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HAY QUE DEFENDER LA AUTONOMÍA UNIVERSITARIA

Por CARLOS GAVIRIA


En Autonomía universitaria, Feder Nacional de Profesores Universitarios, 2008
Transcripción: MARTHA JANNETH CHAPARRO PACHECO, Tunja, 6 pág.

Public. EN Autonomía Universitaria, Serie Documentos No. 1. P. 1-4.


Pub. Federación Nacional de Profesores Universitarios, Bogotá
Nota Discurso de Gaviria, en calidad de ponente, con ocasión de una “Audiencia sobre la
Universidad Pública”, en el Senado de la República el Abril 3 de 2008

Un saludo muy cordial a todos los circunstantes. Felicitaciones a las


entidades que han tenido esta iniciativa. A la Federación Nacional de
Profesores Universitarios, a la Federación Nacional de Estudiantes, a la
Triestamentaria y desde luego al senador Jorge Robledo a quien le
agradezco sobremanera, por una parte, sus palabras tan bondadosas y por
otra parte, el hecho de haberme invitado a compartir con ustedes aquí,
algunas reflexiones sobre un tema de mi predilección como es el de la
universidad.

Me reconforta mucho ver muchos rostros conocidos, de viejos amigos,


a Leopoldo Múnera, a Pedro Hernández, a Gonzalo Arango. O sea, que me
siento como en casa. De una vez les pido disculpas por esto. Yo voy a
esbozar unas cuantas ideas que me parecen pertinentes sobre el tema pero,
desde luego, en un término tan angustioso es imposible desarrollarlas a
cabalidad. Apenas las voy a esbozar.

Yo celebro mucho que se haya promovido esta audiencia y


especialmente que se trate de una manera de singular y específica de la
universidad pública, que como lo ha dicho Jorge Robledo, es la universidad
por antonomasia, la universidad pública.

Y voy a empezar por aquí, soy un defensor a ultranza de la autonomía


universitaria. Y me parece justamente que si se habla de calidad en la
educación universitaria ese punto es inevitable. Hay que tocarlo de manera
necesaria. ¿Por qué? Porque si se trata de calidad en la enseñanza superior,
qué se enseña y cómo se enseña, tiene que decidirlo la comunidad
académica y esa es una decisión que no puede ser tomada por instancias
políticas.

Yo siempre he pensado la universidad a manera de una utopía, hasta


el punto de que pienso: un estado democrático, un estado decente, tiene
que reconocer una autonomía bastante amplia a la universidad y, sin ingerir
en ella, financiarla.
La financiación desde luego le corresponde al estado. Pero el estado
tiene que saber que es la comunidad universitaria la que va a determinar
cuáles son las materias que se deben enseñar y de qué manera se deben
enseñar. Ese es un primer punto que yo diría que es una especie de
precondición de la calidad de la enseñanza universitaria. Y yo voy a
sustentar, muy brevemente, algunas ideas que son, yo lo sé, bastante
discutibles y algunas de ellas que están incluso en contravía de lo que hoy
se piensa.

Por ejemplo, cuando se piensa en la universidad, se piensa casi de


manera automática, se asocia el pensamiento de la universidad con la
formación de profesionales. Y voy a hacer una afirmación: esa es una tarea
secundaria para la universidad. Y alguien podría decir: ¿pero cómo va a ser
secundaria? Entonces ¿quién forma a los ingenieros? Si, ciertamente ese
trabajo, diría, también le incumbe a la universidad. Pero digo también. ¿Y
por qué? Por una razón, yo creo que a la universidad lo que le incumbe, en
primer lugar, es la formación de la persona; y de la formación de la persona
se sigue la formación del ciudadano; y de la formación del ciudadano, se
sigue entonces la formación del profesional.

Pero yo podría incluso desglosar esas actividades, pensando que la


formación de los profesionales pueden hacerlas instituciones distintas a las
universidades, pero que, entre nosotros, es una tarea que a la universidad
también le incumbe.

Pero, por qué digo lo que digo. Por lo siguiente: en la raíz de la


universidad está su esencia esencialmente humanística. El compromiso de la
universidad es con los valores humanos y con el conocimiento. Cualquiera
desviación de esa finalidad constituye una desnaturalización de lo que es la
institución universitaria, de lo que es la universidad. Y voy a permitirme
hacer alguna referencia que para mí es inevitable al mundo griego. Lo que
caracterizaba a la comunidad griega esta esto.

Es la primera comunidad que se propone, como fin, la cultura. Y a esa


cultura la podemos denominar, o podemos asimilar, esa noción de cultura a
la noción de lo que los griegos llamaban la paideia, y la paideia la oponían
a la techné. La techné es una serie, o consiste en una serie de destrezas
que las personas adquieren en el objeto de ejercer un oficio, y desde luego
esos oficios son, no solo útiles, sino completamente necesarios dentro de la
comunidad, dentro de cualquier sociedad, en cualquier sociedad hacen falta
abogados, en cualquier sociedad hacen falta ingenieros, en cualquier
sociedad hacen falta médicos, etc. Pero la sociedad ante todo está integrada
por personas.

Y la universidad que se dedica o que dedica específicamente sus


esfuerzos a lo que yo he denominado, siguiendo desde luego la
conceptualización griega, la techné, es una universidad desalmada. De lo

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primero que tiene que tratar la universidad es de la formación de la persona,
y ¿qué tienen que ver con la formación de la persona? Cuando se está
formando personas se trata es de lo siguiente: de darles las herramientas,
los instrumentos necesarios, para que tomen las decisiones radicales que le
incumben en la vida. Por ejemplo cuáles ¿qué sentido tiene mi existencia?
¿Mi existencia tiene un sentido ya preestablecido? ¿Lo ha establecido
alguien? O soy yo quien asume la responsabilidad de darle un sentido a mi
existencia.

Y pienso en esto, porque, a menudo, en las universidades


desnaturalizadas, se empiezan a suprimir programas que se consideran que
no son rentables. La universidad debe ante todo, dentro de esa óptica, es
mantener programas que sean rentables y que además sean financiables. Y
por tanto, si la filosofía, si la matemática pura, si la antropología, si la
lingüística, no lo son, entonces esos programas no tienen razón de ser en la
universidad. Y resulta que esos son los programas que justifican la
universidad.

Ustedes dirán ¿entonces de lo que se trata de es de excluir la


enseñanza de las profesiones en las universidades? De ninguna manera.
Pero, retomando esta conceptualización de la techné y la paideia, yo diría
esto: la techné únicamente puede enseñarla la universidad sobre la base
que persigue la paideia. O sea, de que está adiestrando, de que esté
entrenando para cumplir oficios dentro de la sociedad, a sujetos conscientes
que saben, por una parte, cuál es su destino, que han decidido darle un
determinado valor a su existencia y que saben cuál es la función que dentro
de la sociedad de la que forman parte les incumbe. Esa tarea es
absolutamente inescapable dentro de la universidad.

Si nosotros nos preguntamos, y ¿esa paideia cómo se enseña? Eso


podríamos nosotros formularlo de distintas maneras. Una manera es esta:
¿la universidad tiene que ver con la ética? Y la pregunta es esta y ¿la ética
cómo se enseña? Y desde luego descartamos que la enseñanza de la ética o
de ética profesional. Toda la enseñanza universitaria tiene que estar
informada por la ética. No hay un solo curso dentro de la universidad que no
tenga ese propósito. En los cursos de matemáticas; en los cursos de física;
en los de química, etc. Hay que buscar un propósito y cuando se busca el
propósito de la enseñanza se está buscando el sentido de la enseñanza y por
tanto se le esta dando un sentido ético a la enseñanza.

Esa para mí es una función inescapable de la universidad y me parece


que a menudo la universidad o, más que la universidad, quienes desde
afuera la manejan, no permiten que se cumpla. Por que la universidad
nuestra no es una universidad autónoma, ustedes saben que la Constitución
de 1991 por primera vez consagró la autonomía universitaria, puede decirse
algo similar a lo que se dice de nuestra democracia, o de lo que podemos
decir de nuestra democracia, que constituye una fachada.

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Y una fachada que resulta bastante útil para sacar de allí
consecuencias: la universidad se está manejando, cuando todos sabemos
que la universidad no se está manejando, la universidad la manejan desde
afuera y por tanto que, utilizando una terminología rigurosa, tendríamos que
decir que la universidad nuestra no es una universidad autónoma sino una
universidad heterónoma. Una universidad que recibe sus leyes desde afuera.
Que la comunidad universitaria apenas si tiene un papel relativamente
secundario en las decisiones académicas; en las decisiones que tienen que
ver con el conocimiento científico; en las decisiones que tienen que ver con
la orientación de la institución y que tienen que ver con la orientación de las
personas.

Y me voy a permitir tocar un tema, casi deliberadamente, para que


sea objeto de debate y es el siguiente: de un tiempo para acá,
especialmente, se ha dicho que lo que en la universidad debe tener
prelación es en la tarea investigativa. Y yo quiero hacer esta afirmación: la
investigación constituye una tarea importantísima, una tarea prioritaria en la
universidad, a condición de que no se relegue la docencia. De un tiempo
para acá, las personas que constituyen el cuerpo de profesores de la
universidad, están clasificados en dos categorías: los investigadores y los
docentes. Los investigadores que son, al menos esos es lo que se formula,
los que producen conocimiento y los profesores los que transmiten
conocimiento.

Vean ustedes, esta tesis podría parecer una tesis bastante heterodoxa
y yo sé que es a contramano de lo que hoy prevalece, de la opinión hoy
prevaleciente. Y es esta: yo no concibo la universidad sin docentes. No me
refiero solamente a la universidad colombiana. Mi pasión ha sido el
conocimiento. Mi pasión ha sido la universidad y he visitado muchas
universidades de muchas latitudes, en Latino América, en los Estados Unidos
y en Europa, etc.

Y tengo esta experiencia: los profesores que se dedican a la


investigación, que prácticamente constituyen a una categoría aparte,
privilegiada, los investigadores, se desvinculan de la docencia y miran la
docencia como una actividad secundaria, cuando de la misma manera que
decía ahora que las profesiones podrían considerarse como enseñadas por
fuera de la universidad, yo pienso que la investigación, incluso, también
puede tener lugar por fuera de la universidad.

No estoy clamando por que la investigación se excluya de la


universidad. De ninguna manera. Pero digo que dentro de la universidad, tal
como yo la concibo, lo que es la esencia primigenia de la universidad, la
docencia, es un función esencial y la investigación, siendo una tarea
importante que va a nutrir a la universidad.

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¿Por qué pienso o digo lo que estoy diciendo? Porque noto, con
preocupación, que la calidad de la docencia ha venido disminuyendo y que a
las personas que constituyen el cuerpo profesoral, se les evalúa más por los
artículos que escriben, por su hallazgos, etc., que por el cumplimiento de
una tarea que para mí es esencial ¿y cuál es esa tarea esencial? Parece
secundaria esa que se reduce a reproducir o transmitir el conocimiento.

Esa no es la tarea del verdadero docente, el verdadero docente tiene


una tarea esencial, que para mí es la siguiente: transmitir la pasión por el
conocimiento. No hay un docente que merezca esa calificación, si no es
capaz de contagiar al estudiante de esa enfermedad incurable que él padece
y esa enfermedad incurable consiste en buscar apasionadamente el
conocimiento. Y cuando se busca el conocimiento, no me refiero solamente
al conocimiento formalizado y por tanto científicamente clasificable.

Pienso en el conocimiento de sí mismo; pienso en el conocimiento de


las propias personas vinculándolo justamente con lo que yo, al comienzo de
esta reflexión tomando prestado el concepto de los griegos, llamaba la
paideia. La paideia no se enseña. Yo diría la paideia se contagia. Y
justamente las universidades, incluso las más modernas, empiezan a sufrir,
empiezan a adolecer falta de buenos docentes. Y falta de buenos docentes
entre otras razones porque la propia institución trata a los docentes de una
manera desventajosa con respecto a los investigadores. Considero que la
docencia y la investigación deben articularse, pero articularse de tal manera
que esa investigación sirva precisamente para nutrir la docencia.

He encontrado muchas universidades que tienen incluso premios


nobel, de química, premios nobel de física, etc., pero donde la docencia es
desastrosa, y por tanto se constituye una especie de cuerpo privilegiado,
marginado del resto del profesorado y marginado también del estudiantado.

Puedo citarles universidades preclaras, de los Estados Unidos por


ejemplo, de las más preclaras, donde, conversando con sus estudiantes, se
quejan de que no tienen siquiera acceso a sus profesores que ante todo
están dedicados a la investigación porque para el profesorado, para el
profesor dedicado casi de tiempo completo a la investigación, el contacto
con el estudiante es una perdida de tiempo. A mi me parece que eso
constituye una desnaturalización de lo que es la universidad. Y naturalmente
pensando entonces en la tarea de la universidad, la repito: formación de
personas, para la formación de profesionales. Con lo cual quiero decir: un
profesional que no sea construido sobre lo que es un buen ciudadano y un
buen ciudadano no puedo construirse sino sobre la base de lo que es en
realidad una persona, tomada incluso en el sentido Aristotélico, aquella que
está abocada a vivir con las demás.

Para eso se educa para convivir, para convivir, para vivir con los
demás. Y si nosotros pensamos especialmente en la sociedad que me parece

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que a todos más nos seduce, que es la sociedad democrática, esa
enseñanza para la convivencia es insustituible, es imprescindible y está
signada como una de las tareas esenciales que justifican la existencia de la
universidad.

Y con eso toco un tema que también para mí ha sido bastante


preocupante y tiene que ver con el cuerpo docente. ¡De qué manera? Las
universidades se han desnaturalizado. Y se han desnaturalizado porque el
cuerpo docente ha venido disminuyéndose cada vez más significativamente.
¿De qué manera? De esta manera: se reduce el profesorado de tiempo
completo porque es el profesorado que resulta más costoso y se le sustituye
por el profesorado de cátedra. El profesor de cátedra puede ser un profesor
excelente, pero es un profesor que mantiene su mente y su actividad
ocupada en otras tareas, y apenas saca una hora o dos para ir a la
universidad a dictar una clase y desaparece.

A la universidad la que tienen que sustentar, la tiene que mantener el


cuerpo docente que está permanentemente disponible para cumplir esa
tarea y la tarea requiere tiempo. Les repito lo que ahora dije, que puede
sonar un tanto inadecuado, inapropiado, pero así lo vivo, esta tarea consiste
en inculcarles ese morbo a los estudiantes, al cuerpo estudiantil, al cuerpo
dicente la pasión por el conocimiento. Solamente quien está comprometido
con esa finalidad, que tiene en su vida digamos esa paideia.

Recuerdo una anécdota muy bella y fue que a Sócrates le preguntaron


que, qué opinaba de un determinado rey y él respondió: no puedo opinar
cuál es su paideia, cuál es su paideia ¿para dónde va?, ¿qué es lo que
quiere hacer con ella y qué es lo que quiere que los demás seres que con el
conviven hagan con sus propias existencias. Yo no concibo una sociedad sin
universidad pero, especialmente lo digo, como me parece que ese es un
factor que nos unifica, no concibo una sociedad democrática sin una
universidad de excelente calidad.

Y esa universidad de excelente calidad, lo repito, tiene que ser una


universidad autónoma, una universidad que se rija ella misma, donde las
decisiones políticas hetéronomas no interfieran su curso y donde el cuerpo
docente y el cuerpo dicente convivan, como las primeras universidades
medievales, en función de un mismo propósito. Y ese propósito que nos
unifica es la pasión por el conocimiento y el fomento de los valores
humanos.

Muchas gracias.

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