Palabras Viajeras

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PALABRAS VIAJERAS

La primera palabra que existió no sabía viajar. La pobre vivía sola, encerrada en una

cabecita. Aparecieron más palabras, y tampoco sabían viajar. Hasta que un día

conocieron una boca y le pidieron ayuda. La boca escogió a una y sopló con gran

fuerza. Y aquel fue el primer viaje de una palabra, y la elegida fue “mamá”.

Muchas otras palabras aprendieron a viajar así. Saltaban felices de las bocas a las

orejas volando a través del aire. Pero pronto se dieron cuenta de que nunca llegaban

muy lejos. Como mucho, con el mayor de los gritos y el viento a favor, algunos

cientos de metros ¿Cómo iban a conocer así el mundo con lo grande que es?

Pasaron años y años antes de que conocieran a unas chicas increíbles. Eran 27 amigas

que se hacían llamar Letras, y se ofrecieron a vestir a cada palabra de forma

distinta, para que al viajar se las reconociera fácilmente. Ellas no sabían volar por el

aire, pero conocían al señor Lápiz, capaz de pintar cualquier cosa en cualquier sitio. Sin

embargo, Lápiz nunca encontraba buenos lugares para que las palabras viajaran, y

a menudo escribía sobre rocas y árboles que nadie podía mover, dejando a las palabras

allí atrapadas para siempre.

Y entonces, cuando las palabras estaban a punto de rendirse y aceptar que nunca

podrían viajar lejos, conocieron al señor Papel. Era ligero y se movía rápido, pero

aguantaba firme mucho más que el aire. Era la forma perfecta de viajar.

Y así en el papel el lápiz escribió letras, que formaron palabras, que pudieron

viajar al otro lado del mundo sin perderse. Y lo que en un principio solo había en

la cabeza de unas personas pudo llegar a muchas otras a las que ni siquiera

conocían, inventando una maravillosa forma de hacer viajar las palabras que

cambiaría el mundo para siempre: la lectura.


LA LLAVE MÁGICA

Martín era un niño que ya se había hecho tan mayor, que aquel cumpleaños su padre le

regaló un libro ¡sin dibujos! El pobre niño quedó un poco decepcionado, pero al notarlo

su padre le dijo:

- Este no es un libro cualquiera hijo, es un libro mágico. Pero para descubrir su

magia, tendrás que leerlo.

Eso estaba mejor, porque a Martín le gustaban todas las cosas mágicas, así que

empezó a leer el libro, aunque no tenía muchas ganas. A la mañana siguiente, su padre

le preguntó:

- ¿has encontrado ya la llave mágica?

¡Así que tenía una llave!. Martín corrió a hojear el libro buscándola, pero no había ni

rastro. Volvió muy contrariado, pero su padre le advirtió:

- Así no la encontrarás. Tienes que leer el libro.

Pero Martín no tuvo mucha paciencia, y dejó de leer, pensando que su padre le había

engañado para hacerle leer un poco más, como le había estado diciendo el profesor.

Poco después, su hermana Ángela, sólo un poco menor que él, le pidió el libro para

tratar de leerlo ella. Tras varios días esforzándose por leerlo sin demasiado resultado,

apareció en el salón gritando loca de contenta:

- ¡La he encontrado, he encontrado la llave del libro mágico! -y entonces no paró de

hablar de los mundos y lugares que había visitado con aquella llave.

Aquello terminó por convencer a Martín para volver a leer el libro. Al principio era un

rollo, ni un triste dibujo, pero poco a poco la historia se fue animando, empezó a
interesarse por la vida de aquel príncipe aventurero, y cuando quiso darse cuenta, allí

estaba. Era el propio libro el que tenía a sus ojos forma de llave, y era verdad que en

cuanto lo abría, se sentía transportado a los valles y mares del libro, y vivía las

aventuras de sus piratas, príncipes y hechiceros como si fuera él mismo. Y su cabeza

y sus sueños se llenaban de aventuras a la primera oportunidad.

Pero lo más especial de aquella historia, fue que a partir de entonces, en cada

nuevo libro veía una nueva llave a mil mundos y aventuras, y ya nunca dejó de

viajar y viajar a través de las letras y las palabras.

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