El Yo y El Ello
El Yo y El Ello
El Yo y El Ello
I. Conciencia e inconsciente
“Ser conciente” es, en primer lugar, una expresión puramente descriptiva, que invoca
la percepción más inmediata. En segundo lugar la experiencia muestra que el estado de la
conciencia pasa con rapidez; la representación ahora consciente no lo es mas en el
momento que sigue. Puede volver a serlo bajo ciertas condiciones. Entretanto, estuvo
latente. En todo momento fue susceptible de conciencia. Ha sido inconsciente
(descriptivo). Eso inconsciente coincide con latente-susceptible de conciencia.
Hemos llegado al término o concepto inconciente por otro camino: por experiencias en
las que desempeña un papel la dinámica anímica: existen procesos anímicos o
representaciones muy intensas (factor cuantitativo y económico) que pueden tener plenas
consecuencias para la vida anímica, solo que ellos mismos no devienen conscientes. Tales
representaciones no pueden ser conscientes porque cierta fuerza se resiste a ello. Si así no
fuese, podrían devenir conscientes. Se llama represión (esfuerzo de desalojo) al estado en
que ellas se encontraban antes de que se las hiciera conscientes. En el curso del trabajo
psicoanalítico se siente como resistencia la fuerza que produjo y mantuvo a la represión.
Por lo tanto, es de la doctrina de la represión de donde se extrae el concepto
psicoanalítico de lo inconsciente. Lo reprimido es el modelo de lo inconsciente.
Ahora bien, en el curso ulterior del trabajo psicoanalítico se evidencia que esos
distingos no bastan, son insuficientes en la practica. Nos hemos formado la representación
de una organización coherente de los procesos anímicos en una persona y la llamamos su
yo. De este yo depende la conciencia: el gobierna los accesos a la motilidad, a la descarga
de las excitaciones en el mundo exterior; es aquella instancia anímica que ejerce un
control sobre todos sus procesos parciales, y que por la noche se va a dormir, a pesar de lo
cual aplica la censura onírica. De este yo parten también las represiones.
En el análisis, eso hecho a un lado por la represión se contrapone al yo, y se plantea la
tarea de cancelar las resistencias que el yo exterioriza a ocuparse de lo reprimido.
Cuando las asociaciones del enfermo fallan cuando debería aproximarse a lo reprimido,
se encuentra bajo el imperio de una resistencia, pero él no sabe de eso. Y puesto que esa
resistencia parte de su yo enfrentamos una situación imprevista. Se ha hallado en el yo
algo que es también inconsciente, que se comporta como lo reprimido, vale decir,
exterioriza efectos intensos sin devenir a su vez consciente, y se necesita de un trabajo
particular para hacerlo consciente.
Freud advirtió que caía en imprecisiones si seguía su modo de expresión habitual, como
por ejemplo, reconducir la neurosis a un conflicto entre lo consciente y lo inconsciente. Se
vio obligado a sustituir esa oposición por otra: la oposición entre el yo coherente y lo
reprimido escindido de él.
La consideración dinámica nos aporto la primera enmienda, la intelección estructural
trae la segunda.
Todo lo reprimido es inconsciente pero no todo lo inconsciente es reprimido (no lo es
la resistencia del yo). También una parte del yo puede ser inconsciente. Y esto
inconsciente del yo no es latente en el sentido de lo preconsciente, pues si así fuera no
podría ser activado sin devenir consciente. Se estatuye entonces un tercer inconsciente,
no reprimido. El carácter de la inconsciencia pierde significatividad para Freud. Pasa a ser
una cualidad multivoca.
II. El yo y el ello
Desde que sabemos que también el yo puede ser inconsciente en el sentido genuino,
querríamos averiguar más acerca de él. Hasta ahora, en el curso de nuestras
investigaciones, el único punto de apoyo que tuvimos fue el signo distintivo de la
conciencia o la inconsciencia; últimamente hemos visto cuan multívoco puede ser.
No obstante, todo nuestro saber está ligado siempre a la conciencia. Aun de lo Icc sólo
podemos tomar noticia haciéndolo conciente. ¿Qué quiere decir hacer conciente algo?
Eso otro se compota como una moción reprimida. Puede desplegar fuerzas
pulsionantes sin que el yo note la compulsión. Solo una resistencia a la compulsión, un
retardo de la reacción de descarga, hace consciente enseguida a eso otro.
Por lo tanto Sensaciones y sentimientos solo devienen consciente si alcanzan al
sistema P, si les es bloqueada la conducción hacia adelante no afloran como sensaciones.
Asi de manera abreviada, no del todo correcta, se habla de sensaciones inconscientes,
mantenemos la analogía no del todo justificada con “representaciones
inconcientes”(pensamientos icc), la diferencia es que para traer a la consciencia la
representación inconsciente es preciso procurarle eslabones de conexión, lo cual no tiene
lugar para las sensaciones, que se transmiten directamente hacia adelante. La diferencia
entre consciente y preconsciente carece de sentido para las sensaciones. Aquí falta lo
preconsciente; las sensaciones son o conscientes o inconscientes.
Habituados como estamos a aplicar por doquier el punto de vista de una valoración social o ética,
no nos sorprende escuchar que el pulsionar de las pasiones inferiores tiene curso en lo
inconciente, pero esperamos que las funciones anímicas encuentren un acceso tanto más seguro y
fácil a la conciencia cuanto más alto se sitúen dentro de esa escala de valoración. Ahora bien, la
experiencia psicoanalítica nos desengaña en este punto.
Más sorprendente, empero, es otra experiencia. Aprendemos en nuestros análisis que hay
personas en quienes la autocrítica y la conciencia moral, vale decir, operaciones anímicas situadas
en lo más alto de aquella escala de valoración, son inconcientes.
Ahora bien, la experiencia nueva que nos fuerza, pese a nuestra mejor intelección crítica, a hablar
de un sentimiento inconciente de culpa.
Si queremos volver a adoptar el punto de vista de nuestra escala de valores, tendríamos que decir:
No sólo lo más profundo, también lo más alto en el yo puede ser inconciente. (leer teorico berth)
Existe un grado en el interior del yo, una diferenciación, que ha de llamarse ideal-yo o
superyó. Esta pieza del yo mantiene un vínculo menos firme con la consciencia. (Es icc)
Otro punto de viste enuncia que cuando el yo cobra los rasgos del objeto, se impone él
mismo al ello como objeto de amor, busca repararle su pérdida diciéndole: “mira, puedes
amarme también a mi; soy tan parecido al objeto…”.
La trasposición así cumplida de libido de objeto en libido narcisista conlleva una
resignación de las metas sexuales, una desexualizacion y, por tanto, una suerte de
sublimación.
Los efectos de las primeras identificaciones, producidas a la edad más temprana, serán
universales y duraderos. Esto reconduce a la génesis del ideal del yo, pues tras este se
esconde la identificación primera: con el padre de la prehistoria personal. A primera vista
no parece el resultado de una investidura de objeto sino una identificación aun más
temprana que la elección de objeto, es una identificación directa e inmediata, mas
temprana que cualquier investidura de objeto. Las elecciones de objeto que
corresponden a los primeros periodos sexuales y atañen al padre y madre parecen tener
su desenlace en una identificación de ese tipo, reforzando la identificación primaria.
Estos nexos tan complejos requieren ser descritos más a fondo. Dos factores son los
culpables de esta complicación: la disposición triangular de la constelación del Edipo y la
bisexualidad constitucional del individuo.
El caso del niño varón es que muy tempranamente desarrolla una investidura de
objeto hacia la madre, que tiene su punto de arranque en el pecho materno y muestra el
ejemplo de una elección de objeto según el tipo del apuntalamiento (anaclítico). Del
padre, el varón se apodera por identificación. Ambos vínculos marchan un tiempo uno
junto al otro, hasta que por el refuerzo de los deseos sexuales hacia la madre y por la
percepción de que el padre es un obstáculo para dichos deseos, nace el complejo de
Edipo. La identificación-padre cobra una tonalidad hostil, se trueca en el deseo de
eliminar al padre para sustituirlo junto a la madre. A partir de ahí, la relación con el padre
es ambivalente. La actitud ambivalente hacia el padre, y la aspiración de objeto tierna
hacia la madre, caracterizan para el varón el complejo de Edipo simple, positivo.
Con la demolición del complejo de Edipo tiene que ser resignada la investidura de
objeto de la madre. Puede tener dos remplazos: o bien una identificación con la madre, o
un refuerzo de la identificación-padre. Este último desenlace es el más normal. Permite
retener en cierta medida el vínculo tierno con la madre, la masculinidad experimentaría
una reafirmación en el carácter del varón por obra del sepultamiento del complejo de
Edipo. La actitud edípica de la niña puede desembocar en un refuerzo de su
identificación-madre (o en el establecimiento de esa identificación) que afirme su carácter
femenino.
Una indagación más honda descubre las más de las veces el complejo de Edipo más
completo, que es uno duplicado, positivo y negativo, dependiente de la bisexualidad del
niño. Es decir que el varón no posee solo una actitud ambivalente hacia el padre y una
elección tierna de objeto hacia la madre, sino que se comporta también como una niña:
muestra la actitud femenina tierna hacia el padre y la actitud celosa y hostil hacia la
madre.
Yo opino que se hará bien en suponer en general, la existencia del complejo de Edipo
completo.
A raíz del sepultamiento del complejo de Edipo, las cuatro aspiraciones contenidas en él se
desmontan y desdoblan de tal manera que de ellas surge una identificación-padre y
madre; la identificación-padre retendrá el objeto-madre del complejo positivo y,
simultáneamente, el objeto-padre del complejo invertido; y lo análogo es válido para la
identificación-madre. En la diversa intensidad con que se acuñen sendas (trayectos)
identificaciones se espejará la desigualdad de ambas disposiciones sexuales
Como resultado más universal de la fase sexual gobernada por el complejo de Edipo se
puede suponer una sedimentación en el yo, que consiste en el establecimiento de la
identificación-padre y la identificación-madre, unificadas entre sí. Esta alteración del yo
recibe su posición especial: se enfrenta al otro contenido del yo como ideal del yo o
superyó.
Empero el superyó no es solo un residuo de las primeras elecciones de objeto del ello,
sino que tiene también la significatividad de una enérgica formación reactiva (imperativo
categórico) frente a ellas. Su vinculo con el yo no se agota en la advertencia “así debes ser”
(como el padre) sino que comprende también la prohibición “así no te es licito ser” (como
el padre), esto es, no puedes hacer todo lo que él hace, muchas cosas le están reservadas.
Esta doble faz del ideal del yo deriva del hecho de que estuvo empeñado en la represión
del complejo de Edipo.
Discerniendo en los progenitores, en particular en el padre, el obstáculo para la
realización de los deseos del Edipo, el yo infantil se fortaleció para esa operación represiva
erigiendo dentro de si ese mismo obstáculo. Toma prestada del padre la fuerza para
lograrlo. El superyó conservará el carácter del padre, y cuanto mas intenso fue el
complejo de Edipo y mas rápido se produjo su represión, tanto mas riguroso devendrá
después el imperio del superyó como conciencia moral, quizá también como sentimiento
inconsciente de culpa, sobre el yo.
Es fácil mostrar que el ideal del yo satisface todas las exigencias que se plantean a la
esencia superior en el hombre:
-Como formación sustitutiva de la añoranza del padre, contiene el germen a partir del
cual se formaron todas las religiones
-En el posterior circuito del desarrollo, maestros y autoridades fueron retomando el
papel del padre; sus mandatos y prohibiciones han permanecido vigentes en el ideal del
yo y ahora ejercen, como conciencia moral, la censura moral. La tensión entre las
exigencias de la conciencia moral y las operaciones del yo es sentida como sentimiento de
culpa.
-Los sentimientos sociales descansan en identificaciones (id 3?) con otros sobre el
fundamento de un idéntico ideal del yo.
Religión, moral y sentir social (esos contenidos principales de lo elevado en el ser humano)
han sido, en el origen, uno solo. Según las hipótesis de Tótem y tabú se adquirieron,
filogenéticamente, en el complejo paterno: religión y limitación ética, por el dominio
sobre el complejo de Edipo. Los sentimientos sociales, por la constricción a vencer la
rivalidad remanente entre los miembros de la joven generación, puesto que la hostilidad
no puede satisfacerse, se establece una identificación con quienes fueron inicialmente
rivales.
La historia genética del superyó permite comprender que conflictos anteriores del yo
con las investiduras de objeto del ello pueden continuarse en conflictos con su heredero,
el superyó. Si el yo no logró dominar bien el complejo de Edipo, la investidura energética
de este, proveniente del ello, retomara su acción eficaz en la formación reactiva del ideal
del yo. La amplia comunicación de este ideal con esas mociones pulsionales inconscientes
resolverá el enigma de que el ideal mismo pueda permanecer en gran parte inconsciente,
inaccesible al yo.
En cada fragmento de sustancia viva estarían activas las dos clases de pulsiones, si bien en una
mezcla desigual, de suerte que una sustancia podría tomar sobre sí la subrogación principal del
Eros.
Las pulsiones de estas dos clases se conectan entre sí, se mezclan (no se sabe cómo).
Como consecuencia de la unión de los organismos elementales unicelulares en seres vivos
pluricelulares, se habría conseguido neutralizar la pulsión de muerte de las células
singulares y desviar hacia el mundo exterior, por la mediación de un órgano (la
musculatura), las mociones destructivas. La pulsión de muerte se exteriorizaría entonces
como pulsión de destrucción dirigida al mundo exterior y a otros seres vivos.
A partir de aquí se nos abre un panorama sobre un vasto ámbito de hechos, que aún no
había sido considerado bajo esta luz. Conocemos que la pulsión de destrucción es
sincronizada según reglas a los fines de la descarga, al servicio del Eros.
En una generalización, nos gustaría conjeturar que la esencia de una regresión libidinal (p. ej.,
de la fase genital a la sádico-anal) se apoya en una desmezcla de pulsiones, así como, a la inversa,
el progreso desde las fases anteriores a la fase genital definitiva tiene por condición un
suplemento(añadidura)de componentes eróticos.
También se plantea una pregunta: La regular ambivalencia que tan a menudo hallamos
reforzada en la neurosis, ¿no ha de concebirse como resultado de una desmezcla? Pero
ella es tan originaria que más bien es preciso considerarla como una mezcla pulsional no
consumada.
Freud supone un conmutador (aparato), como si en la vida anímica hubiera (ya sea en
el yo o en el ello) una energía desplazable, en si indiferente, que pudiera agregarse a una
moción erótica o a una destructiva cualitativamente diferenciadas, y elevar su investidura
total.
Ahora habría que emprender una importante ampliación en la doctrina del narcisismo.
Al principio toda libido esta acumulada en el ello, en tanto el yo se encuentra todavía en
proceso de formación o es endeble (débil). El ello envía una parte de esta libido a las
investiduras eróticas de objeto, luego de lo cual el yo fortalecido procura apoderarse de
esta libido de objeto e imponerse al ello como objeto de amor. Por lo tanto, el narcisismo
del yo es un narcisismo secundario, sustraído de los objetos.
Las mociones pulsionales que podemos estudiar se revelan como retoños del Eros. Si
no fuera por las consideraciones desarrolladas en Más allá del principio de placer y,
últimamente, por las contribuciones sádicas al Eros, nos resultaría difícil mantener la
intuición básica dualista. Ahora bien, puesto que nos vemos precisados a mantenerla, se
nos impone la impresión de que las pulsiones de muerte son, en lo esencial, mudas, y casi
todo el alboroto de la vida parte del Eros.
Para apreciar estos nexos será volver sobre ciertos hechos clínicos
Desvalido hacia ambos costados, el yo se defiende en vano de las insinuaciones del ello
asesino y de los reproches de la conciencia moral castigadora. Consigue inhibir al menos
las acciones más groseras de ambos. El resultado es, primero, un automartirio
interminable y luego una martirizacion sistemática del objeto toda vez que se pueda.
Las pulsiones de muerte son tratadas de diversa manera en el individuo: en parte se las
toma inofensivas por mezcla con componentes eróticos, en parte se desvían hacia afuera
como agresión, pero en buena parte prosiguen su trabajo interior sin ser obstaculizadas.
El ello es totalmente amoral, el yo se empeña por ser moral, el superyó puede ser
hipermoral y entonces volverse tan cruel como solo puede serlo el ello.
El ser humano, mientras más limita su agresión hacia afuera, tanto mas severo y
agresivo se torna en su ideal del yo. Es como un descentramiento, una vuelta hacia el yo
propio.
El superyó ha engendrado por una identificación con el arquetipo paterno. Cualquier
identificación de esta índole tiene el carácter de una desexualización o de una
sublimación. A raíz de una tal trasposición se produce también una desmezcla de
pulsiones. Tras la sublimación, el componente erótico ya no tiene mas la fuerza para ligar
toda la destrucción aleada (mezclada) con el y esta se libera como inclinación de
aprensión y destrucción. Seria de esta desmezcla de donde el ideal extrae todo el sesgo
duro y cruel del imperioso deber-ser.
-Por otra parte el yo es una pobre cosa sometida a tres servidumbres; sufre las
amenazadas de tres clases de peligros: de parte del mundo exterior, de la libido del ello y
de la severidad del superyó. Tres variedades de angustia corresponden a estos tres
peligros, pues la angustia es la expresión de una retirada frente al peligro.(angustia
preparación para estos tres peligros)
El yo quiere mediar entre el mundo y el ello, hacer que el ello obedezca al mundo y (a
través de sus propias acciones musculares) hacer que el mundo haga justicia al deseo del
ello. Con su miramiento por el mundo real quiere dirigir sobre si la libido del ello. Es el
auxiliador del ello y es también su siervo. Procura mantenerse en concordancia con el ello,
recubre sus órdenes inconscientes con sus racionalizaciones preconscientes, simula la
obediencia del ello a las admoniciones de la realidad.
No se mantiene neutral entre las dos variedades de pulsiones. Mediante su trabajo de
identificación y de sublimación presta auxilio a las pulsiones de muerte para dominar a la
libido, pero así cae en el peligro de devenir objeto de las pulsiones de muerte y de
sucumbir el mismo. A fin de prestar ese auxilio, el mismo tuvo que llenarse con libido, y
por esa vía deviene subrogado del Eros y ahora quiere vivir y ser amado.
No se puede indicar qué es lo que da miedo al yo a raíz del peligro exterior o del peligro
libidinal en el ello; sabemos que es su avasallamiento o aniquilación, pero analíticamente
no podemos aprehenderlo. El yo obedece a la puesta en guardia del principio de placer.
Pero si puede enunciarse lo que se oculta tras la angustia del yo frente al superyó (la
angustia de la conciencia moral). Del ser superior que devino ideal del yo existio una vez la
amenaza de castración, y esta angustia de castración es probablemente el núcleo de la
posterior angustia de la conciencia moral; ella es la que se continúa como angustia de la
conciencia moral.
El único mecanismo posible de la angustia de muerte sería que el yo diera de baja en gran
medida a su investidura libidinal narcisista, y por tanto se resignase a sí mismo tal como
suele hacerlo, en caso de angustia, con otro objeto. Opino que la angustia de muerte se
juega entre el yo y el superyó.