LA EDUCACIÓN EN LA ARGENTINA - Una Historia en 12 Lecciones - Nicolás Arata y Marcelo Mariño (COMPLETO)
LA EDUCACIÓN EN LA ARGENTINA - Una Historia en 12 Lecciones - Nicolás Arata y Marcelo Mariño (COMPLETO)
LA EDUCACIÓN EN LA ARGENTINA - Una Historia en 12 Lecciones - Nicolás Arata y Marcelo Mariño (COMPLETO)
Myriam Southwell
Pensar el tiempo
El tiempo, la experiencia y la conciencia que se tienen de él han sido objeto
de reflexión a lo largo de la historia de la humanidad. ¿Qué es? ¿Cómo explicarlo? La
filosofía, la ciencia, la literatura y el arte nos muestran la actualidad recurrente del
tiempo como problema específicamente humano. La experiencia del tiempo se
manifiesta en su transcurrir, en su devenir, lo percibimos en su duración y nos pone en
contacto con la finitud. A pesar de que cada cultura en la que nos desenvolvemos lo
experimenta de diferentes maneras, los humanos tenemos en común el estar hechos de
tiempo. Pero, si la historia de nuestras culturas nos ha engendrado múltiples y diversos,
¿cómo dar cuenta de eso que nos constituye?
En sus Confesiones, escritas a fines del siglo IV, San Agustín afirmaba que
él sabía qué era el tiempo si nadie se lo preguntaba, pero si le pedían que lo explicase no
hallaba las palabras para hacerlo. Situado históricamente en un período de profundos
cambios y frente a la crisis del Mundo Antiguo, Agustín se preguntaba acerca del
pasado y del futuro: cómo podían “ser” si el pasado ya no era y el futuro aún no se
manifestaba. Y si el pasado ya no era, ¿quién podía medirlo? ¿Quién se atrevía a medir
lo que ya no era? San Agustín sostuvo que cuando el tiempo pasa, este puede ser
medido y percibido, pero cuando ya pasó, no puede ser medido porque ya no “es”, El
filósofo consideró que la temporalidad subdividida en los tiempos pasado, presente y
futuro era impropia y que más bien deberían plantearse como presente del pasado,
presente del presente y presente del futuro. Con ello tocó el núcleo de la relación entre
la temporalidad y el sujeto que la percibe: la conciencia histórica. ¿Por qué? Porque
como planteó Gilles Deleuze, el pasado se constituye como tal cuando coexiste con el
presente del que es pasado. En otras palabras: el pasado existe en tanto se reconstruye
desde un presente; el pasado es porque hay una temporalidad presente que lo evoca.
Decíamos que San Agustín pensaba el problema del tiempo en un contexto
social de crisis, donde las tradiciones eran cuestionadas y existía un enorme
desconcierto sobre lo que depararía el porvenir. Por ello, es importante mencionar que
los intentos de reflexión sobre el tiempo no son independientes del sujeto y de la época
desde donde ese sujeto piensa. Justamente, la historia es una ciencia que tiene por
objeto conocer y explicar el devenir de las sociedades en el pasado, pero el historiador
lo reconstruye desde su presente, a partir de los interrogantes qué se formula en el
tiempo que le toca vivir.
Pensar históricamente es producir un pensamiento que se organiza y se
recorta a partir de determinadas representaciones sobre la temporalidad, que establece
nexos explicativos entre sus dimensiones pasadas y presentes. Al pensar su propia
historicidad, el sujeto la asume como una característica que le es propia y se reconoce
como parte de la historia. Afirmarse como sujeto histórico implica enlazarse en una
trama que necesariamente excede la propia existencia vital. La significación que los
sujetos hagan del pasado promoverá modos de entender el presente y de imaginar el
futuro. Aun más: para Elías Palti, la idea del pensar históricamente -título que
tomamos prestado de un artículo del propio Palti- es, ella misma, también “una
construcción histórica”; es decir que ésta no puede definirse por fuera de un marco de
categorías; porque no existe “una” única forma de pensar históricamente.
El reconocimiento de la temporalidad se produce a partir de fuentes y
materiales muy variados. Por ejemplo, de imágenes que caracterizan una época, de
representaciones que se elaboran a partir de determinados acontecimientos y procesos,
de experiencias y de investigaciones que señalan las continuidades o los cambios entre
el pasado y el presente, Estos son recuperados por los sujetos y por las instituciones
sociales que los organizan como relatos. Se construyen como sentidos, como
explicaciones que se transmiten y se resignifican de generación en generación.
Los pasados que habitan en la sociedad se organizan a partir de intereses
muy diversos y circulan por distintos espacios. En términos científicos, la historia es
indagación y explicación del pasado. Pero los relatos históricos también circulan en la
sociedad a través de los cuentos que cuentan las abuelas, de las memorias que se
evocan al pie de un monumento, de los rumores de café, de las versiones de la historia
que se enseñan en las escuelas, etcétera. Así, los saberes académicos son excedidos; se
forma un sentido común histórico que se compone de enunciados provenientes de la
ciencia que conviven con construcciones míticas sobre el pasado.
Los formatos, los motivos y los objetivos por los cuales el pasado circula en
un presente determinado no son ajenos a las relaciones que los sujetos y las sociedades
establecemos con las dimensiones temporales. Deben tenerse en cuenta una
multiplicidad de factores: el tiempo social (internacional, nacional, regional) en el que
nos toca vivir, el contexto económico, político y cultural en el que nos hemos formado,
las instituciones en las que nos hemos educado, lo que hemos leído, lo que hemos
discutido, los imaginarios que se constituyen a través de los medios masivos de
comunicación, de nuestra historia familiar, de la condición de género, de la clase social
y nuestra propia e irreductible singularidad que se compone con todos esos factores.
Nuestra idea de la historia está situada en un tiempo de la cultura a la que
pertenecemos y en la que nos fuimos constituyendo como sujetos.
Abramos el zoom e incorporemos a nuestro enfoque el entorno cultural y su
historia: cuando los mundos europeo y americano entraron en contacto a partir de la
expansión y la conquista, se produjo un choque cultural y la colisión de temporalidades
diversas. ¿Estaban situados en un mismo tiempo Moctezuma y Cortés, Pizarra y
Atahualpa? No. Precisamente, una de las dimensiones a través de las cuales se
manifestó el traumatismo de la conquista en las culturas indígenas fue que la
temporalidad europea colonizó -aunque su éxito nunca fue absoluto- el tiempo
americano. En efecto, como indicó Todorov, a “la sumisión del presente frente al
pasado” que principiaba la organización social maya y azteca, y que ubicaba en la
tradición la fuente de la verdad (de hecho, la palabra náhuatl que nombra la “verdad”
-neltiliztli- está etimológicamente vinculada con los términos “raíz” y “fundamento”), el
proceso abierto por la conquista le opuso otra concepción del tiempo, de carácter lineal,
introduciendo lo imprevisible en la historia. Para aztecas y mayas, “el conocimiento del
pasado lleva al del porvenir” por lo que las profecías estaban profundamente enraizadas
en el pasado; sólo podía profetizar quien era capaz de conocer el pasado. Con la
introducción de una noción del tiempo unidireccional, asociada a la idea de “progresión
infinita”, ese universo se vio imposibilitado de comprender las novedades introducidas
por el europeo. Así, concluye Todorov, las culturas prehispánicas, “maestras en el arte
de la palabra ritual, tienen por ello menos éxito ante la necesidad de improvisar, y ésa
es precisamente la situación de la conquista”.
Para la concepción occidental del tiempo, en cambio, la conciencia histórica
implica la amalgama de materiales -a veces dispersos e incluso contradictorios- que
organizan un relato, una orquestación temporal en la que conviven una versión del
pasado, un diagnóstico presente y un futuro imaginado. Es lo que Agnes Heller
conceptualizó como presente histórico, al que entiende como una estructura cultural en
la que el presente contiene a su propio pasado y a su propio futuro. Las características
del presente histórico dependerán, entonces, de cómo se disponen hechos y procesos,
de cómo se organizan en un relato, de qué vinculaciones se establecen en él. Así, un
mismo hecho del pasado puede cobrar diferentes sentidos según la versión de la
historia en la que se inscriba.
A lo largo del tiempo, las sociedades se han relacionado con su pasado, lo
han construido, lo han inventado. Cuando nos referimos a la “invención” del pasado, no
lo hacemos connotándolo negativamente -como si fuera sinónimo de “mentira”-.
Decimos que en los trabajos de recuperación del pasado siempre hay un proceso de
reconstrucción, de selección, de disposición de hechos y de procesos que se organizan y
resignifican, constituyendo una versión. Para la historiografía liberal argentina, por
ejemplo, la batalla de Caseros -que puso fin al régimen rosista en 1852- permitió
retomar la línea político-institucional que se había iniciado con la Revolución de Mayo
de 1810. En ese relato, las décadas posteriores a la revolución y las guerras de la
independencia -con excepción de la experiencia rivadaviana- fueron consideradas un
desvío del proyecto político que había comenzado con la revolución. Esa versión de la
historia organizó un sentido del pasado que se ajustaba a los intereses del grupo
político que diseñó el modelo estatal posterior a Caseros. De ese modo, se instituyó una
versión de la historia que logró imponerse sobre otros relatos.
Recapitulemos lo dicho hasta aquí: las sociedades establecen distintas
relaciones con el tiempo. Lo piensan de acuerdo con los nexos que establecen entre el
pasado, el presente y el futuro. El presente se interroga sobre su historia, formula
preguntas que pueden encontrar diversas respuestas. Las respuestas a las que se arribe
dependen de las preguntas que se hagan, de quiénes las formulen y realicen, de los
espacios en los que se formulen y de cómo circulen. Las versiones de la historia viven
en el presente, se manifiestan muchas veces como combates entre memorias que pujan
por establecerse como la versión, la verdad. Pero ¿cuál es la verdad?
La historia se mueve
El espejo de la historia
Trasplante y exterminio
Imposición y mestizaje
Otra versión de la Conquista señaló que lo que tuvo lugar durante aquel
proceso fue la imposición “en bloque” de la cultura europea. Desde esta perspectiva, se
postulaba que todos los conquistadores entraron en contacto con los conquistados de
un modo semejante, los animaban los mismos propósitos y perseguían las mismas
finalidades. Un análisis más pormenorizado, en cambio, demostró que hubo diferentes
formas de establecer contacto entre europeos e indígenas. Incluso las culturas
americanas no reaccionaron del mismo modo ante las actitudes del conquistador.
Para imponerse, la matriz cultural hispánica debió efectuar reajustes frente a
las características del legado cultural amerindio. El contacto entre universos culturales
desencadenó un mestizaje entre seres, saberes e imaginarios de cuatro continentes
diferentes: América, Europa, Asia y África. Su persistencia puede notarse, por ejemplo,
en un registro tan extendido como es el lenguaje. Tal es el caso de la língua geral de
origen Tupí-guaraní que adquirieron los primeros pobladores portugueses del litoral
paulista y carioca. El caso opuesto puede ejemplificarse con el bilingüismo paraguayo y
el plurilingüismo boliviano. El primero expresa la capacidad de pervivencia de una
lengua franca, que fue adoptada por los conquistadores portugueses para comunicarse
con los indígenas. El segundo, en cambio, da cuenta de una coexistencia entre lenguas
que aún se presta, en muchas ocasiones, a prácticas discriminatorias. Es importante
mencionar que en 1492 se publicó por primera vez la Gramática de la lengua española
-la primera de un idioma moderno en Europa-. Su autor, Elio Nebrija, escribió en el
prólogo que “la lengua era compañera del Imperio”, es decir, un medio poderoso de
adoctrinamiento y conquista de la subjetividad. Nebrija entiende que para construir
una nueva subjetividad se precisa colonizar el lenguaje, porque no se piensa lo mismo
en quechua que en español.
Aunque la imposición cultural existió, no debemos perder de vista que las
formas de resistencia que desarrollaron los pueblos americanos produjeron novedades
que estaban fuera del proyecto social concebido por el español. Como advierte Serge
Gruzinski: “Si no todos los mestizajes nacen forzosamente de una conquista, los que la
expansión occidental desencadenó en América principian invariablemente en los
escombros de una derrota”. En ninguna guerra europea se cometieron crímenes tan
abominables y ningún ocupante le infligió a otro pueblo ultrajes como los que los
españoles descargaron sobre los indígenas. Sin embargo, lejos de desaparecer, las
culturas amerindias resistieron la imposición del conquistador entramándose con la
cultura impuesta. Las relaciones entre vencedores y vencidos adoptaron la forma de
mestizajes que enturbiaron los límites que las autoridades coloniales trataban de
mantener entre ambos universos culturales.
La educación colonial
Tras las primeras décadas, los vínculos coloniales afianzaron una relación
entre conquistadores y conquistados profundamente asimétrica. En este sentido, es
importante resaltar que la sociedad colonial fue una sociedad de vasallos que, a su vez,
estuvo determinada por su ubicación periférica en relación con la metrópoli. ¿Qué lugar
y qué perfil se le adjudicó a la educación en este contexto? Como mencionamos,
mestizaje, lazo colonial, trasplante y exterminio son conceptos clave para poder
abordar la escena pedagógica colonial. Adentrémonos ahora en el período que tuvo su
cuna en Guanahaní en 1492 y su conclusión en Ayacucho en 1824.
El mundo colonial estaba muy lejos de constituir una unidad simple desde el
punto de vista educativo. La inmensa extensión territorial, la diversidad de tradiciones
culturales pre- existentes a la llegada del europeo, las diferentes estrategias de
evangelización de las órdenes religiosas, entre muchos otros factores, dieron lugar a un
mosaico de experiencias educativas muy diversas según el período y la región donde se
coloque la mirada. Por eso, antes de realizar una mirada a la región comprendida entre
el Río de la Plata y el Alto Perú, queremos plantear tres consideraciones sobre el
período abordado.
En primer lugar, y como venimos advirtiendo, las experiencias educativas
coloniales no se asentaron sobre un territorio yermo. La educación ocupaba un lugar
central en la estructura social de las civilizaciones precolombinas. El desarrollo cultural
podía constatarse en el estado de la agricultura con sus técnicas de cultivo y regadío, en
los conocimientos astronómicos, culinarios, medicinales y en las manifestaciones
artísticas. ¿A través de qué instituciones se transmitían estos saberes?
Los mexicas iniciaban a los niños en la vida cotidiana a través de la
transmisión del oficio que practicaban sus padres, los consejos ceremoniosos y las
reglas morales que regulaban la vida en común. Esta instrucción tenía lugar en el
calpulli y el huehuetlatolli. El segundo momento de la educación mexica transcurría en
el calmécac, que significa “en el linaje de la casa”, en el cuicacalli, que era la casa de
canto, en el ichpuchcalli, o “casa de doncellas” y en el telpochcallí, que significa “casa
de jóvenes”, En estas instituciones se establecía una vinculación estrecha entre
sacerdocio, guerra y educación. En efecto, en el primero se preparaba a los niños para
la vida sacerdotal mediante la transmisión de los himnos y cantos rituales, bajo la
advocación de Quetzalcóatl. En el telpochcalli, en cambio, se educaba en las artes de la
guerra, la religión y la moral. Según el Códice Florentino allí se formaban las “águilas y
los jaguares, es decir, los guerreros valientes”. La primera estaba reservada a los hijos
de los nobles mientras que la segunda estaba abierta a la mayoría de los varones.
Pero la importancia asignada a la enseñanza y a la transmisión de la cultura no
era exclusiva de los grandes imperios precolombinos. Hacia el siglo XV, la vida cultural
era intensa en los territorios del cono sur americano. En la región noroeste de nuestro
país, la presencia del Imperio Incaico fue significativa. Si miramos con detenimiento, el
pensamiento quechua no remitía a un universo cultural homogéneo, sino a largos
procesos de hibridación, superposición e interpenetración de las distintas culturas
andinas. La fuerza de estas fue tan determinante que, a pesar de los triunfos militares y
la expansión del imperio incaico, la imposición del runa simi como lengua oficial fue
resistida por los aymara, los uru y los pukara, que siguieron empleando sus lenguas
nativas y sus cosmovisiones propias.
En la región litoral, la transmisión de la cultura estuvo a cargo de los
chamanes guaraníes, quienes poseían un conjunto de saberes sobre los ciclos naturales
y la fertilidad, podían establecer diálogos con los muertos y tenían la capacidad de
profetizar el futuro. Los chamanes eran los encargados de resguardar la tradición y el
poder gerontocrático, bajo la protección de Tupá, la divinidad principal. En el sur, los
mapuches reconocían en Nguenechén al gran padre que vive en el cielo, en la Vía
Láctea. La cultura mapuche exaltó el valor de la vida comunitaria a través de la
transmisión de un conjunto de principios ético-morales asociados a la igualdad, la
reciprocidad, la redistribución y la horizontalidad, que debe portar el kimche (el sabio)
y es condición para el küme felen (la armonía entre el cuerpo, el pensamiento, el
corazón y la comunidad).
No obstante, es importante mencionar que lo que sabemos sobre las
características de la educación y la transmisión de la cultura en las sociedades
americanas procede de obras escritas por frailes interesados en documentar la cultura
prehispánica o por indígenas que colaboraban con aquellos. No sería aventurado
sostener que es más lo que ignoramos sobre nuestros antepasados indígenas que lo que
creemos conocer sobre sus complejas prácticas culturales.
En segundo lugar, el proyecto civilizatorio que la sociedad ibérica implantó en
Amerindia tuvo un marcado carácter religioso y urbano. Fueron las ciudades los
espacios que contaron con una mayor actividad religiosa y educativa. Córdoba,
Santiago del Estero y Tucumán fueron los enclaves donde se edificaron los primeros
colegios y universidades. La mayoría dependía directamente de las órdenes religiosas:
franciscanos, dominicos, mercedarios, agustinos y jesuitas. En este sentido, identificar
educación con evangelización no representaría un exceso, siempre que se haga
referencia a las primeras décadas de vida colonial. Si educar y evangelizar resultaban
sinónimos durante el primer período de la Conquista, con el transcurso del tiempo los
sentidos asociados a la educación se fueron complejizando y se tornaron cada vez más
heterogéneos.
Esto se debió fundamentalmente a tres razones. En primer lugar, el proceso de
evangelización no sólo conllevó la conversión a una religión monoteísta, además, exigió
la incorporación de ciertos principios de orden, moralidad y respeto. En segundo lugar,
a lo largo del período colonial se sucedieron tres estrategias que expresaron proyectos
pedagógicos y culturales divergentes: el promovido por el humanismo renacentista (s.
XV-XVI) expresado en las posiciones de Bartolomé de las Casas, Vasco de Quiroga y
Pedro de Gante; la estrategia inquisitorial, propia de la Contrarreforma, expresada en
los sucesivos actos de fe, las encomiendas y las acciones militares de Hernán Cortés y
Francisco Pizarro (s. XV-XVII); y, finalmente, el proyecto ilustrado, alentado por un
espíritu modernizador y desarrollado en el marco de las reformas borbónicas (s. XVIII).
Esas tres grandes tendencias promovieron diferentes tipos de vínculos
pedagógicos con los indígenas y con los criollos. En tercer lugar, la sociedad colonial se
organizó en torno a un modelo social estamental basado en el principio de desigualdad
jurídica. Señala Susan Socolow que en las ciudades hispanoamericanas “se hacía una
distinción entre vecinos (ciudadanos) y habitantes (residentes). [Estos últimos] tenían
limitado poder político y estatus legal como residentes de la ciudad”, aunque las Leyes
de Indias admitían que algunos miembros pudieran -excepcionalmente- pasar de un
grupo a otro gracias a la adquisición de méritos extraordinarios.
Veamos con mayor detenimiento este último aspecto. En la sociedad colonial,
cada persona tenía una calidad que le estaba dada por el nacimiento y la dotaba de una
dignidad particular. En la ciudad, el paradero social de un individuo se definía por una
combinación de relaciones de parentesco y desempeño laboral, condición que pesaba
tanto a título individual como corporativo. Para ser considerada “noble”, una persona
debía cumplir dos requisitos: la limpieza de sangre y la limpieza de oficio. En Europa,
solamente la sangre, en principio, era capaz de otorgar nobleza. En España, la
consecuencia más trascendental de la aparición de judíos conversos en el siglo XV fue la
determinación, por parte de los cristianos viejos, de implantar estatutos de limpieza de
sangre en las instituciones sociales más diversas: órdenes militares, colegios mayores,
órdenes religiosas, oficios municipales. El temor a que se desvirtuaran los preceptos y
tradiciones cristianas por parte de los recién convertidos -ya fueran moros o judíos-
puso en marcha mecanismos de control y represión conducidos principalmente por la
Inquisición. La limpieza de oficio, en cambio, trazaba las diferencias sociales en función
del tipo de trabajo que desempeñaba cada uno de sus miembros: los que hacen la
guerra y protegen materialmente: los que rezan y gracias a sus oraciones protegen
espiritualmente: y los que trabajan la tierra, desarrollando tareas artesanales o
mercantiles. Entre los dos primeros grupos y el tercero se construyó una relación
asimétrica que diferenciaba los oficios nobles de aquellos considerados viles. La
combinación de estos dos criterios tuvo especial injerencia en los trayectos educativos
de los grupos sociales. Al menos hasta las reformas borbónicas, sólo los españoles y los
criollos podían acceder a los espacios educativos “formales”. El resto de la población
estaba destinada, en el mejor de los casos, a transitar por espacios educativos
“informales”.
En los párrafos siguientes nos referiremos a tres niveles de instrucción,
aunque es importante advertir que esta denominación responde más a nuestro
moderno concepto de educación distribuida en niveles, ya que, como señala Pilar
Gonzalbo, durante la dominación española
no existió un verdadero sistema educativo, diseñado y controlado por una
autoridad superior, tal como hoy lo concebimos [...] sino que los estudios de
todos los niveles se establecieron más o menos espontáneamente”
[agregando que esa organización] no se inició por el nivel inferior, sino por
el más elevado, los estudios universitarios.
Hasta la ascensión de los Barbones en España -en el inicio del siglo XVIII-, las
escuelas elementales no ocuparon un lugar privilegiado entre las preocupaciones de la
administración colonial. Recién a partir de la Real Instrucción del 11 de junio de 1771 se
estableció la obligación, por parte de los cabildos, de pagar al médico, al cirujano y al
maestro de escuela que habían de establecerse tanto en pueblos de indios como de
españoles.
La creación de una escuela podía tener tres orígenes: por medio del impulso de
la autoridad eclesiástica o de una orden religiosa; por la voluntad de los gobernadores o
del municipio, o podía ser propuesta por particulares. En las escuelas de primeras
letras fundadas por el municipio, éste establecía las condiciones y los precios de la
enseñanza. En las escuelas creadas por las órdenes, la impronta que aquella adquiría
estaba dada por la congregación religiosa que la dirigía. En cambio, los particulares que
querían abrir una escuela debían dirigirse al Cabildo para que se los autorizase.
¿Qué aspecto guardaban estas escuelas? Según José Bustamante Vismara,
hacia fines del siglo XVIII, las escuelas de primeras letras de la campaña bonaerense
eran edificaciones de paredes de adobe, techos de paja y pisos de tierra. Las escuelas
tenían pizarras de distintos tamaños, los bancos y asientos de los alumnos solían ser de
madera de pino. Colgados de la pared podían encontrarse alfabetos y la imagen de
algún santo, junto con palmetas de diferentes tamaños -utilizadas para los castigos-;
también cajones con arena y sus correspondientes pinceles y alisadores. Podía haber
algunos textos, de formato pequeño y grandes caracteres, catecismos, silabarios,
tratados de obligaciones del hombre, catones y algo de papel. Por lo general, las
escuelas estaban ubicadas cerca de la iglesia o la plaza del pueblo y en muchos casos,
eran construcciones frágiles.
Las primeras escuelas fundadas en el territorio que ocupa actualmente la
Argentina fueron las siguientes.
Santa Fe 1573
Tucumán 1585
Santiago del Estero 1585
Córdoba 1592
Corrientes 1603
Buenos Aires 1605
Mendoza 1610
La Rioja 1622
Salta 1624
San Juan 1655
Catamarca 1688
San Luis 1732
Entre Ríos 1795
¿Qué sucedía con la inmensa mayoría de los niños y niñas que nunca
asistieron a las instituciones reseñadas? ¿Existían alternativas para recibir educación
por fuera de aquellos espacios? En muchísimos casos, los niños que no habían asistido
a una escuela de primeras letras, se insertaban directamente en el mundo del trabajo.
Para los sectores del bajo pueblo, las posibilidades de formación eran pocas, pero no
inexistentes. A grandes rasgos, podían tomarse dos caminos alternativos: ser puestos
bajo la formación de un artesano para aprender un oficio, o ser colocados en una casa
de niños huérfanos o expósitos.
La fundación de los Hospicios y las Casas de Niños Expósitos tuvo lugar
durante fines del siglo XVIII y principios del XIX. En la Buenos Aires virreinal, el
estado de gravedad y abandono de los niños expósitos fue objeto de atención durante el
virreinato de Juan José Vértiz (1778-1784). La situación de los niños recrudecía en las
ciudades, donde las condiciones sanitarias eran muy precarias y enfermedades como la
viruela, la fiebre amarilla o el tifus eran mortales. A ello se le sumaba que estas
ciudades recién hacia mediados del siglo XVIII lograron tener una provisión de
alimentos razonable, siendo los niños las principales víctimas de la desnutrición.
Muchos eran abandonados por sus progenitores en las calles y, según mencionan los
documentos del virreinato, algunos de ellos se convirtieron en víctimas de los perros
cimarrones que acechaban la ciudad.
El 14 de julio de 1779 el virrey Vértiz dispuso la creación de una Casa de Niños
Expósitos, bajo la dirección de Martín de Sarratea. La primera huérfana admitida, el 9
de junio de 1780, fue Feliciana Manuela, quien falleció al poco tiempo. ¿Cómo se
colocaba a estos niños? Para garantizar el anonimato y procurar que el abandono no se
realizara en plena calle, fue necesaria la adaptación de un dispositivo: el torno. Este
consistía en un cilindro ahuecado que giraba sobre su eje, comunicando el interior,
generalmente un convento, con la calle. El torno comenzó utilizándose por primera vez
en Milán en el año 787, para la circulación de mensajes, alimentos y medicinas entre los
conventos de clausura, y el exterior. Con el tiempo el mecanismo fue adaptado como
respuesta al fenómeno de la exposición.
En la Casa de Niños Expósitos funcionó una imprenta que tuvo un papel
destacado en la historia del libro y de otro tipo de impresos en el Río de la Plata. La
imprenta se encontraba en el Colegio de San Carlos y pertenecía a los jesuitas. Cuando
fueron expulsados, según recuerda Torre Revello, fue arrumbada “en los sótanos de la
Universidad, de donde la sacó el Virrey Juan José de Vértiz para trasladarla a Buenos
Aires”. En 1780 la imprenta fue embalada en 13 cajones y transportada a Buenos Aires,
junto con un aprendiz de imprentero llamado Santos de Carolla. En un relato que se
entrecruza con el mito, las fuentes informan que Santos fue traído junto a la imprenta
como “su adición o complemento”.
La formación de los aprendices de oficios mecánicos fue el otro camino posible
para el tránsito hacia la vida adulta. La historia del aprendiz está ligada a un sector
específico de la economía colonial urbana: el artesanado. Herreros, sastres y zapateros,
entre otros, se asentaron en las ciudades coloniales llevando consigo los secretos de las
técnicas y los saberes propios de sus oficios. Bajo su cuidado, un gran número de niños
y jóvenes de diversas procedencias se incorporaron al trabajo en el taller, vinculados a
un contrato laboral y pedagógico cuyo objetivo final consistía en transformarse en
maestros artesanos.
Colocar un niño bajo la tutela de un artesano estuvo regulado por un conjunto
de disposiciones que variaban según las tradiciones a las que adscribían las
organizaciones gremiales. En América, dos modalidades se impusieron a la hora de
establecer un contrato de aprendizaje. La primera estaba fuertemente pautada por los
gremios. Éstos establecían una serie de prescripciones sobre la relación entre cada
maestro y su aprendiz. Era atributo de los gremios fijar la duración del aprendizaje, el
tipo de cuidados que el maestro debía proveer y la forma en que el aprendiz retribuiría
el tiempo que aquel le dedicase a su formación. Esta primera modalidad de
contratación prevaleció en las regiones de Nueva España y el Alto Perú. donde tuvo una
fuerte acogida la institución gremial. La segunda modalidad -predominante en el
Virreinato del Río de la Plata- establecía que el vínculo celebrado entre un artesano y
un aprendiz era un contrato privado entre las partes, permitiendo acuerdos más
flexibles sobre los asuntos que concernían a la formación. Ello implicaba, por ejemplo,
que los contratos variasen entre un artesano y otro. Los aspectos fundamentales que
requerían un acuerdo previo eran: el tiempo de formación, la provisión de la vivienda,
el vestido y la alimentación del aprendiz, los cuidados en caso de que este enfermase y
la responsabilidad ante la huida del hogar del maestro.
La edad de acceso al oficio era variable, como lo eran también el origen y la
condición social de los aprendices. En algunos casos, se trataba de esclavos cuyo patrón
buscaba afianzarlos en el manejo de un oficio para luego venderlos con un valor
agregado. En otros, se trataba de hijos de artesanos. Finalmente, podían ser los mismos
niños expósitos, a los que un alcalde y juez de menores colocaban bajo el cuidado de un
maestro “para que no se pierdan”. En los contratos de aprendizaje, la transmisión del
saber ocupó un lugar central, enfatizando, por ejemplo, que la formación fuese con
“toda la perfección que le alcancen sus entendimientos sin reserva de cosa alguna de lo
que sea a él perteneciente”. La enseñanza de estos saberes se remozaba con la
formación en los preceptos de la fe cristiana. En algunos contratos se estipulaba que el
maestro debía proceder a corregir “prudente y modestamente sin exigirlos”, y en caso
de que maltratase a alguno, ello resultaba motivo suficiente para que le fuera retirado
de su cuidado. El orden de los cuidados también involucraba el mantenimiento de los
aprendices.
En la “Argentina colonial” convivieron numerosas instituciones educativas y
modalidades de enseñanza; las hubo diseñadas para la formación de las élites o
concebidas para la educación del bajo pueblo: el acceso a muchas de ellas estaba
determinado por el lugar de nacimiento, el color de piel o la condición social que se
portase: funcionaron en ámbitos recoletos -como las universidades- o en espacios
donde las actividades educativas convivían con otros quehaceres -como las misiones
jesuíticas-. La aparente inmutabilidad que reinaba en aquellos espacios fue, sin
embargo, sacudida por la irrupción de un puñado de ideas concebidas allende el
Océano y sus cimientos no tardarían en verse conmovidos por aquellas en un lapso de
tiempo muy breve.
LECCIÓN 3
El momento ilustrado: la educación entre las reformas
borbónicas y las luchas por la independencia
La reacción ilustrada
La Academia de Náutica
Fue creada en 1799 por el Real Consulado y dirigida por Pedro Cerviño y Juan
Alsina, quienes accedieron a sus cargos tras un concurso de oposición y antecedentes.
La comisión que evaluó a los postulantes estuvo presidida por Félix de Azara, un
destacado navegante que realizó tareas de cartografía y dirigió expediciones de
reconocimiento en el territorio rioplatense. El propósito de la institución era formar
jóvenes capaces de proyectar, construir y conducir embarcaciones. Sin embargo, las
controversias signaron la historia del establecimiento: mientras que para Cerviño la
Academia debía formar ingenieros navales -resaltando el valor de los saberes teóricos y
fundamentalmente de las matemáticas-, para Alsina la escuela debía imprimirle un
perfil práctico a su plan de estudios, emulando el modelo de enseñanza de la Escuela de
Pilotaje de Barcelona, cuyo propósito principal consistía en formar pilotos capaces de
navegar y fomentar el comercio ultramarino. Tras la renuncia de Alsina, Cerviño quedó
al frente de la institución.
Fundada en 1799 por el Consulado, quedó bajo la dirección del escultor Juan
Antonio Gaspar Hernández. Esta escuela fue originalmente concebida por Belgrano
para complementar la formación de los aprendices de artesanos, quienes incorporarían
en sus aulas las técnicas indispensables para mejorar su oficio. Funcionaba de noche y
prohibía el ingreso de los aprendices negros y mulatos. La escuela permaneció abierta
durante poco tiempo y fue clausurada por una Real Orden en 1800 por considerarla un
“gasto lujoso” para la ciudad. Recién en 1815, por obra del padre Castañeda, se
establecieron dos escuelas de dibujo en el Convento de la Recoleta que fueron, en aquel
entonces, las dos únicas de Buenos Aires. El plan de la primera escuela de dibujo era
sumamente amplio e incluía formación en geografía, historia, geometría, náutica,
arquitectura civil, militar y naval. Su primer maestro fue el platero lbáñez de Iba, quien
afirmaba ser natural del Río de la Plata y un grabador aficionado. La modalidad de
enseñanza en las escuelas de dibujo fue objeto de un intenso debate en las páginas de la
Gazeta de Buenos Aires entre Camilo Hernández y el padre Castañeda, quienes
planteaban dos concepciones del dibujo: el primero sostenía que su enseñanza debía
estar fundamentalmente orientada al disegno, concibiendo al dibujo como un requisito
para poder trazar planos y diseñar maquetas, mientras que el segundo entendía al
dibujo como grafidia, conectando su aprendizaje con el desarrollo ulterior de las artes
liberales, como la pintura o la escultura.
El Protomedicato
Creado en 1798, fue dirigido por Miguel O'Gorman y contó con la colaboración
de Francisco Argerich y José Capdevilla. Esta institución tenía un antecedente: la
creación, en 1640, de un protomedicato en Córdoba, a cargo de Gaspar Cardozo
Pereyra. Entre otras funciones, el protomedicato se encargaba de evaluar las aptitudes
de médicos, cirujanos, sangradores, parteras y farmacéuticos, al tiempo que impartía
clases de medicina, cirugía, farmacia y flebotomía. El primer curso de medicina se dictó
entre 1801 y 1807 y contó con 13 alumnos.
Quienes solo quisieran aprender a leer, debían abonar un peso fuerte por mes,
y dos para leer, escribir y contar. El maestro José también aceptaba pupilos “corriendo
de su cuenta toda mantención y asistencia, excepto el lavado” por una onza al mes.
Fervor de Mayo
En 1810 se inauguró en el Río de la Plata un nuevo estilo político, destinado a
satisfacer exigencias ideológicas también nuevas. Para Osear Terán, el esfuerzo por
significar la Revolución de Mayo tenía entre sus desafíos pensar una revolución “que
nació sin teoría”. Halperin Donghi refuerza esta imagen afirmando que la gesta de
Mayo es una “revolución que se hace de sí misma”. Si adscribimos a esas posiciones,
¿cuál fue el peso que las ideas ilustradas tuvieron en el proceso independentista?
Como mencionamos al comienzo de esta lección, es importante matizar la idea
de cambio que trae aparejado el discurso ilustrado. Agreguemos aquí que las
transformaciones sociales no tienen una única explicación, sino que están
determinadas por múltiples factores. En las últimas décadas del siglo XVIII, la
independencia norteamericana primero y la revolución francesa después,
contribuyeron a conmover los cimientos del antiguo régimen europeo y trasatlántico.
Sin dudas, el hecho desencadenante fue la invasión napoleónica a la península ibérica,
en 1808, que culminó con la sustitución de Fernando VII por José Bonaparte.
Pero el destino de las colonias americanas no sólo se jugaba allende el océano.
Las tensiones entre criollos y españoles iban en aumento, principalmente, por las
enormes dificultades que tenían los primeros para acceder a los cargos de la
administración colonial. Para José Luis Romero, esas tensiones condujeron a que,
hacia finales del siglo XVIII, se sobreimprimieran en América dos proyectos de ciudad
antagónicos: la ciudad hidalga, organizada en torno a un criterio jurídico que establecía
desigualdades entre los blancos y el resto de los sectores sociales (negros, mestizos,
extranjeros, indios) y la ciudad criolla, que postulaba la igualación jurídica entre
criollos o hijos de españoles nacidos en América y españoles europeos. En ese contexto,
la recepción del movimiento de la ilustración encontró en los criollos un público
interesado en conocer, debatir y difundir sus ideas.
El sujeto criollo desempeñó un papel central en los acontecimientos que se
desencadenaron a partir de 1810, Según Dardo Scavino, el criollo presentaba una
ambivalencia afectiva: “Es el aliado de los conquistados en la recuperación de sus
tierras y el descendiente del conquistador en su linaje”; cuando se los escucha, incluso
en los discursos educativos, “hay que constatar quien está hablando: si el americano o
el hijo de españoles, si el nacido en América o el oriundo de Europa, si quien defiende
su tierra o quien venera a sus ancestros”, Cuando los criollos hicieron suyos los
intereses de los americanos, priorizaron la “hermandad de suelo” y contribuyeron a
interpretar y elaborar un relato que Scavino denomina “la epopeya popular
americana”; en cambio, cuando se auto-percibían como “españoles americanos”, sus
reflexiones tematizaban la “novela familiar del criollo”. Esta es, para Scavino, la
contrariedad irresoluble presente en el discurso criollo.
¿Por qué traemos a colación esto? Pues porque en los siguientes apartados
abordaremos las ideas de dos criollos que se colocaron al frente del proceso
revolucionario, promoviendo la creación de instituciones culturales y educativas. Junto
al obispo José Antonio de San Alberto, Mariano Moreno y Manuel Belgrano
desarrollaron sendos idearios educativos para desandar una época de
transformaciones, polémicas y fuertes contrastes. Se trata de posiciones que presentan
puntos de convergencia, como el fortalecimiento de los vínculos entre educación y
trabajo, y puntos de divergencia, como los que se pueden verificar en los nuevos usos
políticos de la educación y la transmisión de la cultura.
La fuerza de la industria
Pedagogía y revolución
Mariano Moreno fue el principal referente del pensamiento ilustrado de tinte
revolucionario en el Río de la Plata. Como secretario de la Primera Junta de Gobierno,
exaltó la educación como vía privilegiada para la transformación de la sociedad. Lo hizo
a través de un doble exhorto: procurando extender los beneficios de la educación hacia
los diferentes sectores de la sociedad y sustituyendo un modelo educativo basado en la
obediencia al Rey por otro que profesaba el amor a la patria.
A los 12 años, Moreno ingresó en el Real Colegio de San Carlos. Según Jorge
Myers, cuando San Alberto visitó Buenos Aires, los protectores eclesiásticos locales de
Moreno lograron que el obispo asistiera a su examen final en el Colegio de San Carlos.
Tras escuchar la defensa pública y oral del joven Moreno, San Alberto ofreció a la
familia convertirse en su protector, y financiar el viaje a Chuquisaca.
La universidad de Chuquisaca, fundada por los jesuitas en 1552, era la
institución más prestigiada para realizar estudios jurídicos entre el Río de la Plata y el
Virreinato del Alto Perú. En 1799 -cuando alcanzó los 18 años- el joven Moreno partió
hacia allí, con el propósito de continuar sus estudios. Primero obtuvo el título de doctor
en teología y luego se incorporó a la Academia para el estudio del derecho, donde
obtuvo el grado de bachiller. Su objetivo consistía en incorporarse al círculo de
dirigentes que conformaban la administración colonial. Recordemos que, por ser
criollo, Moreno no era un “candidato natural” a ocupar un cargo en la administración
colonial, cuyos puestos estaban reservados para los hombres nacidos en la península
ibérica.
El viaje a Chuquisaca fue durísimo, demorándose dos meses y medio en cubrir
el recorrido. Su estadía en la ciudad andina fue costeada por Felipe Iriarte, un
eclesiástico del Alto Perú. Para ser admitido en los claustros universitarios, Moreno
debió presentar ante las autoridades un documento donde constaba su “limpieza de
sangre”, esto es, debió demostrar que entre sus antepasados familiares no había
presencia de negros o mulatos. A la universidad que lo recibió concurrían 500 personas
-entre docentes y alumnos- que se mantenían gracias al aporte de las rentas
eclesiásticas.
En aquel ámbito universitario, Moreno tuvo la posibilidad de leer a Rousseau,
Montesquieu, Filangieri y Jovellanos. Durante los cinco años que duró su estadía, la
sensibilidad de Moreno respecto de la situación a la que eran sometidos los indígenas
se intensificaría; el lujo Que caracterizaba la vida de un clérigo contrastaba con los
infortunios que debían atravesar los aproximadamente 15.000 indígenas que eran
explotados para extraer minerales de las minas de Potosí. Entre los habitantes de la
ciudad, todavía resonaban los ecos de la rebelión de Tomás Katari, el líder
insurreccional indígena que se había levantado en contra de “corregidores y curas
doctrineros”, y que concluyó con su asesinato.
Con el propósito de arrojar luz sobre esta situación de injusticia, en 1802
Moreno redactó su Disertación jurídica sobre el servicio personal de los indios. Según
Oscar Terán, en aquel escrito, el joven Moreno no hizo recaer sus críticas en la figura
del Monarca -a quien denomina “Padre clementísimo de los indios”-, sino en sus
delegados y vicarios presentes en América. Moreno elogiaba a la Corona, al tiempo que
exigía la abolición de los servicios forzados y lanzaba una acusación contra los
funcionarios coloniales que explotaban a los indígenas, recordando Que en ninguna
guerra europea se habían cometido crímenes tan aberrantes como los que los españoles
infligieron en América.
Tras la abdicación de Fernando VII en favor de José Bonaparte en 1808, los
acontecimientos tomaron un giro que hubiera sido inimaginable en los meses previos,
Moreno aprovechó la ocasión para tensar aún más las relaciones entre criollos y
españoles. En su Representación de los labradores y hacendados (1809), exclamó
“¡viva el Rey y muera el mal gobierno!”. Bajo esa consiga, Moreno disociaba la figura de
los reyes de la explotación avasallante que ejercían sus representantes en las colonias
sintetizando su apoyo al Rey y, simultáneamente, su repudio a quienes tergiversaban
las leyes de la Corona.
Como el cautiverio de Fernando VII se extendía, Moreno comenzó a poner en
duda la legitimidad de una Corona que estaba ausente de hecho. La necesidad de suplir
al Rey hizo de la soberanía un problema candente que desató un intenso debate
político. La creación de las Juntas de Gobierno en España -designadas como órganos de
gobierno legítimos durante la ausencia del Rey- habilitó la posibilidad de hacer lo
propio en América. Moreno buscó apoyarse en los argumentos de la teoría social clásica
-fundamentalmente en Rousseau- para otorgar sustento a las nuevas fuentes de
legitimidad.
¿Cuáles son los argumentos generales sobre los que se fundamentaba la
legitimidad en la teoría social clásica? El pensamiento de Rousseau se ubica, en
términos generales, en la matriz del pensamiento moderno. Sus ideas están
indisolublemente ligadas a la forma capitalista de organización de la producción y, por
ende, a una progresiva desaparición de los órdenes estamentales de la sociedad. El
pensamiento rousseauniano buscó establecer la igualdad jurídica entre las personas.
Para el “legislador de las naciones”, el único elemento natural que componía una
sociedad eran los individuos. ¿Cómo es posible la sociedad? A través de un contrato
social entre quienes la componen. Muy sucintamente, mencionemos que el contrato
social no es una hipótesis empírica, pues no postula que haya existido un momento
histórico donde los hombres llegaron a un acuerdo de convivencia. En cambio, llama la
atención sobre los problemas que conlleva carecer de un consenso básico que resguarde
la convivencia. Moreno comprendió que ese momento había llegado con la ruptura del
vínculo colonial y resumió su convicción afirmando, en la Gazeta de Buenos Aires:
“Estamos ciertos de que mandamos en nuestros corazones”.
En este contexto, pensar lo educativo no resultaba una tarea menor. Entre las
funciones asignadas a la educación proyectadas por Moreno, destacaba la intención de
construir un nuevo sujeto pedagógico: el ciudadano activo, en reemplazo del vasallo
fiel. Moreno no sólo se interrogaba sobre la naturaleza de la ligadura que uniría a los
hombres, sino sobre las prácticas y los rituales a través de los cuales se forjaría dicha
unión. Para ilustrar el problema, Moreno relataba una escena ejemplar: la jura de
Fernando VII.
Un bando del gobierno reunía en las plazas públicas a todos los empleados y
principales vecinos; los primeros, como agentes del nuevo señor que debía
continuarlos en sus empleos, los segundos por el incentivo de la curiosidad o
por el temor de la multa con que seria castigada su falta; el Alférez Real
subía a un tablado, juraba allí al nuevo monarca, y los muchachos gritaban:
¡viva el Rey! poniendo toda su intención en la moneda que se les arrojaba
con abundancia, para avivar la grita. Yo presencié la jura de Fernando VII,
y en el atrio de Santo Domingo fue necesario que los bastones de los
ayudantes provocasen en los muchachos la algazara que las mismas
monedas no excitaban. ¿Será éste un acto capaz de ligar a los pueblos con
vínculos eternos?
Rojo punzó
Después de Rosas
es un hecho fatal que los hijos sigan las tradiciones de sus padres, [...] ¿Qué
porvenir aguarda a Méjico, el Perú, Bolivia y otros estados sud americanos
que tienen aún vivas en sus entrañas como no digerido alimento, las razas
salvajes o bárbaras indígenas que absorbió la colonización, y que conservan
obstinadamente sus tradiciones de los bosques, su odio a la civilización, sus
idiomas primitivos, y sus hábitos de indolencia y de repugnancia desdeñosa
contra el vestido, el aseo, las comodidades y los usos de la vida civilizada?
Por todo ello, la tarea era tan enorme como necesaria y urgente. Como planteó
agudamente Halperin Donghi, “la imagen del progreso en Sarmiento era más compleja
que la de Alberdi”, porque para el sanjuanino el cambio social era la condición para el
progreso, no su consecuencia. A través de la alfabetización, la plebe aprendería a
desempeñar un nuevo papel en la vida nacional, consolidando el modelo republicano de
gobierno, preestablecido por la élite dirigente. Sarmiento sintetizaba el vínculo que
unía la educación y la política afirmando que debía colocarse “Arriba la Constitución
como un tablero, y abajo el abecedario para aprender a deletrearla”.
Pero Sarmiento también estaba preocupado por constituir sujetos productivos
y consumidores. Había que consolidar el mercado interno y para ello era clave que
todos estuviesen alfabetizados. ¿Por qué? Porque productores, comerciantes y
consumidores -que hasta entonces eran un público disperso- se “encontrarían” en la
prensa escrita, a través de la lectura de los avisos comerciales. La sociedad moderna
necesitaba entonces fortalecer la cultura letrada para garantizar una masa de
consumidores. La difusión del alfabeto era la condición previa para la difusión del
bienestar. Alberdi, en cambio, privilegiaba la educación por imitación. Como hemos
visto en la lección 4, para él no era la instrucción formal la que permitía la inserción
laboral en la sociedad moderna, sino la educación a través del “ejemplo de destreza y
diligencia que aportarán los inmigrantes europeos”. La instrucción de los sectores
populares podría generar expectativas que la economía del país no estaba en
condiciones de ofrecerles. Esa preocupación de Alberdi no era una inquietud para
Sarmiento, porque la educación popular sería un instrumento de transformación social
y su implementación, lejos de poner en riesgo al orden establecido, lo fortalecería.
La educación debía generar nuevas actitudes, combatiendo la morosidad de los
habitantes, convirtiéndolos en sujetos productivos de ese orden económico, que
requería la eliminación del ocio y de la incapacidad industrial. Como afirma Dardo
Scavino. Educación Popular está atravesada por un espíritu disciplinario, la educación
se convierte en “ortopedia social”, debía ser la “espuela social” la que acicateara y
domara los cuerpos. Así lo plantea, por ejemplo, respecto de cómo consideraba
Sarmiento a las Salas de Asilo: cuarteles de instrucción preescolar y disciplinamiento
riguroso cuyo objetivo debía ser “modificar el carácter, disciplinar la inteligencia para
prepararla a la instrucción y empezar a formar hábitos de trabajo, de atención, de
orden y de sumisión voluntaria”. La educación impartida en la institución escolar se
daba en un tiempo y en un espacio que sustraía al individuo de su medio ambiente y lo
remitiría más tarde a la sociedad como un sujeto moderno.
En 1873, durante la presidencia de Sarmiento, la provincia de Buenos Aires
sancionó su Constitución (hasta entonces se había regido por la que dictaron en 1854,
cuando se proclamó Estado independiente). En ella, se ordenaba dictar una ley para
organizar la Educación Común, garantizando su gratuidad y obligatoriedad; además, se
establecía la creación de un Consejo General de Educación y el nombramiento de un
Director General para dirigir y administrar las escuelas, Una de las características más
importantes de aquel modelo -a imagen de la experiencia educativa norteamericana-
fue la decisión de que el gobierno de las escuelas quedara a cargo de los Consejos
Escolares electivos, compuestos por los vecinos de cada parroquia, de la Capital, y de
cada Municipio, en el resto de las provincias. Luego de ser debatida, en 1875, se
promulgó la ley de Educación 888, siguiendo esos puntos. Como sostiene Pablo Pineau,
los artículos y las reglamentaciones de la ley establecieron las bases legales de un
imaginario civilizatorio fuertemente influido por el modelo escolar norteamericano,
que articulaba principios modernos y liberales como la “formación de ciudadanos
iguales ante la ley, la civilización de las masas bárbaras. Estado docente, obligatoriedad
escolar, racionalización burocrática y descentralización económica y administrativa...”
Esos principios, que expresan parte de la agenda de temas que se estaban
debatiendo en las décadas de consolidación del Estado, convergieron con otras
preocupaciones. Por ejemplo, la necesidad de plantear métodos que estandarizaran y
potenciaran los procesos de enseñanza y la de constituir a los sujetos a partir de la
internalización de las normas. Entre otros, Marcos Sastre, a quien veremos a
continuación, ha sido uno de los pedagogos que contribuyó a retomar estos temas,
proponiendo e imaginando posibles respuestas.
[...] he dispuesto que sean reemplazados por cuadernos del tamaño de una
cuartilla de papel, los grandes cuadernos usados en algunas escuelas;
porque estos, además de fastidiar al alumno con la magnitud de sus páginas,
son incómodos y aun perjudiciales a la salud por la necesidad que tiene el
niño de encorvarse sobre la mesa para formar los primeros renglones.
Sastre no estaba solo, otro educador hizo su aporte a la trama del pensamiento
pedagógico con hilos semejantes, José Manuel Estrada -a él nos referiremos a
continuación- sintonizó con el sujeto de la educación que Sastre imaginaba; pero se
alzó con voz propia, instalando algunos debates que iban a tener repercusión directa en
las discusiones de la década del '80.
Mujeres
Leer bien, comprender aquello que se lee, formaba parte del itinerario que los
alumnos debían recorrer en el camino hacia la ciudadanía. Una preocupación en la que
se enlazaba con Sarmiento, Sastre, Estrada y Manso, más allá de las diferencias que los
distinguían.
La formación de una Argentina moderna requería una educación acorde con la
sociedad que se buscaba construir; en consecuencia, de una pedagogía que
contribuyera a constituir sujetos capaces de habitar y a su vez expandir esa
modernidad. La tarea por delante se vislumbraba enorme y fue directamente
proporcional a la potencia del deseo de realizarla. Las intervenciones, propuestas y
debates de estas décadas operaron como piso, tradición y referencia para la
configuración en pocos años de una sociedad y cultura letradas.
¿Cuál es el sujeto de la educación? ¿Quiénes son sus agentes? ¿Quién debe
garantizarla? ¿Quién debe enseñar? ¿Quién y cómo se debe educar al educador? ¿Cómo
deben ser las instituciones que educan? ¿Cuáles deben ser los métodos de enseñanza?
En las décadas de consolidación del Estado nacional, se instaló una agenda de temas
que fueron retomados en los años posteriores. Fueron cuestiones a debatir y problemas
a resolver. Las hebras de la trama pedagógica que se fue entretejiendo en aquellos años
se diseminaron a lo largo de la historia de la educación argentina. Ellas fueron
recuperadas, discutidas y resignificadas desde distintas tradiciones. Retornaron,
anudando pasado y presente, reactualizándose en los debates político-pedagógicos.
LECCIÓN 6
El oficio de enseñar: una cuestión de Estado
En términos político-culturales
En términos filosófico-pedagógicos
Entre las primeras mujeres que debieron enfrentar los prejuicios dentro de la
sociedad, se encontraban las maestras norteamericanas convocadas por Sarmiento.
Para Graciela Alonso, Gabriela Herczeg, Belén Lorenzi y Ruth Zurbriggen, la presencia
de estas maestras ponía en evidencia los prejuicios de los criollos sobre el cuerpo
femenino. Las mujeres norteamericanas respondían a un modelo femenino ligeramente
distinto del que se esperaba de una mujer en la Argentina: se trataba de mujeres
“independientes, desenvueltas y protestantes” a las que “les gustaba fotografiarse,
arreglarse, comprarse ropa” y, por si fuera poco, “venían a trabajar en espacios
públicos”. Para la cultura masculina local, esta situación las ponía en contacto con una
infinidad de elementos “pecaminosos”: “el dinero de los sueldos, la política, los
contenidos de los libros, la vinculación cotidiana con hombres no familiares, las
tentaciones de la calle”.
El proceso de feminilización también mostró los límites que debieron
enfrentar las mujeres dentro del campo pedagógico y del sistema educativo en las
primeras décadas del normalismo. Así lo señala Morgade: “...en el pensamiento
pedagógico argentino se verifica un casi absoluto predominio masculino”, mientras que
“Las estadísticas muestran que hasta 1930 no hubo mujeres inspectoras en la
Argentina, ní obviamente miembros del Consejo Nacional de Educación”.
Cabe señalar que fue a partir de la renovación de los enfoques historiográficos
de los últimos años, que se comenzó a reparar en el perfil de las maestras, su
desempeño y los cambios que promovieron -muchas veces, librando grandes luchas- en
el ámbito de la cultura y la educación. Como expresión de una línea de investigación
que surge en los últimos años, Galván y López sostienen que, entre los grandes cambios
historiográficos de los últimos 20 años, se cuenta el “desplazamiento de los temas
políticos tradicionales hacia la búsqueda de conocimientos históricos acerca de sujetos
anteriormente olvidados: las mujeres, los niños y las niñas son los nuevos protagonistas
de la historia”. Si bien todavía es muy pronto para saber qué relecturas sobre los
procesos educativos ofrecerán estas narrativas emergentes, los aportes que ha realizado
ya la perspectiva de género nos exigen pensar la presencia y el desempeño de las
mujeres en los ámbitos educativos, dejando en suspenso el imaginario que la cultura
masculina construyó sobre el perfil de la mujer como educadora. Sin duda, como
plantea Elsie Rockwell: “las vidas de las maestras nunca coinciden completamente con
una época”, por lo que es siempre interesante “resaltar aquellos aspectos de las vidas de
las mujeres que reflejan -y ayudaron a formar- los contornos de las tensas relaciones
que les tocó vivir”.
Inspectores y saberes
La organización legal del sistema educativo argentino tuvo lugar entre dos
grandes acontecimientos históricos: la Batalla de Caseros (1853) y la conmemoración
del Centenario de la Independencia (1910). Durante este período se conjugaron
condiciones políticas e institucionales que permitieron, después de un extenso y
convulsionado proceso, el surgimiento del Estado nacional. En ese contexto, la sanción
de un corpus legal que regulara las acciones educativas desplegadas a lo largo y ancho
de la nación fue un objetivo prioritario. Las autoridades nacionales buscaban, a través
de una legislación moderna, generar un marco adecuado para formar a los ciudadanos
que el nuevo orden político requería.
En este período se produjo una multiplicidad de nociones, imágenes y sentidos
sobre las características que debía asumir la educación formal en la Argentina. A partir
de 1853, tuvo lugar un conjunto de debates -de fuerte tono propositivo- sobre las
características y funciones que tenían que adoptar la instrucción primaria, la educación
media y la universitaria; 1910 constituyó, en cambio, un momento de balance y
reformulación de los objetivos educacionales fijados por los hombres de la generación
del ‘80, así como de los medios y las estrategias para que fuesen llevados a cabo.
Entre los rasgos distintivos que caracterizan esta etapa, cabe resaltar que el
Estado se perfiló como uno de los principales promotores de la instrucción pública. La
sanción de leyes educativas, el establecimiento de instituciones para la formación
docente y la creación del Consejo Nacional de Educación, entre otros, son ejemplos que
expresan esa voluntad. Pero, ¿por qué la educación ocupó un lugar central en el
discurso estatal? ¿Cuáles fueron las funciones que se le asignaron? ¿Quiénes eran sus
principales destinatarios? ¿Qué características adoptó el modelo de organización legal
que logró imponerse?
Con el objetivo de ubicar los principales ejes del debate pedagógico y su
incidencia en la legislación escolar, en esta lección repasaremos las principales acciones
educativas desplegadas por el Estado y reconstruiremos el clima de ideas pedagógicas,
los proyectos y las controversias que caracterizaron un tramo fundamental de la
historia política del sistema educativo, a partir de los diagnósticos realizados sobre las
transformaciones que sufría la sociedad y de las nuevas funciones asignadas al Estado.
Uno de nuestros hilos conductores será el abordaje de los hitos y los procesos que
incidieron en la organización legal del sistema educativo.
Raíces legales
Durante las tres últimas décadas del siglo XIX, se pueden identificar diferentes
instancias y procesos relativos a la organización del sistema educativo. Para evitar caer
en claves de lectura teleológicas, es importante advertir que los diferentes momentos
que atravesó nuestra legislación escolar deben ser leídos como etapas sucesivas y no
progresivas; esto es: como momentos singulares en los cuales, desde un registro
específico -el legal-, se cristalizó una articulación entre el pasado, el presente y el futuro
(recuperando o rechazando los aspectos organizativos previos o trazando el perfil del
futuro sistema educativo) en torno a las características que debía reunir la legislación
escolar.
Entre 1875 y 1905 se sentaron las bases legales que regularon la educación
pública argentina hasta la primera mitad del siglo XX. La elaboración de este cuerpo
normativo fue, en un primer momento, el resultado de intensas controversias y,
posteriormente, objeto de numerosos proyectos de reforma. La ley 888 de educación
común de la Provincia de Buenos Aires (1875), la ley 1420 de educación común de la
Capital y los Territorios Nacionales (1884) y la ley 4874 (1905) -conocida como “Ley
Láinez”- constituyeron, junto a la ley 1597 (1886) -también denominada “Ley
Avellaneda”-, los principales hitos legislativos a partir de los cuales se configuró el
sistema educativo argentino. Recordemos que la enseñanza media no contó con una ley
orgánica que la regulara hasta la sanción de la Ley Federal de Educación, en 1993.
Estas normas no se elaboraron sobre un vacío legal previo. Muy por el
contrario, dichas leyes se apoyaban en una red normativa anterior, que regulaba
distintos aspectos de la educación escolar. Como señalamos en la lección 4, en algunas
jurisdicciones provinciales ya existía un corpus legal que remitía a distintas
modalidades de gobierno y tradiciones pedagógicas: en 1821, en la provincia de
Córdoba y bajo el impulso de Juan Bautista Bustos, la educación se organizó a través de
juntas protectoras; en Santa Fe, ese mismo año, Estanislao López hizo lo propio,
sancionando el primer reglamento de las escuelas de la provincia litoraleña; en Buenos
Aires, en cambio, Rivadavia organizó la instrucción primaria en torno a la creación de
un departamento de primeras letras con sede en la Universidad; en 1850, Marcos
Sastre redactó un reglamento general para las escuelas entrerrianas. Estos marcos
legales expresaban concepciones pedagógicas y modalidades organizativas divergentes,
cuya articulación en un corpus legal único no resultaría sencilla.
A estos antecedentes, se suma el hito que significó la sanción de la
Constitución Nacional de 1853. La Carta Magna definió y reguló la potestad de las
autoridades nacionales y jurisdiccionales en materia educativa. En los artículos 5, 14 y
67 -inciso 16- se prescribieron las competencias jurisdiccionales y la capacidad del
Congreso para sancionar leyes educativas. Como señaló Héctor F. Bravo, el artículo 14
estableció la libertad de enseñanza y el derecho a la educación, que se debía garantizar
a través de “las leyes que reglamenten su ejercicio”. El artículo 5 estatuyó la obligación
de las provincias de garantizar la educación primaria. Finalmente, el artículo 67 -inciso
16- dispuso que el Congreso podía “proveer lo conducente al progreso de la ilustración,
dictando planes de instrucción general y universitaria”. A modo de ejemplo, cabe
señalar que -en sintonía con la Constitución- la ley de educación común de la provincia
de Buenos Aires impulsada por Sarmiento en 1875 ya contemplaba la gratuidad y
obligatoriedad de la enseñanza primaria.
Estos antecedentes le otorgaron a la organización del sistema educativo una
impronta federal, en la que cada provincia (por entonces existían las de Santa Fe, Entre
Ríos. Corrientes, Tucumán, Salta, Jujuy, Santiago del Estero, Catamarca, Córdoba, La
Rioja, San Juan, San Luis y Mendoza) se daba a sí misma una organización legal
propia. En ese contexto, el gobernador de Corrientes, Juan Pujol, presentó una Ley de
Instrucción Primaria, la primera legislación educativa general sancionada en el país. El
plan estableció una Escuela Normal en la capital correntina, donde formar preceptores
y educadores para nutrir las escuelas departamentales; sancionaba la gratuidad y
obligatoriedad de la instrucción primaria; establecía la exclusiva competencia del
Estado para proporcionarla y ordenaba la creación de una escuela elemental de varones
y una de mujeres en cada uno de los departamentos de la provincia. En la provincia de
Santa Fe, se sancionó la Ley Orgánica de Educación Común, durante el gobierno de
Servando Bayo. La provincia de Buenos Aires hizo lo propio en 1875, bajo el impulso
del recientemente designado director general de Escuelas, Domingo F. Sarmiento.
No obstante, si bien los representantes de la mayoría de las provincias
acordaban en establecer regulaciones adecuadas, los recursos materiales y simbólicos
disponibles en cada jurisdicción destinados a la educación variaron notablemente,
conformando un escenario escolar nacional atravesado por fuertes contrastes. El
informe sobre la instrucción primaria presentado por Juan P. Ramos en 1910
-considerada la primera historia de la instrucción primaria del país- revelaba que, entre
las provincias del noroeste, Jujuy contaba con 99 escuelas primarias, de las cuales sólo
ocho tenían edificio propio, mientras que en Salta la mayoría de las escuelas
funcionaban en habitaciones que no reunían las condiciones mínimas de aseo y
comodidad. En Entre Ríos, en cambio, el panorama era más alentador, puesto que se
habían fundado 150 escuelas urbanas y 367 rurales, mejorando notablemente el acceso
de los alumnos a la educación. Frente a tal situación de disparidad, ¿qué posición
asumió el Estado nacional?
En 1880 se federalizó la ciudad de Buenos Aires, transformándose en la
Capital Federal. Bajo su competencia quedaron todas las escuelas porteñas, así como
las emplazadas en los territorios nacionales del Chaco, Misiones, el territorio de los
Andes y la Patagonia. Ante la ausencia de una ley que regulase las escuelas ubicadas
dentro de la jurisdicción nacional, el 28 de enero de 1881, un decreto presidencial de
Roca fundó el Consejo Nacional de Educación, Domingo F. Sarmiento fue designado
superintendente general y como vocales del Consejo fueron nombrados Miguel Navarro
Viola, Alberto Larroque, José A. Wilde, Adolfo Van Gelderen, Federico de la Barra,
Carlos Guido Spano, Juan M. Bustillos y José A, Broches.
El 2 de diciembre de ese mismo año, a través de otro decreto, se convocó a un
Congreso Pedagógico para que elaborase un anteproyecto de ley de educación que
remediara el vacío legal. En la ley 1420 de educación común, culminación de ese
proceso, se recuperaron numerosos aspectos de los reglamentos y antecedentes legales
previos, al tiempo que se promovieron otros inéditos. A lo largo del siglo XX, los
sectores progresistas se remitirían a La 1420 como una ley de avanzada y un modelo
canónico; pero el carácter “fundacional” que revistió dicha legislación dentro del
imaginario educativo argentino no debe llevarnos a omitir el valor y la importancia de
los reglamentos y leyes educativas anteriores.
¿Quiénes participaron de las discusiones? ¿Cuáles fueron los temas que se
debatieron? ¿Cuál fue la posición que resultó triunfante? Manuel H. Solari
-representante de la historiografía educativa liberal- nos ofrecía una lectura de aquel
proceso, considerando que la puesta en vigor de la ley había sido el resultado de “la
prolongada acción de Sarmiento que, aunque no intervino directamente en su sanción,
la hizo posible con sus años de lucha contra las fuerzas negativas de la anarquía y del
caudillismo”. Una lectura del proceso de sanción de una ley como esta, que privilegia la
voluntad de un solo hombre y que considera las experiencias educativas previas como
fuerzas negativas, es extremadamente acotada y está cargada de prejuicios. En sentido
contrario. Rubén Cucuzza afirma que, para dar respuesta a estos interrogantes, es
indispensable mirar la totalidad del proceso, incorporando al análisis, por un lado, los
argumentos y los sujetos que intervinieron en las controversias que tuvieron lugar
dentro y fuera del Congreso -a través de la prensa escrita, por ejemplo- y, por el otro,
las experiencias educativas internacionales que fueron tomadas como modelos de
referencia.
En cuanto al contexto internacional es indispensable mencionar que, durante
el siglo XIX, los países europeos elaboraron nuevos marcos legales con el objetivo de
organizar sus sistemas educativos. El modelo escolar implementado en Prusia a partir
de 1806 por el ministro Humboldt, confiando la organización escolar a las autoridades
estatales locales, sirvió de modelo para otras naciones, en buena medida porque, a
través de esa modalidad, se habían alcanzado los índices de escolarización más altos de
Europa. En la misma sintonía, el ministro francés Guizot sancionó en 1833 una ley de
educación que les otorgaba a los municipios amplias facultades para crear escuelas y
designar a sus maestros. En España, la ley de Instrucción Pública de 1857, impulsada
por el ministro Claudio Moyano Samaniego, estableció la gratuidad, centralización y
secularización de la enseñanza primaria. En 1870, Inglaterra implementó en sus
escuelas la gratuidad de la enseñanza a través de la sanción de la ley de educación
elemental. En esos y en otros países, la tendencia general consistía en garantizar la
instrucción primaria obligatoria y gratuita, a través de diferentes modelos de gestión
Estatal, más o menos descentralizados, según el caso.
Estas medidas intensificaron la escolarización de las sociedades, a partir de la
cual el perfil de la escuela comenzó a presentar contornos mucho más definidos. Para
Ian Grosvenor y Catherine Burke, en distintos lugares del mundo, la escuela empezó a
ser identificada por sus elementos más reconocibles: “un único lugar de reunión, un
medio de instrucción, una forma de organizar los asientos, un objeto compartido y, por
supuesto, niños”. La forma escolar como institución cobró tal legitimidad en las
naciones que, según Pablo Pineau, “De París a Timbuctú, de Filadelfia a Buenos Aires,
la escuela se convirtió en un innegable símbolo de los tiempos, en una metáfora del
progreso, en una de las mayores construcciones de la modernidad”. El carácter
universal del modelo escolar no impidió, por otra parte, que en cada país o región las
escuelas presentaran marcas propias y aspectos particulares, como expresión de sus
tradiciones culturales y pedagógicas específicas.
En lo que respecta a los debates político-pedagógicos mantenidos desde fines
del siglo XIX, los argumentos presentados durante esta etapa se inscribieron en dos
grandes tendencias políticas: liberal y conservadora. ¿Cuáles fueron, a grandes rasgos,
sus principales características?
Es dificultoso intentar definir al pensamiento político conservador. Más bien
se pueden identificar una serie de actitudes y reacciones de tipo conservador. Por
ejemplo: la posibilidad de que se produzcan cambios en las estructuras de una sociedad
es percibida por sus miembros con distinta intensidad según la posición social que
detente cada uno. Para los sectores marginales, tal posibilidad de cambio en el orden
instituido puede resultar indiferente, generar cierto malestar o ser movilizadora,
cuando son ellos quienes motorizan la transformación. Pero para los sectores sociales
cuyos intereses están indisolublemente ligados a las estructuras tradicionales de la
sociedad y a sus fundamentos, la posibilidad de cambio será percibida como una
amenaza. Por lo tanto, encarnan las posiciones conservadoras los sectores que se
autoperciben, según advierte José Luis Romero, como “aquellos a quienes los ata una
consustanciada tradición, importantes intereses económicos, un modo congénito de
vida, vigorosos prejuicios y, sobre todo, la convicción profunda de ser herederos
históricos y mandatarios de quienes establecieron (...) las estructuras originarias de la
sociedad” cuando estas últimas son puestas en cuestión.
En la tradición liberal, por su parte, confluyen dos grandes tendencias: por un
lado, una tradición ligada a los intereses de la oligarquía económica, marcada a fuego
por las dificultades para incorporarse a la democracia de masas y promover un modelo
social inclusivo; por el otro, una tradición democrático-liberal, capaz de convertirse en
interlocutora del arco de las fuerzas progresistas. Si bien las controversias en torno al
proyecto político que encarnó el liberalismo latinoamericano exceden el espacio que
podemos dedicarle en estas páginas, podemos resaltar un aspecto central: la
peculiaridad que caracterizó su discurso durante el siglo XIX fue la centralidad
otorgada al Estado como instrumento para introducir reformas en la sociedad. El
liberalismo reformista, según indica Eduardo Zimmermann, es el que mejor representa
a la posición liberal. Este grupo, compuesto por profesionistas e intelectuales, sostenía
que los cambios podían promoverse a través de la legislación social, adjudicándole al
Estado un rol articulador “como cemento de todas nuestras relaciones sociales”, en
tanto consideraba que “por la estructuración original que configuró las relaciones entre
el aparato estatal y la sociedad, la única palanca sobre la cual apoyar una voluntad de
cambio estuvo colocada en el Estado y no en la sociedad”.
En el plano educativo, liberales y conservadores expresaban concepciones
divergentes sobre aspectos centrales de la organización educativa, por ejemplo, si el
Estado debía asumir un rol principal o subsidiario en materia educativa o si debían
enseñarse contenidos religiosos en las escuelas públicas. En general, los primeros
mantenían una posición marcadamente anticlerical que relegaba a la Iglesia a un
segundo plano, mientras que los segundos defendían los valores católicos y su
injerencia en el espacio público.
De los debates previos a la sanción de la ley 1420, que incluyeron las
referencias a las tendencias educativas impulsadas por otros países y los argumentos
político-pedagógicos expuestos por liberales y conservadores, resultó una articulación
de argumentos que le dio a la ley un carácter específico. Vale advertir esto porque hubo
quienes consideraron a la ley 1420, según Rubén Cucuzza, como “la única posibilidad
que podía surgir de la combinación entre los enunciados liberales, el creciente proceso
de laicización de la sociedad, el auge del positivismo y la posición hegemónica que
ostentaba la oligarquía porteña”. Por nuestra parte, sostenemos que el proceso que
derivó en la ley de educación común fue el resultado de los intercambios y
negociaciones entre los diferentes sectores que participaron de los debates, de las
relecturas de los modelos educativos internacionales a la luz de las necesidades locales,
de las adecuaciones y los quiebres con los reglamentos y las leyes educativas
preexistentes. Para dar cuenta de estas tendencias y sus posibles líneas de concreción,
desplacemos ahora nuestra atención hacia el año 1882, donde estas tendencias
confrontaron en el marco del Congreso Pedagógico.
Momento de estructuración
Tuvo lugar entre 1884 y 1899. Durante este período fueron cobrando forma los
distintos órganos de gobierno que componían el Consejo (la Comisión de Didáctica y
Diplomas, la de Hacienda y Presupuesto y la de Asuntos Judiciales y Bibliotecas). Se
pusieron en función las modalidades del sistema (educación primaria, educación de
adultos, etc.). Inclusive, durante esta etapa el Consejo fue reorganizado, se introdujeron
cambios, principalmente en las tareas de inspección, en el nivel de enseñanza y en el
control de la asistencia de los niños. Se puso en práctica la actualización docente a
través de la reglamentación de Conferencias Pedagógicas, así como la designación de
comisiones para la selección de los libros de texto que serían distribuidos
gratuitamente. En 1888 comenzó a funcionar, bajo la órbita del Consejo, el Cuerpo
Médico Escolar. La gestión en estos años estuvo a cargo de Benjamín Zorrilla y de José
María Gutiérrez.
Momento de expansión
Momento de consolidación
El debate en el recinto
Ámbitos de aplicación
Financiamiento
Escuelas particulares
Modalidades de enseñanza
Fuente: Elaboración propia sobre la base del Censo Escolar de 1884. Ministerio de Justicia e
Instrucción Pública.
La ley Láinez
Tipo de escuela
Provincias Provinciales Láinez
Buenos Aires 2.166 198
Catamarca 42 242
Córdoba 741 370
Corrientes 118 401
Entre Ríos 622 160
Jujuy 85 121
La Rioja 33 206
Mendoza 246 145
Salta 16 211
San Juan 86 156
San Luis 128 283
Santa Fe 930 289
Santiago del Estero 187 502
Tucumán 195 318
Fuente: Elaboración propia a partir de Barcos. J. (1957). Régimen federal de la enseñanza hacia
una nueva legislación escolar. Cátedra Lisandro de la Torre, Buenos Aires.
Desde finales del siglo XIX, la escuela primaria de la ley 1420 y la escuela
media fueron objeto de numerosos cuestionamientos. Las voces que proponían
introducir reformas al sistema provenían de distintas posiciones políticopedagógicas y
tuvieron diferentes alcances. Estas reformas tuvieron, además, diferentes niveles de
concreción: la emprendida por Carlos Vergara en la Escuela Normal de Mercedes
(18871890) no alcanzó a trascender el nivel de la micro experiencia: el proyecto le
Osvaldo Magnasco (1899 y 1900) nunca superó su tratamiento parlamentario, mientras
que la reforma propuesta por el ministro Carlos Saavedra Lamas (19161917), de alcance
nacional, tan solo se implementó durante un año. La reforma universitaria que tuvo
lugar en la provincia de Córdoba (1918), en cambio, trascendió las fronteras nacionales
irradiando sus ideas al resto de las universidades de América Latina y el Caribe.
Finalmente, la reforma FrescoNoble (19361940), de signo conservador, se implementó
en la provincia de Buenos Aires, dejando fuertes marcas en las prácticas educativas
posteriores. En este apartado desarrollaremos las principales características que
presentó cada una de ellas.
Córdoba se redime
La década del '10 no sólo fue agitada para los claustros universitarios. Durante
este período también se formularon críticas que tuvieron como destinataria a la escuela
tradicional. En muchos casos, el malestar devino propuesta y dio lugar a una serie de
proyectos que se inscribieron en el campo de las experiencias escolanovistas también
denominado Escuela Nueva.
Marcelo Caruso plantea que, antes de tratar de definir taxativamente el
movimiento de la escuela nueva, puede resultar más útil interpretarlo como “un
principio de autoafirmación de identidad de una corriente de pensadores que
compartieron poco más que una voluntad de impugnación de la pedagogía establecida”.
En el caso argentino, este aspecto es notable: el movimiento de la escuela nueva no
constituyó el brazo pedagógico de un proyecto político, sino una corriente de ideas que
generó las condiciones para efectuar reformas parciales en el sistema educativo,
algunas experiencias institucionales y un conjunto de escritos pedagógicos no menos
importantes.
Las raíces de los postulados escolanovistas se remontan a las ideas
pedagógicas sostenidas por Rousseau en el Emilio (1792). Ya en el transcurso del siglo
XX, podemos distinguir dos grandes momentos en la elaboración del programa del
escolanovismo: el primero se relacionó con el movimiento de la Escuela Nueva
Mundial. Hacia 1920, este movimiento estableció a través del Bureau Internacional de
la Escuela Nueva los 30 principios tras los cuales se encolumnó su propuesta
pedagógica: para considerarse incluida en aquella corriente, una escuela debía cumplir
con al menos la mitad de aquellos principios (defender la coeducación de los sexos,
otorgar un lugar central a las excursiones, estimular las actividades manuales como la
carpintería, el cultivo y la crianza de animales pequeños, centrar las actividades en los
intereses espontáneos del niño, entre otras). El segundo momento corresponde a las
décadas del '60 y '70, cuando el movimiento escolanovista se articuló con otras
corrientes de pensamiento ligadas a la pedagogía antiautoritaria, la psicogénesis, el
psicoanálisis y la pedagogía institucional.
El programa escolanovista promovía cambios culturales a partir del despliegue
de nuevos vínculos institucionales, haciendo de la escuela tradicional el blanco de sus
críticas. Cuestionaba el silencio, la uniformidad, el exceso de verbalismo y la
inmovilidad que reinaba en sus aulas, y proponía que el sistema de enseñanza basado
en la memorización y la persistencia de medidas disciplinarias autoritarias fuese dejado
a un lado para dar lugar a un nuevo contrato pedagógico.
En la Argentina, la emergencia de la Escuela Nueva tuvo lugar durante las
primeras décadas del siglo XX. El escolanovismo argentino, según Sandra Carli, se
articuló a un movimiento político y cultural de alcance más amplio. Los maestros y
maestras que formaron parte de sus filas fueron representantes de grupos y elites
urbanas, capaces de generar innovaciones en las prácticas escolares. Todos ellos
adscribieron a la necesidad de efectuar una modernización del sistema educativo
plasmando una nueva mirada sobre la importacia cultural de la experiencia educativa y
la democratización interna del espacio escolar. A diferencia del normalismo que integró
un proyecto pedagógico estatal, el escolanovismo estuvo ligado a un proceso cultural
portador de un gesto vanguardista. Este movimiento logró inscribirse en el marco de un
proceso de modernización estéticocultural al cual accedían algunos sectores sociales.
La orientación que asumió el movimiento de la Escuela Nueva se nutrió de una
serie de postulados: la inclusión del niño como sujeto activo del proceso de aprendizaje,
la participación de la comunidad educativa en la gestión escolar y el fortalecimiento del
vínculo entre la escuela y la naturaleza. Entre sus representantes más destacados se
contaron Florencia Fossati, Celia Ortiz de Montoya, José Rezzano, Clotilde Guillén de
Rezzano, las hermanas Olga y Leticia Cossettini y Luis Iglesias. Muchos de ellos fueron,
junto a Julio Barcos, referentes del naciente sindicalismo magisterial. Estos docentes
promovieron sus ideas a través del Monitor de la Educación Común y de la prensa
docente, en particular de revistas como la Nueva Era, La Obra, Quid Novi, los
Cuadernos Lilulí o las colecciones pedagógicas de editorial Losada y de editorial
Kapelusz, dirigidas por el emigrado español Lorenzo Luzuriaga y por el matrimonio
Rezzano, respectiva mente.
Uno de los rasgos que caracterizó al escolanovismo fue la reivindicación del
paidocentrismo. Colocar al niño en el centro de la escena educativa, exaltando el
carácter activo del aprendizaje, constituyó uno de los principales ejes de su propuesta
curricular. Durante la Convención Internacional de Maestros, reunida en Buenos Aires
en 1927, se estableció que “el niño tiene derecho a ser niño” y, por ende, “tiene derecho
a una nueva educación”. Los maestros cuestionaban un modelo educativo al que
consideraban inmutable y rígido y promovían una experiencia donde el niño tenía
derecho a “hacer para saber”, al trabajo escolar colectivo, al aire libre e, incluso, a saber
que ha nacido en el cuerpo de su madre.
El mismo documento ubicó en el centro del cambio el perfil del maestro. “Todo
niño tiene derecho a contar con maestros de vocación, de carácter, llenos de bondad,
hombres elegidos, ilustrados, bien retribuidos”, ensalzando al maestro no como aquel
que toma su cargo como un simple medio de vida, sino como quien cree “en los ideales
más difíciles de alcanzar”, que comprende la responsabilidad que le incumbe “en la
realización de la justicia social”, y que no olvida “que el verdadero maestro es el niño”.
Para los escolanovistas, el maestro debía estimular y favorecer el aprendizaje más que
controlar y vigilar a los alumnos.
Sin embargo, aunque el escolanovismo cuestionaba el rol disciplinario de la
educación tradicional, compartía con el normalismo el optimismo pedagógico
depositado en la escuela. Este y otros puntos de contacto entre concepciones
pedagógicas se deben a que, como señala Sandra Carli, en la Argentina no hubo
“tradiciones pedagógicas puras”, sino tendencias educativas que fueron resultado del
entrecruzamiento de ideas, principios y métodos de orígenes diversos. De allí se
desprendieron configuraciones complejas y una sedimentación de prácticas, lecturas y
trayectorias profesionales híbridas. En suma: no existieron “escolanovistas o
normalistas puros”; por el contrario, en estos sujetos convivieron ideas de ambas
concepciones. Entre los casos paradigmáticos, se cuentan las experiencias de las
hermanas Cossettini y de Luis Iglesias.
Las hermanas Cossettini condujeron, entre 1935 y 1950, una experiencia
educativa en la escuela experimental Gabriel Carrasco ubicada en el barrio Alberdi de la
ciudad de Rosario. Previamente, Olga había implementado una reforma en la escuela
Domingo de Oro, en la que se desempeñaba como regente, que le había significado un
reconocimiento en el nivel provincial. Olga Cossettini se formó con Amanda Arias,
aunque también se reconocía discípula de Giovanni Gentile y de Lombardo Radice.
Estudió en la Escuela Normal de Rafaela junto a Luz Vieira Méndez y Ovide Menin y
contaba entre sus interlocutoras del magisterio con Celia Ortiz de Montoya, Leticia, en
cambio, poseía una sólida formación artística, que podía percibirse en las apuestas
estéticas que promovía la escuela entre sus alumnos y alumnas.
En el libro El niño y su expresión (1940), Olga Cossettini publicó dibujos y
poemas de sus alumnos, poniendo de relieve los efectos que tenía en los niños la
pedagogía de la libertad. El libro conformaba una serie con otros dos ejemplares: 180
poemas de los niños de la escuela de Jesualdo, publicado en 1938. y Viento de
estrellas, publicado en 1942, en el que Luis Iglesias editó los trabajos de sus alumnos de
la escuela unitaria nº 11 de Tristán Suarez.
La escuela rural fue otro puerto al que arribó el escolanovismo. Luis Iglesias
ejerció la docencia entre 1938 y 1957 en una escuela rural de Esteban Echeverría, en la
provincia de Buenos Aires, a la cual había sido enviado como “castigo” por realizar un
discurso en el que cuestionaba al empresario industrial que había donado el dinero
para la construcción de la escuela primaria donde se desempeñaba como maestro. En
Esteban Echeverría lo esperaba una escuela unitaria puesto que contaba con un único
maestro y multigrado. A diferencia de las hermanas Cossettini, que se inscribían en una
tendencia liberal democrática. Iglesias comulgaba con las ideas de izquierda.
Implementó una experiencia educativa de alternancia, que adecuaba la propuesta
escolar a los requerimientos del trabajo rural, al cual la mayoría de sus alumnos
estaban sujetos.
Como señala Ana Padawer, la pedagogía de Iglesias promovía “una escuela
atractiva donde la ayuda mutua y la autoconducción mediante 'guiones' permitían un
trabajo sin la constante intervención del maestro, y donde la expresión de vivencias
personales era el punto de partida para la enseñanza”. En el libro La escuela rural
unitaria (1958). Iglesias narró su experiencia en la escuela de Tristán Suárez. La
difusión de aquella obra trascendió las fronteras nacionales: el libro fue ampliamente
difundido entre los maestros rurales de México y de otros países latinoamericanos
donde la escuela rural era una realidad ampliamente extendida.
Una de las últimas experiencias donde se implementaron los principios del
escolanovismo tuvo lugar en la provincia de Córdoba. El pedagogo vinculado al
radicalismo Antonio Sobral, quien venía desarrollando una importante obra educativa
a través de la Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia, fundó en 1930 el instituto de
enseñanza secundaria en la localidad de Villa Maria. Entre 1941 y 1943 fue designado
director de la Escuela Normal provincial, junto a Saúl Taborda y Luz Vieira Méndez.
Desde allí, desarrollaron un proyecto institucional basado en la coeducación y las
nuevas teorías científicas y pedagógicas, cuyos principales rasgos fueron, según Adriana
Puiggrós “la centralidad de la categoría adolescencia, la exigencia del bachillerato como
condición previa a los cursos del magisterio, la práctica y la experimentación de nuevos
sistemas pedagógicos y la orientación hispánica de los contenidos históricos y
culturales”. La experiencia fue interrumpida por el golpe militar de 1943.
La reforma Fresco-Noble
La educación y todos los empleos que se relacionan con ella, necesitan ante
todo del don de sí mismo. Y este don de sí mismo, ¿adónde encontrarlo más
grande y más completo que en la mujer? La mujer se sacrifica por
naturaleza, ha nacido para sacrificarse.
Como hemos señalado en la lección 6, si la escuela normal no constituyó una
opción decididamente emancipadora para las mujeres (en tanto transmitía el modelo
hegemónico de género), también es preciso señalar que muchas mujeres lograron, a
través del magisterio, romper con los límites que la sociedad patriarcal había trazado,
circunscribiéndolas al ámbito doméstico. No pocas mujeres comenzaron a percibir que
la docencia podía abrir la puerta al ascenso y al reconocimiento social, la participación
en la producción de bienes culturales y la obtención de un ingreso económico por vías
legítimas.
En paralelo, las polémicas en torno a los saberes que debía reunir un maestro
crecieron conforme se expandía el sistema educativo. ¿Cuál era el perfil del maestro
argentino? ¿Cuál era el tipo de saber que debía inculcársele durante su formación? Al
respecto, Gabriela Diker advierte que las respuestas a estos interrogantes aglutinaban
dos concepciones opuestas. Desde la prensa pedagógica, los propios docentes
destacaban que, si la enseñanza era un “arte”, los maestros debían ser formados para
poder dirigir una clase y organizar una escuela. Desde esa concepción, la formación
docente debía tratar de modelar las cualidades personales de los futuros maestros,
templar su carácter y ofrecerles herramientas metodológicas para desenvolverse con
fluidez en el aula. Otros maestros y pedagogos, por el contrario, argumentaban que los
maestros debían ser “verdaderos especialistas en la enseñanza”, abogando por una más
profunda formación teórica. La formación inicial se vería complementada por los ciclos
de Conferencias Pedagógicas, que contribuirían a mantener al corriente de las
novedades a los docentes en actividad.
En el plano de la formación docente, uno de los acontecimientos educativos
más significativos del período estuvo relacionado con la donación del empresario Félix
Bernasconi de una importante suma de dinero para la edificación de un “palacio para
escuela en estilo florentino”, en el que funcionaría, también, un instituto de
actualización docente.
El proyecto fue elaborado por Juan Waldorp (hijo) en 1918, la piedra
fundamental se colocó en 1921 y la escuela se inauguró en 1929. El Consejo Nacional de
Educación decidió emplazar el “Bernasconi” en la zona sur de la ciudad, tras dar una
intensa discusión sobre su ubicación: había quienes sostenían que el tamaño de la
inversión ameritaba que la escuela se ubicara en los barrios ya consagrados por su
progreso edilicio, mientras que el propio Waldorp afirmaba que los barrios del sur y del
oeste eran los que “con mayores derechos y con más premura reclaman, para su centro,
esa clase de obras que cooperen a su creciente desenvolvimiento”. En su informe,
Waldorp señalaba que el barrio donde se edificaría estaba destinado a un futuro
esencialmente industrial que daría origen a una numerosa población obrera.
La planta baja del edificio fue, originalmente, destinada a la educación
industrial, dotándola de todo tipo de talleres: electricidad, mecánica y carpintería, para
los varones, y economía doméstica, labores y costura, para las niñas. En la misma
planta se construyeron piletas de natación, que no sólo buscaban enseñar los principios
de dicho deporte, sino despertar el gusto por el baño higiénico. En la planta superior se
encontraban la biblioteca, un gran salón de actos y un museo escolar. El Museo
Argentino para la Escuela Primaria fue proyectado por Rosario Vera Peñaloza. Maestra
de una extensa trayectoria. Peñaloza dirigió las escuelas normales de La Rioja y el
Normal nº 1 de la Capital Federal. Se formó en la especialidad de artes plásticas en la
provincia de Córdoba bajo la dirección del profesor Cardeñosa y completó sus estudios
junto al pintor Ernesto de la Cárcava. Entre 1929 y 1947, proyectó y coordinó el Museo
Geográfico “Dr. Juan B. Terán” y el de Ciencias Naturales “Dr. Ángel Gallardo”. Para
Peñaloza, los museos debían ser “escuelas vivas para el enriquecimiento de la cultura
argentina” y, por lo tanto, era preciso dotarlos de una amplia gama de recursos
didácticos: animales embalsamados, reproducciones a escala de distintas zonas
geográficas del país, muchas de las cuales ella misma elaboró empleando técnicas como
la cartapesta, los dioramas y la xilografía.
Este período también estuvo atravesado por los conflictos laborales y la
paulatina incorporación de los maestros y maestras a organizaciones gremiales. Desde
1881 comenzaron a registrarse las primeras huelgas docentes. Las maestras de la
escuela Graduada y Superior de la provincia de San Luis decidieron ir al paro tras ocho
meses sin cobrar sus sueldos. La precariedad laboral y la ausencia total de garantías a
las que estaban expuestos los maestros exigían leyes que los protegieran y el desarrollo
de nuevas herramientas gremiales que les permitieran organizarse y ejercer presión.
El primer proyecto de ley sobre escala progresiva de sueldos lo presentó el
diputado socialista Alfredo Palacios en 1912, y contó con el apoyo de la Liga Nacional de
Maestros la primera entidad gremial del magisterio argentino a cuya creación
contribuyeron los maestros Julio Barcos y Leonilda Barrancos. La Liga Nacional del
Magisterio se conformó en 1912, y fue consiguiendo paulatinamente el apoyo de
asociaciones, círculos, sociedades y ligas que nucleaban al magisterio en ámbitos
regionales más reducidos. Es importante señalar que los maestros y maestras contaban
ya con asociaciones de más larga data, aunque estas eran concebidas como espacios de
formación cultural, actualización pedagógica y ayuda mutua, y no como órganos de
representación de los intereses laborales del magisterio.
De La Liga surgió la Confederación Nacional del Magisterio, organización
gremial de segundo grado. El perfil que sus miembros buscaron darle confrontó a dos
sectores: por una parte, Hugo Calzetti y Juan Mantovani, quienes enfatizaban la
dimensión pedagógica que atravesaba los problemas del magisterio; por otra, Barcos, la
maestra y dirigente comunista Florencia Fossatti y Carlos Godoy Urrutia, quienes
resaltaban la tendencia “sociologista”, defendiendo el papel del maestro como
intermediario con la sociedad, y especialmente con los sectores obreros, en un plano
extraescolar.
Para 1919, ya se habían organizado asociaciones docentes en ocho provincias:
Córdoba, Corrientes, Salta, San Juan, Santiago del Estero, Buenos Aires, Tucumán y
Mendoza, mientras que en otras dos se constituyeron federaciones: Santa Fe y Entre
Ríos. A lo largo de este período, estas organizaciones encontraron numerosos
obstáculos para alcanzar una organización de nivel nacional. Sin embargo, la
experiencia acumulada durante estos primeros años le dio al magisterio herramientas y
argumentos para establecer y definir posiciones ante los escenarios adversos.
En 1919 tuvo lugar una importante huelga en la provincia de Mendoza,
impulsada por la agrupación mutualista Asociación de Maestros. Compuesta en su gran
mayoría por maestras, la Asociación impulsó el cese de actividades frente a un atraso
en el pago de los sueldos que oscilaba entre los 8 y 12 meses. La particularidad de esta
experiencia fue que Maestros Unidos adhirió a la Federación Obrera Regional
Argentina, siendo la primera asociación de maestros que formó parte de una central
obrera en nuestro país. Durante la huelga, las maestras explicaban a la sociedad las
razones que las movilizaban. Ante la medida de fuerza del magisterio mendocino, el
gobernador Lencinas dispuso la intervención policial, deteniendo a las maestras y
generando una situación polémica: según relata Graciela Crespí, por primera vez un
grupo de maestras pasó la noche en una comisaría, donde, hasta el momento, las únicas
mujeres que habían pernoctado eran las prostitutas.
Durante 1921, se produjo una huelga del magisterio en la provincia de Santa
Fe, que alcanzó proporciones inéditas para la época. Frente a una medida del
gobernador Enrique Mosca que planteó la posibilidad de clausurar 100 escuelas con el
objetivo de equilibrar el gasto educativo provincial. la Federación Provincial de
Maestros convocó a realizar una huelga en todo el territorio provincial. En el petitorio
se dejaba constancia de un atraso en los pagos de 16 meses y se planteaba la necesidad
de sancionar una ley de estabilidad y escalafón docente que estableciera mecanismos de
ascenso y promoción del magisterio. La controversia que generó esta decisión según
Adrian Ascolani giró en torno a la tensión entre “el reclamo de los derechos personales
de los maestros a exigir condiciones laborales dignas, dejando en suspenso sus
actividades docentes” por un lado, y los efectos que ello tenía en la ausencia de clase,
“lesionando el derecho a la educación de sus alumnos”. por el otro.
En 1925, los maestros de la Capital atravesaron una larga jornada de lucha a
partir de la trágica decisión de la maestra Leonor de Fernández Suárez, quien en abril
de ese año decidió quitarse la vida, desahuciada por las interminables postergaciones
con las que el clientelismo posponía su ascenso. Una Asamblea de la Confederación
Nacional de Maestros acusó al Consejo, transformándolo en “el único responsable del
entristecedor suceso” al estar conformado “por malos ciudadanos que solicitados por
conveniencias de índole mezquina abandonan la senda del deber”. Ante esta situación,
el sector más radicalizado de la Confederación sostuvo que “la docencia argentina no
tiene desidia y está dispuesta a luchar por sus derechos y el fin de los mecanismos
fraudulentos”.
En aquella oportunidad, la asamblea de maestros redactó una carta al
presidente Marcelo T. de Alvear, donde, según Mannocchi, “se levantaban una serie de
cargos graves contra el Consejo acusándolo de corrompido” y se adjuntaba, además
El niño en cuestión
Los intelectuales afines a los intereses de la clase dirigente depositaron su
mirada sobre los hijos de aquellos inmigrantes inesperados, las 638.000 personas que
constituyeron la inmigración de la década del '80 prácticamente se duplicaron durante
la primera década del siglo XX. La población de la Argentina creció exponencialmente
entre 1895 y 1914, cuando las estadísticas señalaban cerca de 8.000.000 de habitantes.
Sólo durante 1910 desembarcaron en el puerto de Buenos Aires 350.000 personas. En
la opinión de aquellos intelectuales, esta situación requería crear lazos de pertenencia y
solidaridad entre los recién llegados y la sociedad que los “recibía”. Educar era
sinónimo de construir los vínculos nacionales.
La inmigración, a su vez, agravó el problema del analfabetismo. El panorama
hacia el primer centenario de la independencia arrojaba un saldo de 607.722 niños
analfabetos en edad escolar. ¿De qué manera incorporar estos niños a la sociedad? La
respuesta a este interrogante ofreció un repertorio amplio de recetas. Para los
pedagogos enrolados en los sectores democráticos, la solución consistía en intensificar
la acción escolar y revisar sus propuestas de enseñanza. José Berrutti sostenía que, para
enfrentar este problema, urgía crear 4.000 escuelas a lo largo y ancho del territorio
nacional. Pero el problema de la escuela primaria no era solo cuantitativo; resultaba
indispensable reconsiderar el minimun de enseñanza de la escuela primaria, asignando
un lugar destacado al desarrollo de las aptitudes manuales y de la formación moral.
Además, entendía que el problema pasaba también por poder garantizar el
acceso de los adultos a la formación primaria. En 1900, Berrutti fundó la primera
Sociedad Popular de Educación en la Capital, en cuyo local funcionaba una escuela
nocturna para adultos. Estas se sumaban a las escuelas dominicales para adultos
fundadas por Sarmiento y a los cursos libres para obreros que se dictaban desde 1870
en los colegios nacionales. La iniciativa de Berrutti no fue un caso aislado, sino la
modalidad más frecuente a través de la cual se originó el subsistema de educación de
adultos. Como señala Lidia Rodríguez. “la creación de estas escuelas parece haber sido
iniciativa casi siempre del docente que se hacía cargo del grupo de alumnos, más que de
las autoridades del sistema”. En cambio, para los sectores conservadores, la respuesta
pasaba por institucionalizar circuitos paralelos a los educativos donde contener a los
niños que no asistían a la escuela o que ésta no lograba retener. Las infancias no
escolarizadas fueron interpeladas bajo la figura del menor. Así, mientras el sujeto
alumno incluía a todos los niños incorporados en forma más permanente al circuito
familiareducativo, el sujeto menor contenía a aquellos niños que no lograban insertarse
satisfactoriamente en el sistema económicosocial y se incorporaban tempranamente al
trabajo o directamente a la calle.
Desde fines de la década de 1890, se multiplicaron los reclamos para que el
Estado interviniera sobre la niñez desamparada. Según Carolina Zapiola, estos pedidos
se orientaron al establecimiento de la tutela o patronato estatal y a la creación de
instituciones estatales de corrección a los cuales enviar a los menores. Recordemos que
ya existían en el ámbito privado dos instituciones la Sociedad de Beneficencia (1823) y
el Patronato de la Infancia (1892) que cumplían funciones asistenciales. A través de
estas instituciones, numerosos niños y adolescentes fueron “colocados” para trabajar en
casas de familia, talleres o comercios, donde recibían, a cambio, educación y cuidados.
En un sentido similar, en 1874, se había creado el batallón Maipú, conformado por
huérfanos que prestaban a la nación el servicio de armas a cambio de recibir
instrucción militar.
En 1919, el Congreso de la Nación convirtió en ley el proyecto de Patronato
Estatal de Menores: a partir de ese momento se habilitó a los jueces de los tribunales a
suspender o quitar la patria potestad a los padres de menores de 18 años cuando estos
se encontraran en situaciones de mendicidad o vagancia, frecuentaran sitios inmorales
o de juego o se reunieran con ladrones o gente de “mal vivir”. En la fundamentación del
proyecto, el diputado Luis Agote apeló a una imagen fresca en la memoria de sus
compañeros de cámara: “los diputados habrán visto, en aquellos días que hoy llamamos
la semana trágica, que los principales autores de los desórdenes eran los chicuelos que
viven en los portales, en los terrenos baldíos y en los sitios oscuros de la Capital
Federa!”.
Agote contribuía a la criminalización de la infancia cuando sostenía que
aquellos niños serían los que, más tarde, irían a “formar parte de esas bandas de
anarquistas que han agitado a la ciudad durante el último tiempo”. La sanción del
proyecto impulsado por el diputado Agote supuso un incremento de las atribuciones
del Estado sobre las familias. Así, la distinción entre niñez y minoridad, consolidada
por el discurso estatal, estableció ordenamientos simbólicos, sensibilidades y prácticas
sociales mutuamente excluyentes. La experiencia del tránsito hacia la vida adulta
estuvo signada, desde entonces, por estas dos interpelaciones fundantes.
Vientos de cambio
En términos cuantitativos
Las políticas que el Estado llevó adelante produjeron la expansión material del
sistema educativo. La tasa de crecimiento de la matrícula escolar a lo largo de la década
peronista fue mayor a la del crecimiento de la población total. El incremento de la
matrícula en la enseñanza primaria durante los gobiernos peronistas (1946-1952 y
1952-1955) consolidó la tendencia expansiva de las primeras décadas del siglo XX,
acentuando la principalidad del Estado. La incorporación de alumnos a la escuela
primaria creció el 2,1% entre 1946-1950 y el 3,1% entre 1951-1955. En 1945, había
2.033.118 alumnos, en 1955 sumaban 2.803.372. Lo cual indicaría, junto con el
descenso de la tasa de analfabetismo, que el acceso a la enseñanza primaria se extendió
a los sectores sociales de menores ingresos y que se amplió la cobertura de escuelas a lo
largo del territorio nacional.
El mayor impacto se registró en la enseñanza media. Como sostienen Juan
Carlos Torre y Elisa Pastoriza, la matrícula secundaria, que venía creciendo desde 1930
a un promedio del 8,8% anual, trepó al 11,4% entre 1946 y 1955, de manera tal que,
hacia finales del período, el nivel medio prácticamente había duplicado la cantidad de
estudiantes que tenía al comienzo de esta etapa. Según las estadísticas, el crecimiento
habría sido más significativo en las modalidades comercial y técnica, lo que podría
indicar un mayor acceso a este nivel por parte de los sectores medios y altos de la clase
trabajadora que contaban con mejores condiciones para aprovechar las oportunidades
educativas ofrecidas por el gobierno.
En 1946, sobre un total de 217.817 alumnos en la enseñanza secundaria,
66.009 cursaban la modalidad de bachiller, 61.850 estudiaban en la técnica, 59.653
correspondían a las escuelas normales y 30.305 asistían a la comercial. En 1955 se
alcanzó un total de 467.199, distribuidos del siguiente modo: 175.881 en las escuelas
técnicas, 110.735 en los bachilleres, 97.306 en las normales y 83.25 7 en las escuelas
comerciales. La matrícula universitaria también registró un aumento sustancial:
mientras que en 1945 los estudiantes sumaban 47.387, en 1955 eran 138.628, lo que
revela una tasa de crecimiento del 11,3% anual. La sanción de la ley 13.031 en 1947,
estableciendo la gratuidad de los estudios universitarios, es uno de los factores que
permite explicar el aumento sustantivo de la matrícula universitaria.
Para completar el panorama, sumemos las siguientes cifras, donde puede
compararse la evolución de la matricula entre 1930 y 1955 en relación con la expansión
material de los establecimientos educativos.
En términos político-culturales
Impugnaciones
l. La educación religiosa
El peronismo desplegó una serie de acciones educativas por fuera del sistema,
desplazando la centralidad que había tenido la educación formal hacia otras zonas de la
trama cultural. Podemos decir que en este período convivió una fuerte tendencia
expansiva del sistema educativo junto con la creación de nuevas opciones formativas
que tensionaron aquella centralidad. A ello se le sumaba una concepción y un discurso
que, lejos de borrar sus marcas políticopartidarias, explicitaba la importancia de la
cultura política como un organizador pedagógico para la nueva Argentina que se
construía bajo la dirección del peronismo.
Una de las modalidades a la que hacemos referencia es la que se planteó con la
creación de la Fundación Eva Perón que reemplazó a la Sociedad de Beneficencia y las
políticas sobre la infancia. Los niños fueron interpelados como sujetos de derecho, más
allá de los límites escolares. Ellos serían los depositarios privilegiados de la acción
social del Estado, los herederos y la vanguardia de la nueva cultura política que había
surgido con el peronismo. La Fundación creó, por ejemplo, la Ciudad Infantil en la
ciudad de La Plata, destinada a niños pobres de 2 a 6 años del interior del país y de las
villas de Buenos Aires. La acción social para la infancia se multiplicaba a través de los
hogaresescuela del interior, así como los centros educativos, las colonias de vacaciones,
los torneos infantiles, etcétera. Como sostiene Sandra Carli, “fue una intervención
política y pedagógica sobre la constitución de la niñez como un sujeto de nuevo orden”.
en la que Eva Perón “no negaba el alcance político de la ayuda social, que si por un lado
ubicaba a niños y jóvenes en un ambiente especialmente diseñado, por otro pretendía
orientarlos hacia un futuro preconstruido”. La Ciudad Infantil materializó las políticas
sociales con pretensiones de igualdad que llevó adelante la Fundación Eva Perón. El
discurso oficial concibió a los niños como únicos privilegiados, un lema que no
encontraba oposición, más allá de las banderas políticas.
Por otro lado, la transformación de las masas en pueblo también requirió
políticas específicas, poniendo en funcionamiento estrategias pedagógicas que excedían
el marco escolar. Tal es el caso del trabajo que se desarrolló en las unidades básicas. En
ellas se dieron cita otros modos de producción subjetiva y de transmisión de la nueva
cultura política. Perón sostenía que “sólo la organización vence al tiempo”. Por eso las
unidades básicas se constituyeron en centro de difusión, de formación y de discusión de
militantes. Como señala Norma Michi, ellas fueron, junto a los sindicatos y a la
administración pública. “los tres ámbitos privilegiados'' para la formación política. La
Escuela Superior Peronista era la responsable de la formación doctrinaria de los futuros
cuadros dirigentes.
La educación peronista constituyó un tipo de ciudadanía en conflicto con la
concepción liberal. Para esta tradición, el ciudadano, comprendido en su
individualidad, gozaba de un conjunto de derechos y obligaciones. Con la llegada del
peronismo al poder, la ciudadanía como concepto se amplió y se complejizó. Cobró una
dimensión colectiva que implicaba no sólo el ejercicio de las libertades individuales,
sino también la adquisición y el ejercicio de nuevos derechos económicos y sociales.
Una concepción de ciudadanía inclusiva que se fundaba en el concepto de pueblo, de
comunidad organizada.
El régimen peronista podía caracterizarse como una democracia de masas en
la medida en la que hubo una participación política masiva del conjunto de los
trabajadores que se extendió más allá del sufragio, a través del voto femenino, de los
sindicatos, de las unidades básicas, etcétera. Sin embargo, hacia finales del primer
gobierno se produjo un viraje hacia estrategias de mayor control y regulación de la
participación. La crisis económica de finales de los años '40, la institucionalización de
la doctrina peronista, el intento de golpe militar en 1951 y la muerte de Eva Perón en
1952 fueron algunos de los procesos y acontecimientos que marcaron un punto de
inflexión dentro del período peronista. Un indicio de ello en el terreno educativo fue el
nombramiento de Armando Méndez de San Martín como ministro de Educación, cuyo
desempeño en el cargo, entre 1950 y 1955, estuvo signado por un proceso determinante
para comprender los acontecimientos que se desarrollaron posteriormente: en el marco
de su gestión política comenzó a producirse un intento de peronización del catolicismo
y del nacionalismo.
En ese último período tuvieron lugar políticas de adoctrinamiento más
abiertas como la aparición de los libros de texto peronistas y, tras la muerte de Eva, la
inclusión de La razón de mi vida como texto obligatorio en todos los niveles del
sistema. Otro tipo de medidas da cuenta de la conflictividad política que estaba
atravesando la sociedad argentina, entre ellas cabe mencionar el cesanteo de docentes,
como en el caso de las hermanas Olga y Leticia Cossettini en 1950.
En poco más de una década desde sus inicios en la Secretaría de Trabajo y
Previsión en 1943, hasta su derrocamiento mediante el golpe de Estado de 1955 el
peronismo concitó adhesiones y esperanzas, rechazos y desconfianzas. Ello se siguió
reflejando en las diversas “memorias” que se fueron constituyendo y resignificando
sobre el peronismo, y que siguen combatiendo entre sí.
El Estado peronista recuperó tradiciones pedagógicas y leyó herencias con una
gran singularidad. En el ámbito educativo, produjo importantes cambios cuantitativos -
en términos de la expansión del sistema escolar y cualitativos de gran significación -
respecto de los diversos y disruptivos modos a través de los que interpeló de los sujetos.
El hecho peronista fue el resultado de un proceso políticocultural inédito. Sin
duda es una clave de lectura y un analizador del conflicto social en Argentina. Por eso,
la historiografía educativa también está atravesada por las tensiones sociales, políticas
y académicas cuando pretende interpretarlo.
LECCIÓN 10
Auroras y tempestades:
la educación entre golpes (1955-1976)
Darse cuenta
leen a Freire que propone partir del universo vocabular de los alumnos, e
instalar nuevas relaciones de poder en los vínculos educativos. [...] Ellos leen
al Freire que plantea la vinculación entre educación y liberación en términos
de imbricación profunda, constitutiva, entre escritura y lectura de la
palabra, y comprensión y transformación de la realidad.
En 1973, luego de 18 años de dictaduras y proscripción, asumió la presidencia
de la nación Héctor J. Cámpora. Bajo el ministerio de Jorge Taiana se planteó una
política de transformación. En el documento Bases para una política educativa del
adulto se hacía una fuerte crítica al imperialismo y al capitalismo liberal como los
causantes de la exclusión educativa de la clase trabajadora y de los adultos. La DINEA
debía generar un nuevo sistema, desde una concepción educativa que concientizara a
los “oprimidos” y los integrara plenamente a la realidad y a la cultura del pueblo. La
alfabetización sería un objetivo, pero no un fin en sí mismo. La nueva política se
proponía estructurar modalidades aceleradas, sistemáticas y no sistemáticas de
educación, de niveles correlativos al primario, secundario y terciario, promoviendo la
participación activa del educando en la programación, ejecución y evaluación del
aprendizaje y propiciando una formación totalizadora que superara el enciclopedismo.
La educación debía basarse en una metodología que tomara en cuenta la acción y la
experiencia del adulto, que fuera participativa y dialogal. “donde todos sean sujetos
creadores del proceso de aprendizaje y donde se valoren, fundamentalmente, las
formas de trabajo grupal”.
En el marco de la Campaña de Reactivación Educativa de Adultos (CREAR) se
abrieron centros de alfabetización y educación básica en todo el territorio argentino. La
educación estaba atravesada por la urgencia política y la búsqueda, de una
transformación social que se consideraba inminente. Las cartillas de alfabetización
planteaban freireanamente los momentos de “lectura y discusión en torno a un
problema planteado en una lámina, análisis y síntesis de la palabra generadora
correspondiente; y luego su escritura”. Las diez palabras nacionales eran tomadas del
discurso peronista: voto, delegaclo, compañero, sindicato, campesino, máquina,
trabajo, pueblo, gobierno y América Latina unida o domínada.
La educación de adultos se consideró prioridad junto con la educación
primaria en el Plan Trienal de Reconstrucción y Liberación Nacional 1974/1977, la
educación como derecho social recuperó su centralidad en el discurso estatal. Se
planteó al aprendizaje como un permanente diálogo entre el educador y el educando.
La escuela era vista como el núcleo fundamental de la enseñanza, como una matriz
educativa en la que los ciudadanos comunes, los grandes, los chicos y el mism0 Estado
fueran sus agentes protagónicos. Entre las prioridades a atender y a resolver esteban la
erradicación del analfabetismo, la disminución del semianalfabetismo, la expansión
gradual de jardines maternales y de infantes, la educación permanente, la capacitación
técnica, la educación agrícola, la universitaria y la orientada a las investigaciones de la
ciencia pura y aplicada que contribuyeran con el proceso de liberación nacional.
También se consignan la democratización de la enseñanza media, la incorporación del
indígena, la promoción de la educación en las zonas fronterizas, la integración
mediante la educación especial, la equiparación de derechos y obligaciones de los
docentes de todos los sectores, entre otros.
La Universidad de Buenos Aires se convirtió en 1973 en la Universidad
Nacional y Popular de Buenos Aires. Su rector, el historiador Rodolfo Puiggrós,
destacaba los esfuerzos que las facultades realizaban para nacionalizar y actualizar la
enseñanza. Se pusieron en discusión los contenidos y los métodos pedagógicos, se
planteó la incompatibilidad del ejercicio de la docencia universitaria con el desempeño
de funciones jerárquicas o de asesoramiento a empresas extranjeras y/o
multinacionales, la derogación de medidas restrictivas al ingreso, la vinculación de las
facultades con el mundo del trabajo y los trabajadores. Entre los objetivos de la
Facultad de Farmacia y Bioquímica, se planteó, por ejemplo, la creación de una planta
productora de medicamentos: en Odontología, un plan de prevención para la salud
bucal en barrios populares. Se crearon centros piloto de investigaciones aplicadas.
También el Instituto del Tercer Mundo. “Creemos que el Tercer Mundo debe asimilar la
cultura universal. Tienen que hacer suya la cultura de todos los tiempos y de todos los
orígenes, para crear la cultura del Tercer Mundo y hacer la cultura del siglo XXI”,
proyectaba Puiggrós.
Imágenes de la oscuridad
hasta el momento presente sólo hemos tocado la punta del iceberg en nuestra
guerra contra la subversión. Es necesario destruir las fuentes que alimentan,
forman y adoctrinan al delincuente subversivo, y esas fuentes están en las
universidades y en las escuelas secundarias.
Tendencias en la educación
la estrategia represiva
Esta estrategia fue impulsada por grupos ligados a las posiciones más
tradicionalistas dentro del campo cultural, que fijaron como objetivo principal
restablecer los “valores perdidos. Según el diagnóstico de los grupos conservadores,
“valores” como el rigor, el orden y la disciplina -otrora ponderados positivamente por la
sociedad habían perdido prestigio en las últimas décadas. La principal razón de esta
desvalorización la hallaban en los discursos y las prácticas educativas surgidas al calor
de la renovación cultural y política de los años '60 y '70, donde se habían promovido y
difundido novedosas articulaciones entre educación y política, resignificando el
concepto sarmientino de “educación popular”. Cuando, a la luz de las ideas elaboradas
por la pedagogía de la liberación, se estimulaba la democratización del conocimiento y
se convocaba a reemplazar una concepción asimétrica de la relación docentealumno,
por el establecimiento de vínculos dialógicos entre ambos.
La censura de libros, la persecución física e ideológica de sus autores y la
clausura de editoriales también formaron parte de la estrategia represiva. Todo libro
fue objeto de un férreo control ideológico, incluyendo a la literatura infantil y la Biblia.
Entre los libros cuya prohibición fue considerada paradigmática podemos mencionar:
los cuentos El caso Gaspar, de Elsa Bornemann, que fue prohibido por relatar la
historia de un niño al que se le había ocurrido caminar con las manos, y La Torre de
Cubos, de Laura Devetach, que fue acusado de promover la fantasía de un modo
ilimitado; el libro de Augusto Blanco, El pueblo que no quería ser gris, donde se
narraba la historia de un pueblo que se oponía a la decisión del rey de pintar todas las
casas de un mismo color, que fue censurado por el decreto N º 1888 del 3 de
septiembre de 1976, y el libro infantil Cinco dedos, escrito en Berlín Occidental y
publicado por Ediciones de la Flor, donde se retara la historia de una mano verde que
perseguía a los dedos de una mano roja y ésta, para defenderse del ataque, se unía y
formaba un puño colorado, que fue prohibido en febrero de 1977 argumentando que
presentaba una clara finalidad de “adoctrinamiento” preparatoria para la tarea de
“captación ideológica”.
El control recayó también en el empleo de determinadas palabras:
proletariado, liberación, explotación y capitalismo fueron objeto de censura. El
despliegue de la estrategia represiva no acababa allí. La política educativa de la
dictadura también avanzó en la definición de los modos correctos de comportarse
durante el tiempo libre, sobre los modos de vestir -en los colegios estaba expresamente
prohibido a los varones llevar barba y el pelo largo y sobre otros aspectos de la vida
extraescolar. La difusión de estas pautas se desarrolló, en particular, a través de las
materias Formación Moral y Cívica (materia que sustituyó a ERSA Estudio de la
Realidad Social Argentina) y de una serie de seminarios de capacitación docente donde
se planteaba, por ejemplo, cómo debía hacerse un “correcto uso” del tiempo libre.
También se procuró instruir a los docentes para que fueran capaces de
identificar a los elementos “subversivos” presentes en las instituciones educativas. En la
gestión del ministro Juan José Catalán se confeccionó un documento que puso especial
énfasis en este asunto, el folleto Subversión en el ámbito educativo: conozcamos a
nuestro enemigo, a partir del cual se caracterizaba a las agrupaciones políticas, sus
estrategias y sus reivindicaciones, y se alentaba a la comunidad educativa a
identificarlos y delatarlos. En sus páginas se describía la manera de actuar de la
“subversión” en el sistema educativo, sobre todo en el nivel universitario. El documento
se detenía, por ejemplo, en describir una larga lista de expresiones lanzadas por
estudiantes y profesores a las que califica de “subversivas”: “Por la libertad de los
obreros y estudiantes presos”. “Tal profesor no aprobó a tantos alumnos” o “No se
realizan cursos nocturnos para los que trabajan”, entre otras.
La estrategia discriminadora
Por su parte, esta estrategia fue impulsada por grupos ligados a una
concepción “modernizadora tecnocrática”, que con una visión “despolitizada” y aséptica
de los problemas pedagógicos y una concepción netamente competitiva de la sociedad,
promovieron la incorporación de concepciones elitistas, neoliberales y eficientistas en
el terreno educativo. Sus acciones estuvieron orientadas a desarticular los dispositivos
históricos que permitieron la existencia de la educación común, cuyos principales
rasgos presentamos en la lección 7. En el mediano plazo, estas tendencias favorecieron
la segmentación del sistema educativo. Cecilia Braslavsky hablaba de “circuitos
diferenciados de educación” para dar cuenta del modo en que las políticas autoritarias
habían desarticulado el modelo educativo forjado a partir de la sanción de la ley 1420.
Lo explicaba de la siguiente manera: la propuesta formativa de un sistema educativo
puede tender a la unidad o a la diversidad. Cuando ocurre lo primero, el Estado
garantiza una “prestación de iguales oportunidades educativas para toda la población”;
cuando ocurre lo segundo, en cambio, la prestación del servicio educativo varía
enormemente y se establece según la capacidad que tienen los diferentes grupos
sociales de presionar por recibir dicha prestación.
En efecto, la dictadura favoreció, a través de la descentralización y de la
implementación del principio de subsidiariedad, la construcción de circuitos educativos
diferenciados en los que se podían percibir notables asimetrias en torno a la calidad del
servicio educativo ofrecido, a la capacidad de retención de la matrícula, al
financiamiento y a los recursos materiales y edilicios. Es importante señalar que esta
tendencia, como parte de la estrategia discriminadora, no procuraba llevar adelante
una política de tierra arrasada; lo que buscaba era restablecer las jerarquías sociales
preexistentes y garantizar su continuidad a lo largo del tiempo. En definitiva, la
estrategia discriminadora tuvo un carácter marcadamente prospectivo, que pretendía
instituir un nuevo perfil al sistema educativo, acorde con un modelo de sociedad
sustentado sobre los principios conservadores.
En síntesis: ¿quiénes y a través de qué medios implementaron esta estrategia
discriminatoria? Estas estrategias fueron concebidas e implementadas según Pablo
Pineau por grupos que se inscribían dentro de una tendencia modernizadora de corte
tecnocrático. La implementación de esta concepción tuvo, como principal efecto sobre
el sistema educativo, la desarticulación de los dispositivos homogeneizadores
favorables a la democratización social presentes en la escuela argentina y su
reconfiguración en un sistema educativo fuertemente fragmentado, a través de circuitos
diferenciados de acuerdo con los distintos sectores sociales.
Entre las estrategias discriminadoras más importantes, Juan Carlos Tedesco
identificó una política de “vaciamiento de contenidos” de la propuesta curricular. ¿En
qué consistió ésta? Básicamente, estableciendo que los alumnos debían retardar al
máximo algunos aprendizajes, alegando que, como todo proceso de aprendizaje es
“eminentemente individual”, por consiguiente, estaba limitado por la maduración
psicológica de cada niño. En suma: si el hecho educativo estaba determinado
previamente por la capacidad madurativa del niño, y esta capacidad podía establecerse
en términos de estados (a partir de una lectura sesgada de la teoría de Piaget, elaborada
por el psicólogo Antonio Battro), por lo tanto, los maestros y sus métodos por buenos
que fueran no podían incidir o alterar la mejora del aprendizaje. El determinismo de
base biologicista retornaba a las aulas argentinas después de medio siglo.
Así, los contenidos que formaban parte de la caja curricular estaban
determinados por las “posibilidades de aprendizaje” y estas, a su vez, estaban sujetas a
las etapas evolutivas. Uno de los ejemplos más claros de dichas concepciones
pedagógicas fue el diseño del currículo de la ciudad de Buenos Aires, elaborado en 1981.
Los objetivos para los alumnos que ingresaban al primer grado de la escuela primaria
se acotaban, siguiendo este modelo, a escribir grafemas que respondieran a un solo
fonema. Los libros de texto para el primer grado de la escuela primaria fueron
reelaborados aplicando un modelo conocido como el “currículo de las 13 letras ''. Las
oraciones que se empleaban sólo podían ser escritas con las letras A D E I L M P N
O T U S Y. La escasez de recursos gramaticales que prescribía aquella disposición
sólo permitía crear frases de escaso nivel de significación. Tal es el caso del libro de
texto Pupi y yo: “Daniel emite una opinión, opina y no tiene la mínima idea de moda”.
“la pálida luna ilumina el manantial, mi papi de la mano en idilio ideal” o “La paloma
paladea alimentos del molino de la loma”. Este criterio puso en evidencia, según Pablo
Pineau, una concepción de la enseñanza de la lectura empobrecida por “textos
monótonos, repetitivos, estereotipados y pobres de sentido”.
En sintonía con este modelo curricular, también se recomendaba que, aunque
los niños no aprendieran, resultaba preferible que estuviesen en la escuela, porque allí,
al menos, se les enseñaba a comportarse, a tomar el lápiz, a respetar los renglones o a
orientarse de izquierda a derecha. Con respecto a los maestros y profesores, se advertía
que no debían intervenir en la formulación de objetivos y se les prohibía el abordaje de
ciertos contenidos con argumentos que rayaban lo absurdo: a las matemáticas
modernas, por ejemplo, se las consideró subversivas ya que, como señala el equipo de
Educación y Memoria “en la medida en que todo estuviera sujeto a cambio y revisión,
se tornaba potencialmente peligroso”; además, la matemática moderna promovía el
estudio de la teoría de conjuntos, que “indudablemente” se prestaba de puente para la
introducción de ideas subversivas.
Las Islas
Los noventa
El vendaval que azotó a la Argentina durante los primeros años del siglo XXI
tuvo efectos drásticos y profundos sobre el tejido social. En cierta medida, la crisis del
2001 comenzó a clausurar el ciclo de las reformas neoliberales, exponiendo las
consecuencias sociales de las políticas que se implementaron durante los años 90. Las
medidas económicas tomadas por el gobierno de la Alianza despertaron un enorme
descontento social, que rápidamente ganó las calles. El 19 y 20 de diciembre de 2001
tuvo lugar una rebelión popular que produjo la renuncia del presidente De la Rúa.
Durante aquella jornada, las fuerzas represivas se cobraron la vida de 39 personas,
aproximadamente. Según Horacio González, la sensación de “vacío de gobierno” que
percibía la ciudadanía en torno a la gestión del presidente Fernando De la Rúa (1999-
2001) generó en la sociedad “una zona abierta a reflexiones más intensas en términos
de la relación casacalle, trabajomanifestación, vida cotidianaexcepción histórica,
expropiaciónapropiación, domicilioplaza, producción de mercancíastrabajo cartonero,
filosofía del dineroeconomía de trueque, fábricas abandonadasfábricas recuperadas”.
La situación en la que se producían aquellas reflexiones era realmente dramática.
Según el documento del Ministerio de Trabajo Distribución del ingreso. pobreza y
crecimiento en la Argentina, la pobreza tocó su punto más alto en mayo de 2003,
cuando afectó al 51, 7% de la población: en 2002, en cambio, se produjo el nivel de
desempleo más alto, afectando al 21,5% de la población económicamente activa.
Por otro lado, las enormes dificultades que atravesó nuestro país, presentaban
con todos los matices del caso cierto correlato con la situación que vivían diversos
países de la región. Como sostiene José Nun, América Latina en su conjunto cerró el
siglo XX como la zona más desigual de la tierra, con bastante más de un tercio de la
población por debajo de los niveles de subsistencia usualmente estimados como
mínimos y con casi una cuarta parte de sus habitantes carentes de educación.
Dentro de ese contexto y en el marco de esas dinámicas políticas. culturales y
económicas, hay que ubicar el proceso de transformación que tuvo lugar en la
Argentina a partir de 2003.
Las medidas adoptadas desde entonces procuraron recomponer la capacidad
de gestión política del Estado frente a un escenario de enormes necesidades sociales.
En el caso de la educación, la sanción de Ley 26.206 .de Educación Nacional se
inscribió en un nuevo ciclo histórico, al menos en términos de sus enunciados
discursivos y de la dirección política que buscó imprimirle a la educación. Su
promulgación tuvo lugar durante la presidencia de Néstor Kirchner. Previamente,
fueron sancionadas un conjunto de leyes con el objetivo de regular situaciones
específicas: la ley 25.864 (2003) estableció un mínimo de 180 días de clase: la ley
26.058 (2005). de Educación Técnico Profesional, recuperó la especificidad de la
educación técnica; la ley 26.075 (2005), de Financiamiento Educativo, garantizó un
presupuesto no menor al 6% del Producto Bruto Interno; y la Ley 26.150, de Educación
Sexual Integral, contribuyó a la formación armónica de las personas.
En el 2004, una mirada panorámica sobre la educación argentina revelaba que
existían 44.856 establecimientos educativos, 821.726 docentes y aproximadamente 11
millones de estudiantes. Uno de los cambios más significativos durante el período
abierto en 2003 se produjo en el nivel inicial: en 1994, la cantidad de los niños que
asistían a las salas de 3, 4 y 5 sumaban 998.624, mientras que en 2007 alcanzó la cifra
de 1.364.909, aumentando un 37%. En el nivel primario, durante 2005, el 7 4% de los
alumnos que recibían educación asistía a establecimientos de gestión estatal.
En el comienzo de las sesiones ordinarias del Congreso del 2006, el presidente
Néstor Kirchner sostuvo que, en el transcurso de un año, se sancionaría una nueva Ley
de Educación que derogaría la vigente y que para ello se abriría una consulta en torno a
las características que debía asumir dicha ley. El proceso de debate del anteproyecto fue
significativamente distinto al de la Ley Federal. Aunque algunos sectores consideraron
que los tiempos empleados en la consulta fueron escasos y que aquella estuvo centrada
en la educación formal y no consideró otras alternativas, el anteproyecto de Ley pudo
debatirse en las escuelas y contó con un fuerte aval de los sindicatos docentes.
En el anteproyecto de Ley se promovieron una serie de considerandos que
sintetizaban el sentido de las leyes sancionadas previamente, buscando imprimirle una
dirección política a esas leyes. Entre sus postulados se propuso cerrar el ciclo de las
reformas educativas neoliberales, volver a instituir el carácter nacional del sistema de
educación pública, recuperar la especificidad de la formación técnica y garantizar un
mínimo de escolaridad, así como establecer un incremento sustantivo en el
financiamiento de la educación.
A diferencia de la Ley Federal de Educación, la Ley de Educación Nacional
estableció que la educación era un derecho social, despejando toda posibilidad de
interpretar a la educación como una mercancía. Aun más: mientras la Ley Federal
organizó su discurso en torno a los conceptos de calidad, eficacia y eficiencia, la
segunda, en cambio, realzó otros conceptos, pasando de la noción de justicia
distributiva como criterio para la distribución de los fondos públicos, a la noción de
justicia social.
El Estado no fue el único actor que comenzó a instalar nuevos fundamentos y
se interesó por rediscutir las políticas educativas implementadas durante los '90. La
sociedad civil contribuyó enormemente a pensar y construir nuevas alternativas para la
formación de niños, jóvenes y adultos. Entre otras iniciativas, diferentes movimientos
sociales, grupos barriales, piqueteros u organizaciones estudiantiles de origen
universitario, gestaron una modalidad de enseñanza a la que bautizaron con el nombre
de bachilleratos populares. En el momento en que escribimos estas líneas, existen
aproximadamente 40 instituciones de este tipo (ubicadas fundamentalmente en la
ciudad y en la provincia de Buenos Aires) que se identifican a sí mismas como espacios
educativos populares, autogestivos, públicos y no estatales.
Junto con la multiplicidad de acciones educativas que llevan adelante estos
grupos, también es importante hacer mención a la participación a través de diversas
modalidades de educación popular (recreativas, de alfabetización, de concientización
ciudadana o relativos a la preservación del medio ambiente, entre muchas otras
posibilidades), de diferentes grupos políticos, religiosos y culturales, que trabajan en
barrios y villas, o en contextos de encierro, por dar sólo algunos ejemplos. En estas
acciones, creemos, se cifran algunas de las tradiciones y legados más ricos que la
sociedad argentina concibió a lo largo de un siglo de experiencias, como instancias para
la formación de la comunidad.
Educación y futuro
En el momento en el que escribimos estas líneas, muchas de las políticas a las
que hicimos referencia en el último apartado se encuentran en pleno desarrollo. Aun
más: todavía padecemos algunos de los efectos de las políticas regresivas que se
implementaron durante la década previa. ¿Hacia dónde conducen estos procesos?
¿Sobre qué nuevos fundamentos se construyen? ¿En qué medida representan una
ruptura con el pasado? Nos equivocaríamos si creyéramos que podemos arrogarnos la
capacidad de predecir el futuro. En cambio, desde nuestra perspectiva, sí podemos
advertir que estamos viviendo un momento político en pleno desarrollo, cuyas
transformaciones son tan grandes como incierto su desenlace.
Hay lugar para la esperanza. Por ejemplo, la implementación de algunas
políticas como la Asignación Universal constituyen medidas de fuerte inclusión social,
sostenidas desde el Estado, que recogen algunos aspectos de las mejores tradiciones
progresistas. En el plano educativo, sin embargo, aún son muy incipientes los datos
para afirmar que existe una modificación radical de la tendencia a la fragmentación en
el sistema educativo que se venía manifestando desde la irrupción de la última
dictadura militar.
Aunque no podamos determinar “a ciencia cierta” lo que ocurrirá en los
próximos años, en el pasado se produjeron y en el presente aún se producen
acontecimientos que limitan, potencian e imprimen ciertas direcciones al futuro.
Incluso en el pasado todavía existen numerosos “futuros imaginados” que pueden
rescatarse para pensar los problemas de nuestro presente. La historia es un proceso
donde permanentemente tiene lugar la articulación entre lo necesario y lo contingente
y su suerte depende, en gran medida, de los compromisos que tomemos nosotros, sus
contemporáneos, confiando en que, en definitiva, no hay ningún futuro escrito en
ningún cielo secreto.