Caso San Román

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REPÙBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACIÓN UNIVERSITARIA


MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA RELACIONES INTERIORES, JUSTICIA Y
PAZ
UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL DE LA SEGURIDAD
CEFO UNES MÉRIDA

CASO: TRAGEDIA SAN ROMÁN.

Estudiante: Keiber Alexander Valero Amesty


C.I. Nro. 29.520.392
PNF: Investigación Penal.
Trayecto I Proceso I-2021
Noviembre, 2021.
1
ÍNDICE:

INTRODUCCIÓN: ------------------------------------------------------------ Página ---------- 2

CUERPO DEL TRABAJO: ------------------------------------------------- Página ---------- 3

MODO, TIEMPO Y LUGAR DEL HECHO: -------------------------- Página ---------- 9

MODUS OPERANDI: ----------------------------------------------------‐-- Página ---------- 9

MÓVIL DEL HECHO: ------------------------------------------------------ Página ---------- 9

ACTUACIÓN DEL CICPC ANTIGUA PTJ: -------------------------- Página --------- 9

CONCLUSIÓN: --------------------------------------------------------------- Página --------- 10

RECOMENDACIONES: ---------------------------------------------------- Página --------- 11

ANEXOS: ----------------------------------------------------------------------- Página --------- 12 y 13

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS: ----------------------------------- Página ---------- 14


2

INTRODUCCIÓN:

El presente trabajo tiene como finalidad llevar a cabo el conocimiento de un procedimiento que se
registró en el Urológico San Román en las minas de Baruta, Caracas Venezuela el 23 de Junio de 1995,
el cual causó mucho impacto a nivel nacional debido a que se efectuara un mal procedimiento el cual
dejó un saldo de 5 muertos y 8 heridos.
3

CUERPO DEL TRABAJO:

Finalizaba la tarde del jueves 31 de enero de 1991 y para los dueños del auto mercado Las
Fuentes en El Paraíso había sido un buen día; por lo menos hasta que aparecieron aquellos tres tipos
pistolas en mano. José Rodríguez el propietario, pidió al hombre que lo apuntaba que no lastimaran a
nadie, éste lo examinó con desdén, acomodó el cigarrillo que tenía entre los labios y ordenó a sus
compinches que arrasaran con todo lo que estuviera a mano. Minutos después salieron de la zona a
bordo de un Malibú conducido por un cuarto cómplice. Estaban eufóricos; aquel del auto mercado había
sido el tercer robo del día y el portaequipajes estaba repleto de cosas para vender. Tomaron la avenida
José Antonio Páez con dirección al centro, pero les esperaba una sorpresa: La policía alertada por los
vecinos montó un retén en el distribuidor Baralt; al verse cercados, abandonaron el vehículo y
caminaron un corto trecho hasta oír la voz de alto. La aventura había terminado.

Los cuatro hombres que interrogó personalmente el comisario Luis Beltrán Gómez, jefe de la zona 8 de
la Policía Metropolitana respondían a los nombres de Juan Manuel Méndez, Rubén Darío Rojas, Juan
Antonio Alberto Peña y Oscar García; el primero de ellos estaba solicitado desde mayo de 1990 por
hurto genérico. Con su captura, tres de ellos obtuvieron becas para un posgrado en la universidad del
hampa: El Internado Judicial de La Planta. Rubén Darío Rojas quien para entonces tenía 17 años fue
enviado a un retén de menores.

4 años después.

Al entrar a la calle Chivacoa de Colinas de San Román, Juan Manuel Méndez notó que en una de las
casas, la reja estaba entreabierta. Alertó a Oscar García quien de inmediato paró el pequeño auto. Tres
hombres se bajaron y con paso rápido alcanzaron aquella puerta, que era la que daba acceso al
estacionamiento de la quinta Fiorenza, propiedad de la Familia Taddei.
Las personas que conversaban dentro se vieron de pronto rebasadas por la violenta intromisión. Una
vecina que pasaba por la acera notó que había jaleo, vio el auto rojo estacionado más abajo y entró en
sospechas. Cuando llegó a su casa telefoneó a la Familia Taddei; como nadie respondía decidió llamar al
número de emergencias de la Policía de Baruta. En la quinta Fiorenza, sus habitantes experimentaban el
terror de verse sometidos por sicópatas ansiosos de recuperar el tiempo perdido en prisión. Atados y
amordazados veían ir y venir a los hombres que con amenazas de muerte preguntaban por las joyas y el

dinero. Afuera, Oscar García se fue poniendo nervioso; supo que estaban descubiertos por el
movimiento de personas en torno a la quinta; solo sería cuestión de minutos para verse rodeados; así que
decidió abandonar a sus compañeros; se bajó del auto, caminó hasta la avenida; tomó una buseta y se fue
a casa. Cuando se alejaba pudo ver que la policía llegaba a la zona.

La inútil huída.

Antonio Peña lanzó una maldición al oír la sirena policial; aún no robaban algo que valiera la pena y ya
tenían que huir. Juan Manuel Méndez se asomó por la ventana y vio que el auto estaba solo.

– Cabeza e motor se piró- anunció a sus compinches.

Éstos preguntaron a los Taddei por las salidas que tenía la casa. Tomaron al joven Claudio Patricio como
rehén y salieron por detrás.

La quinta Fiorenza se rodea de tupidos bosques que caen a un valle donde se levanta la sede del Instituto
de Clínicas y Urología Tamanaco, mejor conocido como el Urológico de San Román. Hasta allí llegaron
con el rehén; pero las esperanzas de escapar pronto se esfumarían; abajo, agentes de la policía de Baruta
(Poli Baruta) les salieron al paso. La primera reacción de los desesperados hombres fue disparar; el
rehén espantado al verse en medio del fuego, resbaló y cayó; el que lo llevaba trataba de levantarlo pero
la corpulencia del muchacho se lo impedía.

La balacera seguía; en medio de la confusión uno de los delincuentes logró escapar. Los otros dos se
afanaban en buscar una salida. Al percatarse de que estaban en una calle ciega, arrojaron a Claudio
como saco de patatas hacia los policías y aprovechando el desconcierto de éstos entraron al centro de
otorrino anexo a la clínica. Siete mujeres se encontraban laborando allí en ese momento: una médica,
tres enfermeras, una recepcionista y dos secretarias.
Al sentir que Oscar García entraba a casa, su mujer salió a recibirlo. El hombre llegó alterado y no
respondió a su saludo. Iba de un lugar a otro como animal enjaulado, dando nerviosas chupadas a un
cigarrillo. Le preguntó qué ocurría pero él no la escuchaba; le siguió cuando entró a la habitación que les

servía de dormitorio y lo vio encender el televisor. Allí en la pantalla estaba la razón de la hosquedad de
su esposo; en vivo y en cadena nacional se transmitía la toma con rehenes de una clínica al sureste de la
ciudad. Según los reporteros, dos peligrosos delincuentes exigían la entrega de un vehículo para salir de

la zona, de no cumplirse su petición matarían a las mujeres que estaban con ellos. García pasó el resto
de la tarde saltando de un canal a otro y oyendo las fantasmales voces que surgían del aparato sin saber
muy bien qué hacer.

Preludio para la tragedia.

El fragor de la balacera llegó al interior del centro de otorrino como un eco sordo. Las trabajadoras que
estaban allí sabían que algo pasaba afuera, pero no tenían muy claro qué era exactamente hasta que
vieron entrar a la muerte personificada en esos dos lunáticos. Al verlos llegar, dos de las mujeres
corrieron a esconderse; una en un baño y otra en una caja de seguridad. Las otras cinco damas quedaron
a merced de Juan Manuel Méndez y su secuaz, el dominicano Juan Antonio Peña. Los funcionarios de la
Policía Municipal de Baruta lanzaron una descarga que por fortuna dio contra un vidrio blindado, de
pasar esas balas podían haber impactado a alguna de las cautivas. Aída Molina, Gloria Ojeda, Zulay
Quintero, Virginia Castro y Teresa Rodríguez fueron llevadas a una pequeña oficina; un típico viernes
de trabajo se había convertido en una película de horror en la que ellas eran las protagonistas.

El comisario Gustavo Moros, jefe de patrullaje de la Policía Municipal de Baruta asumió entonces las
primeras negociaciones, trató de persuadir a los sujetos para que depusieran su actitud y se entregaran
pacíficamente; mas la respuesta que recibió fue tajante: o les dejaban ir o habría muertos; para subrayar
lo dicho los hampones dispararon dentro del lugar. Mientras todo aquello ocurría, la dama que se
ocultaba en el baño comenzó a llamar desde su celular a diferentes cuerpos policiales. La zona se fue
llenando de policías, de periodistas, de dirigentes políticos y de los infaltables curiosos. En minutos, 300
funcionarios de los más disímiles cuerpos de seguridad coparon el terreno. 35 francotiradores tomaron
posiciones, mientras camarógrafos y reporteros corrían imprudentemente detrás de los agentes que
rodeaban el edificio.

Poco a poco se fue configurando el caldo de cultivo para la tragedia, los ingredientes: Falta de
coordinación policial, ausencia inexplicable de fiscales del Ministerio Público, invasión por parte de
otras policías de funciones propias del Cuerpo Técnico de Policía Judicial, afán de figuración de algunos
agentes, canales de televisión ávidos de una exclusiva costara lo que costara y el deseo por parte de
algunos dirigentes políticos de obtener dividendos para las cercanas elecciones regionales. Entre los
jefes policiales se encontraban Rafael Damiani Bustillos, segundo comandante de la Policía

Metropolitana a quien se vio desde los primeros momentos dando órdenes; Jorge Hernández Guzmán,
jefe nacional de investigaciones de la Policía Técnica Judicial y funcionario de mayor rango de ese
cuerpo presente en el lugar, a quien luego se criticó duramente por no asumir sus atribuciones y dejar
que otros hicieran; Wilmer Márquez, director de operaciones de la Policía Municipal de Baruta y Henry
Zuloaga, director de esa institución. También se hizo presente un comando especial de la Dirección de
los Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP).

La matanza del Urológico San Román.


El comisario Gustavo Moros, ahora acompañado por Dick Rivas, jefe de investigaciones de Poli Baruta
insistía en dialogar con los delincuentes. Éstos exigían que se les dejara ir. Moros y Rivas llegaron a
proponer un canje: Ellos a cambio de las mujeres. Juan Méndez y Antonio Peña desestimaron la oferta;
no era lo mismo someter a un grupo de temerosas damas que a hombres entrenados en el combate. Para
fortalecer su precaria situación, los maleantes hicieron creer que tenían una sub ametralladora y dos
granadas con las que volarían el lugar si algún policía intentaba ingresar. Las supuestas granadas no eran
más que tazas de porcelana envueltas en papel. Virginia Castro, una de las retenidas contaría días
después que los dos hombres estaban cada vez más alterados pues se podía oír a los agentes caminando
por el techo; lanzaban imprecaciones y pedían a gritos que los pusieran en contacto con un fiscal; como
no había en el lugar ningún representante del Ministerio Público, la policía los comunicó con uno, vía
telefónica. La exigencia al funcionario fue la misma: La entrega de un automóvil para salir y que nadie
les siguiera.
Las autoridades accedieron con la intención de ganar tiempo; el Comisario Alberto Morales de la PTJ
fue comisionado para entregar el carro. La situación que se había prolongado por más de tres horas era
tensa. Los hombres se prepararon para salir, cubrieron sus rostros con improvisadas capuchas y
ordenaron a las mujeres en fila india. Encabezando la macabra línea estaba Aída, apuntándola a la
cabeza la seguía uno de los delincuentes, Teresa Rodríguez iba de tercera, seguida de Virginia y Zulay
que precedían al otro sujeto y de última sirviendo de escudo a éste, estaba la doctora Gloria Ojeda.

Oscar García, como miles de venezolanos, miraba el televisor hipnotizado. No podía creer que lo que
empezara como un rutinario robo, terminara con sus compañeros de faena metidos en semejante
berenjenal.

El reportero anunció que en pocos minutos delincuentes y rehenes saldrían del edificio. En pantalla se
veía a Morales en mangas de camisas, estacionando un Toyota color gris. A continuación las cámaras
enfocaron la puerta de vidrio del centro de otorrino. Luego de dramáticos segundos se vio emerger al
espectral grupo que trataba de mantener el paso de aquella marcha compacta. Los hombres miraban en

todas direcciones buscando francotiradores. Las mujeres avanzaban lentamente tomadas de la manos y
sintiendo el aleteo del ángel de la muerte en torno a ellas.

Se situaron al lado del vehículo y subieron; Aída Molina y Teresa Rodríguez fueron conminadas a subir
a los asientos delanteros, la primera manejaría el auto y la enfermera iría de copiloto. Por todos lados se
oían gritos; la operación de rescate no parecía tener un líder; policías y políticos impartían órdenes y
contraórdenes. El caos precedía a la catástrofe. Los delincuentes con los nervios de punta blandían sus
armas en gesto desafiante. De pronto, dentro del carro todo quedó en silencio. Aída había dicho algo que
nadie entendió. La vieron agitando las manos y moviendo los labios con el rostro lloroso pero no la
escuchaban. Por segundos la vida pasó en cámara lenta hasta que la mentada de madre de Juan Manuel

Méndez los devolvió a la realidad. La policía había entregado el vehículo sin llaves. Esto provocó el
estallido de los delincuentes y el llanto histérico de las mujeres que rogaban por sus vidas. Asomaban
por las ventanillas y pedían a gritos que les dejaran partir; en el paroxismo de la ira Juan Manuel y
Antonio exigieron otro carro. A la distancia se podía ver al primero oprimiendo el cañón del arma contra
el cráneo de Aída.

El comisario Morales subió con un nuevo Toyota, esta vez de color rojo. Lo estacionó a pocos metros
del sitio en el que estaba el otro. Se apeó lenta y cuidadosamente mostrando las manos en todo
momento, abrió las portezuelas y con los brazos a medio levantar se dio la vuelta para regresar a pie. En
ese momento creció la angustia de las retenidas debido a que los delincuentes se negaron a bajar. Algo
se olían en todo aquello; miraban nerviosos en todas direcciones. Desde algún lado alguien gritó – ¡No
vayan a disparar!-. Las mujeres volvieron a pedir que les dejaran ir.

Decididos a jugarse la última carta, los maleantes organizaron el trasbordo; esta vez el grupo era más

compacto, Antonio Peña salió adelante rodeando el cuello de Aída con su brazo.

Dos francotiradores, uno de la DISIP y otro de la PTJ que tenían la orden de neutralizar a los
secuestradores, se ocultaban en puntos equidistantes. Debían esperar el momento propicio y actuar en
sincronía. El comisario Alberto Morales ordenó la retirada de los agentes de la Metropolitana y Poli

Baruta, dándoles la tarea de contener a periodistas y curiosos. La zona debía estar despejada. La

apretada masa de rehenes y hampones se situó al lado del auto. Esta vez sería Peña quien llevara el
volante. Llegó el momento de subir y con ello la oportunidad que esperaban los francotiradores.

El de la PTJ anunció por radio:

– Lo tengo… lo tengo. – Indicando que su objetivo estaba en la mira.


Se esperó entonces a que el tirador de la DISIP hiciera lo mismo. El plan era precisar a los hombres al
mismo tiempo y a la cuenta de tres, liquidarlos.

-Lo tengo- anunció el segundo. El de la PTJ empezó el conteo.


– Uno, dos… ¡Tres!

A las 5:30 de la tarde un proyectil golpeó la cabeza de Virginia Castro. Teresa Rodríguez volteó justo
para ver al agónico Antonio Peña accionando su pistola contra Aída Molina al tiempo que le decía: -
Como la policía me falló, ahora yo te mato a ti-. La enfermera se acurrucó en el asiento rogando a
Dios por su vida. Peña se desplomó mientras Virginia Castro se lanzaba malherida a una cuneta,
buscando refugio de las balas. Desde allí pudo ver a su amiga Aída tirada en el piso. Juan Manuel había
colocado a la doctora Gloria Ojeda como escudo, siete de los proyectiles dirigidos a él la impactaron.
Sotero Pérez, jefe de la Brigada de Acciones Especiales intentó acercarse por detrás, el hampón lo
detectó y le disparó a la cabeza, fue lo último que hizo antes de caer muerto. Zulay Quintero mientras
tanto, presa de una crisis nerviosa solo atinaba a cubrirse el rostro sangrante, una de las balas había
vaciado su ojo izquierdo.

El resultado no podía ser más funesto. Aída Molina de Valbuena yacía muerta; la doctora Gloria Ojeda,
el comisario Sotero Pérez y Zulay Quintero estaban gravemente heridos; Virginia Castro sentía aún el
intenso ardor de la bala que rozó su cráneo. Los policías se acercaron, tomaron el cadáver de Antonio
Peña y lo arrastraron unos metros. Otros trasladaban a los heridos a la clínica. Los cuerpos de Juan
Manuel Méndez y su compinche terminaron en la morgue del hospital Pérez de León.

En menos de un minuto todo había terminado. Oscar García apagó el televisor, se incorporó de la cama
y mientras aplastaba el cigarrillo con el zapato dijo a su mujer.

-Coño negra, los mataron malamente, recoge tus cosas que tenemos que irnos de esta vaina –.

“Este país vive en un completo desorden”.

A. MODO, TIEMPO Y LUGAR DE OCURRENCIA DEL HECHO:

El hecho comenzó desde horas de la mañana el 23 de Junio de 1995 en el Urológico San Román ubicado
en las minas de barita.

B. MODUS OPERANDI:

Robo o hurto del domicilio en la parroquia Colinas de San Román, este acto delictivo consiste en rondar
la zona hasta conseguir el descuido de los habitantes de alguna casa, y así perpetrar un robo o en su
defecto un hurto. Los delincuentes tienen por objetivo esta zona ya que es escasa de presencia policial, y
que habitan personas extranjeras lo cual le hace crecer que pueden obtener cosas de gran valor o una
gran cantidad de dinero.

C. MÓVIL DEL HECHO:


Estos delincuentes practicaban este tipo de robos con la finalidad de obtener beneficios dinero o
cosas de alto valor para su beneficio; el robo fue frustrado por funcionarios policiales. Por lo que
ocasionó un acto de toma de rehenes en el Urológico San Román el cual también fue frustrado.

D. ACTUACIÓN DEL CICPC ANTIGUA (PTJ):

El Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (CICPC) antigua Policía Técnica


Judicial (PTJ) y la Brigada de Acciones Especiales (BAE), en conjunto con la Policía Municipal
Trataron de neutralizar la toma de rehenes del centro clínico la cual dejó un saldo de 5 muertos y 8
heridos. Se vieron obligados a colocar francotiradores para neutralizar a los delincuentes uno de los
francotiradores pertenecía al Cuerpo Policial DISIP y el otro francotirador pertenecía al Cuerpo Policial
PTJ. Un mal procedimiento realizado por ambos funcionarios desató un enfrentamiento entre estos
cuerpos policiales y los delincuentes.

10
CONCLUSIÓN:

Particularmente considero que fué muy útil el trabajo, dejando una gran serie de
enseñanzas para los estudiantes y para las personas que se interesen en el tema. Por otra
parte, se pudo entender el valor que tiene una negociación al momento de establecer un
diálogo con los secuestradores ya que tiene una mejor posibilidad de que todo salga mejor sin
accionar un arma de fuego. Se debe tener en cuenta que la falta de comunicación y
coordinación Policial puede acarrear riesgos fatales, es por eso que en un momento tan
peligroso como lo es una "toma de rehenes" es muy importante cumplir órdenes como lo han
mencionado la persona que esté a cargo de dicha operación para concluir satisfactoriamente.
11

RECOMENDACIONES:

Desde mi punto de vista pienso que debido a un mal procedimiento realizado seria de gran ayuda
para la tranquilidad y la seguridad ciudadana la creación de cuerpos especiales, altamente capacitados
para este tipo de situaciones. Esto con el propósito de tener éxito si en algún momento se repite este tipo
de secuestro o toma de rehenes.

Cabe destacar que también sería de mayor importancia que al momento de una toma de decisiones sería
muy favorable que se cuenten con pocos jefes con alto conocimiento y capacidad para que no ocurra
ningún tipo de descontrol al momento de cumplir una orden.

Otra buena recomendación sería capacitar a funcionarios psicológicamente para el momento que se deba
negociar con un secuestrador para que así éste logre entregarse o en su defecto liberar a los rehenes.
12
ANEXOS:

IMAGEN (I): Urológico San Román, IMAGEN (II): Autores intelectuales de la


escenario de una masacre. masacre en el Urológico San Román.
IMAGEN (III): Vehículo solicitado por
IMAGEN (IV): Momento en que
los secuestradores.
salen del Urológico los rehenes con
los secuestradores.
IMAGEN (V): Mujer tomada
de rehén por uno de los IMAGEN (VI): Grupo hamponil
secuestradores. detenido en 1991
13
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Referencias Bibliográficas:

1. https://plumavolatil.com/la-masacre-de-san-roman/amp/
2. https://es.scribd.com/document/491269189/Tragedia-de-San-Roman-docx
3. https://cronicasdeltanato.wordpress.com/la-masacre-de-san-roman/
4. https://www.google.com/search?
q=caso+y+procedimiento+completo+de+la+tragedia+de+san+roman&rlz=1C1CHBD_esV
E891VE892&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=2ahUKEwiGpNLai6jtAhUESN8KHXV
dA4oQ_AUoAXoECAUQAw&biw=1242&bih=568#imgrc=G95kZLDshtxIiM
5. https://es.wikipedia.org/wiki/Tragedia_de_San_Rom%C3%A1n

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