Repetición en La Clínica
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Mariana Davidovich
Ana a sus 25 años ha cursado distintas carreras terciarias sin sentirse representada en
ninguna de ellas. Se queja de no tener una vocación, siendo entre sus dos hermanos la más
dependiente. La posición de permanente apoyo que tiene de su madre respecto a que “elija lo
que quiera”, difiere radicalmente de la que toma con su marido, el padre de la paciente. Ana
advertirá rápidamente que la obsesión de su madre por la buena forma, ha llegado a
enloquecer al padre tanto en lo laboral como en su manera de vestirse, saludar, etc. Ante mi
pregunta respecto a si la obligaron a la madre a casarse, reirá francamente por primera vez
saliendo por un instante del desasosiego y del llanto. Advendrá un tiempo de recordar su
alienación a la demanda de la madre, como por ejemplo el hecho de destinar sus primeros
sueldos a comprar objetos para la casa, o también el hecho de levantarse de madrugada para
cortar el césped si venia alguna visita. En esta misma línea representaba para ella una
exigencia ir a un colegio privado poblado de familias de alto poder adquisitivo. Traerá el dolor
de haberse avergonzado de su padre .por el solo hecho de que la fuera a buscar en jogging al
colegio, punto de alienación al discurso materno de crítica permanente, habida cuenta de que
ésa es su vestimenta de trabajo.
Puesto a trabajar en análisis lo que llamamos “la buena forma trucha”, despuntará en ella el
deseo de ser actriz. Disfrazarse con ropa vieja y hacer distintos personajes en el espejo, ha
sido el juego preferido de su infancia. Este goce lúdico abría una hiancia respecto a ser el
objeto lindo y simpático de la madre. Su dificultad en las improvisaciones radicaba en no
poder prescindir en parte de la mirada de sus compañeros y profesores. A la vez que íbamos
gastando ese imaginario completo que le proponía el Otro materno, el trazo inc. empieza a
trabajar, produce un sueño paradigmático donde es llamada a tomar el te con las viejas,
esposas de los políticos, y al haber advertencia subjetiva de la demanda del Otro, el objeto
empieza a fijarse en territorio cortable. Le hago saber que se iguala a la madre en lo
imaginario en la medida en que estudia con ahínco teatro pero no se presenta a castings, se
compra un auto pero se queda sin la plata para la nafta y elige un novio que la trata con
desprecio pero ella lo admira. Se repite la pura forma completa e inútil. En eso estábamos,
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hasta que al modo de una confesión me cuenta que ella se arranca los pelos de la cabeza, de
las cejas, del pubis. En esa misma línea en su trabajo no puede parar de comer, dice que esto
se repite todos los días, del mismo modo que los fines de semana ha llegado a suspender
salidas y quedarse en su casa por el malestar provocado por las comilonas. Dice no tener
conciencia de sus actos, que esto es compulsivo, lo mismo que las compras que hace con su
sueldo. Y qué decir de esa escena donde come o se arranca los pelos? Si bien al ser contado
deja de ser un pasaje al acto solitario, se pone en juego una actividad repetitiva pulsional que
no se apoya en ningún objeto (no hay un carretel arrojado representando al sujeto
separándose del campo del Otro) y por lo tanto intenta fallidamente arrancarse del Otro con
su propio cuerpo. No se trata aquí de que el significante agujerea el goce del Otro, aquí el
agujero está cavado en el propio cuerpo. Fuimos recortando las distintas escenas en sus
diferencias: que se quería quedar en su casa cuando comía, el padre que no arrancaba, y que
tampoco la arrancaba a Ana de su madre, la madre que se los tragaba a ella y al padre. En
un intento de recuperar la equivocidad, se lee como intentando arrancarse en el punto en que
el Otro le toma el pelo. Pero su intento de separación, de arrancarse del Otro, fracasa en la
medida en que al arruinar su belleza se avergüenza de su pubis de niña y no quiere estar con
un hombre, encerrona incestuosa que recién al ser leída en transferencia la angustia.
Fue la desilusión de Freud respecto a la posibilidad de que llenando las lagunas mnémicas al
recordar escenas olvidadas se curase por sí solo el síntoma, lo que lo llevó a elaborar el
concepto de repetición. No todo puede ser recordado, no todo puede ser elevado a la
categoría de significante. El psicoanálisis no es únicamente el arte de la interpretación, y ante
el desciframiento del saber inconciente no siempre cede la opacidad del síntoma. La verdad
no puede ser dicha sino a medias, pues palpita en ella lo real como lo inasimilable, como lo
imposible de ser enteramente simbolizado, pensado. Habitado el Inc. en su núcleo por una
hiancia real, perdido el objeto de la primera satisfacción, y por tanto el supuesto goce infinito,
el pensamiento recorrerá las huellas a partir de ese objeto perdido que hace las veces de
causa. Recorrido que no es más que de un desencuentro, de un vacío, por la diferencia entre
el placer buscado y el hallado. En el seminario 11 Lacan ubica allí la insistencia de la cadena,
la repetición simbólica, el retorno de los signos ligado al automaton, como efecto libidinal
generado por la perdida del objeto. Es el tiempo donde Freud subraya el sesgo del Inc.
habitado por un deseo que es recuperar esa marca de la primera experiencia. . La Repetición
significante define un real que el sujeto está condenado a dejar escapar por estructura, lo
Real como lo heterogéneo a lo simbólico, lo perdido por el pensamiento, lo imposible de
pensar, y lo que no cesa de no inscribirse. “Lo real es lo que esta mas allá del automaton,
del retorno, de la insistencia de los signos a que nos somete el Principio del Placer”, siendo la
Repetición un indicio de lo Real, ed la tyche en el seno mismo del inc.
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En las neurosis traumáticas, Freud descubre sueños que no obedecen a su función de llegar
a escribir un deseo, se repite lo real como ese goce no ligado como por donde” lo Inc.
empalma con lo real”. Ya en 1914 descubre que, en determinadas ocasiones, aun al ser
descifrada la falsa conexión, la agieren, la puesta en escena de lo pulsional que no accede al
deseo no cede. En 1920 nombra a la repetición como “Wiederholungswang”, subrayando el
empuje y la tendencia a retornar a lo inanimado de la pulsión. Plantea entonces la Compulsión
a la Repetición ligada a la pulsión de muerte. El centro de gravedad recaerá a partir de 1920
sobre la repetición ligada al goce, a lo real. Punto de inflexión donde está en juego el ello, que
descriptivamente es inc., pero no pone en juego la lógica de incompletud, se trata de huellas
mnémicas no borradas. Freud advierte que hay un Inc. no reprimido, y que su modalidad en la
cura es distinta a la que proviene de la estofa de lo reprimido,”ello habla”, como goce no
tramitado por las formaciones del inc. y habrá de advenir, de ese real, el sujeto del inc.. ..
¿Qué nos enseña K. respecto a nuestro tema? Lacan reconoce su deuda con Kierkegaard
quien en “La Repetición” y “el Concepto de la Angustia” elabora conceptos estrechamente
ligados al psicoanálisis. Polifónico, evitando las certezas congeladas de lo dogmático, fue este
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pensador danés quien recuperó la repetición como distinta a la reminiscencia platónica. Al
recordar traemos a la memoria lo que ya fue, la repetición en cambio tiene para K. un sentido
prospectivo en la medida en que implica una reasunción del yo al introducir en sus
movimientos lo nuevo.
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pasión, y el amor es un deber. Al respecto Lacan nos advierte que “el peligro para el
sujeto…consiste en su abandono como sujeto a la demanda…” (2) Nos encontramos con K. en
que vivir la vida sin enigmas produce desesperación. Es por eso que, encerrada en las
normas de buena forma de la madre, Ana se desespera cuando su hermana anuncia, feliz y
sin culpa respecto a la opinión de la madre, que se va a ir a vivir con su novio. También esto la
lleva a arrancarse del homeópata, que era la norma en la casa.
Vuelvo a K. para subrayar que en su camino hacia el encuentro con Dios, se topa con un
límite y no lo desconoce: la repetición es la tensión de la síntesis sin lograr. K. no desestima lo
imposible, lo real, allí donde el sujeto no llega a ser un uno unificante. La fe implica para K.
una apuesta de dejar de lado la razón, y aceptar la paradoja absoluta, confiar en Dios sin
tener ninguna prueba racional y acercarse a eso irrepresentable cada individuo en su
interioridad, por fuera de cualquier asociación religiosa. El amor que no busca nada a cambio
es para Kierkegaard la forma más elevada del amor, “La repetición seria el transito de la
capacidad de ser amado y adorado a la del amor, arriesgarse a amar sin esperar ningún
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resultado, sea el éxito o el fracaso”. Tránsito que Ana debió recorrer en la medida en que
buscaba un hombre que le asegurase que nada le iba a faltar, intentando fallidamente escribir
alguna diferencia con lo que le sucedió a su madre eternamente insatisfecha. Atravesar el
duelo por haber tenido una madre que le pedía que la sostuviera, la va arrancando de ser la
encargada de resarcir a su madre del paraíso añorado y perdido en su infancia, pérdida
motivada por el quiebre económico de su padre, el abuelo de Ana. De ese quiebre no hubo un
duelo elaborado.
Cabe subrayar que, a diferencia del acto de fe que restituye al Otro, el acto analítico supone
un salto que implica discontinuidad y una apuesta. Es un proceso donde con el Otro que no
existe, se repite el desencuentro, haciendo de la pérdida de la cosa, das ding, que surja el
sujeto representado en la cadena, cadena que tiene como límite el objeto a. Ahora bien, la
sustancia del sujeto no es otra que el objeto a y el trazo que lo rodea apuntando al vacío. No
se puede predicar nada del ser, más que en tanto siendo este vacío. Y lo que se revela en el
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momento del acto es que el objeto a cumplía la función de darle consistencia al Otro en el
fantasma. Ana está apostando a ser actriz, y a inventar otro personaje mediante el cual se
reste de ser el monigote-juguete de la madre para abrir su propio juego. Juego donde el deseo
está más ligado al teatro que a ser la “famosa de la tele”, habida cuenta que recién ahora
advierte la fascinación de la madre con la idea de que su hija se haga famosa, demanda
superyoica que le impidió durante mucho tiempo decidirse a estudiar.
Para finalizar, quisiera subrayar que la soledad en K. se convirtió en estrategia para seguir su
apasionado encuentro con Dios, para nosotros, la soledad es el encuentro con la inexistencia
del Otro. Se tratará en todo caso de que cada uno se las vea con su propia Regina, y con el
Otro que lo habita, vaciando el campo del Otro sin tener que arrancarse los pelos como Ana.
No es cuestión de un deseo puro, ni de renunciar al goce sino de recuperar goce, “cuya falta
haría vano el universo”, en la escala invertida de la ley del deseo.
NOTAS:
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