La Sabía Venganza de Galileo

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LA SABÍA VENGANZA DE GALILEO

GRANDES JUICIOS
El reconocido científico decidió al final de su carrera reivindicar sus
investigaciones y mofarse de quienes creían que la Tierra era el centro del
Universo pese a enfrentarse a la Inquisición

¿Qué motivos se ocultan tras la condena a Galileo?

'Galileo ante el Santo Oficio', por Joseph-Nicolas Robert-Fleury


 Dominio público

LOS ANTECEDENTES

“Debe abandonar por completo la opinión de que el Sol se detiene en el


centro del espacio y la Tierra se mueve a su alrededor, y de ahora en
adelante no sostener, enseñar, o defender de cualquier manera esta doctrina,
ya sea de forma oral o por escrito”. Este fue el dictamen del Santo
Oficio que el cardenal Roberto Belarmino leyó de forma particular
a Galileo Galilei por orden del papa Paulo V el 26 de febrero de 1616.

Con una advertencia añadida: si no cumplía estos preceptos, dictados dos


días antes, la Iglesia actuaría contra él. Belarmino no hablaba por hablar: él
mismo había dirigido el proceso que acabó con el filósofo Giordano
Bruno en la hoguera.

En ese momento, Galileo era un reconocido matemático y astrónomo de


la Universidad de Padua, en la República de Venecia, que no solo había
publicado numerosas obras ampliamente difundidas en las que había llegado
a completar con sus observaciones las teorías de Nicolás Copérnico sobre
su teoría heliocéntrica, sino que se había ganado una gran fama por sus
observaciones con un curioso artefacto, un anteojo de nueve aumentos.

Con tan sorprendente invento, el científico había descubierto que la


perfección esférica de los astros que propugnaba el aristotelismo no era
exacta, que al menos cuatro lunas orbitaban alrededor de Júpiter y
que Venus presentaba unas fases similares a las lunares, aunque en su caso
circundando el sol.

Con su telescopio, Galileo había descubierto cuatro lunas

orbitando alrededor de Júpiter y las fases de Venus

Numerosos testimonios atestiguan que en sus clases Galileo Galilei seguía el


modelo avalado por la Iglesia, aunque cuestionaba “teóricamente” muchos de
sus aspectos. El principal, que en aquel momento ya aceptase
que Marte, Mercurio, Venus, Júpiter y Saturno sí orbitaban alrededor
del Sol, aunque no así la Tierra. Los sabios del Santo Oficio habían
determinado que así lo recogían las Sagradas Escrituras. Sin negarlo, el
científico apelaba que la Biblia tampoco decía nada de los planetas y otros
cuerpos celestes.

Sin embargo, su fama y sus descubrimientos le valieron tanto la oposición de


la enseñanza oficial de la época como el odio de muchos de sus colegas.
Entre ellos los jesuitas del Colegio de Roma, quienes se negaron a observar
a través del telescopio que el propio Galileo les llevó en 1611, después de
publicar un año antes su Mensajero de las estrellas, donde defendía sus
observaciones. Una obra que tuvo un gran recorrido antes de que la
Inquisición declarase el heliocentrismo de ser “formalmente heretical” e
incluyese los libros heliocéntricos en su lista de libros prohibidos.

Durante esos años, Galileo Galilei no abandonó ni sus investigaciones ni sus


clases. Pero varios de sus enemigos esgrimieron contra él sendas cartas que
cuestionaban su ortodoxia: una copia de una misiva dirigida por el propio
Galileo a su discípulo Benedetto Castelli en la que ridiculiza a los estudiosos
que rechazan el heliocentrismo y otra del religioso Paolo Antonio
Foscarini al cardenal Belarmino con copia a Galileo en la que Foscarini
justificaba la corrección a Copérnico que realizaba en el libro que pretendía
publicar.

Si bien la primera carta contenía mofas que habían sido eliminadas en la


original -descubierta por Salvatore Ricciardo en la Royal
Society de Londres en el 2018- y la segunda no demostraba la
participación, aprobación o siquiera el conocimiento de Galileo de la obra de
Foscarini, el Santo Oficio vio el caso y emitió el dictamen que Belarmino
transmitió en privado al científico.

Dos cartas con débiles argumentos sirvieron a los enemigos del

científico para llevarlo ante el Santo Oficio

Con este precedente, era evidente que Galileo Galilei sabía que jugaba con
fuego al publicar sus Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo,
tolemaico y copernicano. La obra, paradójicamente, recibió el imprimátur del
censor de la Iglesia y apareció en Florencia en 1632. Estaba escrita en
toscano en lugar de en latín, en una clara demostración de que su pretensión
era llegar a todo aquel que quisiera escucharlo.

Todo son especulaciones sobre la motivación que llevó a Galileo a escribir


este libro. Quizá confiado en el favor que aseguraba profesarle el nuevo
papa Urbano VIII, al hallarse ya con 68 años y de vuelta de todo
probablemente lo moviese un ánimo de reivindicación personal e incluso
revancha personal cocida a fuego lento.

El caso es que la obra, efectivamente, no dejó indiferente a nadie. Galileo ya


no solo defendía un modelo apoyado por sus observaciones, sino que se
mofaba sin complejos de quienes insistían en negar la evidencia aferrándose
a la literalidad bíblica, aunque sin por ello perjurar del texto sagrado.

El libro se presentaba como un diálogo entre tres personajes alegóricos. Y


uno de ellos, Simplicio, un viejo inculto que defiende el modelo geocéntrico,
pronto fue visto como una parodia del propio pontífice. “Señor Simplicio,
venid con razones y con demostraciones, vuestras o de Aristóteles, y no
con textos o meras autoridades, porque nuestros discursos han de versar
sobre el mundo sensible y no sobre un mundo de papel”, señala uno de los
diálogos.

El científico fue llamado en octubre de 1632 a declarar en Roma ante el


Santo Oficio.

EL JUICIO

Galileo Galilei compareció ante el Tribunal del Santo Oficio de Roma, que


instruía su causa, en la Basílica de Santa María sobre Minerva. La
primera vista se celebró el 12 de abril de 1633, y en ella el acusado debía
dar cuentas de sus “Diálogos” con el cargo de “sospecha grave de
herejía”. Su argumentación de que el contenido era una hipótesis fue tenido
como un artificio para difundir contenidos prohibidos expresamente por el
Santo Oficio. Además, la Inquisición romana, de la que seguía formando
parte el cardenal Berlamino, apoyaba su acusación en el hecho de que el
científico ya estaba advertido. Otrosí era la sospecha de la burla al papa.

Del juicio se conservan únicamente algunas actas, pese a que se sabe que el
expediente original ocupaba varios volúmenes y solo uno de ellos tenía 560
folios escritos por verso y reverso, lo que atestigua la gran cantidad de todo
tipo de documentación y declaraciones que comportó a lo largo de sus 70
días de duración. Eso hizo que se escribiese un extracto que sí se conserva,
pese a las vicisitudes que han sufrido los archivos del Vaticano a lo largo de
la historia.
'El juicio a Galileo', obra anónima
 Dominio público
Por una de esas actas conservadas se sabe que Galileo fue sometido ese
primer día del proceso a un largo interrogatorio en el que reconoció los
cargos y la autoridad de la Iglesia, y expuso su postura ante la literalidad de
los textos sagrados, considerando que la evolución de la ciencia gracias a la
observación y la investigación eran en realidad un don de Dios.

Sin embargo, esa búsqueda de la verdad mediante la ciencia forzando la letra


de las Sagradas Escrituras acabó siendo vista por el Tribunal como un
cuestionamiento a la autoridad de Dios. Los textos de Galileo fueron
considerados una contradicción a los padres de la Iglesia y a la Biblia y se
consideró que su teoría heliocéntrica no sólo atentaba contra su autoridad,
sino que la negaba. Es decir, que su teoría no era compatible con la
promulgada por Aristóteles y Santo Tomás de Aquino.

El Tribunal cerró el caso y pronunció una sentencia inapelable, sin posibilidad


alguna de recurso.

LA SENTENCIA

El fallo, firmado por siete de los diez miembros del Tribunal en una muestra
de que no existió un consenso absoluto, consideró probados los cargos
de herejía contra Galileo Galilei y lo condenó a pena de prisión conmutable
por arresto domiciliario y a abjurar ante la propia Sala de sus errores y de las
injurias vertidas en sus Diálogos, sin quedar demostrada su mofa al papa.
Asimismo, ordenó que se dictase un edicto para incluir la obra en el listado
de libros prohibidos por el Santo Oficio y se impuso al reo la obligación de
recitar semanalmente durante tres años los Salmos de Penitencia.

El texto literal de la sentencia conservado en el extracto del juicio es el


siguiente:

“Nosotros decimos, pronunciamos, sentenciamos y declaramos que tú,


Galileo Galilei, has aceptado y confesado y te has presentado de acuerdo a
esta Santa Inquisición como vehemente sospechoso de herejía, por sostener
y creer una doctrina falsa, contraria a la Santa Escritura, por sostener que el
Sol es el centro del Universo y que no se mueve de este a oeste, y por
aprobar y defender dicho pensamiento, incluso después de haber sido
declarado y definido contrario a la Sagrada Escritura.

”Por lo tanto, has sido merecedor de todas las censuras y amonestaciones


promulgadas por los Cánones Sagrados y todas las leyes particulares y
generales contra este tipo de delitos. Estamos, en este Santo Oficio,
considerando tu absolución con una primera condición, que es tu abjuración
en nuestra presencia, con corazón sincero y fe verdadera, en la cual maldigas
y detestes los errores dichos y las herejías pronunciadas, así como cualquier
otro error o herejía contraria a la Iglesia. Solo de esta manera podremos
absolverte.

”Asimismo, ordenamos que el libro Diálogos de Galileo Galilei sea prohibido


por edicto público. Con tal castigo deberás ser más cuidadoso en el futuro,
así como servir de ejemplo a otros para que se abstengan de cometer este
tipo de delitos.

”Por nuestra voluntad, te condenamos a formal prisión. Como pena de


salutación te imponemos recites los siete Salmos de Penitencia una vez a la
semana durante los siguientes tres años. Y nos reservamos el poder de
moderar, conmutar o eliminar el total o las partes de las penas pronunciadas
en tu contra”.

La carta de Galileo a Benedetto Castelli hallada


en la Royal Society en el 2018 Royal Society
Galileo, efectivamente, abjuró el 22 de junio de
1633 con estos términos:

“Yo, Galileo, hijo de Vincenzo


Galilei de Florencia, de 70 años de edad, juro
que siempre he creído, creo y creeré en el futuro
con la ayuda de Dios en todo lo que la Santa
Iglesia sostiene, predica y enseña. Después de
haber sido amonestado por este Santo Oficio
abandono enteramente la opinión falsa de que el Sol es el centro del Universo
y que es un astro inamovible y que la Tierra no es el centro del mismo, sino
que es un astro en movimiento.

”Acepto que ni debía tener, ni defender, ni enseñar de ninguna manera, ni


oralmente ni por escrito, todo lo que pregoné con la falsa creencia. Después
de haber recibido una notificación que afirmaba que la doctrina que apoyaba
era opuesta a las Santas Escrituras escribí y publiqué un libro en el que sigo
apoyando mis herejías, que es haber sostenido y creído que el Sol está en el
centro del Universo y que es inamovible y que la Tierra no está en el centro y
se encuentra en movimiento.

”Por lo tanto, deseando remover las mentes de Vuestras Eminencias y de


todos los cristianos fieles, abjuro con una fe auténtica y un corazón sincero
de estos errores y herejías, maldigo y detesto estas infamias, así como
cualquier otro error, herejía o secta contraria a la Santa Iglesia. Y juro que en
el futuro ni diré ni afirmaré oralmente ni tampoco escribiré cosas tales que
puedan atraer sobre mí sospechas semejantes. Y si conozco a cualquier
hereje o sospechoso de herejía lo denunciaré”.

Para la leyenda queda que el acusado añadiese de viva voz o entre dientes
un “y sin embargo se mueve” que habría tenido consecuencias funestas para
él y que ningún coetáneo documentó, ya que la primera referencia a esa
supuesta apostilla apareció más de un siglo después del proceso. Galileo vivió
hasta su muerte en 1642 en su villa de Arcetri, cercana a Florencia.

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