Cerebro y Emociones
Cerebro y Emociones
Cerebro y Emociones
Hasta hace algunos años, las investigaciones sobre nuestras emociones solían
concentrarse en las que son negativas, como la angustia, la tristeza y las fobias. Hoy
varios grupos de científicos estudian también las emociones positivas, así como los
cambios que unas y otras propician en el cerebro.
Hay otros modelos que consideran que las emociones y la cognición son procesos
interdependientes y que cada uno puede producir efectos en el otro. Lo que está cada
vez más claro es que hay una comunicación directa y bidireccional entre el cerebro y el
resto del organismo. Por ejemplo, el miedo provoca una aceleración del ritmo cardiaco
y de la respiración, nos hace sudar y mantiene nuestros músculos en tensión.
Los mismos avances han permitido observar en tiempo real las partes del cerebro que
se activan cuando sentimos ciertas emociones. El doctor Richard Davidson, quien
dirige el Center for Investigating Healthy Minds (Centro para la Investigación de
Mentes Saludables) de la Universidad de Wisconsin-Madison, es junto con el ya
fallecido Paul Ekman uno de los pioneros en la exploración de la relación entre el
cerebro cognitivo y el emocional. En entrevista con ¿Cómo ves? explicó que la
investigación de las emociones emplea muchas técnicas distintas. Por ejemplo, se
coloca a los participantes en los experimentos en un aparato de resonancia magnética
funcional (ver ¿Cómo ves? No. 181), que registra el flujo sanguíneo de diferentes áreas
del cerebro para medir así su actividad, y luego se les pide que evoquen alguna
emoción a partir de fotografías o fragmentos de películas, o que recuerden una
experiencia pasada, y se observa cuáles áreas del cerebro se activan más al hacerlo.
También se estudia a pacientes con alguna lesión cerebral y “las patologías de la
función cerebral en pacientes con diversos trastornos psiquiátricos y neuronales que
involucran anormalidades en las emociones”, en palabras de Davidson y sus
colaboradores en un artículo del año 2000 publicado en la revista American
Psychologist. Hasta hace algunos años, las investigaciones solían concentrarse en
emociones negativas como la ansiedad, la depresión y las fobias. Pero al doctor
Davidson le intrigaba saber por qué algunas personas son más positivas que otras o
más capaces de sobreponerse al dolor emocional o a situaciones adversas, lo que
ahora se conoce como resiliencia. Encontró que la diferencia en el nivel de resiliencia
se traduce en importantes diferencias en la actividad cerebral.
Estos resultados son esperanzadores, pues sugieren que hay una relación directa entre
regiones cerebrales más complejas que son parte de nuestro sistema cognitivo, el
sistema límbico, una región mucho más antigua y primitiva en términos evolutivos. Si
todos nuestros patrones emocionales estuvieran anclados al sistema límbico no
tendríamos escapatoria, seríamos esclavos de nuestras emociones. Por fortuna, los
circuitos emocionales están conectados al pensamiento y son por lo tanto más
accesibles a nuestra voluntad consciente.
Esto no quiere decir que podamos sentir lo que queremos; quiere decir que podemos
modular las emociones. Por ejemplo, en el estudio mencionado, la corteza prefrontal
de las personas resilientes envió a su amígdala señales inhibitorias que son
tranquilizadoras y como resultado disminuyeron las emociones negativas generadas
por ésta. Por el contrario, los participantes menos resilientes, o aquellos que tenían
depresión, presentaron señales más débiles entre ambas regiones.
Davidson señala: “creo que nuestro cerebro exhibe mucha más plasticidad de lo que
pensábamos posible”. Y como tanto el entorno como nuestra conducta pueden
provocar una reorganización y reubicación de ciertas funciones cerebrales, hay ahora
terapias físicas que buscan remodelar partes del cerebro de manera que puedan
asumir las tareas que abandonó otra región dañada por una embolia o infarto cerebral.
También hay terapias cognitivoconductuales que permiten librarse de ciertos tipos de
fobia.
Si bien las investigación indica que practicar meditación trae diversos beneficios, hay
casos en los que pueden presentarse efectos adversos graves. Por ejemplo cuando la
meditación se hace sin una guía adecuada o con instructores poco experimentados, o
bien la practican personas en situación de fragilidad mental por haber sufrido
experiencias traumáticas o padecer determinados trastornos mentales.
Algunos expertos en meditación señalan que estas reacciones adversas son poco
comunes, y que es posible que se presenten después de periodos muy prolongados de
práctica, como en ciertos retiros donde debe guardarse silencio, o que combinan el
ayuno con la meditación.
La meditación trabaja con las experiencias más íntimas y profundas, por ello Britton y
Ruths han señalado que los maestros de meditación, además de ser verdaderamente
experimentados en su práctica, deberían comprender cuestiones básicas sobre
trastornos mentales como ansiedad y depresión, y saber cuándo referir a personas que
los padezcan con un especialista.
Uno de los métodos más efectivos que Davidson ha encontrado para producir ese tipo
de cambios es la meditación. “Creemos que ciertas prácticas de meditación pueden
aprovechar la neuroplasticidad para promover cambios positivos en el cerebro, y es
probable que la meditación por sí misma pueda inducir o aumentar la
neuroplasticidad”. Si bien esto no se ha demostrado, Davidson señala que hay cada vez
más evidencias que sugieren que diferentes tipos de meditación pueden inducir
cambios funcionales y estructurales en el cerebro, en los patrones de conexiones
(neuronales) y en el organismo. En una entrevista publicada en el sitio de noticias
Ivanhoe.com, Davidson dijo que “la meditación se trata fundamentalmente de
familiarizarnos más con nuestra propia mente”. ¿Pero cuál meditación? Si bien hay
decenas de estilos diferentes de meditación y de contemplación provenientes de
diversas regiones de Oriente, una de las más estudiadas desde la perspectiva de las
neurociencias es la llamada de atención plena o mindfulness. En ésta el poner atención
en el ritmo de la respiración ayuda a restablecer la concentración cada vez que la
mente divaga.
Por su parte, Davidson dice que tenemos “evidencias que nos sugieren que la
meditación, incluso durante tiempos cortos, de algunas semanas, puede inducir
cambios confiables en el cerebro”. Una de estas evidencias fue encontrada por Yi-
Yuan Tang, de la Universidad Tecnológica Dalian, en China, al poner a prueba una
técnica de meditación china llamada “integración de mente y cuerpo”. Su equipo
dividió aleatoriamente a 80 estudiantes en dos grupos para que realizaran 20 minutos
diarios de prácticas: el primero hacía técnicas de relajación muscular y el segundo
practicó la meditación china. Apenas cinco días después, los sujetos que recibieron el
entrenamiento en meditación tuvieron mejores resultados en pruebas de atención y
de estado de ánimo que los del otro grupo. También producían menores niveles de la
hormona cortisol, indicadora de estrés, durante la realización de algún ejercicio mental
de aritmética con cierto grado de dificultad. Esta investigación se publicó en 2007 en la
revista Proceedings of the National Academy of Sciences.