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TEMA 1.

EL MODERNISMO. CARACTERÍSTICAS GENERALES A TRAVÉS DE LA FIGURA DE RUBÉN DARÍO Y


DELMIRA AGUSTINI.

El Modernismo es un movimiento de ruptura con la estética vigente, surgido finales del siglo
XIX, que trasciende el ámbito literario y busca un cambio ideológico, político, social y religioso
regenerador del atraso imperante y, en España, de la conmoción causada por “Desastre del
98”. Tuvo sus orígenes en Hispanoamérica y llega a España gracias al poeta nicaragüense Rubén
Darío, su principal representante.

El sentimiento de crisis en un mundo en continua transformación llevó a los autores pre


modernistas a buscar la belleza en la literatura como muestra de condena a la vulgaridad
contemporánea. "El Modernismo era el encuentro de nuevo con la belleza, sepultada durante el
siglo XIX por un tono general de poesía burguesa", afirmó Juan Ramón Jiménez. Esta posición
de rebeldía se manifiesta en el desprecio por la literatura del momento y por el sistema de
valores imperante. “Yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó nacer”, llegó a decir Rubén
Darío.

En el nivel literario, esto desembocó en la mitificación de lo pasado e indigenista, gusto por lo


exótico o la búsqueda de lugares distantes en el tiempo y el espacio. Las novedades formales
se reflejaron en las innovadoras imágenes, los juegos de sensaciones, los variados esquemas
versales y estróficos y un léxico desbordante que halla su antecedente en Góngora. Este nuevo
talante se encuentra en escritores preocupados por la depuración y renovación de la lengua
literaria como Manuel Gutiérrez Nájera, José Martí, José Asunción Silva, Julián del Casal, y por
supuesto en Rubén Darío (1867-1916).

La inspiración del Modernismo hispanoamericano procede de dos movimiento literarios


franceses: el Parnasianismo (con Charles Baudelaire, Paul Rimbaud, Arthur Verlaine y Stéphane
Mallarmé), del que toma el anhelo por la perfección formal y los temas esteticistas; y el
Simbolismo (de Théophile Gautiere y Leconte de Lisle), al que debe el gusto por la musicalidad,
el ritmo y el poder evocador de las palabras a través de los símbolos.

En RUBÉN DARÍO la influencia francesa convive con un profundo conocimiento de la tradición


española, desde Berceo hasta Bécquer; su poesía integra influencias que podrían parecer
incompatibles pero para él el arte es una “armonía de caprichos”. Su trayectoria representa la
de todo el movimiento, un recorrido desde el mero esteticismo (modernismo canónico) hacia la
preocupación social y existencial (postmodernismo). Existe un primer período plenamente
Modernista, de temas refinados y evasivos (ambientes exóticos, mitos clásicos, erotismo) de
extraordinario alarde rítmico y sensorial, presente en su primera obra, Azul, colección de
cuentos y poemas publicada en 1888 (obra y año que se suelen considerar inaugurales del
movimiento Modernista); y Prosas Profanas (1896), colección de poemas en las que la
presencia de lo erótico es más importante, y donde introduce temas y metros españoles, que
supone la culminación de ese Modernismo exuberante. Y un segundo periodo, más intimista y
meditativo, definido por las preocupaciones filosóficas como el paso del tiempo, el sentido de
la existencia o la realidad del mundo hispano, presente en Cantos de vida y esperanza (1905).

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Rubén Darío, descontento con la realidad vulgar y mediocre que le ofrece la sociedad
burguesa de su tiempo, se refugia en otra realidad, creada por él a su gusto, en escenarios
lejanos o inventados. Esto explica su gusto por lo exótico, por lo exquisito, y por un pasado
remoto, casi siempre decadente, que buscó en la sensualidad de la mitología clásica, en el
pasado medieval, en la Francia versallesca, en las civilizaciones orientales y en la evasión hacia
un mundo artificial lleno de belleza. De acuerdo con tales temas, desfilan por sus textos dioses,
ninfas, centauros y sátiros; vizcondes, caballeros, marquesas y princesitas; mandarines y
odaliscas. Esta actitud escapista, este deseo de huir de la mediocridad más próxima, de buscar
algo distinto, determina el interés por viajar que sintió no solo Rubén Darío sino todos los
modernistas (“Tuvimos que ser políglotas y cosmopolitas”, decía el poeta). El cosmopolitismo
desembocó en la devoción por París, ciudad que representa el mundo al que aspiraban, la vida
nocturna, los cabarets y la bohemia.

A pesar de este afán cosmopolita, es capaz de convivir con el cultivo de temas indígenas e
hispánicos. En un primer momento cultiva esta temática –mitos y leyendas de las culturas
precolombinas– con el fin de autoafirmarse frente a la tradición española. En un segundo
momento, sin embargo, tanto Rubén Darío como los demás modernistas volverán a ocuparse
de la tradición hispánica como acto de afirmación frente a la presión económica, política,
militar y cultural estadounidense. Con sus Cantos de vida y esperanza, Rubén Darío exalta lo
español como un conjunto de valores humanos y culturales frente a la civilización yanqui. “Si
hay poesía en nuestra América ella está en las cosas viejas, en Palenke y Utatlán, en el indio
legendario, y en el inca sensual y fino, y en el gran Moctezuma de la silla de oro. Lo demás es
tuyo, demócrata Walt Whitman”, escribe en Prosas Profanas.

Uno de los temas preferidos de Rubén Darío, en particular, y del Modernismo en general, es el
amor, que oscila entre dos polos opuestos. Hay, por un lado, una formulación idealista del
amor y de la mujer, entendido como amor imposible e inalcanzable; este amor irá asociado a
sentimientos como la tristeza, soledad y melancolía. Por otro lado, aparece una concepción
vitalista marcada por la búsqueda del sexo y del placer. Esta actitud hay que relacionarla con
el deseo de los modernistas de rebelarse contra toda norma y moral, y esta es la que prefiere el
poeta. Ejemplo de estos temas son textos como “Venus” de Azul, "Coloquio de los centauros" o
“Que el amor no admite cuerdas reflexiones”, ambos de Prosas profanas.

Los modernistas, al igual que los románticos, potenciaron el dominio de la pasión sobre la
razón, de la emoción sobre la reflexión. En esta expresión del mundo interior hay diferentes
posturas que oscilan entre un vitalismo optimista, que lleva a un goce desenfrenado de la vida,
y profundas manifestaciones de insatisfacción, descontento, desánimo hastío, melancolía y
soledad (el tema del dolor, la angustia y la muerte es muy frecuente, la melancolía, lo otoñal…
que los relaciona con el Romanticismo). En el caso de Darío, la influencia de Bécquer es
evidente en la expresión del hastío y de profunda tristeza; por ello, la melancolía y la angustia
son sentimientos centrales, por ejemplo: “Sonatina” de Prosas profanas o “Lo fatal” de Cantos
de vida y esperanza (“no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo / ni mayor pesadumbre
que la vida consciente.”). Por otro lado, huye de la expresión grandilocuente que usaron
muchos románticos y busca sugerir, insinuar, no declarar abiertamente los sentimientos, con
una sintaxis más natural y cercana a la lengua hablada.

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La renovación no afecta solo a los temas, sino también a las formas. En este sentido podemos
decir que Darío hizo suyo el lema de su admirado Paul Verlaine: "De la musique avant toute
chose". El culto a la belleza y la actitud esteticista del poeta y de los demás modernistas los
llevó a la búsqueda de valores sensoriales. “El Modernismo es una literatura de los sentidos”,
decía Pedro Salinas. Por ello, hay un profuso empleo de recursos que aportan musicalidad y
valores sensoriales al poema, haciendo habituales las sinestesias (verso azul, sol sonoro),
aliteraciones (bajo el ala aleve del leve abanico), juegos fónicos (trompas guerreras resuenan),
utilización de palabras esdrújulas (púrpura, crisálida, libélulas), la adjetivación que apela a los
sentidos, las metáforas deslumbrantes y el léxico que produzca extrañeza, como cultismos
procedentes del latín o del griego (canéfora, liróforo, hipsípila), e incluso neologismos creados
por el propio autor (canallocracia, pitagorizar). Gran parte del vocabulario poético de Rubén
Darío está encaminado a la creación de efectos exotistas. Destacan campos semánticos que
connotan refinamiento, como el de las flores (jazmines, nelumbos, dalias, crisantemos, lotos,
magnolias), piedras preciosas (ágata, rubí, topacio, esmeralda), el de los materiales de lujo
(seda, porcelana, mármol, alabastro), el de los animales exóticos (cisnes, papemores, bulbules)
o el de la música (lira, violonvedlo, arpegio).

La obra de Rubén Darío es, desde el punto de vista métrico, la más variada y rica en lengua
castellana. A la vez que cultiva con acierto composiciones clásicas, introduce en ellas audaces
novedades, como el soneto de versos alejandrinos. Además de emplear versos hasta entonces
prácticamente inexplorados como los pentadecasílabos (de 15) y heptadecasílabos (de 17),
Darío recupera el eneasílabo y el alejandrino, versos que habían caído en desuso.

DELMIRA AGUSTINI. El modernismo, tan vinculado a la obra de Rubén Darío, supone una
revolución de alcance esteticista cuyos frutos se perciben en la obra de la poeta uruguaya,
Delmira gustini, una de las voces poéticas más originales del Modernismo hispanoamericano.
La poesía de Agustini ha sido valorada con frecuencia en relación con su peripecia vital y con su
trágico final, lo que ha oscurecido su valor literario. Su lírica se inscribe en la última fase del
Modernismo y recoge todos los elementos propios de dicha etapa, pero su escritura refleja una
realidad diferente: la femenina, más concretamente la suya propia; y se relaciona con los
placeres del cuerpo y el sentimiento: emociones fuertes, pasión, amor, deseo, sexo. Agustini
aporta una perspectiva jamás expresada hasta ese momento en la literatura hispánica: la
perspectiva del deseo femenino.

Pese a su breve recorrido vital, Agustini ha dejado una obra sólida compuesta por diversas
producciones poéticas con alto dominio formal y un osado uso de la temática y los conceptos:
El libro blanco (1907), Los cantos de la mañana (1910) y Los cálices vacíos (1913), a los cuales
habría que añadir numerosos poemas dispersos publicados en revistas.

Entre los principales rasgos de su obra poética destacan: la evasión, modernista en la forma en
que evade la realidad del mundo y acude a los sueños; la sensualidad, pues el amor y el
erotismo constituyen el eje de su poesía, donde el reconocimiento del propio cuerpo y la
reivindicación del deseo son elementos fundamentales; con el erotismo de sus versos, invierte
los roles tradicionales, adelantando el tópico de la mujer como sujeto y el hombre como objeto
de deseo; y el pesimismo, el mundo poético de Agustini es tormentoso, oscuro, lleno de
decepción y amargura.

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En cuanto al MODERNISMO EN ESPAÑA, Manuel Reina, Salvador Rueda y Ricardo Gil pueden ser
considerados como precursores de esta nueva sensibilidad, aunque se suele proponer como
fecha de inicio 1902 (segundo viaje de Darío a España). Los modernistas españoles más
destacados son FRANCISCO VILLAESPESA y MANUEL MACHADO, aunque también ANTONIO MACHADO en
sus inicios poéticos, con Soledades, galerías y otros poemas (1907), obra centrada en la
introspección y el intimismo; las Sonatas de VALLE-INCLÁN y el JUAN RAMÓN JIMÉNEZ de la primera
etapa o “época sensitiva”, de poemarios como Arias tristes o Jardines lejanos, en los que cultiva
una poesía envuelta en los ropajes del Modernismo, en la que predomina lo sensorial y los
adornos retóricos. El Modernismo español se caracterizó por una menor brillantez externa,
menos alardes formales, y un mayor predominio del intimismo.

El final del Modernismo poético es difícil de señalar, aunque habitualmente se ha


mencionado el famoso soneto de Enrique González Martínez, con el que supuestamente se
certifica la defunción del movimiento: “Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje”
(poema de 1911).

Rubén Darío, príncipe de las letras castellanas, es un hito en las letras hispánicas. El
modernismo surgió con él y es puente obligado entre las letras de España y Latinoamérica. En
un momento en que en España la poesía decaía y se repetía a sí misma sobre calcos vacíos,
aportó una savia que, junto con Bécquer, inició el camino para la recuperación, cuyos frutos
más brillantes fueron Juan Ramón Jiménez, las vanguardias y, más tarde, la llamada Generación
del 27. Se le considera la mejor representación de la expresión americana e hispánica, y a él se
debe el desarrollo en las letras hispanas de la búsqueda constante de nuevas formas y
lenguajes.

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SELECCIÓN DE TEXTOS

Julián del Casal: Mis amores


Amo el bronce, el cristal, las porcelanas,
Las vidrieras de múltiples colores,
Los tapices pintados de oro y flores
Y las brillantes lunas venecianas.

Amo también las bellas castellanas,


La canción de los viejos trovadores,
Los árabes corceles voladores,
Las flébiles baladas alemanas;

El rico piano de marfil sonoro,


El sonido del cuerno en la espesura,
Del pebetero la fragante esencia,

Y el lecho de marfil, sándalo y oro,


En que deja la virgen hermosura
La ensangrentada flor de su inocencia.

Rubén Darío: Sonatina


La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.


Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,


o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa


quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,

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saludar a los lirios con los versos de mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,


ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!


Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!


(La princesa está triste. La princesa está pálida.)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
(La princesa está pálida. La princesa está triste.)
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

-«Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;


en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor».

Rubén Darío: Blasón (Prosas Profanas)


El olímpico cisne de nieve
con el ágata rosa del pico
lustra el ala eucarística y breve
que abre al sol como un casto abanico.

De la forma de un brazo de lira


y del asa de un ánfora griega
es su cándido cuello, que inspira
como prora ideal que navega.

Es el cisne, de estirpe sagrada,


cuyo beso, por campos de seda,
ascendió hasta la cima rosada
de las dulces colinas de Leda.

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Blanco rey de la fuente Castalia,
su victoria ilumina el Danubio;
Vinci fue su varón en Italia;
Lohengrín es su príncipe rubio.

Rubén Darío: Lo fatal


Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,


y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,


y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos,


ni de dónde venimos!...

Enrique González Martínez


Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje
que da su nota blanca al azul de la fuente;
él pasea su gracia no más, pero no siente
el alma de las cosas ni la voz del paisaje.

Huye de toda forma y de todo lenguaje


que no vayan acordes con el ritmo latente
de la vida profunda... y adora intensamente la vida,
y que la vida comprenda tu homenaje.

Mira al sapiente búho cómo tiende las alas


desde el Olimpo, deja el regazo de Palas
y posa en aquel árbol el vuelo taciturno…

Él no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta


pupila, que se clava en la sombra, interpreta
el misterioso libro del silencio nocturno.

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