ¡De seguro está embarazada y como Xander es un caballero se
casó con ella!
«¡Qué horror!», pensé mientras seguía viendo todos los comentarios.
Uno a uno los fui leyendo y al cabo de casi diez minutos me frustré. Lo
que veían mis ojos era atroz. Un grupo de personas creó una página para
desacreditar a Anna. Sentí un escalofrió solo de pensar que mi vida privada
ya no me pertenecía, pues esas personas se creían mis dueños.
Me sentí molesto y a la vez impotente de no poder hacer nada, pues si lo
confirmaba no iban a dejarme en paz a mí ni a Anna, pero si lo desmentía
estaría negando mi relación con ella.
—Mierda —dije entre dientes.
Anna despertó de golpe al sentir que me levantaba de la cama con
violencia.
—¿Amor? ¿Estás bien? —indagó adormecida a la vez que trataba de
taparse del sol que entraba por la ventana.
—Sí, cielo. Sigue durmiendo —caminé hacia el baño para asearme un
poco después de una noche de tanta pasión.
El día entero lo pasamos en la playa, tratando de evitar a fans
y paparazzi. Me sentía abrumado y de cierto modo decepcionado. Siempre
procuré ser lo más amable posible con mis admiradores y con la prensa, pues
con eso sentía que me ganaba un aval para ser libre y estar con quien deseara,
pero no fue así. Desde Adeline, todo cuanto a mi vida sentimental, era un
caos, siempre los rumores, los ataques a mi pareja, las noticias falsas…
¿Acaso no podían entender que era mi vida?
Me sentí frustrado al imaginar la decena de insultos que recibía Anna a
través de sus redes sociales a diario y que nunca me lo comentaría, para no
incomodarme.
Mi capricho por Shirley parecía estar mermando, o al menos eso creí.
Ese asunto lo encararía cuando regresara a Londres.
Transcurrió una semana, en la cual nos alejamos de todo y todos. Anna
y yo decidimos aislarnos del mundo rentando una cabaña alejada de la
civilización. Una bella playa privada para nosotros dos.
—¿Crees que esto se calme algún día? —me preguntó ella mientras
nadábamos entre las deliciosas olas del mar.
—No te preocupes por eso ahora, disfrutemos —le dije.
—¿Qué haces? —me preguntó ella en el momento que me acerqué por
detrás y pasé mis brazos a los lados de ella sujetando su voluptuoso busto.
—Relájate —le susurré al oído.
—¡Xander! —se oyó algo asustada—. Alguien podría vernos —dijo
mientras mis dedos jugueteaban con sus pezones y mis dientes
mordisqueaban su oreja.
Ella gimió, dejándose llevar un poco por el placer.
—Estamos en una isla privada, solos tú y yo. Nadie nos verá —le
aseguré mientras mis manos astutas apartaban la parte superior de su traje de
baño, para luego lanzarla lejos.
—¡Xander! ¡No! Alguien podría vernos y mis tetas estarán adornando
las portadas de revistas y periódicos —trató de hablar entre gemidos a la vez
que la giraba para quedar cara a cara.
—Nadie nos verá, cielo. Te lo aseguro.
Mi boca no resistió la tentación, sus pezones pedían a gritos ser
cobijados por mi lengua, y mi misericordia fue tan inmensa que no pude
permitir que siguieran sufriendo. Me incliné y comencé a lamer, mordisquear
y succionar, alternando cada acción hasta sentir que Anna se desvanecía entre
mis brazos.
La levanté y la llevé a la orilla, la dejé tendida sobre la arena para poder
besarla con desenfreno. Descendí hasta su zona sur y mi lengua jugueteó
entre sus pliegues, mientras mis manos se aferraban a sus caderas, las cuales
comenzaron a moverse a un ritmo encantador, invitándome a explorarla.
El sabor de mujer en mi boca, me embriagó. Percibir ese dulce néctar
mezclado con la sal del agua de mar hizo que mi miembro se engrosara y
creciera. Anna lo tomó entre sus manos y lo masajeó. Dejé escapar un ligero
gruñido.
—¡Delicioso! —dije entre dientes a la vez que mordía su labio inferior.
Me dejé caer en la arena y me entregué a las caricias que ella me daba.
No me di cuenta en que momento su boca entró en el juego. Me devoró con
malicia y mi pulso se aceleró.
Sujeté la parte trasera de su cabeza y enredé mis dedos en su cabello,
guiándola a darme más placer. La humedad de su boca me hizo soltar otro
gruñido y sin poder soportarlo más, la tendí por completo sobre la arena y mi
falo se regocijó entre su estrechez. La poseí una y otra vez. Su pequeño
cuerpo estaba hambriento de mí y yo estaba decidido a saciar su apetito.
Invertí la posición y pude ver el cielo, las nubes y el sol, a la vez que
tenía la visión completa de su cuerpo danzando sobre el mío. La calidez de su
interior me arropó, haciéndome sentir escalofríos. Mis manos estrujaron sus
pechos y mi lengua anheló enredarse con la suya.
Las olas del mar nos mecieron, era como si Anna se hubiese
confabulado con Poseidón para arremeter contra mí, en un intento
desesperado por llevarme a mi punto máximo.
Solté un pequeño grito y ella lo acalló con un beso, mientras se
estremecía sobre mí.
Era la primera vez en tanto tiempo, que hacía el amor con Anna,
estando de verdad consciente de que era ella quien estaba entre mis brazos.
Al cabo de tres días, ella tuvo que regresar a Inglaterra por
compromisos laborales. La semana de la moda se acercaba y ella debía
encargarse de los últimos detalles de su próximo desfile. Anna se encontraba
en la mejor etapa de su carrera como diseñadora de moda, Comenzaba a
hacerse un lugar en el mundo de las más importantes pasarelas de Europa.
Tuve que viajar a Los Ángeles de nuevo, pues mi amigo Danny me
pidió que fuera el padrino de bautizo de sus gemelos.
Ese fin de semana trascurrió rápido.
Regresé a Inglaterra, donde estuve casi tres semanas. Necesitaba un
descanso urgente, pues trabajé duro todo el año. Pronto comenzaría a rodar
otra película y debía comenzar a prepararme para dicho papel.
Anna y yo nos vimos en pocas ocasiones, pues ella estaba de gira por
Europa, promocionando su nueva colección y viajaba con frecuencia entre
París, Milán, Edimburgo y Londres.
La mayor parte del tiempo la pasé, entre la casa de mi madre y la
academia, donde impartía algunas charlas y talleres, a petición de Hoffman.
Ver de nuevo a Shirley, me trastocó, pues creía superada mi bizarra
obsesión por ella, pero no fue así.
Algo dentro de mí andaba mal y no lograba entender qué era. No sé qué
diablos tenía Shirley, pero poseía el don de hacer que mis neuronas se
activaran, imaginando las mil y una posiciones existentes en las cuales
deseaba tenerla. Más de una vez me sorprendí teniendo erecciones
espontáneas al contemplar como mis más profundos deseos carnales tomaban
vida en mi cabeza. Mi imaginación se convirtió en mi peor enemiga. Tuve
que abandonar la academia un par de veces tras el cobijo incógnito de mi
maletín, para evitar que alguien se diera cuenta de que mi inoportuno
amiguito estaba despierto y atento.
Fueron muchas las veces que deseé acercarme a ella, hablarle… pero
algo me lo impedía. Me sentía expuesto, como un adolescente frente a la niña
más codiciada del colegio.
Era increíble que yo llegara a una habitación en la que ella se
encontraba y lo único que recibía era una sonrisa amable o una mirada de
reojo, o un simple “hola”, mientras yo la desnudaba con la mirada.
Me estaba convirtiendo en un depravado.
¡Maldición!
Esa mujer me ponía mal. Pero Anna llegaba a mi mente, recordándome
una y otra vez, con quien era mi compromiso.
—¡Xander!
Hoffman levantó la voz para captar mi atención. Sin querer me quedé
mirando a Shirley, quien se encontraba sentada en un asiento en la parte
trasera del salón junto a sus otros compañeros. Charlaba con ellos por
momentos para luego sumergirse en su lectura, una vez más. Con la cabeza
inclinada, su largo y oscuro cabello caía en cascada sobre su mesa. Ella no
apartaba la mirada de su libro y se veía tan sublime, tan... hermosa.
»Muchacho, reacciona. ¿Por dónde andas? —Chasqueó los dedos frente
a mi cara.
Vincent notó mi falta de interés. Esa tarde discutíamos acerca de la obra
que elegiríamos para dar inicio al proyecto. En el escritorio teníamos
dispuesto dieciséis libretos. Sin embargo, hubo uno que llamó mi atención de
manera exagerada. La imagen en la portada me hipnotizó, era una mujer de
cabellera negra, que miraba hacia el cielo, con tanta majestuosidad que me
recordó a Shirley, lo que me hizo levantar la mirada de nuevo y clavarla en
ella.
»Pero ¿qué diablos? —Balbuceó Hoffman siguiendo mi mirada con sus
ojos—. ¡Oh! Ya veo.
Logré espabilar al notar la intensa mirada de mi viejo amigo.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué sucede? —dije tratando de recuperar la
compostura.
—Te gusta la chica —afirmó él.
—Sí —susurré. Le contesté sin pensarlo, contemplando a Shirley con
cara de idiota.
Hoffman se carcajeó
—Invítala a salir, no creo que diga que no…
En ese momento reaccioné. ¿Dije que sí?
—No. No ¿Dije que me gusta? ¡Pfff! ¡Claro que no! Bueno, reconozco
que es una mujer muy linda, pero yo... —me callé al notar que Hoffman
entornaba los ojos
—Sí claro y yo soy Johann Sebastian Bach9 —agregó soltando otra
carcajada—. No te preocupes muchacho, esto quedará entre nosotros —me
dio unas palmaditas en el hombro—, pero yo insisto. Deberías invitarla a
salir.
—Estoy comprometido, Hoffman —respondí tajante.
—¿Y? —me miró fijo y con su mirada me habló: “como si eso te
detuviera", dijo.
Yo reí a carcajadas.
—Ésta me agrada —dije tomando el libreto que captó mi interés.
—Que astuto eres para cambiar de tema —tomó el manuscrito y lo miró
—. ¡Ah! La opereta. No te preguntaré en quien pensaste para el protagónico
—fue su comentario burlón para referirse a que yo elegí dicha obra, porque la
mujer en la portada se parecía a Shirley y no era falso. Sonreí y asentí con la
cabeza—. Bueno. Ahora nos tocará adaptarla para teatro.
—Me parece genial —coincidí con él.
***
Los días siguieron su curso y tuve que viajar a los Estados Unidos, esa vez mi
destino era Boston, donde comenzaría el rodaje de “Stone Heart”. Una
película biográfica basada en la vida de George Paine10. Una película súper
emotiva, que narraría la vida del rock Massachusetts, su ascenso a la fama,
sus tantos problemas de adicción y sus dos matrimonios infructuosos, hasta
llegar a su fatídico desenlace. Él se unió al club de los veintisiete después de
que su vida culminara faltando escasos días para cumplir los veintiocho años
de edad.
Al finalizar la filmación, recibí algunas llamadas provenientes de varios
estudios con ofertas bastante tentadoras para protagonizar algunos remake11
de afamados clásicos. Mi agente se reunió con uno de ellos para dialogar los
términos del contrato que me ofrecían. En caso de llegar a un acuerdo, el
rodaje comenzaría para mediados del año entrante, así que por el momento
podía tomarme un merecido descanso.
Antes de regresar a Inglaterra hice una visita a los estudios Alkar, los
encargados de la saga “Harvinder”. Me reuní con el equipo técnico y parte
del elenco, para charlar acerca de la nueva entrega que estaba confirmada y
en la que ya los guionistas ya estaban trabajando.
Ver a Bárbara después de tanto tiempo, hizo que esa parte salvaje, que
llevaba varios meses dormida, despertara. La señorita Harris poseía cierto
magnetismo que me hacía perderme en su deliciosa piel y prominentes
curvas. Aunque ella y yo teníamos nuestras parejas estables, éramos una
tentación el uno para el otro.
Esa noche, después de nuestra reunión con los productores de la
película, la invité a mi habitación de hotel, con el objetivo de recordar viejos
tiempos y sacarme a Shirley Sandoval de la cabeza, de una vez por todas.
Después de algunas copas, nos pusimos cariñosos. Ambos
concordamos en que era necesario aprovechar al máximo nuestro encuentro
furtivo.
Ella llevaba puesto un vestido negro de encaje, su cabello suelto en
rizos enmarcaban ese rostro de diosa que me fascinaba, sus labios carnosos
pintados de rojo, me encendieron al mirarlos. Ella era dueña de una sonrisa
muy sensual, casi malévola, que me incitaba a comportarme como el más
depravado de los pervertidos.
Me acerqué y sin ningún tipo de sutileza y la sujeté del cabello,
inclinando su cabeza hacia atrás para luego abrirme paso con mi lengua en su
boca. La actitud lasciva y desinhibida de Bárbara me prendió de inmediato.
«¿¡Qué diablos!?».
Di un paso hacia atrás, aterrado de lo que veía.
Al abrir mis ojos no era Bárbara a quien veía. Era el rostro de otra
mujer. Era Shirley la que me devolvía la mirada.
—¿Qué sucede? ¿Estás bien? —me preguntó ella.
Cerré mis ojos, tratando de sacar esa imagen de mi cabeza y sacudí la
cabeza.
—Sí. Bien —abrí los ojos y vi que Bárbara se deshacía de la parte
superior de su vestido.
Se quitó el sujetador y dejó sus pechos al descubierto para mí, a la vez
que humedecía la punta de sus dedos con su lengua para luego pasarlos sobre
sus pezones. Todo eso sin apartar sus ojos de los míos.
Se me hizo agua la boca.
Tragué grueso, mientras sentía que mi miembro se endurecía. La mujer
frente a mí era fuego puro.
Me acerqué y le quité el vestido, sacándoselo por los pies. Mi querido
amigo comenzó a sentirse atrapado dentro de mis pantalones. Necesitaba
salir. Estaba hambriento y ese cuerpo frente a mí era una comida suculenta,
un delicioso manjar.
Desabroché mi cinturón y Bárbara se arrodilló frente a mí, dispuesta a
darme el mejor sexo oral de mi vida. A ella le encantaba hacerme sentir como
su amo.
—Lo quiero todo, señor —susurró mientras bajaba la cremallera de mi
pantalón. Mi pulso aumentó al sentir que su mano sujetaba mi pene. Un débil
gruñido escapó de mis labios.
Aparté los mechones de cabello que estorbaban mi visibilidad. Ella
succionó y dio lametones. Cerré mis ojos para concentrarme en esa sensación
tan deliciosa. Al abrirlos, el rostro de Shirley apareció de nuevo, pero esa vez
no reprimí mi deseo. Me dejé llevar. Cerré mis ojos y dejé que la imaginación
hiciera su trabajo.
Mientras Bárbara llevaba a cabo una felación de campeonato, en mi
pensamiento era otra la mujer la que me llevaba al nirvana.
Sin poder evitarlo, me corrí en su boca.
Abrí los ojos para encontrarme con un par de ojos verdes que destilaban
furia.
Maldije entre dientes al darme cuenta que acabé antes de tiempo. Nunca
me sucedió eso.
Bárbara se puso de pie de un salto y me dio la espalda. Traté de hablar,
pero ella se adelantó...
—¿Qué diablos fue eso? —dijo mientras se limpiaba la boca con la
mano.
—Lo siento, yo... —me sentí muy apenado.
—No te preocupes. Lo atribuiré a que has estado expuesto a mucha
tensión en los últimos días —comentó con desdén.
—Bárbara, por favor ven... —supliqué y me acerqué a ella—. Dame
diez minutos y te recompensaré —la miré con lascivia.
Ella me fulminó con la mirada.
—No tengo diez minutos —se soltó de mi agarre y comenzó a vestirse.
Me sentí impotente y muy molesto conmigo. Anhelaba a Bárbara, pero
mis ganas por estar con Shirley eran como fuego que recorría mis venas. Tan
solo pensar en ella causó una apresurada culminación.
—Tú me enciendes demasiado —mentí, tratando de excusarme por mi
pronta eyaculación.
—Sí, sí. Como digas —se dio la vuelta, tomó su bolso y salió de la
habitación dando un portazo.
—¡Mierda! —dije entre dientes mientras subía el cierre de mi pantalón.
«¡Maldición Shirley! Mira lo que me has hecho».
Me dejé caer en el borde de la cama, sintiéndome como el estúpido más
grande del mundo. Eso que sentía sobrepasaba el límite y no era sano para mi
salud mental.
«¡Serás mía, Shirley Sandoval! Cueste lo que me cueste».
Encaprichado
Una vez cumplidos todos mis compromisos laborales, por fin pude dedicarme
de lleno a “mi proyecto” (en secreto de Hoffman) como Dios manda.
El año llegó a su final y Vincent convocó a todos los estudiantes del
primer y segundo año para que presentaran sus perfiles académicos a fin de
concursar por un papel en la primera puesta en escena del Proyecto de Teatro
Experimental, así era como Hoffman lo nombró. Dicho proceso de auto-
postulación duró dos semanas, luego Hoffman y yo nos dedicamos a elegir el
elenco entre los participantes.
Fueron varias las ocasiones en las que me sorprendí buscando un
expediente en específico, entre el montón de carpetas regadas en mi
escritorio.
Faltando un día para que la prórroga de entrega de expedientes
culminara, me encontraba solo en mi departamento. Anna estaba en Italia.
Revisé de nuevo todos los perfiles, buscando uno en especial, pero nada. El
de Shirley no estaba.
Quise pensar que ella no se enteró del concurso. Luego llegué a la
conclusión de que era absurdo que no lo supiera, pues la academia estaba
plagada de avisos que hablaban de la postulación para participar en el
proyecto.
«¿Por qué no presentó su expediente?, la pregunta retumbo en mi
cabeza. Me sentí muy confundido.
Decidí no darle muchas vueltas al asunto y telefoneé a Redman. Al fin y
al cabo era su mentor. Él debía saber algo.
—¡Xander! ¿Qué cuentas?—Redman contestó con alegría.
No hablé. Comencé a balbucear como un descerebrado.
«¿Qué diablos pasa conmigo?», pensé.
»¿Xander? ¿Estás bien? —el hombre que estaba al otro de la línea,
insistió.
¡Genial! Logré que Redman, el hombre más despreocupado del planeta,
se preocupara.
—Sí. Bien —respondí.
—¿Sucede algo, muchacho?
—No. No Scott, todo está bien. Te llamo para… —¿Qué se suponía que
le iba a decir? No podía sonar como un reclamo. Tenía que medir mis
palabras—, para hablar acerca de… tu… chica.
—¿Mi chica? ¿De qué hablas? Estoy divorciado y no tengo novia —
supe que su comentario fue a modo de chiste.
Redman era un hombre solitario, pues así lo decidió después de que su
matrimonio de casi quince años se rompiera luego de que su esposa le fuera
infiel con “un productor de pacotilla”. Así era como le decía Redman al
hombre que le robó a su amada. Aunque con el tiempo comprendió que su
esposa nunca lo amó de verdad. Solo lo usó para escalar posición dentro del
mundo del espectáculo.
—No, no… no me refería a eso —reí con nerviosismo—. Creo que se
llama Shirley, tu protegida…—«¿Creo? ¿Pero qué rayos estoy diciendo?»
Claro que sabía su nombre y era evidente que Redman sabía la conocía, pero
por alguna extraña razón quería pretender que no tenía el más mínimo interés
por esa mujer.
—¡Ah! Sí, sí. ¿Qué pasa con ella? —indagó.
¿Cómo diablos se suponía que iba a decirle que estaba molesto porque
no veía el perfil de Shirley entre los postulados?
¡Un momento! ¿Por qué me importaba tanto que su expediente no
estuviera entre los postulados?
Permanecí en silencio por unos segundos, tratando de buscar las
palabras adecuadas para no sonar desesperado ni como un niño caprichoso.
Deseaba pasar más tiempo junto a Shirley, que trabajáramos juntos,
conocernos mejor… y saber que ella no entregó su expediente, me hizo sentir
ansioso.
—¿Xander? ¿Qué diablos pasa contigo? Te noto algo extraño —la voz
de Scott rompió el silencio, devolviéndome a la realidad.
—¡Oh! Lo siento Scott, me distraje con algo —mentí—. Estoy
revisando los perfiles de los aspirantes para el proyecto de Ho… —me detuve
al darme cuenta que estuve a punto de echarlo todo a perder, revelando que el
proyecto era de Vincent y no mío. Scott era de confiar, pero le prometí a
Hoffman que no le diría a nadie que él era la mente maestra detrás de todo—,
mi proyecto —corregí mi descuido.
—¿Ajá? —Redman comenzó a impacientarse.
—Me resulta curioso que entre todos los expedientes que tengo acá no
está el de…Shirley. Pensé que tal vez sería una de las primeras en participar,
ya que es una de las estudiantes más destacada y…
—¿Qué dices? ¿No lo entregó? —vociferó. Estaba muy sorprendido—.
¿Pero qué diantres sucede con ella? Le he dicho mil veces que no debe
desaprovechar ninguna oportunidad.
—Tal vez le incomode trabajar conmigo —señalé.
—¡Pfff! ¿De qué hablas? La gente mataría por trabajar contigo. Déjame
ver algo. No cuelgues.
Hubo algo en la voz de mi estimado amigo que me tranquilizó. Esperé
por algunos segundos, mientras escuchaba algunos ruidos al otro lado del
teléfono. Pude oír que Redman arrimaba cosas y rebuscaba entre papeles.
Una que otra maldición salió de su boca y de nuevo arrimó algo.
—Bien. Listo. Sí, lo tengo.
—¿Qué cosa? —mi confusión se hizo notoria.
—El expediente de Shirley. Lo tomé prestado hace una semana, lo
necesitaba para hacer el papeleo de la matriculación de este año. Pasaré por tu
departamento y te lo llevaré.
—Pero… Scott, ¿no crees que ella se moleste si haces eso?
—¡Pamplinas! Soy su mentor, ella sabe que todo lo que hago es por el
bien de su carrera —era verdad, él nunca tomaba decisiones erradas y si él
estaba de acuerdo con que ella participara en la obra, pues era porque así
debía ser—. Es una gran oportunidad para ella y no dejaré que la pierda
—agregó y finalizó la llamada.
Transcurrieron algunos minutos.
Mientras esperaba a Redman, aproveché para comer algo y calmar mi
ansiedad. Navegué un rato por la web, caminé de un lado al otro en mi sala y
volví a chequear todos los expedientes que estaban en mi mesa. Miré el reloj
cada cinco minutos como si ese fuera a hacer que el tiempo pasara más
rápido.
Poco a poco fui dejando vacía la despensa de la cocina, devoré todas
las galletas de chocolate, los palitos de maíz con queso y los aritos de cebolla
que dejé de la cena. Al día siguiente me preocuparía por quemar ese montón
de calorías, duplicando mi rutina diaria de ejercicios. En los últimos días
estuve alimentándome muy mal, debido a la ansiedad que estaba
experimentando por culpa de Shirley.
El timbre sonó y di gracias a Dios porque mi incertidumbre por fin
llegaría a su final. Caminé de prisa para abrir y allí estaba Redman, con un
jean desgastado y una chaqueta negra, que hacia juego con sus botas de
invierno.
—Pasa adelante —lo apremié para que entrara.
Una vez dentro, caminé en dirección a mi estudio y le hice un ademán
para que me siguiera y nos ubicamos en mi lugar de trabajo.
—Acá tienes. Espero que la consideres para un buen papel —me dijo
mientras me entregaba una carpeta azul.
Yo la tomé y comencé a hojearla.
Su perfil académico era asombroso, tenía calificaciones excelentes y
comentarios destacados de algunos profesores, los cuales en mi época de
estudio me hicieron la vida imposible. No pude evitar sonreír ante tanto
talento y dedicación. Redman debió notar mi entusiasmo porque no pudo
evitar hacer un comentario al respecto.
—Te dije que era buena. Espera nada más a verla en acción.
—¡Sí! Muero por ganas de trabajar con ella —musité sin poder dejar de
mirar su expediente.
—Bueno, me voy. Dejé mi cena a medio comer para venir cuanto antes
a traerte esto —me dio un abrazo fraternal—. Descansa, muchacho —se
despidió.
—Un momento —lo detuve cuando me percaté de un extraño papel
dentro de la carpeta. Era un talonario de pago—. Pensé que ella tenía una
beca —agité el papel en mi mano.
—Sí. Ganó una beca para un curso de tres meses —contestó él. Lo miré
con el ceño fruncido, pues no entendía nada —Cuando el periodo de su beca
culminó, pasó a ser una alumna regular.
—La matrícula es muy costosa…
—Verás. Ella no la pagó.
—¿De qué estás hablando?
—Yo la pagué.
Abrí mucho mis ojos ante esa confesión y un nudo se formó en la boca
de mi estómago. ¿Por qué Hoffman pagaría una costosa matrícula por una
chica que encontró en un remoto país? Un pensamiento perturbador se
adueñó de mi cabeza.
—¡Oh! Ya veo. Entonces tu interés por ella es mucho más… —él me
miró como si no me comprendiera, o tal vez quería hacerme creer que no lo
hacía porque le daba vergüenza reconocer que era un viejo verde que se metía
entre las faldas de una jovencita soñadora y sedienta de ilusiones, con la
promesa de ayudarla mientras ella le retribuía con ciertos favores de índole
sexual. Me estremecí ante tal idea. Unos celos terribles se apoderaron de mí.
—¡Oh por Dios! ¿Por quién me estás tomando? —la indignación de
Redman me pareció genuina—. No es lo que estás pensando.
—Tranquilo. No soy quién para juzgarte. Ella es preciosa.
—¡Xander! —Scott levantó la voz—. No es nada de eso. Lo hice
porque quise. Ella no lo sabe y te agradecería mucho que no se lo dijeras.
Shirley piensa que es parte de su beca. Los únicos que lo sabe son Hoffman,
Perlay y ahora tú.
—Pero… ¿por qué? ¿Por qué haces todo esto por ella? Digo, es
talentosa, pero jamás hiciste semejante cosa por nadie.
—¿Quieres saber por qué lo hago? —me miró con un duro semblante.
Yo asentí —Hace diez años, en Cambridge, vi a un jovencito muy talentoso.
Deseé poder ayudarlo, darlo a conocer en el mundo, pero a duras penas era el
asistente de un productor de pacotilla. No tenía el poder que tengo hoy en día.
Le pedí a Jeffrey Saint-Michael que no lo dejara escapar, que le ofreciera un
contrato con la agencia…
—Un momento. ¿Dijiste Cambridge? ¿Jeffrey Saint-Michael? —
conocía ese nombre. Así se llamaba el hombre que se acercó a mi después de
mi participación en una obra de teatro en… Cambridge.
Miré a Redman con notoria sorpresa.
—Eras tú, Xander. Tú eras ese jovencito.
—Pero… ¿por qué? —farfullé sin poder creérmelo.
—¿Por qué? Vi tu frustración, tu dolor, tu desesperación. Pedías a
gritos una oportunidad. Y yo no entendía por qué no te daban una
oportunidad, si eras tan bueno. Así que yo te la di, de manera indirecta. Vi tus
sueños, tu pasión, tu ilusión, tus ganas de ser grande, haciendo lo que de
verdad amabas hacer. Todo eso lo vi en ella, en Shirley. Ahora si tengo el
poder de hacer que los sueños de alguien se hagan realidad. Por eso lo hice.
Sonreí.
—Gracias Redman.
Lo abracé con fuerza. Expresando toda la admiración que sentía. Si
antes lo admiraba, mi admiración se hizo más grande. Scott Redman era el
ser humano más desinteresado del mundo. A él lo único que le importaba era
ayudar a los demás, aunque al final no recibiera nada a cambio. Las
recompensas materiales no le importaban en lo más mínimo. Él era feliz
sabiendo que ayudó a alguien a triunfar.
Todo tuvo sentido para mí.
—Mi cena se va a enfriar —comentó él y yo sonreí. Lo abracé una vez
más y lo acompañé hasta la puerta.
Sin perder tiempo, abordó su coche y se marchó.
Me dirigí a mi estudio, me senté en el sofá y me dispuse a ver el
expediente de Shirley. Me llenó de gratitud saber que teníamos algo en
común: ambos éramos soñadores.
Me quedé dormido, sumergido entre mis fantasías.
Esa noche fue la primera vez que soñé con ella.
Shirley estaba sobre el escenario y todo el mundo aplaudía. Me
acerqué para felicitarla y ella saltó a mis brazos. Sus labios se estamparon
contra los míos. La tomé entre mis brazos y palpé ese delicioso cuerpo, cada
curva, cada poro de su piel. Nuestra ropa comenzó a escasear. Su cuerpo era
fascinante, sus senos, dos perfectas colinas las cuales pedían a gritos ser
mordidos. Jugueteé con mi lengua sobre sus pezones mientras ella me
apretaba contra su cuerpo y pude sentir su piel arder. Bajé hasta su parte
más delicada y mi lengua jugueteó entre sus carnes. Introduje mis dedos y
ella gimió de placer. Me puse de pie y la recosté sobre el suelo del escenario.
La audiencia nos observaba atenta y a nosotros nos encantaba ser el centro
de atención. La penetré de tal manera que un grito escapó de su boca a la
vez que yo aplacaba tal grito con mis labios. La sentí húmeda y palpitante.
La sentí mía. Su voz susurró mi nombre y yo la embestí con ímpetu hasta
que…
…desperté.
—Maldición —dije entre dientes al darme cuenta que fue un sueño.
Uno muy agradable.
Miré mi reloj y vi que eran las ocho de la mañana.
Salí de mi cama y…
¡Oh, oh!
Mi amiguito estaba despierto y muy atento.
Caminé hacia la ducha y me dispuse a ducharme, pero mi rígido amigo
no quiso cooperar, así que tuve que darle una mano. Tuve que masturbarme
para aplacar mis ganas.
Llegué a la academia con unos minutos de retraso, así que me apresuré
en llegar al taller donde estaría esperándome Vincent y todos los alumnos que
entregaron su expediente. Ese día anunciaríamos quienes eran los elegidos
para participar en el proyecto.
Cuando estuve en la puerta, Hoffman me lanzó una mirada inquisitiva.
Me encogí de hombros y sonreí con timidez. Mi gesto logró suavizar los
rasgos de Vincent. Él se puso de pie para dar comienzo a la actividad.
—Buenos días —saludó a todos los presentes—. Sé que muchos de
ustedes se estarán preguntando a qué se debe este casting. Mi deber es
informarles…
Vincent comenzó a dar todos los detalles referentes al “Proyecto de
Teatro Experimental”, pero más allá de oír lo que él decía, sin querer, busqué
a Shirley con la mirada, entre ese montón de gente. No la vi y me desesperé
un poco.
»…sin más preámbulo, los dejo a cargo de nuestro querido amigo
Xander Granderson —finalizó Hoffman.
Saludé. Todos se mostraron sorprendidos, así que en ese momento
comprendí que nadie sabía que yo estaba detrás del proyecto. Al llegar al
centro de la multitud, continué paseando mi mirada por todo el lugar.
—Buen día tengan todos —hice una leve reverencia y me concentré en
encontrar a Shirley.
Seguí mirando y logré divisar a Margaret. Sabía que ambas eran muy
amigas, pues las veces que fui a la academia a impartir las charlas y los
talleres siempre las veía juntas, secreteando y haciendo esas cosas típicas de
dos buenas amigas.
»Como dijo Hoffman, seré el encargado de llevar a cabo el proyecto…
—continué hablando a la vez que levantaba mi cabeza, con la esperanza de
encontrarla y…
¡Bingo!
Estaba, sentada en la parte posterior de la sala, de espalda a nosotros.
Por lo poco que pude detallar, vi que escribía algo en una libreta y tenía sus
auriculares puestos. Percibí que estaba desconectada de su entorno. Sonreí.
»Hace dos semanas —proseguí—, comenzamos a recibir los
expedientes de todas las personas interesadas en participar en este proyecto y
hoy anunciaré quienes son los elegidos.
Me encaminé hacia el escritorio, donde pude ver que se encontraba
Hoffman y Redman, quien al parecer acababa de llegar. Les sonreí y sin
perder tiempo, comencé a tomar uno a uno, los expedientes de los
seleccionados y comencé a llamarlos en voz alta.
Uno a uno los fui nombrando, del mismo modo que les asignaba sus
roles correspondientes, algunos estaban sorprendidos por haber sido elegidos,
otros por el contrario se mostraron seguros y algo arrogantes. A quien iba
nombrando, se posicionaba a mi derecha a la vez que le devolvía su
respectivo expediente.
En el instante que llegué al expediente de Shirley, mi corazón se detuvo.
La dejé para el final, pues la escogí para el protagónico. Una decisión
arriesgada, pero confiaba en Redman y su ojo crítico. Si para él esa muchacha
valía oro, pues… ¿quién era yo para cuestionarlo?
Di una resumida descripción del papel de “Rosalinda” y especifiqué que
era el rol protagónico. Pude ver cierta emoción y cierta expectación en el
rostro de algunas damas presentes. Había muchas buenas actrices, algunas del
segundo y tercer año. Intuí que me metería en problemas por elegir a una
novata para un papel tan importante.
Me llené de valor y sin titubear dije su nombre.
El lugar quedó en silencio y los presentes se miraron entre sí,
buscando a la afortunada, pero yo sabía que no estaba allí. Fijé mis ojos en la
despreocupada y callada chica que se encontraba al final del salón. Todos
giraron de golpe, siguiendo mi mirada. Los murmullos no se hicieron esperar,
estaba seguro que las protestas comenzarían a sonar en cualquier momento.
Tal vez haya sido la fuerza con la que algunos la miraban, y el deseo
latente en mis ojos posados sobre ella los que hicieron que ella se girara de
golpe hacia nosotros. Estaba confundida.
Con un brusco movimiento se deshizo de su burbuja musical, arrojó sus
auriculares a un lado y fijó su mirada sobre mí. En sus bellos ojos pude ver
un atisbo de temor. De seguro estaría preguntándose porqué la mirábamos
con tanta intensidad.
—Sí. Tú. Ven —dije con serenidad, mientras le hacía un ademán con
mi mano para que se acercara.
Por la manera en que ella miraba a su alrededor, daba la impresión de
que tenía mucho miedo. Ella se acercó con lentitud y noté que el ambiente, de
repente, se llenó de tensión.
—¿Estás bien? —indagué.
Ella estaba aterrada.
—Sí. ¿Por qué la pregunta? —sus ojos se clavaron en los míos.
—Pues no has dicho nada. ¿Estás de acuerdo? —«¿Estás de acuerdo?
¿Pero qué diablos pasa contigo, Xander? Ella no tiene idea de lo que estás
hablando». Espetó la voz de mi consciencia.
—Un momento. Me perdí. ¿De acuerdo con qué? —ella agitó su cabeza
y yo no pude evitar soltar una carcajada.
—Con el protagónico, quiero que tú seas la protagonista —dije sin
pensar.
—Pe…pero yo no presenté mi expediente ¡No entiendo que está
pasando! —dijo con voz temblorosa y dirigió una mirada nerviosa a Redman,
quien se limitó a sonreírle.
—Redman me dio tu expediente ayer. ¡Vaya! Tienes mucho potencial
—acoté con total seriedad tratando de sonar lo más profesional posible.
—Creo que es un error, yo no… —ella trató de hablar, sin embargo el
descontento de algunas chicas se hizo presente.
—No es justo…
—Ella no quiere el papel…
Resonaron algunas voces.
—¡No me importa! Yo soy el productor de la obra —sin querer levanté
la voz. Me giré hacia Shirley —, y quiero que tú seas la protagonista —
enfaticé.
Ella estaba frente a mí, en completo silencio. Sus ojos brillaron.
»¿Puedo interpretar tu silencio como un sí? —titubeé. No tenía ni
mínima idea de cómo reaccionaría. Ella asintió con la cabeza y clavó su
mirada en el suelo—. ¡Bien! Todas las personas qué nombré, por favor
diríjanse al taller siete. Nos reuniremos allí en unos minutos —puntualicé sin
darle más largas al asunto.
Ella aceptó el papel, era lo único que me importaba.
Me acerqué un poco más a ella. No entendía por qué, pero ella me
inspiraba muchas cosas. Tomé su mano sin vergüenza y la miré a los ojos. Mi
lado seductor despertó.
—No te me vas a escapar—traté de sonar lo más tentador posible, pero
ella frunció el ceño. Tuve que cambiar mi estrategia, pues no calaba en ella
—. Tienes una cara de espanto, pareciera que vas a salir corriendo en
cualquier momento. No tengas miedo. Lo harás bien —bromeé un poco,
tratando de aligerar la tensión creciente. No obstante, a pesar de que en mi
cabeza solo deseaba alejarme de ella, mi cuerpo reaccionó opuesto y sin
pensarlo la abracé —¡Lo harás bien! ¡Confío en ti! —susurré.
Me separé un poco para poder ver su rostro y pude notar que tenía los
ojos cerrados y respiraba con dificultad. Supuse que tal vez trataba de
controlar sus repentinas ganas de golpearme por haberla metido en el
proyecto sin consultárselo. Reí ante mi suposición.
—¡Andando! —rompí el incómodo silencio y me separé de ella.
Agité mi cabeza con fuerza en el momento que me adentré en el lugar
pautado. De repente, mi cabeza se llenó de pensamientos locos. Recordé el
sueño que tuve la noche anterior y me sentí acalorado. Tuve que inhalar y
exhalar repetidas veces para calmar mi ritmo cardíaco.
—¡Hola, de nuevo! —saludé a los seleccionados, tratando de sonar lo
más jovial e informal posible. Me aproximé al escritorio sobre el que se
disponían algunas copias del guión de la primera obra que llevaríamos a cabo
y me senté—. Como todos saben, esto es una iniciativa por parte de… —
¡Mierda! Me callé de golpe. Una vez más estuve a punto de revelar que todo
era idea de Hoffman. Carraspeé mi garganta y retomé la palabra—, por parte
mía. Una idea mía —recalqué—, para promover el Teatro Contemporáneo.
Ustedes están aquí porque yo los elegí y serán los pioneros en esto… —
proseguí y me levanté de mi asiento.
Tomé el libreto y comencé a hojearlo
»La obra elegida es “El Murciélago”, mejor conocida como Die
Fledermaus, de Johann Strauss.
Todos los presentes comenzaron a murmurar y me apresuré a disipar la
confusión que se reflejaba en sus rostros.
»Lo sé. Es una Opereta, pero recuerden que esto es “experimental” y
por lo tanto será una adaptación. No se preocupen, no tendrán que cantar. La
obra fue adaptada para teatro…
En ese instante recordé lo que leí en el expediente de Shirley. Ella
cantaba y según las observaciones de la profesora Jones, lo hacía muy bien.
Me volteé hacia ella. No podía perder la oportunidad de hacerle saber que su
talento me causaba más admiración de la normal…
»A menos que tú quieras deleitarnos con tu voz. Leí en tu expediente,
que también cantas —comenté mientras caminaba hacia ella. Mi cuerpo se
negaba a estar lejos del suyo. Pude notar un leve rubor en sus mejillas y una
risita tímida escapó de sus labios
—Es un pasatiempo. Nada profesional —por fin habló. Su hermosa voz
me hizo sentir algo en el estómago. Me giré de prisa, obligándome a no ser
tan evidente frente a los demás.
¡Dioses! Esa mujer despertaba mi lado más pervertido, pero también
lograba hacerme sentir muy estúpido.
—Muy bien —aclaré mi garganta al notar un leve atisbo de quiebre—.
Pasaré por cada uno de sus asientos y les entregaré una copia del guión. Por
favor, concéntrense en cada uno de sus personajes, pues tenemos dos meses
para montar el performance —indiqué, entregando una copia del libreto a
cada uno de los actores. Al llegar a ella me detuve y la miré con intensidad—.
¡Rosalinda!
Ella me miró con los ojos entornados y sacudió su cabeza.
—¿Qué? No. Me llamo Shirley —respondió de inmediato. No pude
evitar sonreír ante su gesto de confusión.
—Me refiero a tu personaje. Tú serás Rosalinda. La dulce y bella
Rosalinda. Claro que sé tu nombre, Shirley —por un momento ella pareció
ausente—. ¡Hey! ¿Estás bien? —sacudí mi mano frente a su rostro.
—Sí. Bien. Lo tengo. Rosalinda. Bien. Lo capto —balbuceó
Me partí de risa.
—No es normal que los estudiantes del primer año sean elegidos para
presentarse frente a público en vivo —me volteé, tratando de recuperar la
compostura. Caminé hacia los demás—, pero por ser este un programa
especial, hice una excepción. Además, sé que ninguno de ustedes me
decepcionará.
La reunión duró casi una hora, en la que además de charlar acerca del
cronograma de actividades planteadas para el proyecto, intercambiamos
alguno que otro chiste para relajarnos un poco.
Al finalizar, ninguno de los presentes se retiró, por el contrario, parecía
que esperaban que algo más sucediera, algunos estudiantes se me acercaron,
alabando mi trabajo y al paso de cada segundo no podía evitar mirarla, era
como si mis ojos fueran un par de monedas y su cuerpo un imán.
«¡Vamos campeón! ¡Ve tras ella!». Me animó el pequeño diablito
seductor que residía en mi cabeza.
Me acerqué a un grupo de jóvenes que charlaban y cuando notaron mi
presencia, la conversación se enfocó en mí, en mis películas y los tantos
premios que gané.
La miré de reojo, mientras continuaba aparentando que charlaba con los
chicos frente a mí, aunque en realidad, estaba atento a cada uno de los
movimientos de Shirley. Sin dudarlo más, hice algo que pensé nunca más
tener que usar como vil excusa para llegar a la chica que me gustaba.
¡Un momento! ¿Estaba admitiendo que ella me atraía?¡Por mil
demonios, claro que me gustaba! Durante todo el día, ese malvado sueño
erótico estuvo torturándome.
—Shirley —dije. Ella se volteó hacia mí—. Estoy tomando nota de los
números telefónicos de todos para… ya sabes, mantenernos comunicados. Ya
que estaremos trabajando durante un buen tiempo, me parece buena idea que
intercambiáramos nuestros números telefónicos —dije tratando de sonar muy
profesional—. Creo que es necesario en caso de… cualquier inconveniente
—agregué. Con disimulo me acerqué más a ella. Shirley estaba acompañada
de Margaret y un chico, al que reconocí como Christopher Reynolds, un
estudiante de primer año a quien elegí para el protagónico masculino de la
obra.
Allí estaba yo, como un tímido adolescente que se vale de cualquier
excusa para conseguir el número de la chica más sensual del colegio. Solo me
faltó decirle que si quería, le podía ayudar con su tarea. Una vez más, me
sentí como un completo tonto.
Le entregué mi móvil para que ella anotara el suyo y de igual forma ella
hizo lo mismo. Luego de intercambiar nuestros números me quedé platicando
un rato con ellos. Mientras yo hablaba, ella me observó, atenta a mis
palabras. Por primera vez vi fascinación en sus ojos. Al tenerla tan cerca,
pude detallar su boca. Poseía los labios más tentadores que vi en mi vida, ni
tan gruesos ni tan finos. Imaginé poder morderlos. Algo dentro de mí se
despertó.
Di una tonta excusa para poder salir de allí. Me despedí de todos y salí
del salón casi corriendo, percatándome que mi pene estaba erecto. Maldije el
hecho que los hombres tuviésemos que sufrir en público por las benditas
erecciones involuntarias. Respiré profundo y traté de acelerar mi paso,
mientras me cubría la parte íntima con mi maletín. Evadí a todo aquel que se
me acercó. Necesitaba salir de la academia, urgente.
Llegué a mi coche y encendí el aire acondicionado, poniéndolo al
máximo nivel. Era increíble la forma en que esa mujer me prendía sin
siquiera tocarme. La deseaba con todas las fuerzas de mí ser.
Mi móvil vibró, haciendo que me sobresaltara un poco. Al ver la
pantalla, vi que era Anna.
—Hola cielo. ¿Dónde estás? —le pregunté enseguida.
—Cerca de casa. Te llamaba para invitarte a almorzar y luego tal vez…
—Bien. ¿Dónde? —la interrumpí, sin darle importancia al tono seductor
de su voz en la última frase. Estaba muy ansioso.
—¿Estás bien, amor? Te noto algo...
—¿Yo? Ehhhm —balbuceé—. Sí. Estoy bien. ¿Por qué preguntas?
—No, por nada, olvídalo —hizo una pausa y pude escuchar un leve
suspiro—. ¿Nos vemos en el Savoy? —preguntó ella. Yo permanecí en
silencio por unos segundos, mientras mis neuronas trataban de hacer sinapsis.
Quedé mono-sináptico. Agité mi cabeza con fuerza para forzarlas a hacer
contacto.
—Dame quince minutos y estaré allí —contesté.
—Tranquilo bebé, no hay prisa. Si llegas antes que yo, no olvides….
—Sí. Una mesa cerca de la ventana —la interrumpí de nuevo.
—De acuerdo. Nos vemos allá.
Finalicé la llamada y puse mi vehículo en marcha, concentrándome en
Anna. Ella era mi compañera y no tenía que andar pensando en otra mujer.
Sin embargo Shirley irrumpía sin permiso en mis pensamientos para
torturarme una y otra vez. De nuevo el sueño, ese excitante sueño, llegó a mi
mente. Por primera vez en mi vida, contemplé la idea de ver a un psiquiatra.
Tal vez estaba comenzando a volverme loco.
***
Al llegar al restaurante vi que Anna no estaba, así que proseguí a hacer lo que
ella siempre demandaba, una mesa cerca de la ventana para evitar los
repentinos sofocos que le daban. Yo siempre bromeaba con ella al respecto y
le decía que ya estaba menopáusica, lo que a ella le daba mucha gracia y
terminaba haciendo gestos típicos de ancianita. A mí me encantaba eso, Anna
se tomaba la vida a la ligera y yo también. Tenía veintinueve años de edad,
pero tenía la mentalidad de una mujer de cuarenta. Era madura y centrada.
«¿Cómo será Shirley en ese aspecto? ¿Le gustará gastar bromas?
¿Charlar de tonterías? ¿Hacer tonterías?».
¿Por qué diablo no dejaba de pensar el ella? ¡Maldición! Me lleve las
manos a la cabeza. Me sentí muy frustrado porque por más que lo intentara
no podía dejar de pensar en Shirley.
Tomé mi móvil y me vi tentado a escribirle. Mis ojos se fijaron sobre la
pantalla de mi móvil por un par de minutos, mientras pensaba en si debía o
no escribirle.
—¡Oh! Aquí estás —la voz de Anna llegó a mis oídos—. ¿Llegaste
hace mucho? —meneé mi cabeza en negación. Ella se acercó y me dio un
corto beso en los labios, le entregó su bolso y abrigo al camarero, se quitó los
guantes y se sentó frente a mí—. Una completa pesadilla para encontrar
donde estacionar. Si seguimos así, dentro de poco, Londres estará abarrotado
por completo.
Sonreí por inercia ante su comentario.
—¿Van a ordenar los señores? —un joven de estatura media y ojos
claros se acercó a nuestra mesa.
—Sí —respondí de inmediato—. ¿Qué te apetece, cielo? —le pregunté
a Anna.
—Pediré una ensalada capresa —se giró hacia mí—. Algo ligero —me
guiñó el ojo y le entregó el menú al caballero que nos atendía.
—Yo quiero una ensalada capresa también con un filete miñón de
ternera y puré de patatas —le di la vuelta al menú—. ¿Les quedan croquetas?
—pregunté. Anna me miró con asombro, pues no acostumbraba a comer
tanto.
—Sí, señor. Nos quedan croquetas especiales con jamón de pavo —
contestó el camarero.
—Bien. Tráenos eso de entrada, por favor —le indiqué y le entregué el
menú. Anna me miró como si estuviera viendo a un desconocido—. ¿Qué?
—inquirí mientras le daba un sorbo a mi vino.
—¿Estás bien, amor?
—Sí, solo tengo hambre —contesté precipitado, aunque la verdad era
otra. Yo no estaba nada bien. Me sentía ansioso y un tanto desesperado.
—Ya veo.
Cenamos, charlamos y tomamos algunas copas de vino tinto. Hablamos
de todo un poco, de la boda, de los días que debía acompañarla a elegir la
cubertería, los manteles, a probar pasteles y postres, pero aunque mi cuerpo
estaba allí mi mente no lo estaba.
—¿Xander? —Anna me reprendió.
—¿Qué? —sacudí mi cabeza.
—¿Qué rayos sucede contigo?
—¿A qué te refieres? —indagué.
—Te estoy hablando y no me prestas atención. Te decía que tu madre
me llamó para saber si la boda eclesiástica iba a ser aquí en Londres o en
Escocia.
Asentí con la cabeza y di un sorbo a mi copa, manteniendo mi mirada
fija en la ventana.
—¿Si qué, Xander? —ella insistió.
—Sí, estoy de acuerdo —contesté por inercia.
—¿Me estás prestando atención? —Ella chasqueó sus dedos frente a mi
cara—. ¿Qué sucede? Te estás comportando de manera muy extraña —Anna
entornó los ojos.
La miré con el ceño fruncido.
—Lo siento amor. Estoy un poco ansioso por la obra, pues es mi
primera vez como productor.
—Te decía que tu madre quiere saber si la boda eclesiástica será aquí en
Londres o en Escocia.
—Lo que tú decidas está bien, cielo —comenté sin pizca de emoción.
—¿Seguro que estás bien? Tengo el presentimiento de que hay algo que
no me quieres contar —Anna comenzó a irritarse.
—¿Algo?¿Algo cómo qué?
—No lo sé. Dímelo tú.
Mi móvil sonó y sentí una leve excitación al pensar que era Shirley.
Sonreí ante la idea. Al mirar la pantalla de mi móvil vi que era un texto de
Hoffman y la decepción me golpeó. Al despegar los ojos de mi móvil me
encontré con un par de ojos azules que me miraban inquisitivos.
»¿Por qué tan decepcionado? ¿Acaso esperabas el mensaje de otra
persona? ¡A ver, Xander! Creo que tienes algo que explicar. ¿Qué está
pasando?
¿Solo amigos?
El pánico se apoderó de mí. ¿Qué diablos se suponía que iba a decirle? ¿Qué
está pasando? ¡Wow! Buena pregunta.
No podía decirle que lo que me tenía distraído era otra mujer y que
Shirley era la mujer que me tenía así, sintiéndome como un idiota, así que
opté por fingir que estaba confundido.
—¿Qué está sucediendo? —repetí su pregunta y me encogí de hombros.
—¿Acaso se trata de otra mujer? —soltó ella—. ¿Estás viéndote con
alguien más? —Masculló Anna—. ¿De quién se trata? ¿Quién es, Xander?
¿La conozco?
—¿Qué si estoy viendo a alguien más? ¿De qué hablas? —disfracé mi
voz con ingenuidad, a pesar que sentía que el corazón se me iba a salir de la
boca. Anna me miró con expresión acusadora—. Es Hoffman, amor —
extendí mi móvil hacia ella, mostrándole la pantalla—. Me dice que no pudo
lograr que nos cedieran el teatro por más tiempo para los ensayos, tendremos
solo una hora diaria.
Anna se quedó en silencio por un largo rato, mirándome con
detenimiento, analizando mis gestos. Ella me conocía mejor que nadie y sabía
cuándo mentía o no. Al ver que yo decía la verdad, su duro semblante se
suavizó.
—¡Mi cielo! Discúlpame. Tú tan estresado y yo haciéndote escenas de
celos. ¡Qué vergüenza! —dijo ella.
—No amor, no te disculpes. Es normal que sientas celos —comenté a la
vez que le daba un apretón a su mano—. Es normal celar a quien amas. Si yo
sospechara que te estás viendo con alguien más —dejé la frase a medias al
percatarme de que no me afectaría ver a Anna con otra persona. Me sentí
muy mal—, me volvería loco de ira —mentí.
—¿De verdad me amas? —preguntó ella.
«¿La amo?» pensé.
—¿Que pregunta es esa? —Sacudí mi cabeza con fuerza y la miré a los
ojos, acerqué su mano a la mía y apunté con mi dedo índice el anillo que
tenía en su dedo anular—. ¿Acaso vez que ando dándole anillos de
compromiso a todo el mundo? —Ella sonrió y negó con la cabeza—. ¿Eso
responde tu pregunta? —agregué.
Ella asintió.
Cenamos y charlamos de todo un poco. Sucedieron tantas cosas en un
par de semanas, que parecía que eran años sin vernos.
Al terminar de comer pagué la cuenta y salimos tomados de la mano, a
esas alturas de la relación, ya no me importaba lo que pudieran decir o la
polémica que se pudiera desatar, pues en unos meses Anna y yo seriamos
marido y mujer. No podíamos seguir escondiéndonos de los medios.
Llegamos a mi departamento y lo primero que hice fue tomar una
ducha, pues estaba muy agotado. Anna arregló un poco la habitación mientras
yo charlaba por Skype con algunos colegas, con los cuales tenía tiempo sin
conversar.
Cuando me disponía a dormir, noté que Anna tocaba mi espalda y
besaba mi cuello de forma juguetona. Supe lo que ella quería, pero esa noche,
por muy raro que fuera, no tenía ganas de nada.
Me giré hacia ella.
—Estoy agotado, amor —le susurré—. ¿Qué te parece si esta noche...
solo dormimos? —mis ojos escrutaron los de ella. Se asombró ante mi
petición. Nunca antes me negué a tener sexo con ella.
—Bien amor, durmamos —sonrió y me abrazó.
***
El sol penetró por la ventana. Anna estaba entre mis brazos. La miré y no
pude evitar sentir paz. La mujer a mi lado era hermosa.
Me dispuse a pasar ese fin de semana relajado en mi casa, viendo
películas y comiendo palomitas de maíz junto a mi prometida. Hice algunas
llamadas a unos cuantos amigos y a mi madre.
Shirley irrumpió en mis pensamientos por momentos, pero me vi
obligado a ahuyentarla de allí, lo último que quería era armarme fantasías con
ella en mi cabeza para luego realizarlas con Anna, ese juego me parecía de lo
más ruin y canalla.
El lunes llegó.
Me levanté de la cama a toda prisa al percatarme de la hora. En un par
de minutos debía estar en la academia para finiquitar todos los detalles con
Hoffman y Redman, pues el primer ensayo sería en la tarde.Me preparé un
café mientras me vestía a toda velocidad. Me marché casi de inmediato. Dejé
a Anna dormir tranquila.
Conduje lo más rápido que pude. El tráfico de Londres era una pesadilla
y me arrepentí de no tomar el subterráneo, pues llegaría tarde de igual
manera.
Llegué a LAMDA y lo que temía, sucedió. Hoffman ya se encontraba
impartiendo su clase. Me dispuse a dar un paseo por la academia, mientras
esperaba que Vincent culminara.
Caminé por los largos pasillos de la academia y me sorprendí
curioseando por las rendijas de las puertas de los salones. La buscaba a ella, a
Shirley.
Mi corazón se aceleró al verla.
Estaba en la clase de la profesora Jones. Se veía hermosa, con sus
anteojos de pasta negra, atenta a todo lo que decía la docente frente a ella.
Permanecí fuera del salón con la mirada fija en el objeto de mi deseo, atento a
cada uno de sus movimientos. Sin poder evitarlo, la desnudé con la mirada.
—¡Joder! —maldije entre dientes al darme cuenta que estaba teniendo
una erección. Ella ejercía un poder casi diabólico sobre mí.
No podía seguir haciendo eso. No entendía porque no era capaz de
acercarme a ella y decirle lo que sentía. El rostro de mi novia llegó a mi
pensamiento, recordándome la razón.
Cuando conocí a Anna Ferguson, pensé que sería la definitiva. La mujer
con la que me casaría y tendría hijos. La quería y la respetaba. No quería
seguir cometiendo los mismos errores del pasado. Acostándome con la que
me diera la gana y luego actuar como el novio fiel. No. No podía seguir
comportándome de esa manera. Anna me motivó a ser diferente y quería
hacer las cosas bien. Pero que difícil me estaba resultando.
Me obligué a alejarme de allí. Caminé a toda prisa para evitar que
alguien me viera en ese estado. Me tomó casi diez minutos recomponerme en
el sanitario masculino, pero lo logré. Cuando me sentí tranquilo, me dirigí al
lugar donde se encontraba Hoffman.
—Hola Xander. ¿Cómo estás? —Vincent me saludó en el momento que
me vio entrar por la puerta del taller—. Te estuve esperando temprano.
Me encogí de hombros.
—Lo siento Hoffman, llegué tarde. Cuando vi que habías comenzado tu
clase decidí dar un paseo por la academia. Tú sabes, para recordar viejos
tiempos —dije sin darle importancia a mi comentario.
—¿Y? —dijo Hoffman.
—¿Cómo? —miré a mi viejo amigo, no entendía que era a lo que se
refería.
—¿Lograste verla? —dijo en tono burlón.
—No, no, no. No es lo que crees. Yo solo miraba y...
—A mí no me engañas, te gusta esa chica y no me lo vas negar —
sentenció moviendo su dedo y señalándome. Me quedé en silencio, pues no
supe que decirle—. En fin, a lo que viniste —se giró y rebuscó entre unas
carpetas sobre su escritorio—. Aquí están todas las cartas de aprobación
del Donmar, así como los horarios, cada uno de los expedientes de los actores
y... —tomó un libro grueso y lo colocó sobre el montón de papeles que
estaban sobre mis manos—, la versión original de la obra, por si deseas hacer
algún cambio a la adaptación que te di.
—¿Eso es todo? —indagué, sosteniendo todo entre mis manos.
Él asintió con la cabeza.
—El ensayo de hoy es a la una en punto. Ya les notifiqué a todos —me
guiñó el ojo—. Éxitos con tu proyecto, Granderson —había complicidad en
su sonrisa.
Me fui a mi departamento a terminar de prepararlo todo para el primer
ensayo. Era mi primer trabajo como director y productor de una obra de
teatro y deseaba que todo saliera a la perfección.
***
Llegué al teatro y lo primero que hice al entrar fue saludar a todos con mucho
ánimo, para luego comenzar a buscar el rostro de cierta dama entre los
presentes. ¡Joder! Era una reacción espontánea. Lo hacía por inercia y debía
dejar de hacerlo. Tenía que sacármela de la cabeza.
La vi sentada al final del salón junto a sus amigos, Margaret y
Christopher. Shirley se veía radiante, tan alegre… vivaz y me atrevo a decir
que lucía mucho más hermosa que de costumbre.
Sonreí al recibir el saludo cordial por parte de todos los presente y
caminé hacia el escenario, colocando el montón de libros y papeles que tenía
entre mis brazos sobre el escritorio. Me giré hacia mi elenco, compuesto por
los estudiantes más talentosos de la Academia de Música y Arte Dramático
de Londres. Les conversé acerca de lo que tenía en mente, el enfoque de la
obra y cada uno de los personajes.
Mis ojos se desviaron un par de veces, posándose sobre el mismo
destino, Shirley. Por más que intentaba no verla, no lo lograba.
Ella me miró con atención, como quien mira a un historiador en pleno
tour por el museo de arte natural. Cuánto habría deseado ver un atisbo de
deseo en su mirada, pero solo veía respeto y cierta admiración.
En ese momento recordé una de las técnicas que usaba la profesora
Jones para poner a prueba nuestro interés y concentración. Ella nombraba un
personaje de la obra que nos asignó, para luego citar una de sus frases en la
obra y la persona a la cual le correspondía dicho personaje, debía continuar el
dialogo.
El primer nombre que vino a mi cabeza fue…
—¡Rosalinda! —Dije mirando a Shirley, ella me miró sin entender—.
¡Oh! Rosalinda. Es un personaje tan frágil, pero a la vez tenaz, con mucha
picardía y muy coqueta —agregué, mientras bajaba del escenario y caminaba
en dirección a ella—. ¿Culpa de quién? —cité un dialogo del primer acto.
—¿Culpa suya? ¿Culpa de qué? —contestó ella.
¡Impresionante! Captó cual era mi intención: ponerla a prueba. Me
sorprendí con gratitud al descubrir que en tan poco tiempo se aprendió el
libreto.
—¡Sí! ¡Sólo por su culpa! —intervino la voz de un caballero a mi
espalda. Al girar me percaté que se trataba de Christopher.
—¿El señor notario? —continuó Shirley
—¡Eso no es verdad! —repliqué, uniéndome al dialogo, mientras
sonreía. Apunté en dirección a Shirley con mi mano—. ¡Genial! Veo que sí
estudiaron el libreto —me giré hacia Christopher —¡Buen trabajo! Ahora
todos, hagamos un repaso de la obra con libreto en mano, para empaparnos
un poco de la historia.
Todos comenzaron a hacer lo que yo les indiqué. Uno a uno fue
pasando al frente para leer una parte de los diálogos que le correspondía.
Hicimos algunos ejercicios de expresión corporal y aproveché acercarme a
Shirley lo máximo posible a fin de corregir cualquier error de postura, —todo
a fin de lograr un excelente trabajo—. Me sentí genial de llevar las riendas de
una producción teatral, por fin podría compartir mi experiencia con los
demás.
Transcurrió casi una semana entre ensayos y visitas constantes a la
academia. Yo por mi parte, tenía otro compromiso aparte de la obra. Debía
acompañar a Anna a ver lugares para la recepción, escoger las tarjetas de
invitación, escoger anillos, probar pasteles y esas tantas cosas que a las
mujeres les hace ilusión hacer junto a sus prometidos antes de la boda. Sin
embargo, faltando casi tres meses para el gran día, mis pensamientos estaban
enfocados en otras cosas.
Cada tarde era como si me preparara para interpretar un personaje en
una película. Tenía para actuar como un profesional ante una mujer que poco
a poco se metió dentro de mí. Pero solo bastaba con una mirada o una
sonrisa, para hacerme sentir como un idiota. Ella era encantadora en todos los
aspectos.
Shirley se metía tanto en su personaje que por momentos lograba
confundirme, haciéndome creer que sus gestos y expresiones eran conmigo,
pero estaba claro que todo era parte de su trabajo. Su personaje era una dama
coqueta, juguetona y muy confiada de sí misma, debía actuar como tal. En
varias ocasiones deseé que todo eso que ella fingía sentir, en realidad lo
sintiera por mí.
Con el paso de los días, mi relación con Shirley tomó rumbo hacia una
linda amistad, con ella podía ser yo mismo, hablar de las cosas que me
gustaban, contarle mis experiencias y vivencias con el fin de ayudarla a
crecer como actriz. Le jugaba bromas entre bastidores y ella se las tomaba
con gran sentido del humor.
Día a día deseaba verla más y más… escucharla. Con solo saber que
ella estaba presente en la misma habitación que yo, me bastaba. Esa loca idea,
salvaje y primitiva de poseerla como fuera, comenzó a disiparse de mi mente.
Comencé a verla como la dama que era, linda, cariñosa, humanitaria,
creativa, soñadora, disciplinada, simpática, amable y con un excelente sentido
del humor. Todos la amaban. Cuando llegaba al teatro, se hacía sentir. Ella
irradiaba luz y buena energía a quien la rodeaba.
Una tarde, después de un ensayo, me encontraba solo en mi
departamento, pues Anna se encontraba en Paris. Acababa de comprar
algunos libros y estaba arreglándolos por orden alfabético, cuando mi móvil
sonó y al ver la pantalla, mi corazón se desbocó. Era Shirley quien llamaba.
Era la primera vez que lo hacía y tuve una rara sensación en la boca del
estómago.
—¿Shirley?¿A qué debo el placer de tu llamada? —traté de sonar lo
más informal posible.
—Emm —noté su titubeo y el corazón se me aceleró—. Hola Xander,
yo…
—¿Sucede algo? —la interrumpí.
—Es que estoy teniendo problemas con una parte del libreto —dijo ella
y sentí que el alma volvía a mi cuerpo—. No sé cómo interpretar las
emociones, no entiendo lo que siente Rosalinda allí —percibí que estaba
avergonzada.
—No te preocupes, si quieres podemos vernos en…
«¿Dónde podríamos vernos y estar a solas?». Fue lo primero que se me
vino a la cabeza.
»¿En tu departamento te parece bien? —solté la pregunta algo dudoso
de dar ese paso.
—¡Me parece genial! ¿Tienes donde apuntar la dirección? —su voz me
invitó. Con rapidez tomé lo primero que encontré, un marcador y un libro.
—Sí. Dime.
Ella me indicó el lugar específico, nos despedimos por el momento y la
llamada finalizó.
Corrí a mi habitación y me miré al espejo. Me acababa de bañar, antes
de ponerme a organizar los libros, así que solo me peiné el cabello. Me puse
un jean y una camiseta blanca. Me volví a mirar en el espejo y no me
convenció lo que vi. Probé con otra camiseta, una azul claro que me quedaba
un poco holgada. Detestaba que la ropa me quedara ajustada al cuerpo.
Comprobé mi imagen frente al espejo y me agradó lo que veía. Tomé mi
chaqueta de cuero negro y me la puse, me eché un poco de loción y salí de mi
casa a toda prisa.
Una vez dentro de mi coche, no pude dejar de chequear mi cabello en el
espejo retrovisor… pero, ¿Qué carajos estaba haciendo? Me estaba
comportando como el típico niño adolescente que se intimida ante la primera
cita. Respiré profundo y decidí relajarme.
Al llegar al lugar pautado, me encontré con una linda dama en ropa
deportiva y el cabello sujeto en una coleta alta. Su rostro se veía tan
inmaculado sin una gota de maquillaje. Por un momento, sentí estar viendo a
un ángel. Sacudí mi cabeza para sacarme ese pensamiento cursi y caminé
hacia ella. Le di un beso en la mejilla al saludarla, aunque lo que deseaba era
besar su boca.
Fui invitado a entrar. Me detuve en el umbral de la puerta y miré a los
lados para asegurarme que estábamos solos.
—¿Y Anette? —pregunté.
—Salió con unos amigos. Volverá en la noche —dijo Shirley y sonrió.
—Entonces, ¿eso significa que tendremos el lugar solo para nosotros?
—comenté con picardía. Ella sonrió con algo de vergüenza.
—Sí. Para nosotros dos, para trabajar y concentrarnos en esto… —ella
sujetó el gran libreto en lo alto.
No pude evitar sentirme como un idiota ante su cortante respuesta.
«¡Oh vamos, Xander! Sabías a que venias. A trabajar, muchacho», dijo
la voz de mi conciencia, mientras Shirley me guiaba hacia el sofá de la sala,
donde nos sentamos a charlar.
Ella me comentó todas sus dudas acerca de su personaje y yo señalé con
un asterisco todos los diálogos y acciones que no lograba comprender. Nos
fuimos compenetrando poco a poco, a tal nivel que terminamos contando
chistes y hablando acerca de las locuras que hacíamos para poder memorizar
las líneas de un personaje.
Le confesé que mientras me duchaba, recreaba las escenas que me
tocaban representar. Ella me contó que su técnica era creerse el personaje y
actuar como tal durante su día a día, que lo llevaba consigo en su rutina
diaria.
Nos carcajeamos en varias ocasiones con algunas anécdotas divertidas
de ambos.
Conversamos acerca de Shakespeare y me impactó su opinión al
respecto, pues a pesar de tener una idea por completo distinta a la mía, me
encantó saber que era genuina y fiel a sus ideas.
—Yo opino que Shakespeare está sobrevalorado —dijo ella, sin
importarle que estaba hablando de uno escritores más grandes de la historia.
La miré de soslayo—. Y creo que lo que dicen de él es cierto —agregó.
—¿Y qué es lo que dicen? —entorné los ojos. Traté de sonar relajado,
aunque mi malestar fuera evidente, pues para mí, William Shakespeare era, es
y el más grande exponente de la literatura inglesa.
—¿Has visto Anonymous12? ¿Y si Shakespeare en realidad fuese un
fraude? —continuó ella.
Me levanté de golpe del sofá. Me sentí muy ofendido.
—¡Pfff! Es evidente que esa película fue escrita y dirigida por alguien
que lo único que deseaba era difamar el trabajo y la buena imagen de
Shakespeare —planteé mi punto de vista—. Muchas personas, durante
muchos siglos han cuestionado la procedencia y la autoría de algunas obras
maestras de Shakespeare. Para nadie es un secreto que en el siglo XV eran
muchas las personas que odiaban a William, por ser una persona reconocida y
estar rodeado de…
—Oportunistas, xenófobos y megalómanos —interrumpió ella,
hablando con desdén.
Me giré hacia ella y no pude evitar mostrarme horrorizado, pero al cabo
de unos segundos, me partí de risa. Percibí cuál era su objetivo.
—¿Cómo dices? —le seguí el juego.
—¡Oh vamos, Xander! Debes ver las cosas con más objetividad —
continuó hablando. Yo me limité a observarla en silencio—. Si analizas los
escritos de William te podrás dar cuenta que…
—Porque los analicé puedo dar fe de que William es el autor —dije
tajante, interrumpiéndola y acercándome a ella. Si lo que deseaba era
intimidarme, no se lo pondría muy fácil—. Estudié al bardó de Avon en mi
último año, y de hecho, mi trabajo final se basó en determinar la influencia de
Shakespeare en la literatura actual —clavé mis ojos sobre ella y me humedecí
los labios con la lengua.
—No sabía que eras tan conocedor de Shakespeare —balbuceó.
—Hay muchas cosas que desconoces de mí —contesté, acercándome
más ella.
Shirley hizo un movimiento rápido y se escabulló.
—De acuerdo, las obras de William son geniales, y de eso no hay duda.
Si son o no son de él, nadie lo sabe—habló desde el sofá, donde se acaba de
sentar otra vez—.Por mi parte, pienso que está sobrevalorado. Ese es mi
punto —me guiñó el ojo.
Por unos breves segundos nuestras miradas se conectaron en lo que
pareció ser una eternidad, momento en el que mi imaginación hizo de las
suyas. Cuando en mis pensamientos ya estaba a punto de desabrochar su
blusa…
—Bien. Volvamos a lo que estábamos —su voz me sacó con
brusquedad de mi ensoñación momentánea. Ella tomó el libreto en sus manos
—. Esta parte, donde Rosalinda dice que…
Incitación a pecar
La carrera de Anna como diseñadora se encontraba en ascenso. Ella viajaba
con frecuencia por Europa y parte de Asia, con su nueva colección y los
pocos días que permanecía en Londres, los pasábamos entre el cine, el teatro,
veladas románticas en algún lugar de la ciudad o encerrados en mi
departamento viendo televisión. A veces, yo leía y ella hacia uno que otro
boceto de un nuevo diseño.
Nuestra relación podría decirse que iba bien. Sin embargo, se veía
amenazada por la rutina y la distancia. Recé porque dicha sensación de
desgaste fuese solo idea mía y que con el tiempo lográramos superarlo.
Estaba harto de que mis relaciones fracasaran cuando las cosas comenzaban a
ponerse serias.
Con el paso de los días, la fecha de nuestra boda se acercaba y mi
agente me aconsejó que hablara con la prensa para así evitar polémicas y
rumores, pero yo decidí mantenerlo en secreto. Al fin y al cabo era mi vida
privada.
El día del estreno de la obra se acercaba y parecía mentira que hubiesen
transcurrido dos meses desde que todo comenzó. En ese tiempo crecí tanto
personal como profesionalmente. Mi cercanía con Shirley me calmaba por
momentos, pero me desesperaba en cuanto nos separábamos. No obstante,
esas ganas sobrehumanas de tenerla entre mis brazos y poseerla de mil
formas pasaron a ser un inconmensurable deseo por cuidarla y protegerla. Me
desviví por hacerla sentir siempre a gusto. Ayudarla era un placer para mí.
Me bastaba con una simple sonrisa para darme por servido. Lo que sentía por
Shirley era desconocido para mí. Cuando ella llegaba al teatro, lo único que
deseaba era abrazarla y besarla con una infinita dulzura. Ella se convirtió en
mi protegida y era capaz de desafiar a cualquiera por cuidarla. Estar cerca de
ella me llenaba de gozo y me hacía sentir en paz. Un solo minuto a su lado
me era suficiente para mantener una sonrisa en mi rostro por el resto del día.
Una noche antes del estreno de la obra, todos los miembros del equipo
nos dispusimos a tener una linda recepción en uno de los restaurantes más
exclusivos de la ciudad. Dicha cena fue auspiciada por mí, pues era lo menos
que podía hacer por mis talentosos muchachos. Si todo salía como en los
ensayos, era seguro que la obra tendría gran éxito y eso me tenía muy
emocionado.
Anna llegó un par de días atrás, así que esa noche la invité a asistir a la
cena conmigo. Me aferré a ella y a la idea de hacer que nuestra relación
superara todas las pruebas necesarias. De cierta forma, sentía que lo de
Shirley era solo un obstáculo que debía superar para probarme que si era
capaz de mantenerme fiel a una sola mujer.
—Mi vida apresúrate. Vamos tarde —dije mientras abría la puerta del
departamento, dispuesto a salir.
—Un momento, cielo. No consigo mis pendientes de esmeralda —
respondió ella desde la habitación.
—Están en la parte derecha de tu cofre azul —le indiqué, pues
recordaba que los metí allí en la tarde, mientras organizaba un poco nuestra
habitación.
Luego de rato, Anna salió de nuestra habitación. Me quedé sin aliento
al verla. Se veía muy sensual en un vestido largo azul eléctrico, ceñido a su
cuerpo. Su cabello rubio liso a ambos lados de su rostro, aportándole un aire
de alfa del bosque. Lo usaba corto, a nivel de la quijada.
Se acercó a mí.
—¿Vamos? —dijo mientras se terminaba de poner sus pendientes.
Yo tomé su abrigo y el mio del perchero al lado de la puerta.
Conduje lo más rápido posible, pues lo último que quería era perderme
mi propia celebración. El tráfico no ayudó mucho y en varias oportunidades
tuve que tomar rutas alternas.
Llegamos al Pied à Terre y bajamos del coche con premura. Entré con
Anna a mi lado, sujetada de mi brazo y fuimos recibidos por
algunos fotógrafos de la prensa que fueron notificados por mi agente.
Posamos un rato para las cámaras y proseguimos hacia la mesa donde
nos esperaban todos. Mientras nos acercábamos, le sonreí a Shirley como
gesto amable pero lo que recibí a cambio me sorprendió. Mostró una media
sonrisa, aunque sus ojos no tenían ese brillo especial que la caracterizaba.
Desvió su mirada y bajó su rostro.
Llegamos a la mesa y fuimos recibidos con alegría por parte de todos,
excepto por Shirley, quien a leguas se veía que estaba fingiendo su sonrisa.
—Chicos, les presento a Anna, mi novia —anuncié y todos recibieron a
mi chica de manera amable. Anna, por su parte, no dejó de sonreír en todo
momento. Estrechó la mano de cada uno, para luego sentarse al lado de Scott
y charlar con él, se conocían desde hacía años, pues Redman era muy amigo
del padre de Anna. Aproveché ese instante para acercarme a Shirley y
cerciorarme de que estuviera bien.
—¡Hola! ¿Cómo estás? —La saludé dándole un beso en la mejilla—.
¿Te gusta el lugar? —dije por decir. Solo buscaba algo de conversación.
—Bien, estoy bien —sonrió a medias—. El lugar es muy bello —su
mirada se posó en Anna por unos segundos—. Tu novia es muy linda —
agregó y me volvía a mirar.
Percibí tristeza en sus bellos ojos. Ella no era así. Lo normal era que ella
animara la velada con sus ocurrencias y chistes, pero esa noche, la Shirley
que todos conocíamos estaba ausente.
Volví a mi lugar, al lado de Anna. Estaba al otro extremo de la mesa,
frente a Shirley y Margaret. Tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para
no mostrarme tan atento de Shirley, pues mi prometida estaba a mi lado y le
debía respeto. Sin embargo, fue una proeza imposible. No podía dejar de
mirar a la linda mujer de semblante taciturno frente a mí. Aunque sonriera y
se mostrara conversadora, supe que algo la perturbaba. Deseaba saber que
era.
La cena transcurrió entre platillos suculentos y delicioso vino. Sin
darnos cuenta, llegamos a la tercera botella mientras charlábamos de todo un
poco. Los lugares estaban dispuesto de la siguiente manera: yo estaba sentado
en la punta derecha de la mesa, a mi lado izquierdo estaba Anna y a mi
derecha Vincent, al lado de Anna estaba Scott, luego seguían Bill y Rose,
quienes eran los encargados de vestuario; Laurie, Victoria y Jacob, quienes
formaban parte del elenco, se disponían al lado de Hoffman, al otro extremo
de la mesa estaba Christopher, Margaret y Shirley, quien durante toda la
velada se mantuvo muy callada. De vez en cuando vi que platicaba con
Margaret.
Supe que algo andaba mal y me preocupé por su bienestar. Me sentía
incómodo por no saber qué era lo que le ocurría y le pregunté a Redman si
sabía algo. Él me comentó que escuchó rumores de que Shirley estaba
consternada por la situación que se estaba viviendo en su país. Imaginé que
estaba preocupada por su familia y me tenté a levantarme para charlar con
ella, pero sentí que si lo hacía le faltaría el respeto a Anna. Contemplé la idea
por algunos minutos y cuando por fin decidí levantarme de mi asiento para
acercarme a ella, Shirley se levantó de golpe, pidió disculpas para retirarse y
se encaminó hacia los sanitarios.
Todos los presentes la observamos retirarse.
Me acerqué a Margaret.
—¿Qué le sucede? —le pregunté, pero ella se encogió de hombros.
—No lo sé —susurró ella.
—Por favor, ve con ella. Verifica que esté bien y si necesitas algo, no
dudes en venir a pedírmelo.
Margaret se fue deprisa tras Shirley y yo regresé a mi asiento,
uniéndome a la plática entre Anna y Redman. Mi novia me dio un apretón en
la mano.
—¿Está todo bien? —preguntó al notar mi preocupación.
Yo asentí con la cabeza para que no se preocupara por nada.
Los minutos pasaron y el postre llegó a la mesa, pero no había señales
de Shirley ni Margarte por ningún lado.
A pesar de que todos actuaban como si no ocurriera nada, yo sabía que
sí. Fijé mi mirada en dirección a los sanitarios.
Me sentí un poco calmado cuando vi que ambas se aproximaban. El
semblante de Shirley era por completo distinto. Lucía feliz, radiante y muy
serena. Margaret me miró y sonrió.
Sentí unas ganas inmensas de salir corriendo y abrazar a Shirley y
decirle que todo iba a estar bien, que fuese lo que fuese que la atormentara, se
iba a solventar, pero la mujer a mi lado, me lo impidió. En lugar de eso,
decidí hacer otra cosa para tratar de animarla.
—¡Propongo un brindis! —Clamé cuando ambas Shirley y Margaret se
sentaron en sus respectivos asientos—. ¡Por todos ustedes! Porque sé que el
día de mañana saldrán a darlo todo. Sé que no me defraudarán y en especial
por Shirley Sandoval —dije dirigiendo mi mirada hacia ella y los demás
hicieron lo mismo. Sonrieron y levantaron sus copas—. ¡Por Rosalinda! Por
qué se convierta en la consentida de la audiencia noche tras noche. ¡SALUD!
—levanté mi copa y todos imitaron mi gesto.
—¡SALUD!
Nos tomamos algunas fotos grupales. A algunos se retiraron al cabo de
un rato, pues el vino causó estragos en ellos. Yo, por el contrario, me sentía
animado y con ganas de seguir festejando, pero Anna me recordó que al día
siguiente era el estreno y debía descansar.
Al final de la noche quedamos Scott, Vincent, Margaret, Anna, Shirley
y yo.
—La pasé muy bien —dijo Shirley, levantándose de su silla. Se inclinó
hacia Redman y le dio un beso en la mejilla, para luego hacer lo mismo con
los demás—. Me retiro. Espero que terminen de pasar una linda noche —
extendió su mano hacia Anna y con cortesía, se despidió de ella también.
Sus ojos se clavaron en los míos y pude percibir de nuevo ese malestar
que la torturó al principio de la velada. Comprendí que estuvo fingiendo estar
bien durante toda la noche y algo dentro de mí se removió. Ella salió del
restaurante y no pude evitarlo más. Debía saber qué estaba ocurriéndole.
Me puse de pie.
—Vuelvo enseguida —dije y salí lo más rápido posible, tras ella—.
¡Shirley! —grité su nombre a medida que me acercaba, pero ella no se detuvo
—. ¡Hey! Detente, por favor.
Ella se detuvo y se giró hacia mí.
—¿Qué sucede? —escupió las palabras.
—¡Oye! No tengo ni idea de que lo que te sucede o por qué clase de
situación estés pasando, solo quiero que sepas que cuentas conmigo —me
acerqué un poco más y vi que su semblante rudo se suavizó.
—No te preocupes. Estoy bien. No pasa nada —respondió y clavó la
mirada en el suelo.
Se dio la vuelta, dispuesta a seguir su camino, pero no se lo permití. La
sujeté del brazo. Ella miró mi mano que la sujetaba y percibí el hielo de su
mirada. La solté y la agarré de la mano.
—¿Qué sucede? ¿Te molesta que te toque? De verdad discúlpame. No
es mi intención. Solo quiero que sepas que cuentas con un amigo, para lo que
sea —percibí que sus ojos se empañaron—.¿Problemas con tu pareja?
Sentí una punzada en mi estómago al momento que terminé de
formular tal pregunta e imaginar que su malestar se debía a otro hombre. No
estaba seguro de que tuviera a alguien, pues nunca quise tocar ese tema con
ella. Sin embrago, vi el momento oportuno para hacerlo.
—No. Nada de eso. Estoy bien. Mañana haré un buen trabajo. No te
preocupes. Mis problemas personales no influyen en mi carrera —percibí
algo de recelo en su voz.
—De verdad. Sea lo que sea, quiero que sepas que cuentas con un
amigo, para hablar…
Allí estaba yo, auto-condenándome a la friendzone13.
—¿En serio? ¿Un amigo? —detecté sarcasmo de su parte.
¿Acaso no era eso lo que quería de mí? ¿Una amistad?
—¡Claro! Háblame con total confianza —contesté, mostrando mi mejor
sonrisa. Deseé con locura poder abrazarla y darle mi hombro para que llorara.
Sabía que algo dentro de ella estaba tratando de salir, pero lo reprimía—. ¡Por
cierto! Te ves preciosa. Disculpa que no te lo haya dicho antes —dije en un
intento por tratar de hacerla sonreír y logré mi cometido. Sus labios dibujaron
una sonrisa que era capaz de derretir el polo norte—. ¿Ves? Logré sacarte una
sonrisa. ¡Arriba esos ánimos! Que sea lo que sea, no vale la pena, para que
borres semejante sonrisa tan bella de tu rostro —la abracé con ternura.
Su pequeño cuerpo entre mis brazos me aceleró el pulso. Cerré mis
ojos, inhalando su delicioso aroma a rosas y canela. Fue embriagante tener su
pecho junto al mío. Rompí el abrazo y ella me regaló una mirada llena de
paz, acompañada de su particular sonrisa, la que me encantaba.
»Eso me gusta más…verte sonreír. Nunca dejes de hacerlo —ella se
quedó de pie frente a mí sin decir nada, solo se limitó a verme sin siquiera
parpadear y así permaneció por algunos segundos—. ¡Hey! —Chasqueé mis
dedos para sacarla del trance—. ¿Shirley?
—¿Qué? ¿Cómo? —ella agitó su cabeza con fuerza.
—Te fuiste por un momento —bromeé.
—Yo-yo lo-losi-siento —me encantaba verla tartamudear.
—Te decía que nunca dejes de sonreír —le di un dulce beso en la
mejilla y le guiñé el ojo. Ella se dio la vuelta y se subió en su auto.
Volví al restaurante, con esa bella escena en mi cabeza, deseando que se
repitiera. Entré al restaurant y vi que Anna charlaba muy animada con Scott y
Vincent. Me acerqué por detrás de ella.
—¿Nos vamos, cariño? —le dije al oído.
Ella se giró hacia mí, sonriendo.
—¿Dónde estabas? —preguntó y entornó los ojos.
—Me estaba despidiendo de Shirley. No sé si serán ideas mías, pero
creo que algo le sucede. Estuvo comportándose muy extraño durante toda la
noche —dije sin pensar.
—No son ideas tuyas. Esa muchacha no se veía nada bien —el
comentario de mi novia me hizo preocupar de nuevo—. Deja que me despida.
Si quieres, puedes ir encendiendo el coche.
Me despedí de los pocos que quedaban y salí en busca de mi auto. No
podía dejar de pensar en Shirley. ¿Por qué se comportó así? Deseé que
estuviera bien, por el bien de la obra y… porque me hacía mal saber que ella
estaba mal.
Me detuve frente a mi coche para analizar un poco la situación. Si ya no
sentía esas ganas salvajes de llevarla a la cama, si ya ese absurdo capricho
pasó a un segundo plano… ¿Por qué diablos no podía dejar de pensar en ella?
¿Qué diablos me estaba sucediendo?
—¡Xander! —La voz de Anna sonó de repente, haciéndome volver
espabilar—. ¿Qué sucede contigo? —me preguntó.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿A qué te refieres? —dije y abrí la puerta del coche, a
la vez que parpadeaba repetidas veces. Intenté poner en mis pensamientos.
—Llevo rato aquí de pie, hablándote y estás en las nebulosas. ¿Estás
bien, cielo?
—Sí. Solo estoy un poco agotado —subí al coche y abrí la puerta del
copiloto desde adentro.
El camino hacia mi departamento fue en completo silencio. A pesar de
que Anna no me quitó la mirada de encima, no articuló palabra alguna. Solo
me observó.
Llegamos a casa y bajamos en total silencio.
Al entrar, ella se acercó a mí y rodeó mi cuello con sus brazos para
darme un beso apasionado. En el momento que percibí sus intenciones, eché
mi cabeza hacia atrás. No estaba de humor para complacer sus demandas.
—¿Qué sucede? —inquirió ella.
—Estoy muy cansado —caminé hacia nuestra habitación.
—¿Qué diablos te sucede? —La voz de Anna adquirió un tono de
molestia—. Tenemos semanas sin vernos, llego y ni siquiera deseas estar
conmigo.
—No digas eso, cariño. Es que estoy muy cansado. Claro que quiero
estar contigo. Yo te... —la miré y noté como ella fruncía el ceño—, te quiero
mucho, pero por favor entiéndeme. Estos últimos días han sido de locura.
—Y por lo visto en estos últimos días, también has pasado de amarme
a... ¿quererme?
Cerré los ojos con fuerza.
«Mierda», dijo la voz de mi consciencia.
Ella se giró con brusquedad, dándome la espalda, para luego alejarse
hacia otra habitación, dejándome con las palabras en la boca. Se me olvidó
que las mujeres se toman todo literal.
—Amor, no. No quise decir eso. Ven acá, por favor. Yo...
Un fuerte portazo me indicó que ella no quería oírme y si hay algo que
aprendí en los últimos años, es que una mujer molesta, no razona. No hay
poder humano que logre persuadir a una mujer que se siente herida, engañada
o maltratada. Lo mejor era esperar que se calmara, así que opté por irme a
dormir. Trataría de arreglar las cosas al día siguiente
Desperté, miré alrededor y me encontré con una habitación vacía. Todo
estaba en silencio y a pesar de la pereza que sentía, me levanté a
regañadientes. Me lavé los dientes y me vestí con ropa deportiva, dispuesto a
correr al menos dos kilómetros. Tenía una semana entera sin ejercítame y me
sentía fuera de forma.
Al salir de mi cuarto noté que el sitio estaba en completa calma. Me
asomé a la habitación de huéspedes y Anna ya no estaba. En su lugar vi una
nota...
"Lamento mi actitud de anoche. Sé lo estresado que has estado en los
últimos días. Con nuestra discusión, no tuve la oportunidad de decirte que
debía regresar a Francia por cuestiones de trabajo. Mi avión a París sale a
las ocho, tal vez cuando despiertes ya me habré ido. Volveré en un par de
semanas. Miles de éxitos esta noche en el estreno. Te amo”.
Anna se fue y por muy ruin que suene, debo confesar que sentí un ligero
alivio. Me auto-cuestioné ante ese sentimiento tan canalla
¿Cómo era posible que me sintiera bien, sabiendo que la mujer con la
que iba a casarme, se iba muy lejos sin previo aviso, perdiéndose uno de los
días más importantes de mi vida?
Me dio igual, no hubo malestar en mí.
«Al menos Shirley estará allí, de eso estoy seguro».
El pensamiento surgió sin poder evitarlo y me sentí muy incómodo por
pensar de esa manera.
¿En qué momento Anna dejó de ser mi prioridad?
Me tomé un café cargado y salí de prisa. Necesitaba despejarme, sudar
y subir mis niveles de serotonina para sentirme animado y lleno de energía,
pues lo necesitaría. Iba a ser un día muy largo.
Mi día transcurrió entre constantes visitas a la academia y mi agencia.
Mi publicista me ayudó a finiquitar todo; llamar a la prensa y hablar con los
críticos de teatro para que confirmaran su asistencia.
Yo entraba y salía del teatro, trayendo y llevando cosas.
Lo supervisé todo.
A última hora, tres de los focos laterales izquierdos no encendían y los
encargados de iluminación se vieron en la necesidad de cambiar la instalación
eléctrica.
Faltaban ya pocas horas para el momento del estreno y aunque todo
marchaba bien en apariencia, sabía que algo se estaba escapando de mis
manos.
Mi móvil sonó. Era un número desconocido.
—¿Diga?
—¡Xander! ¿Cuánto tiempo? ¿Cómo estás? — esa voz era
inconfundible. Era mi amigo Eddie, con quien comencé en la actuación hace
casi quince años, en el teatro. Me alegré mucho al escucharlo.
—¡Ed! ¡Qué alegría oírte! —dije sin poder ocultar mi exaltación.
—Me enteré que tu obra se estrena hoy. ¡Wow! ¿Quién lo diría?
Director y productor de teatro. ¡Asombroso! No sabes lo orgulloso que estoy
de ti.
—¿Cuándo regresas a la ciudad, para enviarte algunos pases? —
indagué.
—Estoy en Londres —dijo él.
—¿Cómo? Pensé que estabas en Los Angeles, grabando tu nueva
película.
—Vine por un par de días a reunirme con algunos productores de BBC.
Tengo una oferta para estelarizar una mini serie acá.
—¿Puedes asistir esta noche? Te envío los pases de inmediato…
—Claro que puedo ir.
—¿Dónde te estás hospedando?¿Cuántos pases te envío? —le pregunté.
Me sentí muy feliz porque mi amigo y colega asistiría al estreno de la primera
obra que dirigiría.
—Que sea uno solo. Victoria se quedó en Nueva York —Vicky era la
novia de Eddie.
Ed me indicó la dirección de su hotel y le solicité a mi asistente que
enviara el pase correspondiente.
A medida que pasaban las horas y el elenco iba llegando uno por uno,
me sentía cada vez más nervioso. Todos corrían de un lado al otro.
Maquillaje, vestuario, prueba de sonido, prueba de iluminación… todo
marchaba como lo esperado. ¡Perfecto!
En medio de tanto revuelo se me olvidó pensar en Shirley. Miré mi reloj
y vi que faltaban veinte minutos para que comenzara la primera función de
"El Murciélago". Busqué en cada rincón, con la esperanza de encontrarla y
nada. Ella aún no llegaba.
Al ver que los minutos transcurrían y no había señales de ella, el pánico
se apoderó de mí.
Tomé mi móvil y marqué su número repetidas veces, pero lo máximo
que obtuve fue que su hermosa voz pregrabada me mandara al buzón de
llamadas. Me aterré al pensar que no llegaría, que tuvo miedo de un proyecto
de tal envergadura y decidió no presentarse.
Muchas cosas pasaron por mi cabeza y comencé a sudar frío. Seguí
insistiendo con el móvil, pero nada, así que decidí dejar de pensar tanto y
relajarme. Dar un repaso a cada uno de los detalles por finiquitar, me ayudó
un poco.
Faltando cinco minutos para abrir el telón, la vi. Estaba sentada en su
cubículo, frente al espejo, mientras Bill y Rose arreglaban su cabello y
maquillaje. Sentí que el alma me volvía al cuerpo y por fin, por primera vez
en todo el día pude respirar tranquilo.
Me acerqué a ella.
—Allí estás. Pensé que no llegarías. Estaba aterrado —dije con total
alivio.
Ella se giró hacia mí.
—¡Claro que estoy acá! ¿Por qué pensaste semejante cosa? —fue su
despreocupada respuesta.
—Te llamé varias veces y no contestaste —le enseñé mi móvil. Ella se
inclinó, tomó su bolso y sacó el suyo. Miró la pantalla y se encogió de
hombros, con notable vergüenza.
—Lo tengo en silencio.
—Lo importante es que estás aquí. Prepárate. Comenzamos en breve —
le indiqué y me marché a comprobar todo de nuevo. Quería que todo saliera
perfecto.
—¡Todos a sus puestos! —grité, sintiendo una punzada en mi estómago.
Todos comenzaron a correr de un lado a otro y les indiqué que debían
organizarse por orden de aparición.
El acostumbrado refrán del teatro se oyó. Mucha mierda, mucha
mierda, dijeron todos. Shirley me miró confundida y no pude contener la risa.
—Significa, buena suerte —le dije.
La música comenzó a sonar, indicativo de que iba a comenzar la puesta
en escena. Uno a uno fue entrando al escenario.
En el momento en que le correspondía entrar a Shirley, me acerqué y
tomé su mano. Sentir su tacto hizo que mi corazón se acelerara.
—Rómpete una pierna —susurré con ternura y le guiñé el ojo.
Su sonrisa antes de salir a escena, la guardaría en mi memoria para
siempre. Ella salió e hizo gala de su belleza, luciendo altiva, imponente y
segura de sí misma. Pude ver de nuevo esa chispa que impactó a Redman.
Shirley era poseedora de una magia única. Trasmitía tantas emociones juntas.
Era sublime y regia a la vez, con todos los matices bien definidos. Su
facilidad de interpretación era fantástica. Habló, lloró, cantó, gritó y rió de
manera magistral y me dio la impresión de estar viendo a alguien que tenía
toda una vida haciendo teatro.
En definitiva, la mujer frente a mí, nació para eso.
Desde ese día me declaré su ferviente admirador.
El performance culminó y los aplausos hicieron retumbar el recinto. Mi
pecho se infló de orgullo y me sentí muy bien de saber que todo salió como
lo planeé
Miré hacia el público y allí estaba Eddie, aplaudiendo con euforia.
Me sentí muy sorprendido al percatarme de la presencia de dos excelsas
damas entre el público. Mi hermana Elyse y mi madre asistieron sin
avisarme, dándome la sorpresa, pues cuando les envié las invitaciones
respondieron que estaban en Escocia, en la finca del abuelo y que no podrían
viajar porque mi hermanita menor tenía que asistir a un congreso en la ciudad
y mi madre la acompañaría.
Vi a mi madre, sonriendo y pude leer un te amo proveniente de sus
labios. Seguí mirando y vi muchas más caras conocidas, hasta el mismísimo
director de LAMDA estaba allí, aplaudiendo. Al posar mi mirada en él, hizo
un gesto aprobatorio con su cabeza.
El placer del deber cumplido no cupo en mi pecho.
Me acerqué a Shirley y en sus ojos pude percibir un brillo mágico.
Tomé su mano y levanté su brazo en gesto de victoria, presentándola como la
estrella de la noche frente a toda la audiencia. Luego abracé a cada uno de los
integrantes del elenco. Nos tomamos de las manos e hicimos la acostumbrada
reverencia al público, para luego retirarnos.
Era oficial. Pasé de ser un reconocido actor de películas taquilleras a ser
un aclamado productor de teatro.
Bajé del escenario y una vez detrás de bambalinas, la algarabía se
desbordó. Hoffman descorchó una botella de champán y nos roció a todos
con el líquido burbujeante.
Entre risas y aplausos festejábamos nuestro éxito.
Me giré en busca de la única mujer que deseaba abrazar y con la cual
deseaba compartir mi alegría, verla a los ojos y decirle... ¡Gracias!
Agradecerle por hacer un trabajo tan magistral y dejarme degustar el dulce
sabor del triunfo.
Mi mirada se paseó por todo el lugar hasta que por fin logré divisarla a
unos cuantos metros. Ella estaba inclinada guardando algunas cosas en su
bolso.
—Todos estuvieron muy bien. Sabía que no me equivocaba. ¡Son
grandiosos! —dije con total emoción mientras caminaba entre la multitud
para llegar hasta Shirley.
Mi corazón se aceleró al descifrar cuál era su intención. Estaba
apresurada por marcharse, así que aceleré mi paso para evitar que se fuera.
—¿A dónde vas? ¿No pensarás irte así nada más? —la sorprendí
tratando de escapar y ella se detuvo en el acto.
—No me siento bien. Tengo que irme —dijo, tratando de no mirarme a
los ojos. Volví a percibir ese extraño comportamiento que manifestó la noche
anterior.
—¡No! ¡Espera! —me acerqué más a ella—. Tenemos pensado ir un
rato a mi casa, tomarnos unas copas, comer algo… platicar —traté de sonar
lo más convincente posible para que ella no se negara a acompañarnos.
—No creo que sea buena idea. De verdad, no me siento bien —
respondió, haciendo un esfuerzo por salir de allí, pero volví a interferir en su
camino.
—Deja que te lleve a tu apartamento. Es la misma vía que tomo camino
al mio —me ofrecí a llevarla porque deseaba estar a solas con ella, al menos
por unos cuantos minutos. Quería saber de una buena vez qué le ocurría—.
Insisto.
—No, Xander. No te molestes. Me iré con Anette. Ella está afuera,
esperándome —la miré con una sonrisa burlona, pues sabía que era una
excusa tonta.
—¿Te refieres a esa Anette? —señalé a su amiga, quien se encontraba
tomándose fotos con Eddie.
Shirley se encogió de hombros.
—De verdad, Xander. No te preocupes por mí. Estaré bien. Tomaré un
taxi —dijo y de nuevo noté su urgencia de irse.
—No. Nada de eso. Yo te llevo —busqué la llave de mi auto en el
bolsillo de mi pantalón—. ¿Vamos? —le pregunté agitando las llaves frente a
ella. Me giré hacia los demás—. Chicos, me adelantaré. Llevaré a Shirley a
su departamento y luego iré a mi casa. Espérenme allá —les indiqué para
luego girarme hacia Shirley mostrándole mi mejor sonrisa.
Caminamos uno al lado del otro. A pesar de que percibí que estaba
cansada, se veía hermosa.
De repente, sentí un par de destellos y supe enseguida que se trataban
de paparazzi que nos fotografiaban desde algún lugar. Sujeté a Shirley del
brazo y aceleré el paso hasta llegar a mi auto. Abrí la puerta para que Shirley
entrara y de inmediato me subí. Puse el motor en marcha y traté de alejarme a
toda prisa de allí.
—¡Ufff! Eso estuvo cerca —traté de sonar lo más divertido posible.
Logré que ella riera.
—Sí, muy cerca. ¿Todo el tiempo es así? Eso fue como estar en el ojo
de un huracán —respondió ella con espontaneidad y yo reí a carcajadas. La
miré a los ojos, pero ella apartó la mirada de la mía.
Conduje hacia su departamento, tratando de ser lo más informal y
divertido posible, mientras hacía chistes malos y formulaba preguntas tontas
al azar. Intentaba mantener la conversación en un tono ameno para poder
sacarle algo de información acerca de su actitud durante los últimos días.
Necesitaba saber si yo tenía que ver con sus repentinos cambios de humor, si
tal vez había algo que yo hacía sin querer y que no era de su agrado. Sin
embargo, ella fue esquiva con sus respuestas. Durante todo el rato
permaneció distante, como si tratara de ocultar o disimular algo. Estaba
seguro que la Shirley que estaba sentada a mi lado, deseaba decirme algo a
gritos, pero no se atrevía y yo no podía más con la zozobra de querer saberlo.
No pude sacarle información alguna y eso me hizo sentir muy frustrado.
Llegamos a su departamento, el que yo conocía muy bien, ya que en
anteriores oportunidades pasamos tardes enteras charlando de literatura y
repasando los diálogos de la obra.
Bajé del mi auto y le abrí la puerta para que bajara, quise mostrar mi
lado más galante. Extendí mi mano hacia ella.
—¡Con cuidado! —usé mi voz seductora y le guiñé un ojo.
—Muchas gracias, amable caballero —correspondió a mi gesto con esa
coquetería típica de ella. Me encantó ver de nuevo a la Shirley que me
cautivaba con su sonrisa.
—Descansa. Hoy estuviste asombrosa —comenté y ella me premió con
una hermosa sonrisa.
En ese momento me provocó saltar sobre ella y devorar su boca a punta
de besos. Sin embargo, lo único que pude hacer fue besar su mejilla. Sentir su
piel en mis labios hizo que se me acelerara el pulso.
Ella se alejó despacio, mientras yo caía en cuenta de que esa invitación
a entrar, la que sin querer esperaba, no llegó.
Permanecí de pie allí, hasta que ella entró a su departamento.
«No sé qué tienes Shirley Sandoval, pero me incitas a pecar».
Al borde de la locura
Al llegar a mi residencia, pude ver unos cuantos coches estacionados frente a
mi domicilio, entre los cuales pude reconocer la lujosa Range Rover
Evoque color verde olivo de Eddie, quien se aproximaba con un trago de
whisky en la mano.
—¡Por fin llegas! ¿Dónde rayos te metes el teléfono? —inquirió Ed en
tono divertido.
—¿Por qué? ¿Qué sucede?
—Te fuiste sin siquiera despedirte de tu madre y tu hermana.
¡Joder! Me llevé las manos a la cabeza.
—Me olvidé por completo de ellas —confesé.
—Todos nos dimos cuenta. Estabas muy concentrado en llevar a esa
muchacha a su casa —el comentario de Eddie fue malicioso—. Espero que
hayas logrado pasar de segunda base, al menos.
—¿Qué? No es lo que estás pensando —argumenté.
—Para haber dejado tirada a tu propia madre, debe gustarte mucho esa
mujer —mi amigo continuó con sus comentarios de mal gusto.
—Deja de decir esas cosas —me exasperé. Tomé mi móvil y marqué el
número de mi madre para pedirle disculpas por irme de esa manera.
—Ni te molestes en llamarla. Se fue muy molesta del teatro. Me dijo
que mañana estará esperándote en casa para hablar —Eddie entrecerró los
ojos y me apuntó con su dedo índice—. Eso no se le hace a una madre. ¿Qué
clase de hijo eres?
—Ya cállate.
Eddie se partió de risa al verme tan irritado. Mi amigo poseía un sentido
del humor muy raro.
—En fin, ¿Qué vamos a hacer? Estábamos a punto de irnos a otro lado,
a seguir con la fiesta.
—Te dije que vendría y ya estoy aquí.
—¿Cómo es que se llama tu nueva víctima? —indagó él, pinchándome
un costado con su dedo.
—¿Quién? —Di un respingón y lo fulminé con la mirada—. Deja de
hacer eso —él se detuvo—.Se llama Shirley y no es mi nueva víctima ni
mucho menos.
—¡Ah! Se llama Shirley. ¿Y qué pasó con Anna? —preguntó Eddie.
—Shirley es una colega —sonreí.
—¿Colega? ¡Sí, claro! —dijo sin dejar de mirarme de soslayo.
Llegamos a la puerta y los invité a todos a pasar.
Una vez dentro de mi morada, la velada transcurrió entre tragos, chistes,
música y bocadillos que Eddie me ayudó a preparar.
—Entonces, Shirley es una coleguita —Eddie estaba muy interesado en
el tema.
—¿Vas a seguir con lo mismo? No somos nada —le respondí a mi
terco amigo.
—Me vas a disculpar, pero la manera en que esa mujer te miraba y
como tú la devorabas con los ojos, no es de coleguitas. Y te vuelvo a recordar
que te olvidaste de tu madre y tu hermana, ¿por una colega? Ese cuento no
me lo trago —sentenció.
—¿De qué hablas? Yo la miraba… normal —traté de defenderme—. Lo
de mi mamá… —traté de decir algo razonable, pero no tuve excusa.
—Te conozco Xander. Sé cuándo una mujer te atrae.
—Bien. Sí. Me atrae, pero ya, hasta allí. No hay nada más —argumenté.
—¿Quién no ha cedido? ¿Tú o ella? —inquirió Ed.
—Ella —dije sin pensar.
—¡Caramba! A Granderson se la están poniendo difícil. ¡Esto es
insólito! —mi amigo rió a carcajadas.
Por más que insistí, Eddie no se tragó el cuento de que lo mío con
Shirley era platónico. Para él, era increíble que yo me sintiera atraído por una
mujer y que nunca hubiese intentado algo más allá.
¿Cómo podía explicarle a mi amigo que cada vez que estaba cerca de
ella, me sentía estúpido? ¿Cómo le decía que al verla, mi corazón se
aceleraba y yo comenzaba a sudar frío? ¿Cómo le explicaba que ella me hacía
tartamudear? Preferí dejar pasar el tema y seguir disfrutando de la velada.
Eddie propuso que todos los presentes jugáramos a algo parecido a
“verdad o reto”, pero en nuestro caso se trataba de retos que Eddie iba
asignando a cada uno de los presentes. Las primeras víctimas fueron Bill y
Rose, quienes tuvieron que bailar una Polka14. Reímos un montón ante tal
escena. Luego uno a uno fue superando las hilarantes pruebas de Ed. Por un
momento, lamenté haber aceptado la loca idea de Eddie, pues él solía
transformase en un adolescente de dieciséis años de edad cuando bebía.
En el momento que llegó mi turno, Eddie decidió ponerse creativo. Me
retó a robarle un beso a una de las damas presentes y aunque me negué
repetidas veces, pues me pareció algo muy infantil, él insistió en que solo era
un juego y que debía cumplir porque los demás cumplieron con sus pruebas
sin chistar. Miré alrededor y vi que todas las mujeres presentes estaban
acompañadas por sus respectivas parejas y cuando iba a comentarlo, Ed se
me adelantó:
—Ella está sola —señaló a Anette y ella abrió tantos sus ojos, que temí
que se le salieran de las cuencas—. No tienes excusa. ¡A por ella, campeón!
—agregó Eddie con ese particular humor que lo caracterizaba.
—Ni se te ocurra —espetó Anette
—¡Oh vamos! No sean aguafiestas. Es solo un besito —incitaron los
demás.
Algo se removió dentro de mí ante la idea de besar a la mejor amiga de
Shirley y sin haber hecho nada, ya me sentía mal. La insistencia de Ed
comenzó a perturbarme y decidí hacerlo.
Me acerqué a Anette. Todos estábamos muy tomados y nos
comportábamos como idiotas.
—No se quedaran quietos hasta que lo hagamos. Lo sabes, ¿verdad? —
Ella asintió con total vergüenza—. Salgamos de esto. Será uno corto. Te lo
prometo —extendí mi mano hacia ella.
—Bien. Que sea rápido —lanzó una mirada obstinada a Ed, quien reía
como un niño a punto de hacer una gran travesura.
Me aproximé a ella y tomé su rostro entre mis manos, mientras los
silbidos y las risas se oyeron en el lugar. Ella cerró con fuerza sus ojos, era
como si estuviese a punto de besar a su hermano. Noté su incomodidad, así
que me precipité. Quería terminar con eso. Le di un corto beso de unos
escasos tres segundos.
Al abrir mis ojos, mi mente me jugó una broma de muy mal gusto.
Frente a mi estaba la mujer que me robaba el aliento.
Shirley me miró con esos ojos hermosos y esa radiante sonrisa. Sin
poder evitarlo capturé sus labios entre los míos. La besé con pasión
desenfrenada y con la intención de explorar cada rincón de esa boca con mi
lengua…
Un fuerte empujón en mi pecho me hizo reaccionar.
—Pero… ¿Qué diablos sucede contigo? —dijo Anette con la
respiración entrecortada, para luego tomar su bolso y salir casi corriendo.
Silencio absoluto.
Todos me miraron como si yo fuera un depravado sexual.
—¿Qué coño fue eso? —preguntó Eddie quien me miró horrorizado—.
Era solo juntar las bocas y separarse.
—Creo que… —yo estaba en shock—. La fiesta concluyó —balbuceé
—. Lo siento, pero no me siento bien —dije y me retiré hacia mi habitación.
¿Qué carajos fue eso?
¿Besé a Anette pensando en Shirley?
¿Qué diablos estaba sucediéndome?
Me sentí al borde de la locura.
***
***
***
***
***
***
***
Canté sin miedo ni vergüenza, canté con pasión, sintiendo cada una de esas
palabras, pues la canción describía a la perfección todo lo que ella me hacía
sentir.
Sentir su piel despertó algo en mí, algo que creía muerto. Junto a ella el
tiempo se detuvo.
***
***
Abrí mis ojos y me percaté de que el sol entraba por la ventana. Miré el reloj
en mi mesita de noche. Eran casi las ocho de la mañana.
Sonreí al darme cuenta que un hermoso cuerpo de mujer dormía a mi
lado y mi sonrisa se amplió cuando comprobé que no fue un sueño. Sí. Era
Shirley.
La miré y me embebí de su belleza. Sus ojitos cerrados y su respiración
calmada me arrullaron. Quise tenerla así por siempre. Besé su frente y me
acomodé de nuevo a su lado.
Ella se despertó.
Que hermosa visión me brindaba el amanecer, sus ojitos entrecerrados
me miraron con ternura y de sus labios irradió una radiante sonrisa. Entrelazó
sus piernas con las mías. Su mano acarició mi rostro y mi mano traviesa
recorrió su espalda y su cintura. La delicadeza de su piel logró encenderme al
instante.
Ella me besó con apasionada ternura.
No hicieron falta las palabras, nuestras miradas lo dijeron todo.
Teníamos ganas de más.
Sentí su rodilla, rozando mi miembro y sus ojos pícaros me invitaron a
amarla otra vez. Se mordió el labio y de un movimiento raudo se colocó
sobre mí. Era su turno de hacerme el amor.
Ella se empaló conmigo y esa exquisita sensación que experimenté la
noche anterior, cuando entré por primera vez en ella, recorrió mi cuerpo de
pies a cabeza, una vez más. Me cabalgó sin clemencia y me limité a verla.
Sus pechos saltarines me deleitaron. Los tomé entre mis manos cuando
estuve al borde del clímax. Ella se inclinó hacia delante, dejando caer su
cuerpo sobre el mío. Atrapé uno de sus pezones entre mi boca y embestí con
fuerza, haciéndola gemir.
En el momento que sentí que llegaría a la cima, la tumbé de lado y subí
su pierna levemente. La penetré desde atrás, con fuerza y rapidez. Ella se
estremeció y sus gemidos se elevaron. Me sumergí en su cuello mientras mis
manos se aferraban a sus senos.
Ambos jadeamos y llegamos al nirvana al unísono. Entre espasmos nos
quedamos dormidos otra vez.
Encuentros inesperados
Desperté con ella entre mis brazos y noté que el sol entraba con más
intensidad por la ventana. Me escabullí de la cama, procurando no
despertarla. Me dirigí al baño para lavarme la cara.
Eran las once de la mañana con veintitrés minutos y recordé que en la
tarde tenía una entrevista para Empire Magazine. Sin embargo, decidí
tomármelo con calma.
Fui a la cocina con la intención de preparar algo de comer y en ese
momento, una loca idea llegó a mi mente. Quise impresionar a Shirley con mi
talento culinario.
Sin perder tiempo, encendí mi portátil y la puse en el mesón de la
cocina. Busqué en internet algunas recetas de platos típicos venezolanos.
Me encontré con algo llamado Reina Pepiada y consistía en una arepa
rellena de pollo con una mezcla de vegetales y… ¿Aguacate?
«¿Qué diablos es eso?», pensé.
Al ver la imagen del “aguacate”, descubrí que se trataba de la famosa
persea americana con la que se prepara el guacamole en México, platillo que
tuve la oportunidad de probar en uno de mis tantos viajes por el mundo.
La cuestión era que no tenía aguacate y el único mercado donde podría
encontrarlo estaba a veinte minutos en coche.
Me decidí por el plan b.
«Que sea solo la arepa rellena con otra cosa».
Miré la pantalla de mi portátil y leí que dicho platillo se elaboraba con
una mezcla de maíz en polvo. ¿Pero qué coño? ¿Dónde se supone que
conseguiría maíz en polvo?
Resoplé al darme cuenta que tendría que recurrir a lo único que había en
mi nevera. Un par de tostadas francesas y un poco de tocino, nunca caían mal
a nadie.
Tomé mi delantal azul con mi nombre bordado en él, el cual me
obsequió mi madre en la última Navidad y me dispuse a preparar un poco de
zumo de naranja.
Encendí la radio de la cocina y preparé el desayuno al ritmo de All
About That Bass, de Meghan Trainor. Esa canción siempre me ponía de muy
buen humor. No pude evitar reír por la letra y recordar el cuerpo de Shirley
entre mis brazos. Todas esas curvas bien definidas, sus caderas
proporcionadas y sus grandes pechos entre mis manos…
Espabilé cuando percibí el olor a quemado y corrí hacia el tostador para
sacar las tostadas. Si pensar en Shirley cuando aún no teníamos nada nublaba
mi sentido, pensar en ella sabiendo como lucía cada centímetro de su ser, en
definitivo me lanzaba directo a la locura.
—Buen día —su voz saludó desde la puerta de la cocina.
Me giré para encontrarme con su bello rostro.
—Buen día, preciosa —me acerqué a ella. Le di un beso en la frente y
la invité a tomar asiento.
Sonreí al ver que llevaba mi camisa puesta.
Tomé dos platos y serví el desayuno.
—Pan tostado, huevos revueltos, tocino y un rico zumo de naranja. Un
desayuno americano para mi princesa americana —dije y coloqué un plato
frente a ella—. Me habría encantado sorprenderte con una… —me gire hacia
mi portátil— ¿arepa? —dije dubitativo. No estaba seguro si sería la
pronunciación correcta.
Shirley se partió de risa.
—¿De verdad preparaste todo esto para mí? —logró hablar entre risas.
Estaba muy asombrada—. ¿Dónde escondiste la empleada de servicio? —
bromeó.
Fue mi turno de reír a carcajadas.
—Sí. Hice todo esto para ti. ¿Te gusta?
—¡Me encanta! —Dio una probada a su plato—. Mmm. Está delicioso.
La bordeé con mis brazos y le di un beso en los labios. Quería que ese
instante durara para siempre, pues no tenía idea de cuándo podría volver a
repetirse.
—¿Dormiste bien? —susurré la pregunta sobre sus labios.
Ella asintió y cerró los ojos para recibir otro beso. Sus dulces labios se
acoplaron a los míos y nuestros alientos se aceleraron. Tuve que hacer acopio
de todas mis fuerzas para no hacerla mía allí mismo.
—Xander. De verdad, no…
Ella rompió con el beso de repente e intentó hablar, pero no la dejé.
—Shhh. No arruines el momento diciendo algo que ya sé, pero que no
quiero escuchar. Disfrutemos el momento, por favor —le pedí y la volví a
besar.
—Xander, yo…
De nuevo trató de hablar, pero esa vez sí logró zafarse de mi abrazo. Echó la
cabeza hacia atrás, obligándome a retroceder.
—No. Basta. No lo digas. Yo lo sé —di un paso hacia atrás—. Lo
tengo claro. Sé muy bien cuál es la situación —me incliné para besarla y ella
se dejó—. Que este sea nuestro secreto —le susurré al oído—, por ahora —le
aclaré—. No estoy dispuesto a ser tu secreto para siempre —finalicé y me
alejé de ella, dispuesto a tomar mi desayuno.
Sin querer y sin planearlo, se lo dije. Le dejé claro que no aceptaría ser
su amante, aunque era algo que ni yo mismo creía. Llegué tan lejos con ella,
que a esas alturas, no me importaba cuales fueran las reglas del juego. Una
cosa era evidente y era que yo estaba en desventaja. No podía exigir mucho.
¿O tal vez sí? Lo cierto era que no me importaba nada, con tal de tenerla
junto a mí.
Comimos en total silencio y durante todo el desayuno, solo nuestras
miradas hablaron.
—En unas horas tengo una entrevista, puedes quedarte acá o venir
conmigo —hice el comentario mientras retiraba los platos.
—¡Oh no! Tengo cosas por hacer. Además Anette debe estar muy
preocupada. No le dije que me iba a quedar por fuera —ella se levantó de
golpe de su silla.
—¡Llámala! Dile que estás bien —le comenté extendiendo mi móvil
hacia ella.
—¿Desde tu teléfono? No eres muy bueno con la discreción. ¿Verdad?
—alegó ella.
Discreción.
La palabra retumbó en mi cabeza.
No sé si fue su intención, pero a mi parecer me dejó claro que eso era
yo. Una indiscreción en su vida. Algo de lo cual le daría vergüenza hablar
hasta con su mejor amiga.
De nuevo me lo recordó. Yo era el otro, así de simple y yo lo acepté
desde el primer momento. De lo contrario no habríamos llegado tan lejos. Me
sentí frustrado al comprender que ella no sería del todo mía, mientras siguiera
casada con otro. Sentí unos celos terribles.
Ella tenía su esposo y yo era un simple… suplente.
Sacudí mi cabeza con fuerza para sacarme esos pensamientos y me
obligué a disfrutar el momento al máximo.
Fuimos al cuarto y ella comenzó a recoger nuestra ropa del suelo. Yo
me dispuse a alistar la ropa que me iba a poner para la entrevista, pero no
lograba decidirme por la corbata adecuada. Escogí dos entre el montón que
tenía, una azul de rombos que me obsequió mi hermana la navidad pasada y
una roja escarlata que me compró Anna en nuestro último viaje a Milán.
—¿Ésta o ésta? —le pregunté a Shirley mientras le mostraba ambas
corbatas.
—La roja —contestó ella sin pensar mucho.
—¿Vienes? —le pregunté mientras me encaminaba hacia el baño.
—¿A dónde? —ella frunció el ceño.
—¿Conmigo, a la ducha? —me mordí el labio y la miré con lujuria.
Ella se sonrojó un poco e imitó mi gesto.
—Será un placer, míster Granderson.
De nuevo, nuestra ropa cayó al suelo y los besos apasionados no se
hicieron esperar. Nuestros cuerpos estaban hambrientos y no importaba las
veces que hiciéramos el amor, siempre tendríamos ganas el uno del otro.
El agua cayó sobre nosotros y nuestras bocas se aferraron la una a la
otra, a la vez que nuestras manos exploraban nuestros cuerpos. Shirley me
sorprendió al ponerse de rodillas frente a mí. Tomó mi miembro y se lo llevó
a la boca.
¡Por Dios! ¿Quién iba a creer que detrás de una carita de ángel se
escondía una pequeña diablilla? Me entregué de lleno a esa sensación divina
de sentir su lengua recorriendo mi pene. Lo masajeó y lo succionó con
astucia y tuve que hacer un gran esfuerzo por no correrme en su boca.
Ella se puso de pie frente a mí, tomó el jabón y comenzó a frotarlo
sobre mi piel. Sus manos delicadas recorrieron mi espalda, mi nuca, mi
cuello, mi pecho… mi ingle hasta llegar a mi hinchada entrepiernas… Dejé
escapar un gruñido al sentir el roce de sus pechos húmedos contra mi espalda.
Le di la vuelta y le quité el jabón de las manos.
—Mi turno —susurré y ella sonrió.
Recorrí su cuerpo con mis manos y jugueteé entre sus colinas. Mis dos
manos traviesas se pasearon sobre sus pezones.
Mi mano derecha bajó en busca de esa zona exquisita que deseaba
degustar una vez más, mientras mi mano izquierda se aferraba a su seno
izquierdo.
Ella se inclinó un poco y con su mano guió la mía hasta su entrada.
Introduje mis dedos allí y ella dejó escapar un gemido que me hizo perder la
cordura por completo.
Sin previo aviso, la penetré.
Shirley se arqueó hacia atrás para encajarse mejor en mi protuberancia y
comenzó a mecerse de arriba hacia abajo. Yo la rodeé con mi brazo para
tener mejor precisión en mis embistes. Tenerla así, gimiendo de placer por mí
e implorando por más, me encantó.
Una vez más la colmé de mí.
Aunque anheláramos estar allí todo el día, debíamos volver a la realidad
y retomar nuestras vidas.
Salimos de la ducha y nos apresuramos en vestirnos.
Mientras Shirley me ayudaba con el nudo de la corbata, yo la fastidiaba
desabotonando su blusa, luego de que ella ya la hubiese abotonado. Así lo
hice en tres ocasiones.
A la cuarta…
—¡Basta! ¿No dejarás que termine de vestirme? —ella fingió enfado.
Yo me encogí de hombros.
—No. Desnuda te ves mejor.
—Pues para tu pesar, debo vestirme. No puedo salir a la calle sin ropa.
—Pues que bueno, sino tendría que partirle la cara a quien osara mirarte
—dije a modo de chiste, aunque en el fondo no era una broma. Sería capaz de
patearle el trasero a cualquiera que se atreviera siquiera a tocarla.
«¿Si? ¿Y cuándo piensas partirle la cara a su esposo?». La estúpida voz
de mi conciencia apareció para fastidiarme el momento.
¡Maldita sea! No podía tapar el sol con un dedo.
Me mantuve en silencio unos pocos segundos, admirando su rostro, sus
brillantes ojos y esa sonrisa que me tenía bobo. Eso fue suficiente para
olvidar que tenía que compartirla con otro hombre.
La llevé hasta su casa y durante el camino permanecimos en total
silencio, entre miradas cómplices y sonrisas tímidas. Parecíamos un par de
niños traviesos, apenados por sus fechorías.
Llegamos a su departamento y la despedí con un corto beso en los
labios. La vi alejarse y de nuevo que volví a sentir vacío.
***
***
***
***
Los días pasaron a toda velocidad. Día tras días nos dedicamos a amarnos de
todas las maneras posibles.
No tardaron los encabezados de revistas amarillistas tildando nuestra
relación como algo de mera conveniencia, pues para algunos, era
inconcebible que me relacionara con una mujer casi diez años menor que yo
y que apenas estaba dándose a conocer como actriz. Otros se atrevieron a
decir que Shirley solo me usaba para escalar posiciones dentro de la industria
del cine. Toda una falsedad.
Por orden de mi publicista, me distancié de los medios, pues el acoso
era extremo, a tal punto que los paparazzi dormían en las puertas de mi
residencia con la convicción de obtener una foto de Granderson y su pareja.
Fue tormentoso encender la televisión y ver el montón de programas
faranduleros, donde el tema central era mi nueva relación. Fue muy frustrante
ser perseguido día y noche por personas que lo único que querían era una
exclusiva.
—Por favor, Xander —Aaron vino a mí una tarde mientras
conversábamos de las nuevas pautas que me enviaron desde los
estudios Alkar—. Debes dejar de comportarte como un chiquillo.
Yo sonreí, poniendo cara de imbécil a la vez que miraba la pantalla de
mi móvil y le respondía un mensaje de texto a mi novia.
»¡Joder! Mírame cuando te hablo. Merezco un poco de respeto, al
menos —bramó él y me sentí descortés, pues tenía razón. Dejé mi móvil a un
lado para prestarle atención—. Mira esto.
Deslizó unas revistas frente a mí.
»Estas imágenes le están dando la vuelta al mundo —puntualizó y
señaló con su dedo la portada de la revista.
Una imagen de Shirley y yo, besándonos con pasión a la salida del
Radio Bar, sitio que se convirtió en uno de nuestros favoritos.
Reí, pues el asunto me pareció divertido.
»No Xander. No es gracioso. Es tu imagen la que está en juego. Los
productores no toman en serio a los que dan ese tipo de espectáculos —Aaron
estaba molesto.
—¿Tipo de espectáculos? ¡Por Dios, Aaron! No hacemos nada malo.
Nos amamos. Somos como una pareja común y corriente de Londres—dije,
sin poder evitar sonar muy relajado.
—¡Xander! Le estás agarrando el trasero. ¡En público!
Se llevó las manos a la cabeza.
«¡Caramba! ¿De verdad?», pensé. Tomé la revista para observarla con
detenimiento. Abrí mis ojos y me partí de risa al recordar que ese día las
cosas se subieron de tono. El efecto de las tres botellas de vino que nos
tomamos, después de la deliciosa cena, nos ayudó a desinhibirnos un poco.
Miré de nuevo a Aaron, quien me miraba con el ceño fruncido.
—No volverá a ocurrir. Lo prometo.
Los días continuaron su curso y fue gratificante para mí, ver que Aaron
y Shirley se llevaban muy bien. En varias oportunidades, él me comentó que
buscaban a una chica con las cualidades de ella para desempeñar un papel en
alguna serie televisiva o película independiente, pero Shirley se negó, pues no
se sentía preparada para algo como eso. Deseaba dedicarse por unos años
solo al teatro y así, ganar experiencia.
Faltando una semana para que mis vacaciones culminaran, fuimos
invitados a una gala en beneficio a una organización que se encargaba de
erradicar el abuso sexual contra niños y como era de esperar, fuimos
abordados por mi grupo de estilistas. Shirley se decidió por un vestido azul
de corte sencillo, cabello suelto que caía en bucles y zapatillas a juego. Yo
por mi parte, me incliné por desempolvar mi traje azul de tres piezas, el cual
no usaba desde el último festival de Cannes.
La velada fue maravillosa. Mi hermana también asistió, junto a su
prometido. Ella se mostró amable con Shirley y muy emocionada por su
nueva cuñada. Elyse no dejó de comentar que estaba muy feliz de verme tan
radiante y de hacerle cumplidos a mi compañera, quien más de una vez se
sonrojó por las palabras de mi hermana. Mi cuñado Jack resultó ser una
persona muy divertida, era un digno caballero de llevarse tan preciado premio
para la familia Granderson.
Estuvimos charlando de todo un poco, siendo la boda de mi hermana el
tema principal. Se llevaría a cabo en Irlanda, en una pequeña villa
perteneciente a los Bluston, la familia de Jack, con fecha para dentro de tres
meses. Ese día tenía pensado pedirle a Shirley que fuera mi esposa, si no se lo
pedía antes.
El día de marcharme a América llegó. La promoción de mi película más
reciente dio inicio, además de que en un par de semanas comenzaría la
filmación de la tercera entrega de Remembranzas de Harvinder.
Shirley estaba en la recta final de su tercer año en LAMDA y se
encontraba muy ocupada entre evaluaciones. Sin embargo, viajaba cada vez
que podía hacerlo, para vernos.
Nunca olvidaré el maravilloso fin de semana que pasamos en Canadá.
Ella me acompañó al estreno de mi película en Ontario, donde la prensa
aprovechó para tomarnos fotos e inventar rumores de un posible embarazo.
Fui muy feliz cuando Shirley me contó que Matías firmó los papeles del
divorcio y que en un par de días sería una mujer libre, lo que me dio una idea.
No había impedimento para pedirle que fuera mi esposa. No obstante, debía
esperar el momento oportuno, y por supuesto, comprar un anillo, digno de
una mujer tan hermosa como ella.
A mediados de octubre, me encontraba alojado en el Hyatt Regency de
Beverly Hills, arreglando parte de mis cosas en el armario de la habitación,
pues estaría casi dos meses allí.
Aunque tenía mi propio tráiler disponible en el set de Alkar Pictures,
yo deseaba privacidad, pues mi novia llegaría a la ciudad muy pronto, a pasar
sus vacaciones conmigo.
—¿Y ya pensaste como se lo vas a proponer? —preguntó mi hermano
del alma, Danny, mientras almorzábamos.
—No tengo ni idea. Las veces que le pedí matrimonio a una mujer, las
cosas terminaron muy mal —le dije.
—Creo que es tu maldición por ser “tan sexy” —dibujó las comillas en
el aire—. Lo dice People y los millones de fans que tienes —rió a carcajadas
—. O tal vez es que no naciste para ser único y exclusivo de una sola mujer.
—¡Claro! Lo dice el hombre que está casado y con tres hijos.
Al final del día terminábamos riéndonos de nuestros disparates
amorosos. Él amaba a su esposa, Lara. Verlo tan feliz con ella y sus hijos, me
hizo sentir un poco de envidia. Yo deseaba vivir eso y ya me sentía preparado
para hacerlo.
—No lo sé. Tengo miedo —resoplé con algo de frustración—.Ella está
comenzando con su carrera. ¿Y si no quiere casarse otra vez?
—Le estás dando muchas vueltas, Xander. Si de verdad la amas,
pídeselo y ya. Si no te arriesgas no ganas nada.
—Shirley es… tan especial y no quiero arruinarlo.
—Pues no lo arruines. Mírame a mí —con sus dos manos se golpeó el
pecho—. Casado, con tres hijos hermosos y una carrera exitosa.
Las palabras de Danny me tranquilizaron.
»¿Y a qué hora llegará? —inquirió, dándole un sorbo a su bebida.
Miré mi reloj. Marcaba las dos y trece de la tarde.
—Debe estar por llegar. Dylan salió a recogerla al aeropuerto hace un
par de minutos, pero no sé si decida irse al hotel a descansar o venga para
acá.
—Es un viaje largo —comentó Danny.
Shirley llegaba ese día y se quedaría conmigo por tres semanas. La
extrañaba mucho, pero sabía que en EEUU nada podía pasar desapercibido, si
en Londres el acoso era intenso, en California seria el triple. Mi pobre novia
iba a conocer la verdadera cara de la fama y lo que significaba ser la pareja de
alguien como yo.
—Hora de volver al plató —dijo Danny y se puso de pie—. Debemos
prepararnos. Nos toca grabar la secuencia seis.
—Sí, sí, si —asentí y me puse de pie también.
Regresé a mi camerino para ponerme mi vestuario y que mi estilista
retocara mi cabello y maquillaje. Mi traje estaba compuesto por un pantalón
de cuero, botas negras del mismo material y una túnica roja de cuero sintético
con detalles metálicos plateados. Mi cabello largo y negro, caía a ambos
lados de mi rostro, haciéndome lucir más delgado. Una prolija barba de seis
días, aportó un poco de dureza a mis rasgos.
La puerta sonó y mi corazón se aceleró.
—Adelante —dije, mientras me aseguraba de lucir como un hechicero
malvado. Mi estilista acababa de irse.
La puerta se abrió y la figura de Shirley se reflejó en el espejo. ¡Dios!
La alegría de verla fue inmensa. Me giré y fui a su encuentro. La abracé con
fuerza, inhalando el delicioso aroma de su cabellera.
Ella me miró perpleja y no pude evitar reír ante su comportamiento. Era
como si no me reconociera.
—Sí. Soy yo, mi amor. Solo es un poco de cuero y unas extensiones de
cabello —le dije.
—Te ves fabuloso —comentó ella.
—Y tú te ves hermosa.
Tomé su rostro entre mis manos y le di un beso en los labios.
El sonido de la puerta nos interrumpió.
»Adelante —dije con frustración.
—¡Hey Xander! Nos llaman en el set. Comenzaremos a grabar la
secuencia de la pelea en unos minutos —dijo Danny desde la puerta.
Shirley se giró de golpe.
»¡Oh! Tienes compañía —murmuró mi rubio compañero a modo de
disculpas.
—No pasa nada. Tranquilo. Es Shirley, mi novia. Te dije que llegaba
hoy.
—¡Cierto! —Danny se acercó a Shirley y la abrazó—. Es un placer
conocerte, cuñada.
—Bien. Vamos —apresuré nuestra retirada. Danny soltó a Shirley—.
¡Hey Danny! ¿Lara está en tu camerino?
—Sí. ¿Por qué?
—No quiero que te quedes sola, cielo. ¿Te gustaría ir al camerino de
Danny, mientras terminamos de grabar? —le pregunté a Shirley.
Ella asintió con la cabeza.
Sin perder tiempo, nos dirigimos al camerino de Danny, donde me
despedí de mi novia, dándole un besito en los labios.
—Ya te entiendo, hermano —dijo Danny cuando nos alejamos de su
camerino. Lo miré con el ceño fruncido—. Es preciosa —me guiñó un ojo—.
No me extraña para nada que estés loquito por ella.
—Loco es poco. De verdad no sé cómo definir lo que siento por ella. Es
como si…
En mi cabeza traté de buscar una palabra acorde a mis sentimientos,
pero no la encontré.
—Estás enamorado. No tienes por qué buscar explicaciones —detuvo
su paso y yo hice lo mismo—. Ven acá —me abrazó—. Me alegra mucho
verte así.
—Gracias Danny, para mí es muy importante tu opinión, eres como mi
hermano.
—¿Cómo tu hermano? ¡Soy tu hermano de otra madre!
Ambos reímos al unísono.
Llegamos al set de grabaciones y de inmediato fuimos abordados por
algunos asistentes de vestuario que removieron el brillo de nuestras caras y
arreglaron nuestros vestuarios.
Unos cuantos gritos provenientes desde lo más alto del estudio, nos
indicó que debíamos ocupar nuestras posiciones, marcadas con pequeñas x
sobre el suelo. Los especialistas de escena se acercaron y nos sujetaron al
arnés.
Al cabo de algunas horas de escuchar al director gritando: acción, corte,
sigan rodando, de nuevo y se queda, concluimos con una de las escenas de
pelea más significativas de la película. Danny estaba sudado y con el cuerpo
lleno de magulladuras, hechas con maquillaje. Yo terminé con gran parte de
mi rostro cubierto de cortes falsos y el cabello enredado.
Quedamos hechos polvo.
—¿Danny?
Él se giró hacia mí. Íbamos camino a su camerino cuando una idea loca
se me vino a la cabeza.
»Tengo una idea de cómo pedirle matrimonio a Shirley.
—¿Ah sí? ¿Cómo?
Aproveché el gran interés de Danny para contarle mi plan, y aunque era
un tanto disparatado, era romántico al cien por ciento.
—Cuando ella llegue a Londres, me pondré en contacto con el agente
de los Backstreet Boys. Sé que Shirley los ama. La sorprenderé en la
academia. Ellos cantarán uno de sus éxitos más románticos y yo saldré de la
nada, con anillo en mano, me arrodillaré frente a todos y le pediré que sea mi
esposa. ¿Qué te parece?
—Es una idea súper cursi, pero bonita. Es original y romántica, pero no
sé. No creo que el director te dé permiso para viajar. Anda muy estresado con
eso de que la grabación se retrasó un par de semanas. Sabes cómo es él.
Además el contrato…
—Sé muy bien cuáles son las cláusulas del contrato —lo interrumpí al
notar que estábamos frente a la puerta de su camerino—, pero será un fin de
semana, nada más.
Danny abrió la puerta.
—Sabes muy bien que no se puede —él sonó como típico hermano
mayor.
—Se puede hacer una excepción —dije y Danny sonrió al ver que yo
podía llegar a ser muy testarudo.
Shirley y Lara nos miraron como si fuésemos un par de bichos raros y
supe que era debido al montón de magulladuras falsas que teníamos en el
cuerpo.
Me acerqué a mi amada y tomé su rostro entre mis manos. Sus bellos
ojos se clavaron en los míos, logrando que todo cansancio se esfumara de mi
cuerpo. La besé con ternura.
—¿Me extrañaste? —le pregunté a la vez que le daba otro beso.
—Mucho, mi amor —contestó ella con un leve suspiro que me llegó a
lo más profundo del alma.
—Yo también, pulguita —otro beso más.
El carraspeo repentino de Danny, nos recordó que no estábamos solos.
Él comentó que tenía mucha hambre y Lara contestó que luego de
cambiarnos iríamos todos a comer algo.
Sin perder tiempo, tomé a mi novia de la mano y nos encaminamos
hacia mi camerino. Era hora de deshacerme de ese estorboso, traje de cuero y
metal. Sin embargo, al cruzar la puerta de mi camerino, fue otra cosa la que
se me ocurrió. Fue como si el espíritu de Aldous Kenrrang se incorporara
dentro de mi cuerpo.
La sujeté con fuerza de la mano y la atraje hacia mí. Sujeté su rostro
entre mis manos y la besé con pasión, lujuria y deseo.
¡Dios! Quería entrar en ella y perderme en su cuerpo.
De un movimiento raudo la pegué contra la pared Mis manos
recorrieron su silueta con desesperación. Me restregué con descaro contra su
cuerpo y tomé sus senos entre mis manos. Sentí que mi pene se puso duro en
el acto. Di suaves mordiscos a sus labios y la fui llevando al límite de su
cordura. Ella gimió y vibró entre mis brazos, mientras yo me restregaba
contra ella.
Me sentía muy excitado y decidí llevar a cabo una fantasía reprimida.
—Tú —evoqué el tono de voz agresivo de un guerrero persa y la miré
con voraz deseo—. Conocerás mi ira —dejé a Xander Granderson amarrado
a un lado de la habitación y dejé que fuese Aldous Kenrrang, el temible
hechicero de Harvinder, quien me guiara.
Tuve esa fantasía otras veces, pero nunca tuve el valor para llevarla a
cabo. Ver a Shirley y desearla tanto me hizo llegar al límite soportable de mi
lujuria. No lograba entender por qué ella me prendía tanto. Con solo mirarme
me hacía desearla con desespero.
Ella rio con timidez y estuve a punto de perder mi papel.
—¿Te ríes de mí? —de un halón eché su cabeza para atrás y su
respiración acelerada golpeó mi rostro.
La fulminé con mi mirada lasciva. Ella intentó acercarse a mi boca, pero
frené su impulso. Negué con la cabeza y chasqueé la lengua, indicándole que
debía tener paciencia. Lo mejor estaba por llegar.
»De rodillas —le ordené.
Ella me miró con confusión y luego de algunos segundos obedeció. Me
incliné y tomé un par de cadenas de utilería y me agaché para encadenar sus
manos. De un halón la levanté del suelo y la guié hacia un pequeño sofá. No
tenía ni idea de que hacer a continuación, así que improvisé.
—Arrodíllate, aquí —le indiqué para que se situara a un lado del
mueble. Ella se carcajeó y supe que se le dificultaba seguirme el juego. No
obstante, yo estaba decidido a llevar a cabo todo mi plan—. He dicho que te
arrodilles —demandé con algo de rudeza.
Ella me miró y pude ver algo de temor en sus ojos, pero al cabo de un
rato, accedió a hacer lo que le pedía.
Sujeté la cadena alrededor de una de las patas de madera del sillón y me
erguí de nuevo.
»Mírame —le espeté a Shirley, quien yacía de rodillas, mirando las
cadenas que rodeaban sus muñecas.
Con un movimiento raudo, me quité la túnica y bajé la cremallera de mi
pantalón, liberando mi erecto miembro de su opresión. Ella levantó su mirada
hacia mí y vi que sus ojos se llenaban de sorpresa al encontrarse con mi pene
a escasos centímetros de su rostro. Ella hizo un movimiento brusco y cayó de
lado sobre el suelo.
«¡Mierda!». Me incliné a toda prisa para ayudarla a incorporarse.
—¿Estás bien, amor? —salí de mi papel.
Lo último que quería era que Shirley saliera lastimada por culpa de una
loca fantasía mía.
—Sí, bebé. Estoy bien. No te preocupes —contestó.
Me incorporé de nuevo, sujetando mi erección entre mis manos. Aclaré
mi garganta y de nuevo volví a mi papel.
—Hoy serás mi esclava. Harás todo lo que te diga.
Quise que me diera un poco de placer con su boca, pero recordé algo.
«¡Joder!». Caí en cuenta de que no cerré la puerta con seguro al entrar, así
que me encaminé hacia ella para hacerlo.
Me acerqué de nuevo a Shirley y la liberé de las falsas cadenas.
Mi hombría se levantó con orgullo y la tomé entre mis manos. Masajeé
un poco para aliviar un poco la presión. Posé mis ojos sobre Shirley y
lamiéndome los labios…
—Es todo tuyo. Vamos pequeña, no seas tímida —le dije.
Ella se acercó a gatas y sin pensarlo dos veces, lo tomó entre sus manos
y le dio cobijo con sus labios.
Era la gloria en la tierra.
Ella lamió la punta y luego bordeó la coronilla con sus labios, dando
suaves mordiscos, para luego recorrerlo con su lengua, desde la punta hasta la
raíz, metiéndolo y succionándolo por completo en su boca, friccionándolo
con la lengua y sus labios.
¡Qué sensación tan exquisita!
Mis dedos se perdieron entre su cabello, mientras dejaba caer mi cabeza
hacia atrás, entregándome al placer que me regalaba su boca.
Mis caderas se movieron hacia delante y hacia atrás a la vez que mis
manos sujetaron la parte trasera de su cabeza. Yo me hundí y salí de ella, a un
ritmo constante. Aparté los mechones de cabello que estorbaron mi
visibilidad.
Solté su cabeza y ella continuó devorándome.
Ella intentó ponerse de pie, pero no se lo permití. La detuve en el
intento. Deseaba su boca allí. La deseaba así, de rodillas frente a mí. Me
sentía poderoso y muy pervertido.
—Quítate la ropa —jadeé.
—¿Así, señor? —me sorprendí al ver que ella desabrochaba su blusa de
una forma muy seductora.
—Perfecto —dije entre dientes.
La sujeté con fuerza del cabello, obligándola a echar la cabeza hacia
atrás y mirarme a los ojos.
Mi boca anhelaba la suya.
Poco a poco la fui llevando hasta el sofá, donde caímos con violencia,
sin abandonar el beso salvaje en el cual nuestras lenguas se entrelazaron. Ella
masajeó mi dura erección y la pasión se acrecentó…
TOC TOC TOC.
El sonido de la puerta nos hizo dar un brinco..
—Maldita sea —dije entre dientes.
—¿Chicos? ¿Ya están listos? —La voz de Danny me sacó de quicio.
¡Joder! Se me olvidó que iríamos a cenar todos juntos.
—Vayan ustedes —dije, volviendo a mi tono de voz habitual.
Esperé unos segundos pertinentes para que Danny se alejara lo
suficiente de la puerta.
»¿En que estábamos, pequeña? —el hechicero malvado volvió,
indicándome que la acción debía continuar.
Besos salvajes y caricias anhelantes vinieron a continuación.
Mis manos recorrieron su cuerpo con desespero y ardí en deseo. Ella
gimió de placer.
Mis dedos exploraron su zona húmeda, la que me invitaba a invadirla.
Con lentitud me desplacé hacia ese lugar tan divino, donde mi lengua se pudo
colmar de su esencia femenina.
La arrastré hasta la cima y cuando vi que estaba a punto de estallar, me
detuve. Así lo hice un par de veces más.
No me di cuenta en qué momento llegamos a mi peinadora. Yo estaba
muy ocupado, jugueteando con mis dedos en su entrada palpitante y húmeda.
Entré en ella sin ninguna contemplación, llenándola de mí. Aumenté el
ritmo de mis embestidas cuando una corriente me recorrió de la cabeza a los
pies. Mis caderas se movieron en un vaivén acompasado y calmado. Ella se
estremeció y gimió entre mis brazos.
Tapé su boca con mi mano, no porque sus gemidos fueran fuertes, sino
por puro morbo de sentirla dominada. Algo dentro de mí me lo demandaba.
Me pedía ser rudo y no lograba saber qué era.
Entré y salí. La velocidad aumentó, pero no me importó mi placer propio,
sino el de ella.
Un orgasmo la golpeó con rudeza y sentí como se contrajeron sus
paredes vaginales sobre ni grueso miembro, palpitando y arropando mi duro
pene. Seguí penetrándola.
Otro orgasmo la hizo estremecer y retorcerse entre mis brazos. La sujeté
con más fuerza… y la seguí embistiendo con fuerza.
—Me detendré cuando pidas clemencia —dije, sintiendo como mi
corazón amenazaba con salirse de mi pecho.
—No tengas clemencia, mi señor. Castígame. Fui mala —dijo entre
gemidos, bajo la opresión de mi mano que cubría su boca.
Ella quería más y le daría más.
Con fuerza y violencia arremetí contra ella, sin contemplación alguna.
Entré y salí una y otra, fuerte y rápido. Sentí que el nirvana estaba cerca, pero
hice acopio de todas mis fuerzas para no correrme todavía.
—Pídelo ¡Vamos! —quería oírla pidiendo piedad, quería oírla suplicar.
Ella estaba quebrada en pedazos entre mis brazos, retorciéndose entre
espasmos de placer.
—Clemencia señor, clemencia —lo dijo por fin.
Sus palabras fueron música para mis oídos y sin poder aguantarlo más,
me corrí.
Misterios
La alarma del despertador sonó a las cinco en punto y sin perder tiempo, salí
de la cama, procurando no despertar a Shirley. Me duché y como era mi
costumbre durante las últimas semanas, salí a correr un par de minutos para
luego dirigirme a los estudios de Alkar Pictures. Ese día nos correspondía
grabar escenas con la pantalla verde, así que no hizo falta tanto esmero con el
vestuario.
A las ocho de la mañana comenzamos a rodar las secuencias pautadas
para el día.
A la hora del almuerzo me encontré con Aaron para charlar acerca de
las pautas del contrato para una nueva película. En definitiva, me encontraba
atrapado en Los Ángeles por los próximos dos meses.
Repasé una y otra vez las cláusulas del mismo.
Nada.
Muy a mi pesar, la loca idea de regresar a Londres por un fin de semana
para pedirle matrimonio a Shirley, debía esperar.
Por lo menos unos meses más.
—Deja de mortificarte —dijo Danny de repente, al notar que no probé
bocado durante el almuerzo—. Ya llegará el momento. Relájate.
—Estoy impaciente, Danny. ¿Tener que esperar tanto tiempo para
pedirle que sea mi esposa?
—¿Por qué no se lo pides acá? Podríamos ir a un lindo lugar. Es más, le
puedo decir a Lara que te ayude a escoger el anillo, con eso de que se
hicieron amigas ayer, ella podría darte un buen punto de vista.
—No lo sé, eso de llevarla a un restaurante, hincarme y pedírselo frente
a un montón de personas… ¿No crees que es algo cliché?
—Es lo mismo que tienes pensado hacer en Londres, con la diferencia
que tienes pensado usar a los Backstreet Boys.
—Los ángeles no es una ciudad muy romántica que se diga. ¿No
crees? —comenté.
—Entonces espera que terminemos de grabar y llévatela a Paris, hincas
tu rodilla en la cima de la torre Eiffel mientras deslizas una Jadeíta21 por su
dedo a la vez que el cuarteto de cuerdas del Titanic te hacen el fondo musical.
Levanté mi ceja izquierda y le lancé una mirada de odio a Danny. Ya
me parecía extraño que mi querido amigo no hubiese salido con una de sus
ocurrencias burlonas. Reí sin ganas ante su mal chiste y decidí cambiar de
tema, ya tenía bastante con no poder viajar a Londres como para aguantar los
chistes de Danny.
—Contigo no se puede —me levanté de golpe y mi mal humor hizo
acto de presencia.
Al caer la tarde, Shirley fue al estudio. Verla sujetando la mano de una
de las mellizas de Danny, mientras paseaban por los pasillos, me llenó de
ternura y no pude evitar pensar en el pequeño ser que perdimos. Desde ese
día, en el que supe que ella estuvo esperando un hijo mío, contemplé día y
noche esa maravillosa visión. Mi alma pedía a gritos por unos ojos inocentes,
unas manitas juguetonas y una voz angelical que me dijera papá.
Fueron las semanas más preciosas de mi vida, junto a la mujer que
amaba y haciendo lo que más me gustaba, actuar.
Tenía un trabajo de ensueño, una novia preciosa, una familia amorosa y
amigos increíbles. ¿Qué más podía pedir?
Mis fans comenzaron a aceptar mi relación. Aaron me mantuvo
informado acerca de lo que acontecía en las redes sociales y por lo visto, todo
el revuelo por tener una relación nueva dejó de ser tendencia. Podíamos
caminar tranquilos por las calles de California, agarrados de manos, sin ser
perseguidos por un montón de paparazzi.
Los días transcurrieron entre el estudio, salidas de noche y noches de
amor, desenfreno y pasión en nuestra habitación de hotel.
En los días que no me correspondía rodaje, nos íbamos a la playa a
disfrutar del sol y la arena. Otros días íbamos al hermoso departamento que
rentó Danny.
—De verdad es una gran mujer.
Comentó Danny mientras terminábamos de tomarnos una copa de un
vino Lewis Cabernet Sauvignon, reserva 2006 del Valle de Napa que Shirley
obsequió a los Maxwell.
Yo miré a mi amada a través del gran ventanal. Danny y yo
charlábamos en el balcón, mientras mi novia ayudaba a Lara a servir la cena.
—Sí. Lo es —respondí sin quitar mis ojos de aquel hermoso ángel.
—Cuando me lo contaste por primera vez, no lo quise creer. Pensé que
sería algo pasajero, como lo de Bárbara o lo de Dannessa —Danny habló y
yo lo escuché atento—. Con Anna llegué a pensar que era la indicada, pero
ya vez que no —me pasó el brazo sobre los hombros—. Pensé que nunca
superarías a Adeline, hasta que la vi a ella —con su mirada señaló a Shirley
—. La forma en que la miras y el hombre que eres cuando estás con ella. Un
hombre feliz —sonrió y volvió a mirarme—. Salta a la vista que la amas
demasiado.
Después de mi madre y mis hermanas, Danny era la siguiente persona
que mejor me conocía. Él sabía todo lo que tuve que superar tras la ruptura
con Adeline y lo mucho que sufrí. Incluso, en ese instante que él la
nombraba, me sorprendí al darme cuenta que mi corazón ya no se aceleraba
al escuchar su nombre. Shirley me curó el corazón por completo y no había
lugar para las dudas. Ella era la mujer con la que quería pasar el resto de mi
vida.
A medida que los días pasaban, la nostalgia se apoderaba más de mí. Ya
se acercaba el día en el que mi mujer tendría que regresar a Londres y serian
casi tres meses sin vernos.
—¡Hey Xander! Necesito que veas esto —me indicó Aaron una tarde
mientras descansaba en el camerino. Shirley estaba de paseo con Lara y los
niños.
—¿Qué es? —inquirí al notar el manuscrito que tenía mi publicista en
las manos.
—Es el libreto del capítulo piloto de una serie de ciencia ficción y
quieren que seas el protagonista —me entregó el guión—. Bharat Shong será
el encargado del proyecto y me llamó en persona para pedirme que seas tú
quien la estelarice.
Me alegré mucho al saber que uno de los cineastas más importantes de
Asia estaba interesado en mí. Eché un vistazo entre las hojas, leí la sinopsis y
me atrapó. La historia se trataba de un mundo utópico donde solo vivían
súper humanos que fueron parte de un experimento post-apocalíptico. El rol
que me ofrecían era el de un científico que de cierto modo lideraba el
proyecto, pero que con el tiempo descubría que él era parte de dicho
experimento. Me pareció un excelente argumento.
—¿No consideraron a nadie más para el papel? —pregunté.
Aaron se encogió de hombros.
—Bharat me aseguró que en la primera persona que pensó fue en ti y
que está impactado por tu versatilidad.
—¿Dónde se grabará?
—En Inglaterra. Es un proyecto de la BBC. El rodaje comenzará en
primavera. Así que tendrás tiempo de finiquitar algunas cosas antes de
empezar —comentó, levantando las cejas en gesto cómplice, pues él sabía
cuáles eran mis planes al regresar a Londres—. Por cierto, debo decirte que la
productora ejecutiva es… —sonrió con algo de vergüenza— Roxanne.
—¿Roxanne? ¿La misma Roxanne que pienso? —dije.
Aaron asintió con cierto recelo.
—Vamos que si no quieres, le digo a…
—No vale. Está bien. Recuerda que yo no mezclo mi vida sentimental
con el trabajo. Ella y yo solo somos amigos —le aclaré.
—Yo lo sé, Xander, pero ¿y Shirley?
—¿Qué pasa con ella?
—¿No crees que se incomode al saber que trabajarás con Roxanne?
—Es posible, pero no debería. Tendría que incomodarse por cada mujer
que trabaje conmigo y eso es absurdo. Shirley sabe que Roxanne no me
interesa —Aaron hizo un gesto de no estar muy convencido—. Acepto,
Aaron. Ya me encargaré de hablar con Shirley. Es mi carrera y debe aceptar
que a veces trabajaré con gente que no le agrade —finalicé y me retiré hacia
el set.
—Mañana en la tarde. Recuerda la entrevista para MTV —me recordó
él antes de salir del camerino.
¡Cierto! Se me olvidó que tenía que asistir a la dichosa entrevista, pues
estaba nominado como mejor villano en los MTV Movie Awards.
***
***
***
—No, Xander. Sabes muy bien que no puedes irte así por así —dijo Clint,
quien era el productor ejecutivo del filme en el que estaba trabajando, luego
de varios intentos por persuadirlo para que me permitiera viajar a Londres.
—Lo sé Clint, pero necesito verla y saber cómo está —insistí.
—Ella está bien, Xander. Me encargué de averiguar acerca de su estado.
Está siendo atendida por grandes profesionales de la salud. No tienes de qué
preocuparte.
—Por favor, Clint. Te lo imploro. Has una excepción. Será cuestión de
un fin de semana —imploré.
—No puedo Xander. Sabes que no está en mis manos. No puedo
decidirlo.
—Por favor. Nunca te he pedido nada. ¿Y si hubiese… —de solo
contemplar la idea hizo que se me erizara la piel—, pasado algo peor?
¿Tampoco me dejarían ir?
—Eso ya serian palabras mayores, pero no es el caso Xander.
—Habla con Paul, por favor —le rogué para que intercediera ante el
director del estudio.
—No es tan fácil, Xander. El equipo técnico, los actores, las
locaciones… ¡Todo! Está pautado para esta semana. Que te ausentes dos días,
atrasaría todo el trabajo. Aldous es el personaje principal de esta película. No
puedes irte. No hasta finalizar las secuencias pautadas para esta semana. Lo
siento.
Fue inútil.
Nada de lo que dijera lo haría cambiar de opinión.
Mi contrato lo estipulaba.
Había una clausula bastante específica al respecto, incluso yo lo repasé
con Aaron en la madrugada:
“El contratado deberá cumplir con lo establecido por el contratante.
Respetar las pautas estipuladas. Cumplir el trabajo en el tiempo
especificado. El incumplimiento de la misma, será motivo de demanda”.
«¡Maldita sea!», gritó la vocecita en mi cabeza. Estaba de manos atadas,
no podía moverme de Estados Unidos.
—Lo único que podría hacer es buscar la manera de que adelantemos el
trabajo y puedas viajar el próximo fin de semana. ¿Te parece?
Algo muy parecido a la paz me embargó.
¡Por dios!
Esas palabras me supieron a gloria.
—¿Qué si me parece bien? ¡Dios! Por supuesto —lo abracé con euforia
—. Gracias Clint, mil gracias.
Con la certeza de que viajaría en un par de días, me tranquilicé. Llamé a
Aaron para pedirle que arreglara todo lo correspondiente al viaje. Me
comunicó que habló con Shong, respecto a lo de la serie y que él deseaba
encontrarse conmigo pasado mañana al final de la tarde, pues viajaría al día
siguiente a Hong Kong.
Accedí a dicha reunión, pues mantener mi mente ocupada me ayudaría a
sobrellevar la ansiedad que sentía.
Pasaron dos días y mi depresión aumentó, no lograba comunicarme con
Anette y no sabía nada acerca de Shirley. Los ataques de ansiedad me tenían
al borde del colapso.
Llamé a mi hermana para que fuera al hospital y me informara de la
situación, pero ella se encontraba en Escocia con su prometido.
Hoffman fue el único con quien logré contactar y me escribía cada
cierto tiempo para decirme que el estado de Shirley era igual. Estaba estable,
pero inconsciente.
Estuve tentado a mandarlo todo al carajo y largarme a Inglaterra, pero
cuando no era Aaron, era Danny quienes me ayudaban a calmarme y pensar
las cosas con la cabeza fría.
Escena tras escena y los días transcurrían.
Mis ojeras eran notables y debían disimularlas con mucho maquillaje.
No lograba conciliar el sueño, solo pensaba en Shirley.
Chris se mostraba muy compasivo a cada momento y trataba de darme
ánimos con sus chistes.
La policía no tenía ningún dato sobre las perpetradoras del ataque y eso
me tenía también muy estresado. Saber que un grupo de locas, enfermas y
obsesionadas, andaban sueltas por allí me ponía los pelos de punta.
¡Dios!
Pensar en ellas me ponía peor.
El día de la reunión con Shong llegó. Llegamos a las ocho de la noche
al Red Lobster, donde nos esperaba el señor Shong junto a Roxanne, quien
me recibió con gran alegría. Aaron saludó al moreno y enseguida
comenzamos a charlar acerca del proyecto y para cuando estaría pautado dar
inicio a las grabaciones…
—Roxanne me ha hablado maravillas de ti, incluso yo he visto parte de
tu trabajo y me has dejado impactado. Todas las facetas que dominas. Eres un
actor muy completo —comentó el director de origen asiático
—Muchísimas gracias —le respondí con una sonrisa mientras Roxanne
deslizaba su mano sobre la mesa y daba un ligero apretón a mi mano.
Al levantar la mirada me guiñó el ojo.
—Xander lo hará excelente, de eso no tengas la menor duda —indicó
ella mirando a Shong sin soltar mi mano.
Aaron se dio cuenta de mi repentina incomodidad.
—Xander, recuerda que debes llamar a la agencia para lo de… —dijo
Aaron de repente.
Yo lo miré sin poder entender de qué hablaba.
»Lo de la nueva puesta en escena de…—chasqueó los dedos fingiendo
que trataba de recordar algo.
Capté lo que hacía.
Era una mentirilla para poder retirarme y tomar un poco de aire y
alejarme un poco de Roxanne.
—Cierto —me levanté de golpe—. Discúlpenme, debo ir a hacer una
llamada. Regreso enseguida —le di una palmada en el hombro a Aaron—.
Todos tuyos.
¡Madre santa!
Me sentía abrumado y no podía dejar de pensar en Shirley, en como
estaría, en lo mucho que la amaba y cuanto deseaba estar a su lado.
Tomé mi móvil e intenté comunicarme con Anette.
Nada.
La línea sonaba ocupada.
¡Maldición!
Tenía casi todo el día intentando comunicarme con ella sin tener éxito
alguno, así que decidí llamar al número de Shirley. Tampoco obtuve
respuesta, así que me decidí a enviarle una nota de voz.
En algún momento la oiría.
—Amor, te extraño demasiado. Me he enterado de lo sucedido y siento
mucha impotencia por no poder estar a tu lado. Estoy tratando de culminar
rápido aquí para viajar y estar contigo. Cuidarte y llenarte de besos. He
intentado comunicarme contigo o con Anette, pero por alguna extraña razón
no conecta la llamada y cuando por fin logro contactar, el tono da ocupado.
¡Dios! Desearía estar a tu lado. Lamento mucho lo que ha sucedido. Pensar
en que ha sido mi culpa, por precipitarme. No me lo perdonaría
»¡Dios! No he podido dormir. Solo pienso en ti, mi vida. No logro
concentrarme —no me di cuenta en qué momento comencé a llorar—. Te
juro que haré todo lo posible para encontrar a las culpables y que paguen por
su crimen, porque lo que te hicieron es monstruoso e inhumano. Nunca pensé
que llegaran a eso. Trataré de llamarte luego. Te amo.
Sentí un nudo en mi garganta
No tenía ánimos de seguir con la reunión, pero debía cumplir con mi
deber.
Tomé una gran bocanada de aire y decidí colocarme la máscara de
“estoy bien”. Ante el mundo, yo estaba bien, mientras por dentro, mis
demonios libraban una gran batalla.
***
***
***
***
—¿Qué? —Aaron quedó en shock—. ¿Me estás diciendo que fue Roxanne?
—yo asentí—. ¡Madre mía!
Esa misma tarde le pedí a Aaron que fuera a mi casa, pues necesitaba
hablar con alguien y desahogarme.
Él era el indicado.
Mi amigo, el que siempre me escuchaba y sabía que decir. Tan acertado
como siempre. Él era una de las pocas personas a las que no les temblaba el
pulso a la hora de decirme las cosas tal y como eran.
—¡Dios mío! Y yo la dejé ir. No le creí —girándome hacia mi amigo—.
La perdí, Aaron.
—No, no, no. Nada de eso. Mírame —levanté mi mirada y la clavé en
su rostro—. Si de verdad la amas, lucha por ella.
—¿Pero cómo? Tú mismo viste que está saliendo con este sujeto. Se ve
que ella ya lo superó y que es feliz. No quiero volver a entrar a su vida, para
hacerle daño.
—No estoy diciendo que le hagas daño.
—No lo sé, Aaron.
—Xander. Escúchame bien. Lo que había entre ustedes era genuino.
Cuando ella te miraba, desbordaba amor. ¿Y qué puedo decir de ti? Sé lo que
sientes con exactitud. Ese amor no creo que haya muerto de la noche a la
mañana.
—¿Qué estás queriendo decir? —indagué.
—Yo siendo tú, me arriesgaría.
—La llamé, le escribí. Le envié un libro hecho por mí, con una
recopilación de escritos y poemas, y aun así, devolvió el paquete sin siquiera
tomarse la molestia de abrirlo. Ella no quiere saber nada de mí.
—¡Juégate la última carta!
Me quedé pasmado, tratando de descifrar cual era el plan que
comenzaba a formarse en la cabecita de Aaron.
»Ve a buscarla —masculló él.
—¿Buscarla? Pero…
—Nada de peros. ¿La amas? —Asentí de nuevo—. ¿Entonces qué coño
estás esperando?
***
Aaron caminó de un lado para el otro, mientras hacía algunas llamadas. Yo
empaqué a toda prisa, decidido a ir a buscar a mi bello ángel de ojos
ambarinos.
Sin embargo, mientras metía algunas cosas en mi maleta, una idea
magnifica se vislumbró en mi cabeza. Mi hermana Elyse era la indicada para
ayudarme, así que tomé mi móvil y marqué su número.
—Hola, feo.
—Hola hermanita. Necesito tu ayuda.
—Soy toda oídos.
—A la hora de comprar un hermoso anillo de compromiso, ¿cuál es el
lugar correcto?
—¿Piensas proponértele matrimonio a Roxanne? No es por nada
hermanito, es tu vida, pero… ¿estás seguro?
No pude evitar reírme a carcajadas.
Hasta mi hermana era capaz de ver que Roxanne no era la indicada para
mí.
¡¿Cómo fui tan ciego?!
—No, Elyse. No pienso pedirle matrimonio a ella, sino a…
—¡Ay por Dios! Hasta que por fin te decidiste —sentí que tapaba la
bocina—. Mamá, Xander le pedirá matrimonio a Shirley —oí con claridad y
no pude evitar sonreír.
—¡Santo Dios bendito! Hasta que se decidió —contestó mi madre desde
lejos.
—¿Te veo en una hora en el Cabot Place? —Dijo Elyse.
—De acuerdo.
—Bien. Hasta lueguito —colgó.
Reí con entusiasmo al descubrir que tanto a mi madre como a mi
hermana les hacía gran ilusión verme junto a Shirley. Sin duda alguna, si
Shirley me perdonaba, contaría con una suegra y un par de cuñadas que la
adoraban.
Aaron continuaba caminando de un lado al otro cuando bajé con mi
maleta por las escaleras.
—Saldré un momento a hacer algo con Elyse —le dije.
—¿Hacer qué? Te conseguí un vuelo para hoy. Sale a las cuatro de la
tarde.
Miré mi reloj y vi que eran las diez de la mañana.
—Perfecto. Estaré aquí a las dos.
—¡Un momento Xander! ¿Podrías al menos decirme que rayos vas a
hacer?
—No puedo llegarle a Shirley con las manos vacías.
—¿En serio? ¿Un regalo? ¿Piensas que puedes arreglar todo con un
presente?
—No cualquier presente, Aaron. Un anillo.
Aaron abrió los ojos y luego una inmensa sonrisa se apoderó de su
rostro.
—Vete, vete. Anda. Ve y compra el mejor, el más lindo y ¡el más caro!
Vete.
Ya no había nada que me impidiera ir a buscarla y decirle lo mucho que
la amaba, pero…
¡Un momento!
No podía llegar así como si nada, debía ser una entrada triunfal. Algo
que al verlo, Shirley no pudiera decir que no. Algo súper romántico. ¿Pero
qué?
Mientras iba conduciendo hacia el lugar donde me encontraría con mi
hermana, se me ocurrieron varias ideas. Ninguna logró convencerme. Quería
hacer algo sin precedentes, una proposición de matrimonio única, pero todas
las ideas eran clichés.
Llegué al hermoso Centro Comercial y Elyse me esperaba sentada en
uno de los bancos frontales del lugar, al verme se precipitó a correr en mi
dirección, para darme un caluroso abrazo.
—¡Enhorabuena!
—¿Y bien? ¿A dónde tienes pensado llevarme?
—Al único lugar donde puedes conseguir un anillo a la altura de tu
futura esposa. Ven —ella me haló del brazo para adentrarnos en ese
maravilloso edificio.
Caminamos por los extensos pasillos hasta llegar a una tienda de joyas.
Al leer el nombre, caí en cuenta.
—¿Tiffany & Co.? ¿De verdad?
—Las joyas que fabrican aquí son únicas. Aquí fue donde Jack compró
mi anillo. ¡Vamos! —me apremió mi hermana para que entráramos.
Una bella chica de cabello castaño claro y de ojos verdes, salió a
recibirnos. Su rostro angelical, me hizo recordar a Laura y sus palabras se
reprodujeron en mi cabeza.
“¿La quieres? Búscala. ¿No quieres buscarla? Pasa la página. ¿No
quieres pasar la página? Entonces búscala. ¡Joder! ¿Es tan complicado? La
amas, pero no sabes si ella siente lo mismo. ¡Pregúnteselo! No le veo sentido
a tener que complicarlo todo ”.
Fue increíble para mí, darme cuenta que una chica de escasos
diecinueve años era más lista que yo y que tuve la respuesta frente a mis ojos
todo el tiempo. Eso era lo que iba a hacer. Buscarla y preguntarle si sentía lo
mismo que yo, decirle que siempre iba a estar allí, confesar que quería
despertar a su lado todo los días y amarla sin medidas, hasta el fin de mi vida.
—¡XANDER!
Elyse tiró de mi brazo con fuerza.
—Sí. Aquí estoy —respondí, sacudiendo mi cabeza.
—Bienvenidos a Tiffany. ¿En qué puedo ayudarlos? —la joven
dependienta sonrió.
—Buscamos un… —sin saber por qué, no pude finalizar la oración.
—Anillo de compromiso —completó mi hermana al ver que me quedé
en blanco—-. Queremos ver el catálogo.
—Bien. Por acá, por favor —la chica nos indicó que la siguiéramos.
»¿Cuál es su color favorito? —indagó Elyse.
—¿El de quién?—inquirí confundido.
—El de la Reina Isabel —mi hermana rodeó sus ojos—. El de Shirley,
tontito.
—Púrpura, violeta, morado… toda esa gama.
Le dije sin prestar atención a su sarcasmo, mientras mis ojos se
deleitaban con las hermosas joyas que nos rodeaban.
—Entonces, que sea una Amatista —Elyse se giró hacia la chica que
nos atendía—. ¿Tiene algo con Amatista?
—Están de suerte. Hace un par de días nos llegó un diseño exclusivo de
la nueva colección. Una hermosa amatista en forma de corazón. Oro blanco
de dieciocho quilates —lo sacó de la caja y nos lo enseñó—. El diseño es
bastante original. Como verán, el soporte de la piedra se asemeja…
—A un par de manos que protegen un corazón —completé, sintiéndome
extasiado por la belleza que veían mis ojos.
—¿Te gusta este hermano? —preguntó Elyse.
Yo asentí sin decir media palabra.
Estaba impactado de ver como alguien podía fabricar algo tan precioso.
Precioso como mi Shirley.
Elyse y yo estuvimos de acuerdo de que ese era el anillo perfecto para
pedirle a Shirley que fuera mi esposa. La joven guardó el anillo en una
delicada cajita de color aguamarina y nos dirigimos a pagar.
Cuando me preparaba para pagar, mi móvil sonó. Le indiqué a mi
hermana que continuara con la transacción, mientras yo atendía la llamada.
Era un número que no tenía registrado.
—Diga —contesté dubitativo.
—Buen día. ¿Hablo con el ciudadano, Xander Granderson? —una voz
masculina se oyó al otro lado de la línea.
—Sí. ¿Con quién hablo? —indagué.
—Habla el oficial LaFont. Lo llamo para notificarle que hemos
detenido a la autora intelectual del ataque que recibió la señorita Shirley
Sandoval. Estuve tratando de comunicarme con la víctima para que acuda a la
jefatura, pero no logré dar con ella. Aquí en el registro, aparece usted como
contacto de confianza. ¿Sería tan amable de venir? Necesitamos hacerle unas
cuantas preguntas.
Solté un suspiro, que lejos de ser de alivio, era de frustración.
—Estaré allí en... —miré el reloj en mi muñeca—, media hora.
—De acuerdo.
La llamada finalizó y Elyse se acercó a mí, agitando una pequeña
bolsita con el logo de Tiffany & Co.
—Listo, Romeo. Ahora solo falta que tu Julieta acceda a llevarlo puesto
—sonrió como niña pequeña—. ¿Qué sucede? —su semblante cambió al
notar mi molestia.
—Debo ir a la comisaría a contestar unas preguntas.
—¿Por qué? ¿Qué pasó?
—¿Recuerdas las chicas que atacaron a Shirley, las que se suponía que
eran fans mías? —mi hermana asintió—. Bueno. La autora intelectual se
entregó. ¡Ah! Se me olvidó comentarte eso.
Elyse me lanzó una mirada dubitativa.
—¿Qué cosa? —preguntó.
—Roxanne fue quien contrató a las chicas para que golpearan a Shirley.
Los ojos de Elyse se abrieron mucho y su quijada casi toca el suelo.
—¡Oh por Dios! Sabía que era malvada —sentenció mi hermana
sacudiendo la cabeza.
—Sí. Al parecer todo el mundo a mí alrededor intuía eso. Yo era el
único tarado que no lo veía—farfullé.
Me comuniqué con Aaron, para decirle que debía ir a la jefatura de
policía, mientras mi hermana y yo caminábamos hacia mi coche.
Él me comentó que logró contactar con mi club de fans en Venezuela,
cosa que ni imaginé que existiera en dicho país. Aaron se escuchaba exaltado
relatándome las ideas que tenía para que le propusiera matrimonio a Shirley y
hubo una en específico que me agradó bastante...
Era un excelente plan, en donde mis fans jugarían un papel
fundamental.
—Llamaré a Anette. Ella debe tener el número de alguno de sus padres.
Ellos deben ser nuestros cómplices si queremos que todo salga bien.
—Muy bien, Aaron. Encárgate de eso.
Cuando finalicé la llamada, me di cuenta que ya estábamos en la
jefatura de policía. Elyse condujo mientras yo hablaba por teléfono y
contactaba con Anette, Margaret, Redman y Hoffman a fin de que ellos se
reunieran conmigo en el centro policial, pues me pareció oportuno que
también rindieran sus declaraciones.
Gracias a Dios, todos estaban en la ciudad y dispuesto a presentar sus
testimonios con tal que se hiciera justicia.
Una vez, dentro de la estación de policía, pregunté por el oficial LaFont,
quien me recibió de inmediato, guiándome hacia una pequeña sala de
interrogatorios.
Con un ademán de su mano me indicó que me sentara. Unos cinco
minutos después un hombre alto, de cabello entre castaño y cenizo, de unos
cincuenta años de edad, entró y se sentó frente a mí.
Encendió un cigarrillo...
—¿Le molesta que fume?—preguntó con serenidad. Yo negué con la
cabeza—. Gracias por venir señor Granderson. Soy el detective Tyler y soy el
encargado de llevar el caso de la señorita Sandoval, que si mal no recuerdo
era su pareja sentimental —asentí, manteniendo mi mirada fija en la suya—.
Hace un par de horas se presentó una mujer diciendo que fue ella quien le
pagó a un grupo de mujeres para que agredieran a la señorita Sandoval. Lo
que nos sorprende es que esa mujer que asume la culpa de lo sucedido es su
pareja actual y…
—Disculpe que lo interrumpa detective, pero sé muy bien de qué va
esto —dije.
—¿Ah sí? Pues ilústreme...
—La señorita Sullivan y yo manteníamos una relación afectiva desde
hace casi dos meses, pero eso acabo esta mañana, en el mismo instante en
que me enteré de lo que ella hizo. Si usted está insinuando que yo tuve algo
que ver con...
—Yo no estoy insinuando nada, caballero. Solo deseo saber lo que sabe
usted.
—Bien. Seré muy directo, pues ya me estoy comenzando a cansar de
toda esta mierda —el detective arqueó las cejas, sorprendido—. Roxanne me
engañó. Durante el tiempo que estuvimos juntos no tenía idea de lo… —
apreté con fuerza mis puños y me mordí la lengua para no soltar ningún
improperio—. La escuché hablando por teléfono ésta mañana con alguien, no
sé con quién, pero lo cierto es que confesó haber sido ella quién le pagó a
esas mujeres para que golpearan a Shirley. No sé más nada.
—¿Tiene idea de por qué se entregó?
—Yo se lo pedí.
—¿Así? ¿Nada más?
—Creo que al final decidió ser inteligente. Creo que la condena es
menor cuando el malhechor se entrega. ¿O no?
—¿Sabe dónde está la señorita Sandoval? —cambió de tema.
—En Venezuela —contesté tajante.
—Necesitamos hablarle. Hace más de seis meses que no sabemos nada
de ella.
—¿Qué está insinuando?
—Nada, señor Granderson. Manténgase cerca. No salga del país, al
menos mientras están las averiguaciones abiertas.
Sin poder evitarlo, reí entre dientes ante la ironía de esas palabras.
¡Genial! Cuando por fin todo estaba claro y me preparaba para ir en
busca de mi amada, un recién aparecido me decía que no podía salir de
Inglaterra.
»¿Dije algo gracioso? —el detective se acercó a mí.
—¿Qué es lo que usted quiere? ¿Polémica? ¿Sensacionalismo? ¿Ganar
un poco de fama, involucrándome a mí en algo que no tengo nada que ver?
No soy un jodido "Michael Jackson" al que puede juzgar y exponer al
escarnio público solo para obtener suculentas sumas de dinero —poniéndome
de pie—. Hay un grupo de personas afuera con las pruebas suficientes para
que usted pueda proceder. No me necesita a mí y lo sabe. El caso está
resuelto. ¿Por qué quiere darle largas al asunto?
—Me limito a hacer mi trabajo.
—Y yo me limitaré entonces a hacer valer mis derechos. No estoy
detenido, así que puedo irme cuando quiera. Si desea involucrarme, hable con
mi abogado —caminé hacia la puerta, pero antes de salir—. La mujer que
tienen detenida me separó de la mujer que amo, a la cual tengo pensado ir a
buscar. Si usted me pide que no abandone el país, pues lamento decirle que lo
decepcionaré. Mi vuelo sale en un par de horas y ni usted ni nadie va a evitar
que suba a ese avión.
Salí de allí como alma que lleva el diablo. Me detuve para saludar a
Margaret y a Redman que esperaban a los demás.
Elyse me esperó en el Starbucks de la esquina para llevarme al
aeropuerto, dónde estaría esperándome Aaron con mi equipaje.
Tomé la bolsita con la cajita y el anillo, le di un beso en la mejilla a mi
hermanita y bajé del coche para entrar corriendo al Heathrow, a la vez que
escuchaba que mi vuelo comenzaba a abordar por el andén ocho.
Caminé lo más rápido que pude, evitando llamar la atención de la gente,
pero fue en vano.
Decena de personas se me acercaron con la intención de tomarse una
foto o pedirme un autógrafo.
Con amabilidad, me negué, diciendo que mi vuelo estaba a punto de
despegar.
Me sentí muy aliviado al percibir a Aaron a unos cuantos metros de
distancia de mí. Me esperaba con un par de maletas a cada lado. La suya y la
mía.
—¡Vaya! Veo que decidiste acompañarme —dije cuando me acerqué
por detrás de él.
Aaron dio un respingón.
—¡Santo Dios! Me diste un susto de muerte. Y sí. Ni loco me pierdo
esto. Vamos. Registremos el equipaje y larguémonos.
Sin necesidad de decir nada más, ambos nos encaminamos hacia
nuestro avión. Entre el registro de equipaje, verificación de boleto, pasar por
el detector de metales y atravesar la rampa hasta el avión, me devoré la uña
del dedo índice de mi mano izquierda. Estaba con los nervios de punta.
Una vez a bordo del avión pude respirar con alivio, aunque era
inevitable sentir el festival de mariposas revoloteando dentro de mi estómago.
—Si sigues así, lo primero que vas a necesitar cuando aterricemos será
un trasplante de mano. Cálmate —dijo Aaron, dándome un leve apretón en el
hombro derecho—. Hice reservación en un hotel cercano a la residencia de
Shirley. Hablé con la presidenta de tu club de fans allá —sonrió con notable
ilusión—. No creía que fuera el verdadero Aaron Wickerman quien le
hablaba por teléfono. Tuve que conectarme a Skype y hacer una video-
llamada para que me creyera. Casi se desmaya al verme y ni se diga cómo
reaccionó cuando le dije que tú irías también.
—¿Qué?—abrí mis ojos, espantado—. Se supone que será una sorpresa
para Shirley. Para cuando llegue la noche, el planeta entero sabrá que estoy
en Venezuela.
—Tranquilo. Lo tengo todo cubierto.
—¿Qué hiciste Aaron? —lo miré tratando de descifrar lo que me
ocultaba.
—Les hice prometer que no le dirán nada a los medios, además logré
organizarte la mejor proposición de matrimonio de la historia.
Aaron me contó todos los detalles del plan que ideó junto a las chicas de
mi club de fans. Logró contactar con los padres de Shirley, gracias a que
Anette le facilitó el número del señor Antonio, el padre de Shirley. Ambos,
tanto la madre como el padre de Shirley serían nuestros cómplices.
—Gracias Aaron. Te mereces un aumento de sueldo.
—Dilo de una buena vez —se aclaró la garganta y trató de imitar mi
voz—. Eres el mejor del mundo, Aaron. No sería nada sin ti —trató de imitar
mi voz.
Ambos reímos al unísono.
***
Romance Conteporáneo/Erótica
Dulce Tragedia
Romance Contemporáneo
New Adult
Romance Deportivo
Antologías
Cita a Ciegas
Encrucijada
Romance General
Suspenso Romántico
Romance Contemporáneo
Próximamente
Romance Contemporáneo
Terror/Suspenso Romántico/Paranormal
Suspenso Romántico/Ciencia Ficción
1 Xanderfobia: Juego de palabras con el nombre del protagonista masculino y la palabra fobia, que
significa miedo. Es decir, miedo a Xander.
2 Aldous Kenrrang: personaje antagónico ficticio perteneciente a una saga literaria (Remembranzas de
Harvinder) en proceso de la autora.
3 Harvinder: Reino ficticio perteneciente a una saga literaria (Remembranzas de Harvinder) en
proceso de la autora.
4 Red Dragonfly: Lugar ficticio perteneciente a una novela de la autora, titulada, Eidola: La Maldición
de las Almas Dobles a publicarse muy pronto.
5 Vintage Studios: Estudio de grabaciones ficticio, inventado por la autora.
6 Stone Heart: Nombre de película ficticia, inventado por la autora.
7 Matrioska: es un conjunto de muñecas tradicionales rusas. Su originalidad consiste en que se
encuentran huecas y en su interior albergan una nueva muñeca, y esta a su vez a otra, en un número
variable que puede ir desde cinco hasta el número que se desee.
8 Timeline: es una herramienta o característica de las plataformas virtuales de hoy día que permite que
el usuario tenga una vista de tipo cronológico sobre las publicaciones realizadas por el resto de los
usuarios, pues el Timeline ofrece una mejor estructura de las noticias relevantes o de mayor interés en
el público.
9 Johann Sebastian Bach: fue un compositor, organista, clavecinista, violinista, violista, maestro de
capilla y cantor alemán del periodo barroco.
10 George Paine: Nombre ficticio, inventado por la autora.
11 Remake: Una nueva versión o remake define, en lenguaje del cine, una película adaptada a partir de
otra existente anteriormente.
12 Anonymous: es una película pseudohistórica de la vida de Edward de Vere, XVII Conde de Oxford,
un noble isabelino, dramaturgo, poeta y mecenas de las Artes, al que se muestra como auténtico autor
de las obras de Shakespeare.
13 Friendzone: En la cultura popular, se conoce como zona de amigos o zona de amistad a una
relación interpersonal entre dos personas, donde una tiende a enamorarse y la otra solo desarrolla un
profundo sentimiento de amistad.
14 Polka: La polca es una danza popular aparecida en Bohemia hacia 1830, que se comenzó a
popularizar en Praga desde 1835. También se usa este término para referirse al género musical
asociado a la danza.
15 Showtime: Del inglés. Significa “hora de la función”.
16 Hosomaki: son deliciosas piezas de sushi que llevan arroz, alga nori y algún otro ingrediente en el
relleno. Se dice que es el tipo de sushi más exquisito del mundo.
17 Bruta, ciega y sordomuda: referencia a la canción escrita e interpretada por la cantautora
colombiana Shakira, incluida originalmente en su segundo álbum de estudio, ¿Dónde están los
ladrones? (1998)
18 Feminazi: es un término, tanto adjetivo como sustantivo, que es usado con sentido peyorativo para
referirse a feministas que son percibidas como radicales bajo el argumento de que el feminismo no
busca la igualdad entre hombres y mujeres.
19 Elderflower Cordial: es una bebida hecha principalmente con una solución de azúcar refinada y
agua. Se utilizan las flores de la baya del saúco europeo. Históricamente, el cordial ha sido popular en
el noroeste de Europa, donde tiene una fuerte herencia victoriana.
20 Mass Effect: es un videojuego de rol de acción y disparos en 3ª persona de ciencia ficción,
ambientado en el año 2183, y traslada al jugador a ocupar el lugar del Comandante Shepard, un soldado
de élite de la flota de la Alianza de Sistemas (una organización que aglutina a todas las antiguas
naciones de la Tierra) en una trama que, poco a poco, le involucrará en un complot de dimensiones
galácticas.
21 Jadeíta: El jade jadeíta está compuesto por piroxeno jadeíta, es un silicato de sodio y de aluminio
raro y más precioso que la nefrita. Es la más apreciada en el mundo de la joyería; y también por su
comodidad.
22 Voodoo: El vudú es una religión originaria de África Occidental, donde actualmente sigue siendo
practicada por miembros de las etnias Ewe, Kabye, Mina y Fon de Togo y Benín. También se dice que
se usa en rituales de magia negra para manipular personas por medio de muñecos.
23 Playboy: se refiere a un hombre que es muy mujeriego.