Historia de Las Formas Del Esta - Dalmacio Negro Pavon PDF
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UNA INTRODUCCIÓN
PRÓLOGO
1. El orden político
2. La historicidad de la política
1. Formas histórico-políticas
2. Formas políticas
3. Formas de gobierno
a. Formas puras
b. Formas impuras
c. Algunas observaciones
d. Forma mixta
4. Formas de régimen
5. La República
6. La Monarquía
7. La decisión política
1. El Papado
Introducción
1. La Monarquía Hispánica
2. Otras formas no estatales
Introducción
3. La emancipación
Introducción
2. La Nación Política
4. Nacionalismo
5. La ideocracia
6. Reificación de la estatalidad
Introducción
1. El Estado Napoleónico
2. El Estado Romántico
A. Durante la guerra
B. Después de la guerra
Introducción
EPÍLOGO
1. El Estado no es lo Político sino una de las formas de lo Político. Lo
Político, una esencia, está detrás del Estado. Originariamente, lo Político
estaba integrado en lo Sagrado -localización de lo Divino, el poder por el
que existe todo- y custodiaba la verdad eterna del orden divino inscrito en
la Naturaleza, cuyas reglas eran el Derecho. Lo Político era la forma en
que lo Sagrado cuidaba la unidad y seguridad de la comunidad haciendo
prevalecer el Derecho. Su finalidad era administrar el ius vitae ac necis.
2. LA HISTORICIDAD DE LA POLÍTICA
1. FORMAS HISTÓRICO-POLÍTICAS
Las formas históricas se refieren a las formas del orden social como un
todo, existentes en un espacio y en un tiempo acotados por circunstancias
y acontecimientos significativos. Las formas histórico políticas o de lo
Político son las formas históricas consideradas desde el punto de vista del
orden político. Así como las formas históricas concretas son muy variadas,
pero pueden reducirse a tipos, igualmente han existido, existen y existirán
diversas formas concretas del orden político en los distintos lugares y
culturas del hábitat humano. Como normalmente coinciden estas formas
con las primeras, pues la historia política es como la síntesis de lo
histórico del mismo modo que el orden político refleja el orden social, las
formas histórico políticas, suelen dar su nombre a las formas históricas.
2. FORMAS POLÍTICAS
3. FORMAS DE GOBIERNO
a) Formas puras
b) Formas impuras
c) Algunas observaciones
d) Forma mixta
4. FORMAS DE RÉGIMEN
c) Entre las formas del régimen habría que incluir, quizá mejor que entre
las formas de gobierno, el desgobierno. Formalmente es un gobierno según
alguna de sus formas, pero en la práctica es un antigobierno. El
desgobierno no es el mal gobierno; éste puede dar en una situación política
si se prolonga, pero no implica necesariamente desgobierno.
5. LA REPÚBLICA
6. LA MONARQUÍA
7. LA DECISIÓN POLÍTICA
De ahí que el estudio tradicional del Estado -la teoría del Estado- esté
siendo sustituido por el estudio de los sistemas políticos en un intento de
desacralizar el poder estatal pero sacralizándolo todavía más. Pues, en el
fondo, son sistemas de violencia institucionalizada, dado que el núcleo de
lo estatal sigue siendo el poder, que ha devenido colosal, pues ya no es
sólo el poder político.
Ello implica que por la masa de poder que concentra el Estado, en tanto
«soporte del poder haya de autoorganizarse jurídicamente, con su propio
Derecho, a fin de funcionar eficazmente. Y el derecho que emana del
poder político, el derecho político estatal, no pactado con nadie al estilo
medieval, obliga a todos, subordinando como ius imperandi dentro de su
territorio al derecho viejo, el derecho común. Fue así como se atribuyó la
potestad legislativa en la forma de poder legislativo (comprendido el que
luego se llamará judicial), que pertenece empero a la sociedad. Pues el
Derecho es un uso o vigencia social distinto a lo Político, otro uso. En la
perspectiva de la metafísica del poder, se podría decir que el Derecho y lo
Político son dos usos religantes, usos del poder, que están separados, y que
lo Político como una fracción, potestad, del poder, lucha contra la otra, el
Derecho, para unirlos de nuevo, siendo el Estado el medio más idóneo.
Público significaba en latín lo que era del populus, del pueblo como un
todo, y en este sentido, común; la res publica, la cosa pública. En Europa,
la religión representada por la Iglesia, administradora de los bienes
espirituales, era lo común hasta que lo público estatal empezó a competir
con ella como interés común particular de la nación, contrapuesto a lo
público religioso, de ámbito universal e integrador.
8. No sería exagerado decir que parte del pensamiento moderno y casi todo
el contemporáneo giran en torno al problema del pecado original como
causa del mal. De ahí la conversión en conceptos políticos de los
conceptos teológicos relacionados con el estado de naturaleza, que es su
consecuencia, tal como lo habían utilizado los primeros padres de la
Iglesia para denominar la situación del hombre después del pecado
original, la caída relatada en el Génesis. El Reino de Dios sería como su
contrapunto escatológico.
Se sabe que la doctrina del Estado del humanista Hobbes, que descansa
en el estado de naturaleza, fue muy leída en Francia en el decenio anterior
a la revolución de 1789. Al mismo tiempo, el calvinista Rousseau,
hondamente preocupado por el pecado original y el mal e impaciente por
resolver sus problemas personales, amasó la idea hobbesiana del estado de
naturaleza con la de autonomía moral, interpretándolo como el paraíso
terrenal anterior a la caída, que sería ya una suerte de Reino de Dios en la
tierra. Se trataba de recuperarlo y extender la protección del Estado, ahora
como un Estado Moral, a las personas concretas. Y, en un suelo abonado
por el humanismo empirista de los idéologues, se intensificó el carácter
estructuralmente revolucionario de la estatalidad, al darle un nuevo y
gigantesco motivo a su pacificador espíritu misionero heredado de la
Iglesia.
El Estado es culturalmente un producto del humanismo del Renacimiento
italiano. En los siglos xix y xx se ha extendido por imitación a otros
espacios y civilizaciones, si bien formalmente, como puro artefacto de
poder, en la medida en que son ajenas a las tradiciones culturales europeas
en las que descansa la estatalidad. Por supuesto, tuvo antecedentes, al
menos estructurales, en la Baja Edad Media, en la que empezó a gestarse
superando las monarquías patrimoniales. De hecho, como todo lo decisivo
en Europa, tiene un origen eclesiástico.
1. EL PAPADO
Aparte del Papado, hubo en Italia otros dos precedentes del Estado: el
Reino siciliano de Federico II de Suabia y las Señorías de las ciudades del
centro y el norte de Italia.
b.3 Las Señorías, cuyo régimen expuso muy bien Manuel García-
Pelayo81, eran monárquicas en el doble sentido de la palabra. Existía en
ellas un poder político neutral encarnado en esa especie de dictador
comisario por contrato, con plenitudo potestatis secular. El Signore, que
contaba con profesionales, tenía el monopolio de las armas, el más
decisivo de los monopolios, y con él el de la política. Es un ejemplo de
cómo influyen las técnicas militares en las ideas políticas. Sin ese
monopolio, lo Político no hubiese podido neutralizar la actividad política -
la libertad política-, ni monopolizar la legislativa, asunto de los jueces, ni
establecer, imponer, impuestos, que son la savia o sangre del Estado, etc.
b.4 Los italianos utilizaron la palabra Stato en el sentido de lo que está ahí,
para designar esta forma política del estado o territorio de la ciudad, tan
extraña a la tradición republicana y comunitaria de aquellas ciudades,
anteriormente típicas comunas, y a los usos medievales. Lo Stato
designaba el aparato de poder superpuesto artificiosamente,
mecánicamente, por contrato, a la vida orgánica, natural, espontánea, de la
ciudad, la antigua comuna republicana. Estatalidad e individualidad son
correlativos y el pueblo se reducía políticamente ante lo Stato, a la
condición de moltitudine, a una masa indiferenciada en la que todos los
habitantes eran iguales ante el poder político.
Tal era la forma de gobierno corriente en esas ricas ciudades del centro
y norte de Italia en los siglos bajomedievales.
A fin de acabar con las luchas intestinas que corroían a las comunas
republicanas haciéndolas inseguras, idearon contra tar un podestá (juez) o
un capitano del popolo (jefe de guerra, condottiero), según los casos, cuyo
prestigio redundaría en el de la ciudad. El contrato era temporal
(generalmente por un año) para que gobernase como un poder neutral. A
cambio, le juraban lealtad las partes en discordia. Sin embargo, los
dictadores comisarios, aprovechando su poder, se acostumbraron a
quedarse como señores de las ciudades al expirar el contrato. Italia plena
tyrannis est, decía el glosador Bártolo en el siglo XIV.
1. El poder político en la Edad Media era muy débil, recordaba Jouvenel;
«leve», dice Paolo Grossi. En contraste, la suma de los elementos que se
pueden percibir en las Comunas republicanas transformadas en Señorías,
fortaleció en ellas el poder político, tanto interiormente como frente al
Papado y al Imperio. Ambos eran típicos poderes políticos medievales que
no se preocupaban en utilizar el Derecho como instrumentum regni. En el
caso del Papado, porque el derecho canónico, por el que se rige la Iglesia,
no se interesa por la dominación temporal.
El Estado de las monarquías, dueñas sin apelación posible del ius vitae
ac necis, consideró que su misión consistía en imponer la neutralidad en
aquellos asuntos en que la intensa conflictividad perturbaba la tranquilidad
del orden social. Primero en el ámbito religioso, lo que, al mostrar su
superio ridad, le independizó de la religión y de la Iglesia; luego en
aquellos otros que implicasen una intensa conflictividad política." El
mismo espíritu misionero llevó luego al Estado-Nación a neutralizar el
Derecho Natural poniéndolo a su servicio para despolitizar lo público. Y el
Estado Totalitario considera su misión neutralizar y despolitizar lo privado
y, al final, la misma vida natural.
Carl Schmitt, jurista, definió el soberano como aquel que decide sobre
el estado de excepción. Sloterdijk, atento seguramente a lo que hace la
soberanía ilimitada de los regímenes actuales, le corrige diciendo que es
soberano «aquel que define el principio de realidad»10. Foucault afirmaba
que «el poder produce lo real». La soberanía decide sobre la realidad al
crear nuevas situaciones o modificar las existentes mediante la ley
Derecho de situaciones, relativización del Derecho.
Como, por otra parte, siempre habrá alguien que decida políticamente
en la situación excepcional en la que nada puede el Derecho28, y la
democracia como fuente de legitimación es muy voluble, se ha intentado
despersonalizar la forma de mando para suprimir la decisión, mediante el
artilugio de someter la política a la legislación: el Estado Constitucional,
cuya teoría concibe la Constitución como la decisión colectiva del pueblo
fundador del orden político tras la cual no cabe ninguna otra. Ese Estado,
puro mecanismo técnico, sólo formalmente puede ser republicano y
democrático, siempre en peligro de caer en manos de la demagogia.
1. LA MONARQUÍA HISPÁNICA
3. Esto tiene que ver con el hecho de que la Gran Revolución, madre de las
posteriores, también fue innovadora en otro sentido: su pathos era el
inverso al de las anglosajonas, revoluciones contra la expansión del poder
político a costa del autogobierno y la libertad, es decir, para conservar la
primacía de las libertades naturales y el Common-law. El objetivo de las
revoluciones conservadoras, sean aristocráticas o democráticas, consiste
en conservar la libertad política; la Revolución francesa, al dar por
supuesto que toda desigualdad, que en sí misma es un efecto de la libertad,
es inmoral, propugnó la igualdad como condición de la libertad. Sentenció
TocqueviHe: «Todo lo que se ha hecho ha sido poner la cabeza de la
libertad sobre un cuerpo servil».
d) Los reyes habían ido configurando la nación histórica como una unidad
política, natural, a la par que la estatalidad, y con su ayuda. La revolución
identificó formal y materialmente los intereses dinásticos y estatales con
los nacionales como los únicos intereses generales, los intereses públicos:
La cosa pública, que representaba la corona y el bien común, se
transformó así en propiedad del Estado y en el bien, no del hombre, de los
hombres reunidos, sino en el bien de la nación. La libertad política
personal se trastrocó en la libertad colectiva de la nación estatal o política
como el bien supremo.
3. LA EMANCIPACIÓN
Una idea a tener en cuenta, varias veces aludida, es la de emancipación. La
Ilustración la había difundido como un concepto relativo a la razón en
relación con lo público, que debía contar con la opinión. Era una
consecuencia de la creencia en el igualitario yo pensante del Discurso del
Método. Esa creencia evolucionó hasta dar en el yo trascendental kantiano,
un yo formal bastante colectivo, y a sustanciar la concepción de la nación
como el soberano político y, en definitiva, la del Estado-Nación como una
entidad pensante.
En 1848 empezaron a pasar a primer plano las masas, a las que, como
tales, únicamente les importa el presente inmediato y sólo se mueven por
ideas radicales. También se abrió paso la política inspirada o dirigida por
los intelectuales, como política social con un fuerte acento económico.
2. LA NACIÓN POLíTICA
Tal fue la tendencia que predominó a la larga. Los liberales del siglo
XIX, sin perjuicio de su división en monárquicos -legitimistas, orleanistas,
bonapartistas- y republicanos de diversas tendencias, no veían a la nación
como un colectivo, sino como inseparable de la democracia. Estaban
dispuestos a admitir que nación y democracia, como principios del orden,
requerían un Estado enraizado en la nación: la nacionalización del orden
político y la visión liberal de la nación fue la más corriente en el siglo
XIX. En el XX se impuso empero la visión colectivista del nacionalismo,
aunque la Nación Histórica se resistiese a la transformación colectivista
del éthos.
La Nación como principio de orden es, por una parte, una especie de ser
colectivo, impersonal y, por otra, neutraliza al pueblo como conjunto de
las familias y los poderes «intermediarios» o sociales, el autogobierno que
echaba de menos Montesquieu. Masifica al pueblo al homogeneizarlo,
pues sólo se interesa por los individuos reconocidos como ciudadanos
según las reglas estatales. Como muestran los hechos, la politización de la
nación ni democratiza automáticamente ni tampoco están inevitablemente
en armonía la nación y la democracia. Una u otra pueden estar en conflicto
con la libertad, en tanto la libertad de la primera, como una totalidad,
puede estar en conflicto con la libertad política personal de la democracia.
Sin embargo, la Nación Política hizo suya la democracia, contagiándola de
su homogeneizadora sustancia igualitarista.
4. NACIONALISMO
La idea política de la nación, dice Breuer, implica que el lazo político no
era el patrimonio de un monarca, sino una suerte de Commonwealth, una
comunidad. Pero si el Estado es de suyo particularista, la Nación Política
intensifica el particularismo. Nació así el nacionalismo, otra abstracta idea
romántica que, buscando la pureza, sustituyó a las ocultas divinidades
paganas de la religión monárquica, por cierto de modo parecido a como
Alá sustituye a los dioses paganos según Alain de Besancon, reuniéndolos
en una unidad. La pureza es el núcleo del nacionalismo. Es la nación
política que se hace identitaria.46
5. LA IDEOCRACIA
6. REIFICACIÓN DE LA ESTATALIDAD
La historia del Estado es, pues, según Marx, cuyo gran enemigo era la
división del trabajo, el resultado de la lucha de la clase poseedora de los
medios de producción por conquistarlo para asegurar su dominación y
consolidar jurídicamente como propiedad lo que posee. Reificó, pues, las
clases, como atributos de la sociedad, haciendo de ellas el motor de la
historia, siendo el poder político el principal instrumento de dominación al
servicio de la clase jurídicamente poseedora, económicamente explotadora
y políticamente dominante. El curso de la historia indica, según el
historicista Marx, que la necessitá histórica hará que al final -esperaba que
en esta época, la del estadio positivo de Comte- triunfe la clase proletaria
al ser abrumadoramente mayoritaria y al parecer, según Marx, la última de
las clases posibles, sobre la burguesa, la última clase dominante.
Desaparecerían entonces el mismo Estado y las clases, anegadas todas por
la más numerosa: el criterio mayoritario de la democracia elevado a
principio. En ese momento, la Sociedad será comunista al ser todos los
hombres económicamente iguales y en tanto iguales libres: dejaría de ser
Sociedad transformándose en una Comunidad, que es a lo que alude la
palabra comunismo. El verdadero estado de naturaleza, libre de todo mal y
contingencia. El mismo socialismo no es más que la vía revolucionaria
para llegar a ese nuevo estado verdaderamente democrático de la sociedad.
1. EL ESTADO NAPOLEÓNICO
2. EL ESTADO ROMÁNTICO
Como un ideal o un mito está presente en todas las formas del Estado
desde su formulación en el siglo xix.
Siendo esto cierto, resolvía empero, dicho sea de paso, un problema que
no estaba nada claro en Hobbes ni después de Hobbes: quién es realmente
el soberano, ¿el monarca, un soberano personal, o el Estado, un soberano
impersonal depositario del poder?
Kelsen escribió que «lo justo es sólo otro nombre para designar lo legal
o legítimo». Por un lado equipara significativamente legal y legítimo, que
ciertamente, cuando estaba vigente la visión del orden como el orden
natural eran sinónimas y así utiliza todavía la Iglesia la palabra legítimo
en el Derecho canónico para designar lo legal. Por otro, atribuye sin más la
legitimidad al Estado en tanto que depositario de la justicia según la
voluntad popular, la supuesta legitimación racional o legal de la
democracia; y eso, por un lado abre la puerta al estatismo y, por otro,
desfundamenta definitivamente a la estatalidad, al dejarla sin ningún
presupuesto ajeno a ella misma, como lamenta Bóckenfórde.
2. Ahora bien, como por otra parte la ideología nacional que representa la
razón pública en cualquiera de sus variantes es asimismo impersonal,
colectiva, abstracta, la realización de l'ordre publique le corresponde al
mando político, al gobierno, en cierto modo más impersonal que el rey. No
obstante, siendo el gobierno -que no es sólo el ejecutivo, sino que incluye
lo legislativo y lo judicial-, un conjunto de personas salido del seno de la
sociedad, se plantea como concesión al liberalismo la difícil aporía de la
selección de los gobernantes: el problema de la representación del poder
de abajo hacia arriba, en lugar de la representación de arriba hacia abajo si
el poder y la autoridad proceden de Dios."
Esta forma del Estado es también importante por varias razones. Una,
porque acostumbró a la burguesía a hacerse cargo del Gobierno y ejercer
la actividad política. La segunda, porque también la acostumbró, muy
especialmente a la alta burguesía, aunque ya era normal en el Antiguo
Régimen, a contar para sus negocios con el Estado sin perjuicio de
reclamar la libertad económica. La tercera, porque de la combinación
Parlamento-Monarquía resultaba un régimen oligárquico, de clase, más
económico que político. La cuarta, porque los restos del liberalismo
tradicional, antiestatista, de la cultura europea de raíz cristiana conforme a
la tradición del impe río de la ley, del Gobierno limitado81, tuvieron cierta
influencia en esta forma del Estado de Derecho. La quinta, porque los
liberales, al tener que unirse a una clase, la burguesía, le dieron al
liberalismo un aire ideológico. Y la sexta, porque el liberalismo aceptó por
costumbre, inercia, resignación, confusión o reminiscencia, por la fuerza
de las cosas, el hecho del Estado.`
A. DURANTE LA GUERRA
11. Por otra parte, la contienda, muy igualada, la decidieron los Estados
Unidos, un poder extraeuropeo que había confirmado su vocación y
carácter imperial en la guerra de 1898 contra España. Sin su intervención,
la lucha habría concluido seguramente en un tratado de paz convencional,
es decir, conforme al ius publicum del sistema de Estados europeos regido
por la ley del equilibrio entre los poderes.
10. Y otra decisiva consecuencia fue que, al igual que la nación se había
desembarazado de la Monarquía, el Estado, más intensamente tecnificado,
comenzó ahora, con el auge del socialismo y su internacionalismo, a
desembarazarse de la Nación, sin perjuicio de retener el nacionalismo
ideológico como un arma de la retórica política.
11. En algunos países aparecieron dictaduras. La dictadura es una forma
etimológicamente monárquica, que, en principio, si es del tipo comisario,
deja en suspenso la libertad política al prevalecer la decisión. Sin libertad
política, la decisión o la orden sustituyen al compromiso y el Estado se
hace impolítico. Y como el Estado Totalitario Soviético, asimismo
dictatorial del tipo soberano, era antipolítico al suprimir también las
demás libertades, se generalizó que, con dictadura oficial o sin ella, las
formas de Estado tendieran a hacerse por lo menos impolíticas."
En las sociedades actuales, tal vez todavía algo menos en las europeas
que en la norteamericana, el multiculturalismo ha impuesto de hecho o de
derecho el temor, quizá terror, a pronunciar o escribir determinadas
palabras, de lo que, por cierto se está aprovechando el integrismo
islámico. La neolengua, al paralizar la inteligencia, interioriza el
conformismo que alivia el miedo.
6. Para el espíritu totalitario, el bien puede surgir del mal. Con este fin,
utiliza el mal para neutralizar las conciencias paralizándolas o mutándolas
y automatizar el conformismo según los designios de la élite dirigente en
relación con el bien. La libertad se reduce a die Freiheit zinc
immergleichen, la li bertad de preferir siempre lo mismo según las élites
conciban el bien; una apariencia. A lo que más teme el espíritu totalitario,
aparte de la religión, que da seguridad interior, es al azar. De ahí su ansia
de seguridad. Sin embargo, desprecia el Derecho, al que odia, pues da una
seguridad exterior independiente de la estatal. Se sirve en cambio de un
enjambre de medidas, órdenes que pueden revestir la forma de leyes, con
las que administra burocráticamente el miedo que suscita.
15. Paternal y maternal son dos conceptos muy útiles para distinguir las
dos formas principales del totalitarismo y los Estados Totalitarios. El
Estado Totalitario radicalmente antiliberal refunde, pues, la Sociedad y el
Estado a la vez por la violencia y la persuasión, con predominio de una u
otra según los casos, sometiendo todo a la voluntad de la omnipresente
maquinaria estatal. El pseudoliberal o maternal, más peligroso, prefiere
persuadir a medio plazo mediante la educación y la propaganda e
intimidar con medidas legales que hacen la labor de zapa de la conducta;
si recurre a la violencia, las penas que impone no pasan del
encarcelamiento limitado en el tiempo, de carácter persuasivo; son más
bien correctivos para que los incriminados tomen conciencia de su
desviación de la conciencia colectiva. Es una aplicación de la paradoja de
la libertad de Rousseau. Hay sociólogos y psicólogos por todas partes para
obligar a las gentes a ser libres: la discrepancia del pensamiento único o
colectivo no es una herejía, sino una enfermedad.
3. A pesar de sus lacras y carencias, fue tal el éxito de este primer Estado
Totalitario, gracias a la propaganda, quizá su arma más poderosa, que
consiguió entrar en la pacifista Sociedad de Naciones y más tarde formaría
parte como miembro fundador, con derecho de veto, de la Organización de
las Naciones Unidas. Contribuyó enormemente a su prestigio, rayano en la
mitificación, la acogida entusiasta por buena parte de los intelectuales
occidentales: «La ceguera voluntaria» (Jelen) inspirada por el autoodio a
Europa y a la civilización occidental disimulado como odio al capitalismo.
«Estalinianos. Llevamos este nombre con orgullo/estalinianos. Es esta la
jerarquía de nuestro tiempo», escribió el gran poeta chileno Pablo Neruda.
«El anticomunista es un perro», dijo finamente Sartre. Hasta el arte se hizo
bolchevique.28
4. Lenin había descrito la esencia del orden público, la ratio status visible
del nuevo Estado industrial, como «los soviets más la electricidad». Y el
medio principal de la política interior consistió, aparte de perseguir a los
disidentes y sospechosos, en las planificaciones quinquenales dirigidas a
lograr una rápida industrialización, sobre todo de la industria pesada, e
instaurar una suerte de Imperio de la técnica, con el ojo puesto en
Norteamérica. Sin embargo, como en ellas pesaban más las
consideraciones ideológicas que la economía, fracasaban reiteradamente
en términos económicos, aunque tuvieron bastante éxito en lo que
concierne al progreso técnico gracias a una gran concentración de los
recursos, como en el caso del Sputnik. El gigantesco aparato
propagandístico, que siempre podía echar la culpa a las maquinaciones
capitalistas o a los saboteadores, disimulaba los fracasos, haciendo creer a
casi todo el mundo en el éxito del régimen en la persecución de la
sociedad feliz, que es, supuestamente, una sociedad en la que reina la
abundancia.
El Estado Soviético se dio una Constitución del tipo nominal que,
preocupada por parecer neutral, garantizaba las libertades. El partido era el
titular de la soberanía -su secretario general era de hecho el dictador
soberano-, no existía libertad política ni social y se perseguían las
libertades personales de pensamiento, religiosa y de conciencia,
prohibidas en la práctica. Todo ello acompañado de una gran propaganda y
de un sistema educativo ad hoc, en el que se inculcaba la religión
marxista-leninista, interpretada papalmente por Stalin mientras vivió. Por
supuesto, las garantías jurídicas eran nulas, dado que se eliminó el
Derecho, haciendo pasar por tal las órdenes del gobierno: la política
jurídica, una masa incesante de medidas de las que la policía secreta podía
hacer caso omiso, sustituyó al Derecho.
Por otra parte, sólo sería concebible en una sociedad estática. El jurista
francés Maurice Hauriou, que no era corporativista, definió por entonces
el Estado como una «institución de instituciones». Quizá fue más lejos su
compatriota Renard. Pero el Estado no es una institución más, ni, por
decirlo así, estática, sino el gran artificio del que el voluntarismo del
racionalismo político quiere hacer ciertamente la institución de todas las
instituciones, pero como una empresa que las somete a las necesidades de
su poder. Si por una parte es institución en cuanto estático, por otra, en
cuanto empresa es dinámico, un «sistema de energía» (A. Menzel) en
funcionamiento. Como demuestra la historia, el Estado, llevado por la
lógica del poder y el éthos de la neutralidad, tiende siempre a crecer. En
esto, es igual que una empresa, pero como una especie de holding o
Konzern a costa de las demás empresas, dependientes legalmente de él.
O sea, como concepto histórico-político, su perfeccionamiento consiste
en neutralizar todo poder o institución social monopolizándolo formal o
materialmente a fin de arbitrar los conflictos y las contiendas. Lo hace de
un modo tal que entre el poder estatal y el individuo no quede ninguna
instancia que pueda limitar la soberanía. Y no evita este escollo la
concepción del corporativismo como «tecnificación de la política»48
reduciendo la estatalidad a su condición instrumental. A fin de cuentas, lo
que hace todo Estado es precisamente tecnificar la política. Aparte de su
imposibilidad teórica, el Estado Corporativo es una muy mala solución al
problema del autogobierno y la representación.
De hecho o de derecho, los partidos han llegado, pues, a ser órganos del
Estado, dentro del cual simulan ser la esencia o espíritu de la sociedad a la
que imponen sus pautas. Es así como el consenso social que la traba de
manera natural, espontánea, en una unidad, es sustituido por el consenso
político definido por los partidos que domina, controla y explota a las
sociedades.
10. Al llamado Estado de Partidos dentro del Estado, en rigor sería mejor
llamarlo el Gobierno de Partidos, pues el Estado, en manos del consenso
político, vuelve a ser un instrumento, ahora al servicio de los fines
particulares de aquellos. Como una especie de asociaciones profesionales
dedicadas a conseguir la posesión y el disfrute del Gobierno, parasitan la
estatalidad administrándola como un patrimonio. Este Estado dentro del
Estado se estableció de derecho a partir de 1947, cuando «las
constituciones de los países vencidos en la guerra mundial convierten a los
partidos en órganos estatales de formación e integración de la voluntad
política
12. Decía Augusto Comte que la mayoría de los hombres están destinados
a obedecer. Esta creencia explicaría la política infantilizadora que,
ciertamente, facilita la obediencia. En realidad, lo que desean los hombres
carentes de virtud no es obedecer, sino inhibirse de la responsabilidad. Lo
que facilita y explota sistemáticamente el Estado de Bienestar extendiendo
así la irresponsabilidad en el seno de la vida social. Ante todo, la
irresponsabilidad en relación a lo común, la cosa pública, el bien común.
Pues, precisamente a causa de la politización general casi obligatoria, los
súbditos consideran una carga las obligaciones y deberes que conlleva, y
en los que, por otra parte, la compleja estructura de la estatalidad les priva
de influir. Si encuentran quiénes ofrezcan encargarse de sus
responsabilidades se las encomiendan gustosos; tanto más si les prometen
o esperan de ellos seguridad y bienestar; hasta están conformes en que los
políticos les suban los impuestos aun sabiendo que están destinados a ser
derrochados en nombre de la virtud estatal de la solidaridad. Y ése es el
deseo que alientan y explotan sistemáticamente con sus promesas las
oligarquías de la sociedad política en el Estado de Bienestar. Esto explica
la sacralización del voto como medio de librar a los electores de
responsabilidades que no quieren asumir y, en cualquier caso, no están en
condiciones de hacerlo debido a las circunstancias estructurales.
Como todo es ficticio, se finge que la soberanía jurídica, legislativa, del
pueblo, su opinión acerca de lo justo, se ma nifiesta a través de los
partidos como si fuesen su conciencia. En estas condiciones, es obvio que
la representación no significa nada. Por lo pronto, es un hecho irrefutable
que el representante, una vez elegido siempre tiene mucho más poder -el
que le deja o encomienda el partido- que el representado y, evaporado
además el éthos capaz de inducir a la prudencia a los políticos y a la
resistencia a los electores, y sin la posibilidad de controlar directamente a
los elegidos, en el Estado de Bienestar los representantes ejercen el poder
a discreción, sin perjuicio de la obediencia que deben al partido y el
respeto a la liturgia del consenso político.
Esta máxima presuponía la existencia del sentido común y por ende del
Derecho. Pero el intervencionismo político socializante casi los ha
destruido. Por otra parte, como la aplicación de tantas regulaciones exige
desmesuradas burocracias, los políticos la aprovechan para reclutar
clientelas.
Stefan Breuer pensaba hace pocos años que el Estado no está muerto, sino
sólo desmitificado. No obstante, los indicios materiales, entre ellos la
gigantesca crisis financiera y económica que ha venido a sumarse a la
demográfica, provocadas en último análisis por los gobiernos estatales,
sugieren que el Estado, al adolecer de un mando capaz de decidir
políticamente al margen de las reglas técnicas y la legislación que segrega
la ratio status, puede estar comenzando a disolverse. Lo cierto es que
subsisten bien enquistadas sus burocracias políticas y administrativas,
muy fuertes por sus dimensiones. De ahí que, en este momento de
desconcierto, dado el dominio que tienen las oligarquías de los medios de
comunicación, de la cultura, de las finanzas y de la economía, están
recobrando su primacía las ideas estatistas, incluso en Estados Unidos. Y
como esta nación en cierto modo marca la pauta desde hace tiempo, las
oligarquías europeas se hacen eco de ello con entusiasmo.
El Estado, con sus defectos y sus virtudes, fue durante siglos una
admirable forma de orden, ciertamente, a costa de la libertad política,
paliada por las tradiciones. El punto de inflexión fue sin duda la Gran
Revolución, que comenzó a destruirlas. En el siglo XIX, las tradiciones de
la conducta, vinculadas a las de la razón y la naturaleza, eran todavía muy
fuertes y el Estado las respetaba más o menos, aunque las fuese
socavando. Sin embargo, los políticos, confirmando que «el sofista no es
mejor que el tirano», lo han ido acomodando a sus vicios y la primera
Gran Guerra mundial fue, en definitiva, una consecuencia de aquella
revolución. Debilitó gravemente todas las tradiciones y destruyó los
aspectos positivos de la estatalidad. El Estado cayó en manos de
sedicentes revolucionarios o reformadores sociales que, odiándose a sí
mismos, buscan transformar milagrosamente a su gusto la sociedad y la
naturaleza humana, a las que desprecian u odian. También desprecian u
odian el Derecho: sólo aman las órdenes que dan para conseguir sus
propósitos particulares.
25 Véase de Krabbe, op. cit. II, 1, p. 12. Cfr. C. Schmitt, Sobre los tres
modos de pensar la ciencia jurídica, Tecnos, Madrid, 1996.
50 «El filósofo que rompió con la naturaleza como norma», decía Julián
Freund, «es Hobbes, el filósofo del artificio que se presenta como un
nuevo Aristóteles. Pero un Aristóteles que comenzaría por sentar: "la
naturaleza del hombre es el artificio"». L'aventure du politique, cit., p. 17.
Y el nuevo artificio tiene dos centros de expansión, agrega Freund: la
máquina -la técnica- y la política, es decir, el contrato: «Hobbes, más que
Descartes, quería vencer a la naturaleza». La sociedad se puede deshacer y
hacer o rehacer, idea que recogió Espinosa.
52 Véase la clasificación que hace Carmelo Lisón de los tipos del mal
desde un punto de vista antropológico en «El mal es el Otro... y nosotros»,
Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, LX (2008).
Según Lisón, las formas del mal son nueve.
67 Véase sobre este punto F. Kern, Derechos del rey y derechos del
pueblo, Rialp, Madrid, 1955. 1. Más ampliamente, con referencia expresa
a la religión «real», D. K. van Kley, Los orígenes religiosos de la
Revolución francesa, Encuentro, Madrid, 2002.
77 «La palabra Estado indica un orden existente para una concreta parte
territorial de la humanidad». H. Krabbe, Die moderne Staatsidee, cit., IX,
1, p. 226.
78 Véase J. G. A. Pocock, El momento maquiavélico, op. cit.
82 W. Naeff, La idea del Estado en la Edad Moderna, op. cit., II, p. 35.
Naeff destaca brevemente la importancia de la Polis griega como modelo
del Estado y la influencia bizantina.
Esa teoría sigue siendo asimismo un obstáculo para una clara teología
política. Por ejemplo, la reivindicación doctrinal tan frecuente de un
espacio público para la religión y la Iglesia -fundamental, por lo menos en
sus inicios, en la teología política de Metz o Moltmann-, a pesar de sus
buenas intenciones equivale a entrar en el juego del pensamiento estatal,
para el que lo público es precisamente la estatalidad. Al ser la Iglesia una
comunidad espiritual, es co mún para todos, sobre todo para los fieles, y lo
común no es lo público según la jerga estatal. Lo esencial, como siempre,
es la libertad. En este caso la libertad religiosa, fundamento de todas las
libertades, al implicar la libertad de la conciencia. En el fondo se trata de
la oposición entre la fe y el poder del Estado.
10 Sobre los tipos fundamentales del Derecho, cfr. C. Schmitt, Sobre los
tres modos de pensar la ciencia jurídica, cit.
12 Cfr. P. G. Grasso, El problema del constitucionalismo después del
Estado Moderno, Marcial Pons, Madrid, 2005
28 A la verdad, hay motivos para pensar con Hannah Arendt que Kant
ironizaba en su célebre escrito La paz perpetua. Aunque también estaba ya
muy mayor cuando escribió ese opúsculo.
3 The Questfor Community, op. cit. 8, pp. 198ss. Véase todo el capítulo.
16 The Servil State, Liberty Fund, Indianápolis, 1977. [El Estado Servil,
Ciudadela Libros, Madrid, 2010.]
40 El Estado. La lógica del poder político, op. cit., 4, pp. 229 y ss.
80 Cfr. D. Negro, El mito del hombre nuevo, op. cit. Eso es por cierto
antimarxista: Marx sólo pensaba que la historia verdaderamente humana
sustituiría a la historia natural del hombre, como, según él, había sido
hasta ahora.