Gálatas 5,16-26 2018
Gálatas 5,16-26 2018
Gálatas 5,16-26 2018
En esta primera lectura de hoy compara Pablo las obras de la carne y las obras del Espíritu. Nos
recuerda que un cristiano no debe tener parte en las obras infructuosas de las tinieblas. Esta
lectura, además de una amonestación, es un termómetro de la auténtica vida del cristiano. Los
que obran las tinieblas no son dignos del nombre cristiano, no han visto ni conocido a Cristo.
Vamos a estudiar la perícopa de la Carta a los Gálatas Carne y espíritu, 5:16-26: “Os digo, pues:
Andad en espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne. Porque la carne tiene
tendencias contrarias a las del espíritu, y el espíritu tendencias contrarias a las de la carne, pues
uno y otro se oponen de manera que no hagáis lo que queréis. Pero si os guiais por el Espíritu, no
estáis bajo la Ley. Ahora bien, las obras de la carne son manifiestas, a saber: fornicación, impureza,
lascivia, idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, iras, ambiciones, disensiones, facciones,
envidias, embriagueces, orgías y otras como éstas, de las cuales os prevengo, como antes lo hice,
que quienes tales cosas hacen no herederán el reino de Dios. Los frutos del Espíritu son: caridad,
gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Contra éstos no hay
Ley. Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias. Si
vivimos del Espíritu, andemos también según el Espíritu. No seamos codiciosos de la gloria vana
provocándonos y envidiándonos unos a otros”. La presente narracion no es sino una ulterior
declaración de la anterior. Había dicho el Apóstol que para el cristiano el precepto de la caridad
suple la Ley mosaica y es freno suficiente contra las concupiscencias de la carne (versículos 13-14:
“Porque, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis de esa libertad pretexto
para la carne; antes, al contrario, servíos por amor los unos a los otros. Pues toda la ley alcanza su
plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”); ahora va a explicar más
esa vida de caridad, cuyo desarrollo se hace posible gracias a la acción del Espíritu, que es quien
nos da fuerzas para vencer a la carne (versículo 16-26: “Por mi parte os digo: Si vivís según el
Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias
contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de
forma que no hacéis lo que quisierais. Pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley.
Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría,
hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces,
orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen
tales cosas no heredarán el Reino de Dios. En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz,
paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay
ley. Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si
vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu. No busquemos la gloria vana
provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente”). Bajo el término “carne”
(σαρξ), varias veces repetido (versículos 16: “Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no
daréis satisfacción a las apetencias de la carne”; 17: “Pues la carne tiene apetencias contrarias al
espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no
hacéis lo que quisierais”; 19: “Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación,
impureza, libertinaje”; 24: “Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus
pasiones y sus apetencias”), designa aquí el Apóstol al hombre todo entero, también con sus
facultades superiores, en cuanto dominado por la concupiscencia e inclinado al mal a causa del
pecado de origen. De hecho, varios de los pecados atribuidos a la “carne,” como la idolatría y el
odio (versículo 20: “idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones,
disensiones”), no son de tipo carnal, sino de orden más bien intelectual. Si el Apóstol habla de
“carne,” es debido probablemente a que es en la “carne” o parte material del compuesto humano
donde radica principalmente el desorden, como ya explicamos al comentar Romanos 8,7: “ya que
las tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden”.
En cuanto al término “espíritu” (πνεύμα), usado también repetidas veces (versículos 16: “Por mi
parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne”; 17:
“Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que
son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais”; 18: “Pero, si sois conducidos
por el Espíritu, no estáis bajo la ley”; 22: “En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz,
paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad”; 25: “Si vivimos según el Espíritu, obremos también según
el Espíritu”), es más difícil precisar su significado. Hay casos en que San Pablo parece aludir
claramente al “Espíritu” Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, presente en el alma del
justo (versículo 18: “Pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley”; véase Romanos
8,14: “En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios”); pero, en
cambio, hay otros en que, dado el contraste con la carne, parece más bien aludir al “espíritu”
humano, parte más sana y elevada del hombre, que ve las ventajas del bien (véase versículo 17:
“Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que
son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais”). Los exegetas no están de
acuerdo en la interpretación, poniendo quien más quien menos mayúsculas, habiendo incluso
quienes en toda la historia traducen siempre “espíritu” con minúscula (Lagrange, Buzy, Ricciotti).
Es el mismo problema que en Romanos 8,2-11: “Porque la ley del espíritu que da la vida en Cristo
Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte. Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la
impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del
pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne, a fin de que la justicia de la ley se
cumpliera en nosotros que seguimos una conducta, no según la carne, sino según el espíritu.
Efectivamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu,
lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz, ya que las
tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así,
los que están en la carne, no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el
espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no le
pertenece; mas si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto ya a causa del pecado, el
espíritu es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los
muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida
a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros”. En el fondo la cosa no tiene
gran importancia, pues por el modo de hablar de San Pablo, aun tratándose del “espíritu”
humano, no sería el espíritu humano a secas, sino el espíritu humano en cuanto se mueve y actúa
bajo la acción del Espíritu Santo. En esto todos están de acuerdo. Comienza el Apóstol haciendo
resaltar las opuestas tendencias de la “carne” y del “espíritu,” exhortando a los gálatas a que sigan
las del “espíritu” (versículo 16-17: “Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis
satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el
espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que
quisierais”). Esas tendencias son tan irreductibles, que nunca podremos obrar con pleno
consentimiento de todo nuestro ser; pues si queremos hacer el bien protesta la carne, y si
queremos hacer el mal protesta el espíritu. Tal parece ser el sentido de ese “de manera que no
hagáis lo que queréis” (ἵνα μὴ ἃ ἐὰν θέλητε ταῦτα ποιῆτε), con cuya traducción damos a la
partícula ἵνα sentido consecutivo, y no final, aunque sea éste el suyo más ordinario y que también
aquí le aplican bastantes exegetas. Podemos ver en este versículo una base bíblica clara de la
teoría cristiana de la abnegación propia, que no podremos evitar mientras nos dure la vida.
Supone San Pablo que, en esta lucha entre “carne” y “espíritu,” los cristianos, cual corresponde a
su condición, se dejarán guiar por el Espíritu (la idea no cambia, aunque traduzcamos “espíritu”
con minúscula), lo que equivale a decir que “no están bajo la Ley” (versículo 18: “Pero, si sois
conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley”). Parece que el Apóstol no hace aquí sino aplicar al
orden moral lo dicho antes en 3,23-24 (“Y así, antes de que llegara la fe, estábamos encerrados
bajo la vigilancia de la ley, en espera de la fe que debía manifestarse. De manera que la ley ha sido
nuestro pedagogo hasta Cristo, para ser justificados por la fe”) y 4,5-7 (“para rescatar a los que se
hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es
que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo
que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios”), es a saber,
que puesto que, dada nuestra condición de hijos, poseemos el Espíritu, sigúese que ya no estamos
bajo el pedagogo, que es la Ley, destinada a refrenar las concupiscencias de la carne por el temor
de la sanción. Nos hallamos bajo la acción de un principio directivo superior, que es el Espíritu, y,
por consiguiente, nos sobra el pedagogo. La misma idea se vuelve a repetir al final del versículo 22:
“En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad”. A
continuación, San Pablo, en expresivo díptico de contraste, presenta un catálogo de “obras” de la
carne (versículo 19-21: “Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza,
libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones,
envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os
previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios”) y de “frutos” del Espíritu
(versículo 22-23: “En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad,
bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley”), como tratando
de recalcar que el cristiano que se deja guiar por el Espíritu no necesita de la Ley para conocer
cuáles son las obras de la carne a las que debe oponerse, pues éstas “son manifiestas” (versículo
19: “Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje”).
Evidentemente no intenta el Apóstol darnos una lista completa de las obras de la carne, como lo
prueba ese “y otras como éstas,” que añade al final (versículo 21: “envidias, embriagueces, orgías
y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales
cosas no heredarán el Reino de Dios”). En otros pasajes de sus cartas encontramos también
semejantes catálogos de pecados, no siempre los mismos ni en el mismo orden (véase Romanos
1,29-31: “llenos de toda injusticia, perversidad, codicia, maldad, henchidos de envidia, de
homicidio, de contienda, de engaño, de malignidad, chismosos, detractores, enemigos de Dios,
ultrajadores, altaneros, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos,
desleales, desamorados, despiadados”; 13,13: “Como en pleno día, procedamos con decoro: nada
de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias”; 1
Corintios 5,10-11: “no me refería a los impuros de este mundo en general o a los avaros, a
ladrones o idólatras. De ser así, tendríais que salir del mundo. ¡No!, os escribí que no os
relacionarais con quien, llamándose hermano, es impuro, avaro, idólatra, ultrajador, borracho o
ladrón. Con ésos ¡ni comer!”; 6,9-10: “¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de
Dios? ¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los
homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces
heredarán el Reino de Dios”; 2 Corintios 12,20-21: “En efecto, temo que a mi llegada no os
encuentre como yo querría; ni me encontréis como querríais: que haya discordias, envidias, iras,
disputas, calumnias, murmuraciones, insolencias, desórdenes. Temo que en mi próxima visita el
Señor me humille por causa vuestra y tenga que llorar por muchos que anteriormente pecaron y
no se convirtieron de sus actos de impureza, fornicación y libertinaje”; Efesios 4,31: “Toda acritud,
ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros”; 5,3-
5: “La fornicación, y toda impureza o codicia, ni siquiera se mencione entre vosotros, como
conviene a los santos. Lo mismo de la grosería, las necedades o las chocarrerías, cosas que no
están bien; sino más bien, acciones de gracias. Porque tened entendido que ningún fornicario o
impuro o codicioso - que es ser idólatra - participará en la herencia del Reino de Cristo y de Dios”;
Colosenses 3,5-9: “Por tanto, mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza,
pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría, todo lo cual atrae la cólera de Dios sobre
los rebeldes, y que también vosotros practicasteis en otro tiempo, cuando vivíais entre ellas. Mas
ahora, desechad también vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras
groseras, lejos de vuestra boca. No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus
obras”; 1 Timoteo 1,9-10: “teniendo bien presente que la ley no ha sido instituida para el justo,
sino para los prevaricadores y rebeldes, para los impíos y pecadores, para los irreligiosos y
profanadores, para los parricidas y matricidas, para los asesinos, adúlteros, homosexuales,
traficantes de seres humanos, mentirosos, perjuros y para todo lo que se opone a la sana
doctrina”; 2 Timoteo 3,2-5: “los hombres serán egoístas, avaros, fanfarrones, soberbios,
difamadores, rebeldes a los padres, ingratos, irreligiosos, desnaturalizados, implacables,
calumniadores, disolutos, despiadados, enemigos del bien, traidores, temerarios, infatuados, más
amantes de los placeres que de Dios, que tendrán la apariencia de piedad, pero desmentirán su
eficacia. Guárdate también de ellos”). Ese “no heredarán el reino de Dios” (versículo 21: “envidias,
embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que
quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios”) es una grave advertencia a los gálatas,
que, como ahí dice, ya les había hecho “antes” de palabra cuando estaba entre ellos, con la que les
previene de falsas ilusiones respecto al negocio de la salud (véase versículo 13: “Porque,
hermanos, habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis de esa libertad pretexto para la
carne; antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros”). Cierto que el cristiano, mediante
la fe en Cristo, es hijo de Dios y heredero según la promesa (véase 3,26-29: “Pues todos sois hijos
de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de
Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois
uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abraham, herederos según la
Promesa”; 4,5-7: “para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la
filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el
Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo,
también heredero por voluntad de Dios”); pero esa fe ha de ser una fe viva, que debe ir
acompañada de obras realizadas a impulsos de la caridad (véase versículo 6: “Porque en Cristo
Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor, sino solamente la fe que actúa por la
caridad”). En cuanto a los “frutos” del Espíritu, San Pablo enumera nueve (versículo 22-23: “En
cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley”), aunque es evidente que, lo mismo
que respecto de las “obras” de la carne, tampoco ahora tiene intención de hacer una enumeración
completa [En el texto de la Vulgata latina se enumeran doce: “caritas, gaudium, pax, patientia,
benignitas, bonitas, longanimitas, mansuetudo, fides, modestia, continentia, casíttas.” De ahí el
uso también entre los teólogos de hablar de los doce frutos del Espíritu Santo. Probablemente se
trata de que tres términos griegos (μακροθυμία, longanimidad – πραΰτης, mansedumbre -
ἐγκράτεια, templanza) dieron lugar a dos traducciones latinas diferentes (“patientia-longanimitas,
mansuetudo-modestia, continentia-castitas”), que luego fueron yuxtapuestas y fundidas en una
sola lista. También en la enumeración de las “obras” de la carne (versículo 19-21: “Ahora bien, las
obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios,
discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas
semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no
heredarán el Reino de Dios”) hay una pequeña diferencia entre la Vulgata latina y el texto griego.
En lugar de las quince del texto griego, la Vulgata pone diecisiete, añadiendo “impudicitia” y
“homicidia.” Probablemente “impudicitia” no es sino una doble traducción, junto con “luxuria,”
del término griego ασέλγεια; y en cuanto a “homicidia,” que también tienen bastantes códices
griegos, es probable que se explique por una confusión, y luego desdoblamiento, entre (φθόνοι,
envidias, y φόνοι, homicidios]. Se ha hecho notar cómo, en vez del término “obras” que usó
respecto de la carne, usa ahora el término “frutos,” o más exactamente, “fruto” en singular (ὁ δὲ
καρπὸς τοῦ Πνεύματός, el fruto del Espíritu). Quizá pretenda insinuar que no se trata sino de una
fructificación única, la caridad, que se manifiesta en distintas floraciones (véase 1 Corintios 13,4-7:
“La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es
decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia;
se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta”), a las que
designa con el término “fruto” por el sabor y deleite que traen al alma, preludio de la eterna
bienaventuranza. En frase más concentrada dirá en Romanos 8,6: “las tendencias de la carne son
muerte, pero las tendencias del espíritu son vida y paz.” Hechas estas aclaraciones, San Pablo
resume así su exhortación a los gálatas respecto de la carne y el espíritu: “Los que son de Cristo
crucificaron la carne; si vivimos del Espíritu, andemos también según el Espíritu” (versículos 24-25:
“Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si
vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu”). Ese crucificaron (έσταυρωσαν), en
pasado, alude al acto del Calvario, al que los cristianos son incorporados mediante el bautismo,
muriendo al hombre viejo esclavo del pecado (véase Romanos 6,2-6: “Los que hemos muerto al
pecado ¿cómo seguir viviendo en él? ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo
Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la
muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria
del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si hemos hecho una misma cosa
con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante;
sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo
de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado”). Tal muerte, sin embargo, de la que se
resurge a nueva vida por el Espíritu (véase Romanos 8,2-4: “Porque la ley del espíritu que da la
vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte. Pues lo que era imposible a la ley,
reducida a la impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne
semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne, a fin de que la
justicia de la ley se cumpliera en nosotros que seguimos una conducta, no según la carne, sino
según el espíritu”), no anula totalmente en el cristiano la concupiscencia, habiendo de seguir
luchando contra las tendencias de la carne, razón por la que el Apóstol intima a los gálatas: “si
vivimos del Espíritu, andemos también según el Espíritu” (versículo 25: “Si vivimos según el
Espíritu, obremos también según el Espíritu”; véase Romanos 8,13: “pues, si vivís según la carne,
moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis”), es decir, que sea
también ese Espíritu el que nos impulse a obrar. Y como conclusión general, insistiendo en la
misma idea del versículo 16 (“Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción
a las apetencias de la carne”), les recomienda la humildad y caridad (versículo 26: “No busquemos
la gloria vana provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente”). Algunos autores
consideran este versículo como formando ya parte del capítulo siguiente. La cuestión no tiene
importancia.