LUMBRERAS

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LUMBRERAS, L.

LA CULTURA CHAVÍN: HIPÓTESIS Y CONJETURAS


Los que habitaban Chavín estaban asociados a formas campesinas de fuerte tono autárquico en su
producción, con vinculaciones estrechas con los pobladores del Callejón de Conchucos y quizá con
aquellos que vivían en el vecino Callejón de Huaylas. La economía regional no indica un fenómeno
urbano conexo, lo que debe significar una estructura de naturaleza cacical o curacal, de tipo
confederativo que sólo habría sido rota por los inkas y su Estado imperial. No hay indicios de
desarrollo urbano en esa región y menos aún en Chavín, cuyos habitantes resolvían su existencia
basándose en una agricultura combinada de riego y de secano y una ganadería, aparentemente
abundante, de camélidos.
El conocimiento que tenemos ahora del sitio confirma una función de oráculo, con estructuras que
pasan por debajo del río y que aún hoy se pueden observar bajo el cauce del río Mosna.
Ernst W. Middendorf (1895/1974), además de discutir el carácter pre-inkaico del sitio, sugirió que
éste era parte de una cultura regional extendida tanto en la sierra como en la costa vecina de los
Andes del Marañon. “Chavín sólo podría haberse realizado en el curso de muchos años y con el
trabajo de cientos de hombres, lo que presupone la existencia de un pueblo numeroso, con un
alto nivel de desarrollo cultural”.
A partir de 1919, el arqueólogo peruano Julio C. Tello se interesó en el examen sistemático del
sitio y la cultura a la que él bautizó con el nombre de Chavín, confirmando y ampliando estas ideas.
Estaba vigente entonces un esquema propuesto por el arqueólogo alemán Max Uhle, basado
fundamentalmente en sus investigaciones en la costa peruana y en el estudio de los cronistas que
hablaban del Imperio Tawantinsuyo o de los Inkas.
El trabajo de Max Uhle consistió en establecer una secuencia de épocas anteriores a la existencia
del Imperio Inka, que hasta entonces era la única forma cultural reconocida y que aparecía
precedida por una nebulosa época “preinkaica”, más bien mística que histórica, a la que eran
atribuidos todos aquellos restos arqueológicos que se estimaban diferentes a los inkaicos.
La mitología cusqueña o inkaica señalaba a Tiwanaku, no sólo como una cultura precedente, sino
como la originaria, hecho que algunos cronistas, como Cieza de León, lo encontraron posible a
partir de la comparación se los tipos se arquitectura de los inkas del Cusco y los tiwanakenses del
Titicaca; otros, a partir de la supuesta mayor antigüedad de la lengua aymara sobre el quechua.
Uhle presentó, luego, una serie de argumentos a favor de una gran extensión de la cultura
Tiwanaku, que debería coincidir con la supuesta extensión de la lengua aymara. Comparaciones de
los objetos de cerámica y elementos iconográficos le permitieron establecer una “época
Tiwanaku” en la costa peruana. En Pachacamac encontró, además, que las tumbas con materiales
parecidos a Tiwanaku estaban físicamente debajo de edificios de la época inkaica, con lo que
encontró una prueba estratigráfica sobre la antigüedad y extensión pan-peruana y pre-inkaica de
Tiwanaku. En la costa, finalmente, encontró pruebas de que los restos parecidos a Tiwanaku
estaban precedidos por las culturas clásicas del litoral, tales como Nasca o Moche, a las que él
llamaba Proto-Nasca y Proto-Chimú.
Uhle suponía que Chavín era una cultura derivada de Nasca y quizá contemporánea con
Tiwanaku.- siguiendo esa misma línea, Philip Ainsworth Means sostenía que las esculturas de
Chavín y el sitio mismo y su cerámica debieran considerarse en la época “Tiahuanaco II”, que
representaba una etapa de expansión de lo que en ese tiempo vino en llamarse “Imperio
Megalítico” pre-inkaico, considerando que el “Tiahuanoco I” era una etapa “arcaica” de las
culturas de la sierra, en parte contemporánea con las “protoides” culturas costeñas.
Kroeber, en la costa norte, examinó la hipótesis de Tello respecto de una “época Chavín” que
estaba representada en cerámica procedente del valle de Chicama y que aparecía en colecciones
sin procedencia específica. Hizo una primara clasificación de tales esculturas, segregando dos
estilos, uno denominado “N” por sus parecidos con Nasca, y otro “M” por su parecido con la
lapidaria Maya. El estilo “Chavín N” de la Estela Raimondi ya era conocido. Lo que soin embargo
logró Kroeber, es poner en condición pre-Tiwanoku a Chavín, al establecer que era
contemporáneo con Moche o “proto-Chimú”.
La tesis de J. C. Tello:
A raíz de su viaja a Chavín en 1919, Tello encontró allí materiales que lo impulsaron a planear
términos de referencia totalmente nuevos: “descubrí en Chavín de Huantar los testimonios de una
cultura, que antes no había sido debidamente reconocida. Correspondía a un ciclo cultural bien
diferenciado: al de la cultura lítica de Chavín. Al hacer una revisión de los trabajos de Max Uhle,
decubrí con sorpresa, que los restos de alfarería hallados por él en los basurales de Ancón y Supe
no eran otra cosa que fragmentos de alfarería clásica Chavín.”
En realidad, entre 1919 y 1934, la definición de la cultura Chavín se reducía básicamente a las
esculturas y a unos pocos fragmentos de cerámica de la superficie del sitio; sólo en 1934 encontró
Tello las muestras de “cerámica monocroma e incisa” del estilo clásico Chavín en el fundamento
del Edificio E de Chavín. En 1921, Tello proponía que “después de una “Era Primordial” no
identificada, siguió el desenvolvimiento de la cultura, que tuvo por base la domesticación de
ciertos animales como la llama, la alpaca, y el cultivo de ciertas plantas alimentarias como las
yucas, camotes, papas, maíz, ocas, etc. Aquella cultura debió comenzar a desarrollarse en las
altiplanicies y quebradas templadas de la región andina.”
A esta primera etapa “Arcaica” de la civilización, correspondían modelos culturales “pre-incaicos”
del Callejón de Huaylas anteriores a Tiwanaku y los Inkas. Esta era la primera formulación
consistente que se planteaba Tello para explicar la existencia de la civilización andina, sirviendo de
marco de referencia para inferir la ubicación histórica procesal de las culturas que se iban
descubriendo, sin tener que acudir a las mecánicas y endebles propuestas difusionistas que se
pusieron en boga a partir de Uhle. Tello plantea que “en la siguiente época parece debilitarse el
carácter homogéneo de la cultura andina, debido a su mayor desarrollo y consiguiente
diferenciación”. Esto implicaba pues una primera etapa de dominio del hombre sobre los recursos
naturales mediante la domesticación, seguida de una complejización tecnológica consecuente del
éxito alcanzado en la producción de alimentos que luego propició un proceso de regionalización o
diferenciación cultural. La tercera época, la del Imperio de los Inkas es, según Tello, el resultado de
la fusión de las culturas regionales.
Construyó un esquema del desarrollo civilizatorio de los Andes, en donde Chavín, por estar en una
punto de la sierra próximo a la floresta tropical amazónica, con una cultura de ámbito muy vasto
en el territorio serrano y costeño, se convirtió en el paradigma de una tal formulación de hipótesis.
Tello incorpora como Chavín a toda cerámica negra diferente a Chimú, lo que incluía a la cerámica
“Muchik” o “proto Chimú” de color negro, que en ese entonces contenía también a la cerámica
hoy conocida como Cupisnique y que Tello, desde 1919, incorpora a su estilo Chavín. Por esta
causa, quedó como paradigma del estilo Chavín la cerámica de Chicama, cuya definición era: “la
cerámica Arcaica de Chavín se define por los siguientes caracteres: el color predominante es el
negro azabache; la arcilla es fina, bien cocida y pulida. La forma común es la globular o esférica con
gollete tubular recto o arqueado, grueso, provisto de un labio saliente; la ornamentación es a base
de la representación del felino o del Cóndor, y como en las piedras de Chavín, los dibujos están
grabados o incididos, o en plano y alto relieve. El fondo de la ornamentación, aparece estriada,
punteada o reticulada.”
Esta confusión indujo a Kroeber (1926) al error de encontrar probanza de constancia entre Chavín
y Moche. Postuló que una cultura que descubrió en 1925 en la costa de Paracas y que él bautizó
como “paracas Cavernas”, debió originarse en Chavín, de modo tal que debía considerarse como
“una etapa intermedia! Entre Chavín “de la que precede” y la cerámica costeña de Nasca, dando
explicación alternativa –por esta inferencia- al origen de la cultura Nasca que Uhle consideraba de
procedencia Maya. Se pudo probar que Paracas era efectivamente anterior a Nasca y que tenía
muchos componentes derivados de Chavín y que la cerámica negra –non-Chimú- de Chicama era
efectivamente contemporánea con Chavín.
Tello sostuvo claramente su tesis de la “quebrada andina” como “Centro de aclimatación y de
reducción de cultivo de plantas silvestres útiles al hombre” y del origen tropical amazónico de las
plantas cultivadas de la costa, así como de la condición humana del paisaje costeño de los valles.
Su definición de la cerámica Chavín, es además formalizada, “recipientes monocromos: negro, gris
y rojo, fabricadas haciendo uso de un material duro y con herramientas apropiadas para el taladro,
el rebaje, las incisiones y en general el esculpido de las figuras que las ornamentan. El cuerpo del
cántaro es macizo de contornos acentuados, globular; o en ciertos casos son superficies facetadas
y aristas salientes; base plana; cuello grueso tubular arqueado; labios expandidos imitando el
tallado de madera o piedra; con los bordes de los platos y las bocas de las ollas, gruesos y cortados
a bisel. Ornamentadas con líneas incididas rectas o curvas, con trazos al gráfico en el fondo de la
incisión en el caso de las de color rojo; con hileras de triángulos escalonados o líneas cruzadas que
forman paños reticulados; con trazos incisos ejecutados en el barro, antes y después de la cocción,
con decoraciones acanaladas y plisadas, con punturas y escarificaciones y plano, bajo y alto
relieves, imitando en todo, por su forma, técnica y ornamentación, a las vasijas de madera.”
Tello no solamente definió Chavín, sino que propuso formalmente que constituía la primera
civilización andina, y por tanto originaria de todas las formas culturales posteriores, señalando
que, sin embargo, tenía como antecedente a pobladores alfareros de la región de Huánaco.
Las excavaciones realizadas por la Universidad de Tokyo a los Andes en la década del sesenta nos
han permitido rastrear en una dimensión temporal mayor y a un nivel más amplio, las relaciones
propuestas por Tello. En efecto, la cerámica precedente, que ha sido bautizada como Wayra Iirka y
Kotosh, corresponde a lo que Tello (1943) identificó como pre-Chavín y está asociada a formas
culturales que se originan en los Andes del Marañón aun antes de la aparición de la cerámica,
dentro de la época bautizada como “Mito” por los japoneses.
Rafael Larco Hoyle (1941) trabajó en los cementerios de Chicama en 1939 y 1940, extrayendo una
exquisita información sobre la cerámica que él bautizó como Cupisnique y que era considerada el
prototipo de Chavín.
Entre 1937 y 1942, se acumuló una considerable cantidad de información empírica en torno a las
propuestas de Tello sobre los períodos más antiguos de la civilización andina, que giraron
alrededor de Chavín.
a. El sitio y las esculturas o más bien los grabados en piedra de Chavín
b. Unos pocos tiestos de cerámica del sitio mismo de Chavín.
c. Cerámica sin procedencia específica, de colecciones de museos, son referencia al valle o a
lo más a sitios de origen, que Tello asoció a Chavín por analogía.
d. Cerámica de superficie de sitios como Kotosh, o de tumbas como las “Cavernas” de
Paracas, que Tello las asociaba a Chavín por analogía.
Pese a la riqueza del material, Bennet sólo se limitó a confirmar la asociación de cerámica Chavín
con el Templo, que ya había sido señalada por Tello. Acepta entonces, la existencia de un
“Horizonte Chavín” que iba desde Piura hasta Paracas, partiendo para ello de sus propias
comparaciones que de algún modo reproducían las que Tello estaba señalando.
Las hipótesis alternativas:
Alfred Kroeber (1944) no estaba muy conforme con las ideas de >Tello, de las que siempre
discrepó. El crítico antropólogo norteamericano reconoció que el estilo Chavín era susceptible de
ser entendido como una unidad coherente y que todo indicaba que la gran antigüedad de Chavín
era innegable. Para llegar a esta conclusión, Kroeber reunió y examinó pruebas en todo el Perú,
incluyendo un estudio de la “escultura clásica Chavín”. Una parte significativa de su investigación
consistió en examinar los estilos o complejos que Tello atribuía a Chavín o a un origen chavinense,
partiendo, para ello, del criterio estilístico de los grabados en piedra de Chavín. Es este trabajo,
Kroeber abandona sus ideas de 1926. Su cambio más significativo fue el abandono de “Chavín M”
o Mayoide y sobre todo la convicción de que en efecto Chavín era anterior a las culturas protoides.
Es entonces cuando enuncia el concepto de “Horizonte estilístico” que más tarde se convirtió en el
instrumento más significativo de la cronología peruana: “Por Horizonte-Estilo yo entiendo una que
muestra rasgos definidamente distintos, algunos de los cuales se extienden sobre una gran área,
de modo que sus relaciones con otros estilos más locales sirven para ubicarlos a éstos en una
posición temporal relativa”.
Chavín, desde entonces, fue concebido como un “Horizonte” pan-peruano, similar a los que hasta
entonces representaban Tiwanaku e Inka.
Las excavaciones en Ancón y Supe no se limitaron a “confirmar” la antigüedad de Chavín, que de
algún modo ya Strong había anticipado a partir de los materiales excavados por Uhle, sino que
encontraron evidencias que establecían una secuencia de unas 6 fases, en torno a los períodos
más antiguos de las costa central:
I. Pre-cerámica
II. Cerámica Inicial
III. Cerámica Chavinoide
IV. Cerámica Chavinoide tardía
V. Cerámica terminal
VI. Período del Horizonte Blanco sobre Rojo
De los hallazgos de Willey y Corbet se extrae que la “influencia Chavín” en la costa central del Perú
es posterior a dos períodos previos: uno pre-cerámico y otro con una cerámica sin rasgos del estilo
Chavín; se infiere también que debían existir dos, tres o más fases de ocupación Chavinoide en la
región y que, definitivamente, quedaba claro que la llamada “cultura Chavín”, tal cual ella era
conocida entonces, se ubicaba, como período, entre dos límites precisos: un período pre-cerámico
y un período con cerámica “Blanco sobre Rojo”.
Larco Hoyle realiza un importante trabajo sobre Cupisnique, que es el nombre con que este
arqueólogo bautizó a la cerámica que Tello señalaba como procedente de Chicama y característica
del estilo Chavín. Decide cambiar el nombre de la cultura Chavín por el de “Cultura Nepeña”,
concluyendo que: “el templo de Chavín de Huantar no resulta ser pues más que un centro
religioso de peregrinación; digamos una meca erigida al culto felínico y como tal, la obra máxima
de arquitectura religiosa de los pobladores de Casma y Nepeña”.
Sus inferencias sobre un origen costeño de la civilización andina, no estaban basados en fuente
empírica ninguna yy surgían más bien de una prposición aevolutiva insuficientemente sustentada.
La contribución de Larco Hoyle fue el hallazgo y excavación de unos cementerios cupisniques eb el
valle de Chicama, en los sitios Pelenque y Barbacoa, en la hacienda Sausal. Encontró prueba de la
superposición de una tumba Chimú sobre otra Cupisnique en Palenque, y de una tumba Mochica
sobre otra Cupisnique, con lo cual quedó probada empíricamente la antigüedad de Cupisnique en
relación con las clásicas culturas norteñas.
Las dudas giraban en torno a su edad específica: Kroeber recuerda que Tello proponía 200 a.C. en
1921 y que luego en 1939 se aventuró a proponer 1000 a.C.; él mismo, se inclinaba por 500 d.C. y
700 para Moche y Nasca, mientras que Strong (1943) proponía 1 d.C., lo que era un “ejercicio de
adivinación”, como lo califica Kroeber, en la medida en que no existían medidores de tiempo como
los que disponemos ahora.
La explicación difusionista, de un “origen maya” aparecía como la más atractiva y, en esta etapa,
fue reemplazada por el “origen Olmeca”, de modo que varios arqueólogos dedicaron sus esfuerzos
a examinar estas relaciones de origen. Finalmente, un tercer problema era el del ámbito o área de
influencia de Chavín y la naturaleza de tal fenómeno: algunos se pronunciaron porque era un
“Imperio” cuya capital habría sido Chavín de Huántar, otros, como Larco, señalaron que era una
expansión religiosa, de un culto que tenía al felino, la serpiente y el cóndor como centro.
Desde luego, el debate más intenso fue el de los “orígenes”; se partía para ello de la tesis de Tello,
que fue llamada “autoctonista”, que sostenía un origen local andino generado a partir de un
proceso de implantación de una agricultura de origen tropical-amazónico, en un medio ambiente
cordillerano, progresivamente árido de Este a Oeste y, consecuentemente, con una gradual
exigencia de recursos técnicos más complejos para su pleno dominio. Larco Hoyle levantó la tesis
del “origen costeño” de la civilización andina, y por supuesto de Chavín, aun cuando su
fundamentación tampoco apuntaba mucho al mar y se sustentaba más bien en la riqueza
potencial de los valles costeños.
Mariel Noe Porter (1953), a base del examen de los restos del cementerio de Tlatilco del valle de
México, presentó una serie de pruebas sobre las coincidencias que existían entre Chavín con una
variante local de la cultura Olmeca.
Aparte de Porter, mucho más recientemente, David C. Grove (1982), en un trabajo sustentado en
1971, señalaba que si los parecidos se deben a contactos, debía esperarse que ellos fueran de
Sudamérica hacia Mesoamérica y no al revés, debido a que la antigüedad de los hallazgos
sudamericanos así lo indicaba; el mismo maestro mejicano Román Piña Chan (1982) se inclina a
señalar esa dirección de influencias en parte de los elementos que configuran la cultura Olmeca.
La historia antigua del Perú, para Kauffmann, después de la migración de los cazadores asiáticos
del pleistocenos, continúa con “nuevas oleadas de gente, más adelantada culturalmente, debieron
arribar al Perú con posterioridad, digamos hace unos 6 o 7 mil años probablemnte de
Mesoamérica”, con lo que propone un proceso foráneo “mesoamericano” de la domesticación de
plantas y animales, con migrantes que enseñaron a sembrar la tierra, a tejer y a vivir en aldeas a
los salvajes que previamente habían llegado también del norte. Luego se dio una nueva etapa, que
él llama “Poroto-alfarera”, donde aparecen nuevas plantas, una “Variedad poco productiva del
maíz”, cerámica sencilla, pequeños templos y el “telar verdadero”. Kauffmann dice: “hacia 900 a.C.
se introducen los cambios más sensacionales y vigorosos, con lo que se suele calificar de Chavín.
Con Chavín el Perú abandona, definitivamente, lo primitivo y se inicia la alta cultura. No pudieron,
seguramente, ser ellos, entre gallos y medianoche, los creadores, sino los difusores, de una cultura
establecida en un área que no creemos esté en el Perú sino en Mesoamérica, donde necesitó 500
u 800 años para desarrollarse antes de llegar al Perú”.
Todos sus argumentos se sustentan en su firme creencia de que el poblador andino fue incapaz de
ser creador de los grandes cambios que definen su historia.
Cuando se derrumbaron todas las posibilidades de postular un “origen Olmeca” o mesoamericano
de la civilización andina, gracias a las abrumadoras pruebas sobre el carácter paralelo de los
procesos andino y mesoamericano, Chavín se libera del debate aloctonista.
LOS ANTECEDENTES DE CHAVÍN
Ya nadie dudaba que Chavín representaba la etapa más antigua de la civilización andina y que
tenía un área de expansión considerable. Los problemas eran su “origen” y el carácter de su
dispersión, para lo que se disponía fundamentalmente de un “estilo” y de información referida
sobre todo a la cerámica. Asumiendo que este estilo y esta cerámica representaba, a su vez, el
comienzo de la agricultura, la arquitectura monumental, el arte textil, etc.
El Proyecto Viru permitió definir una etapa “pre-cerámica” con agricultura, con lo que se
desprendió el componente agrícola del problema Chavín. Desplazó el problema del “estilo” en la
cerámica a un nivel más complejo, en donde la cerámica doméstica y sin decoración comenzó a
decir muchas nuevas cosas sobre la historia de los pueblos, gracias al método tipológico-
estadístico introducido por James Ford.
James Ford, usando curvas de popularidad, que permiten seguir gráficamente la historia de cada
tipo, pudo probar que la historia “en bloque” de las culturas o los grupos cerámicos es sólo una
ficción clasificatoria, pues el conjunto de tipos tienen términos de vida diferentes, de modo que
algunos pueden sobrevivir por largos períodos, aun por encima de sus etapas de máxima
popularidad.
A la par que en Virú, Junius Bird realizó trabajos en la Huaca Pietra de Chicama.
En la década del 50 ya se consideraba una secuencia que permitía vislumbrar un proceso evolutivo
de inicio en la era de los primeros cazadores-recolectores, que debieron llegar como parte de la
inicial ocupación humana al Continente y continuaban con una etapa de agricultores-pescadores,
que no tenían una agricultura avanzada, pues sólo contaban con un porcentaje de cultígenos de
los conocidos en los Andes, y que además no conocían la cerámica y cuyas técnicas textiles eran
rudimentarias y “pre-telar”. Sobre estos agricultores u horticultores incipientes, apareció la
cerámica, sin que su presencia representara notables alteraciones en la conducta global de los
pueblos.
Gracias al trabajo de Gordon Willey (1953), fue posible atisbar un examen sociológico del proceso,
que permitió salir del simple registro cronológico y ceramográfico y extender el análisis a aspectos
tales como la relación hombre-medio ambiente, los cambios demográficos y su composición
estructural, la evolución en la tecnología de la guerra, el examen de las obras públicas, etc.
De acuerdo con los datos disponibles entonces, la fase de “cerámica inicial”,. Tanto en Chicama
como en Virú e incluso en Ancón, sólo estaba asociada a los antiguos asentamientos precerámicos
y tenían continuidad con ellos en casi todos los aspectos, con cambios cuantitativos poco
significantes; en cambio las fases Guañape Medio y Tardío, así como las de Ancón y Supe
representaban un aumento de población en términos de una mayor ocupación del espacio, con
cambios sumamente notables en la sociedad; aparecen edificios de carácter comunal o
ceremonial, y cementerios que se hermanan con los templos de la mismo época que se conocían
ya en Nepeña, Casma y Chavín.
Bennet postuló que “es más probable que esos restos costeños no sean sino simples reflejos del
importante desarrollo cultural que ocurría en la sierra”.
La actividad productiva era esencialmente recolectora-pescadora y agrícola, con evidencias de
animales domésticos como el perro y la llama que aparecen en este contexto. En la medida en que
la lana de llama no se usaba para los textiles, que son de algodón u otros materiales vegetales, se
infiere que recién se ingresaba a la domesticación de este animal, que era usado sobre todo para
fines de culto en Guañape. La agricultura superó su condición “incipiente” gracias al riego y
también gracias a que las nuevas plantas tan importantes como el maíz, el maní, la calabaza y
quizá la yuca, son frutas de ambiente mesotérmico. Anteriormente sólo se tenían leguminosas
mesotérmicas como los pallares, los frijoles y el algodón, además de frutas como el ají. Toda esta
información sólo era válida para la costa.
Las herramientas eran de piedra o hueso, o de madera o fibra vegetal; el oro era el único metal
conocido y estaba trabajado al frío, laminado al martillo y con una decoración rapujada,
totalmente destinado, como siempre, a producir adornos laminados.
La cerámica tenía un carácter uniforme. Se lograban piezas oscuras, mayormente negras por
fumigación; la decoración era tratada con incisiones, relieves, impresión, aplicación o cualquier
otro recurso de alteración de la superficie llana, como expresión de una tecnología rudimentaria,
que fue suplida con el uso del color sólo más tarde.
Lo que se conocía del arte textil, sin embargo, indicaba un avance tecnológico suficiente como
para generar tapices muy hermosos, como los de Supe, en donde también se encontraron
brocados y técnicas de tejido de telar, de varios tipos.
Las tumbas, consistentes en fosas excavadas en la tierra, sin mayores elaboraciones, con
excepción de algunas recubiertas de piedra. Los entierros de huesos recubiertos con pintura roja
indican, además, costumbres de “entierro secundario”. Tienen pocas ofrendas y no sugieren
diferenciación social.
Todo esto contrasta con la arquitectura religiosa y los centros ceremoniales. Son estos templos,
sus esculturas y su magnificencia los que indujeron a hablar de un Imperio Chavín o de la
existencia de una estructura política con centro en Chavín de Huántar.
Esta nueva perspectiva se expresó en la tendencia a formular esquemas de explicación
evolucionista, como el que propuso Larco Hoyle, o el que postuló Julian H. Steward. Chavín, dentro
de estos esuqemas, tenía la condición de “Evolutivo<”, “Formativo”, “Cultista” y “Horizonte” y si
bien estaba consistentemente segregado temporal o culturalemnte, era incorporado con otras
culturas en períodos cuyo significado fuera similar en el esquema de la evolución que cada quien
proponía.
Larco, a partir de un discurso evolucionista del arte, de lo simple a lo complejo, aisló
erróneamente la cerámica de Queneto como “inicial”; esa cerámica fue considerada como muy
tardía por los miembros del Proyecto Virú.
A finales de la década del 50, la preocupación por lograr referentes cronológicos más adecuados,
como los que pueden obtenerse con secuencias cerámicas muy detalladas, indujo a Edward P.
Lanning a hacer un examen estrictamente cronológico de la cerámica atribuida a la época. Lanning
propuso una secuencia de tres épocas para esta “cerámica temprana”: una pre-Chavín, que luego
es seguida por una de estilo Chavín y, finalmente, por otra que es post-Chavín. Que una situación
similar se da en Casma y Nepeña, en donde aparece una cerámica Chavín y post-Chavín. Que en el
sur, en la región de Ica, hay una ocupación Chavín y post-Chavín, lo mismo que en Cupisnique
(costa norte), mientras que la cerámica de Chavín de Huántar es tardía. El período de la cerámica
Inicial que se da a lo largo de la costa presenta características innovativas que conducen al “estilo
Chavín” en la región de Casma y Nepeña, desde donde se habría expandido este estilo en dirección
norte, sur y a la sierra. Chavín fue muy corta, entre 800-600 a.C.
La significativa intervención de los arqueólogos en sitios marítimos o costeros, comprometidos
además con el pre-cerámico, estimuló notablemente el desarrollo de la tesis del “origen costeño”
de la civilización andina, de tal modo que varios arqueólogos trabajaron en torno a esta tesis en
los siguientes años: Moseley, Rosa Fung, Richard Burger y Henning Bischof, entre otros, con
diferentes hipótesis y fórmulas de explicación.
Debe reconocerse que la hipótesis se comienza a sustentar sobre supuestos de base empírica
sumamente sólidos en su momento: la existencia de una etapa con “cerámica inicial”
inmediatamente posterior al Pre-cerámico y anterior a la aparición del “estilo Chavín”. Esta
cerámica inicial sólo se conocía en la costa y estaba generosamente documentada en la costa
central.
Para Lanning (1967), por ejemplo, el problema de Chavín debía examinarse como parte de un
problema mayor: el origen del Estado. Él sostenía que esta forma de organización apareció en el
período “cerámico inicial”, en la costa; pequeño, en forma de señoríos locales, pero con capacidad
de organizar una fuerza de trabajo suficiente como para conducir grandes obras públicas, con
excedente suficiente para eso, etc. Para tal fin, examina el medio ambiente, la población, la
relación entre población y área de cultivo, el intercambio, la organización urbana y, finalmente, la
especialización y la estratificación social. Según él, hay varias maneras de llegar a la civilización, de
modo que cada casi es particular. Destaca entre todos los factores al demográfico como principal
propulsor del cambio.
Rosa Fung (1969-1972), que sostiene igualmente una tesis sobre el origen costeño de la
civilización, no está, en cambio, de acuerdo con esta explicación y rebatiendo los argumentos de
Lanning, señala que el factor fundamental en este proceso fue la riqueza del mar peruano, cuya
fauna permitió la existencia de abundante alimento, que pos sí sólo explica el notable desarrollo
demográfico que se advierte desde el pre-cerámico, época en la que también hacen su aparición
los centros ceremoniales, que sin embargo se convierten en importantes durante el Formativo
Temprano o Cerámico Inicial. Dichos centros ceremoniales pre-Chavín, construidos a orillas del
mar, en lugares desérticos como Ancón, “fueron edificados en semejantes lugares de relativo
aislamiento, con el propósito de llevar a cabo rituales de tipo astrológico-calendárico. Esta
actividad astronómica-calendárica, como parte integral de la explotación de un sistema
preponderantemente marítimo, explicaría la presencia de centros ceremoniales en playas
estratégicamente seleccionadas” (Fung).
A partir de estas reflexiones y de la magnitud y distribución de los templos-observatorio, tanto en
las playas como en el valle, Fung infiere que éstos son indicadores de la existencia de Estados de
tamaño mayor que los que Lanning proponía, con una sociedad jerarquizada “mucho antes de
aquella representada por el complejo Chavín”. “la constante productividad del mar en conjunción
con el rápido crecimiento de la población y la interacción de estos valles costeños muy próximos
entre sí, que se hecho forman una unidad geográfica, sentarían las bases de la civilización
peruana”.
La tesis del origen costeño es sustentada por Michael E. Moseley, quién tenía sus principales
experiencias en el pre-cerámico y Período Inicial de Ancón. Parte de una tesis central: “la
Civilización tiene el potencial de elevarse desde cualquier tipo de economía subsistencial capaz de
sustentar una población sedentaria densa, con muchas gentes viviendo en contacto diario unos
con otros y con una cierta cantidad de tiempo libre de las actividades destinadas a la obtención de
alimentos”.
“un desarrollo sustentado en productos marinos por sociedades de cazadores, contribuyó al
crecimiento de su población, en un cierto momento, este crecimiento llegó al punto donde la
población estera no podía mantenerse con los recursos terrestres tradicionales, y una parte de la
población devino dependiente de los alimentos marinos. En esos densos asentamientos, los
individuos tenías que mantener diario contacto entre ellos, y es aquí donde desarrollaron las
actividades sociales complejas. La arquitectura monumental dramatiza la complejidad social de la
vida marítima y refleja realmente sus fundamentos económicos. El patrón de subsistencia
marítima provee tanto la población como el “tiempo libre” para proyectos de construcción de gran
escala”.
De este modo, surgieron, según él, las bases de la civilización, pero con el “patrón estatal” tiendo a
ser centralista y con régimen autoritario, en tanto que “el patrón marítimo predisponía más bien al
individualismo que a los trabajos de administración centralizada. Sólo cuando la agricultura se
convirtió en una opción alimenticia importante ocurrió que la pesca fue un colchón para el Estado
emergente, pero el cultivo y la agricultura de riego fueron los caminos para el control totalitario”.
La tesis de Moseley apunta esencialmente a la agricultura de riego como factor central de la
civilización, con un fuerte acento wittfogeliano respecto al carácter del “Estado originario”, pero él
sostiene que eso sólo pudo ocurrir a consecuencia de que la economía marítima. La prueba de
esto, según Moseley sería el acelerado desarrollo de la economía agrícola en el período de la
cerámica inicial, cuando en unos pocos siglos, los agricultores reemplazaron a los pescadores en la
mayoría poblacional, con un éxito explosivo. “el cambio económico fue rápido, porque la
población costera estaba pre-adaptada a la agricultura de riego de gran escala”.
En estas condiciones, surgida la civilización en la costa, según lo explican Lanning, Fung y Moseley,
habría derivado posteriormente hacia la sierra, probablemente a partir de Nepeña o Casma.
Richard Burger (1981 y 1984) sustenta esta misma posición, aunque adhiere más a las ideas de
Larco Hoyle.
En la década del sesenta no sólo fueron los descubrimientos de la costa los que sentaron nuevos
términos de referencia en el debate y definición de Chavín: proporcionaron los primeros informes
sobre poblaciones muy antiguas en la selva amazónica vecina a los Andes Centrales.
Lo que estod arqueólogos encontraron en esta región es la presencia de pueblos de alfareros cuya
edad radiocarbónica los ubicaba como antecesores a Chavín, es decir contemporáneos con el
ahora famoso “Período Inicial” o “Formativo Temprano”, el primero en el Tutishcainyo Temprano,
de Pucalpa, el que tendría relaciones con Kotosh, de Huánuco; el segundo, es el Cobichanique del
Alto Pachitea, cuya edad de 1800 a 1500 a.C. Nos señalan que existen elementos de ellos que son
compartidos por las culturas andinas de la misma época, lo que indica, al menos, una confirmación
de relación entre estos diversos pueblos.
Donald Lathrap reabrió el debate sobre el origen amazónico de Chavín, que extendió a la cultura
Olmeca a partir de la idea de que una cultura de la floresta tropical habría constituido el sustrato
sobre el cual se asentaron las altas civilizaciones americanas, que tenían una base agrícola de
origen tropical. Lathrap basó sus argumentos en la antigua tesis del origen único de la
domesticación de plantas, en condiciones ambientales de bosque tropical, en donde tal
descubrimiento no implicara una ruptura de inicio con las condiciones naturales de reproducción
inducida de las plantas, como debía ocurrir con los cultígenos de la amazonía. Acudió a los
elementos de origen boscoso tropical que contenían las culturas formativas Chavín y Olmeca y la
existencia de ocupaciones “intermedias” entre el llano amazónico y la zona de desarrollo “nuclear”
de Chavín, en la Cordillera de los Andes. “Si los que originaron el arte Chavín no eran habitantes de
la floresta tropical, ellos estaban notablemente familiarizados con su fauna, un hecho que sugiere
una gran proximidad a tal zona ecológica que la que pudo ser desde los valles de Casma o
Nepeña”. De otro lado, existen elementos propios del bosque tropical en los componentes
agrícolas de las antiguas civilizaciones americanas, que Lathrap menciona extensivamente en sus
trabajos sobre el tema.
Los hallazgos de la expedición japonesa en los Andes Orientales de Huánuco y los que
corresponden a las culturas Valdivia y Machalilla del Ecuador, permitieron definir en la década del
sesenta, en la costa de Guayas, el complejo cerámico más antiguo del área andina, conocido como
Valdivia, contemporáneo con el tardío pre-cerámico de la costa peruana y definitivamente
anterior a la aparición de la cerámica en otras partes del Continente. A raíz de estos hallazgos,
nadie duda que el descubrimiento más temprano de la cerámica debe encontrarse en el área
tropical noroeste de Sudamérica y que, en cualquier otro caso, la cerámica peruana se origina
fundamentalmente a raíz de contactos con esa región.
Lathrap propone que, de algún modo, las culturas Valdivia y Machalilla son una extensión de la
cultura del bosque tropical amazónico y que, por lo tanto, sus influencias y derivaciones deben
interpretarse como parte del proceso de expansión del complejo amazónico originario, sin
descartar que aparte de las influencias transmitidas desde el Ecuador hacia el Perú o
Mesoamérica, hubieran además otras relaciones más directas de la Amazonía con los Andes
Centrales, de lo que Chavín y su iconografía serían un ejemplo.
Los trabajos de los japoneses en Kotosh y Wayra Jirka en Huánuco permitieron describir tres fases
previas a la ocupación con cerámica de estilo Chavín: la primera, pre-cerámica, identificada como
fase Mito; la segunda con una cerámica del tipo que Tello (1943) definió como pre-Chavín, a la que
bautizaron como Wayra Jirka; y la tercera fase representada por la cerámica Kotosh. Después de la
fase Kotosh venía una ocupación con cerámica del estilo Chavín, y finalmente, una larga fase local
previa a la aparición del antiguo “Horizonte Blanco sobre Rojo”. En el centro de estos complejos se
podía apreciar, además, una formación cultista particular, inferida de unos recintos
subcuadrangulares. Hay toda una secuencia de ellos, durante el período Mito; es decir, son
anteriores a la presencia de los rasgos chavinenses en Huánuco, lo que hizo pensar a varios
arqueólogos que podían representar los antecedentes de los tempos chavinenses.
El hallazgo singular de los templos pre-cerámicos de Kotosh-Mito se fue progresivamente
extendiendo a un cada vez más creciente número de sitios con este tipo de edificios, cubriendo un
área extensa que ocupa toda la sección alta de la cuenca del Marañón y el Huallaga y el Callejón de
Huaylas y su límite norte en Pallasca (Ancash). Es decir, el área que, de acuerdo con la propuesta
iniciada por Tello, debía se la originaria del fenómeno Chavín.
Se confirmó la existencia de una cultura precerámica bien consolidada en toda la región, con una
unidad cultista y tecnológica no conocida, para esa misma época, en la costa.
Gracias a las técnicas radiocronométricas, desde la década del cincuenta ha sido posibles disponer
de una referente cronológico expresado en años calendáricos, de mdo que se sabe que todo esto
debió estar ocurriendo durante el tercer milenio anterior a nuestra era, con una edad ca. 2000 a.C.
para la fase Kotosh-Mito y con edades que están más allá de 2500 a.C. para los templos u
ocupaciones pre-Mito en Piruru. Si estas fechas se comparan con las obtenidas para la costa, se
encontrará que los asentamientos con templos en forma de plataformas como Aspero, o los del
Río Seco son contemporáneos a éstos de la sierra.
Las condiciones y formas de desarrollo de estos “templos” de la costa y la sierra son diferentes,
aunque ambos están implicando niveles similares de desarrollo histórico. Si bien en uno y otro
lado estaba apareciendo un tipo de ocupación que requería personas dedicadas al manejo u usos
de estos “templos”, ellas no constituían elementos cuya existencia debiera situarse fuera del
contexto social colectivo, en condiciones no muy diferentes a las que tenían los “shamanes” en
sociedades tribales etnográficamente documentadas. En el paso al “cerámico inicial” se
produjeron cambios en una nueva dirección en la costa, con un crecimiento en el volumen y
complejidad de templos. Es dentro de tales condiciones que se debe explicar la emergencia de
Chavín, en donde debe tenerse en cuenta también que los “templos” serranos estaban
jerarquizados.

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